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BOTANA.
El orden conservador.
Siete décadas no habían bastado para constituir una unidad política, ni mucho menos para legitimar un centro de poder que hiciera
efectiva su capacidad de control a lo largo, y a lo ancho, del territorio nacional. La solución de tal problema habrá de alcanzarse por
medio de la fuerza, siguiendo una ley interna que presidio los cambios políticos en la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX.
Tras estos hechos de sangre se escondía un enfrentamiento entre dos regiones que reivindicaban intereses contrapuestos, por un
lado, Buenos Aires, y, por el otro lado, el interior. La ciudad-puerto, abierta al exterior, que crecía frente al interior, que cubría una
realidad mucho más extensa en la cual se erguían sistemas de poder embrionarios constituidos sobre la autoridad del caudillo, que se
desplazaban según la coyuntura de la época.
Se daba entre Buenos Aires y el interior un empate inestable que gobernaba las relaciones de los pueblos en armas, mientras
no se lograra hacer del monopolio de la violencia una realidad efectiva y tangible.
La unidad política resulta de un dialogo o de una discusión, a cuyo término se alcanzara un consenso por el cual todos los
participantes se obligaran voluntariamente a transferir parte de su capacidad de decisión a una autoridad común, que de allí
en más será obedecida. Sin embargo, desde otro punto de vista la constitución de la unidad política es empresa de conquista
y coacción, la obediencia en este caso se obtiene por la violencia. Llevadas a sus últimas consecuencias, ambas teorías
constituyen racionalizaciones utópicas del proceso de reducción a la unidad. Ambos medios de transferencia de poder se
manifiestan combinados con grados de intensidad variables cuando el observador emprende un análisis de la realidad
histórica. Como ejemplo de la realidad argentina podemos ver como cuando Urquiza derrotó a Rosas en la Batalla de Caseros,
momento en el que vio su fin una forma de gobierno caracterizada por la descentralización autonomista, según la cual las provincias
de la Confederación se reservaban el máximo de capacidad de decisión, por lo que este sistema benefició a las provincias más
fuertes, y no contempló la posibilidad de transferir mayor capacidad de decisión a un poder político que fuera centro de una unidad
política más amplia, siendo tal el objetivo de Urquiza, para lo cual se firmo un pacto con el cual las provincias se comprometían a
celebrar un Congreso Constituyente, con el fin de organizar políticamente a las 14 provincias, y así, el camino elegido era el acuerdo,
ya que los gobernadores elaboraron un consenso por el cual cedían, de modo voluntario, el poder de decisión que reservaban. De
esta manera, el Congreso Constituyente culminó con el acto fundante de una unidad política que definió las relaciones de
subordinación de las provincias con respecto al del poder central. Este consenso se quebró en 1852, cuando Buenos Aires no acepto
transferir el poder que se reservaba, ni tampoco acepto la nacionalización de la Aduana, por lo que este rechazo se tradujo en la
coexistencia armada, durante casi una década, de dos proyectos de unidades políticas: por un lado, la Confederación, y, por el otro, el
de Buenos Aires.
Tres problemas básicos: integridad territorial, identidad nacional, organización de un régimen político.
Los presidentes posteriores a la Batalla de Pavón desempeñaron su papel desde la provincia hegemónica, en la cual se tomaban las
decisiones con carácter nacional. Después de Pavón, el papel del presidente careció de los medio necesarios para hacer efectivo el
poder político, debido a la coexistencia obligada con el gobernador de Buenos Aires en la ciudad-capital de la provincia más
poderosa. Durante las presidencias de Mitre, Sarmiento, y Avellaneda, se manifestaron 3 problemas básicos:
1- Integridad territorial: ámbito espacial sobre el que debería ejercerse el poder político, el cual se relaciona con la fuerza coercitiva
que dispone el poder político para hacer frente a determinados actores que impugnan su pretensión de monopolizar la violencia. Para
entenderlo es preciso tener en cuenta los dos movimientos de impugnación al poder político que se dieron, por una parte, en algunas
provincias del interior se produjeron movimientos de fuerza que fueron controlados por el poder central, y, a su vez, dentro de la
provincia hegemónica, se daba la división entre las facciones autonomistas (dirigidos por Alsina), frente a los nacionalistas (dirigidos
por Mitre), quienes estaban decididos a nacionalizar a Buenos Aires, para subordinarla al poder central como al resto de las
provincias, en tanto que el autonomismo alsinista era un actor con la suficiente fuerza como para impedir la consolidación de su
oponente, pero sin el consenso indispensable para consolidar el poder presidencial.
2- Identidad nacional: los pueblos dispersos instalados en este territorio abrían el interrogante de saber si estaban dispuestos a integrar
una unidad más amplia. Se refiere a los mecanismos de comunicación entre actores localizados en regiones diferentes por cuya
mediación se van logrando vínculos de solidaridad más amplios que los anteriormente existentes.
3- Organizar un régimen político: implantar en ese territorio, y a partir de esos pueblos dispersos, un modo de elección estable de
gobernantes capaces de formular decisiones autoritativas que comprometieran a esa comunidad naciente en su conjunto, plantea la
necesidad de desarrollar sentimientos de legitimidad compartidos acerca del valor que merece la estructura institucional del poder
político, y las reglas de sucesión que regularan la elección de los gobernantes.
En 1880, se enfrentaron el interior y Buenos Aires en bandos opuestos para decidir por las armas la subordinación definitiva
de todas las provincias al poder político nacional. Estos actos de violencia dividieron al Ejército Nacional en grupos de oficiales
antagónicos, los cuales se desplazaban de un bando a hacia otro, y que trazaron el cuadro para perfilar la futura autoridad política de
Julio Roca.
Entre 1862 y 1880, Roca sirvió al Ejército Nacional participando en todas aquellas acciones que contribuyeron a consolidar el
poder nacional, por lo cual esa trayectoria militar le permitió mantener contactos permanentes, desde sus comandancias de frontera,
con las clases gobernantes emergentes que, progresivamente, remplazarían a los gobernadores del pasado régimen. Las provincias
del interior integradas, en cierta medida, en un espacio territorial más amplio, y subordinada de modo coercitivo al poder central,
advirtieron que el camino para adquirir mayor peso político consistía en acelerar el proceso de nacionalización de Buenos Aires y no
retardarlo, así, se organizaron dentro de la llamada “Liga”, los gobernadores vinculados con Roca a través del ministerio de
guerra, y coordinados por Avellaneda, y tejieron una trama electoral que condujo a Roca hacia la presidencia. La Liga de
gobernadores impuso su candidato, mientras que Buenos Aires emprendía el camino de la resistencia armada, luego de varios
enfrentamientos, Buenos Aires se vio subordinada al poder político central, por lo que el resultado de los acontecimientos entonces se
tradujo en la federalización de Buenos Aires, y la prohibición a las provincias de formar cuerpos militares. Posteriormente, el
presidente electo cobijo a su futuro gobierno bajo el lema de “paz y administración”, ya que, según este, se necesitaba paz
duradera, orden estable, y libertad permanente, por lo que, para esto, iba a emplear todos los resortes y facultades de la Constitución
para evitar, sofocar, y reprimir, cualquier tentativa contra la paz pública. De esta manera, unión y gobierno ordenado serán el lenguaje
de Roca y de Avellaneda, identificando por unión a los intereses, valores, y creencias, reunidos en torno de un sistema de poder
común y gobierno aparecía como un concepto representativo de una operación tanto, o más, compleja que la consistente en implantar
una unidad política que implicaban actos, y procedimientos, capaces de crear instituciones que mantuvieran en existencia la unidad
política recién formada. El país se había dictado una formula prescriptiva de carácter federal, la Constitución Nacional, y sobre
esta se debía trazar una formula operativa que hiciera factible la producción de actos de gobierno. La cuestión del régimen
político se planteaba como un desafío territorial que sucedía a los anteriores de crear la integridad territorial, y de comunicar a los
grupos en la perspectiva de una comunidad más amplia. De este modo, la construcción del régimen emprendida por los hombres de
la generación del 80, y la formula política que la sustentó, contiene en sus cimientos las respuestas precarias formuladas al drama de
la desintegración territorial y de la guerra interna.
Un régimen político puede ser entendido como una estructura institucional de posiciones de poder, dispuesto en un orden jerárquico,
desde donde se formulan decisiones autoritativas que comprenden a toda una población perteneciente a una unidad política. Un
régimen político debe responder a 2 tipos de interrogantes:
a) Que vinculo de subordinación establecerá el poder político con el resto de los sectores del poder presentes en la sociedad. Hace
hincapié en la organización y en la distribución del poder.
b) Que reglas garantizaran el acceso y el ejercicio del poder político a los futuros gobernantes. Hace hincapié en el modo de elección de
los gobernantes y en los límites que se trazan entre éstos y los gobernados.
La estructura institucional de un régimen alberga la realidad de un poder, y este haz de relaciones de control se asienta sobre una
constelación de intereses materiales, y valores, que justifican las pretensiones de algunos miembros de la comunidad política de
gobernar al resto. La operación consistente de traducir esas madejas de intereses, y valores, en una creencia compartida de que
haga de veces de norma habitual para regular las relaciones de poder.
Se trata, entonces, de consagrar una formula prescriptiva, o un principio de legitimidad, que no sólo busca satisfacer ciertas ideas
acerca del régimen que puede ser mejor adaptado, sino que también pretende gratificar intereses materiales reivindicados por los
grupos sociales.
La formula operativa, o sistema de legitimidad, debe vincular las expectativas, valores, o intereses, de los actores con
las instituciones del régimen y las reglas de sucesión.
La búsqueda de formulas operativas prescriptivas, que conciliara la desigualdad del antiguo régimen con los principios igualitarios del
régimen emergente, estuvo signada por errores y fracasos, pero fue dejando sedimentos que se constituyeron en una visión hacia el
futuro en nuevos proyectos institucionales. Ese fue el propósito de Alberdi.
Sostenía que los argentinos necesitaban de una Constitución que les sirviera de guía para realizar un determinado proyecto, que va a
consistir en un conjunto de metas al que debe dar alcance una Nación abierta al futuro, y para alcanzar dichos fines se debe advertir
la intención alberdiana de provocar un trasplante cultural, por lo que optara por la inmigración, la construcción de ferrocarriles y
canales, la colonización de tierras de propiedad nacional, la introducción y establecimiento de nuevas industrias, la importación de
capitales extranjeros, y la explotación de ríos interiores, entre otras propuestas.
La fórmula funda una capacidad de decisión dominante para el poder político central, otorga el ejercicio del gobierno a una minoría
privilegiada, que limita la participación política del resto de la población, y asegura a todos, sin distinción de nacionalidad, el máximo
de garantías civiles.
La cuestión que mantenía preocupado a Alberdi era la de organizar un poder central necesariamente fuerte para controlar los
poderes locales y suficientemente flexible para incorporar a los antiguos gobernadores de provincias a una unidad política
más vasta.
El problema que surge en el horizonte de una fórmula republicana es el de saber bajo quienes y bajo que reglas podrán ejercer el
gobierno de la sociedad, Alberdi se apartó de la designación derivada de la herencia, y optó por la posición democrática, la cual
hace derivar la legitimidad del gobernante de la elección realizada por el pueblo.
La formula alberdiana prevé que el diputado será elegido directamente por el pueblo, mientras que el senador y el Presidente
obtendrán dichos cargos por una elección de segundo grado, realizada en las legislaturas provinciales, o en el seno del Colegio
Electoral. Con estas medidas, Alberdi buscaba "filtrar" a aquellas personas que no estén capacitadas para ejercer un gobierno,
y concentrar en un grupo reducido la responsabilidad del gobierno. Pero como esta legitimidad del gobernante deriva del voto
del pueblo (ya sea directamente o indirectamente), es necesario que la expresión del mismo sea controlada bajo el argumento de que
unos pocos saben elegir, ya que la muchedumbre ha favorecido, en muchos casos, a los despóticos populares. Así, esta minoría es la
única calificada para ejercer la libertad política, el resto, la mayoría que hizo mal uso de la libertad política favoreciendo a los
despotismos populares, solo tiene derecho a la libertad civil. De esta manera, la fórmula alberdiana prescribe la coexistencia de
dos repúblicas:
La República Abierta: está regida por la libertad civil, en ella tienen cabida todos los ciudadanos que habiten en un país. Esta
Republica Abierta es una contradicción en los términos, pues no controla sus actos de gobierno.
La República Restrictiva: construida para el ejercicio de la libertad política (un ámbito donde la participación en el gobierno se
circunscribe a unos pocos, y también la capacidad de controlarse entre ellos, y a la vez al entorno que los rodea). En esta prima la
voluntad reflexiva de los hombres públicos preparados para tomar el manejo de la suerte de todos.
La totalidad de la Republica Alberidana va a estar dada por la Republica Restrictiva más que la Republica Abierta, y mientras
en una participan mediante el uso de la libertad política (delegaran de modo voluntario su capacidad potencial de mando), en la otra
los habitantes afincados en un territorio permanecerán dirigidos por un sistema de control impuesto desde afuera.
Alberdi adopto las precauciones de la representación indirecta, pero las robusteció mediante una tajante división entre el habitante y
el ciudadano, para este el acto discriminatorio tiene como propósito asegurar la calidad del acto electoral.
Alberdi admitía como premisa indiscutible que los papeles del elector y del elegido debían ser intercambiables, entonces la ley debía
operar una rígida distinción entre el ciudadano y el habitante, entre el pueblo político y el pueblo civil, porque unos y otros eran
cualitativamente diferentes para ejercer la máxima obligación republicana que consiste en elegir y en ser elegido.
Votaran, para Alberdi, los de arriba, es decir, los ricos y los educados, y no podrán, ni deberán, elegir los ignorantes y los pobres. El
acto de representación plantea un dilema, o se universaliza la ciencia, el arte, y el gobierno, o bien la responsabilidad de manejar la
suerte de todos, de asumir lo público desde la particular perspectiva de que lo privado debe quedar en manos de un pequeño núcleo
de privilegiados.
III) LA OLIGARQUÍA POLÍTICA.
La Republica Restrictiva, tal como surge de la formula alberdiana, no definía ningún medio practico para hacer efectiva la
representación.
La libertad, viva en el texto y maltratada en el hecho, será, por largo tiempo, la ley de nuestra condición política en América, antes
española.
El control de la sucesión.
Alberdi inicia su primera experiencia práctica de política práctica en su país natal, en un clima de violencia. Durante el verano que
sigue a los sucesos del 80, el político indeciso cede su lugar al intelectual, presa de la febril necesidad de explicar los acontecimientos
que se sucedían.
La Republica distingue entre la esfera pública, por un lado, y la esfera privada, por el otro, siendo que ambos órdenes de actividad
permanecerán protegidos por toda una red de derechos y de garantías que se estipulan de modo explicito. Así, la elección en la
Republica si proviene de una realidad llamada pueblo. El soberano es causa y no efecto de la elección de los magistrados, el elector,
por consiguiente, tiene una naturaleza política distinta de la del representante.
En las elecciones que se venían dando con anterioridad a 1880, los electores serian los propios gobernantes, y el poder electoral
residiría en los recursos coercitivos, o en los económicos, que poseían los gobiernos, y no en el soberano que delega el poder de
abajo hacia arriba, por lo que las elecciones consistirán en la designación del sucesor por el funcionario saliente, y el control lo
ejercerá el gobernante sobre los gobernados, antes que el ciudadano sobre el magistrado. La formula operativa del régimen
inaugurado en 1880 adquiere, según Alberdi, un significado particular, si se la entiende como un sistema de hegemonía
gubernamental, que se mantiene gracias al control de la sucesión. Para esa época, en Argentina no habían ni reyes ni monarcas,
entonces Alberdi pensaba que había gobernadores y presidentes, y ni el carisma de las tradiciones religiosas, ni la herencia
consagrada por las antiguas casas gobernantes, podían constituir una regla de sucesión adaptada a las circunstancias, así, solo
restaba la elección y la fuerza, ambos métodos fueron racionalizados, y la elección se trastocó en designación del
gobernante por su antecesor, y la fuerza se concentró en los titulares de los papeles dominantes revestidos con la autoridad
de los grandes electores.
La hegemonía gubernamental.
Los únicos que podían participar en el gobierno eran aquellos habilitados por la riqueza, la educación, y el prestigio. Esto es
importante, ya que, a partir de 1880, el extraordinario incremento de la riqueza consolido el poder económico de un grupo social,
cuyos miembros fueron “naturalmente” aptos para ser designados gobernantes, por lo que el poder económico se confundía con el
poder político, y esta coincidencia justifico el desarrollo de una palabra como oligarquía, la cual fue tanto bandera de lucha, como
motivo de explicación.
La oligarquía va a ser vista (desde la antigüedad griega), como la decadencia y la corrupción de una forma de gobierno de tipo
aristocrática, en la cual los ciudadanos no sirven a la polis, sino que sirven a sus intereses particulares, o al interés de su propio grupo
social. Para los historiadores, es una categoría social que, a su vez, también puede dar cuenta de una clase gobernante consiente y
unida con respecto a un propósito nacional, o reflejar el carácter de un grupo de notables, cuyo ambiente natural es el club, y su
método de acción es el acuerdo.
Tres puntos de vista se entrecruzan cuando se emprende un análisis del fenómeno oligárquico en Argentina:
- Es una clase social determinada por su capacidad de control económico.
- Es un grupo político en su origen representativo, que se corrompe por distintos motivos.
- Es una clase gobernante con espíritu de cuerpo y con conciencia de pertenecer a un estrato político superior, integrada por un tipo
específico de hombre político: el notable.
Dado el carácter crítico del concepto de oligarquía, la cuestión que ocupara nuestro interés consistirá en desentrañar la dimensión
política:
a) Que hay oligarquía cuando un pequeño número de actores se apropia de los resortes fundamentales de poder.
b) Que ese grupo está localizado en una posición privilegiada en la escala de la estratificación social.
Ambas posibilidades asumen la hegemonía de un grupo reducido de individuos sobre el resto de la sociedad, pero mientras el primer
caso la hegemonía no es percibida por los miembros de la minoría oligárquica como tal, en la segunda el dominio gubernamental se
despliega tanto sobre la gran mayoría de la población (pasiva y no interviniente), como sobre los miembros pertenecientes al estrato
superior que emprenden una actividad opositora.
La oligarquía puede ser entendida como un concepto que califica un sistema de hegemonía gubernamental, cuyo imperio en
Argentina observaba Alberdi antes y después de 1880. El sistema hegemónico que organizaría sobre las bases de una unificación del
origen electoral de los cargos gubernamentales que, según la doctrina, deberían tener origen distinto.
La hipótesis expuesta exige rastrear un fenómeno que es de control político, por lo que esta noción traduce un acto que se extiende
en dos términos: quien es controlado y el por qué, y él para que del control. En este sentido, la dimensión temporal merece
atención, ya que las instituciones podían ser traducción especifica de un propósito de control, pero también actúan como un punto de
arranque de una empresa histórica más complicada, por cuyo destino, un propósito de control, se esconde bajo determinadas
prescripciones formales, las orienta con un sentido distinto del que resulta de una mera lectura jurídica, y persiste mas allá de los
cambios que puedan acaecer en determinados momentos. Este doble movimiento, de cambio y de persistencia, está presente en todo
proceso de desarrollo institucional, pero en algunos casos la distancia entre la formula prescriptiva y la formula operativa es más
fuerte que en otros casos.
El camino interpretativo va a ser el otro camino abordado para comprender un aspecto de la acción política de aquel entonces. Se
dio un sistema de transferencia de poder mediante el cual un número reducido de participantes logro establecer dos procesos
básicos: por un lado, excluir a la oposición considerada peligrosa para el mantenimiento del régimen; y, por el otro lado, cooptar por el
acuerdo a la oposición moderada, con la que se podían transar sobre cargos y sobre candidaturas. Esta manera de aventar los
conflictos y de tejer alianzas puede hacer de telón de fondo para entender el modo en el cual los actores se sirvieron de un conjunto
de instituciones.
La hipótesis del autor sostiene la coexistencia de dos formulas, la prescriptiva y la operativa, entre las cuales se enhebro un
viejo dialogo entre constitución y realidad.
CONBLIT- GALLO – O´CONNELL.
Para describir el contorno real en el que se desenvolvió la práctica política de la generación del 80 hemos tomado las siguientes
variables:
a) TIERRA.
La participación en el ingreso por parte de los sectores propietarios de la tierra habían alcanzado niveles tan altos que, unida al
prestigio social que otorgaba su tenencia, la constituían en uno de los elementos básicos de la distribución del poder de la
Argentina.
En Buenos Aires, casi toda la tierra del Estado provincial se había pasado de manos del mismo a la mano de los particulares. La
Campaña al Desierto de Alsina (en primer término), y la de Roca (en segundo término), puede considerarse el último mojón de este
proceso, que llevó la línea de fronteras a una situación similar a la actual.
A excepción de las políticas sobre la tierra llevadas a cabo por Rosas, la mayoría de los gobernantes argentinos se preocuparon por
incorporar la tierra a la economía del país, dentro de una legislación que asegurara una cierta equidad en su distribución (ley de 1864,
Ley Avellaneda de 1876, ley del 3 de noviembre de 1882, y la Ley del Hogar de 1884, manifiestan una relativa preocupación por
impedir el desarrollo del latifundio).
Los factores que condicionaron la estructuración latifundista de la propiedad agraria en Buenos Aires son:
a. La entrega de tierras se hizo teniendo en cuenta, primordialmente, la necesidad de enjuagar el déficit fiscal.
b. El mecanismo de implementación, y control, del gobierno era muy débil como para atender eficientemente estas distribuciones
masivas de tierras.
c. A la oferta de la tierra pública concurrieron sectores sociales con peso muy desigual.
En Santa Fe, el pequeño propietario tuvo posibilidades de acceso a la tierra desde comienzos de la explotación de la misma. En el
año 1850, era una de las provincias más pobres, al punto que era auxiliada para el pago de sueldos.
La explotación de la tierra fue impulsada por el gobierno, cuyo orden no fue eclipsado por sectores locales ya estatuidos. Según
Nicasio Oroño: “Las leyes que se han dictado en la provincia son el resultado de una alianza feliz de ambos sistemas (donación
gratuita, y ventas a bajos precios y largos plazos)”.
b) COLONIZACIÓN.
Estuvo íntimamente ligada a la producción agropecuaria y a la distribución de aquella. En cada una de las provincias, su evolución,
por responder a situaciones diferentes, se encaminó en un distinto sentido.
A partir del año 1865, Santa Fe inicia el movimiento colonizador en gran profundidad. En 1895, ya se habían colonizado alrededor
del 37% de las hectáreas. Las colonias representaban, para 1884, alrededor del 84% del área total bajo cultivo en explotación en la
provincia de Santa Fe. Las colonias santafesinas se convirtieron en un centro de irradiación, y las mismas desbordan hacia Córdoba y
Buenos Aires.
Buenos Aires desarrolla, a partir de 1890, el cultivo extensivo del trigo, utilizando la forma jurídica de arrendamiento para eso.
Scobie explica esta diferencia con el proceso santafesino, dado el carácter subordinado a la ganadería que tuvo el desarrollo del trigo
en Buenos Aires. Otro factor operante pudo haber sido la tendencia a retener la tierra en vista a su valoralización, y, además, el
prestigio social que ésta otorgaba.
Algunos factores que promovieron el desarrollo de las colonias de Santa Fe fueron:
El buen sistema de comunicación (Río Paraná y ferroviario).
Los primeros intentos de colonización santafesina encontraron un alto grado de protección estatal.
La fortaleza del gobierno provincial en lo que refiere al control de la distribución de tierras.
Los colonos tuvieron que armarse y fortalecerse en su lucha contra los indios, acrecentando su poder.
Intervención de compañías comerciales, mayoritariamente extranjeras.
c) INMIGRACIÓN.
Podemos decir que el tipo de inmigración que recibe la Argentina es concordante a las tendencias de la época en que se incorpora
este nuevo fenómeno. Las grandes migraciones internacionales comienzan alrededor de 1830, pero el lapso que va desde este año a
1882 escapa a la influencia argentina. Esta circunstancia es de gran importancia para definir las partículas del flujo migratorio en
nuestro país.
La emigración del noreste de Europa proviene de países de transición hacia el industrialismo, con actitudes favorables hacia ese
proceso con todos los componentes sociales, políticos, y educativos. La que viene del suroeste de Europa tiene un gran atraso
cultural y sale de países de estructura predominante agraria y pastoril.
Puede observarse un paralelismo entre las tendencias migratorias generales de los Estados Unidos y de la Argentina, anotándose
que, a pesar de la curva descendente general de la migración del norte de Europa, los Estados Unidos retienen una proporción mayor
que la Argentina. La explicación de esto es la siguiente:
Relación entre país colonizante-colonizador: preferentemente, los británicos van hacia los Estados Unidos, y los españoles van hacia
la Argentina.
Existencia de núcleos inmigrantes exitosos en Estados Unidos provenientes de países del noroeste.
Afinidades lingüístico-culturales.
Factores de tipo político, como la propaganda británica destinada a enviar a la Argentina mano de obra no calificada para que se
integrase dentro de la estructura exportadora del país, y el interés de sectores ganaderos bonaerenses empeñados en el desarrollo
de explotaciones agrícolas extensivas.
Asimilación del inmigrante.
Una característica general es la poca integración de la inmigración en las estructuras políticas. Las causas por las cuales la
asimilación de los inmigrantes fueron dificultosas son las siguientes:
o Escaso interés de los extranjeros en asimilarse.
o La alta proporción de italianos en la emigración configura una fuerte tendencia a retornar a su país de origen.
o La legislación argentina no preveía ningún sistema de naturalización.
o El cerrado y arbitrario sistema político conspiraba contra la participación electoral de los extranjeros, que seguían con
indiferencia el desarrollo de los comicios.
d) DISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA, LOS INGRESOS, Y LA POBLACIÓN.
El crecimiento de la riqueza en el período es intenso. Su distribución no fue de ningún modo uniforme. Esto se refleja en la
distribución de los ingresos: Buenos Aires representaba el 50% de los ingresos.
En relación a lo anteriormente planteado, se debe tener en consideración lo siguiente:
El predominio de Buenos Aires es más que evidente: la segunda provincia en riqueza (Entre Ríos), sólo poseía un 10% de los
ingresos nacionales.
El sector de Buenos Aires ligado a la ganadería detentaba un poder económico sin rival.
Participación estatal en los ingresos.
e) FACTORES EXTERNOS.
I) Dependencia Comercial.
El comercio exterior argentino estaba altamente concentrado, tanto en lo referente a productos como a países de intercambio,
revelando un elemento de dependencia del exterior. El grueso del intercambio se realiza con Francia y con Gran Bretaña, aunque
ambos iban perdiendo terreno frente a Bélgica y a Alemania.
En cuanto a las vinculaciones económico-políticas que contribuyen a crear el comercio exterior, Buenos Aires acapara el 80% del
mismo. En lo que refiere a la distribución por productos, al comienzo del período, la lana es el principal artículo de exportación,
seguido por los cueros. El abastecimiento de productos elaborados estaba a cargo del extranjero.
II) Déficit del balance comercial.
Hasta 1890, Argentina fue básicamente deficitaria en su comercio exterior; el monto disponible de muchos artículos de
consumo y de inversión dependió de la posibilidad de atraer fondos del exterior, ya sea por medio de las colocaciones de bonos
públicos, o de las inversiones directas.
III) Capital extranjero.
El movimiento de mercancías y el de capitales se estimulan mutuamente. En Argentina, las inversiones extranjeras (británicas),
se vieron alentadas por el conocimiento de la plaza adquirido por medio de la vinculación comercial, pero, por otra parte, es evidente
que las inversiones en los ferrocarriles estimularon una intensificación de las exportaciones.
f) CENTRALIZACIÓN DEL PODER.
La dispersión espacial del poder, característica de la Argentina anterior a la Batalla de Caseros, confluye, a partir de 1852, en el
último gran antagonismo interregional: las provincias del interior, bajo el liderazgo del litoral, englobadas por el gobierno de la
Confederación, en abierta oposición a Buenos Aires.
Buenos Aires, mediante el afianzamiento del poder regional, concentra en sus manos casi todas las decisiones políticas de alcance
nacional. Sus dos partidos, Autonomista (alsinistas), y Nacionalista (mitristas), dirimían a través de la consecución del gobierno
provincial, el manejo de la República.
Tenemos el siguiente cuadro que corre de 1862 a 1880:
a) Poder provincial fuerte, desde donde se toman las decisiones nacionales;
b) Poderes regionales débiles, con escasa participación en el gobierno central;
c) Un gobierno nacional que carece de elementos necesarios para imponer su soberanía.
La situación de subordinación del gobierno nacional se reflejó en 1876, cuando renunció a uno de los instrumentos básicos de su
soberanía: emitir billetes. El Banco de la Provincia de Buenos Aires, acreedor del gobierno nacional, logró imponer es ese año esta
situación, posibilitada por la debilidad política-económica del poder central.
El triunfo de la Guardia Nacional por sobre las milicias de Buenos Aires, establece el punto de partida para el afianzamiento del
Ejército Nacional.
g) LOS SECTORES POLÍTICOS Y LAS IDEOLOGÍAS PREDOMINANTES.
La aparición de los partidos políticos, en el sentido técnico-organizativo, estará condicionada al surgimiento de las grandes
masas en la escena política. El principio organizativo surge de la necesidad de los nuevos grupos de proveerse de un
instrumento que equilibre el poder de los sectores tradicionales.
En 1891, cuando la Unión Cívica, a través de la primera carta orgánica que se conoce en el país, comienza a proyectar en un sentido
nacional y democrático la estructura política basada en el comité electoral. Solo a partir de los grandes movimientos masivos y de la
necesidad de éstos de dar a conocer nuevas élites surgidas de su seno, prestigiándolas ante el público elector a través del aparato
político, se inicia en la Argentina la era de los partidos.
Desde 1862, la lucha política queda planteada entre dos sectores del liberalismo bonaerense: los autonomistas, y los
nacionalistas. El leitmotiv de la existencia del Autonomista, que era la oposición a la nacionalización de Buenos Aires,
desaparece cuando es el Nacionalista quien se opone a tal mediada. Es decir, cada partido es nacionalista en el gobierno y
autonomista en la oposición.
Las interpretaciones “economicistas” para diferenciarlos no parecen satisfactorias. Es dentro del autonomismo donde pueden
encontrarse diferenciaciones de mayor envergadura. La puja interna entre los clubes “Libertad” y “25 de mayo” (los jóvenes), muestra
una actitud disímil en cuanto a la percepción de los problemas de estructura. Es a través del Club “25 de mayo” donde se comienzan
a exteriorizar las primeras variables anti-statu quo en el campo político, tales como la democratización de la propiedad territorial, la
libertad electoral, y la protección de la industria. Cuando el nacionalismo y la plana mayor del alsinismo se coaligan, los jóvenes
autonomistas forman el Partido Republicano. El Partido Republicano y el Partido Autonomista Nacional de 1868 (distinto al del 1881),
constituyen el primer intento de modernización de las estructuras políticas.
La falta de organización de los republicanos se daba en función directa a la estructuración social que se daba en el país. Los sectores
a quienes dirigía su mensaje, los manufactureros y los agricultores, eran grupos demasiado incipientes como para que pudieran tener
algún peso.
Por otra parte, al estar integrados por extranjeros, se mantenían alejados, o se les ponían trabas para su participación política. Las
clases populares nativas mostraban la misma indiferencia por la política.
La escasa clientela electoral hacía innecesaria una organización de tipo político-partidaria. La ausencia de un mecanismo político, el
cual permitiera la presión de vastos sectores de la sociedad sobre la estructura del poder, posibilitó una cierta comodidad a los grupos
económicos preponderantes en cuanto al manejo de la cosa pública, y también les daba una cierta autonomía, la cual facilitó la
formación de grupos personalistas, que se desgastaron en una puja de intereses propios que no conmovía a la estructuración de la
sociedad argentina. La centralización institucional de 1880 introducirá una nueva variable: la formación del PAN exteriorizará
la nueva necesidad de organizar estructuras de alcances nacionales.
El liberalismo político y económico se presenta como el denominador común de las facciones en pugna.
El caso del gobierno de la Confederación (1853-1862) es distinto:
El gobierno de la Confederación se estructura sobre la base de una alianza entre los caudillos del interior y las provincias del
litoral.
Este heterogéneo frente adquiere cohesión ideológica por: la lucha común contra Buenos Aires, y la presencia en los
cuadros gubernativos de los hombres de la generación del 37 (Gutiérrez, Alberdi, Fragueiro, López).
El fracaso pudo ser por los siguientes motivos:
o La lucha contra Buenos Aires en el campo económico se realizó en condiciones desparejas.
o La indecisión del comando militar de la Confederación posibilitó la recuperación de Buenos Aires.
o La claudicación de Corrientes, la misma por razones de dependencia económica para con Buenos Aires.
El General Roca obtuvo su apoyo institucional de las diversas estructuras de poder provinciales que comenzaron por aquella
época a organizarse en la llamada “Liga de los gobernadores”. Logró el respaldo de la Guardia Nacional y del Congreso.
Mediante el PAN le dio a su campaña un cierto matiz popular, y aglutinó a una importante facción del sector de presión más influyente
de la época. Logró lo primero a través de la adhesión que prestó a su candidatura la juventud universitaria y profesional, imbuida de
modernidad y hastiada de los personalismos que engendraba la continuidad de las luchas interregionales. Lo segundo, a través del
apoyo a su candidatura que exteriorizaron los más importantes ganaderos de la provincia de Buenos Aires.
Pueden distinguirse dos “momentos”: político y económico, en la formulación programática y en su exteriorización concreta en la
acción gubernamental. Los principales pilares del político son la federalización de Buenos Aires, la Conquista del Desierto, y la
serie de medidas institucionales, que tendieron a transferir poder a las regiones de la Nación. Roca lo simbolizó con su conocido
slogan de gobierno: “Paz y administración”, legalizar el poder y pacificar el país.
El éxito nacional en la guerra con el indio constituye otro rasgo, con su triple repercusión: económica, política, y militar. Afirmaba la
soberanía en la Patagonia, y se eliminaba uno de los últimos reductos de conflicto armado, se rescataban para la Nación inmensas
extensiones de tierra productiva.
Logrados estos dos propósitos, la tarea posterior se facilitaba grandemente, restando adecuar los restantes factores
institucionales para la realización de los programas desarrollistas. Surge, a partir de aquí, toda una legislación destinada a
proveer al gobierno central de todos los atributos inherentes a su soberanía.
Las leyes laicas son una consecuencia directa del impacto sufrido por la asimilación global de las corrientes de pensamiento liberal de
la época; pero se las mismas se armonizan coherentemente con la necesidad de aplicar políticas de atracción de capital, y de mano
de obra, extranjeras.
Interesada la clase dirigente en el afianzamiento de su relación con los Estados Unidos, desechó toda tentativa que pudiese encauzar
al país por otras vías, tal como sucedió con la tentativa de integración económica panamericana debatida en la Conferencia
Interamericana de 1889.
