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LA HEREJÍA DE HORUS

EXOCITOSIS

JAMES SWALLOW

Rodina

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DRAMATIS PERSONAE

La Legión de la Guardia de la Muerte


CALAS TYPHON Capitán de la 1ª compañía de la Guardia de la Muerte y
comandante del Terminus Est
HABRABULUS VIOSS Lugarteniente de la 1ª compañía de la Guardia de la Muerte

La Legión de los Ángeles Oscuros en Cáliban


MERIR ASTELAN Señor del Capítulo y terrano de los Ángeles Oscuros en
Cáliban
LUTHER Señor de Cáliban
VASTOBAL Capitán de los Ángeles Oscuros en Cáliban
CYPHER Ángel Vigilante y olvidado

CON TODO MI AMOR Y CARIÑO EN MEMORIA DE SUSANA

Todo este trabajo se ha realizado sin ningún ánimo de lucro, por simples aficionados,
respetando en todo momento el material con copyright; si se difundiera por otros
motivos, no contaría con la aprobación de los creadores y sería denunciado.

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El amanecer se alzó lentamente sobre Zaramund, vetas amarillentas, del color de
los hematomas, se extendió por la bóveda celeste, trayendo cambios graduales que
penetraron en las profundidades de los densos bosques.
Calas Typhon estaba en lo alto de una colina sobre el campamento, observando
cómo salía el sol, con su casco colgando de su codo. La fría brisa agitaba el
enmarañado pelo de su tupida barba. El primer capitán se imaginaba como un
punto de apoyo fijo en el tiempo y en el espacio, alrededor del cual, el ciclo de
Zaramund rotaba sin cesar, mientras su presencia se mantenía inmutable, constante.
Amanecer y anochecer, noche y día, esas cosas eran conceptos triviales e indistintos
para un legionario, eliminados de la existencia de Typhon junto a cientos de otras
pequeñas alegrías humanas que los suyos perdieron cuando fueron transformados.
No necesitaba dormir ni alimentar su cuerpo como lo haría un humano, y hacia
tanto que no las necesitaba, que todas aquellas cosas se habían convertido en
conceptos extraños para él. Desde su profundo pasado, el primer capitán de la
legión de la Guardia de la Muerte, había progresado a través de un camino de
cambios que había reescrito irrevocablemente su naturaleza física.
Ese fue el amanecer de un mejor yo, pensó, con una breve y sombría sonrisa.
El momento de alegría se apagó como una vela y fue reemplazado por su habitual
gesto adusto. Typhon frunció el ceño mientras trataba de aferrar los efímeros
bordes del pensamiento que lo atormentaba desde que llegaron a Zaramund,
incluso desde antes, si era honesto así mismo. Casi podía ver la idea, pero cada vez
que iba a cogerla, se le escapaba. Era como pasar los dedos por el flujo de un rio,
buscando una sola corriente entre las corrientes. La verdad estaba exasperadamente
fuera de su alcance, le huía, como un fantasma que se retiraba a la disformidad, pese
a todas las horas que Typhon que pasaba allí, meditando a solas.
Dejó que el momento de ensueño se desmoronara y su mirada siguió la estela de
una pesada lanzadera elevándose desde una de las plataformas de aterrizaje
improvisadas al sur del campamento. La nave, con forma de ladrillo, se elevó hacia
el cielo, iluminándolo con sus rugientes propulsores, llevando nuevos componentes
y equipos para las reparaciones de la Terminus Est (¿Punto Final?, nt) y el resto de

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las naves de su flotilla. Typhon observó como el transbordador se convertía en un
diminuto punto, y desde lo alto de la colina, vio una brillante constelación de
estrellas matutinas que, en realidad, eran su barcaza de batalla y las otras naves de
su flota situadas en baja órbita geoestacionaria.
La nave de guerra había sufrido muchos daños, y hubo un momento en el que
Typhon temió que Zaramund bien podría convertirse en su tumba. Pero el destino
tenía una forma muy curiosa de confundir las expectativas del guerrero. En lugar
de una batalla, el Terminus Est había encontrado un puerto seguro y una
inesperada bienvenida por parte de quienes Typhon menos se esperaba: Luther y
sus Ángeles Oscuros renegados, que tenían la intención de plantar sus estandartes
al lado de los del Señor de la Guerra, Horus Lupercal…
Por supuesto, aquel fue un bienvenido giro de los acontecimientos para la Guardia
de la Muerte, aunque Typhon no podía evitar tener sospechas. Sin embargo, ¿no
era esa la naturaleza intrínseca de los hijos de Barbarus? ¿Desconfiar de todo lo que
no se puede ver, tocar o romper?
Typhon apartó ese pensamiento con un movimiento de cabeza, se quitó uno de sus
guanteletes y se pasó la mano por el pelo corto que cubría su cabeza. La
generosidad de Luthe, le gustara o no, le era muy necesaria al primer capitán y a sus
Guardianes de Tumbas (Grave Wardens en el original). La necesidad anuló la
desconfianza.
De momento…
El pensamiento se desvaneció cuando los dedos de Typhon encontraron una nueva
lesión en su cuero cabelludo, escondida entre las capas de pelo grasiento. Intentó
no pensar en ello, pero no mano se deslizó hacia la parte posterior de su cuello,
donde, hacía ya varias semanas, aparecieron las primeras lesiones. Allí había un
grupo de furúnculos azulados, tres de ellos que resultaban extrañamente fríos al
tacto. Otras marcas, similares a esas, iban apareciendo en su cuerpo, pero estaban
mejor escondidas en los pliegues de sus músculos, y, gradualmente, iban creciendo
y haciéndose más numerosas.
Y sin embargo, aquellas lesiones no le causaban ningún dolor. Al contrario,
Typhon se sentía físicamente más fuerte que nunca, como si estuviera mejorando a
cada día que pasaba. ¿Estoy enfermo? Esa pregunta resonó en su mente, y le

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pareció ridícula. Algo inimaginable, era un Guardia de la Muerte, obstinado e
implacable. No había toxina o enfermedad conocida que pudiera hacerlos daño.
Quiso reírse de aquel pensamiento, pero aquello le realmente lo incomodaba.
Typhon se dio cuenta de unas pocas y diminutas moscas negras rodeaban su
cabeza, pequeños bichos apenas más grandes que motas de polvo, y las apartó con
un gesto perezoso mientras miraba la figura que se acercaba subiendo por la
pendiente de la colina.
El otro Guardia de la Muerte se quitó el casco mientras se acercaba, deteniéndose a
unos metros de distancia y haciendo una ligera reverencia. Hadrabulus Vioss era el
capitán de los Guardianes de la Tumba de Typhon, y la mano derecha de su señor.
-Mi señor- comenzó a decir, -lleva mucho tiempo con el vox en silencio. Sus
sistemas de comunicaciones aparecen como desactivados.
-Necesitaba algún tiempo para pensar, nada más- dijo Typhon, luego miró su casco
y luego a Vioss. -¿Qué deseas, pariente?
-Yo no, primer capitán- dijo el capitán de los Guardianes de la Tumba, con arrugas
formándose en su afeitada cabeza. -Luther, el Ángel Oscuro, desea hablar con
usted.
-¿De qué?
-¿Me está pidiendo que lo adivine?- dijo Vioss, haciendo una mueca.
Typhon hizo un gesto para que continuara.
Su segundo al mando respiró hondo. -Creo que quiere unirse a nosotros. Para que
luego hablemos bien de él al Señor de la Guerra.
-Luther está considerando el precio que nos pedirá a cambio de su ayuda.
-Efectivamente- asintió Vioss.
Typhon apartó todos los pensamientos que nublaban su mente y dio un paso hacia
adelante. Los músculos sintéticos situados debajo de las gruesas placas de ceramita
de su armadura de exterminador sisearon suavemente, mientras cogía su casco y
reactivaba todos sus sistemas.

