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TECNOLOGÍA EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL: EL RADAR

TECNOLOGÍA EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL:


EL RADAR

ANTECEDENTES

Durante los primeros años del siglo pasado, la detección de amenazas aéreas se basó en
la observación visual y en el uso de dispositivos localizadores por sonido.

Estos últimos ingenios eran simples amplificadores acústicos compuestos por un


receptor y un concentrador. Gran Bretaña, debido al impacto psicológico, que no
material, causado por los bombardeos a que se vio sometida durante la Primera Guerra,
los utilizó en gran profusión, instalando una red fija de espejos acústicos en sus costas.
Éstos consistían en un sector parabólico construido en hormigón y con dimensiones
típicas de la decena de metros. El sonido recibido se concentraba en el foco donde por
medio de un tubo acústico era guiado hasta el escucha.

Un efecto no contemplado en su diseño fue la falta de selectividad, amplificando


correctamente el ruido de los motores de aviación pero también el graznido de gaviotas,
balidos y el tintineo del carrito de la leche entre otros muchos.

El alcance de este sistema en condiciones óptimas (que ocurrían raras veces) no iba más
allá de los 25 km, lo que daba, en un raid sobre Londres, un tiempo de reacción de unos
30 minutos en 1920 cuando la velocidad media de una potencial amenaza era de unos
200 km/h. A finales de los años 30, este tiempo se había reducido considerablemente
como consecuencia del aumento de la velocidad de vuelo de los aviones.

Existían versiones móviles más pequeñas que permitían localizar la fuente sonora, para
así iluminarla mediante focos y dirigir la artillería antiaérea. Su forma, en los modelos
más antiguos, recordaba a baterías de gigantes trompetillas para sordos. Con objeto de
aumentar su eficacia, en ocasiones eran operados por ciegos con un sentido del oído
más entrenado.

Aunque a finales de los años 30 estos sistemas estaban ya obsoletos, se mantuvieron en


activo durante la 2ª Guerra Mundial. De hecho, los EEUU siguieron desarrollando y
desplegando estos localizadores con objeto de confundir a la inteligencia enemiga y
desviar su atención de los sistemas electrónicos de detección y apunte más avanzados,
que mantenían en el mayor secreto.

Otro de los métodos ensayados durante el periodo de entreguerras fue la detección por
calor, pero no supuso ninguna mejora sobre los sistemas acústicos.

En este contexto se sitúa el protagonista de esta nota; un sistema activo a diferencia de


los anteriores (es decir, además del receptor era necesario un emisor) conocido
universalmente por sus siglas americanas: el Radar, acrónimo de RAdio Detectión And
Ranging (Detección y Medición de Distancias por Radio).

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LOS INICIOS

Pocos inventos tienen una paternidad tan discutida y marcada por tintes patrióticos.
Dejando de lado nacionalismos, la idea se puede rastrear hasta los padres del
electromagnetismo, Maxwell y Hertz, que en la segunda mitad del siglo XIX
reconocieron la posibilidad de detectar la presencia de un objeto por su perturbación en
las ondas electromagnéticas.

En 1904 se concedió una patente a Christian Hüsmayer por su Telemobiloskop o


“dispositivo para detección de objetos lejanos”.

En los años siguientes, personajes de la categoría de Tesla o Marconi fueron refinando


su desarrollo conceptual. Durante este periodo el US Naval Research Laboratory llevó a
cabo la detección de un barco al pasar entre un emisor y un receptor.

En 1930, de forma serendípica, el mismo laboratorio trabajando en el ajuste de unas


antenas detectó un cambio significativo en la calidad de la señal cuando un avión
cruzaba entre un emisor y un receptor. Algo semejante le ocurrió a un grupo de
ingenieros de Correos en Inglaterra; aunque el informe del suceso permaneció
desapercibido hasta un tiempo después. En 1935, Watson-Watt y Arnold Wilkins,
trabajando para el gobierno británico, detectaron el paso de un viejo bombardero en
unas pruebas. Para ello utilizaron una potente estación emisora de la BBC y un equipo
de detección móvil sintonizado con la frecuencia de la emisora. El experimento fue un
éxito y convenció al Gobierno para el desarrollo de un sistema de alerta basado en esta
tecnología.