El “momento económico” se caracteriza por el hecho de que la connotación principal giraba alrededor de medidas destinadas a la
promoción del desarrollo de los recursos materiales, relegándose la actividad política a un plano subordinado.
Habiéndose efectuado la decisión política primaria a favor de la expansión económica y la integración de los mercados mundiales de
mercancías y capitales, ahora se presentaban como posibles una multiplicidad de decisiones secundarias en el capo de la política
económica. Se inició un proceso de innovación en las técnicas de explotación.
En rigor de verdad, la síntesis de ambos momentos había sido ya formulada en los escritos de Alberdi. Los hombres de la generación
del 80 se propusieron tan solo a acelerar e intensificar las decisiones políticas ya tomadas desde 1862. La facción llegada al poder
escoge como línea de política económica la expansión y el perfeccionamiento de la explotación agropecuaria, y su integración en el
mercado ultramarino, lo que armonizaba perfectamente con la idea spenceriana del “progreso”.
La crisis de 1875 había despertado dos tipos de reacciones: la oficial, que insistía en la prosecución de la misma política y ponía en
énfasis en el cumplimiento de los compromisos contraídos con el exterior; y la que se manifestó en el movimiento proteccionista, que
propugnaba un cambio profundo en el sistema vigente.
RICARDO FALCÓN.
En las primeras décadas del siglo XX, el régimen del 80 comienza a evidenciar algunos síntomas de profundos desequilibrios.
La economía parecía constituir el elemento más preocupante. Sin embargo, ciertos problemas políticos de envergadura, y el estallido
de lo que en la época se denominaría la cuestión social, se vislumbraron como crecientes factores desestabilizantes. El régimen
político se caracterizó por ser restrictivo y exclusivista. La cuestión social ya había comenzado a manifestarse en la década de
1890, pero fue a partir de la huelga general de 1902 que hizo su plena irrupción en la escena nacional, convirtiéndose desde
entonces en un problema político de primer orden.
Surgió un nuevo tema problemático que se relacionaba con la situación de los inmigrantes. Estos se relacionaban con la crisis del
régimen político, ya que se encontraban marginados por este y el movimiento obrero, ya que los trabajadores extranjeros de los
centros urbanos eran los principales protagonistas de los movimientos huelguistas.
Las reformas electorales de 1902 y de 1910, como intentos de depuración y de ampliación del régimen político, y el frustrado
proyecto de "código de trabajo", y la legislación del trabajo que le siguió, fueron los principales pasos de lo que se ha llamado como
"el reformismo oligárquico".
La izquierda de la época también pensaba en la lucha por imponer una de las alternativas posibles a la crisis. Esta izquierda había
adquirido un peso político sindical creciente en los primeros centros urbanos del país, estaban compuestos mayoritariamente por
extranjeros, y sus propuestas no eran indiferentes a la proposición en que el peso creciente se distribuiría entre las distintas corrientes
que lo componían.
El término izquierda denominó al conjunto de movimientos políticos expositores de ideologías que globalmente se podrían definir
como "contestaciones sociales”, o, si se quiere, anti-capitalistas.
Dentro del movimiento de izquierda se pueden visualizar tres tendencias: La anarquista, la socialista, y el sindicalismo
revolucionario.
LOS SOCIALISTAS:
En la primera década del siglo XX, la política de los socialistas ya había adquirido un perfil definido: se trataba de la construcción de
un partido basado en una doble estrategia hacia el socialismo. Por un lado, se presentaba como un instrumento apto en la
secuenciación de mejoras económicas y sociales para los trabajadores, y, por otro lado, como un partido de reformas democráticas,
republicanas, y profundas. El nexo entre ambos aspecto se llamó "la acción política".
Desde mediados de 1890, Juan B. Justo y su equipo imprimirían crecientemente a la política partidaria. Un breve análisis de esas
alternativas de la política socialista reveló que los cambios y las polémicas apuntaban, en lo esencial, al corazón de las tres
cuestiones centrales.
El socialismo argentino enfatizó una orientación en la que se vinculaban estrechamente lo político y lo sindical. Se desprende la idea
de la construcción de un partido socialista a partir del desarrollo del movimiento sindical.
En 1894, se registraron dos fenómenos que contribuyeron a modificar el perfil de la acción socialista en Argentina:
• 1. Al calor de la reactivación económica se reanuda el movimiento huelguista, quien en 1895 y en 1896, tendrá una
intensidad especial, particularmente en Buenos Aires y en Rosario.
• 2. Se incorpora al socialismo una serie de intelectuales, argentinos por nacimiento, o naturalizados, que configuraron el
proto-intelectual de la izquierda en Argentina, y que rápidamente ocuparon los principales espacios dirigentes.
Dentro de estos intelectuales que desarrollaron papeles principales en las filas del socialismo se pueden mencionar a las siguientes
personalidades: Juan B. Justo, Leopoldo Lugones, Enrique Dickman, José Ingenieros, Ángel Jiménez, Nicolás Repetto, Roberto
Payró, Nicanor Sarmiento, entre otros.
Una de las consecuencias de esos cambios introducidos en el año 1894, fue la iniciación de lo que se llamó la "argentinización del
socialismo". La acción parlamentaria se utilizó como instrumento fundamental para la conquista de reformas democráticas
generales, económicas, y sociales, de los trabajadores.
La argentinización se combinó con la acción política en un punto fundamental: la necesidad de la naturalización de los extranjeros,
para que estos pudieran ejercer sus derechos electorales.
En el Congreso del Partido Socialista desarrollado en el año 1896, José Ingenieros y Leopoldo Lugones lograron imponer enmiendas
al proyecto original de la declaración constitutiva. Una de ellas corrigió la propuesta que preveía la posibilidad de alianzas electorales
con otros partidos, las restantes se refirieron al empleo de otros medios.
El Congreso aprobó las dos enmiendas y, así, en sus orígenes, el Partido Socialista no excluía el recurso a una acción
revolucionaria para la conquista del socialismo, aunque esta debía ser precedida por la "acción política".
Hacia fines del siglo XIX, los anarquistas "organizadores" comenzaron a conquistar posiciones significativas en el seno del
movimiento obrero, al mismo tiempo que iban extendiendo su influencia a otros sectores.
LOS ANARQUISTAS:
De los grupos pioneros de la década de 1880 surgieron dos grandes tendencias: por un lado, los anarquistas "organizadores", y,
por el otro, los anarquistas "anti-organizadores", cuyo eje de discusión era la aceptación o el rechazo de ciertas formas de
organización estables del movimiento, la participación en las organizaciones sindicales, y en la lucha por las
reivindicaciones parciales.
Entre 1890 y 1894, son los anarquistas anti-organizadores quienes llevan la delantera. Al igual que los socialistas, los anarquistas
organizadores encontraban dificultades para predicar sus ideas en el marco social caracterizado por la desocupación, y el reflujo del
movimiento huelguista que había tenido lugar entre 1880 y 1890.
En cambio, la acción predominante propagandista y agitadora de los anarquistas anti-organizadores encontraba un mejor
escenario para su desarrollo.
Los anarquista anti-organizadores se caracterizaron por:
1. Tener tono anti-politicista.
2. Ser anti-estatista.
3. Contar con una cerrada oposición al establecimiento de vínculos entre los anarquistas, que fueron más allá de libre fórmula de
"grupos por afinidad".
4. Mostrar un fuerte rechazo a los principios de lucha de clase, y, consecuentemente, a la participación en las organizaciones
obreras y a las huelgas parciales.
5. Llevaron adelante un continuo reclamo de la "propaganda por los hechos".
Como los socialistas, los anarquistas adoptaron principios de la organización por grupos sobre la base de criterios de orígenes étnicos
o comunidades lingüísticas. No obstante, la característica acerca de descentralizar que tenía la actividad anarquista hacía mucho más
evidente la persistencia de estos criterios, a través de la proliferación de periódicos publicados en diferentes idiomas. Su anti-
politicismo descarta cualquier preocupación por la naturalización de los extranjeros.
El anarquismo organizado comenzó a expandir su influencia sobre los trabajadores extranjeros desde mediados de 1890, y, en
1897, dio un paso decisivo en su consolidación como corriente, con la aparición de un periódico. La protesta funcionaba como una
especie de "frente unido" de distintos grupos de anarquistas organizados.
Los anarquistas organizadores fueron adquiriendo cada vez más un perfil "anarco-sindicalista", ya que visible en los últimos años
del siglo XIX adquirieron rasgos definitivos en la década siguiente, particularmente por su acción en la FORA. Compartió con la otra
sentencia su carácter de anti-politicismo y de anti-estatismo, se diferencia, sin embargo, por la admisión de formas
organizativas federativas para el movimiento anarquista, y aceptaba la importancia de las organizaciones sindicales y de la
lucha por las demandas parciales, aunque siempre el camino a tomar era la huelga general insurreccional.
En 1910, las tensiones llegaron al máximo en ocasión del centenario y la derrota de la huelga general de ese mismo año, lo cual
marcó el fin de una etapa.
SINDICALISTAS REVOLUCIONARIOS.
Nació como el producto de una fusión interna del Partido socialista y la llegada a nuestras playas de los principios
sindicalistas revolucionarios europeos. La facción disidente fue esbozando un conjunto de planteos, que sin implicar una
ruptura total con el socialismo argentino, la ubicaba como un ala de la "izquierda".
No renegó abruptamente del parlamentarismo, sino que lo aceptaba como una posibilidad.
Los sindicalistas revolucionarios compartían el anti-politicismo y el anti-estatismo de los anarquistas. Sin embargo, pronto se
haría visible la notoria diferencia entre ambas corrientes. Para los sindicalistas revolucionarios el rechazo a la "acción política" no
será sustituido por la preparación de la vía insurrecta, sino que el sindicalismo aparecerá como el eje presente y futuro de toda la
vida social y política.
El problema de la "unidad" se convertía en el elemento decisivo en la polémica con los anarquistas.
En lo que respecta al Estado y lo que al régimen político concierne, los sindicalistas revolucionarios postulan de forma similar a
los anarquistas. Rechazaron, en consecuencia, cualquier tentativa de reforma política y cualquier intento de "integración" de
los trabajadores.
Las huelgas y movilizaciones que estos movimientos impulsaban, creaban un clima de agitación social casi constante. El
empleo de la represión estatal, utilizado de manera fuerte y sistemática, no otorgaba mayor credibilidad a la elite gobernante, sino, por
lo contrario, ponía de evidencia su necesidad de emplear este recurso, carente de cualquier forma de consenso entre los sectores
populares urbanos.
Estas corrientes de izquierda constituían también una amenaza, en la medida que las repercusiones del movimiento social
parecían sumarse a los que preveían de la oposición política. La huelga general de 1910 terminó de profundizar la derrota para el
movimiento obrero.
JUAN SURIANO.
El proceso de modernización iniciado en la década de 1860 produjo en Argentina innumerables consecuencias. Una de ellas se
refiere a la cuestión social. James Morris define a la cuestión social como la totalidad de las “consecuencias sociales, laborales,
e ideológicas, de la industrialización y urbanización nacientes: una nueva forma del sistema dependiente de salarios, la
aparición de problemas cada vez más complejos pertinentes a viviendas obreras, atención médica, y salubridad; la
constitución de organizaciones destinadas a defender los intereses de la nueva clase trabajadora…”.
La cuestión social es un concepto más abarcador y ajustado que la cuestión obrera, en tanto este último remite específicamente a los
problemas derivados de las relaciones laborales. Sin embargo, el problema obrero está en el centro del debate y cruza la gran
mayoría de problemas inherentes a la cuestión social: pobreza, criminalidad, prostitución, enfermedad, y las epidemias, o el
hacinamiento habitacional. Las diversas manifestaciones de la cuestión social tuvieron diferente orden de llegada a la agenda de los
problemas vinculados al proceso modernizador. En un primer momento los temas de preocupación se remiten centralmente a la
cuestión urbana y a la inmigración. La definición del propio concepto cuestión social es relevante y determinante para comprender
en términos de larga duración el proceso de constitución del Estado social en nuestro país. En este sentido es pertinente afirmar que
la cuestión social no es un concepto exclusivo de la sociedad capitalista e industrial, y presenta contenidos diferentes de acuerdo al
tipo de sociedad en la que se plantea el problema.
Con el advenimiento del capitalismo se generó la idea de un mercado al que concurrían libremente el capital y el trabajo. La
idea dominante en ese período fue la del libre acceso al trabajo y, con ello, se vinculaba la respuesta a la cuestión social durante el
predominio de la visión liberal. La nueva sociedad liberal liberó el acceso al trabajo contractualizando las relaciones laborales,
pero por su propia concepción no prestó atención a las condiciones salariales y de trabajo. Entonces, en las palabras de
Robert Castel: “¿Cómo encontrar un compromiso entre el mercado y el trabajo que asegurara la paz social y reabsorbiera la
desafiliación de las masas creada por la industrialización?”. En base a su propia concepción teórica, el liberalismo se encontraba con
enormes dificultades como para resolver este problema. En el plano político, se produjo por parte del Poder Ejecutivo un férreo
control político-militar frente a los desbordes de las diversas fracciones que luchaban por una cuota de poder. Este proceso
derivo en la construcción de un Estado fuerte e interventor, y, simultáneamente, a la constitución de una sociedad civil débil.
En el plano social, nos hallamos frente a la zona más liberal, aunque esto no significa ausencia de intervención estatal en las
relaciones sociales. Sin embargo, en el plano social, las referencias a la intervención estatal terminaban allí. La cuestión social para
el liberalismo debía resolverse mediante una política sin Estado, que no comprometiera a la estructura estatal o lo hiciera sólo en
parte mediante políticas de reglamentación y control. Hacia esa dirección apuntaban las ideas filantrópicas que, a diferencia del
concepto de caridad imperante en las sociedades de carácter paternalista, valoraban a la población económicamente. La asistencia
y la represión, característica del período anterior, comenzaron a diferenciarse, predominando ahora la idea de la prevención, y
el afán por cambiar las instituciones asistenciales, orientándolas hacia fines de carácter terapéutico. Estos mecanismos se recreaban
mediante dos estrategias de intervención:
1- La llevada adelante por los poderes públicos, quienes, a través de la creación de organismos, como el Departamento de
Higiene y de Saneamiento, y el de Disciplinamiento Urbano, vigilaban y reglamentaban los modos de vida de los sectores
populares, y así trataban de prevenir enfermedades en la población. Los higienistas pensaban que acciones como el
mejoramiento del alojamiento popular, del lugar de trabajo, y del aseo personal, se convertirían en sí mismos en elementos
moralizadores de las costumbres obreras. Pero su excesivo énfasis en la higiene y la salud, sumado a su prejuiciosa
apreciación del trabajador, no les permitía pensar en una legislación protectora del trabajo, y, menos aún, en medidas de
seguridad social.
2- La segunda estrategia de intervención sobre los pobres se manifestó en el aumento de la atención a las organizaciones de
beneficencia que actuaban de manera combinada con los poderes públicos. También, de manera combinada, las instituciones
de caridad y el Estado intervenían “en el seno de las familias populares mediante el control y la tutela”.
En Argentina, esta concepción se hallaba arraigada y era inherente a la visión de diversos sectores de la sociedad, desde buena parte
de los grupos gobernantes, hasta los empresarios industriales, y las organizaciones obreras orientadas por el anarquismo, que
pretendían mantener al Estado al margen de la cuestión social, pero con intereses diferentes. Pero la crisis de la visión liberal no
debe vincularse sólo a sus condicionamientos filosóficos para interpretar la cuestión social, y a la irrupción del pauperismo,
sino también a la incorporación de la cuestión obrera a partir del desarrollo del movimiento obrero, y a la constitución de la
identidad de clase de los trabajadores que, sin duda, aceleraron la crisis de la interpretación liberal. La cuestión social no es
sólo una construcción del discurso dominante, o de intelectuales y profesionales preocupados por los problemas sociales, es también
una construcción discursiva (y práctica) de los propios actores involucrados, esto es, los trabajadores y sus instituciones. Una de las
primeras puestas en locución de la cuestión social correspondió a la acción de las corrientes anarquistas y socialistas, que
encaminaron los reclamos obreros y ayudaron a acumular el combustible para que los gobernantes, la prensa, y los círculos
intelectuales y profesionales, en su conjunto, tomaran en cuenta la existencia de un nuevo actor social.
Los signos de desajustes sociales eran evidentes al menos desde mediados de la década de 1870, y se acentuaron con la
crisis de 1890.
Dos cuestiones: por un lado, los problemas en el mundo del trabajo; por el otro, las condiciones de habitabilidad de los
trabajadores. La agudización del conflicto motorizó, muy lentamente, la preocupación de los grupos gobernantes. Más que cuestión
social, los conflictos obreros eran temas de orden público, y la pobreza se vinculaba en su resolución a la filantropía y a la
beneficencia. Debe ocupar un lugar central el rol desempeñado por las corrientes ideológicas representativas de los trabajadores en la
puesta en locución de la cuestión social, así como también son, en parte, responsables del lento viraje que los intelectuales y
profesionales, y los grupos gobernantes, comenzaron a llevar adelante.
En la actualidad, se ha puesto en boga una visión histórica que pone un fuerte énfasis en el tratamiento de la cuestión social en
la casi exclusiva preocupación de lo que se ha dado en llamar: “liberalismo reformista”. Esta visión tiene una tendencia a
autonomizar el discurso de estos liberales reformistas, y a desligar la preocupación por la cuestión social del temor provocado por el
conflicto social, encausando ese discurso en un carril científico-racional y autónomo, que busca resolver el pauperismo y los
problemas sociales casi desde una autoconciencia científico-humanitaria, alejada de los intereses que estaban en pugna. Y esto es
en parte falso, pues cuando los sectores reformistas comenzaron a pensar y a involucrar al Estado en la cuestión social, el
sesgo dominante de la primera intervención gubernamental fue coercitivo. Las primeras medidas aplicadas por el Estado fueron
defensivas-represivas (Estado de Sitio y Ley de Residencia en 1902; Ley de Defensa Social en 1910), y esto no fue cuestionado por
la mayoría de los reformistas. La aplicación de las medidas represivas a comienzos del siglo parece haber sido, además, un acto
reflejo de los grupos gobernantes como consecuencia del fuerte impacto causado por el movimiento huelguístico de 1901-1902. El
otro gran problema de esta interpretación es que los liberales reformistas no pueden ser agrupados sin discriminación en un
campo reformador junto a católicos y socialistas. En el caso de Alfredo Palacios, y del socialismo en términos generales, la
preocupación por los trabajadores era de un carácter completamente diferente al manifestado por los reformadores liberales. Al
contrario de la preocupación de los “liberales reformistas”, y también de los católicos sociales, que perseguían el mejoramiento obrero
para evitar, o aplacar, el conflictividad social (y político), el interés del socialismo argentino por los trabajadores era inherente a una
doctrina de carácter político y filosófico, que planteaba, más allá de los problemas y limitaciones con que se encontraron en la
práctica, no sólo el mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera, sino, en un proceso largo y gradual, la
misma toma del poder.
NUCLEO II.
FALCON RICARDO.
Introducción.
El radicalismo se inscribe en el imaginario colectivo como el primer partido moderno vinculado con la solidaridad social y con la
defensa de la ciudadanía política de la Argentina. Desde sus principios confluyeron en su seno una pluralidad de impulsos, fuerzas
políticas heterogéneas, tradiciones culturales encontradas, y movimientos provinciales diversos, los mismos aglutinados simplemente
por el reconocimiento de un adversario en común, más que por un proyecto para ocupar el gobierno. Estas tensiones que van a
atravesar al partido entre 1890 y 1930, son las que van a definir la especificidad del mismo, es decir, las de su identidad partidaria y
de su organización.
La Unión Cívica Radical (UCR) nace de una disidencia surgida dentro de la Unión Cívica en 1891, al negarse un sector a aceptar con
la reedición de las políticas acuerdistas. No tenía un programa concreto, no negaba el crecimiento del país, ni tampoco cuestionaba
los enunciados del programa del 80. Lo que pretendía era hacer auténticos y reales esos enunciados, quería lograr un mayor
acercamiento entre los preceptos constitucionales y las prácticas políticas; este objetivo lo lograría tanto mediante la abstención como
con la revolución.
Luego de la reforma electoral de 1912, los partidos se consagran como los actores principales en el juego político, y las elecciones
periódicas adquieren un lugar privilegiado. La organización del partido radical se expande, y por ende surge, de esta manera, un
partido de masas, cuya preocupación central cambia, por lo que aparece, en base a lo anteriormente mencionado, la necesidad de
reclutar y de encuadrar electores, y la idea de “convertir al radicalismo en un gran partido de estructura moderna, con instituciones
para su gobierno y desenvolvimiento (…) con programa de ideas” (Piñeiro 2006). Gradualmente, la apelación a “abrir las filas” del
partido trajo aparejada la incorporación al partido de elementos independientes, o que eran provenientes de otros partidos, de
sectores sociales que eran muy diferentes entre sí, y de numerosas agrupaciones provinciales (que en el futuro tensarían la
articulación entre ‘viejos’ y ‘nuevos’).
En la etapa constitutiva del radicalismo, que se trata a continuación, estas tensiones se van a ver reflejadas en dos escenarios en los
que se disputan espacios de poder: las elecciones y el parlamento. Se analizarán, entonces, los motivos por los que el partido radical
se divide en tendencias y en facciones, cómo esta fragmentación se manifiesta en la contienda electoral, y cómo el conflicto
institucional que allí se genera, y los conflictos presentes en el interior del radicalismo, obstaculizan la relación entre los Poderes, y
entre el partido gobernante y la oposición.
“De este modo, el radicalismo se desarrolló menos como un partido que como un movimiento de masas que fundaba su fuerza en una
serie de actitudes emocionales…”. En 1916, los efectos de la inflación sobre los consumidores urbanos llevaron al gobierno a una
posición difícil. Debía poner fin a las tensiones que se estaban generando entre la élite terrateniente (la cual se veía beneficiada
gracias a esta inflación) y los sectores urbanos (cuyo costo de vida aumentaba rápidamente). La estrategia para apaciguar a los
últimos era aumentando la cantidad de cargos burocráticos y profesionales. Pero esto, era imposible, ya que cualquier aumento del
gasto público hubiera significado aumentar los impuestos que recaerían en los sectores urbanos. Se trató de promover, desde el
Congreso, una serie de reformas moderadas orientadas, sobre todo, al sector rural de los arrendatarios, pero estas medidas fueron
rechazadas por la oposición. A partir de 1918, el gobierno apeló, entonces, al patronazgo público. La consecuencia más notoria del
desarrollo de este sistema fue que extendió los vínculos entre el propio Yrigoyen y los presidentes de comité, o caudillos de barrio de
clase media, a quienes el presidente colocaba en los cargos oficiales. El afianzamiento del patronazgo fue otra causa que generó
divisiones dentro del partido.
Ya al asumir el gobierno, había dos partidos dentro del oficialismo, uno rojo y el otro azul, uno popular y el otro conservador, uno que
demandaba impersonalismo en la organización del partido y la elaboración de un programa, y el otro unido al estilo absorbente y
patriarcal del presidente. El vaticinio era que la función de gobierno provocaría la división. De a poco, se fueron dando en el interior
del partido desprendimientos “anti-presidencialistas”, que se originaron inicialmente en la Capital Federal, y que luego se extendieron
a todo el territorio nacional. A medida que el radicalismo fue ocupando las gobernaciones provinciales, se agravaron las divisiones
locales: además de los rojos y de los azules, también aparecieron los blancos, los negros, los rojos-rojos, los reaccionarios, los
orgánicos, y los verdaderos; todos auto-adjudicándose como propia la exclusividad de la “verdadera fe” radical. En Santa Fe, nace un
Radicalismo disidente en 1915, marcando ya dos líneas, la personalista y la anti-personalista. En La Rioja, se formó una línea
disidente, que se denominó Radicalismo Principista, el cual luego se transformó en un partido político. Cada situación provincial
dependía de “la mayor o menor cohesión del partido radical, de la posibilidad de las facciones de unirse en las instancias electorales
nacionales o provinciales, de la fortaleza o debilidad de los partidos adversarios, de las alianzas que se establecían con fines
electorales entre grupos radicales y conservadores para vencer al grupo opositor de su propio partido” (Persello 2004). Y aún en los
casos en los que el radicalismo se aliara y lograra triunfar en las elecciones, lo más probable era que, una vez en el gobierno, las
divisiones terminaran en conflictos entre ejecutivos y legislaturas. En el mejor de estos casos, la legislatura carecía de quórum o se
dedicaba a frenar los proyectos del Ejecutivo, y, en el peor de los casos, el Ejecutivo clausuraba la legislatura y ésta le iniciaba juicio
político al gobernador. El corolario era la intervención federal. Este patrón de comportamiento político se reprodujo en numerosas
provincias, por ejemplo, se intervino, por Decreto en 1917, a Buenos Aires, Corrientes, Mendoza, Jujuy, y Tucumán; en 1918. a Salta,
La Rioja, y Catamarca; en 1919, a San Luis, Santiago del Estero, y San Juan. Estas separaciones tenían, casi siempre, origen en
conflictos entre el gobernador y la legislatura, o entre el gobernador y el vicegobernador, disputas por cargos públicos o por
resistencias al nombramiento de algún ministro.
En 1922, se realizan elecciones y asume la presidencia Marcelo T. de Alvear. Yrigoyen había digitado su candidatura porque era una
figura que, por pertenecer al patriciado, resultaba aceptable para los conservadores, y porque pensaba que no se opondría a su
intervención en los asuntos de gobierno. Pero sus expectativas se vieron prontamente defraudadas cuando Alvear decidió gobernar
con independencia. Alvear disintió con él en la forma de liderazgo, prefiriendo moderar el personalismo y descentralizar la toma de
decisiones. Los estilos distintos de Yrigoyen y Alvear provocaron discrepancias entre ellos mismos, y una nueva división dentro del
Partido Radical, que igualmente ya se venía forjando desde antes de asumir el gobierno. Se definieron, de tal modo, dos corrientes
radicales. Por un lado, una corriente corporizada por Yrigoyen, que entendía al radicalismo como advenimiento del pueblo a la escena
política, y la recuperación de la conciencia nacional perdida, de la cual él se consideraba, por lo menos (sino el único), el mejor
intérprete de la misma (“radicalismo-sentimiento”, “personalismo”, o “genuflexos”, este último adjetivo era dado por sus detractores).
Por el otro lado, una corriente que privilegiaba en las formas a la actividad política, la claridad administrativa, y la impersonalidad en la
acción de gobierno, y que criticaban el liderazgo vertical y personalista ejercido por Yrigoyen, así como su personalidad cerrada y
poco proclive al diálogo (“radicalismo-doctrinario, “anti-personalista”, o “contubernista”, este ultimo adjetivo dado por los seguidores
del ex-presidente). La Cámara de Diputados y la Cámara de Senadores fueron escenarios de los enfrentamientos entre ambas
facciones. En octubre de 1924, se concreta la división del radicalismo, debido a que se crea la Unión Cívica Radical Anti-Personalista.
En 1927, junto con conservadores y socialistas, se concentran para debilitar la candidatura presidencial de Yrigoyen para las
siguientes elecciones, pero fue en vano. Hipólito Yrigoyen regresa nuevamente a la presidencia en 1928, y con él sus criticadas
técnicas de patronazgo e intervenciones.
Las tensiones que atravesaban al radicalismo desde sus comienzos se exacerban en el gobierno porque, al ampliarse la participación
del partido en los escenarios electoral, parlamentario, y burocrático, comienza la lucha entre las distintas facciones por el reparto del
presupuesto y de cuotas de poder.
El escenario parlamentario.
En una primera aproximación a la composición del parlamento, podemos observar un crecimiento gradual del número de bancas del
partido radical en la Cámara de Diputados, y un mantenimiento de la mayoría numérica de la oposición en el Senado. En 1918,
momento en que el radicalismo obtuvo mayoría en Diputados, surgió la iniciativa de constituirse en bloque para evitar el traslado al
parlamento de las disidencias internas. Así, se decidiría, en antesalas, la actitud que adoptarían en el recinto, para no esterilizarse en
votaciones contrapuestas. Pero este bloque surgió ya escindido, entre los que creían en la separación entre el partido y el gobierno, y
que se planteaban como miembros de una misma agrupación con la capacidad de cuestionar al Ejecutivo y poder controlarlo; y los
que pensaban que la banca era del partido y afirmaban su solidaridad para con el Presidente. La oposición, mientras tanto,
maniobraba para exacerbar las contradicciones y las disidencias que existían dentro del partido radical. La división entre los
personalistas y los anti-personalistas se tornó manifiesta en los períodos legislativos del primer gobierno radical, y se endureció
durante el segundo mandato de Yrigoyen.
Al mismo tiempo, ante las coyunturas electorales que se estaban aconteciendo, las agrupaciones conservadoras tomaron conciencia
de la necesidad de constituir un partido nacional de oposición, hecho que finalmente no sólo no llegó a poder sustanciarse como tal,
sino que también los radicales y los socialistas se dividieron, y el Partido Demócrata Progresista se redujo, nuevamente, a una
agrupación de tipo provincial.
Una de las cuestiones que enfrentaron con más frecuencia al partido radical y a la oposición en el parlamento fue la defensa de los
fueros, y las prerrogativas del mismo frente a los avances del Ejecutivo, hecho que se manifestó, principalmente, en dos cuestiones: la
facultad de interpelar, y la facultad de intervenir.
Con respecto a la facultad de intervenir, se ponía en cuestión si era el Ejecutivo o el Congreso el que podía determinar los motivos por
los que requería la presencia de los ministros en el recinto. Los conservadores, si bien se oponían a las interpelaciones-acusaciones,
creían que esa facultad debía recaer en el parlamento. Los radicales, en cambio, aludían a ex-presidentes que habían puesto límites
a las facultades de la Cámara para interpelar. A pesar de los argumentos desplegados, “los legisladores votaban mayoritariamente las
interpelaciones y eran los ministros quienes no asistían. A diferencia de los secretarios de Alvear, quienes iban al Congreso, y en todo
caso era el Presidente quien llamaba la atención a la Cámara cuando las interpelaciones fracasaban” (Persello 2004). En el segundo
mandato de Yrigoyen, la mayoría personalista anunció que iba a rechazar las interpelaciones porque constituían una intervención
permanente del Poder Legislativo en el Poder Ejecutivo.
En cuanto a la cuestión que se daba en relación a las intervenciones federales, estaba en juego hasta dónde llegaba la facultad
ejecutiva, y hasta dónde le correspondía al Congreso poder decidir por las intervenciones. “Los artículos 5º y 6º de la Constitución
planteaban que era una atribución del gobierno federal, y aún admitiendo que éste residiera en el Congreso (…) quedaba en pie la
discusión de si el Ejecutivo podía o no intervenir en los largos períodos de receso parlamentario…” (Persello 2004). Los
conservadores opinaban que se trataba de una política que tenía como fin implantar gobiernos radicales en todas las provincias,
favoreciendo a determinados grupos del partido en detrimento de otros: las intervenciones a los gobiernos conservadores eran
amplias, y sólo se llamaba a elecciones cuando se tenía asegurado el triunfo radical; cuando los gobiernos eran radicales, se
intervenía para destruir los cuerpos constitucionales que obstaculizaban la acción del gobernador. Alvear intentó modificar la política
de intervenciones en un proyecto de reforma constitucional, en el cual se sugería la elección directa de los senadores y el
acortamiento de su mandato, eliminando uno de los motivos más frecuentes de intervención. Sin embargo, los conservadores se
opusieron al considerar que modificando al Senado, se estaba eliminando un freno diseñado precisamente para morigerar los
avances populares.
Conclusión.
El partido radical era un partido cortado por tendencias internas desde sus propios orígenes en 1890. La llegada del mismo al
gobierno y al poder, no implicó la unificación de grupos y de perspectivas en torno a una propuesta partidaria programática, sino que,
más bien, al ampliarse la agenda del mismo, la faccionalización se acentúa y se traslada tanto a las contiendas electorales como
también al parlamento.
Así, el proceso de fragmentación generado, primordialmente, por la distribución de “incentivos selectivos”, a través del sistema de
patronazgo implantado por Yrigoyen, aumentó las pujas internas, para poder lograr la obtención de los beneficios materiales
generados por el acceso del personal político a los cuadros administrativos burocráticos. Estas luchas internas en las provincias por
las candidaturas, los conflictos entre poderes ejecutivos provinciales y sus legislaturas, y las disputas por el presupuesto entre Nación
y las provincias, justificaban las constantes intervenciones federales, otro mecanismo más que reflejaba el gobierno personalista y
verticalista de Yrigoyen.
El conflicto institucional comienza en las elecciones, en donde, debido a la fragmentación y a la dispersión del voto, era común que un
núcleo se abstuviera argumentando fraude, compra de votos, y de presión sobre el electorado. Se realizaban intervenciones que
luego se prolongaban a causa de pedidos de prórroga por parte de alguno de los grupos radicales. En este escenario también se
criticó al sistema de patronazgo, como base de la ‘máquina electoral yrigoyenista’, permitiendo obtener lealtades políticas por cargos
en la administración.
Finalmente, el parlamento también sufrió los embates de las escisiones del elenco dirigente, convirtiéndose en la “caja de resonancia”
de las disputas partidarias. El recinto también fue testigo de las luchas entre radicales y la oposición sobre temas que hacían a la
relación entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, relación que se vio cada vez más obstaculizada, bloqueando los mecanismos
institucionales para la resolución de conflictos.
ROCK DAVID.
BARBERO – DEVOTO.
Introducción.
Con el término nacionalismo se designa tanto a un grupo político, como también a una línea ideológica, en un sentido mucho más
amplio que a un movimiento cultural. El término “nacionalismo” será usado aquí en el sentido de un movimiento cultural acotado, por
un lado, por la presencia en el pensamiento de aquellos a quienes denominaremos nacionalistas, y también de ciertos elementos
político-ideológicos comunes, y, por el otro lado, por una conciencia de pertenencia. Todos comparten una serie de actitudes y
principios: posición de crítica y de disconformidad hacia el sistema imperante; una revisión no uniforme de los calores históricos
aceptados como producto de este cuestionamiento del presente; una manifiesta hostilidad hacia el positivismo, relacionada con una
crítica a diversos aspectos del liberalismo; una exaltación de la nacionalidad, y una actitud de oposición hacia las filosofías y las
organizaciones internacionalistas. Quienes se califican como nacionalistas se reconocen a sí mismos como tales, y son vistos del
mismo modo por la comunidad.
Algunos precursores.
Dos precursores del nacionalismo: Ricardo Rojas y Manuel Gálvez.
Rojas expresaba un nacionalismo particular, democrático, laico, no tradicionalista, ni xenófobo, que propone una síntesis armónica
entre lo antiguo y lo nuevo, entre lo nacional y lo extranjero, entre lo indígena y lo hispánico, que denuncia la dependencia cultural y
económica, pero sin detenerse a analizar sus mecanismos y ahondar en soluciones que propone una visión renovada de la historia
nacional, de la cual no debe estar ausente la perspectiva del interior.