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-Al fin y al cabo, es un guerrero de Caliban- añadió Typhon, tras unos momentos.
-Todos tienen buen ojo para los cálculos de la guerra.
-Estamos en deuda con él- señaló Vioss.
-En efecto- aceptó Typhon, y comenzó a descender por la colina hacia el
campamento. -Pero hay otras balanzas que necesitan ser equilibradas antes que la
suya.

-Tenemos mucho que hacer- murmuró Luther, mirando desde debajo de su


capucha la mesa de planos hololitica que tenía ante él. La pálida luz de la pantalla
iluminaba su rostro y el techo bajo de la cámara de mando. Sobre la superficie
vítrea de la mesa, las representaciones de los mundos cercanos giraban sobre sus
órbitas mientas flechas de color verde oscuros, indicadores que sugerían el
despliegue de naves estelares, nadaban entre el vacío entre ellos.
-Si está ahí afuera… necesitaremos estar preparados para enfrentarnos a él con
todas nuestras fuerzas cuando llegue el momento.
-Corswain- dijo lord Cypher, sopesando el nombre mientras lo pronunciaba. -Si lo
que la Guardia de la Muerte nos ha dicho es cierto, entonces permitir que los
guerreros de Typhon descansen aquí, puede que lo guíen involuntariamente hacia
nosotros.
-¿Es una censura lo que escucho en tus palabras, hermano?- dijo Luther,
lanzándole una mirada de advertencia. Continuó antes de que Cypher pudiera
responder. -Usa tus dones. Si el perrillo faldero del León ha captado nuestro olor,
le tenderemos una trampa para cuando llegue.

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-No he sentido nada- admitió el psíquico. Luego hizo una pausa y siguió con más
calma. -Tal vez tú puedas iluminarme, señor. Tal vez pueda explicarme que
ganamos ayudando a los hombres de Mortarion.
Una respuesta desdeñosa salió de la boca de otro Ángel Oscuro que también
miraba la pantalla hololitica. El capitán se dio cuenta de que había hablado cuando
no era su turno e hizo una ligera reverencia.
-Perdóname, Lord Luther. No era mi intención…
Luther lo interrumpió con un gestó cortante.
-Di lo que piensas, Vastobal.
El capitán Vastobal respiró profundamente y se dispuso a hablar.
-El camino que has elegido para nosotros será aún más duro si lo hacemos solos-
comenzó a decir.
-¿Pero?- la penetrante mirada de Luther le indicó que siguiera hablando.
-Me pregunto si, tal vez, los Guardias de la Muerte no sean exactamente los aliados
que necesitamos… sino simplemente los que tenemos.
-Crees que lo mejor sería abandonar este mundo y buscar nosotros mismo a los
Hijos de Horus, ¿no es así?- dijo Luther, frunciendo el ceño. -Ocupar Zaramund
ha sido solo el primer paso. La llegada de Typhon ha sido una afortunada
coincidencia.
Vastobal dudó y Cypher habló por él, anticipándose a las palabras del capitán. -No
confía en ellos. Cree que la Guardia de la Muerte no tiene nada con lo que pagar
nuestra generosidad.
-La palabra gratitud no existe en su idioma- añadió Vastobal.
Luther estaba a punto de decir algo, pero un icono parpadeó en la mesa de mapas.
Una voz mecánica anunció la entrada de una llamada de vox, un mensaje enviado
desde el campo de reparación que los Ángeles Oscuros habían cedido hacia ya
varias semanas a los hombres de Typhon.

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-Hablando de la bestia…- murmuró Cypher.
-Responder- ordenó Luther al espíritu de la máquina de la mesa de mapas. Las
líneas y las formas de la pantalla se realinearon para formar un avatar
tridimensional del primer capitán de la Guardia de la Muerte, mostrándolo de
cintura para arriba, como si fuera un espectro elevándose desde la pantalla
horizontal.
-Bien hallado, lord Luther- dijo Typhon con voz ronca, su rostro oculto tras el
deslustrado bronce de su casco. Cada uno de los presentes anotó en silencio el leve
insulto del Guardia de la Muerte al entrevistarse con el Gran Maestro de los
Ángeles Oscuros con la cabeza cubierta. -¿Deseaba hablar conmigo?
La pregunta que les pasó a todos por la cabeza se reflejaba claramente en el rostro
de Vastobal. ¿Qué tienen que esconder?
-Primer capitán Typhon- dijo Luther, en tono neutro. -¿Cómo van las
reparaciones de sus naves? Mis tecnólogos me informan de que los trabajos
avanzan a buen ritmo.
La máscara facial de Typhon se movió. -Pronto terminaremos todos los trabajos.
-Tenemos varios tecnomarines muy experimentados en nuestras filas- dijo Cypher.
-Podríamos enviarles algunos, para acelerar los trabajos…
-No es necesario- le interrumpió Typhon. -Son nuestras naves, nosotros las
conocemos mejor.
Luther se apoyó en los borde de la mesa de planos, cara a cara con el hololito. -
Primo- comenzó a decir. -Llevas más de un mes en Zaramund. Durante todo este
tiempo, has rechazado todas mis invitaciones para descansar con nosotros, todas
mis ofertas para que nuestros siervos o nuestros hermanos os ayudaran. Sólo has
aceptado los materiales y nunca te aventuras más allá de los muros de tu
campamento. Estoy empezando a pensar que te ofendido de alguna manera- medio
sonrió Luther.
-En absoluto, mi señor. Su generosidad es muy apreciada- respondió Typhon. -
Pero la Guardia de la Muerte no acepta fácilmente la caridad. Es un defecto de
nuestro carácter- dijo, luego hizo una pausa y miró a todos los presentes. -Y no
desearía que surgiera ningún desacuerdo entre nuestras dos legiones.
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-No te entiendo- dijo Cypher.
El rostro cubierto por el casco de Typhon se volvió hacia Zahariel. -Después de
haber sido perseguidos durante tanto tiempo por tu hermano Corswain, algunos de
mis guerreros se han enemistado con los hijos de Caliban. Sería muy triste si eso
condujera a algún tipo de… malentendido.
Quedó muy claro que quería decir algo muy diferente.
-Corswain no es nuestro hermano- dijo Vastobal con dureza. -Ya no.
-Por supuesto- le concedió Typhon. -Simplemente les diré que lo mejor será que
mis hombres realicen ellos solos los trabajos de reparación. Solo le pido que respete
esa petición.
-Como quieras- contestó Luther. -Pero espero poder beber algo contigo cuando
acaben los trabajos.
-Sí, les agradeceremos su generosidad. Hasta entonces, lord Luther, le doy de
nuevo las gracias- finalizó Typhon, luego inclinó la cabeza y el hololito se apagó.
-¿Tiene miedo de que sus hombres se peleen con los nuestros?- se burló Cypher.
-Eso es una mala excusa, mi señor- dijo Vastobal. -No está siendo sincero con
nosotros. Los Guardias de la Muerte no se merecen la generosidad con la que los
está tratando.
-¿Oh?- replicó Luther, lanzándole una gélida mirada. -Por supuesto, capitán.
Entonces, corrígeme, ¿qué se supone que debería hacer?
Vastobal se quedó en silencio, dándose cuenta de que una vez más se había pasado
de la raya. Era una parte de su carácter que no había podido eliminar y le metía en
problemas con demasiada frecuencia. Pero luego siguió hablando,
comprometiéndose aún más.
-Lord Luther, permítame vigilar a Typhon y a sus hombres, para que podamos
estar seguros de lo que están haciendo dentro de los muros de su campamento-
dijo, luego hizo una pausa, miró a lord Cypher y continuó. -Todos hemos oído
historias de lo que los seguidores de Horus están haciendo en otros mundos…-
finalizó, y se alejó, como ya no quisiera decir nada más.

