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Lectura 2 - Aprender A Ser Competentes
Lectura 2 - Aprender A Ser Competentes
Sin embargo, hay confusión. No hay un consenso claro entre docentes y especialistas
respecto del sentido que queremos otorgarle a esta noción y, junto a ella, a la
direccionalidad de los cambios que esto supone.
DEFINICIÓN:
Es en este marco que se puede definir la competencia como una capacidad de acción e
interacción sobre el medio, natural, físico y social. Una capacidad de acción e
interacción eficaz y eficiente:
Se cree, asimismo, que los dos últimos sentidos de esta así llamada “capacidad de acción
e interacción”, especifican a los dos primeros: se buscan personas capaces de resolver
problemas y concretar metas, pero no de cualquier manera ni a cualquier costo, sino con
pertinencia a la diversidad social y cultural; no imponiendo, sino respetando e
incorporando con amplitud, intereses y perspectivas distintas.
Por eso se considera una buena síntesis, rindiendo homenaje al término propuesto por la
Comisión Delors de la Unesco, el definirla como un saber hacer. Un saber hacer en el
sentido de un saber actuar e interactuar, de un saber cómo antes que de un saber qué.
Pero además, como un saber hacer con calidad técnica y con calidad ética; eficiente y al
mismo tiempo respetuoso; creativo, pero al mismo tiempo constructivo. Un saber hacer
eficaz, que contribuya al crecimiento personal y también al fortalecimiento de la
convivencia.
En ese sentido, una habilidad cognitiva, por ejemplo, a pesar de ser importante para el
enriquecimiento de un saber hacer, no se confunde con la competencia. Las
habilidades perceptivas, discriminativas, deductivas o críticas, en sí mismas, pueden ser
usadas para cualquier propósito. Es mejor aprenderlas en función de fortalecer una manera
de actuar eficaz y a la vez cooperativa, transformadora, pertinente a las necesidades y
desafíos que se tiene como colectivo social en este momento de la historia común. A ese
tipo de desempeños se le llama competencia.
El término currículo por objetivos está en esta segunda acepción. Es decir, hablamos
de un currículo que propone indistintamente que los estudiantes logren aprendizajes
actitudinales, cognitivos, motores y conceptuales.
Un currículo por competencias busca enriquecer un saber hacer. Por tanto, coloca a los
estudiantes en situación de hacer. Le interesa que desarrollen y usen un conjunto de
destrezas mentales y operativas pero en función de obtener un resultado. Que interpreten
información pero para emplearla, y que adopten determinadas actitudes en función de
resolver una situación. Que reflexionen su proceso y se apropien conscientemente de las
capacidades desplegadas, en tanto comprueben que les sirven para mejorar su capacidad
de interacción con el medio.
Se puede apostar más bien por una definición más holística de la noción de competencia,
ya que el dominio hábil de conceptos, siendo necesario, no es una competencia. El
dominio hábil de un procedimiento, tampoco. La demostración de consistencia en un
conjunto de actitudes, por importantes que sean, menos. Vistos así, están fragmentados,
son entidades separadas y diferenciables en el modo de aprender y de evaluarse. Los
tres aspectos constituyen aspectos perceptualmente distinguibles en el desempeño
competente de una persona, pero por ser elementos vinculados dentro de un sistema
particular de actuación, definirlos en lista o por separado no equivale a definir la
competencia observada.
Diera la impresión de que basta tener un buen dominio en estas tres parcelas, para recibir
automáticamente la cédula que nos acredita como personas competentes. La suma de las
partes de un teléfono da el teléfono, no importa si juntadas en una bolsa, con tal de que no
falte ninguna y que cada una sea de estupenda calidad.
Por otro lado, si se trata de distinguir aspectos de una competencia cuya formulación busca
expresar nítidamente una forma competente de actuar, aquí está faltando algo. En la
radiografía de todo hacer competente se puede encontrar siempre un cierto manejo de
información o de nociones (no necesariamente dominio de conceptos en sentido estricto),
un cierto manejo de procedimientos; y por supuesto, determinadas actitudes.
