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Juan Bautista Yofre

El gran secreto del retorno de Perón en


1973
Índice

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Portada
Créditos
Acerca de El gran secreto del retorno de Perón en 1973
Quién es Juan Bautista Yofre
El gran secreto del retorno de Perón en 1973
La antesala de 1973
La violenta cronología del año 1973
Entre el ballotage y la provocación de Galimberti
Comienza el desplazamiento del montonerismo
La “Operación Mercurio”
La asunción de Héctor Cámpora
Lo que se decía en secreto
El termómetro de Benito Llambí
Perón viene a terminar con Cámpora
La semana trágica de Héctor Cámpora en Madrid. La batalla de
Ezeiza
Ezeiza
Los reproches del General
“Cuando los pueblos agotan su paciencia hacen tronar el
escarmiento”
Juan Domingo Perón visitó a Ricardo Balbín. La conspiración
Interpretando a Benito Llambí
La campaña presidencial
Septiembre
Ataque al Comando de Sanidad del Ejército
Las advertencias de Mario E. Firmenich a Juan Perón
El Ejército Argentino analiza el golpe en Chile
El asesinato de José Ignacio Rucci. Las réplicas
La segunda entrevista de Carcagno con Perón y el Operativo
Dorrego
Noviembre de 1973. La lucha por los sindicatos. Los cuatro
frentes de batalla
La economía y el Pacto Social: el desabastecimiento
Notas
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Yofre, Juan Bautista
El gran secreto del retorno de Perón en 1973 / Juan
Bautista Yofre. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos
Aires : Vi-Da Tec, 2023.
Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-799-365-3

1. Política Argentina. I. Título.

CDD 320.0982

© Leamos, 2023

Conversión a formato digital: Numerikes


Acerca de El gran secreto del retorno de Perón en
1973

Cuando pensábamos que ya todo estaba escrito sobre el retorno de Juan


Domingo Perón a la Argentina, en 1973, este libro revela no sólo la
profundidad de la grieta entre el líder del Justicialismo y Héctor
Cámpora, el elegido para la transición, sino la existencia de personajes y
acontecimientos de ese momento clave de la historia argentina y de los
años previos. ¿Quiénes fueron los artífices de este retorno, los conocidos
y los que operaron en las sombras?, ¿Cuál era la postura de Perón sobre
la intensa actividad de la guerrilla? ¿Cómo fueron los contactos con los
líderes de esos movimientos? ¿Perón estaba convencido que, en la
llamada masacre de Ezeiza, la izquierda lo había querido asesinar?
¿Quiénes sabían que su estado de salud ya era muy grave antes de su
retorno, cuando todavía vivía en Madrid? ¿Cuáles eran las decisiones
que tomaba José López Rega en el armado del tablero político? ¿Cuál
fue el papel de Isabel? En El gran secreto del retorno de Perón en 1973,
Juan Bautista “Tata” Yofre describe con detalles inéditos y documentos
exclusivos esos meses de vértigo y zozobra que enmarcaron el regreso
del líder a la Argentina y el aplastante triunfo que lo consagró a su
tercera y breve presidencia.
Quién es Juan Bautista Yofre

Juan Bautista “Tata” Yofre es un periodista y escritor argentino. En la


función pública se desempeñó como Secretario de Inteligencia del
Estado, durante 1989 y 1990, embajador en Panamá y Portugal, y asesor
presidencial durante el gobierno de Carlos Menem.
Comenzó en el periodismo en 1972, en Radio Municipal. También
trabajó en Los Principios (Córdoba), La Opinión, Clarín, Ámbito
Financiero y -desde 2019 hasta la fecha- en Infobae. También escribió
para las revistas Carta Política y Somos.

Es autor de 14 libros publicados entre 2006 y 2022, entre los que se


encuentran Misión Argentina en Chile, Fuimos todos, Nadie fue, Volver a
matar, El escarmiento, 1982, La trama de Madrid, Fue Cuba, Puerta de
Hierro, 1976, la conspiración, Entre Hitler y Perón, Dios y la Patria se
lo demanden y La trampa.
El gran secreto del retorno de Perón en 1973

1973 fue el año en que la Argentina se miró al espejo y se encontró


consigo misma. Se consideraba postergada desde hacía varios lustros y
lo sentía en carne propia, no había más que leer la prensa escrita o mirar
alrededor para darse cuenta. En abril de 1988, conversando con Marcelo
Sánchez Sorondo intenté decirle que la postergación argentina llevaba
cincuenta años cabalgando sobre la crisis y él, tras unos segundos, me
dijo: “Una crisis de 50 años no es una crisis, es una decadencia.” Bueno,
era una manera de explicar lo que vivíamos y trazar una cronología de
los acontecimientos que recorrió una generación, la de la década del
setenta. En especial para una persona cuya familia sufrió al peronismo de
la primera época (1946-1955).
No se debe llegar a 1973 sin sobrevolar algunos personajes y
acontecimientos que se desenvolvieron en los años previos, en los que la
inestabilidad era la regla. Primero la perseverancia de Juan Domingo
Perón, exiliado en España, y su Movimiento. Luego el inmutable poder
de las Fuerzas Armadas en cada episodio y a continuación el papel del
radicalismo dividido en dos grandes sectores que encabezaron Ricardo
Balbín y Arturo Frondizi. Entre estos tres pilares se movían el
empresariado, la Iglesia y la amplia gama del conservadurismo. De una
manera u otra todos pasaron por Balcarce 50 y todos fracasaron, también
con la “ayuda” del peronismo. Por último, en el contexto de la Guerra
Fría que primaba en aquella época, la Argentina va a ser víctima de la
violencia que generaron las organizaciones subversivas, nacidas al calor
y el impulso del castrismo, instalado en Cuba desde 1959.

Foto desconocida: El 19 de septiembre de 1955 los generales aceptan la renuncia de Perón a


bordo de un navío de guerra, en presencia del contralmirante Isaac Francisco Rojas.

Tras 1955 y su Revolución Libertadora un gran sector del poder dejaba


fuera de las grandes decisiones a una parte importante de la población,
con límites muy precisos: habrá participación ciudadana para todos
menos el peronismo. La elección de constituyentes para la reforma
constitucional del 28 de julio de 1957 confirmó una tendencia que todos
sospechaban y era que los votos en blanco ordenados por Perón desde su
exilio eran mayoritarios: 2.119.147; la UCRP (Balbín); 2.117.160 y la
UCRI (Frondizi), 1.821.459. Si antes el expresidente exiliado en
Venezuela tenía una sospecha de su liderazgo, el resultado electoral le
confirió la seguridad de que él no podía ser excluido en la futura
contienda electoral por la Presidencia de la Nación que se llevaría a cabo
el 23 de febrero de 1958. Y, en esa dirección, habría de fijar su mirada y
toda su atención. Porque Perón se sentía el árbitro de la futura solución
política.
Instrucción de Perón del 3 de febrero de 1958

Las elecciones nacionales de 1958 volvieron a dejarlo al margen del


poder y Arturo Frondizi llegó a la Casa de Gobierno con un pacto secreto
firmado con Juan Domingo Perón en Caracas y concretado
económicamente tras su asunción presidencial. En 1962, el mandatario
de la Unión Cívica Radical Intransigente fue echado del poder por los
militares luego de constatarse la victoria electoral del peronismo en
varias provincias y, en especial, en la estratégica provincia de Buenos
Aires. El domingo 18 de marzo de 1962 el peronismo, bajo la sigla
Unión Popular, se impuso holgadamente en la provincia de Buenos
Aires. También lo hizo bajo otras denominaciones en El Chaco, Santiago
del Estero, Misiones, Neuquén, Río Negro, La Pampa, Tucumán, Jujuy y
San Juan, mientras que el oficialismo triunfó en Capital Federal, Entre
Ríos, Corrientes, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Fue una catástrofe.

Frente a esta nueva situación las Fuerzas Armadas volvieron a evocar


el papel de árbitros o tutores de la ciudadanía. No hay mejor ejemplo de
lo que se dice que un documento emanado del teniente general Carlos
Severo Toranzo Montero, un excomandante en jefe del Ejército.

Cuando el jefe militar habla de “maquiavelismo” se refiere al frondizismo.


La misma noche del 18 de marzo de 1962 el ministro del Interior,
Alfredo Roque Vítolo, concurrió a una reunión militar en el comando de
la Aeronáutica donde se le plantearon una serie de exigencias: desde la
intervención a las provincias con nulidad de los comicios, hasta la
disolución del Parlamento y la anulación de la Ley de Asociaciones
Profesionales. La Armada, por su parte, el lunes 19, en reunión de
almirantes, pidió la renuncia del presidente. Al día siguiente, el título de
La Nación, a seis columnas, lo decía todo: “Anuló el gobierno los
comicios de Buenos Aires, Tucumán, Santiago del Estero, Río Negro y
el Chaco”. La excusa que se dio para tamaña decisión fue que se hizo
“para asegurar la forma republicana de gobierno”. Luego, el ministro del
Interior presentó la renuncia. Fueron horas críticas para Arturo Frondizi,
porque un golpe militar estaba en el aire, en los despachos del gobierno y
en la sociedad política. “Hemos retrocedido al 13 de noviembre de 1955”
(la caída del presidente de facto general Eduardo Lonardi), le comenta el
presidente a un amigo. Ninguna gestión conseguiría aplacar la furia de
las Fuerzas Armadas.
Quedó, entonces, una última prueba: el viernes 23, Laureano
Landaburu, ministro del Interior de la Revolución Libertadora, se
entrevistó con Arturo Frondizi durante el mediodía. De la reunión salió
ungido como mediador el ex presidente de facto Pedro Eugenio
Aramburu, con el objetivo de asegurar “a todo trance el orden
constitucional”. Mientras pasaba el tiempo algunos, como el teniente
general Raúl Alejandro Poggi, imaginaban que podían reemplazar al
primer mandatario. La tapa de La Nación del 26 de marzo de 1962
titulaba: “La Marina sugirió a Frondizi que dimita”. Horas más tarde se
informaba que siendo las 2.30 del 29 de marzo, el secretario de la
Armada, almirante Gastón Clement, le manifestó al primer mandatario:
“Quiero informarle que se acaba de adoptar la fórmula tres
[derrocamiento de Frondizi]. Lo lamento mucho, pero yo no puedo hacer
nada y dentro de un rato lo va a visitar el jefe de la Casa Militar”. Pocas
horas más tarde, Frondizi era conducido preso a la isla Martín García, en
un DC-3 T-01 de la Fuerza Aérea. Al día siguiente, sorpresivamente, La
Nación comunicaba a la sociedad que “ante la Corte Suprema juró el
doctor José María Guido”, un senador nacional rionegrino.

Detalles de la caída de Frondizi de una cronología redactada por el coronel Lanusse

En 1963 el Frente Nacional y Popular (Unión Popular, UCRI,


Conservador Popular y afines) oficializó su fórmula presidencial con
Vicente Solano Lima y Carlos Sylvestre Begnis con el público apoyo,
desde España, de Juan Domingo Perón. Como era de esperar, el
victorioso Bando Azul del Ejército –el que sostenía que el pueblo debía
votar—finalmente se tiñó de “colorado” y avaló el decreto presidencial
N.º 7165/62 que restablecía el decreto N.º 4161/56 que prohibía
cualquier tipo de afirmación ideológica o propaganda peronista y llegaba
a prohibir nombrar a Perón y su esposa María Eva Duarte.

En junio de 1963, la Corte Suprema de Justicia ratificó la


constitucionalidad del Decreto 4161 y fueron proscritos los candidatos
del Frente Nacional y Popular. El miércoles 19 de junio de 1963, bajo la
consigna del ministro Osiris Villegas de “no habrá retornismo”, el
gobierno proscribe al neoperonista Unión Popular y el 3 de julio el
Frente Nacional y Popular determina votar en blanco con el apoyo del
sindicalismo. En una suerte de lamento o justificación, Roberto Roth
(años más tarde alto funcionario del gobierno del general Juan Carlos
Onganía) diría: “Las elecciones fueron tan libres como pudieron serlo
para la época”.

Como resultado de la medida, el 7 de julio de 1963, el candidato de la


Unión Cívica Radical del Pueblo, Arturo Umberto Illia, salió electo
presidente de la Nación con el 25, 2 % del electorado. El voto en blanco
superó el 15%. Como apuntó el historiador Robert A. Potash, “Illia era
un presidente minoritario”, pero “aun así la legalidad de su status como
presidente constitucional estaba concedida por la mayoría de los sectores
políticos” (que lo respaldaron en el Colegio Electoral) “y también los
militares.” Años más tarde, los generales Azules-Legalistas derrocarían a
Illia e instaurarían la dictadura de Juan Carlos Onganía.

UCR del Pueblo ( 2,441,064 ) 25,15

Votos en Blanco ( 1,884,435 ) 19,72

UCRI ( 1,539,002 ) 16,4

UDELPA ( 726,861 ) 7,49

Demócrata Progresista ( 619,481 ) 6,38


Demócrata Cristiano ( 434,824 ) 4,48

Socialista Argentino ( 278,856 ) 2,67

Demócrata ( 158,861 ) 1,91

Unión Conservadora ( 133,190 ) 1,37


Tres Banderas ( 113,941 ) 1,17
Arturo Illia el día que asumió como presidente de la Nación

Transcurridos dos años de gestión de la Unión Cívica Radical del


Pueblo, fogoneados por importantes medios periodísticos -
principalmente los semanarios Primera Plana y Confirmado, en el que
se destacaba el periodista Jacobo Timerman- los militares ya estaban
pensando en asaltar nuevamente el poder. Expresando una suerte de
cansancio por la impaciencia que generaba la modorra radical, Mariano
Montemayor, con su habitual sarcasmo, expresó en Confirmado que la
administración radical “es el gobierno más largo del Siglo”, jugando con
el título de la película El Día más largo del siglo de Ken Annakin,
Andrew Marton y Bernhard Wicki, estrenada en 1962.
La caída del gobierno de Arturo Illia pareció uno de los actos más
inevitables de la historia argentina. De alguna manera, los referentes más
importantes de la dirigencia argentina lo aceptaron. El gobierno radical,
que había asumido con el respaldo del 25% del electorado, pese a sus
buenos deseos –y la proscripción electoral del peronismo–, nunca pudo
hacer pie. Como observó Roberto Roth, “el Gobierno (de Illia) vivía en
un mundo y el país en otro”. El rumor de un golpe militar era cada vez
más fuerte en el primer semestre de 1966. Quizás la frase que mejor
reflejó el estado de ánimo de algunos políticos la pronunció Enrique de
Vedia: “El gobierno se merece un golpe, pero el país no”.
El ex presidente Arturo Frondizi fue más contundente al afirmar sobre
los rumores de un golpe: “Lo que está por ocurrir es mucho más que un
evento de esa naturaleza, ya que un golpe de Estado equivale a un
cambio de hombres en el gobierno, mientras que lo que se avecina en mi
país es una revolución nacional, que no será concretada exclusivamente
por las Fuerzas Armadas, sino juntamente con todos los sectores de la
vida nacional” y días más tarde, cuando asumió Onganía, declaró: “Esta
revolución ha nacido con los objetivos establecidos por las nuevas
generaciones.”
La cuestión política (o del peronismo) volvería a devorar a otro
gobierno argentino, a pesar de que la administración Illia había logrado
incrementar, entre 1964 y 1965, el PBI un 8%, con el consiguiente
crecimiento de la oferta de empleo, aunque no pudo controlar la
inflación, que llegó a más de 30% anual entre 1965 y 1966. Dejando al
margen la irresuelta “cuestión política”, algunas personas influyentes del
exterior todavía guardaban una visión optimista de la Argentina. Por
ejemplo, para el industrial italiano y luego presidente del Club de Roma,
Aurelio Peccei, “en los próximos tres años la Argentina tiene frente a sí
la dorada oportunidad de lanzarse a una seria etapa de desarrollo
económico”.1
En junio de 1966 llegó el golpe militar más anunciado. El presidente
de la Unión Cívica Radical del Pueblo fue derrocado y con un Salón
Blanco repleto y con presencia justicialista asumió el general Juan Carlos
Onganía. Como una manera de explicar lo que había sucedido, el
columnista Mariano Montemayor, de la redacción de Confirmado,
escribió: “Todas las revoluciones anteriores fueron contra algo. La de
1930, contra el desorden establecido de Yrigoyen; la de 1943, contra el
caduco orden conservador; la de 1955, contra los excesos de Perón; la de
1962, contra el presunto maquiavelismo de Frondizi. Por primera vez,
ahora, una revolución aparece signada fundamentalmente por lo positivo:
por la Nación”.

Lanusse, años más tarde, admitiría: “El golpe de Estado o la


revolución, es una resolución o una actitud unilateral del Ejército”. Sin
embargo, veintidós años después, Alejandro Agustín Lanusse2, uno de
los generales que participaron del golpe, diría que “el error más grave lo
cometí en 1966 (con el grado de General de Brigada) al contribuir a que
las Fuerzas Armadas asumieran la responsabilidad de un golpe de Estado
que consumó la destitución del Presidente de la República (Dr. Arturo
Illia) […] con más de un año de antelación ese golpe de Estado había
sido promovido, alentado y hasta programado abiertamente por los más
diversos sectores de la ciudadanía. La pasividad o no adopción de
oportunas y eficaces medidas por parte de las autoridades competentes,
en particular el Poder Ejecutivo, me llevan a dudar aún hoy de su real
decisión de cumplir con su obligación de ‘hacer observar fielmente la
Constitución Nacional’. Pero esto no explica ni mucho menos justifica
mi proceder”.
Meses después del golpe, un reducido grupo de exfuncionarios
radicales se juntaron a comer en la casa del dirigente radical José Luís
Cantilo, en la calle Gelly y Obes. Uno de los asistentes fue Leopoldo
Suárez, ex ministro de Defensa de Illia, quien hizo un análisis del Partido
Peronista, desde 1955 hasta ese momento (1967). Llamó la atención de
los comensales al sostener que se debía dar un cauce, una participación
en el panorama político, al peronismo para que no se deslice hacia la
izquierda. Y sostuvo, además, que “si a la juventud no se le da un
camino de expresión vamos a entrar en un clima de violencia, en el que
va a pesar la influencia de la revolución cubana”. Sabía de qué hablaba el
ex ministro de Defensa, estaba en lo cierto, pero olvidaba que ya en
1964, luego de mucha preparación, el castrismo (con oficiales cubanos) y
argentinos entrenados en Cuba intentaron establecerse en Orán,
provincia de Salta.
Onganía, que pensaba mantenerse en la Casa de Gobierno por años,
apenas duró menos de un lustro. En junio de 1970 su reemplazante fue el
desconocido general Roberto Marcelo Levingston, quien sin decirlo
intentó armar una estructura política para permanecer un largo tiempo. El
período de Levingston fue corto, plagado de intrigas palaciegas,
desinteligencias y la cotidiana violencia subversiva que aparecía siempre
por detrás de la crispación ciudadana.

Como un signo de esos momentos, el miércoles 11 de noviembre de


1970 se creó en la casa de Manuel Rawson Paz el agrupamiento La Hora
del Pueblo. Otras reuniones previas se realizaron en el departamento del
peronista Benito Llambí. En esas semanas, el delegado de Perón, Jorge
Daniel Paladino, le va a escribir al expresidente constitucional su visión
de la situación que comenzaba a sentirse, aunque tardíamente, en
sectores importantes de la sociedad: la importancia de Perón y el
peronismo.
Tras el Cordobazo, el secuestro del ex presidente de facto Pedro
Eugenio Aramburu y la caída de Juan Carlos Onganía, el teniente general
Perón volvía a ponerse en el centro de la escena política y se desvanecían
los prejuicios del pasado casi inmediato. Nunca había dejado de ser
importante, pero ahora volvía a ser un punto de referencia obligado. El
delegado lo expresó así: “Creo asimismo que el episodio Aramburu nos
ha ayudado. ¿Por qué? Porque era la primera oportunidad del peronismo
para mostrar su legítimo revanchismo, cosa que naturalmente podíamos
hacer con todo derecho. No lo hicimos. La declaración que dimos y la
táctica de la expectativa previa creada, así como la actitud posterior, me
atrevo a asegurar que ha alterado los supuestos y prejuicios psicológicos
del panorama argentino. No hemos perdido nada con las masas, que es
verdad no son resentidas ni revanchistas, y en cambio hemos impactado
a sectores sociales que nos eran adversos”.
Párrafos iniciales de la carta de Perón a Balbín

El 25 de septiembre de 1970, Juan Domingo Perón le escribió a Ricardo


Balbín. Encabeza sus líneas con un Estimado compatriota y es natural,
no eran amigos todavía. Luego lo notifica que está al tanto de su
conversación con el Delegado: “El señor Secretario General del
Movimiento Nacional Justicialista, Don Jorge Daniel Paladino, me ha
enterado de la conversación que ha mantenido con Usted y de las ideas
por Usted sustentadas con referencia a la situación que vive el país y
deseo manifestarle que las comparto totalmente”. “Tanto la Unión Cívica
Radical del Pueblo como el Movimiento Nacional Justicialista son
fuerzas Populares en acción política. Sus ideologías y doctrinas son
similares y debían haber actuado solidariamente en sus comunes
objetivos. Nosotros, los dirigentes, somos probablemente los culpables
de que no haya sido así. No cometamos el error de hacer persistir un
desencuentro injustificado (…) Separados podríamos ser instrumentos,
juntos y solidariamente unidos, no habrá fuerza política en el país que
pueda con nosotros y, ya que los demás no parecen inclinados a dar
soluciones, busquémoslas entre nosotros (…) Es nuestro deber de
argentinos y, frente a ello, nada puede ser superior a la grandeza que
debemos poner en juego para cumplirlo”. “El compañero Paladino podrá
ampliarle mis pensamientos al respecto. Le ruego que, con mis saludos
de compatriota, quiera aceptar mis mejores deseos”.
El martes 13 de octubre de 1970, el ministro del Interior, Eduardo Mac
Loughlin, abandonó el gabinete de Levingston. “Creo que con esto
comienza una crisis que puede desembocar en cualquier cosa”, opinó
Paladino, porque “Mac Loughlin representa la posición de la Junta de
Comandantes en cuanto a la salida política prometida. Levingston está
directamente en la vieja trampa de quedarse él y preparar lo que
prepararon todos, el sueño de robarle el peronismo a Perón. En este
sentido no nos conviene la ida de Mac Loughlin. Pero esto es un
tembladeral y tiene relación directa con la situación militar…”.
El martes 2 de marzo de 1971, Lanusse asumió la presidencia de la
Junta de Comandantes en Jefe, e inmediatamente comenzó a pulsar la
opinión de los mandos superiores del Ejército sobre el estado del país. La
sociedad está cansada, opinó por escrito, Alcides López Aufranc, el jefe
del Cuerpo III. El 12 de marzo de 1971, luego del “viborazo” en
Córdoba, armado contra el interventor José Camilo Camilo Uriburu, se
derrumbó el gobierno de Levingston y asumió la Presidencia de la
Nación Alejandro Agustín Lanusse, el último caudillo militar del Siglo
XX y las Fuerzas Armadas comenzaron a planear entonces una retirada
decorosa del poder.
“Llegué debilitado al poder, porque estaba debilitada, confundida,
desorientada, la estructura en la que yo me apoyaba”, observaría más
tarde el nuevo mandatario de facto. El 26 de marzo de 1971 juró Lanusse
como último presidente de facto de la Revolución Argentina. En el
gabinete del nuevo mandatario se destacaba Arturo Mor Roig (Ministro
del Interior).
La designación del radical Mor Roig (en 1974 asesinado por
Montoneros) fue la más llamativa y una gran parte de la dirigencia
radical no estaba de acuerdo en que aceptara. Perón, vía Paladino,
presionó a Balbín para que lo convenciera. Antes de dar el sí, Mor Roig
renunció a su afiliación partidaria. Entre tantas idas y venidas hacia la
quinta 17 de Octubre, una visita ingresó de manera desapercibida para el
periodismo. El jueves 22 de abril entró un enviado de Lanusse, el coronel
Francisco Cornicelli. Fueron tres horas de conversación, con la presencia
de Paladino y López Rega –grabadas y más tarde reproducidas en la
prensa—en donde, primeramente, el dueño de casa se explayó sobre su
obra de gobierno y la actualidad nacional e internacional. En un
momento, el enviado de Lanusse sacó el tema de la violencia subversiva
que se expandía en la Argentina:

C. -En este momento hay muchos que masacran vigilantes y asaltan


bancos en su nombre.

P. - Sí, sí y lo seguirán haciendo, cada día habrá más…


C. - Lo seguirán haciendo hasta tanto usted no defina su posición con
respecto a ellos.
P. - No, no, se equivoca usted, aunque yo les diga que no lo hagan…
C. - Lo van a hacer, pero no lo van a hacer en nombre de Perón.
P. - Lo van a seguir haciendo, porque ése es un conflicto que tiene otra
raíz que ustedes no conocen.

La respuesta sorprendió a Cornicelli. Perón le estaba hablando de la


Guerra Fría, la IV Internacional (en ese momento referencia del PRT-
ERP), la Cuba comunista y el entrismo o infiltración del peronismo. El
expresidente conocía bien el problema, pero no estaba decidido a actuar.
No lo podía hacer. ¿En nombre de quién y en beneficio de quién? Esta
tarea la dejaría para más adelante y con el apoyo mayoritario de la
sociedad.
Durante el diálogo con Cornicelli, Perón autorizó a Paladino a que
concurriera al encuentro con Arturo Mor Roig. La cita con el Ministro
del Interior fue el comienzo. Luego, Paladino participaría en un
encuentro con Lanusse.
En el plano político interno se tomaron una serie de decisiones que
manifestaron el devenir de un tiempo distinto. Se descongeló la actividad
partidaria, se comenzó a hablar de elecciones y nuevos padrones. En el
aspecto exterior, el gobierno de Lanusse dejó de lado las barreras
ideológicas que acordonaban a la Argentina, inauguradas por Juan Carlos
Onganía. La manifestación más clara del cambio fue la relación de la
dictadura militar con el gobierno socialista chileno de Salvador Allende.
En lo que respecta a la lucha contra la subversión y el terrorismo se
creó la Cámara Federal Penal de la Nación que logró acorralar a la
insurgencia castrista con la ley en la mano. La Cámara se derrumbó el 25
de mayo de 1973 y todos los terroristas fueron liberados y, en su
mayoría, continuaron con su política de sangre y fuego. En el balance
general, su gestión política no puede considerarse exitosa porque a pesar
de sus esfuerzos su eventual candidatura presidencial no se dio, el
peronismo ganó las elecciones de 1973 y Juan Domingo Perón volvió a
la Argentina y, meses más tarde, asumió por tercera vez la Presidencia de
la Nación.

La antesala de 1973

La Nación del 13 de agosto de 1972 dijo que cada uno que viajaba a
Madrid pretendía volver con una primicia, pero que Juan Domingo Perón
tenía una muletilla: “Si mi almohada conociera mis planes, la quemaría”,
y el columnista dominical agregó: “El gobierno español puede pensar
todavía que es posible obtener una primicia de Perón; porque la tuvo en
julio de 1971, cuando puso en conocimiento de un representante del
gobierno argentino que Perón pretendería ser candidato a la Presidencia”.
En la columna se aportaron otros detalles: en julio de 1971, con
motivo de una visita a Madrid, el provicario castrense Monseñor Victorio
Bonamín se había entrevistado con el vicepresidente Luís Carrero
Blanco. La visita del dignatario de la Iglesia argentina era de carácter
exploratorio-informativa, y el almirante Carrero Blanco le pidió unas
horas para poner al generalísimo Franco en conocimiento de lo
conversado. Al día siguiente, Bonamín recibió la indicación de conversar
con Alfredo Sánchez Bella, en ese momento ministro de Información y
Turismo (1969-1973). Horas más tarde Bonamín y Sánchez Bella
estaban sentados frente a frente. Fue cuando el funcionario español le
dijo, en nombre de su gobierno, que no era oportuno volver al régimen
de elecciones de partidos políticos y que era un grave error revivirlo a
Perón, y habría sugerido dejar que el tiempo haga sus cosas.
La entrevista entre Sánchez Bella y Bonamín se realizó el 8 de julio de
1971. En otra ocasión el brigadier Jorge Rojas Silveyra, que mantuvo su
cargo de embajador en Madrid hasta la llegada del gobierno de Héctor
Cámpora, y siempre estuvo muy bien informado de las actividades de
Perón por su amigo, el coronel Blanco, jefe de Inteligencia de Franco,
relató qué supo de la enfermedad de Perón y de lo que decían los
médicos que lo atendían en España. “Por eso, yo le dije a Lanusse, `no
llames a elecciones para marzo del 73. No te apures. Las Fuerzas
Armadas no van a estar más desgastadas de lo que están, pero según me
han dicho los médicos que lo han atendido en España, Perón apenas tiene
un año de vida, así que vos llamá a elecciones para después de esa fecha.
Si no, Perón te va a nombrar un presidente, lo va a manejar, lo va a hacer
renunciar, o te va a armar otro 17 de octubre´.

Tal como sucedieron los hechos, Lanusse perdió esa partida de


ajedrez.”.3 Bonamín y Rojas Silveyra ignoraban que Perón también tenía
sus informantes en el gobierno español y dentro del gobierno militar
argentino. Por lo tanto, conocía el tráfico de información entre Madrid y
Buenos Aires. Fue este uno de los puntos sensibles del malestar del
expresidente con el general Francisco Franco: sabía que tanto Lanusse
como el Caudillo especulaban con su salud.