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Luther y Zahariel intercambiaron sombrías miradas.
-Yo espero que mis centuriones actúen siempre pensando en el mejor interés de la
legión- dijo Luther. -Con mucho cuidado y discreción.
-Así se hará- asintió Vastobal, aceptando la orden táctica. Saludo a Luther
llevándose el puño hasta la coraza, y luego se alejó de la cámara de mando.

Las horas fueron pasando. Typhon deambulaba por el campo, sin rumbo, perdido
en sus pensamientos. Su gente trabajaba arduamente a su alrededor, pero ni siquiera
se dio cuenta. Su mente seguía buscando respuestas.
Los miembros de la XIV legión que habían descendido de la flota se esforzaban
incansablemente, ensamblando piezas de repuesto en la superficie antes de que los
transbordadores las llevaran hasta los acorazados. Siervos y esclavos trabajaban
cuidadosamente, con gesto hosco, y los que no tenían implantes lobotómicos, los
que todavía poseían algo de personalidad, pasaban el tiempo canturreando las
antiguas canciones campesinas que les recordaban los días en los que trabajaban en
los duros campos químicos de Barbarus. Sus tonos graves y tranquilos le trajeron
recuerdos a Typhon, recuerdos que surgieron desde las venenosas nieblas del
pasado hasta el presente, pero él los apartó. Le irritaban por una serie de razones
que no podía definir, como si le flotaran la piel con una gruesa lija.
Con su mano derecha aferraba el largo mando de Sacatripas (Manreaper en el
original), su guadaña de energía, el arma personal del primer capitán, frotando
distraídamente su empuñadura, dejando que su peso descansara sobre su brazo. La
guadaña actuaba como un ancla, tirando de Typhon hasta el presente,
manteniéndolo en la tierra cuando sus pensamientos amenazaban con llevárselo
lejos, demasiado lejos.

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A Typhon le era difícil mantener la concentración. Cada vez más a menudo, se
encontraba flotando a la deriva, con un oscuro miasma zumbando gélido en los
bordes de sus pensamientos cuando se suponía que su mente debía estar en reposo.
Ese algo apenas perceptible, que le atraía como un imán, parecía con más fuerza
cuando estaba a bordo del Terminus Est, y todavía aún más fuerte cuando la nave
navegaba por la disformidad, como si en medio de los torbellinos del empíreo
sonase un clarín tocando solo para él.
O el eco de una voz desde otro mundo.
Typhon había descendido a Zaramund en parte para vigilar el trabajo de los
esclavos, pero también para poner algo de distancia entre él y el vacío. No había
funcionado. Día tras día, se sentía menos como el guerrero que anteriormente había
sido y más como un viajero dentro de su propio cuerpo.
Pensó en el amanecer que había presenciado, y en los progresivos movimientos de
luces y sombras que le siguieron. Typhon sentía que su interior se estaba
produciendo algo similar. Un cambio de solo florecería en plenitud si dejaba de
luchar y lo permitía.
¿Y entonces qué? Typhon había liderado la flotilla escindida, alejándola de la
sombra de su primarca porque creía que tenía que cumplir su propio destino.
Siempre lo había pensado, incluso cuando eran jóvenes. Incluso al principio, antes
de que el padre de Mortarion llegara a por él. Pero ahora, cuando ese camino
empezaba a mostrarse, Typhon no sabía hasta dónde lo llevaría.
Respiró hondo y sintió un sabor extraño, no por el aire, sino por la saliva de su
boca. Tragó, obligando a su mente a calmarse antes de pudiera volver a vagar con
pensamientos de forúnculos floreciendo sobre la piel enrojecida, y escamas frías
formándose en la carne grasienta.
La atención del primer capitán se centró en dos legionarios que cruzaron corriendo
frente a él, los dos con su bolters preparados, mientras subían por una pendiente
para colocarse en los muros del campamento y vigilar el bosque. Sus botas
sacudieron la estructura de los bloques Mortalis que formaban la muralla,
desprendiendo escamas de óxido a su paso.

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Typhon los siguió mientras otro Guardia de la Muerte, un sargento veteranos con
un gran ojo augmetico, corría tras los dos guerreros.
-Tú- ordenó. -¿Algo va mal?
No había sonado ninguna alarma, pero las acciones de sus hombres eran ya toda
una advertencia.
El sargento se detuvo, disimulando un gesto de sorpresa al ver al primer capitán
frente a él. Hizo un rápido saludo e indicó los muros con un gesto de cabeza.
-Lord Typhon. Un incidente menor en el perímetro- dijo, luego hizo una pausa. -
Es un grupo de civiles. Detectamos un grupo de ellos con los sensores, acercándose
por el valle- siguió, señalando hacia lo lejos. -Los vox de la torre contactó con ellos,
ordenándolos que se retiraran. Pero siguen acercándose.
Typhon sintió una vez más un brillo oscuro en los límites de su visión, como si
fuera una luz parpadeando en las alas de unos insectos inmóviles. Caminó junto al
sargento, siguiéndolo por la rampa.
-¿Qué es lo que quieren?
-No está muy claro, señor- contestó el sargento cuando alcanzaron lo alto de los
muros. -Mire allí.
Typhon afirmó el mango de Sacatripas sobre la plataforma y observó un grupo de
personas acercándose a través de los límites del bosque. Se estaban reuniendo a un
lado del camino que conducía hacia la civilización.
Algunos de ellos lo vieron e, inmediatamente, se quedaron inmóviles, como
animales atrapados por la salvaje mirada de un feroz depredador. El viento le llevó
a Typhon sus silenciosos murmullos y vio como otros se unían a los murmullos.
Uno de ellos levantó un comunicador portátil.
A su lado, el sargento bajó su bolter ligeramente.
-Señor… un mensaje de la torre de los vox. Los civiles han respondido a nuestras
advertencias. Dicen que no se irán- dijo, mientras dirigía una mirada de extrañeza a
su comandante. -No hasta que se les permita hablar con alguien llamado Typhus.

