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Título original:

STAG’S LEAP
SHARON OLDS, 2012

Traducciones:
Natalia Leiderman / Patricio Foglia

Para esta edición,


impreso y diagramado por EDITORIAL DERIVA, Chile 2018.
contacto@editorialderiva.org

editorialderiva.org

ANTE LA PROPIEDAD INTELECTUAL,


PROMOVEMOS INTELECTO CONTRA LA PROPIEDAD
Salto de
Ciervo

SHARON OLDS

^£T)ERIVA
Salto de
Ciervo

COMPENDIO POÉTICO

SHARON OLDS
Satán dice
(SATÁN DICE, 1980)

Estoy encerrada en una pequeña caja de cedro


que tiene una imagen de pastores en el frente,
y un tallado a ambos lados.
La caja se sostiene sobre patas curvas.
Tiene un cerrojo de oro, en forma de corazón
y sin llave. Intento escribir para encontrar
la salida de la caja cerrada
que huele a cedro. Satán
viene hasta mí, a la caja cerrada
y dice, Voy a sacarte de acá. Decí
mi padre es una mierda. Digo
mi padre es una mierda y Satán
se ríe y dice, Se está abriendo.
Decí que tu madre es una puta.
Mi madre es una puta. Algo
se abre y se quiebra cuando lo digo.
Mi espalda se endereza en la caja de cedro
como la espalda rosa de la bailarina del prendedor
con un ojo de rubí, que descansa a mi lado
en el terciopelo de la caja de cedro.
Decí mierda, decí muerte, decí a la mierda el padre,
me dice Satán, al oído.
en la caja de la infancia en su escritorio, bajo
el terrible ojo esférico del estanque
con grabados de rosas a su alrededor, donde
el odio a ella misma se contemplaba en su pena.
Mierda. Muerte. A la mierda el padre.
Algo se abre. Satán dice
¿No te sentís mucho mejor?
La luz parece quebrarse sobre el delicado
prendedor edelweiss, tallado en dos
tipos de madera. También lo amo,
sabes, le digo a Satán desde lo oscuro
de la caja cerrada. Los amo pero
estoy tratando de contar lo que ocurrió
en nuestro pasado perdido. Por supuesto, dice él
y sonríe, por supuesto. Ahora decí: tortura.
Veo, a través de la oscuridad impregnada de cedro,
el borde de una gran bisagra que se abre.
Decí: la pija del padre, la concha
de la madre, dice Satán, Voy a sacarte.
El ángulo de la bisagra se ensancha
hasta que veo el contorno del tiempo
antes de que yo existiera, cuando ellos estaban
encerrados en la cama. Cuando digo
las palabras mágicas, Pija, Concha,
amablemente Satán dice, Salí.
Pero el aire de afuera
es pesado y denso como humo caliente.
Vení, dice, y siento su voz
respirando desde afuera.
La salida es a través de la boca de Satán.
Entrá en mi boca, dice, ya estás ahí,
y la enorme bisagra
empieza a cerrarse. Ah no, también
los amaba, resguardo
mi cuerpo tenso
en la casa de cedro.
Satán se esfuma por el ojo de la cerradura.
Me quedo encerrada en la caja, él sella
el cerrojo en forma de corazón con la cera de su lengua.
Ahora es tu tumba, dice Satán.
Apenas escucho;
caliento mis manos
frías en el ojo de rubí
de la bailarina -el fuego,
el súbito descubrimiento de lo que es el amor.
Ahogándose
(SATÁN DICE, 1980)

(Para Emily Davidson)

Las madres están sentadas en la cocina, las últimas


horas de la tarde, la luz como resina
sólida en el agua junto a los tallos dorados,
el té como ámbar de bailarinas; se sumergen
en su lengua, charlan. Están siempre temiendo
lo peor para sus hijos; la grieta entre las tablas,
el clavo, el gancho, las escaleras al sótano,
toda la sangre de sus pequeños cuerpos -
Si mirás por la ventana mientras la oscuridad se Itra
y el cuarto es como una jarra amarilla,
hay un ángulo, hay un momento, en que se puede ver que
cada madre
lleva una mujer colgada al cuello
arrastrándola- su propia madre que la agarra y la hunde
en la luz que se apaga.
Es tarde
(SATÁN DICE, 1980)

La bruma recorre el jardín


como el humo de una batalla.
Estoy tan cansada de las mujeres lavando los platos
y de cuán inteligentes son los hombres, y de cómo quiero
morder sus bocas y sentir sus pijas duras contra mí.
La bruma se mueve, sobre los arbustos
brillantes de hiedra venenosa y negros
frutos como piedras. Estoy cansada de los hijos.
Estoy cansada de lavar la ropa, quiero ser genial.
La niebla se extiende en silencio sobre la maleza.
Estamos sitiadas. La única forma de salir es a través
del fuego, y yo no acepto ni un solo pelo más
ninguna otra cabeza quemada.
Ese año
(SATÁN DICE, 1980)

