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Mabel Piccini (1983): Sobre la investigación discursiva, la comunicación y las

ideologías. México, UAM.

III.- HEGEMONIA, APARATOS DE HEGEMONIA Y PROCESOS DE


COMUNICACIÓN

3.1.- Sobre el Estado ampliado y la producción de consenso

            Dentro de la tradición marxista, el concepto de ideología ha sido pensado como


parte de la cuestión de los modos de producción y en particular se le ha referido, como una
instancia particular, al nivel de las superestructuras. En esta concepción de la sociedad
como una tópica la estructura de la sociedad estaría constituida por la base económica (la
llamada infraestructura) y por la superestructura, diferencia a su vez en dos instancias: la
jurídico-política y la ideológica. La metáfora de la sociedad como un edificio tiene por
objetivo señalar que existe un principio de determinación, la base material, que explica y
condiciona el funcionamiento del todo social. A partir de este enfoque, numerosos estudios
han terminado por dividir la sociedad en dos campos, relativamente aislados entre sí: el de
la producción, por un lado, el de la reproducción por el otro. Según esta perspectiva las
ideologías (o la ideología, a secas) tendrían como función la reproducción de las relaciones
capitalistas de producción.

            Es Gramsci quien resitúa el problema de las superestructuras a partir de la


producción de nuevos conceptos que, como el de hegemonía, plantean un principio de
solución al clásico problema de las ‘instancias’ (económica, política, ideológica) como
espacios divididos de la realidad social. El núcleo de su reflexión consiste en establecer la
relación base/superestructuras como momentos articulados de la ‘totalidad orgánica’, lo que
posibilita superar la noción espacial del edificio en el marxismo clásico. La dialéctica
estructura/superestructura se da a través del concepto de bloque histórico, como campo de
relaciones de fuerzas sociales que se articula a partir de la hegemonía que un grupo social
ejerce sobre el conjunto de la sociedad[26].

            El bloque histórico como sistema hegemónico tiene el punto de arranque en su


definición del Estado ampliado como articulación entre sociedad política y sociedad civil,
entre aparatos de coerción (policía, fuerzas armadas, burocracia, tribunales, etc.) y aparatos
de hegemonía (escuela, familia, iglesia, partidos políticos, sindicatos, medios de
comunicación [no se leen varios renglones]...; de otro modo, el Estado no cumple sólo
funciones políticas y represivas sino también funciones hegemónicas, las de dirección
intelectual y moral sobre el conjunto de la sociedad a partir del funcionamiento particular
de los aparatos ideológico-culturales. “El Estado bajo el capitalismo (y sólo en él es lícito
hablar de Estado para referirse al poder político) es un Estado hegemónico, el producto de
determinadas relaciones de fuerzas sociales, el complejo de actividades prácticas y teóricas
con las cuales la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio, sino también logra
obtener el consenso activo de los gobernados”[27]. Ahora bien, el aparato de hegemonía (la
sociedad civil) como el aparato del Estado, en sentido restringido (la sociedad política) no
son momentos aislados ni autosuficientes, tampoco un simple ‘reflejo’ de la ‘realidad
material’. Por el contrario constituye las condiciones de existencia y de funcionamiento de
la base material. Las ‘trincheras y casamatas de la sociedad civil’, como Gramsci llama a
los aparatos de hegemonía donde se cumplen las funciones de dirección política, intelectual
y moral de una clase sobre las demás, se integran en estrecho vínculo con las relaciones de
producción. A partir de estas instituciones se produce la proyección y ampliación del
Estado sobre la trama ‘privada’ de la sociedad y la expansión molecular de la dirección
(que, a diferencia de la dominación desnuda, tiene que ser pedagógica) de la clase
dominante sobre el conjunto de la vida social[28]. La preocupación fundamental es
establecer las conexiones existentes entre ideologías, prácticas, culturas y relaciones de
producción; entre modos de vida, métodos capitalistas de trabajo y sistemas de hegemonía.
A partir de allí es que Gramsci plantea, rompiendo con anteriores esquemas, que la
hegemonía nace en la fábrica en donde, según esta perspectiva, se articula concretamente el
campo de la producción material y el de la producción política e ideológica como
momentos indisociables de un mismo proceso[29].

