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“CUANDO HEMOS FRACASADO, ¿QUÉ SIGUE?

(LA RESPUESTA DE DIOS A


NUESTROS FRACASOS) – K. P. YOHANNAN”

Introducción

Cuentan la historia de un hombre cuya memoria estaba fallando. Fue al doctor buscando
tratamiento. Después de que este había completado varios análisis, la conclusión del doctor fue,
“Quiero ayudar, pero en mi opinión, tenemos solamente una opción. Puedo hacerle una cirugía
para prevenirle de que continúe perdiendo la memoria, pero necesita saber que en el proceso
podría perder la vista”.
Entonces el doctor le dio tiempo a su paciente para que pudiera decidir si él quería llevar al cabo
el tratamiento. Al regresar el doctor, el hombre que estaba buscando ayuda le respondió, “He
pensado en esto y he decidido no tener la cirugía. Quiero preservar la vista en vez de la
memoria. Prefiero ver adónde voy más que recordar donde he estado”.

¿Cuántos de nosotros hemos deseado desesperadamente olvidarnos por completo


de nuestras faltas del pasado? Muchos no experimentamos el gozo a plenitud
porque aún estamos aferrados a los pecados del ayer.
No podemos cambiar el pasado no importa cuánto lo deseemos. Podemos, sin embargo,
aprender de él.

Cada mañana que te levantas a un nuevo regalo, al regalo del hoy. Sí, aprende del pasado, pero
también déjale ir, y entonces abraza el hoy. Porque el hoy está lleno de esperanza.

Capítulo 1: Hay esperanza

Hay esperanza para el que ha caído. Nuestras caídas no son sorpresa para Dios. Él conoce, con
mayor entendimiento que nosotros, la creación que hizo.
Y tal Dios, que ve nuestros pecados, también sabe Su propósito para nosotros.

Lo que revela la historia

En la Biblia, Dios nos relata historias completas de gigantes espirituales, a


través de quienes trabajó—Moisés, Elías, David y muchos más—así como
eran, con todos sus defectos. Él no hizo un retoque en los aspectos negativos
ni utilizó PhotoShop para presentarlos con una mejor apariencia.
Mira a Moisés. Abandonado al nacer y luego rescatado por la hija de Faraón. Él fue
criado por una familia poderosa e influyente. Como adulto, su corazón estaba
apesadumbrado por su gente, y habló en contra de la cruel esclavitud impuesta sobre los
hijos de Israel. Desafortunadamente, “arruinó” lo que sintió había sido el llamado de Dios
para su vida al matar a un hombre y posteriormente desperdiciar 40 años ocultándose en
el desierto.
40 años es un largo plazo para contemplar los errores. Cuando finalmente Dios vino a
ofrecerle una esperanza y mostrarle Su plan de rescate, Moisés respondió que Dios estaba
cometiendo un error y que debería buscar a otro (Éxodo 4:10, 13).

Elías—el gran profeta de Dios—era uno que, en un tiempo de angustia terrible,


simplemente dijo: “Quiero morir” (1° Reyes 19:4). ¡Qué tristeza!
David es otro ejemplo típico. Este pastorcito que se convirtió en el rey pareció caer de la
peor forma de todas. El héroe nacional que empezó tan bien, ungido por Dios y
considerado un hombre según Su propio corazón, cayó en adulterio y después mató al
esposo de la mujer para encubrirlo (2° Samuel 11).

La lista de nombres en Hebreos 11 subraya esta verdad. En este pasaje, hombres y


mujeres de gran fe son reconocidos—aquellos que el Dios Todopoderoso aprobó.
Sin embargo, uno podría asombrarse al descubrir que muchos de ellos fueron
restaurados espiritualmente después de una caída como el engaño, borracheras,
adulterio, idolatría y asesinato.

¿Porque Dios nos muestra los defectos de estos grandes líderes? ¿Puede ser que
Él quiera que sepamos que, a pesar de nuestros fiascos, Él todavía puede hacer
algo glorioso de nuestras vidas?