El año de la máscara de sangre, mi padre


golpeando la puerta de vidrio para entrar
fue el año en que encontraron
el cuerpo de ella en las montañas
en una tumba poco profunda, desnuda, blanca como
un hongo, en estado de descomposición,
violada, asesinada, la chica de mi clase.
Ese fue el año en que mi madre nos llevó
y nos escondió para que no estuviéramos ahí
cuando le dijo que se fuera; para que no hubiera otro
atarnos de las muñecas a la silla
o negarnos la comida, no más
forzarnos a comer, la cabeza sujetada hacia atrás,
por la garganta en el restaurant,
la vergüenza de la leche vomitada
sobre el suéter con su vergüenza de pechos recientes
Ese fue el año
en que empecé a sangrar,
cruzando ese límite por la noche
y en Historia, llegamos por fin
a Auschwitz, en mi ignorancia
sentí como si lo reconociera,
la cara de mi padre como la cara de un guardia
apartándose- o peor aún
girando hacia mí.
Las simétricas pilas de cuerpos blancos,
la forma de pechos redondos
y blancos de los montones
el olor del humo, los perros las púas la
soga el hambre. Esto le había sucedido a gente
sólo algunos años atrás,
en Alemania, los guardias eran protestantes
como mi padre y yo, pero en mis sueños,
cada noche, yo era una de aquellas
a punto de ser asesinadas. Le había pasado a seis millones
de judíos, a la familia de Jesús
Yo no estaba entre ellos- y no todos
habían muerto, y había una palabra
que quería, en mi ignorancia,
compartir con ellos, la palabra sobreviviente.
Para mi hija
(LOS MUERTOS Y LOS VIVOS, 1983)

Esa noche va a llegar. En algún lugar alguien va a


penetrarte, su cuerpo cabalgando
bajo tu cuerpo blanco, separando
tu sangre de tu piel, tus oscuros, líquidos
ojos abiertos o cerrados, el sedoso
aterciopelado pelo de tu cabeza fino
como el agua derramada de noche, los delicados
hilos entre tus piernas rizados
como puntadas desprolijas. El centro de tu cuerpo
se va a abrir, como una mujer que rompe la costura
de su pollera para poder correr. Va a pasar,
y cuando pase yo voy a estar exactamente acá
en la cama con tu padre, así como cuando vos aprendiste
a leer
ibas y leías en tu habitación
mientras yo leía en la mía, versiones de la misma historia
que varían en la narración, la historia del río.
La ausente
(LOS MUERTOS Y LOS VIVOS, 1983)

(Para Muriel Rukeyser)

La gente te sigue viendo y me cuenta


lo blanca que estás, lo flaca que estás.
Hace un año no te veo, pero lentamente estás
apareciendo sobre mi cabeza, blanca como
pétalos, blanca como leche, los oscuros
angostos tallos de tus tobillos y tus muñecas,
hasta que estás siempre conmigo, una floreciente
rama suspendida sobre mi vida.
Muerte de
Marilyn Monroe
(LOS MUERTOS Y LOS VIVOS, 1983)

Los hombres de la ambulancia tocaron su frío


cuerpo, lo subieron, pesado como el hierro,
a la camilla, trataron de cerrar
su boca, cerraron sus ojos, ataron sus
brazos a los costados, corrieron un mechón
de pelo atrapado, como si importara,
vieron la forma de sus pechos, aplanados por
la gravedad, debajo de la sábana,
la llevaron, como si fuera ella misma,
bajando las escaleras.
Estos hombres nunca fueron los mismos. Salieron
después, como siempre,
por uno o dos tragos, pero no pudieron mirarse
a los ojos.
Sus vidas dieron
un vuelco - uno tuvo pesadillas, extraños
dolores, impotencia, depresión. A otro ya no le gustaba
su trabajo, su mujer parecía
distinta, sus hijos. Incluso la muerte
le pareció distinta -un lugar donde ella
lo estaría esperando,
y otro se encontró parado de noche
en el umbral de la habitación del sueño, escuchando a
una mujer respirar, tan solo una mujer
común
respirando.
Solsticio de verano,
ciudad de New York
(LA CELDA DE ORO, 1987)

