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En nombre del amor:

políticas de la sexualidad
en el proyecto
socialista bolivariano
In the Name of Love: Politics of Sexuality in the Bolivarian Socialist Project

Em nome do amor: políticas da sexualidade no projeto socialista bolivariano

María Teresa Vera-Rojas


U n i v e r s i tat d e B a r c e lo n a , Espa ñ a

PhD en Hispanic Studies, University of Houston, y candidata en el


Doctorado en Estudios de Género, Universitat de Barcelona. Editora
de Nuevas subjetividades/ sexualidades literarias (Egales, 2012) y
coeditora y miembro del consejo de redacción de 452ºf Revista
de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (www.452f.
com). Ha publicado artículos en varias revistas especializadas, entre
ellas CENTRO: Journal of the Center for Puerto Rican Studies;
Prosopopeya: Revista de Crítica Contemporánea; Latina/o Research
Review. Correo electrónico: mariatverarojas@gmail.com

Artículo de reflexión
El presente artículo es una versión revisada de “Humanismo, heteronormatividad y homofobia en el
socialismo del siglo XXI: el amor como consigna”, que forma parte del volumen Resentir lo queer en
América Latina: diálogos desde/con el Sur (2014), editado por Diego Falconí, Santiago Castellanos y
María Amelia Viteri y publicado por Egales (Barcelona). Agradezco a Manuel Silva-Ferrer y a Diana
Medina la lectura y las pertinentes observaciones de las ideas desarrolladas en este ensayo.
Documento accesible en línea desde la siguiente dirección: http://revistas.javeriana.edu.co
doi:10.11144/ J averiana. CL 18-36.napd

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En nombre del amor: políticas de la sexualidad
en el proyecto socialista bolivariano

Resumen Abstract Resumo


En este artículo se propone This article propose that Neste artigo coloca-se que
que la alineación del amor con the alignment of love with a alienação do amor com
las aspiraciones socialistas the socialist pretensions of as aspirações socialistas de
de Hugo Chávez y de sus Hugo Chávez and his political Hugo Chávez e dos seus
sucesores se funda en y successors is grounded sucessores é fundada e
refuerza la heteronormatividad in, as well as reinforces, reforça a heteronormatividade
como forma natural de heteronormativity as the natural como forma natural de
organización de la sociedad organization of contemporary organização da sociedade
venezolana contemporánea. Venezuelan society. venezuelana contemporânea.
Consecuentemente, sugiero que Consequently, I suggest that the Consequentemente, sugiro
la homofobia institucional de institutional homophobia of the que a homofobia institucional
la revolución bolivariana puede Bolivarian revolution could be da revolução bolivariana pode
entenderse como el correlato del understood as the counterpart se entender como correlato
discurso del amor a partir del of the discourse of love from do discurso do amor a partir
cual se han construido las ideas which the Bolivarian socialist do qual têm se construído as
del socialismo bolivariano y en ideas have been built upon, the ideias do socialismo bolivariano
cuyos vínculos solo se reconocen bonds of which only consider em cujos vínculos apenas
como legítimas, productivas heterosexual relationships reconhecem-se como legítimas,
y éticas las formas de afecto y and affective expressions as produtivas e éticas as formas de
filiación heterosexuales. legitimate, productive and afeito e filiação heterossexual.
ethical.
Palabras clave: amor; Palavras-chave: amor;
heteronormatividad; homofobia; Keywords: Bolivarian Socialism; heteronormatividade;
Hugo Chávez Frías; Nicolás heteronormativity; homophobia; homofobia; Hugo Chávez Frías;
Maduro; socialismo bolivariano Hugo Chávez Frías; love; Nicolás Nicolás Maduro; socialismo
Maduro bolivariano

Recibido: 15 de enero de 2014. Aprobado: 11 de febrero de 2014. Disponible en línea: 30 de julio de 2014.

Cómo citar este artículo:


Vera-Rojas, María Teresa. “En nombre del amor: políticas de la sexualidad
en el proyecto socialista bolivariano”. Cuadernos de Literatura 18.36
(2014): 58-85. http://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.CL18-36.napd

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“Nosotros, en la Revolución […] nosotros aceptamos la sexo-diversidad.


En el Polo Patriótico hay sexo-diversos. Eso es problema de ellos lo que hagan
con su culo, pero tienen que ser serios, tienen que ser serios… ”
D iputado P edro C arre ñ o
Sesión de la Asamblea Nacional de la República
B o l i v a r i a n a d e Ve n e z u e l a ( 1 3 / 0 8 / 2 0 1 3 )

El 13 de agosto de 2013 tuvo lugar una sesión de la Asamblea Nacional de


Venezuela en la que parlamentarios identificados con el chavismo acusaron
de actos de corrupción a miembros del partido opositor Primero Justicia, entre
cuyos implicados se encontraba su líder y principal candidato, Henrique Capriles
Radonski. Corrupción, deshonestidad e inmoralidad fueron los argumentos con
los cuales este sector representante de la política venezolana quiso desacreditar
las virtudes del candidato de la coalición Mesa de la Unidad Democrática para
participar en el proceso opositor al actual régimen revolucionario. Acostumbra-
dos a la división social y política de Venezuela, esta sesión no habría alcanzado las
páginas de periódicos del ámbito internacional de no haber sido porque dichas
imputaciones estaban presuntamente asociadas a redes de prostitución y drogas,
pero sobre todo porque las acusaciones vertidas por parte de la bancada oficia-
lista hicieron de la homosexualidad atribuida a Henrique Capriles Radonski
y a algunos de sus colaboradores cercanos una prueba más de su obscenidad,
perversión y degradación ética y política, ofensas con las que los seguidores cha-
vistas descalifican a figuras representativas de la oposición venezolana.
Este enfrentamiento maniqueo entre lo inmoral y lo moral como argumen-
to para desprestigiar el proceso y a las figuras opositoras no es una innovación
política del chavismo. Sin embargo, lo que resulta significativo de la polarización
que enfrenta el nosotros/los buenos —el pueblo/la patria/el futuro— con el ellos/
los malos —la oposición/la oligarquía/el pasado— ha sido la agresión articulada
a partir de la exaltación de las emociones, de la familia, de los valores cristianos y
de la moral como argumentos que legitiman y defienden las aspiraciones socialis-
tas de la revolución bolivariana. En este marco, deja de ser metafórico el llamado
de Hugo Chávez a enarbolar “la batalla del amor contra el odio” (Chávez Frías, El
socialismo 40) para, en efecto, venir a designar el terreno de luchas al que han sido
llamados los revolucionarios socialistas en defensa del bienestar y la igualdad
prometidos por el socialismo como ejercicio del amor y la honestidad. El eje cen-
tral de estos enfrentamientos ha venido a estructurarse así sobre la base de una
oposición ética entre el amor y el odio, donde el amor, además de considerarse
como un valor de sociabilidad, apego y compromiso social, ha sido también una
herramienta política que ha hecho de su poder de asociación el afecto vinculante

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que motiva y define los ideales de la nación socialista, el proyecto de justicia


social y los valores de la “suprema felicidad social” prometidos por el Estado
socialista, Hugo Chávez y sus sucesores políticos.
En oposición a la alineación del amor con el proyecto socialista bolivariano,
el odio ha venido a significar desestabilidad, indecencia, inmoralidad, anormali-
dad, otredad y la destrucción de la nación como objeto del amor; pero, a su vez, la
exaltación del odio del otro ha devenido una estrategia necesaria para reclamar la
pertinencia del socialismo como el proyecto del amor y para actualizar constante-
mente los significantes patria, pueblo, independencia, igualdad, futuro, decencia
y normalidad, asociados a la legitimidad del gobierno revolucionario.
No sorprende, por lo tanto, que una de las prácticas empleadas por los
representantes políticos de la revolución bolivariana para desprestigiar a sus opo-
sitores sea el insulto basado en la homosexualidad como sinónimo de corrupción,
inmoralidad, desviación y anormalidad. En efecto, tal como señala Jasbir Puar, la
conservación y la defensa de las instituciones heterosexuales han estado siempre
asociadas a la promoción de los nacionalismos militaristas y masculinistas (40). En
consecuencia, además de estigmatizar a los sujetos e identidades sexo-diversas,
estos insultos legitiman las ideas de transgresión y pecado con las que el cris-
tianismo condena las prácticas y deseos homoeróticos. Dichas ideas han sido
rearticuladas en los términos de una ética socialista bolivariana que reactualiza la
normatividad de la cultura heterosexual en las políticas afectivas presentes tanto en
lo que se ha considerado el dominio privado del amor —la intimidad— como en su
aspecto institucional y público.
En este ensayo propongo que la homofobia institucional (y social) en Vene-
zuela, especialmente desde hace por lo menos una década, debe comprenderse
como el correlato del discurso del amor a partir del cual se han fundado las ideas
del socialismo bolivariano y en cuyos vínculos solo se reconocen como legítimas,
productivas y éticas las formas de afecto y filiación heterosexuales. En este sentido
me interesa sugerir, a partir de algunos episodios recientes del escenario político
venezolano, que las prácticas que condenan la disidencia política a la abyección
deben ser concebidas en relación con las lógicas normalizadoras de exclusión y
repetición en las que se sostiene el ideal fantasmático de origen de la heterosexua-
lidad. Específicamente, y sobre la base de la indagación en la vedada naturalidad
de la cultura heterosexual y en las formas de opresión que legitiman su normati-
vidad, me interesa abordar las declaraciones homofóbicas del actual presidente
de Venezuela, Nicolás Maduro, en tanto que correlato de los modos de opresión
y regulación social/sexual que ampara el amor socialista. Dicho correlato no solo
se relaciona con las formas de afecto normalizadas por la pretensión socialista de

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la preeminencia de la heteronormatividad como forma legítima de organización


social, sino que se reconoce, muy especialmente, en la necesidad de hacer del
odio al adversario político, convertido en otro —el oligarca, el imperialista, el
homosexual…—, una estrategia de actualización y legitimación de la aspiración
socialista de Hugo Chávez y de su promesa de “suprema felicidad social”.

