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LA ORQUESTA 

Sh. I. Agnon 
Traducción: Rabina Karina Finkielsztein

Durante todo el año estuve completamente ocupado. Cada día desde la mañana temprano hasta la
medianoche, solía estar frente a mi mesa de trabajo escribiendo. A veces por pura costumbre, a veces por
influencia de la inspiración, que en lo recóndito del alma solemos llamar "el espíritu divino". Por ese motivo
perdí el interés por todos mis otros asuntos. Y si los conservaba en la memoria era solo memoria era solo
para postergarlos. 
Pero puesto que la víspera de Rosh Hashaná se acercaba, me dije, un nuevo año ya está aquí y he dejado
muchísimas cartas sin su respuesta; me sentare y las contestare e ingresaré en el nuevo año sin deudas. 
Tal como suelo hacer todos los días, también trabajé en ese día. Solo que todos los días suelo levantarme al
amanecer y en ese día me levante a las tres de la mañana, dado que es sabido que para SELIJOT tenemos un
pacto para levantarnos muy de madrugada, mucho antes que cualquiera otra noche. 
Antes de ocuparme de las cartas me dije, comienza un nuevo año y lo que corresponde es comenzarlo
purificado. Y puesto que las horas no me alcanzan para ir y purificarme en el río, (por las cartas), voy a darme
un baño de inmersión. 
En ese momento llegó Tcharni a mi casa, la anciana que me recordaba orgullosa que había trabajado
ayudando en los quehaceres en casa de mis mayores aun antes que yo naciera. Me dijo Tcharni: "tu mujer
está ocupada preparando la festividad y tú la cargas con más trabajo. Ven a nuestra casa y yo te prepararé un
baño caliente". 
Me pareció un buen consejo. Como tengo que visitar al peluquero para cortarme el pelo para Rosh Hashana,
en el camino a la peluquería, iré y me bañaré. 
Revise las cartas y reflexione acerca de cuáles son las que deben ser respondidas primero. Dado que son
muchas y el tiempo es exiguo y es imposible responder en un día aquello que las personas escribieron
durante todo un año, elegiré primero las más importantes de entre ellas, luego me ocuparé de las intermedias
y por último de las de menor importancia. 
Mientras estaba haciendo esto, me surgió la idea de deshacerme de las cartas irrelevantes para poder estar
mejor dispuesto y responder a las cartas importantes. 
La vía de lo irrelevante es entorpecer y dado que es irrelevante y no hay nada importante, es difícil
sobreponerse. Pero si hubiera algún indicio de importancia en alguna carta, el tema es descubrir que escribió
el autor y qué respuesta quiere obtener. 
En cuanto descubrí que no tenía nada para responder, aumentaba mi interés por responder, puesto que si las
dejaba sin respuesta pesarían sobre mi conciencia y por el solo hecho de existir me llevarían a pensamientos
vanos. 
Tomé mi pluma para escribir y no logré nada. ¡Qué extraño! Todo el año solía escribir sin esfuerzo y ahora
que debía escribir dos o tres líneas con algún sentido, mi pluma no responde. 
Deje esta carta y tome una carta diferente. Esta carta no era una carta sino una tarjeta para asistir a un
concierto, que iba a dirigir el Rey de los músicos. Escuche decir que todo aquel que lo escucha, su mente se
clarifica. Es el caso de una persona que solía ir a los conciertos pero no comprendía nada, y por lo tanto
dedujo que no sabría de música. Hasta que una vez acertó a concurrir a un concierto de este director.
Entonces se dijo: "Ahora sé que entiendo de música, sólo que quienes no entendían de música eran los
músicos a cuyos conciertos yo asistía." 
Tomé la tarjeta para el concierto y la introduje en mi bolsillo. Las vísperas de fiesta siempre son cortas. A
veces por sí mismas, otras por lo que implica la preparación de la festividad. 
Mucho más la víspera de Rosh Hashaná, que reúne ambos motivos ya que supone también la preparación
para el Día del Juicio. 
No logre responder a ninguna de las cartas hasta llegado el mediodía. Abandone las cartas y me dije, lo que
no alcanzaste a hacer antes de Rosh Hashaná no lo lograras de aquí a Iom Kipur. Bueno, hubiera sido
ingresar al año nuevo sin deudas pendientes, pero ¿qué hacer? A cartas irrelevantes; ¡no me enseñaron a
responder! 
Me pare y camine hasta la casa de mi vieja Charni a tomar el baño previo a la fiesta, dado que me lo preparo
con aguas calientes. Cuando llegué a la casa, encontré la puerta cerrada. Rodee la casa varias veces y cada
vez que llegaba a la puerta me paraba y golpeaba. Pispeo entonces una vecina por las rendijas de la persiana
y dijo: "¿Buscas a Charni? Fue hasta el mercado a comprar un fruto para la bendición de Shehejeianu". 