Gálvez fue una figura dentro del nacionalismo argentino, profundamente católico y provinciano, elaborará una visión del mundo que,
rechazando el cosmopolitismo y la tradición liberal, se anticipara en muchos aspectos a ciertas temáticas del nacionalismo de la
década del 30.
Nacionalismo y orden.
La época de los gobiernos radicales.
La sanción de la Ley Sáenz Peña no produjo los resultados electorales esperados por sus inspiradores, y permitió el acceso del
radicalismo a partir de las elecciones nacionales de 1916. La oligarquía, sin embargo, seguía conservando gran parte de sus
posiciones en el aparato del Estado. A la tenaz oposición conservadora también se sumaba, desde el otro extremo político, la
agitación obrera, en el marco de la agudización del conflicto social y de la exasperación de la polémica ideológica desatada por la
Revolución de Octubre, surgieron en esta época las primeras voces y los primeros grupos nacionalistas, de dimensiones aun
reducidas, y comparables con la entidad del peligro que pretendían conjurar.
Uno de los grupos, de larga actuación posterior, fue el de la Liga Patriótica Argentina, de un ideario político que contiene muchos
elementos de tipos nacionalista-fascista. Bajo el lema “Patria y Orden”, la Liga se constituía en “guardián de la argentinidad”, para
estimular el amor a la patria, cooperar con las autoridades en el mantenimiento del orden público, inspirar al pueblo el amor por el
Ejército y la Marina, en un contexto de marcado chauvinismo y de antisemitismo. Pero otros aspectos los diferencian del
nacionalismo. El marco ideológico era contradictorio, ya que en la Liga confluían sectores de diversa procedencia, como católicos
moderados, liberales, nacionalistas antidemocráticos, conservadores, y hasta radicales, algunos reunidos por odios comunes más que
por una afinidad entre ellos.
Leopoldo Lugones y la hora de la espada.
La figura clave del nacionalismo en los primeros tiempos en la década del 20 fue la de Lugones. Condena al liberalismo y al régimen
democrático, da una valoración del patriotismo como virtud suprema, y a la misión de las Fuerzas Armadas, destinadas a restablecer
el orden de la Republica, amenazado por la ineficacia de su sistema político y por la creciente agitación maximalista que ponía en
peligro la supervivencia de la patria.
. El nacionalismo de elite.
De Alvear a Yrigoyen.
Durante la década del 20 las cosas en Argentina transcurrían en forma apacible, gobernaba desde 1922 Alvear, y su presidencia pasó
como un liviano intermedio entre las dos del gran caudillo (Yrigoyen). Nada parecía perturbar la tranquilidad de un gobierno
convencido de las bondades del laissez faire y de las ventajas comparativas del agro argentino.
La Nueva República.
En la segunda mitad de la presidencia de Alvear comenzaron a aflorar las primeras voces periodistas nacionalistas, entre las mismas,
La Nueva Republica no quiso ser solamente un periódico de actualidad política, sino que trató de desarrollar un fundamento teórico de
sus posturas frente a la realidad argentina.
V. El otro nacionalismo.
Dos precursores del nacionalismo popular.
Mientras que los jóvenes nacionalistas atacaban desde sus periódicos tanto al radicalismo como a la democracia, Yrigoyen iniciaba su
segunda presidencia.
El problema derivado de la situación del petróleo, así como la defensa de la neutralidad argentina durante la Primera Guerra Mundial,
o también el rescate que se daba de ciertos elementos culturales autóctonos, son indicadores de ciertos contenidos nacionalistas en
el radicalismo. En realidad, muchos nacionalistas que conspiraron contra Yrigoyen, reconocieron, a posteriori, que el radicalismo
yrigoyenista encarnaba principios fundamentales del nacionalismo. La defensa del petróleo se la puede considerar principalmente de
dos formas, por un lado, como un elemento básico para fomentar, y proteger, el crecimiento de la industria nacional, indispensable
para el logro del bienestar de la población y para la consolidación de la nacionalidad, y, por el otro lado, también se consideraba al
petróleo como el elemento de potencial extraordinario del mundo, elemento del cual se pretendían adueñar todas las naciones
poderosas, sin reparar en los métodos a utilizar, poniendo, de esta manera, en peligro tanto a la paz como a la seguridad, en especial
las de los estados americanos.
La revolución del 30 y el nacionalismo.
La revolución de septiembre.
El 6 de septiembre de 1930, los porteños presenciaron un espectáculo que, por ese entonces, era inusual, el cual consistía en una
columna militar compuesta por cadetes del Colegio Militar, secundados por algunos efectivos de la Escuela de Comunicaciones y del
Regimiento 1 de Caballería, y acompañados, en lo que parecía un desfile, por una muchedumbre de civiles, que avanzaba sobre la
Plaza de Mayo para derrocar el gobierno constitucional. El gobierno radical se había derrumbado sin estrépito y asumía su cargo el
primer presidente de facto del siglo: Uriburu.
Desde mediados de 1929, la situación económica favorable comenzó a revertirse. Las serias dificultades de la balanza de pagos,
afectada por la liquidez internacional, y por la caída del valor de sus exportaciones, obligaron al gobierno de Yrigoyen a abandonar el
patrón oro a fines de 1929. El año 30 verá profundizarse la recesión. Si la contradicción de la actividad no era muy grave desde el
ángulo socio-económico, si lo era desde el punto de vista político. El sistema del Estado benefactor sui generis que había instalado el
radicalismo a través del gasto público recibía un cimbronazo. Que las cosas no funcionaban bien ni económicamente ni políticamente
lo reflejaron las elecciones de diputados de 1930.
Si la crisis económico-financiera, el relativo desgobierno, y la pérdida de consenso, eran las condiciones de posibilidad para que se
diera el golpe de Estado, el instrumento para lograr este cometido era el Ejército. Los proyectos minoritarios se han ido forjando en las
Fuerzas Armadas para poder derribar a Yrigoyen, basándose en el malestar que generaba en dichas instituciones la política de pases
y de ascensos propios del yrigoyenismo, el descenso del gasto militar en el rubro equipamiento, y la tradicional hostilidad de los
militares a la chusmocracia:
- Encabezado por Justo, liberal, partidocratico, constitucionalista.
- Liderado por Uriburu, nacionalista, autoritario, y corporativo.
Uriburu desarrollaba sus actividades conspirativas desde los aristocráticos Jockey Club, y en el Círculo de Armas, continuó con su
tarea secundado por un selecto grupo de oficiales y por algunos jóvenes nacionalistas.
La Liga Republicana y la Legión de Mayo.
Hacia 1929, se decidió organizar un grupo de choque, la Liga Republicana, a la que sus miembros definieron como milicia voluntaria
de la juventud para luchar contra los enemigos interiores de la República. Ibarguren la llamó como agrupación precursora del
movimiento nacionalista argentino, se proponía resistir al gobierno no solo a través de la vía oral y de la escrita, sino iniciar una acción
enérgica en defensa de la Constitución y de las leyes de la República, utilizando, para tal fin, cualquier medio y cualquier sacrificio, y
en previsión de posibles agresiones oficiales, organizará a los adherentes en forma que puedan repelerlas. El programa propio de la
Liga justificaba su acción invocando el derecho que tenían los ciudadanos a resistirse al despotismo, esto en consonancia con la
tradición escolástica. Igualmente, sostenía la necesidad de respetar la Constitución, y esto que la alejaba de algunos nacionalistas
como Lugones, la emparentaba en su planteo político con La Nueva República. Uriburu contribuía a sostener financieramente a la
nueva agrupación. En octubre de 1929, quedaron definitivamente constituidas las autoridades de la Liga, a cuyo frente se designó un
triunvirato compuesto por Irazusta, Videla Dorna, Laferrere.
En consonancia con los propósitos de su programa de acción, pronto la Liga Republicana comenzó a cumplir con la labor agitativa
para la cual había sido creada la agrupación. Aunque la Liga era primordialmente un grupo de acción directa, existían algunas
discrepancias en torno al papel que la política debía jugar en ella. En los días previos al golpe militar de septiembre, los liguistas, junto
a los miembros de la Legión de Mayo, otro grupo de choque, organizaron una serie de incidentes a partir de una ruidosa silbatina al
Ministro de Agricultura, Fleitas, al inaugurarse la exposición rural el 30 de agosto de 1930, que buscaban crear el clima de conmoción
preparatorio de la asonada militar. La Legión de Mayo, al igual que la Liga, era una organización agitativa, pero a diferencia de ésta,
fue creada recién en vísperas de la revolución y por iniciativa directa de Uriburu. Además de la silbatina en La Rural, la Liga y la
Legión actuaron en conjunto en los días inmediatamente anteriores a la revolución.
La Nueva República.
Para marzo de 1929, La Nueva Republica ya había dejado de aparecer y sus redactores reemplazaron la labor periodística por la
actividad conspirativa. Pero pocos meses antes de que sucediera la revolución, el 18 de junio de 1930, se dio inició en el periódico a
su segunda época. El objetivo de La Nueva Republica era cumplir, como órgano periodístico, la misma tarea que realizaban los
miembros de la Liga Republicana en la calle, esto es, preparar el ambiente para la revolución.
El gobierno del General Uriburu.
El 8 de septiembre de 1930 asumió el nuevo gobierno, entre aclamaciones de los sectores medios opositores al radicalismo. El elenco
ministerial había sorprendido a los jóvenes e inexpertos nacionalistas, pero no sin duda a quien tuviera en cuenta de las reales
fuerzas sociales y fuerzas políticas que se movían detrás de la revolución. Sin fuerza para impulsar, por ahora, sus propuestas,
Uriburu negociaba con las fuerzas tradicionales. El proyecto revolucionario se empantanará no solo en las incapacidades políticas de
su conducción, sino que, y principalmente, en las resistencias que dicho proyecto encontraba en las distintas fuerzas sociales y
fuerzas políticas.
Uriburu, a través de sus seguidores, hizo algunos intentos de imitar el ejemplo italiano mediante la creación de una agrupación
paramilitar, cuyo objetivo era, por un lado, apoyar desde la calle la acción del gobierno, y, a más largo plazo, constituir los cimientos
de una agrupación política sustentadora de un nuevo régimen. Se trataba de la Legión Cívica Argentina, la Legión se proponía
inculcar las virtudes militares y a prevenir la repetición de los excesos democráticos, para lo que convocaba a todos los hombres de
bien, amantes del orden, y dispuestos a luchar para que no se malogren los frutos del 6 de septiembre. La Legión, tolerada por los
sucesivos gobiernos, continuara su actividad siempre muy ligada, y controlada, por grupos de oficiales de las Fuerzas Armadas a lo
largo de la década del 30, y hasta principios del 40.
De fracaso político en fracaso político, el gobierno de Uriburu, aislado completamente de la sociedad argentina, y solo fuerte a través
de una dura represión a los sectores extremistas, y a los sectores opositores, debió ir cediendo posiciones, hasta convocar,
finalmente, a elecciones generales, pero con la proscripción de la fuerza mayoritaria, el radicalismo. En las elecciones a fines de 1931,
era elegido como presidente su rival anterior: Justo.
Los nacionalistas y el gobierno de Uriburu.
Tras haber apoyado fervientemente a la revolución militar, la mayor parte de los grupos nacionalistas se sintió rápidamente
desilusionada por las medidas tomadas por el gobierno, el cual manifestó, desde un principio, una orientación muy distinta a las que
parecían haber sido los objetivos adoptados por el movimiento de septiembre. De todas maneras, algunos nacionalistas colaboraron
con la nueva administración.
El grupo de la Liga Republicana era igualmente crítico con respecto al gobierno, guardaba mayor admiración por Uriburu, y confiaba
en que el presidente, al que consideraban victima de la conspiración justista y de su deteriorada salud, pudiera alguna vez volver a
encabezar un movimiento revolucionario. No le perdonaron, en cambio, que creara la Legión Cívica, en vez de apoyarse en el grupo
de fieles que desde la Liga habían contribuido a hacer posible la revolución.
Paradójicamente, muchos nacionalistas terminarían apoyando la candidatura de Justo, a la que vieron como única alternativa para
evitar el triunfo de la Alianza Civil.
DEL CAMPO.
Nuevas pautas en las relaciones laborales a partir de 1935 con el ciclo de reactivación industrial experimentado en el país.
Contrarresta la resolución de los conflictos mediante la negociación, situación puesta de manifiesto en la elevada proporción de
huelgas “transigidas” entre 1930 y 1943.
Por otro lado, el Estado tuvo un considerable crecimiento en las esferas sociales. Los cambios en la estructura productiva trajeron
aparejada una cierta generalización con el descontento y la movilización de los trabajadores. Empero la originalidad de la respuesta
estatal habría consistido no sólo en procurar la institucionalización del descontento y la movilización de los trabajadores. Hubo una
tendencia por parte del Estado a asumir, y reclamar, como legítimamente propia, la función de mediador en el conflicto, y
normalizador de las relaciones obrero-patronales.
El caso del ordenamiento o régimen sindical desarrollado con el peronismo es más un corporativismo societal, y el nivel de
compromiso es más activo por parte de los sectores obreros. Cuando los sindicatos existentes vieron contemplados sus objetivos
organizacionales en la Reglamentación de las Asociaciones Profesionales (decreto-ley 23.852, 1945), otorgaron su apoyo al régimen
político que se estaba gestando. Se fueron tornando virtualmente obligatorios los convenios o acuerdos celebrados, y así se
garantizaba la estabilidad laboral de los militantes y de los dirigentes sindicales. Luego de esa fecha, se produjo el proceso de
afiliación generalizada a los sindicatos.
El Estado intervino en la organización del movimiento laboral mediante el otorgamiento de personerías gremiales para sindicatos
liderados por dirigentes que no se oponían a su política, y, por el otro lado, amenazaba con la intervención a aquellos sindicatos que
se oponían a las políticas estatales.
Después de 1945, las organizaciones sindicales apoyaron sostenidamente al régimen populista, pero, asimismo, tampoco dejaron de
ejercer presión para ver cumplidas las reivindicaciones por las que habían luchado. En los primeros años (1946-1948), las
organizaciones gremiales declararon una serie de huelgas tendientes a garantizar la implementación completa de las reformas
alentadas desde el Estado.
La caída del movimiento huelguístico experimentado después de 1948, se debió a diversos factores, tales como, el desplazamiento
de las dirigencias más combativas, como también el mayor desarrollo, y la consolidación, de los mecanismos mediadores del aparato
estatal para resolver los conflictos, sin tampoco excluir una mayor represión de las huelgas. Con todo esto, la relación entre el Estado
y los sindicatos no llegó a ser nunca de una total subordinación, pues el gobierno seguía dependiendo del sostén político que le
otorgaba la clase trabajadora.
La autoridad laboral estaba facultada para ofrecer su intermediación en cualquier conflicto de carácter colectivo, o para intervenir allí
donde su gestión fuera requerida expresamente por ambas, o cualquiera, de las partes que estuviera en desacuerdo,
independientemente de la etapa más o menos avanzada por la que estuviera atravesando. La forma en que debía llevarse a cabo
consistía, preferentemente, en la convocatoria y en la constitución de un Consejo de Trabajo, presidido por la autoridad de la
dependencia estatal, e integrada en partes iguales por representantes obreros y por las patronales, el que tenía por objeto arribar a la
propuesta de una formula conciliatoria. La intervención oficial se hallaba supeditada plenamente a la voluntad de los sectores que
protagonizaban los conflictos.
Allí donde la falta de cohesión entre los empresarios no permitía desarrollar una efectiva regulación normativa de las condiciones de
trabajo, los esfuerzos de la entidad estatal se inscribieron en una dimensión aun más fundamental. En más de una oportunidad el
organismo asumió la tarea de dirigirse a los patrones no afiliados a la asociación celebrante, requiriéndoles su adhesión a los
acuerdos obtenidos.
En torno a este tipo de acciones se desarrolló, por primera vez en el país, lo que puede ser considerado la aplicación consciente y,
más o menos, definida de una política laboral relativamente explicita. La ausencia de una legislación específica sobre la materia fue,
sin embargo, la limitación más seria a la que se enfrentó la nueva orientación del organismo. La acción estatal discurría entre dos
caminos: por un lado, el de generar condiciones apropiadas para que obreros y los patrones encontraran formas de negociación
rutinizadas, que, una vez cristalizadas en instituciones paritarias estables, constituyeran la base para el mantenimiento de las
relaciones laborales de carácter autónomo, aceptando, en última instancia, su naturaleza consensual y voluntaria. Por el otro lado, el
camino por el cual el Estado mismo buscaba convertirse en uno de los componentes más importantes del propio sistema de
regulación cuya instauración perseguía, ya fuera como una instancia “legal” a la cual debían sujetarse las partes, o ya fuera a través
de su propia presencia en los órganos de discusión, y fijación, de las condiciones de trabajo.
HIROSHI MATSUSHITA.
1. Introducción.
Durante la década del 30 en la Argentina, entraron en vigencia tanto políticas como reagrupamientos de fuerzas sociales, las mismas
centradas en el intento de dar respuesta a ese hecho nuevo, el cual es el acelerado crecimiento industrial, y de las consecuencias que
tiene sobre la sociedad. El supuesto de nivel general es que todo proceso de industrialización por sustitución de importaciones, del
mismo modo que plantea características diferentes a las de los modelos clásicos en la estructura económica, promueve también
alternativas particulares en la dimensión sociopolítica, ya sea en el tipo de estratificación, en los reagrupamientos y en las alianzas de
las clases propietarias, en la forma movilización de las clases no propietarias, en el papel que tienen el Estado y los grupos políticos,
entre otros motivos.
Afirmar que el período abierto en 1930 representa una primera respuesta a ese proceso puede tener consecuencias, tanto como para
el análisis de la Argentina, como también para la aplicación de modelos teóricos para el análisis de los procesos sociales durante el
crecimiento industrial.
La teoría más habitual propone un presunto modelo clásico descriptivo:
Los propietarios agropecuarios: calificados como la "oligarquía", cuyo interés está en el mantenimiento de la tierra como fuente de
ingresos y de poder, con actitudes tradicionales y opuestas al fortalecimiento de nuevas actividades.
Los proletarios industriales: cuyo interés reside en el surgimiento de las nuevas actividades y en la conquista del poder político,
rechazando las situaciones "feudales" improductivas.
En un primer paso retengamos de esta caracterización sólo la aceptación, o el rechazo, de las actividades industriales. Diversas
modificaciones de este modelo simplificado aparecen en la literatura: Se mantiene el modelo en cuanto a la identificación de las
oposiciones de estos dos contendores; pero se supone que el sector industrial no tiene conciencia clara de sus intereses. Puede
darse, incluso, en el modelo, una discontinuidad en el sector industrial, pero la oposición básica de intereses y la línea de tendencia
del desarrollo histórico se mantiene.
Otra versión mantiene al modelo en cuanto a la identificación de los contenedores y de sus orientaciones, pero, en este caso, serían
los terratenientes quienes, inadvertidamente, habrían favorecido al sector industrial. Parecería suponerse una coincidencia transitoria
de intereses muy específicos, tales como el control de cambios, pero una oposición de fondo.
Más nos alejamos del modelo clásico cuando, aun manteniendo la imagen del corte, se postulan ciertas discontinuidades dentro de
cada uno de los sectores. Así, se admite que el sector terrateniente pasa ya a aceptar cierto tipo de industrialización limitada, liviana, y
dependiente, y que en esa medida consigue aliarse con el sector más concentrado de los industriales, pero que subsisten dentro de
los propietarios de industria grupos no monopolistas que aspiran a un desarrollo manufacturero independiente, con crecimiento de
industrias de base y de expandido en el mercado interno.
El alejamiento del modelo inicial es más neto cuando se postula que la oposición se ha redefinido, en cuanto a su contenido, en la
forma en que el enfoque anterior señala, pero que tanto los terratenientes como los industriales en bloque se benefician con el
mantenimiento del desarrollo dependiente de la industrialización, no quedando ningún grupo de origen manufacturero enfrentando la
oposición del bloque dominante. Se trata de una virtual fusión de intereses entre sectores terratenientes e industriales, solo
enfrentados por la clase obrera.
Nuestro examen rechaza todas las versiones del modelo que se centran sobre una oposición, más o menos expresa, entre los
grandes terratenientes y la burguesía industrial, incluyendo aquella según la cual no se daría una alianza sino una coincidencia
coyuntural entre ambos grupos.
Con estos enfoques compartiríamos, en cambio, la imagen de una comunidad de intereses entre ambos sectores en esta etapa, y
también la suposición acerca de las limitaciones que presentaba su propuesta de industrialización. Nos acercaremos en lo que se
refiere la ausencia de un proyecto alternativo de industrialización más profundo dentro de las clases dominantes, pero diferimos de
este en tanto señalaremos que, incluso ese proyecto limitado, no era percibido desde un comienzo como el proyecto hegemónico
indiscutido de la clase dominante. El proceso no podría, por lo tanto, conceptualizarse como una fusión de intereses, sino que se
trataría de una alianza entre fracciones de clase.
Encontraremos la oposición más decidida al proyecto de industrialización en un sector subordinado de los terratenientes, y una clara
expresión de esta actitud en la Unión Cívica Radical. Nuestra imagen es la de un proyecto que no es el indiscutido de la clase
dominante. Su puesta en marcha, y su posterior mantenimiento, exige la constitución de alianzas entre sectores de la clase
dominante. No se trata de una situación en que la clase dominante quiere comparar la pasividad de la clase dominada, sino de una
situación en la cual la permanencia de uno, u otro, proyecto está aún en cuestión.
Lo que el análisis de esta década pone de manifiesto es que el apoyo a la industria no puede identificarse ingenuamente con la
adopción simultánea de orientaciones sociales y políticas también "progresistas". El corte en cuanto al apoyo, o rechazo, de la
industria no coincide necesariamente con el corte entre fuerzas representantes de un orden nuevo globalmente "progresista", y un
viejo orden globalmente retardatario, sino que dentro de los partidarios de la industrialización se darán cortes fundamentales en
cuanto a orientaciones sociopolíticas, introduciendo el concepto de alianza de clases, como condición para hacer posible el estudio de
las relaciones de la fuerza en la sociedad, y de la hegemonía en el Estado.
El caso argentino, a partir de los años 30, nos servirá como un ejemplo de configuración temprana de esta línea de alianza de clases.
En lo que sigue trataremos de demostrar:
_La existencia de un proceso de alianza de clases en la Argentina durante la década del 30, y su contenido.
_Las condiciones que los hicieron posible.
_Los alcances y las limitaciones de esa alianza.
2. Las condiciones de la alianza de clases.
Desde 1933, la industria argentina entra en una etapa de crecimiento durante la cual, de una situación postergada, se transformará,
en un decenio, en el sector líder de la economía. La originalidad del caso argentino consiste en que, precisamente a partir de 1930,
quienes controlan en el aparato del Estado son, indiscutiblemente, las fuerzas conservadoras "oligárquicas", tras el intervalo abierto
en 1916 por el radicalismo, y a ellas deben atribuirse, por lo tanto, las medidas y las propuestas estatales que favorecieron, de hecho,
el progreso de la industria. Esas fuerzas no variaron, por ello, su contenido de clase: siguieron siendo representativas de los
hacendados más poderosos, tradicionales beneficiarios de la economía agroexportadora.
Una alternativa para esta constatación sería que las fuerzas conservadoras no hubiesen podido resistir las presiones de una oposición
marcadamente favorable a los cambios de dirección industrialista, pero como veremos en el trabajo, ello no ocurrió entre 1933 y 1943:
durante esos años, ningún grupo social, o político, poderoso agitó un programa de crecimiento industrial más radical que el propuesto
por la élite del oficialismo.
La consideración de estos hechos abre un interrogante acerca de si el crecimiento industrial fue conscientemente impulsado por la
elite conservadora, o si se desarrolló, a pesar de ella, como consecuencia no deseada de medidas que buscaban otro fin. Suponiendo
la primera de estas dos alternativas, cabe preguntarse cuál fue el contenido de la industrialización promovida, a fin de determinar si la
misma afectaba, de por sí, a privilegios fundamentales de los propietarios terratenientes. En este caso, se hubiera planteado una
contradicción entre orientaciones de la élite política e intereses de la clase dominante, posibilidad que no parece corresponder al
desarrollo real del proceso, teniendo en cuanta que la única fuente de legitimidad para el poder político de esa élite estuvo en el
consentimiento expreso de la "oligarquía" tradicional.
El núcleo de este trabajo tiende a presentar el supuesto de que no hubo en el período contradicción entre una orientación por
crecimiento industrial expresada en el Estado, y los intereses de la fracción más poderosa de los terratenientes, aunque sí la hubo con
los de un grupo subordinado de propietarios rurales.
La facción más poderosa dentro de la oligarquía mantuvo el control hegemónico dentro de una alianza de clases propietarias, en la
que se incluían, por primera vez, los intereses de los grupos industriales. La posibilidad de esta articulación de intereses requería
ciertas formas limitadas de industrialización, y ellas fueron promovidas a través de una coherente política oficial que hizo crecer
enormemente las esferas de la actividad del Estado en la estructura social. Se trata de un claro ejemplo de crecimiento a partir de la
sustitución de importaciones. Su resultado será una economía industrial, pero "no integrada", basada en una industria liviana,
productora de bienes de consumo no durables.
Este proceso de industrialización se basará en la expansión de una industria pre-existente, más que por un fomento deliberado de
una diversificación que hubiera debido apoyarse sobre una coherente política de inversiones. Las transformaciones se operarán sólo
en el sector industrial, manteniéndose inmodificada la estructura agraria, rasgo que es señalado como característico de la
Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI).
Durante el período se intensificaron las inversiones extranjeras, especialmente las norteamericanas, en actividades de transformación,
lo que aseguró a grupos industriales locales una "protección" especial de sus intereses frente a eventuales medidas del gobierno, las
cuales pudieran tender a drenar el proceso de crecimiento.
La crisis de 1929 marcará para la Argentina un cambio de rumbo trascendental en su situación económica, al afectar su privilegiado
status de país agroexportador. El modelo dejará ya de tener vigencia frente a las respuestas proteccionistas que los países centrales
pondrán en práctica como alternativa a la crisis. Un ciclo parecía concluido: el de la economía primaria exportadora como excluyente
núcleo de la economía argentina. En medio de una crisis que iluminará crudamente la vulnerabilidad extrema de la Argentina frente al
exterior, las élites tradicionales, que han recuperado el control del Estado, se ven favorecidas por la posibilidad de una limitada
industrialización, en tanto el desarrollo de ciertas ramas de la manufactura, es capaz de permitir un reajuste del sistema a los nuevos
términos en que se plantea el comercio mundial.
La oposición principal que enfrentaba a los agrarios y a los industriales alrededor de las políticas de libre cambio o de proteccionismo,
pasa a tener una importancia secundaria para la fracción dominante de los terratenientes, que no rechazará las medidas tendientes a
controlar los importaciones, favoreciendo así el crecimiento de ciertas ramas de la manufactura. En un punto en el que anteriormente
se ubicaba el centro del conflicto se establece una posibilidad de coincidencia.
El desarrollo más o menos sostenido de una nueva política sólo puede ubicarse hacia finales de 1933, con el ascenso al poder de un
equipo político, encabezado por Federico Pinedo, que influirá decisivamente hasta 1943, y que prolongará su gravitación en los
primeros actos del gobierno militar surgido del movimiento del 4 de junio.
Desde 1933, Federico Pinedo y Luis Duhau ocuparon el Ministerio de Hacienda y el Ministerio de Agricultura, ambos respectivamente.
Su gestión marcará las pautas iniciales para cambios en la política que el Estado propone a las clases dominantes, y abrirá,
específicamente, un período en el que habrán de articularse nuevas orientaciones. Para la definición de esta nueva política, él
flamante Pacto Roca-Runciman, suscripto por el gobierno argentino con el de Gran Bretaña en 1933, adquirirá una influencia
determinante como nudo central. Esta nueva situación hará participar más al sector industrial, y hará que el papel del Estado sea, a la
vez, más importante y también más complejo.
Así, el convenio Roca-Runciman traía aparejado el predominio del grupo ganadero más privilegiado en la orientación de la economía.
Esta situación suscitó grandes recelos en la Unión Industrial Argentina. El temor más serio derivaba de los compromisos acerca de la
rebaja de aranceles para la importación de manufacturas inglesas. En mayo de 1933, la UIA advertía en un manifiesto sobre "una
tendencia económica que sólo contempla los intereses agropecuarios". Un mes después organiza un acto público intentando ampliar
las bases para un frente de defensa de la industria.
Hacia fines de 1933, un esbozo de la política orgánica comienza a ser elaborado por el nuevo equipo económico. Durante diciembre,
se anuncia un Plan de Reestructuración Económica, el primero posterior al replanteo obligado por el Pacto Roca-Runciman. El mismo
incluye, básicamente, el Control de Cambios, la creación de Juntas Reguladoras de la Producción, y el Desarrollo de un plan de obras
públicas. Las medidas propuestas motivan de la UIA "su más cordial apoyo".
El plan traía aparejada una devaluación del peso, pero junto a esa medida se instrumentaba un control de las divisas para la
importación. Parece clara una caracterización de la necesidad de la industria, a la que no se postula como enfrentada a la hegemonía
"oligárquica". Durante el período que arranca a fines de 1933, y culmina con el derrocamiento de los conservadores diez años
después, esta solidaridad de orientaciones entre los industriales y el Estado se mantiene.
3. La diferenciación interna en el sector agropecuario y los grupos de oposición.
Al menos hasta la Segunda Guerra Mundial, no se producen fragmentaciones significativas en el seno de los industriales, y que, en
caso de hacerlas en germen, los industriales pequeños y medianos concentran tan poco poder económico, y tan escasa fuerza de
presión, que la hegemonía dentro del bloque industrial se mantiene, sin alteraciones, vinculados con el capital financiero nacional e
internacional, cuya representación corporativa inviste la UIA.
En el sector agrario el panorama es otro. Se produce una diferenciación o, más adecuadamente, se acentúan los términos de una
división de intereses ya anticipada en la década anterior. En 1927, los "invernadores" logran el control de la Sociedad Rural Argentina,
rubricando institucionalmente lo que ya era un dato de la realidad económica: el predominio de sus intereses sobre los de otras capas
ganaderas. La crisis y sus consecuencias para el comercio exterior argentino rubricadas en los Tratados de Ottawa, y en el Pacto
Roca-Runciman, gravarán todavía la diferenciación.
Los "invernadores", ligados al frigorífico y dependientes de la venta de "chilled" a Gran Bretaña, consiguen privilegios a través del
pacto Roca-Runciman, que les asegura una cuota estable de exportación y los mantiene así integrados a su tradicional fuente de
recursos. Pero este reajuste no se produce sin el brusco desplazamiento del grupo de los "criadores", que deben subordinarse
totalmente a los acuerdos a los que llegan los "invernadores" con los mercados tradicionales.
En lugar de la vieja divisa de los grandes hacendados ligados a Gran Bretaña, los cuales definirían los circuitos necesarios del
comercio exterior argentino a partir del "comprar a quien nos compra", el grupo subordinado de los ganaderos levanta una alternativa:
"vender a quien nos vende", poniendo el eje de sus objetivos en la ampliación del comercio a nuevos mercados, especialmente a los
Estados Unidos, quien podía transformarse en el proveedor del consumo nacional de manufacturas.
En el juego de presiones económicas sobre el Estado, los hacendados subordinados individualizan a los industriales como sus
principales rivales, quienes "tienen en la metrópoli la suficiente fuerza para pensar en las decisiones del gobierno", provocando así el
cierre de "los mercados extranjeros naturales y en potencia de la producción rural, a quienes no se les permitirá cobrar el precio de su
trabajo, aunque fuera con artículos superfluos importados".
4. Agrarios e industriales frente al "Plan Pinedo".
Hacia fines de 1937, los índices de la economía argentina, que parecían indicar un restablecimiento del equilibrio en el nuevo nivel
propuesto por la élite hegemónica, comenzaron a caer nuevamente. Las cosechas fueron excepcionalmente malas, los precios de los
productos agropecuarios cayeron, y las exportaciones bajaron un 44%. En 1938, la balanza de pagos en cuenta corriente arrojó un
déficit de 379 millones de pesos: las condiciones de la crisis parecían volver a repetirse. La respuesta elaborada entonces por la élite
puede servir como un nuevo indicador del sentido de su estrategia.
Por un lado, se devalúa nuevamente el peso y la actitud se encuadra absolutamente dentro de los marcos de una orientación
estrechamente "agroexportadora". Pero además se establece, por primera vez, el requisito de cambio previo para las importaciones.
Esta expresa restricción cuantitativa a las importaciones significaba el paso más decidido dado por la élite dentro de una estrategia
proteccionista. Para algunos autores, la agudización del sistema de control de cambios a fines de 1938 "representa la supresión de
los últimos vestigios del comercio libre".
Salvar la industria, entonces, supone contribuir a mantener el sistema. Este carácter permisivo con que la élite ampara el crecimiento
industrial, sin poner en discusión el control del proceso, es la base objetiva de la alianza en la que se integra una clase industrial que
no reclama más que su supervivencia.
Tras una apreciable disminución del déficit en 1939, 1940 se presentaba, otra vez, particularmente difícil para la economía argentina,
debido al cierre de los mercados europeos a las exportaciones argentinas, derivado de la Segunda Guerra Mundial. En esas
condiciones, el Ministerio de Hacienda elabora un Plan de Reactivación Económica. Desde septiembre de ese año, Federico Pinedo,
redactor de este proyecto, ocupaba otra vez el ministerio. El plan articulaba una serie de medidas para superar la recesión, contenía
disposiciones para la defensa del sector industrial. El objetivo del plan era mantener, a un nivel satisfactorio, la actividad económica.
Su punto de partida era la compra por el Estado de los excedentes agrícolas que no podían colocarse, medida reclamada
unánimemente por las organizaciones de los propietarios rurales. Aquí, vuelve a resumirse con suma precisión el sentido de una
política, que manteniéndose dentro de los marcos hegemónicos de la "oligarquía" tradicional, convocaba a una ampliación de sus
límites para permitir la incorporación de la industria. El "Plan Pinedo", intentando legislar sobre todo aquello que el grupo
representativo de los industriales reclamaba sin haber sido oído, aparece como el mejor testimonio de ese procedimiento de
movilización de la manufactura, bajo control de la élite tradicional que se produce entre 1933 y 1943. Este plan, que incluía las
reivindicaciones largamente reclamadas por los industriales, significaba en realidad un lúcido intento de reforzamiento de la
hegemonía "oligárquica".
La Sociedad Rural Argentina, por su parte, no rechaza este plan, pero aparte también considera necesario reafirmar la premisa de
que "la prosperidad de nuestro país está supeditada a la marcha de los negocios agropecuarios". Lo principal, entonces, para la SRA,
es la compra de las cosechas. Frente a la alianza entre los ganaderos privilegiados y los industriales, cuyos intereses en el Estado
intenta amortizar, la alternativa que parece promover la UCR es la de una alianza en la que participen los grupos agrarios
subordinados, y las capas medias urbanas no ligadas a la industria. Así, el eje central de las críticas de la UCR al Plan Pinedo está
centrado en lo que éste tiene de proteccionista.
