Tomemos nuestras Biblias juntas y miremos el capítulo 16 del
evangelio de Mateo y quiero que, para esta noche, las verdades que se encuentran en los versículos 13 al 17. Voy a leer este texto para que lo tengan en su corazón, y luego lo discutiremos en detalle. “Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:13-17). Ahora, en este pasaje de la Sagrada Escritura, llegamos al clímax, al ápice, al punto culminante del esfuerzo del Señor Jesucristo por enseñar a los discípulos. Es el momento del examen final. Y el examen final que El Señor Jesucristo les da realmente solo tiene una pregunta, y apruebas o desapruebas. Cuando El Señor Jesucristo les dijo en el versículo 15: “¿Quién decís que soy yo?” Realmente hizo la última pregunta, una pregunta que todo ser humano sobre la faz de la tierra debe afrontar: ¿Quién es El Señor Jesucristo? Y de la respuesta a esa pregunta depende el destino eterno. Ahora bien, por la monumental importancia de la pregunta y la monumental importancia de la respuesta decimos, que este es el vértice del evangelio, este es el vértice del esfuerzo de Mateo, este es el vértice o la tesis del Nuevo Testamento, es la tesis incluso del Antiguo Testamento: ¿Quién es Jesucristo? Él es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Esa gran confesión suprema es la realidad básica del cristianismo. Por más de dos años, Nuestro Señor Jesucristo se ha estado moviendo hacia este momento, enseñando, reenseñando, afirmando, reafirmando, estableciendo, restableciendo, edificando y reconstruyendo su confianza, su compromiso, hasta que finalmente Pedro, en nombre de todos ellos, pueda decir: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” Es un momento monumental en el ministerio de Nuestro Señor Jesucristo y la vida de sus discípulos. Y oro para que este momento de alguna manera se apodere de nuestros corazones, como debe haberlo hecho con los corazones de aquellos que estaban en ese camino polvoriento entre los pueblos que rodean a Cesarea de Filipo el día que El Señor Jesucristo hizo la pregunta. Recordarás que durante algunas semanas e incluso meses, El Señor Jesucristo ha buscado la reclusión lejos de las multitudes que querían convertirlo en un gobernante político, lejos del odio y la animosidad, la ambición celosa de Herodes que quería acabar con Él, lejos de los fariseos, los saduceos, los escribas que lo veían como una amenaza a su seguridad religiosa, ha buscado estar lejos de todo eso. Pero no solo por la presión negativa, también por la necesidad positiva de enseñar e instruir y edificar a sus discípulos para lo que vendría en unos meses, la cruz y todo lo que la rodeaba. Y así, como lo vemos aquí, Él se está moviendo hacia un ministerio de tiempo dedicado a los doce. Durante algunos meses, ha pasado principalmente Su tiempo en las áreas gentiles, rodeando la parte norte y este del Mar de Galilea, y ha tenido mucho fruto allí y algo de tiempo para estar con ellos. Y a medida que nos acercamos a este texto, lo encontramos retirándose aún más lejos a un lugar para poder enfocarse más en sus necesidades y las lecciones para ellos. Así pues, veamos en primer lugar el marco en el que se desarrolla este período de examen. I) EL ESCENARIO “Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo” (Mateo 16:13a). El versículo 13 dice que El Señor Jesucristo vino a la región, o el área, de Cesarea de Filipo. En las Sagradas Escrituras encontramos 2 Cesareas, una Cesarea fundada por Herodes el Grande en honor de su protector Augusto Cesar era el hogar de Cornelio (Hechos 10), ubicada a unos 104 kilómetros de Jerusalén.
Era el lugar de residencia de Felipe el evangelista (Hechos 8:40;
21:8-9). El apóstol Pablo estuvo prisionero allí durante dos años y predicó ante el rey Agripa (Hechos 23:31; 26:32).
Y la otra es Cesarea es Cesarea de Filipo que estaba ubicada
