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WRITING HISTORY: THEORY AND PRACTICE

Editado por: Stefan Berger, Heiko Feldner y Kevin Passmore

Publicación: Writing History Theory and Practice editado por Stefan Berger, Heiko Feldner y Kevin
Passmore
Primera Publicación es Gran Bretaña en 2003 por Arnold Hodder de The Hodder Headline Group, 338
Euston Road, London.

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Tabla de contenido
Prólogo .............................................................................................................................. 2
1. La Nueva cientificidad en la escritura histórica alrededor del 1800 ........................... 5
2. La tradición rankeana en la historiografía británica entre 1840 a 1950 ...................... 20
3. La profesionalización e institucionalización de la historia ........................................... 35
4. Historiografía marxista .............................................................................................. 50
5. Historia y ciencias sociales ......................................................................................... 66
6. Los Annales ................................................................................................................ 83
7. Postestructuralismo e historia ................................................................................... 93
8. Psicoanálisis e historia.............................................................................................. 113
9- Historia comparativa 128
10- Historia política 141
11- Historia social 156
12- Historia económica 171
13 –Historia intelectual/historia de las ideas 186
14- De la historia de las mujeres a la historia del género 200
15-Raza, etnia e historia 217
16- Voces desde abajo: haciendo la historia de la gente en Cardiff Docklands 230
Glosario 245

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Prólogo

Nos guste o no, los historiadores no pueden evadir la teoría. En efecto, la idea de que la
historia podría y debería ser un campo de investigación académico aparte (hoy tomado por
sentado) dependía, como se demuestra en el primer capítulo de este libro, de los cambios en
la comprensión durante el siglo XVIII sobre la naturaleza misma del conocimiento. Incluso
si ellos mismos expresamente no utilizaban la teoría, la escritura de los historiadores está
sutilmente fundamentada por presunciones teóricas. El gran antiteórico Greoffre Elton,
podría haber argumentado que la formación de las técnicas de investigación histórica,
asociada con la fidelidad al registro documental, permitiría la acumulación de relatos
objetivos del pasado, pero su propio trabajo asumió la importancia teórica de la política y
presentó una visión de la historia en la que el desarrollo del estado británico era fundamental.
Algunos historiadores contemporáneos descartan como jerga expresiones tomadas de la
crítica literaria tales como "discurso", al igual que sus predecesores de principios del siglo
XX se negaron a aceptar conceptos psicológicos de moda como "motivaciones
inconscientes". Pronto, "discurso" también pasará al sentido común y dejará de ser
considerado un término teórico. De hecho, ninguno de los conceptos utilizados por los
historiados es inocente. Cada uno tiene su historia.

Writing History: Theory and Practice es el primer libro en secuencia (Escribiendo la


Historia). El libro fue diseñado para los estudiantes de historia de nivel universitario por sus
ideas teóricas, conscientes e inconscientes, que han moldeado la disciplina de la historia,
principalmente en el Occidente. Este volumen en particular examina a las "escuelas" de
reflexión teórica en competencia que han apoyado el estudio de la historia y el método
empírico se trata como uno de entre varias formas de hacer historia. El libro proporciona
breves introducciones críticas a las ideas, técnicas y prácticas institucionales que hicieron
posible el establecimiento de la historia como una disciplina autónoma. Además, examina
los principales cuerpos de conocimiento teórico que han sido usados para explicar el pasado
y explorar el impacto de estas ideas en ejemplos reales de escritura histórica y en ciertos
campos de estudio histórico.

Este no es un libro sobre "La filosofía de la historia”. No se ocupa directamente de temas


abstractos relacionados con la epistemología, causalidad, la duda de si la historia es una
ciencia o un arte, o el uso de leyes en la explicación histórica. El conocimiento de estos temas
es, aún así, esencial para el historiador en ejercicio y figuran indirectamente en muchos de
los capítulos de este libro. El lector interesado podrá seguir estos temas a través del libro con
la ayuda del índice.