3.2.- Sobre la noción clásica de ideología

            El concepto de hegemonía (que no es equivalente al de ideología dominante) alude


a la capacidad estratégica de una clase social para obtener, a partir de la universalización de
sus intereses específicos, el consentimiento activo o pasivo de la mayoría de los sectores
sociales en torno a su proyecto histórico. Con esto Gramsci refiere, de manera simultánea,
la existencia de la hegemonía de la clase dominante y la construcción de hegemonías
alternativas por parte de los sectores subordinados.

            Ahora bien, ¿Cómo se logra el consenso, activo o pasivo, de los grupos sociales, en
torno a un determinado proyecto histórico?

            “... Una clase es hegemónica – escribe Chantal Mouffe – cuando logra articular a su
discurso la abrumadora mayoría de los elementos ideológicos característicos de una
determinada formación social, en particular los elementos nacional populares que le
permiten convertirse en la clase que expresa el interés nacional”[30]. Profundizaremos esta
definición, pero antes de entrar en el análisis de “los procesos de articulación de los
elementos ideológicos existentes en una formación social” será preciso revisar el concepto
de ideología, tal como ha sido elaborado por algunos de los principales exponentes del
marxismo.

            Althusser define a la ideología como “... un sistema de representaciones (imágenes,


mitos, ideas o conceptos según el caso) dotado de una existencia y de un rol histórico
dentro de una sociedad determinada”[31]. Con posterioridad (1970), en Ideología y
aparatos ideológicos del Estado, en un claro acercamiento al psicoanálisis, la caracterizará
como “... la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia”,
relación cuyo carácter imaginario se establece en la medida en que todos los individuos
serían constituidos en sujetos (y sujetados a la creencia en su autodeterminación y libertad
individual) a través de mecanismos de interpelación[32].
            En Gramsci la noción de ideología reviste diferencias sustanciales pero para los
objetivos que nos planteamos tomaremos en cuenta sólo un aspecto de su perspectiva,
aquella que identifica tendencialmente a las ideologías como la visión del mundo de una
clase, que impregna todas las actividades y todas las prácticas. La ideología es “una
concepción del mundo que se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en la
actividad económica, en todas las manifestaciones de la vida colectiva e individual”[33].
Concepción del mundo que surge de condiciones materiales concretas y que determina a la
vez la relación que las masas establecen con la sociedad. Por ello Gramsci precisa, (las
ideologías orgánicas) “... en cuanto históricamente necesarias tienen una validez que es
validez ‘psicológica’, ‘organizan’ las masas humanas, forman el terreno en medio del cual
se mueven los hombres, adquieren conciencia de su posición, luchan, etc....”[34].

            El sujeto es concebido, pues, como el lugar de acción de las ideologías o, de otro
modo, las ideologías aparecen como el principio de producción de los sujetos en la vida
social. Aunque desde perspectivas opuestas, ésta parece ser la síntesis de las posiciones de
Althusser y de Gramsci: la relación imaginaria con que los hombres viven sus relaciones
con lo real, para el primero[35], y el principio de inteligibilidad de la realidad social, el
terreno donde los sujetos elaboran sus relaciones con el mundo y luchan por resolver los
conflictos sociales, para el segundo.

            En ambas perspectivas, además, vemos que se reagrupan aspectos y elementos


heterogéneos: representaciones, imágenes, ideas, mitos, interpelaciones, concepciones del
mundo, etc., a la vez que queda en una relativa oscuridad la naturaleza y el funcionamiento
específico de las ideologías. ¿Cómo y dónde se materializan las concepciones del mundo, el
conjunto de representaciones, creencias, ideas? ¿Cuál es la naturaleza de las llamadas
‘interpelaciones’ que ‘constituyen a los individuos en sujetos’? ¿Cuál es el sentido preciso
del accionar ‘implícito’ de las ideologías según Gramsci? Puesto que las ideologías
funcionan socialmente y producen efectos sociales ¿pueden concebirse fuera de su
organización particular como ... [no se lee la última línea de la fotocopia]... significación?
Y ya que estamos en el terreno de los lenguajes, las ideologías ¿no remitirían tal vez –
según algunas sugerencias dispersas en los textos citados – a un conjunto de reglas y
operaciones subyacentes, de ‘lenguaje profundo’, que organizarían de una cierta manera las
distintas prácticas significantes?

