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LA HEREJÍA DE HORUS
EL OTRO
GRAHAM MCNEILL
Rodina e Iceman
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DRAMATIS PERSONAE
Primarca
HORUS Primarca de los Hijos de Horus y líder de la rebelión
Todo este trabajo se ha realizado sin ningún ánimo de lucro, por simples aficionados,
respetando en todo momento el material con copyright; si se difundiera por otros
motivos, no contaría con la aprobación de los creadores y sería denunciado.
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EL OTRO
Traducción: Rodina
Los horológicos de la nave mostraban que ya habían pasado tres años desde la infamia de
Isstvan. Le parecía que había pasado más tiempo. Mucho más. Tres ensangrentados años
cazando los restos de las gimoteantes legiones despedazadas en las arenas negras. Un deber
que no había disfrutado, aunque cuando reconocía que era algo necesario.
Tres años que la XVI Legión pasó ganando gloria sin él, luchando en la vanguardia de esta
guerra recién iniciada.
Pero él, ante todo, era un verdadero hijo, y comprendía el valor de obedecer las órdenes.
Aunque tanto tiempo lejos de sus hermanos y de Lupercal le parecía como si una hoja al rojo
vivo cortara pedazos de su alma. (Verdaderos Hijos, los miembros de los Hijos de Horus
que se parecían a Lupercal. Solían tener ventajas para promociones, etc. Nt)
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Dejándole un vacío como el que le dejo la muerte de Verulam Moy. (Verulam Moy y Tybalt
Marr, capitanes de los Hijos de Horus, conocidos como el Uno y el Otro - The Either and
the Or- por su gran parecido físico, como gemelos. Verulam murió en la luna de Davin, nt)
¿Eso era lo que sentían los guerreros de la X Legión, sabiendo que su padre genético estaba
muerto? Vacíos e inútiles. ¿Necesitarían un nuevo propósito para llenar ese vacío? ¿Eso era
lo que les llevó a seguir luchando frente a la segura extinción?
Había descrito sus sentimientos a un guerrero de los Manos de Hierro que habían capturado
hacia un año en el esqueleto sin aire de la última colmena en el vacío de Momed.
Su nombre era Tharbis, del clan Felg, pero eso fue todo lo que les dijo. Interrogar a un
miembro de las legiones Astartes a través del dolor fue un ejercicio de futilidad. Por partida
doble siendo un Mano de Hierro.
-Yo vi morir a tu padre genético en Isstvan- le dijo en una de sus frecuentes visitas a la celda
de su cautivo. -Vi al Fenicio llorar mientras arrancaba la cabeza los hombros de su hermano
primarca. ¿Y sabes que más vi cuando cayó el Gorgón? Vi como se extinguía la voluntad de
luchar de los Manos de Hierro que aún seguían en pie. Uno por uno, depusieron sus armas y
fueron sacrificados como cerdos. Todo eso para poder morir junto a su padre. Algo muy
noble, a su manera.
Todo era inventado, por supuesto, él no había visto en Isstvan nada más que Salamandras
moribundos, pero sus palabras hirieron profundamente a Tharbis. Una y otra vez trató de
quebrar a su cautivo con la ayuda de la falta de esperanzas y la desesperación, pero hasta su
último aliento metálico, saturado con el olor del aceite, Tharbis lo había desafiado.
La última palabra que salió de sus labios fue una maldición y una amenaza, todo en una sola
palabra. Un nombre, que desde entonces había llegado a aprender bien.
Shadrak Meduson.
Se había reído cuando Tharbis murió, inclinándose para que lo último que oyera el Mano de
Hierro lo aplastara definitivamente.
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-¿No me has oído?- dijo Tybalt Marr. -Yo maté a Shadrak Meduson- dijo, mientras cargaba
su pistola bólter.
Los cielos sobre Dwell ardían. Los conos de reentrada se cubrieron de llamas. Tybalt Marr
llevaba sus naves y sus guerreros de vuelta con el Señor de la Guerra. Habían completado la
transición al sistema hacia ya siete días y se dirigieron a toda velocidad hacia el quinto
planeta.
Sólo los grupos de de los restos quemados de los cascos de naves, las baterías espaciales y los
pecios de asedio a la deriva en órbitas cada vez más reducidas les obligaron a ser más
cautelosos en su aproximación.
El mar de Enna brillaba como un espejo elíptico de bronce, reflejando el sol bajo y los fuegos
atómicos que ardían en el cielo. A Marr le recordó el gran ojo de ámbar que Lupercal llevaba
en el centro del pectoral de su armadura.
Pilotó el Stormbird hacia abajo, rodeando la caótica agrupación de viviendas que formaban la
ciudad de Tyjun, una desordenada y ecléctica colección de estructuras que llenaba un valle
poco profundo de una falla geológica como los restos de un tsunami.
Sólo una vasta necrópolis ocre en lo alto de una meseta presentaba alguna unidad algún tipo
de armonía. Había aprendido que se la conocía como el Mausolítico (Mausolytic en el
original) y que era varios milenios anterior al Imperio.
Parecía apropiado que esta reunión se llevara a cabo a la sombra de una casa de los muertos.
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Diez Stormbirds más volaban en formación junto a la de Marr, rugiendo en los cielos con el
registro de la victoria grabado en los flancos aún calientes por la reentrada. Marr dio una
vuelta más, antes de dar finalmente la orden de aterrizar. Entraron desde el norte, su favorito,
luego hizo que su cañonera pasara a vuelo vertical.
Kysen Scybale ya tenía a sus escuadras en pie. Scybale era sargento, cthoniano hasta los
huesos. Un soldado de la vieja guardia, pero con la suficiente inteligencia para moverse de
acorde a los tiempos. Un hombre de su experiencia, ya debería ser capitán, pero Scybale
sabía dónde estaba su lugar.
Una sola mirada de sus ojos grisáceos, iluminados interiormente por el oscuro fuego de
Cthonia, e incluso los capitanes daban involuntariamente un paso atrás.
Los guerreros escogidos de Marr formaron, deseosos de volver a unirse a la legión. Scybale
iba a la derecha de Marr, Cyon Azedine a su izquierda. La mano del campeón de la compañía
no se apartaba nunca de la empuñadura de cuero de su espada mortuoria (Una espada de
hoja recta, de dos filos, con una empuñadura protegida por celosía en forma de cesta, nt), con
la protección retraída para exhibir la máscara de muerte que un Mano de Hierro había
llevado antes que él.
Marr sonrió e hizo un gesto afirmativo al sargento, colocando su casco con su penacho
transversal en el hueco de su brazo mientras la rampa de asalto delantera descendía entre
chirridos hidráulicos.
Una luz rojiza entró, acompañada de una ráfaga de aire ardiente, calentada por los gases que
salían de los propulsores del Stormbird.
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Caminó por la rampa, con su paso seguro y confiado, con una determinación que no había
sentido durante mucho tiempo. Emergió de la sombra del Stormbird en la parte quemada de
una plataforma de plascreto recién construida al borde de la meseta. Las cañoneras
descendían como rapaces con ardientes nubes de vapor en cada costado.
Marr no respondió.
Sólo había cuatro guerreros al otro extremo de la plataforma. A tres los conocía, eran sus
hermanos, el cuarto era un extraño. Marr sintió un punzada de inquietud por el número.
Nada que pudiera identificar, sólo un toque de ansiedad sin ningún fundamento.
El primer capitán Ezekyle Abaddon era imposible de confundir. Alto y de aspecto brutal, su
cabeza afeitada con un mechón de pelo formando un alto moño le distinguían perfectamente
de entre los demás miembros de la XVI Legión. Clavado junto a Abaddon estaba Falkus
Kibre, un enorme guerrero al que su gran armadura le hacía todavía más aún más gigantesco.