Este libro tampoco es sobre "Historiografía" o la "Historia de la Historia". No proporciona


un panorama completo de la profesión histórica en su contexto político, social, cultural e
institucional. La separación completa de la teoría de este contexto es, por su puesto,
imposible. El modo empírico-científico-profesional de la escritura histórica, como se
presentan en los primeros tres capítulos, estuvo estrechamente ligada al establecimiento de
la historia como una disciplina autónoma y el legado de este momento fundamental continúa
estructurando la disciplina en la actualidad, tanto de modo que las innovaciones teóricas a
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menudo parecían desafiar la autonomía disciplinaria de la historia y, por lo tanto, incluso la


posibilidad misma del conocimiento objetivo del pasado. Más recientemente, el
posestructuralismo les parece a algunos un complot diabólico hecho por los críticos literarios
para destruir la disciplina y por extensión la objetividad y todo orden social. Por más
importante que sean estos temas, no son el foco de este libro.

El propósito de este libro es explorar las formas en que la teoría ha influenciado la escritura
histórica práctica. Writing History se basa en reconocer que a menudo a los estudiantes les
resulta difícil ver cómo las discusiones abstractas de la filosofía de la historia o las historias
de la disciplina se relacionan con su propia práctica como historiadores. Cada uno de los
capítulos combina la explicación de conceptos esenciales con discusiones críticas sobre la
forma en que estos mismos han influenciado las obras de los historiadores en ejercicio. Se
les recomendará a los estudiantes que combinen la lectura de este libro con un texto de los
autores abordados él.

Evidentemente, la gama de teorías usadas por los historiadores es demasiado larga para
abarcalas en un solo volumen. Nuestra decisión fue incluir aquellas metodologías, teorías y
objetos de investigación que los estudiantes fuesen a encontrar en sus lecturas de asignaturas
de historia "normales" y, por lo tanto, permitirles reconocer los supuestos que estructuran las
obras y los campos individuales en su totalidad.

La estructura del libro es tripartita. Los tres capítulos de la primera sección estudian las
condiciones intelectuales e institucionales en las que se desarrolló la historia profesional.
Explican los cambios intelectuales que hicieron posible el surgimiento de la historia como
una disciplina "científica" en Alemania a fines del siglo XVIII, la difusión de los métodos
históricos “rankeanos” desde la Alemania del siglo XIX al resto del mundo, y la
diversificación del método desde finales del siglo XX, además desafíos a las "formas
occidentales" de escribir la historia.

La segunda parte del libro presenta enfoques de la historia que pretenden ser aplicables a
todos los períodos y campos de la historia. Los enfoques marxistas, científico social y
analistas abordados en los capítulos 4, 5 y 6 son todas explicaciones expresamente
totalizadoras de la historia. Su perspectiva teórica y conceptos han sido aplicados a todos los
campos de la investigación histórica y cada objeto de estudio se ajusta a una explicación
general de la historia o a una "metanarrativa".

En las últimas décadas todos estos enfoques han sido testigos de intentos de eliminar sus
carácteristicas más teológicas y deterministas. Esto ha conducido a cierta confluencia entre
ellos y a una cierta pérdida de especificidad como teorías.

A pesar de que el posestructuralismo proporcionó gran parte de la fuerza detrás de esta crítica
de las metanarrativas, se incluye en la segunda parte porque propone un método de análisis
crítico que está pensado para ser aplicable a todos los objetos estudiados por los historiadores.
Del mismo modo, la psicohistoria se incluye en la segunda parte ya que el psicoanálisis
freudiano proporcionó una serie de conceptos que supuestamente explicaban todos los
aspectos del comportamiento humano (desde las motivaciones individuales hasta los orígenes
y la naturaleza de las guerras) en cuánto a la relación del niño con sus padres. Últimamente,
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el psicoanálisis ha estado bajo la influencia del posestructuralismo y esto no ha reducido sus


amplias ambiciones. Finalmente, la Historia Comparada también es vista en la segunda parte
porque afirma ser un método universalmente aplicable, que hace explícitamente lo que todos
los historiadores hacen implícitamente.

Los capítulos de la segunda parte de Writing History tratan las tradiciones teóricas únicas;
los de la tercera parte consideran el impacto de una diversa gama de teorías en un solo campo
de la historia. Muchas veces dan por sentado el conocimiento discutido en secciones
anteriores sobre teorías en particular. Los lectores deben, evidentemente, tener en cuenta que
las teorías son rara vez aplicadas en forma "pura" a objetos específicos de estudio.
Habitualmente, los historiadores han combinado elementos de una variedad de teorías.