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Entre los árboles, Vastobal parecía un fantasma esmeralda.
El bosque, tan denso como los de Caliban, con árboles de troncos altos y esbeltos
agrupándose los unos sobre los otros, formando hileras solo rotas por los senderos
de los animales y algún ocasional desmonte. La luz del día apenas penetraba a
través de dosel, gracias a lo que Vastobal pudo deslizarse de una sombra a otra, sin
apenas perturbar la maleza, a pesar de que llevaba su servoarmadura envuelta entre
los pliegues de su manto de guerra color verde oscuro.
En silencio, y con vox apagado, le había sido fácil fundirse entre el bosque y
convertirlo en su aliado, ayudándole a ocultarse. Una vez que sobrepasó la línea de
sensores perimetrales que la Guardia de la Muerte había sembrado en el bosque,
sintió un aviso de alerta correr por sus venas. Los hijos de Barbarus estaban
actuando en Zaramund como si estuvieran en territorio enemigo, en un lugar
conquistado por la XIV Legión con una población hostil, en lugar del afortunado
santuario que realmente era.
Vastobal curvó sus labios detrás de la rejilla de respiración de casco. Con cada paso
que daba, sus sospechas se hacían más fuertes.
Había visto la columna de civiles varias horas antes. Oculto, los había visto bajar
por el camino que conducía al campamento de la Guardia de la Muerte. Los
escuchó como cantaban y hablaban. Estudió su comportamiento. Estaban alegres, y
él no podía entender la razón. Aquel extraño grupo de nativos era una mezcla de
los diferentes estratos de la sociedad feudal del planeta, y actuaban como si se
dirigieran a la celebración de un gran festival. Parecían optimistas, pero, a la vez,
extrañamente serios. Buscó en su mente la palabra correcta para resumir aquel
estado de ánimo.
¿Una peregrinación?

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En parte por simple curiosidad, y en parte porque le servían como elemento de
distracción ante cualquier posible centinela, Vastobal siguió al grupo de civiles
durante el resto de su viaje, marchando en paralelo a ellos, hasta que finalmente se
separó de ellos a cierta distancia de la puertas del campamento de la Guardia de la
Muerte.
El capitán encontró refugio en el ahuecado interior del tronco de un árbol caído y
usó la telemetría de la óptica de su casco para escanear los muros de hierro, en
busca de puntos débiles. Vastobal planeaba esperar hasta el anochecer y entrar a
escondidas en el campamento, tan profundamente como pudiera, para observar las
actividades de la Guardia de la Muerte sin que ellos se dieran cuenta. Si creían que
nadie los observaba, pronto le revelaría su verdadero carácter.
Pero apenas el Ángel Oscuro había tomado posiciones ante el campamento,
escuchó el silbido hidráulico de los pistones de las puertas blindadas, y vio como
estás se abrían lo suficiente para permitir que saliera una figura equipada con una
armadura de exterminador. Los colores y el equipo eran los mismos que Vastobal
había visto en el hololito, y la enorme guadaña que llevaba aquel guerrero en su
mano eliminó cualquier duda que pudiera tener sobre la identidad de aquel
Guardia de la Muerte.
El primer capitán Typhon. Valtobal se puso tenso mientras su mano buscaba
instintivamente la empuñadura de su larga espada. ¿Puede saber que estoy aquí?
El Ángel Oscuro había oído historias de la habilidad de Typhon en la batalla, junto
a sucios rumores que sugerían que era alguna especie de psíquico, aunque eso
seguramente era falso, era muy conocido el odio que el primarca de la XIV Legión,
Mortarion, hacia todos los brujos. Recordando su entrenamiento, comenzó a frenar
los latidos de su corazón, mientras intentaba fusionarse lo más posible con el
bosque, no fuera que algún hipotético sentido sobrenatural que Typhon pudiera
poseer lo detectase.
Aquello pareció ser suficiente. Los peregrinos se inclinaron ante el capitán de la
Guardia de la Muerte. Typhon se acercó a ellos y se dispuso a escucharlos.
Vastobal sintonizó al máximo sus autosentidos y se esforzó por escuchar la
conversación.

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Calas Typhon conocía muy la expresión que los humanos mortales mostraban
cuando lo miraban a él y a los de su especie. Sin la menor duda, la emoción que se
reflejaba en sus rostros era siempre el miedo. El tono podía cambiar dependiendo
de las circunstancias, pero siempre tenían miedo, siempre aterrorizados ante
aquellos que parecían una encarnación de la guerra revestidos con armaduras de
acero.
Pero ahora no. No en estos hombres, que lo miraban con algo similar a la
adoración, como si él hubiera llegado a traerlos la salvación. Typhon se rindió ante
un extraño deseo y se quitó el casco para mirar a aquellos hombres a los ojos, pero
aquello solo pareció aumentar la veneración de aquellos humanos, que susurraron
entre sí, asintiendo y sonriendo.
Es como si me conocieran, pensó.
-¿Quiénes sois y que queréis?- les preguntó, irritado.
-Hemos venido a verte- le contesto una de mujeres, una severa anciana que hablaba
como una auténtica matriarca. -Ah, y el viaje ha valido la pena, ¿no es así?- le
preguntó a los demás con una sonrisa. El resto de los civiles asintió. -Aquí lo
tenemos. Justo como se nos prometió.
-No te conozco- la respondió Typhon, claramente molesto, tanto por los modales
de la mujer, como por la sensación de que algo no iba bien. -Esto es una instalación
militar. No podéis estar aquí. Regresad a vuestras casas.
-Las hemos abandonado- dijo la mujer. -Es la hora. Tu llegada ha sido el signo.
Typhon negó con la cabeza.
-Si no os vais, se os expulsará por la fuerza- dijo Typhon, mirándola furioso. -Y no
seremos amables.

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La anciana le sonrió, como si fuera un hijo travieso, y señaló el aire que los
rodeaba. -Todos hemos oído el susurro de las alas.
Aquellas palabras de la mujer silenciaron a Typhon.
-Brillante, negro, plateado, como tú- siguió la mujer. -Todos hemos recibido sus
dones- dijo, arremangándose la túnica para mostrar un brazo, delgado como la pata
de un pajarito, cubierto con una piel curtida y arrugada, como si fuera cuero. -Se
suponía que iba a morir de cáncer, y en lugar de eso, florecí.
Typhon parpadeó cuando notó un pequeño insecto zumbando entre los dos. Se dio
cuenta de que podía ver más por el rabillo del ojo, bailando entre los rayos de sol
que atravesaban las copas de los árboles. Motas negras, enrollándose como si fueran
humo con vida propia.
La vieja le mostró el interior de su antebrazo y las llagas que tenía allí, todas
idénticas a las que tenía en el cuero cabelludo. Otros miembros del grupo se
desabrocharon sus ropas para mostrarle a Typhon el pecho o la garganta. El primer
capitán vio marcas amarillentas, agrupadas de tres en tres. Todas eran iguales.
Exactamente iguales.
-Fue el abuelo el que me trajo las úlceras- dijo la anciana. -Él nos habló de ti, gran
lord Typhus. Nuestro campeón.
-Mi nombre es Typhon- insistió el primer capitán. -Calas Typhon.
-Oh, sí, por el momento- dijo ella, sin darle importancia a lo que había dicho el
capitán. -Las cosas crecen y cambian. Hay muerte, y hay renacimiento.
La anciana colocó su mano sobre el avambrazo del marine espacial, sus dedos de
araña, finos como palillos, recorrieron el metal y miró hacia abajo. La mujer estaba
dibujando algo en el suelo, unas líneas que formaban tres círculos entrelazados.
Los pensamientos del primer capitán se aceleraron. Desde que era joven, Typhon
había percibido grandes criaturas moviéndose más allá de su percepción, como el
oleaje de unos gigantescos leviatanes pasando bajo la superficie del océano. En el
pasado, le habían ordenado usar aquellas habilidades, aprovechándoles en beneficio
de su legión, pero luego el primarca impuso la más estricta prohibición sobre todas
aquellas prácticas.