5. El papel del Estado: alianza de clases y hegemonía.
Uno de los rasgos salientes de la etapa es el crecimiento de los roles asumidos por el Estado en la estructura social. El Estado pasará
a ser expresión de la creciente complejidad de las relaciones económicas, reflejando así la diferente articulación de la estructura de
ésas, a partir del crecimiento de la industria.
La homogeneidad de la antigua estructura de poder tiende a quebrarse después del 30, arrastrada por las modificaciones que el
equilibrio del sistema requiere en el nivel de la estructura económica, como consecuencia de la crisis. Así, el Estado se realiza como
equilibrador dentro de un bloque de poder más complejo; como moderador de una alianza objetivamente estructurada alrededor de
los intereses comunes de distintas clases.
Este factor constitutivo de una orientación "universalista" que sintetiza tendencias parciales es el Estado, controlado por la élite
política tradicional que sustituye el yrigoyenismo.
Los mecanismos de esa proyección "universalista", que puede soldar el bloque de poder, operan en dos dimensiones: en primer lugar,
a través de la instrumentalización de políticas de corto plazo, reservadas a la iniciativa directa del Poder Ejecutivo, y cuya dirección es
hacia la viabilización de cierto crecimiento industrial, en tanto acentúa barreras de tipo proteccionista. En segundo lugar, por medio del
intento de implementar políticas de largo plazo, más integrales (como el Plan Pinedo y sus antecedentes), que necesitan el
complicado apoyo legislativo.
NUCLEO IV.
DANIEL JAMES.
La reacción dominante que tomaron las filas del movimiento sindical ante la Revolución de 1943 fue de una cauta expectativa a esta.
Sólo los comunistas se apartaron de esa actitud, para denunciar, desde un comienzo, las orientaciones filo-fascistas propias del
régimen militar (a los pocos días del golpe de Estado, sus principales dirigentes y militantes fueron puestos en prisión). Sin embargo,
la prudencia del resto de los líderes sindicales no habría de ser recompensada por el gobierno militar; en julio, fue promulgado un
decreto que otorgaba a las autoridades del gobierno el poder para determinar qué entidades podían representar a los trabajadores
ante las empresas, y también ante el Estado. Un mes más tarde a la promulgación de este proyecto, los militantes ordenaron la
intervención del principal sindicato obrero de la época (la Unión Ferroviaria), el cual estaba conducido por dirigentes socialistas. Así,
los comunistas y los socialistas terminaron conociendo el rigor del nuevo régimen, a pesar de las diferencias ideológicas, y de la
diferencia de tácticas.
Los líderes obreros entre la autonomía y la subordinación política.
Al momento en que se produjo la Revolución de Junio, difícilmente se podía hablar de los trabajadores como un sector social
organizado a nivel nacional. El sindicalismo tenía una implantación desigual en el país. Su presencia era más evidente en los sectores
del transporte público y de los servicios (sindicalismo de corte socialista); sin embargo, era más incipiente y limitada en las actividades
de la industria.
La expansión de las manufacturas industriales a partir de la mitad de los años 30, creó nuevas oportunidades para la organización; y
quienes procuraron explotar las mismas fueron los comunistas, lanzándose con tácticas militares y agresivas a instalar entre los
nuevos trabajadores la conciencia de la acción gremial. No obstante, hacia 1942, los comunistas llegaron a compartir con los
socialistas el liderazgo del movimiento sindical, y a disputar con ellos sobre los rumbos a seguir en la vida política y en la vida social.
Al producirse el golpe de 1943, no se podía hablar de un sindicalismo de alcance nacional, como tampoco se podía hablar de un
sindicalismo unido.
En este marco, los militares desplegaron sus primeras medidas de corte represivo. En octubre de 1943, la estrategia oficial hacia los
sindicatos comenzó a cambiar con la designación de Perón al mando del Departamento Nacional de Trabajo (DNT). A diferencia de
sus camaradas, Perón tenía una visión de la cuestión social más elaborada y menos, simplemente, regresivas. Para Perón, ni una
masa proletaria sometida a los avatares del mercado, ni tampoco una fuerza obrera organizada e independiente, ofrecían garantías
para lograr la estabilidad del orden social. Perón entendía y consideraba que era preciso rehabilitar el papel mediador del Estado
entre el capital y el trabajo. En su opinión, si los poderes públicos continuaban ignorando la cuestión social, mientras proseguía la
difusión de las ideologías de clase entre los trabajadores, el orden social del país estaba amenazado. Así, la intervención estatal
aparecía como un reaseguro contra el peligro de una agudización de la lucha de clases. Con este convencimiento, obtuvo su
designación al frente del Departamento Nacional de Trabajo, con vistas a hacer del mismo la plataforma de lanzamiento de una
estrategia preventiva de un vasto alcance. Trató de disociarse de las medidas represivas del régimen, y también inició contactos con
los dirigentes de los principales gremios.
Como señal de buena voluntad, en diciembre de 1943 dejó sin efecto el decreto sobre las organizaciones gremiales que habían sido
promulgadas en el mes de julio. La respuesta de los dirigentes sindicales estuvo lejos de ser clara y de ser entusiasta, pero Perón
tampoco podía dar pronta satisfacción a los reclamos sindicales, ya que su lugar en el régimen aún no estaba consolidado. Recién en
mayo de 1944, luego de haber desplazado a sus rivales en el Ejército, y de haber afianzando su poder personal, Perón comenzó a
pasar de las promesas a los hechos. Entonces, los controles oficiales sobre el sindicalismo se aflojaron; por ejemplo, los obreros
ferroviarios recuperaron la conducción de su sindicato. Una serie de decretos se ocuparon de promover las negociaciones colectivas,
bajo la tutela estatal. A su vez, la Secretaria de Trabajo facilitó la sindicalización, proveyendo a los organizadores sindicales de
credenciales oficiales, para que los mismos pudiesen entrar a las empresas y así afiliar a los trabajadores. Este respaldo permitió,
asimismo, que los lugares vacantes dejados por el encarcelamiento y la represión de los comunistas, fueran ocupados por los
socialistas, o por nuevos militantes obreros.
Muy pronto a esto, Perón trató de comprometer políticamente a quienes recibían su respaldo, con el fin de poder ganar adhesiones
hacia el régimen militar, y de construir una base de apoyo político alrededor de su liderazgo personal. En este intento, consiguió un
éxito limitado. En general, los dirigentes obreros aprovecharon las nuevas oportunidades que les abría la Secretaría de Trabajo,
mientras que, al mismo tiempo, trataban de mantener la mayor distancia respecto de un gobierno cuyas orientaciones políticas
juzgaban tan críticamente como lo hacían los partidos políticos.
En relación a lo anteriormente mencionado, los principales gremios obreros persistieron en su táctica oportunista hasta el fin del
verano de 1945. Bajo la dirección de Perón, los militares en el poder se adoptaron a los nuevos tiempos. En primer lugar, se declaró la
guerra a los países del Eje; luego, las figuras conocidas por sus simpatías fascistas fueron desplazadas de los cargos públicos del
gobierno militar, y se restablecieron las libertades políticas; finalmente, se anunció la próxima normalización institucional del país,
mediante la convocatoria a elecciones libres.
En un escenario políticamente cada vez más polarizado, los sindicatos se vieron forzados a abandonar su postura de neutralidad en
el conflicto que dividía el país. Sobre todo, cuando los empresarios se sumaron al conflicto, cuestionando públicamente las medidas
de protección laboral de la Secretaria de Trabajo, y, aun más todavía, cuando Perón fue obligado a renunciar, y luego fue detenido
por sus propios camaradas del Ejército. En tales circunstancias, los dirigentes obreros salieron en su defensa y la de sus políticas.
Fue entonces que tuvo lugar la movilización popular del 17 de Octubre.
Luego de la exitosa culminación de la jornada de octubre, líderes obreros de lo más variados orígenes (Socialistas, Sindicalistas,
Radicales, Independientes), fundaron el Partido Laborista, con la intención de participar en forma autónoma en la contienda electoral.
Desde un comienzo ofrecieron a Perón la candidatura a presidente. Esta decisión, mediante la cual no hacían más que reconocer el
liderazgo de Perón entre los trabajadores, fijó límites claros a sus pretensiones de autonomía.
Producido el triunfo electoral de Perón, el 23 de febrero, afloraron las tensiones que atravesaban su coalición electoral, al recrudecer
el enfrentamiento que oponía a los laboristas y a los políticos de la Junta Renovadora. Debido a que los laboristas habían provisto
buena parte de los recursos materiales, y organizativos, que hicieron posible la victoria electoral, los mismos esperaban un papel
principal en el nuevo gobierno.
A los efectos desestabilizadores de esta pugna, se sumó el deseo de Perón de afianzar su predominio, durante la reciente campaña,
y porque carecía de un aparato político propio, por lo que había tenido que apoyarse en los sindicatos para la movilización electoral.
Esta había tenido que apoyarse en los sindicatos para la movilización electoral. Ahora que ésta había terminado con la ratificación de
su liderazgo personal, había llegado también la hora para poder convertir ese liderazgo en un principio de autoridad dentro del
movimiento triunfante. Perón ordenó la disolución de los partidos de la coalición peronista, y a la unificación de sus simpatizantes en
una nueva organización partidaria bajo su conducción.
A pesar de que hubo una cierta oposición, una vez que Perón dejó en claro que su decisión era irrevocable, un numeroso grupo de
legisladores recién electos en las listas laboristas optó por acatarla. El comité ejecutivo del partido sindical inició, entonces,
conversaciones con delegados de Perón para definir los términos de la unificación.
En noviembre de 1946, debía producirse la renovación de las autoridades de la CGT. Los votos emitidos por la mayoría de los
delegados sindicales llevaron a la secretaría general de la central obrera a Luis Gay, dirigente telefónico, y, hasta hacia poco, también
dirigente del Partido Laborista.
Las pretensiones de autonomía sindical reaparecieron en la gestión que Gay imprimió en la CGT. El mismo convocó a los diputados
de origen sindical, recién electos, para conformar un bloque informal que tuviera una personalidad diferenciada con el Congreso.
Asimismo, promovió la creación de un consejo técnico integrado por profesionales, a los efectos de producir iniciativas propias desde
la CGT. Este desafío a la unidad de la coalición gobernante no pasó desapercibido en los círculos oficiales, y, así, precipitó un
conflicto con Perón. El mismo, decidido a ratificar su autoridad sobre las fuerzas propias, aguardó el momento oportuno para
desplazar a Gay, logrando su cometido en enero de 1947.
Después de Gay, los otros miembros de la dirección de la CGT presentaron la renuncia, aceptando su subordinación política, y se
replegaron a sus respectivos gremios. Sus lugares fueron llenados por dirigentes más complacientes a las necesidades políticas del
gobierno peronista. De este modo, la CGT paso a dejar de aspirar a ser un representante del movimiento obrero ante el gobierno,
para comportarse, más bien, como un representante del gobierno ante el movimiento obrero.
La expansión del sindicalismo.
El movimiento sindical, sometido al control estatal, devendría en una fuerza impotente, mientras que la masa obrera, predispuesta por
su origen a una relación de tipo paternalista, se limitaría a recibir pasivamente los beneficios sociales y a confiar a las autoridades del
gobierno la tarea de su implementación.
Perón logró, ciertamente, sofocar la posibilidad de que los sindicatos tuvieran una voz política independiente. Sin embargo, no quiso,
o no pudo, imitar su función como agentes de la lucha económica. Los sindicatos consiguieron retener la capacidad de promover los
intereses sectoriales de los trabajadores.
Ya se indicó que, hacia 1943, difícilmente se podía hablar en la Argentina de un sindicalismo que tuviese alcance nacional. Esto fue lo
que cambió, y muy rápidamente, a partir de 1946. El período en el que la afiliación sindical resultó más intensa fue abarcado entre los
años 1946 y 1948.
El marco legal dentro del que tuvo lugar la expansión sindical fue el que proveyó el decreto 23.582, sancionado en octubre de 1945.
Se inspiró en el modelo corporativista condensado en la Carta del Lavoro (de Mussolini), y estaba en sintonía con la preocupación por
colocar la organización de los intereses sociales bajo la supervisión del Estado. Por un lado, consagraba formalmente la libertad
sindical al establecer que, para el reconocimiento de una organización gremial, sólo era exigible su inscripción en un registro especial.
Por el otro, condicionaba esa libertad de afiliación al distinguir entre dos tipos de asociaciones:
1) Las simplemente inscriptas (podían actuar como cualquier entidad civil).
2) Las que tenían personería gremial (tenían el derecho a negociar convenios de trabajo, lo cual era decisivo a la hora de
decidir en cuales afiliarse).
En la coyuntura de 1945, el otorgamiento del monopolio de representación permitió discriminar a favor de los sindicatos favorables a
la política de Perón, y a desplazar a sus adversarios, por lo que los dirigentes obreros no cuestionaron el fuerte intervencionismo
estatal de emergente sistema de relaciones laborales. La contrapartida de todo ello fue un alto grado de supervisión oficial sobre la
vida interna de las organizaciones gremiales.
Además del monopolio de representación, otro componente del estatuto de 1945 fue la centralización de los sindicatos. La principal
unidad de representación reconocida fue la actividad económica. El sindicato podía representar a todos los trabajadores, cualquiera
que fuese su calificación profesional, empleados en las empresas de una determinada rama industrial o servicio. Si bien no estaba
descartada la autorización a sindicatos de oficios o de empresas, estos fueron poco frecuentes.
La centralización sindical fue reforzada por la modalidad de organización interna más escogida por los sindicatos. Las conducciones
nacionales tenían una fuerte gravitación sobre las secciones locales. Esto se debe a que:
1) Ejercían las funciones decisivas: negociar los convenios y declarar la huelga.
2) Recibían directamente los aportes y cuotas sindicales, y los distribuían hacia abajo.
3) Tenían el poder de intervenir a las seccionales locales que se apartaran de sus directivas.
Conquista de nuevos espacios de poder a través de las huelgas.
En los 3 primeros años de la presidencia de Perón, se asistió a una fuerte alza de los paros y de las huelgas, un fenómeno que
pareció reflejar la decisión de los trabajadores de replicar la victoria alcanzada en las urnas como también en el terreno económico.
Pero la vigencia efectiva de estos mayores niveles de protección laboral fue, asimismo, resultado de las luchas emprendidas por los
trabajadores organizados, luchas que, en muchos casos, se proyectaron más allá de las iniciativas del gobierno, llegando incluso a
entrar en colisión con él.
Después de 1946, el movimiento obrero, además de procurar la vigencia de las reformas laborales oficiales, se aplicó a limitar la
autoridad de los patrones en la vida interna de las empresas. Sus antiguas prerrogativas sobre el derecho a contratar, despedir,
transferir, y promover a la fuerza de trabajo, fueron fuertemente reducidas por la introducción de la figura de la antigüedad, y también
por la elaboración de una intrincada clasificación de tareas, comúnmente llamada “el escalafón”, que garantizada igual remuneración
por igual tarea.
Al mismo tiempo, se brindaba una pauta predecible de ascenso que restringía la libertad de contratar de la empresa, estipulando que
las vacantes sólo podían ser llenadas por personal de afuera, una vez que se hubiese garantizado la oportunidad de probar sus
aptitudes a los trabajadores en la categoría inmediatamente inferior.
Clausulas que generaron quejas de parte de los empresarios, y que también se volvieron más abiertas y estridentes durante la
segunda presidencia de Perón.
MURMIS Y PORTANTIERO.
La jornada de junio.
En el amanecer del 4 de junio de 1943, ocho mil soldados salían de los cuarteles de Campo de Mayo hacia Ciudad de Buenos Aires.
Se trataba de una sublevación militar “institucional”; de una “revolución”.
Las tropas insurrectas avanzaron sin inconvenientes hasta su objetivo. El presidente Castillo se refugió a bordo del rastreador
Drummond con los ministros que aun le eran fieles, organizando desde allí la resistencia. El General Rodolfo Márquez, quien era el
cuartel maestre del Ejército Argentino, recibió el mando de las fuerzas de represión, actuando blandamente. Siendo la Casa Rosada,
finalmente, tomada, el Presidente Castillo renunció.
El manifiesto revolucionario condenaba las autoridades derrocadas, y todo sistema basado en la “venalidad, el fraude, el peculado, y
la corrupción”. Los firmantes de este manifiesto prometían un castigo a los culpables, y la restitución para el pueblo argentino de todos
los derechos y las garantías violadas hasta entonces. Los radicales se sentían comprendidos por los militares.
El General Arturo Rawson asumió la presidencia, el cual era allegado a los medios conservadores. Como Castillo también lo era,
pensó que el presidente provisional era pro-aliado, y que el movimiento militar aspiraba a modificar la política exterior.
Los militares eran saludados en toda la ciudad por grupos opositores a Castillo, con carteles que asociaban al Ejército con el
restablecimiento de la democracia. Un orador improvisado en Plaza de Mayo explicó que el objetivo de la revolución era el retorno a
las elecciones libres.
Puede pensarse que tanto los radicales como los anti-fascistas intentaban tranquilizarse, tomando sus deseos cívicos por realidades.
Pero el derrocamiento de Castillo, predicho, y esperado, por los radicales, puede deberse a más que a dos motivos, a dos rechazos:
el fraude en lo interno, y/o la neutralidad en lo externo.
En efecto, la tonalidad ultramontana de la proclama sobre las causas del movimiento es muy diferente del estilo yrigoyenista del
manifiesto revolucionario. Rawson denuncia en ella que “el comunismo amenaza sentar sus reales en un país pletórico de
probabilidades por ausencia de previsiones sociales”, pero también reprueba la “educación de la infancia y la ilustración de la juventud
sin respeto a Dios ni amor a la Patria”.
La composición propia del gabinete de Rawson aumentaba la confusión por la incoherencia que presentaba el mismo. Había ofrecido
las carteras ministeriales a sus amigos del Jockey Club, los mismos, desde luego, conservadores, pero que presentaban una
tendencia contradictoria en relación a la política exterior.
Para algunos analistas, los oficiales revolucionarios retiraron su confianza a Rawson porque éste había manifestado su intención de
romper relaciones diplomáticas con el Eje. Para otros, un grupo de militares se habría opuesto al nombramiento de ministros cuyas
simpatías por el Eje eran demasiado manifiestas.
El General Pedro P. Ramírez, quien había sido Ministro de Guerra de Castillo, y ahora también de Rawson, asumió la presidencia.
Formó un gabinete íntegramente constituido por militares. Tanto el presidente, como todos sus ministros, se comprometían a empeñar
todas sus energías “para el restablecimiento del pleno imperio de la Constitución Nacional, el afianzamiento de las instituciones
republicanas, y la restauración de la honradez administrativa”. Pero la ambigüedad persistía, y también aumentaba, en lo que se
refería, puntualmente, a la política exterior. En relación a esto, declaró Ramírez: “La República Argentina, ratifica su tradicional política
de amistad y leal cooperación con las naciones de América, conforme con los tratados existentes. Con respecto al resto del mundo,
su política es, en el presente, de neutralidad”.
El Ejército controlaba realmente el poder. Por un decreto del 18 de Junio, fue eliminado el término de provisional que se utilizaba en el
título oficial del gobierno militar. Así, pues, los militares no pensaban devolver tan pronto el poder a los civiles. Además, cuando el
presidente evocaba a las elecciones, lo hacía a un largo plazo, y después de haber “saneado y renovado” a la Argentina,
especialmente en el campo ideológico. Porque, según Ramírez, la tarea del gobierno militar consistía en “renovar el espíritu nacional y
la conciencia patria”.
El objetivo de los nuevos dueños de Argentina habría de ser una pedagogía nacionalista; y un estilo militar de gobierno, el mismo
hecho de austeridad y de trabajo, habría de constituir el medio para lograr semejante proyecto.
Lecturas de un Golpe de Estado.
La primera explicación parece ser que los hombres que tomaron el poder sólo estaban de acuerdo sobre llevar adelante ese paso.
Dentro de una confusión de móviles y de segundas intenciones se esbozó, “en caliente”, un frente militar unido en contra del gobierno.
Las conspiraciones desbaratadas, abandonadas, o reprimidas, habían surgido, hasta entonces, en los sectores nacionalistas propios
de las Fuerzas Armadas. Pero triunfaban el legalismo o la prudencia. Los militares de tendencia fascista se encontraban, por ende,
aislados. El golpe de junio no corrió con la misma suerte, porque, en una unión contra natura, tanto los nacionalistas y los pro-aliados,
como los “germanófilos” y los liberales, decidieron, juntos, pasar a la acción, con el apoyo de la UCR, y de algunas personalidades del
Partido Conservador.
Los militares, que como consumidores corrían la misma suerte que los argentinos, se indignaban de ver a gente bien ubicada
acumular “fortunas de guerra” a expensas de sus conciudadanos, cuanto que consideraba que se les negaban los medios para
prepararse efectivamente a hacer la guerra. El estado de sitio imperante desde diciembre de 1941 permitió al gobierno silenciar todos
estos escándalos.
El verdadero detonador de la situación debe buscarse en las vicisitudes de la sucesión presidencial. El problema generado de la
candidatura oficial (Robustiano Patrón Costas), la manera en que se intentaba imponerla, y también la personalidad del candidato,
provocaron en el ámbito castrense una reacción unánime contra Castillo.
Castillo creyó que el presidente del Senado, Patrón Costas, podía ser un excelente candidato para presentarse en las elecciones de
septiembre de 1943. Con ello, se buscaba prolongar la concordancia de los conservadores y de los radicales anti-yrigoyenistas.
Castillo creía que, tanto para el país y para los intereses de su clase dirigente, era primordial impedir el retorno al poder de los
radicales ortodoxos, de un partido popular cuya demagogia electoralista abría la puerta a la subversión. El problema internacional era
secundario en sus preocupaciones.
Patrón Costas pertenecía a una poderosa familia de industriales del azúcar de Salta, por ende, muy representativo de la aristocracia.
Aparecía ante la opinión conservadora como un hombre político experimentado y un industrial de gran dinamismo.
Los oficiales “industrialistas” se habrían sublevado para proteger las frágiles industrias argentinas amenazadas por el retorno a una
economía de paz, y ante la elección de un presidente conservador que fuese propenso a defender los intereses de los agropecuarios.
El Ejército sería la expresión o el tutor de una burguesía industrial incapaz de defenderse por sí misma.
Ahora bien, Patrón Costas era un industrial cuya producción necesitaba de la protección aduanera. Por lo demás, su hermano
representaba a la empresa familiar en la Unión Industrial Argentina. Sin embargo, tenía mala reputación en el Ejército, porque tenía
costumbres feudales, y chocaban con la sensibilidad republicana de los cuadros del Ejército, aún radical, o, mejor dicho,
“mesocrática”, y su sentido del Estado.
La prensa y los medios diplomáticos pensaban que, por motivos de negocios, Patrón Costas se acercaría al bloque de los Aliados.
Tenía numerosos amigos en los Estados Unidos, y los industriales necesitaban de manera urgente de equipo del que sólo aquel país
les podía proveer. Pero su concepción política, y su práctica social, lo inclinaban hacia la extrema derecha, acercándolo hacia los
nacionalistas autoritarios. Ambiguo e inconsistente, por ende, no daba ninguna seguridad, ni para los neutralistas allegados a Castillo,
ni tampoco para con los rupturistas.
Patrón Costas tenía una posición clara y precisa: el mismo estaba a favor del fraude, sin reservas ni evasivas. De esta manera, puede
entenderse porque el señor de “El Tabacal” le disgustara que los peones de su ingenio “modelo” le ocultaran cuáles eran sus
preferencias electorales.
La candidatura oficial, impuesta sin consulta previa por el presidente, desconcertó en el seno mismo del Partido Conservador, y
también en los salones de la Casa Rosada. Los aspirantes frustrados se ocuparon de que este asunto tuviera una gran repercusión.
Los militares observaban consternados esas prácticas poco edificantes.
Para los sectores nacionalistas del Ejército, o bien las elecciones se llevaban a cabo respetando los deseos del presidente, y
resultaba elegido un sucesor de Castillo que no brindaba ninguna seguridad en materia de defensa y de política exterior; o bien se
respetaba el sufragio universal secreto, sin fraude, ni violencia, y se imponía el candidato de la Unión Democrática, ese tan temido
“frente popular”.
La única solución era un Golpe de Estado, preventivo o curativo. Para los liberales, era primordial impedir por todos los medios la
farsa electoral que se estaba preparando.
Un incidente inesperado precipitó los acontecimientos. Tanto los radicales como sus aliados no lograban ponerse de acuerdo en un
candidato en común. Dirigentes de la UCR visitaron al Ministro de Guerra para ofrecerle oficialmente la candidatura presidencial.
Según se dice, el General Ramírez informó lealmente al presidente, quien le pidió hacer una enérgica declaración pública condenando
tal procedimiento.
Desde 1930, el General Ramírez era considerado como un anti-liberal y nacionalista, pero era un hombre de convicciones frágiles,
fácil de convencer. Se ha asegurado que se había hecho “rupturista”, preocupado por el problema del abastecimiento de armamentos.
Los radicales nunca dejaron de confiar en el espíritu democrático del Ejercito Argentino.
Sea lo que fuere, Castillo consideró insuficiente la declaración de su ministro y le pidió su renuncia. Esta había sido la gota que hizo
rebalsar el vaso. Pro-radicales, nacionalistas, y legalistas apolíticos, se sentían indignados.
Un grupo de conspiradores nacionalistas, del que formaban parte el Capitán Filippi, quien era yerno y secretario privado de Ramírez, y
el Teniente Coronel González, secretario adjunto del Ministerio, decidió pasar a la acción sin más tardanzas. Ramírez, por ende,
aceptó el principio que guiaba la acción conspiradora: las tropas debían ser comandadas por sus “jefes naturales”.
También, informó al General Rawson (el cual estaba preparando un movimiento con el Almirante Sueyro), su decisión de no ceder
ante Castillo.
El General Ramírez encargó al General Rawson reunir a los jefes de unidades en Campo de Mayo y ponerse al frente de las tropas.
El Coronel Anaya, comandante de la guarnición, aceptó organizar una reunión en la Escuela de Caballería.
El General Rawson expuso brevemente la situación, cuyo hecho más destacado era la destitución inminente para el General Ramírez,
en quien confiaban todos sus subordinados. Para los oficiales presentes se trataba de la autonomía del Ejército.
Fue el presidente quien dejó de contar con la confianza de los militares. Rawson fijó como objetivos de la sedición impedir la
repetición de elecciones fraudulentas y de respetar los compromisos internacionales del país, es decir, el Pacto de Río de Janeiro,
que implicaba la ruptura con el Eje.
En caso de triunfar la revolución, Rawson se proponía instalar un triunvirato militar. Pero la fórmula no tuvo éxito, esto se debe a que
Ramírez rechazó ese papel decorativo, y prefirió que cada uno asumiera con sus responsabilidades. Así, Rawson ocupó la
presidencia provisional.
Rawson creyó que su posición era lo bastantemente sólida como para poder imponer el gabinete de su propia elección, olvidando que
su legitimidad militar era, en realidad, nula. Nadie lo consideraba como jefe de un movimiento cuya paternidad en verdad se le atribuía
al Ministro de Guerra. Los distinguidos caballeros del Jockey Club no infundían mucho respeto para con los apasionados coroneles,
quienes se reunieron para examinar la situación, y que también comunicaron que no habían “hecho la revolución” para permitirle
gobernar el país a su antojo. El presidente prefirió renunciar cuando se vio privado de la “libertad de acción necesaria”.
El GOU y los coroneles: mito y realidad.
La caída de Rawson reveló la existencia de un poder detrás de los generales. Naturalmente, los integrantes del GOU aprovecharon la
situación para eliminar, ante todo, a los oficiales pro-aliados o anti-nacionalistas.
La ejecución del Golpe de Estado no dependió del GOU. Este nunca fue una poderosa red nazi que obraba dentro del Ejército para
que Hitler conquistara el continente. El GOU fue, en primer lugar, un grupo de enlace bastante informal formado entre jóvenes
oficiales superiores, partidarios de restablecer la moral y la disciplina dentro del Ejército, y de recuperar al país de una corrupción que
lo llevaba derecho al comunismo.
Perón y González eran admiradores de las experiencias autoritarias de la Europa Mediterránea (con la experiencia de la Italia fascista
como su mayor exponente), pero ese entusiasmo no era compartido por todos los miembros del círculo de oficiales. El predominio de
los ideólogos de extrema derecha anti-liberales e integristas, le daba un matiz doctrinario a un grupo que en realidad no estaba
claramente definido, y el cual se encontraba a medio camino entre una asociación profesional, y entre una conspiración golpista en
plena maduración.
El Golpe de Estado, el cual fue improvisado y dirigido por hombres que no pensaban como ellos, no colmaba con las aspiraciones
propias de los oficiales del GOU. Debían, pues, recuperar el terreno perdido maniobrando discretamente, y, al mismo tiempo,
imponerse como portavoces de los jefes de unidad, o sea, de los oficiales clave. El programa del GOU se convirtió oficialmente en el
programa de la revolución. Sus miembros exageraron la participación de la logia en una revolución cuya plena paternidad
reivindicaron sin escrúpulos.
En realidad, el GOU recién surgió después de la Revolución de Junio, como una especie de prolongación del Ministerio de Guerra,
siendo Perón secretario del mismo.
Otros hombres del GOU también ocupaban posiciones estratégicas en el gobierno. El Capitán Filippi era edecán del presidente, y el
Coronel González ocupaba la secretaría de la presidencia. El General Ramírez, al que rodeaban, tuvo mucho que ver en su ascenso y
en ese copamiento del aparato estatal.
La exageración de la importancia del GOU, la imagen deformada de su verdadera naturaleza, parece haber respondido a una táctica
deliberada de Perón para apoderarse de la revolución.
Que los oficiales argentinos hayan pensado en volar en socorro de la victoria de la Europa totalitaria, justamente en el momento en
que la ofensiva aliada estaba dando frutos, era algo inimaginable.
La dictadura y el orden militar.
El gabinete de Ramírez estaba formado por eminentes jefes militares de las dos armas, los cuales tenían opiniones políticas dispares.
No estaban de acuerdo más que en un punto: hacer que imperara el orden. El espectro de la agitación obrera, y el de la subversión
de los anarquistas o de los comunistas, era una preocupación para todos los militares. Los nacionalistas, los hombres del GOU,
temían que un “frente popular”, con representación comunista, lograra llegar al poder. Los militares aliadófilos, o conservadores,
evocaban con inquietud los disturbios de 1919. Es por eso que las primeras medidas del gobierno militar estuvieron destinadas a
reprimir a los partidos obreros y a los sindicatos.
No obstante, la lucha contra la subversión social y los reclamos laborales, el anti-comunismo, en el sentido más amplio, se encontró,
desde ese entonces, a la orden del día, y marcó profundamente el accionar del gobierno militar. Para los conductores políticos del
Ejército Argentino, el golpe del 4 de junio tenía como objetivo esencial la instalación de un Estado fuerte, el cual fuera capaz de
resistir al comunismo. Bajo la presidencia de Ramírez se creó la Policía Federal Argentina.
Sindicatos: la CGT N°2, dividida desde octubre de 1942, fue disuelta en julio de 1943. Esta agrupaba a los grandes
sindicatos que apoyaban la actividad del Partido Socialista y del Partido Comunista. Una ley dictada a principios de agosto restringió
la actuación de las asociaciones profesionales, colocándolas bajo la tutela del gobierno. Las federaciones sindicales que
contravinieron la puntillosa reglamentación fueron intervenidas y puestas bajo la autoridad de un administrador militar.
El régimen “puro y duro” luchaba en dos frentes: por un lado, tanto contra los instigadores como las ideologías exóticas que
confundían a los trabajadores, pero también, por el otro lado, contra aquellos políticos corrompidos que se aprovechaban de la
miseria del pueblo. El 5 de junio fue disuelto el Congreso, y entre el 9 y el 18 fueron destituidas, y reemplazadas, por delegados del
gobierno, todas las autoridades provinciales electas. Las elecciones se postergaban por tiempo indeterminado. El 18 de junio el
gobierno militar dejó de llamarse “provisional”.
El nombramiento de Jorge Santamarina en el Ministerio de Hacienda devolvió la confianza a los capitalistas, y la anunciada política de
austeridad y de equilibrio presupuestario colmó sus deseos.
La política agropecuaria definida por el nuevo ministro del ramo, General Mason, tomaba en cuenta las preocupaciones y
las críticas de las asociaciones rurales. Anunció la eliminación progresiva de las medidas restrictivas, implantadas en los 30, para
evitar la crisis de superproducción y la falta de mercados, prometiendo la eliminación, o reconversión, de la mayoría de las juntas
reguladoras, y también el fomento de una firme tendencia expansiva.
El 10 de agosto de 1943 quedó constituida, por primera vez en Argentina, una sociedad mixta industrial. Como estaba previsto en la
Ley de Creación de la Dirección General De Fabricaciones Militares, Ramírez y su estado mayor debían pensar que un país se
gobierna como se dirige un cuartel, a base de órdenes y de severas revistas. El Estado guarnición pretendía regentar todo aspecto de
la vida cotidiana. No pasaba nada por alto, se trataba de militarismo.
Comenzaba por las máximas autoridades detentadoras del poder. Sólo cuatro miembros, de los diecinueve que formaban parte del
poder ejecutivo, eran civiles.
El patriotismo se presenta siempre como un fin en sí mismo. El orgullo de “el sacrificio y el riesgo” desemboca en un mesianismo
anhelante e inquietante.
El Ejército y el gobierno de Castillo, a pesar de su neutralidad, consideraban al país en estado de guerra. La participación de
los gastos de defensa aumentó considerablemente. El militarismo también era una consecuencia política del clima de bloqueo en
que vivían los sucesivos gobiernos argentinos, desde la reunión de cancilleres de Río de Janeiro de 1942.
La política social propia del gobierno militar se caracterizó, en un primer momento, por su rigor. Se trataba del rigor
característico del paternalismo autoritario, que exigía obediencia, y disciplina social, a los trabajadores, para poder recibir algunos
beneficios sociales. La represión y la justicia iban juntas para los militares.
Para Ramírez, la paz social se conseguía con medidas de urgencia que pudieran mejorar las condiciones de los más desfavorecidos.
A fines de 1943, comenzó a adoptarse un conjunto de medidas de tipo social, como la baja imperativa de los alquileres, y el aumento
de los salarios. Esa política se vio coronada simbólicamente cuando el Departamento Nacional del Trabajo se convirtió en la
Secretaría de Trabajo y Previsión, bajo la titularidad de Perón.
Neutralidad y Nacionalismo.
Frente a los coroneles del GOU y “sus generales”, los ministros aliadófilos, o tácitamente favorables a la ruptura con el bloque del Eje,
se encontraban aislados. Para colmo, no contaban más que con el Coronel, ascendido a General, Anaya, por lo que no contaban con
una representación amplia dentro del grupo.
La disolución de la asociación pro-aliada Acción Argentina, el 15 de junio, y también la prohibición de realizar manifestaciones
políticas públicas, no podían ser tomadas como medidas destinadas para probar al mundo libre de la buena voluntad propia del
régimen militar argentino.