Considera a Jacob. Desde su nacimiento, Dios le dio la promesa increíble que él sería
bendecido y que su hermano mayor le serviría. Con esta clase de seguridad divina,
parecía que Jacob se convertiría en un santo perfecto. Por otro lado, se convirtió en un
delincuente que le mintió a su propio padre, le robó la bendición y vivió una vida llena de
engaño. Jacob terminó malgastando 20 años de su vida.
Yo considero su biografía como una de las más interesantes. Aquí está la
razón:
Numerosas veces en la Biblia, Dios le recuerda a su pueblo que Él es “el Dios de
Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob” (Éxodo 3:15). De hecho, en este mismo
versículo, Dios dice, “Este es mi nombre para siempre, este es mi memorial por todos los
siglos.”
Al final del viaje de Jacob, Dios le cambió el nombre, que significa “engañador”, a
<Israel>, que significa “Príncipe de Dios”. Entonces, ¿por qué no dice, “Yo soy el Dios
de Abraham, de Isaac… Israel”? ¡Qué extraño! ¿Por qué asocia Su nombre con el de un
tramposo que desperdició dos décadas tratando de seguir su propio camino?

A través de Su nombre, Su propia identidad, Dios quiere decirnos “Todavía soy el Dios
quien convierte a los fracasados en príncipes de Dios. Todavía soy el Dios que utiliza las
vidas arruinadas—personas con múltiples divorcios, con cuerpos enfermos por el pecado,
en prisión por décadas, catalogadas como perdedores, locas que nadie quiere, excluidas
sociales sin esperanza—y las cambia de algo hermoso”.

Belleza por cenizas

La nación de Israel estaba prometida en matrimonio a Dios, pero le ofreció su belleza a


cualquier amante que pudiera encontrar, de esta manera abandonando a su pretendiente
verdadero. Cuando leemos Salmo 78, se demuestra una y otra vez la fidelidad de Dios en
contraste con la infidelidad de Israel. A pesar de su idolatría y el ofrecimiento terrible de
los sacrificios humanos, Dios no dejó a Israel para siempre.
¿Qué dice Dios de ella? (Jeremías 3:1). En vez de abandonar a Israel por sus
innumerables pecados, Él declara que hay esperanza, diciendo (Oseas 2:14-15). Son
palabras misericordiosas del Dios viviente acerca de Su pueblo adúltero.

Hoy hay una puerta de esperanza. Dios es el Salvador original y mejor. Y por todos aquellos que
quieren ser rescatados, Él está dispuesto.

No hay pecado, que Dios no pueda perdonar,


No hay pérdida, que Él no pueda restaurar.
No hay herida, que Él no pueda sanar.
No hay distancias, que Él no pueda alcanzar
No hay nada—absolutamente nada—
Que pueda impedir Su misericordia y Su amor por ti.
Si aún tienes aliento, hay esperanza.

El ladrón en la cruz confesó que había fracasado lamentablemente y admitió que merecía
la muerte horrible que estaba experimentando. Todo estaba definido para él — el infierno
esperaba con su boca abierta para devorarlo. Por lo menos eso era lo que él creía. Pero
porque confesó, y por la gracia maravillosa de Dios, pudo entrar en el paraíso con el Hijo
de Dios (Lucas 23:43).
Nunca es tarde. Dios no está enojado contigo. De hecho, Él está a favor de ti. No te des
por vencido. Poderoso en salvación y fiel en amar es Él (Sofonías 3: 17-19). Es a los
mismísimos que conocen el dolor del fracaso personal que Él viene y extiende la
esperanza (Isaías 61:1-3).

Quizás te apartaste del Dios que amabas. Quizás hayas regresado a un pecado
del pasado que pensaste que ya habías superado. Puedes estar viviendo con
memorias dolorosas de lo que una vez fuiste, o simplemente te sacudes la
cabeza a un pecado que parece resurgir frecuentemente.