Sobre el amor/nosotros y el odio/los otros o cuando


el amor necesita del odio para llamarse amor
Hugo Chávez configuró estratégicamente la legitimidad del proyecto del
socialismo del siglo XXI como una expresión y un ejercicio del amor, es decir, el amor
fue construido como el elemento constitutivo y el impulso relacional del llamado
socialismo bolivariano. La importancia del amor como un compromiso colectivo
orientado hacia la felicidad de El Pueblo y la defensa de la nación bolivariana
socialista fue subrayada hasta la saciedad por Hugo Chávez en sus cientos de
discursos televisivos, mítines y proyectos de gobierno, en los que reiteraba la idea
de que
el socialismo es el amor; por eso digo que el principal nutriente del proyecto
socialista bolivariano debe ser el amor; por eso el amor hay que alimentarlo
de muchas maneras. El amor por la naturaleza, por la patria, por la bandera,
por ti mismo, pero sin egoísmo. […] Los valores del socialismo son, para
mí, tal cual los principios del verdadero cristianismo: la igualdad, el amor
por los demás, el sacrificarse uno, incluso, por los demás. (Chávez Frías, El
socialismo 43)

Una de las miradas desde las cuales ha de concebirse esta pretensión del
socialismo bolivariano como proyecto del amor reside en las formas de relaciona-
lidad intersubjetivas en las cuales se fundaba el ideal socialista aspirado por Hugo
Chávez y que encontraban en la “suprema felicidad social” el anhelo de progreso
y de justicia social prometido por el Estado socialista.
La alineación del amor con el populismo clientelar y las aspiraciones socia-
listas de Hugo Chávez no es una estrategia novedosa. Con todo, no deja de ser
significativa la intensificación de las diferencias sociales, políticas, económicas e
identitarias que ha traído consigo la reapropiación del amor como motor político
con el cual Chávez pretendió hacer de sus aspiraciones revolucionarias el para-
digma de la alternativa al sistema y a la opresión capitalistas e imperialistas. En la
acentuación de estas diferencias ha adquirido una relevancia particular el recurso
del amor concebido como un vínculo de unión entre semejantes. Como explica
Sarah Ahmed (125-129), el amor supone una inversión en un objeto que adquiere

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valor para el sujeto, por una parte, porque son el tiempo y el trabajo invertidos
en ese objeto los factores que hacen que ese algo adquiera una cualidad afectiva;
pero, por otra, porque la idealización del objeto es un efecto del ego y no una pro-
piedad del objeto mismo. Es decir, en el amor, el sujeto y el objeto están atados
de tal manera que la identificación y el deseo están conectados en su relación con
un ideal1. De la misma forma, el amor orienta unos sujetos hacia otros (y los aleja
de otros), porque el amor como identificación conlleva la creación de similitudes;
en uno u otro caso, el amor por otro se desliza hacia el amor por un grupo, el cual
es imaginado en términos de semejanza. En el marco del socialismo aspirado
por Hugo Chávez, podría afirmarse que “amar se convierte en el imperativo de
propagar el ‘ideal’ que se quiere tener en otros que puedan devolver al sujeto que
ama aquel ideal que es imaginado como adorable o como poseedor de valor”
(Ahmed 129, traducción mía).
De acuerdo con esta propuesta, estos ideales, así como el amor que los
motiva, no tienen una materialidad preexistente, sino que su constitución y su
efectividad dependen precisamente de la creación y conservación de los lazos
emocionales en torno a los ideales de justicia social prometidos por la revolución
bolivariana. Por esta razón, incluso el fracaso en la consecución de dicha promesa
trae consigo la intensificación del amor:
Se podría incluso considerar el amor nacional como una forma de espera.
Esperar es extender la inversión de uno y mientras más se espera más se in-
vierte, esto es, más tiempo, esfuerzo y energía ha sido empleada. El fracaso de
la restitución extiende la inversión. Si el amor funciona como la promesa de
recibir algo a cambio, entonces la extensión de la inversión a través del fracaso
de la restitución funciona para mantener el ideal a través de su aplazamiento
en el futuro. (Ahmed 131, énfasis en el original)

Sin embargo, el fracaso de reciprocidad de la revolución, tal como ocurre


en las narrativas de amor nacional, demanda una explicación que permita al suje-
to amante continuar aferrado a su ideal, con lo cual son comunes los relatos que

1 En su lectura de Freud, Ahmed revisita la distinción entre el amor del yo y el amor del objeto,
lo cual puede comprenderse también a partir de la distinción entre “identificación” (amar
como ser) e “idealización” (amar como tener). En términos generales, la identificación es una
forma de amor que moviliza a los sujetos a encontrarse unos a otros en el deseo de llegar a
ser como aquel a quien aman. Pero así como la identificación perfila la formación de un ego
ideal, así también el deseo por un objeto lo convierte en un objeto ideal: el amor supone una
inversión afectiva en un objeto cuya idealidad no pertenece al objeto sino que regresa al sujeto
en cuanto que es un efecto del ego, es decir, es un efecto de la imagen ideal que el sujeto tiene
de sí mismo.

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explican dicho fracaso por la presencia de otros que son el obstáculo para que la
fantasía de amor pueda ser alcanzada; pero que son a su vez indispensables para
que la inversión afectiva pueda prolongarse en el futuro (Ahmed 131).
De allí que los vínculos que establece este amor alimenten la constitución
de una comunidad nacional excluyente, cuyas diferencias son maximizadas
respecto de las de los enemigos externos e internos de la revolución, los cuales
son identificados por su estatus privilegiado y dudosa moralidad, y cuyos valores
de solidaridad y altruismo son constantemente enfatizados en contraste con la
codicia y el egoísmo de sus detractores (Coronil 4).
De la misma forma, este vínculo de unión afectiva ha justificado la cons-
trucción de una comunidad nacional de iguales, en la que la heteronormatividad
—es decir, “la tendencia de las sociedades a organizar las relaciones sociales y los
derechos ciudadanos sobre la base de la noción de heterosexualidad reproduc-
tiva como ideal de vida” (Corrales y Pecheny 3, la traducción es mía)— ha sido
concebida como la forma “natural” de organización de la sociedad venezolana.
En este marco, el amor dista de convertirse en un concepto político al-
ternativo para reproducir la práctica de acuerdo con la cual los individuos se
alinean con colectivos a partir de su identificación con un ideal; una alineación
que depende, a su vez, de la existencia de otros sujetos antagónicos que no res-
palden, como en este caso, el ideal humanista de igualdad que promete el Estado
socialista. Mi lectura del amor como vínculo afectivo no estudia, por lo tanto,
el deseo y la fantasía relacionados con el amor al líder —eso merece un estudio
aparte2—, ni tampoco incursiona en la idea del amor romántico y la sexualidad en

2 La complejidad de la figura de Hugo Chávez como el gran patriarca, protagonista del romance
nacional y objeto de deseo amoroso de sus seguidores demanda una atención particular y un
estudio mucho más complejo que las alusiones al tema que pudiera hacer en este artículo. Una
de las claves para entender este idilio amoroso lo ofrecen, entre muchos ejemplos, algunos de los
eslóganes de las campañas presidenciales de 2006 y de 2012. Bajo el lema “Por amor”, la primera,
y “Chávez, corazón del pueblo”, la segunda, ambas se construyen en torno a la figura de un líder
para quien el amor al prójimo y a la patria era motivo de vida. Este mensaje de amor consiguió
inscribirse de manera tan efectiva entre sus seguidores que incluso su muerte fue entendida como
un sacrificio personal, según el cual el hecho de haber entregado su vida para conseguir el bien-
estar del pueblo hizo que se olvidara de su propia salud. En efecto, de acuerdo con el lenguaje
del amor, el corazón “vale para toda clase de movimientos y de deseos, pero lo que es constante
es que el corazón se constituya en objeto de donación” (Barthes 78) y esta entrega ya había sido
anticipada en la campaña de 2012 en la que el corazón de Chávez no solo era el símbolo de la
bondad, sino que además se ofrecía como propiedad de El Pueblo. No sorprende, por lo tanto,
que las cartas, consignas políticas, fotografías, memorias y confesiones que desde el mismo día
de su muerte han ido publicándose en Mensaje a Chávez (www.chavez.org.ve) hayan hecho del
dolor individual por la pérdida física del presidente una expresión de duelo colectivo. Este afecto
ha sido la traducción efectiva de un lenguaje emotivo e insistente con el cual Hugo Chávez se