La decisión de incluir un determinado capítulo en las partes dos y tres del libro puede parecer
de alguna manera arbitraria. Los historiadores de género y raza, por ejemplo, han discutido
que toda la historia puede y debe reescribirse de acuerdo con sus conceptos, pero por dos
razones los capítulos sobre estos temas han sido incluidos en la tercera parte. En primer lugar,
los autores de estos capítulos han tratado el género y la raza como objetos de estudio sobre
los que se ha aplicado una serie de tradiciones teóricas, más que como métodos. En segundo
lugar, gran parte de la teoría contemporánea de género y raza puede verse como
metodológicamente derivada del posestructuralismo.

De hecho, la tercera parte de Writing History refleja hasta qué punto el compromiso con el
posestructuralismo ha dado forma a la escritura histórica en los últimos años. Los
historiadores de la política, las sociedades, las ideas, el género, la raza y la economía, todas
en diferentes grados, han desviado su atención de las causas subyacentes a las historias con
significado e identidad. Independiente del campo, los historiadores contemporáneos se
preocupan cada vez más por las culturas.

Al momento de escribir, el estructuralismo y posestructuralismo nos han acompañado


durante dos décadas o más y su estatus de "vanguardia" está algo atenuado. Varios capítulos
sugieren la necesidad de reconciliar la preocupación posestructuralista por la cultura en un
método que tenga más en cuenta la estructura social y la desigualdad y que sea capaz de dar
cuenta del cambio. El cuarto capítulo sostiene que las nuevas historias culturales deben estar
relacionada con "una imagen amplia de la sociedad en general". Los capítulos 7, 8 y 15
sugieren que los métodos “bakhtinianos” podrían ofrecer un camino a seguir, mientras que
el capítulo 9 aboga por la fusión de la transferencia cultural de la influencia posestructuralista
con un método de base social. El capítulo 10 insta a la fusión de los enfoques culturales con
los elitistas y sociales de la historia política y el capítulo 13 defiende el enfoque de Quentin
Skinner a la historia de las ideas como un método socialmente contextualizado que posee las
fortalezas, pero no las debilidades del postestructuralismo. El capítulo 14 convoca a los
historiadores de género reconsiderar la relación entre el lenguaje, el cuerpo y la psicología.
Los capítulos 5 y 12 señalan que los enfoques económicos y culturales tiene mucho que
aprender uno de otro. Si estas corrientes se consideran positivas o como intentos de mellar el
borde crítico del postestruturalismo incorporándolo bajo los métodos establecidos, es un tema
abierto.

Kevin Passmore, Stefim Berger, Heiko Feldner Februm, 2003.


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1- La Nueva cientificidad en la escritura histórica alrededor del 1800

Heiko Feldner

“Schorske no es tan ingenuo como para declarar la muerte de la historia”, reconoce Steven
Beller en su reseña sobre el texto de Carl E. Schorske Pensar con la Historia:

pero Clio ciertamente, en su opinión, ha atravesado tiempos difíciles. La reina de las ciencias
a medidas del siglo XIX, ahora en circunstancias muy "estrechas", reducida en palabras de
Schorske, teniendo "citas" con cualquier disciplina que la tome en cuenta. Esta sensación de
que la historia ha sufrido una caída en desgracia es demasiado pesimista. La historia nunca
tuvo la preeminencia que le atribuyó Schorske, excepto quizás en Alemania.1

La crítica de Beller se refiere a una serie de temas que forman el telón de fondo del siguiente
capítulo. Para comenzar, existe la idea de que la historia es una ciencia y posteriormente la
incertidumbre sobre qué significa exactamente eso; segundo, la suposición de que hubo una
edad de oro de la historia, si alguna vez existió, fue en Alemania del siglo XIX; y finalmente,
el empeño por dotar a la disciplina académica de la historia, de una forma u otra, de una
biografía propia. Detrás de estos temas está la duda sobre qué constituye la ciencia histórica
(la ciencia histórica francesa, la Geschichtswissenschaji alemana) y sus postulados de
objetividad, validez y verdad, un tema recurrente que da lugar a debates controvertidos,
particularmente en tiempo de cambio de paradigma.2

Parte integral de estos debates es la discusión sobre el surgimiento del orden científico en la
escritura histórica. 3 Es obvio que la historiografía como práctica cultural y verdadera
representación del pasado es mucho más antigua que la disciplina académica de la historia.
Aun así, en el siglo XVIII no se hizo ningún intento serio de reclamar para la escritura
histórica un código científico de práctica. De hecho, dentro del orden premoderno del
conocimiento, historia y scientia eran mutuamente excluyente.