Capítulo 2: ¡No puedo creer que yo hice eso!

(Lucas 22:54-61). Qué momento tan horroroso debió ser eso. El Hijo de Dios había escuchado
calientitas las palabras de negación de Pedro, y después de escucharlas, Jesús, el prisionero,
volvió y miró derecho a Su discípulo.
Qué espantoso el cambio de los acontecimientos para Pedro. Ni en su sueño más loco se hubiese
creído capaz de hacer lo que acababa de hacer. Sabemos que esto fue traumático para él, porque
el pasaje bíblico reporta que (v.62).

Es probable que puedas recordar un tiempo en tu propia vida cuando lloraste amargamente por
algo. Como Pedro, aquello que pensabas que nunca te podría pasar sucedió efectivamente,
dejándote con vergüenza… en confusión… incómodo… con miedo… con sentimientos de
culpa.
Quizás fue un divorcio que te sacó de tu punto de equilibrio o un matrimonio que atravesó un
período estresante. Tal vez fue un negocio que no resultó, lo cual causó tanta zozobra en tu vida,
o una relación importante en la cual fallas en la comunicación y sentimientos lastimados se
apoderaron. ¿Podría haber sido creer que decepcionaste a alguien importante, incluso a ti
mismo? Sientes que te has quedado corto en las expectativas personales. Fuera lo que fuera, no
pudiste creer que te estuviera pasando, de todas maneras no a ti.

Por cierto, las palabras previas de Pedro (Lucas 22:33), regresaron a burlarse de él. Cada uno de
nosotros comenzamos la vida con deseos, ambiciones y sueños, además del empeño y la
dedicación iniciales de alcanzarlos. Pero en algún lugar a lo largo del camino, ya sea por nuestra
propia decisión deliberada o por las circunstancias externas, estas aspiraciones se desbaratan
delante de nosotros, derrumbándose en nuestras manos.
Allí nos sentamos en las ruinas, recreando las variadas escenas destructivas y quejándonos en
los momentos apropiados, “¡Ojalá que eso no hubiera ocurrido!” El remordimiento consume
cada pensamiento mientras que luchamos a levantarnos con rodillas debilitadas por nuestras
propias decisiones.
De esta manera pensaba Pedro. Más temprano había anunciado triunfalmente que Jesús era el
Hijo del Dios viviente. Si, Pedro era uno de los en el “círculo íntimo” de los más cercanos a
Jesús. Había caminado milagrosamente sobre el agua. Y Cristo le habló a él acerca de la roca
sobre la cual iba a construir Su Iglesia.
Pero acababa de negar a Aquel que antes había declarado ser el Mesías, al hombre que Pedro
había dicho que seguiría hasta el fin aunque le costara la vida. ¡Qué fanfarrón!
Jesús había escuchado con sus propios oídos las fuertes declaraciones de la negación de Pedro.
¿Cómo le pudo pasar esto… a Pedro?

¿Cómo pudo pasar esto?

Todos hemos tenido esos sentimientos. Pensamos, “¿Cómo pude hacer eso? Yo sé más que eso.
Ya debería haber aprendido.” Muy dentro de nosotros tenemos la defensa de que somos mejores
que la equivocación que hemos cometido.
Aun el peor criminal tiene toda clase de razones y explicaciones por el lío en el que se encuentra
metido.

Aunque tratemos de racionalizar y minimizar nuestros fracasos, la culpa roe nuestro corazón.
Nos hundimos al considerar lo que hemos hecho. Sin embargo, como seguidores de Dios,
sabemos que al arrepentirnos podemos experimentar de primera mano su misericordia
maravillosa. ¿Entonces por qué experimentamos esta sombra sobre nosotros?