como a 40 kilómetros al noreste del mar de Galilea y a 65 kilómetros al suroeste de Damasco, en una hermosa meseta cerca del nacimiento del río Jordán. A pocos kilómetros al norte se levantaba el monte Hermón cubierto de nieve a una altura de más de tres mil metros sobre el nivel del mar. En días claros la majestuosa montaña podía verse fácilmente desde las ciudades del norte de Galilea tales como Capernaúm, Caná y Nazaret. La ubicación les ofreció al Señor Jesucristo y los discípulos un gran alivio de las calurosas tierras bajas de Galilea, de la presión de los dirigentes judíos, y de la amenaza de Herodes Antipas. Por el evangelio de Lucas 9:18 sabemos que El Señor Jesucristo planteó su importante pregunta a los discípulos poco después de pasar tiempo a solas en oración, y Marcos 8:27 informa que el grupo aún no había llegado a la propia ciudad de Cesarea de Filipo, sino que estaba atravesando algunas de las aldeas de los alrededores. En esta encrucijada de paganismo y judaísmo El Señor Jesucristo abandonó un tiempo de comunión íntima con su Padre celestial y enfrentó a sus discípulos con la pregunta que toda persona y toda religión deberá contestar un día. Esta ciudad Cesarea de Filipos será conocida en las Sagradas Escrituras por ser el escenario de la confesión cristológica del apóstol Pedro. II) EL EXAMEN “Preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mateo 16:13b-15). Hijo del Hombre era la designación más común que El Señor Jesucristo hacía de sí mismo, y se utiliza para referirse a Él cerca de ochenta veces en el Nuevo Testamento. Los judíos la reconocían claramente como un título del Mesías (Daniel 7:13), pero ya que resaltaba la humanidad del Mesías, muchos judíos preferían no usarlo. Sin duda fue por eso que El Señor Jesucristo prefirió utilizarlo, para enfocarse en la humillación y la sumisión de su primera venida, y en su obra de expiación sacrificial y sustitutiva. El ministerio prioritario del Señor Jesucristo fue revelarse a sí mismo, enseñar y demostrar quién era. Por tanto, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Los hombres a quienes el Señor se refirió eran los judíos, el pueblo escogido de Dios, al cual el Mesías fue enviado primero (Romanos 1:16; comparar Juan 4:22). No es que El Señor Jesucristo no estuviera al tanto de lo que los hombres decían acerca de Él, sino que deseaba que los doce reflexionaran cuidadosamente en esas percepciones populares . Al Señor Jesucristo no le preocupaban las opiniones de los incrédulos e hipócritas escribas y fariseos, algunos de los cuales incluso lo habían acusado de estar aliado con Satanás (Mateo 10:25; 12:24). Más bien les preguntó respecto a aquellos que pensaban positivamente de Él, aunque con incertidumbre, y que reconocían que Él era más que un líder religioso común. Después de oír la enseñanza y de presenciar los milagros del Señor Jesucristo, ¿Cuál era el veredicto final que tenían acerca del Hijo del Hombre? Ahora, he estado aquí por más de dos años, y he estado predicando y enseñando y sanando y haciendo señales y prodigios y prodigios, y ¿Cuál es el resultado de todo esto? ¿Quién dice la gente que soy? Que pregunta crucial. Los doce dijeron: Unos, Juan el Bautista. Tal vez después de la evaluación atemorizada de Herodes el tetrarca (Mateo 14:1-2), algunos de los judíos creían que El Señor Jesucristo era una “reencarnación” de Juan el Bautista, que había regresado de la tumba para continuar su ministerio de anunciar al Mesías. Al igual que Herodes, tales personas reconocían que el poder milagroso del Señor Jesucristo era inexplicable desde un punto de vista humano. Otros creían que El Señor Jesucristo era un “reencarnado” Elías, a quien la mayoría de judíos consideraba el profeta supremo del Antiguo Testamento, y que El Señor iba a enviar otra vez “antes que venga el día de Jehová, grande y terrible” (Malaquías 4:5). En modernas celebraciones judías de Pascua suele reservarse en la mesa una silla vacía para Elías, con la esperanza de su regreso un día para anunciar la llegada del Mesías. Y otros decían que El Señor Jesucristo era Jeremías, otro de los profetas más reverenciados. Algunos de los judíos quizás veían en El Señor Jesucristo algo del carácter y del mensaje de Juan el Bautista; otros veían el fuego y la intensidad de Elías, y otros más veían en El Señor Jesucristo el lamento y el dolor de Jeremías. Sin embargo, en todas esas tres identidades se creía que El Señor Jesucristo era tan solo el anunciador del Mesías, quien había vuelto