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EL ANTIGUO ARCHIVO

DE MONTEHANO

Algunos amigos míos, que han sabido lo afortunado que he sido


en el hallazgo de documentos relativos a lo que reza el epígrafe a
estas líneas, han me pedido los haga públicos, aunque sólo sea en
breves notas, y a sus deseos voy a condescender contando con la
amabilidad del Boletín de la Biblioteca Menéndez y Pelayo. Mas an­
tes, y a modo de introducción, séame permitido una corta explicación
que mejor dé a conocer el antiguo archivo monacal, hoy en el Ar­
chivo Histórico Nacional, signaturas 144 y 145. Santander, Hano.
Constaba aquél de tres partes bien definidas, a juzgar por su
indice: primera, documentos de interés general, muy dignos de ser
conocidos y estudiados por los aficionados a saber y escribir sobre
cosas de la Montaña; esta parte es la que se conserva íntegra, aun­
que desordenada. La segunda abrazaba dos secciones: i.a, Testa­
mentos y Memorias de obras pías fundadas en el vetusto cenobio,
y 2.a, informaciones de individuos que allí iban en busca de la burda
y austera vestimenta franciscana. J)e estas dos secciones se conser­
van casi todos los testamentos e informaciones a partir del siglo XVII,
o poco antes.
La tercera parte era de carácter íntimo y reservado, sin duda la
más interesante a los hagiógrafos franciscanos, la cual ha desapare­
cido, a excepción de dos documentos que explican la vida religiosa
que se llevaba en Hano por los años 1615 a 1680. ¿A qué fue debida
esta desaparición? Lo ignoramos, pero no estaría lejos de la verdad
quien sospechase que, al intentar el Poder civil incautarse del archi­
vo, los religiosos entregaron sus papeles a las llamas o los colocaron
— 7 —
en lugar seguro, que hoy desconocemos. ¿Qué importaba a aquellos
hombres profanos y profanadores del lugar santo y del santo dere­
cho de propiedad lo que ellos hacían o habían hecho durante las
cinco centurias, poco más o menos, que habitaron en el solitario
convento? Sensible pérdida que nos priva de poder narrar escenas
tan dulces y emocionantes como las que forman el áureo libro de
Florecillas de S. Francisco. Sin embargo, la pérdida no fué tan com­
pleta que hayamos de renunciar a reconstituir la vida monacal, aun­
que su archivo deje no pocas lagunas, que procuraremos llenar con
datos referentes a la materia y he aquí lo que contiene la Monografía
a la que siguen dos series de documentos.
En la segunda parte (Testamentos y testimoniales) somos parcos,
tal vez en demasía, reservando para la primera las páginas que gala­
namente nos ofrece esta revista. Como verá el lector, contienen ade­
más de la Monografía, el epígrafe de los documentos que existen en
el citado Archivo Histórico Nacional, y que nosotros anotamos, co­
piando de cada uno de ellos lo más sustancioso.
Con motivo de mi visita a dicho Archivo, contraje una deuda de
gratitud con los dignísimos jefes de él, D. Miguel Gómez del Campillo
y D. Marcos Asanza, fervorosos terciarios franciscanos: de ellos re­
cibí, no sólo las facilidades necesarias para el examen y copia del
tesoro confiado a su custodia, sino también toda clase de atenciones,
a que correspondo desde este lugar dándoles las más sinceras gracias,
que hacemos extensivas al Boletín de la Biblioteca Menéndez y Pe-
layo. Para todos las más cumplidas bendiciones del cielo.

Fr. S. de Santibáñez, ( ). M. C.

Montehano, enero 1925.


— 8 —

MONOGRAFÍA ¿OBRE EL CONVENTO DE HANO O

Un escritor del siglo XVII—1677—cuyos manuscritos se conser­


van en la Biblioteca Municipal de Santander (2), ocupándose de la
villa y convento objeto de estas líneas, escribe:
«Las Cartas de mareantes del siglo XVII dicen que la villa y
puerto de Escalante se halla a 43o y 41' de latitud y 13o 18’ de lon­
gitud, ignorándose cuándo ni quién le dió el privilegio de villazgo.
En esta villa y situado al O. de Santoña, se eleva un monte de figu­
ra piramidal de 222 varas—verdadera altura es 175 metros—sobre
el nivel del mar y rodeado por éste de dos canales procedentes de
la bahía de Santoña, forma un islote poblado hasta la cumbre de ár­
boles de encina, roble, agracio y abeto. A su falda está edificado el
que fué convento de San Sebastián de Llano, noviciado de aquella
()rden. Existen en la cima de este monte las ruinas de un castillo an­
tiquísimo compuesto de dos recintos; el exterior tiene 60 varas de lado
con cuatro torreones circulares y el interior conserva aún un lienzo
de muro de 30 pies de altura, indicando que en otro tiempo la tuvo
mayor: su posición es tal, que para llegar a él, es preciso asirse de las
peñas y del ramaje de los arbustos nacidos entre ellas. Algunos ma­
nuscritos antiguos atribuyen su fundación a los primitivos cartagi­
neses, juzgando otros ser de los cántabros, en aquellas edades en que
tan heroicamente rechazaron la dominación de los romanos. No es de
extrañar que al través de tantos siglos conserve señales tan manifies­
tas de su existencia, cuando vemos en pie la arquería de Mérida,
edificada por Augusto, y los puentes de Alcántara y Segovia, por el
Emperador Trajano». Hasta aquí el texto de los Lauros de Santoña,
una mano extraña ha escrito al margen del manuscrito: «sin negar
que hubiese castillo, el nombre de llano paréceme indica que allí
hubo un faro para guía de los navegantes, que aun hoy día suben