Roy Hession lo pone bien claro en su libro <Cuando lo vi>: “Si usted está todavía lamentándose
y culpándose a sí mismo, no es porque Dios lo esté culpando; Él ha puesto la culpa en Jesús. Eso
solo puede ser debido a una de dos cosas. Ya sea que no se haya arrepentido de verdad, o, lo
más probable, usted está lamentándose por su justicia perdida. Quizás siente que, habiendo
estado salvo por tanto tiempo, usted no debería estar errando como lo está…. Usted está en
efecto diciendo, “Ay, mi justicia perdida”. Eso no es otra cosa que el orgullo”.
Jesús ha tomado nuestra culpa, los cargos en nuestra contra, el dolor de nuestro fracaso.
¿Entonces por qué estamos tan enfermos por nuestro fracaso? Porque pensamos que éramos
mejores. Nos causa remordimiento que nuestra “tarjeta de calificaciones” no muestre todos los
‘buenos puntos’ que queremos que los otros miren.
Pero todos los mejores ‘buenos puntos’ denuestra propia justicia solo llegan a ser ‘trapo de
inmundicia’ (Isaías 64:6). Nunca serán algo que queramos mostrar.
La única justicia con méritos para demostrar es la justicia de Jesús que tenemos a través de Su
sangre preciosa y poderosa.
¿Si lo que nos agarramos es los trapos de inmundicia, por qué seguimos agarrándolos? ¿Por qué
lloramos por su pérdida? ¿Seremos como el criminal que hasta el final estimó y se aferró a ‘su
propia justicia’, aunque obviamente no había nada de la cual podía jactarse?
(Filipenses 3:8-9). Dejemos nuestros trapos atrás y agarrémonos a Sus riquezas.

Lloró amargamente

Regresemos a Pedro—no es nada sorprendente que este gigante de la fe corrió, dejando de lado
cualesquier brazos abiertos que pudieran detenerlo, hacia un lugar en las afueras donde él pudo
llorar a corazón abierto. El llorar puede ser terapéutico. Las lágrimas genuinas de un niño malo
usualmente le tocan el corazón a un padre cariñoso.
Cuando estamos realmente entristecidos por lo que hemos hecho que hiere el corazón de nuestro
Salvador, esas lágrimas pueden guiarnos al arrepentimiento.
Estar vulnerables a través de ellas puede ayudar a llevarnos al lugar donde podemos mirar a
Jesús a los ojos, sabiendo que Él miró y escuchó todo, y decirle qué arrepentidos estamos.
Por desgracia, Judas no comprendió esta verdad. Las Escrituras reportan que el “volvió
arrepentido las treinta piezas” (Mateo 27:3). Desafortunadamente, en vez de ir a su Padre
celestial, salió, “y fue y se ahorcó” (Mateo 27:5).
Si nunca le has pedido a Jesús que sea el Señor de tu vida, Él te está esperando con los brazos
abiertos. Él anhela perdonar todo lo que hayas hecho antes y abrazarte.

Él ve tu dolor. Quiere secar tus lágrimas y permitirte que comiences de nuevo. No endurezcas tu
corazón como Judas y no se vayas.
Simplemente cree que Jesús es el Hijo de Dios, quien nunca pecó, quien murió por las
consecuencias de tus pecados y resucitó para brindarte la vida eterna. Pídele a Jesús que perdone
tus pecados; luego compromete tu vida y todo lo que tienes a Su cuidado y dirección.

Sus capítulos finales

Lo que parece como una vida que estaba perdida, llegó a ser un rayo de luz para muchos.
Para Pedro, en el momento en el cual sus ojos se encontraron con los de Jesús, él no sabía cuál
sería el final de su propia historia. No podía comprender la manera increíble de la cual Jesús
resucitaría de los muertos. Él no podía vislumbrar su propia restauración llevándose a cabo en
una playa de Galilea unas semanas más tarde. Él todavía no estaba listo para imaginarse el
crecimiento maravilloso de la Iglesia del N.T. y el papel estratégico que le tocaría hacer en esa
narrativa. Todo lo que sabía en ese instante era qué perdido estaba espiritualmente.