Título en La Opinión de diciembre de 1972

Hacia fines de 1971 el lugar de Paladino lo había ocupado Héctor José


Cámpora y Juan Perón llegaba a la Argentina el 17 de noviembre. En los
días que pasó en Buenos Aires intentó anudar un acuerdo político con la
Unión Cívica Radical y por cuestiones internas y externas en los dos
partidos no se pudo concretar. Sin embargo convino con el radicalismo
una conducta que se observaría con la asunción del futuro mandatario:
“El que gana gobierna y el otro ayuda”. Desde España, en una entrevista
con Clarín, dirá que “en 48 horas yo hice el acuerdo que el gobierno no
pudo lograr en dos años”.
En esos días se constituye el Frente Justicialista de Liberación
(FREJULI), el jueves 14 de diciembre se marcha de visita a Paraguay,
deja constituida la fórmula Cámpora-Vicente Solano Lima y vuelve a su
casa en Puerta de Hierro en Madrid, España. A los pocos días da a
conocer un severo mensaje dirigido al gobierno militar y al mismo
tiempo observa que las elecciones son apenas un medio y que en las
actuales circunstancias no alcanza con asumir el gobierno “sino que será
indispensable poder gobernar con garantías de éxito.” Insiste, además,
que en virtud de la gravedad de la situación nacional “el gobierno de un
solo partido político no estará ni siquiera en condiciones de encararla”.
Contemporáneamente, el 29 de diciembre, desde El Chocón, Lanusse
observa que 1972 será considerado un año histórico porque “se han
descorrido todos los velos” que ponían un punto final a la
“tragicomedia” que se sucedió a partir de 1930. Garantiza elecciones
libres el 11 de marzo de 1973, aunque reconoce que “los candidatos
representan épocas ya agotadas”.
Tras la última reunión del año del gabinete nacional, que se realizó la
noche del 27 de diciembre de 1972, Lanusse dió a conocer la derogación
de la pena de muerte, implantada por la ley Nº 18.701 del 2 de junio de
1970 (tras el secuestro de Pedro Eugenio Aramburu). Nunca había sido
aplicada, aunque las organizaciones armadas continuaban sentenciado
ciudadanos: el 28 de diciembre, mientras salía de hacer unas compras en
el supermercado Disco de Lomas de Zamora, fue asesinado de tres
disparos el contralmirante (RE) Emilio Rodolfo Berisso. El marino fue
muerto por la espalda por un comando de las FAR. La primera reacción
condenatoria del hecho surgió en Rosario con un comunicado conjunto
de las 62 Organizaciones y la regional de la CGT de Santa Fe.
Este hecho criminal recién comenzó a aclararse 53 días más tarde,
cuando el 19 de febrero de 1973, el general de división Alcides López
Aufranc habló públicamente sobre un allanamiento realizado en la
provincia de Buenos Aires y sobre lo que se había descubierto. Informó
de las detenciones de los miembros de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias (FAR) Francisco Reynaldo Urondo (a) “Paco” o
“Jordán”; Claudia Urondo (a) “Josefina”; Mario Lorenzo Koncurat (a)
“Sebastián” o “Jote” y Lidia Angélica Mazzaferro de Lafferrere,
concubina de “Jordán” (sic). Desde el Salón San Martín del Comando en
Jefe del Ejército contó una historia que hoy, a cinco décadas de ocurrida,
suena a tragedia. Pero la dirigencia argentina no quería escuchar.
Todavía no habían llegado al juzgado los peritajes policiales de las
armas secuestradas en el operativo policial, pero quedó claro que López
Aufranc manejaba información de la Jefatura II, Inteligencia, del Ejército
y reveló que las armas habían sido robadas en diferentes hechos: en el
asalto al Policlínico Avellaneda (4 de mayo de 1971); en el asalto al
camión militar en la zona de Pilar (29-4-71), del que resultara muerto el
teniente Mario César Azúa y herido de gravedad el soldado Vacca; en el
asalto y toma de la localidad de Garín (30-7-70) donde resultara muerto
el cabo 1º de policía Fernando Sulling; en el asalto al personal de guardia
de la embajada de Alemania Federal (14-4-71) por comandos
Montoneros; en el asalto al destacamento ferroviario Villa Lynch (2-11-
72) por comandos Descamisados.
“Posteriormente -dijo López Aufranc- se detiene a Julio Roqué (a)
Mateo”. A continuación señaló que “desde Rosario se había identificado
a Roqué como integrante del grupo que asesinó al general (Juan Carlos)
Sánchez” (ex comandante del Cuerpo II). También comenzaría a
esclarecerse el asesinato del contralmirante Emilio Rodolfo Berisso,
según “fuentes policiales”, y el plan para atentar contra el general Jorge
Cáceres Monié.4 Tres meses más tarde, todos los detenidos fueron
amnistiados y tres de ellos intervendrán en el asesinato de José Ignacio
Rucci, secretario general de la CGT, el 25 de septiembre de 1973.
En materia económica, el gobierno militar tuvo que reconocer que
durante 1972 el índice del costo de vida había aumentado 64,1%,
acompañado por una notable desaceleración del ritmo de crecimiento
(comparación entre el 37,3 % del primer semestre, con el 19,6% del
segundo). En cuanto a la deuda externa, La Opinión del 2 de enero de
1973 informa de un incremento de la misma en comparación con la de
1971: “5.400 millones de dólares contra 4.200 de 1971. Esta es deuda de
capital, pero agregando intereses, la cifra global para 1972 alcanzaría a
unos 6.200 millones de dólares, lo que equivale a tres años de
exportaciones, o a una cuarta parte del producto bruto anual.”
La política argentina se ponía en movimiento con miras a las
elecciones nacionales del 11 de marzo de 1973. Dado el clima de la
época y las posibilidades cada día más concretas de una victoria del
FREJULI, aún se recuerda el vaticinio del Ministro del Interior, Arturo
Mor Roig, y merece recordarse: El gobierno de Cámpora “sería un
gobierno efímero y complicante.”

La violenta cronología del año 1973

Como Lanusse no concretó el Gran Acuerdo Nacional que propugnaba y


Perón no se encontró con la Junta de Comandantes en su viaje de
noviembre 1972, desde el gobierno militar comenzó a deslizarse la
posibilidad de que las agrupaciones políticas acordaran un acta de
garantías sobre determinados temas puntuales: legislación penal para
acotar la actividad subversiva, la negativa a una amnistía generalizada, y
el futuro del Poder Judicial, eran algunos de los temas que interesaban a
las Fuerzas Armadas. Era la única opción que le quedaba a Lanusse
quien, a mitad de enero de 1973, imaginó la posibilidad de postergar las
elecciones de marzo.
Al respecto existen varios documentos que trataron esta posibilidad.
Por ejemplo, el 12 de enero de 1973 la SIDE elevó a la Casa Rosada un
largo informe sobre las “razones que aconsejan la cancelación de la
convocatoria a elecciones nacionales para marzo próximo” en el que el
general Hugo Miatello realizó un largo análisis sobre informaciones
brindadas por una fuente -que no identificó- advirtiendo que “los
sectores subversivos marxistas infiltrados en campos decisivos de la vida
argentina, con el pretexto de trabajar por y para el afianzamiento de las
‘instituciones democráticas populares’, no sólo alientan el desprestigio
de las Fuerzas Armadas sino –lo que es más grave aún—el
enfrentamiento de las mismas y aún su destrucción”. Otro trabajo del
mismo organismo avanzaba un tanto más y tenía como título: ”Qué
consecuencias traería aparejadas la proscripción del Partido Justicialista?
Diferencias entre candidatos y Partido”.

Informe de la SIDE al presidente Lanusse

La primera iniciativa de campaña del FREJULI fue rentar un tren para


recorrer el país y la empresa ferroviaria respondió que no estaba en
condiciones de hacerlo, por lo tanto el Tren del Pueblo quedó en vía
muerta y aparecieron los aviones de Austral de los hermanos Reynal para
desplazar al candidato. Luego se inauguraron unas oficinas en Oro y
Santa Fe. El 20 de enero, Cámpora se reunió en el Hotel Crillón con
todos los candidatos a gobernadores, vicegobernadores, senadores y
diputados nacionales para dar a conocer las Pautas Programáticas. El
domingo 21 realizó su primer acto público en San Andrés de Giles, su
ciudad natal, con una concurrencia de 30.000 personas, una cantidad no
observada en los otros actos proselitistas.
La alegría de la multitud duró poco. Apenas unas horas más tarde, el
lunes 22, un comando terrorista asesinó a Julián Moreno, secretario
adjunto de la UOM de Avellaneda. También murió su chofer Argentino
Deheza, quien había cumplido idénticas funciones para Augusto Timoteo
Vandor. Para algunos fueron las FAR, organización que todavía no se
había unido a Montoneros; para otros Descamisados, una orga que
estaba en proceso de asimilación a Montoneros. A los fines prácticos,
eran sutilezas de lo mismo. Desde Madrid, “fuentes justicialistas”
consideraron “ilógico” que la muerte de los dos sindicalistas hubiera sido
realizada por “un grupo de acción directa peronista” y lo consideraron
una “provocación”. Seguidamente, el 23, otro grupo comando, sin
especificar, asesinó a tiros al suboficial principal Claro Oscar Maidana,
perteneciente al servicio de seguridad de la residencia presidencial.
Estos siniestros hechos, a los que sucedieron varios más, provocaron
largas reuniones de mandos militares y un manifiesto clima crítico hacia
la conducción de Alejandro Lanusse. Entonces, algunos medios dejaron
trascender, de fuentes bien informadas momentos de esas reuniones,
sosteniendo que el jefe del Estado “habría señalado que sus
características actuales no conforman las aspiraciones mínimas que
motivaron la decisión de convocar al país a elegir sus autoridades
constitucionales” y criticado a aquellos que adoptaban una “posición
cómoda” frente al peligro de la guerrilla. Así fue como Lanusse
caracterizó, según La Opinión del 25 de enero, “como un verdadero
genocidio político la eventualidad de que el país desemboque finalmente
en los desbordes de una fuerza que se considera mayoritaria y cuyos
propios dirigentes están sometidos al terror de organizaciones que actúan
dentro de ese mismo movimiento”.

Opinión del general Raúl Carcagno ante la posibilidad de interrumpir las elecciones

Algunos especularon con parar el proceso de normalización institucional


pero ya no podían. Fue en ese momento cuando José Ignacio Rucci, jefe
de la CGT, advirtió que “los intentos de Lanusse de chantajear con su
amenaza de renuncia no surtirán efecto, porque la mayoría de las Fuerzas
Armadas es partidaria de llevar el proceso electoral hasta sus últimas
consecuencias.” La maniobra dilatoria —o proscriptiva— desapareció al
no contar con el apoyo militar necesario y, en especial, tras una carta que
el general de división Jorge Carcagno le envió al Presidente el 8 de enero
de 1973, en la que le recordaba la conveniencia de cumplir con la palabra
empeñada de las Fuerzas Armadas de reinstaurar la vigencia de la
Constitución Nacional. El jefe del Vº Cuerpo advertía sobre la
inconveniencia de “continuar desgastando a las FF.AA.” mostrando“ al
país una imagen en la que aparecen las FF.AA. como aferradas al poder,
contrastando con las nobles inspiraciones que en un momento las
llevaron a asumirlo.”5
En esos días Ricardo Balbín dijo, respecto de una amnistía a los
subversivos, que había que analizar “caso por caso” y se pronunció por
la “inamovilidad del Poder Judicial y vigencia del acuerdo del Senado.”
Perón, desde Madrid, dejó trascender que no estaba dispuesto a firmar
ningún pacto de garantías, ni acta institucional, con el actual gobierno
militar.
Todo hacía prever que iba a ganar el Frente Justicialista de Liberación
(FREJULI) y que “la Revolución Argentina había pasado para nada”. En
medio de la contienda electoral, las organizaciones armadas habían
redoblado sus operaciones: asesinatos, robos, secuestros, atentados y
extorsiones que servían para nutrir una gimnasia que les permitiera
asegurarse un lugar de privilegio en el futuro reparto del poder. Para no
dejar nada flotando en el vacío, el martes 6 de febrero la Junta Militar
prohibió el regreso de Perón a la Argentina “hasta tanto asuman el poder
las autoridades que el pueblo elija en las próximas elecciones”.

En los medios periodísticos de febrero de 1973 comenzó a hablarse


del tratamiento de una proyectada “Acta Institucional” más conocida
como de “los cinco puntos”. El borrador del texto había sido preparado
por el Estado Mayor Conjunto, a cargo del brigadier Osvaldo Cacciatore,
y analizado por la Junta Militar y los altos mandos del Ejército el 24 de
enero. Una semana más tarde la Junta no pudo ponerse de acuerdo sobre
la conveniencia del documento, especialmente la Fuerza Aérea pidió
tiempo para analizarlo. Pero el miércoles 7 de febrero por la mañana,
Lanusse citó a los generales en actividad y los presionó para firmar “el
compromiso que asume el Ejército” con el país. Dos generales de
brigada solicitaron 48 horas para analizar si lo firmaban o no. Uno fue el
general Horacio Aníbal Rivera, ex jefe de la Casa Militar del presidente
Roberto Marcelo Levingston y en ese momento director de Producción
de Fabricaciones Militares, quien lo firmó al día siguiente. El otro, el jefe
de Inteligencia del Estado Mayor del Ejército, Ibérico Saint Jean, lo
rechazó y pidió su retiro el mismo miércoles por la noche6.

El acta finalmente fue convenida varios días más tarde por los tres
comandantes en jefe. El documento, además de “sostener en el futuro la
total vigencia de las instituciones democráticas”, la independencia del
Poder Judicial, “descartar la aplicación de amnistías indiscriminadas”,
consideraba: “Compartir las responsabilidades dentro del gobierno que
surja de la voluntad popular como integrantes del Gabinete Nacional,
según la competencia que le fijen las leyes y demás disposiciones, en
especial en lo que hace a la seguridad interna y externa, respetando las
atribuciones constitucionales para las designaciones de los ministros
militares por parte del futuro Presidente de la Nación, de conformidad
con la legislación vigente el 25 de mayo de 1973”. Con sus “cinco
puntos” Lanusse intentó mantener la influencia de las Fuerzas Armadas
en el poder, porque entendía que el próximo gobierno sería de
“transición”.

Copia de parte del Acta de las FF.AA.

Un informe elevado a Lanusse el 4 de febrero de 1973 sostenía que había


que entregar el gobierno pero no el poder.7 Tenía razón en cuanto a la
“transición” pero no estaba en condiciones de imponerla. Apenas tenía
margen para conducir una retirada ordenada de los militares hacia sus
cuarteles. Todo fue una pérdida de tiempo. El documento fue observado
por las fuerzas políticas como condicionante para el futuro gobierno
constitucional y luego del 11 de marzo pasó al olvido.
Con justeza y no menos confusión, desde Salta, Cámpora respondió, el
17 de febrero de 1973, “nosotros tenemos una Constitución y a ella nos
sometemos, para no confundirnos le preguntaremos al pueblo cuál
Constitución prefiere”. En la Babel argentina nadie imaginaba que el
gobierno que iba a nacer el 25 de mayo apenas duraría 49 días. Ninguno
cumplió nada y nadie pudo frenar el clima de descontrol que se vivió en
el período de Héctor J. Cámpora. Los primeros en no cumplir lo
acordado fueron los propios militares, dejando a la intemperie a los
jueces federales que entendieron sobre los delitos del terrorismo.
Además todo lo que propugnaba el Acta no se cumplió.

El preámbulo que acompañaba al acta de “los 5 puntos”.

En el archivo del teniente general Jorge Raúl Carcagno, a continuación


de todos los papeles referidos a los Cinco Puntos, encontré un
documento que él tituló a mano ¡Basta! y de su texto surge que fue leído
a sus camaradas en abril de 1973 en medio de un intento de dar una
“patada del tablero” político en marcha, luego de las elecciones que gano
Héctor J. Cámpora. Son 7 carillas y en ellas sostiene, entre otros
conceptos:
- “Con la firma de los llamados cinco puntos se colocó a toda la
cúpula del Ejército en una posición cuestionada y censurada por todos
los sectores […] Ante el requerimiento de SE el señor Comandante en
Jefe, acepté en su momento (tachó con lápiz: aún contra mis
convicciones), firmar el compromiso de los cinco puntos, compromiso
del que por supuesto no me aparto ni me desdigo y continúo y continuaré
manteniendo. Firmé en beneficio de una cohesión que no es tan cara y
que nos ha impuesto no pocos sacrificios.”
- “Han cambiado ahora las circunstancias y no es atinado perseverar
en actitudes que no han dado hasta ahora resultados positivos. Otra
realidad está a la vista. El pueblo ha votado, ha consagrado a un
Gobierno con un margen por demás apreciable sobre la segunda fórmula
y ha materializado paralelamente un rechazo a nuestra gestión”.
- “He hablado de un repliegue en el sentido estrictamente político y
nada más, porque un Ejército en la victoria no se repliega; recoge un
triunfo y lo entrega a la Nación…pero pareciera por curiosa paradoja,
que somos nosotros mismos los empeñados en empalidecer esta victoria;
en empequeñecerla con discutibles arbitrios.”
- “Estos treinta días que faltan están plagados de acechanzas, de
difíciles problemas, de serias dificultades. Más aún quizá los que
seguirán al 25 de Mayo.”
- “Me pregunto ¿qué es lo que estamos queriendo hacer? ¿Qué es lo
que, mirando de frente a la realidad y sin engañarnos a nosotros mismos,
estamos en capacidad de hacer?”.

El 2 de marzo, tras la partida de Lanusse de Madrid en su inesperado


viaje a España, Perón volvió a la capital española. Lo esperaba el
periodismo en Barajas y ante las preguntas dijo que las elecciones
argentinas “no me conciernen” y puso un gran signo de interrogación
sobre su viaje a Paraguay y la entrada a territorio argentino antes del 11
de marzo. En esas horas lo esperaba en Madrid Juan Manuel Abal
Medina, el Secretario General del Movimiento, precisamente para
intentar convencerlo de que se desplazara para ayudar a Cámpora.
Los analistas de su campaña estimaban que la fórmula del FREJULI
podía bordear el 50% de los votos y querían asegurarse un punto más
para no ir al ballotage. No se sentían seguros, todo lo contrario del
médico español Puigvert que ante una afirmación del general Mariano
Jaime de Nevares –que lo visitó en su clínica- sobre que el peronismo
como mucho llegaría al 50%, le dijo: “si usted cree en esta cifra, pienso
que se puede alcanzar el 70%”.
La crónica de La Opinión del arribo de Perón a Madrid es llamativa
porque guarda relación con lo relatado por Abal Medina años más tarde.
Fue en ese viaje cuando Abal Medina observó algunos signos extraños
en la salud de Juan Perón: “Los primeros síntomas de complicación se
presentaron en febrero de 1973. Perón estaba siendo operado de próstata
en la clínica de Puigvert, en Barcelona, y tuvo un paro cardíaco en la
intervención. Por esas cosas del destino, yo no me enteré en ese
momento: estaba en Madrid y, porque los horarios del vuelo a Barcelona
me demoraban el regreso a la Argentina, donde estábamos en plena
campaña electoral, no fui a ver a Puigvert. De haber hablado con él nos
hubiésemos enterado qué frágil estaba Perón. López Rega lo supo y
comenzó a organizar su avanzada. Se guardó el secreto y empezó su
tarea de deterioro a Cámpora. El primer aliado que buscaba López Rega
no fue la derecha, fue la izquierda peronista. Nadie le hizo caso. Me
buscó a mí, porque yo estaba situado más a la izquierda, y me comenzó a
hablar mal de Cámpora. Volví alarmado de Madrid”.

El domingo 4 de marzo, a una semana de los comicios, el matutino de


Timerman ofreció un sondeo en su contratapa. El promedio general
adjudica a los primeros 4 candidatos los siguientes porcentajes: Cámpora
43%; Balbín 23; Alende 10,80%; Manrique 9,60%. El FREJULI cerró su
campaña en la cancha de Independiente con una asistencia de 70.000
personas; Alende, en Atlanta, movilizó 50.000 y Balbín lo hizo en
Parque Lezica con un acto calificado de modesto.
El 11 de marzo de 1973 la fórmula Héctor Cámpora-Vicente Solano
Lima se impuso con holgura. Alcanzó el 49,58% y su seguidor, Ricardo
Balbín 21,29%. Manrique (Alianza Popular Federalista) obtuvo 14,90%.
La coalición de izquierda que encabezaban Alende y Sueldo llegó al
7,43. Los demás no llegaron, cada uno, al 3% del padrón electoral.
Desde lo más alto del justicialismo, Juan Perón envió un mensaje a todo
el pueblo argentino: “Los adversarios políticos del presente, deben
convertirse en los mentores y realizadores del porvenir patrio. Tenemos
una causa común y esa causa se llama…la patria”.
El lunes 12 de marzo de 1973, frente a la contundente victoria del
FREJULI, Lanusse se inclinó ante las evidencias. Aunque no se atrevió a
reconocer que el ballotage estaba de más, dijo que “las cifras que se
disponen hasta el momento no le adjudican a esa conjunción política la
mayoría absoluta, pero su porcentaje es tan aproximado a ello y su
diferencia con el segundo partido es tan apreciable, que prácticamente se
estima que no sería temerario considerar como la fórmula triunfante a la
que integran los doctores Héctor José Cámpora y Vicente Solano Lima”.
El mandatario de facto sabía que la noche anterior, Balbín se había
comunicado con Cámpora para felicitarlo y transmitirle que retiraría su
postulación a la segunda vuelta. También, con fecha 12 de marzo de
1973, se le entregó a Lanusse un informe militar “Secreto”
aconsejándole “permanecer en el cargo” hasta el 25 de Mayo,
demostrando “acatamiento del PEN al veredicto popular expresado en
las condiciones fijadas en las reglas de juego dictadas por el Gobierno de
la Revolución Argentina (GRA)”, reteniendo dentro del Ejército “la
culminación de un proceso que se inició y desarrolló bajo su
responsabilidad primaria”. De lo contrario, rechazar los resultados podría
“desencadenar una guerra civil”.

Observación castrense para el teniente general Lanusse


Tras casi dos semanas de silencio gubernamental, Cámpora habló por
televisión el jueves 22: “Ya pasaron doce días de ese pronunciamiento
electoral; pese a ello el pueblo todavía no ha sido informado del triunfo
del Frente Justicialista de Liberación”. Y luego pronunciaría la frase más
recordada de esa alocución: “Hasta el 25 de mayo, el régimen. Desde
entonces, el pueblo. La frontera es nítida…Que nadie se ilusiones con
imaginarias cogestiones ni con responsabilidades compartidas”.
El 25 de marzo de 1973 el presidente electo partía a Roma a
entrevistarse con Perón y volvía a repetirse la misma hoja de ruta de
noviembre anterior: tomar a la capital italiana como centro de atención
de la Argentina, estableciendo ahí la cabeza de puente para contactos
empresarios italianos y comunitarios que, decían, intentarían invertir en
la Argentina. Era notorio que el reiterado gesto dejaba al margen al
gobierno español y sus intereses (todavía no pertenecía a la Comunidad
Económica Europea). Sin decirlo, también había un mensaje para el
gobierno de Richard Nixon, porque la idea era alejarse de la influencia
económica de los Estados Unidos.
El 24 de marzo, La Opinión publicó una crónica de ese
desplazamiento, escrita por Emilio Abras (meses más tarde Secretario de
Prensa del presidente Perón), sosteniendo que el expresidente durante
gran parte del tiempo había hablado sobre su “preocupación principal:
cambiar la estructura vigente en Iberoamérica, terminando con todo tipo
de dependencia y logrando la unidad de los países ubicados al sur del río
Bravo”. Las gestiones en Italia primero y París después intentarían poner
a la Argentina en la privilegiada ruta de las inversiones de origen
europeo, algo que una década más tarde ensayaría sin éxito el radical
Raúl Ricardo Alfonsín.

Hay que entender estas declaraciones desde el punto de vista de Perón:


para él la campaña no había terminado y cabalgaba sobre el
antiamericanismo del electorado argentino, además de las sugerencias de
Licio Gelli y sus seguidores de la secta Propaganda Due (P2). Además,
el gobierno de Francisco Franco pagaba, entre otras cosas, el gesto de
haber invitado al teniente general Lanusse en plena contienda electoral;
los reiterados informes de su embajada que señalaban que el FREJULI
no lograría una victoria contundente y el largo silencio de doce años
entre Franco y Perón.

Cámpora y Perón se encuentran en Roma

Héctor Cámpora llegó a Fiumicino el 26 de marzo, siendo recibido por el


embajador argentino, vicealmirante (RE) Constantino Arguelles, en un
claro reconocimiento a su investidura por parte del gobierno de Lanusse,
que todavía no había oficializado la victoria del FREJULI. Minutos más
tarde, Cámpora corrió hacia el General y lo abrazó, tratándolo de “señor”
y partieron al hotel Excelsior. Los cables internacionales, mientras tanto,
seguían repitiendo conceptos de Gianfranco Elía Valori a quien se
señalaba como “comisionista” en Roma de los intereses del Mercado
Común Europeo: “Estamos armando un andamiaje desde la base para
que Europa apoye al gobierno justicialista”.
Los datos de la realidad expresaban que, en 1971, la Argentina tenía
una balanza comercial favorable con los nueve países de la Comunidad
Europea. Bordeó los 1.300 millones de dólares, con un superávit de 220
millones de dólares, y en 1973 la expectativa era 2.000 millones de
dólares de intercambio. Perón, durante sus jornadas en Roma, escuchó a
la mayor cantidad de empresarios. Antes de cualquier emprendimiento,
los europeos deslizaban tres condiciones: seguridad y continuidad para
sus inversiones. Tres, la capacidad del Estado de velar por la integridad
física de sus habitantes, el monopolio de la fuerza para el cumplimiento
de las leyes.
Perón sabía que podían alcanzarse estableciendo las reglas del juego
interno argentino. Para comenzar, tras el 25 de mayo de 1973 los fusiles
debían silenciarse…y ahí estaba el meollo del problema. ¿Qué garantía
tendrían los europeos en un país donde el año anterior se había asesinado
a Oberdam Sallustro? ¿Y el secuestro del cónsul inglés Stanley
Silvester? ¿Qué papel jugarían en el futuro las formaciones especiales?
Preguntas simples, respuestas difíciles. Por el momento, Cámpora decía
que con el gobierno constitucional se terminaría la violencia terrorista,
ya que la extrema izquierda “no será un problema para mi gobierno
porque realizaremos un programa que satisfará las negociaciones
populares”. La realidad sostendría algo diferente.
Al finalizar la agenda en Roma, el sábado 31 de marzo de 1973, Perón
y Cámpora viajaron a Madrid respondiendo al deseo del gobierno
español. Curiosamente, viajaron en el mismo avión que Perón había
utilizado para desplazarse a Roma el 14 de noviembre de 1972, antes de
iniciar su primer regreso a la Argentina, y que, se decía, era propiedad de
un importante empresario italiano. El avión Mystere DA-20 que había
realizado el vuelo privado aterrizó en Barajas a las 12.18. El primero en
descender fue Cámpora, un hijo del presidente electo, Perón, Isabel,
López Rega y otros acompañantes. Al pié de la escalerilla lo esperaban
el canciller español Gregorio López Bravo, subsecretarios, directores
generales y el introductor de embajadores Emilio Pan de Soraluce y
Olmos. También concurrió el embajador argentino Jorge Rojas Silveyra.
Luego de atravesar una doble guardia de honor, en la sala de prensa
del aeropuerto enfrentó a un centenar de periodistas para formular unas
pocas declaraciones bajo la atenta mirada de Juan Domingo Perón:
“Como presidente electo argentino, próximo a ejercer el Gobierno y el
poder en mi país, he de tener una preocupación constante: acrecentar las
relaciones entre Argentina y España, no digo sus sentimientos, porque
siempre han sido permanentes e inextinguibles a través del tiempo y del
espacio”. Quizá sus palabras habían brotado desde lo más profundo de su
corazón, pero había cometido un error singular. Había fundido en su
propia persona el gobierno y el poder, cuando el lema de la campaña
prometía que él llegaría al gobierno y Perón al poder.
Posteriormente, junto con Perón, integró una caravana de nueve
automóviles que se dirigió al palacio El Pardo para mantener un
encuentro con Francisco Franco, en el que también participó Perón.
Luego de almorzar en Navalmanzano 6 de Puerta de Hierro, abrazó a
Perón, se despidió del canciller López Bravo y volvió a subirse al
Mystere DA-20 para llegar a Roma y de ahí, el mismo día, a Buenos
Aires en un avión de línea. En Madrid se enteró que Franco había
decidido cambiar a su embajador José Sebastián de Erice O’Shea por
Luís García de Llera y Rodríguez, hasta ese momento embajador en
Turquía y Afganistán.
Desde el momento en que pisó tierra argentina, Cámpora tuvo que
enfrentar las más fuertes presiones, de propios y extraños, porque había
llegado la hora de las designaciones en su gobierno, fijar las líneas de su
gestión, participar en una campaña por la segunda vuelta electoral y
apoyar a sus candidatos, y definir qué iba a hacer con el problema
subversivo.
Como informaba La Opinión del jueves 5 de abril, tras el asesinato del
coronel Héctor A. Iribarren por un comando montonero, había que
resolver la cuestión que ya no sólo enfrentaba al gobierno de facto: “A
50 días de la entrega del poder. La actividad guerrillera ante la nueva
realidad institucional.”

Según relataron los biógrafos de Montoneros, Perón y miembros de la


organización armada mantuvieron encuentros después del 11 de marzo
de 1973. Los primeros dos se realizaron en el Hotel Excelsior de Roma.
Luego siguieron otros en Madrid. En el primero participaron Perón,
Héctor Cámpora, José López Rega, Mario Firmenich, Roberto Quieto y
Roberto Cirilo Perdía. Los dos primeros terroristas eran conocidos por el
gran público. El primero por haber participado del secuestro y asesinato
de Aramburu; el otro por su fuga del penal de Rawson.
El 11 de abril de 1973 –lo cuenta el periodista Osvaldo Tcherkaski en
la tapa de La Opinión del día siguiente—Perón cenó en París en el hotel
donde se alojaba con Magdalena Díaz Bialet y su esposo Mario
Cámpora. El sobrino del Presidente electo era un reconocido diplomático
que había ocupado (y ocuparía más tarde) destinos de primera línea.
Miguel Bonasso relata en El Presidente que no fue el devenir de ese
encuentro entre el matrimonio Perón y los Cámpora. Mario fue a tratar
de convencer a Perón de que viajara a Buenos Aires el día que su Tío
asumiera como Presidente de la Nación. El encuentro se hizo largo y
mientras Perón hablaba, Magdalena tuvo un mal presentimiento.
Especialmente cuando escuchó opinar a José López Rega sobre el
Presidente electo: “El doctor Cámpora cree que el poder es de él, pero el
poder no es de él” (¿estaba recordando las palabras de Cámpora
pronunciadas el 31 de marzo en Madrid?). Mario, según Bonasso, ante
una pregunta que formuló al General, pensó, al no tener respuesta: “Está
tomando distancia de Héctor. Acá hay cuatro sentados a la mesa de
póquer y sólo Héctor juega con las cartas a la vista”.
Al finalizar la cena, en el momento de acompañar al matrimonio Perón
al ascensor, el General lo miró a Mario y le dijo: “No voy a ir, para no
robarle el show al doctor Cámpora…yo iré después y entonces el balcón
será para mí.” A su vuelta a Buenos Aires, Mario Cámpora le dijo al
Presidente electo: “Héctor, el General me ha dicho que no va a estar acá
el 25 de mayo…y por la metáfora que ha usado y por todo lo que ha
dicho yo tengo la impresión de que quiere ser presidente”.
Una de las conclusiones que saca el biógrafo de Cámpora de ese
encuentro, con la que me permito coincidir, es que Cámpora estaba
condenado de antemano. O, parafraseando a Juan Manuel Abal Medina,
“la conspiración para sacar de en medio a Héctor Cámpora había
empezado antes aún del 11 de marzo” (de 1973). Dentro de las
estaciones del Vía Crucis de Héctor Cámpora, ya se había cumplido la
primera: estaba sentenciado a muerte. Le faltaban once para llegar a su
Gólgota.

La decisión de Juan Perón de desplazar a Cámpora de la Presidencia


de la Nación, si se hacían las elecciones, y el delegado se imponía,
curiosamente, se tomó en el hotel Guaraní de Asunción del Paraguay, en
el mismo momento y lugar donde el General lo designó candidato
presidencial. No hay prueba escrita, la confirmación me la hizo el
dirigente Héctor Villalón.
El 9 de abril, a través de la cadena nacional, Cámpora expresó que
“aquellos sectores que asumen reivindicaciones alegando representar
intereses del pueblo y de la Nación, deben comprender que, habiéndose
pronunciado el pueblo argentino, son inadmisibles las actitudes que
pretenden subrogar su voluntad (…) Me propongo gobernar para todos
sin excepción.” La respuesta del PRT-ERP no tardaría mucho en llegar:
“El gobierno que el Dr. Cámpora presidirá representa la voluntad
popular. Respetuosos de esa voluntad, nuestra organización no atacará al
nuevo gobierno, mientras éste no ataque al pueblo ni a la guerrilla.
Nuestra organización seguirá combatiendo militarmente a las empresas y
a las fuerzas armadas contrarrevolucionarias, pero no dirigirá sus ataques
contra las instituciones gubernamentales, ni contra ningún miembro del
gobierno del Presidente Cámpora”.

