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Ahora bien, ¿Cómo se logra el consenso, activo o pasivo, de los grupos sociales, en
torno a un determinado proyecto histórico?
“... Una clase es hegemónica – escribe Chantal Mouffe – cuando logra articular a su
discurso la abrumadora mayoría de los elementos ideológicos característicos de una
determinada formación social, en particular los elementos nacional populares que le
permiten convertirse en la clase que expresa el interés nacional”[30]. Profundizaremos esta
definición, pero antes de entrar en el análisis de “los procesos de articulación de los
elementos ideológicos existentes en una formación social” será preciso revisar el concepto
de ideología, tal como ha sido elaborado por algunos de los principales exponentes del
marxismo.
El sujeto es concebido, pues, como el lugar de acción de las ideologías o, de otro
modo, las ideologías aparecen como el principio de producción de los sujetos en la vida
social. Aunque desde perspectivas opuestas, ésta parece ser la síntesis de las posiciones de
Althusser y de Gramsci: la relación imaginaria con que los hombres viven sus relaciones
con lo real, para el primero[35], y el principio de inteligibilidad de la realidad social, el
terreno donde los sujetos elaboran sus relaciones con el mundo y luchan por resolver los
conflictos sociales, para el segundo.
Ahora bien, podemos llegar a estas preguntas porque como se infiere de las
nociones utilizadas (sistema de representaciones, imágenes, mitos, interpelaciones,
concepciones implícitas del mundo) se ha tendido a identificar, oscuramente tal vez, las
ideologías con el dominio de lo discursivo, de una manera que podríamos calificar de
pre-lingüística, si se quiere. De allí la crítica, precisa, que Julia Kristeva hace a estas
teorizaciones (refiriéndose a Althusser en particular): “... la materialidad de la ideología es
pensada como exterior al dominio específico, a la materialidad específica en la que se
produce la ideología, a saber el lenguaje y de manera más general la significación (...). La
significación es desconocida en su funcionamiento material propio: las ‘modalidades de la
materialidad de las prácticas ideológicas’, a pesar de ser consideradas, no se
plantean”[36] .
A partir de todo lo visto hasta el momento, estamos en condiciones de sintetizar
algunos de los aspectos centrales de la problemática producción discursiva – procesos de
comunicación – ideologías, a saber:
3.- Dichas ‘marcas’ son las que reenvían a las condiciones productivas o al contexto de la
enunciación, como lo hemos visto. Buena parte de estas condiciones, por lo demás, remiten
al funcionamiento y a las características que asumen los aparatos de hegemonía en un
momento histórico dado.
Hemos dicho que las redes de comunicación que se establecen en una sociedad
están regidas, en buena medida, por la estructura, el funcionamiento y las particularidades
que asumen los aparatos de hegemonía en un momento histórico determinado. Definiremos,
pues, a estos aparatos como “las instituciones especializadas que tiene a su cargo la
producción, circulación, inculcación y consumo de las significaciones ideológicas”[37].
Veamos ahora algunas de las dimensiones a considerar con respecto a los aparatos
de hegemonía y en relación con los procesos comunicativos:
1.- Los aparatos de hegemonía son los espacios institucionales donde se materializa el
campo de significaciones de la clase dominante y desde donde se ejerce la función de
hegemonía de esta clase sobre las demás. El poder y el control sobre los distintos aparatos
(medios de comunicación, escuela, iglesia, partidos, sindicatos, familia, etc.) no se da de
manera homogénea pero el caso de los medios de comunicación es expresivo – por la
cantidad de evidencias empíricas reunidas – del ejercicio del poder de clase. Como lo
demuestran numerosos estudios[38], este es un campo fuertemente estructurado en torno a
la concentración económica del poder nacional y transnacional que favorece a su vez el
desarrollo de ciertas tecnologías comunicativas a los fines de asegurar en un doble
movimiento la trasnacionalidad de las economías y la trasnacionalización de las culturas.
Los sistemas de poder se afianzan todavía en otros niveles, tal es el caso de las agencias de
publicidad, gravitando en la definición de líneas y perfiles de programación y de
información y del Estado estableciendo diferentes sistemas de control político sobre los
medios. Estas son algunas de las ‘condiciones de producción’ que determinan, en buena
medida, las estrategias discursivas y los rasgos que asumen las comunicaciones y la cultura
de masas en distintos países de la órbita capitalista.