(1) El número al que precede la letra A se refiere al que lleva el Documento


en el Apéndice: los solos números es la llamada a la nota marginal.
(2) Santona o Santoña, sus hechos gloriosos, etc. Mans. de la Bibl. Mun. Santan­
der sgt. 19. Colecc. Pedraja.
— y —

por la ría de Santoña hasta Limpias.» Madoz, después de describrir el


abandonado convento, dice de su situación que «las buenas huertas
que rodean la casa, la excelencia de las aguas que brotan de su pozo
los bosques de olivos y encinas que le sombrean, el mar besando
cuatro veces cada día sus muros y el muelle perfectamente conservado
de 612 pies de longitud por 6V2de ancho, etc., etc., hacen en este sitio
la perspectiva más pintoresca de la costa y aún quizá de la pro­
vincia (1).»
De salamandra que se baña en el espléndido sol que inunda su
campiña califica D. Juan (jarcia a la villa de Escalante, y participan­
do de su fruición el convento que él vió desde los altos de Laredo,
«sobre un cinto sombrío de verdura levantado en la orilla del agua y
que parece recostado en un cerro... de rojas paredes, color maravi­
lloso de las torres granadinas y que como ellas dan vivido y caliente
tono al paisaje (2).
«Rodeado por la mar la santa casa, aislada y separada del mundo
de las gentes, azotados sus muros por las olas, como el alma por las
pasiones, pero arrimada al elevado monte para ampararse de él como
el cristiano de la cruz, parece destinada para meditar sobre las ver­
dades eternas, despreciando lo mezquino y terrenal (3).»
En 1887 tuvo Montehano la honra de recibir la visita del ilustre
Menéndez y Pelayo (D. E)., quien a su vuelta a. Santander escribió
un encomiástico artículo, del cual entresacamos lo que nos sirve para
darle a conocer:
«Ya habíamos embarcado en el bote que había de alejarnos del
convento: la santa mansión quedaba allí enfrente, sentada al pie del
monte, sola y callada, cercada de aquel cinturón de árboles que solo
crecen pegados a las paredes, sin que ninguno de ellos ose avanzar
un poco más como temerosos de perder el amparo de la fábrica ve­
neranda, árboles monjes que nunca suenan sus hojas, ni inclinan sus
ramas, ni coquetean con las aguas de los ríos asomándose a mirar
en ellas. Partícipes del espíritu de bien entendida caridad que vive
en aquel sitio, conténtanse con dar a sus dueños sombra, sin meter-

(1) Diccionario geográfico, etc., tomo VII, pág. 509.


(2) «Costas y Montañas», Amos de Escalante, pág. 94.
(3) Santuarios marianos de la Provincia de Santander, por don Manuel S. de To­
rreros, pág. 87.
lo —

se a darles rumores que distraigan el ánimo de su santo objeto y les


lleven a peligrosas vaguedades o les traigan a sus memorias munda­
nas de las que quedan siempre entre las hojas de los árboles (i).»
Elogios a estos semejantes hallará el lector en La Ilustración Ca­
tólica—1886—escritos por el Dr. D. F. Sánchez de Castro y en El
Mensajero Seráfico, publicados por el ilustrado canónigo de Soria
Dr. Menezo, que hemos de omitir aquí por no salimos de los límites
impuestos por la costumbre a esta clase de trabajos, pasando a tratar
de los orígenes del monasterio, materia sobre la que vamos a expo­
ner nuestro punto de vista, no exentos de los temores que inspira el
ir contra venerables maestros. La fundación de Hano: ¿a qué época
se remonta?
Fué tradición entre los frailes de Hano que la cuna de su monas­
terio se meció en los albores del siglo XIV y así lo consignaron en el
i.° de los Documentos de su Archivo (A. i.°); a pesar de eso, cuantos
escribiendo de cosas de la Montaña mencionan dicho monasterio,
dicen haber sido erigido en 1421 por D. Beltrán de Guevara, sin que
aduzcan pruebas de sus afirmaciones, pues el testamento de dicho
procer, publicado por el Boletín de la Biblioteca Menéndez y Pela yo,
año IV, núm. 4, no dice que fundó, sino que manda que su cuerpo
sea enterrado, cuando la muerte le acaeciese, en el eremitorio de
S. Sebastián de Hano, que es de la Orden de S. Francisco (A. i.° bis).
Note el lector cómo llama una docena de veces al monasterio eremi­
torio, y esta palabra, que para los ajenos a las cosas de la Orden será­
fica en aquellos tiempos nada o poco significa, para nosotros, que por
deber y educación las hemos tenido que estudiar a fondo, es toda una
revelación que nos confirma más y más en la antigua creencia (2).
Nacida y fomentada la división de la Orden entre celantes y miti­
gados de la pobreza y austeridad franciscana mediante la enérgica y
fogosa palabra de Fray Libertino de Casal (3), Nicolao IV y Celestino V

(1) Articulo publicado por D. E. Menéndez y Pelayo, en El Mensajero Seráfico,


1 887, pág. 172.
(2) No se nos oculta la poca fe que merece la afirmación del cronista monacal por
su notorio anacronismo, por eso recurrimos a otra clase de argumentos.
(3) El celebérrimo Casal comenzó sus predicaciones al finalizar el siglo XIII, se
le obligó retirar a la Alvermia, en 1304, donde estuvo hasta 1307, en que volvió a po­
nerse al frente del movimiento que tanto agitó a la Orden Franciscana medio siglo.
Durante estos años compuso su «Arbol vitae», que en España tenían los reyes de
11

dieron licencia a Fray Liberato (hoy Beato Liberato) y a Fray Angel de


Clareno para poder vivir en eremitorios libres de toda obediencia a
los superiores de la Orden, con facultad de recibir a su género de
vida a cuantos quisieran imitarlos. El Beato Liberato, defendiéndose
ante el Pontífice Juan XXII en 1317 de las calumnias de que eran
objeto por parte de algunos de sus hermanos en religión, le dice que
su antecesor Celestino los absolvió de todo vínculo de obediencia,
diciéndoles que quedaban sujetos a él y a Fray Liberato, a quien obe­
decerían como a él, y que a cuantos les preguntasen quiénes eran,
yzzz estis? ¿quiénes sois?, deberían responder: quod sumus pauperes
sive fratres heremitee, pobres ermitaños que hemos prometido y que­
remos guardar estrecha pobreza, viviendo en lugares desiertos (1).
Añade D. Beltrán que si vinieren frailes de otra Orden «que puedan
aver propio que ayan los dichos mili maravedíes».
La Orden Franciscana, en 1421 lo mismo que en 1441, fecha del
testamento, estaba formada por conventuales a quienes años después
—1493—Cardenal Cisneros impuso el despojo de sus propiedades
obligando a salir del reino a los que se opusieron a ello. No se nos
oculta que no todos los franciscanos habían doblado su rodilla ante
el becerro de oro, y que existían en la época de la supuesta funda­
ción—1421—casas parecidas a llano (2) mas éstas estuvieron su­
jetas al Venerable Pedro de Villacreces, y a su muerte a 8. Pedro Re-