Entre el ballotage y la provocación de Galimberti.

El domingo 15 de abril se realizó la segunda vuelta (ballotage) en


quince distritos electorales donde el peronismo no había alcanzado el
resultado convalidante. Así las cosas, el Frejuli se quedó con 20 de las 22
gobernaciones que tenía la Argentina. Y en el Parlamento su mayoría era
abrumadora: En el Senado alcanzó 45 bancas y en Diputados 145
escaños. El partido que lo seguía era el radicalismo. No alcanzó ninguna
gobernación, pero tenía 12 senadores y 51 diputados. Francisco
Manrique, con su Alianza Popular Federalista, tenía 5 senadores y 20
diputados.

Rodolfo Galimberti

El miércoles 18 de abril, por boca del dirigente juvenil Rodolfo


Galimberti, se presentó al periodismo el documento titulado
“Compromiso de la juventud peronista con el pueblo de la Patria”.
Estaba rodeado por los jefes de las siete regionales en que estaba
integrada la Tendencia y sus legisladores nacionales electos (un senador
y ocho diputados). Bajo la consigna “por una patria justa, libre y
soberana, la patria socialista”, el documento de diez puntos comenzaba
por “la libertad incondicional y sin discriminaciones de todos los
compañeros presos políticos, gremiales y conexos”. Luego exigía la
“supresión de todos los tribunales especiales, derogación de toda la
legislación represiva, revisión de todos los fallos dictados por la Cámara
Federal en lo Penal (fuero antisubversivo), y la declaración ‘en
comisión’ de todos los funcionarios y magistrados designados a espaldas
del pueblo por los gobiernos antipopulares e ilegítimos que se sucedieron
desde 1955”.
El documento trazaba una línea de confrontación con la ortodoxia
peronista y con el pensamiento de Perón que comenzaba a trascender
desde Madrid. En su punto 6º ordenaba: “Impulsar el cumplimiento y la
profundización del programa del FREJULI, atendiendo especialmente las
propuestas programáticas de izquierda surgidas del seno de la clase
trabajadora en La Falda, Huerta Grande, y el programa del 1º de mayo de
1968 de la CGT de los argentinos”.
Preguntado por los periodistas presentes, Galimberti dijo que “lo
hemos conversado toda la tarde con el doctor Cámpora”.
- Entonces ¿el presidente electo lo avala?
- Sí
- El presidente electo, más que avalarlo, lo cumplirá…es un
documento de la juventud peronista que todo el Movimiento Peronista
hace suyo, agregó Juan Manuel Abal Medina, secretario general del
Movimiento Nacional Peronista.
¿Qué opinaría al respecto la Confederación General del Trabajo
(Rucci) y las 62 Organizaciones (Lorenzo Miguel) sobre la referencia a
la CGT de los argentinos y otros programas de clara tendencia
izquierdista? Haciendo malabares, Galimberti explicó: “Nosotros
rescatamos la historia del movimiento obrero en su conjunto desde 1955
hasta la fecha. En esta oportunidad, tomamos esa ‘porción’…no
tomamos esos puntos programáticos para contraponerlos con otros”.
Tras esta inusitada presentación en sociedad, cuarenta y ocho horas
más tarde, durante un acto en el Sindicato del Calzado, Galimberti
avanzó unos pasos más. Propuso la constitución de la Unión de
Estudiantes Secundarios (UES) y la creación de una “milicia de la
juventud argentina para la reconstrucción nacional” y, seguidamente,
anunció que la Juventud Peronista obrera (JTP), secundaria (UES) y
universitaria (JUP) asumiría “una conducción con niveles propios y una
conducción también propia”.
El domingo 22, Galimberti volvió a hablar desde San Juan. Al
referirse a las “milicias populares” señaló que éstas iban a participar en
todo el proceso de liberación, “desde el trabajo voluntario hasta el
control de la gestión de gobierno”. Y en cuanto a si las milicias debían
estar armadas, respondió: “Por ahora francamente no sabemos cuáles van
a ser las características del proceso. La mayor o menor violencia que
oponga el régimen y la oligarquía a las medidas revolucionarias que va a
proponer el gobierno del Frente determinará la mayor o menor violencia
con que se verá precisado a responder el pueblo para continuar
avanzando en el proceso revolucionario”.
El 24 de abril, frente al escándalo que desató Rodolfo Galimberti con
sus “milicias populares” o “milicia de la juventud argentina para la
reconstrucción nacional”, el Presidente electo habló con el periodismo
cuando salió del hotel Crillón, tras reunirse con los senadores nacionales
electos, y sin rechazarlas dijo: “En la juventud peronista está radicado el
dinamismo del Movimiento. Todo es aceptable en la búsqueda de la
liberación para romper las cadenas de dependencia. En cuanto a
Galimberti no tengo noticias que viaje conmigo a Madrid, pero si piensa
hacerlo me sentiré muy cómodo”.
Cámpora imaginaba viajar a Madrid el miércoles 25, pero recién lo
hizo el jueves 26, porque pensó en encontrarse con el General revestido
de todas las plenipotencias de gran parte de la dirigencia política
argentina. El mediodía anterior, en el hotel Crillón, Cámpora recibió a
los dirigentes de La Hora del Pueblo. La crónica periodística no pudo
evitar la pregunta al Presidente electo de Johnson Rawson Paz sobre el
exabrupto de Galimberti, y Cámpora intentó acotar las palabras del joven
dirigente al decir que “estoy dispuesto a dar seguridades de que ciertos
desvaríos y excesos juveniles van a ser sofocados” y aseguró que “la
democracia imperará en todos los niveles”. Nada de lo que dijo se
cumplió. Después, intentó ser amable con el presidente de la Unión
Cívica Radical y de su boca salió una frase poco feliz, cuando dijo que
era “el vencedor espiritual de los comicios del 11 de marzo” y tras
charlar “como viejos amigos” todos se retiraron.
Mientras en el Crillón se intentaba dar un ejemplo de convivencia, a
pocas cuadras de distancia, los generales con destino en la Capital
Federal y Gran Buenos Aires consideraban si era oportuno que “no se
entregue el gobierno”, según lo comentaba en su tapa La Opinión del 27
de abril.

Comienza el desplazamiento del montonerismo

En la capital española Galimberti y Abal Medina fueron sometidos en la


quinta 17 de Octubre al escarnio por una suerte de tribunal popular
integrado por otros dirigentes del peronismo, mientras “el viejo de
mierda” (como llamaban al General algunos dirigentes montoneros)
asentía en silencio. Los imputados no lo sabían, pero todo fue grabado.
Allí se habló de todo: el desatino de anunciar “milicias populares”, la
infiltración izquierdista del que era víctima el Movimiento (más tarde, en
octubre de 1973, se dieron instrucciones para neutralizarlas), las
designaciones de algunos candidatos perdidosos (caso Santiago del
Estero) y la relación con el radicalismo. La sentencia fue inapelable.
Galimberti fue expulsado y Abal Medina comenzaba a recorrer el
camino de su declinación política dentro del peronismo. Leyendo los
diarios de la época ya nadie se podía hacer el distraído. Todo lo que salía
de la quinta de Puerta de Hierro era condenatorio para la Tendencia.
Perón dejó en claro quién mandaba y dijo que “el futuro era de la
juventud, pero no el presente”.
Los diarios de la época reflejaban la disputa en la que se hallaba
inmerso el peronismo, a pesar de que Juan Carlos Portantiero escribiera
en su habitual columna de La Opinión sobre la “exagerada reacción por
las presuntas milicias” anunciadas por Galimberti. Claro, esa nota la
escribió tras escuchar entre otras cosas las airadas voces militares. “No
aceptamos ni aceptaremos la existencia de formaciones especiales ni de
milicias paramilitares, pues éstas nada tienen que ver con el verdadero
sentir de nuestro pueblo ni responden al sagrado mandato
constitucional”, dijo el contralmirante Luís María Mendía, director de la
Escuela Naval. A pocos kilómetros de allí, en el Colegio Militar de la
Nación, su director Jorge Rafael Videla reivindicó para el Ejército “el
legítimo brazo armado de la Patria, jurídicamente organizada como
nación”.
Perón no estaba de acuerdo con todo lo que salía de las bocas de los
dirigentes juveniles de la “Tendencia” (ligada a Montoneros) y se
expresaba con frases cortas y, especialmente, por trascendidos en los
diarios. En eso, los “enviados especiales” de los medios destacados en
Madrid, oficiaron de traductores de su pensamiento. En la tapa de La
Nación del lunes 30 de abril, Perón y su gente de confianza se
encargaron de traducir lo que pensaban sobre todo lo que estaba
ocurriendo en Buenos Aires. A través de la agencia italiana ANSA, una
fuente anónima adelantó que “la de Rodolfo Galimberti es la primera
cabeza que cae en pos de la gran pacificación nacional argentina…otras
cabezas van a caer o ya han caído, aunque no oficialmente, en clara
alusión –comenta el matutino—al joven secretario Juan Manuel Abal
Medina, a quien se considera vinculado con el frustrado candidato a
senador Marcelo Sánchez Sorondo (nacionalista católico)”.
En la página 10 del mismo diario se cuenta que Perón habría dicho
que el anuncio de “milicias populares” era un “gratuito acto de
provocación”, que había “enturbiado” innecesariamente el clima político
argentino, en circunstancias en que Perón propugna un gobierno de
“unión nacional”. El mismo día que se publicaban los resultados de la
“cumbre” de Madrid, el terrorismo va a producir otro asesinato
conmocionante.

La “Operación Mercurio”

El 30 de abril de 1973, el “Gallego” Víctor José Fernández Palmeiro


no era un desconocido para los organismos de seguridad. Se sabía que
había actuado dentro del PRT-ERP en numerosas operaciones militares.
Los archivos de la Cámara Federal dan testimonio de sus andanzas entre
1971 y 1972. Sin embargo, su nombre saltó a los diarios porque intervino
en la fuga de los principales jefes de las organizaciones armadas del
penal de alta seguridad de Rawson, el 15 de agosto de 1972. Fue, junto
con otros, quien copó el BAC-111 del Austral en el que se escaparon a
Chile, Roberto Quieto, Roberto Mario Santucho, Domingo Menna,
Enrique Gorriarán Merlo, Fernando Vaca Narvaja y Marcos Osatinsky.
Fernández Palmeiro, en esa época, formaba parte del Comité Militar
del PRT-ERP de Capital Federal. Los que lo criticaban decían que era
muy “militarista”, es decir, privilegiaba las acciones militares por sobre
el trabajo político. Otros dirán todo lo contrario, porque pondrán el
acento en las preocupaciones políticas que tenía con respecto al
panorama electoral que se vivía en 1973. El “Gallego” consideraba que
había que trabajar con los sectores combativos del peronismo, es decir
con el Peronismo de Base, Montoneros y las Fuerzas Armadas
Revolucionarias, contra los sectores de la ortodoxia peronista y las
Fuerzas Armadas. Sus compañeros del PRT-ERP relatan que esta
disidencia ya estaba planteada en agosto de 1972, cuando se produce la
fuga de Trelew, y es discutida con Santucho tanto en Chile como en La
Habana.
Fernández Palmeiro tenía dos obsesiones en Santiago de Chile y Cuba:
convenir una línea de aproximación a los sectores de la izquierda
peronista, y desde allí apoyar a Cámpora y vengar la muerte en Trelew
(22 de agosto de 1972) de su amigo Eduardo Adolfo Capello (a) “El
Fauno”, militante del PRT-ERP y uno de los responsables del Comité
Militar de la Capital Federal.

Título de la tapa del matutino Clarín

Durante su estadía en Cuba recibió instrucción militar junto con el resto


de los compañeros fugados. Y luego, en las calles de La Habana, fue
capacitado por miembros de las Tropas Especiales en la planificación de
lo que se llamaría “Operación Mercurio”. Una vez en Buenos Aires, el
“Gallego” y medio centenar de integrantes del Comité Militar del PRT-
ERP abandonaron al partido y nació el ERP-22. Además de partirse, un
informe militar de la época dice que “ayer se supo que el Comité Militar
de Capital (del PRT-ERP) había roto con el Partido (PRT) llevándose 350
millones, todo el activo” de la organización. A través de su período de
actuación, el “ERP 22” hizo todo el daño que pudo. Tuvo como hechos
más resonantes el asesinato del contralmirante Hermes Quijada (30 de
abril 73) y también el secuestro al empresario televisivo Héctor Ricardo
García (“Operación Poniatowski”, 30 de abril 1973). Luego, adoptó el
nombre de “EL 22” (“Ejército de Liberación 22 de Agosto”) para
terminar incorporándose a “Montoneros”.
Al contralmirante Hermes Quijada le tocó relatar por cadena nacional
lo que había sucedido en la Base Almirante Zar el 22 de agosto de 1972,
porque era el jefe del Estado Mayor Conjunto. Explicó lo que pudo. Gran
parte no le creyó. Cuando terminó de hablar, el oficial Principal Getor le
dijo a su jefe: “Acaba de firmar su sentencia de muerte”. Quijada
imaginaba que podía sufrir un atentado y estaba preparado: “Quédese
tranquilo, adonde apunto pongo la bala”, le dijo a un colega. Cuarenta y
ocho horas antes de morir comió con un amigo en el Centro Naval y le
confesó su preocupación porque estaba enterado que podía sufrir un
atentado contra su vida. El 30 de abril lo mataron. Como dijo en esas
horas el contraalmirante Horacio Mayorga, “honestamente ya no
entiendo cuál es la posición de los argentinos”. Al velatorio del jefe
naval se presentó Arturo Frondizi, acompañado de su ex Ministro de
Defensa, Bernardo Larroudé. Quijada había sido el Edecán Naval
presidencial. No los dejaron entrar.

La repercusión por el asesinato del contralmirante Hermes Quijada fue


mayúscula. El jueves 3 de mayo de 1973, cerca del mediodía, Lanusse,
Coda y Rey llegaron al departamento de Cámpora, que estaba
acompañado de Vicente Solano Lima, su hijo Héctor, Esteban Righi – el
socio de su hijo- y su sobrino, el diplomático Mario Cámpora. Los
militares se dedicaron a expresar su preocupación por “las actividades de
elementos extremistas animados de fines subversivos” y el presidente
electo “expresó su honda preocupación para que se alcance la
pacificación nacional, y manifestó su esperanza de que la normalización
del país elimine la violencia mediante la constitución de los poderes y
autoridades elegidos por el pueblo”.
Antes de abandonar la reunión, el teniente general Lanusse dejó dos
carpetas como para que todos se enteraran de qué se trataba cuando se
hablaba de “subversión”. En esas horas quedaron constituidas las
autoridades en el Parlamento. El senador Alejandro Díaz Bialet era el
presidente provisional y Humberto Martiarena el titular del bloque
justicialista (luego sería reemplazado por el correntino Humberto
Romero); el exvicepresidente Carlos Perette conduciría el bloque de
senadores radicales. El diputado Raúl Lastiri –que todavía no aparecía
como el yerno de José López Rega—era el presidente de la Cámara Baja
y Ferdinando Pedrini el titular del bloque. Antonio Tróccoli conduciría el
bloque radical.

Los famosos Cinco puntos de las Fuerzas Armadas, del mes de


febrero, con los que intentaban condicionar al gobierno constitucional,
comenzaron a deshilacharse cuando entraron los primeros proyectos de
amnistía al parlamento. “Una ley revolucionaria” proclamó UDELPA, el
antiguo partido de Pedro E. Aramburu, al presentar su ley de amnistía
una semana antes de la entrega del poder. Exigía una “inmediata y
segura” libertad de los presos “con su sola individualización” y para no
perder tiempo el proyecto acompañaba un anexo con una lista de más de
un millar de detenidos. Era el proyecto más radicalizado de todos los
presentados hasta el momento.
Para Raúl Lastiri los presos políticos y conexos deberían quedar en
libertad “luego que se sigan los canales lógicos de las respectivas leyes y
de la Constitución (…) todo será lo necesariamente rápido que las
circunstancias requieran”. Las palabras del futuro presidente provisional
fueron pronunciadas en ocasión de un asado que se realizó en el centro
recreativo Rutasol de la Unión Obrera Metalúrgica. Mientras se hablaba
de indultos y amnistía las organizaciones armadas no dejaron de actuar,
bajo el argumento que tenían como finalidad “asegurar la entrega del
gobierno”. Héctor Cámpora, a su vez, repetía que a partir del 25 de mayo
irían desapareciendo todas las expresiones de violencia, en la medida que
las acciones de las organizaciones guerrilleras representaban “una
respuesta” al sistema de vida vigente. El Presidente electo interpretaba
que al modificarse la situación, con la vigencia de la Constitución,
desaparecería la razón de ser de la guerrilla.
El martes 22 de mayo un comando de la Conducción Nacional de las
Fuerzas Armadas Peronistas asesinó al Secretario General de SMATA,
Dick Kloosterman, acusándolo de “trabajar para la CIA, la Standard Oil
y la Fundación Rockefeller”. Preparando el clima de lo que debía ser la
fiesta de la asunción de las autoridades constitucionales, el Poder
Ejecutivo levantó el Estado de Sitio y, finalmente, se publicó en los
diarios el proyecto de amnistía que Héctor Cámpora había enviado al
Congreso y tratado en el bloque del Frejuli. A grandes rasgos,
contemplaba:

- A los detenidos con sentencia judicial se les daría por cumplida la


condena.
- Para aquellos detenidos cuyas causas estuvieran abiertas se acogerían
a la amnistía y la Justicia debería pronunciarse en plazo de cinco días. Si
el beneficio le fuera denegado, el detenido podría elevar un recurso de
casación ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
- Supresión del fuero antisubversivo, llámese la Cámara Federal Penal,
y derogación de toda la legislación represiva.
El miércoles 23 de mayo, La Opinión informaba que se habían
aceptado las renuncias de la Corte Suprema y “cesó el estado de sitio”.
También que “sería inminente” la liberación del almirante Francisco A.
Aleman y del comandante de la Gendarmería Jacobo Nasif, ambos
secuestrados por miembros del PRT-ERP. Asimismo, figuraba en la
portada, que varios sectores peronistas –comenzando por Perón—
condenaban el asesinado de Henry Dirk Kloosterman, titular del
Sindicato de Trabajadores Mecánicos (SMATA).
En el plano internacional, el presidente Richard Nixon se encontraba
cada vez más comprometido por el escándalo de Watergate.8 A pesar de
los inconvenientes que enfrentaba el jefe de la Casa Blanca, el embajador
estadounidense en la Argentina, John Davis Lodge, firmó un cable
cifrado9 para el subsecretario de Estado Jack Kubisch que comienza a
develar el futuro argentino, en el que dice: “Muchos antiperonistas
tradicionales están cambiando su punto de vista debido a su convicción
de que Perón es la única persona que puede salvar a la Argentina en este
momento. Hay una marea considerable a su favor. Es posible que Perón
pueda hacer frente al ERP e incluso disolverlo, eliminando así la mayor
preocupación actual de Cámpora. […] Los viajes imaginativos y
valientes del presidente Nixon a Moscú y Pekín cambiaron nuestro
marco de referencia diplomático y constituyen un importante avance en
las normas diplomáticas que sugiere un avance en la dirección de Perón.
Basado en las conversaciones que he tenido con personas notables, creo
que lo que Perón realmente quiere es el reconocimiento público por parte
de los Estados Unidos de su papel único de liderazgo en la situación
argentina actual. Es un hecho de la vida que no podemos ignorar y que,
sin decirlo así, ubicaría a la Argentina, en lo que respecta a los Estados
Unidos, en una posición similar a la de México y Brasil. […] Creo que el
Departamento debería considerar instruir al Embajador Horacio Rivero10
en Madrid para que haga un acercamiento amistoso a Perón antes de su
partida con el Presidente Cámpora hacia Buenos Aires. El Almirante
Rivero podría decir que el Embajador de los Estados Unidos en Buenos
Aires desea visitarlo mientras está aquí, para asegurarle, como lo aseguró
el Secretario Rogers al Presidente Cámpora, que deseamos relaciones
amistosas y constructivas. […] Sería apropiado, creo, que le entregue a
Perón una carta personal del presidente Nixon. El asunto es urgente y, si
podemos manejarlo de manera efectiva, podría producir beneficios de
incalculable importancia no sólo en las relaciones entre Estados Unidos y
Argentina, sino en toda América Latina”.

Pàrrafo del texto que Carcagno leyó en su encuentro con Cámpora

El mismo miércoles 23, el general Jorge Raúl Carcagno acompañado por


el coronel Juan Jaime Cesio se entrevistó con Cámpora y aceptó el cargo
de jefe del Ejército. Según algunos analistas militares se había impuesto
una solución intermedia, entre los que pugnaban por el nombramiento
“continuista” de Alcides López Aufranc11, jefe del Estado Mayor de
Lanusse, y los que se inclinaban por la elección de un coronel antiguo.
Con la designación de Carcagno pasaron a retiro los nueve generales de
división más antiguos. El archivo del general Carcagno contiene la
minuta que tituló a mano, con lápiz: “Conversación con Cámpora, en
oportunidad en que se le ofreció el cargo de Cte Jefe Ej el 23 de mayo
73”.
El texto que Carcagno leyó (lo mismo que hará ante Perón el 10 de
julio de 1973), escrito en máquina eléctrica a doble espacio, contenía 10
puntos a lo largo de sus tres carillas. Todo el texto respiraba la
incalificable insensatez en la que había caído la Argentina: monserga,
vaguedad e incertidumbre. El punto 7º dice: “En el convencimiento de
que la lucha contra la violencia debe llevarse erradicando las causas, de
la que ella no es más que un efecto, el Ejército debe comprometerse
contra ella. Dicho en otros términos, se estima que el nuevo Gobierno
frenará a la violencia cuando interprete debidamente el sentir y las
necesidades populares”. En una clara alusión al PRT-ERP se agregó al
párrafo: “Sin embargo siempre han de subsistir los sectores
ultrarradicalizados o neo-nihilistas y el triunfo contra ellos, que no se
logrará en el corto plazo, será obtenido cuando se concrete una real
unión entre el pueblo y Ejército”. ¿Y de Montoneros no se dice nada?
Como un anticipo de los tiempos que venían, las organizaciones
armadas continuaron operando. Un simple repaso de los medios de la
época recuerda que el martes 22, el ERP copó el Sanatorio Mitre de
Avellaneda con su columna Héroes de Trelew; el miércoles 23 se atacó
un destacamento policial en Mendoza (Montoneros); el 24 se ocuparon
dos fábricas, una en Capital y otra en Bahía Blanca. La primera era
propiedad de la empresa de chicles Adams y se instó a los obreros a
“expropiar sin pago toda la propiedad imperialista”. También se
cometieron robos de armas a policías.
El 24 dio a conocer oficialmente la composición del gabinete
presidencial, integrado por: Esteban Righi (Interior); Juan Carlos Puig
(Cancillería); Angel Robledo (Defensa); Jorge Taiana (Educación); José
Ber Gelbard (Economía); José López Rega (Bienestar Social); Ricardo
Otero (Trabajo) y Antonio J. Benítez (Justicia). Héctor Pedro Cámpora
(h.), secretario general de la Presidencia. José María Castiñeira de Dios
es secretario de Prensa y Difusión.
La asunción de Héctor Cámpora

De las 82 delegaciones extranjeras que asistieron a la asunción de


Cámpora se destacaron tres presidentes. El cubano Osvaldo Dorticós,
que se alojó en el Plaza Hotel y fue ovacionado por 10.000 militantes de
la Tendencia y otras organizaciones de izquierda; el chileno Salvador
Allende, que se hospedó en la residencia de la calle Tagle, y el uruguayo
Juan María Bordaberry, al que “los militantes” impidieron presenciar la
ceremonia del traspaso de mando que se realizó en el Salón Blanco de la
Casa Rosada. La delegación americana estuvo encabezada por el
Secretario de Estado, William Rodgers; España fue representada por su
canciller Gregorio López Bravo y Perú por el primer ministro Edgardo
Mercado Jarrim.

El presidente Salvador Allende llega a Buenos Aires

El miércoles 23 de mayo llegó a Buenos Aires el presidente de Chile,


una de las figuras más aplaudidas en las ceremonias. Lo esperaba en el
Aeroparque Metropolitano el hasta ese momento el mandatario
argentino. Luego de la recepción, Allende iba a la residencia chilena e
invitó a Lanusse a que lo acompañara. Junto con el presidente argentino
fue también el canciller MacLoughlin. Antes de entrar a la residencia de
la calle Tagle, el canciller argentino le dijo a Eduardo Airaldi, su
secretario privado, que lo acompañara porque “seguramente va a
escuchar algo interesante”. Lanusse y Allende tenían una buena relación,
luego de dos encuentros personales en Salta y Antofagasta. En medio de
una charla amena dentro del gran salón de la embajada, desde afuera se
escuchaban los cánticos y gritos de los muchachos de la Juventud
Peronista. También se oían los insultos a Lanusse. En un momento,
mostrando su molestia, Allende le dijo a Lanusse: “Estos que están
afuera finalmente le van a provocar la caída a Cámpora”.
No sería la primera vez que Allende se dirigiría críticamente hacia la
Juventud Peronista. El 25 de mayo, luego del juramento de Cámpora, y
estando ya en el balcón de la Casa de Gobierno, el diplomático argentino
Ernesto Garzón Valdés le señaló a los jóvenes revolucionarios que lo
ovacionaban.: “Mire Presidente, son como un tigre”. La respuesta del
mandatario chileno no pudo ser más clara: “Sí, tiene razón. Ahora, hay
que tener cuidado porque cuando uno se monta en un tigre no sabe a
dónde lo conduce”.12

Imagen de la Plaza de Mayo en medio de los actos

25 de mayo de 1973: “Para todos los periodistas que estuvimos el 25 de


mayo de 1973 en la Casa Rosada, el recuerdo de aquella jornada nos
parece una pesadilla”, relató Juan María Coria –periodista de La Prensa
— en su libro Balcarce 50, sala de periodistas, testigos del poder. Nadie
podía imaginar lo que habría de ser visto.”. Tras un somero relato sobre
cómo pudo llegar a la sede presidencial, cuenta que “las tropas que
rendían honores en la calle sufrían, a esa altura de los hechos, agresiones
de todo tipo. Escupitajos e insultos. A un motociclista policial, le habían
sacado el vehículo y lo traían a puntapié hasta las puertas de Balcarce…
de algún lado se impartió la orden para que los efectivos militares se
retiraran de la Plaza de Mayo… el descontrol fue total… en una de las
esquinas ardía otro automóvil.”

En otro momento dice: “Un grupo de periodistas bajamos hasta el


Salón de los Bustos, que da sobre la explanada de la avenida Rivadavia y
es la entrada principal de la casa. Los golpes sacudían las enormes
puertas. La vigilancia policial había desaparecido y no se veía a los
Granaderos por ningún lado. De pronto una de las puertas cedió a la
presión de la multitud y vimos entrar a la carrera a un grupo de
manifestantes… entre los que entraron reconocimos al padre Carlos
Mugica, un sacerdote joven y tercermundista que tiempo después sería
asesinado, y a Miguel Bonasso, un periodista que conocimos en uno de
los viajes realizados al interior y que adquirió destacada notoriedad con
el pasar de los años. (…) Los testigos del poder, los periodistas, salimos
muy tarde esa noche de la Casa de Gobierno. Todo había pasado. La
Plaza olía a orina y otros desechos. Se inició así el período de Cámpora,
un hombre de hablar educado, tranquilo y que no perdía oportunidad
alguna para elogiar a su jefe, el general Juan Domingo Perón”.
“Roberto Di Sandro –dice Coria—que hoy es el decano absoluto de la
Sala de Periodistas y leal admirador de toda la vida del general Perón,
creía que todo era pasajero… ‘Hay que esperar el regreso de Perón’, nos
decía a cada rato con esa irremediable lealtad que mantuvo, hasta en los
peores momentos del llamado “proceso de reorganización nacional”.
Héctor J. Cámpora, después de jurar como Presidente de la Nación,
desde uno de los balcones de la Casa Rosada, exclamó a la multitud: “Yo
sé que en el día de hoy algunos grupos han querido provocar y
distorsionar esta fiesta auténticamente de júbilo del pueblo argentina.
Sabiendo de la autenticidad de este pueblo, me he hecho responsable de
ustedes -lo que es un orgullo para mí- ante los presidentes y embajadores
de pueblos y naciones hermanas, para decir que los hechos que en el día
de hoy pretendieron distorsionar esta fiesta argentina, nunca han sido
producidos por este pueblo que son ustedes”. Una de las tantas pintadas
que se realizaron sobre las paredes del palacio presidencial decía “Casa
Montonera”.

Avenida Leandro Alem a metros de la Casa de Gobierno

25 de mayo de 1973: “Una inmensa multitud rodeó la cárcel de Villa


Devoto exigiendo el indulto”, tituló en la tapa La Opinión del sábado 26
de mayo de 1973 y relató a sus lectores: “El indulto fue exigido por una
impresionante manifestación, calculada en cincuenta mil personas que
rodeó el penal de Villa Devoto y amenazó derribar las puertas del
Instituto de Detención que había sido tomado por los presos (…) A las
22, sobre el muro que da a la calle Bermúdez trepó Pedro Cazes
Camarero, integrante del ERP, y anunció a la multitud que había hablado
por teléfono con el ministro del interior Esteban Righi” y “anunció que
Cámpora estaba dispuesto a indultar a los detenidos, aunque necesitada
‘algunas horas’…a las 23, el primer grupo de 15 detenidos conoció la
libertad. Doce ómnibus expropiados por la multitud aguardaban para
llevar a un total de 188 liberados al local justicialista de Avenida La
Plata 256 donde, se anticipó, los aguardaba el Presidente Cámpora.”
En la contratapa, el poeta montonero Juan Gelman exclamó: “No está
todo hecho. Es el comienzo de una etapa. Pero ayer, qué hermoso día.”
En los tumultos de Villa Devoto murieron dos muchachos. El 26 de
mayo, “llegan a Ezeiza los aviones con los liberados procedentes de
Trelew. Son esperados por más de cinco mil personas entonando
consignas y con banderas de las distintas organizaciones armadas. Se
bautiza al aeropuerto con el nombre ‘Héroes de Trelew’. Se libera a los
presos políticos en otros penales del país”, relató Estrella Roja, la revista
del PRT-ERP, del mes de junio de 1973.