Sin embargo, lo que parecía una contradicción en términos del filósofo inglés Thomas
Hobbes (1651), el académico alemán Christian Wolff (1712) y aún en 1751 los editores
franceses de la enciclopedia de Diderot y d'Alembert concretaron que la historiografía podría
ser vista como una ciencia, este fue el punto de partida para la teoría de la ciencia histórica
de Johann Gustav Droysen (Historik) solo unos cien de años más tarde en 1857.4Acaso,
¿eran los académicos del siglo XIX, al igual que el historiador y alumno de Hegel Droysen
más astutos que sus colegas del siglo XVII Y XVIII? ¿Detectaron algún potencial sin
explorar en la escritura de la historia que sus predecesores pasaron por alto?

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No fue otra cosa que la ciencia histórica y este capítulo es sobre sus inicios. Al plantearse
cómo fue posible considerar la historia como una ciencia, analiza el surgimiento de la nueva
cientificidad reivindicada, discutida y practicada en la escritura histórica de alrededor del
1800. Como a menudo se nos dice, fue en las universidades alemanas en donde la ciencia
histórica moderna prosperó, el caso alemán ocupa un lugar importante en este capítulo,
aunque esto no nos impedirá reflexionar sobre los desarrollos en otros lugares y sacar algunas
conclusiones más generalizadas sobre la escritura de la historia en su totalidad.

1.1 Experientia aliena

En Leviatán (1651) Hobbes presenta su sistema de conocimiento declarando enfáticamente


que hay dos tipos de conocimiento en donde uno es el conocimiento de hecho: el otro
conocimiento de la consecuencia de una afirmación a otra ... el segundo tipo se llama ciencia
... el registro del conocimiento de hechos se llama Historia. Mientras que la ciencia se
relaciona con el "razonamiento" y "contiene pruebas de las consecuencias de una afirmación
a otra", la historia no representa nada más que el sentido y la memoria, es decir, "el
conocimiento requerido en un testimonio". En consecuencia, la historia no aparece en la tabla
de ciencias de Hobbes.5

Ha pasado mucho tiempo desde que Hobbes escribió estas líneas. Y, sin embargo, incluso
hasta hoy es casi imposible que un historiador hable de la historia como ciencia sin provocar
una sonrisa, ya que siempre que el tema está bajo discusión en la filosofía de la ciencia, la
historia de la ciencia o simplemente la ciencia, probablemente los historiadores sean los
únicos en asumir que su disciplina también pertenece allí. Peor aún, los mismos historiadores
han hecho esto más complicado y han estado en disputa sobre si tratar la historia como una
ciencia blanda, cuasi-ciencia, ciencia sui generis (de su propio tipo), o incluso no como una
ciencia en absoluto, si no que un arte.6

Si bien esta línea de cuestionamiento tiene sus méritos, no nos va a interesar aquí. No quiero
explorar si la cientificidad (actuando según las líneas de la racionalidad científica) es un
objetivo alcanzable para los profesionales de la historia. Tampoco pretendo preguntar si la
cientificidad y las categorías de objetividad y verdad que la acompañan existen realmente y
si es así, si eso es algo deseable. Este capítulo no se ocupa de los problemas de existencia y
legitimidad, sino de los de la historia. De hecho, lo que significa "hacer las cosas
científicamente" ha cambiado drásticamente durante los últimos tres siglos. Las huellas de
este cambio todavía se pueden ver en nuestro uso actual de la palabra científico. Nos
deslizamos, por ejemplo, con facilidad a partir de afirmaciones ontológicas sobre la
estructura fundamental de la realidad histórica (la verdad objetiva de una afirmación
científica) a declaraciones sobre los procedimientos que aseguran la validez de nuestros
hallazgos empíricos (métodos científicos) y a las afirmaciones sobre los aspectos científicos
de un verdadero experto (distanciamiento, desapego, imparcialidad, modestia o simplemente:
objetividad). Nuestra noción de cientificidad, una mezcla de significados esencialmente
diferentes apunta a historias opuestas y a menudo conflictivas, que a su vez refieren a
diferentes tradiciones intelectuales, prácticas culturales y contextos sociales de origen en los

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que las diversas imágenes e ideales de cientificidad adquirieron sus respectivos significados.
Lo que quiero hacer aquí es rastrear algunos aspectos de esta historia y relacionarlos con la
historia de la escritura histórica. 7