Aragón por su lectura predilecta. Clemente V le hizo comparecer en Aviñón para ver
de dar fin a las discordias, y no habiéndolo conseguido le autorizó para hacer su paso
a los Benedictinos, entre quienes murió en 1330.
Nicolao IV, antes de subir al solio pontificio, había sido Ministro general de la < ir­
den franciscana, conocía su estado y cuando autorizó la vida de reforma individual-,
excusado será decir que fué después de intentar la colectiva. Estos datos los juzgamos
muy útiles para comprender lo que vamos diciendo.
(1) Absolvit nos coram ómnibus ah omni ordinis vinculo et obedientia dicens:
mihi soli volo quod obedire teneamini et fratri Liberato secut mihi: et ipse concedo quod
possit recipere omnes volentes paenitentiam et vitam, quam vos promisistis facere...
Praecipit quod interrogantibus nobis: qui estis «■ responderemus quod sumus pauperes
sive fratres heremitae promissam vitam pasaupertatum in desertis senvantes». Epist-
Ad Jom. XXII. Apud L’Idialisme Franciscain spiritual ari XVI, sicle por Fredegand
Callaey. Analist. FF. MM. Cap.
(2) La Aguilera, morada de San Pedro Regalado, Bebalcázar, donde murió el Ve­
nerable Juan de la Puebla, hijo de Alfonso Sotomayor, Conde de Bebalcázar, el cual
recibió de manos de Sixto IV el hábito franciscano en 1480. Este trajo la reforma ini-
I2

gañido, que a su vez pagó el tributo a la muerte en 1456. ¿Habrá


alguien tan erudito que sea capaz de probar que Hano tuvo relación
alguna con la obra de reforma de los citados religiosos?
Corrobora nuestro juicio la cláusula testamentaria de Fray Diego
de S. Antonio, ex Chantre de Lima y novicio de Hano (Apd.), quien
lega parte de sus bienes para que se construya iglesia nueva—la
actual fabricada en 1630—por no poderse reparar la vieja. ¿Qué
templo era el que levantó el opulento D. Beltrán, que a los doscientos
años está en ruinas, y ruinas tales que no admiten reparación por
viejas? Un poco posteriores son casi todos los templos de Siete
Villas, que hoy, como ayer, parecen desafiar a las injurias del tiempo:
¿solo el de Hano, que tiene por base inconmovible roca de granito,
careció de sólida construcción?
Añádase a esto la existencia del citado pleito sobre las rías a que
alude la carta (A. 33), y dígasenos si las pruebas de antigua pose­
sión debían ser leves, cuando tanto pesaron en el ánimo de los probos
magistrados valisoletanos que inclinaron el fiel de la balanza al lado
del Convento (1).
Por todas estas razones y hasta que otra cosa se nos pruebe, con
el respeto que nos merece D. Luis Salazar, a quien han seguido los
modernos escritores montañeses, creemos que el cenobio de Hano
debe su origen a religiosos celantes de la pobreza, quienes al amparo
de las Bulas de Nicolao IV y Celestino V, buscaron en la abrupta selva
de la Casa de los Guevara ya llevase en aquel entonces el título de
Ceballos, de Cavides, etc., lugar a propósito donde practicarla.
El cronista conventual nos dice que el verdadero fundador fué
«Pedro de Guevara (Embajador de los Chatólicos Reyes de Hespa-
ña, etc.,» y en esto hay manifiesto error, ya que los Reyes Católicos,
como se llama a D. Fernando y a D.a Isabel, son posteriores a la fe-
ciada en Italia por aquellos años y fué el continuador de la obra de los anteriores
Pedros. Sin un apoyo semejante hubiese perecido la iniciada reforma de Hano en su
cuna, dada la franca oposición de los conventuales al género de vida que aquí se
llevaba.
(1) E11 el legajo de escrituras al n.° 31, letra F, 2.a, hay el siguiente epígrafe:
«Autos y orden que vino de Madrid contra los regulares de la villa de Escalante en
Orden al Pleito que litigó con ellos sobre la Estacada». Buscamos con cuidado este
Documento anotado en el Indice, mas no pudimos dar con él. Pleito y sobre la Esta­
cada, ¿estará relacionado con la carta citada sobre el particular? Donde dice regulares
de la villa de Escalante, ¿no deberá decir regidores de...?
í

cha «de mil trescientos y cinco — en que dice—«donó la Hermita de


Sant Sebastián de Hano a los religiosos de Sant Francisco». ¿No
seria D. Pedro López de Ayala de la Casa de los Ceballos y Cavides,
con cuya nieta D.a Mencia casó D. Beltrán de Guevara, padre del
autor del testamento citado? (A. i.° bis). La manifiesta protección que
esta Casa mostró al convento pudo hacer creer al escritor que siem­
pre habían llevado el sobrenombre de Guevara, pudiéndose decir
otro tanto de los reyes sobre el título de Católicos.
Pudiera citarse contra la antigüedad que le damos, el silencio de
Fr. Bartolomé de Pisa, quien hablando de la provincia de Castilla,
asigna a la Custodia de Cantabria los conventos de Vitoria, Santan­
der (i), Medina de Pomar, Frías, Bermeo y Miranda de libro; nada de
Hano, omisión bien disculpable porque: ¿qué era éste al lado de los
citados conventos? Un grano de arena que pasa desapercibido, mayor­
mente cuando se escribía en aquellos tiempos —1399—faltos de la
comunicación que hoy tenemos y por añadidura a muchas leguas
del teatro en que se desarrollan los sucesos, objeto de sus narraciones.
Gonzaga, a quien con toda propiedad se le puede llamar especialista
en esta materia, tampoco está conforme con la indicada fecha 1421 y
cree que más bien fué el padre de D. Beltrán, del mismo nombre que
su hijo, autor del testamento citado, y esto ya es aproximarnos a la
fecha del cronista (2).
La primera donación de los Guevaras o Ceballos abrazó todo el
islote, mas habiendo crecido considerablemente la villa y necesitando
sus moradores de montes en que hacer leña, ya para sus viñas, ya
para sus cocinas, lograron la Rl’Executoria de que habla el n.° i.° bis,
quedando a los religiosos el derecho de proveerse de leña para
sus usos domésticos, lo que vinieron haciendo hasta mediados del

(1) Locum sanctae Anderiae..., lugar de Santa Andería...


