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Ante esta realidad, Paraguay desarrolló una economía defensiva, integrada por
medianos propietarios agrarios, que se basaba en el monopolio estatal de la propiedad
del principal instrumento de producción, la tierra, y la comercialización de los productos
fundamentales de exportación (yerba y tabaco) lo cual le permitió capitalizarse
rápidamente a pesar de los gravosos impuestos que le demandaba el puerto de Buenos
Aires. No existían en Paraguay sectores dominantes como los estancieros o la burguesía
comercial porteña, si un Estado poderoso con una gran centralización política y una
dictadura personalizada en la figura del Mariscal Francisco Solano López. En lo
económico, este poderoso Estado promovió la diversificación de la producción y el
desarrollo de la industria.
De dicho aislamiento nació una etapa próspera para el pueblo guaraní, cuyo final
podemos ubicarlo recién hacia 1864 o 1865, es decir, cuando comenzaba la brutal
Guerra de la Triple Alianza. El 12 de junio de 1814, José Gaspar Rodríguez de Francia
asume como gobernador del Paraguay, sucediendo a la Junta de Gobierno con asiento
en Asunción. Ubicado según varios historiadores y cronistas como hombre de carácter
fuerte y hasta dictatorial, Rodríguez de Francia monopolizó el comercio exterior y se
encargó de posar su inquisidora mirada hacia los sectores más ricos y los grandes
terratenientes del Paraguay.
El Estado paraguayo tomó las tierras para sí, y más tarde las dividió en pequeñas
parcelas que fueron llamadas “estancias o chacras de la patria”. Éstas, una vez
parceladas, fueron entregadas en calidad de “préstamo” a familias de baja condición
social y hasta indios, con la expresa finalidad de que las trabajen. Estos establecimientos
agrícola-ganaderos estaban libres de trabas impositivas, de allí que las rentas que
obtenían quienes las trabajaban eran por demás interesantes. Quien tomaba posesión de
una “estancia de la patria”, no era propietario aunque sí podía usar la tierra por largos
años y llevarse parte de los dividendos que lograba a través de su esfuerzo.
El conflicto bélico entre la Triple Alianza y Paraguay fue planteado por la prensa
tucumana dentro de un esquema discursivo de guerra de partidos. En ese esquema
Argentina y sus aliados expresaban el campo de la civilización, la libertad y el progreso,
mientras que Paraguay y sus adeptos representaban el campo de la barbarie, la tiranía y
el atraso. La idea de una guerra entre estados con intereses y propósitos concretos a la
vez que diversos aparecía diluida frente a esa imagen en la que el conflicto internacional
se definía por una oposición intransigente entre dos contendientes que expresaban
valores y principios incompatibles.
La producción agrícola del arrasado país había cesado de hecho en 1869 y la alguna vez
próspera industria ganadera llegó a desaparecer. Además, estaban destruidos los
cimientos de la incipiente industria, ya que los ejércitos aliados inutilizaron por
completo la fundición de Ybycuí, el astillero y el arsenal de Asunción y la línea
telegráfica a Humaitá. El Paraguay y sus habitantes iban a soportar en adelante lo que
había infestado a toda la América Latina desde el inicio de su era independiente: la
inestabilidad y la pobreza.
En 1864, Paraguay era conocido por su buena provisión de armamento bélico y por
gozar de una posición estratégica favorable para el equilibrio de fuerzas en la región.
Disponía de 18.000 hombres en su ejército en 1862, cifra que ascendió a 40.000 un par
de años más tarde, en la época que el Brasil realizaba su intervención sobre la Banda
Oriental, que tuvo su inicio en septiembre de 1864. La idea de Solano López era
alcanzar las 60.000 tropas, obtenidas por el enrolamiento continuo. Ya durante el
gobierno de Don Carlos hubo levas de reclutamiento en 1842, 1845, 1847, 1849, 1854 y
1855. Estas se intensificaron entre 1856 y 1857 al volver