Quizás todo lo que ves ahora sea tus propios fracasos. Pero al pedirle a Dios Su perdón, Él ve Su
justicia perfecta cuando te mira. Él ve el final hermoso de tu historia – todavía no se ha
terminado. Esos capítulos finales todavía tienen que ser escritos. Jesús te está diciendo: “¡Tu
historia no está de ningún modo terminada!”.
Innumerables veces el Maestro Alfarero ha mostrado Su gran habilidad al reparar estas vasijas
como expresiones de Su gloria.
¿Crees que Aquél que hizo esto por Pedro hace más de 2000 años, puede hacer lo mismo por ti
hoy? Aquél que lo hizo entonces, todavía lo puede hacer ahora. Lo que hizo por otros, lo hará
por ti. Da ese paso: Cree en Él.

Capítulo 3: No hay tal cosa como “segundo mejor”

Muchas veces me paraba allá fascinado cuando él tomaba un montón de arcilla y


empezaba a darle vueltas en su rueda. Pronto eso que no tenía forma se convirtió
casi mágicamente en una vasija hermosa y útil.
Frecuentemente observaba que la que él estaba creando se estropeaba. Pero a
pesar de eso, el alfarero nunca estaba tan desilusionado como nosotros. Conocía
bien su oficio. Simplemente quitaba la pieza de la rueda, amasaba la arcilla y
comenzaba de nuevo.
En cada ocasión me parecía que la nueva creación sobrepasaba la que había
intentado hacer antes.

En el capítulo 18 de Jeremías, Dios le dijo a Su profeta que observara esta misma rutina.
Entonces Dios habló a través de Su siervo, diciendo (v.6).
Estas palabras tenían la intención tanto de una advertencia como también de un mensaje de
esperanza que aunque se hubiese fallado repetidamente, Dios todavía podría hacer algo hermoso
de esta nación.
Todos nosotros hemos estado en la rueda de Dios sólo para ser quitados y restaurados en varias
ocasiones.

¿Quién no se puede identificar con estas líneas?


Cuando Dios quiere moldear al hombre
Moler al hombre
Equipar al hombre
Cuando Dios quiere moldear al hombre
Para que haga el papel más noble;
Cuando Él desea con todo Su corazón
Crear a un gran y valiente hombre
Para que todo el mundo se admire
¡Observe Sus métodos y cómo lo hace!
Cómo Él perfecciona implacablemente
A quién a la realeza elige!
Cómo Él lo golpea y lo hiere,
Y con fuertes golpes le convierte
En formatos de prueba de barro
Que solo Dios entiende;
Mientras su corazón torturado llora,
Y ¡con manos levantadas implora!
Cómo Él dobla pero nunca rompe
Cuando a su bien Él se compromete
Como usa a quién escoge,
Y con cada propósito le fusiona;
Por cada acto le induce
A que pruebe Sus esplendores –
Dios sabe Sus razones.

Sin embargo, seguido nos peleamos con el alfarero, algunas veces pecando dolorosamente en el
proceso. Con más frecuencia de lo que estemos dispuestos a admitir, nuestras fallas han sido
expuestas en el proceso prolongado, de cambiarnos en lo que Dios tiene en mente.
Nos encontramos pensando cosas como, “¿Cómo continúo cuando sé que estoy cosechando
justamente lo que he sembrado? ¿Qué pasaría si me enfermara físicamente por razón de mis
pecados (Salmos 32:3-5)? No le puedo pedir a Dios que me sane porque sé que esto es un
camino que he escogido caminar rebeldemente. Cuando estoy en la quiebra, cuando caiga al
suelo, ¿qué me queda?”