Sin embargo, el gabinete de gobierno parecía propender, de manera oficial, a un acercamiento con la política de los Estados Unidos.
El Ministro de Relaciones Exteriores, el Almirante Storni, pronunció un discurso en el que subraya la intención de poder fortalecer la
“unidad y armonía” del continente americano. Pero también agrega que la ruptura con el Eje no podía concretarse bruscamente, y
tampoco sin preparación previa. Pondría en duro trance la hidalguía argentina.
Una carta confidencial entre Storni y una nota del Departamento de Estado salieron publicados en los diarios del 8 de septiembre,
conmoviendo, e indignando, a la opinión pública, para una gran satisfacción de los nacionalistas. El 9 de septiembre, Storni presentó
su renuncia, y Ramírez lo desautorizó, desvinculándose de la posición de éste.
El 14 de octubre renunciaron varios ministros. Esa misma tarde prestó juramento como vice el General Farrell. El despropósito de
Storni aseguró la victoria de los nacionalistas anti-aliados y el triunfo del GOU.
Se podría pensar que la carta confidencial constituía la última tentativa de los sectores pro-aliados para consolidar su posición en el
ámbito castrense obteniendo armas de los Estados Unidos.
El nuevo vice invocó la solidaridad interamericana durante la ceremonia de su juramento. El nuevo gabinete de gobierno era
resueltamente neutralista.
Para esta nueva etapa del régimen militar, Ramírez iba a optar por solicitar la colaboración de la extrema-derecha de la sociedad civil.
Los integristas iban a aprovechar la inesperada ocasión que se les presentaba para restaurar la fe de la Nación. El nuevo Ministro de
Justicia e Instrucción Pública destituyó, de entrada, al profesorado liberal de todas las universidades nacionales, y también suprimió la
autonomía de la enseñanza superior.
El intento de instaurar un gobierno nacionalista-católico no sólo correspondía a la desmedida afición por el orden y por el estrecho
moralismo que detentaban, entonces, en el poder. La alianza de la cruz y de la espada reflejaba la necesidad de dar una legitimidad
ideológica al sistema de las bayonetas. La neutralidad fue, en lo sucesivo, la expresión del nacionalismo argentino, que se enraizaba
con la “esencia católica” y con la “tradición hispánica”.
La libertad de prensa fue restringida en diferentes formas y se impusieron cargas suplementarias a los diarios argentinos que fueran
publicados en idioma extranjero. El nacionalismo se consolidaba cada vez más. El decreto del 31 de 1943 instituyó la enseñanza de la
religión en las escuelas primarias y en las secundarias controladas por la jerarquía eclesiástica. Al día siguiente, fueron disueltos
todos los partidos políticos.
La revolución militar, tanto multiforme como ambigua, se transformó en una “revolución nacional”, cuya espina dorsal y sostén era el
Ejercito Argentino.
La Caída de Ramírez y el duelo de los coroneles.
Los coroneles del GOU controlaban puestos estatales decisivos. Las funciones de Perón como secretario del Ministerio de Guerra
eran modestas, pero las mismas, en la práctica, parecían las de una especie de vicepresidente de las Fuerzas Armadas. Como tal,
Perón se desempeñaba principalmente como coordinador del GOU. Además, el 27 de octubre de 1943 pasó a ocupar la dirección del
Departamento Nacional del Trabajo.
Era más consciente que cualquier otro militar del carácter explosivo que tenia la situación social. Los grandes cambios ocurridos en el
mundo laboral, la probabilidad de una crisis económica, y también la existencia de fuertes sindicatos reivindicativos vinculados con los
partidos de izquierda, le parecían portadores de una amenaza revolucionaria, las cuales los hombres del GOU se habían
comprometido a conjurar. La Justicia Social, el control de la clase obrera, y la despolitización de las organizaciones sindicales,
constituyeron los tres ejes de su proyecto de acción política. La contrarrevolución no podía prescindir del apoyo político de las masas.
En la Argentina, por una paradoja de la historia, la única clase políticamente disponible era el proletariado.
Perón entró en contacto con los sindicatos por primera vez en julio de 1943, cuando se encontró con Juan Bramuglia, abogado de la
Unión Ferroviaria.
Perón y el Coronel Mercante también se entrevistaron con dirigentes socialistas de la CGT disuelta, poniéndose al tanto de los
problemas laborales. En septiembre de 1943, Perón intervino una huelga de los frigoríficos de Berisso. Se firmó, así, la primera
convención colectiva de trabajo. Fue suscripta por un sindicato “autónomo” y minoritario, dirigido por Cipriano Reyes.
El 1° de diciembre, Perón fue nombrado al mando de la Secretaria de Trabajo y Previsión.
Las iniciativas cada vez más ambiciosas del coronel comenzaban a generar preocupación en Ramírez. De todas maneras, Perón
dominaba la situación. Había previsto tanto las trabas que los liberales como los aliadófilos podían poner a los sectores nacionalistas,
o neutralistas, del Ejercito Argentino. Los dirigentes del GOU consideraban que la presencia de Ramírez al frente del Estado
constituía la garantía de su poder y de su acción. El conflicto entre Perón y sus adversarios se planteaba en términos desiguales, y el
General Ramírez estaba atado por el apoyo, aparentemente incondicional, de Perón.
Mientras tanto, en el seno del gobierno aumentaba el malestar, llegándose de nuevo a un enfrentamiento a raíz de un cambio en la
política exterior. La posición internacional de la Argentina era insostenible, y en el continente ya no se podía mantener la neutralidad.
Dos acontecimientos precipitaron la evolución de la política exterior. El primero fue externo y, sin duda, secundario: el 20 de diciembre
fue derrocado el gobierno boliviano por un golpe militar. Por otro lado, a principios de noviembre de 1943, los ingleses detuvieron en
Trinidad al cónsul argentino Oscar Alberto Hellmuth, que se dirigía a Europa en misión oficial, acusándolo de pertenecer a una
organización clandestina de espionaje alemana.
Hellmuth habría estado encargado de negociar la compra de armamento a Alemania y también de obtener un salvoconducto para un
barco argentino. Y así se terminó por dar la ruptura el 27 de enero de 1944.
En Río de Janeiro, el General Rawson declaraba que era una vuelta a las fuentes, ya que consideraba que el gobierno cumplía así
“con el postulado fundamental de la revolución”. Rawson renunció a su puesto de embajador, y los miembros del GOU aprovecharon
la ocasión para expresar su indefectible fidelidad a Ramírez.
Al día siguiente de la ruptura, Ramírez hizo una declaración que invoca la “esencia de la Constitución Nacional”, y condena
enérgicamente la filosofía totalitaria de los nacionalistas.
Estos reaccionaron, porque consideraban que habían sido engañados. Perón y Farrell no tuvieron ningún tipo de consideración hacia
el presidente, sino que tenían tendencia a atacarlo para conciliarse con sus camaradas. Opinaban que era totalmente responsable de
la ruptura, y no les resultó difícil hacer creer a los oficiales germanófilos y nacionalistas que, con ella, se había dado el primer paso
hacia la declaración de guerra, cuando en realidad se trataba de una medida puramente formal.
Ramírez comprendió la maniobra y hasta intentó dar vuelta la situación por la fuerza, pero este intento fue rápidamente neutralizado.
El 23 de febrero, la disolución del GOU, que dejaba sin efecto el juramento de fidelidad, preparó la caída del presidente. Ramírez pidió
a Farrell su renuncia. Perón no aflojó. El mismo día reunió a los coroneles y a los delegados de Campo de Mayo, de Buenos Aires, y
de El Palomar, en la Secretaría de Trabajo. El parlamento militar expresó su desconfianza al presidente. Después de darse una serie
de discusiones, y de ideas y vueltas ministeriales, Ramírez presentó su renuncia, “impuesta por las circunstancias”.
Los oficiales infieles habían caído en su propia trampa: la renuncia era inaceptable, ya que la fórmula diplomáticamente perfecta era
que Ramírez delegara el gobierno a Farrell por “fatiga”.
Pero todo no estaba perdido por el momento. El GOU estaba cansado de Perón. Cuando se reunieron el 26 para elegir a un nuevo
Ministro de Guerra, Perón, el candidato de Farrell, solo obtuvo 7 votos contra 10 a favor del General Sanguinetti. Pero Perón ocupó la
cartera como ministro interino, sin que nadie pensara sacarlo.
El irresistible ascenso del coronel de los trabajadores.
Los nacionalistas estaban perdiendo cada vez más terreno. En lo que hace referencia a la política exterior, las victorias aliadas
impulsaban a los Estados Unidos a mantenerse inflexibles con respecto a la posición de Argentina. El Secretario de Estado de los
Estados Unidos no dudó en afirmar ante el mundo que Argentina era el cuartel general del nazismo en el continente. El 27 de octubre
de 1944, el General Peluffo tomó la iniciativa de solicitar una reunión de consulta de los cancilleres americanos para explicar la
posición de su país, y examinar los medios para respetar los compromisos interamericanos. Renunció hacia fines de diciembre,
arrastrando con él a sus asesores nacionalistas.
Entre el 21 de febrero y el 8 de marzo, se reunió en México, en el Palacio de Chapultepec, la Conferencia Interamericana Sobre
Problemas de la Guerra y la Paz. Una resolución estipulaba que si la Argentina declaraba la guerra al Eje podría formar su
correspondiente Acta, y las repúblicas americanas reanudarían relaciones diplomáticas normales con Buenos Aires. El 27 de marzo
de 1945 declaraba la guerra a Alemania y a Japón.
El 6 de julio de 1944, Perón logró defenestrar a su principal rival dentro del gobierno, el General Prelinger. Al ser consultados para
decidir quién ocuparía la vicepresidencia, los cuadros del Ejército se habían volcado a favor del ministro de guerra, gracias a Farrell.
El 8 de julio, Perón fue nombrado vicepresidente, y el 19 pronunció su primer discurso político. Por lo demás, en todo el mundo se
estaban imponiendo las democracias, y las dictaduras militares, por su parte, tenían sus días contados.
Perón partía de dos comprobaciones: la primera era que las masas obreras se encontraban, o bien desorganizadas, o bien
controladas por sindicatos dirigidos por la extrema izquierda; la segunda, que la legislación social era inexistente, y que las legítimas
reivindicaciones de los trabajadores quedaban sin respuestas. El plan de acción de Perón incluía tres grandes objetivos: realizar una
política social generosa, organizar a las masas obreras en los sindicatos (de los cuales serían excluidos los extremistas), e instaurar
un Estado fuerte (capaz de terminar con la lucha de clases y de hacer respetar sus decisiones por las partes en pugna).
Perón impuso su programa a la opinión militar sin enfrentársele, gracias a una argumentación que apelaba directamente a los valores
profesionales de los oficiales.
Se decretó el Estatuto del Peón. El Estado penetraba en las estancias, cometiendo una violación a la propiedad privada. El estatuto
protege al peón, que ya no depende sólo del patrón, sino de una voluntad superior al de éste.
Perón rechazaba la represión de los sindicatos que proponían algunos militares. Trataba, en cambio, de conseguir el apoyo de los
dirigentes sindicales mediante favores. Cuando no lo lograba, se ganaba hombres de segunda o tercera línea.
Capítulo 2: Ejército y Sindicatos: los militares argentinos en el sistema peronista.
Mientras que Perón iba ganándose el apoyo del pueblo y se preparaba para el futuro, el régimen militar se endurecía acelerando así
su descomposición. El año 1945 resultó crucial para los militares argentinos. Cada derrota de las potencias del Eje era festejada
ruidosamente por los opositores al régimen. La liberalización de París, y luego la caída de Berlín, fueron la excusa para que los
partidarios de las democracias organizaran grandes manifestaciones callejeras. La enérgica represión de esas concentraciones, y
también la prohibición hecha a las radios de comentar ciertos acontecimientos, contribuyeron a confirmar la afinidad del régimen con
los fascismos.
Asimismo, el anuncio de elecciones era considerado como una concesión hecha a regañadientes, que encubría una maniobra
antidemocrática promovida por Perón, sobre todo teniendo en cuenta que, en materia de normalización, la acción de gobierno se
prestaba al equívoco. El gobierno respondía con medidas autoritarias a las expectativas de la opinión pública. El decreto promulgado
sobre la represión de los “delitos contra la seguridad del Estado”, previó la prohibición de realizar huelgas en los servicios públicos,
pareciendo no anunciar una apertura. La promulgación del nuevo estatuto de partidos políticos limitaba la autonomía interna de estos,
como así también limitaba su actividad.
Algunos opositores exigían que el gobierno renunciara para garantizar elecciones libres. El Partido Socialista reclamaba la entrega del
“poder a la Corte”, suicidándose políticamente.
El 23 de abril, para calmar los ánimos, Perón distribuyó a la prensa una declaración en la cual aseguraba que no aspiraba a
postularse a la presidencia, y que se opondría a todo intento de lanzar su candidatura. La declaración fue recibida con escepticismo.
Los militares, aunque preocupados por su actividad desbordante, también se daban cuenta de que era el único que podía garantizar,
en el plano corporativo y político, los objetivos del movimiento revolucionario del 4 de junio.
El 15 de junio, apareció un Manifiesto de la Industria y del Comercio (el mismo fue firmado por trescientas organizaciones patronales),
que denunciaban los aumentos salariales, y atacaba al gobierno. Unos días después le toco el turno a la Sociedad Rural Argentina,
que se ensaño con el Estatuto del Peón.
El General Farrell, antes de finalizar el año, convocaría a elecciones libres, sin fraude, y ni candidato oficial. En palabras de Farrell:
“Nosotros no fabricamos sucesores”. Ello significaba que se acercaba el ocaso de Perón. Lo que menos deseaba el vicepresidente
era deber el poder a sus camaradas de armas, porque necesitaba de una legitimidad popular indiscutible para alcanzar los objetivos
que se había fijado.
Llevó una ofensiva para seducir a radicales, pero esta se malogró. La dirección de la UCR se negó a entrar en contacto con el poder,
y, el 23 de julio, decidió expulsar a todo adherente que aceptara un puesto en el gobierno. Perón intentaba dividir al partido radical,
congraciándose con el ala yrigoyenista intransigente, que estaba en abierto conflicto con la dirección alvearista. Perón iba a hacer
todo lo posible para ser considerado como auténtico sucesor de Yrigoyen.
El Ejército entre Perón y la Revolución.
Con excepción de un pequeño número de generales totalmente integrados en la clase política tradicional, los oficiales se negaban a
volver a la situación anterior al 4 de junio de 1943. Para ellos, la clase política, la “democracia liberal” incluso, había fracasado en la
tarea de preparar humanamente, y militarmente, a la Argentina para la guerra; mal se les podía confiar, entonces, la difícil etapa de
reconstrucción nacional, y del retorno a la paz. Para estos oficiales, la posguerra era un asunto delicado como para ser dejado en
manos de civiles.
Los oficiales nacionalistas, escandalizados por el obrerismo que estaba siendo llevado adelante por Perón, no entraban en
semejantes consideraciones responsables. Los mismos, partidarios de los regímenes autoritarios, consideraban que hacía tiempo que
el Ministro de Guerra los había traicionado.
Los militares liberales vinculados a las aristocracias provinciales, y a los círculos conservadores, no apreciaban la atmósfera de las
manifestaciones populares organizadas por el vicepresidente.
Los oficiales argentinos, con su sentido exacerbado de las jerarquías y de las competencias, apreciaban el interés que tenía el
Secretario de Trabajo por los sindicatos, pero estaban preocupados de ver a la provincia de Buenos Aires (que hasta entonces había
estado reservada a las clases superiores), ahora fuese gobernada por un sindicalista. Que un oficial con las máximas
responsabilidades viviera en concubinato con una Eva Duarte (la misma de dudoso pasado), chocaba la mojigatería propia de los
militares argentinos. La Armada de la Republica Argentina era, mayoritariamente, antiperonista.
En abril de 1945, la policía logro sofocar un movimiento subversivo dirigido y encabezado por Adolfo Espíndola, General de Artillería.
El complot apuntaba a transferir el poder a la Suprema Corte.
La gran semana de octubre y el fracaso de la élite política.
La Junta de Coordinación Democrática, propiciada por los conservadores, logró realizar la unidad de la oposición hacia fines del mes
de agosto, cuando la Unión Cívica Radical adhirió a ese frente. El antimilitarismo, y la exaltación de las democracias anglosajonas,
impidieron que el Ejercito Argentino se alineara por entero en el bando antiperonista. El apoyo patronal, y la subestimación de las
mejoras introducidas en la condición de los trabajadores por las medidas demagógicas del vicepresidente, limitaron las posibilidades
de éxito de la acción de los demócratas.
A comienzos de agosto, el gobierno levantó el estado de sitio, que venía desde Castillo. Los exiliados volvieron, el Partido Comunista
salió de las sombras, y las organizaciones estudiantiles de izquierda fueron de nuevo legales. La oposición salió a la calle, dando un
cariz de violencia a la presión de las fuerzas antigubernamentales. Las manifestaciones masivas de la oposición no sólo se realizaban
contra el gobierno militar, sino que también se realizaban contra el Ejército Argentino entero.
Los partidos políticos utilizaban cualquier excusa para no dar tregua al poder militar. Los dirigentes políticos no dudaron en aceptar la
ayuda de Spruille Braden, nuevo embajador de Estados Unidos, que con su desembozada intervención contribuyó mucho en legitimar
la figura de Perón. Braden, aplaudido y festejado por la oposición, se convirtió en el inspirador de la escalada antigubernamental.
Llegó a tales extremos que el presidente Truman, convencido de la necesidad de distensión con Buenos Aires, decidió apartarlo de la
escena argentina, ascendiéndolo a Secretario de Estado Adjunto para Asuntos Americanos.
La oposición movilizaba todas sus tropas para asegurar el éxito de la Marcha de la Constitución y la Libertad, el 19 de septiembre, y
así poder mostrar tanto el aislamiento del poder, como así también el profundo descontento popular. El desfile tuvo las consignas de
“entrega del gobierno nacional al Presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación como lo manda la ley de acefalia;
elecciones libres e inmediatas sin Estatuto de Partidos Políticos y sólo de acuerdo con la Ley Sáenz Peña”. La Marcha fue un éxito, a
pesar de la huelga general de transportes, que habían declarado los sindicatos peronistas para obstaculizar la misma.
El día 26 de septiembre fue reimplantado el estado de sitio en todo el país. El 2 de octubre fue modificado, en un sentido restrictivo, el
Estatuto de los Partidos Políticos.
Desde principios de octubre, el descontento que fermentaba en Campo de Mayo ante la caótica situación fue dando paso a un
principio de conspiración. Perón estaba al tanto de todo, pero lo dejaba hacer, sea por impotencia, sea por cálculo: esperaba que los
jefes de la guarnición se desenmascararan solos. El 5 de octubre, el gobierno nacional nombró en un puesto de segundo orden, en la
Dirección de Correos, a Oscar Nicolini, amigo íntimo de los Duarte. Fue la excusa que se estaba esperando y la prueba de que Perón
estaba dominado por su amante.
El comandante de Campo de Mayo, el General Avalos, el 9 de octubre, exigió la renuncia del protegido de los Duarte. Perón se negó
a ello, y, en base a esto, perdió el apoyo de la principal guarnición del país. Los jóvenes oficiales de la Escuela Superior de Guerra
exigían el arresto de Perón.
Al atardecer del 9 de octubre, Perón se vio obligado a renunciar y firmó su solicitud de pase de retiro. Le pidió al presidente que antes
de retirarse a la vida privada, le permitiera pronunciar un discurso de despedida a los sindicatos el 10 de octubre. Anuncia que antes
de renunciar dejó “firmado un decreto… que se refiere al aumento de sueldos y salarios, implantación del salario móvil, vital y básico,
y la participación en las ganancias”. Perón colocaba una bomba de tiempo en el campo de sus adversarios.
El 12 de octubre varios miles de manifestantes (burgueses) se concentraron en la Plaza San Martín. Los representantes de los
partidos y asociaciones democráticos admitidos al cónclave, pidieron como inmediatas medidas la renuncia del gabinete, y el arresto
de Perón para ser llevado ante un tribunal militar.
Un comunicado de la Junta de Coordinación Democrática, que agrupaba a radicales, a conservadores, a socialistas, y a comunistas,
recordaba que la única solución institucional aprobada por todos estos partidos políticos era la transferencia del gobierno a la
Suprema Corte de Justicia de la Nación. Eso significaba que se pedía la renuncia de Farrell, el inmediato retiro del Ejército Argentino
de la escena política, y la organización de elecciones controladas únicamente por el Tribunal Supremo; para el Ejercito Argentino esto
era una “rendición incondicional”.
El General Avalos recibió en el Ministerio de Guerra a una delegación de la Junta, presidida por Bernardo Houssay, que pidió al
ministro la renuncia de Farrell. Avalos rechazó el pedido terminantemente. El Presidente Farrell permaneció frente al poder ejecutivo,
todos los ministros renunciaron, excepto el de marina y el de guerra, y el General Avalos aceptó encargar al procurador de la Corte la
misión de formar un gabinete civil con personalidades “apolíticas”.
El 13 de octubre, el General Avalos hizo detener al vicepresidente, el cual fue deportado a la Isla Martín García, y puesto en vigilancia
por la Armada de la Republica Argentina. Esa concesión a los antiperonistas, y a las fuerzas sociales, llenó de inquietud a los barrios
obreros del Gran Buenos Aires. Perón aparecía como mártir, lo que facilitaba la tarea de sus propagandistas.
En el Ejercito Argentino la noticia fue recibida con cierto desagrado: Perón, que también se desempeñaba como Ministro de Guerra,
había sido librado a la vindicta de los civiles, y también fue entregado a la Armada de la Republica Argentina. Es de esta manera que
el espíritu de cuerpo comenzó a actuar. Además, el antimilitarismo de los partidarios del “gobierno a la Corte” estaba haciendo
reflexionar a los oficiales. A los slogans e insultos contras las instituciones militares, también se agregaban hechos como las
agresiones a los oficiales, y el cartel de “se alquila” colgado en la puerta del Círculo Militar. Los responsables del Ejercito Argentino
habían creído que librando a Perón a la ira de los liberales, cederían en algo para no perderlo todo, y apaciguarían a la oposición civil.
Descubrieron que habían empeorado las cosas y que los embates también se dirigían contra las instituciones militares.
El General Avalos anunció, el 16 de octubre, que Perón había sido “invitado a trasladarse a la Isla Martín García” por su seguridad,
para prevenir un atentado en su contra. El Ministro de Guerra desmintió que pudiera procesársele y el mismo aclara que permanece
“fiel a los postulados de la revolución”.
El Comité Central Confederal de la CGT decidió declarar una huelga de advertencia para el 18 de octubre, para oponerse a la entrega
del gobierno a la Corte Suprema de Justicia de la Nación y a la formación de un “gabinete de la oligarquía”, y para preservar las
conquistas sociales y a exigir la firma de los decretos-leyes, anunciados por Perón el día 10. Los colaboradores directos de Perón,
junto con el coronel Mercante y grupos de choque sindicales, particularmente el de Cipriano Reyes, iniciaron las acciones en el
cinturón industrial del Gran Buenos Aires en la mañana del 17: huelga general y marcha sobre la capital. La policía, que era dirigida
hasta el 16 por gente allegada a Perón, los dejaba pasar. No se trató de una marcha sobre Roma, ni de un gigantesco movimiento
popular espontáneo. Se trataba de una manifestación de curiosidad inquieta por parte de una clase obrera determinada a defender la
política social del gobierno militar. El General Avalos se negó a tomar las medidas susceptibles de contener la invasión del sector
céntrico de la capital por el proletariado suburbano. El General Farrell había logrado que Perón, que decía estar enfermo, fuera traído
al Hospital Militar. Para los dirigentes peronistas fue fácil encaminar algunos cientos de manifestantes hacia allí. El General Avalos le
pidió a Mercante para poder calmar a la multitud. Perón había ganado. Sus emisarios hicieron aclamar su nombre por los
manifestantes cansados. Sólo él podía apaciguarlos y mandarlos a casa, impidiendo que esa tranquila y gigantesca concentración
degenerara en un tumulto, por lo que se le mandó a buscar. Dictó sus condiciones, y sugirió la composición de un nuevo gabinete.
Finalmente, apareció en el balcón de Casa Rosada.
Algunos creían que el Ejército Argentino (el poder de reserva), aún se podía lograr enderezar la situación que se estaba sucediendo.
El Almirante Vernengo Lima se dirigió de la Casa Rosada a bordo de una unidad de la Prefectura Naval Argentina para preparar,
desde allí, la sublevación de la Armada de la Republica Argentina. El General Avalos, por su parte, le había dado a entender que la
guarnición de Campo de Mayo iba a rebelarse contra el retorno de Perón. En realidad, Avalos había presentado su renuncia, y dado a
Farrell su palabra de honor de que no se movería. El 17 de octubre se logro demostrar que el establishment ya no era todopoderoso.
La capacidad del Ejercito Argentino de vetar a los grupos dirigentes tradicionales era un dato nuevo.
Se ha atribuido el fracaso del movimiento antiperonista de octubre a la incapacidad de tipo política. El fenómeno más significativo,
esto es, el factor decisivo, fue el drástico cambio que se produjo en la opinión militar entre el 10 y el 16, es decir, Perón o la revancha
de los políticos sobre el Ejército.
El reflejo corporativo actuó tanto como la sorpresa de ver el apoyo popular a la obra social del gobierno militar. La elección estaba
muy clara: o bien contribuir a que los políticos y la burguesía antimilitarista derrotara al Ejército Argentino, o bien aceptar a Perón a
disgusto y recibir el apoyo del pueblo, y de los sindicatos, sin desvirtuar el espíritu de la revolución.
Perón era, pues, el único candidato posible que tenía el Ejército Argentino, y también el de la revolución, para las elecciones
presidenciales que se habían vuelto ineludibles. La crisis de octubre, más que la revolución de los descamisados, reveló la existencia
de un poder militar autónomo, forzado a asumir por sus responsabilidades, y deseoso de delegarlas de la manera más ventajosa para
sus intereses corporativos.
La legitimidad militar del gobierno peronista, o Perón al servicio del Ejército.
Después del 17 de octubre, renunciaron los responsables del Golpe de Estado del 9, y fue designado un nuevo gobierno, peronista,
del cual su líder estaba ausente; sus camaradas lo habían aceptado como candidato oficial.
Las elecciones generales fueron convocadas para el 24 de febrero de 1946. Las alianzas electorales y los temas de la campaña iban
a contribuir a que el Ejercito Argentino estrechara filas junto a su candidato. La oposición se había recuperado del desastre de octubre
y confiaba en expulsar del poder a la camarilla militar-fascista. La unión de las formaciones políticas nacionales se plasmó en una
alianza electoral que presentó una fórmula única, compuesta por Tamborini y Mosca.
Perón fue elegido con toda normalidad. Durante los primeros años de su gobierno no dejaba pasar ninguna oportunidad de ensalzar
el sentimiento de superioridad que los militares experimentaban frente a los demás grupos profesionales y sociales, y de apelar a su
espíritu de cuerpo. Para acrecentar su autoridad constitucional propia, el mismo no dudo en engalanarse con los laureles de General.
Estaba dispuesto a satisfacer las necesidades institucionales de los militares, expandirlos, y modernizarlos.
El Ejercito Argentino era, realmente, uno de los sostenes del régimen. La participación de los militares en el poder sobrepasaba a la
persona de Perón. Los funcionarios gubernamentales incluían un elevado número de militares.
En la determinación de la política exterior peronista, la eventualidad de una tercera guerra mundial desempeñó un papel mucho más
decisivo que la “tercera posición”, y toda la retórica vacía que acompañaba su evocación. Un conflicto mundial causante de una gran
demanda de productos alimenticios permitió, por dos veces, que la Argentina gozara de una pasajera, pero innegable, prosperidad, y,
por dos veces, fueron gobiernos populares los encargados de administrar esas épocas de bonanza.
La actitud anti-estadounidense, y la proclamada equidistancia entre los “dos imperialismos”, habían llevado al gobierno argentino a
firmar con reticencia el TIAR de Rio de Janeiro, propuesto por Estados Unidos. Frente a la lejana Guerra de Corea, la Argentina
adoptó una actitud comprometida, poniéndose claramente de parte del mundo occidental, sin olvidar donde estaban los mayores
mercados importantes para el país.
En nombre de los imperativos de defensa, el ejército propiciaba medidas económicamente discutibles, pero capaces de aumentar la
autonomía de decisión, o equipamiento, nacional. Así es como se consideró la nacionalización de los principales servicios públicos,
compra a sus propietarios extranjeros, o nacionales, de los ferrocarriles, teléfonos, gas, y navegación fluvial, era una medida de
interés nacional. Los militares aprecian el dirigismo económico y el monopolio estatal de algunas actividades.
Las medidas de fomento industrial adoptadas por el régimen eran criticadas, a menudo, al reprocharla de desordenada expansión
industrial estimulada por Perón, y de artificial y costosa.
El esfuerzo de industrialización en el que estaba embarcada la Argentina parecía vincularse tan estrechamente con las necesidades
de la defensa y con las preocupaciones de los militares, que un polemista radical denunció que los verdaderos objetivos económicos
del Primer Plan Quinquenal (1947-1951) apuntaban a “transformar un país civil y pacífico en una nación en armas”. Hay que
reconocer que, si bien la economía parecía estar al servicio de las fuerzas armadas, éstas ponían cada vez más su fortalecido
potencial industrial a disposición de la economía nacional. El Segundo Plan Quinquenal tenía, como objetivos, en el orden defensivo,
“proveer las tropas de un equipo auténticamente argentino… y fortalecer el poder militar para respaldar la irrevocable decisión de
construir una nación justa, libre y soberana”.
Se confiaba a las fuerzas armadas y a su complejo industrial gran parte de las responsabilidades en que hacía a la infraestructura
industrial (química pesada, siderurgia), y a las actividades de tecnología avanzada (construcciones mecánicas).
Las fábricas erigidas entre 1946 y 1955, en el marco de la Dirección General de Fabricaciones Militares, satisfacen, en gran medida,
necesidades civiles. Un ejemplo de esto es la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina (SOMISA).
No puede negarse el aporte que han hecho los militares a esas industrias “de punta”, en las que raramente se destacan su desarrollo
en países en vías de desarrollo. Perón, que soñaba con hacer de la Argentina una potencia mundial, tenía una debilidad por las
iniciativas espectaculares, a expensas de las realizaciones duraderas pero poco llamativas.
Perón creó la Secretaría de Aeronáutica, separandola de la aviación militar, y se creó una nueva arma autónoma, independizándola,
de esta manera, del Ejercito Argentino. Dio un impulso decisivo a la vieja fabricación militar de aviones del General Justo, la que pasó
a integrar el Instituto Aeronáutico Argentino. Las competencias de ese complejo fueron aumentando hasta que, en 1951, se convirtió
en Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (IAME).
Por último, la construcción de automóviles, y de maquinaria agrícola, fue declarada de interés nacional y confiada al IAME. La FAeA
sentó las bases de la industria automotriz argentina.
Hacia el ejército peronista, desazón y ruptura.
No eran muchos los que aceptaban de buen grado la idea de que los sindicatos gubernamentales y las Fuerzas Armadas fueran los
dos pilares del régimen. Perón no podía pretender más que la neutralidad condescendiente de parte de los cuerpos oficiales del
Ejército Argentino, y de la FAeA; pero habría que matizar seriamente este juicio en lo que respecta a la Armada, que seguía siendo
liberal e impermeable al carácter masivo de la doctrina justicialista.
Una vez pasado el boom económico provocado por una Europa en ruinas y hambrienta, y agotadas las reservas en divisas
acumuladas durante la guerra, las políticas sociales generosas, y las populares larguezas, debían adaptarse a la coyuntura,
poniéndose en duda el concepto de armonía social.
El plan de los peronistas consistía en mantener el dominio de la situación, en reforzar los mecanismos de control, y limitar el accionar
de las fuerzas opositoras. La primera fase de ese plan buscaba eliminar las instituciones y los organismos que sostenían el antiguo
orden liberal. El régimen adoptaba una orientación autoritaria en nombre de la preparación a una guerra inminente.
Los militares acogieron la ley del 7 de septiembre de 1948, ley llamada como “de organización de la Nación para tiempo de guerra”,
que fortalecía al Jefe de Estado; también la ley sobre “delitos contra la seguridad de la Nación”, que apuntaba para reprimir la traición,
el espionaje, y el sabotaje.
A partir de 1949, la coyuntura económica cambió. El control de las organizaciones obreras, y los procedimientos de arbitraje, ya no
bastaban para atenuar los conflictos y asegurar la paz social; el desencantamiento de huelgas ilegales quebrantaba el mito de la
“comunidad organizada”.
El accionar de los partidos políticos se veía muy limitado debido a la puesta bajo tutela de los poderes legislativo y judicial, al control
gubernamental de la prensa, y de la radio.
Mientras más disminuía el margen de maniobra del régimen, más se esforzaba el poder por controlar al Ejercito Argentino. Con el fin
de restringir la independencia institucional del Ejército Argentino, Perón trataba de apoyarse en ciertos subgrupos internos que le
resultaran más seguros. Durante su presidencia adquirieron sentido político las rivalidades entre armas y servicios. El nuevo régimen
favorecía sistemáticamente al Ejercito Argentino y a la FAeA, en detrimento de la Armada de la Republica Argentina, nervio del
levantamiento de octubre de 1945, y motor del Golpe de Estado de septiembre de 1955.
La búsqueda de apoyo en la sub-oficialidad, correspondía a la intención de democratizar, a largo plazo, los cuadros propios del
Ejercito Argentino. Por su origen social, los suboficiales formaban parte de las clases populares, y eran sensibles a la política social.
Los oficiales del ejército consideraban al ascenso de suboficiales como una degradación, y hasta lo consideraban como una
proletarización de su profesión.
La agitación comenzó de nuevo y se multiplicaron huelgas muy duras. Fueron frecuentes las concentraciones masivas, bajo la
supervisión de la CGT. Para muchos oficiales resultaba incomprensible que un gobierno de orden pudiera hacer hincapié en las
luchas sociales contra los oligarcas, la patronal, y hasta el capitalismo.
La clase media asalariada, a la que pertenecen los oficiales, se sentía cada vez más insegura ante una política que socavaba su
status social. La tendencia a favorecer en forma excesiva, y desmedida, a la clase obrera, en desmedro de las demás, era una fuente
de anti-peronismo social irreductible.
La política social del régimen favorecía, sobre todo, a los asalariados más postergados. Los obreros antes que los empleados recibían
los mayores aumentos de salarios y los beneficios sociales más apreciables, y el nivel de vida de los obreros menos calificados se
elevó más rápidamente que el de todas las demás categorías de trabajadores.
Todos esos elementos permiten explicar las grandes huelgas de empleados o de trabajadores altamente calificados, de cuyo
contenido político no se debió sólo a los partidos políticos. Los oficiales no podían escapar al clima que creaba la pauperización de la
clase media. Esa “subversión de los valores sociales”, contraria al orden y a la jerarquía, era un preludio de un Estado sindicalista en
que el Ejército dejaría de estar en el centro de la sociedad, y sería reemplazado por las “hordas obreras” de la CGT.