Es seguro decir que, desde la época de la Reforma en el siglo XVI, el conjunto de diversos
géneros y prácticas a los que nos referimos como escritura histórica se estableció firmemente
en Alemania, si no como scientia, no obstante, como una parte importante de la eruditio
(erudición o educación aprendida). La Historia ocupó un lugar destacado como un discurso
distintivo, con los grupos correspondientes, practicantes, normas e instituciones. La primera
lectio histórica ya se había establecido en 1504 en la Universidad de Mainz. Constituyendo
una cuarta forma de conocimiento además de la ciencia, la prudencia y el ars, la cognición
histórica fue reconocida como experientia o cognitio empirica esto significa, conocimiento
empírico. Como tal, el conocimiento histórico fue visto como un componente indispensable
de la mayoría de las ramas del saber, en la medida en que estas ramas no solo se basaban en
principios axiomáticos sino también en conceptos empíricos desarrollados por procesos de
inducción. En este contexto, la historia adquirió un significado particular como experientia
aliena, como experiencia ajena. Al ampliar los horizontes de la experiencia personal
extrayendo lecciones ejemplares del pasado, la historia se valoró como un depósito de
máximas morales y políticas para la orientación de la conducta presente. No obstante, a pesar
de toda su importancia, dentro del marco epistemológico del aristotelismo, que prevaleció en
Alemania y de hecho en toda Europa hasta bien entrado el siglo XVIII, la historia como
ciencia era en un principio inconcebible, ¿cómo podemos explicar esto?.8

En términos generales, la teoría aristotélica del conocimiento se basa en dos principios. En


primer lugar, sólo lo universal y lo abstracto pueden conocerse con certeza, mientras que lo
particular y lo concreto permiten meramente enunciados de probabilidad. Por otro lado, la
certeza sólo se puede lograr sobre entidades constantes y esencialmente inmutables, mientras
que los que sigue cambiando sin reglas permite enunciados meramente probables. La primera
categoría incluye las cualidades universales y perennes de todo ser y naturaleza, cubiertas
más notablemente por aquellas ramas del conocimiento que se basaban en las matemáticas y
la lógica. La segunda categoría se refiere al "hombre y sus acciones". El prerrequisito
metafísico de estos principios es el supuesto de que la necesidad ontológica (la cualidad de
seguir inevitablemente leyes lógicas, físicas o morales) y la verdad epistemológica (la
cualidad de ser un hecho, proposición o teoría verificada indiscutible) son inseparables. En
este marco, la noción de ciencia implica certeza absoluta. Significa conocer la necesidad de
por qué algo es así y no de otra manera, es decir, la exploración de las causas, dirigida a las
cualidades universales y perennes de lo que existe.

Lo importante con respecto a nuestra pregunta es el hecho de que a los historiadores se les
impidió practicar la ciencia, por así decirlo, por dos motivos. Por un lado, la historia era
incompatible con la ciencia en la medida de que exploraba las realidades concretas de hechos
y circunstancias particulares. Por otro lado, era incompatible con los estándares de la ciencia
en la medida en que buscaba capturar el terreno cambiante de los asuntos humanos, un

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esfuerzo notoriamente defectuoso por los imponderables de la acción humana y el libre


albedrío.

Mi argumento en este capítulo es triple. Para comenzar, argumentaré que la cognitio histórica
se volvió concebible como ciencia histórica en Alemania, a raíz de una desjerarquización
fundamental del edificio del conocimiento académico, un proceso iniciado en el siglo XVI y
acelerado durante los siglos XVII y VXIII por las dos revoluciones intelectuales conocidas
como la Revolución Científica y la Ilustración. En otras palabras, no tenemos ninguna razón
para suponer que en una determinada coyuntura histórica la historiografía cruzó con éxito el
umbral de la cientificidad, (un ideal monolítico e inmutable), desarrollando ciertos métodos
que, por fin, fueron adecuados para el estudio de la historia. La cientificidad (saentijicite en
francés, Wissenschaftlichkeit en alemán) no es un hecho transhistórico. Como cualquier otro
concepto, tiene su historia propia.