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No tenía la menor duda de que aquellas fuerzas habían marcado su vida, pero rara
vez se había encontrado con otros que también hubieran sentido su toque. Ni
siquiera Erebus, pese a todos sus tatuajes y discursos, le había parecido tan
próximo a él como todos aquellos extraños que ahora estaban ante él. El aire estaba
lleno de un olor extraño y potente, dulce y acre a la vez, como flores floreciendo
sobre la carne putrefacta.
-Ya lo ves- dijo la mujer, con los ojos cubiertos de lágrimas. -Sí, por supuesto que
lo ves. ¿No es así? Le hemos estado esperando tanto tiempo, mi señor. Sin
consagrar, rescatados una y otra vez de nuestras enfermedades, y todo para eso.
Para este momento- siguió ella, acercándose tanto al primer capitán que el marine
espacial pudo apreciar los vasos sanguíneos rotos de su cuello y su cara, el resultado
de una severa infección. -Y por fin ha llegado la hora.
El primer capitán vio lo mismo cuando miró a los demás. Rostros hundidos de
personas que debían haber muerto hace mucho tiempo, pero que, en lugar de
morir, se arrastraban en un estado de no vida. Fue como si un velo que le cubriera
los ojos cayera brevemente. Vio a aquellas personas como lo que realmente eran:
seres vivos que deberían haber muerto, mantenidos en vida por las mismas
enfermedades que deberían haberlos matado.
-¿Por qué sigues con vida?- preguntó.
-Ya lo sabes- sonrió la anciana. -Por la misericordia del abuelo. Y con tu
aprobación, heraldo, podremos seguir adelante- siguió, extendiendo sus manos. -
Finalmente podremos repartir nuestros dones por todo Zaramund… y más allá.
Typhon miró hacia abajo y vio la correosa piel de los brazos de la mujer
ondulándose mientras diminutas formas se movían en el interior de su carne.
Diminutas criaturas negras comenzaron a brotar por los poros y a pulular por sus
manos, hasta formar una masa oscura y brillante.

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Una potente y terrible sensación estalló en el interior de Vastobal, una cascada de
repulsión brotando desde lo más profundo de su ser.
No podía apartar la mirada de los peregrinos. Todos ellos estaban extendiendo sus
aceitosas manos, como si estuvieran orando, con una materia brillante brotando de
sus bocas y fosas nasales, derramándose desde sus ojos y oídos.
Incluso tan apartado, pudo sentir el hedor del fétido fluido como un auténtico
golpe físico. Valtobal retrocedió, sintiendo como se formaba un nudo en sus tripas.
El reforjado gen de los Ángeles Oscuros le hacía capaz de ingerir ciertas materias
que habría matado instantáneamente a un humano normal, pero aquel bilioso olor
era tan repugnante que incluso amenazaba la férrea constitución de un marine
espacial. Casi llorando, Vastobal activó los sellos atmosféricos de su
servoarmadura, activando una serie de funciones que serían más adecuadas para
moverse en un tóxico mundo mortal o en el vacío profundo que para los plácidos
bosques de Zaramund. Salió de su escondite, luchando contra la ola de arcadas que
se había apoderado de él, intentando calmarse. La capa del capitán onduló sobre sus
hombros mientras agarraba su espada larga y la desenvainaba.
Los peregrinos se volvieron hacia el Ángel Oscuro, y vio una pesadilla.
Cadáveres boquiabiertos, animados por bruscos movimientos, como si fueran
marionetas. Montones de carne muerta imitando formas humanas. Criaturas
repugnantes que solo podían pertenecer a un estercolero o a una tumba.
A Typhon no parecía haberle importado aquella repentina transformación que se
estaba produciendo entre los civiles, sino que se giró amenazante hacía Vastobal
cuando este salió al descubierto. Typhon apuntó su arma de energía hacia el Ángel
Oscuro y le ordenó que se detuviera, pero Valstobal apenas fue consciente de ello.
Toda la atención de Vastobal estaba centrada en las criaturas que lo rodeaban.

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De repente, recordó todos los disparatados rumores y las medio verdades que había
escuchado sobre el coqueteo del Señor de la Guerra con misteriosas fuerzas
sobrenaturales. Comprendió que, pese a que siempre había esperado que todo
aquello no fueran más que mentiras, él estaba equivocado y ahora estaba viendo la
verdad. Vastobal era un hijo de Caliban, y los hijos de Caliban conocían a los
monstruos que acechaban en la oscuridad. Todos aquellos inmundo rumores son
ciertos, se dijo a sí mismo, y mucho peores de lo que pudiera haber pensado.
El sentido del deber de Vastobal le advirtió desde los bordes de su conciencia.
Luther debía ser puesto en alerta sobre lo que había permitido que se posara sobre
Zaramund, avisado del tipo de repugnante brujería que la Guardia de la Muerte
habían traído con ellos tras su alianza con Horus Lupercal.
Pero las criaturas tenían otros planes. Las cosas con formas de hombre lo
alcanzaron, derramando un icor negro sobre la maleza que tenían a sus pies
mientras dedos como garras arañaban su armadura. Asfixiado por los restos del
hedor en los confines de su casco, Vastobal desenvainó su espada de un solo golpe.
El primer arco que formó su espada en el aire le arrancó la cabeza a uno de los
peregrinos infectados, pero en lugar de un chorro de sangre, lo que saltó fue un
torrente de suciedad, lo que obligó a Vostobal a retroceder. El resto de los
peregrinos se lanzaron contra él, y los recibió con golpes rápidos y mortales. Otro
peregrino, y luego otros dos más, cayeron bajo su espada.
Y cada vez que la espada les cortaba, la oscuridad saltaba de sus cuerpos,
moviéndose como una nube de humo grasiento.
Ya demasiado tarde, Vastobal se dio cuenta de que repelente fluido era una colosal
y densa masa de diminutos insectos, moscas que los cadáveres vomitaban en
enormes enjambres.
La razón amenazó con escapar de su mente cuando se hizo evidente la magnitud
del horror. La mente del Ángel Oscuro se deslizó hacia el trance del combate, con
algunos de los entrenamientos que habían sido inculcados en su mente tomando el
control de su cuerpo, anulando el resto de sus instintos básicos y de sus
preocupaciones.
Destruye a esa inmundicia. Aniquílalos a todos. Bórralos del mapa.

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Vastobal se movió rápidamente, golpeando y cortando todo aquello que se cruzaba
en su línea de visión. En el combate cuerpo a cuerpo, la necesidad de destruir a sus
enemigos se convirtió en algo que lo consumía, como si el Ángel Oscuro se hubiera
convertido en el anticuerpo que debía erradicar la infección que afectaba el cuerpo
de Zaramund.
Una oscura y chirriante mancha de insectos y sangre negra cubrieron su armadura
mientras avanzaba hacia la anciana que lo había comenzado todo, la que había
estado hablando con el Guardia de la Muerte. Ella era el centro de toda aquella
corrupción, ahora estaba tan claro como el día. Lanzando un grito de guerra,
Vastobal avanzó hacia ella, con la espada en alto, con la intención de cortar a la
delgada mujer por la mitad, desde la cabeza hasta los intestinos.
La hoja curvada de una guadaña salió de la nada y bloqueó el golpe antes de que
pudiera alcanzar su objetivo.

Typhon había decidido que el Ángel Oscuro se había vuelto loco.