Al final del día más largo del verano ya no pudo soportar más,
subió por las escaleras de hierro hasta el techo del edificio,
y caminó por la blanda superficie de alquitrán, hasta llegar al
borde,
puso una pierna sobre el complejo estaño verde de la cornisa
y les dijo que si se acercaban un paso más, se terminaba
todo.
Entonces la enorme maquinaria del mundo empezó a fun-
cionar para salvar su vida,
los policías llegaron con sus uniformes azules grisáceos
como el cielo de una tarde
nublada,
y uno se puso un chaleco antibalas, un
caparazón negro alrededor de su propia vida,
la vida del padre de sus hijos, por si
el hombre estaba armado, y otro, colgado de una
soga como un signo de su deber,
apareció por un agujero en lo alto del edificio vecino
como la brillante aureola que, dicen, está en lo alto de nues-
tras cabezas
y empezó a acercarse con cuidado hacia el hombre que que-
ría morir.
El policía más alto se acercó hacia él sin rodeos,
suave, lentamente, hablándole, hablando, hablando,
mientras la pierna del hombre colgaba al borde del otro
mundo
y la multitud se juntaba en la calle, silenciosa, y la
inquietante red con su entramado implacable fue
desplegada cerca de la vereda y extendida y
estirada como una sábana que se prepara para recibir a un
recién nacido.
Después todos se acercaron un poco más
donde él se acurrucaba al lado de su muerte, su remera
resplandecía un brillo lácteo como algo
que crece en un plato, de noche, en un laboratorio y de
pronto todo se detuvo
mientras su cuerpo se sacudía y él
bajaba del parapeto e iba hacia ellos
y ellos se acercaban a él, pensé que le iban a dar
una paliza, como una madre que ha perdido
a su hijo y le grita cuando lo encuentra, ellos
lo tomaron de los brazos y lo sostuvieron y
lo apoyaron contra la pared de la chimenea y el
policía alto encendió un cigarrillo
en su propia boca, y se lo dio a él, y
después todos encendieron sus cigarrillos, y
las colillas rojas, radiantes ardieron como
las pequeñas fogatas que encendíamos de noche
en el principio de los tiempos.
La mirada
(EL PADRE, 1992)

Cuando mi padre empezó a atragantarse de nuevo


gritó ¡Masaje en la espalda! en tono monocorde,
como haciendo un anuncio,
este hombre que nunca me había pedido nada.
Estaba muy débil para inclinarse hacia adelante,
entonces deslicé mi mano entre su espalda
caliente y la sábana caliente y él se quedó ahí
con sus ojos abombados, esos ojos
de borratinta usado que nunca me habían
mirado realmente. Me sorprendió su piel
delicada como un seno, voluptuosa
como la piel de un bebé, pero seca, y mi mano
también estaba seca, entonces froté sin esfuerzo, en círculos,
él se quedó mirando fijo y ya no se ahogaba, yo cerré
los ojos y lo froté, como si su cuerpo fuera su alma.
Pude sentir su columna vertebral bien adentro, lo pude
sentir dominado por el ahogo,
toda mi vida había presentido que él estaba dominado por
algo.
Se hizo gárgaras, preparé el vaso,
no detuve el masaje, él escupió,
lo felicité, dejé que el inmenso placer
de acariciar a mi padre despertara en mi cuerpo,
y entonces pude tocarlo desde lo hondo de mi corazón,
él cambió de posición, se recostó, sus ojos
saltaron y se oscurecieron, la flema subió,
yo acerqué el vaso hacia sus labios y dejó salir
la cosa y se sentó de nuevo, cierto rubor volvió
a su piel, y levantó su cabeza con timidez pero
sin resistencia y me miró
directamente, sólo por un momento, con una cara
oscura y oscuros ojos brillantes y confiados.
Su quietud
(EL PADRE, 1992)

El doctor le dijo a mi padre, “Usted me pidió


que le diga cuando ya no se pueda hacer más nada.
Se lo digo ahora.” Mi padre
estaba sentado, bastante tranquilo, como siempre,
con ese gesto suyo de no mover los ojos. Yo había imaginado
que iba a volverse loco cuando entendiera que iba a morirse,
que agitaría los brazos y gritaría. Se enderezó,
flaco, y limpio, en su bata limpia,
como un santo. El doctor dijo,
“Podemos hacer algunas cosas que tal vez le den más tiem-
po,
pero no podemos curarlo.” Mi padre dijo,
“Gracias”. Y se quedó sentado, inmóvil, solo,
con la dignidad de un estadista.
Me senté a su lado. Ese era mi padre.
Siempre supo que era mortal. Y yo había temido que tuvie-
ran
que atarlo. No me acordaba
que siempre había permanecido
quieto y silencioso para soportar las cosas,
el licor una forma de quedarse quieto. No lo había
conocido realmente. Mi padre tenía dignidad.
Al final de su vida, su vida comenzó
a despertar en mí.
Plegaria de
aquella época
(LA FUENTE, 1997)