En La Plata, el recién asumido gobernador Oscar Bidegain recibió a


los guerrilleros Envar El Kadre y Juan Carlos Mena, quienes afirmaron:
“Volveremos a luchar. No habrá tregua”. Como dijo en esas horas a la
revista El Descamisado el dirigente venezolano (más tarde
vicepresidente del comandante Hugo Chávez Frías) José Vicente Rangel:
“Acá hay ganas de pelear”.
Salida de los presos de la cárcel de Devoto

“La amnistía lograda, al asumir Cámpora la presidencia de la Nación, es


un hecho de vital importancia para la conducción de la OPM Montoneros
y su futuro asentamiento como tal. Esta medida del gobierno, además de
todas las implicancias que tiene, se convirtió en uno de los hitos más
relevantes en cuanto a la formación de Montoneros desde su gestación.
Se obliga a Cámpora a adoptar una medida que, en el tiempo, hubiera
sido viable sin problemas, pero tomada como lo fue, resultó irritante,
fundamentalmente para las Fuerzas Armadas a las cuales todavía no se
les había nombrado comandante en jefe”, escribiría años más tarde la
terrorista Norma Arrostito.
Contrariamente, Juan Domingo Perón lamentó la ilimitada aprobación
del Parlamento. Lo dijo más tarde a su estilo, con una metáfora que
entendió muy bien el coronel Carlos Corral su jefe de la Casa Militar:
“Usted sabe lo difícil que es buscar un pajarito día por día para ponerlos
en una jaulita, lo que costó mucho, hasta que un día le abren la jaula, los
pajaritos se vuelan y luego le piden ‘traéme los pajaritos nuevamente’”
(testimonio de Corral en la causa por el asesinato del coronel Larrabure).
La mirada diplomática: En el cable 2317 del 1º de junio de 1973, la
embajada de los Estados Unidos observa que “pese a la amnistía, el ERP
aún no ha liberado al almirante Aleman o al teniente coronel Nasif, lo
que ha llevado al vicepresidente Solano Lima a declarar el pasado 30 de
mayo ‘que los secuestradores no han cumplido con su palabra”’. En otro
párrafo del mismo informe se dice que “el 31 de mayo, los diarios
publicaron un comunicado de un ente autotitulado Comité Central de
Seguridad del Movimiento Justicialista, en el que advierten a los
terroristas de izquierda que desistan de su acción, o recibirán la
retribución de que por cada peronista que caiga, caerían diez
izquierdistas.
El mensaje también exhortaba a una estricta adhesión a los mandatos
de Perón.” Desde el 25 de mayo de 1973, como si todo respondiera a las
órdenes de una central coordinadora, fueron ocupados edificios del
estado nacional y provinciales; organismos descentralizados del Estado;
universidades; empresas mixtas; astilleros, radios y fábricas de capital
privado. De ese torbellino, no se salvó ni el Automóvil Club Argentino.

Lo que se decía en secreto

Extracto de uno de los documentos interceptados por la Central Nacional


de Inteligencia, al PRT-ERP, el 19 de junio de 1973: “La dinámica que
nos interesa en esta lucha es la del cuestionamiento al conjunto del
aparato represivo del Estado burgués, de las fuerzas armadas y de la
policía. Esto permitirá desarrollar la necesidad del desmantelamiento del
aparato represivo y de la destrucción del Estado burgués, planteando el
armamento de la clase obrera, la formación de milicias populares, la
construcción del Ejército Revolucionario del Pueblo cuyos embriones
son ya hoy días las organizaciones guerrilleras, los organismos de
defensa que adopta espontáneamente la clase obrera.”
- En cuanto a la “política de Frentes y Alianzas”, proponía unirse “con
los sectores radicalizados del peronismo y con sectores de la izquierda
revolucionaria debemos buscar la unidad en la lucha y la movilización en
torno a los ejes concretos que impulsemos.”

Informe sobre el PRT-ERP

- El Boletín Interno Nº 41 del ERP es otro documento que mereció un


especial análisis de la Inteligencia del Estado Argentino. En especial
cuando se analiza una reunión secreta entre el MIR (Chile), MLN
(Tupamaros) y PRT-ERP donde se adoptaron “una serie de acuerdos de
proyección estratégica” con “coincidencias programáticas estratégicas y
tácticas”. Esta “multinacional” en pocas semanas operaría en la
Argentina a través de secuestros, asesinatos y asaltos. Así, la Argentina,
se constituiría en un “aguantadero” del terrorismo. El objetivo era
debilitar al país: “Ninguna empresa imperialista ni europea ni
norteamericana invertirá a largo plazo en el país donde existe una
inestabilidad político social como Argentina, donde no saben si el
capitalismo subsistirá y donde además corren el riesgo de que sus
efectivos vayan a parar a una cárcel del pueblo”. Además, el PRT-ERP
consideraba que “el gobierno (de Cámpora) es un gobierno débil.
Algunas comparaciones aclararán esta afirmación. El gobierno de Perón
era un gobierno fuerte en cuanto contaba con el apoyo total del Ejército y
un movimiento sindical potente…”.

La violencia, dos miradas de un mismo problema: (…) “Nosotros


pensábamos que llevar el Estado de Derecho, hacer regir la Constitución
y vivir en democracia, significaba eliminar la violencia del país…”, me
dijo Esteban Righi, el Ministro del Interior de Cámpora diez años más
tarde. Sin embargo, durante una conferencia de prensa clandestina (en
plena democracia) de Mario Eduardo Firmenich y Roberto Quieto, bajo
un cartel que decía “lo único que vence al tiempo son las
organizaciones” (armadas), parodiando la frase de Perón “sólo la
organización (del Movimiento) vence al tiempo”, se llegó a aceptar que:
“Nuestra estrategia sigue siendo la guerra integral, es decir la que se hace
en todas partes, en todos los momentos y por todos los medios, con la
participación de todo el pueblo en la lucha, utilizando los más variados
métodos de acción, desde la resistencia civil pasando por las
movilizaciones, hasta el uso de las armas”.

El termómetro de Benito Llambí

Contar la trayectoria del embajador Benito Llambí al lado de Perón y


Evita es innecesario. Conocía la vida de su partido y sus humores como
pocos. Fue de los primeros en intuir el grado de descomposición que
comenzó a generarse dentro del FREJULI tras la victoria del 11 de
marzo de 1973. “Se abrió entonces –contó en sus Memorias — un
proceso confuso y que llenaba de incertidumbre a muchos de quienes
habíamos participado en la conformación de las condiciones para la
unidad nacional… surgían otras ideas y otro clima. No era el ánimo de
“La Hora del Pueblo”, no era el espíritu de la “Asamblea de la
Conciliación Nacional” del restaurante Nino, lo que ahora insinuaba su
predominio. No se invocaba el Proyecto Nacional, en la actualizada
formulación propuesta por Perón en sus últimos mensajes. Por el
contrario, emergía un espíritu sectario, y la manifiesta pretensión de un
sector de ejercer la conducción del próximo desde sí y por sí…y me
mantenía atento a todos los pasos que debían cumplirse para que en
ningún caso se desvirtuara lo que debía ser el propósito fundamental del
peronismo: colocar al general Perón en la presidencia de la nación.
Cuidaba mi posición, muy cerca de Cámpora, siempre en la convicción
que su gobierno sería una mera transición para obtener luego la genuina
legitimidad que el sistema político requería imperiosamente en la
Argentina. Esto es, que el general Perón pudiera participar como
cualquier ciudadano del país, de un proceso electoral libre y sin
condiciones.”

Perón viene a terminar con Cámpora

Una semana antes del retorno definitivo de Perón, el coronel Llamil


Reston pidió conversar con el ex Delegado, Jorge Daniel Paladino y se
encontraron reservadamente en un departamento de la avenida Las
Heras.Era la primera vez que se veían y al año siguiente lo volverían a
hacer. El diálogo, desarrollado delante del dueño de casa, se desarrolló
así:

- Reston: ¿Usted cree que Perón viene a ayudar al gobierno de


Cámpora? ¿Cuál va a ser su papel?

- Paladino: Perón vuelve a la Argentina para ser Presidente de la


Nación, lo que es seriamente inconveniente para él por su salud. Pero no
se equivoque. El que quiere el poder es José López Rega y su
instrumento político más importante es Isabelita. Mire, coronel, para
serle más claro: En uno de mis últimos viajes a Madrid, caminando por
el barrio de Puerta de Hierro, López Rega me dijo que lo iba a traer a
Perón. Lo dijo de la manera más brutal: “Lo vamos a llevar a Buenos
Aires a ser Presidente, sí o sí, y si es necesario lo vamos a agarrar del
fondillo del saco y lo empujamos dentro del avión”. Como remate,
Paladino sentencia: “Perón viene a terminar con Cámpora”.
En la primera semana de junio, como ya se trató, Perón fue a la clínica
del doctor Antonio Puigvert en Barcelona, “para que lo revisase y para
despedirse. Aunque su aspecto no lo denotara tenía ya ochenta años. Y
no volvía a la Argentina para pasar bajo arcos triunfales entre
aclamaciones y en olor a multitud. Volvía para luchar (…) A mí me lo
explicó muy claro y en muy pocas palabras: “No me queda otra solución
que volver allá y poner las cosas en orden. Cámpora ha abierto las
cárceles y ha infiltrado a los comunistas por todas partes”.

Perón y Puigvert en la Casa de Gobierno en 1973

En esos días con su médico Antonio Puigvert también le confesó: “Mire,


Puigvert. En estos años he estudiado mucho, he revisado mucho y me he
dado cuenta de los errores que cometí en mi primer período. Errores que
voy a hacer lo posible de no repetir. Como yo ya tengo conciencia de lo
que es gobernar, no volveré a caer en ellos”. En otras palabras, como dijo
su amigo el periodista Emilio Romero, “de Puerta de Hierro había salido
Perón no ya para hacer una revolución, sino para contenerla. Perón
estaba ya más cerca de la filosofía que de la política”.
Al parecer había cambiado porque no demasiado tiempo antes pensaba
otra cosa, o hacía creer otra postura: “Perón era un hombre con serias
intuiciones”, me dijo Armando Puente. “En 1972 no deseaba volver a
Buenos Aires. Me lo dice a mí el empresario Antonio Cortina Prieto,
brazo derecho de Manuel Fraga Iribarne que ya se encontraba armando
su futuro político para la España post Franco (en 1973, embajador
español en Londres y luego fundador del partido Alianza Popular).
También puede suceder que volvió para ser leal con su tiempo. Una
perspectiva que tan bien definió al periodista Emilio Romero, un íntimo
amigo de Perón: “Yo no he cambiado nada. Ha cambiado el tiempo a mí
alrededor. Sigo permaneciendo fiel a la media docena de cosas que
merecen la pena. Y leal a mi tiempo, que es quien nos muda a todos”.
¿Cómo no recurrir a Jorge Antonio si se trata del retorno de Perón? En
el libro de Esteban Peicovich, El ocaso de Perón, se destacan dos
conceptos que combinados podrían explicar los pensamientos que
surcaban la mente del ex presidente en esos días. Jorge Antonio relató
que antes de partir a Buenos Aires, Perón lo visitó en su oficina. Luego
de regalarle un cinturón “me dio en detalle todos los pasos del retorno,
adelantándome las fases del proceso que se produciría en los primeros
tiempos de Cámpora y me aseguró que Cámpora no estaría más de dos
meses en el gobierno…espero que el tiempo no me haga una mala
pasada”.

Luego, Jorge Antonio levantó la mirada y comparó los dos procesos


de “retorno” de Perón a la Argentina. Uno en el que participó (1964) y
fue abortado por los gobiernos de Argentina, Brasil y los Estados
Unidos. El otro, el que venía, y que no intervino, “la circunstancia
internacional había cambiado radicalmente. Pienso que ya sea la CIA, o
un sector del gobierno de los Estados Unidos, se complotaron para
facilitar el viaje, porque ellos tenían el control de lo que podía pasar en
ese momento o a continuación. ¿Está claro? …”.
El martes 12 de junio de 1973, Armando Puente fue invitado a
conversar un rato por Perón en la quinta “17 de Octubre”. El periodista
tenía una relación de larga data con el ex presidente. Fue el primer
extranjero que entrevistó a Perón cuando llegó a vivir a España en 1961
y desde ese momento cubrió periodísticamente su largo exilio en la
península Ibérica. “Perón me recibió brevemente para hacerme un par de
comentarios que le interesaban. Me dijo que ‘andan diciendo que estoy
enfermo…no tengo otra cosa que un pequeño resfriado’, como
diciéndome ‘hable usted de que yo no estoy enfermo’. Perón nunca me
ordenó nada, él se limitaba a sugerir. Además, me expresó, entre guiños
y medias frases que las cosas no andaban bien en la Argentina y ‘que
estaba preocupado porque estos aventureros marxistas están entrando en
el gobierno…este es un gobierno de putos y de aventureros’. ¿Cómo
digo esto?”, se preguntó Puente. Se quedó helado. Puente imaginaba que
Cámpora iba a durar un año porque se hablaba de varios proyectos para
Perón: Viaje a China, Libia, la presidencia del Movimiento No
Alineado…y que por el momento no quería estar en el día a día.13
El jueves 14 de mayo de 1973, contrariando lo que le confió a Puente,
Perón comunicó al Ministerio de Relaciones Exteriores español que no
podría ir a la cena de gala que le iba a dar Francisco Franco a Cámpora
en el Palacio de Oriente por “motivos de salud”.

La semana trágica de Héctor Cámpora en Madrid. La


batalla de Ezeiza.

El viernes 15 de junio de 1973, a las 11 horas, el vuelo charter de


Aerolíneas Argentinas que traía al presidente Héctor Campora, su
esposa, algunos miembros de su gabinete, funcionarios del Palacio San
Martín, de otros organismos del Estado e invitados especiales, llegó al
aeropuerto de Barajas. Al pie de la escalerilla lo esperaba el gobierno
español, con Francisco Franco Bahamonde a la cabeza. Llamaron la
atención las ausencias de Juan Domingo Perón y su señora en el
aeropuerto, aunque el programa de actividades tenía previsto que “el
General Juan Domingo Perón y su señora esperarán al Señor Presidente
y señora en el Palacio de la Moncloa”, pero esto tampoco sucedió.
Después de las ceremonias militares, saludos protocolares y discursos
propios de una visita de Estado, el presidente argentino y su séquito
realizaron “la visita protocolaria” a Franco en el Palacio de El Pardo,
donde fue condecorado con el collar de la Orden de Isabel la Catolica. A
las 18.30 los Cámpora recibieron en su residencia a los Príncipes de
España “para tomar té”.

El entonces Príncipe Juan Carlos de Borbón visita a Cámpora

Finalizado el té, a las 19.30, el presidente argentino y su esposa fueron


saludados por los jefes de las misiones extranjeras acreditadas en
España, durante una ceremonia que se realizó en el Patio de las
Columnas de La Moncloa. Luego, los miembros de la delegación
argentina se dirigieron a sus hoteles, el Ritz o el Monte Real. Esa noche,
Armando Puente pasó a buscar al canciller Juan Carlos Puig, con quien
había compartido sus estudios en la Universidad de Rosario, y se fueron
a comer a un restaurante cercano a la Plaza Mayor. Fue en ese encuentro
que el periodista le adelantó a su amigo que el gobierno de Cámpora
tenía “los días contados…le anuncié que estaban sentenciados”. Puig no
podía creer lo que estaba escuchando y “creo que no terminó de creérselo
hasta poco después”.

El sábado 16 de junio, a las 21.15 horas, Cámpora tenía previsto asistir


al Palacio de Oriente con su delegación, donde Franco le ofrecería una
cena de gala con todos los honores correspondientes a su jefatura de
Estado (el programa preveía “uniforme de gran gala o frac con
condecoraciones”). Cerca del mediodía, se trasladó a la quinta 17 de
Octubre con la idea de convencer a Perón de que asistiera. El automóvil
presidencial tuvo que esperar unos minutos, a la vista de todos los
periodistas, hasta que fue autorizado a entrar. El Presidente de la Nación,
con un elegante traje de diario, fue recibido por un Perón que lucía una
guayabera colorada y un gorrito blanco, estilo “pochito”, y no lo hizo
entrar en la casa. Se quedaron en el porche. Al cabo de un rato se
sentaron en un sillón, mientras el periodismo observaba, y conversaron.
Tras un cuarto de hora, el presidente argentino se retiró mustio y Perón,
desde lejos, saludo al periodismo levantando los dos brazos. “Perón
estaba jodón” se atrevió a contar Puente.
Por la noche el presidente Héctor Cámpora, de frac, investido con la
banda presidencial - que por lo general no se usa en los viajes al exterior
-, el collar de la Orden de Isabel la Católica y, a la altura del bolsillo del
pañuelo del saco, colgaba la medalla de la Lealtad peronista por “Leal
Colaborador”, intentó explicarle que sería trascendental su presencia a la
recepción…y se refirió a las relaciones con España. Ahí, nuevamente, en
presencia de unas pocas personas, Perón, irritado, le dijo que no se
atreviera a hablarle a él de relaciones internacionales y volvió a repetir
las mismas palabras que le había dicho a Armando Puente, utilizando
“homosexuales” y cambiando “aventureros” por “marxistas” (fuente
directa de un ex Edecán de Perón).
El edecán militar de Cámpora, teniente coronel Carlos Corral, sentado
entre Perón y Cámpora, hizo el ademán de levantarse y el dueño de casa
le tocó la rodilla, diciéndole “no m’ hijo, usted quédese”. Luego, Perón
lanzó una frase terrible: “Ustedes son una mierda, el país en llamas y
ustedes haciendo turismo.” Angustiado, el Presidente intentó darle su
bastón y banda presidencial y Perón comentó que “no necesito el bastón
para tener poder”. Como estaba previsto, Perón no fue al Palacio de
Oriente y Cámpora, como consecuencia de su visita a Puerta de Hierro,
llegó tarde a la recepción.
La cena en el Palacio de Oriente estuvo rodeada con los fastos propios
de la corte del Generalísimo Franco, cuya cara parecía sacada del
Tahuantinsuyo (el imperio incaico) por su ausencia de reflejos. Cámpora
se sentó en la larga mesa, enfrente de Franco, y ladeado, a su izquierda,
por María del Carmen Franco Polo, y a su derecha Carmen Polo y a
continuación Cristóbal Martínez-Bordiú, Marqués de Villaverde.
Mientras unos pocos argentinos comenzaban a percibir la irritación de
Perón hacia Cámpora, la mayoría se deslizaba de un salón a otro con
todas sus galas. López Rega lucía una banda con los colores borbónicos;
el senador tucumano Eduardo “Lalo” Paz parecía un galán de
Hollywood, pero no lucía ninguna distinción, lo mismo que el diputado
Ferdinando Pedrini y José María Castiñeira de Dios, con sus anteojos
semi oscuros parecía un extraviado (él también había escuchado la noche
anterior algunas reflexiones de Armando Puente).
En plena recepción: Pedrini, Lastiri y Llambí y la señora de Cámpora más el senador Paz

El domingo 17 de junio de 1973, protocolo preveía “día de descanso” y


los Llambí aprovecharon para quedarse un rato más en la habitación del
Ritz. Esa mañana sonó el teléfono y atendió Beatriz Haedo de Llambí y
Perón la saludó. Después le pasó el tubo a Benito y Perón los invitó a
acompañarlos a la misa y luego se quedarían a almorzar en la quinta.
Benito le dijo que dada la distancia no llegarían a tiempo para ir a misa,
pero que con todo gusto irían a Puerta de Hierro. En ese encuentro
telefónico, Benito Llambí escuchó que Perón le dijo: “Yo, ya con
Cámpora no voy a hablar nada” y a continuación le pidió que él trate con
el Presidente y que cualquier cosa se lo debía contar.
No figura en sus Memorias pero así sucedió, tal como me contó la
señora de Llambí. Con la discreción y cautela con que trazaba su camino,
Llambí solo comentó el almuerzo en la residencia 17 de Octubre al que
asistieron los dueños de casa, los Cámpora, los Llambí y José López
Rega, diciendo que fue “muy especial, porque era ostensible la manera
en que el general ignoraba a Cámpora. En numerosas oportunidades éste
hizo intentos para introducirse en la conversación, sin que Perón se diera
por enterado. Isabelita se dedicó extensamente a hablar de su reciente
viaje a China. Después del café, me levanté por dos o tres veces para
saludar y retirarnos, ya que mi intención era dejarlos a solas, y en todos
los casos Perón nos retuvo. Finalmente, dirigiéndose a Cámpora le
agradeció la visita y lo invitó a acompañarlo a la puerta. Allí lo
despedimos”.
Como mudo testigo del desencuentro que se vivía, está la foto de la
agencia AP que muestra a Perón de saco claro y corbata; Isabel con un
vestido a cuadros y Llambí de formal traje gris oscuro, mientras despiden
a Cámpora (de espaldas) en el porche. “La realidad era que la suerte de
Cámpora estaba echada”, acotó Llambí, “a Perón le bastaron veintitrés
días -los que mediaron entre el 20 de junio, día de su regreso, hasta el 13
de julio, en que renuncia Cámpora- para terminar con la “experiencia
juvenil” de administración”. Perón y Cámpora se volverían a encontrar
recién en el Palacio de La Moncloa el miércoles 20 de junio.
El martes 19 de junio de 1973, al atardecer, Juan Domingo Perón se
despidió de sus amigos en España. “Estábamos unas 40 personas”, relató
Armando Puente. “Junto con Perón, Isabel y López Rega, entre otros,
recuerdo al doctor Francisco José “Paco” Florez Tascón (endocrinólogo,
geriatra) y su esposa, amigos desde poco después de su llegada a Madrid.
Él y su esposa eran personas muy religiosas y relacionadas con el
gobierno. Es el matrimonio que preparó el casamiento de Perón con
Isabel y quien gestó el que se pusiera fin al conflicto con el Vaticano,
yendo a su casa, en la calle Cea Bermudez 53, el arzobispo de Madrid
que es quien tenía derecho a levantarle la excomunión laete sententia, en
la que posiblemente podía haber incurrido Perón con la expulsión de los
dos obispos auxiliares de Buenos Aires en 1955. Perón tuvo mucho
interés en poner fin a este obstáculo.
También estaba el teniente coronel Enrique Herrera Marín, a quien
Perón había conocido en Santo Domingo. El militar, entonces,
comandaba allí la Legión Anticomunista, una fuerza de unos doscientos
mercenarios españoles contratados por Leonidas Trujillo, para luchar
contra Fidel Castro. Herrera Marín fue a partir de entonces y en años
siguientes uno de los hombres más destacados del Servicio de
Inteligencia Militar español; vivía también en la calle Cea Bermudez.
Asistió Antonio Cortina, que en la última etapa de Perón en España
frecuentaba mucho la quinta, tras haber hecho amistad con José López
Rega. Perón estimaba a aquel joven Cortina, hijo de un diplomático (y
luego ministro) español, muy vinculado a Manuel Fraga Iribarne
(diríamos que por entonces su brazo derecho).
También asistió a la despedida Ernesto Jiménez Caballero, poeta,
escritor, uno de los fundadores de la Falange, ya anciano y pintoresco en
aquella época. Norberto Ceresole, que lo visitaba a Perón a partir del 70,
o principios del 71 y también Pilar Franco, viuda de Jaraiz, gallega
dicharachera, que explotaba eso de ser la hermana de Franco y salía con
Isabel al cine y de compras. Perón nos explicó a los presentes que
llegaba “el fin de mi estadía en España, tras tantos años en los que no me
he comprometido (en los asuntos internos españoles) ni he
comprometido a nadie. He tratado de mantener una conducta precisa y
un proceder retenido, porque vine como exiliado y no como político.
Queda mi gran deuda de gratitud hacia el pueblo español por las
numerosas pruebas de cariño que he recibido cada día en la calle, que es
donde mejor se conoce lo que realmente es un país”. Como dice Perón, y
es cierto, él apenas tuvo contacto con políticos españoles en los años que
vivió en España.

El miércoles 20 de junio de 1973, en Madrid, el Rolls Royce azul para


jefes de Estado con el embajador Carlos Robles Piquer, por entonces
subsecretario de Asuntos Iberoamericanos del ministerio de Asuntos
Exteriores de España, llegó a Navalmanzano 6 a buscar al matrimonio
Perón para conducirlo al Palacio de la Moncloa, donde se iba a firmar la
Declaración de Madrid, y luego partir al aeropuerto de Barajas.
Entró en la Quinta y tuvo una corta conversación con Perón -a quien
acababa de conocer- e Isabel. Luego salieron. Subió al coche Isabel. El
ex presidente Perón se detuvo un tiempo -quizás dos o tres minutos- que
al embajador parecieron interminables, “mirando los árboles que él había
plantado” y musitó, “nunca más volveré”. Perón se veía levemente
emocionado. Luego en el coche, Isabel, viendo al General, sollozó
(relato de Robles Piquer a Armando Puente). Cuando llegaron a La
Moncloa los esperaban los miembros de la delegación argentina, e
instantes más tarde arribó Franco.
Se realizó la ceremonia de la firma de la declaración conjunta, titulada
Declaración de Madrid que ponía término a la visita oficial de Cámpora.
Era un documento cargado de buenas intenciones que el Caudillo quiso
que se firmara con la presencia de Perón. Al finalizar el acto, Franco,
Perón y Cámpora atravesaron dos salas y se encerraron a solas. Nadie
supo de qué hablaron. El único periodista que permaneció del otro lado
de la puerta fue el argentino-español Armando Puente. Al concluir, la
foto los muestra dirigiéndose a la puerta del Palacio (Perón, Franco,
Cámpora y un paso más atrás Benito Llambí y luego Puente).

Perón, Franco y Cámpora. Atrás Benito Llambí y Armando Puente

Cumplidos los saludos protocolares de despedida, alrededor de las 7 de


la mañana, el vuelo charter de Aerolíneas Argentinas que transportaba
definitivamente a Perón a la Argentina decoló de Barajas. El último en
subir la escalerilla del avión fue Cámpora por su rango de Jefe de Estado.
Dentro del Boing 387, bautizado Betelgeuse (una estrella brillante de la
constelación Orión), todo era alegría y emoción. Sus pasajeros intuían
que eran partícipes de un momento histórico, aunque ignoraban la
profundidad de la grieta que había nacido entre Perón y Cámpora. Y,
para dejarlo por sentado, muchos se intercambiaron el menú y lo
firmaban.

Ezeiza

Desde el día antes el periodista Juan María Coria y un equipo del


matutino La Prensa, dirigido por Antonio Requeni, se encontraban
instalados en el Hotel Internacional de Ezeiza. Como el comedor estaba
cerrado, por consejo del colega Enrique Llamas de Madariaga, cenaron
en El Mangrullo. “Al día siguiente por la mañana -contó Coria en
Testigos del Poder- el porvenir de esa jornada nos golpeó de lleno.
Hombres jóvenes con brazaletes de la JP y metralletas colgando de sus
hombros, se desplazaban por todos lados”. En un momento se encontró
con el ex boxeador Oscar Sostaita, un leal amigo de Perón, que le dijo en
voz baja: ‘Esto no me gusta nada’…, poco después de las 14.30 comenzó
el avance de los Montoneros sobre el palco. Hubo disparos para frenar el
avance. La batalla comenzaba (…) grupos de izquierda peronista y
sectores trotskistas ametrallaban el palco para tomarlo y recibir a Perón
en nombre de la Patria Socialista; los de la Patria Peronista lo defendían
sin desperdiciar balas”.
Arriba del palco, tirados a ras del piso, estaban los músicos de la
Orquesta Sinfónica, varios, parapetados en sus propios instrumentos;
invitados especiales, como Saturnino Funes y Jorge Anzorreguy con sus
respectivas esposas; el cineasta Leonardo Favio, custodiado por un joven
a quien le decía “comandante”, desde su cabina de transmisión se
desgañitaba exigiendo orden y serenidad, mientras los disparos pegaban
en las estructuras de metal y las 18.000 palomas que iban a ser soltadas
en “Prenda de Paz” huían de sus jaulas. La fiesta se había transformado
en un pandemónio. O, en otras palabras, era la obra de arte final del
desorden en el que habían sumergido Cámpora y sus seguidores a la
Argentina. Perón lo sabía, ya lo había comentado en Madrid.
Hubo incidentes de todo tipo -linchamientos, castraciones y
ahorcamientos en los árboles- y el avión Betelgeuse que traía a Perón
descendió en la Base de Morón14. La primera reacción del viejo líder fue
amenazar con un “yo me vuelvo a Madrid”.15

El miércoles 20 de junio de 1973, Vicente Solano Lima, presidente de


la Nación interino, habla desde Ezeiza al avión presidencial que trae a
Cámpora y Perón desde España y que en ese momento sobrevolaba Porto
Alegre, Brasil:

- “Mire doctor, aquí la situación es grave. Ya hay ocho muertos sin


contar los heridos de bala de distinta gravedad. Esa es la información que
me llegó poco después del mediodía. Ya pasaron dos horas desde
entonces y probablemente los enfrentamientos recrudezcan. Además, la
zona de mayor gravedad es, justamente, la del palco en donde va a hablar
Perón.”
- Héctor J. Cámpora (desde la cabina del avión presidencial): “¿Pero
doctor, cómo la gente se va a quedar sin ver al general?”.
- Lima: “Entiéndame, si bajan aquí, los van a recibir a balazos. Es
imposible controlar nada. No hay nadie que pueda hacerlo”.
Según Lima, ya en la Base de Morón, Perón insistió en sobrevolar la
zona para, por lo menos, hablarle a la gente con los altoparlantes de los
helicópteros. “Pero le expliqué que también era imposible: en la copa de
los árboles del bosque había gente con armas largas, esperando para
actuar. Gente muy bien equipada, con miras telescópicas y grupos
armados que rodeaban la zona para protegerlos. No se los pudo
identificar, pero yo tenía la información de que eran mercenarios
argelinos, especialmente contratados para matar a Perón”.16

El doctor Pedro R. Cossio, integrante de equipo médico que cuidó a


Perón hasta el día de su muerte, además de contarlo en su libro, lo reiteró
ante la Justicia, cuando afirmó que “en varias oportunidades el General
Perón le manifestó a mi padre en mi presencia la convicción de que en
Ezeiza grupos extremistas de izquierda lo querían matar, y lo mantuvo
hasta el momento de su muerte”. También se le atribuía a Balbín el
haberle dicho en su último encuentro de junio de 1973, cuando se habló
de los enfrentamientos de Ezeiza: “No se equivoque general, esos tiros
eran también para usted”.17
Los reproches del General

El 20 de junio de 1973, el entonces comodoro Capellini hacía escasos


meses que se desempeñaba como comandante de la VII Brigada con
asiento en Morón, tanto es así que todavía habitaba una casa en el barrio
de oficiales de Ezeiza. Me relató que en esas horas escuchó, de uno de
los choferes de los tantos funcionarios que estaban en la base, que Perón
bajaría en Morón. Sorprendido, tomó un helicóptero para recorrer la zona
del acto y al sobrevolar la marea humana, cercana al Puente 12, observó
que abajo reinaba el caos. Cuando retornó a su base lo llamó el
comandante de Operaciones Aéreas que le dice: “Capellini, quédese ahí
porque es posible que Perón baje en Morón. Al poco rato, vió aparecer
en el horizonte al Betelgeuse de Aerolíneas Argentinas y le pide a sus
pilotos que “hagan un 360 (grados) y denme un poco de tiempo para
ordenar las cosas”. Ya en esos momentos observó que mucha gente
estaba rodeando la base y amenazaba con entrar por delante—donde
estaban unas rejas que se movían por la presión de la muchedumbre—y
por los fondos. Lo único que salvó la situación de emergencia fue el
despliegue de los perros guardianes con que contaba la dotación
aeronáutica. Cuando bajaron, Perón y unos pocos más entraron en el
despacho del jefe de la base y Capellini entraba sólo para atender los
llamados urgentes que recibía. En uno de esos momentos, y ya estando el
coronel (RE) Jorge Osinde, escuchó que José López Rega le preguntó:
“Por qué no llamó a las fuerzas de seguridad” y Osinde dijo: “porque con
lo que teníamos pensé que alcanzaba”. Ahí nació un comentario de
Perón, parado en una esquina de la oficina: “¿Entonces para qué tenemos
la Policía?”.
Benito Llambí recordó que “ingresamos a una sala en la que de
inmediato se le expuso a Perón el problema de Ezeiza. Sin disimular para
nada su fastidio, hizo responsable de toda la situación al ministro del
Interior Esteban Righi, a quien retó en términos durísimos delante de
todo el mundo”. El entonces coronel Llamil Reston escuchó el relato que
le hizo el teniente general Carcagno: “Vicente Solano Lima nos llamó a
los tres comandantes para pedir asesoramiento de qué hacer frente a lo
que sucedía en Ezeiza. Todos coincidimos que Perón y su comitiva
debían descender en Morón. Cuando bajó del avión, tras los cortos
saludos protocolares, Perón se reunió con los tres comandantes y nos
pidió un cuadro de situación. La reunión se realizó en una oficina que
tenía un amplio ventanal y en un momento Perón, observando a Righi
detrás de los cristales me dijo: ‘Sólo Cámpora pudo nombrar a este
pelotudo de Ministro del Interior’”.

