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Mujer que persevera

Existe para alentar, equipar y desafiar a las mujeres de habla hispana, a conocer
el Evangelio de Jesucristo y vivir su alegría en cada área de su vida.

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Feminista y Religiosa, ¿Qué he creído


sobre la feminidad?

Escrito por Carola Llanos

¿Alguna vez has usado accesorios


masculinos?

Sí, utilicé camisas en lugar de blusas para


asistir a la escuela, durante toda mi
juventud. Porque no me gusta ni acomodan
la forma del cuello.

A mis padres nunca les preocupó mis gustos


extraños porque todo el tiempo fui
impecable con mi desempeño escolar. Yo
era la señorita exitosa, “buenas notas”;
“buen discurso”. Siempre tuve innumerables
argumentos para cualquier discusión y mis
padres se quedaban indefensos delante de
mí. Leía la Biblia, excelentes revistas y
programas de TV bien catalogados, así es
que procesé abundante información desde
fines de los ‘80.

Sin embargo, el Señor en Su bondad me


hizo renacer por Su Palabra a los nueve
años de edad. En Su Soberanía, sin que yo
estuviera enterada, permitió que el
enemigo, el león rugiente, no me devorará
sin mi conocimiento. Aunque me distrajo
alimentando mi orgullo espiritual, como un
lazo puesto al cuello que se ajustaba al
pasar de los años mientras crecía mi
arrogancia.

Es primordial aclarar que en esa época la


influencia del humanismo y de las filosofías
psicológicas tenían atado de manos a mis
pastores, por lo que nunca se acercaron o
enviaron a una hermana piadosa para
advertirme de mi creciente jactancia. Al
contrario, la alimentaron dándome cargos y
poniéndome a enseñar ―perdón, en este
punto siento fuertes ganas de llorar, pues
me arrepiento de mi osadía y falta de temor
ante Su Palabra―.

En todo ese proceso mi entusiasta, pero


retorcido corazón se hinchaba sin dificultad.
Cuando cumplí los 20 años (1995) mi Señor
con su cayado fiel comenzó a empujarlo a
situaciones que poco a poco hirieron mi
propia justicia: No logré ingresar a la
Universidad ni estudiar psicología (para
arreglarle la vida a la gente, según 1era de
Yo). Tampoco encontré un trabajo, luego de
estudiar dos años, una carrera técnica. Lo
peor fue cuando mi matrimonio que se veía
prometedor terminó en un divorcio con
apenas 4 meses de casada. Sin duda la más
dolorosa y humillante aflicción diseñada
por mi Salvador para arrancarme las
cortezas de mi auto justificación.

Estoy convencida de que todo sirvió para


ser lanzada a las aguas limpias de Su
Palabra. Por primera vez en 14 años de
profesar ser creyente, no leí la Biblia
buscando información, sino el consuelo y la
dirección de mi Dios, con profunda sed de
fortaleza y gozo.

No obstante, esto no impidió que, durante


siete días, (contados por mi angustiada
madre), ayunara no por decisión, sino
porque la angustia (crisis de pánico le dicen
hoy) me impedía comer. Es literal cuando te
digo que caía al piso en cuclillas y sin haber
probado alimento continuaba con vómitos
(estaba convencida de que devolvía mi
amor, pero ahora sé que devolvía mi
orgullo).

Reconozco que mi Buen Pastor me estaba


desintoxicando de una relación en la que
nunca lo honré, por lo contrario.

Todos los errores de mi juventud me hacen


comprender que era una feminista desde las
entrañas (sin darme cuenta, fui la chica
estúpida de la que habla Mery Kassian en
«Chica Sabía en un mundo salvaje»).

Para regresar al punto de cómo Su Palabra


me rescató. Dios me llevó desde el principio
a deleitarme en los Salmos, los que
refrescaron mi ansiedad, como roció en
carne ardiente. Los leí todos. Cuando se
acabaron empecé a leer Isaías desde el
capítulo 30 en adelante. Luego,
Lamentaciones de Jeremías y después, Job
(es cierto que no soy tan inocente como ese
personaje). Sin duda, invertir fuerzas en la
Palabra me despertó la convicción de
pecado, al mismo tiempo que aumentó mi
hambre y anhelo por saber cómo pude
sobrevivir a tan bochornoso fracaso público.

Fue al entrar en Isaías 54: 2 al 7 que


experimenté lo que significa abrazarse a una
promesa: ¡Mi Dios me recibirá con
misericordia!