a vivir con poderes milagrosos dados por Dios. El resto de personas que reconocían la singularidad del Señor Jesucristo no especulaban acerca de la identidad particular del Señor, sino que simplemente consideraban que era alguno de los profetas que había resucitado (Véase Lucas 9:19). En cada caso las personas consideraron que El Señor Jesucristo era un precursor del Mesías, pero no el Mesías mismo. No podían negar el poder sobrenatural que tenía, pero no lo aceptarían como Mesías y Salvador. Se acercaron tanto a la verdad definitiva de Dios como pudieron, sin reconocerla y aceptarla por completo. Desde la época del Señor Jesucristo gran parte del mundo ha querido de igual manera hablar bien de Él sin reconocer su deidad y su señorío. Pilato declaró: “Ningún delito hallo en este hombre” (Lucas 23:4). Napoleón manifestó: “Conozco a los hombres, y Jesús no fue un simple hombre”. Diderot se refirió a Jesús como “El insuperable”, Strauss, el racionalista alemán, como “El más elevado modelo de religión”, John Stuart Mill como “La guía de la humanidad”, el ateo francés Renan como “El más grande entre los hijos de los hombres”, Theodore Parker como “Un joven con Dios en su corazón”, y Robert Owens como “El irreprochable”. Pero todos esos títulos y esas descripciones no logran identificar al Señor Jesucristo como lo que plenamente es: El Mesías, Dios en carne humana. Después que los discípulos informaron lo que las multitudes estaban diciendo acerca de Él, El Señor Jesucristo les preguntó: Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo? Los doce sabían que las opiniones que casi todas las personas tenían del Señor Jesucristo eran inadecuadas. Ahora tenían que contestar por sí mismos. Y he aquí la pregunta de todas las preguntas. El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? III) LA CONFESION “Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. (Mateo 16:16). Como de costumbre (Véase, por ejemplo, Mateo 15:15; 19:27; Juan 6:68), Simón Pedro fue el portavoz, “El director del coro apostólico”, como lo llamara Crisóstomo. También como era habitual, los comentarios del apóstol fueron breves, enfáticos y decisivos: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Cristo es el equivalente griego del hebreo Mesías, el profetizado y muy esperado liberador de Israel, el supremo “Ungido”, el venidero Sumo Sacerdote, Rey, Profeta y Salvador. Sin titubear, Pedro declaró que El Señor Jesucristo es el Mesías, mientras que las multitudes de judíos creían que Él solo era el precursor del Mesías. Al encontrar al Señor Jesucristo, Andrés había declarado con emoción que se trataba del Mesías, y Natanael lo había llamado “El Hijo de Dios… el Rey de Israel” (Juan 1:49). Los discípulos sabían que Juan el Bautista había dado testimonio de que El Señor Jesucristo “Es el Hijo de Dios” (Juan 1:34), y mientras más permanecían con Él, más evidencia tenían de su naturaleza, poder y autoridad divinos. No obstante, al igual que sus compatriotas judíos, a los discípulos les habían enseñado a esperar un Mesías victorioso y reinante que liberaría de sus enemigos al pueblo de Dios, y que establecería para siempre su reino justo en la tierra. Y cuando El Señor Jesucristo se negó a usar su poder milagroso para su propio beneficio o para oponerse a los opresores romanos, los discípulos se preguntaron si estaban en lo correcto con relación a la identidad del Señor Jesucristo. La humildad, la mansedumbre y la sumisión del Señor estaban en total contraste con los puntos preconcebidos de vista que tenían del Mesías. Que el Mesías sería ridiculizado impunemente, por no mencionar que sería perseguido y ejecutado, era algo inconcebible. Cuando El Señor Jesucristo habló de su partida y regreso, sin duda alguna Tomás hizo suya la consternación de todos los discípulos mientras expresaba: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (Juan 14:5). Un desconcierto similar fue el que ocasionó Juan el Bautista al cuestionar su anterior afirmación de la condición mesiánica del Señor Jesucristo. “Al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos, para preguntarle: ¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?” (Mateo 