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cuanto territorios de la intimidad, sino que más bien indaga las contradicciones
de unas aspiraciones socialistas que han hecho del amor la herramienta política
que busca corresponder las necesidades e inversiones afectivas de El Pueblo a
condición de excluir, al mismo tiempo, a todos aquellos sujetos cuya sexualidad,
identidad y posicionamiento político difieran de sus parámetros normativos3.
Porque, en efecto, lejos de ser una emoción abstracta, cargada de conno-
taciones positivas, este amor está regulado por valores moralistas y maniqueos
que imponen normas de vida y de reconocimiento identitario al ideologizado
imaginario afectivo del chavismo. De allí la importancia que adquirió la cons-
trucción de ese amor —y de sus formas de relacionalidad y pertenencia
colectivas— para la permanencia de Chávez en el poder, pero también para
la normalización de la identidad y la producción de sujetos revolucionarios.
El discurso del amor construido por Hugo Chávez, reapropiado por El Pueblo
y utilizado por los sucesores de Chávez está estructurado en torno a la llamada
ética socialista y está alimentado por la promesa de la “suprema felicidad social”.
Estos elementos conforman una propuesta de sociabilidad afectiva atravesada por
la moral, el cristianismo y el humanismo, valores y principios que reconocen la
cultura heterosexual como el único vínculo legítimo de unión de los individuos.
Estos desencuentros conceptuales estructuran una de las mayores contradiccio-
nes y engaños del llamado proceso revolucionario. Esto es, a pesar del supuesto
principio de no discriminación que defiende la Constitución y de sus reivindi-
caciones de los derechos sociales de las minorías —muy especialmente de las
mujeres y los sujetos sexo-diversos—, lejos de fundar un proyecto construido a
partir del reconocimiento de las diferencias, el llamado socialismo bolivariano
del siglo XXI ha oficializado, en nombre de la igualdad, la conformación de una
sociedad altamente heteronormativa.
Así, por ejemplo, una lectura atenta de documentos como el Proyecto na-
cional Simón Bolívar: primer plan socialista (2007) nos pone ante enunciados
que construyen el amor socialista a partir de principios universalizadores que
privilegian la heterosexualidad y la hacen parecer “natural”. Entre estos enun-
ciados destaca el llamado modelo de la “nueva ética socialista”, el cual legitima

erigió como el gran patriarca y como el objeto de deseo amoroso de sus millones de votantes y
seguidores. El amor y los afectos fueron las estrategias discursivas que le permitieron fusionar
su identidad con la del Estado para reconocer en su sacrificio y entrega personal el ejemplo de
dedicación y desprendimiento personal que pedía a sus seguidores.
3 Es ilustrativa, en este sentido, la frase “quien no es chavista no es venezolano”, pronunciada
por Hugo Chávez en su discurso del 24 de junio de 2012 con motivo de la celebración del Día
del Ejército y del Aniversario de la Batalla de Carabobo.

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como forma de subjetivación la imposición de una “ética cívica exclusiva de una


sociedad pluralista que asume como propios un conjunto de valores y principios
que pueden y deben ser universalizables porque desarrollan y ponen en marcha
la fuerza humanizadora que va a convertir a los hombres en personas y ciuda-
danos justos, solidarios y felices” (Presidencia 6). Las normas de sociabilidad
que expone el modelo de la “nueva ética socialista” contenido en este proyecto
comprenden el disciplinamiento de los cuerpos en función de valores y prin-
cipios que convierten a los sujetos en “personas” justas y felices, pero también
inteligibles. En correspondencia con el ideal humanista de justicia social, esta
ética se nutre de la promesa de la “Suprema Felicidad Social”, es decir, de “la
visión de largo plazo que tiene como punto de partida la construcción de una es-
tructura social incluyente, formando una nueva sociedad de incluidos, un nuevo
modelo social, productivo, socialista, humanista, endógeno, donde todos viva-
mos en similares condiciones rumbo a lo que decía Simón Bolívar: ‘La Suprema
Felicidad Social’” (Presidencia 9)4. De acuerdo con las directrices que buscan la
implementación del socialismo bolivariano del siglo XXI, el amor carece de una
intención democrática porque el Estado regula la autonomía de los sujetos y de-
termina el proceso de inclusión mediante su correspondencia y compromiso con
el proyecto socialista. Asimismo, a partir de los parámetros del modelo humanis-
ta de felicidad social aspirado por Hugo Chávez, la búsqueda de una sociedad
pluralista se funda en un posicionamiento liberal que concibe la opresión —y
por lo tanto, la liberación— en términos universales, y de acuerdo con el cual la
igualdad se fundamenta en un ideal de justicia que entiende la liberación como
asimilación, es decir, como un “trascender la diferencia de grupo” (Young 265).

4 La importancia que tiene el concepto de la Suprema Felicidad Social para el imaginario del
llamado socialismo bolivariano del siglo XXI y para la garantía de protección de los derechos
sociales ha justificado, de acuerdo con el presidente Nicolás Maduro, la creación por el Decre-
to N.º 506, de 22 de octubre de 2013, del Despacho del Viceministro para la Suprema Felicidad
Social del Pueblo (Gaceta 406.379-406.383), con el objetivo primordial de coordinar las mi-
siones sociales y las grandes misiones presidenciales. Entre las muchas críticas que merece
la implementación de dicho viceministerio está la promoción de la burocracia institucional
a partir de la creación de cargos y funciones que deberían lógicamente corresponderse con
los objetivos de cada uno de los otros ministerios ya existentes y, en general, con la gestión
del gobierno —entre estos objetivos, la consecución de derechos sociales, el fomento del
desarrollo humano, la protección de sujetos en condiciones de vulnerabilidad social y, por
supuesto, el registro de las personas beneficiarias—; pero además es importante destacar que
las mismas consideraciones que explican su formación refuerzan la constitución de la familia
(heterosexual) “como la asociación natural de la sociedad y como el espacio fundamental para
el desarrollo integral de las personas” y excluyen a colectivos como el integrado por los sujetos
sexo-diversos de las políticas de protección social.

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En el contexto del discurso socialista impulsado por Hugo Chávez, el capi-


talismo es el único origen de la opresión; de allí que la revolución diseñara una
batalla ideológica que reconocía en formas alternativas de trabajo las estrategias
para la igualdad y felicidad social5. En este marco, no cabe duda de que ha sido
muy importante el arraigo en la justicia social para el desarrollo de las luchas en
contra de la discriminación racial, sexual, de género, de clase social, de discapa-
cidad y por razón de edad que han sido promovidas en Venezuela6. Sin embargo,
en el proyecto socialista construido por Chávez, la búsqueda de la igualdad en
función del principio de justicia universal —que nos recuerda la concepción uni-
ficada y humanista del sujeto— contribuye a la consolidación de la normatividad
que hace inteligibles a las personas —por ejemplo, la preconcebida unidad y
universalidad de lo que es la mujer y de lo que es el hombre— y que legitima el
carácter opresivo que, en correspondencia con Wittig, “reviste el pensamiento
heterosexual en su tendencia a universalizar inmediatamente su producción de
conceptos, a formular leyes generales que valen para todas las sociedades, todas
las épocas, todos los individuos” (52). El aspecto problemático de la universa-
lidad responde al hecho de que el pensamiento heterosexual, por una parte, es
“incapaz de concebir una cultura, una sociedad, en la que la heterosexualidad no
ordenara no solo todas las relaciones humanas, sino su producción de conceptos
al mismo tiempo que todos los procesos que escapan a la conciencia” (Wittig 52).
Por otra parte y muy significativamente para el presente estudio, dichos procesos
inconscientes se tornan “históricamente cada vez más imperativos […] la retóri-
ca que los expresa, revistiéndose de mitos, recurriendo a enigmas, procediendo
por acumulaciones de metáforas […] tiene como función poetizar el carácter
obligatorio del ‘tú-serás-heterosexual-o-no-serás’” (Wittig 52).

5 Así se afirmaba en el Proyecto nacional Simón Bolívar: “La política de inclusión económica
y social forma parte del sistema de planificación, producción y distribución orientado hacia
el socialismo, donde lo relevante es el desarrollo progresivo de la propiedad social sobre los
medios de producción, la implementación de sistemas de intercambios justos, equitativos
y solidarios contrarios al capitalismo, avanzar hacia la superación de las diferencias y de la
discriminación entre el trabajo físico e intelectual y reconocer al trabajo como única actividad
que genera valor y por tanto, que legitima el derecho de propiedad. Todo orientado por el
principio de cada cual según su capacidad, a cada quien según su trabajo” (Presidencia 9).
6 En este sentido, quiero reafirmar con Iris Marion Young que no cabe ninguna duda de que el
“ideal de humanidad universal que niega las diferencias naturales ha sido un desarrollo his-
tórico crucial en la lucha contra la exclusión y la diferenciación por categorías” y que debido
a dicho desarrollo es posible en gran parte de las sociedades occidentales “afirmar el igual
valor moral de todas las personas y, de este modo, afirmar el derecho de todas las personas a
participar y ser incluidas en todas las instituciones y posiciones de poder y privilegio” (269).