Durante un momento, el Guardia de la Muerte estaba viendo… algo… y al
siguiente, su mirada fue apartada de la anciana por una forma cubierta que salía
gritando del bosque, aullante incoherentes advertencias sobre la corrupción y las
abominaciones.
Typhon estaba a punto de interponerse entre los civiles y el otro legionario, con la
intención de exigirle saber la razón por la que uno de los hombres de Luther había
considerado oportuno acercarse a escondidas a su campamento, pero los
acontecimientos se desarrollaron de tal forma que anularon la posibilidad una
respuesta tan comedida.
El Ángel Oscuro comenzó a matar. Lo hizo con tal ferocidad que Typhon se
quedó momentáneamente sorprendido. Había visto aquella ciega furia en los

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Portadores de la Palabra, o en los Devoradores de Mundos, pero nunca en los
sensatos guerreros de la Primera Legión.
Los civiles se defendieron. Se movieron con una unidad de propósito que rara vez
se veía en los mortales cuando se enfrentaban al intimidante poder de la carga de un
legionario, pero su valor no sirvió para nada. El Ángel Oscuro los derribó con
rápidos y feroces estocadas de su espada, con torrentes de sangre salpicando desde
allí donde golpeaba. Typhon notó como de nuevo aparecían los insectos, como
salidos de la nada, sin duda atraídos por el olor de la sangre derramada.
El momento pareció alargarse y el Guardia de la Muerte permitió que una oleada
de fría ira lo lanzara hacia adelante. Typhon se giró para enfrentarse al Ángel
Oscuro mientras este corría a toda velocidad hacia la anciana, que, conmocionada
y con el rostro cubierto de lágrimas, se quedó inmóvil mientras aquel avatar de la
muerte corría hacia ella a través del claro.
Sus armas chocaron con el chillido de un duro y cristalino acero. Durante un breve
instante, pareció congelarse el tiempo.
-¡Detén tu mano!- gruñó Typhon.
-¿Qué clase de obscenidades has traído hasta aquí, Guardia de la Muerte!- el Ángel
Oscuro le gritó aquellas palabras temblando de rabia. -¡Voy a terminar con ese
horror blasfemo!
Aferrado por el violento abrazo del Ángel Oscuro, Typhon pudo ver el nombre del
guerrero escrito en uno de los pergaminos dorados rodeado de laureles que llevaba
sobre su pecho, lo que indicaba que era un capitán.
-¡Vastobal!- gruñó, confiando en que al dirigirse al Ángel Oscuro por su nombre,
este recuperara algo de cordura. -¡Retrocede!
-¡Nunca ante semejante plaga!- gritó el otro guerrero, soltándose y lanzando otra
serie de tajos y estocadas con su espada larga.
Typhon adoptó una posición defensiva, manejando a Sacatripas con ambas manos,
utilizando el mango para detener y bloquear cada uno de los golpes lanzados por
Vastobal. La capa del Ángel Oscuro ondeaba tras él mientras intentaba encontrar
una brecha en la defensa; Typhon tuvo que admitir que era muy bueno, y si
Valtobal hubiera peleado disciplinadamente, en lugar de haber permitido que la
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rabia se apoderase de él, el resultado del combate podría haber sido totalmente
distinto.
Typhon apretó los dientes, furioso. No tenía tiempo para esto. Cuando Vastobal se
lanzó de nuevo al ataque, Typhon giró su poderosa guadaña, formando un giro
centelleante para usar el pesado pomo de la arma para derribar al Ángel Oscuro.
Tras recibir aquel fuerte golpe, Vastobal se dejó caer sobre una rodilla. Typhon
apuntó la hoja curva de la guadaña hacia la cabeza del Ángel Oscuro.
-¡Ya basta!- gritó.
-¡No, no es suficiente!- gritó Vastobal. La espada del Ángel Oscuro voló hacia
Typhon formando un arco ascendente, tan rápidamente que casi logró cogerlo
desprevenido.
Typhon retrocedió, pero no lo suficientemente rápido para evitar que la punta de la
espada resbalara a lo largo de su peto acorazado y le cortara la cara entre su
descuidada barba.
Alzó su mano hacia la herida. Había sangre.
Era oscura, tan oscura que parecía casi negra. Durante un breve instante, mientras
el metabolismo mejorado del marine espacial coagulaba la herida, unas gruesas
gotas cayeron del corte hasta el suelo.
Y algo cambió en el interior de Calas Typhon, algo oscuro que estaba
profundamente enterrado en su interior. Pero una vez liberado, se desarrolló y
renació.
El cambio fue muy rápido, pero una parte de su espíritu adquirió un nuevo
aspecto. Su alma se retorció por el débil dolor de la herida, pero no fue la pequeña
herida en su carne lo que le enfureció. Fue el aluvión de emociones de repentina
rabia y odio ante la insolencia y la estupidez del Ángel Oscuro.
¿Cómo se atreve Vastobal a hacer esto? ¿Cómo se atreve?
¿No comprende ese estúpido quién soy yo? ¿Qué arrogancia le obliga a golpearme
a mí y a la gente que son como yo?

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Typhon dio rienda suelta a la furia hirviente y gelidez de su interior, respondiendo
al corte del Ángel Oscuro con otro de su guadaña, uno en el puso toda la fuerza de
la musculatura de su armadura de exterminador. Su hoja golpeó en el centro de la
espada larga de Vastobal y partió la hoja por la mitad. Una de las mitades voló por
los aires, mientras la otra mitad vibraba en las manos de Vastobal. El primer capitán
de la Primera Legión se quedó inmóvil, asombrado por el golpe, lo que en otro
momento y en otro lugar, podría haber sido el final de aquel desafortunado
enfrentamiento.
Pero esta vez no iba a ser así. Fuerzas muy superiores a las de Typhon se alzaron a
sus espaldas, una zumbante vibración que atravesó su carne y sus huesos, algo que
lo empujó hacia adelante, haciendo avanzar a grandes zancadas. El capitán de la
Guardia de la Muerte sintió una sensación arrastrándose por su torrente sanguíneo,
arañándole, como enjambres de insectos corriendo por sus venas. Sus corazones
palpitaron con fuerza dentro de reforzadas costillas.
El zumbido retumbó en el interior de su cráneo, un fantasmagórico brillo negro
plateado apareció en los bordes de su visión.
Typhon recordó todas las ocasiones en las que había tomado parte en el Ritual de
las Copas, un rito que se celebraba después de las batallas y en la que los
comandantes de la Guardia de la Muerte compartían un trago de veneno puro con
sus guerreros más valerosos. Beber veneno podía ser muy peligroso, todo un
desafío incluso para los hiper-metabolismos reforzados genéticamente de los
marines espaciales, aunque, a su manera, podía ser algo embriagador, en el que
Typhon disfrutaba de la subida de adrenalina. La amenaza de la muerte hacia que
aumentara brutalmente la descarga de adrenalina en su organismo.
Pero esto era mucho mejor.
Se sintió poderoso, potente, imparable.
El acero destelló mientras Sacatripas descendía hacia el pecho de Vastobal. El Ángel
Oscuro rodó hacia un lado, esquivando a duras penas el golpe del arma cuando la
guadaña se clavó en el suelo. Typhon lanzó otro corte hacia abajo, y de nuevo
Vastobal casi lo pagó con su vida. Por el rabillo del ojo de su sombría mirada,
Typhon creyó ver como la tierra donde la hoja se había clavado licuarse y
convertirse en un lodo tóxico y fangoso.