En segundo lugar, la nivelación de las formas de conocimiento académico, estuvieron


acompañadas por una erosión de la plausibilidad y aceptación de los marcos interpretativos
asociados con el aristotelismo. Esto sucedió en el entorno alemán durante la segunda mitad
del siglo VXIII, es decir, considerablemente más tarde en que Gran Bretaña y Francia. La
agenda filosófica del aristotelismo fue eclipsada y en gran medida reemplazada por otros
tipos de racionalidad científica que una serie de historiadores abrazaron y dieron buen uso en
la escritura de la historia.

En tercer lugar, el trasfondo de la menguante verosimilitud de algunos modos de racionalidad


científica, por un lado, y el surgimiento de otros nuevos, por otro, consistió en amplios
cambios europeos en la actitud hacia el conocimiento en general, y las relaciones entre
conocimiento y orden social en especial. El entorno de estos cambios de la crisis y la
transformación fundamental de las sociedades europeas durante el siglo entre 1750 y 1850,
que a menudo se ha descrito como una "revolución dual". Sin embargo, la Revolución
Industrial, no solo estuvo acompañadas por una revolución en las prácticas políticas, como
se plasmó en la Revolución Francesa de 1789 y su legado democrático. La "Revolución Dual"
fue paralela, y en cierta medida reforzada por cambios profundos en las prácticas epistémicas,
es decir, prácticas mediante las cuales se aseguraba, evaluaba y comunicaba el
conocimiento.9

El extrovertido siglo XVIII fue testigo de un debate particularmente tenso sobre la escritura
histórica y su papel para garantizar y alterar el orden social. Los debates vigentes sobre el
método asumieron mayor importancia como la capacidad del conocimiento histórico para
asegurar ciertos valores deseables y, en consecuencia, se pensó que la conducta correcta tenía
un impacto considerable en la perspectiva de la sociedad. Los profesionales de la historia
tuvieron que abordar algunos asuntos delicados. ¿Qué era exactamente el conocimiento
histórico adecuado? ¿Quién estaba autorizado para realizarlo y en qué condiciones? ¿Qué
grados de certeza era apropiado esperar de él? ¿Se podría hacer que diferentes grupos de
personas crearan las mismas cosas y de ser así, cómo se podría lograr? El recurso de las

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nociones de cientificidad iba a desempeñar un papel clave en la respuesta a estas otras


preguntas.10

Quiero ilustrar mi argumento con una breve revisión del cambio de las concepciones
aristotélicas hacia la experiencial del conocimiento durante los siglos XVII y XVIII, con el
fin de establecer las implicaciones exactas de esto para el campo de la historia. De los muchos
de los aspectos que incluiría una descripción más completa, he seleccionado tres factores
principales. Primero, analizaré el surgimiento del conocimiento útil y cómo eso cambió el
mapa del conocimiento. Luego me refiero brevemente a lo que el historiador Holandés E.J
Dijksterhuis una vez llamó "la mecanización de la imagen del mundo", para mostrar qué
impulsó el pensamiento histórico que derivó de esto. A partir de esto, echo un vistazo al
surgimiento del experimento como una práctica de creación de conocimiento y considero
cómo afectó el caso de los estudios históricos empíricos. Por último, concluyo con algunas
reflexiones sobre cómo los tres elementos anteriores ayudaron a cambiar la compresión del
conocimiento científico a fines del siglo XVIII. Al hacerlo, aclararé la noción de cientificidad
en la escritura histórica que quiero dejar difusa en este punto, permitiendo que su sentido e
implicaciones emerjan a medida que avanza la investigación.

1.2 El auge del conocimiento útil

Quizás el rasgo más asombroso que un intelectual medieval como el franciscano William de
Baskenville de Umberto Eco registró en la Europa moderna temprana, fue la revalorización
del conocimiento producido para lograr fines prácticos. A grandes rasgos, la aspiración de
configurar la sociedad según principios racionales colocó las prácticas intelectuales cada vez
más al servicio de objetivos prácticos. "Pensar" en palabras de Hannah Arendt, se convirtió
en la "sirvienta de hacer lo que había sido la ...sirviendo de contemplar la verdad divida en
la filosofía medieval". Con el surgimiento del conocimiento útil o práctico (del comercio, por
ejemplo, o de los procesos de producción), la contemplación de la verdad eternamente dada
iba a perder su prerrogativa epistemológica. Como resultado, "la verdad científica y la
filosófica se han separado".11