A veces me sorprendía a mí misma


arrodillada bajo el marco de la puerta,
una mujer sin fe, rezando:
Por favor no dejes que nada le pase.
No te lleves sus pensamientos,
no trepes hasta su pequeño
cerebro, que alucina en la cuerda floja, y lo empujes.
No dejes que babee sobre sus cereales. Pero
si esa es la única forma en que podemos tenerlo
por favor déjanos tenerlo-
incluso si lo único que podemos ver en su cara
son las avenidas, vacías y amplias—
y ponle de nuevo un babero,
y dale cucharadas de azúcar negro, y maíz molido,
y siéntate a su lado por el resto de los días,
deseando que él se quede acá a pesar de que tal vez
esté en el infierno. ¡Pero vivo! Pero vivo en el infierno.
Primeras imágenes
del cielo
(LA PUENTE, 1997)

Me encantaba que las formas de los penes,


sus tamaños, sus ángulos, todo en ellos
fuera tal y como yo lo hubiera diseñado
si los hubiera inventado. La piel, el modo en que la piel
se endurece y se ablanda, su flexibilidad
el modo en que la cabeza apenas cabe en la garganta,
su punta casi tocando la válvula del estómago—
y el pelo, que se extiende, o se arruga, delicado
y libre—no pude superar todo esto,
esta pasión tan intensa en mí
como si hubiera sido hecho a mi voluntad, o mi
deseo hecho a su voluntad—como si lo hubiera
conocido antes de nacer, como si
me recordara a mi misma viniendo
a través de él, como Dios
Padre todo a mi alrededor.
Me encanta cuando
(LA FUENTE, 1997)

Me encanta cuando te das vuelta


y te pones encima mío de noche, tu peso
continuo sobre mí como toneladas de agua, mis
pulmones como una pequeña caja cerrada,
la superficie firme de tus piernas con pelos
abriendo mis piernas, mi corazón crece
hasta convertirse en un guante de box
tenso y violeta y después
a veces me encanta quedarme ahí haciendo
nada, mis poderosos brazos vencidos,
sábanas de seda flotando desde la orilla,
tu hueso púbico una pirámide
punto de apoyo de otro punto
— radiante piedra angular. Después, en la quietud,
me encanta sentirte crecer y crecer entre
mis piernas como una planta en cámara rápida
de la misma forma en que, en el auditorio, a
oscuras, cerca del principio de nuestras vidas,
encima de nosotros, los enormes tallos y las flores
se abrían en silencio.
Estos días
(SANGRE, LATA, HEMO, 1999)

Cada vez que veo pechos grandes


en una mujer pequeña, estos días, mi boca
se abre, levemente.
Si viene caminando por la calle, de frente hacia mí,
es un poco doloroso dejarla pasar,
una vez, me escuché, muy despacio,
gimiendo. Y en el tren, esa vez-
ella no tendría más de veinte,
alta y esbelta- el movimiento del tren
sacudía sus mamas, constante,
como cacerolas llenas de agua, las miré
chapotear, dentro de la piel apretada, y sentí
una gran tristeza. Estoy tan
cansada y sedienta. Quiero chupar
calor dulce, lácteo, la sabrosa
seda de la mujer humana a lo largo de
mi mejilla. Quiero ser un bebé,
quiero ser pequeña y estar desnuda, o con
un pañal seco, entre brazos tiernos
con el pezón en mi boca - trabajarlo, con suavidad,
laxo y generoso en mis encías -
no necesito dientes, ni siquiera las estrellas
diurnas de los dientes en potencia, quiero
ser de huesos blandos, flexible,
una criatura que salió del útero
quizá no hace pocos días
sí un par de semanas, quiero ser un bebé poderoso, 27
consciente de la dicha, de la nutrición
brotando del pecho como la música
de las esferas. Y no quiero
que sea
mi madre. Quiero empezar de nuevo.
Una vez
(SANGRE, LATA, HEMO, 1999)