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Aquel instante de distracción permitió que Valtobal diera un golpe. El Ángel
Oscuro se lanzó hacia adelante, clavando el trozo de espada que aún empuñaba en
un pequeño hueco entre las placas del blindaje que protegía la parte inferior del
torso de Typhon. Al empujar la hoja, esta cortó cables de energía, haces de
músculos artificiales y, finalmente, cortó la malla interior de la armadura, la última
barrera que protegía la carne del Guardia de la Muerte.
Typhon rugió y se quedó rígido, mientras a Vastobal se le escapaba la espada de
entre los dedos y caía al suelo. Aquella era una herida mortal, una que ni siquiera
un guerrero de las legiones astartes podía ignorar.
Pero en lugar de torrente de dolor que esperaba, Typhon sintió un abrasador frío
extendiéndose por todo su cuerpo desde el punto de la herida. Miró hacia abajo y
vio algo rojo oscuro brillante extendiéndose por el pedazo de espada que tenía a la
vista.
Al principio, Typhon pensó que era sangre, pero era de un color diferente.
Era óxido. En un abrir y cerrar de ojos, la corrosión se extendió por todo el arma, a
través de lo que quedaba de la hoja, la empuñadura y el pomo. La espada de
Valtobal pareció envejecer todo un milenio en un solo instante, y se deshizo,
convirtiéndose en un montón de polvo ceniciento.
El rostro de Vastobal permanecía oculto detrás de su casco, pero su reacción ante
aquello quedó clara por el movimiento de su cuerpo, con sus manos elevándose en
un inconsciente gesto de defensa.
-¿Qué has traído a este mundo, Guardia de la Muerte?- susurró.
Typhon abrió la boca para responder, pero el único sonido que brotó de sus labios
fue el eco del zumbido de su interior.
Y finalmente, Typhon, se rindió ante el acto que anhelaba completar. Sacatripas
volvió a destellar contra el sol, y cuando su amplio y veloz arco llegó a su fin, el
casco del capitán Vastobal, con la cabeza de su dueño en su interior, rodó
alejándose del cuerpo aún tembloroso del Ángel Oscuro.

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La anciana se arrodilló ante el Guardia de la muerte, el resto de los peregrinos la
imitó, apretando sus cabezas cubiertas de costras y llagas contra el barro, entre los
cadáveres destrozados de sus compañeros. Juntos, susurraron una única palabra. -
Typhus- y luego guardaron silencio.
Typhon se estremeció por la energía desencadenada, y necesitó toda su fuerza física
para recobrarse. Se llevó la mano hasta el torso, donde seguía abierto el desgarro en
su armadura. Los bordes de la herida aún estaban húmedos, con una mucosidad
blanquecina, pero no sentía ningún dolor. Sólo frío y humedad, la misma que había
sentido en otras lesiones que tenía repartidas por todo el cuerpo.
Typhon se dio cuenta de que el cambio no lo mataba. Todo lo contrario, lo
mejoraba.
La anciana lo miró, como si hubiera leído sus pensamientos. Su sonrisa era
totalmente negra, llena de dientes podridos y la promesa de una nueva no-muerte.
-¡Primer capitán!
Typhon se dio la vuelta para ver como el sargento veterano que había dejado en el
muro se dirigía hacia él, con tres Guardias de la Muerte siguiéndolo.
-Mi señor, ¿estáis herido?
Typhon hizo un gesto negativo con la cabeza. -Sargento, ¿qué has visto?
El Guardia de la Muerte apuntó con su bolter al Ángel Oscuro decapitado. -¡Lo
vimos salir de la nada! ¡Vimos como lo atacaba sin la menor provocación, y matar a
los civiles…!
-¿Eso es todo lo que vistes?- dijo Typhon, mirando fijamente al sargento, el aire
pareció volverse denso cuando sus ocultos sentidos sobrenaturales se extendieron
hacia el guerrero.
-¿Mi señor…?- el sargento pareció confundido por la pregunta.
-No importa- dijo Typhon, haciéndole señas al sargento para que se retirara.
Apretó sus dedos alrededor de la empuñadura de su poderosa guadaña y dio un
paso hacia el cuerpo de Vastobal. Nuevamente sintió algo zumbando detrás de él,
¿pero acaso lo había abandonado alguna vez?, y permitió que aquello lo empujara
suavemente hacia adelante. Las moscas negras que revoloteaban a su alrededor se
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apresuraron a descender al suelo, para atiborrarse con la espesa sangre que
empapaba el suelo.
-¿Qué vamos a hacer con el cuerpo?- preguntó otro de los guerreros.
Typhon miró a la anciana, que asintió mientras le hacía un tímido y recatado guiño.
-Ellos se encargaran- respondió.

La mirada de Luther iba y venía a través de la mesa de planos mientras los datos se
desplazaban de un lado a otro a lo largo de la superficie vidriosa. Un silencioso
timbre anunciaba la llegada de cada nuevo informe. Era una cascada de información
interminable, boletín tras boletín, relacionados con la logística y todas aquellas
minucias imprescindibles para el mantenimiento de una fuerza de combate en un
planeta recién conquistado. Aunque el Gran Mestre tenía ayudantes a los que podía
encomendar aquella tarea, parte de siempre se sentía atraído a mirar por encima de
sus hombros. En lo más profundo de sus corazones, sentía la inquietud y el miedo
de perderse algo de importancia vital si no revisaba personalmente todo lo referente
a su nueva flota y a sus centuriones.
Detrás de él, se abrió la escotilla del puesto de mando y entró Cyper, con gesto
enojado. Se había estado ocupando de sus propios asuntos durante los últimos días,
desde que Luther concediera permiso al capitán Vastobal para que vigilara en
secreto a la Guardia de la Muerte. Luther sospechaba de que Cypher también había
estado usando sus propios y particulares dones para espiar a Typhon y a sus
Guardias de la Muerte.
-¿Qué sucede ahora?- preguntó Luther, que sintió como se presentaba un nuevo
problema con la llegada del guerrero.

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Cypher le ofreció una tabla de datos como toda respuesta. En ella se veían las
imágenes tomadas por uno de los muchos satélites augures que orbitaban sobre
Zaramund. Mostraban una docena de oscuras manchas borrosas atrapadas en el
instante en el que salían de la órbita del planeta a velocidad de combate.
-Los Guardias de la Muerte se han ido- explicó lord Cypher. -Todos ellos, sin
decir ni una sola palabra, sin despedirse ni dar las gracias- escupió amargamente. -
Simplemente subieron a sus naves en plena noche, y luego se dirigieron al punto de
Mandeville del sistema a toda velocidad.
-¿Y el campamento?- preguntó Luther, enarcando una ceja.
-Vacío- dijo Cypher, inclinándose hacia adelante. -Deberíamos haber escuchado a
Vastobal.
-¿Y dónde está nuestro noble capitán?- dijo Luther, mirando por la sala de mando,
sin que sus ojos llegaran a encontrar al centurión que buscaba. -Búscalo por mí.
Quiero saber por qué no me informó de sus preparativos para partir.
-Puede que lo haya intentado- contestó un sombrío Cypher.
Luther lo miró a los ojos y un desagradable escalofrío le corrió por la columna
vertebral. El silencioso timbre de aviso sonó en la pantalla ante él, y por un acto
reflejo, el Gran Maestre miró la mesa de planos.
El informe recién llegado era una alerta menor; el médico civil de uno de los
asentamientos coloniales periféricos solicitaba la ayuda de un apotecario de la
legión para hacer frente a una infección no identificada que había aparecido en la
comunidad.
Luther descartó el informe con un movimiento de su mano y miró a Cypher,
reflexionando sobre las consecuencias que les acarrearía su acto de generosidad
con los guerreros de Typhon.