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Enarbolar la felicidad social únicamente mediante la exaltación de la idea


de igualdad y justicia social, no solo contribuye con la naturalización de la cul-
tura heterosexual a partir de la búsqueda de la inteligibilidad de los cuerpos y
la regulación de la identidad de los sujetos, sino que además, en su demanda
de adhesión a los valores socialistas, esta promesa de felicidad social impulsa
y favorece la distinción de nosotros versus los otros de la que se nutre la revo-
lución bolivariana. El principio humanista del socialismo bolivariano del siglo
XXI ignora las divisiones internas de los sujetos y las intersecciones en las que
se sostienen las desigualdades y las experiencias de discriminación, pero espe-
cialmente en lo que respecta al proceso legislativo ha demostrado su intolerancia
hacia todos aquellos sujetos que no se reconocen como parte de la norma de lo
“humano” (Butler, Deshacer). No es posible concebir la igualdad sin cosificar
las identidades y en este proceso de diferenciación, no solo las personas que
transgreden la norma heterosexual carecen de reconocimiento jurídico, derechos
legislativos y subjetividad política, en suma, de ciudadanía —como, en efecto,
sucede en Venezuela—, sino que además la heterosexualidad y las identidades
normativas —hombre y mujer— refuerzan su legitimidad. Bajo estas condiciones
de sociabilidad no se ponen en discusión las relaciones de poder que producen y
naturalizan dichas desigualdades, y como apunta Berlant,
los sujetos que se tornan inteligibles dentro de estos regímenes de nor-
matividad son entrenados para repetir identificaciones con formas de
fantasía particulares, lo cual significa que son incitados a identificarse con
unas repeticiones y estilos por encima de otros. En este sentido, la promesa
de pertenencia social proyecta ideologías ilustradas de felicidad, autonomía
individual y singularidad, y de libertad en términos de una convencionalidad
normativa. (80-81, traducción mía)

En la búsqueda de la igualdad y de la unidad en nombre del amor se anulan


las diferencias internas de los sujetos y entre los ciudadanos. No es posible con-
cebir amor sin apropiación y esta dialéctica ha definido las bases de un socialismo
que ha silenciado las diferencias a favor de un erróneo igualitarismo; en palabras
de Gisela Kozak: “Venezuela es un país con una fuerte tradición igualitarista, no
igualitaria, y con innegables tendencias populistas. Nuestro igualitarismo calla las
diferencias en pro de la ilusión de una sociedad en la que estas son irrelevantes o
forman parte de una vida privada que no hay que revelar en el espacio público”
(1002-1003).
A esto hay que añadir que, en el proceso de autodesignarse como porta-
dores del amor nacional, tanto Hugo Chávez como sus seguidores han ocultado

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en el proyecto socialista bolivariano

la ambivalencia que ejercitan, de acuerdo con la cual convierten en amor una


práctica ofensiva que podría ser concebida a partir del lenguaje del odio. Tras la
conversión del odio en amor, como explica Sara Ahmed al referirse al significado
cultural del amor (123), se oculta la ambivalencia de las emociones que, como
en el caso de Venezuela durante los gobiernos de Hugo Chávez y de Nicolás
Maduro, ha suscitado la cuestión de la pertenencia y representación del sujeto
nacional. Dicha conversión viene asociada con los sentimientos positivos que
se atribuyen al amor, así como con el bienestar de la nación socialista y de El
Pueblo. En consonancia con esta conversión, aquellos que identifican a Chávez
como portador del odio estarían en contra de la nación y, en definitiva, en contra del
amor. Esta posición de ambivalencia es la que ha permitido que el lenguaje del odio
se enmascare con el amor y la que ha legitimado el relato del amor socialista y
heteronormativo como vínculo afectivo y promesa de “suprema felicidad social”
cuya estabilidad hay que proteger ante la amenaza del odio representada en las
figuras de la oligarquía, de la IV República, del capitalismo, del imperialismo y,
por supuesto, de la homosexualidad.
Esta ambivalencia se sostiene en el carácter económico de las emociones,
porque un afecto como el amor o como el odio “no reside positivamente en el
signo o mercancía, sino que es producido como un efecto de su circulación […]
Los signos incrementan en valor afectivo como un efecto del movimiento entre
los signos: mientras más circulan, más efectivos vienen a ser” (Ahmed 45). Pero
las economías afectivas son tanto psíquicas como sociales y materiales; de allí que
la circulación del odio entre figuras consiga materializar la misma “superficie” de
los cuerpos colectivos (46). Para los efectos del correlato que quiero desarrollar
me interesa apuntar que dicha materialización opera a partir de la negociación
de límites entre el yo y el otro, y entre comunidades, donde los “otros” son inter-
puestos en la esfera de la propia existencia en forma de amenaza; esto no quiere
decir que el odio tome parte en la demarcación entre el yo y el no-yo, sino que
“algunas demarcaciones se producen a través del odio, el cual es sentido como
si viniera desde adentro y se moviera hacia afuera, hacia los otros. Si el odio es
sentido como si me perteneciera pero causado por un otro, entonces los otros
(incluso cuando son imaginarios) se requieren para la continuación de la vida del
‘yo’ o del ‘nosotros’” (51).
No hace falta justificar, llegados a este punto, que los afectos no son solo
un asunto privado, sino que las lógicas emotivas ocupan un papel significativo
en la constitución de la conciencia social y la construcción de imaginarios co-
lectivos. De allí la importancia de atender tanto a las lógicas tradicionales de la
razón que buscan explicar los fundamentos de la revolución bolivariana como

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a las lógicas de una razón afectiva fundada en el amor, en cuanto sentimiento


en el que se sostiene el romance entre El Pueblo y Chávez, pero especialmente,
como el valor que instaura la promesa de estabilidad y felicidad futura de una
patria socialista bolivariana sobre los conflictos y luchas —y promesas incum-
plidas— de la vida diaria. En su forma de romance, el amor se presenta como
el elemento invulnerable a los vaivenes y conflictos de la trama (amorosa) y eso
define el núcleo ideológico de la heterosexualidad moderna. De acuerdo con
Lauren Berlant,
el cuento de que el amor es invulnerable a las inestabilidades del relato […]
permite que la heterosexualidad sea construida como una relación de de-
seo que expresa los verdaderos sentimientos de las personas, pero no dice
nada de las instituciones e ideologías que lo controlan […]. En tanto que
una historia de amor enfrenta los sentimientos líricos acerca de la intimidad
contra los relatos de traumas que tienen lugar en la vida ordinaria o pública,
dicha historia participa del género del romance: la trama de amor ofrece una
resolución aparentemente no ideológica a las fracturas y contradicciones de la
historia. La mezcla de utopismo y amnesia que esto sugiere es […] el efecto
fetiche de la fantasía. (92)

Aunque podría argumentarse que la homosexualidad se funda en la


promesa de un amor también condicionado ideológicamente, la misma natura-
lización de la heterosexualidad como norma es la que ha contribuido con la idea
de que el cuento de amor es una propiedad de las sociedades heteronormativas.
En el marco de esta fantasía de felicidad y de bienestar social, no solo el amor
como vínculo social normaliza el reconocimiento de los individuos en cuanto
sujetos nacionales, sino que además la concepción del amor en torno al deber
social reorganiza el relato de identidad nacional (socialista y revolucionaria) a
partir de las lógicas del romance. En este sentido, las lógicas heteronormativas
del amor regulan la organización de la sociedad —y las instituciones del Esta-
do— sobre la base de filiaciones fraternales en las que la familia, el hogar y el
deseo heterosexuales constituyen la norma legítima de sociabilidad7. Es en este

7 La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela —considerada la base para la


construcción del socialismo bolivariano del siglo XXI y aprobada en referéndum consultivo
en 1999 durante el primer mandato de Hugo Chávez— prohíbe la discriminación por razón
de sexo, raza, condición social o credo. Sin embargo, el reconocimiento de esta igualdad ante
la ley no significa el reconocimiento de libertades de los individuos LGBTI, así como tampoco
significa el goce de las garantías de las condiciones jurídicas y administrativas para las parejas
del mismo sexo. Muy a pesar de los esfuerzos de los colectivos por los derechos de la comu-

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en el proyecto socialista bolivariano

aspecto donde lo político entra en el terreno de lo privado y donde, en el marco


de la cultura heterosexual,
un conjunto de prácticas sexuales se confunde con la trama amorosa de la
intimidad y con los valores familiares que dotan de significación profunda
y visiblemente la pertenencia a la sociedad. La comunidad es imaginada
mediante escenas de intimidad, emparejamiento y parentesco: la relación
histórica con el futuro queda reducida al discurso generacional y a la repro-
ducción. (Berlant y Warner 237)