            Ahora bien, podemos llegar a estas preguntas porque como se infiere de las
nociones utilizadas (sistema de representaciones, imágenes, mitos, interpelaciones,
concepciones implícitas del mundo) se ha tendido a identificar, oscuramente tal vez, las
ideologías con el dominio de lo discursivo, de una manera que podríamos calificar de
pre-lingüística, si se quiere. De allí la crítica, precisa, que Julia Kristeva hace a estas
teorizaciones (refiriéndose a Althusser en particular): “... la materialidad de la ideología es
pensada como exterior al dominio específico, a la materialidad específica en la que se
produce la ideología, a saber el lenguaje y de manera más general la significación (...). La
significación es desconocida en su funcionamiento material propio: las ‘modalidades de la
materialidad de las prácticas ideológicas’, a pesar de ser consideradas, no se
plantean”[36]            .
            A partir de todo lo visto hasta el momento, estamos en condiciones de sintetizar
algunos de los aspectos centrales de la problemática producción discursiva – procesos de
comunicación – ideologías, a saber:

1.- Los procesos sociales de producción significante constituyen el dominio donde se


materializan las ideologías.

2.- La dimensión de lo ideológico en los discursos sociales no se revela en los ‘contenidos’


manifiestos sino que opera fundamentalmente en niveles de implicitación discursiva
(gramáticas de producción / gramáticas de reconocimiento) que es preciso detectar a partir
del análisis de las ‘marcas’ que aparecen en la superficie de los hechos de significación.

3.- Dichas ‘marcas’ son las que reenvían a las condiciones productivas o al contexto de la
enunciación, como lo hemos visto. Buena parte de estas condiciones, por lo demás, remiten
al funcionamiento y a las características que asumen los aparatos de hegemonía en un
momento histórico dado.

4.- La inscripción social de los procesos de comunicación se explica, en lo fundamental,


dentro de los marcos de la lucha por la conservación o la transformación de la hegemonía y
por lo tanto expresa posiciones de clase (y sus derivados).

5.- Las relaciones de fuerza en el campo de lo social y de lo político se expresan en el plano


de las significaciones como operaciones concretas de construcción / deconstrucción de
elementos discursivos según principios de articulación o principios hegemónicos.

3.3.- Sobre los aparatos de hegemonía

            Hemos dicho que las redes de comunicación que se establecen en una sociedad
están regidas, en buena medida, por la estructura, el funcionamiento y las particularidades
que asumen los aparatos de hegemonía en un momento histórico determinado. Definiremos,
pues, a estos aparatos como “las instituciones especializadas que tiene a su cargo la
producción, circulación, inculcación y consumo de las significaciones ideológicas”[37].

            Por lo tanto, estos aparatos pueden considerarse espacios de condensación de la


lucha ideológica aunque no sean los únicos lugares donde esta lucha se efectiviza. Como lo
hemos visto anteriormente, la producción significante y los intercambios comunicativos
atraviesan todas las ‘instancias’ y regulan todas las prácticas sociales puesto que las
dimensiones discursivas y simbólicas no son variables exteriores de los procesos
económicos y/o políticos sino, en tanto realidades específicas, parte integrante de dichos
procesos.

            Veamos ahora algunas de las dimensiones a considerar con respecto a los aparatos
de hegemonía y en relación con los procesos comunicativos:
1.- Los aparatos de hegemonía son los espacios institucionales donde se materializa el
campo de significaciones de la clase dominante y desde donde se ejerce la función de
hegemonía de esta clase sobre las demás. El poder y el control sobre los distintos aparatos
(medios de comunicación, escuela, iglesia, partidos, sindicatos, familia, etc.) no se da de
manera homogénea pero el caso de los medios de comunicación es expresivo – por la
cantidad de evidencias empíricas reunidas – del ejercicio del poder de clase. Como lo
demuestran numerosos estudios[38], este es un campo fuertemente estructurado en torno a
la concentración económica del poder nacional y transnacional que favorece a su vez el
desarrollo de ciertas tecnologías comunicativas a los fines de asegurar en un doble
movimiento la trasnacionalidad de las economías y la trasnacionalización de las culturas.
Los sistemas de poder se afianzan todavía en otros niveles, tal es el caso de las agencias de
publicidad, gravitando en la definición de líneas y perfiles de programación y de
información y del Estado estableciendo diferentes sistemas de control político sobre los
medios. Estas son algunas de las ‘condiciones de producción’ que determinan, en buena
medida, las estrategias discursivas y los rasgos que asumen las comunicaciones y la cultura
de masas en distintos países de la órbita capitalista.