Pero falta un cuarto elemento, tan decisivo como las actitudes mismas: niveles
metacognitivos básicos, es decir, un dominio elemental de ciertos procesos mentales
(creatividad, flexibilidad, transferencia, deducción, inducción, etcétera) necesario para
correlacionar los tres aspectos anteriores con pertinencia a las circunstancias y a las
propias posibilidades individuales. Si no se demuestra capacidad para hacer una
evaluación crítica, imaginativa y flexible de la situación en la que se tiene que actuar
¿cómo discernir qué información me es más útil; qué procedimientos debo usar,
combinar, crear o recrear; qué actitud me conviene más adoptar?
Pero todas estas cuestiones solo se hacen visibles cuando el foco de la atención se
desplaza a la vida, no a la teoría. Son numerosos y notables los investigadores que, frente
a preguntas similares, eligieron ese fecundo camino. Gardner estudia la inteligencia
humana observando el desempeño de las personas talentosas. Piaget observa a sus hijos.
Antes, Darwin había hecho lo mismo con los suyos. Senge y Goleman distinguen
factores de eficiencia del trabajo en equipo… que surgen de observar cómo interactúan
equipos altamente competitivos en la vida real.
En esa perspectiva es que se plantea atender cómo el estudiante que está exhibiendo
habilidad en la solución de una situación, interrelaciona de manera reflexiva y
flexible nociones, procedimientos y actitudes. Observar estudiantes en acción aporta varios
datos interesantes:
a) Las actitudes encabezan el proceso de aprendizaje. Si asumimos la actitud
como postura o disposición básicamente afectiva para comportarse de una manera
determinada, vamos a diferenciar tres tipos de actitudes:
Pero el foco está “en las manos”. Cuando los estudiantes se colocan en situación de
responder a un problema que les interesa y los reta, puede haber reflexión previa o
acuerdo previo respecto a un plan para abordarlo, pero saben que el ensayo de
respuesta es el momento crucial, el que puede disminuir o aumentar el interés,
fortalecerlos en la confianza o desalentarlos, confirmar o cuestionar sus suposiciones,
agregar nuevas preguntas, despertar otras necesidades, lanzarlos a la búsqueda de mayor
información.
c) La información emerge como necesidad del proceso. Puede ser sumamente fácil
comprobar cómo es que las personas en general, y los estudiantes en particular, que se
encuentran en trance de enfrentar un problema cualquiera, requieren apenas de un monto
básico de información antes de empezar a operar. Es durante el proceso que empiezan a
aparecer de un modo más claro nuevas necesidades de información. Es esta curiosidad,
que brota de la propia experiencia y reflexión del sujeto, la que le lleva espontáneamente
a la exploración de diversas fuentes.
Naturalmente, el docente como mediador del proceso de aprendizaje, colabora con los
estudiantes, en el centrar estas necesidades, estimulando la percepción de otras demandas,
orientando su investigación y luego ayudando a discernir y organizar sus resultados o
incluso a profundizarlos y a complementarlos con sus propios conocimientos. Pero el
“hambre de saber” solo surge de la experiencia de enfrentar el problema.
Algunos interpretan que la definición del concepto de competencia como saber hacer es
una opción conductista, pues suponen que se parte de la clásica concepción del
aprendizaje como cambio de conducta observable.
Pues nada hay más distante de la epistemología mecanicista y lineal en que se ha
sustentado la pedagogía hasta la actualidad, que una noción de competencia definida como
saber hacer-saber actuar, inspirada más bien en una teoría del conocimiento relacional y
dinámica. Se sabe que en el anterior enfoque curricular, los aprendizajes terminales podían
traducirse en pequeñas conductas observables, susceptibles de chequearse con una simple
lista de cotejo. Por ejemplo:
Esto nos lleva a discutir cuestiones más de fondo. Por ejemplo, la autoestima, la
conciencia de la propia dignidad, el amor por la vida, el sentido de ciudadanía ¿son
irreconocibles por un observador externo? ¿Es acaso imposible notar en una persona un
mayor o menor grado de autoestima? ¿El amor por otras formas de vida es una disposición
tan “interna” que resultaría ilusorio pretender advertirlo desde “afuera”?
¿La postura ciudadana es solo un sentimiento personal indescifrable o puede expresarse en
formas notorias de actuar?