No se trataría solo de reconocer, por lo tanto, la normatividad heterosexual


que legitima los vínculos afectivos como herramienta cohesionadora del ideal de
nación socialista construido por Hugo Chávez, sino también de advertir que di-
chas regulaciones controlan y permean la legitimidad y transgresión que residen
en las formas de sociabilidad y de intimidad que producen la subjetivación de
los individuos. En consecuencia, han sido precisamente las lógicas discursivas
del amor las que han buscado normalizar los registros con los cuales los ciuda-
danos han de identificarse a sí mismos como sujetos nacionales; es a partir de la
insistencia en el amor como estrategia legitimadora del socialismo bolivariano
del siglo XXI que el Estado busca controlar no solo las instancias de producción
de los cuerpos, sino, sobre todo, las formas de regulación de sus deseos y de
sus identidades, de lo cual resulta la comprensión de la sexualidad no como un
atributo de los cuerpos sino como un dispositivo orientado hacia el control so-
cial (Foucault). Resulta imposible, por consiguiente, desligar este contexto de las
agresiones homofóbicas que han tenido lugar en el escenario político venezolano
durante los últimos años. Igualmente, es necesario tomar en cuenta estas formas
de regulación de los sujetos nacionales para tratar de comprender las razones
por las cuales, a pesar de la visibilidad y los esfuerzos sociales de los diferentes
colectivos que han trabajado por los derechos LGBTI, todavía es imposible en

nidad LGBTI en Venezuela —tanto los que se definen como parte del movimiento socialista
como los que se distancian de este—, los cuales han buscado, entre otras reivindicaciones, el
reconocimiento legal de los derechos de las parejas del mismo sexo, dichos derechos se han
topado con la oposición de los grupos de presión religiosos —de naturaleza cristiana, en su
mayoría—, tanto dentro como fuera de la Asamblea Nacional. Asimismo, pese a los avances so-
ciales y legislativos que hubiera traído consigo el principio de no discriminación por razón de
identidad y orientación sexual incluido en el borrador original del Proyecto de Ley Orgánica
para la Equidad e Igualdad de Género de 2005, las leyes venezolanas continúan recono-
ciendo la familia constituida por un hombre y una mujer como única forma de “asociación
natural de la sociedad”, tal como está establecido en la Constitución. En relación con este tema,
véanse, entre otros, “Consejo”; Cordero; Márquez; Merentes (“Gay”; “Heterosexualidad”).

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Venezuela concebir una sociedad en la que el respeto por las diferencias con-
temple, además de la no condena a la disensión política, el reconocimiento de la
libertad sexual de sus ciudadanos.

“Yo sí tengo mujer”: del amor y la homofobia en la Revolución Bolivariana


La dinámica que sostiene la negociación de los límites del yo/nosotros de
la comunidad/patria/nación a partir de la amenaza que supone el odio del “otro”
ha adquirido una gran relevancia desde la consolidación de Henrique Capriles
Radonski como candidato presidencial no solo de las elecciones de 2012, sino
sobre todo, de las de 2013, que tuvieron lugar a raíz de la muerte de Hugo Chávez.
En ambos escenarios, la sospecha de homosexualidad del candidato opositor ha
servido de temática recurrente para, junto a otras ofensas que atacan su origen
judío y su acomodada clase social, poner en duda la integridad de Capriles Ra-
donski y descalificar, en consecuencia, su fiabilidad como potencial presidente
de Venezuela8.
De la misma manera que las figuras de odio participan en la definición entre
el yo y el no-yo, así también podría decirse que la condena a la homosexualidad y
sus representaciones permite que la heterosexualidad asegure su propia identidad
y hegemonía y se proteja a sí misma como la norma y la verdad. La instauración
del amor socialista como relato y estrategia de “suprema felicidad social”, en su
afán heteronormativo, se enmarca en las dinámicas de poder de acuerdo con las
cuales la heterosexualidad obligatoria se constituye en “la verdad”, el original
de la distinción hombre/mujer que determina la norma de lo real. Sin embargo,
como ha reflexionado extensamente Judith Butler, el género es una imitación
que no tiene original, sino que produce la noción de original como efecto y
consecuencia de la misma imitación. De ello se desprende que la “realidad”

8 Mario Silva, una de las figuras más influyentes del PSUV (Partido Socialista Unido de
Venezuela) y conductor del popular programa La hojilla, transmitido en el canal estatal Ve-
nezolana de Televisión, hizo uso de su espacio televisivo para regodearse en la homofobia
como herramienta de polarización política, burla, ofensa identitaria —de acuerdo con Silva,
“la homosexualidad no es normal”— y violencia social, no solo al convertir la sospecha de
homosexualidad de Capriles Radonski en motivo de un feroz ataque, sino también en sus
censuras contra las protestas de los colectivos LGBTI de Venezuela. Vale la pena apuntar que
La hojilla fue cancelada el 27 de mayo de 2013 como consecuencia directa de la publicación,
por parte del partido de oposición Mesa de la Unidad Democrática, de la grabación de una
conversación de Mario Silva con un asesor cubano del gobierno venezolano en la que, además
de regodearse en su machismo, evidenciaba la corrupción, los intereses personalistas y las di-
visiones internas del chavismo. Respecto de la homofobia de Mario Silva, véanse, entre otros,
“Campaña”; Castrillo.

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en el proyecto socialista bolivariano

de la identidad heterosexual es constituida performativamente a través de una


imitación que se funda a sí misma como el origen y fundamento de todas las imi-
taciones. Es decir, que los “efectos naturalizados” de los géneros heterosexuales
imitan un “ideal fantasmático” de la realidad heterosexual, ideal que es produci-
do como un efecto de la misma imitación. Y porque la heterosexualidad siempre
está en proceso de imitar y de aproximarse a su propia fantasmática idealización,
las identidades heterosexuales están condenadas a una interminable repetición
compulsiva y obligatoria de sí mismas y al fracaso de dichas imitaciones. Pero
para que el original se refuerce a sí mismo como tal necesita de sus derivaciones.
En consecuencia, de no haber una noción de homosexualidad como copia, sería
imposible concebir una idea de la heterosexualidad como origen. Por esta razón,
cuando las identidades heterosexuales se encuentran con el efecto paródico o
imitativo de las identidades gay o lesbiana, por ejemplo, estas exponen a aquella
como una imitación incesante y aterrorizada de su propia idealización naturaliza-
da. Las identidades gay o lesbiana ni copian ni emulan la heterosexualidad, sino
que evidencian que la heterosexualidad es una copia de una copia para la cual
no hay un original; en palabras de Butler: “que la heterosexualidad esté siempre
en el acto de elaborarse a sí misma pone en evidencia que está perpetuamente en
riesgo, es decir, que sabe sus propias posibilidades de quedar inacabada: de allí
su compulsión de repetir al mismo tiempo una exclusión de lo que amenaza su
coherencia” (“Imitation” 18-25, traducción mía).
La amenaza de la homosexualidad radicaría entonces en el reconocimiento
de la fragilidad sobre la que se sostiene la heterosexualidad como origen de la
imitación. Es decir que la homosexualidad no es tanto el opuesto de la hetero-
sexualidad como el constante recordatorio de la imposibilidad de conseguir la
fantasmática idealización naturalizada en la que se sostiene la heterosexualidad.
La importancia que tiene la heterosexualidad para comprender tanto las polí-
ticas de reestructuración de la sociedad impuestas por Hugo Chávez como la
cultura del odio en las que se sostiene su organización responde al hecho de que
“la institución de la heterosexualidad no es simplemente uno entre los diversos
‘mecanismos de dominación masculina’, sino que está íntimamente implicada
en cada uno de ellos: se trata de una estructura sostenedora del pacto social y
fundamento de las normas culturales” (De Lauretis 129).
La fragilidad en la que se sostiene la naturalidad no solo de la cultura del amor
(heteronormativa), sino además de las mismas bases revolucionarias del socialismo
bolivariano del siglo XXI ha sido expuesta una y otra vez en los insultos, exclusiones
y violencias de parte de Chávez y sus partidarios, actos que han hecho del odio
un requerimiento para la continuidad de las aspiraciones revolucionarias y que