3.- Los aparatos de hegemonía no forman un bloque o una lista homogénea sino que
sus propiedades regionales (la religión, la moral, el derecho, la política, la cultura de masas,
el conocimiento) contribuyen de manera desigual al desarrollo de la lucha ideológica entre
las clases antagónicas[40]. La eficacia de cada uno de los aparatos es, por lo tanto, relativa,
desigual y a la vez complementaria. El carácter relativo y desigual de su acción y de sus
‘efectos’ depende de la relación que guardan, en cada circunstancia histórica, con el
desarrollo de la base material, con las particularidades que revisten la lucha ideológica y
política en cada formación social, con las relaciones de fuerza y de poder a nivel
trasnacional, etc. En cuanto a las relaciones de complementariedad entre la acción de
distintos aparatos ideológico-culturales, éstas se producen porque en la lucha por la
conservación de la hegemonía, aunque atravesada por estrategias diversas y por
‘interpelaciones’ heterogéneas, existe una tensión hacia la unidad ideológica que suele
expresarse en la capacidad de cada mensaje o discurso particular, de jugar un papel de
condensación con respecto a los otros[41]. Dice Laclau: “... cuando una interpelación
familiar, por ejemplo, evoca una interpelación política, una interpelación religiosa, una
interpelación estética, etc.; cuando una de estas interpelaciones aisladas opera como
símbolo de las otras, nos encontramos con un discurso ideológico relativamente
unitario”[42].
4.- Hemos señalado que los aparatos hegemónicos son básicamente centros de
producción, circulación, inculcación y recepción de significaciones ideológicas. Hasta
ahora menos visto algunas de las dimensiones referentes al proceso directo de producción
significante; cabría entonces analizar en qué medida y con qué modalidades estos aparatos
determinan y regulan los procesos de recepción.
Por cierto, en el caso de los medios de comunicación, cada medio preestablece, en
relación con el soporte tecnológico, distintas modalidades de recepción: el cine, como es
obvio, actúa de una manera distinta que la televisión o la radio, ocupan distintos espacios
en la vida individual o colectiva y favorecen diferentes encuadres para el acuerdo o la
adhesión (es muy conocido, por ejemplo, el ‘efecto’ de verosimilitud que promueve la
televisión como el medio que parece presentar la realidad ‘tal cual es’).
Las relaciones de poder van configurando los reajustes, las ramificaciones y los
desplazamientos de los hechos discursivos en las distintas coyunturas históricas, y en esa
medida las ideologías no se constituyen de una vez y para siempre, ni remiten linealmente a
determinados intereses de clase. Sobre este punto señala Regino Robin: “la circulación de
enunciados no obedece a simples reglas de remisión a una clase. En el discurso (...) todo es
recuperación, rechazo, remisión, reformulación, inversión y distorsión (...). Este punto es
decisivo para referirse a los problemas de hegemonía. En los aparatos ideológicos, como en
el aparato de Estado, las formaciones discursivas jamás se presentan frente a frente con
contornos netos. Lucha siempre sobre el aquí y ahora, que ya está hecho de rechazos,
remisiones, recuperaciones, inversiones, reformulaciones. Ellas mismas están en relación
de alianza, de compromiso, de antagonismo, etc. Será pues imposible constituir el
diccionario de las palabras burguesas, el diccionario de las palabras pequeñoburguesas, y el
de las palabras proletarias (...)”[43].
Aunque desde una reflexión de otra naturaleza, Chantal Mouffe apunta, como
Robin, a definir las ideologías desde una perspectiva no reduccionista (ni simple ‘reflejo’
de la base económica, ni mero paradigma de intereses de clase). La ‘reforma intelectual y
moral’ que se emprende desde las instituciones de la sociedad civil (los aparatos de
hegemonía) tiene como objetivo – sostiene – establecer a través de la acción cultural una
visión unitaria del mundo que operaría sobre el conjunto de las voluntades dispersas y
heterogéneas. Ahora bien, ‘visión unitaria del mundo’ no comporta la idea de una
representación homogénea y acabada. Por el contrario, dicha visión sería el producto de la
lucha ideológica y en tanto tal el resultado de la articulación de elementos ideológicos
preexistentes en una formación social, a los cuales se les dota de un peso específico según
las diferentes perspectivas de clase[44].
Dos preguntas se plantean frente a esta reflexión: 1) ¿Cuál es el principio unificador
de un sistema ideológico?, ¿Cómo puede determinarse el carácter de clase de una
ideología?. Si se postula que las ideologías son constituidas en procesos permanentes de
construcción / deconstrucción de elementos, algunos clasistas y otros no, es evidente que de
no mediar un ‘principio’ que unifique las diversas ‘interpelaciones’ que se producen en una
formación discursiva, estaríamos enfrentados a variaciones azarosas y a registros dispersos
que no podrían constituir una ‘visión del mundo’ ni tampoco ‘una dirección intelectual y
moral’ capaz de agrupar a la mayoría de los sectores sociales en torno al proyecto
hegemónico. Por lo tanto, si bien no es pensable un diccionario de palabras burguesas o
proletarias, sí es posible determinar la existencia de dispositivos y reglas de operación del
material discursivo que hacen posible la unidad de una ideología. Llamaremos a estos
dispositivos que ordenan o regulan la producción de significaciones ideológicas, principios
de articulación o principios hegemónicos (para retomar una expresión de Ch. Mouffe,
aunque ella no los refiera a operaciones discursivas en sentido estricto). Sintetizando: las
interpelaciones o ‘elementos’ o palabras aisladas con los que se produce un cierto discurso
no son, necesariamente, patrimonio de clase alguna, pero la manera en que dichos
elementos son articulados, a través de reglas específicas, en la materialidad significante sí
se inscriben en una perspectiva de clase. Por consiguiente, lo que mediría la capacidad
hegemónica de una clase social sería, precisamente, esta capacidad de integrar en un
conjunto relativamente estructurado, interpelaciones y elementos de alcance y naturaleza
diferentes, clasistas algunos, no clasistas otros. (Al respecto vale para el caso el ejemplo
que dimos acerca de la evolución de las revistas femeninas y su capacidad de integrar
nuevos elementos rearticulándolos a los preexistentes, en el marco de una determinada
concepción del mundo.