11:2-3). Los milagros del Señor Jesucristo constituían evidencia clara de su condición mesiánica, pero el hecho de que no usara esos poderes para derrotar a Roma y establecer su reino terrenal hizo que la identidad del Señor fuera cuestionada incluso por el piadoso y lleno del Espíritu Juan. Al igual que Juan el Bautista, los doce fluctuaron entre momentos de gran fe y serias dudas. Pudieron proclamar con profunda convicción: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6:68-69). Ellos también pudieron exhibir extraordinaria falta de fe y discernimiento, incluso después de presenciar cientos de sanidades y demostraciones dramáticas de poder sobrenatural (Véase Mateo 8:26; 14:31; 16:8). En ocasiones eran fuertes en la fe y a veces débiles. Con frecuencia El Señor Jesucristo habló de la “poca fe” de los discípulos. Ahora, por fin, la verdad respecto a la identidad y la condición mesiánica del Señor Jesucristo se estableció en las mentes de sus discípulos más allá de toda duda. Aún experimentarían momentos de debilidad y confusión acerca de lo que El Señor Jesucristo decía y hacía, pero ya no iban a dudar más en cuanto a quién era Aquel que decía y hacía esas cosas. Él realmente era el Cristo, el Hijo del Dios viviente. El propio Espíritu de Dios había incrustado de forma indeleble la verdad en sus corazones. Les llevó dos años y medio llegar a este punto de confesión, a través de las luchas y el odio de los dirigentes religiosos judíos, de la creciente inconstancia y el rechazo de las personas, y de su propia confusión en cuanto a lo que el Mesías había venido a hacer. Pero sin duda ahora sabían que Él era quien les cumpliría sus esperanzas, la fuente de su salvación, el anhelo de las naciones. En nombre de todos los apóstoles, Pedro no solo confesó al Señor Jesucristo como el Mesías, el Cristo, sino también como el Hijo del Dios viviente. El Hijo del Hombre (Versículo 13) también era el Hijo de Dios, el Creador del universo y de todo lo que hay en este. El Señor de los discípulos era el Hijo del Dios viviente. Según lo demuestran muchas cosas que los doce dijeron e hicieron más tarde, en este momento no tenían una comprensión plena de la Trinidad, o ni siquiera de la plena naturaleza y la obra del Señor Jesucristo. Pero sabían que El Señor Jesucristo era realmente el Cristo y que era verdaderamente divino, el Hijo del Dios viviente. Hijo refleja la idea de unidad en esencia, porque un hijo es uno en naturaleza con su padre. Así que El Señor Jesucristo era uno en naturaleza con Dios el Padre (Comparar Juan 5:17-18; 10:30-33). IV) EL RESULTADO “Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás” (Mateo 16:17a). Aquel que confiesa realmente que El Señor Jesucristo es Dios, que equivale a confesarlo como Señor y Salvador (1 Juan 4:14-15), es divina y eternamente bienaventurado. Los cristianos son benditos “Con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”, escogidos “En él antes de la fundación del mundo, para [ser] santos y sin mancha delante de él”, y “en amor [son predestinados] para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo” (Efesios 1:3-5). Dios vierte todos sus recursos sobrenaturales en aquellos que vienen a Él a través de la fe en su Hijo, porque por medio de Él se convierten en los propios hijos de Dios. Como para resaltar la insuficiencia humana de Pedro, El Señor Jesucristo lo llamó por su nombre familiar original: Simón hijo de Jonás. V) LA FUENTE “Porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:17b). Los discípulos no se convencieron finalmente de la condición mesiánica y la divinidad del Señor Jesucristo debido a las enseñanzas que recibieron o a los milagros que presenciaron, por asombrosos que fueran. Estas cosas por sí solas no eran suficientes para convencer a los doce, así como no fueron suficientes para convencer a otros miles de individuos que oyeron la misma verdad y presenciaron los mismos milagros, pero que no aceptaron ni siguieron a quien la enseñó y los realizó. Las capacidades humanas, representadas aquí por carne y sangre, no pueden producir comprensión de las cosas de Dios (Comparar 1 Corintios 2:14). El Padre mismo debe revelarlas y traer entendimiento