Para septiembre de 1951, se habían estado preparando tres conspiraciones simultáneas en torno al Coronel José F. Suárez, y de los
Generales Lonardi y Menéndez.
Las causas inmediatas del Golpe de Estado, y de los múltiples movimientos conspirativos que lo prepararon, son muy diversas,
algunas de estas causas pueden ser: el sorpresivo intento de Evita de ser candidata a la vicepresidencia (que renunció
dramáticamente a sus ambiciones, sin aclarar cuáles eran las razones de su actitud); el nepotismo autoritario; la demagogia plebeya;
la represión policíaca; la expropiación de La Prensa, entre otros tantos motivos. El Ejército Argentino, así como las clases medias,
sólo veía a esos aspectos del justicialismo triunfante.
El 28 de septiembre, luego de la sublevación de Menéndez, fue decretado el estado de guerra interno en todo el territorio nacional,
que ya no se derogó sino provisoriamente el 11 de noviembre, día de las elecciones presidenciales. Se redujo aun más el margen de
maniobra de la oposición, sospechosa con razón de complicidad con los golpistas.
El Ejército Argentino al servicio del peronismo.
El intento de peronizar al Ejercito Argentino se reveló más que delicado, peligroso. El oportunismo, o las convicciones, aseguraban la
adhesión de los jerarcas militares a un poder instituido que los colmaba de honores y de privilegios; pero no sucedía lo mismo con los
cuadros intermedios, con los oficiales subalternos. La “doctrina nacional” se convirtió en materia obligatoria en el Colegio Militar de la
Nación, y en la Escuela Superior de Guerra, en 1954. El mismo Perón recalcó lo necesario que es para un ejército contar con una
doctrina política, y lo bien que se adecuaba la suya a tal fin.
El adoctrinamiento no pudo conseguir la peronización de los oficiales: el esfuerzo propagandístico, o bien se reveló vano, o bien
obtuvo resultados contradictorios. En la Armada de la Republica Argentina, según el Almirante Olivieri: “hasta el 16 de junio de 1955,
ni en sus fuerzas ni en sus dependencias se había ordenado la difusión del conocimiento de la doctrina nacional".
En el Ejército los cursos eran ridiculizados. En lugar de peronizarse, se politizaba. Mientras más se agravaban las dificultades
económicas y sociales, más se amordazaba, perseguía, y reducía, a la impotencia a la oposición. Pero, a medida que el régimen se
volvía más represivo, y que la oposición legal era desalojada de los “sitios” normales de actividad pública, el Ejercito Argentino se
convertía en el centro privilegiado y decisivo de la lucha.
La orden general N°1 (18 de abril de 1952) de la institución de seguridad general llamada Control del Estado, precisó que en lo
sucesivo sólo podrían tener puestos de mando en el Gran Buenos Aires los oficiales peronistas.
Se llevaron medidas torpes y humillantes, que llevó a la irritación para los militares, y no contribuían a mejorar la imagen del régimen
en las Fuerzas Armadas. Por otra parte, el presupuesto militar, que no dejaba de reducirse desde 1945, tendía a volver al nivel de los
años 1938-1940. Perón promulgó una ley llamada de autoabastecimiento, que disponía la transformación del soldado en labrador,
contribuyendo a aumentar su inquietud.
Se sospechaba que los suboficiales favorecidos por el régimen vigilaban a aquellos de sus superiores que podían ser antiperonistas y
practicaban la delación.
Así, el 15 de abril de 1953, un comando antiperonista llevó a cabo una serie de atentados con bombas contra un mitin popular
organizado en la Plaza de Mayo. A ese terrorismo ciego que arrojó un saldo de varios muertos, causando pánico primero, y una
indignación sedienta de venganza entre los peronistas después, el poder respondió con un contraterrorismo simbólico y neroniano,
aunque nada sangriento. Equipos organizados incendiaron el Jockey Club, sedes del Partido Socialista, de la Unión Cívica Radical, y
los locales del Partido Comunista.
El Ejercito Argentino era solicitado por la oposición aun más enérgicamente en cuanto que “una solución política parecía imposible”.
La libertad sólo seguía subsistiendo en el ámbito eclesiástico. Pero los católicos militantes aun seguían la misma evolución de las
clases medias argentinas. La jerarquía eclesiástica empezaba a preocuparse por la creciente influencia del régimen en terrenos
donde la Iglesia había desempeñado, hasta ese entonces, un papel privilegiado: ayuda social, mujeres, y juventud. Sin embargo,
nadie lograba ganarse al Ejercito Argentino.
NUCLEO V.
ALAIN ROUQUIÉ.
Capítulo 3: Revolución Libertadora y restauración liberal: la implantación del Golpe de Estado Permanente.
El Estado, cada vez más policíaco, enfrentaba los problemas del momento haciéndose nuevos enemigos: si el hostigamiento no
surgía de la acción de los sectores antiperonistas, la provocación podía eventualmente proporcionar motivos.
El Peronismo de las vacas flacas.
La política económica del peronismo terminó por aumentar la vulnerabilidad externa del país. La Argentina de Perón no era
“económicamente libre”: su modelo de crecimiento seguía siendo dependiente “del ganado y de los cereales”, los cuales habían hecho
a la prosperidad en el Río de la Plata. Pero ni la política de sustitución de importaciones, ni tampoco de industrialización no integrada,
habían hecho que el aparato productivo fuera, todavía, más sensible que antes a la contracción de las exportaciones, o de los
términos del intercambio.
A partir de 1951-1952, las sucesivas malas cosechas coincidieron con una tendencia a la baja de los precios mundiales. La caída del
nivel de las exportaciones se debía, también, a una orientación desequilibrada y miope del crecimiento económico. La política de
precios y de paridades, especialmente la sobrevaluación irreal del peso, permitieron operar una transferencia de ingresos hacia el
sector industrial a expensas de la actividad agrícola.
Durante el gobierno de Perón, la Argentina había dejado de ser el granero del mundo. Una política de transferencia sectorial en
detrimento del polo motriz de la economía nacional, en un marco liberal, y en ausencia de las reformas estructurales que habrían
permitido dirigir, realmente, la producción, no podían tener más que consecuencias negativas, a las que ya se sumaban al aumento
natural del consumo interno.
En un país que, desde 1919, no estaba acostumbrado a bruscos aumentos de precios, la situación de deterioro de la oferta iba
acompañada por una considerable inflación. El alza generalizada de los precios, además de probar la caída del salario real, creó un
clima de inquietud y de escepticismo. Las capas medias tenían la fundada impresión de que el país se empobrecía mientras sus
miembros se pauperizaban. El peronismo se convirtió en sinónimo de decadencia nacional.
Argentina involucionó: el consumo de hierro y de acero cayó, el número de automóviles se redujo. La imagen del peronismo se
confundía con ese evidente deterioro del nivel de vida, el de los estratos privilegiados principalmente.
Pero la finalización de la fácil prosperidad de la posguerra afectó a todas las categorías sociales, especialmente a las más humildes.
El tiempo de la generosidad tocaba su fin. La participación de los salarios en el ingreso nacional ya no progresaba, y tendía a bajar
después de haber alcanzado un nivel sin precedentes entre 1947 y 1950. Al concluir 1951, el gobierno puso término oficialmente a
una política “laborista”, u “obrerista”, de redistribución del ingreso nacional. La creación de la CGE, central patronal peronista,
correspondía al ideal de la “comunidad organizada”. En marzo de 1955, en el Congreso Nacional de Productividad y Bienestar Social,
que puso en primer plano la colaboración entre el capital y el trabajo, concluyó en un acuerdo nacional de productividad, que exigía
sacrificios a los trabajadores.
El curso de la política social fue complementado por un viaje decisivo en la política exterior. En 1953, el gobierno argentino lanzó una
campaña de seducción para atraer a, hasta ese entonces, las despreciables inversiones extranjeras. En agosto de 1953, se dictó una
ley sobre radicación de los capitales extranjeros. La decidida política anti-estadounidense de la época “Braden o Perón” fue dejada,
por ende, de lado.
FIAT se estableció en Córdoba en 1954. Al año siguiente Kaiser. El presidente se había jurado “cortarse el brazo” antes de mendigar
jamás financiamiento extranjero. Dejó que su gobierno solicitara un préstamo de 60 millones de dólares a los Estados Unidos para
construir la acería de SOMISA, obra de los militares.
El gobierno estaba a punto de firmar en el segundo semestre de 1955 con la California, filial de la Standard Oil. El proyecto pretendía
paliar el déficit energético argentino apelando a las inversiones de esa empresa, esto por medio de una clásica política de concesión.
Un vasto territorio patagónico fue concedido.
Hacia 1954, la Iglesia Católica todavía era la única institución nacional que todavía no formaba parte de la “comunidad organizada”.
Perón había sido “su candidato” en el 1951. Pero la influencia del régimen sobre la juventud, su intención de movilizar a las mujeres
(por medio del Partido Peronista Femenino), y su monopolización de la ayuda social, irritaban a los prelados más jóvenes.
Perón temía que se constituyera un partido de tipo demócrata-cristiano al que no podría prohibir sin exponerse a serios problemas con
la jerarquía eclesiástica. Muchos católicos deseaban poder sustraer a sus hijos de la influencia del peronismo, de sus organizaciones,
de sus ceremonias, de su culto; esperaban mucho de la Iglesia Católica contra el intento de movilización política forzada, y la
inmoralidad de la cual acusaban a los medios oficiales.
Desde comienzos de 1955, la actitud de la Iglesia, su ingratitud, y el fracaso de la política tendiente a separar al clero de la oligarquía,
se convirtieron en asuntos políticos de primer orden. La lucha de Perón contra la Iglesia nunca fue frontal, sino que se basó en una
estrategia indirecta compuesta por una serie de vejaciones, de pequeñas venganzas, y hasta de golpes bajos, que, indudablemente,
arrojó dividendos políticos tremendamente negativos. El diario católico El Pueblo fue cerrado en enero de 1955, también se redujeron
los feriados cristianos a dos (Navidad y Viernes Santo). En cuanto a la derogación de la Ley de 1947 sobre la enseñanza religiosa en
las escuelas, como paso a la legalización del divorcio y de la prostitución, se trataban de medidas vengativas propias de politiquería
que acabaron por revelar a muchos argentinos la naturaleza del régimen. El objetivo final al cual se apuntaba era el de la separación
de la Iglesia y del Régimen.
La Iglesia respondió con procesiones. El 11 de junio de 1955, día del Corpus Christi, se organizó una manifestación político-religiosa
frente a la Catedral. La procesión, en la que estaban representadas todas las fuerzas opositoras, sirvió para que los más diversos
descontentos se expresaran públicamente. Según la policía, algunos de los manifestantes se dirigieron al Congreso, arriaron la
Bandera Argentina, y, antes de quemarla, la reemplazaron por una bandera del Vaticano.
Este crimen de lesa patria se convirtió en un asunto de Estado que el gobierno tomó muy en serio. El Consejo Supremo de las
Fuerzas Armadas llevó a cabo una investigación, y el 10 de julio comunicó al presidente que “la orden de quemar la enseña patria
emanó de la Policía Federal Argentina”. De todas maneras, este asunto en cuestión deterioró la imagen y le quitó apoyo,
particularmente, del Estado Argentino.
De Junio a Septiembre: una guerra civil larvada.
El 12 de junio, grupos de choque peronistas lapidaron la Catedral. El 14, fueron expulsados del país dos prelados argentinos,
acusados de ser responsables de la manifestación hecha el día de Corpus Christi, a pesar de la prohibición del Ministerio del Interior.
La reacción del Vaticano fue excomulgar a los responsables de su expulsión. La Santa Sede no realizaba ninguna sanción a un
gobierno católico desde 1850. Decididamente, las políticas de Perón no eran acertadas.
El 16 de junio, la Marina, apoyada por algunos aparatos de las Fuerzas Armadas, lanzó un ataque suicida contra la Casa Rosada,
destinado a liquidar físicamente al Presidente Perón. Tras descargar muchas bombas sobre la muchedumbre, los pilotos alcanzaron
la Casa Rosada. Mientras tanto, la Infantería de la Marina Argentina avanzaba hacia la Casa de Gobierno, llegando al despacho vacío
del presidente. Desde la primera alerta, en efecto, Perón se había refugiado en un subsuelo del Ministerio del Estado Argentino,
desde donde el General Franklin Lucero dirigió con sangre fría la represión.
El secretario general de la CGT llamó por radio a los trabajadores a defender la República. Con poca fortuna fijó como punto de
concentración la sede de la confederación obrera, próxima al Ministerio de Estado Argentino, y uno de los objetivos de los rebeldes.
Cuando se produjo el segundo ataque aéreo, lanzaron sus bombas sin demasiada puntería y ametrallaron en picada a los
manifestantes presentes. Mientras grupos de civiles marchaban sobre el Ministerio de Marina, el Ministro Olivieri se puso al frente de
los rebeldes: la Marina sólo se rendiría ante el ejército regular.
El golpe había presentado las características sangrientas y odiosas de la guerra civil. Las condiciones atmosféricas, entre otras,
hicieron fracasar la sublevación. El gobierno trataba de tranquilizarse a si mismo destacando que tanto “la flota de mar y las fuerzas
de las bases navales se mantuvieron leales al gobierno”. Sin embargo, aquellas unidades mencionadas estaban a la espera de que
terminara la primera fase del plan para pasar a la acción.
Al caer la tarde del día 16, comandos peronistas incendiaron varias iglesias. Perón había declarado que la revolución peronista había
alcanzado sus objetivos y que había llegado el momento de aflojar la tensión. En adelante, Perón declararía que asumiría la
presidencia de “todos los argentinos, amigos o adversarios”.
Perón se apresuró a deplorar y condenar la profanación de los templos cristianos, responsabilizando por este hecho a los comunistas.
Se esforzaba por tranquilizar los ánimos reconciliándose primero con la Iglesia. Hizo reparar los templos quemados. Por su parte,
Monseñor Copello invito a los católicos a responder al llamado de paz. Para demostrar su buena voluntad, el gobierno permitió la
expresión de principios opositores. El poder corría un riesgo tanto limitado como espectacular, pero también tiraba un lance político:
pensaba debilitar el carácter radical de la oposición y dividir a los partidos. No obstante, los dirigentes y partidos políticos opositores
no hicieron concesiones al régimen peronista.
De la pacificación a la caída.
Los acontecimientos recientes habían fortalecido y confirmado su intención de acabar de una vez con un sistema que, a su entender,
no podía enmendarse. El 15 de junio marcaba, para el Ejército, un punto de no retorno. El régimen peronista había quedado herido.
Amenazaba la guerra civil. El General Franklin Lucero intentaría estabilizar la situación, apelando a los valores militares tradicionales,
para evitar que el Ejército cayera en la sedición.
El desmantelamiento de la Marina alimentó rencores, y precipitó tanto la disidencia como el desprecio, a los soldados y a los marinos
todavía dudosos. En efecto, la base aeronaval Punta Indio fue neutralizada, y la Marina vio como fueron reducidas sus adjudicaciones
de combustibles y de municiones.
La oposición se apresuró a echar leña al fuego, a explotar el malestar reinante en el Estado Argentino, criticando sin ambages su
actitud durante los “acontecimientos del 16 de junio”. Lo que se buscaba era hacer reaccionar a los oficiales jóvenes que estaban
impresionados por la “noble acción” de los marinos.
Ante la redoblada energía y la audacia de los opositores, Perón y su partido estaban impacientes por sacarse de encima a la tutela
del Estado Argentino y a poner fin a la tregua política que les diera malos resultados. Para logarlo, Perón iba a recurrir a las masas.
Los militantes del ala combativa reemplazaron a los burócratas prudentes.
El 29 de agosto, el gobierno encontró un buen motivo para dar por terminada la tregua política: el mismo fue un arsenal montado por
estudiantes opositores. El 31 la noticia estalló. En una carta dirigida al Partido Justicialista y a la CGT, hecha pública ese mismo día,
Perón anunciaba su decisión de “retirarse” para garantizar la pacificación. El presidente se había cuidado bien de no pronunciar el
término “renuncia”, y no presentar su nota al Congreso. A la CGT y a los dos partidos peronistas no les cabía más que rechazar con
indignación el sacrificio de su líder y elogiar su magnanimidad. La central sindical había decretado una huelga general hasta que
Perón cambiara de parecer. Finalmente, cuando el fervor y la tensión alcanzaban su punto máximo, Perón se hizo presente en el
balcón presidencial, pronunció un violento discurso, y corto la nota enviada al partido esa misma mañana.
Esta declaración de guerra para la oposición fue más que un error; fue una falta grave, la cual significó darle aliento a los
conspiradores militares, y dar rienda suelta a los opositores indecisos del Estado Argentino. La mayoría pasiva, o leal, estaba lista
para cumplir con su deber, sin celo pero sin defección. Las exaltaciones de Perón, agregadas a la quema de iglesias, liberaran a
muchas conciencias. Varias líneas conspirativas se desarrollaban en las guarniciones más importantes del país, las cuales estaban
aisladas por la desconfianza y por el temor.
En Buenos Aires, algunos generales sin mando de tropa, como Aramburu, estaban armando de manera paciente, y prudentemente,
una red de conspiradores.
El general de artillería Eduardo Lonardi, vinculado con los sectores católicos y nacionalistas de Córdoba, parecía ser el más indicado
para llevar a cabo la conspiración. Dado de baja y encarcelado por conspirar contra Perón en 1951, había salido en libertad en 1953.
El gobierno le consideraba inofensivo. Lonardi, que también había buscado ponerse en contacto con Aramburu, aceptó pasar a la
acción en Córdoba. Tenía dos razones para no posponer el movimiento: por un lado, los conscriptos pasarían a ser licenciados al
concluir septiembre, por lo que había que prever un período de transición antes de poder disponer de nuevas tropas operacionales;
por el otro lado, se decía con mayor insistencia que se organizarían milicias obreras. El 2 de septiembre, el General Videla Balaguer
se sublevó en Río Cuarto. El epicentro estuvo en Córdoba, específicamente en las escuelas militares. Lonardi hizo arrestar a
suboficiales y al director de la escuela de artillería. Esta, y la escuela de paracaidistas, se pusieron a sus órdenes. A pesar de un
intenso bombardeo de artillería, la escuela de infantería no se rendía. El coronel Brizuela, su director, se decidió al fin a parlamentar,
para evitar un “enfrentamiento fratricida”.
A las cero del día 16, también se alzaron las bases navales de Río Santiago y Puerto Belgrano. Al mando del Almirante Isaac Rojas,
el objetivo era bloquear las vías de acceso al puerto de Buenos Aires con la adhesión de la flota de mar.
El General Aramburu salió de Buenos Aires con el propósito de tomar la guarnición de Curuzú Cuatiá, Corrientes. Allí tenía su asiento
la mayor unidad blindada del país, pero llegó demasiado tarde.
Los generales Lagos y Arandia, los cuales comandaban la guarnición de San Luis, se pronunciaron con éxito. Los rebeldes de
Córdoba aguardaban, en vano, los refuerzos del General Lagos, o que, por lo menos, tomase Río Cuarto y cortase las vías de
comunicación de las tropas leales. Ahora bien, éste prefirió, por razones políticas, consolidar su posición en las provincias de San Luis
y Mendoza, a fin de crear una zona liberada adosada a la frontera chilena.
Ante la creciente represión por parte del gobierno nacional, los rebeldes aún disponían de la flota de guerra. Para aliviar la situación
del foco rebelde, el comando en jefe de la Armada de la Republica Argentina sublevada se decidió por atacar objetivos económicos
que eran neurálgicos, en una acción capaz de socavar a la moral del poder. La Marina rebelde anunció que si Perón no renunciaba,
sus unidades bombardearían, el 19, los depósitos de combustible de Mar del Plata, luego la destilería de La Plata, y que, finalmente,
los objetivos militares de la Capital. El Crucero General Belgrano estaba en posición para bombardear la destilería de La Plata,
cuando cundió la noticia de que el Presidente Perón había delegado el poder en el Estado Argentino. El General Lucero anunció un
alto el fuego y la apertura de negociaciones con los rebeldes en el Ministerio de Ejército.
Parecía que Perón quería repetir la operación del 31 de agosto, pero falló. Puede pensarse que el mismo sabía que la lucha estaba
mal entablada. Pero esta vez la maquinaria plebiscitaria no funcionó. Nadie “suplicó” al líder retirar la renuncia, que en realidad sólo
había sugerido. En la Argentina de 1955, cada institución pensaba en sus propios intereses, esto es, las mismas pensaban en
salvarse a sí mismas, aun a costa del régimen, y que Perón corriera su suerte. La CGT no se movió.
Ni vencedores ni vencidos: la imposible revolución nacional de Lonardi.
El 21 de septiembre, en Córdoba, el General Lonardi se declaró Presidente Provisional. Designó como Secretario General del
Gobierno al Capitán de Navío Rial (enviado de Rojas), y como Ministro de Relaciones Exteriores al Comodoro Kraus. Las tres armas
estaban unidas.
“La victoria no da derechos”, proclamo Lonardi, y el mismo, retomando la fórmula de Urquiza, cito lo siguiente: “En esta lucha no hubo
ni vencedores ni vencidos”. El nuevo presidente puso en guardia a los antiperonistas, contra sus deseos de borrar sin apelación con
diez años de historia argentina. Dejando de lado toda frivolidad de perseguir a los grupos sociales beneficiados en la era de Perón,
Lonardi rechazó, igualmente, una eventual “restauración liberal”. Para él y sus asesores, se imponía una simple rectificación histórica:
había que volver al período de 1943-1945, restablecer la política de Ramírez y Farrell, pero esta vez se debía obtener el apoyo de los
trabajadores organizados.
El General Lonardi partió en guerra contra la inflación, la burocracia parasitaria, y la corrupción. Los tres males mayores de la
“dictadura” peronista. Se oponía al contrato con la California, y proponía poner fin a los malentendidos suscitados con la Iglesia,
mediante un concordato. Además, intentó echar las bases de un peronismo sin Perón, dirigiéndose directamente a los trabajadores.
Habría deseado asegurar la continuidad presidencial haciendo ingresar al gabinete nacional a un cierto número de personalidades
que eran respetables dentro del justicialismo.
Tuvo que aceptar en puestos clave a liberales, bien considerados por las formaciones políticas tradicionales, o por los grupos de
presión económicos. Los liberales, además, los antiperonistas revanchistas partidarios de una depuración total del Estado, y también
de la sociedad, rodeaban al presidente paternalista.
Las tensiones más intensas y las mayores decepciones se encontraban en el Estado Argentino. Los oficiales que más habían sufrido
durante el peronismo (ya sea porque fueron degradados, dados de baja, encarcelados, entre otros motivos), clamaban venganza
contra el régimen peronista.
Cuando Lonardi pretendió poner en práctica las intenciones que habían sido proclamadas en sus discursos, tuvo que enfrentarse a
una oposición violenta, cuyo epicentro estaba en la Armada de la Republica Argentina. Las primeras medidas destinadas a ganarse la
simpatía de los trabajadores peronistas fueron rechazadas de plano por los revolucionarios, que no concebían haber derrocado al
gobierno peronista para que todo quedara igual. Lonardi se había vanagloriado en dar amplias garantías a la CGT, y dio a entender
que la Fundación Eva Perón podría seguir funcionando.
Tales medidas no tomaban en cuenta el clima que se vivía en aquel momento, ni la tremenda carga de rencor y odio acumulada
durante doce años. En la Argentina de 1955, había, efectivamente, vencedores y vencidos. Los principios tradicionales pensaban que
había llegado su hora. Su primer objetivo era la “des-peronización” del país, indispensable a su entender para el restablecimiento de
una democracia efectiva.
Mientras la presidencia colmaba de buenas intenciones a los trabajadores peronistas, se tomaban diversas mediadas represivas
contras los obreros. El Estado Argentino ocupó varios barrios populares: había llegado la hora de la revancha. En el 27 de septiembre,
el Ministro de Trabajo se vio obligado a lanzar una advertencia a los empresarios, y el 1° de octubre, a desmentir que se pensara
suprimir el aguinaldo.
Mientras Lonardi avanzaba contra la corriente, aumentaban las presiones que se ejercían sobre él; apuntaban especialmente para
con sus colaboradores. Se fueron promulgando mediadas represivas gradualmente. El 24 se prohibió el uso de la palabra “peronista”.
La depuración de la diplomacia comenzaba. Se le impuso a la CGAT llevar a cabo un proyecto para la normalización del sindicalismo:
una dirección provisional (peronista) se encargaría de organizar elecciones libres, y democráticas, las mismas supervisadas por el
Ministerio de Trabajo.
El vice, Rojas, encarnaba la más absoluta intransigencia respecto del “totalitarismo peronista”. Los marinos, por tradición ideológica,
rechazaban tanto el integrismo ultramontano, como también el nacionalismo propio de la nueva administración. La influencia de
ciertos partidos y de ciertos grupos culturales laicos, los mismos ligados al liberalismo democrático, acentuaban la actitud militante
proveniente de la Marina.
Para contrarrestar a los asesores y a los proyectos del presidente, los liberales del Estado Argentino, y el vice Rojas, apelaron a la
Junta Consultiva. El organismo, constituido por los principios opuestos al régimen derrocado, y presidido por Rojas, tenía como
finalidad afirmar la orientación liberal y democrática del nuevo poder. Se trataba del primer intento de sacar a flote las formaciones
políticas tradicionales.
Lonardi, enfermo, delegaba cada vez más sus poderes en su cuñado Villada Achaval. Éste era considerado por los militares como un
coadjutor ambicioso que no disimulaba sus sentimientos antidemocráticos.
Un incidente aparentemente menor provocó el desenlace. El presidente, decidido a retomar la iniciativa, se había propuesto a
desdoblar los dos departamentos que el peronismo había reunido en el Ministerio del Interior y Justicia. La decisión acarrearía con la
renuncia de Lonardi, el 13 de noviembre, siendo presionado por un grupo de oficiales, en su mayoría de los revolucionarios de 1951.
Un cónclave militar nombró presidente al General Pedro E. Aramburu.
Restauración o revancha: la des-peronización en marcha.
Los militares no estaban dispuestos a darle carta blanca al gobierno de Aramburu. El texto de designación establecía la creación de
un Consejo Militar Revolucionario, que intervendría, entre otras cosas, en la “reestructuración ministerial”.
Según este documento, el programa del presidente incluía un objetivo esencial: “suprimir todos los vestigios del totalitarismo para
restablecer el imperio de la moral, de la justicia…”. El gobierno planeaba llamar a elecciones libres y democráticas cuando la
destrucción del aparato propagandístico y represivo del Estado autoritario permitiese que la democracia se volviese a expresar.
Además de “democratizar las instituciones”, y de “desintegrar el Estado policial”, las directivas también disponían “establecer la
libertad sindical”, terminando el monopolio de la CGT peronista. Finalmente, reconociendo que el régimen peronista favorecía
excesivamente a una clase social a expensas de las otras clases, se proponían “la recuperación del equilibrio, de la armonía y del
mutuo respeto entre los distintos grupos”.
El 16 de noviembre se declaró como intervenida a la CGT. A fines de noviembre fueron disueltos el Partido Justicialista y la
Confederación General Económica. La expropiación de La Prensa fue anulada. Los arrestos a dirigentes peronistas se multiplicaron
en todo el país.
La proclamada defensa de la democracia encubría un retorno al liberalismo económico y social. El cambio político iba, entonces,
acompañado por una nueva orientación de la política social, y un retorno a la ortodoxia económica. A través del proceso de
“redemocratización” se operaba una restauración de los grupos dirigentes, hechos a un lado por Perón.
La “liberación” económica y social.
Los intereses agropecuarios volvieron a primer plano. La Sociedad Rural Argentina se congratulaba que legara a su fin “una década
de vergüenza”, y ofrecía “la más amplia colaboración”.
Su primera preocupación se refería al régimen de arrendamientos rurales, el cual estaba prorrogado. Deseaban superar el concepto
de lucha de clases, y blandían el estandarte de la propiedad privada. Las sentencias de desalojo, las mismas bloqueadas por ser
“medidas demagógicas”, se fueron aplicando mientras se esperaba la sanción de una nueva ley de arrendamientos. Se puso término
a la sobrevaluación del peso.
El Plan Prebisch enfocaba a la situación desde el punto de vista ortodoxo de la moneda y de la reserva de las divisas. Según el
equipo económico de Prebisch, la causa de la inflación se correspondía con los aumentos masivos de salarios y el dirigismo estatal;
sus consecuencias eran, el incremento de los beneficios de los industriales, y también el desaliento a aumentar la productividad.
Durante el peronismo, el producto por habitante prácticamente no varió, demostrando que los obreros aumentaron sus ingresos a
expensas de los productores agropecuarios y de las clases medias.
Las vías de acción propuestas obedecían a un plan neoliberal. Además, una política de austeridad, el mantenimiento de los precios
favorables para los agroexportadores, privatización de empresas estatales, y la denuncia de la política social. Al nacionalismo retórico,
y altivo, de Perón, sucedía una nueva actitud de apertura y de “colaboración” internacional.
El amanecer de los gorilas o la inconstancia ideológica de la sociedad militar.
La súbita conversión al liberalismo económico y político de gran parte de los oficiales del Estado Argentino, y de la Fuerzas Armadas,
encubría una crisis de conciencia. Esta mutación nacía de un difuso sentimiento de culpa.
Los liberales oligarcas, que fueron abiertamente antimilitaristas en 1945, tocaron sus puertas y los convencieron de actuar contra el
régimen popular que, los jóvenes militares, confundían con comunismo.
Estos jóvenes ultra-liberales, designados como “gorilas”, se pusieron de acuerdo con los principios para poder des-peronizar a todo el
Estado Argentino, modelándolo a su imagen. Las nuevas autoridades reconocieron, presionados por sus subordinados, la necesidad
de dar a los oficiales “sólidos conocimientos políticos”. La Junta Consultiva aceptó que, con tal de lograr ese fin, se debía enviar, a las
escuelas militares, representantes de los principios democráticos. También, algunos generales, optaron por dejar de lado y abandonar
la tradición ultra-prusiana.
El ambiente parecía propicio para reorganizar el Ejército, poniéndolo al servicio de los vencedores. Los gorilas pretendían que se
eliminaran a todos los oficiales sospechosos de simpatizar con el peronismo, proponían realizar una nueva clasificación en función de
los méritos revolucionarios, y reintegrar a los oficiales opositores, teniendo en cuenta su actitud política frente a la tiranía.
Los generales imparciales y respetados no disimulaban su inquietud. Según ellos, los oficiales injustamente alejados tenían derecho a
una reparación, pero reintegrando a los activistas y a los conspiradores se corría un grave riesgo. Además, esta decisión contradecía
a los reglamentos y a la disciplina.
Operación masacre.
En el 9 de junio de 1956, estalló una rebelión armada en varios puntos del país, siendo que las mismas sucedieron, principalmente,
tanto en el 7° regimiento de infantería de La Plata y en la Escuela Sargento Cabral, como en la Escuela de Mecánica de la Armada.
Ese intento de golpe militar peronista carecía tal punto de preparación y de cohesión que fue aplastado en pocas horas. Se implantó
la ley marcial y se aplicó un procedimiento sumario para con los líderes supuestos, condenándolos a muerte y fusilándolos. Se ejecutó
a 38 civiles y militares, entre ellos el General Juan José Valle.
La situación era delicada, porque las masas peronistas se encontraban organizado la resistencia. La rebelión armada se inscribió en
un contexto de huelgas muy duras, sabotaje de la producción, y desobediencia cívica. Los militares sublevados habían complotado
con sindicalistas. Era, ante todo, una subversión de los suboficiales contra los oficiales.
La ofensiva de los gorilas.
Cuando gracias a un decreto de reincorporación extremadamente liberal se reintegró al servicio a un gran número de antiperonistas,
los ultra-liberales del Estado Argentino decidieron que había llegado el momento de actuar. Se realizaron arrestos, apareciendo en
escena el Coronel Lanusse, que había participado en el intento del golpe de 1951, y fue arrestado por ello.
La democracia minoritaria y el Golpe de Estado permanente.
La restauración constitucional sólo se haría después de levantar la hipoteca peronista. La peronización de los trabajadores resultaba
ser más profunda de lo que habían pensado los opositores al régimen justicialista. La des-peronización no iba a ser fácil como creían.
Se trataba de integrar a la clase mejor organizada, y también la más olvidada antes del advenimiento de Perón, dentro del sistema del
laissez faire.
Convocar a comicios libres en tales condiciones significaba, sin dudas, dar un salto al vacío, era embarcarse en una aventura con la
certeza de ver un partido de inspiración peronista renacer de sus cenizas, para que la corriente política, hasta entonces mayoritaria,
ganara las elecciones. Había que contar con un frente antiperonista sin fallas en las organizaciones, en el potencial militante, y en los
votos del peronismo caídos en orfandad, por lo que no podían dejar de tentar a los políticos pragmáticos que no compartían el fervor
liberal del gobierno, y de los gorilas.
La tendencia “intransigente” de la UCR había repudiado, en 1945, la alianza con los conservadores, dentro de la Unión Democrática,
a la que había arrastrado al partido de la dirección “unionista” de la derecha. En 1954, los intransigentes, que se habían fijado un
programa social avanzado, hicieron elegir a uno de los suyos como presidente del Comité Nacional. Mientras los unionistas
rechazaban al régimen en bloque, y estaban dispuestos a cualquier alianza para derribarlo, los intransigentes, liderados por Frondizi,
pretendían hacer las veces de una oposición leal, y que se pondría a la izquierda del justicialismo.
Una vez derrocado el gobierno peronista, la mayoría intransigente del Comité Nacional lanzó una intensa campaña propagandística
para atraerse las simpatías de los descamisados desamparados tras la caída de su protector. El verdadero adversario del radicalismo
era la oligarquía, y sus aliados del campo democrático sedientos de venganza. El gobierno, por ende, decidió convocar a una
Asamblea Constituyente, encargada de abolir la Constitución Nacional de 1949, antes de entregar el poder a quienes fueran electos
por el pueblo en las elecciones nacionales prometidas. Se trataba, en realidad, de una doble maniobra: por un lado, realizar un
recuento globular, según la expresión de un líder del Partido Socialista, que permitiera conocer el estado de la opinión después de la
conmoción de septiembre; por el otro, una trampa tendida a la dirección de la UCR.
Del 9 al 12 de noviembre de 1956, se reunió en Tucumán en la Convención Nacional, que eligió la fórmula presidencial del
radicalismo para los próximos comicios anunciados. Como resultado de hábiles manipulaciones, fueron proclamados los nombres de
Frondizi y Gómez. Pero unionistas y sabattinistas no intervinieron en la convención. La escisión quedó, de esta manera, consumada.
La justicia electoral obligó a que las dos UCR que coexistían se diferenciaran en las siglas que utilizaban, por ende, por un lado,
quedo conformada la UCR Intransigente, y, por el otro lado, la UCR del Pueblo.
El gobierno decidió poder sus esperanzas en el “mayor partido democrático”, y dar un respiro al régimen militar, haciendo ingresar a
algunos radicales del pueblo al gabinete.