Vi a mi padre desnudo, una vez, abrí


la puerta azul del baño,
que él siempre trababa -si se abría, no había nada-
y ahí, rodeado de brillantes cerámicas
turquesas, sentado en el inodoro, estaba mi padre,
todo él, y todo él
era piel. En un instante, mi mirada lo recorrió
de un único, súbito, limpio
tirón, hacia arriba: dedos del pie, tobillo,
rodilla, cadera, costilla, cuello,
hombro, codo, muñeca, dedos
mi padre. Se veía tan desprotegido,
sin costuras, y tímido, como una nena en el inodoro,
y si bien yo sabía que estaba sentado ahí
para cagar, no había vergüenza,
había una paz humana. Él me miró,
yo dije Perdón, retrocedí, cerré la puerta
pero lo había visto, mi padre un cordero esquilado,
mi padre una nube en el cielo azul
del baño azul, mi ojo había subido
por la montaña, la ruta sinuosa del
hombre desnudo, había doblado la esquina,
y descubierto su costado frágil - tierna
barriga, borde de la cuna pélvica.
La niñera
(SANGRE, LATA, HEMO, 1999)

El bebé tenía alrededor de seis meses,


una nena. De esa edad, no había
tocado a ninguna. Esa noche, cuando salieron
la tomé en mis brazos y
puse su boca sobre mi remera de algodón.
No sabía realmente qué era una persona, yo
quería que alguien me chupara el pezón,
terminé encerrada en el baño,
desnuda hasta la cintura, sosteniendo a la bebé,
y lo único que ella quería eran mis anteojos, la sostuve
suavemente, esperando que tomara la decisión,
como un angelito, con su enfermera. Y ella no quería, sólo
quería
mis anteojos. Chupa, carajo, pensé,
quería sentir el tirón de otra
vida, quería sentirme necesaria, agarró mis anteojos
y sonrió. Me puse de nuevo el corpino
y la remera, y la arropé, y le canté
por última vez - claramente era
la semana para buscar otro tipo de trabajo-
y apagué la luz. De nuevo en el baño,
a oscuras, me acosté en el piso, desnudé
mi pecho contra los azulejos helados,
deslicé la mano entre mis piernas y
cabalgué, fuerte, sobre el suelo incendiado como una calde-
ra, mis
pezones sosteniéndome por encima de los azulejos
como si estuviera volando,
al revés, justo bajo el techo del mundo.
Cuando te viene
(SANGRE, LATA, HEMO, 1999)

Incluso cuando no tenes miedo de estar embarazada,


es hermoso cuando te viene, encantadoramente sexual,
a lo largo de ese cuello radiante
y de los labios, su primer pliegue,
y a veces, en los últimos pasos por el baño,
dejas una estela deslumbrante, los pétalos
que la niña de las flores esparce detrás de la novia. Y des-
pués
us colores,
a veces un rojo casi dorado,
o un bermellón oscuro, la gota que salta
y se abre lentamente en el agua,
una galaxia de jalea,
el violeta-oscuro, el agua ondulante, apacible
como un lago en la luna, nada de esto
hiere, incluso la pequeña mancha
en las medias negras con brillo carmesí
oscilando en la delgada cuerda floja
hacia la izquierda y la derecha en esa luminosa pista,
inocente tapa de inodoro,
la mancha no puede morir. Va a haber un huevo ahí,
en algún lugar, en cualquier minuto, alado con montones
de banderas asimétricas de plasma, una célula que
de cerca es un planeta inmenso, de puntos y acuoso
pero que no es nadie todavía. A veces,
cuando miro este show delicado,
32 es como si viese nevar, o estrellas fugaces,
y pienso en los hombres, qué les parecerá a ellos
cuando vemos la sangre caer lentamente de nuestro sexo,
como si la tierra suspirara, leve
y nosotras pudiésemos sentirla, y verla,
como si la vida gimiera un poco, asombrada,
y nosotras mismas fuéramos esa vida.
Domingo en el
nido vacío
(EL CUARTO SIN BARRER, 2002)

De a poco me sorprende esta tranquilidad.


Nuestra casa desierta. No hay nadie,
nadie necesita nada de nosotros,
nadie va a necesitar nada de nosotros
por meses. Nadie va a entrar a la habitación
a pedir algo. Me siento como alguien
abandonado — que llevaron a algún lugar, y lo dejaron,
como en una especie de complejo turístico,
no tenemos nada que hacer
por nadie, todo es fácil.
Quizá estamos muertos, quizá esto
sea el cielo. Después del momento de la cama del amor, y
después
dormir un poco, nos despertamos a medias
y yo miro, adentro de tus ojos, o adentro
del íntimo blanco de un ojo
mientras las preciosas pestañas dan su
feliz espasmo de amplio horizonte, encuentro que puedo
volverme
inhumana mirando eso — el sencillo casisimultáneo
abrir y cerrar — me
olvido la palabra para los ojos y el concepto de los ojos, solo
miro, un animal mirando el
líquido dentro de la cabeza de otro,
o a través de una mirilla afilada
el diorama de otra dimensión,
nube, cielo, agua pelágica, el
mar del Edén, miro profundo
sin conocimiento ni utilidad.
Diagnóstico
(UNA COSA SECRETA, 2008)

