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Profesorado de Geografía
Asignatura: Historia Moderna y Contemporánea
Trabajo Práctico
Sobre:
Profesor:
Adriano Cavallín
Alumnos:
Merlos Marco Antonio
Catalan Federico
Mercado Nahuel
Para la producción de este escrito nos basamos en el capítulo Nº3 y Nº10 del libro
llamado “La Era del Imperio” (1875-1914) realizado por el historiador marxista
británico Eric Hobsbawm, nacido en Alejandría (Egipto) en 1917, en el seno de una
familia judía, y creció en Viena (Austria) y Berlín (Alemania).
El único estado no europeo que no fue conquistado formalmente fue Etiopía (que se
opuso a una de las potencias más débiles, la cual era Italia). Asimismo, dos grandes
zonas del mundo fueron totalmente divididas por razones prácticas: África y el Pacífico.
Se crearon dos imperios prácticamente nuevos: el primero por la conquista de
Indochina a manos de los franceses, el segundo por parte de los japoneses en Corea y
Taiwán.
Entre 1876 y 1914 aproximadamente una cuarta parte de la superficie del planeta fue
distribuida en forma de colonias, por ejemplo, el Reino Unido aumentó sus
adquisiciones territoriales en unos 10 millones de kilómetros cuadrados, Francia en 9
millones, etc. Para los ortodoxos se avecinaba una nueva era de expansión nacional en
la que era imposible separar los elementos políticos y económicos por el papel
importante que tenía el estado (contexto en el que se desarrolla en fenómeno de
Imperialismo). Éstos observadores analizaron más específicamente esa nueva era como
una nueva fase del desarrollo capitalista, que surgía de diversas tendencias que creían
advertir en ese proceso.
El análisis Leninista se centraba que el nuevo imperio contaba con sus raíces
económicas en una nueva fase exacta del capitalismo, encaminadas a la división
territorial del mundo entre las grandes potencias capitalistas. Las rivalidades existentes
entre los capitalistas que fueron causa de esa división engendraron también la primera
guerra mundial.
El hecho más fundamental en el siglo XIX es el origen de una economía global, que
influyó de forma progresiva en los rincones más remotos del mundo, con un tejido cada
vez más denso de transacciones económicas, comunicaciones y movimiento de
productos, dinero y seres humanos que vinculaba a los países desarrollados entre sí y
con el mundo subdesarrollado.
Desde luego Alemania se sintió profundamente ofendida por el hecho de que una
nación tan poderosa poseyera mucha menos posesiones coloniales que los británicos.
En algunos países el imperialismo alcanzó una gran popularidad entre las nuevas
clases medias y de trabajadores administrativos, cuya identidad social descansaba en la
pretensión de ser los vehículos elegidos del patriotismo.
-La izquierda secular era antiimperialista, la cual condenaba las guerras y las conquistas
coloniales.
El imperialismo de los últimos años del siglo XIX era un fenómeno “nuevo”. Era el
producto de una época de competitividad entre economías nacionales capitalistas e
industriales rivales que era nueva y se vio intensificada por las presiones para asegurar y
salvaguardar mercados en un período de incertidumbre económica; en resumen, era un
período en que “las tarifas proteccionistas y la expansión eran la exigencia que
planteaban las clases dirigentes”. Formaba parte de un proceso de alejamiento de un
capitalismo basado en la práctica privada y pública del laissez-faire, que también era
nuevo, e implicaba la aparición de grandes corporaciones y oligopolios y la intervención
cada vez más intensa del Estado en los asuntos económicos. Correspondía a un
momento en que las zonas periféricas de la economía global eran cada vez más
importantes.
- El impacto de la expansión occidental (y japonesa desde los años 1890) en el resto del
mundo.
- El significado de los aspectos “imperialistas” del imperialismo para los países
metropolitanos.
Pero la era imperialista no fue sólo un fenómeno económico y político, sino también
cultural. La conquista del mundo por la minoría “desarrollada” transformó imágenes,
ideas y aspiraciones, por la fuerza y por las instituciones, mediante el ejemplo y
mediante la transformación social.
Lo que el imperialismo llevó a las élites potenciales del mundo dependiente fue
fundamentalmente la “occidentalización”. Todos los gobiernos y elites de los países que
se enfrentaron con el problema de la dependencia o la conquista vieron claramente que
tenían que occidentalizarse si no querían quedarse atrás. Además, las ideologías que
inspiraban a esas élites en la época del imperialismo se remontaban a los años
transcurridos entre la Revolución Francesa y las décadas centrales del siglo XIX. Las
elites que se resistían a Occidente siguieron occidentalizándose, aun cuando se oponían
a la occidentalización total.
El legado cultural más importante del imperialismo fue una educación de tipo
occidental para minorías distintas. Naturalmente, se trataba de minorías de animadores y
líderes, que es la razón por la que la era del imperialismo, breve incluso en el contexto
de la vida humana, ha tenido consecuencias tan duraderas. En realidad, es sorprendente
que en la mayoría de los lugares de África el experimento del colonialismo , desde la
ocupación hasta la formación de estados independientes, ocupe solamente el discurrir de
una vida humana.
