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Instituto de Formación Docente Continua

Profesorado de Geografía
Asignatura: Historia Moderna y Contemporánea

Trabajo Práctico
Sobre:

La era del imperio y certidumbres


socavadas: la ciencia
Libro: La Era del Imperio 1875 – 1914
Capítulo: Nº3 y Nº10
Autor: Eric Hobsbawm

Profesor:
Adriano Cavallín

Alumnos:
 Merlos Marco Antonio
 Catalan Federico
 Mercado Nahuel
Para la producción de este escrito nos basamos en el capítulo Nº3 y Nº10 del libro
llamado “La Era del Imperio” (1875-1914) realizado por el historiador marxista
británico Eric Hobsbawm, nacido en Alejandría (Egipto) en 1917, en el seno de una
familia judía, y creció en Viena (Austria) y Berlín (Alemania).

Hobsbawm  estudió en la Universidad de Cambridge y se convirtió en profesor de la


universidad londinense de Birkbeck, con la que colaboró durante años hasta llegar a ser
su Presidente.

En el capítulo Nº3 se abordarán los orígenes del Imperialismo, sus características


centrales, el impacto que tuvo en las clases sociales europeas en el marco del auge del
nacionalismo, la expansión militar de las potencias centrales, principalmente Reino
Unido y Francia hacia el resto del mundo, el desarrollo del imperio colonial en África,
Asia y Oceanía, la conquista de territorios y sus aspectos económicos. 

  En el capítulo Nº10 se tratarán las transformaciones de las matemáticas y la física, el


descubrimiento del elemento llamado éter, las crisis de la ciencia tradicional desde un
enfoque político y social de los científicos, los rasgos del darwinismo, la aparición de la
Eugenesia primero en el ámbito científico y posteriormente en la política, dando forma a
las posteriores teorías etnocéntricas características del Imperialismo, y el surgimiento de
las corrientes Neopositivistas. 

El mundo comenzaba a tornarse imperialista debido a las economías establecidas por


los países capitalistas, lo cuales dominarían a los países “atrasados”. Posteriormente, al
periodo comprendido entre 1875 y 1914 se lo considero como la era del imperio, ya
que en él se llevó a cabo un nuevo tipo de imperialismo y en segundo lugar ciertamente
anacrónico. En este periodo tuvo lugar el mayor número de gobernantes que se
autoproclamaban “emperadores”.

En esta misma línea, también surge un nuevo tipo de imperialismo denominado


imperio colonial. La supremacía económica y militar de los países capitalistas no había
sufrido un desafío serio desde hacía mucho tiempo. Entre 1880-1914 se realizó el
intento por convertir esa supremacía en una conquista, anexión y administración
formales, la mayor parte del mundo ajeno a Europa y al continente americano fue
dividido formalmente en territorios que quedaron bajo el gobierno formal o bajo el
dominio político informal de uno u otro de una serie de estados, fundamentalmente el
Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, los Países Bajos, Bélgica, los Estado Unidos y
Japón. Las víctimas de ese proceso fueron los antiguos imperios preindustriales
supervivientes de España y Portugal, el primero más que el segundo.

La mayor parte de los grandes imperios tradicionales de Asia se mantuvieron


independientes, aunque las potencias occidentales establecieron en ellos “zonas de
influencia” o incluso una administración directa que en algunos casos cubrían todo el
territorio.

  El único estado no europeo que no fue conquistado formalmente fue Etiopía (que se
opuso a una de las potencias más débiles, la cual era Italia). Asimismo, dos grandes
zonas del mundo fueron totalmente divididas por razones prácticas: África y el Pacífico.
Se crearon dos imperios prácticamente nuevos: el primero por la conquista de
Indochina a manos de los franceses, el segundo por parte de los japoneses en Corea y
Taiwán.

  En la región de América latina, EE UU no ejercía control político pero si la sometía


económicamente, apropiándose de la economía de los países regionales. Del mismo
modo, éste continente fue la única región del planeta en la que no hubo una seria
rivalidad entre las grandes potencias.