Cuando tenía seis meses, ella supo que algo


no andaba bien en mí. Yo hacía muecas
que ella no había visto en ningún otro chico
de la familia, nadie en toda la familia
o en el barrio. Mi madre me dejó
en las manos amables del pediatra, un doctor
de nombre parecido a una marca de neumáticos:
Hub Long. Mamá no le dijo
lo que pensaba de verdad, que yo estaba Poseída.
Eran nada más esas muecas extrañas -
El doctor me agarró, y charló conmigo,
habló como se habla con un bebé, y mi madre
dijo, ¡Ahí lo está haciendo! ¡Mire!
¡Ahí lo está haciendo! y el doctor dijo,
Lo que su hija tiene
se llama sentido
del humor. Ahhh, contestó ella, y me llevó
de regreso a la casa donde mi sentido sería testeado
y considerado incurable.
Todo
(UNA COSA SECRETA, 2008)

La mayoría de nosotros nunca somos concebidos.


Muchos de nosotros nunca nacemos-
vivimos en un océano íntimo por horas,
semanas, con nuestras extremidades pérdidas o de más,
o sosteniendo nuestra pobre segunda cabeza,
creciendo en nuestro pecho, en nuestros brazos. Y muchos
de nosotros,
frutos del mar en su tallo, soñándonos alga
o molusco, somos sacrificados en nuestros primeros meses.
Y algunos que nacen viven sólo unos minutos,
otros dos, o tres, veranos,
o cuatro, y cuando se marchan, todo
se marcha -la tierra, el firmamento-
y el amor permanece, cuando nada existe, y busca.
Ser la que
fue dejada
(SALTO DEL CIERVO, 2012)

Si paso delante de un espejo, me doy vuelta


no quiero mirar,
y ella no quiere que la vean. A veces
no sé cómo hacer para seguir con esto.
En general, cuando me siento así,
al poco tiempo ya estoy llorando, acordándome
de su cuerpo, o de una zona de su cuerpo,
en general la parte de atrás, una parte de él
que recuerde, ahora mismo, deliciosa, sin tanto
detalle, y se aparece su espalda.
Después de las lágrimas, el pecho duele menos,
como si, dentro nuestro, una diosa de lo humano
nos acariciara como un manantial de ternura.
Me imagino que es así como la gente sigue adelante, sin
saber cómo. Me da tanta vergüenza
delante de mis amigos - ser la que fue dejada
por aquel que supuestamente me conocía mejor,
cada hora es un rincón de vergüenza, y yo estoy
nadando, nadando, sosteniendo mi cabeza erguida,
sonriendo, haciendo chistes, avergonzada, avergonzada,
como estar desnuda con la ropa puesta, o como ser
una niña, la obligación de portarse bien
mientras odiás las circunstancias de tu vida. Adentro mío
ahora
hay un ser de puro odio, un ángel
del odio. En la cancha de bádminton, ella lanza
su tiro ganador, puro como una flecha,
mientras por los ojales de mi blusa las chinches
pican una carne que ya no parece
importarle a nadie. En el espejo, mi torso
parezco una sex-symbol mártir, llena de picaduras,
o una jarra de crema con hojas de ortigas y flores del
desierto,
llena de leche de la bondad y la maldad
humanas, y nadie está haciendo la fila para tomarla.
¡Pero miren! ¡Estoy empezando a resignarme!
Creo que ya no va a volver. Algo
muere, adentro mío, cuando pienso en esto,
como la muerte de una bruja en la cama
mientras nace un bebé en la cama de al lado. Ten fe,
viejo corazón. Qué es vivir, de todas formas,
sino morir.
*
Gazal del moretón
(SALTO DEL CIERVO, 2012)

Ahora en mi cadera un óvalo negro-y-azul se ha vuelto


azulvioleta
como tinta en la cáscara de un gran
corte, doloroso como mordida de amor, demasiado
grande como para venir de una boca humana. Me gusta, mi
adorno en la piel - marco de oro, color de la envidia
adentro un camafeo, con tintes violeta
sobre él, el picaporte que mordió deja un púrpura
oscuro con movimientos como las temerosas patas
de un ciempiés. Cuento los días que pasaron, y los que faltan
para que se vayan los colores podridos y después
de a poco desaparezcan. Algunas personas piensan que ya
debiera haber superado a mi ex - quizá
incluso yo misma pensé que lo superaría un poco más
para estos días. Quizá superé a medias a quien él
era, pero no a quien yo pensaba que era, y no superé
la herida, repentino golpe mortal
que parece venir de ningún sitio, pero que vino del núcleo
de nuestra vida compartida. Dormí ahora, Sharon,
dormí. Incluso mientras hablamos, el trabajo se está
haciendo, por dentro. Naciste para sanar.
Dormí y soñá - pero no con su regreso.
Ya que no lo lastima, herilo, en tu sueño.