En este punto debemos recordar que la significación no se deja leer a primera vista
y que se sitúa más allá de las palabras y de los conceptos presentes en un discurso
determinado. Por extensión, lo ideológico en las significaciones (como un nivel particular
de sentido) se expresa fundamentalmente bajo la forma de implicitaciones discursivas y no
en la manifestación literal. Es así que discursos muy distintos (o simplemente distintos)
pueden tener estructuras profundas comunes y por lo tanto remitir a un mismo principio
hegemónico. Y a la inversa, discursos cuya expresión literal es casi idéntica o idéntica
pueden reenviar a principios de articulación diferentes (y por lo tanto a distintos proyectos
de clase). Para el primer caso, baste recordar el ejemplo que dimos sobre los discursos
‘disciplinarios’ y su ‘efecto’ común de condensación, a pesar de la naturaleza diferencial de
las ‘interpelaciones’ utilizadas. Para el segundo caso pondremos un ejemplo del discurso
religioso: la interpelación ‘bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos será el
reino de los cielos’. Dicha frase cambia de sentido según su contexto de enunciación. En
una iglesia tradicional puede querer decir que las virtudes de la pobreza y la humildad
posibilitan la salvación eterna y que esa es la felicidad a la que hay que aspirar, renunciando
a cambiar las condiciones aquí, en la tierra. En una iglesia de la liberación, por el contrario,
el sentido se inviste de un nuevo valor, el de la lucha a favor de la causa de los sectores
desposeídos puesto que, merecedores del cielo, merecen lograrlo, también, aquí en la tierra.
Estas serían algunas ilustraciones, a nivel bastante banal, de lo que hemos llamado
principios de articulación o principios hegemónicos: se trata de procesos de readecuación,
recuperación y / o resemantización de distintos elementos que, en el caso del ejemplo
utilizado, proceden de los textos sagrados. Recuperación y rearticulación que están regidas
por un orden extradiscursivo (como condición se producción, los distintos proyectos
históricos de sectores pertenecientes a un mismo aparato hegemónico) y que se expresan en
la materialidad del discurso, invistiendo de diferentes sentidos elementos procedentes, en
este caso, de una fuente común.
La ‘realización’ de las ideologías es, pues, plural; distintas estrategias y maniobras
significantes articulan los espacios discursivos preexistentes a la vez que producen un
hecho nuevo (dependiente del proceso comunicativo de que se trata). Como ya lo hemos
señalado, estos principios de articulación (que equivaldrían a lo que antes hemos llamado el
proceso directo de producción de significaciones) están en estrecha relación con el
funcionamiento económico, político e ideológico de una formación social en una coyuntura
determinada. Son las razones históricas, el conjunto de las condiciones de producción
discursiva, las que definen el campo de posibilidad del decir frente a lo no dicho o, de otro
modo, posibilitan, en cada caso particular, la emergencia de nuevos temas, de otros
espacios simbólicos, de distintos ejes de oposición, así como también las transformaciones
de los mecanismos y dispositivos de enunciación, de la estructura de los relatos, de las
figuras retóricas, etc.
PARA CONCLUIR:
Estudiar procesos de comunicación implica, pues, situarse dentro de los campos
estratégicos donde los discursos establecen redes y flujos particulares con otros discursos, y
de este modo, van configurando el espacio donde se materializan las posibilidades del decir
en un momento dado y las modalidades que asume la lucha ideológica en todos los tejidos
de la vida social.
Ahora bien, “el juego contradictorio de las formaciones discursivas” no es, sin
embargo, un simple juego de palabras. La eficacia material, la particular incidencia de la
producción significante no consiste solamente en dar un nombre a las cosas. “Poder y saber
se articulan (...) en el discurso”, dice Foucault. Y más adelante agrega: “El discurso
transporta y produce poder; lo refuerza pero también lo mina, lo expone, lo torna frágil y
permite detenerlo”[46].
Aunque así lo parecería, la lucha no se reduce a los enunciados, ni el juego al campo
del discurso. Su referencia, por el contrario, es el enfrentamiento por la hegemonía dentro
de un campo de fuerzas en el que se juegan objetivos que atañen al poder: poder sobre las
instituciones, sobre el Estado y, fundamentalmente, sobre la posibilidad de definir un
proyecto de sociedad y una manera de sentir y de concebir la vida.
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(Debo la bibliografía, porque la mayor parte no se entiende)