de su Hijo a las mentes humanas. Por los relatos del evangelio parece claro que el Padre da a conocer al Hijo principalmente a través del mismo Hijo. No existe registro o insinuación alguna de revelación divina dada a los doce durante el ministerio terrenal del Señor Jesucristo, aparte de la ofrecida a través del mismo Señor Jesucristo. A medida que la luz de la enseñanza del Señor Jesucristo y la importancia de su poder milagroso comenzaban a iluminarlos, el Espíritu les abría las mentes para que lo vieran como el Mesías, el Hijo del Dios viviente. El Señor Jesucristo había pronunciado muchas afirmaciones sorprendentes acerca de sí mismo. Declaró que había venido para cumplir la ley y los profetas (Mateo 5:17), y que en los últimos días muchas personas se dirigirán a Él como Señor (Mateo 7:22). El Señor Jesucristo expresó: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre” (Juan 6:51), y: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo” (Juan 10:9; comparar 14:6). El Señor Jesucristo también había realizado milagros sorprendentes. Había convertido agua común y corriente en vino de la más alta calidad (Juan 2:6-11), había curado de todo tipo de enfermedades a miles de personas (Véase, por ejemplo, Mateo 4:24; 8:16; 9:35), e incluso había calmado una fuerte tormenta con una orden (Mateo 8:26). No fue tu razón, no fue tu intelecto superior, no es tu mérito, tu cálculo, tu análisis, tu intuición, no es tu tradición religiosa la que te mostró esto, no hay nada en el reino humano que podría revelar esto. “Nadie llama a Jesús Señor”, dijo el apóstol Pablo, “Sino por el Espíritu de Dios que lo revela” (1 Corintios 12:3). Es Dios quien revela a Su Hijo al entendimiento humano. Permítanme ofrecer un pensamiento. Mire hacia atrás en Mateo capítulo 12 versículo 8 “Porque el Hijo del hombre es Señor aun del día de reposo”. Ahora solo esperen, y quiero abrir algo para ustedes. Creo que esto puso al Señor Jesucristo fuera de la posibilidad de la categoría de Jeremías, Elías, Juan el Bautista o uno de los profetas. Cuando dijo: “Yo soy el Señor del sábado”, ¿Qué estaba diciendo? Qué declaración devastadora es esa. Déjame decirte por qué. El sábado era el centro de toda la vida en Israel. Me refiero a que todo giraba en torno al sábado. Todo en su calendario estaba en ciclos de siete, y el sábado era el centro de todo. Todos sus días de adoración, todas sus grandes fiestas y festivales y todas las celebraciones estaban ligadas al concepto del sábado. Sábado, dicho sea de paso, significa descanso o cesación. Y el sábado era un día de descanso o un tiempo de descanso con dos cosas en mente. Uno, cese del trabajo; dos, santa convocación. En otras palabras, había adoración y había descanso. Detiene su trabajo y adora a Dios. Ahora quiero que tome su Biblia y vaya a Levítico capítulo 23 y muy brevemente quiero señalarle esto. Y aquí tiene el catálogo de los sábados, y si quiere entender lo que significa cuando dijo que Él era el Señor del sábado, tiene que entender esto, ¿De acuerdo? El Señor habla en el capítulo 23, versículo 1, y comienza a enumerar los sábados. La primera está en los tres primeros versos, y es la que mejor conoces. Versículo 3: “Seis días se trabaja, el séptimo día es sábado”. Es un descanso y una santa convocación. Uno, descansas de tu trabajo; dos, adoras a Dios. Es una reunión santa. Ahora, cada semana el sábado, el séptimo día, descansaban de su trabajo y tenían un culto santo a Dios - cada semana - cada semana - cada semana - cada semana. Y luego viene el siguiente sábado, en los versículos 4 al 8, esta es la Pascua. “El día catorce del primer mes es la Pascua.” Y abarca la fiesta de los panes sin levadura. Es santa convocación, versículo 7, y ningún trabajo hacéis en ella. También es sábado. De modo que el primer sábado sea el sábado semanal y el próximo sábado la Pascua. A partir del versículo 9, tenemos el tercer sábado, que es la fiesta de las primicias. Esto también es un día de reposo. Es un descanso Es un cese de labores. En el versículo 23, tenemos la fiesta de las trompetas. Es día de reposo, ocurre en el mes de día de reposo, el mes séptimo, y no hacéis ningún trabajo y volvéis