Carcagno tampoco la sacó gratis, porque con una gran muestra de


malestar, comentó con sorna: “Haría falta Lanusse.” A Perón e Isabel los
subieron a un helicóptero UH-1H para trasladarlos a la residencia
presidencial de Olivos y Héctor Cámpora quiso abordarlo. En ese
momento, se lo impidieron porque “por razones de seguridad” no podían
viajar en la misma máquina. El coronel Vicente Damasco, el jefe del
Regimiento de Granaderos, fue para estar presente en el foco del
problema, porque ya se estaba pasando por las radios que Perón iba a la
residencia de Olivos y la gente comenzó a rodearla. A Perón se lo vio
cansado y preocupado. “No quiero recibir a nadie”…ésa fue la orden.
Al día siguiente, muy temprano por la mañana, el teniente primero
Jorge Echezarreta lo acompañó a caminar por los jardines de la
residencia. Durante la breve caminata, Perón, luego de escuchar un relato
de la situación de parte de un oficial superior, solo observó: “Hay que
esperar que las burbujas lleguen a la superficie”.
El jueves 21 de junio de 1973, a primera hora de la mañana, Juan
Domingo Perón y su séquito abandonaron Olivos por la Puerta 5 en
dirección de su residencia en Gaspar Campos 1065. Desde allí, José
López Rega comenzó a citar a algunos ministros del doctor Héctor
Cámpora. No fueron de la partida Esteban Righi y el canciller Puig.
Luego de comenzada la reunión llegó el Presidente Cámpora con el
Edecán Presidencial, coronel Carlos Alberto Corral, quien atinó a
retirarse y Perón le pidió que se quedara, obviamente para tener un
testigo militar. En la oportunidad, Perón “le reprochó a Cámpora, en
términos muy duros, la infiltración izquierdista en el gobierno”. Y le
criticó los nombramientos que, dentro de esa tendencia, había producido.
Perón levantaba el dedo índice mientras hablaba. “Yo nunca lo había
visto así”, diría uno de los presentes. “Estaba muy enojado, muy
disgustado. Estaba marcada ya la ruptura con Cámpora”.
En términos similares recordó ese momento, en su libro El último
Perón, el entonces Ministro de Educación, Jorge A. Taiana, cuando
Perón, ostensiblemente nervioso y de mal humor, arremetió: “El Estado
no puede permitir que los edificios y bienes privados sean ocupados o
depredados por turbas anónimas, pero menos aún puede tolerar la
ocupación de sus propias instalaciones. Para eso está la policía y si no es
suficiente debe echarse mano de las Fuerzas Armadas y tomar a los
intrusos: a la comisaría o a la cárcel. Para salvar a la Nación hay que
estar dispuesto a sacrificar y quemar a sus propios hijos”. Según Taiana
“un verdadero exabrupto”.

También confirmó que Perón realizó una muy ácida alusión a la


inoperancia gubernamental, incluida la de los hijos y amigos del
presidente Cámpora, mientras, de pie, contra la pared, el coronel Corral
escuchaba atentamente. Frente a este panorama, Taiana escribió que “me
retiré preocupado, el Jefe y sus allegados vivían un clima tenebroso de
muy malos augurios”. El ministro Taiana no calibró en su real dimensión
la situación que se vivía: El clima tenebroso estaba en la calle, no
adentro de la casa de Gaspar Campos 1065.
“Cuando los pueblos agotan su paciencia hacen tronar el
escarmiento”

La noche del 21 de junio, Perón pronunció un discurso por televisión,


flanqueado por el presidente Cámpora y el vicepresidente Vicente Solano
Lima, Raúl Lastiri e Isabel. Atrás, parados, los ministros completaban la
escena. Desde la izquierda siempre se sostuvo que el ex presidente
desconocía en profundidad lo que acontecía en la Argentina y que
llegaba a destiempo. Sin embargo, nadie cuenta que Perón trajo su
discurso escrito en Madrid, o una guía de lo que diría, simplemente,
porque no lo pueden asegurar. Aquí está la prueba de uno de sus tantos
documentos que trajo en su maletín.

Guía que trajo Perón desde Madrid para su discurso del 21 de junio de 1973

En la ocasión, envió un claro y enérgico mensaje a todas las


“organizaciones armadas”, en especial a Montoneros:

- “La situación del país es de tal gravedad que nadie puede pensar en
una reconstrucción en la que no debe participar y colaborar. Este
problema como ya lo he dicho muchas veces, o lo arreglamos entre todos
los argentinos o no lo arregla nadie. Por eso, deseo hacer un llamado a
todos, al fin y al cabo hermanos, para que comencemos a ponernos de
acuerdo”.
- “Conozco perfectamente lo que está ocurriendo en el país. Los que
crean lo contrario se equivocan. Estamos viviendo las consecuencias de
una posguerra civil que, aunque desarrollada embozadamente, no por eso
ha dejado de existir. A ello se le suma las perversas intenciones de los
factores ocultos que, desde la sombra, trabajan sin cesar tras designios no
por inconfesables menos reales”.
- Hay que volver al orden legal y constitucional como única garantía
de libertad y justicia. En la función pública no ha de haber cotos cerrados
de ninguna clase y el que acepte la responsabilidad ha de exigir la
autoridad que necesita para defenderla dignamente. Cuando el deber está
de por medio, los hombres no cuentan sino en la medida en que sirvan
mejor a ese deber. La responsabilidad no puede ser patrimonio de los
amanuenses.
- “Nadie puede pretender que todo esto cese de la noche a la mañana
pero todos tenemos el deber ineludible de enfrentar activamente a esos
enemigos, si no querernos perecer en el infortunio de nuestra
desaprensión o incapacidad culposa”.

- “Nosotros somos justicialistas, no hay rótulos que califiquen a


nuestra doctrina y a nuestra ideología”.

- “A los que fueron nuestros adversarios, que acepten la soberanía de


pueblo, que es la verdadera soberanía, cuando se quiere alejar el
fantasma de los vasallajes foráneos, siempre más indignos y costosos”
- “Los que pretextan lo inconfesable, aunque lo cubran con gritos
engañosos o se empeñen en peleas descabelladas, no pueden engañar a
nadie. Los que ingenuamente piensen que así pueden copar nuestro
Movimiento o tomar el Poder que el pueblo ha conquistado, se
equivocan”.

- “Ninguna simulación o encubrimiento por ingeniosos que sean


podrán engañar. Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse que,
por ese camino, van mal…a los enemigos embozados, encubiertos o
disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los
pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento.”

Perón habla en cadena nacional el 21 de junio a la noche

El viernes 22 de junio de 1973, el embajador Lodge, volcó en el cable


Nº 4419, del 22 de junio, su opinión del discurso de la noche anterior. En
un largo informe de ocho puntos, consideró que “un Perón nada
sonriente dijo anoche lo que los peronistas moderados y casi todo el país
quería oír. Dejando de lado los extremos, Perón convocó a todos los
argentinos a dejarse de tonterías y ponerse a trabajar. Pidió sacrificio y
una producción creciente, para un retorno al orden legal y una
reconciliación nacional. (…) No fue un discurso para sus seguidores
peronistas, fue un discurso para todos los argentinos (…) En una clara
advertencia a los terroristas, dijo que hay un límite para la paciencia del
pueblo argentino y el movimiento peronista”. El discurso fue
“eminentemente sensible y moderado, no fue lo que los extremos de
izquierda y derecha querían oír. Más aún, Perón dijo que éstos debían
volver al centro o enfrentar las consecuencias. No fue por accidente que
López Rega y Lastiri, dos moderados, estaban detrás de él, mientras
habló, o que recibió a los moderados ministros Gelbard, Benítez y
Taiana, durante el día, excluyendo al ministro del Interior, Righi”.
Juan Domingo Perón visitó a Ricardo Balbín. La
conspiración.

El domingo 24 de junio de 1973, regía un gobierno constitucional pero


seguían actuando las organizaciones armadas. Ese domingo 24 de junio,
“La Opinión” informaba que no habían novedades de los paraderos de
cuatro empresarios secuestrados: John Thomson, presidente de Firestone
Argentina por quien pedían 1.500 millones de pesos y se pagó 1.000.000
de dólares; Charles A. Lockwood, un empresario británico que llevaba
más de tres semanas de desaparecido (se abonaron 2.300.000 dólares al
PRT-ERP por su liberación); Kart Gerbhart, un alemán, gerente general
de Silvana S.A. y en Córdoba había sido secuestrado por grupos armados
en plena calle Manuel Ciriaco Barrado, un empresario de una fábrica de
papel. Todo esto mientras el gobierno preparaba una ley de inversiones
extranjeras.

En esas horas, la historia comenzaba a trazarse en otro lado, durante el


encuentro que mantuvo Perón con el líder del radicalismo, Ricardo
Balbín, en el ámbito del Congreso de la Nación. La cumbre se iba a
realizar en la casa de Balbín en La Plata, como devolución a la visita que
el jefe radical hizo a la casa de Gaspar Campos el 19 de noviembre de
1972, pero por razones de seguridad se concretó en las oficinas de
Antonio Tróccoli, jefe del bloque de diputados de la Unión Cívica
Radical. “Mi casa en Buenos Aires es el bloque legislativo”, había
opinado Balbín. Oficiaron de mediadores el propio Tróccoli y el
presidente de la Cámara Baja, Raúl Lastiri. De esa reunión Tróccoli dejó
constancia escrita: “Yo estuve con los dos y yo lo escuché decir a Perón:
Los dos hagamos de copresidentes. Los dos apuntalando un gobierno
para poner en orden al país.”
Ricardo Balbín quedó sorprendido por la forma de hablar de Perón
sobre el gobierno de Cámpora. La feroz censura se abatió sobre el propio
Cámpora y algunos de sus ministros y fue directamente al grano: no
estaba de acuerdo las ocupaciones a las oficinas públicas y de los
excesos que se cometían a diario, y le dijo que se intimaría a los grupos
armados para que se desarmen “y si no actuará la Policía que para eso
está”. Balbín nunca imaginó la profundidad y la vecindad de la crisis. Al
referirse a los hechos de Ezeiza, el jefe radical le comentó: “No se
equivoque general, esos tiros eran también para usted”. Perón le
adelantó que se habrían de producir cambios en el gobierno. “Claro,
respondió Balbín, es de suponer que cuando se sancionen las
modificaciones a la ley de ministerios, todos ofrecerán sus renuncias y
entonces se producirán los cambios”. La respuesta de Perón no se hizo
esperar: “No, no podemos esperar tanto; tendrán que producirse ya
mismo”.
El lunes 25 de junio de 1973, Cámpora dirigió un mensaje al país,
sosteniendo que el marco político de la reconstrucción y liberación no
admitía ni la anarquía ni la intolerancia y que el gobierno ejercería su
autoridad con plenitud. Pocas horas antes, en Campana, provincia de
Buenos Aires, había caído muerto a escopetazos el ex diputado nacional
Alberto Armesto, un peronista ortodoxo, ex colaborador del sindicalista
Augusto Timoteo Vandor (asesinado por proto montoneros en junio de
1969), que se había opuesto a la candidatura a gobernador de Oscar
Bidegain (respaldado por Montoneros).
En la puerta de Gaspar Campos, los doctores Carena y Cossio con Perón

El martes 26 de junio de 1973 ocurrió lo inesperado: cerca de la 01.30


de la madrugada, Perón tuvo fuertes dolores de pecho. Mucho más
intensos y duraderos que los que ya había sufrido a bordo del avión que
lo trajo a la Argentina unos días antes. Llamado el doctor Pedro Cossio a
media mañana, observó que había padecido un infarto agudo de
miocardio. Hasta ese momento lo había atendido de urgencia el doctor
Osvaldo Carena. Cossio recetó reposo absoluto dentro de Gaspar
Campos, pero el 28 registró “un episodio que, por sus características, se
diagnostica y trata con éxito como pleuropericarditis aguda, con
agitación y fiebre”. A partir de ese instante, el joven Pedro Ramón
Cossio es integrado al equipo de su padre, para atender a Perón y, sin
proponérselo, pasó a convertirse en un testigo privilegiado, porque
estuvo durante doce días de 10 de la mañana a las 22 sin separarse del
enfermo. Fue testigo de las vejaciones de Perón a Cámpora: en uno de
esos días de junio en los noticieros se observa cómo el presidente de la
Nación entraba a Gaspar Campos, mientras Cossio permanecía con
Perón en la habitación del primer piso. Cámpora permanecía un rato en
la planta baja, sin ser recibido, y al salir relataba al periodismo qué había
conversado con el dueño de casa y que lo había encontrado muy bien.
“Allí intuí -razonó el médico- que Cámpora dejaría pronto su
investidura”.

Interpretando a Benito Llambí

“Pocos días después del 20 de junio, Benito Llambí relató años más tarde
en sus Memorias de medio siglo de política y diplomacia, recibí un
llamado de Raúl Lastiri (presidente de la Cámara de Diputados), quien
quería verme con cierta urgencia. Al día siguiente me visitó,
acompañado por (el Ministro de Economía, José Ber) Gelbard, tal como
habíamos combinado”. A continuación, Llambí relató que Lastiri le dijo
que venía a concretar “un cometido solicitado por Perón”. Era inminente
la caída de Cámpora y había que organizar una transición que permitiera
llamar a elecciones presidenciales donde pudiera ser candidato el general
Perón.
El vicepresidente de la Nación, Vicente Solano Lima, estaba de
acuerdo y ofrecería su renuncia. “De lo que se trataba era de asegurar un
gobierno provisional que se limitara a dos cosas: por un lado depurar los
cuadros de la administración pública de aquellos elementos adscritos a la
Tendencia, y por el otro, convocar de inmediato a elecciones y garantizar
su realización con absoluta limpieza”. El plan general lo trató Gelbard al
explicar que Lastiri asumiría como presidente interino, previa maniobra
para ausentar de su cargo a Alejandro Díaz Bialet, presidente provisional
del Senado y tercero en la línea sucesoria. Seguidamente, Lastiri le
comunicó que Perón había pensado en él para ocupar la cartera de
Interior. Llambí se sorprendió y le dijo que se sentiría más cómodo en la
Cancillería, porque estaba preparado para ser el jefe del Palacio San
Martín. También explicó que no se sentía cómodo “en la función de la
represión, dada la decisión de la guerrilla de continuar operando, a pesar
de la normalización institucional del país”.
En un momento pidió un paréntesis para ordenar sus ideas y al
regresar a la reunión, le pidió a Lastiri que le explicara un poco más por
qué Perón quería que ocupara el ministerio del Interior, pero la respuesta
la dio Gelbard: “Enfatizó que Perón había expresado que necesitaba un
hombre de diálogo” y le advirtió sobre los riesgos que se corría en
algunas provincias, entre las que no se descartaron Buenos Aires,
Córdoba y Mendoza. Al preguntar quién sería el canciller, Gelbard
musitó “Juan Alberto Vignes”, un oscuro diplomático, alejado del
Servicio Exterior con duras acusaciones, que se encontraba al frente de la
asociación de diplomáticos jubilados.
La escena que pintó el embajador Llambí tiene otras singularidades,
raíces, y color. La reunión se realizó en el 9º piso del edificio de la
avenida del Libertador, pegado a la residencia del embajador de los
Estados Unidos. El que le pedía encontrarse era Raúl Lastiri, su vecino
del piso 10º, casado en ese momento con Norma López Rega. Los dos
invitados llegaron a la cita, a la que Llambí no le puso fecha, pero todo
indica que fue en las horas posteriores al ataque cardíaco de Perón.
A esta altura los lectores saben que Perón, por distintas expresiones,
llegó para sacarlo a Cámpora de la Casa Rosada. El coordinador de los
detalles del “golpe blanco” como queda claro fue José Ber Gelbard, el
hombre fuerte del gabinete, con quien el matrimonio Llambí había
cultivado una importante relación personal. Cuando Lastiri y Gelbard
entraron en el amplio living de los Llambí salió a saludarlos Beatriz
Haedo y luego los acompañó al escritorio de la casa, cuyas ventanas
miran hacia el Monumento a la Carta Magna y las Cuatro Regiones
Argentinas (más conocido como monumento a los españoles). Dejó a los
invitados pero se quedó cerca, alerta, rondando el living. Cuando Benito
relata en su libro que “en un momento pidió un paréntesis para ordenar
sus ideas”, sin decirlo, le hizo un homenaje a su esposa porque consultó
el ofrecimiento con ella:

- Benito: Me han ofrecido Interior.


- Beatriz: ¿Exteriores?

- Benito: No, no, Interior. Les dije que yo no soy para reprimir y me
contestaron diciendo que el General me necesita porque allí debe ir un
hombre de diálogo.
Beatriz notó la desazón de su marido, y recordó un consejo de su
padre: “Nunca hay que dejar pasar la oportunidad”. Después se verá…
Luego, Llambí volvió a la reunión, aceptó el ofrecimiento y escuchó la
estrategia que desarrolló Gelbard.
El viernes 29 de junio de 1973 el diputado Rodolfo Arce ingresó a la
Cámara un pedido de informes señalando la necesidad de enjuiciar a
Cámpora y su ministro Righi a fin de que revelen sus responsabilidades
en los sucesos de Ezeiza. Fue una señal amarilla que muy pocos
percibieron. En esas horas cada uno hacía su juego. “Lo ocurrido en
Ezeiza, dijo Arce en la Cámara de Diputados, es la consecuencia de una
política carente de responsabilidad iniciada el 25 de mayo desde el
Ministerio del Interior e imitada por algunos gobernadores. En sólo 20
días de gobierno se comprometieron los planes de gobierno del jefe del
movimiento, que propugnaba la unidad nacional; los bienes, la vida y los
derechos de los ciudadanos están a merced de bandas armadas. De estos
hechos, el pueblo peronista era un espectador asombrado…lo lamentable
fue comprobar que entre los grupos actuaban guerrilleros de origen
brasileño y francés, que con alevosía ametrallaban a la multitud…”. “El
25 de mayo -siguió Arce- le expresé a Carlos Alberto Cámpora
textualmente: ‘Carlitos, papá no podrá llevar adelante este proceso con el
doctor Righi en el Ministerio del Interior’. Mis predicciones se han
cumplido”.
El sábado 30 de junio de 1973, Perón recibió al embajador Cheng
Wei Chih, de la República Popular China. “No hubo ningún trascendido
oficial, pero el tema del encuentro fue el viaje que en fecha próxima
emprenderá Perón hacia Pekín, en cuyo transcurso estaría prevista una
reunión con Mao Tse Tung”, informó La Opinión en tapa al día
siguiente. Se entendía que el periplo se extendería a Corea del Norte “y
tal vez Vietnam del Norte”. Era una cortina de humo, Perón no estaba en
condiciones de realizar el menor esfuerzo. Lo único cierto fue el viaje de
Isabel Perón, José López Rega y su hija Norma Lastiri a Pekín y Corea
del Norte, en abril de 1973, con la cobertura exclusiva de la corresponsal
de Las Bases y “compañera” Gloria Bidegain.18
El miércoles 4 de julio de 1973, por la mañana, Cámpora presidió
una reunión de gabinete, a la que se sumaron Isabel Perón, Raúl Lastiri y
el vicepresidente Vicente Solano Lima, donde se trataron algunos temas
personales del general Perón. Su enfermedad y el reposo que debía
guardar; la restitución de su grado militar y sus haberes devengados. En
la ocasión, tanto López Rega como su yerno Raúl Lastiri ensayaron una
crítica frente a la situación general del país. El mismo grupo, sin la
inclusión de los ministros del Interior y Relaciones Exteriores, fueron
citados a trasladarse a la residencia de Gaspar Campos por la tarde.
Perón recibió a los asistentes en el living, departió un rato, invitó con
café, y luego se retiró a la planta alta.
Estaba todo planeado: luego pasaron al amplio comedor e Isabel tomó
la cabecera, dejando a Cámpora a la derecha y López Rega a su
izquierda. La otra punta de la mesa la ocupó Vicente Solano Lima, con
Gelbard y Ángel Federico Robledo a sus flancos. La conversación
comenzó con unas palabras de Isabel referidas a la proximidad de un
nuevo aniversario de la muerte de María Eva Duarte de Perón y los actos
en consecuencia, e hizo saber que no deseaba la presencia de la
muchachada “desmelenada y ruidosa”, según recordó Jorge A. Taíana.
Luego tomó la palabra López Rega para reiterarle a Cámpora las mismas
críticas que había expresado a la mañana a las que se sumó Isabel,
llegando a amenazar a todos con llevárselo a Perón de vuelta a Madrid.

Le tocó a Vicente Solano Lima dar el golpe de gracia al reconocer que


estando Perón en la Argentina y como respuesta al anhelo de la gente él
presentaba su renuncia indeclinable de vicepresidente. Siete años más
tarde reiteraría en un reportaje las mismas palabras que pronunció:
“Como lo ha señalado el señor Presidente de la Nación, el pueblo
argentino quiere ser gobernado por el general Juan Domingo Perón. Pero
para que ello sea posible presento en este mismo acto mi renuncia
indeclinable de vicepresidente”. El recuerdo que Lima hizo de ese
momento fue que Cámpora se quedó mirándolo en silencio unos
segundos y dijo “bueno, yo también renuncio” y mirándola a Isabel sería
más explícito: “Señora, todo lo que soy, la misma investidura de
Presidente, se la debo al General Perón. Por lo tanto usted lo sabe, el
cargo está a disposición del general Perón, como siempre lo estuvo”.
Terminada la sesión en el comedor, Isabel, López Rega, Cámpora,
Solano Lima y Taiana subieron al primer piso donde Perón estaba
sentado en una mecedora. El Presidente en ejercicio volvió a reiterar su
gesto de reconocimiento y generosidad y Perón, como desentendido, dijo
que “habría que pensarlo”. López Rega exclamó que no había nada que
pensar y que no había que demorar las cosas.

- “¿Y los militares?”, preguntó Perón.

- “No hay ninguna preocupación”.


- “Bien”.
El martes 10 de julio a las 17.50, en la casona de Gaspar Campos,
Perón se encontró a solas con el comandante en jefe del Ejército. El
encuentro había sido largamente buscado por el jefe del Ejército. Se
habían conocido en Morón y llegó a Gaspar Campos de la mano del jefe
de la custodia Juan Esquer o de José Ignacio Rucci (en eso difieren las
crónicas de la época). Durante el diálogo, el general Raúl Carcagno
recibió una primicia de parte del dueño de casa: “Voy a hacerme cargo
del gobierno y quiero que el Ejército lo sepa antes que nadie.” Era toda
una señal. Hablaron también de cuestiones personales como la
restitución del grado militar porque el jefe militar llevó una carpeta sobre
esta cuestión que se hallaba demorada. Como ocurrió en el primer
encuentro con Cámpora, el jefe del Ejército llegó un escrito que leyó. No
deseaba improvisar.
Juan Domingo Perón y el teniente general Jorge R. Carcagno hablaron
a solas, si bien el jefe militar llegó a las 18 acompañado por el coronel
Jaime Cesio. Conversaron durante un poco más de una hora y se dio una
situación poco usual, sorpresiva. Carcagno le leyó —siete carillas— al
ex presidente lo que deseaba comunicarle. Así consta en su archivo.

Minuta que leyó Carcagno frente a Perón el 10 de julio de 1973

Tras una muy corta y respetuosa introducción, el comandante en Jefe lee.


El núcleo central de su alocución es el siguiente:
-“Entiendo que el Ejército debe colocarse sin más dilaciones al
servicio de los verdaderos intereses de nuestro país. Prefiero abstenerme
de volver al pasado, especialmente al pasado inmediato, porque Usted lo
conoce bien y además porque no resulta constructivo. Pero es ineludible
mencionar que esta vocación de servicio con su marco de referencia
nacional, hace tiempo que no existe o por lo menos que no se la advierte
con claridad.”
-[…]” Es indispensable obtener una verdadera comunión espiritual
entre Pueblo y Ejército, tarea nada fácil porque en este momento, ahora,
carece el Ejército de una verdadera conciencia nacional. El formarla
demandará tiempo y esfuerzos considerables, pero lo esencial es que se
comience.”

- “En el convencimiento de que la lucha contra la violencia debe


llevarse a cabo erradicando las causas, de la que aquella no es más que
un efecto, el Ejército debe comprometerse contra ella en medida inversa
a la desaparición de las causas. Dicho en otros términos, se estima que el
nuevo Gobierno frenará a la violencia al interpretar debidamente el sentir
y las necesidades populares. Sin embargo, siempre han de subsistir los
sectores ultra radicalizados o neo-nihilistas y el triunfo contra ellos, que
no será a corto plazo, será obtenido cuando se concrete esta real unión de
Pueblo y Ejército.”

-“Me resulta por ahora muy difícil proyectar al Ejército hacia su


futuro. Excepción hecha de mis colaboradores más inmediatos, pocos
son los que comprenden la aceleración de la época en que nos ha tocado
vivir…por esta razón es como le dije dificultoso hacer entender nuevas
concepciones, disminuir el grado de intolerancia y obtener una
aceptación razonada y espiritual de que no se puede permanecer
indiferentes al cambio o aferrarse a prejuicios perimidos y absolutamente
caducos. El hombre es conservador por naturaleza, se resiste a los
cambios y prefiere no entrar en regiones que no conoce ni domina. Por
las razones que le estoy expresando, cada vez que se trata de abrir
nuevos caminos al pensamiento, en nuestra institución se es tildado de
marxista, maoísta o algo similar. A mí personalmente no me asusta el
marxismo ni aun los extremismos más inéditos, aunque tampoco los
subestimo…”.

También le va a leer a Perón las diferentes tareas sociales que piensa


realizar con la colaboración del Ministerio de Bienestar Social y sobre su
próxima participación en la Conferencia de Ejércitos Americanos a
realizarse en Caracas, Venezuela. Sincera reflexión: al observar los
textos leídos a Cámpora y Perón parecería que el que habla no es
Carcagno. Es Cesio, de quien ya se decía que era un “marxistoide”. Si es
así el comandante en Jefe se perjudicó porque el Perón que llega a la
Argentina lo hace para “limpiar”, adecentar, al peronismo con el apoyo
de la ortodoxia. Primer error del coronel Carlos Dalla Tea, jefe de
Inteligencia del Ejército, el no haberlo informado a su Jefe de lo que
decía Perón en privado y en público en Madrid. El segundo error lo va a
cometer en octubre y luego en noviembre, ya veremos.

Por esos años muchos empresarios y el mundillo político muy


informado recibían el semanario de circulación restringida Última Clave,
una publicación que solía reflejar muy bien el pensamiento de las
Fuerzas Armadas, especialmente el Ejército, el radicalismo próximo a
Balbín y algunos sectores conservadores. En edición del 12 de julio de
1973, el medio relató algunos pasajes del encuentro entre Perón y el
teniente general Raúl Carcagno: “No quiero un ejército peronista, el
momento requiere un ejército comprometido con la realidad nacional. No
estamos para caer en cosas ya superadas. ¡Qué homenajes, ni qué
elogios! No, no, el momento nos llama a todos, y esas cosas ya no tienen
lugar en nuestra Argentina…”, dijo Perón. Luego habló de “la necesidad
de crear un clima de tranquilidad en el país y de superar la imagen de
desorden, agudizada en los últimos tiempos…”. En otro momento
explicó que “la enfermedad me demoró la solución de algunos problemas
que presenta el movimiento peronista…”. “A los grupos guerrilleros los
arregla la policía (…) Hay que dejarse de infantilismos, de chiquilinadas:
la policía está para reprimir”, dijo en obvia alusión al Ministro Righi.

La noticia de las renuncias de Cámpora, Solano Lima y el gabinete de


ministros, una vez ultimados todos los detalles, debía ser conocida el
sábado 14 de julio, día de la fiesta nacional de Francia. Pero se adelantó
en un día porque Clarín publicó unas declaraciones del vicegobernador
de la provincia de Buenos Aires, Victorio Calabró, en las que sostenía
que “estando el General Perón en el país nadie puede ser presidente de
los argentinos más que él”. Además, Calabró desataba otra interna al
decir que “había mandatarios provinciales disfrazados de peronistas que
también debían ser barridos”, en clara alusión al gobernador Bidegain
(Buenos Aires), Martínez Vaca (Mendoza), Obregón Cano (Córdoba) y
otros. Lo dijo así: “Darles obras de las que tiene Perón en sus manos a
muchos de sus gobernadores sería un pecado, porque serian ellos los que
las llevarían a cabo con ideologías que no son justicialistas”.
Luego de las palabras de Calabró, el presidente Cámpora y sus
allegados estimaron que era preferible adelantarse antes que ser
empujados fuera de la Casa Rosada por la “pandilla” (término con el que
se referían a los que rodeaban a Perón). Al mismo tiempo, la sorpresa
evitaría que importantes sectores se movilizaran pidiendo por Perón.

El viernes 13 de julio, José Ber Gelbard contó a los periodistas


acreditados en su Ministerio que “este ha sido uno de los secretos mejor
guardados de la historia política argentina. Sólo catorce lo sabíamos” y
entre esos hombres estaba Perón. La frase del día la pronunció el
secretario general de la CGT en la sala de prensa de la Casa Rosada: “Se
terminó la joda”.
Desde los días del armado del delicado entramado institucional dos
cuestiones pesaron sobre algunos de los operadores. ¿Cómo debía llegar
a la Presidencia de la Nación y acompañado con quién? Según la ley de
acefalía que regía en ese momento, se especificaba que tras la renuncia,
destitución o muerte del Presidente de la Nación el sucesor era el
vicepresidente. O en su defecto por el presidente provisional del Senado
(Alejandro Díaz Bialet), el titular de la Cámara de Diputados (Raúl
Lastiri) y en tercer lugar al presidente de la Corte Suprema de Justicia. A
Díaz Bialet se lo sacaron de encima encomendándole una misión en el
Exterior. Así llegó Lastiri.
No faltaron aquellos que propusieron la reunión de una Asamblea
general que proclamara a Perón, previa modificación de la Ley de
Acefalía. Tanto el radicalismo como las Fuerzas Armadas no estuvieron
de acuerdo. Perón, ese mismo día, dijo por radio y TV: “Yo soy esclavo
de la constitución”, dando por tierra con la especulación. También, en la
puerta de Gaspar Campos, se las ingenió para mandar otro mensaje: “Yo
con Balbín voy a cualquier parte”. Esa era otra cuestión.
El radicalismo tenía una línea “principista”, cuyo máximo exponente
fue Arturo Íllia, que defendía su autonomía. El grupo renovador
reconocía la jefatura de Raúl Alfonsín y era partidaria de una posición de
centroizquierda y de alianza con sectores peronistas no afines con Perón.
Ellos apoyaban sin reservas a los ministros Righi, Taiana y Puig y
planteaban, para aceptar una fórmula presidencial compartida, “la
eliminación de la burocracia sindical, el retiro del paquete de leyes
económicas del Parlamento que no hablan a las claras de producir una
verdadera liberación e investigación a fondo de los sucesos de Ezeiza”.