El rostro del tercer guerrero era frío y malhumorado, anguloso y patricio. Como el del Señor
de la Guerra, pero sin el dinamismo de Horus Lupercal. Un verdadero hijo, según Marr,
aunque uno que le era desconocido.
Aunque Marr sufrió su primera conmoción real al ver de cerca la cara de Aximand, el
Pequeño Horus. Hizo todo lo posible para que no se le notara, pero una mirada al rostro de
Aximand le dijo que su intento no había tenido éxito.
Aximand lo interrumpió.
-Déjalo para otro día. Digamos solamente que el acero forjado en Medusa es muy afilado,
eso es más que suficiente.
-Así que el Otro vuelve junto a nosotros- dijo Abaddon, con lo que probablemente era una
sonrisa, pero esa mueca se parecía más a la máscara de muerte de la espada de Azedine. -¿O
tú eres el Uno, yo no me atrevería a decir cuál de los dos…?
-Nunca has tenido la menor habilidad con tu sentido del humor, ¿verdad, Ezekyle?- dijo
Marr. -Verulam murió en la luna de Davin. Así que ya no soy el Otro, y ciertamente no soy
el Uno. Ahora sólo soy Tybalt Marr. Capitán Tybalt Marr.
Antes de que eso cambiara, Aximand dio un paso hacia él, y puso una mano sobre su
hombrera. Con suavidad, pero firmemente, condujo a Marr hacia la pulida piedra ocre del
Mausolítico.
-Nos encontramos en un espacio fronterizo- dijo. -Un lugar donde la vida y la muerte no
están tan alejadas como nos gustaría desear. Es apropiado que recordemos a los muertos
como los conocimos. Ezekyle no quería faltar al respeto de la memoria de Verulam.
¿Verdad, Ezekyle?
-No- dijo Abaddon con los dientes apretados. -Por supuesto que no.
Aximand asintió y dio un paso hacia atrás. -¿Lo ves? La restauración del Mournival le ha
proporcionado a Ezekyle nuevas reservas de empatía y humildad.
Eso hizo sonreír a Marr hasta que el significado completo de las palabras de Aximand quedó
totalmente claro. Eso explicaba el vago malestar que había sentido cuando había visto que
eran cuatro.
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Los otros vieron la comprensión en sus ojos.
-No lo sabe- dijo el guerrero desconocido. -Por supuesto, ¿cómo podría saberlo?
-¿Quién eres tú, y por qué me hablas como si fueras un igual a mi?
El guerrero hizo una breve reverencia, apenas suficiente para mostrar algo de respeto.
-Discúlpeme, capitán Marr, le ofrezco todos mis respetos- dijo. -Mi nombres es Grael
Noctua, de la Vigésimo Quinta compañía.
Noctua asintió, y Marr vio el brillo de una de una fría, calculadora y despiadada inteligencia.
Se preguntó si los demás la habían visto.
-Necesitábamos restaurar nuestra fraternidad- dijo Aximand. -Ahora más que nunca.
Marr asintió con la cabeza, los músculos de su mandíbula estaban tan apretados y tensos
como las alas de un Stormbird.
-Así es- dijo Abaddon, y Marr sintió como el cuchillo clavado en su espalda se retorcía un
poco más.
Falkus Kibre dio un paso hacia adelante, y apoyó sus guanteletes sobre los antebrazos de
Marr. Él y el señor de los Justaerin nunca habían sido amigos, pero Marr siempre había
respetado las formas bruscas y honestas de Kibre.
-Es bueno tenerte de vuelta- dijo Kibre. -Te has tomado tu tiempo para acabar con unos
cuantos supervivientes, ¿verdad?
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-¿No se lo ha dicho a ellos por vox?- preguntó Scybale. -Dígales lo que ha logrado.
-Un líder de guerra de la Décima Legión llamado Shadrak Meduson reunió a mucha de esa
canalla superviviente en una fuerza de combate nada despreciable. Destruimos su flota en
Arissak.
-No, Tybalt- dijo Aximand. -Me temo que Shadrak Meduson sigue muy vivo.
Esa fue la idea más importante que pasó por la mente de Marr mientras observaba la
granulada captura pictográfica en la que los Fire Raptor de los Manos de Hierro
ametrallaban con el fuego de sus cañones la Cúpula de la Revivificación. Los proyectiles de
alta velocidad atravesaron la estructura de celosía, reventando los crio-tubos y destruyendo
mecanismo de miles de años de antigüedad.
Los Fire Raptors volaron a su alrededor, con sus torreras centrales y sus proas lanzando
chorros de proyectiles explosivos. La torre sobre la que se asentaba la cúpula entró en
erupción, envuelta por llameantes geiseres.
Si no hubiera sido dirigido contra su primarca, Marr habría admirado un intento tan
valeroso. Especialmente después del abortado intento de asesinato por parte de los Cicatrices
Blancas.
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Haber estado esperando durante tanto tiempo mostraba un nivel de paciencia que Marr no
había encontrado hasta entonces en sus relaciones con Shadrak Meduson. La acción de
abordaje efectuada contra el Corona de Llamas (Crown of Flame en el original) le había
enseñado mucho a Marr sobre ese hombre: su astucia, su determinación y resistencia.
También sobre su imprudencia y su explotable tendencia a devolver los duros golpes.
Pero, ¿paciencia? No, esa no era una virtud que él fuera capaz de asociar con el líder de
guerra de la Décima de Hierro.
¿Podría Meduson seguir con vida? ¿Podría haber escapado a la matanza del sistema Arissak?
Había sido una derrota tan total, tan completa en la sangrienta aniquilación, que parecía
imposible que nadie pudiera haber escapado. Había visto morir la nave insignia de Meduson,
contemplando se desgarraba su casco y retorcía entre las detonaciones de sus reactores e
implosiones de la disformidad.
Marr sacudió la cabeza y devolvió su atención a la captura pictográfica, grabada desde avión-
servidor no tripulado que había sido atraído por el ruido los repentinos destellos de luz.
Una de las cañoneras se arrugó, como si hubiera sido aplastada por la inexorable gravedad de
un agujero negro.
Ya había visto la captura pictográfica una docena de veces, y aún así, el poder del Señor de la
guerra le seguía asombrado. Saltó sobre la proa de una cañonera enganchado por una cadena
lanzada por el Señor de la Muerte. Lupercal destrozó la proa del Fire Raptor con un golpe de
Rompemundos, (WorldBreaker en el original, la maza de energía de Horus, regalo del
Emperador tras nombrarle Señor de la Guerra, nt), antes de saltar a la última nave enemiga y
fracturar su carenado dorsal.
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La captura pictográfico se llenó de estática cuando finalmente aparecieron las cañoneras de
los Hijos de Horus, derribando a cualquier cosa que no llevara la insignia del ojo de Horus.
Marr se inclinó hacia adelante, pulsó el interruptor de marfil para reiniciar de nuevo la
grabación, y volvió a sentarse en su asiento mientras la imagen de la cúpula se restauraba
entre una ligera niebla.
Marr estaba sentado en el patio central de lo que una vez pudo haber sido la villa de algún
rico comerciante, pero ahora no era nada más que un vacío cascarón de mármol. Estaba
ubicada en las laderas superiores del valle, a poca distancia del Mausolítico, donde se decía
que Horus Lupercal estaba en comunión con los muertos congelados de Dwell.
Marr llevaba cinco días meditando en la villa, el conocimiento de que Shadrak Meduson
seguía vivo le había robado la triunfal noticia que le iba comunicar al primarca. No era de
extrañar que Lupercal no tuviera tiempo para él.
