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Ex106 (nov.-dic-2010)
– Autor: Ariel Álvarez Valdés –
Sin embargo no fue así. La época que le tocó vivir a Jesús estuvo marcada por
protestas sociales, revueltas campesinas y sublevaciones políticas, algunas
ocurridas muy cerca de donde Jesús vivía. Ninguno de estos movimientos
rebeldes tuvo éxito. Todos fueron brutalmente reprimidos por las autoridades
romanas, que en aquel tiempo eran los dueños del país. Pero el espíritu de las
rebeliones permaneció siempre vivo en el escenario de Palestina, de modo que
Jesús creció y vivió desde su más tierna infancia en medio de un ambiente
generalizado de protestas y disturbios contra el poder de Roma, lo cual marcó de
manera determinante su trayectoria como Maestro.
Aquellos levantamientos pueden clasificarse en tres categorías: los de tipo
mesiánico, los teocráticos y los proféticos. Cuando Jesús se hizo mayor y fundó su
propio movimiento, también revolucionario, tenía esos tres modelos para imitar e
identificar a su grupo. ¿Cómo eran estos movimientos? ¿Qué modelo eligió Jesús
para el suyo?
En el año 4 a.C., cuando Jesús era apenas un niño de dos o tres años y vivía en
Nazaret, murió el rey Herodes. Había gobernado el país por casi cuarenta años
con mano de hierro y al filo de espada, por lo que su muerte generó un gran vacío
de poder. Estallaron entonces violentas manifestaciones en todo el país.
La primera tuvo lugar muy cerca de la casa del niño Jesús, en Séforis. Ésta era
una ciudad rica y pujante, a 6 kilómetros de Nazaret. La revuelta estaba
encabezada por Judas, un personaje surgido de las clases más populares de
Galilea, y que desde hacía tiempo lideraba un grupo de bandoleros. Aprovechando
la muerte de Herodes, asaltó el palacio real de Séforis y se apoderó de las armas
allí guardadas. Con ellas equipó a sus hombres, saqueó las reservas que había, y
se proclamó rey de Israel. Gracias al apoyo de sus seguidores, llegó a controlar
toda la región de Galilea, incluida Nazaret donde Jesús vivía con sus padres.
Los líderes de estas revueltas fueron apoyados por la gente, y gozaron de gran
popularidad. Primero, porque eran todos judíos, y el pueblo hacía tiempo que
añoraba un rey autóctono, pues Herodes no era judío, sino idumeo. Segundo,
porque todos los cabecillas eran de origen humilde y a la vez carismáticos, como
lo había sido el gran rey David. De modo que estos líderes en cierto modo habían
logrado reavivar las esperanzas, nunca olvidadas, de un Rey Mesías que vendría
a liberar al pueblo de la opresión extranjera.
Mientras tanto, muy cerca de allí, el niño Jesús jugaba despreocupado en brazos
de María, ajeno a los terribles escarmientos y crucifixiones de su patria, y sin
entender todavía nada de Mesías ni de alzamientos.
La insurrección de Judas no era militar, como las anteriores, sino pacífica. Judas
no pretendía proclamarse Mesías, sino que quería el reconocimiento de Dios
como rey del país, y de sus derechos sobre la tierra. Era, pues, un movimiento
“teocrático”, religioso, no violento, que buscaba imponer ideas, no estructuras.
Pero al cuestionar un impuesto de Roma, desairaba la autoridad imperial, y con
ella su presencia en Palestina. Por lo tanto, los romanos lo consideraron peligroso.
Además, había logrado captar la aceptación de todo el país. Por eso lo
persiguieron, lo atraparon, y lo mataron sin contemplaciones (Hch 5,37).
Mientras tanto el adolescente Jesús, con sus 13 años, aprendía de su padre José
cómo ser un buen artesano en el taller de Nazaret.
LA ENSEÑANZA MISTERIOSA
Si bien el movimiento teocrático de Judas fue aplastado con facilidad, sus ideas
perduraron por décadas en el ambiente palestino. Incluso Jesús tuvo la ocasión de
opinar sobre ellas, en el conocido episodio del impuesto, que tuvo lugar en el año
30 en Jerusalén. Se le acercaron unos fariseos y herodianos, y lo interrogaron:
“¿Es lícito pagar el impuesto al César o no?” (Mc 12,13-17).