Es verdad que no todos los aprendizajes son necesariamente obvios para el observador
externo, pero -y esta es una antigua certeza que se sustenta en la biología, desde Bateson
hasta Maturana, pasando por Piaget- TODO APRENDIZAJE ES UNA FORMA DE
CAMBIO. Hasta los organismos unicelulares, en las continuas interacciones con su
medio, demuestran aprendizaje cuando modifican sus pautas de relación e intercambio con
el entorno. Los seres humanos somos esencialmente relacionales. Todo cambio interno
se refleja inevitablemente en la dinámica de interacción con otros.
Hasta un niño que, llevado por su curiosidad, amplía el horizonte de su información sobre
los dinosaurios, modifica su pauta de relación con el mundo animal. Al menos con el
segmento cuya ontogenia encierra la mayor cantidad de enigmas asociados a la evolución.
Lo vuelve más observador, más acucioso, mejor, dispuesto a dejarse fascinar por la vida,
a, hacerse preguntas sobre el futuro. Este cambio en su disposición afectiva se traducirá,
entonces, en conductas exploratorias e interrogativas. No lo va a dejar quieto. Cosa muy
distinta si acaso su pesquisa le ha sido impuesta desde afuera y se ha visto presionado a
acumular datos sobre temas ajenos a sus intereses. Solo esa clase de “aprendizajes” no
generan cambio.
No se puede olvidar que se está buscando calificar la práctica social y ciudadana de las
nuevas generaciones. Alimentar su capacidad para hacerse a sí mismas y para convivir
con otros, aun en medio de las circunstancias más difíciles.
Pero no esas son afirmaciones novedosas. Esto es tan viejo como la educación
misma. La misma antropología sabe que en todas las culturas del planeta, el sentido de las
prácticas de socialización ha sido siempre habilitar a las personas para actuar de manera
pertinente y productiva al interior de su medio.
Pero no se está defendiendo esa posición. El saber ser, es decir, el saber afirmar y
fortalecer la propia identidad con autenticidad y autoconfianza, puede ser observado desde
afuera y eso no lo transforma en conductista. De lo contrario, todas las
competencias referidas a la identidad –eje central del área personal social y del
currículo- no podrían evaluarse.
Esta discusión es muy antigua. Ya Sócrates, trescientos años antes de Cristo, sostenía que
la virtud debía tener manifestaciones visibles en el espacio ciudadano y en el ámbito
privado. Es decir, debía reflejarse en la vida. Cristo mismo sostenía con énfasis que la
gente será reconocida por lo que hace.
El “saber hacer” que se espera lograr en los estudiantes no se reduce a un manejo hábil
de procedimientos. Constituye una conducta reveladora de una determinada calidad
personal y social. Un saber hacer eficaz y, al mismo tiempo, ético. Útil, pero también
edificante. La noción no es un Caballo de Troya. Es, en el mejor sentido del término,
sinérgica. La dimensión personal y axiológica no está excluida, lo que no le impide afirmar
un eje, que es, siguiendo a Gardner y Maturana, la capacidad de enfrentar y resolver
problemas demostrando consensualidad. Tal es el hacer inteligente que se alude.
Hay quienes, creyendo honestamente que la virtud está siempre en el medio, sostienen que
el aprendizaje de competencias no debe contraponerse a la adquisición de conocimientos,
pues ambos son igualmente importantes. Y tienen razón, no se trata de subvalorar el
necesario manejo de información o la propia capacidad de conceptualización por parte de
los estudiantes. Se trata simplemente de seleccionar mejor este tipo de aprendizajes (la
cantidad no será más sinónimo de calidad) y de colocarlos en perspectiva.
No está mal saber mucha historia, gramática, geografía o ciencia. Mal, en el sentido de
perverso, ruin o infame, por supuesto que no. Más bien saber todo esto y más puede
resultar sencillamente inútil, sobre todo si no se sabe, simultáneamente, emplear este
saber para crecer como persona, para convivir en el respeto a lo diferente, para hacer
frente a los problemas de hoy y a los que, se avizoran para el futuro inmediato, con
eficacia y con sentido ético. Si no ayuda a eso, es inútil.
BIBLIOGRAFÍA