Dos docenas de placas de datos estaban esparcidas sobre las losas con vetas negras del patio,
cada una llena con las anotaciones de las acciones enemigas durante los tres últimos años,
desde Isstvan. Las había estado estudiando obsesivamente durante esos cinco días, y su
memoria eidética estaba ya totalmente familiarizada con todo lo que contenían.
El carácter aleatorio de cada ataque y, lo más revelador, su distancia de los demás, había
impedido que Marr, y cualquier otro, se dieran cuanta de su importancia. Pero cuando se
veía como parte de un todo mayor, se hacía evidente la débil sombra de una voluntad
implacable, resuelta e infatigable.
Una voluntad de hierro.
Marr no vio nada definitivo, pero cada pieza pero una tentadora migaja de pan que señalaba
una conclusión ineludible.
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Shadrak Meduson realmente seguía con vida.
Ese era el camino de la X Legión. Si una máquina se rompía, hacían todo lo necesario para
que volviera a funcionar, reemplazando las piezas rotas con lo que tuviera a mano. Meduson
había llevado ese credo a su extensión lógica, incorporando escuadras de Salamandra y de la
Guardia del Cuervo a sus formaciones.
Había destruido la flota combinada de Meduson, pero localizar y cazar a las flotillas
dispersas a lo largo de los confines del sistema había sido mucho más difícil.
El intento de asesinato en Dwell fue el prisma que arrojó una luz totalmente nueva y terrible
sobre esa creencia.
Se agachó y levantó la ánfora de arcilla de vino que, de alguna manera, había sobrevivido a la
caída de la ciudad y que había encontrado medio vacía en el sótano de la casa. Era un líquido
demasiado ligero y aguado para su gusto, pero beberlo alimentaba el fuego de su vientre
mientras su metabolismo mejorado contrarrestaba el alcohol.
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Marr vagó por las salas vacías de la villa, bebiendo del ánfora y dejando que su mente
analizase la idea de que los aparentes ataques al azar contra las fuerzas leales al Señor de la
Guerra no eran en absoluto accidentales.
Tenía que llevar sus sospechas hasta el propio Horus Lupercal, pero antes necesitaba estar
absolutamente seguro de que lo que él creía estaba más allá de toda duda.
Un exceso de confianza le haría parecer un paranoico, saltando entre las sombras y viendo
amenazas allí donde no existían. Si mostraba poca confianza, Lupercal lo despediría con un
gesto de su mano, relegándole a los escalones de retaguardia de los guerreros olvidados,
aquellos cuyos nombres la historia no se molestaría en recordar.
¿Cuántas veces más lo pasarían por alto? ¿Cuántas veces más lo ignorarían? El Uno y el
Otro, dos graciosos apodos, totalmente indiferentes al heroísmo individual de Tybalt Marr y
los logros de Verulam Moy.
Marr sabía cómo lo veía la legión. Preciso, eficiente y trabajador. Estable, pero sin las glorias
ganadas por hombres como Sedirae, Abaddon o, aparentemente, Grael Noctua. Incluso las
brillantes victorias de Marr en las montañas bajas de Murder no habían cambiado esa
percepción.
Recordó estar en pie en el strategium del Espíritu Vengativo durante las primeras etapas de la
guerra en el planeta Muerte. Loken había estado allí, y maliciosamente lo había dejado allí,
recibiendo las tediosas atenciones de Iacton Qruze. El viejo guerrero era considerado una
reliquia de épocas pasadas de la legión, un hombre cuyo consejo rara vez se escuchaba, pero
que él siempre ofrecía.
-Yo no voy a ser “Al que se le Oye a Medias”- dijo Marr, caminando a lo largo de los
alfombrados pasillo de los niveles superiores de la villa, un corredor repleto de retratos de
familia claramente ligados por su relación genética. (Al que se le Oye a Medias, apodo de
Iacton Qruze, porque nadie le hacía caso y se escuchaba sólo parcialmente lo que decía, nt)
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Sólo el cuadro más reciente no tenía la fecha del fallecimiento debajo de él. Una mujer
vestida con ricos ropajes y adornada con joyas caras le miraba fijamente, un rostro atractivo,
fruto de una vida lujosa y una sutil cirugía plástica.
-¿Eras tú la dueña de esta hermosa morada?- preguntó Marr al retrato. -¿Qué sentiste al
perderla, cuando tus sueños fueron aplastados bajo las botas de los Hijos de Horus?
-¿Aún sigues viva? Tal vez huiste al interior, a esperar que acabara la guerra. Tal vez te
refugiaste en otra de tus posesiones, o en la casa de un amigo.
Marr se apartó del retrato y lanzó el ánfora contra la pared. La cerámica se partió y empapó
de vino el retrato, goteando cual lágrimas granates hasta su marco dorado.
-¡Ya no importa!- rugió. -Sea lo que fuera lo que te ha pasado, ya no eres nada. Fueran
cuales fueran tus logros, ya no son más que polvo en el viento. Todo tu trabajo, tu
dedicación, tu sangre, sudor y lágrimas derramadas… todo para nada.
Se volvió al oír abrirse una puerta en la planta baja. Pasos por el mármol. Demasiado pesados
para ser cualquier cosa que no fuera un legionario.
-¿Tybalt?- gritó una voz que resonó por toda la villa. -¿Estás aquí?
Marr retrocedió hasta la parte superior de unas escaleras de mármol y ouslita que separaban
ambas mitades del pasillo, y luego descendían curvándose hacia el suelo del piso bajo en dos
arcos simétricos opuestos. Abajo estaba el Aximand, el Pequeño Horus, de pie en el medio
de un mosaico de azulejos de vidrios de colores que representaban bucólicas escenas de la
antigüedad pastoril de Dwell.
-¿Qué quieres?
-Hablar- dijo Aximand. -Como lo hacen los viejos amigos cuando se encuentran después de
una larga ausencia.
Marr bajó las escaleras, como seguramente lo había hecho la señora de la casa cuando recibía
a sus invitados. Aximand esperó pacientemente, su nueva cara miraba a Marr con una
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expresión divertida. De su cinturón colgaba una enorme espada de acero azul de Cthonia,
con su hoja de sierra mellada, claramente necesitada de reparaciones.
-Quiero que sepas que propuse tu nombre- dijo Aximand. -Para el Mournival, quiero decir.
-Ezekyle sabe que eres un buen elemento, y viniendo de él, eso es todo un cumplido.
-Pero aún así rechazó mi nombramiento- dijo Marr. -Eso explica por qué no me arrancó la
cabeza cuando lo insulté en el campo de aterrizaje.
Aximand asintió. -Le insté a ser comprensivo. Tras un tiempo, estuvo de acuerdo.
Marr sonrió. Aximand, el Pequeño Horus, había sido un verdadero amigo para él durante
muchos años, pero esta última herida en su orgullo iba a necesitar algo más que unas pocas
palabras de consuelo para curarla.
-¿Por qué me rechazaron esta vez?- preguntó Marr. -Y por favor, no trates de endulzarme el
mal trago.
-Muy bien. Ezekyle piensa que no tienes estomago para el trabajo- dijo Aximand.
-Ezekyle presionó para colocar a sus propios hombres- continuó Aximand. -Tipos coléricos
como Kibre, Targos y Ekaddon, pero necesitábamos equilibrio. Yo esperaba que fueras tú
quien lo trajera, a tu regreso.
-¿Por eso sugeriste a Grael Noctua? Uno de los suyos, uno de los tuyos.
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-Algo así- dijo Aximand, pero Marr percibió el rastro de otra cosa, otra razón detrás de la
candidatura de Grael Noctua, algo que se preguntó si el propio Aximand entendería.
Tybalt suspiró.
-Te ofrecería algo de vino, pero creo que acabo de romper la última ánfora que quedaba en
Tyjun.
-Una vergüenza.