No obstante, se reconocía que un sistema basado en emisión continua tenía desventajas.


La potencia era baja y aunque se lograba la detección era difícil obtener información
sobre rumbo, velocidad, etc. del blanco. Por tanto, a mediados de los años 30 comenzó a
trabajarse en radares de pulsos, que al concentrar la energía disponible en cortos
periodos de tiempo, aumentaban la potencia del haz electromagnético y por tanto el
alcance. En los periodos entre pulsos, el propio emisor podía hacer de receptor con lo
que se simplificaba el equipo, y con la medida del tiempo entre la emisión y recepción
del eco se obtenía información sobre la distancia al blanco. Básicamente el mismo
sistema desarrollado por la Naturaleza, al menos 50 millones de años antes, en los
murciélagos, pero usando ondas electromagnéticas en vez de sonoras.

LA GUERRA

En 1939, Inglaterra tenía desplegada una serie de estaciones de radar denominada la


“Chain Home” (CH) a lo largo de su costa oriental y meridional. Este sistema,
técnicamente simple, estaba compuesto por un grupo de torres, de unos 100 metros de
altura, que servían de soporte a las antenas emisoras y receptoras, permitiendo escuchar
en cuatro frecuencias distintas.

Fue utilizada eficazmente durante la Batalla de Inglaterra junto con la Sala de Filtrado.
Ésta era un centro de operaciones y coordinación donde toda la información se traducía,

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sobre grandes mapas, en una imagen clara de la amenaza real; pudiéndose así asignar
recursos (aviones de caza) para su neutralización.

Los ingleses pensaban que Alemania carecía de estas tecnologías, pero estaban
equivocados. Los investigadores alemanes se habían centrado en longitudes de onda
más cortas (frecuencias mayores) y en ese momento poseían equipos muy superiores
(durante el transcurso de la guerra, al considerar el radar como un elemento defensivo,
opuesto a la mentalidad de Blitzkrieg, perdieron la ventaja).

Al comenzar la guerra, Alemania disponía de tres sistemas de detección:


• Seetakt: de aplicación naval y diseñado para la detección y medida de distancias
a blancos u obstáculos.
• Freya: un radar de pulsos, móvil y orientable, con una función similar a la CH.
• Wuerzburg: también de pulsos pero utilizado para el apunte.

Tanto en Estados Unidos como en otros países se realizaban investigaciones, pero a un


paso más lento.

Con la operación del radar se evidenciaron deficiencias que se fueron subsanando a lo


largo de la contienda. Una, fue la necesidad de discriminar entre los ecos producidos por
los blancos enemigos y propios, de la que surgió el sistema IFF (Identification, Friend
or Foe; identificación, amigo o enemigo). Inicialmente un simple transpondedor que
emitía un pulso de alta intensidad al recibir la señal de radar adecuada, permitiendo de
esta forma su identificación por el operador. Otra fue la manera de representar la
información, pasándose de la simple presentación de los ecos en un osciloscopio a la
hoy habitual representación sobre una pantalla circular, barrida por un radio que
muestra blancos y obstáculos.

A principios de 1940, en Inglaterra se produjo un gran salto técnico con la invención del
magnetrón de cavidad resonante, que multiplicó por mil la potencia en la generación de
microondas. Estando Inglaterra ahogada por el acoso alemán, y siendo Churchill
consciente de la necesidad de apoyo científico, técnico y productivo, solicitó ayuda a
EEUU y como muestra de buena voluntad “puso las cartas sobre la mesa”,
proporcionándoles sus más secretas tecnologías, entre ellas la del magnetrón.

A lo largo del conflicto se perfeccionaron los equipos y junto a los sistemas terrestres de
detección y apunte se diseñaron versiones navales y aerotransportadas, siendo estas
últimas las más notables.