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necesitan del otro para actualizar dichas aspiraciones, entendidas como la norma
que hará posible alanzar sus ideales de justicia social. Pero muy especialmente, la
fantasmática plenitud de la naturalizada heterosexualidad, encarnada en el Estado
socialista y su proyecto humanista de igualdad, ha demostrado el fracaso de su
propia idealización en los mismos actos de homofobia protagonizados por Nicolás
Maduro durante los dos últimos años.
Desde el inicio de campaña el pasado 11 de marzo de 2013, Nicolás Madu-
ro identificó su continuidad con el proyecto socialista y de amor por la patria
partiendo de su distinción de la otredad que representaba Capriles Radonski9.
En este caso, además de reducir la identidad del candidato opositor al apelativo
ofensivo de “majunche”, como lo hizo insistentemente su predecesor, Maduro
hizo de la supuesta homosexualidad de Capriles Radonski un motivo válido para
atacar públicamente su presunta falta de hombría y, por lo tanto, su no correspon-
dencia con la moral defendida por el socialismo bolivariano del siglo XXI. Así, en
el acto que celebraba su inscripción como candidato electoral del PSUV, Nicolás
Maduro afirmó con vehemencia ante los miles de seguidores que le acompañaron
ese día: “Yo sí tengo mujer, ¿oyeron?, me gustan las mujeres y aquí la tengo”, para
puntualizar, luego del beso a Cilia Flores: “¡Qué bueno es un beso de una mujer,
¿verdad?, o de un ser que uno ama!” (cit. en “Nicolás Maduro”).
Cientos de críticas internacionales y nacionales, en especial de parte de
seguidores y organizaciones LGBTI que apoyan a Henrique Capriles Radonski,
censuraron la homofobia de Nicolás Maduro. Otras numerosas opiniones, esta vez
de parte de los colectivos que trabajan por los derechos de los sujetos sexo-diver-
sos y que son afectos a la revolución socialista bolivariana, tildaron de “desacierto”
las palabras del ahora presidente de la República Bolivariana de Venezuela10. Sin

9 A fin de construir la idea de otredad y odio que Capriles Radonski representaba para la
patria, Hugo Chávez evitó llamar al candidato opositor por su nombre. En su lugar, se refería
a él con adjetivos ofensivos —“majunche”, burgués, etc.— asociados con la amenaza ante
la que debía enfrentarse Chávez —quien se refería a sí mismo en tercera persona, en una
estrategia de desplazamiento metonímico de Chávez con respecto a El Pueblo— como el
candidato de la patria.
10 Entre estas, hubo dos opiniones que, desde mi punto de vista, merecen ser destacadas. Por
una parte, el artículo “El amor Maduro vence los armarios del fascismo”, escrito por Marianela
Tovar Núñez, feminista, activista venezolana por los derechos LGBTI y conocida defensora de
la revolución socialista, en el que, aun cuando sus argumentos no resultan del todo convin-
centes, acierta al advertir que la homofobia no es solo un asunto del chavismo, sino que esta
también permea las políticas de la oposición venezolana. Por otra parte, la intervención de
Simón Delgado, vocero del colectivo ASGDRe, en el Seminario de Patria Socialista, llevado a
cabo en Caracas el 17 y 18 de abril de 2013. Una lúcida opinión respecto de la situación de la
homofobia y la falta de derechos de la comunidad LGBTI en Venezuela, la breve intervención

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embargo, así como la homofobia fue criticada, no deja de ser preocupante


que haya pasado desapercibido el sexismo “anticonstitucional” con el cual
Maduro reafirmaba su “virilidad” —y con ella, la legitimidad de su “mascu-
linidad”— a partir de la exposición pública de su deseo heterosexual: “Yo sí
tengo mujer”, proclamó a viva voz, y con su discurso no solo trajo a escena las
bases en las que se sostienen las desigualdades de género, sino también la mis-
ma violencia que se instaura en la objetivación de la mujer como propiedad
del hombre y en la hegemonía del poder que define la “natural” distinción de
los géneros sexuales.
La importancia de este episodio nos debe obligar a pensar en el hetero-
sexismo que regula la cultura de la masculinidad en el imaginario venezolano
dentro y fuera de la revolución —no solo no mereció la atención de los me-
dios de comunicación la muestra de “hombría” de Maduro, sino que dicha
exposición de “virilidad” fue aplaudida y celebrada por los miles de asistentes
que estuvieron presentes en el acto—. Pero además, este evento demanda la
comprensión de la homofobia como correlato de la heterosexualidad y, por
lo tanto, de las formas de dominación masculinas que han definido tanto las
normas de sociabilidad en Venezuela como la condena de las diferencias a la
abyección durante estos catorce años de gobierno revolucionario. De allí que,
además del sangrante: “Responde, homosexual […]. Acepta el reto, maricón,
acepta el reto”, proclamado por el diputado oficialista Pedro Carreño para refe-
rirse a Henrique Capriles Radonski en la ya mencionada sesión de la Asamblea
Nacional, sea obligatorio llamar la atención sobre la apología de la virilidad de
los hombres que forman parte del proceso revolucionario, de la que también se
regodeó Carreño en su intervención:
El compañero presidente de la Asamblea Nacional [Diosdado Cabello] retó al
choro de Julio Borges, al capo de Julio Borges, y le dijo que se presentara en el
Ministerio Público y llevara pruebas. No solo no fue porque no tenía pruebas,
le faltaban las pruebas y le faltaban las bolas, Diosdado. Le faltaban dos cosas:
las pruebas y las bolas, porque parece ser que a los hombres para ingresar a

de Delgado reconoce el efecto contraproducente que tuvieron los comentarios homofóbicos de


Maduro, sobre todo en el marco de un análisis poselectoral que buscaba comprender el por-
qué de la pérdida de millones de electores que sufrió el chavismo. Sin dejarse obnubilar por
su apoyo al socialismo, entre sus evaluaciones y reclamos, Delgado pone el dedo en la llaga al
señalar la homofobia de la revolución, la falta de conocimiento respecto de la población sexo-
género-diversa, la violencia física y psicológica que sufren gays, lesbianas, transexuales… en
Venezuela —reclama que se llame “crimen de odio” al asesinato de homosexuales—, así como
la negación de la ciudadanía y de protección legal de la que son víctimas. Véanse Prensa Patria
Socialista; Tovar Núñez.

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Primero Justicia primero los castran. Pareciera ser que es un requisito para in-
gresar allí, puros eunucos, no solo castrados, sino también eunucos mentales.
(“Sesión completa”)

Los insultos que buscan degradar la hombría del diputado opositor Julio
Borges no solo refuerzan la idea de la feminidad como sinónimo de incapaci-
dad y deshonestidad, sino que legitiman la homofobia como un ejercicio de la
legalidad, rectitud, honestidad y moralidad de los sucesores de la revolución
bolivariana. Como señala Michael S. Kimmel, la homofobia es
el principio de organización central de nuestra definición cultural de mascu-
linidad. Homofobia es más que el miedo irracional a los gays, es más que el
miedo a que podamos ser percibidos como gays […] es el miedo a que otros
hombres nos desenmascaren, nos castren, revelen al mundo y a nosotros
mismos que no alcanzamos los estándares, que no somos hombres de verdad.
(131, traducción mía)

En la homofobia, por lo tanto, reside no solamente la exaltación de la viri-


lidad, sino también el miedo a no recibir la aprobación “homosocial”, a no ser
reconocido como varón —y, por lo tanto, a ser identificado dentro de los sig-
nificados devaluados con los que se estereotipa la feminidad y se oprime a las
mujeres—. Es decir, “la masculinidad está irremediablemente ligada a la sexuali-
dad” (Kimmel 126) porque su regulación contribuye al control y preeminencia de
la heterosexualidad como norma de sociabilidad y deseo. En tanto que correlato
de la conversión del odio en amor de parte de los discursos institucionales, la ho-
mofobia ha visibilizado el temor del Estado por develar la fragilidad sobre la que se
sostiene dicho amor, pero además ha evidenciado esta fragilidad en la objetivación
de un otro, a quien hay que identificar como homosexual para minimizar en él su
potencial amenaza.
En correspondencia con esta homofobia institucional, no resulta extraño
que, aun a pesar de sus repetidas disculpas públicas, Nicolás Maduro y diferentes
líderes chavistas hayan continuado, a través de las redes sociales y en distintos
episodios de la campaña presidencial, la ofensa iniciada en el acto de inscripción
de la candidatura del actual presidente11. De la misma forma, es consecuente con

11 Ya en abril de 2012, Nicolás Maduro, para entonces en su cargo de canciller, tuvo que pedir
disculpas públicas a la comunidad LGBTI de Venezuela por haberse referido despectivamente a
Henrique Capriles Radonski y Leopoldo López, a quienes acusaba de participar en el asedio a
la sede diplomática de Cuba durante el intento de golpe de Estado contra Chávez en 2002, con
los términos “sifrinos, mariconsones y fascistas”.