Aximand sonrió, e incluso con su nuevo rostro, la calidez en el era genuino. -¿Y qué vamos a
hacer si no bebemos como guerreros?
-¿Eso ayudaría?
-Sí- dijo Marr. -Hay un patio en centro de la villa, debería servir como arena. Coge esa
espada tuya tan monstruosa y pelearemos.
-¿Qué?
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-Ridículo- dijo Abaddon, dejando caer la placa de datos sobre la brillante placa de obsidiana.
-Eso es exactamente lo que quieren que pienses.
Se habían reunidos en una las cámaras sepulcrales del Mausolítico, un lugar donde los
ciudadanos de Dwell podían reunirse y comunicarse con sus antepasados. Octagonal, con
nichos semicirculares espaciados a intervalos regulados en la pared que los rodeaba, la
sombría y oscura cámara parecía el lugar más apropiado para que el Mournival se reuniese.
Se habían reunido a petición de Marr, para escuchar sus sospechas sobre la creciente amenaza
que suponía Shadrak Meduson.
Aximand estaba sentado frente al resplandeciente hololíto, que destacaba agudamente las
contusiones en su mejilla y el ojo hinchado. Su entrenamiento en la villa había sido brutal,
duro y agotador, en el que Marr se había llevado todos los honores. Aximand había
demostrado estar en lo correcto cuando dijo que la pelea equilibraría los humores de Marr.
Cada uno de ellos señalaba el lugar de un ataque contra las fuerzas de Horus o sus aliados,
con una cadena de resultados que se extendía a otros ataques y sus consecuencias.
Parecía una telaraña, Marr casi esperaba ver la imagen de una ardiente araña en su centro.
O un puño de hierro.
-Es todo lo contrario- dijo Aximand. -Si Tybalt tiene razón, entonces quieren que no los
tengamos en cuenta, que los veamos como una amenaza insignificante hasta que ya sea
demasiado tarde.
Grael Noctua tenía las listas de datos desplegadas ante él, desplazándose a la vez entre
múltiples cascadas de datos e informaciones.
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-O Ezekyle tiene razón y todo esto es no son más que golpes para hacer mucho ruido, para
hacernos pensar que hay una fuerza enorme trabajando en algún plan oculto y obligar al
Señor de la Guerra a desviar recursos para combatirlos.
De todos los miembros del Mournival, Noctua había sido el que hasta ahora había hecho las
preguntas más penetrantes. Aspectos que el propio Marr ni siquiera había considerado,
puntos de vista y refutaciones propias de un Advocatus diaboli (Abogado del diablo, nt) que
le hicieron sentir como si hubiera entrado en una corte marcial con nada más que pruebas
circunstanciales y rumores para probar su caso.
Abaddon paseaba por la cámara, su ilimitada energía le impedía permanecer quieto en lugar
durante demasiado tiempo. Kibre estaba sentado frente a Aximand, conteniéndose
visiblemente para no seguir el ejemplo de Abaddon.
-Si eso fuera cierto- dijo Falkus Kibre, hablando despacio y cogiendo la placa de datos más
próxima. -¿No crees que Horus Lupercal lo hubiera visto?
Para sorpresa de Marr, estaba alcanzando una madurez que no hubiera sospechado que el
Fabricante de Viudas fuera capaz de alcanzar. Había hecho la única pregunta que había
hecho cavilar a Marr antes de presentar sus hallazgos. Marr vaciló antes de responder,
sabiendo lo arriesgado de sugerir algún fallo del Señor de la Guerra.
-La mirada de Lupercal está fija en Terra- dijo. -Esto le impide ver lo que hay detrás de
nosotros.
-Y tú dijiste que no tenía estómago para esto- dijo Aximand con una risita.
-Otro que cree que sabe más de la guerra que el propio Señor de la Guerra- dijo, sacudiendo
la cabeza. -Aquí no hay nada, Marr, sólo un montón de humo sin fuego. Estuviste en
Isstvan. Sabes perfectamente lo que hicimos allí. ¿Crees que Lupercal habría sido tan
descuidado como para dejar escapar a los suficientes guerreros como para que formaran
algún tipo de amenaza creíble?
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Marr sabía que se estaba moviendo sobre un terreno peligroso. Contestar afirmativamente a
la pregunta de Abaddon significaría criticar abiertamente al primarca, e incluso Aximand
desaprobaría una disidencia tan clara.
-Este es un informe detallado de las fuerzas enemigas desplegadas en Isstvan tal y como se
investigó al principio del asalto- dijo Marr, dividiendo el holo en tres columnas, plata, verde
y negra. -Manos de Hierro, Salamandras y Guardia del Cuervo.
Uno por uno, los iconos que representaban a las unidades enemigas cambiaron de azul
pálido a rojo mientras Marr añadía informes de bajas y registros de completa aniquilación. Al
igual que una enfermedad celular progresiva que una vez Marr había observado mientras el
apotecario Vaddon estudiaba el torrente sanguíneo de un explorador infectado de los
Auxilia, el color rojo se expandió rápidamente.
-A pesar de que son nuestros enemigos, todavía hiela la sangre ver la pérdida de tantas
fuerzas legionarias- dijo Noctua.
-No seas imbécil- dijo Abaddon. -No te lamentes por los enemigos muertos, da las gracias
por no ser uno de ellos.
-Esta es lo mejor estimación que se puede hacer a través de las cuentas del carnicero
recopiladas y de las armaduras recuperadas, y esta es la cifra más exacta que se puede calcular
de los guerreros que probablemente escaparon de Isstvan.
Los iconos rojos de las formaciones legionarias destruidas se desvanecieron, Marr agrupó el
resto de los iconos. No encajaban bien en el diagrama original, pero no eran un orden de
batalla, sólo la representación de lo que probablemente había sobrevivido a la masacre.
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-Mira lo que queda, lo que no podemos explicar- dijo Marr. -Apuesto a que son más de los
que pensabas, ¿verdad? Tal vez un total de unos veintidós mil guerreros, unos pocos miles
arriba o abajo. No se trata de una fuerza que podamos ignorar.
-De acuerdo, sobrevivieron a Isstvan más de los que pensábamos- dijo Abaddon. -Pero todo
esto sigue sin demostrar que Shadrak Meduson esté detrás de todos esos ataques o que tenga
algún plan global. Nos presentó algo de resistencia en Dwell, pero lo derrotamos. Lo
venciste en Arissak. Si él sigue al mando, está haciendo un trabajo muy pobre combatiendo.
Estos ataques, por irritantes que sean, carecen de una visión o un plan mayor.
-¿Seguro?- preguntó Marr, lanzando una tabla de datos sobre la mesa hacia Abaddon. -
Meduson amenazó con levantar la tormenta contra nosotros, y eso exactamente es lo que ha
hecho. Mira todo lo que esos ataques sin sentido han logrado. Toda una compañía de los
Hijos de Horus apartada de las líneas del frente. Los meses pasados asegurando rutas de
suministros, el aumento de la seguridad en torno a los sistemas capturados y, lo más
importante, la ralentización de la marcha hacia Terra.
Abaddon golpeó la mesa con el puño, las grietas se extendieron por su superficie negra como
un espejo, extendiéndose hasta llegar a cada miembro del Mournival.
-¡Ya es suficiente! Piensas que porque Meduson se te escapó una vez ahora está por todas
partes. ¿De verdad esperas que vamos a presentar todos estos delirios culpables tuyos a
Lupercal? No, Tybalt, vuelve a tu compañía y preparaos para la guerra. Dentro de una
semana, abandonaremos Dwell por un premio más grande.
Kibre asintió, como Marr ya sabía que haría. Noctua también asintió con la cabeza, pero al
menos consideró su decisión.