a traer ofrenda delante del Señor, una santa convocación. En el versículo 26, tienes el Día de la Expiación, Yom Kippur. El décimo día del séptimo mes, el Día de la Expiación, es una santa convocación y nuevamente un tiempo de descanso. También es sábado. Luego, en el versículo 33, se llega a la fiesta de los tabernáculos, que también es un sábado, que ocurre en el séptimo mes, un tiempo de descanso y santa convocación. Ahora noten esto. Así que, durante todo el año judío, cada semana era sábado. Y luego, periódicamente, tenías estos otros seis eventos sabáticos importantes para que la vida para ellos fuera sábado, tiempo de descanso del trabajo, tiempo de adoración a Dios. Ahora llega al capítulo 25 y aquí se dan dos sábados más. El primero es el sábado de siete años para que trabajaran durante seis años, y luego en el séptimo año, el versículo 2 dice que guardas un sábado, y solo siembras tu campo y podas tu viña y recoges tu fruto durante seis años. El séptimo año es un sábado de descanso para el Señor. Ese fue un año entero para concentrarse en el culto, un año entero para frenar la actividad del trabajo y tener una santa convocación. Luego, comenzando en el versículo 8, tienes el jubileo. Tienes siete años, y luego un sábado es el séptimo año, y luego tienes siete veces siete, o después del año cuarenta y nueve, viene el quincuagésimo, año que es un sábado. Y durante ese quincuagésimo año, tienes el epítome, tienes lo último del ciclo de los sábados. De modo que en el año quincuagésimo, en el último día de reposo, en el día de reposo del Día de la Expiación en el día de reposo del jubileo, suena un gran toque de trompeta, y el día de reposo alcanza su punto culminante, y mostraré cómo. Versículo 9. “La trompeta del jubileo suena el décimo día del séptimo mes, el Día de la Expiación, haces sonar la trompeta por toda la tierra. Y santificaréis el año cincuenta, proclamaréis libertad por toda la tierra a todos sus habitantes.” Todos los que están en una posición servil, todos los que son esclavos, todos los que son siervos son puestos en libertad inmediatamente. Es un jubileo. Devuélvele a cada hombre sus bienes, devuélvele su tierra. Algunas personas tuvieron que empeñar su tierra porque no podían mantenerse, y entonces empeñaron su tierra. Se les devuelve. Y aquellos que eran sirvientes por contrato, que se vendieron para ganarse la vida, eran libres y fueron liberados y cada hombre volvió a su familia. Y este fue el descanso glorioso, el jubileo. Es santo y continúa describiéndolo . Versículo 13: “Ustedes devolverán a cada uno su posesión”, y así sucesivamente. Ahora, imagina que estás en Israel, y durante años alguien más ha tenido la tierra que tu familia ha poseído, que tu padre poseía, has tenido que empeñarla para sobrevivir. Incluso usted se ha vendido a sí mismo como un sirviente a la esclavitud, y de repente llega el momento en que esa trompeta va a sonar y va a ser liberado de su esclavitud y le van a devolver su tierra con todos sus cultivos y todo su potencial. Escucha, puedes creer que los sirvientes y los trabajadores y los esclavos y los cautivos y los pobres fueron los primeros en subir, ¿No es así? ¿Con la mano en la oreja, esperando escuchar el sonido de la trompeta? Y en ese Día de Expiación, en ese día Sábado en el Jubileo Sábado, esa trompeta sería tocada, y todo sucedería en ese momento. Todo el pueblo sería soltado, los cautivos serían liberados, habría libertad, habría libertad para todos. Habría restauración. Ahora, todo ese concepto del sábado, ahora escuche, es un símbolo. Desde el sábado semanal hasta el jubileo y todo lo demás, es un símbolo, es una imagen, es un tipo, no es una realidad. Es sólo una imagen de una realidad. Y la realidad es que algún día vendrá un verdadero descanso para el pueblo de Dios. Algún día vendrá una verdadera santidad. Algún día vendrá una genuina santa convocación. Algún día habrá una verdadera liberación de la tierra y una verdadera liberación de los cautivos y una verdadera liberación de los esclavos. Y cada vez que un judío celebraba el sábado, y cada vez que celebraba una fiesta, y cada vez que celebraba el año sabático, y cada vez que