Sin embargo, la creencia de que el conocimiento debería ser útil no era una idea flotante; fue
una parte integral de la formación de los primeros estados modernos y la política
concomitante del conocimiento. De hecho, la práctica del gobierno en la Europa moderna
temprana se basaba cada vez más en la recopilación sistemática de información organizada
con fines prácticos como las finanzas públicas (política, económica o en Rusia, Kameralnaja
nauka), el mapeo del territorio estatal (cartografía) y el bienestar y la vigilancia de los
gobernados ("aritmética política", estadísticas y en Alemania, Polizeiwissemchajt). No sin
una buena razón, el sociólogo Max Weber describió el surgimiento de la burocracia, uno de
los factores clave en el desarrollo de los primeros estados modernos, como el "ejercicio de
control sobre la base del conocimiento".12

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El surgimiento del conocimiento útil encontró una variedad de expresiones. Los florecientes
mercados del libro, por ejemplo, se vieron inundados de publicaciones como Un ensayo de
Thomas Bray que promueve todo el conocimiento útil y necesario (1697) y Johann August
Schlerrwem's Von den niitzlichen Wiirkungen einer Umversitdt auf den Na/mmgsstand des
Volkes {1776). La Academia Electoral de Ciencias Útiles en Erfurt (1754), La Academia de
Minería en Freiberg (1765) y sociedades similares en Filadelfia (1758) y Virginia (1772) son
solo algunos ejemplos de las numerosas instituciones creadas para promover el conocimiento
de la artesanía y el oficio. Diseñadas como Staatsdienenclmlen (escuelas para funcionarios
públicos), las universidades recién fundadas en Halle (1694) y gottingen (1736),
promovieron en gran medida asignaturas "útiles". Las "artes mecánicas" como la ingeniería
y la agricultura estaban desempeñando un papel cada vez más prominente en las
enciclopedias enciclopedias más vendidas como la de Ephraim Chambers Cyclopaedia: o un
Diccionario Universal de Artes y Ciencias (1728) y Great Universal-lexicon (1732-1754) de
Heinrich Zedler, mientras que, un poco más tarde, la Academia Francesa de Ciencias
comenzó a producir su descripción des torts et des metiers (1761-1788), subrayando así la
importancia que había llegado a atribuir las ramas útiles o prácticas del conocimiento.13

Incluso el currículo escolar de las universidades europeas no escapó ileso. Aunque en general
el sistema de las cuatro facultades permaneció intacto, las artes liberales (incluida la
filosofía), todavía eran seguidas por las tres facultades superiores de medicina, derecho y
teología. Su inherente orden y jerarquía se veían cada vez más desafiados por una creciente
gama de nuevas disciplinas, como la química, economía política y no menos importante, la
historia. El ascenso de la historia como disciplina académica durante el siglo XVIII estuvo
estrechamente ligado a su utilidad para la formación del creciente número de abogados,
"políticos" (para usar un anacronismo conveniente) y administradores. Por ejemplo, se
consideró imprescindible el buen conocimiento de la historia internacional para la formación
de diplomáticos en universidades como París y Strasbourg. La institución de las cátedras
Regius de historia en las universidades de Oxford y Cambridge a comienzos del siglo XVIII
tiene antecedentes similares.14

A mediados del siglo XVIII, el conocimiento útil o práctico finalmente se volvió importante.
La medida en que se ha reasignado el orden tradicional del conocimiento se puede ver en el
"prospectus" de Diderot (1750) y "El discurso preliminar" de d'Alembert's (1751) en la
enciclopédica D'Alembert por ejemplo, dio esencial importancia a las matemáticas, mientras
que la teología, una vez reina de las cuatro facultades, se presentaba ahora como una rama
de la filosofía. El hecho de que la insignia intelectual de los Filósofos franceses asignara una
posición tan importante a los oficios en general y a las tecnologías de vanguardia, indicaba,
además la clasificación cada vez más problemática de las formas de conocimiento científicas
y hasta ahora no científicas. Igual de importante es el hecho de que las entradas de la
enciclopédica estaban clasificadas por orden alfabético, lo que era paralelo y apuntaba a la
tendencia general de alejarse de las jerarquías tradicionales del conocimiento. El previo
ataque de Francis Bacon a la clasificación aristotélica del conocimiento (su nuevo Organon

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de 1620 estaba destinado a reemplazar el Organon de Aristóteles de una vez por todas)
finalmente había dado sus frutos.15