Hay que destacar brevemente un aspecto final del imperialismo; su impacto sobre las
clases dirigentes y medias de los países metropolitanos. De cierto modo, el imperialismo
exagero la victoria de esas clases y de las sociedades creadas a su imagen como ningún
otro factor podría haberlo hecho.Un conjunto menor de países, ubicados casi todos ellos
en el noroeste de Europa, dominaban el globo. Algunos imperialistas, con un gran
disgusto hacia los latinos y , sobre todo hacia los esclavos. En el año 1890, poco más de
seis mil funcionarios británicos gobernaban a casi trescientos millones de indios con la
ayuda de algo más de setenta mil soldados europeos, la mayoría de los cuales eran, al
igual que las tropas indígenas, muchos más numerosas , mercenarios que en un número
desproporcionadamente alto procedían de la tradicional reserva de soldados nativos
coloniales(irlandeses). Sin embargo, el triunfo imperial causó problemas e
incertidumbres, porque se hizo cada vez más insoluble la contradicción entre la forma
en que las clases dirigentes de la metrópoli dirigían a sus imperios y la forma en que lo
hacían con sus pueblos. Desde luego, en las metrópolis estaba destinada a imponerse, la
política del electoralismo democrático. En los imperios coloniales predominaba la
autocracia, fundamentada en la combinación de la coacción física y la sumisión pasiva a
una superioridad tan grande que parecía imposible desafiar y, por tanto, legítima.
La transformación era de dos tipos. Desde el enfoque del intelectual comprende el fin
de una explicación del universo a la manera del arquitecto: un edificio incompleto, pero
cuya finalización no podía demorarse por mucho tiempo; un edificio centrado en los
hechos mantenido por el firme marco de las causas y por las leyes de la naturaleza y
cimentado con las sólidas herramientas de la razón. En este contexto, la estructura
intelectual del mundo burgués quitó la religión del análisis de un universo en el que lo
sobrenatural y lo milagroso no eran de suma importancia, haciendo foco en la
permanencia, en la previsibilidad, pero sobre todo en la transformación, la cual producía
evolución, progreso.
Las transformaciones científicas no hubieran sido posibles sin los avances técnicos
producidos en la economía industrial, como los que permitieron la producción en la
economía industrial, la producción de la electricidad, o poseer bombas de vacío
adecuadas e instrumentos de medida precisos.
Este es el caso, en el periodo que analizamos, en aquellos dominios de la biología que
afectan directamente al hombre social y todos aquellos que podían ser vinculados con el
concepto de evolución de Charles Darwin. La voluntad de dominio, puede interpretarse
como una variante de darwinismo social, un discurso desarrollado en el lenguaje de la
“selección natural”, un caso de una selección dirigida a producir una nueva raza de
superhombres, qué dominarían a los seres humanos inferiores. Los vínculos entre la
biología y la ideología son especialmente evidentes en la relación entre la eugenesia y la
nueva ciencia genética. La eugenesia, que era un programa para aplicar al género
humano las técnicas de reproducción selectiva familiares en la agricultura y la
ganadería, precedió de forma notable a la genética. Fue esencialmente un movimiento
político, protagonizado casi de forma exclusiva por miembros de la burguesía o de la
clase media, que urgían a los gobiernos a iniciar un programa de acciones positivas o
negativas para mejorar la condición genética de la especie humana. Asimismo. Los
eugenistas extremos creían que la condición del hombre y la sociedad sólo podrían ser
mejoradas a través del perfeccionismo genético de la especie humana. Los eugenistas
menos extremos concedían importancia relativa a las reformas sociales, la educación y
los cambios ambientales en general. Si bien la eugenesia podía convertirse en una
seudociencia fascista y racista que puso en práctica el genocidio deliberado con Hitler,
antes de 1914 no se identificaba especialmente con ningún grupo político de clase
media.
La gran innovación fue que el Darwinismo ocupara una posición de teoría científica
ortodoxa de la evolución biológica, introduciendo así, la doctrina de los saltos,
mutaciones, o los fenómenos de la naturaleza impredecibles y discontinuos. Dicho de
otro modo, tanto para Pearson como para Beateson la variabilidad de las especies era
una cuestión científica e ideológica. No tiene sentido, y por lo general no se puede
concretar una correspondencia entre teorías científicas específicas y actitudes políticas,
menos aún en dominios tales como la evolución. Podemos decir que el imperialismo y
el desarrollo de la movilización obrera en masas contribuyan a aclarar la evolución de
la biología.
La corriente neopositivista que surgió a finales del siglo XIX, con autores como
Duhem, Mach, entre otros; no ha de ser confundida con el positivismo que conquistó las
ciencias naturales y sociales antes de la nueva revolución científica. Ese positivismo
creía en el hecho de encontrar la visión coherente del mundo que se encontraba a punto
de ser rechazada en teorías verdaderas, centradas en la experiencia probada y
sistematizada de las ciencias (en los hechos) descubiertas por el método científico. Al
mismo tiempo, esas teorías positivistas aportarían un fundamento firme para el derecho,
la política, la moralidad y la religión, es decir, para la forma en que los seres humanos
conviven juntos en sociedad. Los historiadores observaron que el hecho de la de la
transformación revolucionaria de la visión del mundo científico que se produjo en esos
años, formaba parte de un rechazo más general y dramático, de valores, verdades y
formas de considerar el mundo y estructurarlo conceptualmente, es decir,
científicamente.
Bibliografía:
Hobsbawm Eric (2001). La era del imperio. Buenos Aires: Editorial Crítica.