celebraba un jubileo, se le recordaría que algún día habría un verdadero descanso, algún día habría Ser un verdadero cese de labores porque todos esos ratos de por medio, estuvo trabajando, trabajando e incluso estaba llevando a cabo un sistema de sacrificio que implicaba ceremonia y esfuerzo externo. Y creo que a través de todo eso, Dios estaba simbolizando. Ahora escuche, nadie argumenta que los sacrificios del Antiguo Testamento eran símbolos de la venida de Cristo, quien era el último Cordero, ¿Verdad? Todos los sacrificios del Antiguo Testamento simplemente representan a Cristo. Ahora escucha atentamente. Todo el sistema del sábado es idéntico a eso. Todo el sistema del sábado no tenía otro propósito que señalar a Aquel que traería la verdadera santidad y el descanso. Ahora, con eso en mente, vaya a Lucas capítulo 4. El Señor Jesucristo está en Nazaret, versículo 16. “Y vino a Nazaret, donde se había criado, y conforme a su costumbre, entró en la sinagoga el día de reposo y se levantó a leer. Y le fue entregado un libro del profeta Isaías, y abriendo el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para predicar el evangelio a los pobres. Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a predicar liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable (El año del jubileo) del Señor'” (Lucas 4:16-19). ¿Ves el punto? El Señor Jesucristo dice entonces: “Hoy”, versículo 21, “Se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros”. Soy el jubileo, soy el descanso sabático. Y escúchenme con atención. Esa es exactamente la razón por la que violó sus ordenanzas del sábado. Si Él quería hacer un viaje en sábado, hizo un viaje. Y si Él quería arrancar maíz en sábado, arrancaba maíz. Y si Él quería pelar el maíz y comerlo en sábado, lo hizo en sábado. Y si Él quería sanar en sábado, sanaba en sábado. Porque ya no estaba interesado en las sombras. ¿Entiendes? Porque la realidad estaba ahí. Y creo, y creo que nunca lo he visto tan claramente como lo veo ahora, que lo que tal vez fue tan devastadoramente convincente acerca del Señor Jesucristo fue este Señorío sobre todo el sistema sabático que gobernaba y gobernaba sus vidas. No necesitas la imagen si la realidad está presente. Escuche lo que más dijo. Extendió sus brazos un día en Mateo 11:28 y Él dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os daré”, ¿qué? - "descansar." Descansar. En esa sinagoga de Nazaret, Él dijo: “Yo soy el cumplimiento de todo aquello a lo que se refirió Isaías. Yo soy el que liberará a los cautivos. Yo soy el que proclama el verdadero jubileo espiritual”. En Colosenses capítulo 2, el apóstol Pablo llega a esta misma conclusión. “Nadie”, versículo 16, “por tanto, os juzgue en comida o en bebida o en cuanto a días festivos o luna nueva o sábados”. No dejes que nadie te juzgue por eso. ¿Por qué? Estas son una sombra de lo que vendrá, pero la realidad es Cristo. ¿No es genial? Por eso dice en Hebreos capítulo 4 versículo 9: “Queda un reposo para el pueblo de Dios”. Y dice entrad en ese reposo, es el reposo de la salvación (Hebreos 4:3; 9-10). Al igual que los discípulos, cuando hoy día las personas confiesan a Jesucristo como Señor y Salvador, y tienen comunión con Él por medio de su Palabra, el Espíritu les abre las mentes y los corazones a más y más de su verdad y poder. El apóstol Pablo declaró: “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). A medida que seguimos mirando dentro de la gloria de Dios somos transformados a su imagen (Véase Romanos 8:29; 1 Corintios 15:49; Colosenses 3:10). Oremos juntos: Padre, qué gran privilegio estar en reposo, saber que nuestros corazones están en paz contigo, saber que estamos en una santa convocación con el Dios vivo que mora dentro de nosotros para que esa convocación ocurra todo el tiempo. Padre, no vamos a un templo a conocerte, estás aquí. Somos tu templo y este es tu sábado, porque Tú eres el sábado y vives en nosotros. Oh, Dios, que nadie deje este lugar que no haya entrado en reposo. Padre, oramos agradecidos en esta noche en El Nombre que esta sobre todo nombre, El Nombre de Tu Amado Hijo Nuestro Amado Salvador y Señor Jesucristo. Amen. Dios te bendiga y te guarde