Entre 1876 y 1914 aproximadamente una cuarta parte de la superficie del planeta fue
distribuida en forma de colonias, por ejemplo, el Reino Unido aumentó sus
adquisiciones territoriales en unos 10 millones de kilómetros cuadrados, Francia en 9
millones, etc. Para los ortodoxos se avecinaba una nueva era de expansión nacional en
la que era imposible separar los elementos políticos y económicos por el papel
importante que tenía el estado (contexto en el que se desarrolla en fenómeno de
Imperialismo). Éstos observadores analizaron más específicamente esa nueva era como
una nueva fase del desarrollo capitalista, que surgía de diversas tendencias que creían
advertir en ese proceso.

El análisis Leninista se centraba que el nuevo imperio contaba con sus raíces
económicas en una nueva fase exacta del capitalismo, encaminadas a la división
territorial del mundo entre las grandes potencias capitalistas. Las rivalidades existentes
entre los capitalistas que fueron causa de esa división engendraron también la primera
guerra mundial.

El hecho más fundamental en el siglo XIX es el origen de una economía global, que
influyó de forma progresiva en los rincones más remotos del mundo, con un tejido cada
vez más denso de transacciones económicas, comunicaciones y movimiento de
productos, dinero y seres humanos que vinculaba a los países desarrollados entre sí y
con el mundo subdesarrollado. 

Esta globalización de la economía siguió continuamente desarrollándose entre 1875


y 1914. Luego, la exportación europea había aumentado más de cuatro veces a través de
la flota mercante. Posteriormente la nueva red de transportes posibilitó que incluso las
zonas más atrasadas y hasta entonces marginales se incorporaran a la economía
mundial, y los núcleos tradicionales de riqueza y desarrollo experimentaron un nuevo
interés por esas zonas remotas.

La civilización requería la presencia de un nuevo elemento conocido como el motor


de combustión interna las cuales demandaban de petróleo y caucho para su utilización
y empleo. Las nuevas industrias del automóvil y eléctricas necesitaban imperiosamente
uno de los metales como el cobre. Sus principales reservas se hallaban en lo que a
finales del siglo XX se denominaría como tercer mundo: Chile, Perú, Zaire, Zambia.
Además, existía una constante y nunca satisfecha demanda de metales preciosos que en
este período convirtió a Suráfrica en el mayor productor de oro del mundo. Las minas
fueron los grandes pioneros que abrieron el mundo al imperialismo y, fueron
extraordinariamente eficaces, porque sus beneficios eran bastante importantes como
para justificar también la construcción de ramales de ferrocarril. A partir de estos
desarrollos la demanda del consumo de productos alimentarios creció
significativamente en virtud del aumento del nivel de vida en esos países
industrializados.
Las colonias que no formaban parte del interés del capitalismo colonizador (blanco)
no tuvieron tanto éxito. Su interés económico se encontraba en la combinación de
recursos con una mano de obra que al estar formada por nativos, tenía un coste muy
bajo. No obstante las oligarquías de terratenientes y comerciales se beneficiaron del
período de expansión de los productos de exportación de su región.

Un argumento general de más peso para la expansión colonial era la búsqueda de


mercados. La convicción de que el problema de la “superproducción” del período de la
gran depresión podría solucionarse a través de un gran impulso exportador era
compartida por muchos. Los hombres de negocios, inclinados siempre a llenar los
espacios vacíos del mapa del comercio mundial con grandes números de clientes
potenciales, dirigían su mirada, naturalmente, a las zonas sin explotar: China era una de
esas zonas que captaba la imaginación de los vendedores, al igual que África.

  El “imperialismo” era la consecuencia natural de una economía internacional basada


en la rivalidad de varias economías industriales competidoras, hecho al que se sumaban
las presiones económicas de los años 1880. Esto no quiere decir que se esperara que una
colonia en particular se convirtiera en “El Dorado”, aunque esto es lo que ocurrió
específicamente en Sudáfrica, el cual se convirtió en el mayor productor de oro en el
mundo.   