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Typhon no necesitó mirar el enorme puerto de visión al otro lado del
compartimiento para saber que el Terminus Est y el resto de su flota acababan de
entrar en la disformidad.
Se sonrió interiormente mientras caminaba hacia el ornamentado armario situado
en un rincón de la cámara de reuniones, con los pistones de su pesada armadura
silbando silenciosamente con cada uno de sus movimientos. Podía sentir el reino
del empíreo en el exterior de la nave, con los ruidos metálicos y los latidos de su
corazón resonando contra los campos Geller. Typhon se lo imaginó como un
inestable e interminable océano de sangre en la que su nave estaba sumergida. Vivo,
ansioso, llamándolo.
Se preguntó qué sucedería si ordenara que apagara la pantalla protectora de energía.
¿Qué dejaría entrar? ¿Qué surgiría de mi interior para combatirlo?
La sonrisa se hizo más amplia mientras organizaba una serie de frascos sellados
herméticamente. Typhon estaba experimentando algo que nunca pensó que llegaría
a lograr. Claridad. Esa era la palabra. Casi se rió. Aquello era una broma cósmica
una tremenda ironía. Toda su vida, desde su atormentada juventud hasta su
redención en las filas de Mortarion, incluso después, Calas Typhon había estado
intentando entender. Ahora comprendió que había formado parte de él desde el
principio.
Los que habían odiado al joven paliducho y de ojos hundidos que había sido, los
que lo rechazaron llamándolo mestizo y brujo, quizás eran los que más sabían. A
su torpe manera, habían logrado ver una fracción del verdadero potencial de
Typhon.
¿Cuál era la palabra que había usado la vieja bruja? Me llamó heraldo…
Le gustaba como sonaba ese título. Tenía fuerza, peso y la promesa de grandes
cosas a su alcance.
Heraldo.
Hablaba de alguien lleva la innegable verdad, de alguien que portaba la más dura
realidad para que todos la escucharan.

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Y Typhon se encontró a sí mismo conociendo esa verdad, absolutamente. Era el
Guardia de la Muerte, y siempre lo había sido. Vivo, pero eternamente muerto.
Moviéndose sin nunca detenerse. En suspenso entre el latido de la vida y gélido
abrazo de la tumba. Otros verían eso contradictorio, pero él no, ahora no.
Son lo mismo, se dijo para sí mismo, solo que hasta Zaramund le había faltado
perspectiva para verlo. Ahora que había estado allí, Typhon no podía entender
como las cosas podrían ser de otra manera. Era como siempre hubiera sido así,
como si siempre lo supiera.
Typhon extrajo siete ornamentados cuencos de un cajón del armario y los ordenó.
Mientras lo hacía, se llevó su mano libre hacia el lugar donde la quebrada espada
larga de Vastobal había penetrado en su armadura. Se quedó inmóvil, mirando
hacia abajo. La ceramita era muy suave, como carne fresca, pero el corte en la placa
de blindaje había desaparecido. Se había curado, como cualquier otra parte de su
cuerpo.
Una solitaria mosca negra se arrastró por la superficie de su armadura, pero no la
prestó atención. Un breve momento de duda brotó en su mente, pero se extinguió
casi tan rápidamente como apareció. ¿Cuándo fue la última vez que me quité la
armadura? Apartó la pregunta. No tenía importancia.

Vertió en los cuencos venenos y toxinas, convirtiéndolos en unas mezclas aún más
potentes. Los vapores que matarían solo con olerlos se enroscaron en el aire. El
primer capitán los aspiró como si fueran exquisitos perfumes.
-Lord Typhus.
Escuchó la voz detrás de él y se dio la vuelta. Vioss estaba junto a la escotilla que
daba a la antesala.
-¿Qué has dicho?- le preguntó Typhon.
-Lord Typhon- repitió Vioss, con el casco debajo del brazo. -He reunido a los
oficiales superiores, como me ordenó. Sus Guardianes de la Tumba lo esperan.

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-Tráelo aquí- le dijo, haciéndole un gesto con su guantelete. -Quiero hablar con
mis parientes.
Vioss hizo una ligera reverencia, se retiró y luego regresó con un grupo de cinco
legionarios más, cada uno de ellos un veterano en las innumerables guerras a lo
largo de la Gran Cruzada.
Typhon los conocía a todos, conocía de qué color era su corazón, y también los
secretos de sus almas. Quería compartir con ellos la verdad que le había sido
revelada, y con el tiempo lo haría. Pero aún no había llegado el momento. Pero, por
ahora, hoy, les ayudaría a dar el primer paso.
-He pensado mucho durante nuestra estancia en Zaramund- comenzó, -y creo que
ya hemos llegado al final de este capítulo de nuestra historia.
Typhon les ordenó que adoptasen la postura de los Siete, posiciones rituales ya
antiguas, pertenecientes a los Incursores del Crepúsculo. Los legionarios formaron
a su alrededor, dejándole a él en el centro del grupo, esperando pacientemente y en
silencio a que el primer capitán continuara.
-Hermanos, hoy terminamos este viaje como una flota escindida de la
Decimocuarta Legión. Ahora sé que debemos reunirnos con nuestra legión y con
nuestro primarca.
Vio como algunos de los Guardianes de las Tumbas intercambiaban cautelosas
miradas entre sí, pero ninguno de ellos se atrevió a hablar.
-Unidos, somos más fuertes- continuó Typhon. -Juntos, somos irrompibles.
Luego miró hacia otro lado, dándoles la espalda para realizar los últimos
preparativos del brebaje. -Hay muchas cosas que debemos a nuestros parientes, eso
ahora lo sé. Tuve que distanciarme de nuestro padre genético para poder verlo. Así
que nos reuniremos con ellos. Esa es mi orden.
Sin que lo vieran los demás, Typhon se tocó el corte que Vastobal le había hecho en
su barbilla. Volvió a abrir la herida y, lentamente, dejó que el líquido fluyera por su
espesa barba y sus manos. Era un líquido negro y aceitoso.

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-Entonces, ¿debemos regresar al cuerpo principal de la legión?- se aventuró a
preguntar Vioss. -¿Formaremos bajo los estandartes de Lord Mortarion?
-Sí, esa es mi voluntad- dijo Typhon, pasando su guantelete sobre cada tazón,
permitiendo que una gota de su sangre oscura y contaminada cayera sobre la
mezcla. -Ahora, uníos a mí, hermanos. Levantad las copas conmigo y sellad nuestra
decisión.
Se hizo a un lado y cada guerrero se adelantó para tomar su ofrenda antes de
regresar a su lugar asignado. Vioss fue el último, y dudó antes de coger el cuenco.
Typhon cogió el último y saludó con él.
La duda brilló en los ojos de los Guardianes de la Tumba, pero luego desapareció.
Vioss regresó a su posición, Typhon entró en su puesto.
-Bebed conmigo- dijo. -Uníos a mí.
Typhon levantó el cuenco hasta su boca y se bebió el contenido de un solo trago.
A su alrededor, sus hombres hicieron lo mismo, abriéndose al cambio y a la verdad.

(Exocitosis: Proceso por el cual la célula expulsa al exterior partículas o moléculas


grandes a través de su membrana, nt)

FIN DEL RELATO

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