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CÓMO NOS RELACIONAMOS

Sharon SALZBERG1
Amor verdadero. El arte de la atención y la compasión
Editorial Ámbar
pp. 188-194

Si tendemos a ser ansiosos y controladores, es probable que queramos llenar el


espacio intermedio con lo que creemos que mantendrá a los demás a nuestro lado.
Intentaremos volvernos indispensables; resolveremos ser más útiles, sexys, perfectos,
inteligentes, buenos, interesantes. Por supuesto que no solo seremos inauténticos sino que a
menudo nos equivocaremos sobre lo que el otro quiere en verdad de nosotros. Haremos
suposiciones con base en nuestras necesidades y quizás infrinjamos la autonomía de la otra
persona.
Uno de los modos más terribles en que muchas personas, típicamente las mujeres,
tratan de salvar la brecha entre ellas y el ser amado es desaparecer, volver invisibles sus
necesidades y deseos. Gina me habló del despertar que tuvo mientras se curaba del cáncer:
“Antes era el tipo de mujer que, cuando se muere de calor en el coche, lo único que se
atreve a decirle a su esposo es: “¿No sientes calor, querido?”.
También podemos tratar de eliminar el espacio intermedio fijándonos solo en nuestras
propias necesidades. Otro alumno mío, Bill dice haber “liberado” su corazón cuando dejó
de ser el centro de la vida de su esposa. Esto sucedió cuando ella le dijo que quería
ausentarse 3 meses del hogar para hacer un viaje con su hermana tras la muerte de su
madre. La honesta respuesta de él fue: “Eso no me conviene, pero si es lo que necesitas,
anda”. La gratitud de ella le ayudó a ver que tomar en cuenta la diferencia de sus
necesidades era una manera de fortalecer su amor. Como dijo una vez Eleanor Roosevelt:
“Dar amor es educación en sí mismo”. Aprendemos sobre la marcha.
Tanto para Bill como para Gina, no fue hasta que reconocieron su ansioso deseo de
fusionarse con el otro, que pudieron crecer como individuos o con su pareja. Rainer María
Rilke describió bellamente el espacio sagrado entre las personas en su libro “Cartas a un
joven poeta”:

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Nacida en Nueva York, Sharon Salzberg estudió meditación budista en Asia bajo la instrucción de varios
maestros, enfocándose en la meditación del amor bondadoso, (Metta) como su práctica principal. Ha
enseñado meditación en occidente desde 1974 y es cofundadora del movimiento de meditación vipashyana.

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El propósito del matrimonio no es engendrar una comunidad inmediata a fuerza de
destruir todos los límites; por el contrario, en un buen matrimonio cada miembro de la
pareja nombra al otro guardián de su soledad, y es así como se muestran la mayor confianza
posible [….] Esto genera una contigüidad maravillosa si ellos aciertan en amar lo que los
separa, porque les brinda la posibilidad de verse siempre como un todo y ante un cielo
inmenso.
LÍMITES MÓVILES

En todas las relaciones perdurables y comprometidas, sea entre novios, cónyuges,


parientes o amigos, el espacio intermedio oscilará con el tiempo, forzado por la
circunstancias, y cambiará conforme cada persona transita por la vida. Bárbara escribe
sobre la manera en que aprendió a tolerar las dilataciones y contracciones en su larga
relación con su prima Sue.
“A pesar de que antes éramos muy buena amigas” dice Bárbara, ahora en sus
cincuenta, “Sue y yo hemos crecido y cambiado. Cuando éramos jóvenes le regalé esos dos
monos abrazados unidos con velcro, pero supongo que mi idea acerca de las mejores
amigas era asfixiante para ella. Su forma de ser era distinta; necesita más espacio. Me dijo
que ser las mejores amigas no tenía por qué significar „Barb y Sue‟ en una placa, lo cual me
molestó y me sigue doliendo hasta hoy. Sin embargo, fue también una lección de que los
demás no siempre corresponderán mi amor como yo quiero”.
Entre padres e hijos, los límites son siempre móviles; prepararlos para que sean
independientes es el deber número uno de los padres y su mayor regalo de amor. No
obstante, eso no quiere decir que resulte fácil ver que tu hijo se marcha por primera vez a la
escuela, toma el volante de un auto y se despide agitando la mano mientras se aleja o se
encamina a la universidad, dejándote atrás. Alegres y temerosos de lo que eso puede
depararles a sus amados hijos, los padres los animan, lloran y se preocupan al mismo
tiempo.
Siempre he creído que una línea particularmente difícil de salvar es la que existe entre
el temor y el amor, en especial para los padres, quienes más que nada quieren evitar que sus
hijos sufran.
Claudia, veterana practicante de la meditación, chocó de frente con sus temores
durante unas vacaciones en una isla del Caribe. Su hijo, de nueve años de edad, ansiaba