La motivación estratégica para la colonización era especialmente fuerte en el Reino


Unido, con colonias muy antiguas situadas para vigilar el acceso a diferentes regiones
terrestres y marítimas que se consideraban fundamentales para los intereses
comerciales.

Desde luego Alemania se sintió profundamente ofendida por el hecho de que una
nación tan poderosa poseyera mucha menos posesiones coloniales que los británicos.

El imperialismo estimuló a las masas, y en especial a los elementos potencialmente


descontentos, a identificarse con el Estado y la nación imperial, dando así, de forma
inconsciente, justificación y legitimidad al sistema social y político representado por ese
Estado. En una era de política de masas incluso los viejos sistemas exigían una nueva
legitimidad. En resumen, el imperialismo ayudaba a crear un buen cemento ideológico.

Cabe destacar que algunos historiadores han intentado explicar el imperialismo


teniendo en cuenta factores fundamentalmente estratégicos. Explicando la expansión
británica en África como consecuencia de la necesidad de defender de posibles
amenazas las rutas hacia la India así como todos sus puntos principales marítimos y
terrestres, es importante recordar que desde este punto de vista global, la India era el
núcleo central de la estrategia británica, y que desde esta posición, se exigía no sólo un
control sobre las rutas marítimas cortas y largas sino también sobre todo el océano
Índico. 

El imperialismo estimuló a las masas, y en especial a los elementos potencialmente


descontentos a identificarse con el estado y la nación imperial, dando así, de forma
inconsciente justificación y legitimidad al sistema social y político representado por ese
mismo estado. Después de todo, ¿que podía ser más glorioso que las conquistas de
territorios exóticos y razas de piel oscura, cuando además esas conquistas se conseguían
con un bajo costo?
Es difícil precisar hasta qué punto era efectiva esta variante específica de exaltación
patriótica, sobre todo en aquellos países donde el liberalismo y la izquierda más radical
habían desarrollado fuertes sentimientos antiimperialistas, antimilitaristas,
anticoloniales o, de forma más general, anti aristocráticos. 

En algunos países el imperialismo alcanzó una gran popularidad entre las nuevas
clases medias y de trabajadores administrativos, cuya identidad social descansaba en la
pretensión de ser los vehículos elegidos del patriotismo. 

En este contexto, surgieron movimientos dedicados a conseguir la igualdad entre los


hombres, las actitudes de las mismas se mostraron divididas:

                                                                                  

-La izquierda secular era antiimperialista, la cual condenaba las guerras y las conquistas
coloniales.

 - El movimiento socialista y obrero aceptaban el imperialismo como algo deseable, o al


menos como una base fundamental en la historia de los pueblos “no preparados para el
autogobierno todavía”, eran una minoría de la derecha revisionista y fabiana, aunque
muchos líderes sindicales consideraban que las discusiones sobre las colonias eran
irrelevantes o veían a las gentes de color ante todo como una mano de obra barata que
planteaba una amenaza a los trabajadores blancos. En la esfera internacional, el
socialismo fue hasta 1914 un movimiento de europeos y de emigrantes blancos o de los
descendientes de éstos. El colonialismo era para ellos una cuestión marginal.

- El análisis socialista (es decir, básicamente marxista) del imperialismo, integraba el


colonialismo en un concepto mucho más amplio de una “nueva fase” del capitalismo,
era correcto en principio, aunque no necesariamente en los detalles de su modelo
teórico. Asimismo, era un análisis que en ocasiones tendía a exagerar la importancia
económica de la expansión colonial para los países metropolitanos.

El imperialismo de los últimos años del siglo XIX era un fenómeno “nuevo”. Era el
producto de una época de competitividad entre economías nacionales capitalistas e
industriales rivales que era nueva y se vio intensificada por las presiones para asegurar y
salvaguardar mercados en un período de incertidumbre económica; en resumen, era un
período en que “las tarifas proteccionistas y la expansión eran la exigencia que
planteaban las clases dirigentes”. Formaba parte de un proceso de alejamiento de un
capitalismo basado en la práctica privada y pública del laissez-faire, que también era
nuevo, e implicaba la aparición de grandes corporaciones y oligopolios y la intervención
cada vez más intensa del Estado en los asuntos económicos. Correspondía a un
momento en que las zonas periféricas de la economía global eran cada vez más
importantes. 