Seguí dando vueltas a la casa hasta que Charni regresó. Lo justo hubiera sido que la anciana se disculpara
ante mí, dado que tuve que esperarla y robó mi tiempo. Pero ella no solo no se disculpó ante mí, sino que
además no paraba de hablar, sin casi tomarme en cuenta y contaba de una granada que aún madura, sus
semillas no se desprendían. 
Desde la torre de la Casa de las Naciones se escucharon de pronto tres voces. Mire el reloj y comprobé que
se habían ido ya tres horas. Todos los días mi reloj difiere del de la Casa de las Naciones, pero hoy hizo
paces con él. Y casi pareciera que el cielo se acuerda hoy con el. 
¿Tanto tarde en mi camino? ¿Tanto me retrase rodeando la casa? Así se fueron tres horas y para la llegada
de Rosh Hashana me quedan escasamente dos horas y media. Y esta anciana que sigue aun parada,
hablando de la granada que madura sus semillas y que, aún no se desprenden de ella! 
La interrumpí y le pregunté: "¿Preparaste el baño para mi? ¿Se calentaron ya las aguas?". Dejó a Charni su
bolsa y gritó: "¡Dios mío! Te había prometido el baño". Le dije: "¿Y no me lo hiciste?". Me respondió: "No lo
hice, pero ahora te lo preparo". Apúrate Tcharni, apúrate. 
¡El día no se detiene! Sacudió su dedo delante de mí y dijo: "¿Tu me apuras a mi? Se bien que el tiempo no
se detiene y tampoco yo lo haré. Ya entró, enciendo el fuego, caliento las aguas y pronto delante de ti tendrás
una bañera humeante."
Salí y pasé delante de la casa hasta que se calientan las aguas. Paso delante de mí el viejo abogado. Recordé
entonces que tenía algo que preguntarle, pero temí que navegáramos entre palabras y no alcanzara a
purificarme antes de la fiesta, ya que este abogado cuando se le consulta no lo abandona a uno. Pospuse mi
pregunta para otro momento. 
Para tranquilizarme volví a tomar esa tarjeta de mi bolsillo y vi que el concierto sería precisamente la primera
noche de Rosh Hashana. Extraño, yo que no soy de ir a conciertos, soy invitado a este, precisamente la
primera noche de Rosh Hashana. 
Volví a guardar la tarjeta y seguí paseando delante de la casa. Llegó entonces Hora,  la pequeña, mi hija. Su
voz suena dulce como el violín y toda ella es como un violín al cual el ejecutante lo acercó a una pared rota y
esta cayó sobre el instrumento. Alce mis ojos y vi su alma entristecida, le dije: "¿De dónde y hacia dónde?
Pareces una rama sedienta que fue por agua y no la hallo." Me dijo Hora: "¡Me voy de aquí!" Le pregunte:
"¿Por que te vas, cual es el motivo? Todos tus días pediste de ver al director de orquesta famoso, y ahora
que él llegó hasta aquí para dirigir nuestra orquesta, ¡te vas!". Lloró Hora aun mas fuerte. "Tio, no tengo
tarjeta para ese concierto". Sonreí cariñosamente y le dije: "Dejame, secar tus lágrimas". La mire con ternura
y pensé, suerte que tengo en mis manos la posibilidad de colmar el deseo de esta hermosa muchacha, que
de todos los sonidos de este mundo, puede escuchar la música y de todos los directores del mundo desea
escuchar precisamente a este, que esta noche dirigirá al gran coro.
Puse la mano en mi bolsillo para tomar la tarjeta y dársela a Hora. Y volví a sonreír satisfecho como aquel que
puede hacer el bien. Pero Hora no entendió mi pensamiento, se colgó de mi cuello y me besó tiernamente. De
pronto olvide que es lo que quería y no le di a Hora su tarjeta. 
Todavía aturdido por la situación, llegó Charni y me llamó. La estufa ardía en el baño humeante y las aguas
saltaban y se elevaban hacia mi. Sin embargo, carecía de fuerzas para bañarme. Tampoco contaba con el
tiempo necesario. Le dije a mi hermano: "Toma el baño por mí, soy un hombre débil y si me baño en aguas
tan calientes necesitaría descansar luego y el tiempo ya no alcanza". 
Deje el baño y me encamine a casa. Para que mi camino sea ágil , me quite el sombrero y lo lleve en la mano.
Cambio el viento y me arremolino el cabello. ¿Dónde estaba mi cabeza? Mientras esperaba el baño, hubiera
podido ir a lo del peluquero. 