2.- Lugares de ‘realización’ de las significaciones ideológicas dominantes, los aparatos de


hegemonía no son, sin embargo, instrumentos puros al servicio de una clase social. Por el
contrario, cada uno de ellos condensa, de distinta manera, las relaciones de fuerza
existentes en una sociedad determinada y expresa, en ese orden, los conflictos, las
contradicciones y los antagonismos sociales. Los distintos conflictos se van constituyendo
en punto de apoyo de estrategias comunicativas diversificadas. Como señala Jacques
Guilhaumon, los aparatos de hegemonía son lugares estratégicos donde circulan
narraciones dispersas, contradictorias, ‘activas’, en proceso continuo de construcción /
deconstrucción de la materialidad discursiva[39]. Más que de reproducción del discurso del
poder tendremos, pues, que hablar de la existencia de posiciones discursivas variables en el
interior de un campo de fuerzas.
            Para el caso de países con ‘relativa estabilidad democrática’ (otro es el caso de las
dictaduras donde se estrechan al mínimo las posibilidades de enfrentamiento ideológico),
los procesos de construcción / deconstrucción de los hechos discursivos tienen un margen
abierto de posibilidades, dependiendo (dicho margen) de las circunstancias históricas
concretas de cada formación social. En los medios de comunicación social estos procesos
se manifiestan con distintas modalidades según los distintos aparatos: prensa, radio, cine,
tv, etc. Si tomamos un ejemplo, el de la prensa en México, podemos vislumbrar, a simple
vista y de manera intuitiva, cuál es el campo estratégico dentro del que se mueven distintas
tendencias que a su vez se materializan en formas diferenciadas de producción discursiva,
ya sea en el plano ‘oficial’ como en el de las producciones que podríamos llamar
‘marginales’ y que expresan intereses de sectores subordinados.

            3.- Los aparatos de hegemonía no forman un bloque o una lista homogénea sino que
sus propiedades regionales (la religión, la moral, el derecho, la política, la cultura de masas,
el conocimiento) contribuyen de manera desigual al desarrollo de la lucha ideológica entre
las clases antagónicas[40]. La eficacia de cada uno de los aparatos es, por lo tanto, relativa,
desigual y a la vez complementaria. El carácter relativo y desigual de su acción y de sus
‘efectos’ depende de la relación que guardan, en cada circunstancia histórica, con el
desarrollo de la base material, con las particularidades que revisten la lucha ideológica y
política en cada formación social, con las relaciones de fuerza y de poder a nivel
trasnacional, etc. En cuanto a las relaciones de complementariedad entre la acción de
distintos aparatos ideológico-culturales, éstas se producen porque en la lucha por la
conservación de la hegemonía, aunque atravesada por estrategias diversas y por
‘interpelaciones’ heterogéneas, existe una tensión hacia la unidad ideológica que suele
expresarse en la capacidad de cada mensaje o discurso particular, de jugar un papel de
condensación con respecto a los otros[41]. Dice Laclau: “... cuando una interpelación
familiar, por ejemplo, evoca una interpelación política, una interpelación religiosa, una
interpelación estética, etc.; cuando una de estas interpelaciones aisladas opera como
símbolo de las otras, nos encontramos con un discurso ideológico relativamente
unitario”[42].

            Este ‘efecto de condensación’ es lo que podríamos percibir en distintas


interpelaciones que a pesar de su heterogeneidad presentan similitudes (rasgos y
dispositivos comunes) en su estructura profunda, de modo que una de ellas evoca y reenvía
a las demás. Por ejemplo, éste podría ser el caso de cierto tipo de discursos ‘disciplinarios’
que, más allá de sus contenidos manifiestos, evocan parecidas relaciones jerárquicas y sus
consecuencias (dominación / subordinación) entre los protagonistas del acto de
comunicación (el discurso escolar y la relación maestro / alumno, el discurso familiar y la
relación padres / hijos; el discurso religioso y la relación sacerdotes / feligreses... etc.). Lo
que confiere una relativa unidad a diversos discursos ideológicos, y por lo tanto, a la
eficacia global de sus mecanismos es lo que podríamos caracterizar como el ‘principio de
articulación’ que regula la existencia de los mensajes y que remite a un proyecto de clase
determinado. Volveremos sobre este punto.