La Línea Nacional se encolumnaba detrás de Ricardo Balbín. Ésta era


partidaria de un amplio acuerdo político con respeto a la letra de la
Constitución y tenía quejas muy serias contra la política universitaria de
Cámpora y los sectores de la “Tendencia Revolucionaria”. Al respecto,
se le atribuía a Balbín el haberle dicho en su último encuentro, cuando se
habló de los enfrentamientos de Ezeiza, la frase ya mencionada: “No se
equivoque general, esos tiros eran también para usted”.19

Ya en esos años comenzaba a destacarse a nivel nacional el senador


cordobés Eduardo César Angeloz, quien planteó en La Opinión del 28 de
julio una visión pesimista de esos momentos: “Es una de las más difíciles
de los últimos tiempos de la historia nacional. Tiene un atenuante: el
estado de opinión general respecto del papel que deben cumplir las
Fuerzas Armadas. Hay consenso unánime en torno a la necesidad de que
no deben avanzar sobre la competencia de la civilidad. En otros tiempos
y en circunstancias similares, probablemente hubieran interrumpido el
proceso político”.

Raúl Lastiri asume en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno

El 13 de julio a las 19 horas, el diputado Raúl Lastiri asumió


provisionalmente, ante las dos cámaras, y a las 21 en la Casa Rosada.
Dos ministros dejaron el gabinete: el de Interior, Esteban Righi, y el
canciller Juan Carlos Puig, reemplazados por Benito Llambí y Juan
Alberto Vignes. Inmediatamente, teniendo a los tres edecanes a sus
espaldas, Lastiri dirigió un mensaje en cadena, explicando que en las
elecciones del 11 de marzo pasado “la soberanía del pueblo se ejerció a
través de actos distorsionadores de su verdadera voluntad” y que había
llegado el momento de repararlos y su gestión marchaba en esa
dirección.
El 17 de julio El Descamisado salió a la calle con una larga
declaración firmada por Montoneros y FAR, no unificadas todavía,
culpando de la conspiración que desplazó a Cámpora a José López Rega,
Lastiri, Rucci, Osinde, Iñíguez, Brito Lima, Norma Kennedy, Frenkel y
otros, sosteniendo que “nuestras organizaciones, FAR y Montoneros,
como parte de ese pueblo comprometen todos sus esfuerzos a todos sus
medios en función de esta lucha del conjunto del Movimiento Peronista
contra estos traidores apátridas, verdaderos infiltrados de la CIA”.
Además—sin tener en cuenta lo que había dicho Perón—consideraba
“necesario que el General Perón sea designado por el Congreso como
Presidente Provisional, mediante la modificación de la Ley de Acefalía,
hasta que se produzca su consagración en el próximo acto electoral”. “El
pueblo ya lo dice Cámpora es el vice” proclamaba la revista Militancia
del 19 de julio, dirigida por los abogados del PRT-ERP, Rodolfo Ortega
Peña y Eduardo Duhalde

Quieto, Firmenich, Galimberti y Vaca Narvaja

El retroceso de la Tendencia Revolucionaria era evidente. Tras Ezeiza el


discurso de Perón comenzaba a tomar otra sintonía. Advertía al
Movimiento sobre el peligro de la infiltración. Luego vino la caída de
Cámpora y la salida del gabinete de los ministros Righi y Puig. Como en
el juego de las máscaras chinas, las organizaciones ligadas a Montoneros
sostenían defender a Perón y salen a la calle para romper “el cerco” que
le habían tendido. Con esa finalidad marchan a su encuentro en Olivos y
logran ser recibidos por el Líder. Afuera, dijo El Descamisado, quedaron
esperando 80.000 almas. Entraron Juan Carlos Dante Gullo y Juan
Carlos Añón del Consejo Superior de la Regional 1 y Miguel Lizaso y
Roberto Ahumada, responsables de la zona Norte y Capital Federal de la
misma Regional. Perón, sonriente, les explicó que estaba convaleciente y
“no he podido recibir a nadie, antes de ustedes, por razones de salud”.
También les dijo que el doctor Cossio no le había “dado el alta hasta el
día de mañana domingo”.

Perón se interesó por la forma organizativa que tenía la JP. Cuando


intentaron explicar, López Rega opinó que “las juventudes peronistas son
muchas y están divididas”. Los visitantes reclamaron la representación
de la misma dada la cantidad y calidad de sus cuadros. Hablaron de “500
mil compañeros”. Lo más sustancial fue cuando afirmaron que
“permanentemente la JP ha sido convidada de piedra dentro del proceso
que vive el país”. Pidieron mantener “un contacto permanente, sin
intermediarios, para recibir las directivas y explicar la realidad política
de los objetivos de la Reconstrucción Nacional”. Cuando terminaron de
exponer, Perón opinó que era muy importante “la demanda” y, según el
órgano de la “Tendencia”, señaló a Juan Squer, el jefe de la custodia,
como “encargado de cumplimentar el momento en que me quieran ver
los compañeros”. Pocas horas más tarde la Secretaría de Prensa de la
presidencia de la Nación informó que el contacto entre la JP y el jefe
justicialista sería el ministro José López Rega.

La campaña presidencial
Finalmente, el sábado 18 de agosto de 1973, Perón acepto la candidatura
presidencial que le había ofrecido el congreso nacional del justicialismo,
en un acto realizado en el Teatro Cervantes donde pronuncia un extenso
discurso que combinaba exhortaciones a la unidad, a la reconstrucción
nacional, con revelaciones de su propio estado físico y la inacabada
ironía de saludar a sus adversarios políticos. Para despejar rumores (que
ahora se sabe que eran certezas), Perón leyó un informe médico de once
días antes firmado por los doctores Cossio y Taiana, en el que se declara:
“1º) El teniente general Juan Domingo Perón se encuentra restablecido
de la afección comprobada el 16 de junio del corriente año; 2º) La
actividad futura debe contemplar y ajustarse a la situación física
vinculada a la edad y a la afección padecida.”
“Nuestros críticos deben pensar que hemos recibido el país en una
situación casi caótica, donde lo primero que se ha destruido es el
argentino, que es el que más vale (…) quizás la primera regla de la
filosofía de la acción aconseje ver, base para conocer, conocer, base para
apreciar, apreciar, base para resolver, y resolver, base para realizar (…)
tenemos que persuadir al país de la necesidad de trabajar, porque eso es
lo único que construye; el trabajo que el país realice será proporcional a
su propio destino”. Planteó también la reorganización del movimiento,
un objetivo que no se llevó a cabo. Para esa finalidad, durante una
reunión que se realizó en Gaspar Campos, el domingo 31 de julio, había
constituido el Consejo Superior integrado por cuatro representantes de
cada una de las ramas y una “mesa directiva” formada por los
compañeros Martiarena, Rucci, Silvana Roth y Yessi”, sin ninguna
presencia de los sectores de la Tendencia. Era toda una señal publicada
en la revista Las Bases del 1º de agosto.

- Yofre: ¿Pedro cuándo tuviste vos la sensación de que él no llegaba al


final de su período?
- Dr. Pedro Cossio: Yo te diría que desde que él tiene su edema de
pulmón, ya siendo electo. Todo esto es muy importante porque también
se van a cuestionar los certificados que pidió a los médicos si estaba o no
en condiciones.
-Yofre: Y que él leyó en el Teatro Cervantes.

- Dr. Pedro Cossio: Él asumió en octubre, hasta ese momento era un


hombre que tenía su enfermedad, pero Eisenhower había tenido tres
infartos y había tenido un período como presidente de los Estados
Unidos. El primer período de Eisenhower tiene infartos, igual es reelecto
y cumple su segundo período. El tema es que cuando ya la enfermedad
cardíaca de Perón, en noviembre, empieza a dar insuficiencia cardíaca
significa que el corazón ya no tenía demasiada fuerza para contraerse. Si
hubiera vivido Perón diez años después o quince años después, se
hubiera podido pensar en revascularizarlo, pero hasta esa época la
técnica se hacía sólo en menores de 70 años. Pero lo serio empieza a
partir del 1º de mayo del 74, comienza con angina de pecho otra vez, que
es dolores y dolores, es decir, amenaza de nuevo infarto.
- Yofre: ¿Por qué te puede dar angina de pecho?
- Dr. Pedro Cossio: Por disgustos, por disgustos importantes, por
exceso de estrés, por un momento de desagrado importante. Y cada uno
de los eventos que él ha tenido ha sido en relación a un momento de
estrés. 20

El último día de agosto, enmarcado dentro de la campaña presidencial


Perón Presidente, la concentración masiva preparada por la CGT a
través de Rucci, fue un verdadero lanzamiento de campaña, con Perón
presenciando la marcha de las columnas. También participaron después
de muchos cabildeos las agrupaciones más reconocidas de la JP, que
habían decidido como estrategia “romper el cerco” que rodeaba a Perón,
una ilusión que se desmoronaba a medida que pasaban los días y que
culminaría el primero de mayo de 1974. El desfile de las columnas
mantuvo a Perón en el palco durante diez horas, con momentos de
tensión hacia el final del encuentro cuando le tocó el turno a los jóvenes
de la Tendencia, que no respetaron las consignas establecidas -y que
habían sido expresamente tratadas entre Gullo, Obeid y Amarilla la
noche anterior con el ministro Benito Llambí- y optaron por recordar la
vigencia de Evita Montonera, que se interpretó como alusión a la
cuestionada figura de Isabel Perón. José Ignacio Rucci optó por
abandonar el palco mientras desfilaban las columnas juveniles para
evitar los cánticos agraviantes o amenazas de muerte.

Septiembre
El comentarista del diario La Opinión Tomás Eloy Martínez defendió la
presencia de la JP en el acto de la CGT señalando que se equivocaban
quienes suponían que Perón marginaría a este combativo sector de la
juventud. “Perón no busca gobernar entre réprobos y elegidos,
interpretaba el periodista, sino alcanzar un acuerdo entre los sectores
enfrentados”. Daba la sensación de que Martínez no leía los diarios ni las
revistas. Al margen, la sociedad política aguardaba el programa de Canal
Trece anunciando un reportaje a Perón. Fue resonante la repercusión que
alcanzó el programa donde Perón conversó en la noche del lunes 3 de
septiembre, en su residencia de Gaspar Campos durante una larga hora,
con los periodistas Sergio Villarruel (comentarista político de Canal 13),
Roberto Maidana (división noticias de PROARTEL) y el director del
diario La Opinión Jacobo Timerman. Detrás de cámaras observaban el
diálogo mientras se grababa el ministro de Economía José Ber Gelbard;
el gerente de producción Carlos Montero y el asesor del noticiero del 13,
Pablo Rodríguez de la Torre.21

- Periodista: Toquemos ahora el tema que a todo el mundo se le


escabulle un poco: la juventud.

- Perón: Perfecto, encantado. Nosotros, en 1945, chocamos


evidentemente con una juventud que no nos era favorable. En el desfile
que hemos visto el otro día eran todos jóvenes. Viejos por casualidad
había alguno. Ése que ayer era el único privilegiado hoy es el
revolucionario.

- Periodista: ¿Qué función le atribuye usted hoy, 1973, Argentina, a


esa juventud?

- Perón: La juventud hay que tenerla aparte y no contaminarla. Los


muchachos son los que han realizado, no el trasvasamiento generacional
de un partido político, que no tiene ninguna importancia, sino el
trasvasamiento generacional de la Nación Argentina, del país. A los
muchachos no hay que cortarles las alas hay que dejárselas, ya el tiempo
se encargará de írselas cortando. Los muchachos se han exacerbado un
poco. Por eso dice Chou En-lai: “la juventud es maravillosa pero no hay
que decírselo”. Dios me libre si se lo decimos todos los días.
- Periodista: ¿Usted no desconocerá que durante 18 años mucha gente
estuvo deseando su desaparición física y que hoy no quieren que usted ni
siquiera se resfríe?

- Perón: Sí, algo de eso me ha llegado. Es precisamente cuando me


voy a morir. Han esperado mucho.

- Periodista: Y bien, hablemos de las Fuerzas Armadas. ¿Cómo las ve


usted en el próximo gobierno?

- Perón: Yo soy un general con 45 años continuados de servicio, de


manera que de ese oficio sé, no mucho pero sé algo. Creo que a las
Fuerzas Armadas hay que dejarlas tranquilas para que trabajen en su
misión específica, que la tienen. Entonces nosotros tenemos que pensar
que el Ejército es una parte de la nación, que se ocupa de ese sector, de la
continuación de la política por otros medios. Que las Fuerzas Armadas
tomen en reemplazo de las fuerzas políticas, la dirección política
internacional en el país, esas son cosas que no pueden ser. Sin penetrar
profundamente en el asunto, para mí eso es un asunto total y
absolutamente inconstitucional. Si hemos de ajustarnos a la Constitución,
las relaciones internacionales, son resorte exclusivo del Presidente de la
Nación…

Cuando Héctor Cámpora asumió la Presidencia, en mayo de 1973, la


inflación andaba en torno al 80 % anual. El gobierno del teniente general
Alejandro A. Lanusse, políticamente desgastado por el tema del retorno
de Perón, no tenía autoridad política para contener las presiones
sectoriales. Perón era partidario de los Acuerdos Sociales, como medio
para subir el salario real (poder adquisitivo de los trabajadores) y, al
mismo tiempo, mantener bajo control la inflación. A simple vista, el Plan
Gelbard fue un acuerdo entre la CGT y la Confederación General
Económica (Rucci y Gelbard ), por el cual se acordaban aumentos
salariales, al tiempo que se congelaban los precios (la famosa inflación
cero).
¿Qué sucedió? La aparición de mercados negros por todos lados; si
uno quería comprar un producto le decían que al precio oficial no había,
pero al negro sí. Cuando Gómez Morales reemplazó a Gelbard, quien era
odiado por López Rega (ya había muerto Perón), anunció la muerte de la
“inflación 0“, en una famosa entrevista en Tiempo Nuevo, con Bernardo
Neustadt, al afirmar: “esto así no sigue más”. ¿Cómo terminó todo? Con
el famoso “rodrigazo”, que significó el fin de López Rega, y también de
Isabel.

Ataque al Comando de Sanidad del Ejército

El jueves 6 de septiembre, la “Compañía José Luís Castrogiovanni” del


Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) atacó el Comando de Sanidad
ubicado en la zona sur de la ciudad de Buenos Aires, con la intención de
robar armas, municiones y equipos médicos. La incursión terrorista fue
posibilitada por la intervención del soldado dragoneante Hernán
Invernizzi22, encargado de los relevos de la guardia, que ordenó abrir las
puertas del Puesto 2 del instituto militar para dejar entrar un camión Ford
350 que, supuestamente, traía vituallas. Así fueron sorprendidos el
teniente primero Eduardo Rusch y el soldado dragoneante Osvaldo
Degdeg heridos con varios disparos. Estando en el piso Degdeg uno de
los asaltantes dijo que lo quiso rematar pero su compañero le dijo
“dejalo”.
El operativo fracasó porque dos soldados lograron evadirse y se
presentaron a la comisaría 28a, cercana a tres cuadras, y puso sobre aviso
al Comando Radioeléctrico que rodeó la guarnición. Por los fondos de la
guarnición entró un grupo de militares al mando del teniente coronel
Raúl Juan Duarte Ardoy. Cuando los terroristas se vieron atacados por su
retaguardia –pese a haberse rendido e izado una sábana como bandera
blanca- abrieron fuego y la metralla mató a Duarte Ardoy, segundo Jefe
del Regimiento Patricios. También fueron heridos otros oficiales y
soldados, como es el caso del teniente Castro Vellaz, herido en el hígado
cuando acompañaba a su jefe.
Luego de arduas negociaciones vía telefónica, los guerrilleros -que
reclamaban la presencia de un juez, periodistas y legisladores- se
entregaron. Además del propio soldado entregador, figuraban como
miembros del comando asaltante Alberto Clodomiro Elizalde Leal,
Miguel López, Ramón Gómes, Martín Ricardo Marcó y Carlos Ponce de
León amnistiados el 25 de mayo de 1973. En el caso de Ponce de León
había sido condenado, previo a su liberación, por el secuestro y asesinato
del presidente de la FIAT, Oberdan Sallustro. Otro, Alejandro Ferreyra
Beltrán, había participado en la fuga de los presos del penal de Rawson
hacia Chile y posteriormente a Cuba en agosto de 1972.

También cayó preso el periodista Eduardo Anguita. La Prensa agregó


otros nombres: Rubén Oscar Juárez, Rodolfo Rodríguez, Oscar
Mathews, Arturo Vivanco y Gabriel Di Benedetti, hermano del “Tordo”
Osvaldo Sigfrido Di Benedetti, uno de los que intervino en el caso
Sallustro y sindicado como responsable y partícipe de numerosos hechos
terroristas (amnistiado el 25 de mayo de 1973).
El ataque del PRT-ERP tenía una explicación: la conducción ya estaba
pensando en la formación de la Compañía de Monte Ramón Rosa
Jiménez que aparecería en Tucumán algunos meses más tarde y los 150
fusiles FAL que estaban en la Sala de Armas les eran imprescindibles.
Fue el primer ataque a una unidad militar de la guerrilla marxista desde
la asunción de las autoridades constitucionales y marcaba la tendencia de
este grupo subversivo a focalizar su táctica de combatir a las Fuerzas
Armadas y de Seguridad, sumado a los secuestros extorsivos, sin utilizar
el mismo camino de los Montoneros de asesinar a dirigentes políticos y
sindicales, propio de la batalla que se libraba al peronismo.
La repercusión fue muy grande. En el Parlamento, el titular de la
Cámara Baja, Salvador Bussaca dijo que “se trató de un hecho
protagonizado por marginados de las luchas populares”. Caía en un error,
no se trataba de “luchas populares”, se trataba de la toma del poder a
través de “una guerra popular prolongada”. Perón apenas se refirió al
hecho, sólo expresó que “es un delito común…si tienen pauta ideológica
allá ellos…el gobierno no tiene nada que considerar. El bandido de
cualquier ideología que sea, es bandido”. Las palabras de Perón volvían
a poner sobre el panorama político una decisión que se conversaba
todavía en voz baja pero que iba recalentando el ambiente: cuál de las
fuerzas debería combatir con la ley en la mano al terrorismo de todo tipo.
Perón no dejaba de señalar a los guerrilleros como “bandidos” con lo
cual abría el camino de la represión policial únicamente.
La noche del velatorio de los restos de Duarte Ardoy en el Regimiento
Patricios se vivió un clima de gran nerviosismo entre la oficialidad joven
y de crecientes críticas a la conducción del Ejército. En esas mismas
horas se hablaba de una reunión del coronel Cesio con los jefes de las
regionales de la JP por gestión del dirigente nacionalista Basilio Serrano
y el teniente coronel Obregón, destinada a establecer contactos
“horizontales” entre elementos de FAR y Montoneros con oficiales del
Ejército. La dinámica de todas las organizaciones armadas llevaría al
teniente general Raúl Carcagno y el coronel Jaime Cesio a la situación de
retiro en pocos meses. Apenas unos días más tarde el Poder Ejecutivo
Nacional emitió el Decreto Nº 1453/73 por el que se declaró ilegal la
actividad del autodenominado Ejército Revolucionario del Pueblo.

Las advertencias de Mario E. Firmenich a Juan Perón

El sábado 8 de septiembre, Juan Domingo Perón se reunió con


representantes de la juventud peronista por espacio de dos horas en una
casa vecina de Gaspar Campos 1065. La cumbre fue el resultado de
conversaciones previas con varios grupos y en especial, unos días antes,
cuando Roberto Quieto y Firmenich se entrevistaron con Perón. En esta
ocasión concurrieron representantes de otros sectores, como la
Concentración Nacional Universitaria (CNU), Juventud Sindical
Peronista (JSP), Guardia de Hierro, Fuerzas Armadas Peronistas “17 de
Octubre” (FAP-17). Por la Tendencia Revolucionaria asistieron, entre
otros, Juan Carlos Dante Gullo, Jorge Obeid, Miguel Mosse, Guillermo
Amarilla, Ismael Salame, Pablo Ventura, que representaban a distintos
estamentos con relación directa a Montoneros. Por Montoneros
concurrió el propio Firmenich junto a Alberto Molina. Por FAR lo
hicieron Roberto Quieto y José Lewinger.

Durante la reunión se habló de la futura organización de la juventud,


algo que no se concretaría desde el momento en que la denominada
Juventud Peronista iba tomando distancia del líder y al año siguiente -
tras la muerte de Perón- Montoneros pasaría a la clandestinidad. Perón
trató lo que estaba ocurriendo en Chile con el gobierno de Salvador
Allende, defendió a la organización sindical y, frente a los propios
delegados de las corrientes más radicalizadas, se permitió la licencia de
ponderar a la Generación del 80: “(…) Fue una generación de amigos.
Nadie hizo más por el país que esa generación, notable”. También habló
de su relación con la izquierda y entrelíneas dejó un mensaje: (…) Yo sé
lo que quieren, porque eso me lo han dicho ellos a mí. Porque ellos
creían que yo era uno de ellos pero yo no era uno de ellos, yo era uno de
los nuestros”.
Lo más relevante no se dijo dentro de la reunión sino fuera. Lo afirmó
Mario Firmenich, tras una pregunta de la propia revista El Descamisado,
es decir era un diálogo preparado de antemano23:

- ¿Hasta ahora las organizaciones político militares FAR y Montoneros


se han caracterizado por expresarse militarmente a través de la guerrilla
urbana, esta gestión de ustedes implica un cambio de método en el
accionar político de estas organizaciones?
- La guerrilla es sólo una de las formas de desarrollar la lucha armada;
es sin duda el más alto nivel de lucha política. Este método se desarrolla
cuando los objetivos políticos no pueden ser alcanzados a través de las
formas no armadas de la lucha política. O sea que la guerrilla no es una
política en sí misma sino un método para desarrollar una política en
circunstancias determinadas. Nosotros siempre hemos sostenido que esta
guerra es integral, para repetir al General Perón, que se hace en todo
momento, en todo lugar y de todas formas. Nos definimos por esta forma
de pelear como organizaciones político-militares, siempre nuestro fin
fundamental ha sido y es un objetivo político; en las actuales
circunstancias en que estamos pasando de la consigna de ‘Perón Vuelve’
a ‘Perón al Poder’ nos encontramos en un cambio de etapa que obliga a
un cambio de los métodos”.
- ¿Esto quiere decir que ustedes abandonan las armas?
- De ninguna manera: el poder político brota de la boca de un fusil. Si
hemos llegado hasta aquí ha sido en gran medida porque tuvimos fusiles
y los usamos; si abandonáramos las armas, retrocederíamos en las
posiciones políticas. En la guerra (existen) momentos de
enfrentamientos, como los que hemos pasado, y momentos de tregua en
los que cada fuerza se prepara para el próximo enfrentamiento. En tanto
no haya sido destruido el poder del imperialismo y la oligarquía debemos
prepararnos para soportar y afrontar el próximo enfrentamiento…”
¿Eran necesarias estas declaraciones estando Perón en la Argentina?
Quedaba claro que las mismas conclusiones que sacó la revista El
Descamisado, de Montoneros, para comprender el ataque al Comando de
Sanidad en el mismo ejemplar, servían para intentar explicar las palabras
de Firmenich en la puerta de la casa de Perón: “No está Lanusse. Ahora
está Perón. Hubo un 11 de marzo. Un 25 de mayo. Un pueblo votó ¿Por
qué? Y ¿para qué?”.
Las respuestas a estos interrogantes las había dado Firmenich tres días
antes en un local de la JP: “Claro, nosotros tenemos que autocriticarnos
porque hemos hecho nuestro propio Perón más allá de lo que es
realmente. Hoy Perón está acá. Nos damos cuenta de que Perón es Perón
y no lo que nosotros queremos. Por ejemplo, lo que Perón define como
socialismo nacional no es socialismo sino el justicialismo (…) la
ideología de Perón es contradictoria con la nuestra, porque nosotros
somos socialistas porque el socialismo es el estado que mejor representa
los intereses de la clase obrera…”.

El martes 11 de septiembre de 1973 Allende y su gobierno se


desplomaron. Como escribió el último secretario del PRT y comandante
del ERP tras la muerte de Santucho, Arnold Juan Kremer (a) “Luis
Mattini”, en Hombres y mujeres del ERP, el gobierno de Salvador
Allende fue “la segunda revolución más importante en América latina
después de la cubana”.
En coincidencia con Mattini, desde Valparaíso, el 14 SET 1973, en su
nota R Nº 16 el cónsul Juan Marcelo Gabastou, termina sosteniendo: “Ha
caído con estrépito de una manera no por intuida menos inesperada un
régimen que también impensadamente llegara al triunfo electoral y que
este hecho que comentamos constituye el más serio revés de los últimos
años para el comunismo internacional. Contraste cuyos efectos
repercutirán en América toda”.

En la intimidad, Perón le dijo a Pedro Cossio, uno de sus médicos, que


“con lo que ha pasado en Chile desde ese lado estamos protegidos”24.
El testimonio es coincidente con las declaraciones de Perón a Il
Giornalle D’Italia (septiembre de 1973). En las mismas Perón destacó
que la caída de Salvador Allende había cerrado “la única válvula de
escape para la guerrilla argentina” y aseguró estar menos preocupado por
el problema “de lo que la mayoría de los argentinos creen.” También
afirmó al mismo medio italiano que “los responsables de los
acontecimientos en Chile fueron los guerrilleros y no los militares.” En
el mismo sentido, casi con las mismas palabras, es lo que opinó Allende
sobre la Juventud Peronista, durante su última entrevista con Lanusse en
mayo de 1973.

Salvador Allende el martes 11 de septiembre de 1973

El nuevo gobierno interino de Raúl Lastiri que integraba como canciller


Juan Alberto Vignes, por su conformación y estilo, estaba más distante
del régimen de la Unidad Popular que los anteriores de Alejandro
Agustín Lanusse y Cámpora. Vignes, con el tiempo, haría alarde de su
relación con “el amigo Henry” (Kissinger) y Perón, como ya veremos, a
pesar de algunas declaraciones públicas “for export”, tampoco podía
compartir lo que estaba sucediendo en el Chile de Salvador Allende. “El
comunismo es como un chicle, uno lo mastica, pero no lo traga”, había
dicho Perón en una salida irónica, en esos días de su campaña electoral.
Cuando ocurrió el golpe y Allende se suicidó, Perón, desde el pórtico de
su casa en Gaspar Campos, solo comentó: “No tuvo el valor de seguir
viviendo”.
El anciano líder pondría al descubierto su visión sobre Allende y la
“revolución” socialista durante una reunión mantenida con jóvenes
dirigentes peronistas (de todas las tendencias) en la residencia
presidencial de Olivos sábado 8 de septiembre: “Los otros días -dijo en
aquella oportunidad Perón- me encontré con unos muchachos que me
dijeron ‘hay que hacer esto, hay que hacer lo otro’. Y entonces yo les
dije ‘si ustedes quieren hacer igual que hace Allende en Chile, miren
cómo le va a Allende en Chile’.”

El 19 de septiembre de 1973, el gobierno argentino reconoció a la Junta Militar

“Hay que andar con calma. No se puede jugar con eso, porque la
reacción interna, apoyada desde afuera, es sumamente poderosa. Los
ingredientes de una revolución siempre son dos: sangre y tiempo. Si se
emplea mucha sangre, se ahorra tiempo; si se emplea mucho tiempo, se
ahorra sangre. Eso es lo único que podemos decir. Pero siempre es una
lucha. Que yo sepa, hemos quedado en gastar tiempo, y no sangre
inútilmente. Por otra parte, el error muy grande de mucha gente, entre
ellos mi amigo Salvador Allende, es pretender cambiar los sistemas. El
sistema es un conjunto de arbitrios que forman un cuerpo: eso es el
sistema, y a nadie se le ocurra cambiarlo. Lo que hay que cambiar,
paulatinamente, son las estructuras que conforman el sistema. Algunos
quieren pasar de uno a otro sistema. El sistema no se cambia. El sistema
va a resultar cambiado cuando las estructuras que lo conforman y
desenvuelven lo hayan modificado. ¿Cómo se modifica eso? Dentro de
esta actitud nuestra hay un solo camino, que es la legislación. No es de
ninguna manera constructivo romper un sistema. La Unión Soviética
rompió un sistema y creó otro hace 56 años. Y ahora, a pesar de que los
han ayudado todos y en la tecnología han ido adelante, tiene que ir
Brezhnev a pedirle ayuda a los Estados Unidos”.

El Ejército argentino analiza el golpe en Chile

El Ejército Argentino había seguido atentamente los acontecimientos del


martes 11. Unos días después del golpe, la Jefatura de Inteligencia
elevaba al Comandante General, general de división Jorge Raúl
Carcagno, una primera evaluación de la situación chilena, especialmente
en lo referente a su “marco externo”. Redactado con un estilo formal y
una sintaxis dura, el documento25 explicaba que “el golpe de estado de
las Fuerzas Armadas mantiene la expectativa general acerca de la
evolución del gobierno chileno. Las reacciones producidas en diversas
naciones son muy variadas y en general responden a la orientación
ideológica del movimiento o a sus posibilidades de vinculación
económica (…)”.

a. “Brasil. La tendencia general es de apoyo al golpe y de condenación


al gobierno depuesto. Las Fuerzas Armadas brasileñas justifican el
movimiento. El gobierno de Brasil ofrece la posibilidad de apoyo
económico y técnico para la reconstrucción chilena.
b. Paraguay. En general, es unánime la opinión pública y del gobierno,
en apoyo a la revolución militar que habría puesto fin a un proceso
político considerado negativo. Las publicaciones de Asunción
adjudican a la Argentina una actitud poco efectiva contra la extrema
izquierda.
c. Perú. Hubo una gran difusión de los acontecimientos. Se considera
que el derrocamiento del gobierno de Allende puede motivar
complicaciones a Perú en el orden interno y externo. En cuanto al
ámbito exterior se espera conocer el apoyo que Chile pueda recibir
de EEUU, lo que podría colocar a este país en una situación opuesta
a Perú”.