La elección de la Asamblea Constituyente se presentaba, todavía, con mayor claridad como un arma de guerra utilizada en contra de
las pretensiones de Frondizi. La dirección de la UCRI se mantuvo fiel a su propia orientación, e intentó captar los votos peronistas en
el voto en blanco a sus seguidores, la propaganda de la UCRI se “peronizó”, por lo que esto escandalizo tanto a los militares como a
los otros principios. La UCRI se esforzaba en convertir a Frondizi en el nuevo jefe de los descamisados.
De todos modos, y ante el agotamiento que presentaba el régimen militar, el General Aramburu no podía posponer indefinidamente
las elecciones. Las declaraciones sobre la libertad, la democracia, y los grandes principios, no lograban disimular el fiasco económico,
y el atascamiento político, propio de los oficiales restauradores. El gobierno provisional evolucionaba, indudablemente, hacia el
camino de ser un Estado policíaco.
La situación económica nacional imperante, hacía olvidar las dificultades que el anterior régimen derrocado había enfrentado en ese
mismo terreno. El informe presentado por Prebisch, que estigmatizaba la competencia económica de los justicialistas que violaban las
leyes del mercado, cobraba una involuntaria intencionalidad irónica. A pesar del congelamiento de los salarios, de la supresión de
todo subsidio al consumo popular, del fomento de la agricultura, de la puerta abierta a los capitales extranjeros, de la política del
laissez faire, todo esto generaba un marasmo creciente. El balance comercial arrojaba saldos cada vez más deficitarios. La inflación
seguía descontrolada.
La UCRI y Frondizi, jugaron a fondo la carta de la oposición y olvidaron, sin reservas, doce años de anti-peronismo y de lucha contra
la “tiranía”. En un primer momento, esa actitud les valió, si no boletas de voto, al menos un aporte de nuevas energías. Militantes tanto
de izquierda, así como también amplios sectores juveniles de las clases medias, apoyaron su nacionalismo contra el gobierno liberal,
que estaba dispuesto a liquidar las riquezas del país. Frigerio y sus colaboradores convencieron a Perón de “dar la orden” de votarlo.
Frondizi se comprometía a levantar las medidas de excepción contra los peronistas, restablecer la situación anterior en que se
encontraban los sindicatos, y, finalmente, abrir la vía electoral para el justicialismo.
Es indudable que con la orden de votar por Frondizi se adelantaba a las formaciones neoperonistas que se multiplicaban al acercarse
la fecha de los comicios, y sobre las que no tenían ninguna autoridad.
El 23 de febrero el 1958, Frondizi fue elegido contra Balbin, apoyado por el gobierno provisional. Frondizi contó con el apoyo del
Partido Comunista, de los lonardistas de la Unión Federal, y de la bendición de los demócratas-cristianos. Fue totalmente un éxito,
pero este triunfo no fue para nada franco. Para todos los partidos del bando de los vencedores de septiembre, el presidente electo
había sido mal elegido; se había asegurado la victoria mediante votos impuros, es decir, eran votos que no le pertenecían, y usurpado
el poder gracias a un pacto contra natura.
La restauración de la democracia se iniciaba bajo unos malos auspicios. A partir de ese momento, se entabló un extraño torneo entre
tres protagonistas de recursos políticos harto diferentes: el gobierno legal, las Fuerzas Armadas, y Perón.
CAVAROZZI.
"Autoritarismo y democracia"
O'DONELL GUILLERMO.
Instalado el gobierno de Campora, el clima inquietante de la campaña electoral no habría de cesar. En el conglomerado peronista, los
conflictos tenían como protagonista tanto a la derecha como a la izquierda, a los “leales” y a los “traidores”, a los “infiltrados” y a la
“burocracia sindical” dentro del conglomerado peronista.
El movimiento peronista no era un partido. Organizado sobre la base del principio de la verticalidad había logrado sobrevivir a todas
las tentativas de hacerlo desaparecer de la escena política gracias a la habilidad con que Perón manejó su concepción militar de la
política. El destierro de Perón y su negativa a institucionalizar la fuerza política de la que era creador, fueron factores decisivos en el
éxito de la operación política que lo devolvió al gobierno. Gracias a su habilidad, el viejo caudillo había logrado convertirse en la
encarnación de la “patria socialista” y “patria peronista” términos que designaban la transferencia del poder político a quienes se
reclamaban sus herederos. De este modo, lo que estuvo en juego en las luchas que atravesaron al peronismo desde su regreso al
gobierno fue el control del movimiento y del gobierno mismo, en nombre del “verdadero” peronismo.
Los jefes sindicales no recibieron con entusiasmo al nuevo presidente. Los mismos habían sido postergados por Perón, ya que el líder
prefirió apoyarse en sus viejos cuadros políticos y en la generación de jóvenes combativos. Esta juventud se sentía la protagonista
decisiva de la victoria.
La centralidad que adquirió la violencia eclipsó la operación política que tuvo como protagonistas a Perón y a Lanusse. La tolerancia
de la sociedad hacia la violencia que acompaño la breve gestión de Cámpora fue el resultado de la idea predominante entonces de
que se trataba de una reacción pasajera. Cámpora era un presidente por delegación, no tenía la autoridad necesaria para hacer frente
a la tarea encomendada por Perón y pronto se hizo visible que tampoco las habilidades que la envergadura de esa empresa requería.
La Juventud Peronista con una orientación crecientemente montonera, había sido la protagonista indiscutible de la campaña electoral.
El gabinete que acompañó a Cámpora era un buen reflejo del intento de lograr un equilibrio entre las distintas corrientes internas del
peronismo. Esta distribución del poder no alcanzó para neutralizar los conflictos surgidos de los contradictorios intereses que reunía la
coalición peronista, por el contrario, contribuyó a que esos conflictos penetraran en el gobierno.
Los Montoneros habían concedido una tregua tras la asunción del nuevo presidente, pero la movilización de la juventud, su poder de
convocatoria, y el recurso a la acción directa, crearon un clima de crisis de autoridad.
José Gelbard, congruente con su creencia de que la política económica debe basarse en las iniciativas de los capitales de tipo
nacionales privados, Perón, le confió la conducción de la económica. El programa de la CGE, dado a conocer antes de las elecciones
de marzo de 1973 denominado “Sugerencias del empresariado nacional para un programa de gobierno” tenía un moderado tono
reformista, nacionalista, y distribucionista. A comienzos del mes de junio, el gobierno anunció la firma del “compromiso para la
reconstrucción nacional, la liberación nacional y la justicia social” conocido como el “Pacto Social”, y basado en el compromiso
previamente asumido por la CGE, CGT, y el Ministro de Economía. La nueva política otorgó un aumento del 20 %, suspendió las
negociaciones colectivas por dos años y congeló los precios de todos los bienes por un período similar. La firma del pacto Social no
encontró demasiada resistencia en el empresariado. A cambio del congelamiento de los precios recibían el compromiso de limitación
salarial. Además confiaron en que el gobierno doblegara la inflación.
Obtener el apoyo de los sindicatos, fue una tarea más difícil. Perón necesitó de la colaboración del secretario general de la CGT,
Rucci, para imponer su autoridad. Los sindicalistas debieron aceptar una política la cual los privaba de la libertad de negociación.
Pero, mientras que los sindicalistas perdieron su poder de influir sobre los salarios, los empresarios conservaron el control sobre una
serie de variables económicas cruciales para el plan económico. Pedían decidir si invertir o no, aumentar o disminuir la producción,
por lo que su margen de maniobra era mucho mayor al que tenían los sindicatos.
La concentración de la política de ingresos era un componente clave de un programa de reformas entre cuyas medidas figuraban la
nacionalización de los depósitos bancarios, la nueva ley de inversiones extranjeras, el control del comercio exterior, una reforma
impositiva, y una ley agraria. Sin embargo, las medidas reformistas fueron eclipsadas por la política de precios y salarios. La alta tasa
de inflación, y los efectos de la crisis económica internacional de 1973-74, contribuyeron a colocar a la política de corto plazo en el
centro del debate público. El boom de los precios de exportación de 1973, sin embargo, habría de dar un amplio margen de maniobra
al gobierno para prolongar el crecimiento de la década anterior.
Los sectores revolucionarios enfatizaron el carácter nacionalista de las reformas. El ERP, que no había aceptado la tregua y
continuaba las acciones armadas, afirmó que el gobierno no podrá dar ningún paso hacia la liberación nacional y social.
La cuenta regresiva que habría de terminar en la renuncia de Cámpora había comenzado. Para el retorno de Perón, casi 2.000.000
de personas esperaron al general en el aeropuerto. Pronto se desato un tumulto, sonaron disparos, el desconcierto era generalizado.
Nadie, a excepción de los testigos del hecho en cuestión, podía saber que este había sido el combate con el que se inauguraba la
fractura sangrienta del peronismo.
En el discurso que pronuncio Perón al día siguiente de la masacre de Ezeiza, el caudillo dijo a los argentinos: “somos justicialistas.
Los que ingenuamente piensan que pueden copar nuestro movimiento o tomar el poder que el pueblo ha reconstruido, se equivocan”.
Con Perón en el país, toda oposición a sus directivas ya no podría invocar su nombre.
La Unión Cívica Radical celebró las palabras del general. El líder de los peronistas proponía la vuelta del orden legal y constitucional,
y propiciaba un amplio acuerdo entre los partidos políticos, los mismos ahora reivindicados en lo que habría de denominarse como
una “democracia integrada”.
Ante esto, el “experimento Cámpora” había llegado a su fin. Perón decidió reemplazarlo y comenzó a moverse en varias direcciones.
Su acercamiento a las Fuerzas Armadas dejó en claro que Perón volvía con ánimos de conciliación.
La reivindicación histórica de los sindicalistas es la otra tarea que fue emprendida por Perón. La firma del Pacto Social había devuelto
a los jefes sindicales a la ortodoxia peronista. El discurso pronunciado por Perón en el local de la CGT dejó en claro que la hora de su
reivindicación había empezado a llegar. Por primera vez, Perón se pronuncio acerca de los acontecimientos de Ezeiza: lo que ocurrió
en Ezeiza es como para cuestionar a la juventud que actuó en aquel momento. Esa juventud empieza a ser cuestionada. Es a partir
de este entonces que los jefes sindicales encabezaron la ofensiva contra la juventud combativa y se pronunciaron con éxito en la
sanción de una nueva Ley de Asociación Profesionales, que fortalecía sus posiciones. Esta ley, la cual extendía los mandatos de dos
a cuatro años, le otorgaba a la CGT de poderes de intervención para con sus seccionales regionales, a las federaciones, y para los
sindicatos miembros. Sancionada en el mes de noviembre, la ley permitía neutralizar las rebeliones anti-burocráticas, que desde el
Cordobazo venían desafiando la autoridad de la dirigencia sindical.
El 13 de julio, Cámpora y Lima presentaron sus renuncias al Congreso. Lastiri fue nombrado presidente provisional.
La Juventud Peronista Revolucionaria lanzó la candidatura de Cámpora para la vicepresidencia, en un vano intento para poder
conservar un espacio en el diseño de poder del líder. La nominación hecha por Perón de su tercera esposa, María Estela Martínez,
como candidata a la vicepresidencia, sorprendió a muchos. El 4 de julio, la fórmula Perón-Perón fue proclamada oficialmente por el
Congreso Nacional del Partido Justicialista.
La tercera presidencia de Perón.
El 12/10/73 Perón asumió su 3º presidencia decidido a poner freno a la radicalización política del Peronismo, el asesinato de Rucci
demostraba que el camino a la reconciliación no iba a ser fácil. El Pacto Social establecido por Perón vino a reconstituir un sistema
político en el que los partidos y las organizaciones de interés tendrían cabida en la medida de que estas se colocaran dentro de la ley
sin importar su ideología. Esa era la ideología de la democracia integrada que trajo Perón a su gobierno. Sostenía que la guerrilla no
puede ser combatida con la guerrilla y que era preciso vencerla políticamente. No se equivocaba sólo que no logró persuadir a sus
seguidores del camino pacífico por él elegido.
El antiguo lema “para un Peronista no hay nada mejor que otro Peronista”, fue reformulado por el de para un argentino no hay nada
mejor que otro argentino lo que demuestra que la tarea esencial era la de recrear el orden, del cual Perón era el conductor, negando a
las masas la posibilidad de conducirse a sí mismas. Esa ideología requería de un puente entre las masas y Perón, el mismo era el
pueblo entendido como masa encuadrada en grandes organizaciones en la que participaban cuadros intermedios. Pero ensanchada
esta visión del pueblo por la inclusión de los Partidos Políticos (PP), la suerte de la democracia integrada seguía estando atada a la
suerte del líder, a la vez que éste no alcanzó a medir la radical intransigencia y el rechazo de toda conciliación, las cuales albergaban
las formaciones especiales que el mismo contribuyó a crear.
Del gabinete que había acompañado a Cámpora quedaron los ortodoxos, se renovaron las autoridades de las Universidades y se
purgó el Consejo Superior del Movimiento de sus elementos izquierdistas y la calle dejó de ser el ámbito natural de las
manifestaciones de la juventud, sólo podían reunirse en locales cerrados.
El ataque del Ejército Revolucionario del Pueblo al cuartel de Azul fue un desafío al gobierno, se planteo la necesidad de aniquilar
cuanto antes a este terrorismo criminal, una tarea que compete a todos los que anhelan una patria justa, libre y soberana,
reformándose el Código penal que introdujeron penas severas para las actividades guerrilleras y reprimiendo las huelgas
consideradas ilegales. Sin embargo, Montoneros no fue proscripto.
Perón exhortó a la juventud a reconsiderar la capacidad de sus dirigentes y a reconocer que las luchas han terminado en sus formas
más cruentas. “Han elegido un gobierno y espero que haya sido para obedecerlo y cumplir sus designios doctrinarios e ideológicos”.
“Para los que puedan pensar que su lealtad a la república puede ser aleatoria, bajo mi responsabilidad puedo afirmarles lo contrario,
las Fuerzas Armadas son y serán un puntal de la institucionalización nacional”. Sus palabras finales fueron una invitación a abandonar
el justicialismo a todos aquellos que no estuvieron dispuestos a obedecer al gobierno y se colocaran fuera de la ley. Perón dedico sus
últimas fuerzas al adoctrinamiento de la juventud.
Por otra parte, varios gobernadores habían prestado su apoyo a la izquierda peronista, los mismos fueron depuestos de sus cargos.
El 1º de Mayo fue el escenario de enfrentamiento entre Perón y Montoneros, los cuales silbaron a Isabel, y cuando Perón se acerco al
micrófono lo increparon con la pregunta: “¿Qué pasa qué pasa general, que está lleno de gorilas el gobierno popular?”, Perón perdió
su calma y trocó el discurso de unidad nacional por una declaración de guerra.
El 24 de mayo, la rama juvenil del Movimiento Peronista fue excluida del Consejo Superior del Justicialismo. El General Anata,
haciéndose eco del discurso de Perón, declaró que las Fuerzas Armadas, subordinadas al poder político, estaban dispuestas a librar
la batalla contra la subversión.
Mientras que Perón intentaba recrear el orden perdido, los hilos ya comenzaban a escaparse de sus manos. Ya para marzo de 1974,
el deterioro del Pacto Social era evidente. La unanimidad de los argentinos que Perón declaraba no podía ocultar el hecho de que
ésta no existía.
Fue en el sector externo donde surgieron los signos negativos como consecuencia del aumento del petróleo que derivó en aumento
de costos e insumos importados por las empresas, quienes reclamaron libertad para poder trasladar esos incrementos a los precios.
La negativa de los sindicalistas a convalidar un aumento de precios sin un simultáneo aumento salarial, llevó a Perón a la importación
a precios subsidiados por el Estado de los insumos críticos. Por otra parte la Comunidad Económica Europea cerró el comercio de
carnes con Argentina.
De esta manera, el descontento sindicalista se agravó, alimentado por el estado de movilización de los trabajadores, por lo que
aumentaron los conflictos, y el recurso a la acción directa reflejaba un verdadero estado de rebelión de las bases obreras, en un
contexto de caída del salario real, desabastecimiento de ciertos productos, creciente mercado negro, entre otros motivos. Ante lo cual
el gobierno convocó a una Gran Paritaria, como no se pudo llegar a un acuerdo entre las partes, Perón fue el mediador. Se estableció
un aumento salarial y se autorizó el aumento de precios controlados por el Ministerio de Economía, sin embargo, los empresarios
continuaron aumentando los precios, lo que agudizó la inflación.
Perón murió el 1 de julio de 1974, sin él la lucha entre las 2 vertientes ocuparía el centro de la escena. Con la desaparición del líder,
surgieron dudas de que sus sucesores lograran llevar a cabo los objetivos de reconciliación política y cooperación social que defendía
Perón. A la par que la creciente militarización de Montoneros, y la instrumentalización política a la violencia, abría una enorme brecha
entre éstos y las luchas de los obreros industriales.
Tiempos de violencia.
Isabelita asumió la presidencia y se acentuó la violencia entre la derecha y la izquierda para imponer el rumbo de un proceso que
marchaba a la deriva. La CGT trató de renegociar su cuota de poder dentro del gobierno, pero la decisión de Isabel de armar un
gabinete con los miembros del círculo de hombres que la rodeaba, clausuró toda esperanza de retomar a los acuerdos partidarios que
Perón había propiciado en su modelo de la democracia integrada.
Durante el gobierno de Isabelita se intervinieron los sindicatos en manos de la izquierda, se sancionó la ley de Seguridad Nacional
para combatir a la guerrilla, la cual también sirvió para debilitar la protesta obrera por los alcances de la misma. De esta manera,
López Rega se convirtió en la cara visible del poder.
El Gobierno decretó el estado de sitio, y las acciones guerrilleras se multiplicaron. En este contexto, comenzó el enfrentamiento entre
los jefes sindicales con el gobierno por posiciones de poder, y también por cuestiones económicas, como la flexibilización a las
inversiones extranjeras en el marco de una creciente balanza de pagos negativa. El gobierno, por su parte, buscó apoyo en las
Fuerzas Armadas, otorgándole el papel de aniquilador de las acciones subversivas. En el plano económico, se decidió optar por la
apertura económica, la reducción salarial, y el desplazamiento de la CGT de la estructura del poder.
Cuando se aproximaba la fecha para declarar por finalizadas las negociaciones de las comisiones paritarias, se llegó a un acuerdo.
Se otorgo un aumento salarial del 38%, pero antes de que los empresarios y los sindicatos pudieran llegar a firmar los acuerdos,
Gómez Morales, Ministro de Economía, presento su renuncia y fue reemplazado por Celestino Rodrigo, quien anunció un aumento
superior al 100% en el precio de los servicios públicos y de los combustibles, y de la devaluación del peso en un 100%. La magnitud
del reajuste, conocido como Rodrigazo, y el momento elegido, no dejaban dudas de que la presidente buscaba recortar el poder de
los jefes sindicales. Estos se encontraban luchando no sólo por un aumento salarial, sino que también luchaban por su propia
sobrevivencia política. La reacción al reajuste fue una movilización masiva, todo el país se paralizo ya que la CGT había convocado a
un paro general de 48 horas, lo que provoco las renuncias de Rodrigo y López Rega.
La descomposición.
Isabel quedó sola y las presiones para que dimitiera crecieron. La perspectiva de un golpe militar amplificaba los efectos de la crisis.
La designación de un coronel en el Ministerio del Interior desató la interna en el ejército en cuanto a la participación o no de los
asuntos políticos. Videla se convirtió en Comandante en Jefe del Ejercito Argentino, a la par que los distintos sectores del movimiento
se abocaron a la lucha para ocupar el cargo del Senado en la línea sucesora. Ítalo Luder fue designado como presidente del Senado,
con buenas relaciones con los partidos de la oposición, sindicalistas, y Fuerzas Armadas.
Para mediados de 1975 la economía se encontraba en recesión, se incrementó la desocupación, y Cafiero asumió en Economía.
Isabel tomó licencia y delegó el mando en Luder, esto mientras que se incrementaban las huelgas obreras, la especulación financiera,
el desabastecimiento de productos, y la caída de la producción industrial. Ante el accionar llevado a cabo por los grupos guerrilleros,
el gobierno conformó el Consejo de Defensa y el Consejo de Seguridad Nacional, el cual deposito en manos de las Fuerzas Armadas
la lucha contra la subversión. El retorno de Isabel al gobierno incrementó su desprestigio y se vio forzada a adelantar las elecciones,
sin embargo, se sucedió un motín de las Fuerzas Aéreas, que a pesar de ser sofocado, redobló rumores de un golpe militar próximo,
a la par que la represión a los grupos guerrilleros convertía a los militares en guardianes de un orden que los civiles no garantizaban.
El golpe de Estado no sorprendió a nadie, la mayoría de los argentinos lo imaginaban como una solución. Los militares habían
esperado que se profundizara la crisis para legitimar su intervención, considerándose como los más capacitadas para hacerse cargo
de un sociedad enferma, y para imponer la disciplina por medio del terror.
O’DONNELL.
Este trabajo analiza las diferencias específicas del periodo burocrático-autoritario argentino de 1966 con los periodos restantes
(O´Donnell 1977), para ello realiza una descripción de los antecedentes históricos que llevaron a la Argentina a esta situación y va a
decir que a diferencia del resto de los países de América Latina posee una temprana burguesía agraria que desarrolló prolongaciones
financieras y comerciales con el sector urbano originando un crecimiento de este último y del sector industrial precoz. Esta centralidad
de la burguesía pampeana y su modo de inserción en el mercado mundial fueron el ámbito principal de la internacionalización de la
sociedad y la economía, y generaron a su vez un mayor nivel de homogeneidad.
La gran base de acumulación local que se daba gracias al control de la tierra, sumada a las características “liberales” del Estado, llevó
a la creación de un sector popular con mayores ingresos, el cual fue quien promovió una industrialización incipiente (fortalecida por la
Primera Guerra Mundial), lo que resultó en una clase obrera con capacidad organizativa propia. Esto, sumado al crecimiento
comercial y al financiero, y a la conexión dependiente con el sistema mundial, constituyó un dinamismo que pasaba más por la
sociedad civil que por el Estado.
Va a expresar que el poder económico se haya distribuido entre dos grandes sectores, la “gran burguesía urbana” de carácter
industrial y vinculada al sector interno, y la “burguesía pampeana” de corte agrario y fuertemente vinculada al sector externo, y que
estas partes funcionan a veces como aliados y otras no dependiendo de las crisis de la balanza de pagos que fueron tratadas
mediante abruptas devaluaciones, que implicaron en el aumento de los precios internos de las exportaciones generando
redistribuciones hacia la burguesía pampeana.
Estos sectores dominantes se enfrentan a los sectores subalternos, la burguesía urbana más débil (representada en la CGE), y los
sectores populares o asalariados. Durante el peronismo estos últimos coincidieron en una “alianza defensiva” frente a la alianza de las
clases dominantes, y se van a transformar en la base de sustentación de este movimiento. El autor sostiene que esta alianza fue
victoriosa porque “impidió que se prolongara la fusión entre las dos fracciones superiores de la burguesía”.
También va a afirmar que la incorporación de grandes capitales orientados hacia el sector industrial la gran burguesía se va a ver
favorecida en detrimento de la burguesía agro pampeana, lo que rompe la alianza inicial generando así un periodo de inestabilidad.
Va a concluir que lo que se intentó construir desde 1966 fue por un lado un intento de reconstruir mecanismos de acumulación que
sometieran a la sociedad a la gran burguesía, y por el otro establecer un sistema de dominación política efectivo que se impusiera
sobre la sociedad civil. Por otro lado, la victoria de la alianza defensiva llevó a una vuelta al nacionalismo, a la implantación de un
nuevo Estado, y a la intervención, o a la disolución, de las organizaciones más importantes del poder popular y de la burguesía local.
De esta manera se llega a la búsqueda de una relación más igualitaria entre las fracciones superiores de la burguesía y a la
dispersión de la alianza defensiva (O´Donnell 1977).
A partir de 1960, el autor nota como una consecuencia de la recesión, debido al alza de los productos pampeanos exportables,
alianzas forjadas para defender el mercado interno del aumento de los alimentos, y de la consiguiente demanda efectiva reducida.
Eran alianzas entre fracciones débiles de la burguesía urbana y el sector popular. Aquí hay que definir situaciones de fracciones;
“tensiones” (al mejor estilo Esswein) que en líneas generales marcan el período que estudia el autor.
Sector popular: el mismo había logrado reorganizar su accionar político a través de las movilizaciones a favor del nivel de ingreso y
del consumo interno.
Burguesía nacional: son las fracciones débiles de la gran burguesía industrial/urbana, que habían encontrado en el sector popular un
aliado para renegociar su lugar en las fracciones oligopólicas de la burguesía urbana/industrial.
(Estas dos forman el “bloque popular”, o “alianza defensiva”, en determinados momentos).
Gran Burguesía Industrial: son los sectores extranjerizados del capital; los grupos transnacionales. La GBI es la fracción más
favorecida de todas en este período, en el que el capital extranjero comienza a tener más predominio en las nuevas ramas
industriales (como, por ejemplo, el sector automotriz), y en la que hay empresas de capital intensivo que se radican en Argentina y
transforman el modelo de acumulación, que abre nuevos polos industriales (como en Córdoba y en Rosario), que impactan en lo
social, generando un proletariado mejor pago. La GBI formará siempre parte de la alianza gobernante en las fases ‘ascendentes’ y
‘descendentes’ que describe el autor.
Gran Burguesía Agraria: es la burguesía pampeana o terrateniente. La GBA surgió junto al ‘estado nacional’ y es la fracción con
mayor capacidad de presión sobre el rumbo político del país porque económicamente es la que genera las divisas y obtiene su
excedente de las exportaciones de su producción.
(Estas dos están en constante tensión por la dirección de la economía del país, aunque, provisoriamente, pero nunca a largo plazo,
ambas se encuentran en una alianza).
Es fundamental la separación de intereses económicos y metas políticas de corto plazo, tanto como para la burguesía urbana y la
burguesía pampeana.
En el mismo período, O’Donnell destaca un aumento mayor de la demanda de las importaciones que aumento de las exportaciones.
Las consecuencias fueron el aumento del consumo interno de los exportables, y el escaso avance de la producción y de la
productividad pampeana. Nada hace suponer que desde 1956 a 1976, la rentabilidad de la Gran Burguesía Agraria haya sido inferior
a la de la Gran Burguesía Industrial; y un fuerte aumento de la producción y exportación pampeana hubiese venido de convertir las
estancias en un agribusiness más intensivo en capital y en tecnología. Este tipo de decisiones son microeconómicas, y tienen que ver
con parámetros que no resultaron de necesidades económicas, sino de luchas que han tejido alianzas políticas, y los vaivenes de un
Estado que tienen que ver con una estructura de clases en la que la GBA, y el Estado, surgieron a la par; en la que la primera era el
centro económico y a la vez político, con pocas resistencias; en la que, en líneas generales, la sociedad civil poseía importante
autonomía económica y política del Estado (con una clase obrera importante y organizada, con autonomía y recursos económicos con
los que contaba el sector popular).
Entonces, reconstruyendo desde 1930 a 1960, hay una inestabilidad de los precios relativos pampeamos, y un futuro inestable de los
mismos que, a la vez que impedía la conversión de la estancia en un Agribusiness, hacía ver a la otrora clase representativa de la
vanguardia dinámica y productiva, alejada de ese lugar previo a 1930. Fue microeconómicamente racional, entonces, mantener la
modalidad ‘extensiva’ de explotación de la tierra. Entendida esta situación, el autor presenta nuevamente el efecto recesivo que el
aumento de los precios de la producción pampeana genera en el mercado interno, haciendo la salvedad de que en estos casos los
sectores oligopólicos de la burguesía urbana no se ven afectados como los más débiles; pues tienen recursos económicos y acceso
preferencial al crédito internacional que les permite sobrellevar la recesión. Además, dirigen su producción a los estratos de consumo
más altos, que no sufren el alza de los alimentos.
La descrita arriba es la TENSION ENTRE LA GBA Y LA GBI EN EL CICLO RECESIVO, lo que genera una base objetiva para una
“alianza a largo plazo” entre ambas, posibilitada por la modernización del capitalismo a través de la conversión de la primera al
Agribusiness, y el aumento de la concentración del capital en el sector urbano por parte de la última. Sin embargo, la formación de
esa alianza fue sólo por lapsos cortos, ya que la otra alianza (‘defensiva’) entre el sector popular y las fracciones débiles de la
burguesía urbana, logró impedir esa perdurabilidad aún siendo económicamente inferior. Esta conclusión es uno de los puntos más
importantes del texto.
El autor, por tanto, lo que quiere llegar a demostrar es la relación que se encontraba presente entre estas luchas y alianzas de clases,
entre estos vaivenes del Estado y de las conocidas “fases ascendentes y descendentes” de la economía vividas, aproximadamente,
de 1955 a 1976.
En principio, aparece como clave el buen posicionamiento de la GBI en cada fase del ciclo. De este modo, esta burguesía siempre
forma parte de la ‘alianza gobernante’, apoyando, por ejemplo, a la GBA para el final de cada fase ‘ascendente’ (apoyando esos
planes ‘de estabilización’ que transfieren muchos ingresos hacia la burguesía pampeana y las fracciones comerciales, y financieras,
ligadas a la exportación de sus productos), y también en toda la fase ‘ascendente’, antes de llegar al “cuello de botella”, aprovechan la
reducción de las exportaciones para obtener excedente a través de la reducción impositiva, y dar más crédito, y dinamismo, para el
sector industrial (plan Krieger Vasena), reactivando el mercado interno que dejaba mal parado a toda la “alianza defensiva” durante la
recesión económica. Esto demuestra, como plantea O’Donnell, que la GBI siempre jugaba ‘a ganadora’.
Se habla de un péndulo, que podía inclinarse más a favor de una de las dos grandes burguesías que no se alinearon, más que por
plazos cortos.
--Desde el lado de la GBA se pueden señalar 2 cosas: por un lado, llevar adelante el intento recurrente de implementar el impuesto a
la “renta potencial de la tierra” (cuánto produciría la tierra si estuviera colocada en la producción), y por el otro, el predominio inusitado
en lo económico y en lo político –que no significaba volver a su supremacía previa a 1930- que bloqueó todo intento de
reestructuración de esta burguesía pampeana hacia el Agribusiness, y le permitió lograr nuevas transferencias de ingreso económico
en cada crisis de la balanza de pagos.
--Por el lado de la GBI, se debe mencionar la primera gran devaluación que no benefició a la GBA. La política económica del ministro
Krieger Vasena –ya mencionado con anterioridad- entre 1967 y 1969, incluía la reducción de exportaciones para quedarse con un
excedente y así dinamizar el sector industrial. Además de esta medida, una retención que mantenía fijo el precio en pesos de la
producción pampeana permitió deprimir los precios internos de los alimentos, reducir la inflación, y producir sólo una moderada caída
de los salarios industriales.
La Alianza Defensiva
Lo primero a mencionar es la existencia de un sector popular con mayor autonomía y con mayor capacidad organizativa que la del
resto de Latinoamérica. Además, este sector se unió con los intereses objetivos y la acción política de las fracciones débiles de la
burguesía urbana. Esta alianza sufre las recesiones del ciclo económico, y por ende busca una nueva reactivación económica:
aumento de ocupación, liquidez, disponibilidad de créditos. No es menor la petición del aumento de salarios ya que la concurrencia
con los sindicatos en este reclamo forja la unión de la burguesía y el sector popular. Los sustentos organizativos de esta alianza
fueron la CGE (Confederación General Económica), CGT, y la conducción nacional de los principales sindicatos; su primera expresión
fue el peronismo, pero no la única. La bandera de la alianza fue la defensa del mercado interno, para impulsar su actividad y a la vez
reducir la expansión del capital internacional. No puede pensarse sin la unión de los 2 sectores.
Características y consecuencias
-Fue esporádica, pero también fue una alianza recurrente. Sólo apareció con nitidez y con un alto grado de coordinación táctica en las
fases descendentes del ciclo, y cuando este se reactivaba, se diluía.
-Fue defensiva, porque surgió contra las ofensivas de las fracciones superiores de la burguesía postulando una vía “nacionalista” y
socialmente justa de desarrollo; y porque su triunfo se agotaba en sí mismo sin llegar a un modelo alternativo de acumulación,
logrando sacar al ciclo de su fase descendente para envolverlo en una ascendente que volvería a provocar una recesión.
-Fue sumamente exitosa. Tiene una historia de repetidas victorias de anulación de los ‘planes de estabilización’, acotamiento de la
expansión interna del capital internacional y del lanzamiento de nuevas fases de reactivación. Los períodos de alza de los salarios
fueron los de mayor tasa de crecimiento del producto nacional, y, en general, de mayor tasa de rentabilidad del conjunto de la
burguesía industrial.
-El éxito de esta alianza también se basa en que quebró “desde abajo” (políticamente) la cohesión existente de las clases dominantes,
y (económicamente) la única alianza ‘ofensiva’ que en este capitalismo pudo –sin entrar todavía a considerar el tema del estado-
haber implantado un sistema de acumulación que implicara la salida de sus ciclos.
-Fue policlasista, porque incluía al sector popular y a un fundamental componente de tipo burgués, y en esta conjunción se basaron
sus éxitos. Aún así, esta condición trajo consecuencias positivas: dio base popular a las demandas de la burguesía débil, y dio acceso
a recursos y a medios de difusión al sector popular que de otra manera le hubiera costado obtener.
-Como la conjunción determinó una orientación nacionalista y capitalista, no había otra posibilidad real que seguir alimentando los
ciclos debido al carácter intrínsecamente policlasista de la alianza. Su canal político principal, el peronismo, tampoco transpuso los
límites capitalistas y nacionalistas. En esta tensión opera una fuerza centrípeta: el velo que cubría las reales articulaciones del
problema era que –como la CGT, la CGE y el peronismo no se cansaron de repetirlo-, desde 1955, se había impedido que entre ellos
realizaran la versión del desarrollo capitalista que, ‘puesta del lado del pueblo’, y compartiendo un amplio control del Estado Nacional,
parecía ofrecer la burguesía local. La esperanza de armonización entre lo ‘popular y nacional’, contra la ‘oligarquía terrateniente’ y los
‘monopolios internacionales’, que parecía demostrada por las coincidencias de corto plazo de la alianza defensiva, se expresó en la
inusitada vigencia histórica del peronismo, y formó la gran ola que en 1973 lo devolvió al gobierno.
-Volviendo sobre otra de las conclusiones del autor, la GBI abandonaba a la GBA en el momento de la caída de los precios del agro
debido a las fusiones multiplicativas de la alianza defensiva que abrían tanto un impulso de reactivación económica como un abismo
político de una movilización ‘nacional y popular’ que debía ser reabsorbida. Es por esto que la GBI salió ganando en cada fase en el
corto plazo, siendo el único miembro estable de la ‘alianza gobernante’ (en una fase junto a la GBA, y en la otra fase junto con la
alianza defensiva), y nunca dejó de ser la fracción dominante, aunque pendulara entre estos dos lugares.