* El ghazal, gazal, es un género lírico (forma poética) que consiste en coplas y estri-
billos, con cada línea compartiendo el mismo medidor. Es propio de las literaturas
árabe, persa, turca y urdú. En la literatura árabe se trata de un poema cuya etimología
está emparentada con las ideas de piropo, cumplido, etc.
Los curanderos
(SALTO DEL CIERVO, 2012)

Cuando dicen, ¿Hay un médico a bordo?,


que por favor se identfique, me acuerdo cuando mi
entonces marido se levantaba, y yo me convertía en
aquella que estaba a su lado. Ahora dicen
que la cosa no funciona sin igualdad.
Y después de esos primeros treinta años, yo no fui más
la que él quería tener a su lado
al pararse o al volver a su asiento
- no yo sino ella, que también se levantará,
cuando sea necesario. Ahora me los imagino,
levantándose, juntos, con sus amplias
alas de médicos, pájaros zancudos, - como cigüeñas con sus
maletines de tal-para-cual
balanceándose en sus picos. Y bueno. Fue como
tuvo que ser, él no se ponía contento cuando se necesitaban
las palabras, y yo me ponía de pie.
A último momento
(SALTO DEL CIERVO, 2012)

De repente, a último momento


antes de que me llevara al aeropuerto, se levantó,
tropezando con la mesa, y dio un paso
hacia mí, y como un personaje de una de las primeras
películas de ciencia ficción se inclinó
hacia adelante y hacia abajo, y desplegó un brazo,
golpeándome el pecho, y trató de abrazarme
de alguna forma, yo me levanté y nos tropezamos,
y después nos quedamos parados, alrededor de nuestro
núcleo, su
áspero llanto de temor, en el centro,
en el final, de nuestra vida. Rápidamente, después,
lo peor había pasado, pude consolarlo,
sosteniendo su corazón en su sitio, desde atrás,
y acariciándolo por delante, su propia vida
continuaba, y lo que lo había
unido, alrededor del corazón - unido a él
conmigo- ahora descansaba en nosotros, a nuestro alrede-
dor,
agua de mar, óxido, luz, fragmentos,
los pequeños espirales eternos de eros
aplanados a la fuerza.
Innombrable
(SALTO DEL CIERVO, 2012)

Ahora empiezo a mirar el amor


distinto, ahora que sé que no
estoy bajo su luz. Quiero preguntarle a mi
casi-ya-no marido cómo es esto de no
amar, pero él no quiere hablar de eso,
él quiere calma para el fin de lo nuestro.
Y a veces siento como si yo, ahora,
no estuviera acá - estoy bajo su mirada
de treinta años, no bajo la mirada del amor,
siento una invisibilidad
como un neutrón en una cámara de niebla
perdido en un acelerador gigante, donde
lo que no se puede ver es inferido
a partir de lo visible.
Después de que suena la alarma,
lo acaricio, mi mano es como una cantante
que canta a lo largo de él, como si fuera
la carne de él la que canta, en todo su registro,
tenor de la vértebra más alta,
barítono, bajo, contrabajo.
Quiero decirle, ahora, ¿Cómo
era amarme -cuando me mirabas,
qué veías? Cuando él me amaba, yo miraba
hacia el mundo como desde adentro
de una profunda morada, una madriguera, o un pozo, yo
miraba
hacia arriba, al mediodía, y veía a Orion brillando
- cuando pensaba que él me amaba, cuando pensaba
que estábamos unidos no solo por el tiempo de la respira-
ción,
sino por la larga continuidad,
los caramelos duros del fémur y la piedra,
lo inalterable. Él no parece enojado,
yo no parezco enojada
salvo en chispazos de mal humor,
todo es cortesía y horror. Y después
cuando digo, ¿esto tiene que ver
con ella?, él dice, No, tiene que ver con
vos, no estamos hablando de ella.
Lo peor
(SALTO DEL CIERVO, 2012)

De un lado de la autopista, las sierras áridas.