Respecto de los Estados Unidos informaba que los funcionarios del


Departamento de Estado encontraban “absurdas” las denuncias de una
intervención estadounidense en el movimiento militar. “En general –
señalaba - toda la prensa concede grandes titulares al episodio y las
opiniones son dispares. Algunos diarios se mantienen a favor del
movimiento; en tanto que otros lo califican de `tragedia` (como el Times)
o de `tinieblas sobre Chile (como el Post)’. De Cuba indicaba que `las
relaciones están rotas` y que la Junta Militar había denunciado ‘la
injerencia cubana en Chile` y llevado el problema ante las Naciones
Unidas”.
Bajo el subtítulo “probable evolución”, la Inteligencia Militar
argentina estimaba que: “Chile dejaría de constituir un foco de
irradiación del comunismo en América. Sin embargo, la persecución
desatada contra los comunistas chilenos y de otras nacionalidades
permite prever la afluencia de dirigentes marxistas hacia otros países,
especialmente a los vecinos. Si bien el gobierno de Allende concitaba
expectativa internacional por constituir una experiencia muy particular
sobre la instauración del socialismo por vía democrática, interrumpido el
proceso, la observación se centraría sobre el gobierno militar y los logros
que pueda obtener un procedimiento marcadamente distinto al anterior”.
Los militares argentinos advertían que podía desatarse “una verdadera
puja por atraer a Chile hacia las áreas de influencia de los distintos
estados hegemónicos”, tanto en los planos económico como ideológico:
“En tal sentido, incidirá la decisión de Brasil al reconocer en forma
inmediata al gobierno surgido del golpe de estado”.
“EEUU ha de presionar a la Junta Militar con el objetivo de retomar la
explotación cuprífera, o bien condicionar la citada explotación y la
posible comercialización de este material de gran valor estratégico. Es
probable que se incremente la acción interna de la oposición a Nixon a
fin de que limite o restrinja la ayuda a Chile mientras persista la
represión. Se estima que EEUU, por otra parte no va a suministrar ayuda
en forma incondicional, previamente exigirá seguridad para sus
inversiones. En estas tratativas, la renegociación de la deuda externa
chilena ha de jugar un papel preponderante”.
El tercer punto trataba las “incidencias” del golpe en el país “por su
proximidad geográfica, Argentina puede recibir el mayor contingente de
comunistas desplazados de Chile. Además, por la misma razón pueden
constituirse en nuestro territorio bases operativas para actuar contra el
gobierno militar chileno. A pesar del control de fronteras que se efectúa,
la gran extensión limítrofe facilitará dichas acciones. El gobierno chileno
ha de buscar en la Argentina el apoyo económico que necesita para la
reconstrucción nacional, especialmente en la solución del déficit
alimentario. No debe olvidarse que Chile es un importante comprador de
productos industriales argentinos. Por todo ello, es de esperar el
acercamiento de la Junta Militar hacia nuestro país, siempre que una
política más agresiva de Brasil no logre volcar enteramente hacia su
órbita al país trasandino”.
Los integrantes de la fórmula presidencial de la Unión Cívica Radical,
Ricardo Balbín y Fernando de la Rúa, solicitaban a la sociedad el voto
para el 23 de septiembre prometiendo también, como la fórmula del
peronismo, buscar la “liberación nacional”. La campaña electoral, con un
resultado conocido de antemano, sólo registraba algunos detalles
menores que apenas animaban al comentario, como la picardía del líder
del Frente de Izquierda Popular, Abelardo Ramos, que proponía “votar a
Perón desde la izquierda”.

Los especialistas en opinión pública daban por descontado a través de


diferentes encuestas el triunfo de la fórmula Perón-Perón, en tanto los
comentaristas políticos más recalcitrantes al peronismo sólo se atrevían a
plantear la incertidumbre sobre el caudal de votos que podría obtener,
comparando con las elecciones anteriores donde había triunfado la
fórmula del FreJuLi que llevó a la presidencia a Héctor J. Cámpora.
Perón cerró la campaña electoral con un mensaje a la población que fue
difundido por el Canal 9 de televisión de Buenos Aires. Frente a los
sucesos de Chile, el líder justicialista manifestó la necesidad de “poner
las barbas en remojo”. Obligado por una ansiosa opinión política de
propios y ajenos a expresarse sobre el golpe militar en el país trasandino,
Perón optó por la cautela.
El domingo 23 de septiembre se realizaron las elecciones nacionales
que arrojaron el contundente resultado de siete millones y medios de
votos para la fórmula oficialista, consagrando a Perón como presidente
por tercera vez en la historia. El 62,7 por ciento de los electores optaron
por la fórmula Perón-Perón, un trece por ciento más que en la elección
de Cámpora, en tanto el radicalismo obtenía 2.905.719 votos. Si la
población respiraba aliviada por la finalización de la campaña electoral y
particularmente confiaba en la figura de Perón como el líder político del
momento para comenzar a transitar una época de calma, pronto volvió a
resultar sorprendida por la violencia que parecía no acabar nunca.

Perón, Pinochet y sus esposas en la Base de Morón

El lunes 24 de septiembre de 1973, mientras la población aún festejaba


la victoria electoral de Juan Domingo Perón, el presidente electo movió
una ficha de su tablero internacional. Fue secreto, pero quienes debían
conocer el gesto lo apuntaron con satisfacción. Los destinatarios fueron
los primeros, EE.UU. fue el siguiente. Nada se hizo de una manera
intempestiva ni sonora. Como suelen tomarse las grandes decisiones de
Estado, el movimiento diplomático argentino se realizó tras un viaje
secreto de un “Enviado Especial” a Santiago de Chile para dar su apoyo
“material y el respaldo argentino a la Junta Militar”. Así consta en el
Acta Secreta N° 8 del 24 se septiembre de 1973, a las 10,45 horas,
durante una reunión secreta de la junta de comandantes que gobernaba
Chile tras el derrocamiento del presidente de la Unidad Popular,
Salvador Allende Gossens. La junta chilena estaba integrada por el
general Augusto Pinochet Ugarte; el almirante José Toribio Merino; el
brigadier Gustavo Leigh y el comandante César Mendoza. Al finalizar, el
documento lleva la firma del presidente y los 4 jefes que integraban la
Junta Militar.
El Acta N° 8, contiene en cuatro páginas todos los temas tratados ese día
entre la mañana y las 19, 15 horas. En su amplio contenido hay algunos
ítems que llaman la atención y que fueron considerados entre los
miembros de la junta con la participación individual de cada uno de los
miembros del gabinete presidencial. El encargado de las relaciones
exteriores era el vicealmirante Ismael Huerta Díaz. Entre las primeras
cuestiones a tratar estuvo la próxima designación de la periodista
Carmen Puelma que sería nombrada Agregada Cultural y de Prensa en la
embajada de Chile en los EEUU. Era la persona que debería hacerle
frente a los ataques de la prensa norteamericana. Era considerada una
obstinada opositora al gobierno de la Unidad Popular y luego de trabajar
en Washington sería destinada en París, Francia. El punto 6° se refiere a
la presentación de credenciales del embajador de Uruguay, el jueves 27 a
las 11,30 horas “en la Escuela Militar, recibiéndolo sólo el Presidente de
la Junta”. En el 9° se afirma que “el Ministro de Minería informa que ha
recibido muchos ofrecimientos de inversión de capitales, incluida la
Anaconda”, la poderosa mina de cobre que había sido nacionalizada por
Allende.

El punto 12° informa sobre materias que el Ministro Secretario


General de Gobierno, general Pedro Ewing Hodar, debió considerar.
Entre otras los funerales del poeta Pablo Neruda y dice textualmente: “Se
acuerda hacerse representar por un Edecán y respetar integralmente lo
que señala el Reglamento de Servicio de Guarnición”. A renglón seguido
se habla de la disolución de los partidos políticos y a continuación se
dice: “Presencia de un representante oficial de Perón en Chile que trae
ayuda material y el respaldo argentino a la Junta.”

Párrafos del Acta de la Junta Militar de Chile

El Acta no agrega el nombre del enviado argentino. Sería errado


imaginar que Perón delegó la misión en un civil, más bien habría que
pensar en un militar y, ahí, se debe tener en cuenta a Carlos Dalla Tea,
jefe de Inteligencia del Estado Mayor del Ejército. Perón lo había tratado
mucho mientras era Agregado Militar en Madrid. Solo hay que tener en
cuenta que Dalla Tea dependía del teniente general Carcagno, con quien
el presidente electo no tenía la mejor sintonía. Como ejemplo, solo basta
observar la posición “tercerista” hacia Washington de Carcagno (y Perú)
en la cumbre de jefes del Ejército de Caracas, Venezuela.

Como sostenían los periódicos de la época, el presidente electo argentino


consideraba al Chile de la Unidad Popular como una suerte de
“santuario” del terrorismo argentino. La prensa extranjera se mostraba
muy activa respecto del “cambio de rumbo” de la política local liderada
ya por Perón desde el día que retorno a la Argentina y el desplazamiento
de Cámpora. El diario ABC de Madrid señalaba que “mientras Allende
pretende implantar en Chile un régimen marxista, Perón ha dicho una
vez más que no quiere nada con el marxismo”, mientras Il Messaggero
de Roma entendía que el jefe del justicialismo “tiene la intención de
terminar con el ERP y con los grupos guerrilleros afiliados al
justicialismo”.
En la intimidad, Perón le dijo a Pedro Cossio, uno de sus médicos, que
“con lo que ha pasado en Chile desde ese lado estamos protegidos”. El
testimonio es coincidente con las declaraciones que formuló a Il
Giornalle D’Italia (septiembre de 1973). En las mismas Perón destacó
que la caída de Salvador Allende había cerrado “la única válvula de
escape para la guerrilla argentina” y aseguró estar menos preocupado por
el problema “de lo que la mayoría de los argentinos creen.” También
afirmó al mismo medio italiano: “Los responsables de los
acontecimientos en Chile fueron los guerrilleros y no los militares.”
O Globo de Río de Janeiro saludaba el nuevo horizonte que se abría
para los argentinos. Ya en las semanas previas al golpe del 11 de
septiembre de 1973, el “Acuerdo de la Cámara de Diputados”, una
iniciativa del diputado democristiano Luis Pareto con la firma de más de
ochenta diputados nacionales y democratacristianos, la oposición allanó
con sus argumentos el camino para el derrocamiento de Allende, al
sostener que “el Presidente ha quebrantado gravemente la Constitución”.

El asesinato de José Ignacio Rucci. Las réplicas

Dos días más tarde de la victoria electoral y al día siguiente del viaje de
un enviado Oficial a Chile, un comando de FAR y Montoneros asesinó a
balazos al jefe de la CGT, José Ignacio Rucci. Fue, en primera instancia
la respuesta brutal por el papel preponderante que había tenido Rucci en
la caída de Cámpora el 13 de julio; asimismo lo acusaban de haber
tenido un papel especial en los incidentes de Ezeiza, pero él estaba en el
avión que traía a Perón. También fue la réplica de la guerrilla a la
decisión de la población de plebiscitar a Perón, que desarmaba la más
mínima posibilidad de Montoneros y su colateral pública, la JP de las
Regionales de influir en el futuro gobierno.
El asesinato de Rucci fue una clara advertencia de la guerrilla a Perón
y de paso también a toda la sociedad. El resultado electoral no
modificaba el interés expreso de Firmenich y sus socios de continuar por
el camino de la violencia para instalar la patria socialista. Ni aun el
resultado contundente del 62% obtenido por Perón en las elecciones
nacionales. El camino de los montoneros no tenía vinculación con la
democracia representativa ni tampoco con las decisiones populares
volcadas en las urnas.
Rucci, uno de los blancos favoritos de la guerrilla, había sido
advertido, su muerte anticipada, en los cánticos montoneros en la cancha
de Atlanta: “Rucci traidor a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor”.
Mientras los jefes montoneros dialogaban con Perón, al mismo tiempo
planificaban la muerte de Rucci, confirmando aquello que había
sostenido Firmenich el 8 de septiembre, luego del encuentro con Perón:
que no abandonarían las armas porque eran su recurso político.
En ese momento no “firmaron” el asesinato pero con el tiempo se supo
fehacientemente que habían realizado el crimen.26 Lo sucedió en el cargo
Adelino Romero, segundo en la organización obrera y miembro de la
Asociación Obrera Textil (AOT). La primera respuesta no institucional
de la ortodoxia fue el asesinato de Enrique Grynberg, miembro del
Consejo de la Juventud Peronista de la Zona Norte. Como dijo años más
tarde el ex secretario general del PJ, Juan Manuel Abal Medina, tras el
asesinato de Rucci, “Perón allí decide que va a terminar con esos
sectores”. En realidad, ya había comenzado.

En las horas previas al asesinato de Rucci, el matutino italiano Il


Giornale D’Italia publicó unas declaraciones que Perón le formuló al
corresponsal Luigi Romersa en las que el presidente electo avanzó varios
pasos más en dirección a su definición ideológica sobre el peronismo.
Las mismas fueron reproducidas en la edición vespertina de La Razón
del 25 de septiembre, y Perón dijo que “mientras los demás hablan de
socialismo nosotros hablamos de justicialismo. Somos decididamente
antimarxistas”. Seguidamente, tras definir los métodos de la guerrilla,
observó: “O los guerrilleros dejan de perturbar la vida del país o los
obligaremos a hacerlo con los medios de que disponemos, los cuales,
créame, no son pocos”.
Como era de esperar, Perón en esta ocasión no se olvidó de Cuba, al
advertirle que “no haga el juego que hiciera en Chile, porque en
Argentina podría desencadenarse una acción bastante violenta. La
guerrilla molesta, daña la vida política y económica del país. Pero no
tendrá éxito: si la guerrilla insiste, sucederá lo que en Santiago, donde la
responsabilidad no fue de los militares sino de los guerrilleros”.

Tras el crimen de Rucci, el jefe del peronismo convocó a hombres que


se habían replegado después de los hechos de Ezeiza -Jorge Osinde,
entre otros- y les encargó nuevamente la tarea de contener la marea. Casi
al mismo tiempo ordenó reponer en sus puestos a los profesionales que
integraban el cuerpo de protección del presidente (habían sido
licenciados por Cámpora) y reforzó los mecanismos de seguridad en
torno de su residencia en Gaspar Campos. Por último, Perón, descerrajó
la depuración.
Así lo relató el semanario Primera Plana: “El viernes 28 de
septiembre, en Olivos, habló con la claridad que caracterizaba a todas
sus últimas intervenciones. Según ha trascendido, ante los miembros del
Consejo Superior del justicialismo sostuvo que el Movimiento era objeto
de una ‘agresión externa’. No hizo ninguna alusión a la CIA u otros
organismos del ‘imperialismo yanqui’: arremetió sin más ni más contra
el marxismo…y declaró la guerra a los ‘simuladores’, de quienes afirmó
que les iba a ‘arrancar la camiseta peronista’ para que no quedaran dudas
‘del juego en el que estaban empeñados…..frente a un gobierno popular
–señaló- no les queda otro camino que la infiltración”. ‘En adelante
seremos todos combatientes’”, señaló Perón. Y culminó uno de sus
párrafos con: “Yo soy peronista, por tanto, no soy marxista”.

Luego llegaría la respuesta orgánica, el “Documento Reservado”


estableciendo “Drásticas instrucciones a los dirigentes del Movimiento
para que excluyan todo atisbo de heterodoxia marxista” informó La
Opinión del 2 de octubre en su portada. Según Benito Llambí, ministro
del Interior de Raúl Lastiri, “le manifesté a Perón -no hay que olvidar
que a esas horas era ya presidente electo- que me parecía necesario
convocar de inmediato a los gobernadores para establecer una
apreciación global y acompasar las acciones pertinentes en los planos
federal y provincial”.
Una vez aprobada la idea por Perón, se llevó a cabo una reunión
plenaria con gobernadores y vicegobernadores, el presidente provisional,
el titular de la cartera de Interior y el presidente electo. Las directivas
fueron leídas por el senador Humberto Martiarena, miembro del Consejo
Superior Peronista.
La cumbre -que duró dos horas y media- tuvo una fuerte carga
emotiva, no solamente por lo que se iba a tratar sino porque Perón era la
primera vez que les iba a ver la cara a todos los mandatarios provinciales
electos el 11 de marzo de 1973. La introducción del Documento -cuya
redacción se le adjudicó a Jorge Osinde- no daba para análisis
alternativos: “El asesinato de nuestro compañero José Ignacio Rucci y la
forma alevosa de su realización marca el punto más alto de una escalada
de agresiones al Movimiento Nacional Peronista, que han venido
cumpliendo los grupos marxistas terroristas y subversivos en forma
sistemática y que importa una verdadera guerra desencadenada contra
nuestra organización y contra nuestros dirigentes”.

Esta “guerra” según el documento se manifestaba a través de


campañas de “desprestigio”; “infiltración de esos grupos marxistas en los
cuadros del Movimiento”; “amenazas, atentados y agresiones” contra los
cuadros del partido y la población en general. La parte introductoria
termina considerando que “el estado de guerra que se nos impone no
puede ser eludido, y nos obliga no solamente a asumir nuestra defensa,
sino también atacar al enemigo en todos los frentes y con la mayor
decisión”.
A continuación, se desarrolla un extenso listado de directivas. En el
punto 2°, inciso 1, se insiste con la palabra “guerra”. En el apartado 3°,
“Información”: se establece “…la necesidad de participar en forma
activa en la lucha contra nuestros enemigos”. El punto 5° trata sobre
“Inteligencia”: “En todos los distritos se organizará un sistema de
Inteligencia, al servicio de esta lucha, el que estará vinculado con el
organismo central que se creará”. Es decir, se crean estructuras de
Inteligencia paralelas a las institucionales. El 8° “Medios de lucha”: “Se
utilizarán todos los que se consideren eficientes, en cada lugar y
oportunidad”, una definición muy amplia, no taxativa, en las que se
establecen conducciones y ejecuciones descentralizadas con gran libertad
de acción.

El último cumpleaños de Perón

El 10 de octubre, dos días antes de la asunción de Perón, el Ejército


Argentino tomó decisiones extremas en materia de seguridad. Con la
firma del general Luis Alberto Betti, jefe del Estado Mayor General del
Ejército, a las 18 horas del 10 de octubre de 1973, se extendió “la Orden
especial del JEMGE Nº 457/73”, “Secreta”, para la seguridad del jefe del
Ejército, teniente general Raúl Carcagno. En cuatro carillas, de las que
sólo tomaron conocimiento 12 altos jefes militares, se observa que “las
organizaciones paramilitares terroristas, especialmente las de tendencia
trotskista27 como el autotitulado ‘ERP’, han reiterado sus amenazas de
continuar la lucha armada contra el Ejército. Por lo expresado,
continuarán los atentados contra miembros de la institución,
fundamentalmente sobre las más altas jerarquías.” Llama la atención que
nada se dice de Montoneros, las FAR y otros grupos terroristas.
A partir de ese momento se tendió un anillo protector alrededor de
Carcagno y su familia, con medidas que contemplaban desde sus
“desplazamientos terrestres hasta los aéreos”. Teniendo en cuenta el
inusitado clima de violencia que crecía en pleno período constitucional,
las medidas de protección al Comandante General del Ejército resultaron
más consistentes de las que ya estaban en vigencia para el cuidado del
“personal superior en situación de retiro y familiares”.

Estas medidas, calificadas de “Secreto” militar, firmadas a las 10 de la


mañana del 24 de julio de 1973 por el general Alberto Numa Laplane, a
cargo del Estado Mayor, tendían “a disuadir e impedir atentados
terroristas contra: teniente general (RE)Alejandro Agustín Lanusse;
general de división ( RE ) Alcides López Aufranc y (la) señora esposa
del extinto teniente general Pedro Eugenio Aramburu.” El 11 de octubre,
un día antes de asumir Perón, Lastiri firmó el decreto 1.858,
reincorporando al servicio activo al comisario Juan Ramón Morales y al
subinspector Rodolfo Eduardo Almirón, que pasarían a integrar la
custodia del Ministro de Bienestar Social.

La segunda entrevista de Carcagno con Perón y el


Operativo Dorrego

El 22 de octubre, el jefe del Ejército volvió a mantener un encuentro a


solas con el Primer Mandatario. Como en oportunidades anteriores fue
con un texto escrito. Lo que leyó estaba contenido en cinco páginas. En
la página dos Carcagno comete un error: en lugar de hacerle un cuadro
de situación de la Fuerza y sus objetivos le llevó un problema personal.
Le habló de los ataques que sufría su conducción dentro del Ejército.
Tanto él, como el general Betti (su jefe de Estado Mayor, hombre de la
P-Due) y varios generales y coroneles. Le dice a Perón: “Hay quienes
especulan sobre una posible crisis que sobrevendría entre usted y yo,
cuando usted no acepte las propuestas de personal que debo hacerle por
vía del Ministro de Defensa” (Ángel Federico Robledo).
La verdad es que el “coronel” más objetado era Cessio a quien se lo
señalaba como un militar con incomprensibles contactos con
Montoneros. Como se verá más adelante, cuando Perón va a enfrentar su
problema de corazón en noviembre, lo que se sostenía de Cessio era
verdad. Para sustentar sus palabras, Carcagno le entregó a Perón la copia
de un télex de una agencia internacional y un memorándum sin firma. En
otras palabras, un panfleto que criticaba su desempeño y que circulaba en
ámbitos castrenses.

Minuta del segundo encuentro de Perón con Carcagno

La prensa destacaba por entonces las tensiones que envolvían a las


Fuerzas Armadas con motivo de los pases y ascensos tradicionales sobre
el fin del año. En el Ejército, el general Jorge Carcagno no lograba
aprobación para el ascenso de doce coroneles a generales de brigada,
involucrando por lo menos a cuatro que no gozaban de la confianza del
gobierno justicialista.
El nuevo comandante de la Armada, Emilio Massera visita a Llambí

En la Armada, el titular almirante Carlos Álvarez soportaba la presión de


los mandos medios que apoyaban la designación, como nuevo jefe de la
institución, del contralmirante Eduardo Emilio Massera, al que los
medios destacaban como un hombre de perfil más cercano a las ideas del
gobierno justicialista. Álvarez había tratado de desplazar a Massera a la
Junta Interamericana de Defensa en Washington sin éxito. Perón delegó
en el ministro de Defensa, Ángel Federico Robledo, la solución de los
problemas militares y se abstuvo de intervenir, al menos de manera
directa. Con el nuevo esquema ocho altos oficiales navales pasaron a
retiro.
En el Ejército quedaron en el llano los coroneles Juan Jaime Cessio,
Juan Carlos Colombo, Julio Etchegoyen y Eduardo Matta. Albano
Harguideguy, incluido inicialmente en la lista que no logró prosperar
pese a los intentos de Carcagno, finalmente logró su ascenso.
En esos días algunas cuestiones de tipo militar van a merecer
comentarios. Uno, es el reemplazo del jefe de la Policía Federal, Eraclio
Ferrazzano, por el general (RE) Miguel Ángel Iñíguez. Otro, el frente de
conflicto que se abría a raíz del pedido del jefe del Ejército de retirar a
las delegaciones militares de los Estados Unidos y Francia que
comenzaron en el país en 1947 como consecuencia de la adhesión
argentina al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y
en 1967 por la aplicación del Plan Europa de compra de armamentos
respectivamente.
Sin embargo, el hecho más sensible fue el “Operativo Dorrego” que
comenzó una semana antes de la asunción de Perón. Y se clausuró el 23
de octubre. Durante esas jornadas, cerca de 4.000 efectivos del Ejército,
800 integrantes de la Juventud Peronista (cercana a Montoneros) y
funcionarios de los municipios realizaron tareas de reconstrucción
barriales tras las inundaciones de la época. La idea generada por el
coronel Juan Jaime Cessio fue acercar a los militares y los miembros de
la Juventud Peronista, en un gesto de reconciliación. Los efectivos
militares pertenecían al Cuerpo I y sus jefes eran el general Roberto
Cánepa de la Brigada de Infantería X; coroneles Albano Harguindeguy
de la Brigada de Caballería Blindada I, Alberto Jorge Ramírez, jefe del
Regimiento 6 de Infantería y Federico Pedernera, del Regimiento 7 de la
misma Arma.

Observaciones del coronel Albano Harguindeguy sobre el Operativo Dorrego

Según afirmó Manuel Urriza (ex funcionario del gobernador Bidegain)


en El Perón que conocí, Perón había hecho saber que iba a concurrir al
acto de cierre del Operativo a celebrarse en la ciudad de 25 de Mayo,
pero no asistió. Urriza dice que no viajó por el mal tiempo. Sin embargo
Gustavo Caraballo—un hombre clave en esos días— en Tras las
bambalinas del poder sostiene que Perón le dice que había decidido
cancelar el viaje “porque las cosas no andan bien allí”.
Al finalizar el operativo se realizó un desfile. El Ejército hizo desfilar
a sus efectivos frente al palco que presidían Bidegain, Carcagno y
Leandro Anaya, comandante del Cuerpo I. La JP hizo luego desfilar a su
gente en grupos: “Brigada Pablo Maestre”, “Brigada de Reconstrucción
Eva Perón”; “Brigada Capuano Martínez”; “Brigada Fernando Abal
Medina”.
El operativo fue, quizá, un éxito en términos de reparación de
infraestructura del vecindario, pero fue el comienzo del fin del teniente
general Carcagno y del coronel Jaime Cesio. Caraballo habrá de relatar
que Perón estaba al tanto de los encuentros reservados entre Cesio y
dirigentes montoneros para analizar “una salida conjunta…para imponer
su control de poder” en el caso de que Perón muriera. Una de esas
reuniones se realizó el 18 de noviembre, cuando Perón estaba próximo a
padecer un edema pulmonar.
El libro de Urriza ofrece un dato esencial, cuando dice que Perón,
seguramente enterado por el coronel Dalla Tea , debe haber tenido en
cuenta: en la página 79 aparece una foto de una cena en la que participan
dos intendentes bonaerenses, dos militares y dos funcionarios de la
gestión del gobernador Bidegain. El autor es uno de ellos, el otro que se
encuentra de pie pronunciando unas palabras es nada menos que el
“Cabezón” Norberto Armando Habergger que oficiaba de asesor del
mandatario provincial y que usaba el seudónimo “Ernesto Gómez”, fue
autor de innumerables hechos terroristas. En unos participó activamente.
En otros tomó parte en la decisión de realizar el hecho. En alguna de las
dos formas, Habegger participó en el asesinato de José Ignacio Rucci.
Asunción presidencial

El 12 de octubre de 1973, Perón asumió por tercera vez la presidencia


de la Nación en un clima de algarabía, esperanza, a pesar de la ola de
atentados y secuestros extorsivos que envolvía al país. Como un signo de
los tiempos, Perón salió a su histórico balcón sobre la Plaza de Mayo
detrás de un vidrio blindado. Por la noche se dio una función de gala en
el Teatro Colón para agasajar a los invitados y hubo una recepción en el
Hotel Plaza sobre la Plaza San Martín.
Años más tarde el entonces oficial del Regimiento de Granaderos a
Caballo. Jorge Echezarreta, me dijo: “En un momento de la fiesta
apareció Almirón, custodio de López Rega, y le dijo a Fernando
Tabeada, un funcionario de Ceremonial del Palacio San Martín: Acaban
de ametrallar el automóvil del delegado de la Junta chilena. No quieren
que nadie se entere”.
El mismo día, Montoneros anunciaba la fusión con las Fuerzas
Armadas Revolucionarias -FAR- que a partir de ese momento dejaban de
cometer acciones con ese nombre original. La fusión según el Acta de
Unidad será para iniciar “una nueva batalla en esta larga guerra de
liberación, tan dura y compleja como la anterior…”.
El primer acto de significación de la nueva organización se realizó en
la plaza Vélez Sarsfield de Córdoba el 17 de octubre. Ahí, frente a más
de 10.000 personas, Mario Eduardo Firmenich, sin nombrarlo, le
respondió a Perón, al decir: “Porque hoy resulta que hay algunos que
durante la etapa anterior estaban a favor de lo que nosotros hacíamos y
que ahora explican que como éramos formaciones especiales éramos
para un momento especial, que era la dictadura. Y que como ahora se
acabó la dictadura, se acabaron las formaciones especiales. Claro. ¡Ellos
dicen que lo que se justificaba antes no se justifica ahora! (…) Entonces
nosotros pensamos que hay alguna trampa en el argumento. Por lo tanto,
no nos pensamos disolver”.
Definió al Documento Reservado para la depuración del Movimiento
que se dio a publicidad el 2 de octubre como una “estupidez”: “Este
documento plantea un fantasma que arremete al peronismo. Nosotros, lo
que debemos plantear es que sí, queremos la depuración del Movimiento,
pero fundamentalmente de aquellos que son agentes de los yanquis en el
Movimiento. Esta es la depuración que vamos a hacer; de todos aquellos
que no representan a los trabajadores”.
Roberto Quieto, el jefe de las FAR que se integró como segundo de la
Conducción Nacional de Montoneros, reconoció que la elección de
Córdoba para realizar el acto se debía al “papel protagónico que jugó el
pueblo de Córdoba en la lucha contra la dictadura militar. Sí,
compañeros, es el reconocimiento al cordobazo, al viborazo, a
numerosas acciones armadas que tuvieron por escenario a esta
ciudad…”.

Noviembre de 1973. La lucha por los sindicatos. Los


cuatro frentes de batalla

En noviembre de 1973 la política argentina tenía como principal centro


de atención el desarrollo de las relaciones entre el presidente Perón y las
organizaciones armadas, embarcadas en una ola cada vez más violenta de
secuestros, asesinatos y ataques contra dirigentes sindicales y miembros
de las fuerzas armadas y de seguridad. Perón se enfrentaba ahora con un
sector de hombres y mujeres del peronismo que pretendían encaminarlo
por la senda del socialismo nacional, un difuso planteo que giraba
alrededor de la figura del jefe del comunismo cubano Fidel Castro. La
jefatura del primer mandatario comenzaba a ser discutida tanto por los
jóvenes radicalizados de Montoneros y sus organismos colaterales. El
enfrentamiento reconocía cuatro frentes de batalla: sindicatos,
gobernadores provinciales, accionar guerrillero y las universidades.

El 8 de noviembre, el presidente Perón volvió a hablar ante la dirigencia


sindical en el Salón Felipe Vallese de la CGT y, frente a los peligros que
acechaban al Movimiento, preguntó en voz alta: “¿Cómo se intenta hoy
conseguir lo que no consiguieron durante 20 años de lucha? Hay un
nuevo procedimiento: el de la infiltración. Esto ha calado en algunos
sectores, pero no en las organizaciones obreras”.
En la misma ocasión habló de la doctrina y la defensa del
Movimiento: el cambio de la doctrina “será por la decisión del conjunto,
jamás por la influencia de cuatro o cinco trasnochados que quieren
imponer sus propias orientaciones a una organización que ya tiene la
suya”; en cuanto al cuidado del Movimiento habló del “germen
patológico que invade el organismo fisiológico, genera sus propios
anticuerpos, y esos anticuerpos son los que actúan en autodefensa.” La
prensa entendía que la visita de Perón a la CGT formaba parte de la
estrategia del gobierno de fortalecer el Pacto Social, un acuerdo entre las
centrales de trabajadores y empresarios, en este caso la Confederación
General Económica que respondía a los lineamientos del Ministro de
Economía, José Gelbard.
El fortalecimiento de la CGT y de sus máximos líderes formaba parte
de la estrategia del gobierno que necesitaba fortalecer el esquema en
medio de un clima económico que no alcanzaba a satisfacer el reclamo
de mejoría que el propio Perón pretendía para disminuir la tensión que
provocaban los denominados delegados de base. Gelbard, convencido de
la bonanza del Pacto Social, había puesto en marcha el “plan inflación
cero”, acompañado por precios máximos a los artículos de consumo
masivo, que no estaba arrojando resultados positivos.
En la mayoría de las provincias gobernaban los jefes del partido que
habían recibido la bendición de la juventud peronista en épocas de la
presidencia efímera de Héctor J. Cámpora. Desde la toma de posesión de
Perón como presidente de la Nación los sectores ortodoxos del
movimiento comenzaron a intentar alinear a los mandatarios de
Mendoza, Formosa, Córdoba, Buenos Aires, sin conseguirlo. Pusieron en
marcha al Consejo Superior para avanzar con el plan de la depuración
ideológica. La delegación mendocina del Consejo Superior, a través de
un documento que llegó a la prensa, aconsejó la expulsión del
gobernador Alberto Martínez Baca del Movimiento.
En la provincia de Buenos Aires, el enfrentamiento del gobernador
Oscar Bidegain, apoyado por la JP, con el vicegobernador Victorio
Calabró, hombre del sindicalismo ortodoxo, fue objeto de análisis por el
interventor partidario Juan Carlos Beni, que decidió reemplazar a las
autoridades partidarias en los distritos bonaerenses que habían sido
designados por el gobernador. Al mismo tiempo, recibió un documento
de los diputados provinciales que respondían a Calabró donde
denunciaban una conspiración marxista encarnada por falsos dirigentes
peronistas.
Perón recibe a la oposición

Mientras tanto, Perón cuidaba otro frente de significativa importancia


para el desarrollo de la política nacional, en este caso con los dirigentes
de partidos opositores a quienes convocó el martes 13, con amplia
expectativa pública, a la Casa de Gobierno para una reunión de agenda
abierta. El jefe del radicalismo, Ricardo Balbín, opinó que más allá de
los temas que surgieron, la importancia del encuentro estaba asentada en
la misma reunión, convocada por un presidente que buscaba la unidad
nacional en un clima turbulento de violencia en todo el país y ataques a
la propiedad privada.