            4.- Hemos señalado que los aparatos hegemónicos son básicamente centros de
producción, circulación, inculcación y recepción de significaciones ideológicas. Hasta
ahora menos visto algunas de las dimensiones referentes al proceso directo de producción
significante; cabría entonces analizar en qué medida y con qué modalidades estos aparatos
determinan y regulan los procesos de recepción.

            Los aparatos de hegemonía prescriben reglas de funcionamiento de los procesos


discursivos y al mismo tiempo instituyen el papel de los participantes en el acto de
comunicación regulando los términos del intercambio simbólico. Hemos referido al
comienzo que el lugar de la enunciación condiciona el sentido de un mensaje, en la medida
en que hablar desde un espacio calificado (el del poder, por ejemplo) confiere asimismo
calificación (y poder) al enunciado. Por extensión podríamos señalar que el contexto de la
enunciación condiciona, asimismo, los procesos de reconocimiento al determinar las
circunstancias del intercambio y al promover en el destinatario los marcos generales de una
cierta disposición y/o disponibilidad y de ciertos ‘efectos’ de creencia y/o de
acuerdo.           

            Por cierto, en el caso de los medios de comunicación, cada medio preestablece, en
relación con el soporte tecnológico, distintas modalidades de recepción: el cine, como es
obvio, actúa de una manera distinta que la televisión o la radio, ocupan distintos espacios
en la vida individual o colectiva y favorecen diferentes encuadres para el acuerdo o la
adhesión (es muy conocido, por ejemplo, el ‘efecto’ de verosimilitud que promueve la
televisión como el medio que parece presentar la realidad ‘tal cual es’).

            Por lo demás, la diversificación de la producción cultural (productos de distinta


‘categoría’, con distintos precios y formas de circulación, con diferentes lenguajes, etc.)
aseguran la estratificación de los destinatarios, refuerzan el reparto diferencial de los bienes
culturales y tienden a reproducir la discriminación social poniendo a cada cual ‘en su
lugar’. Los espacios institucionales producen, pues, los discursos y también las condiciones
de su consumo aunque éstas no sean las únicas condiciones ni definan automáticamente los
procesos de decodificación y de consumo en la línea prevista por el emisor.

3.4.- Ideologías, discurso y principios hegemónicos

            Las relaciones de poder van configurando los reajustes, las ramificaciones y los
desplazamientos de los hechos discursivos en las distintas coyunturas históricas, y en esa
medida las ideologías no se constituyen de una vez y para siempre, ni remiten linealmente a
determinados intereses de clase. Sobre este punto señala Regino Robin: “la circulación de
enunciados no obedece a simples reglas de remisión a una clase. En el discurso (...) todo es
recuperación, rechazo, remisión, reformulación, inversión y distorsión (...). Este punto es
decisivo para referirse a los problemas de hegemonía. En los aparatos ideológicos, como en
el aparato de Estado, las formaciones discursivas jamás se presentan frente a frente con
contornos netos. Lucha siempre sobre el aquí y ahora, que ya está hecho de rechazos,
remisiones, recuperaciones, inversiones, reformulaciones. Ellas mismas están en relación
de alianza, de compromiso, de antagonismo, etc. Será pues imposible constituir el
diccionario de las palabras burguesas, el diccionario de las palabras pequeñoburguesas, y el
de las palabras proletarias (...)”[43].

            Aunque desde una reflexión de otra naturaleza, Chantal Mouffe apunta, como
Robin, a definir las ideologías desde una perspectiva no reduccionista (ni simple ‘reflejo’
de la base económica, ni mero paradigma de intereses de clase). La ‘reforma intelectual y
moral’ que se emprende desde las instituciones de la sociedad civil (los aparatos de
hegemonía) tiene como objetivo – sostiene – establecer a través de la acción cultural una
visión unitaria del mundo que operaría sobre el conjunto de las voluntades dispersas y
heterogéneas. Ahora bien, ‘visión unitaria del mundo’ no comporta la idea de una
representación homogénea y acabada. Por el contrario, dicha visión sería el producto de la
lucha ideológica y en tanto tal el resultado de la articulación de elementos ideológicos
preexistentes en una formación social, a los cuales se les dota de un peso específico según
las diferentes perspectivas de clase[44].