Queda por responder las cuestiones sobre:

- El impacto de la expansión occidental (y japonesa desde los años 1890) en el resto del
mundo.
- El significado de los aspectos “imperialistas” del imperialismo para los países
metropolitanos.

                                              

El impacto de la expansión occidental en el resto del mundo:

El impacto económico del imperialismo fue importante, pero lo más destacable es


que resultó profundamente desigual, por cuanto las relaciones entre las metrópolis y sus
colonias eran muy asimétricas. El impacto de las primeras sobre las segundas fue
fundamental y decisivo, mientras que el de las colonias sobre las metrópolis tuvo escasa
significación y pocas veces fue un asunto de vida o muerte.

Evidentemente, de todos los países metropolitanos donde el imperialismo tuvo más


importancia, fue en el Reino Unido, porque la supremacía económica de este país
siempre había dependido de su relación especial con los mercados y fuentes de materias
primas de ultramar. Para la economía británica era de todo punto esencial preservar en
la mayor medida posible su acceso privilegiado al mundo no europeo.

En gran medida, el éxito del Reino Unido en ultramar fue consecuencia de la


explotación más sistemática de las posesiones británicas ya existentes o de la posición
especial del país como principal importador e inversor en zonas tales como Sudamérica.
Con la excepción de la India, Egipto y Sudáfrica, la actividad económica británica se
centraba en países que eran prácticamente independientes, como los dominions blancos
o zonas como los Estados Unidos y Latinoamérica, donde las iniciativas británicas no
fueron desarrolladas con eficacia. 

En resumen, el nuevo colonialismo fue una consecuencia de una era de rivalidad


económico-política entre economías nacionales competidoras, rivalidad intensificada
por el proteccionismo. En la medida en que ese comercio metropolitano con las colonias
se incrementó en porcentaje respecto al comercio global, ese proteccionismo tuvo un
éxito relativo.

Pero la era imperialista no fue sólo un fenómeno económico y político, sino también
cultural. La conquista del mundo por la minoría “desarrollada” transformó imágenes,
ideas y aspiraciones, por la fuerza y por las instituciones, mediante el ejemplo y
mediante la transformación social.

Lo que el imperialismo llevó a las élites potenciales del mundo dependiente fue
fundamentalmente la “occidentalización”. Todos los gobiernos y elites de los países que
se enfrentaron con el problema de la dependencia o la conquista vieron claramente que
tenían que occidentalizarse si no querían quedarse atrás. Además, las ideologías que
inspiraban a esas élites en la época del imperialismo se remontaban a los años
transcurridos entre la Revolución Francesa y las décadas centrales del siglo XIX. Las
elites que se resistían a Occidente siguieron occidentalizándose, aun cuando se oponían
a la occidentalización total.

La época imperialista creó una serie de condiciones que determinaron la aparición de


líderes antiimperialistas y, asimismo, las condiciones que comenzaron a dar resonancia
a sus voces Los movimientos antiimperialistas importantes comenzaron en la mayor
parte de los sitios con la primera guerra mundial y la revolución rusa. Fueron las élites
occidentalizadas las primeras en entrar en contacto con esas ideas durante sus visitas a
Occidente y a través de las instituciones educativas formadas por Occidente, pues de allí
era de donde procedían.

El legado cultural más importante del imperialismo fue una educación de tipo
occidental para minorías distintas. Naturalmente, se trataba de minorías de animadores y
líderes, que es la razón por la que la era del imperialismo, breve incluso en el contexto
de la vida humana, ha tenido consecuencias tan duraderas. En realidad, es sorprendente
que en la mayoría de los lugares de África el experimento del colonialismo , desde la
ocupación hasta la formación de estados independientes, ocupe solamente el discurrir de
una vida humana.