Los franciscanos tenían tomada o copada toda la provincia santanderina; al E. de
la capital Laredo y Castro, al N. el Soto y Reinosa, al O. San Vicente de la Barquera
y en el centro Hano y Santander: ¿nos extrañaremos de su poderosa influencia en los
pueblos de la Diócesis?
(2) El citado D. Beltrán dice en su testamento que la pía Memoria que él fundó
en el monasterio de Santa Cruz, en las afueras de Escalante: «que esta dicha cape­
llanía después de mis dias sea tornada de Requien E la sirban En la yglesia de San­
tamaría de Consolación que vo fise en la puebla Descaíante*. Es decir, que declara
que fundó una iglesia, ¿y omite el monasterio? Es significativo este silencio,
— 14 —

siglo XVII, en que nacieron diferencias sobre el particular entre la


villa y el Convento, o por mejor decir, entre éste y algunos miembros
del Concejo. Los religiosos se quejaron al Real Consejo de Castilla
exponiendo sus derechos y este alto Cuerpo falló que podían seguir
haciendo lo que siempre hicieron (i).
Mandaba la Ejecutoria que los vecinos de Escalante pagasen el
tributo de una gallina y tres y medio maravedís al Convento, mas
no consta en los libros de cuentas que jamás saldasen ésta y si algu­
na vez los religiosos necesitaron de aves para sus enfermos, el «Be­
cerro» nos dice el precio a que religiosamente las pagaron.
Si la abrupta soledad de Hano fué causa ocasional de que los
franciscanos celantes de la pobreza eligieran este lugar, hubo otra
que no debió influir poco en la elección de sitio, nos referimos al
devoto santuario que aquí había dedicado a la Madre de Dios bajo
la advocación de Nuestra Señora del Monte. Nos habla de él el ilus-
trísimo Guevara, Arzobispo de Santiago de Chile (A. 18), el cual
dispone que cada sábado se le diga una misa cantada con ministros
en obsequio de la Purísima Concepción, a la que han de asistir todos
los religiosos, y acabado el sacrificio se ha de ir en procesión a la
ermita de Nuestra Señora del Monte, que está en la huerta de dicho
convento, cantando el himno de San Buenaventura de Conceptione,
etcétera... Fué este, sin duda, uno de los santuarios marianos más
antiguos y de mayor devoción de la Montaña, como lo prueban el
número de fundaciones y ex votos que venían a ofrecerle gente de
muchas leguas a la redonda. El libro de misas salvado de la rapa­
cidad revolucionaria, y que forma parte del actual archivo monacal,
anota nombres de vecinos de Matienzo, Rasines, etc., que habían
venido en peregrinación a Nuestra Señora del Monte. Como entonces
las rías de Escalante eran navegables, sobre todo gente de mar la
tenía por su especial protectora, y al lado del rudo pescador con
lancha está el nombre del capitán del barco inglés que «entró el otro
día»; unos y otros han venido a pagar la deuda de gratitud que con­
trajeron el día de tempestad, cuando invocada Nuestra Señora del
Monte ésta les libró de perecer entre las entumecidas olas.

(i) Felipe IV mandó se permitiese a los religiosos la corta de leña, fundado en


que cuanto hay en el monte no vale nada para las Reales fábricas. R. C., fecha
Madrid, 18 noviembre 1624.
- i5
Habiendo impuesto el sagrado Concilio de Trento estrecha clau­
sura a los religiosos de uno y otro sexo, nuestro santuario quedó
inaccesible para el femenino y devoto como le llama la Iglesia, razón
por la que su culto’hubo de trasladarse al templo, en donde halla­
mos dos cofradías encargadas de honrar a la Santísima Virgen, una
que se conoce con el nombre de Nuestra Señora de la Antigua y otra,
que sospechamos era de la Purísima Concepción, a quien se daba es­
pecial culto en los templos franciscanos. Los cofrades tenían a su
sombra una sociedad de socorros mutuos para después de su
muerte (i).
De lo que tenemos noticias más circunstanciadas es de la iglesia,
en la que había entre otras capillas «La Mayor», donde tenían su
enterramiento los Guevaras (A. 51). La del Cordón, aquí estaba
depositado el cuerpo de la famosa flamenca D.a Bárbara de Blom-
beg (A. 51) esperando que S. M. el Rey dispusiese de él, mas como
ya había muerto Carlos V y su hijo D. Juan de Austria, y en el
mismo año bajase al sepulcro D. Felipe II, el piadoso Felipe III, que
le sucedió, enemigo de cortesanas, no se volvió a ocupar de ella, se­
gún nos dice el cronista en el citado lugar. ¿Qué se hizo de sus des­
pojos mortales? Lo ignoramos; probablemente al derribarse la antigua
y vieja iglesia en 1628, se colocarían en lugar digno de su abolengo
y aquí estarían hasta que las tropas de Napoleón, en el sitio de
Santoña, convirtieron el templo en cuadras para sus caballos y
si éstas las respetaron, la revolución del 35 se encargó de aventar
dichas cenizas después de ahuyentar a los que durante 235 años fue­
ron sus guardianes.
Otra de las capillas se llamaba la Privilegiada, sin duda por el

(1) Si los hijos de S. Francisco deben a la casa de Guevara albergue en llano, los
de ésta tienen que agradecer a aquéllos el haber salvado la vida a uno de sus más ilus­
tres descendientes, a don Ladrón de Guevara, hijo de don Beltrán: el hecho fué el si­
guiente. En la primavera de 1446, don Ladrón alióse con el marqués de Santillana, su
próximo pariente, con el fin de tomar a Santander. «El experto caudillo de Guevara, con
los traidores que dentro de la ciudad estaban comprados, se entregaron a una muerte
cierta, de que fueron librados por los frailes franciscanos de San Francisco y Canóni­
gos de la villa, que consiguieron de ésta dejase salir a los restos de las tropas capita­
neadas por el Guevara». «Cantabria», obra escrita por varios literatos, Santander 1880.
Ya hemos dicho en otro lugar que los franciscanos llegaron a tener en la provincia
siete conventos, Laredo, Castro, Reinosa, San Vicente de la Barquera, El Soto, Hanov
Santander; de aquí la grande influencia que ejercieron en las públicas costumbres, etc.
i6 —

altar privilegiado que le concedió el Pontífice Gregorio XIII en 1584.