            Dos preguntas se plantean frente a esta reflexión: 1) ¿Cuál es el principio unificador
de un sistema ideológico?, ¿Cómo puede determinarse el carácter de clase de una
ideología?. Si se postula que las ideologías son constituidas en procesos permanentes de
construcción / deconstrucción de elementos, algunos clasistas y otros no, es evidente que de
no mediar un ‘principio’ que unifique las diversas ‘interpelaciones’ que se producen en una
formación discursiva, estaríamos enfrentados a variaciones azarosas y a registros dispersos
que no podrían constituir una ‘visión del mundo’ ni tampoco ‘una dirección intelectual y
moral’ capaz de agrupar a la mayoría de los sectores sociales en torno al proyecto
hegemónico. Por lo tanto, si bien no es pensable un diccionario de palabras burguesas o
proletarias, sí es posible determinar la existencia de dispositivos y reglas de operación del
material discursivo que hacen posible la unidad de una ideología. Llamaremos a estos
dispositivos que ordenan o regulan la producción de significaciones ideológicas, principios
de articulación o principios hegemónicos (para retomar una expresión de Ch. Mouffe,
aunque ella no los refiera a operaciones discursivas en sentido estricto). Sintetizando: las
interpelaciones o ‘elementos’ o palabras aisladas con los que se produce un cierto discurso
no son, necesariamente, patrimonio de clase alguna, pero la manera en que dichos
elementos son articulados, a través de reglas específicas, en la materialidad significante sí
se inscriben en una perspectiva de clase. Por consiguiente, lo que mediría la capacidad
hegemónica de una clase social sería, precisamente,  esta capacidad de integrar en un
conjunto relativamente estructurado, interpelaciones y elementos de alcance y naturaleza
diferentes, clasistas algunos, no clasistas otros. (Al respecto vale para el caso el ejemplo
que dimos acerca de la evolución de las revistas femeninas y su capacidad de integrar
nuevos elementos rearticulándolos a los preexistentes, en el marco de una determinada
concepción del mundo.

            En este punto debemos recordar que la significación no se deja leer a primera vista
y que se sitúa más allá de las palabras y de los conceptos presentes en un discurso
determinado. Por extensión, lo ideológico en las significaciones (como un nivel particular
de sentido) se expresa fundamentalmente bajo la forma de implicitaciones discursivas y no
en la manifestación literal. Es así que discursos muy distintos (o simplemente distintos)
pueden tener estructuras profundas comunes y por lo tanto remitir a un mismo principio
hegemónico. Y a la inversa, discursos cuya expresión literal es casi idéntica o idéntica
pueden reenviar a principios de articulación diferentes (y por lo tanto a distintos proyectos
de clase). Para el primer caso, baste recordar el ejemplo que dimos sobre los discursos
‘disciplinarios’ y su ‘efecto’ común de condensación, a pesar de la naturaleza diferencial de
las ‘interpelaciones’ utilizadas. Para el segundo caso pondremos un ejemplo del discurso
religioso: la interpelación ‘bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos será el
reino de los cielos’. Dicha frase cambia de sentido según su contexto de enunciación. En
una iglesia tradicional puede querer decir que las virtudes de la pobreza y la humildad
posibilitan la salvación eterna y que esa es la felicidad a la que hay que aspirar, renunciando
a cambiar las condiciones aquí, en la tierra. En una iglesia de la liberación, por el contrario,
el sentido se inviste de un nuevo valor, el de la lucha a favor de la causa de los sectores
desposeídos puesto que, merecedores del cielo, merecen lograrlo, también, aquí en la tierra.

            Estas serían algunas ilustraciones, a nivel bastante banal, de lo que hemos llamado
principios de articulación o principios hegemónicos: se trata de procesos de readecuación,
recuperación y / o resemantización de distintos elementos que, en el caso del ejemplo
utilizado, proceden de los textos sagrados. Recuperación y rearticulación que están regidas
por un orden extradiscursivo (como condición se producción, los distintos proyectos
históricos de sectores pertenecientes a un mismo aparato hegemónico) y que se expresan en
la materialidad del discurso, invistiendo de diferentes sentidos elementos procedentes, en
este caso, de una fuente común.
            La ‘realización’ de las ideologías es, pues, plural; distintas estrategias y maniobras
significantes articulan los espacios discursivos preexistentes a la vez que producen un
hecho nuevo (dependiente del proceso comunicativo de que se trata). Como ya lo hemos
señalado, estos principios de articulación (que equivaldrían a lo que antes hemos llamado el
proceso directo de producción de significaciones) están en estrecha relación con el
funcionamiento económico, político e ideológico de una formación social en una coyuntura
determinada. Son las razones históricas, el conjunto de las condiciones de producción
discursiva, las que definen el campo de posibilidad del decir frente a lo no dicho o, de otro
modo, posibilitan, en cada caso particular, la emergencia de nuevos temas, de otros
espacios simbólicos, de distintos ejes de oposición, así como también las transformaciones
de los mecanismos y dispositivos de enunciación, de la estructura de los relatos, de las
figuras retóricas, etc.