El significado de los aspectos “imperialistas” del imperialismo para los países


metropolitanos:

El exotismo había sido producto de la expansión europea desde el siglo XVI, no


obstante, una serie de observadores filosóficos de la época de la Ilustración habían
considerado extraños a los países ubicados más allá de Europa y de los colonizadores
europeos como una especie de barómetro moral de la civilización europea.
Posteriormente, la novedad del siglo XIX se basó en el hecho que cada vez más se
considero a los pueblos no europeos y a sus sociedades como inferiores, débiles,
indeseables, atrasados y también infantiles. Eran pueblos convenientes para la
conquista, en cierto sentido, los valores de las sociedades tradicionales no occidentales
fueron perdiendo crédito para su supervivencia, en un punto en que lo único importante
era la fuerza y la tecnología militar. El exotismo podía llegar también una parte
ocasional, como en el espectáculo de Buffalo Bill sobre el salvaje Oeste, con sus
exóticos cowboys e indios, que conquistó Europa a partir de 1887. Eran ideologías
centradas en el sentido de superioridad de lo civilizado sobre lo primitivo. Sin embargo
había un aspecto positivo de ese exotismo, administradores y soldados con aficiones
intelectuales consideraban sobre las diferencias existentes que existían en sus
sociedades y las que gobernaban. El imperialismo hizo que aumentara de manera
notable el interés occidental hacia diferentes formas de sabiduría derivadas de Oriente.
En el terreno artístico, especialmente en las artes visuales, las vanguardias occidentales
estaban a la par de las culturas no occidentales. De hecho, en diversas ocasiones se
basaron en ellas durante ese periodo.

Hay que destacar brevemente un aspecto final del imperialismo; su impacto sobre las
clases dirigentes y medias de los países metropolitanos. De cierto modo, el imperialismo
exagero la victoria de esas clases y de las sociedades creadas a su imagen como ningún
otro factor podría haberlo hecho.Un conjunto menor de países, ubicados casi todos ellos
en el noroeste de Europa, dominaban el globo. Algunos imperialistas, con un gran
disgusto hacia los latinos y , sobre todo hacia los esclavos. En el año 1890, poco más de
seis mil funcionarios británicos gobernaban a casi trescientos millones de indios con la
ayuda de algo más de setenta mil soldados europeos, la mayoría de los cuales eran, al
igual que las tropas indígenas, muchos más numerosas , mercenarios que en un número
desproporcionadamente alto procedían de la tradicional reserva de soldados nativos
coloniales(irlandeses). Sin embargo, el triunfo imperial causó problemas e
incertidumbres, porque se hizo cada vez más insoluble la contradicción entre la forma
en que las clases dirigentes de la metrópoli dirigían a sus imperios y la forma en que lo
hacían con sus pueblos. Desde luego, en las metrópolis estaba destinada a imponerse, la
política del electoralismo democrático. En los imperios coloniales predominaba la
autocracia, fundamentada en la combinación de la coacción física y la sumisión pasiva a
una superioridad tan grande que parecía imposible desafiar y, por tanto, legítima.

El imperialismo también causó incertidumbres. En primer lugar, enfrentó a una


pequeña cantidad de blancos con las masas de los negros, los oscuros, tal vez sobre todo
los amarillos, ese peligro amarillo contra el cual llamó el emperador Guillermo II la
unión y la defensa de Occidente.  En segundo lugar la incertidumbre era de doble filo,
en efecto, si el imperio era débil ante sus súbditos. No de forma inmediata ¿No era más
vulnerable a la erosión desde dentro del deseo de gobernar, el deseo de mantener la
lucha darwinista por la supervivencia de los más aptos? ¿No conduciría el imperialismo
al parasitismo en el centro y al triunfo eventual de los bárbaros?.Desde luego, en
ninguna parte esos interrogantes ocasionaron un eco tan lúgubre como el más grande y
más vulnerable de todos los imperios, aquel que supera en tamaño y gloria a todos los
imperios del pasado, pero que en otros aspectos se encontraba al borde de la
decadencia. 