Aquí recibían sepultura algunos bienhechores del convento y entre
los que merecen especial mención, Pedro Sánchez Garrido, alguacil
de la Santa Inquisición de Santoña—1585 —el cual impone a su hijo
el cumplimiento del testamento «so pena de la maldición de Dios».
D. Pedro Collado Pelegrín y su mujer María Sánchez del Hoyo,
declara que ha sido comerciante en varios reinos, y por si defraudó a
alguien quiere que su manda de doscientos ducados de renta, con
que se celebrarán dos misas diarias, aprovechen en primer lugar a
éstos» 1608.
D. Rodrigo Santehelices, el cual donó 600 reales para la fábrica
de la portería y haberles prometido arreglar la librería. Es curiosa la
nota que estampa en su testamento: mandando que «por siempre ja­
más no podrán asentarse las mujeres sobre dicha mi sepultura». 1599.
Con estos y los anteriormente citados descansan una multitud
de fieles que sería canso e inútil recordar. Que la oración fervorosa
que a diario allí se eleva, aproveche a todos y cada uno de ellos.
El edificio era digno de los que habían elegido a la pobreza por
su Dama, según la frase del seráfico Patriarca, cuyos hijos ellos eran.
Un pequeño y sencillo claustro, una docena de celdas y las oficinas
más indispensables, todo pobre, humilde, pero limpio y aseado, como
las conciencias de sus moradores.
En el primer tercio del siglo XVII, o sea de 1600 a 1640, se obró
en Hano una reforma material, más en armonía con el progreso de
los tiempos, sin que por eso queramos decir que desterraron las vir­
tudes de que queda hecha mención y que, por otra parte, son carac­
terísticas de los hijos de S. Francisco de Asís; mas antes de hablar
de estas reformas y sus causas, echemos una mirada atrás para
examinar las relaciones sociales que sostenían los religiosos con el
poder público y con el pueblo.
Los Reyes Católicos y su hija D.a Juana, colmáronlos de privile­
gios, pero de tal calidad, que en nada amenguaban ni perturbaban la
vida de abstracción y recogimiento. (A. 4.0) La posesión de un barco
era necesario para los que, como ellos, vivían totalmente aislados de
tierra, y la exención de tributos, una justicia que se les hacía como
pobres de solemnidad que eran. Para excitar la devoción de los fieles
hacia los religiosos, D.a Juana mandó que los hermanos de la Orden
seráfica, varones piadosos que yendo aquéllos de viaje o a predicar,
— i7
los recogían en sus casas, «sean esemptos de huespedes soldados de
a cavallo de Infantería y de otro qualquier alojamiento», lo cual fué
mandado guardar por provisiones reales de Carlos V 23 de mayo
1534, por los tres Felipes II, III y IV, y por Carlos II, etc.
La devoción de los reyes de la casa de Austria al hábito francis­
cano llegó a señalarles de sus rentas reales, limosnas para su ves­
tuario y alimentación; el convento de Llano tenía asignado cada año
156 reales, más una fanega de sal que recibía en Vitoria y Laredo,
respectivamente. «Becerro.»
Parejas con la devoción de los reyes corrió la de los pueblos y
por lo que al monasterio de Hano hace, bien lo prueban las funda­
ciones de Obras pías en él aglomeradas; mas hay otro dato que no
debemos pasar en silencio y que a la vez acusa la actividad de los
franciscanos, aunque no todo sea obra de los moradores de Hano.
Nos referimos al incontable número de humilladeros que el pere­
grino encontrará en la montaña doquiera que vaya. Eran estos peque­
ñas ermitas levantadas en las entradas de los pueblos y encrucijadas
de los caminos: en su interior había una cruz y en ésta grabada la
figura del divino Redentor. S. Francisco, arrodillado a los pies de
Jesús crucificado, echa su cordón al pedestal de aquella donde se
ve pintado el purgatorio: las almas que allí padecen agarránse a él
y el santo bendito los sube al cielo mediante el valioso patrocinio
que goza ante el trono de Dios. Con frecuencia se veían letreros se­
mejantes a este, que tomamos del humilladero que hay en el camino
de Valdecilla a Sobremazas:
«Con limosnas y oraciones
saldremos de estas prisiones.»

Escalante, donde más debió sentirse esta cristiana influencia mo­


nacal, tenía tres de estas ermitas que guardaban las tres salidas del
pueblo. En una de ellas vimos por los años de 1887 u 88 una décima
que quisimos copiar en 1893, cuando por segunda vez pasamos por
aquellos lugares, pues nos había impresionado hondamente; quisimos
copiarla, digo, pero era tarde, Atila había pasado por allí, dejando
sus huellas; hoy solo recordamos que contenía una invitación al ca­
minante a detener sus pasos y meditar en que la vida es una peregri­
nación y que conviene no errar el camino, pues las consecuencias
son fatales.
2
— iS —

En los primeros años del siglo XVI—1503—la Orden franciscana


celebró capítulo general en la ciudad de Burgos, y entre otros acuer­
dos que tomó, uno fué mandar que cada provincia de la Orden esta­
bleciese a lo menos, dos casas de recolección en donde podrían reunirse
los que voluntariamente quisiesen profesar en todo su rigor la po­
breza y austeridad franciscana; sabia y prudente disposición reno­
vada varias veces en dichos capítulos. En virtud de ella, Hano fué
declarada casa de recolección—no de recoletos como se los llama
en varios documentos públicos—y esto, a falta de otros testimonios,
nos explica lo que era su vida religiosa en aquella época. Vida de
oración y abstracción del mundo, adonde sólo irían los religiosos a
predicar la divina palabra: vida de austeridad y pobreza; viviendo de
limosna cotidianamente recogida de puerta en puerta; vida divina,
pues solo este ejercicio se presta a la práctica de las virtudes evangé­
licas, ya que en él habían de tomar parte todos los religiosos, excepto
los novicios. Esto, en un siglo en que las Ordenes religiosas tan ne­
cesitadas estaban de reforma, conquistaron a los de Hano la aureola
de santidad y veneración con que los miraban los pueblos y llamaban
los escritores públicos. (A. 17).
Como todos los lugares consagrados al culto en solitarios parajes
durante los siglos mediovales o próximos a ellos, llano es un reli­
cario de santas tradiciones, que recogió de los labios de los últimos
religiosos el ilustrado canónigo de Soria, en otro lugar ya citado.
Otras han perseverado en la Orden, a pesar del paréntesis impuesto
por la revolución del año 1835. Demos descanso al fatigado espíritu
sentándonos unos momentos a la sombra de la secular encina para
oir una de estas narraciones que nos recuérdala vida del enamorado
Erancisco de Asís.
Er. Matías es el hortelano del convento y debido a su vida de
campo ha establecido íntimas relaciones con las avecillas que anidan
en los árboles de la huerta. Como a su Padre, S. Erancisco, pósanse
sin temores ni recelos en los hombros del humilde lego, a excepción
de los gorriones, con quienes jamás logró ponerse de acuerdo. Varias
veces habíalos reprendido severamente el hurto que le hacían de las
semillas reservadas para nuevas plantas, y como no lograse enmienda
decretó expulsarlos del islote. Los gorriones obedecieron la voz de
mando y se ausentaron. Después hizo saber a los religiosos que
cuando estos ladronzuelos se dejasen ver de nuevo sería anuncio de
J9 —