La convocatoria tuvo amplia repercusión pública, al punto que los


analistas políticos hablaron del comienzo de las tareas de un Consejo de
Estado que en verdad no estaba en los planes del gobierno. Perón
reactualizó la reunión que había llevado a cabo a pocos días de su
retorno al país luego de 18 años de exilio, en noviembre del año anterior,
conocida como la Asamblea de la Unidad realizada en el restaurante
“Nino” de Vicente López. Fue un llamado a la unidad política en torno a
consolidar un plan de acción que consideraba a las minorías como parte
también del proceso político del Estado.
Fue así que Perón les hizo saber a los presentes que uno de los amplios
salones de la Casa de Gobierno a partir de ese momento quedaba a
disposición diaria de los líderes políticos no peronistas. Encargó al
mismo tiempo al Secretario General de la Presidencia, Vicente Solano
Lima, la coordinación de las reuniones entre dirigentes y ministros y
secretarios del gabinete nacional, en una medida inédita y no conocida en
la actividad institucional del país. A la cita concurrieron Balbín,
Fernando de la Rúa y Enrique Vanoli de la UCR, Arturo Frondizi del
MID, Héctor Sandler de Udelpa, Alberto Fonrouge, conservador popular,
Horacio Thedy ,demócrata progresista, Leopoldo Bravo del bloquismo,
Horacio Sueldo, revolucionario cristiano, Claudio Saloj, partido
Intransigente, Elias Sapag, popular neuquino, Jorge Abelardo Ramos de
Izquierda Popular, José Antonio Allende, popular cristiano, Oreste
Ghioldi y Fernando Nadra, del partido comunista. También estaban
acompañando a Perón el jefe de la CGE, Julio Broner, el sindicalista
Lorenzo Miguel y el senador Humberto Martiarena, titular del Consejo
Superior del Peronismo.

Algunas definiciones de Perón en el encuentro. “Yo no me siento el


dueño de la pelota”. Destacó la importancia de la dirigencia política
sugiriendo que “la mejor manera de superar los enfrentamientos es a
través de una democracia integral, el diálogo permanente, y el acceso
permanente a las fuentes de gobierno son indispensables “. “Lo que
quería despertar es el deseo de que seamos todos amigos y vengamos a
discutir los problemas entre nosotros, y que en medio de esos problemas
consideremos que defendernos nosotros es defender el sistema, porque
los que atacan al sistema no lo atacan en forma directa, nos atacan a
nosotros que somos representantes del sistema”. “En este sentido quiero
puntualizar que ya se les han destinado a los señores dirigentes unas
dependencias para que las consideren como la casa de ustedes. En cuanto
al señor secretario de la presidencia, que tiene la tarea de la
coordinación, puede invitar a alguno de los señores ministros para
informar y lo mismo ocurrirá con los técnicos de los ministerios”. Al
finalizar la cumbre, Perón invitó a los presentes a una recorrida por la
Casa de Gobierno, especialmente al Salón habilitado para la dirigencia
política no oficialista.

Perón volvió a tener un ataque cardíaco. Se forma un equipo para


atenderlo, a toda hora y en todo lugar. “La unidad nacional, sin
Perón, se va a la mierda”, dice Montoneros. Carcagno es desalojado
del Ejército

La violencia fue severamente comentada por la prensa de Estados


Unidos. El Journal of Comerce afirmó, en su edición del 21 de
noviembre, que “Buenos Aires se ha convertido en la capital mundial del
secuestro”. Explicaba luego que, desde comienzo del año, se habían
producido más de ciento cincuenta casos de secuestros extorsivos
comprobados, con pagos de rescates por cuatrocientos millones de
dólares, y más de veinte atentados y agresiones terroristas en perjuicio de
empresas norteamericanas radicadas en el país.
No difería en el enfoque el semanario Time que señalaba, bajo el título
Argentina, un estilo de muerte: “como cientos de sus colegas
empresarios norteamericanos, el ejecutivo de Ford, John Albert Swint,
vivía atemorizado. Las bandas guerrilleras han convertido al terrorismo
en una cosa usual para los relativamente ricos y poderosos,
especialmente en los alrededores del centro industrial de Córdoba, que se
ha hecho famosa como la capital del terrorismo. En la agenda de la
muerte -anotaba el semanario- desde principio de año, 160 secuestros
denunciados, incluyendo nueve extranjeros, tres de ellos de nacionalidad
norteamericana.
En relación con el asesinato de Swint, las Fuerzas Armadas Peronistas
se responsabilizaron por el ataque, informando que el empresario intento
resistirse y que esta circunstancia fue el motivo del ataque mortal. Las
FAP, que sufrieron un desgajamiento del grupo denominado “17 de
Octubre”, se adjudicaron el asesinato del dirigente sindical del gremio
mecánico Dirk Kloosterman ocurrido en la ciudad de La Plata.

El nivel de violencia que se expresaba en noviembre cargaba de


incertidumbre y estupor a los argentinos. En la prensa escrita, Balbín
trazó un descarnado panorama futuro señalando su impotencia para
conseguir que la población entendiera la gravedad del clima que
agobiaba a la República. “No consigo que la gente esté en claro sobre lo
que va a pasar, que se prepare para las cosas que van a pasar”, fue el
enigmático mensaje del jefe del radicalismo.
El mes terminaba además con un sobresalto de salud que obligo al
presidente Perón a guardar cama por varios días.
El jueves 22 de noviembre, Perón fue víctima de un edema agudo de
pulmón en su casa de Gaspar Campos. En ese momento no contaba con
un equipo de atención médica de urgencia “de allí que con los autos de la
custodia habían tenido que salir a buscar un médico en forma urgente”,
me relató años después el doctor Carlos A. Seara. Hasta ese momento se
sabía que Perón era atendido por el eminente cardiólogo Pedro Cossio.
Pasado ese accidente, Perón le dijo a Cossio: “Esta vez no estaba lista la
guadaña, aunque la vi cerca”.
Desde aquel momento se tomó la decisión de formar un equipo
médico estable, integrado por jóvenes profesionales de sólida formación,
entrenados para situaciones de urgencia, y de absoluta confianza
profesional e ideológica. Todos los candidatos a integrar el equipo, como
bien dijeron Pedro Ramón Cossio y Seara, fueron investigados. Éste dato
es importante porque configuraba el clima ideológico del ambiente que
rodeaba a Perón…o que Perón deseaba. Como se verá, uno de los
candidatos a formar el grupo fue descartado después que se comprobó
que en las elecciones de marzo de 1973 había votado por la fórmula de
izquierda Oscar Alende-Horacio Sueldo.
El equipo acompañaría a Perón a todas partes. Los médicos no sólo
permanecerían en Gaspar Campos, con guardias que se alternaban, sino
que lo seguirían de cerca en la Casa de Gobierno, Olivos y el exterior. A
partir del edema pulmonar del Presidente, el teniente general Jorge Raúl
Carcagno va a recibir todo tipo de asesoramientos que no hacen otra cosa
que transparentar el universo de asesores militares y civiles que lo
rodeaban. En esos grupos se destacaban los coroneles Cesio, Enrique
Recchi, José R. Villarreal, Luis Martella y Juan Antonio Martínez
(enlace con Ricardo Balbín y Miguel Ángel Zabala Ortiz) y los tenientes
coroneles (R) Celestino Arboleya y Rolando Obregón. Entre los civiles
hay que anotar a Mario Díaz Colodrero, Basilio Serrano y “M.M.”
(¿Mariano Montemayor?).
El 22 de noviembre, Carcagno recibió un largo “Informe Base” de su
Secretaría que trata sobre la “parcial o total incapacidad” del Presidente
de la Nación y considera “acciones preventivas o/y ejecutivas a adoptar
por el Ejército.” Entre las primeras consideraciones dice: “La salud de
Perón es un componente sobre el que pivotea toda la realidad política del
país. Realiza actividades reñidas con su edad que no son debidamente
medidas. Se advierte así hasta qué punto el futuro de la Nación está
dependiendo de un solo hombre. Es evidente la ineficiencia e
improvisación que se manifiesta en el cuidado de la salud del Presidente,
y la falta de un servicio médico permanente en su residencia habla claro
de ello. Dos ausencias de Casa de Gobierno en una semana, es un índice
poco alentador respecto de la real capacidad física y biológica de Perón.”
—“A mayor grado de ausencia de Perón del poder real, aumentará el
cuestionamiento de la legitimidad del poder legal por quienes están fuera
de la órbita de la conducción del partido y del aparato gubernamental.”

—“En distintos ambientes del medio civil se estima que, ante una
situación de deterioro del Gobierno o de crisis institucional, el poder
caerá nuevamente en las Fuerzas Armadas (particularmente en el
Ejército). Ello debe ser tenido en cuenta para preparar psicológicamente
a los cuadros y evitar la errada convicción de que se considere como
‘única solución idónea’ que el Ejército o las Fuerzas Armadas tomen a su
cargo nuevamente la conducción política del país.”
—[…] En el orden político partidista, las escisiones internas se
profundizarán y podrán desembocar en enfrentamientos violentos
apoyados eventualmente por otros sectores políticos interesados. Como
consecuencia de esto, no es descartable que retome actualidad la figura
de Cámpora, apoyada por sectores de la juventud, y buscando la herencia
política a expensas de Isabel.”
—En el caso de “fallecimiento” del Presidente ,“es previsible una
crisis de poder con una confusión inicial en todos los escalones de
decisión” y tras la previsible congoja de los partidos políticos y “los
grupos de presión que acompañan al gobierno…la actitud final a adoptar
podrá variar entre el apoyo a la Vicepresidente y la aplicación de la ley
de acefalía o una nueva ley que permita a la Asamblea Legislativa
designar un nuevo presidente.”

El cuadro informativo también aconsejaba resolver cuanto antes la


cuestión de los ascensos y destinos de los estamentos superiores del
Ejército.
El mismo día, la Jefatura V (política), comandada por el coronel Juan
Jaime Cesio, analiza el Informe Base de la Secretaría y estima que “la
Vicepresidente no está en condiciones de reemplazar a Perón
satisfactoriamente, de allí que los diferentes sectores de la vida pública
del país, maniobren para quedarse con el poder real en una forma u otra.”
Además del peronismo ortodoxo, el sindicalismo y los grupos
económicos-financieros, Cesio contempla a “la Juventud Peronista
(Tendencia) y organizaciones especiales del peronismo.” Y luego –para
peor—aclara: “No se mencionan a los agrupamientos ultra radicalizados
o subversivos porque carecen de peso político propio, pero se descuenta
su intervención violenta en el proceso, en apoyo u oposición de algunos
de los sectores considerados”. Una pregunta: ¿Dónde ubicaba el coronel
Jaime Cesio a las organizaciones armadas “Montoneros” y FAR?

Cesio considera que el Ejército “es mirado desde todos los ángulos
como la única solución idónea y ocurren así dos fenómenos de índole
contrapuestos”:
—“El que se deriva de grupos disolventes, especialmente militares
fuera de la institución y aún dentro de ella, que participando de la idea de
que el poder irá a parar a manos del Ejército, aspiran a que no lo tomen
sus actuales autoridades y hacen lo imposible por sustituirlas.”

—“El que se produce cuando distintos sectores de poder, advirtiendo


esta transferencia, entienden que deben ser las actuales autoridades del
Ejército las que reciben y buscan su alianza con las mismas.”
Sin decirlo, Cesio estaba hablando de Montoneros y advierte que “a
partir de ayer (21 de noviembre) el cordón umbilical que une a Perón con
la realidad y que manejan López Rega y la Vicepresidenta, se ha
vigorizado.”

Como “ideas complementarias” la Secretaría del Comando General


del Ejército (CGE) considera que “si el día martes 27 de noviembre al
mediodía aún no se ha concretado la oportunidad de la entrevista entre el
Presidente y el Cte. Gral .sería preciso forzarla.” Si se rechaza “cabría
insistir en la conveniencia de una visita de cortesía para interiorizarse ‘de
visu’ de la salud del Presidente. El argumento a utilizar es que la presión
interna de la Fuerza obliga a una información seria a cargo del
Comandante. Este curso de acción tiende a que el Cte. Gral. forme parte
del nexo que hemos llamado cordón umbilical.”

Párrafos de uno de los informes para el general Carcagno

El viernes 23, al final de la tarde –como relato La Opinión del domingo


25— Perón apareció por televisión dando muestras de estar recuperado y
“haciendo bromas acerca de su estado de salud…el Jefe del Estado
admitió que está en período de convalecencia y que su estado físico
exige reclama cuidadosa atención.” Faltaban aún siete meses para el
fallecimiento del Presidente pero todos los documentos que recibía el
Comandante General especulan con la variante de su muerte.
En medio de rumores de todo tipo Carcagno, Betti, Cesio y Dalla Tea
se reunieron en secreto en el departamento de un empresario, en la
Avenida Santa Fe al 800, con Mario E. Firmenich, Roberto Perdía y
Roberto Quieto. Lo relató Perdía en sus memorias y a mí me confirmó la
reunión su jefe Mario Eduardo Firmenich en diálogos vía mail28.
De todas maneras, lo relata con mayor claridad el periodista Osvaldo
Tcherkaski en su libro Las vueltas de Perón en un diálogo con el coronel
(RE) Cesio y alternando con la memoria de Perdía. Según el segundo
jefe de Montoneros, durante el encuentro Carcagno dijo que “en caso de
un conflicto interno en el país entre la juventud peronista y el
movimiento sindical, nosotros vamos a estar con la juventud peronista”.
Esta sola definición, en conocimiento del Presidente y la ortodoxia
justicialista, invalidaba todo tipo de posibilidades de conducción del jefe
del Ejército. Sería el fin de su gestión y Juan Domingo Perón se enteró.
Perdía sospecha que la filtró Betti, por su pertenencia a la logia
Propaganda Due. Pero Gustavo Caraballo, Secretario Legal y Técnico de
la Presidencia, dijo en sus memorias que fue Carlos Dalla Tea y es para
mí una confirmación. Dalla Tea era el jefe de Inteligencia del Ejército,
con el general Anaya será jefe de una brigada en Corrientes y
permanecerá en el Ejército al lado de Jorge Rafael Videla y como
segundo del general Santiago O. Riveros en Campo de Mayo.

A estos tres detalles le falta lo más importante: fue Agregado Militar


en España y habló con Perón en diferentes oportunidades sin el
conocimiento del Embajador argentino en Madrid. Lo indescifrable (por
lo menos para mí) es cómo Carcagno se sumergió en los desacertados
consejos de Cesio (que ya venía conversando con Montoneros) y existe
un grave error castrense (si se lo puede calificar para no hablar de
deslealtad) en Dalla Tea al filtrar información calificada que perjudicaba
a su Comandante.

Otro de los informes para el jefe del Ejército


También Caraballo contó en sus memorias que el 18 de noviembre de
1973 (cuatro días antes del ataque cardíaco) el coronel Cesio y los
montoneros mantuvieron un encuentro. Los jefes montoneros sabían del
mal momento de la salud de Perón a través de “la deslealtad profesional”
del doctor Jorge Taiana (“que a Perón le quedaban seis meses de vida”,
contará Roberto Perdía). La reunión fue realizada -según Caraballo-con
el fin de “contemplar una salida conjunta entre la juventud (JP) y Fuerzas
Armadas para imponer su control del gobierno”. Gustavo Caraballo,
Secretario Legal y Técnico de la Presidencia, contó que Perón estaba al
tanto de los encuentros reservados entre Cesio y dirigentes montoneros.
De todas maneras la sabia pituitaria de Perón percibió el traspié de
Carcagno y comenzó a hablar con el general Leandro Anaya.
Lo mismo sucedió con la Secretaría Militar: mientras los asesores del
Comandante General aconsejaban apurar una designación para ese cargo,
Perón “una tarde de mediados de noviembre” -contó el coronel Vicente
Damasco- comenzó a tratar con el Jefe de Granaderos la deteriorada
situación argentina y la necesidad de la formular un Proyecto Nacional.
Luego de escucharlo un largo rato Perón, “me dijo: ‘Muy bien, cierre la
carpeta, que vamos a hablar. Creo que encontré lo que estaba buscando.
Comience a trabajar en el tema. Yo lo apoyaré en todo… lo nombraré
Secretario Militar para que disponga del tiempo y medios necesarios para
la tarea. Vaya pensando en su reemplazante para el Regimiento.’”29
¿Quién lo informaba y dónde estaba Jorge Raúl Carcagno en todo ese
tiempo?
El 26 de noviembre de 1973, el jefe del Ejército recibió otro “Informe
del equipo civil de asesoramiento político” escrito por M.M (¿Mariano
Montemayor?) en el que se sostiene que “en el país existe una
preocupación creciente por el virtual vacío de poder que origina la
incapacidad (física) del Presidente, sin hablar de una no descartable
hipótesis de desaparición. Y en el caso de que ocurra “se coincide en que
debe emerger una figura que sirva de aglutinante para que el Movimiento
Nacional no estalle en mil pedazos y para que la unión y reconstrucción
nacional continúe en el marco de la legalidad. Existe una sugestiva
coincidencia, en que la única figura que puede aglutinar a líneas y
matices variados, como los que existen, es el Teniente General
Carcagno”.

En esas horas, mientras tanto, el jefe del Ejército se refirió al secuestro


del coronel Crespo, capturado por el PRT-ERP, descartando que el arma
a su cargo estuviera involucrada en la investigación del caso. Se trata de
un problema policial, dijo Carcagno, en consonancia con la posición del
presidente Perón sobre el fenómeno del terrorismo. La violencia, dijo el
jefe militar, “está tendiendo a desaparecer”.

Semanas más tarde, el Comandante General del Ejército observa que


de la lista de ascensos militares que propuso los más importantes son
rechazados ante el silencio e indiferencia de Perón. En homenaje a su
investidura, el 18 de diciembre de 1973, se ve obligado a renunciar. Lo
sucedió Leandro Anaya “un hombre medido”, en cuya gestión (1974-
1975) “se la pasó enterrando milicos” asesinados por las organizaciones
terroristas.30 El matutino La Opinión del 20 de diciembre observará en
una nota que Carcagno “se había convertido en una alternativa política
para el caso de una sucesión” y la observación es acertada. Aunque en
sus archivos no aparece que Carcagno convalidara la conclusión
periodística, sus colaboradores, en varios de sus papeles de trabajo, la
tenían en cuenta.

El diario The Buenos Aires Herald advertía, en su edición del 14 de


diciembre, que tres nuevos ejecutivos de empresas extranjeras, en este
caso de la petrolera Cities Service, abandonaban el país debido a
amenazas de grupos extremistas. Recordaba también que veinte
directivos de la filial Ford Argentina retornaron a Estados Unidos
igualmente amenazados, como también directivos de IBM, Chrysler y
otras firmas norteamericanas. El semanario U.S. News and World Report,
a su vez, indicaba que quinientos ejecutivos norteamericanos habían
dejado la Argentina en los últimos meses. La prensa local destacó a su
vez que un comando del PRT-ERP ocupó la planta Wobron instalada en
la localidad bonaerense de General Pacheco para arengar a los
trabajadores mecánicos.

Perón, a pesar de sus problemas de salud, mantenía reuniones


permanentes con todo el arco político del país. En la Casa de Gobierno,
frente a un numeroso grupo de dirigentes partidarios de distintas fuerzas,
retomó el concepto de la unión nacional y el camino de la ley: “dejemos
que cada argentino haga lo que quiera siempre que sea en el marco de la
ley”, fue el mensaje que transmitió el Presidente.
El viernes 14 de diciembre, Perón recibió otra vez al jefe de la Unión
Cívica Radical, Ricardo Balbín, en Gaspar Campos. Hablaron de dos
cuestiones centrales, la reforma constitucional y la ley universitaria. El
presidente de la Nación abrió el primer tema sosteniendo que los textos
constitucionales de 1853 y 1949 generaban en la sociedad sensaciones
similares: unos la aceptaban y otros la rechazaban, por lo tanto lo mejor
era “lograr una constitución de unidad” y le dijo a su interlocutor que
tenía un gran interés que el radicalismo participara en la comisión que
estudiaría los temas a ser incluidos en la reforma de la Carta Magna.
Balbín le respondió que no era la intención de su partido de participar en
forma conjunta porque “los temas sensibles no despiertan mucho calor”.

“¿Para qué adelantar la reforma constitucional? ¿No es más


conveniente para el justicialismo esperar los resultados de la gestión
económica?” observó con perspicacia Ricardo Balbín. “Es que, don
Ricardo, yo no me siento bien. Quiero sacar este asunto cuanto antes. A
la cuestión económica hay que dejarla que camine por su lado. Total,
ganen los peronistas o ganen los radicales, ya nos pondremos de acuerdo
para el trabajo”. La idea del oficialismo era extender el plazo
presidencial a seis años y no de cuatro (con reelección) como era por la
reforma de Lanusse de 1972. Para el jefe radical la sociedad había
votado un presidente por cuatro años y no por seis. Y, además, temía que
la Asamblea Constituyente se declarara soberana y pretendiera cambiar
otros artículos.

La insurgencia de la guerrilla y la cuestión universitaria, con la ley de


prescindibilidad, fueron los temas sobresalientes de la reunión entre
ambos líderes. Perón habló con la prensa posteriormente: “La ley se va a
aplicar correctamente, sin ánimo de persecución a nadie, sino como
saneamiento de una administración sobrepasada en personal. Cuando yo
gobernaba en 1951 había 350 empleados, en la actualidad hay 3.500.
¿No les parece que están sobrando algunos?”, comentaba respecto de la
ley que rechazaba la izquierda en su totalidad y la juventud radicalizada
en particular.

El 19 de diciembre asumió el nuevo comandante general del Ejército,


general Leandro Anaya, en reemplazo del general Jorge Carcagno. Atrás
quedaba la figura de un militar, el general Carcagno, que había
entusiasmado a los sectores juveniles con una pública demostración de
alineamiento con la política iniciada por Cámpora. Había apuntalado una
mirada antiimperialista en la última reunión de comandantes en Jefe del
Ejército del continente celebrada en Caracas. Carcagno había puesto a su
fuerza en comunión con la JP en el “Operativo Dorrego”, y finalmente
había solicitado la expulsión de las misiones militares extranjeras del
país (una de Estados Unidos, la otra de Francia), reclamo que fue
desechado por el gobierno de Perón.
Decidido a combatir la violencia subversiva con la ley en la mano,
Perón se encontró con un escollo que debía sortear a cualquier precio.
Era el ordenamiento jurídico en el terreno penal que fue drásticamente
modificado por el gobierno de Cámpora. Perón insistía en dar el
tratamiento de “delincuentes” a los miembros de los grupos terroristas.
“Si asaltan un banco y se llevan la plata, no son otra cosa que
delincuentes, a mí no me van a decir que lo hacen en nombre de una
ideología superior”, afirmó el Presidente de la Nación.
Poner bajo el imperio de la ley a los “delincuentes” también
significaba modificar el Código Penal y las leyes que regulaban el
funcionamiento de la Policía Federal, en este caso, para darle un
territorio de acción extendido, que trasladara delitos comunes a la órbita
federal para respaldar la acción policial en todo el país. Algunas de las
modificaciones ahora propuestas por el gobierno de Perón se
encontraban vigentes al 25 de mayo de 1973, cuando asumió Cámpora y
decidió derogarlas mediante la ley 20.509 que dejó sin efecto las normas
penales que reprimían conductas delictivas o penas específicas sin
intervención del Congreso de la Nación.
“Algunos dicen que quieren la revolución violenta” reflexionaba
Perón, “pero no sé cómo se puede arreglar la economía de un país como
el nuestro ….a balazos”. La prédica presidencial no encontraba eco ni en
la organización Montoneros, que seguía insistiendo en su “peronismo
revolucionario”, de afinidad con Fidel Castro, ni con la organización
marxista Ejército Revolucionario del Pueblo. A través de las leyes
20.509 y 20.510, del 27 de mayo de 1973, el gobierno de Cámpora hizo
excarcelables a las principales figuras delictivas relacionadas con la
subversión, por ejemplo, tenencia de armas de guerra, falsificación de
documentos de identidad, también del automotor, amenazas extorsivas.
La prensa se hizo eco de un documento de trabajo confeccionado por
los organismos de seguridad del Estado donde se consigna una serie de
inconvenientes provocados por la legislación en curso -que Perón estaba
decidido a modificar - para actuar contra el terrorismo. Allí se indicaba
que numerosos activistas que habían obtenido la libertad el 25 de mayo
de 1973 y que fueron detenidos por las fuerzas de seguridad en ocasión
de cometer delitos contra las personas o la propiedad, debieron ser
rápidamente puestos en libertad por falta de un sistema legal que los
inculpara.
La respuesta de la subversión no se hizo esperar. El director ejecutivo
de la empresa Peugeot, Ives Boisset, fue secuestrado en la ciudad de
Avellaneda en las primeras horas del 29 de diciembre, cuando se dirigía
a la planta de la firma Safrar ubicada en Florencia Varela, por un
comando extremista que tenía el propósito de reclamar rescate para su
liberación, según la prensa local. Se trataba del tercer ejecutivo
extranjero secuestrado por grupos extremistas durante el mes de
diciembre, precedido por la captura de dos norteamericanos, Samuelsson
de la empresa Esso secuestrado en Campana, y Charles Hayes, gerente
de la compañía Mc Kee Tecsa .

La economía y el Pacto Social: el desabastecimiento

El Instituto Nacional de Estadísticas y Censos ( INDEC ) informaba que


la tasa de desocupación medida en octubre había llegado al 4,5 % de la
población económicamente activa (PEA), un punto menos que la
medición obtenida en agosto del mismo año. La marcha de la economía,
asentada en el sistema de Acuerdos de Precios y Salarios, conformaba la
columna vertebral de un sistema sostenido por el presidente Perón,
después de un semestre, el primero del año, donde la inflación se
devoraba los salarios y alteraba el humor social. Ya en noviembre el
aumento del índice de precios al consumidor del 0,8 por ciento creaba
favorables expectativas en el gobierno aun cuando sectores laborales
internos reclamaban por la caída del salario real.
El Secretario de Comercio, Miguel Revestido, al anunciar el índice
correspondiente a noviembre, recordaba que entre diciembre de 1972 y
mayo del corriente año, los precios habían aumentado un 43, 7 por
ciento, “mientras que desde mayo hasta noviembre de este año la onda
inflacionaria se ha mantenido prácticamente en cero”. La política de
“precios máximos” preocupaba a los principales actores de la vida
económica privada. Según el Comisario Gamboa, miembro de la
Comisión de Precios, Ingresos y Nivel de Vida, las inspecciones a las
empresas para verificar el sistema de precios máximos se encontraban
trabajando con todo vigor para evitar deslizamientos especulativos.
El gobierno obligaba a las empresas que pretendieran un
reconocimiento de mayores costos a presentar el balance anual
correspondiente para dar traslado – o rechazar – la solicitud. En Córdoba
el abastecimiento de carne vacuna a la población se encontraba
seriamente restringido, debido a la dificultad de los comerciantes
minoristas en vender el producto siguiendo la línea de los precios
máximos. Frente al descontento público comenzaba a surgir el mercado
negro donde se conseguía el producto a precios superiores a los
consignados oficialmente. Los minoristas decidieron declararse en paro
por tiempo indeterminado agravando la situación, en protesta por los
precios que deben abonar a los abastecedores.
Notas
1 Revista Panorama, Editorial Abril-Time, Buenos Aires, octubre de 1965.

2 “Protagonista y testigo”, Alejandro Agustín Lanusse, Editorial Marcelo Lugones, Buenos


Aires 1988.
3 La Nación, 16 de enero de 2005, por los periodistas Ernesto G. Castrillón y Liliana
Maghenzani.
4 Finalmente fue asesinado en diciembre de 1975, junto con su esposa, por un comando
montonero en el denominado “Operativo Cacerola”.
5 Carta Secreta a Lanusse con fecha 08 de enero de 1973.
6 En 1974, en consideración con su actitud, Perón le ofreció la jefatura de la Policía Federal u
otro puesto en su gobierno. Saint Jean no aceptó ningún cargo.
7 “Modos de acción posibles para entregar el Gobierno (palabra empeñada) pero no el Poder
(no retorno al pasado ni salto al vacío).”

8 Nixon renunciaría el 9 de agosto de 1974.


9 Cable fechado el 6 de junio de 1973.

10 Horacio Rivero nació en Puerto Rico y fue el primer hispanoparlante que llegó al grado de
almirante de 4 estrellas. Participó en las principales batallas del Pacífico (1942-1945) y en la
guerra de Corea. Luego de ser comandante de la OTAN fue embajador de los EE.UU. en España
entre 1972 y 1974.
11 En esas horas Lanusse deja la comandancia y nombra interinamente a López Aufranc al
frente del Ejército.
12 Testimonios relatados al autor por el consejero Airaldi y el embajador Ernesto Garzón
Valdés..
13 Todas las referencias de Armando Puente forman parte de una larga grabación realizada con
el autor.

14 Que estaba bajo las órdenes del comodoro Jesús Orlando Capellini.
15 Miguel Bonasso, obra citada pág. 539.

16 Declaraciones de Lima al semanario “Gente”, junio de 1980.


17 La Opinión, 8 de julio de 1973, página 20.

18 Las Bases, Año 2, Número 47 del 7 de junio de 1973, páginas 17 a 19. Gloria Bidegain en
aquella época salía con un Vaca Narvaja Yofre (Montonero) y años más tarde fue diputada
nacional por el Frente Para la Victoria, provincia de Buenos Aires, mandato 2007-2011.
19 La Opinión, 8 de julio de 1973, página 20.
20 Parte de la entrevista grabada al doctor Pedro Ramón Cossio (2010),
21 Gente del 27 de septiembre de 1973.
22 Primo de “Paco” Urondo, Invernizzi antes de ingresar al PRT-ERP había militado en las
FAR, según relató en “Lucha Armada” Año 2-Nº 5.
23 El Descamisado, Año I Nº 17, 11 de septiembre de 1973.
24 Testimonio al autor del doctor Pedro Cossio
25 Documento “Marco Externo - Ámbito Regional”.
26 Ver “Volver a matar”, Juan Bautista Yofre, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, Buenos
Aires 2008; “Operación Traviata”, Ceferino Reato (Editorial Sudamericana). “Por amor al odio”,
Carlos Manuel Acuña, Ediciones del Pórtico, Buenos Aires 2003.
27 Para esa época el PRT-ERP se había alejado del trotskismo, desafiliado como Sección
Argentina de la IV Internacional, adoptado el castro guevarismo foquista y pasado a la órbita de
Cuba y la URSS.
28 Fue el 16 de noviembre de 2017.
29 El sucesor de Damasco en Granaderos fue el coronel Sosa Molina. El autor le agradece a
Luis Francisco Asís Damasco.
30 Diálogo con el general de brigada Llamil Reston con el autor, Buenos Aires 19 de enero de
2010.
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