            Lo que se dice, en cualquier proceso de comunicación, es lo que resta después de un


trabajo (casi siempre inconsciente) de selección y combinación a partir de la trama, muchas
veces difusa, de censuras y tabúes que organizan y regulan las formas de pensar y sentir el
mundo en las distintas sociedades y formaciones culturales. Es en el juego contradictorio de
las formaciones discursivas, como dice Michel Pecheux, y a través de una “serie de
enfoque, importaciones, traducciones, rodeos, desplazamientos y alteraciones en que se
manifiestan las formas históricamente variables de la relación entre discurso, ideología e
intereses de clases”[45].

PARA CONCLUIR:

            Estudiar procesos de comunicación implica, pues, situarse dentro de los campos
estratégicos donde los discursos establecen redes y flujos particulares con otros discursos, y
de este modo, van configurando el espacio donde se materializan las posibilidades del decir
en un momento dado y las modalidades que asume la lucha ideológica en todos los tejidos
de la vida social.

            Ahora bien, “el juego contradictorio de las formaciones discursivas” no es, sin
embargo, un simple juego de palabras. La eficacia material, la particular incidencia de la
producción significante no consiste solamente en dar un nombre a las cosas. “Poder y saber
se articulan (...) en el discurso”, dice Foucault. Y más adelante agrega: “El discurso
transporta y produce poder; lo refuerza pero también lo mina, lo expone, lo torna frágil y
permite detenerlo”[46].

            Aunque así lo parecería, la lucha no se reduce a los enunciados, ni el juego al campo
del discurso. Su referencia, por el contrario, es el enfrentamiento por la hegemonía dentro
de un campo de fuerzas en el que se juegan objetivos que atañen al poder: poder sobre las
instituciones, sobre el Estado y, fundamentalmente, sobre la posibilidad de definir un
proyecto de sociedad y una manera de sentir y de concebir la vida.
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(Debo la bibliografía, porque la mayor parte no se entiende) 

[1] Mounin, Georges: ‘Saussure. Presentación y textos’. Editorial Anagrama. Barcelona,