días aciagos. Los capuchinos, a quienes pasó el convento, vieron


gorriones posar en los aleros de su monasterio en 18847 poco antes
que el cólera morbo comenzase a sembrar el pánico en los pueblos
limítrofes, sobre todo en Laredo. Al cabo de algunos días los go­
rriones desaparecieron hasta la fecha, a pesar de que la especie abun­
da en los pueblos limítrofes. Estos son los hechos, ahora el lector
juzgue de ellos como mejor le plazca, mas no olvide que S. Francisco
hizo enmudecer a las golondrinas y S. Antonio predicó a los peces,
que le escucharon mostrando gran regocijo. Los mártires de los pri­
meros días del cristianismo y los monjes de la Tebaida trataron a las
fieras como animales domésticos: ¿Por qué negar que el ejemplo se
repite una vez más en esta o en la otra forma...?
El santo viejo exclaustrado—nos referimos al capellán de las
Clarisas—señalando la parte inferior del edificio que mira al Norte,
decíanos que aquello se llamaba la cárcel; la imaginación popular
acaso se haya formado la idea de un segundo presidio, o algo pare­
cido; nada más lejos de la realidad; la cárcel de Hano, con sus ven­
tanas apaisadas y como hechas para evitar la claridad, era lugar
reservado a la práctica de grandes maceraciones. Allí, como en las
catacumbas romanas, todo hablaba de Dios, justo Juez que pedía a
sus siervos reparaciones y sacrificios; prolongadas vigilias, largos
ayunos a pan y agua, sangrientas disciplinas, en fin, penitencias sin
cuento. ¿Exageraremos diciendo que dichas paredes, las primeras que
se ofrecen a la vista de cuantos llegan a las puertas del convento,
están amasadas con las lágrimas y sangre de incontable número de
penitentes? A éstos alude el guardián del monasterio en su corres­
pondencia con el marqués de Valdecarrazona, como en su lugar
puede verse (A. 99).
En esto llegamos a los últimos años del siglo XVI y primeros
del XVII, en que se echa de ver dos tendencias, bien marcadas, en la
vida monacal, la primera parte del exterior y se hace causa impulsiva
de la segunda; nos referimos a la devoción de los pueblos a ser en­
terrados en el convento, fundando obras pías en favor de sus almas,
recursos inesperados que proporcionó a los religiosos medios eco­
nómicos de transformar la fábrica de su casa e iglesia, haciéndolas
más en armonía con las necesidades del tiempo. Lo primero ocasionó
varios disgustos con los cabildos y lo segundo ordenaciones de capí­
tulos provinciales, como las que consignaremos más adelante. Es
20 —

verdad que casi siempre ganaron los pleitos, lo cual prueba que se
les obligaba a defender sus derechos, mas esto no podía ser sin que­
brantamiento de las amistosas relaciones que deben existir entre uno
y otro clero.
Defendieron, he dicho, los derechos y, en efecto, la multitud de
casos repetidos aquí, allí y en varias partes provocaron la cuestión
de licitud en que hubo de mediar la Santa Sede, quien por su Nuncio
en España, Monseñor Julio Sachette, declaró en 1625 que el dar tierra
en sus iglesias a los fieles que libremente lo pidiesen, era privilegio
concedido a los regulares en premio a los servicios que prestaban a
los intereses de la Iglesia: mas para no perjudicar los derechos parro­
quiales, aquéllos deberían pagar la cuarta funeraria al párroco del di­
funto. Además, los párrocos acompañaban el cadáver y por esto im­
ponían derechos de arancel que hacían subir excesivamente los gastos
de enterramiento. Por esta causa Hano sostuvo varias veces pleito
con los Cabildos de Santoña, Las Pilas, Escalante, Argoños, etc., etc.
Sabemos que ganó en los primeros y perdió con estos últimos. El
libro de «Becerro» apunta 850 reales que le costó el pleito «con el Ca­
bildo de Escalante», y en papel suelto, y formando parte del Archivo,
está el recibo del cura Beneficiado de Argoños, D. Antonio Aguado,
quien confiesa haber recibido de D. Francisco Rugama, vecino de
Escalante y Síndico de S. Sebastián de Hano, 282 reales «en que Ami­
gablemente nos con pusimos, el R. P. Guardián y mi Cavildo para de­
tener y zanjar el curso del pleyto sobre los derechos parroquiales de
Doña Margarita López.» Estas domésticas disensiones algo debían
entibiar las relaciones entre uno y otro clero; sin embargo les vemos
compartir el trabajo en el púlpito y confesionario de sus pueblos.
(A. 103).
Los Superiores provinciales cuidaron de dar normas fijas a las
ofrendas y derechos que habían de satisfacer cuantos encomendasen
a los religiosos sus honras fúnebres, y son datos curiosos los que
nos suministran los testamentos de D. Beltrán de Guevara (A. i.° bis)
y el de D. Juan del Castillo (A. 101) carne, vino, huevos, pan y todo
en abundancia.
Los derechos de acompañamiento variaban según los pueblos y
distancias; el Cabildo de Escalante exigía 6 ducados, que más tarde
de común acuerdo con el P. Guardián de Hano, rebajaron a 3.
También tuvieron sus discusiones con la villa de Escalante los
2l