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recorrer un famoso sendero que serpenteaba en las alturas del bosque tropical junto al
océano; la inquieta mente de Claudia se llenó de las preocupaciones sobre rocas dentadas y
escorpiones lo que suscitó imágenes de tobillos fracturados, venenosas picaduras e
insolación. No obstante, la ansiedad de su hijo le maravillaba y quería que él tuviera la
aventura que tanto anhelaba. Así que partieron.
“Voló por el camino como una pequeña cabra montés”, me escribió, “sin caerse un
instante pese a sus muchos tropiezos. Yo me rezagué, aunque a cada momento le recordaba
a gritos que tuviera cuidado, que no se adelantara demasiado, que se fijara donde ponía el
pié y evitara avispas y telarañas. “Ésa no era una diversión para ella y se percató de que
estaba al borde del pánico. Se dijo entonces lo que tantas veces les había dicho a sus
ansiosas amigas: “Respira, relájate, goza el momento”, justo aquello que podía despertar su
atención, pese a que respiraba con demasiada dificultad para cambiar pronto de actitud.
Tras respirar hondo un par de veces, recordó, “de lo profundo de mi ser surgió una voz que
susurró en mi oído una enseñanza budista: “Haz reposar la mente asustadiza en brazos de la
bondad amorosa”.
Sí. Desde luego. ¡Puedo hace eso! , pensó. Comenzó por dirigirse en silencio bondad
amorosa a sí misma, una madre llena de amor pero sacudida por el miedo. “Que esté a
salvo y protegida”, murmuró, “que esté en paz”. Después le envió amor y deseos de
bienestar a su hijo mientras avanzaba a trompicones por el sendero. Aparecieron unos
excursionistas que iban colina arriba; parecían cansados y sudorosos y Claudia les dirigió
deseos de buena voluntad. Cuando su hijo y ella se acercaban al final del sendero, estaba
tan contenta que deseó paz y tranquilidad a todo lo que los rodeaba, los árboles, las rocas y
hasta las temibles y furtivas criaturas que por fortuna no los habían importunado.
Sin proponérselo, Claudia se había abierto paso por todas las fases tradicionales de la
meditación de la bondad amorosa, de ella a su hijo, a los extraños, y a todos los seres con
que se encontró. Sobre todo, al arreglárselas para controlar su miedo le concedió a su hijo el
espacio que necesitaba para cumplir un sueño y florecer. Ése fue su regalo de amor.
LA DIFERENCIA ES EL VÍNCULO

La forma en que atravesamos el espacio entre nosotros cuando surge un conflicto tiene
un efecto profundo en la salud y longevidad de nuestras relaciones. En las cuatro ultima

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décadas, los psicólogos John y Julie Gottman han estudiado a miles de parejas, interesados
en cómo discuten un problema y en sus interacciones diarias.
Descubrieron que un par de indicadores centrados en lo que llaman “seguridad
emocional” les permitían predecir con más de noventa por ciento de precisión si las parejas
serian felices, se mantendrían unidas pero infelices o romperían después de varios años.
Las parejas que reaccionaban a un conflicto con desdén, critica, a la defensiva o
evasión iban en camino a la infelicidad. No solo sus palabras, también su cuerpo lo sugería:
cuando se registraban sus signos fisiológicos, estos revelaban que ellos se hallaban en el
modo de pelear o huir. Incluso en momentos menos estresantes, se medía su tensión física y
resultaba que solían ignorar o interrumpir las solicitudes de atención de su pareja.
Las parejas que permanecían unidas no estaban exentas de conflictos, pero adoptaban
un método específico para abordarlos. Buscaban la manera de expresar claramente sus
necesidades sin agredirse ni rebajarse. Cada miembro de la pareja daba por sentado que las
intenciones del otro eran buenas, aún si sus acciones habían sido nocivas. Y creaban un
ambiente inofensivo mediante pequeños actos diarios de bondad, atención y generosidad.
Candace me contó una historia maravillosa sobre el día en que su esposo y ella
aceptaron por fin sus diferencias. Ella acababa de leer un ensayo del renombrado maestro
tailandés Ajahn Chah en el que este escribió: “Si quieres que un pollo sea un pato y un pato
sea un pollo, sufrirás”.
Pensó en su más reciente pelea con su esposo y la metáfora le acomodó. Así que la
siguiente vez que apareció un conflicto, ella le dijo: “Creo que nuestro constante conflicto
se debe a que tú eres un pato y yo un pollo y cada uno quiere cambiar al otro”. Y agregó:
“Eso nos agradó a ambos. Días después tuvimos una discusión a propósito de un sarpullido
suyo; yo quería que fuera al médico y él se negaba, de modo que le dije: “¿Por qué cada vez
que quiero que hagas algo tú quieres hacer lo contrario? “ Y él contestó: “Porqué soy un
pato”. Desde entonces no hemos cesado de trabajar con esta imagen.
En “No Man is an Island”, el monje trapense Thomas Mertos afirmó: “El principio
del amor es la voluntad de permitir que quienes amamos sean cabalmente ellos mismos, la
resolución de no deformarlos para que se ajusten a nuestra imagen”.
Es decir, debemos conocernos para saber dónde terminamos y dónde empieza la otra
persona, así como desarrollar habilidades para salvar el espacio entre nosotros. De lo

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contrario, buscaremos la integridad por medios falsos que no nos honren a nosotros ni a
quienes queremos.

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