Aximand puso las palmas de sus manos sobre la mesa, pero cualquier esperanza de que el
Pequeño Horus le apoyase se desvaneció rápidamente.
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-Creo que todo esto tiene mucho merito, Tybalt, pero tengo que estar de acuerdo con mis
hermanos del Mournival- dijo. -Si esta amenaza es tan grave como piensas, desviar los
recursos que necesitarías para hacerla frente, debilitaría enormemente nuestro empuje a
Terra.
Marr asintió lentamente y cambió la imagen del hololíto, combinando las listas de
supervivientes con la imagen de una espiral galáctica. Isstvan brillaba con un débil halo de
luz azulada, Terra parecía rodeada de una neblina amarillenta, una burbuja a la que le hacía
falta una buena limpieza.
-Preguntaos esto, miembros del Mournival- dijo Marr, señalando los tenebrosos golfos del
espacio entre el planeta azulado y el amarillo. -¿Quién sabe cuánto tiempo han comprado los
restos de las legiones quebradas al Emperador y a sus guerreros para fortificarse, reagruparse
y prepararse? ¿Cuánto más cerca estaríamos de Terra si no fuera por ellos?
-Y os diré otra cosa, si Meduson está detrás de estos ataques, entonces tiene un plan, y las
cosas solo van a empeorar.
Kysen Scybale y Cyon Azedine lo esperaban en el vestíbulo rodeado de columnas que estaba
más allá de las cámaras interiores del Mausolítico. Pasó junto a ellos, con el casco en el hueco
de su brazo y su otra mano aferrada a la empuñadura de su espada. Marr siguió andando
deprisa hasta que llegaron a los quemados escalones de granito del Mausolítico, desde los que
se veía el Mar de Enna.
-Nada.
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-Pero veo que aún sigue obsesionado con su idea- dijo Scybale. -¿Sin permiso ni autoridad?
Las salidas hacia el punto de Mandeville de Dwall eran muy raras, y a pesar del nombre, esos
lugares raramente eran puntos fijos en el espacio. El término se aplicaba igualmente a
cualquier punto lo suficientemente alejado del pozo de gravedad de una estrella para permitir
una transición segura a la disformidad. De hecho, cualquier punto en una esfera imaginaria
que rodeara la estrella, podría ser el punto Mandeville, lo que hacía ridículo el intentar
protegerlo.
Los pilotos locales del sistema, y los astrópatas, por supuesto, conocían los puntos de esa
esfera donde el reino del Empíreo y el espacio real se cortaban en mayor ángulo, lo que
permitía una transición mucho más suave a la disformidad.
Ocupando regiones del espacio de decenas de miles de kilómetros de ancho, eran vacíos
embrujados, donde voces incomprensible murmuraban obscenidades y fantasmas acechaban
en las sombras.
Tres naves de los Hijos de Horus seguían majestuosamente su rumbo hacia el punto de salto
de Dwell, conocido localmente como la Puerta de Azoth. Los dos destructores, el Helicanus
y el Kashin, y la fragata Heraldo de Lupercal (Lupercal Pursuivant, en el original), erizados
de agujas y de antenas, marchaban como puños de hierro lanzados a la cara del vacío.
La pequeña flotilla había salido de Dwell hacía seis días, y estaban haciendo un buen tiempo
a través del cinturón de asteroides que se extendía entre el séptimo y el octavo planeta. Marr
estaba al mando de la flotilla desde el puente del Heraldo de Lupercal, manteniendo sus
naves en formación cerrada mientras navegaban entre las rutas hacia la Puerta de Azoth.
24
Los asteroides eran los restos de la creación del sistema, millones años antes, y capturados a
la deriva en una órbita alrededor del sol. De cientos de kilómetros de diámetro, cada vasto
pedazo de roca inerte se movía por el espacio como un vagabundo sin rumbo. Cada uno de
los asteroides estaba separado miles de kilómetros de su vecino más cercano, haciendo que el
paso a través del cinturón fuera un asunto relativamente simple.
El polvo cósmico y los impactos de los micro-meteoros corroían los cascos de las tres naves,
y ensuciaban las lecturas de los auspex locales con falsos retornos e imágenes fantasmas.
Si se iba a producir un ataque, este sería el lugar ideal para lanzarlo. A pesar de ello, los tres
capitanes de las naves no estaban haciendo el menor intento por ser sigilosos. El vacío entre
ellos era surcado por constantes comunicados de vox entre las naves, por barridos activos de
los auspex y por pulsos electromagnéticos de alta potencia.
Las estaciones de auspex en cada puente no detectaban ningún rastro de presencia enemiga.
Al menos no todavía.
La primera señal de problemas surgió cuando los motores del Heraldo de Lupercal
comenzaron a atascarse y lanzar llamaradas parpadeantes. Dados la inestabilidad del plasma
utilizado por los núcleos de los reactores, las naves espaciales necesitaban unos sistemas de
ventilación muy extensos.
Ningún capitán podía permitirse el lujo de que esos sistemas de ventilación se atascaran con
el polvo del vacío, debido al elevado riesgo de explosión que esto provocaría en los núcleos
del reactor.
Cuando el Señor de las Maquinas envió un mensaje a través de las cubiertas de ingeniería al
puente de mando del Heraldo de Lupercal comunicándole los fallos de propulsión, Marr
cerró inmediatamente el reactor.
25
Una avalancha urgente de vox pasó entre los tres capitanes de nave para decidir cuál era el
mejor plan de acción. El Maestro de Motores calculó unas trece horas para que los servidores
limpiaran los conductos de ventilación, así que Marr ordenó que el Helicanus y el Kashin
siguieran adelante.
Pasaron once horas antes de que captasen en la estación de intercepción el primer indicio de
otra nave. Marr se tensó en su trono de mando cuando el oficial encargado del auspex
levantó su puño: una garra marchita fundida sobre los instrumentos.
-Capitán Marr- dijo con un tono que parecía una docena de voces entrelazadas. -Una nave se
acerca.
-Por el desplazamiento, un crucero de ataque rápido. Las mentes de a bordo llevan en ellas
el inconfundible toque de Medusa.
Había algo más que máquinas registrando el vacio alrededor del Heraldo de Lupercal.
Encerrados en una cámara negra dentro de la proa de la nave, una serie de astrópatas tocados
por la disformidad estaban conectados a su sensorio a través de espinas neuronales
introducidas en sus tractos del cerebelo.
Por lo que le habían dicho a Marr, sentían las vibraciones en los espacios entre el espacio real
y la disformidad.
26
Los adeptos del Mechanicum Oscuro habían cambiado los sistemas de auspex del Heraldo
de Lupercal durante los tres años que pasaron a la caza de la flota de Meduson, lo que dio a
los Hijos de Horus una clara ventaja sobre los Manos de Hierro.
Una nave podía intentar ocultarse lo más posible, pero aún así, los astrópatas encerrados en
Heraldo de Lupercal podrían encontrarla si las mentes de a bordo brillaban con la suficiente
intensidad.
Y a juzgar por la brillante imagen de la pantalla de fosforo, las mentes de esta nueva nave
brillaban muy intensamente.
El oficial encargado de los auspex había sido anteriormente un guerrero de los Hijos de
Horus, pero ahora era algo más, y también menos, que transhumano. Su modificado cuerpo
estaba reclinado sobre un sillón, atravesado por decenas de tubos en los que bullían líquidos
y cables de energía. Su cabeza estaba encerrada en una celosía metálica y la parte superior de
su cráneo estaba coronada por numerosos implantes invasivos. Todos esos dispositivos
remodelaban completamente la estructura sináptica de su cerebro para permitirle procesar
mejor las visiones procedentes de los astrópatas y mostrarlas de una forma adecuada y
aprovechable.