En ciertas ocasiones, el hombre sufre una serie de transformaciones en un lapso de


tiempo, y los principios que antecedieron a la primera guerra mundial, conforman uno
de esos momentos. Desde luego no todos los dominios de la ciencia padecieron una
transformación ni se transformaron de la misma manera.

La transformación era de dos tipos. Desde el enfoque del intelectual comprende el fin
de una explicación del universo a la manera del arquitecto: un edificio incompleto, pero
cuya finalización no podía demorarse por mucho tiempo; un edificio centrado en los
hechos mantenido por el firme marco de las causas y por las leyes de la naturaleza y
cimentado con las sólidas herramientas de la razón. En este contexto, la estructura
intelectual del mundo burgués quitó la religión del análisis de un universo en el que lo
sobrenatural y lo milagroso no eran de suma importancia, haciendo foco en la
permanencia, en la previsibilidad, pero sobre todo en la transformación, la cual producía
evolución, progreso. 

Para explicar el proceso de separación de la ciencia y la intuición, podemos


demostrarlo por ejemplo a través de las matemáticas. A mediados del siglo XIX el
avance del pensamiento matemático comenzó a producir no solo unos resultados que
entraban en lucha con el mundo real tal como era percibido por los sentidos, como es el
caso de la geometría no euclidiana.

En el siglo XX, la matemática más pura ha hallado de vez en cuando, alguna


correspondencia en el mundo real y, sin duda, ha servido para comprender este mundo o
para dominarlo por medio de la tecnología. Muchos formalistas, como el Hilbert
entendían a su criterio en una verdad matemática objetiva, dicho de otra manera, que no
dejaba de ser significativo lo que pensaban los matemáticos sobre la naturaleza de las
entidades matemáticas que manipulaban de sus teoremas.  La escuela de intuicionistas
(fundada por Poincaré y, desde 1907 encabezada por Brouwer) se oponía de una manera
drástica al formalismo (al coste de abandonar incluso aquellos triunfos del razonamiento
matemático cuyos notables resultados generaron una reconsideración de las bases de la
matemática).

Asimismo, el replanteamiento de los principios de las matemáticas era una situación


problemática, ya que el intento de basarse en definiciones rigurosas y en la no
contradicción, provocó la gran crisis de los fundamentos (entre 1900 y 1930). En 1931,
el matemático austriaco Godel demostró que no era posible eliminar la contradicción en
determinados objetivos  fundamentales. Pese a esto, en ese entonces los matemáticos se
habían acostumbrado a vivir con las incertidumbres de su disciplina.

La crisis de las matemáticas repercutió en los grupos de científicos del universo de la


física, en donde encontró menos resistencia en el ámbito de los físicos que la revolución
matemática, posiblemente porque no estaba claro aún que implicaba el desafío de las
creencias tradicionales en la certidumbre y en las leyes de la naturaleza.  No obstante,
encontró una enorme resistencia en la población no científica. Los ideólogos de la
izquierda rechazaron la relatividad por ser incompatible con su idea de la ciencia, y los
de la derecha la condenaron calificándola de judía. Estas sumatoria de sucesos fue lo
que convirtió a la ciencia no solo en algo que pocos podían entender, sino que en algo
que muchos despreciaban, al tiempo que reconocían depender de ella.

Posiblemente, lo que mejor demuestra la conmoción que sufrió la experiencia, el


sentido común y las concepciones aceptadas del universo es el problema del éter
luminóforo.  No existían pruebas de dicho elemento que se creía que llenaba el universo,
pero tenía que existir, en una visión del mundo esencialmente mecánica,
fundamentalmente porque en la física todo estaba relacionado con ondas, comenzando
con las de la luz y reforzadas por el progreso de las investigaciones en el campo del
electromagnetismo. El éter fue descubierto en el siglo XVIII, ya que todas las pruebas
conocidas de su existencia se obtuvieron en este periodo.