«Por un breve momento te abandoné, pero


con gran compasión te recogeré» (Isaías 54:7
LBLA).

Hoy puedo decir: La Fe de vivir en Su


compasión por mí me levanta y me
proporciona el valor para mirar a la cara a
todos los que me ven fracasar. Nunca me
detuve a pensar en la curiosidad de sus
rostros ni en las personas que se atrevieron
a preguntarme sobre mi delgadez, porque
respondí con firmeza y seguridad que no
procedía de mi intelecto.

Cuando supuse que estaba recuperada,


regresé a la misma Iglesia donde me
convirtieron en un modelo a seguir y adivina
qué sucedió: me animaron a liderar de
nuevo. Cómo un caballo salvaje que quiere
salvar el mundo, y que no aprendió la
belleza de la mansedumbre, me lancé a
todo tipo de actividades religiosas con la
confianza de un novato ignorante, neófito.

Entonces, a mi responsabilidad en la
dirección de alabanzas agregué una que
aumentaría mi autoestima: el ministerio de
enseñanza. Yo, quien solo había leído la
narrativa del Antiguo Testamento y con igual
disposición me acercaba al Nuevo. Que
jamás había sido discipulada, ni instruida.
Que apenas comprendía la Supremacía del
protagonista del Libro Sagrado. Fui puesta a
«enseñar» mientras estudiaba una nueva
carrera profesional que tardé 7 años en
concluir. Para aumentar mi miseria, confieso
que hacía sufrir a mis cansados padres con
el carácter autoritario, perezoso y déspota
que estaba adquiriendo. El único que
siempre me miró incrédulo y con suspicacia
fue mi padre, que rara vez iba a la Iglesia,
pero por amor a sus mujeres usaba su
furgón de 12 asientos, para apoyarnos en
todas las actividades.

Al mirar atrás, después de recibir enseñanza


clara sobre feminidad bíblica (desde el
2015) puedo comprender cómo estábamos:
todos «hacíamos» pero ninguno crecía en la
Gracia. Esa Gracia que nos capacita para
enfrentar la verdadera Guerra Espiritual y
defender el lugar que Cristo ha asignado a
cada uno, en especial a nosotras las
mujeres.

Las instrucciones del apóstol Pablo a Tito y


Timoteo (Tito 2:3-5; 1 Ti 3:11), nunca me
llamaron la atención, mi único foco estaba
en demostrar la existencia de Dios y utilizar
los argumentos históricos para probarlo.

La advertencia de Pedro sobre la belleza,


dulzura y paz de espíritu que mi Padre
celestial valora tanto, solo comenzó a
dolerme después de años de desierto y
tropiezos que Él mismo diseñó para que al
fin pudiera descubrir la verdadera fealdad
de mi corazón.

«Y te acordarás de todo el camino por


donde el Señor tu Dios te ha traído por el
desierto durante estos cuarenta años, para
humillarte, probándote, a fin de saber lo que
había en tu corazón, si guardarías o no sus
mandamientos» (Deut 8:2 LBLA).

Toda mi historia no es más que otra


evidencia de que el liderazgo femenino,
desenfocado del carácter y propósito de
Dios, es una anomalía perversa. Una
prostituta del templo que hiere y atormenta.
El encanto de la serpiente infectó nuestra
naturaleza con el mal semejante a la
levadura. Pero Cristo el Rey Poderoso
permite estas cortinas de humo con el único
motivo de probar el carácter de Su
verdadero discípulo y más temprano que
tarde revelar y vencer el hechizo.

No me malinterpretes, no digo que el


servicio femenino en la iglesia no sea
bíblico. Pero es urgente y necesario que
evalúes tus motivaciones. Porque el mayor
servicio está en cultivar tu identidad en
Cristo, cuando lo hagas vivirás a la luz de la
verdadera feminidad.

Carola Llanos, ha perseverado en Cristo por Sola


Gracia desde los 9 años. Vive en Santiago de Chile.
Está casada con Pablo. Asisten junto a sus tres hijos
Esteban, Miguel y David (18,15 y 8 años) a la Iglesia
Bíblica Roca Grande, pastoreada por Christian
Aracena Gibson. Desde el año 2018 fueron llamados
a educar en casa, inspirados especialmente por el
diagnóstico de Autismo severo de Miguel. Carola
disfruta cantar alabanzas, leer la Biblia y libros de
autores cristianos.

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