-Parece que tenía razón- dijo Scybale, con sus ojos gris pizarra siguiendo el resplandeciente
rastro de la nueva nave. -Nos han estado observando. ¿Quién sabe durante cuánto
tiempo…?
Marr asintió.
-Tiene sentido- dijo. -Fuimos la última flota de los Hijos de Horus que llegó a Dwell, y una
reunión así indica un futuro y gran despliegue hacia otro lugar. No puedo imaginarme que
Shadrak Meduson no quiera saber cuál será el siguiente movimiento de Lupercal.
-Así que deja una nave al acecho para vigilar nuestros movimientos.
-Sí, pero quienquiera que esté al mando de esa nave es un Mano de Hierro hasta los huesos-
dijo Marr. -No ha podido resistir el deseo de atacar a una nave averiada en el cinturón de
asteroides.
-Aunque… esto ha demostrado ser muy útil, no es un final digno para un guerrero de la
legión- dijo Scybale.
Marr asintió. -Tampoco a mí me gusta, sargento, pero los resultados hablan por sí solos.
El vox de Scybale chirrió y él se llevó dos dedos a la oreja. Asintió a lo que estaba oyendo.
-Nave enemiga a cinco mil kilómetros, acercándose hacia la parte ventral de popa- dijo el
oficial de auspex.
-Vienen por detrás y por abajo- dijo Marr. -Una técnica clásica para abrir brecha. Quieren
paralizarnos y luego abordarnos.
-Azadine tiene a sus guerreros esperando sus órdenes- dijo Scybale, incapaz de ocultar su
deseo de estar ya embarcado en una cañonera de asalto.
Marr sonrió.
-No te preocupes, Kysen, tendrás la oportunidad de luchar- dijo Marr. -Tú y yo, los dos.
Una muerte perfecta. Perfectamente ejecutada. La muerte del enemigo ya sería más que
bienvenida, pero entregarla con un golpe mortal con una precisión similar a la de la máquina
contra la propia legión del Señor de la Guerra sólo hacía que esa maniobra fuera aún más
dulce.
28
El Gorgorex era un crucero de ataque rápido del Clan Vurgaan, ya viejo y venerable incluso
antes de la traición de Horus. Se había librado de Isstvan con un grupo de conmocionados
supervivientes; principalmente Manos de Hierro, pero también un buena cantidad de
Salamandras y un puñado de Guardias del Cuervo.
Los Vurgaan era un clan orgulloso y solitario, por lo tanto, la tripulación del Gorgorex
estaba bien adaptada a la nueva forma de guerra que se les había impuesto después de Isstvan.
Su comandante era un Padre de Hierro de la X Legión llamado Octar Uldin, que hizo virar
el Gorgorex hasta debajo del Heraldo de Lupercal usando solamente pequeños impulsos de
los motores para maniobrar. Ellos estaban operando solamente con datos ópticos externos; el
riesgo de que la nave enemiga detectara cualquier barrido de auspex era demasiado grande
como para correr el riesgo.
Uldin había visto a las tres naves dirigirse hacia la Puerta de Azoth, y los registró en la base
de datos de su nave, analizando su velocidad, armamento y peculiaridades a medida que
pasaban.
Toda la información sobre las naves enemigas era de un valor incalculable, ya que así como
los guerreros tenían sus flaquezas, fortalezas y debilidades que podían ser explotadas, lo
mismo le sucedía a las naves.
El Helicanus, el más grande de los dos destructores, era un poco más lento al ajustar su curso
a babor. Su blindaje parecía haber sido varias veces reparado en el flanco de estribor, la
superposición de placas sobre placas, es lo que le hacía más pesado en el giro. El Khasin
presentaba una demora de unos cuantos segundos en sus motores de maniobra, una
debilidad que un enemigo más ágil podía aprovechar.
Y ahora estaban viendo como el Heraldo de Lupercal tenía problemas en los carenados de
ventilación de los motores. Sus reactores estaban lanzando llamaradas, recalentándose mucho
más allá de las tolerancias recomendadas. Si esos respiraderos no eran pronto despejados, la
nave se haría pedazos sin la ayuda del Gorgorex.
29
A través de una ampliación de los visores ópticos se podía ver un grupo de servidores
trabajando para limpiar las rejillas de ventilación, moviéndose con un enjambre de hormigas
alrededor de las acorazadas ancas de un leviatán de las llanuras.
Pero ese no era el estilo de los Vurgaan, especialmente cuando la interceptación del trafico de
vox entre las naves enemigas pareció confirmar que Heraldo de Lupercal era la nave insignia
de un capitán de la XVI Legión llamado Tybalt Marr.
Ese, sin duda, era indudablemente el mismo Tybalt Marr cuya cabeza había jurado arrancar
Shadrak Meduson, lo que hizo que el riesgo de ser detectado valiera la pena.
Ellos matarían a la tripulación de esa nave, lo harían en silencio y luego sacarían la nave del
sistema Dwell con una solitaria aceleración de alta intensidad. La nave nunca volvería a ser
vista, y su desaparición sería un misterio cósmico que nunca se explicaría.
30
-No, esta es la única forma de que se acerquen lo suficiente- dijo. -Una vez que agitemos el
vacío con la suficiente sangre, los tiburones vendrán a alimentarse. Y ya conoces la primera
regla de la guerra en el vacío.
-Se tú el tiburón.
La primera oleada de torpedos de abordaje corrió desde el Gorgorex casi al mismo instante
que una toda batería de contramedidas era lanzada desde las baterías ventrales del Heraldo
de Lupercal.
Con una carga útil muchos más ligera, los misiles de los Hijos de Horus superaron la
distancia entre las dos naves en el mismo tiempo que las fuerzas de abordaje apenas habían
viajado cien kilómetros.
El fuego de las baterías se encargaron del resto, y más torpedos fueron destruidos antes de
que llegaran a menos de cincuenta kilómetros del Heraldo de Lupercal.
Avakhol Hurr, uno de los más temido líderes de los Rompedores de la 18ª compañía, lo
esperaba con sus guerreros manchados de sangre.
31
Ni uno solo guerrero puso un pie en el Heraldo de Lupercal.
Al darse cuenta de que había sido atraído a una trampa, Octar Uldin interrumpió
inmediatamente el ataque. Los motores del Gorgorex se activaron, pero después de tanto
tiempo a la deriva, llevó un tiempo ponerlos a la máxima potencia.
Tiempo que el Heraldo de Lupercal no necesitaba, había mantenido sus motores calientes
para mantener la ilusión de que los núcleos del reactor estaban al borde de la sobrecarga.
Marr hizo virar a la fragata y dejó que las múltiples baterías de su proa y su costado
dispararan libremente, mientras acortaba rápidamente la distancia respecto a su presa. Los
cazados se habían convertido en cazadores cuando los lásers de alta potencia impactaron a
todo lo largo del casco del Gorgorex.
Sus escudos de vacío aún no estaban activados y las detonaciones corrieron a lo largo del
blindaje dorsal, derritiendo las placas acorazadas, convirtiéndolas en escoria fundida y
exponiendo los compartimentos del casco al vacío. Siervos y servidores salieron despedidos,
congelándose instantáneamente.
El Gorgorex se estremeció de dolor, pero seguía siendo una nave de los Manos de Hierro,
orgullosa y desafiante. Los escudos finalmente se activaron mientras recibía daños
estoicamente, como un boxeador que sabe que no puede ganar la pelea pero sigue
manteniéndose en pie hasta que suena la última campanada. Sus motores se pusieron en
marcha, listos para arrancar a la nave de tan desigual batalla.
Toda su popa estalló cuando varios torpedos lanzados contra su parte trasera dieron en el
blanco e impactaron en el carenado de los motores.