Del otro, a la distancia, los restos de la marea,
estuarios, bahía, garganta
del océano. No había puesto
en palabras, todavía - lo peor,
pero pensaba que podría decirlo, si lo decía
palabra por palabra. Mi amiga manejaba,
nivel del mar, sierras costeras, valle,
estribaciones, montañas - cuesta abajo, para ambas,
de nuestros años de juventud. Yo había estado diciendo
que apenas me importaba ahora, el dolor,
lo que me preocupaba era - digamos que había
un dios - del amor- y yo le había dado- había tenido la
intención de darle- mi vida- a él- y
había fallado- bueno yo podía sufrir por eso y nada más -
pero ¿qué pasaba, si había
lastimado, al amor? Grité furiosa,
y sobre mis anteojos se acumuló el agua salada, casi
dulce para mí, entonces, porque estaba nombrado,
lo peor- y una vez nombrado,
supe que no había ningún dios, solo
personas. Y mi amiga se acercó,
hacia mis manos, que se apretaban una contra otra,
y su palma las frotó, un segundo,
con torpeza, y cortesía
sin eros, con la ternura del hogar.
El atril
(SALTO DEL CIERVO, 2012)

Cuando enciendo el fuego, me siento útil—


orgullosa de que puedo separar la tuerca
del tornillo oxidado, des-
armando una de las cosas que mi ex
dejó cuando me dejó. Y tirar sus
ynos, pulidos estantes de madera
sobre la leña, y así alimentar
las corrientes ascendentes-
qué bien. Y entonces, por la luz de la llama,
me doy cuenta: estoy quemando
su viejo atril. Cómo es posible,
después de horas y horas - en total, quizá
semanas, un mes inmóvil - modelando
para él, nuestros primeros años juntos,
olor a acrflico, tensión del lienzo
ya preparado. Estoy quemando la obra que dejó atrás, él, que
fue el primero en transformar
a nuestra familia, desnuda, en arte.
Y qué si alguien me hubiera dicho, treinta
años atrás: Si renunciás, ahora,
a tu deseo de ser una artista, puede que él
te ame toda la vida - ¿cuál hubiera sido
la respuesta? Ni siquiera tenía poemas,
nacerían más tarde de nuestra vida familiar -
qué podría haber dicho: nada, nada va a detenerme.
Locos
(SALTO DEL CIERVO, 2012)

Yo dije que habíamos estado locos


el uno por el otro, pero tal vez mi ex y yo no estábamos
locos uno por el otro. Tal vez estábamos
cuerdos uno por el otro, como si nuestro deseo
no fuera ni siquiera personal-
era personal, pero eso apenas importaba, porque parecía no
haber ninguna otra mujer
ni hombre en el mundo. Quizá fue
un matrimonio arreglado, el aire y el agua
y la tierra nos habían concebido juntos - y el fuego,
un fuego de placer como una violencia
de ternura. Entrar juntos en esas bóvedas, como una pareja
solemne o jocosa con pasos
formales o con el pelo revuelto y a los gritos, se pareció a los
caminos de la tierra y la luna,
inevitables, e incluso, de algún modo,
tímidos- encerrados en una timidez juntos,
en igualdad de condiciones. Pero quizá yo
estaba loca por él - es verdad que veía
esa luz alrededor de su cabeza cuando yo llegaba tarde a un
restorán - oh por Dios,
estaba extasiada con él. Mientras tanto los planetas
se orbitaban los unos a los otros, la mañana y la noche lle-
gaban. Y quizá lo que él sintió por mí
fue incondicional, temporal,
afecto y conyanza, sin romance,
pero con cariño - con cariño mortal. No hubo
tragedia, para nosotros, hubo
una comedia cautivante y terrible
revelada de a poco. Qué precisión se hubiera necesitado,
para que los cuerpos volaran a toda velocidad por
el cielo tanto tiempo sin lastimarse el uno al otro.
INDICE

09 SATÁN DICE
12 AHOGÁNDOSE
13 Es TARDE
14 ESE AÑO
16 PARA MI HIJA
17 LA AUSENTE
18 MUERTE DE MARILYN MONROE
19 SOLSTICIO DE VERANO, CIUDAD DE NUEVA YORK
21 LA MIRADA
22 Su QUIETUD
24 PLEGARIA DE AQUELLA ÉPOCA
25 PRIMERAS IMÁGENES DEL CIELO
26 ME ENCANTA CUANDO
27 ESTOS DÍAS
29 UNA VEZ
30 LA NIÑERA
32 CUANDO TE VIENE
34 DOMINGO EN EL NIDO VACÍO
36 DIAGNÓSTICO
37 TODO
38 SER LA QUE FUE DEJADA
40 GAZAL DEL MORETÓN
41 Los CUADERNOS
42 EL ÚLTIMO MOMENTO
43 INNOMBRABLE
45 Lo PEOR
46 EL ATRIL
47 Locos

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