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en el proyecto socialista bolivariano

las lógicas homosociales del chavismo el hecho de que el 13 de marzo de 2013, en


uno de los actos de la campaña electoral por la presidencia, Maduro trivializara la
importancia de sus comentarios homofóbicos, en este caso, mediante la invocación
del amor socialista como el afecto que ampara e iguala, y por lo tanto disciplina, las
diferencias entre los sujetos y las diferentes formas de deseo amoroso:
Nuestra bandera y nuestro valor es el amor, y nuestra victoria será cuando
prevalezca el amor por encima del rencor, del odio, cuando prevalezca la paz
verdadera, la paz con justicia con igualdad, la paz, cuando todos nos amemos
los unos a los otros y las unas a las otras y los unos o las otras y las otras a
las unas, para que no vengan a decir que soy homofóbico, erretemofórico,
heterodomofórico, y empiecen a inventar apellidos. (“Maduro a Capriles”)

Al asociar la victoria del socialismo con el triunfo de la igualdad mediante el


ejercicio del amor entre semejantes o, lo que es igual, entre sujetos revoluciona-
rios, Maduro restituye el terreno afectivo que ha definido las políticas socialistas,
entre ellas las que atañen a las prácticas e identidades sexuales, y que regulan
los vínculos colectivos y de pertenencia a la nación a partir de la distorsionada
idea del amor como unidad/semejanza12. Esta idea, a su vez, contribuye con la
construcción de un imaginario homonacionalista de acuerdo con el cual el re-
conocimiento y la inclusión de unos sujetos e identidades homosexuales operan
a partir de la exclusión de otros, cuya demonización es regulada también por
los mismos sujetos homosexuales, quienes, en sus vinculaciones revolucionarias,
respaldan contradictoriamente la normalización de formas de relacionalidad y
afecto heteronormativas (Puar).
El amor heteronormativo en cuanto valor del socialismo ha legitimado
asimismo, en episodios como los protagonizados por Nicolás Maduro, Pedro
Carreño y Mario Silva, la homofobia como una herramienta de burla y agresión.
Más alarmante, si se puede, es el hecho de trivializar el lenguaje y la capacidad de
empoderamiento que supone el hecho de reconocer en la “homofobia” el odio, la
hostilidad social y la violencia física y subjetiva con la cual se estigmatiza a los su-

12 Al referirse a los obstáculos que impiden el desarrollo de un concepto político del amor en
la actualidad, Michael Hardt enfatiza, entre otros, las cualidades, las prácticas y los objetivos
unificadores del amor. Es decir, el hecho de que el amor sea la manera de nombrar los vín-
culos compartidos entre quienes son iguales, o bien el proceso de unificación por el cual las
diferencias se pierden o se dejan de lado (677). Estas características son propias de proyectos
nacionalistas como el aspirado por Hugo Chávez, y dependen de la exclusión y el repudio de
las diferencias a favor de la autocomplacencia y prolongación de la imagen distorsionada de
justicia que defiende la revolución bolivariana.

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jetos cuyas identidades de género no se corresponden con la norma heterosexual.


La ironía del comentario de Maduro, además de pretender anular las diferencias
entre los sujetos, desacredita las luchas de los colectivos LGBTI, las cuales enfrentan
la disconformidad con la diversidad que caracteriza a las sociedades heteronor-
mativas —disconformidad que afecta a los individuos no normativos, no solo a
nivel psicológico, sino también a nivel político, y pone a todos los ciudadanos no
normativos en un alto riesgo de sentir o incluso experimentar exclusión, denigra-
ción, discriminación, victimización por crímenes de odio, migraciones forzadas
y negligencia de parte de la seguridad del Estado y de las políticas de bienestar
social—, pero además impulsan el desarrollo de políticas que luchen contra las
experiencias y emociones que supone vivir bajo condiciones de amenaza y odio
(Corrales y Pecheny 3).
Las contradicciones saltan a la vista. Por una parte, se pretende una socie-
dad inclusiva y se respalda la formación de organizaciones a favor de los derechos
LGBTI. Por otra parte, las bases de dicha igualdad se promueven en el marco
de un discurso que legitima la heteronormatividad y condena a la abyección a
los sujetos cuyas identidades no se correspondan con la norma heterosexual y
revolucionaria.
No es casual, por lo tanto, que la sospecha de homosexualidad de Capriles
Radonski se convierta en motivo de burla y en arma de desacreditación, y que
estas estrategias hagan de él una figura de amenaza y otredad: esta condena a su
supuesta homosexualidad permite legitimar la heteronormatividad que respalda
y en la que se sostiene el amor socialista. En Venezuela, ni las instituciones socia-
les, ni el sistema educativo, ni el sistema jurídico y legislativo, ni mucho menos
las precarias formas de salud pública contemplan maneras de organización y
asistencia sociales que no funcionen en torno a las prácticas heterosexuales. Pero
además, la vigilancia que regula el funcionamiento de la cultura heterosexual
también se produce a través de modos de control cotidianos e informales, como
los comentarios agresivos contra gays, lesbianas, transgéneros…, las murmura-
ciones y enjuiciamientos moralistas y, sobre todo, los chistes que hacen burla a
partir de la homosexualidad y de las formas de identidad que no se ajustan con
el binomio hombre/mujer. Este contexto incentiva la devaluación de las formas
de deseo homoeróticas y contribuye con las experiencias de degradación y
violencia que deben sobrellevar los sujetos queer, entre las que se encuentra la
amenaza a la fantasía de la buena vida y la felicidad social que respalda la cultura
heterosexual como marco narrativo del amor (Berlant 20-22). De allí que la burla
sea una forma más de condena a la homosexualidad y una herramienta política
para demostrar la amenaza a los modos de regulación de la sexualidad que se

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ocultan tras la fantasmática idealización naturalizada de la heterosexualidad.


Este mismo contexto es el que ha fomentado la idea de que cuando se hace refe-
rencia a la sexualidad se está hablando de la homosexualidad y de que esta —al
igual que el amor— es un asunto íntimo, que pertenece al ámbito de lo privado.
Este último fue, de hecho, uno de los argumentos con los cuales Maduro, en el
acto citado anteriormente, se exculpó de la homofobia que le había sido atribui-
da. Así continuó su discurso:
Este señor, que yo le he dicho el señorito de los apellidos de alcurnia […]
él salió iracundo contra mí diciendo que yo me había metido con su vida.
No me he metido jamás, lo respeto. Sea lo que él sea, lo respeto y tenemos
que respetarlo todos, es absolutamente en serio, tenemos que respetarlo
todos, pero no sea manipulador, no sea manipulador. Yo asumo con orgullo
y respeto a quien asume con orgullo su vida. Sea la que sea […] Si yo fuera
homosexual lo asumiría con orgullo a los cuatro vientos y amaría a quien
me toque amar con el corazón, sin problemas, porque el peor homofóbico
es el que siendo [homosexual] discrimina a los propios suyos. (“Maduro a
Capriles”, énfasis añadido)

Una de las razones por las cuales los diferentes episodios reseñados en
este artículo no han suscitado la merecida importancia —más allá de la que
concierne a la campaña electoral o a titulares sensacionalistas— está en el
hecho de que el sexo ha sido concebido como patrimonio de la intimidad y
como un concepto desligado de la heterosexualidad. La distinción entre el es-
pacio público y el espacio privado está dispuesta para que la heterosexualidad
conserve su carácter “no problemático” y “natural” en la expresión de afectos
entre dos personas de diferente sexo en el espacio público13. Por el contrario, no
solo las parejas del mismo sexo deben ocultar su afectividad en público, sino que
también el espacio de la intimidad está vigilado por el poder (Sedgwick 40). La
concepción de la sexualidad como un asunto privado enmascara la preeminencia

13 Al respecto, es relevante la justificación de Pedro Carreño acerca de la vigilancia de la


sexualidad en el espacio privado. En la ya mencionada intervención que hizo en la Asamblea
Nacional, Carreño declaraba: “El problema no es la inclinación sexual, el problema es que
tienen una vida oculta, y la vida privada de los hombres públicos deja de ser privada cuando
impacta al colectivo. Y surge un interrogante entonces: ¿qué pasará con estas personas que
llevan una vida oculta en el manejo de los asuntos públicos? Por eso hay que desenmascararlas
a esas personas” (“Sesión completa”). En efecto, Hugo Chávez y su proyecto socialista revo-
lucionario hicieron del amor —y, en consecuencia, de la sexualidad— un asunto público, pero
también un asunto de Estado que debía ser vigilado y controlado para reforzar la normalidad
de la heterosexualidad.