Apareciendo desde detrás de los asteroides del tamaño de una luna que habían cubierto sus
rápidos virajes, el Helicanus y Kashin aplastaron cualquier esperanza de fuga del Gorgorex.
Sus motores desaparecieron en una brillante explosión de plasma, y el oxígeno sangró al
vacío en largas estelas plateadas.
Los dos destructores maniobraron hasta colocarse a corta distancia. Sus cañones
derrumbaron los escudos de vacío del Gorgorex, destruyendo sectores enteros de sus
protecciones antes de apuntar a las defensas de punto. Ambos se alejaron en perfecta
sincronía cuando una sombra cayó sobre la nave de los Manos de Hierro.
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Afilada y mortal, la hoja de un asesino resplandeciente al sol.
El Heraldo de Lupercal se acercó, con tan poco espacio entre él y el Gorgorex que los
escudos de vacíos que todavía funcionaban se superpusieron. El flujo de los generadores
lanzó hacia afuera deslumbrantes oleadas de realimentación. El espacio se iluminó con
llamaradas azules, purpuras y carmesís.
Una fragata del desplazamiento del Heraldo de Lupercal normalmente no tenía capacidad
para lanzar naves de asalto, pero sus bodegas de carga se abrieron y tres Stormbirds que
pasado todo el viaje desde Dwell encadenadas sobre la cubierta cayeron al espacio.
-¿Acaso no saben quién los está atacando?- dijo Scybale, bajando por la cubierta y
disparando por un cruce hacia el corredor principal. El fuego en respuesta destrozó el
mamparo que había detrás de él.
Metralla y esquirlas de metal saltaban por los impactos, dando vueltas en espiral entre el frío
de la gravedad cero. Detrás de ellos, una brecha cortada por cargas de fusión brillaba por el
aire condensado del interior del Stormbird pegado al casco del Gorgorex.
Media docena de Hijos de Horus, la guardia de honor de Marr, situados en torno a un pasillo
hexagonal, disparaban hacia atrás. La usencia de arriba o abajo como términos relativos era
una de las ventajas del combate en gravedad cero.
-¿Te rendirías a un enemigo que pensaba que ya estaba acabado?- dijo el campeón, con su
espada colocada detrás de su escudo de combate. El ojo de Horus pintado sobre él brillaba
cubierto por una telaraña de hielo en el pasillo helado.
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-No, pero yo soy de la XVI- dijo Scybale. -Ni siquiera la Décima de Hierro puede igualar
eso.
-Entonces ya es hora de librarlos de semejante estupidez- dijo Marr, levantan un gran cañón
que parecía más apropiado para un miembro de las escuadras de apoyo.
Con todas sus ruedas dentadas, sus tubos de condensación envueltos por bobinas y un denso
anillo focal, la culebrina volkite era un arma apropiada para blancos ligeramente blindados,
pero tenía la ventaja de ser absolutamente letal en espacios cerrados.
-Cuando quiere el trabajo acabado para ayer- dijo Marr, y presionó el gatillo.
Un abrasador haz de energía muy concentrado se dirigió hacia el pasillo lateral. Impactó en
la lejana pared del fondo y explotó en una bulliciosa nube de fuego caustico. Las brillantes
estelas del fosforo brillaban con una impactante y brillante intensidad.
Cyon Azedine salió de la cobertura, su velocidad era algo misterioso. Las botas
magnetizadas hacían que, generalmente, el movimiento en baja gravedad fuera lento y
penoso.
En lugar de intentar correr, saltaba de pared a pared, impulsándose con sus brazos y piernas,
como si fueran muelles tensados. Esquivó los proyectiles dirigidos hacia él y con un último
empujón se estrelló contra la cubierta, entre los que habían sobrevivido al disparo de la
culebrina.
Sus botas le sujetaron firmemente al suelo y su espada comenzó a cosechar vidas. Surtidores
de sangre flotaban como rojos arcos en el aire.
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Marr soltó la culebrina y la dejó flotando detrás de él.
A lo largo de la nave, las escuadras de abordaje convergían hacia los objetivos estratégicos: el
soporte vital, los núcleos del reactor, los motores. Lo último que Marr quería era que los
supervivientes de la tripulación volasen la nave. La necesitaba en una sola pieza.
Una nave espacial tenía numerosas rutas a través de su superestructura, pero sólo una hacia el
puente de mando.
Cuando Marr y sus guerreros alcanzaron el corredor principal, Cyon Azedine ya había
matado a todos los que había allí. Seis cuerpos flotaban en el cruce, lanzado chorros de un
vívido carmesí que flotaban a su alrededor. Una gota de sangre se pegó en una de las
hombreras de Marr, manchando de rojo el emblema de su legión.
Se dio la vuelta y se movió por el corredor hacia el emplazamiento del puente de mando. Sus
armas defensivas no disparaban, lo que indicó a Marr que, o bien estaban sin munición, o ya
no funcionaban. Esto último era lo más probable, la arrogancia de los Manos de Hierro les
habría llevado a creer que nunca serían abordados.
Los comunicados de vox llegaron desde las zonas capturadas de la nave. La resistencia era
feroz, pero mínima. Estaba claro que esta nave había estado funcionando con bastante menos
que una tripulación reducida.
Que hubieran podido mantenerse en vuelo y luchar era admirable. Los esquemas se
superpusieron dentro de la pantalla de presentación de datos del interior de su casco, con sus
guerreros escogidos marcados en azul claro.
Momentos más tarde, sintió la vibración de fuertes pisadas a lo largo del corredor mientras se
acercaba media escuadra de los Rompedores Rukal (Rukal Breachers en el original, escuadras
especializadas en técnicas de asedio y asalto, nt).
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Los dirigía Avakhol Hurr, un guerrero irascible con un desmesurado amor por todas las
cosas explosivas. Llevaba un martillo trueno y su armadura de hierro era sucia mezcla de
color verde océano y herrumbre.
-Sera un placer.
Marr se detuvo entre los restos del acceso al puente mando. Los Rompedores Rukal lo
siguieron, abriéndose en abanico con sus escudos preparados y los bólter preparados, listos
para aniquilar cualquier resistencia.
El puente de mando estaba vacío.
O casi vacío, lo que no marcaba ninguna diferencia. En el centro del puente había un solo
guerrero carente de carne, apoyado en la cubierta y armado con una guadaña de guerra
fotónica. Lo acompañaban una docena de servidores, todos dotados con una mezcla de
armas y herramientas modificada para ser usadas como armas de fuego rudimentarias.
Toda la maquinaria que lo rodeaba estaba destrozada, hecha pedazos, arruinada más allá de
toda reparación e inútil. Un deliberado sabotaje para evitar que los datos que los motores
lógicos de la nave habían recopilado cayeran en manos enemigas.
Pero Marr ya había visto cuanta información podía ser recuperada de máquinas
supuestamente irreparables con las hechicerías técnicas del Mechanicum, y sabía que
posiblemente podría ser recuperado algo de valor.
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-Soy Octar Uldin- dijo el Padre de Hierro. -¿Cuál de vosotros, perros, quiere morir
primero?
-¿Tu y yo? ¿Luchando un honorable duelo a muerte? ¿Eso es todo lo que Shadrak Meduson
te ha enseñado hasta ahora, incluso después de lo de Arissak?
Incluso un guerrero con tan poca carne no pudo evitar reaccionar ante la mención del
nombre del nuevo salvador de la X Legión.
-El nos ha enseñado, que aunque muramos, ha de ser con honor- dijo Uldin, colocándose en
guardia, en una postura semi-agachada con su guadaña bien sujeta a su hombro.
-No- dijo Marr. -Lo que vas a hacer es gritar de agonía cuando atormentemos la poca carne
te queda, incluso más allá de todo lo que puedas soportar.