Si la tierra se trasladaba a través del éter en dirección a uno de los rayos, el


movimiento del aparato durante el paso de la luz tenía que causar que los caminos que
seguían los rayos fueran distintos. Eso podía detectarse, pero no fue posible hacerlo.
Desde luego, parecía que el éter fuera lo que fuera no se movía con la tierra o con
cualquier otra cosa que pudiera ser medida. El éter parecía no tener características
físicas o estar más allá de cualquier forma de aprehensión material. La alternativa era
abandonar la imagen científica establecida del universo. De este modo, se pueden sacar
dos conclusiones de este instructivo. En primer lugar, con el ideal racionalista que la
ciencia y la historia han heredado del siglo XIX. Antes las nuevos caminos abiertos en
el campo del electromagnetismos y dado el descubrimiento de nuevas formas de
radiación, ante la necesidad de forzar cada vez más la teoría ortodoxa, ante el
experimento Michelson-Morley, antes o después sería inevitable modificar
especialmente la teoría para adecuarla a los hechos. Sin embargo, no tardó mucho en
producirse: la transformación puede datarse con cierta precisión en los años 1895-1905.
En segundo lugar es de signo totalmente opuesto, la visión del universo físico que se
derrumbó en 1895-905 estaba centrada no en los “hechos” sino en supuesto apriorísticos
sobre el universo, basados en parte en el modelo mecánico del siglo XVII y en parte en
intuiciones, aún más remoto, de la experiencia de los sentidos y la lógica. El éter había
sido creado porque el modelo mecánico aceptado del universo demandaba algo de ese
tipo y porque parecía inconcebible que no existiera distinción alguna entre el
movimiento absoluto y el reposo absoluto en alguna parte. En otras palabras, lo que hizo
que la revolución en el campo de la física fuera tan revolucionaria fue la renuncia de los
físicos a reconsiderar sus paradigmas.

Las transformaciones científicas no hubieran sido posibles sin los avances técnicos
producidos en la economía industrial, como los que permitieron la producción en la
economía industrial, la producción de la electricidad, o poseer bombas de vacío
adecuadas e instrumentos de medida precisos.
Este es el caso, en el periodo que analizamos, en aquellos dominios de la biología que
afectan directamente al hombre social y todos aquellos que podían ser vinculados con el
concepto de evolución de Charles Darwin. La voluntad de dominio, puede interpretarse
como una variante de darwinismo social, un discurso desarrollado en el lenguaje de la
“selección natural”, un caso de una selección dirigida a producir una nueva raza de
superhombres, qué dominarían a los seres humanos inferiores. Los vínculos entre la
biología y la ideología son especialmente evidentes en la relación entre la eugenesia y la
nueva ciencia genética. La eugenesia, que era un programa para aplicar al género
humano las técnicas de reproducción selectiva familiares en la agricultura y la
ganadería, precedió de forma notable a la genética. Fue esencialmente un movimiento
político, protagonizado casi de forma exclusiva por miembros de la burguesía o de la
clase media, que urgían a los gobiernos a iniciar un programa de acciones positivas o
negativas para mejorar la condición genética de la especie humana. Asimismo. Los
eugenistas extremos creían que la condición del hombre y la sociedad sólo podrían ser
mejoradas a través del perfeccionismo genético de la especie humana. Los eugenistas
menos extremos concedían importancia relativa a las reformas sociales, la educación y
los cambios ambientales en general. Si bien la eugenesia podía convertirse en una
seudociencia fascista y racista que puso en práctica el genocidio deliberado con Hitler,
antes de 1914 no se identificaba especialmente con ningún grupo político de clase
media.

Lo que concibió a la eugenesia el carácter científico fue, especialmente, la aparición


de la ciencia de la genética, que parecía sugerir que las diferencias ambientales sobre la
herencia podían ser excluidas de manera absoluta y que la mayor parte de los rasgos
eran determinados por un solo gen, en otras palabras, que era posible la reproducción
selectiva de seres humanos según los principios mendelianos. 

En América el darwinismo social ponía el énfasis en la libre competencia como ley


fundamental de la naturaleza y el triunfo de los más aptos sobre los menos aptos, es
decir, la supervivencia de los más aptos también podía verse en la conquista de las razas
y pueblos inferiores, o en la guerra contra estados rivales. 