Desafortunadamente, nuestros pensamientos entonces nos llevan a: “He arruinado mi vida. Las
cosas nunca serán igual. Nunca seré lo que Dios quería que fuera, ¡no de la forma que he fallado
esta vez!” Estas son las consideraciones de ser relegado a “segundo mejor”.
Probablemente los mismos pensamientos y emociones desesperadas marcaron a Adán y Eva
después de escuchar las palabras, “Deben abandonar el Edén”, sabiendo que el Paraíso se había
perdido en sus manos… lo mismo para Sansón cuando fue capturado y cegado por los
filisteos…

Esto es cuando precisamente el diablo implementa una de sus estrategias malignas. El enemigo
realmente no está tan preocupado por nuestros pecados, pero en cómo. Su intención es que a
través de nuestra caída, simplemente nos demos por vencidos. Así que busca desalentarnos al
punto en el cual perdamos toda esperanza y hasta el deseo de continuar.

Cuando miro hacia atrás a las experiencias pasadas cuando sabía que había
fracasado, parecía que el diablo siempre se aparecía rápidamente, tratando de
hacer que mis caídas lucieran peor en mi mente de lo que realmente eran. “Eres un
caso perdido,” el susurraba, intentando ahogarme en el desaliento. Porque él es
(Apocalipsis 12:10).
Muchas veces cuando he fracasado, me he sentido que debería solo “tirar la toalla”.
Renunciar. También me he sentido como el peor esposo o el padre menos adecuado.
En secreto, he deseado que fuese otro el que tomase mis responsabilidades, porque
yo ciertamente no creía que estaba haciendo un buen trabajo.
En tales momentos cuando más necesitaba esperanza, el enemigo se deslizaba
silbando que la esperanza estaba perdida: “Nunca más habrá esperanza. ¡No
después de lo que tú hiciste!”
Pero recuerde que este maligno es un notable mentiroso (Juan 8:44). Si tontamente creemos las
falsificaciones del diablo, ciertamente nos daremos por vencidos.
Pero si lo resistimos y alzamos nuestros ojos a la fuente de nuestro socorro, experimentaremos la
restauración de ánimo que solamente puede venir de Dios.
(2° Corintios 4:18).

El deseo de Dios es que a través de los fracasos le permitamos que nos convierta en vasijas
útiles que sobrepasan la belleza que antes teníamos. Pero esto no significa que tengamos que
mirar a nuestras vidas como si hubiéramos aceptado lo segundo mejor de Dios. Según el modo
que Dios lo ve, nuestros fracasos no requieren que vivamos por el Plan B en vez de la primera
opción del Plan A.
Es verdad que el pecado nos cuesta. Pero eso no impide que Dios haga lo que quiere hacer a
través de las vidas de Sus hijos. Dios permanece por siempre dispuesto a cumplir Su plan
perfecto para nosotros.

Dios ve el final desde el principio y conoce todas las cosas aun antes de que nosotros entremos
en escena. Su plan perfecto sigue.
¿Fue el diablo el que introdujo ese concepto de reducirlo a “segundo mejor”? Dios se encarga
de cambiar a los fracasados en demostraciones bellas de Su gracia y misericordia.
Sus maneras son superiores a las nuestras. Sus propósitos originales para nosotros no se han
perdido.

La próxima vez que parezca que la oruga y la langosta se han comido la vida productiva que
antes conocías, levante el rostro (Joel 1:4). ¡Aunque dudes quién sea y cómo actuó, por favor no
dudes quién es Él y cómo Él actúa!
Cuando te levantes ante los escombros de lo que antes era tu hermoso mundo, buscando la
fortaleza para continuar, sepa que esto no es el fin.
Cuando las tormentas inesperadas de la crítica severa, difamación o aun estar en la lista negra te
debiliten –escucha verdad: la esperanza permanece.
La próxima vez que fracases y te preguntes si acaso Dios todavía puede hacer algo – de tu vida,
algo mejor que antes; necesitas saber que la respuesta es 1000 veces ¡SI! Confiado en Sus
habilidades, Dios es completamente capacitado para hacer todo mejor.
Nunca dudes de la habilidad del Divino Maestro Alfarero para bellamente formar de nuevo las
piezas defectuosas. Lo ha estado haciendo desde el principio de la historia.

Capítulo 4: Generaciones rehechas


(ME QUEDÉ EN LA PÁG. 38)

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