El Estado
Hay que entender en principio a los ‘penduleos’ de la GBI y sus dificultades para subordinar al conjunto de la sociedad civil como
indicación de una continuada crisis de dominación política. El mismo rol juega la alianza defensiva y sus victorias; y ambas cuestiones
generaron una democratización, porque no aparecía lugar para una solución que tendría que ver con una decisión autoritaria de sacar
al capitalismo argentino de sus espirales y de “poner en su lugar” a las clases subordinadas. En líneas generales, también vale decir
que las políticas estatales no sólo fueron cambiantes sino nunca realmente implementadas puesto que la sociedad civil con su
dinámica las revertía constantemente.
Se habla de un aparato estatal colonizado por una sociedad civil que en cada pendulación se llevaba pedazos de aquel. Allí se
condensaba todo, tanto el peso de las fracciones dominantes, como los momentos de resistencia y victoria de la alianza defensiva,
generando un Estado fraccionado y débil, que no podía hacer más que cumplir con las demandas e intereses inmediatos de cada
alianza gobernante, reforzando sus impulsos. Por su continuo aflojamiento tras movilizaciones del sector popular y por el poder de
negociación de los sindicatos, se bloqueó una posible salida de los ciclos.
Por el lado de la alianza entre la GBA y la GBI, los programas de estabilización resultaban en una ofensiva anti-estatista la cual
cortaba drásticamente el déficit fiscal y desarticulaba las instituciones, y técnicos, que podían llevar a cabo un capitalismo de estado.
Por su parte, la alianza defensiva tenía como límite interno la frecuente oposición de aquel “aliado estable de la alianza gobernante”;
la GBI. Así, sus tendencias al capitalismo de estado se veían bloqueadas por esa oposición y por el quiebre de los impulsos
ascendentes del ciclo, que concluían en un nuevo período anti-estatista.
En este sentido, y tras analizar un estado falto de autonomía y sujeto a las dinámicas de la sociedad civil, el golpe de 1966 aparece
como un intento de revertir esto. Ocurrió un fracaso que conllevó a que por primera vez que conllevó a que por primera vez la alianza
defensiva conquistara al Estado sin compartirlo con la GBI. Pero esto duró poco porque se reveló una vez más la condición
intrínsecamente defensiva (incapaz de generar una alternativa de acumulación capitalista, y también de saltar afuera del capitalismo)
que presentaba aquella alianza, dejando atrás una promesa de una vía nacionalista y socialmente justa de desarrollo capitalista y
abriendo paso a un Estado Burocrático-Autoritario, que disolvió las principales organizaciones del sector popular y la burguesía local.
Se pusieron en paréntesis los sustentos políticos, ideológicos, y organizativos, de la alianza defensiva.
SIDICARO
HUGO QUIROGA.
El enfoque analítico.
Una interpretación de los golpes de Estado en Argentina basa su explicación en lo fundamental en la resolución de los factores
exógenos: la política exterior del imperialismo norteamericano. Otra, considera a un grupo o sector económico privilegiado como el
causante directo responsable inmediato de los regímenes de fuerza. Frecuentemente los argumentos de ambas hipótesis aparecen
combinados cuando se plantea a la ruptura institucional como la consecuencia de una concertación de intereses del imperialismo
norteamericano y las clases conservadoras nativas que operan en el escenario nacional como sus “personeros” políticos.
Desde una línea argumental antitética se sostiene que los últimos golpes militares producidos en el Cono Sur entre 1973 y 1976
tuvieron sus motivaciones profundas en la reestructuración de la economía y la sociedad. La hipótesis adoptada requiere una
estrategia analítica que privilegia la relación Estado y Sociedad.
Proponemos estudiar el proceso militar surgido en marzo de 1976 en la dinámica de la relación que entre Estado y Sociedad civil se
articula en el interior del sistema político. El origen del golpe y las transformaciones proyectadas por el gobierno de facto obedecen a
motivaciones profundas e intrincadas que deben ser vistas con la conflictualidad de la sociedad argentina.
El sistema político argentino.
En una sociedad conflictiva como la argentina la discontinuidad institucional ha sido la característica del sistema político. Nuestra
hipótesis es que la discontinuidad institucional iniciada en el 30 no puede ser tomada como una ruptura del sistema político. Por el
contrario el sistema político argentino funciona en la realidad histórica a través de una articulación que combina en su estructura los
golpes militares con los gobiernos civiles.
Un sistema político en el que la presencia militar es una constante de la vida nacional. Es discontinuidad iniciada en los años 30 no
produce la ruptura del sistema político, en el sentido de que a partir de cada golpe de estado se funda uno nuevo. Por el contrario, el
corte no existe y los nuevos actores políticos, las fuerzas armadas, se conforman como un componente necesario. Obviamente, cada
intervención militar genera drásticas modificaciones en el aparato institucional del estado de derecho y provoca las naturales
convulsiones en la vida política nacional. La historia política argentina se debate desde 1930 entre dos polos antagónicos, el
democrático y el autoritario, coexistiendo en el interior del mismo y único sistema, dado que integra y articula los gobiernos
democráticos con los autoritarios en solo proceso de continuidad y discontinuidad institucional.
El sistema instituido es también expresión de una crisis de hegemonía abierta en los años 30 y que se fue prolongando en el tiempo
por la incapacidad de los sectores conservadores y de otras fracciones del grupo dominante por restablecer el equilibrio perdido en
una “sociedad sin hegemonía”.
El sistema político estatuido se ha integrado por su funcionamiento en un largo periodo de una democracia con participación
restringida; o bien, por la instalación directa de regímenes militares. La democracia con participación plena, cubre un periodo menor
en la realidad histórica nacional.
En los 60 años transcurridos desde 1916 a 1976, solo cuatro presidentes constitucionales pudieron terminar su mandato legal: Hipólito
Yrigoyen en su primera presidencia, Alvear en 1922, Justo en 1932 y Perón en su primera presidencia de 1946.
En suma, cuando se produce un golpe de Estado se quiebra la legalidad constitucional, pero el régimen que emerge de esa acción
puede suscitar, como el de 1976, apoyo de la mayoría de la población; puede entonces resultar legitimo. Un gobierno militar puede
ser ilegal pero legitimo y un gobierno civil puede ser legal pero ilegitimo.
Esto significa entender la legitimación del sistema como una auto-legitimación. El mismo sistema crea su capacidad de supervivencia.
La participación de los militares en política es aceptada por la sociedad argentina. Los partidos políticos no obran como buenos
escudos del orden democrático; por eso también los golpes militares.
La dominación militar.
La propia historia de los militares argentinos con su participación política recurrente los ha implicado desde el inicio del proceso de
construcción nacional. Se articularon las relaciones de fuerzas armadas y sociedad en la Argentina que al fin de cuentas resultan
inseparables y complementarias en el funcionamiento del sistema político.
Las fuerzas armadas formas parte del Estado, son una institucional estatal, constituyen el núcleo central del aparto represivo
encargado de organizar la violencia legítima.
Cuando se produce un golpe de Estado esa relación se altera, pues una de las instituciones estatales, el aparato represivo, se hace
cargo del Estado. Las fuerzas armadas modifican su relación con el resto del Estado para someterlo por entero. De allí el surgimiento
del Estado militar o militarizado. Pero esta nueva situación trae aparejada también una modificación en la relación con la sociedad civil
a la que busca organizar autoritariamente.
La sociedad acepta o tolera en un primer momento las intervenciones militares a las que termina finalmente rechazándolas y
reclamando en consecuencia el inicio de un nuevo proceso electoral. Los regímenes militares no dejan de ser temporales, pues no
pueden superar las dificultades de la ingobernabilidad de una sociedad que no cesa en sus reclamos.
Por otra parte, el Estado argentino en su prolongada acción intervencionista ha servido de apoyo de la debilidad de los grupos
dominantes.
Este Estado soporte del crecimiento actúa también como empresario, realizando diversas actividades productivas.
El recurso casi permanente de la solución de fuerza, en un país con graves y persistentes crisis políticas, ha dado lugar a periodos de
dominación militar que bien podrían denominarse de “hegemonía sustitutiva”. Aparecen compitiendo por el poder con otras fuerzas
políticas.
El sistema político tolera una suerte de alternancia del poder entre las fuerzas civiles y militares, aunque no siempre aparecen
enfr4entadas en una dinámica excluyente; al contrario, en no pocas oportunidades se presentan como aliadas. Las fuerzas militares
son consideradas así, como fuerza política. Quizá como una fuerza política estatal, porque cuando los militares intervienen en política,
en verdad, es una parte del estado que lo hace; que asume un rol político sustitutivo de la debilidad hegemónica de la clase dirigente,
siendo esa actividad extra-militar lo que le confiere el carácter de fuerza política.
Las fuerzas armadas se piensan garantes de la continuidad de lo que se entienden son los principios, valores y normas constitutivas
de la nación. Se reclaman tutores de la decisión colectiva que selecciona al gobernante, como de la integridad del Estado justificando
en aras de esa defensa la ruptura del orden constitucional.
Los dictadores argentinos.
Los gobiernos militares en Argentina no han aparecido como dictaduras personales al estilo clásico; como formas de una dominación
política que se asienta en el poder absoluto de un hombre; sino que deberían ser calificados como dictaduras institucionales. Son
dictaduras de todo el cuerpo institucional, de las fuerzas armadas en su conjunto.
También se diferencian de las dictaduras clásicas por la duración y las atribuciones. Estas últimas se desprenden de las propias
normas jurídicas sancionadas por la intervención militar, las que son colocadas por encima de la CN. El gobierno militar no fijo la
duración de su reinado y los límites de su poder estaban dados por los “objetivos” del proceso, que fueron establecidos por las cartas
fundacionales.
Tampoco podrían ser asimiladas a las dictaduras cesarianas ni a las totalitarias, como la experiencia fascista o la nacionalsocialista.
Aunque se pueden registrar ciertos puntos en común; por ejemplo, en torno a la violencia indiscriminada. Entre las diferencias se
observan, la ausencia de un partido o movimiento totalitario; es decir, un partido monopolizador.
La dictadura militar de 1976 fue una dictadura institucional, no personal, que procura evitar la personalización del poder.
La dictadura militar en Argentina se aproxima a la dictadura simple. Su principio de legitimación radica en el funcionamiento particular
de un sistema político en el cual las fuerzas armadas son un componente esencial. El sistema político admite la alternancia del poder
entre la fuerza política societal y la fuerza estatal, en una dinámica no siempre excluyente de un binomio enfrentado en el marco de
una relación de “amigo-adversario”.
Se podría establecer una conexión entre la dictadura militar de 1976 y los que Carl Schmitt denomina dictadura soberana. La noción
de adversario concreto le da a la acción del dictador un contenido preciso. La eliminación de ese adversario debe ser el objetivo
inmediato de esa actividad. Se trata de una situación totalmente fáctica.
La diferencia entre ambos tipo de dictadura radica en que la dictadura comisarial suspende la Constitución para protegerla contra el
ataque. En cambio, la dictadura soberana aspira a crear una situación que haga posible una Constitución verdadera. No apela a una
Constitución existente, sino a una Constitución que va a implantar.
La Junta esta investida del poder constituyente, porque sus Actos y Normas tienen prioridad y están por encima de la CN. Al atribuirse
la junta militar este poder se asigna poderes ilimitados. Podría asemejarse a la dictadura soberana, en tanto tiene poderes soberanos.
Su cometido histórico es la producción de un nuevo orden, la transformación del estado y la sociedad. En la representación
Schmittiana la dictadura soberana, se encuentran cuatro rasgos fundamentales:
1) Nace de un estado de necesidad.
2) Asume poderes extraordinarios.
3) Su naturaleza es temporal.
4) No es de carácter personal.
Confrontemos ahora la dictadura argentina con estos elementos:
1) El estado de necesidad fue permanentemente evocado en el discurso militar como modo de la legitimación del golpe.
2) Asumió poderes extraordinarios, soberanos e ilimitados.
3) Se consideraba por su propia naturaleza una intervención transitoria que terminaría una vez cumplido su cometido.
4) La intención de los documentos básicos del Proceso fue evitar la personalización del poder.
El soberano real.
Según la teoría de Schmitt, soberano es quien decide sobre el “Estado de excepción”. Define al Estado a partir de si elemento
esencial: la decisión. El estado más que el monopolio de la violencia tiene el monopolio de la decisión.
Aplicando la tesis de Schmitt a la historia argentina, al menos de 1930 en adelante, pareciera que el verdadero soberano no es el
pueblo, la sociedad, sino el poder militar en la medida en que este es capaz de decidir sobre el Estado de excepción.
Con sus intervenciones las fuerzas armadas no solo se apropia de la soberanía, sino también de la política, despojándose a los
partidos políticos y despolitizando, en definitiva a la sociedad. Con los golpes de Estado las fuerzas armadas adquieren prácticamente
el monopolio de la decisión política; para lo cual debilitan el poder de ciertos grupos que influyen sobre el poder político o que lo
condicionan.
Legitimación y sistema político.
El grado de legitimación alcanzado por los regímenes militares ha variado en cada caso, pero ninguno de ellos ha podido encontrar
principios de legitimación permanentes. Por eso, no pueden dejar de ser transitorios. Sin embargo, muchos de ellos son aceptados en
sus inicios. Es lo que sucedió con el régimen de 1976.
La legitimidad de la dictadura militar es precaria, es incierta. El discurso militar recurre a la distinción entre la “legitimación de origen o
titulo” y la “legitimidad de ejercicio”. La primera obedece al “estado de necesidad” que invocan las fuerzas armadas el día del
levantamiento. Ante una situación excepcional constitutiva de un estado de necesidad, alguien se ve obligado a actuar sin más lógica
que la de los acontecimientos.
Tenemos entonces, un régimen militar que ha sido supuestamente legitimado en su titulo, pero que también se piensa legitimado en el
ejercicio de un poder que se practica con coherencia, sin contradicciones con los valores y objetivos que son su razón de ser.
El régimen militar de 1976 invoca también la legitimidad de fines o de destino. La intención de instaurar una autentica democracia
republicana, representativa y federal.
Con el golpe de 1976 una parte relevante de la población manifiesta su creencia en que la necesidad de recuperar un orden social
dañado solo se podría encontrar en el marco de la dominación.
Este golpe provoca una ruptura del orden constitucional. Sin embargo, la acción militar encuentra principios de legitimación. Legalidad
y legitimidad no parecen coincidir. El titulo por el cual se ejerce no tiene ningún fundamento jurídico y su ejercicio no se realiza
conforme a las leyes establecidas.
El advenimiento del régimen autoritario del 76 no se apoya en la conquista de una nueva forma de legitimación del régimen civil
precedente. Los partidos políticos, atrapados en una crisis de representación, no pueden actuar como verdaderos legitimantes del
sistema político. Ante el fracaso civil la alternativa militar adquiere realidad para gran parte de la población.
En consecuencia, lo que legitima la dominación militar es el funcionamiento de un sistema político particular que incorpora en su
interior a las fuerzas armadas como un componente esencial y permanente.
Del momento fundacional a la descomposición.
Los principales ejes de las políticas del régimen pretendían dirigirse a desarticular las funciones intervencionistas del Estado, para
retrotraerlo a las formas del Estado liberal y a producir determinadas transformaciones que liberalizaran a la economía.
El objetivo pareció ser la edificación de un sistema de dominación estable, en otro contexto institucional y con nuevas reglas de juego,
sobre el cual asentara su poder la corporación militar.
Se pueden distinguir etapas dentro del régimen militar. Son etapas de un mismo proceso que guarda cierta unidad y organicidad. Son
cuatro y coinciden con la sucesión de las presidencias militares:
1) Videla (1976-1981).
2) Viola (1981).
3) Galtieri (1981-1983).
4) Bignone (1982-1983).
Las diferentes etapas están atravesadas por cuatro grandes momentos que indican el origen, el desarrollo, y la terminación, del
proceso militar:
1) Legitimación (1976-1977).
2) Deslegitimación (1978-1979).
3) Agotamiento (1980-1981-1982).
4) Descomposición (1982-1983).
La adhesión original con la que contó el régimen militar fue erosionándose por la falta de eficacia de la administración de facto, al no
encontrar las soluciones a aquellos problemas básicos que requerían respuestas inmediatas.
MARTIN ASBORNO.
La aristocracia financiera y las transformaciones del sector industrial argentino: la estrategia de Martínez de Hoz. Un análisis
del Rodrigazo a la hiperinflación.
La muy temprana expansión de la economía, genero un desarrollo de la fuerzas productivas que rápidamente entro en contradicción
con las relaciones de propiedad, obstaculizando la estrategia de carácter capitalista, requerida para que un país políticamente
dependiente pudiera atravesar sin tropiezos el paso a la fase monopolista.
El proceso de formación de la clase capitalista se, en el proceso mínimo de la lucha de clases y enfrentamiento social en pos de
fortalecer y ampliar sus mecanismos de formación de poder económico y social.
Estas fueron las condiciones para la irrupción al plano del poder político de una nueva alianza social, que fundamentalmente reflejaba
las transformaciones que se había y se estaban operando a nivel de la base material de la estructura económica. Se trata de bloque
formado por: la aristocracia financiera, la pequeña burguesía y los cuadros políticos de las fuerzas armadas.
Así en Argentina, el proceso más acelerado de concentración de medios de producción y centralización del capital permite a aquella
fracción monopólica de la clase capitalista, acentuar esta tendencia y obtener mayores cuotas de poder, tanto en el plano económico
como político.
Los sectores monopólicos desarrollaron esta estrategia para poder competir y vincularse con fracciones de burguesía de otras
nacionalidades, evitando así perder posiciones en relación al mercado mundial.
Antecedentes de un plan estratégico.
La ofensiva del capital financiero comenzó en 1975 cuando los grandes sectores empresarios iniciaron una tenaz ofensiva económica
contra los acuerdos sociales pactados en 1973. su estrategia inicial se baso en: desabastecimiento, limitaciones de la producción,
fuga de capitales, no renovación de las áreas sembradas, reducción de exportaciones, etc. todas esas medidas hicieron reaparecer la
inflación, la recesión, los problemas en el balance de pagos y una mayor dependencia de la economía internacional.
Por la emergencia de la fuerza de masas se producían grandes movilizaciones obreras como las junio/julio de 1975, que tornaban
para la burguesía la situación política cada vez más vulnerable. Esta situación planteaba la necesidad de reponer la “disciplina social”,
apuntando fundamentalmente a recomponer los decaídos niveles de la tasa de ganancia. Esto implicaba realizar una nueva vuelta de
tuerca en el proceso de centralización de la riqueza. Se necesitaban transformar la economía y la sociedad atacando la base material
que sostenía la resistencia de los trabajadores a los cambios propuestos: la economía cerrada, el alto nivel de empleo y la
organización sindical.
Se desarrolla una doble crisis. Por una parte se agudiza la crisis económica que se expresa en el “Rodrigazo” del 4 de junio, y por
otra, se profundiza la crisis parlamentaria y del conjunto del sistema institucional. Ambas manifestaciones articulan una situación de
crisis general nacional. El capital financiero local articulado internacionalmente, se lanza a la lucha por el control del estado en un
esfuerzo por desarrollar la dirección del proceso político en un sentido más estratégico para la burguesía, debiendo golpear la alianza
implícita que existía entre el Capital Industrial en Condiciones Monopólicas y la clase obrera buscando transitar por caminos más
acordes a la situación mundial en ese momento y poder re-articular un proceso de acumulación del capital de acuerdo a sus intereses,
en momentos en que se entraba en crisis internacionalmente el esquema fordista de acumulación.
La crisis económica y la tasa de ganancia.
El golpe militar de 1976 resulto así el mecanismo necesario para intentar superar tendencialmente la doble crisis. Con el cambio en la
dirección de la política económica se inicio mas fondo la lucha por la hegemonía en la producción por parte del capital financiero. Esta
política haría avanzar la cartelización de la economía, a un escalón superior: el Capitalismo Monopolista de Estado. Se potencia la
capacidad financiera del sector burgués más concentrado.
Las continuas transformaciones ocurridas en la década del 70, fueron las que dieron impulso y forma a una nueva alianza de poder
dirigida por el bloque monopólico cuya génesis data de 1955 y que lograra mayor hegemonía sobre el conjunto de la sociedad a partir
del golpe militar de 1976.
Para romper la resistencia social y modificar las relaciones de fuerza existentes, se debió librar una guerra formal. Uno de estos
resultados fue la drástica reducción del salario real es un solo trimestre.
El capitalismo monopolista de estado y el papel del estado en la regulación económica y social.
Con la conformación del capitalismo monopolista y la dominación de la aristocracia financiera, la intervención del Estado en la
economía ha adquirido rasgos cualitativamente superiores.
Bajo la dominación de los sectores más concentrados del capital se agudizan fuertemente las contradicciones del capitalismo y se
alteran muchos de los mecanismos de regulación interna que le son propios.
Para el funcionamiento de la economía se precisa una mayor de la fuerza de capital, con la fuerza del Estado para utilizarlo como el
aparto de coerción necesario para regular la relación salarial, la organización del trabajo y la convulsión social.
El Capitalismo Monopolista de Estado es el resultado del proceso de socialización en condiciones del capitalismo monopolista y
expresa el nuevo papel que juega el estado en correspondencia con la fase monopolista.
La política de gobierno aplicada entre 1976 y 1983 es consecuencia directa de la forma en que Argentina se ubica en la economía
internacional. La vigencia de estas políticas va de acuerdo con el interés de los grupos que detentan la propiedad y el poder de
nuestro país.
Del dominio a la hegemonía del capital financiero.
El plan económico y la política social implementada durante la gestión al frente del Ministerio de Economía por J.A Martínez de Hoz
respondía a los intereses del capital financiero y su fin era la defensa del sistema capitalista local lo que implico la defensa estratégica
de las empresas más poderosas. La recomposición de la tasa de ganancia a largo plazo era el instrumento necesario.
La política estatal dirigida a partir de ahora por la aristocracia financiera en su proyecto integral “transformador” de la sociedad
favoreció una determinada asignación de la renta y acentuó la distribución regresiva del ingreso. Esta estrategia retroalimento el
proceso de estancamiento de una parte sustancial de la economía argentina. Parte del excedente económico generado en el país se
canalizo en forma importante hacia el exterior como “fuga de capitales”. Otro destino no productivo de ingreso fue el desarrollo en
intensidad del consumo suntuario.
A pesar del esto, el desarrollo de las fuerzas productivas y el crecimiento de algunas ramas de producción resulto muy significativo. La
resultante fue un desarrollo muy selectivo de las fuerzas productivas siendo esta base del esquema de expansión capitalista
propuesto por la aristocracia financiera para Argentina.
Como consecuencia del proceso de centralización del capital, la lucha al interior del poder económico y la disputa entre fracciones de
burguesía, será una constante del proceso político y social.
El anti-estatismo postulado por el neoliberalismo en Argentina ha tenido menos que ver con una reducción estatal a favor de ciertas
fracciones capitalistas que se han beneficiado de reformas aplicadas por el régimen militar; y por otro lado, se acrecienta el rol del
Estado en la acumulación y reproducción del capital, consolidando así la dependencia tradicional de la burguesía industrial con
respecto a la inversión estatal.
El rol de la tasa de interés.
Los sectores de la mediana y la pequeña y hasta grandes empresas, se vieron perjudicadas por la política financiera. Desde ahora el
papel de la liquidez financiera resulta decisivo al considerar sus efectos sobre el proceso de centralización del capital en favor de
aquellos grupos económicos con mayor sustentación en el sector industrial y el sector bancario.
El aumento de la producción durante 1977, se dio en un contexto de fuerte caída el salario real y de caída de la demanda, situación
que dificultaba la realización de la producción. Debido a esto muchas fracciones burguesas recurrieron al crédito para expandir su
producción, estrechando sus relaciones con el sistema financiero y aumentando potencialmente su nivel de subordinación. Además
ante la disminución de la oferta monetaria, la tasa de interés comenzó a ser alta en términos reales. La presión sobre los costos se
intensifica.
Las altas tasas de interés comenzaron a resultar por lo tanto, el instrumento más idóneo que permite recomponer los mecanismos de
regulación de la tasa de ganancia a través de la centralización económica y financiera.
A fines de 1978 se registraban los siguientes indicadores:
Las fracciones burguesas producían bienes internacionalmente comerciables ya que podía ejercer su política de precios más allá de
lo que podía permitirlo la política de devaluación del régimen y la inflación en el exterior.
Las fracciones burguesas que producían bienes no internacionalmente comerciables estaban inhibidas por la menor demanda interna
para elevar sus precios al compás de los costos.
El sector productivo privado esta financieramente subordinado.
Los grupos del capital financiero internacional identificados con el régimen estaban relativamente fortalecidos.
El régimen contaba con una masa suficiente de reservas para acelerar la apertura al exterior del sistema económico.
La sobrevaluación de la moneda local se impuso a partir de la reforma de diciembre de 1978 estando acompañada por la progresiva
reducción arancelaria con sus consecuencias de importaciones masivas.
El resultado combinado fue el comienzo de una fase recesiva que afecto principalmente a todos los sectores vinculados al mercado
interno. Se fueron produciendo desplazamientos al interior de la industria comenzando además a generarse un resquebrajamiento en
la alianza social que ocupo el poder en 1976.
Esto permitió el fortalecimiento de algunos monopolios locales, vinculados a la aristocracia financiera internacional, en detrimento de
otros con menor sustentación económica y política.
El proceso de conformación de una nueva estructura industrial.
Se buscaba una nueva estructura industrial. Hubo un avance registrado por aquellos Grupos Económico ubicados en ramas de
producción, que actuaban como proveedores o contratistas de estado. Se solía denominar a este sector “la patria contratista”. Se va
fortaleciendo una alianza social de solido poder entre un sector del capital local y extranjero y el aparato estatal.
La promoción permitió la expansión y la integración productiva de los principales Grupos Económicos. Las nuevas inversiones
productivas comenzaron a asentarse por fuera de la tradicional área de radicaciones industriales para desplazarse hacia el interior del
país.
Principales modificaciones en la propiedad del capital.
Durante la gestión del gobierno militar (1976-83) se dieron importantes fusiones y absorciones llegando incluso hasta desaparecer
importantes empresas.
También proceso de la centralización actuó sobre el sector bancario, expresándose a través de la quiebra de algunas entidades
importantes.
Otro de los aspectos fue el desarrollo de una tendencia al avance relativo de conjunto de empresas de capital “nacional”, Grupos
Económicos o firmas locales sobre las extranjeras.
Las transformaciones productivas de los años del gobierno militar fueron sostenidas por las condiciones represivas del mismo y la
cooptación de sectores sociales para su estrategia. Estas permitieron hacer avanzar la económica en marcha forzada hacia la
concertación de los medios de producción y la centralización del capital y riqueza, siendo el papel jugado por el Estado en este
proceso central, ya que por muchos años “impuso las reglas de juego” para el mercado argentino casi sin oposición.
Principales modificaciones en la estructura industrial.
Ciertas ramas de producción avanzaron en términos de producción capitalista eficiente y más racionalizada presentando un
comportamiento claramente diferenciado en relación al resto de la economía. Esta estrecha vinculación entre monopolización,
racionalidad en la producción e incrementos en la tasa de ganancia, será la base del esquema de acumulación del capital impuesto
por la aristocracia financiera al sector industrial y a todo el conjunto social.
Las modificaciones en la propiedad del capital y en los sectores productores permitieron redefinir la confrontación y expansión de una
serie de Grupos Económicos de origen local sobretodo de aquellos fusionados y/o vinculados a los de origen extranjero.
Una de las características comunes de estos Grupos más avanzados en la economía local, es su capacidad para aprovechar
integralmente las ventajas del capital financiero, con la combinación de actividades bancarias, industriales y comerciales.
El papel del Estado en este proceso transformador de la economía y la sociedad resulto muy activo, contribuyéndose así a entrelazar
los intereses del poder económico local con los intereses de la aristocracia financiera internacional. La integración fue mediante el
mecanismo de acumulación más importante desarrollado por este sector social: la deuda externa.
Nuevas tendencias en el sistema económico: de la deuda externa a la deuda interna. Algunas características de la economía
argentina a partir de 1984.
El gobierno surgido de las elecciones realizadas en 1983, debe expresar los intereses generales de la burguesía como clase
dominante.
Pese a la existencia de un cambio de tipo estructural en el signo del saldo de la balanza comercial, se manifiesta el estancamiento y
profundización de la crisis.
Sobre la base de este sector económico se consolido la fracción del capital, expresada en forma moderna de Aristocracia Financiera.
Ese sector del capital vive de la deuda pública interna y la especulación financiera, a través de los títulos públicos emitidos por el
estado para financiar el déficit fiscal.
Las políticas estabilización tuvieron sus posteriores implicancias económicas y sociales de las que señalamos principalmente: la
reducción del volumen de empleo, la caída del salario real y el deterioro acelerado del nivel de vida de un amplio espectro social.
Las inversiones posteriores a 1983 se realizaron a través de dos mecanismos principales:
1) la promoción industrial.
2) La capitalización de la deuda externa.
El desarrollo de una estructura industrial exportadora.
Dada la alta centralización existente en el sector industrial argentino, una de las características más importantes que presentan las
exportaciones industriales es alto grado de concentración en un reducido número de firmas o Grupos Económicos.
Nuestra estructura industrial tradicionalmente orientada al mercado interno, comenzó a tener no solo residual u ocasional correlato
exportador sino que plantea el mercado internacional como una opción estratégica de inserción transnacional. Eso posibilito mantener
dinamismo productivo de ciertos Grupos Económicos en constante expansión hasta 1989.
La estrategia es incorporar tecnología, buscando mejorar la competitividad en términos de costo y calidad fundamentalmente en los
productos elaborados por el sector industrial. Se intenta así aumentar la participación sobre el total exportado de los bienes
manufacturados con mayor valor agregado.
El grueso de la producción para la exportación está claramente orientado a los bienes de consumo o a los bienes de uso intermedio,
estando prácticamente ausente la producción regular con ese destino de Bienes de Capital. Esta situación es explicada por las
modificaciones estructurales que hubo en nuestra economía y en el sector industrial luego del golpe militar de 1976.
La financiación social de la acumulación capitalista: la política de subsidios públicos al sector privado.
Muchos de los profundos cambios en la economía argentina, serian muy difíciles de explicar sin referirnos a las permanentes
transferencias monetarias realizadas desde el sector público al sector privado. Enfatizamos esto porque algo que permitió hacer
rentable muchas inversiones y que es uno de los privilegios principales de los Grupos Económicos es el tener acceso a una parte
importante de los recursos económicos y demás poderes que tiene el estado.
Proyecto para la destrucción del estado benefactor.
En este tiempo se hicieron dominantes los proyectos que fueron conocidos (y que también fueron ampliamente difundidos) bajo el
nombre de “des-monopolizadores”, “des-regulacionistas”, o “privatistas”, que proclaman la necesidad de la casi prescindencia del
papel de Estado en la economía.
Lo que se impulsa es la destrucción de las expresiones y políticas del tradicional “Welfare State”.
Entre 1982 y 1989 existió una impresionante volatilidad en los precios, caídas en el producto, oscilaciones entre la moneda local y el
dólar expresando un tipo de cambio real muy inestable. Se registra una clara tendencia declinante en el salario real. Todo esto
enmarcado en una abultada y creciente deuda externa.
La espiral hiperinflacionaria resulto en la mayoría de sus manifestaciones como el producto terminal del particular proceso de
acumulación del capital que se dio en nuestro país, en forma más notoria desde 1975.
Lo más importante de señalar es:
1) La deuda externa.
2) Las diversas formas de subsidios internos implementadas en beneficio de la fracción más centralizada de la burguesía.
Respecto de la deuda interna se destaca el avance y la cierta consolidación de una fracción del capital de carácter parasitario y
rentista que se corporizo en la Aristocracia Financiera. Todo el mundo financiero, toda la economía bancaria, se halla íntimamente
entrelazada con el crédito público. Una parte de su capital activo se invierte en valores del estado y son rápidamente convertibles. Sus
depósitos, el capital puesto a su disposición y distribuido por ellos entre los comerciantes e industriales, proviene, en parte, de los
dividendos de los rentistas del Estado.
La posibilidad de ciertas modificaciones en la política económica, genero una verdadera guerra de posiciones por parte de quienes se
podían ver afectados por un posible cambio en el bloque de poder. El detonante de la hiperinflación fue la huida masiva de los
agentes económicos del dinero en su función de reserva de valor dentro de un proceso generalizado de dolarización de la economía.
Esto acelero vertiginosamente la crisis, ante la imposibilidad del gobierno de obtener financiamiento genuino tato interno como
externo.
Esta crisis fiscal que se vino arrastrando con significativa fuerza desde 1982 a partir de la implantación de los seguros de cambio, a
través de los cuales se estatizó la deuda externa privada.
Más que una crisis que resulto de buscar atender las necesidades sociales que impone el sostenimiento de alguna especie de estado
benefactor, resulto más bien una forma en que se desarrollaron las fuerzas productivas en Argentina en la última década, de acuerdo
a la conveniencia de la Aristocracia Financiera.
Conclusiones.
1) La esencia de la variada gama de políticas implementadas desde el poder económico durante el periodo 1975-1989 no
expresaron más que el desarrollo ampliado de la contradicción fundamental dentro del modo de producción capitalista, entre el
carácter cada vez mas social de la producción y el carácter cada vez mas individual y privado de la apropiación. Con este proceso se
fueron desarrollando las condiciones sociales generales que permitieron un avance cualitativo en las relaciones de fuerza existentes
entre el poder económico y la sociedad. La política de gobierno sustentada por el Proceso de Reorganización Nacional pudo
materializarse por la ruptura de la alianza implícita que existía entre el capital industrial y la clase obrera y que había significado hasta
entonces el sustento inestable del esquema burgués parlamentario.
2) La política económica implementada a partir de 1976 y las transformaciones operadas en la estructura económica, no solo
continúan sin que determinen el desarrollo y desenvolvimiento de toda la vida social, sino que la aristocracia financiera nativa,
constituye un sector altamente centralizado que maneja los principales resortes de la acumulación del capital en nuestro país. El
capital monopolista fue evolucionando de acuerdo al desarrollo de las fuerzas productivas locales, fortaleciendo y consolidando la
base de sustentación del proyecto general de la burguesía como clase. Dicha evolución llega hasta la era del monopolio ya maduro,
que es capaz de salir al exterior del país a competir con otros monopolios, llegando incluso hasta radicarse en otros territorios.
Además, usa para su estrategia el poder del Estado como medio vital para conseguir sus fines.
3) El proceso de concentración de medios de producción y centralización de capitales fue reforzándola hegemonía de la
aristocracia financiera bajo las actuales relaciones de poder. De esta forma, el desarrollo de una burguesía con un férreo control
monopólico sobre la sociedad, expresa la forma en que las fuerzas productivas se desarrollaron. Esto determina que su proyecto
económico se haya convertido en el único proyecto viable para Argentina. Sin embargo, la actual disgregación de la clase política
refleja precisamente la existencia de intereses enfrentados. La sola base común para todas estas fracciones no es la construcción de
un proyecto coherente de futuro, sino la defensa frente a la amenaza de los asalariados.