La gran innovación fue que el Darwinismo ocupara una posición de teoría científica
ortodoxa de la evolución biológica, introduciendo así, la doctrina de los saltos,
mutaciones, o los fenómenos de la naturaleza impredecibles y discontinuos. Dicho de
otro modo, tanto para Pearson como para Beateson la variabilidad de las especies era
una cuestión científica e ideológica. No tiene sentido, y por lo general no se puede
concretar una correspondencia entre teorías científicas específicas y actitudes políticas,
menos aún en dominios tales como la evolución. Podemos decir que el imperialismo y
el desarrollo de la movilización obrera en masas contribuyan a aclarar  la evolución de
la biología.

La corriente neopositivista que surgió a finales del siglo XIX, con autores como
Duhem, Mach, entre otros; no ha de ser confundida con el positivismo que conquistó las
ciencias naturales y sociales antes de la nueva revolución científica. Ese positivismo
creía en el hecho de encontrar la visión coherente del mundo que se encontraba a punto
de ser rechazada en teorías verdaderas, centradas en la experiencia probada y
sistematizada de las ciencias (en los hechos) descubiertas por el método científico. Al
mismo tiempo, esas teorías positivistas aportarían un fundamento firme para el derecho,
la política, la moralidad y la religión, es decir, para la forma en que los seres humanos
conviven juntos en sociedad. Los historiadores observaron que el hecho de la de la
transformación revolucionaria de la visión del mundo científico que se produjo en esos
años, formaba parte de un rechazo más general y dramático, de valores, verdades y
formas de considerar el mundo y estructurarlo conceptualmente, es decir,
científicamente.  

Finalmente en las décadas posteriores a 1875, predomina un sentimiento de


expectativas defraudadas, y que los acontecimientos estaban ocurriendo de forma
totalmente opuesta a lo esperado. Ése sentimiento fue visto tanto entre ideólogos como
en políticos del período. 

La única ideología que seguía sustentando con firmeza la fe decimonónica en la


ciencia, la razón y el progreso era el Marxismo, que no sentía desilusión por el presente
porque miraba hacia el triunfo futuro de esas “masas” cuya aparición había provocado
gran disgusto entre los pensadores de clase media. 

Para concluir, entendemos que el imperialismo fue una política de expansión y


dominación territorial, cultural y económica de las potencias centrales sobre los países
del tercer mundo. Basado fundamentalmente en los rasgos de la producción y del capital
(papel decisivo en la vida económica), la fusión del capital bancario con la industria y la
exportación del capital. El imperialismo fue un proceso que se mantiene en la historia, 
ya que comienza a introducir los términos de países desarrollados y subdesarrollados, lo
cual, a partir de ellos podemos deducir, qué países se encuentran o no en los niveles de
desarrollo industrial y con determinado nivel socioeconómico. A su vez, el avance de la
ciencia fue fundamental para este desarrollo, ya que comenzaron a aparecer nuevos
enfoques como el Neopositivista y el método científico. Añadiendo como lo afirmó
Marx, en sus Tesis sobre Feuerbach, “la teoría materialista” de que los hombres son
producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres
modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, se
olvida o deja de lado, que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las
circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues,
forzosamente, a la división de la sociedad en dos partes, una de las cuales está por
“encima de la sociedad”. Estas dos partes serían las naciones imperialistas y los países
colonizados, opresores y oprimidos. Sin embargo, simplificar de esta forma un proceso
tan complejo como el imperialismo no es lo adecuado, aun cuando creemos que Marx
acertó en su análisis de las contradicciones sociales y económicas de la era moderna,
son muchas las causas y los antecedentes que motivaron y dieron origen al
imperialismo, y sus consecuencias, como hemos visto aún persisten. No obstante,
debemos recordar, nuevamente pensando en Marx, que son los hombres los que deben
hacer que cambien las circunstancias. Aunque no siempre cambian para bien.

Bibliografía:
Hobsbawm Eric (2001). La era del imperio. Buenos Aires: Editorial Crítica. 

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