Levanté mis ojos y miré hacia el cielo. El sol estaba ya a punto de desaparecer. Fui hasta mi casa y mi
cabeza, por suerte, ya la sentía sobre mi. 
Salió mi hija a recibirme, vestida de fiesta, alargó su dedo hasta el abismo celeste y dijo: "¡Luz! (Pensé que
me está diciendo que el sol ya se puso y no dejó tras de sí señal alguna de luz. O tal vez, se refería a la vela
encendida en honor a la fiesta).
Vi las velas y dije: "Ya se santificó el día, debo apurarme hacia la sinagoga". Miró mi hija mis viejas ropas y
apoyó sus manos sobre el vestido nuevo para cubrirlo y así no avergonzar a su padre viejamente vestido.
Sus ojos estaban cercanos a las lágrimas ya que vestía un vestido nuevo y su padre vestidos viejos, y por su
padre que viste así a la hora en que el año nuevo llega. 
Después de la comida nocturna salí. El cielo estaba negro, y la infinidad de estrellas brillaban en el e
iluminaban la oscuridad. Ningún hombre se hallaba fuera y todas las casas estaban sumidas en el sueño, y
hasta yo comencé a sumirme en el sueño. 
Solo que este sueño no era realmente sueño, sentía que mis piernas comenzaban a llevarme y así caminaba,
hasta que llegue a un lugar y escuche la voz de una canción. Supe que había llegado a la sala de conciertos. 
Tome la tarjeta y entre. La sala estaba completa. Violinistas y violines, percusionistas y timbales,
trompetistas y todos los ejecutantes de pie vestidos de negro tocaban sin interrupción. El Gran Director no
se veía en el recinto, pero los músicos tocaban como si la batuta del Gran Director los estuviera dirigiendo. 
Los músicos eran todos conocidos y reconocidos por mi de cada lugar donde había vivido. ¿Cómo era
posible que todos mis conocidos y conocidas fueran convocados a un mismo lugar y en un solo coro? 
Tome un espacio, me senté y observé. Cada músico tocaba para sí mismo. En lo elevado de la melodía se
unían en una sola canción. Y cada uno de los ejecutantes estaba atado a su instrumento y estos a la vez al
piso del gran salón, y creían que solo ellos permanecían así y se avergonzaban de pedir al compañero que lo
liberase, o probablemente sabían que estaban unidos entre sí y a la vez a la tierra. Pero sus instrumentos
unidos sonaban también por propia voluntad. 
En el momento culminante, a pesar de posar sus ojos sobre los instrumentos, no veían lo que sus manos
hacían dado que todos, cual uno, se escuchaban. Y me parecía que sus oídos tampoco escuchaban ya que
de tanto tocar ensordecieron. 
Me despegué de mi asiento y me arrastre hasta la puerta. La puerta estaba abierta y un hombre que a mi
entrada no vi, permanecía al lado de ella. Era parecido a cualquier portero, aunque tenía algo de aquel
abogado que cuando uno se dirige a ellos tiene la sensación de que no va a poder despegarse. Le dije:
"Quiero salir". Tomó mis palabras, las puso dentro de su boca y me respondió con el sonido de mi propia
voz: "¿Salir? ¿porque? Le dije: "Prepare mi baño y quiero llegar antes de que se enfríe". Me respondió una
voz que hubiera atemorizado a un hombre aún más fuerte que yo: "¡Arde, aún arde! Además tu hermano ya lo
tomo". Le respondí como disculpándome: "Estuve muy ocupado con mis cartas y no pude tomar mi baño".
Me dijo: "¿En que cartas estuviste ocupado?" Saqué una y se la mostré. Grito "¡Yo te la mande!".
"Precisamente quería responderte", le dije. Me miro y pregunto: ¿Qué quieres responderme?" Se
escondieron mis palabras por culpa de su voz y se cerraron mis ojos y comencé a palpar el aire con mis
manos; de pronto me encontré parado delante de mi casa. Salió mi hija, "¿Te acerco una vela, padre? Le dije:
¿Crees que la vela podría alumbrar mi oscuridad?".
Fue y la trajo; salió una llamarada de la estufa y ardió a su alrededor. Una mujer parada delante de la estufa
seguía echando leña al fuego y el humo no podía mirar. No se si era Tcharni, la anciana, la que estaba parada
frente a la estufa o era la joven Hora la que azuzaba el fuego. 
Se apodero de mi el terror y quede como atado a la tierra, se entristeció mi alma, ya que a la hora en que
todos dormían un sueño anciano, yo permanecía despierto. Aunque no solo yo estaba despierto, sino
también las estrellas en el cielo. Y a la luz de esas estrellas vi lo que vi, pero como mi alma estaba deprimida,
se escondieron todas las palabras en mi boca. 

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