Se dio la vuelta.
-Es todo tuyo, Azedine. Hazlo sangrar, pero no lo mates. El Señor de la Guerra lo querrá
vivo.
Cuando regresaron a Dwell, ya estaban esperando a Marr, como él sabía que harían. Le
habían negado hablar con el Señor de la Guerra, y entonces, ¿qué esperaban ellos que
hiciera? ¿Sentarse mansamente y aceptar el juicio de aquellos que él sabía que estaban
totalmente equivocados?
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finalmente estaban cayendo, y los cielos sobre Tyjun estaban invadidos por los fragmentos.
Sobre las montañas resonaban truenos actínicos y las tormentas eléctricas bailaban sobre el
horizonte. El olor a plascreto húmedo y a la espuma de la olas del océano era muy fuerte. La
lluvia golpeaba el suelo y el casco exterior de la cañonera.
Marr, Scybale y Azedine estaban en la parte superior de la rampa de asalto. Una lámpara
violeta iluminaba el interior de la Stormbird.
-Podría ser- convino Marr. -Nos hemos lanzado a una misión no autorizada, y cogimos las
naves sin el consentimiento expreso del Señor de la Guerra. Sí, podríamos tener problemas.
-Pero todo lo que hemos averiguado…- dijo Scybale, -la presencia de los Manos de Hierro,
lo de Uldin, todo eso tiene que contar para algo. De lo contrario, ¿para qué ha servido todo?
-En eso confío, en que haya servido para algo- dijo Marr.
-Podemos tener problemas- repitió Azedine, rodeando la empuñadura de su espada con sus
finos dedos. -Podrían despojarnos de nuestro rango, de nuestra posición, de nuestro honor.
-Podría ser mucho peor que eso- dijo Scybale. -Ya habéis visto algunos de los cambios en la
Legión, las cosas que Erebus trajo consigo, el regreso de las antiguas tradiciones de Cthonia.
No estoy diciendo que esté en contra de todo eso, pero algunas de esas tradiciones fueron
dejadas atrás por alguna buena razón.
Comenzó a bajar por la rampa, pero no se encontró a cuatro guerreros aguardándolo, sino a
cinco. A cuatro ya los esperaba, pero al quinto…
Vestido con una brillante armadura negra de dimensiones colosales, él era un titán entre
gigantes. El deslumbrante ojo de su pectoral brillaba en ámbar, y la oscura hendidura de su
centro parecía mirar a Marr con absoluta indiferencia. Una capa de piel solidificaba con
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resina cubría los hombros de Lupercal, con los largos colmillos de su mandíbula curvados
sobre su hombrera derecha.
Llevaba a Rompemundos en una mano, sujetándola con tanta facilidad como Marr podría
llevar una fina varilla de datos. Forjada en hierro frío, de un peso inimaginable. Su otra mano
estaba cubierta por la Garra del Segador, un arma mortal que superaba el poder de una garra
relámpago como un legionario superaba a un soldado mortal.
Pero era su cara, una cara hermosa y cruel, lo que atraía a Marr. Una cara que era la
inspiración de la legión. ¿Acaso no había cambiado su nombre después de que en Xenobia
sucediese todo lo que ya todos sabían?
Todos y cada uno de los miembros del Mournival se llamaban a sí mismos verdaderos hijos,
lo mismo que Marr, pero sólo eran pálidas imitaciones del Señor de la Guerra. Sólo
Aximand, con su terrible renacimiento quirúrgico, se acercaba a la esencia del Señor de la
Guerra.
Se dejó caer sobre una rodilla. Azedine y Scybale siguieron su ejemplo un latido más tarde.
-Señor- comenzó a decir, pero la sensación de un gran peso sobre su hombro le impidió decir
nada más.
Rompemundos descansaba sobre su armadura, sin llegar a aplastar sólo por la tremenda
fuerza del Señor de la Guerra. Horus sujetaba en vilo la enorme y ultra-densa maza con su
brazo extendido, una hazaña que ninguno de los allí reunidos sería capaz de igualar.
-Luchando contra nuestros enemigos, mi señor- dijo Marr, manteniendo inclinada la cabeza.
-Así lo deduzco. Preparas tus propias misiones y las ejecutas sin permiso con mis naves.
-Sí lo hice, mi señor- dijo Marr. -Para demostrar que los guerreros quebrados que dejamos
en Isstvan ya no están rotos. Están organizados, son eficientes, están unidos y en contacto.
-Porque él me lo ha dicho- dijo Marr, levantándose y haciendo señas para que Avakhol Hurr
saliese del Stormbird. El ensangrentado Rompedor y sus asesinos bajaron a Octar Uldin por
la rampa de asalto. El Mano de Hierro llevaba clavado en su cuello un collar con pinchos de
las que saltaban chispeantes descargas eléctricas que abrasaban su carne y el metal de su
cuello, caminaba rígida y desgarbadamente, ya que sus nervios artificiales eran cruelmente
estimulados por dolorosos impulsos.
-Un miembro de la Décima de Hierro- dijo Horus. -¿Lo has capturado en este sistema?
-¿Qué no puedo?- exclamó Marr. -Mientras tú estaban sentado tranquilamente sobre tus
complacientes nalgas, yo decidí actuar. Estas tan seguro de tu propia destreza que nunca has
creído que ninguna otra legión pudiera ser tan buena, resistente y dura como la nuestra. ¿Y
sabes qué? ¡Son fuertes y están luchando!
Horus intervino, y cogió a Marr por las hombreras, tirando de él para abrazarlo
estrechamente entre el estruendo de las placas blindadas.
-Tybalt Marr- dijo mientras lo soltaba. -Verdaderamente era un hijo del norte, la
personificación de la iluminación, la perspicacia, la sabiduría y la inteligencia. Como la
antigua Polaris siempre permanecía, tú también eres un símbolo de lo eterno.
-No le entiendo, mi señor- dijo Marr, mientras Avakhol Hurr obligaba a Octar Uldin a
arrodillarse ante el Señor de la Guerra.
-Creo que significa que estado demasiado tiempo lejos de tus hermanos- dijo Horus,
mientras con su garra levantada la golpeada barbilla de Uldino. Los ojos del Padre de Hierro
habían desaparecido, arrancados por la espada de Azedine y ahora ya no le quedaban más
que nos cuantos cables cortados colgando sobre sus mejillas. -Que te has convertido en un
lobo solitario, en un cazador que trabaja mejor solo.
-No. Pero no sé si esto está bien o mal, Tybalt, pero me has costado mucho- dijo Horus. -Si
tienes razón, y Meduson está levantando una tormenta a nuestro paso, entonces debo enviar
guerreros para encontrarlo y matarlo. Si estás equivocado, debo castigarte por tu
desobediencia. Entonces, ¿qué hago?
Horus lo miró durante un momento, como si sopesara la opción que le costaría menos. Pero
el brillo de diversión todavía seguía allí, y Marr se preguntó si los demás lo habían visto, o
incluso sí sabían que Lupercal había tomado su decisión mucho antes de que el Stormbird de
Marr hubiera aterrizado.
-Dime lo que quieres, Tybalt- dijo Horus. -¿Quieres cazar a las legiones quebradas?
¿Quieres arrancarlos de sus sombríos escondites y sacarlos a la luz? ¿Aniquilarlos?
-Entonces serás mi cazador en el vacío. Te daré naves y guerreros, armas y el poder para
hacer todo lo que se daba para terminar con esa amenaza.
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-Tendrá éxito o fracasara con o sin Tybalt- dijo Horus, levantando su garra y deteniendo el
inicio de cualquier otra discusión.
-Voy a Molech, Tybalt- dijo Horus, mirándole de nuevo fijamente. -Dime lo que vas a hacer
tú.
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