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de la heterosexualidad como forma legítima de sociabilidad y deseo. De esto se


desprende el hecho de que la transgresión, cuando ocurre, necesita ser pato-
logizada y estigmatizada en beneficio de la estabilidad del orden heterosexual
y reproductivo. ¿Cómo es posible, entonces, “amar a quien me toque amar”
en una sociedad que señala la transgresión del deseo homoerótico en chistes
cotidianos, en la que se hace ofensa política a partir de la homosexualidad,
en la que el crimen de odio mata impunemente, o en un proyecto de nación
socialista que se erige sobre los estándares de la moral cristiana, el deber so-
cial y la fraternidad? En su apología al respeto de “la intimidad”, por la “vida
privada” de los seres humanos, Nicolás Maduro naturaliza la normatividad del
deseo heterosexual, despolitiza la discriminación que sufren los homosexuales
en Venezuela y refuerza la idea destructiva, tan enraizada en el imaginario ve-
nezolano, según la cual
la opresión de las lesbianas y los gays no es tan seria como otras opresio-
nes. No es una cuestión política sino un asunto privado. El impacto, capaz
de arruinar una vida, de la pérdida de trabajo, hijos, amistades y familias; el
desmoralizante peaje de vivir en el miedo constante a ser descubiertos por
la persona equivocada permean la vida de todas las lesbianas y gays, hayan
salido del armario o no. La violencia física y las muertes que sufren los gays
y las lesbianas a manos de homófobos pueden ser, si uno suscribe este mito,
completamente ignoradas. (Smith 227-228)

Tras la aparente tolerancia del “sea lo que él sea, lo respeto” se delimita


la frontera entre los cuerpos inteligibles y los que no se corresponden con la
norma heterosexual y, desde esta misma posición, se rearticula la distinción que
sostiene el nosotros versus el otro —“esos son los amigos y amigas de uno, de siem-
pre, desde niño”— de la revolución socialista. Esa frontera se materializa de manera
alarmante cuando en sus argumentos Nicolás Maduro invoca los esfuerzos por
“reconocer la existencia” de los sujetos sexo-diversos sobre la base del ejercicio
legislativo:
Primero tengo que decir que toda la vida a uno en el pueblo, uno es respetuo-
so de la vida privada de los seres humanos, y en el término de la vida sexual,
lo que hoy se conoce con el concepto de los Diversos Sexuales, esos son los
amigos y amigas de uno, de siempre, desde niño, niña, joven, porque siempre
hemos respetado… Tan es así que se propuso una enmienda a la Constitu-
ción para reconocer su existencia y el respeto supremos de la República y de
la patria a nuestros hermanos y hermanas Diversos Sexuales, y la oposición
y la derecha llamó a votar en contra de esa enmienda. (“Maduro a Capriles”)

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No es azarosa la expresión empleada por Maduro para hablar de la función


de la Constitución: la enmienda que proponía “reconocer la existencia” de los
sujetos sexo-diversos es justamente un acto performativo de la ley a partir del
cual se materializan los cuerpos de estos sujetos y adquieren inteligibilidad en
su reconocimiento como ciudadanos —es decir, como humanos—, aunque di-
chos derechos no supongan una expresión de libertad. En este sentido, incluso
el reconocimiento programático de la vulnerabilidad que sufre la comunidad
sexo-género-diversa en Venezuela, presentado como parte de los objetivos de la
Propuesta del Candidato de la Patria Comandante Hugo Chávez para la Gestión
Bolivariana Socialista 2013-201914, se inscribe en el marco de unos “plantea-
mientos humanistas” que buscan “producir una nueva cultura” regulada por las
ideologías estatales que, aunque entienden que el capitalismo es en gran medida
responsable de las formas de opresión de los sujetos y de sus identidades, no
parecen reconocer que sus políticas, legislaciones y proyectos sociales también
reproducen las relaciones de poder en las que se sostiene el capitalismo, entre
ellas, la violencia que supone la concepción del hombre y de la mujer como
identidades normativas y de la familia heterosexual como modo de asociación
“natural” de las personas. En consecuencia, a partir de la emergencia de las
subjetividades sexo-diversas se pretende regular y cosificar las identidades queer
bajo un paradigma homogéneo que se corresponde más con la función normativa
del lenguaje en la que se sostiene la representación política de los sujetos que con
el cuestionamiento de las identidades y la cultura heterosexuales (Butler, Gen-
der). A su vez, la misma etiqueta que funda su inclusión social en Venezuela —la
sexo-diversidad— define las sexualidades e identidades no normativas como el
“otro” de la representación de El Pueblo, en el que el socialismo reconoce el pre-
sente y futuro de la revolución, argumento cuya relevancia se verifica en la misma
proclamación de Chávez, en el programa 131 de Aló Presidente, según la cual “los
homosexuales también tienen sus derechos”. Una vez más, nos encontramos con
la sexo-diversidad como valor de cambio dentro de un proyecto pluralista que

14 Está comprendido en el subapartado correspondiente al Objetivo Nacional 5.3, “Defender y


proteger el patrimonio histórico y cultural venezolano y nuestro americano”, que se propone:
“5.3.3.2. Poner especial acento en las relaciones de género. En este sentido, impulsar la crea-
ción de grupos de trabajo conformados por mujeres, al fin de reflexionar sobre su vida familiar
y laboral y producir estrategias de resistencia y liberación, ya que sufren el embate de las
culturas dominantes, donde la mujer es relegada a un papel secundario, sufriendo a menudo
formas explícitas de violencia. Lo mismo aplicaría a los grupos sexo-diversos, (homosexuales,
lesbianas, bisexuales y personas transgéneros), obligados a vivir una condición de represión
y humillación, donde la única vía de salida es la frivolidad ofrecida por el mundo capitalista”
(Chávez Frías, “Propuesta” 38).

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ha encontrado en el carácter representativo de las identidades la expresión de


una sociedad incluyente, cuando en realidad dicho proyecto solo perpetúa las
estrategias de poder que distinguen las identidades hegemónicas de las que no lo
son, sin suponer cambios reales en la construcción de las identidades y sin pro-
ducir cambios radicales que modifiquen las formas de sociabilidad/sexualidad y
legislación en las que se respaldan la homofobia, la intolerancia por la diversidad
sexual y los crímenes de odio en Venezuela.
Como he venido insistiendo, la construcción del amor socialista legitima
la heterosexualidad como modo de sociabilidad y necesita de un otro al cual
temer para conservar su hegemonía. El pensamiento y la sociedad heterosexua-
les que refuerzan el amor como valor de sociabilidad del socialismo bolivariano
del siglo XXI están fundados “sobre la necesidad del otro/diferente en todos los
niveles. No puede[n] funcionar sin este concepto ni económica, ni simbólica, ni
lingüística, ni políticamente” (Wittig 53). Pero en la construcción del otro, la so-
ciedad heterosexual no solo se oprime a lesbianas, gays, bisexuales, transgéneros
o intersexuales, sino que, en su normatividad, “oprime a muchos otros/diferentes,
oprime a todas las mujeres y a numerosas categorías de hombres, a todos los que
están en la situación de dominados. Porque constituir una diferencia y controlarla
es ‘un acto de poder ya que es un acto esencialmente normativo…’” (Wittig 53).

Aperturas: el amor como concepto político


Lejos de salir al rescate de las señas de masculinidad o de la celebración
de la homosexualidad de Henrique Capriles Radonski, esta investigación bus-
ca formar parte de las voces de denuncia que han censurado la homofobia de
parte de algunos dirigentes políticos relevantes dentro de las filas chavistas.
Sin embargo, quiero enfatizar que esta denuncia solo será efectiva cuando se
extienda a las formas de sociabilidad moralistas y cristianas que promueven las
voces más representativas de la oposición venezolana, entre ellas la del mismo
candidato opositor.
Mi objetivo en este artículo ha sido, en este sentido, proponer una lectura
que advierta el carácter coercitivo del amor como herramienta política en la que
se apoyan las aspiraciones socialistas de Hugo Chávez y de sus sucesores políti-
cos. En particular, porque esta lectura podría ayudarnos a comprender por qué
la intolerancia por las diferencias —enmascarada con la promesa de igualdad
que propone el socialismo bolivariano— se ha erigido no solo en razón instru-
mental del Estado, sino también en herramienta necesaria para conservar la
dicotomía del nosotros versus los otros en la que se reactualiza la legitimidad
del proyecto socialista.

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en el proyecto socialista bolivariano

Con todo, no quisiera finalizar esta breve aproximación a las políticas de la


sexualidad en el socialismo bolivariano sin antes reivindicar el hecho de que el
amor puede llegar a considerarse un concepto político alternativo y democrático,
cuando su formulación se distancia de las ideas de unidad, semejanza y, sobre
todo, de la idea y los ideales de nación. Como bien ha apuntado Michael Hardt,
es posible concebir el amor como un concepto político cuando puede caracteri-
zarse por al menos tres cualidades:
Primero, el amor debería extenderse a lo largo de las escalas sociales y crear
lazos que sean tanto íntimos como sociales, destruyendo con ello las divisio-
nes convencionales entre lo público y lo privado. En segundo lugar, el amor
debería operar en un terreno de multiplicidad y funcionar a través no de la
unificación, sino del encuentro e integración de diferencias. Finalmente, un
amor político debe transformarnos, es decir, debe designar un proceso de
transformación tan poderoso que en el amor, en nuestros encuentros con los
otros, siempre estemos en proceso de hacernos diferentes. En este sentido, el
amor es siempre un riesgo en el cual abandonamos nuestras ligaduras a este
mundo con la esperanza de crear otras mejores. (678, traducción mía)

Ante las dificultades para lograr una integración y una igualdad sociales a
partir de principios humanistas y universales, queda la posibilidad de reconocer
en la celebración de las diferencias nuevas formas de socialización. En conse-
cuencia, la lucha por el reconocimiento de derechos civiles para las comunidades
LGBTI en Venezuela debe ir de la mano de modos de sociabilidad que saquen el
dominio de la sexualidad del espacio privado y que conlleven un efectivo cuestio-
namiento de lo que significa la vida humana, cuestionamiento que entienda que
la libertad y la revolución comienzan en la diversidad que convoca el amor queer.

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