religiosos y éstas versaron sobre la corta de leña en el monte de


Hano.
Por Real Cédula—29 abril 1720—se prohibió terminantemente la
corta de leña en el monte del Castillo de S. Salvador—monte de
Hano—«por que si ocurriese invasión de enemigos o arribo de algu­
na armada enemiga, haya donde acudir por fogina, estacas o leña»:
(A. 20) mas como los religiosos tenían en su favor otra R. Cédula dada
por el Rey Felipe IV—18 de noviembre 1624—se creyeron dispensa­
dos de obedecer a la anterior, lo que provocó el tercero o cuarto
pleito sobre el particular. No sabemos su final suerte, pero creemos
que serían confirmados los religiosos en sus antiguos y tantas veces
reconocidos derechos, (A. 21).
La R. C. de 1720 arriba citada, nos deja entrever el miedo cerval
que reinaba en los pueblos costeros de ser víctimas de agresiones
enemigas, y para evitarlas se obligaba a los pueblos a dar guardia.
Escalante dió por mucho tiempo dos parejas diarias—diré mejor noc­
turnas—de hombres, la una prestaba guardia en Santoña, la otra
subía todos los días al atardecer al ce sillo de Hano, desde cuya
altura velaba por la seguridad territorial, pero viéndose reducido el
número de sus vecinos a menos de la mitad, obtuvo R. C. —14 junio
1637—para no prestar el primer servicio, continuando en el segundo
«para socorrer a dicha Isla y Convento que es de gran devoción.»
A pesar de tanta vigilancia y heroísmo no pudieron evitar dolo-
rosas y amargas sorpresas, en las que el monasterio salió muy mal
parado. Las tres nos las dieron nuestros amigos los franceses.
Tuvo lugar la primera el 13 de agosto de 1639 cuando, bajo los
fuegos de la artillería colocada en los montes de Laredo, pasó una
fuerte escuadra, mandada por el Arzobispo de Burdeos, Monseñor
Henry d’Escoubleu, y vino a colocarse a corta distancia de Hano.
Sabido es que si los franciscanos de Santander salvaron la vida a don
Ladrón de Guevara, a los de Laredo debe la villa que las condiciones
que la impuso el vencedor fuesen menos duras, y, sobre todo, que
no ardiese por los cuatro costados su insigne Colegiata, como pre­
tendieron hacerlo los herejes calvinistas y luteranos que venían en la
armada como gente de desembarque. ¡Qué espectáculo el que se ofre­
ció a la vista de los frailes de Hano! Desde las ventanas de sus celdas
podían ver las peripecias de lucha tan desigual, y cómo las tropas
enemigas iban tomando las alturas. Acaso, entre los mil colorines
franco-holandeses, llegaron a distinguir el ceniciento hábito fran­
ciscano, en aquella ocasión ramo de oliva que trajo la paz a la atri­
bulada villa. Terminado el saqueo, que costó a Laredo más de cien
mil ducados, tomado Colindres y bombardeado el torreón que en
Treto poseía el Condestable de Castilla, realizada, en ñn, la rapiña al
otro lado de la ría: ¿no era de temer que la emprendiesen contra la
otra? Y en tal caso, no sólo posible, sino probable: ¿qué suerte correría
el convento de Hano? ¿No sería la primera víctima de aquel ejército
de hugonotes y desalmados? ¡Qué días para los religiosos los que
mediaron entre el 13 y 17 de agosto, en que se ausentaron! ¡Cuántas
horas de amarguras e incertidumbres las que tuvieron que devorar!
Quiso Nuestra Señora del Monte oir sus clamores, sopló viento favo­
rable y la flota, desplegando sus velas, se hizo a la mar, con lo que
renació la calma.
Las otras dos visitas de los franceses fueron de peores conse­
cuencias, mas dejamos el dar cuenta de ellas para su lugar, a fin de
guardar—en cuanto es posible — la sucesión de los tiempos. Volva­
mos de nuevo a los comienzos del siglo XVII.
Hubo dispuesto el sagrado Concilio de Trento que las familias
religiosas sujetasen su número al que las rentas fijas o limosnas or­
dinarias les permitiesen y no más; los religiosos de Hano, reunidos
y después de deliberar detenidamente, enviaban al capítulo provin­
cial los datos para el cumplimiento de la ley conciliar, y debido a
esto vemos que los cinco frailes de que nos habla el testamento de
D. Beltrán (1441) eran doce al terminar el siglo XVI, y en el XVIII
piden veintidós, de los cuales diez y seis han de ser sacerdotes y el
resto novicios, estudiantes o legos. El ermitorio antiguo se transfor­
mó en monasterio, y de vivir el pisano—Fr. Bartolomé—seguramente
incluyera a Hano en la lista de los conventos de la Orden franciscana.
También a una curiosidad histórica debemos el poder apreciar el
valor de la moneda, pues bastaban So pesetas para comprar dos no­
villos (cfr. Apéndice). Este desarrollo de la vida monástica exigía la
ampliación del edificio, y vamos a indicar los tiempos en que se
llevó a cabo.
Lina lápida colocada en el lienzo exterior de la fachada del Norte
del monasterio nos hace saber que aquella obra se hizo en 1600,
época en que se inicia una serie de reformas para las que proporcio­
naban recursos las pías Memorias que vimos se fundaron en Hano
por entonces o poco después. A esta fábrica siguió la de la iglesia
actual, en cuya construcción se gastaron unos 40 mil reales, de los
cuales casi la mitad los dió el ex Chantre de la Catedral de Lima y
novicio del Monasterio, Fr. Diego de S. Antonio (Apd.) y aunque no
hallamos dato alguno, creemos que de esa misma época son el re­
fectorio, el actual cementerio de los religiosos, levantado sobre las
ruinas de la antigua capilla de N. S.a, cuyo culto aparece desde en­
tonces en la iglesia, y la mayor parte de las tapias de la huerta. Gon-
zaga, sabio y concienzudo escritor del siglo precedente, 1587, afirmó
como testigo de vista, pues había visitado el convento y examinado
su archivo, que en Hano existían ricas vestiduras, cálices y relicarios
de plata en los que se guardaban tres cráneos enteros y otros dos
medios de los Santos Inocentes, dos mandíbulas de las once mil vír­
genes y algunos otros huesos «sagrado tesoro que un ilustre miem­
bro de los Guevaras, fundadores de la casa, trajo cuando volvió de
las varias misiones diplomáticas que le confiaron los reyes de Cas­
tilla.» (A. 21.)
Sabemos, además, que en la iglesia se conservaban admirables
pinturas que la famosa flamenca Bárbara Blomberg, madre del insigne
y esclarecido D. Juan de Austria regaló a dicho convento, en donde
se halla enterrada, después de haber vivido mucho tiempo en el in­
mediato pueblo de Ambrosero, adonde vino por los motivos que son
bien notorios en compañía de Juan Mazarredo, criado de S. M., y na­
tural del mismo pueblo, en donde aún se conservan habitables las
casas con el nombre de Palacio de Madama. Estos y otros cuadros
fueron valuados, cuando la revolución del 35, en 50 pesetas. En 1622
el Ministro Provincial de Cantabria, Fr. Francisco de Zarayn, obligó
a la villa de Escalante a cumplir las obligaciones que había contraído
al hacerse cargo de los bienes de Juan del Castillo en la forma que
reza el apéndice y, aunque carecemos de datos, creemos que por
algún tiempo continuaron las obras sociales fundadas por éste en
beneficio del pueblo; preceptoria de primeras letras y latín, pósito y
pensión anual para casar huérfanas. El Guardián de Hano, el Cura
mayor y el alcalde de Escalante hacían de patronos.
Cuando en Hano se ponía tanto empeño en mejorar la fábrica
material, los superiores provinciales reunidos en capítulo en la villa
de Miranda de Ebro (1623), trazaban todo un plan para mejorar el
edificio moral, aquí como en otras varias partes un poco cuarteado.
— 24 —