1971. p. 29 y sigs.
[2] ‘Lingüística y Análisis del discurso. Lectura de una crisis’. Mimeo. P. 3
[3] ‘Dire et ne pas dire’, Herman, Paris, 1972. Existe traducción del capítulo ‘Implicitación
y presuposición’. Mimeo. UAM-X, pg. 9/10/11.
[4] Siglo XXI, México, 1978. Ver en particular los capítulos ‘Enunciación’, ‘Situación de
discurso’ y ‘Lenguaje y acción’.
[5] Op. cit. p. 375.
[6] Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber. Siglo XXI. Méjico, 1978.
[7] Siglo XXI, Méjico, 1970, p.144, 145.
[8] L’ordre du discours, Lección inaugural en el College de France pronunciada el 2 de
diciembre de 1970. Ed. Gallimard, París. 1971. P. 12.
[9] Op. cit. p. 111/12.
[10] Les verités de la police. Francois Maspero. París, 1975. p. 81/2.
[11] Citado por Pecheux en ‘Les verités...’ p. 82.
[12] Verón, Eliseo: ‘Para una semiología de las operaciones translingüísticas’ en la revista
Lenguajes N° 2, diciembre de 1974. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires. P. 24.
[13] Sobre este punto remitimos a los trabajos (citados en Bibliografía) de Paul Henry,
Michel Pecheux, Regine Robin, Jacques Guilhaumou, Eliseo Verón, Emilio de Ipola,
Narciso Pizarro, Louis Guespin, Juan B. Marcellesi, etc.
[14] En lo sucesivo se utilizarán como equivalentes a consumo las nociones de
‘reconocimiento’, ‘recepción’ o ‘decodificación’.
[15] En el desarrollo de este concepto y sus derivados haré amplio uso de los aportes
teórico-metodológicos producidos por Eliseo Verón como también de las reelaboraciones
efectuadas a partir de dichos aportes por Emilio de Ipola. La cita de los estudios de ambos
autores figuran en la bibliografía general.
[16] Ver en particular ‘Semiosis de la ideología y del poder’ en Communications N° 28,
Seuil, París, 1978, ‘Dictionnaire del idées non recures’ 1978 (mimeo) y ‘La semiosis social’
en El discurso político, UAM y Nueva Imagen, México, 1980.
[17] Diccionnaire des idées non recures, 1978, (mimeo), p. 91.
[18] Obras citadas.
[19] ‘Dictionnaire...’ p. 97 y 98.
[20] ‘Dictionnaire...’ p. 91.
[21] Sercovich, Armando: ‘El discurso, el psiquismo y el registro imaginario. Ensayos
semióticos’. Nueva Visión, Buenos Aires [no se lee año ni páginas].
[22] ‘Dictionnaire...’
[23] ‘Dictionnaire...’ ‘Semiosis de L’idélogique et du poivoir’, ‘La semiosis social’, etc.
[24] ‘Sociedad, ideología y comunicación’. En Comunicación y Cultura N° 6. Ed. Nueva
Imagen. México. 1978.
[25] ‘Discurso político, política del discurso’, mimeo, pág. 51. Publicado con el título de
‘Populismo e ideología 1’ en la Revista Mexicana de Sociología. Julio/setiembre de 1979.
Instituto de Investigaciones Sociales. UNAM. México.
[26] Gramsci, Antonio: ‘Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado
moderno’. En Obras de Antonio Gramsci. Vol. 1. Juan Pablos editor. México, 1975. P. 67 y
siguientes.
[27] Op. cit.
[28] Sobre este punto ver Buci-Glucksmann, Ch.: Gramsci y el Estado. Siglo XXI. México,
1978.
[29] Ver Notas sobre Maquiavelo...
[30] ‘Hegemonía e ideología en Gramsci’. En la Revista Arte, sociedad, ideología N° 5,
México, p. 82.
[31] ... Marx, Maspero, París 1965, p. 238.
[32] Nueva Visión, Buenos Aires, 1974. P. 53 y p. 4 y subsiguientes.
[33] El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Crocce. En Obras de Antonio
Gramsci, vol. 3. Juan Pablos editor, México, 1975.
[34] Op. cit. p. 58?
[35] Sobre este tema el artículo de Emilio de Ipola: ‘Crítica a la teoría de Althusser sobre la
ideología’. Revista Uno en dos. N° 4 Colombia, 1974 y también A. Sánchez Vazquez,
‘Ciencia y Revolución (El marxismo de Althusser)’. Alianza editorial, Madrid, 1978.
[36] Léase ‘Práctica analítica, práctica revolucionaria. Preguntas a Julia Kristeva’. Revista
Lenguajes N° 2. Diciembre de 1974. Ed. Nueva Visión. Buenos Aires.
[37] De Ipola, Emilio: ‘Sociedad, ideología y comunicación’. Op. cit.
[38] Entre otros podemos mencionar los trabajos de Armand Mattelart, Herbert Schiller,
Antonio Pasquali, Heriberto Muraro, Víctor Bernal Sahagun, Juan Somavía, Fernando
Reyes Matta, etc.
[39] ‘Lingüística y Análisis del Discurso’. Mimeo. P. 19/20.
[40] Pecheux: ‘Les verités...’ op. cit. p. 129/130
[41] Laclau, Ernesto: ‘Los ‘elementos’ ideológicos y su pertenencia de clase’ e
‘Interpelaciones de clase e interpelaciones popular-democráticas’, en Política e Ideología en
la teoría marxista. Siglo XXI, México, 1978.
[42] Op. cit. p. 115.
[43] ‘Los manuales de historia de la Tercera República Francesa: un problema de
hegemonía ideológica’. En Monteforte Toledo (coordinador): ‘El discurso político’.
UNAM/Nueva Imagen, México, 1980. P. 257/8.
[44] ‘Hegemonía e ideología en Gramsci’, op. cit. p. 79 y siguientes.
[45] ‘Remontémonos de Foucault a Spinoza’ en ‘El discurso político’. Op. cit. 1970.
[46] ‘Historia de la sexualidad’, op. cit. p. 122/3.

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