Los sistemas de detección terrestres eran capaces de situar los cazas en las proximidades
de las aeronaves enemigas, pero quedaba pendiente resolver el problema de la
intercepción final cuando no se podía establecer contacto visual. Surgió un nuevo tipo
de avión, el caza nocturno, caracterizado por un espinoso conjunto de antenas en su
morro. Para compensar la penalización en actuaciones derivada de la instalación del
radar y la baja precisión de los mismos, estos aviones solían ser bimotores con una
potencia de fuego frontal muy elevada.

Otro estímulo para el desarrollo de versiones de radar aerotransportado fue la guerra


submarina. En este caso, los requisitos de la misión exigían un mayor alcance junto con
una capacidad de detección lateral que permitiera la localización de blancos (U-boats)

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sobre la superficie. Su contribución a la victoria en la Batalla del Atlántico está fuera de


toda duda.

Una tercera variedad aérea fue consecuencia del análisis de las misiones de bombardeo
nocturnas, que demostró que la mayor parte de las incursiones erraban el blanco en
varios kilómetros, pese a que los pilotos aseguraban acertarlo en un 75% de las
ocasiones. El radar se adaptó para representar el terreno y fue instalado en aviones
exploradores que señalaban los blancos con bombas incendiarias.

Naturalmente, se intentaba contrarrestar los avances logrados por el bando contrario,


dando lugar al inicio de la guerra electrónica. La forma más habitual fue intentar saturar
los equipos contrarios emitiendo en sus mismas frecuencias con mayor intensidad o
creando falsos ecos. En este último caso, ingleses y alemanes idearon simultáneamente
el sistema actualmente conocido como chaffs, que consiste en la suelta de grandes
cantidades de tiras de papel metalizado para que reflejen los pulsos de radar.
Curiosamente ni los unos ni los otros lo utilizaron durante gran parte del conflicto; y
ambos por el mismo motivo: temían que al darlo a conocer al enemigo, éste lo volvería
en su contra.

No siempre reconocido por el público, el radar fue actor principal de la guerra,


contribuyendo en gran medida a la victoria aliada, eso sí, sin la espectacularidad del
recién desarrollado armamento nuclear.

ANECDOTARIO

Una descripción detallada de la guerra electrónica en esos años queda fuera del alcance
de este artículo, pero sí se ha considerado conveniente incluir una serie de hechos
curiosos relacionados con la misma:

• Las instalaciones de la CH inglesa eran de sobra conocidas por los alemanes,


pero afortunadamente para aquellos el sistema era muy diferente al germano. Así
cuando en las semanas previas al conflicto éstos realizaron varios vuelos con
dirigibles equipados de sensores electrónicos sobre las costas inglesas, no se
buscó en la gama de frecuencias correspondiente a la CH (aunque ésta si detectó
a los zepelines). La función de la CH permaneció ignorada y se vio libre de un
intento serio de destruirla.

• En diciembre del 41 la historia podría haber cambiado ya que las instalaciones


de radar americanas detectaron las señales correspondientes a las oleadas de
aviones enviadas por Japón contra Pearl Harbor en Hawai, pero fueron mal
interpretadas y confundidas con aviones propios.

• Durante un tiempo los aliados no permitieron el vuelo sobre territorio alemán de


equipos que portaran el magnetrón. Temían que si el avión era derribado,
realizando ingeniería inversa, los alemanes pudieran crear contramedidas y/o
reproducir el equipo. Así ocurrió en 1943, cuando los alemanes recuperaron uno
de estos dispositivos de los restos de un avión derribado sobre Rótterdam; pero
ya no tuvieron la capacidad de crear una versión operativa antes del final de la

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guerra. Por cierto, este dispositivo en la actualidad se encuentra presente en


muchas cocinas, siendo el corazón del los hornos de microondas.

• Al final de la guerra, la CH se encontraba obsoleta. Sin embargo, se utilizó para


detectar los lanzamientos de las V2 desde el continente. La única defensa,
debida a la imposibilidad de interceptarlas, era estimar la zona de caída y tomar
algunas medidas paliativas rápidas (como el cerrado de compuertas de canales)
que pudieran minimizar los daños.

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