Las disposiciones capitulares abrazan dos puntos de la disciplina re­


ligiosa, sin duda los más esenciales: el espíritu de vida interior y el
culto a la pobreza con sus derivados. Respecto a lo primero, se man­
da fiel y devota asistencia a las diurnas y nocturnas alabanzas, las
cuales no se deben dejar jamás. Siendo la oración mental el alma de
la buena vida religiosa, se prohíbe, igualmente, el faltar a ella. Para
que la oración sea eficaz necesita hallar recogido el corazón, y aquí
nueva prohibición de admitir en clausura secular alguno, a lo menos
sin especial licencia del superior de la casa. Asimismo se confirman
los fueros de la pobreza franciscana, tal cual la quería el santo Fun­
dador, y para ello se dictan sabias reglas que por demás será decir
informarán la vida de aquellas disciplinadas huestes, que podían fal­
tar por flaqueza porque eran hombres, mas no con contumacia, que
es propio de los demonios; de aquí los elogios que les tributan, entre
otros, el tantas veces citado Salazar y Castro.
La vida de oración, estudio y predicación a que estaban entrega­
dos los religiosos debió proporcionar a la Iglesia y a la patria hom­
bres de valía; sólo de uno guardamos memoria y eso no por los pa­
peles de casa, sino por las noticias que nos dan gente extraña a ella.
Tal ocurre con el limo, y Rdmo. Luis de Velasco, cuya memoria
se perpetúa en una lápida que está en la casa consistorial de Esca­
lante y que copiada su inscripción a la letra dice así: «El Ilustrísimo
y Reverendísimo Sr. Fr. Luis de Velasco Maeda y Santocildes, Lector
Jubilado de la Santa y Apostólica Provincia de Santiago, Visitador
general que fué de ellas, Ministro Provincial de esta de Cantabria, del
Consejo de S. M., Obispo del Paraguay, viznieto que fué de esta villa
— —Creemos que, oriundo de la montaña, probablemente de
Noja, donde los Vélaseos tienen su casa solariega, el por tantos títulos
venerable debió ser conventual o acaso novicio de Llano, sin embar­
go, en obsequio a la verdad, hay que decir que nuestro archivo
guarda en este punto inquebrantable silencio.
Si el siglo que acabamos de recorrer turbó muchas veces la paz
de Llano, el XVII1 todavía ocasionó sucesos más desagradables. Pri­
mero, dos descargas eléctricas—rayos—que cayeron, el uno en el re­
fectorio estando comiendo la Comunidad, el otro en la espadaña del
campanario; aquél solo les causó el consiguiente susto, mas este otro
hizo grandes destrozos, pues fundió las campanas, abrasó la cajonería
de la interior sacristía, y dejó en mal estado los cuatro lienzos del
— 25 —
claustro. En su lugar (A. 99) se refiere los apuros que hubo de pasar
el P. Guradian para restaurar y volver a su primitivo estado las
cosas del Convento.
Los pleitos que perdió con los Cabildos de Argoños y Escalante
son de esta época—1763—. Otro pleito con la villa de Escalante sobre
la corta de leña en el monte de Hano no tuvo arreglo, a pesar de la
buena voluntad de los cinco componedores que nombraron las dos
partes y hubo de ir en apelación a la Corte.
En 1724 la Santa Sede, velando por la pureza de la Regla francis­
cana, dió órdenes terminantes para que los religiosos se despojasen
de todo legado o pías Memorias que los aseguraban rentas perpetuas.
Los de Hano lo hicieron en manos de la Abadesa de Sta. Clara, quien
buscó un buen hombre, llamado «Phelipe Cassuso, vecino de San-
toña», para que cobrase los réditos de dichas Memorias, dándole por
su trabajo el tres por ciento de lo cobrado. No habiendo satisfecho a
la Santa Sede estos arreglos, renunciaron las dichas Obras pías en
favor del Síndico del convento, Alexandro Albehar, y por fin hu­
bieron de entregar todo al Sr. Arzobispo de Burgos, Lucas Conejero
de la Molina, que las aceptó en las condiciones que decimos en el
Apéndice.
Sobre el pleito con los PP. Carmelitas no queremos añadir ni una
sola palabra a lo dicho en las notas, que corresponden al número 39
del inventario de papeles, que van en la primera serie de Documentos.
El número 27 nos habla de la precedencia de hermanos legos
sobre coristas no ordenados in sacris, de que también nos hemos
ocupado en el mismo lugar: dos cuestiones estas últimas que hoy no
acertamos a explicar cómo podían apasionar tanto a los religiosos,
en especial a los que hacían profesión de santa humildad. Dando,
pues, al olvido estas pequeñeces, prosigamos adelante.
Si los sucesos del pasado siglo fueron poco favorables a la vida
monástica de Hano, ¿qué decir ni cómo calificar los que se van a
desarrollar en el XIX? ¿Cómo llamar a las persecuciones de que fue­
ron objeto por parte del Poder público, ellos, que eran los más pací­
ficos habitantes que tenía la nación? Pues veamos cómo se les trata;
procuraré no olvidar que estoy hablando de Hano.
Fr. S. he Santibáñez, O. M. C.
[Continuará).

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