1.3 El Hacer y el conocer: el mundo como una máquina

Esto me lleva al segundo punto. La revalorización del conocimiento útil estaba relacionada
con el creciente uso de metáforas mecánicas para imaginar el mundo. La "mecanización de
la imagen del mundo" para usar el título del clásico de Dijksterhuis, jugó un papel importante
en el alejamiento de la física aristotélica. Al considerar la materia como esencialmente activa
y el movimiento como un carácter evolutivo, la física aristotélica atribuyó diseño y propósito
a la naturaleza material. Lo importante en nuestro contexto, es que los intentos históricamente
triunfantes de establecer un marco teórico alternativo, conocido colectivamente como
filosofía mecánica, modelaron la naturaleza como las características de una máquina.
"Desencantando el mundo" (Max Weber) al interpretar la materia como inerte y la naturaleza
como una máquina causalmente especificable, filósofos mecánicos tan diferentes como René
Descartes, Robert Boyle e Isaac Newton estaban convencidos de que habían encontrado una
metáfora inteligible que permitía comprender la naturaleza y sus componentes sin tener que
invocar "poderes ocultos" como las cualidades anímicas (animismo) y las capacidades de
propósito e intención (teología). De hecho, los siglos XVII y XVIII muchos creían que los
seres humanos sólo podían saber de forma fiable lo que habían hecho ellos mismo, ya fuera
manual o intelectualmente.16

La metáfora mecánica y su concomitante convicción de que los humanos sólo podían conocer
lo que ellos mismos construían no se limitaba al estudio de la naturaleza, si no que,
impregnaba todas las ramas del conocimiento, como ejemplifica el siguiente pasaje de
Thomas Hobbes: "La geometría, por tanto es demostrable, por las líneas y figuras a partir de
las cuales razonamos, las dibujamos y describimos nosotros mismos; y la filosofía civil es
demostrable, porque nosotros mismos hacemos la mancomunidad". 17

Las implicaciones epistemológicas de esto para la concebibilidad de una "ciencia del


hombre" histórica se hacen evidentes en Samza Nuova (1725-1744) de Giambattista Vico. El
profesor italiano de retórica desvió su atención del estudio de la naturaleza hacia la historia,
esperando un conocimiento confiable exclusivamente de las cosas que debían su existencia
al hombre. Razonó que, dado que fue Dios quien creó el mundo natural, solo Dios podía
comprenderlo. Sin embargo, el hombre mismo, sólo podía esperar un conocimiento fiable
del estudio del "mundo civil", ya que este último era el producto de la creatividad humana en
el mismo sentido en que la naturaleza era la creación de Dios. Aunque la noción de Vico de
una nueva ciencia no atrajo mucha atención en ese momento, indica que, sobre bases
puramente epistemológicas, la historiografía de los asuntos humanos podría imaginarse como
una ciencia. 18

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A principios del siglo XVIII, el grado en que la metáfora mecánica había penetrado en la
tradición del aristotelismo, puede verse en el caso del destacado aristotélico alemán Christian
Wolff. En su tesis del conocimiento de 1712, requiere que la historia "se escriba de tal manera
que cuando las acciones de los hombres se midan en función de sus circunstancias, se puedan
aprender las reglas del gobierno divino a partir de ellas". El estudio de la historia debería
permitirnos observar al gran relojero en el acto de la relojería, por así decirlo, de modo que
podamos entender su mecanismo. Wolff dice: "Entiendo la naturaleza de un reloj, cuando
entiendo claramente qué tipo de ruedas y accesorios lo componen y como se relacionan entre
sí". Empleando el reloj como la metáfora mecánica favorita de su época, Wolff aboga por un
tipo de historiografía que sea tanto didáctica como útil, ya que revela la estructura causal
oculta de la historia (historiografía pragmática). 19

Pero el uso de la analogía del reloj tiene otra cara. "Uno comprende la naturaleza de una
cosa", enfatiza el pasaje de Wolff sobre los relojes, "Sólo cuando se comprende claramente
cómo se ha convertido en lo que es, o de qué manera y medios es posible". 20 En este punto,
la noción de Wolff de determinar la naturaleza de una cosa a través de la reconstrucción
intelectual de sus partes constituyentes y su estructura se convierte en una explicación
genética de su nacimiento. De hecho, este último es para complementar al formador, como
es el caso del sistema de conocimiento de Wolff, donde cada disciplina individual se divide
en una parte racional abstracta y una empírico-histórica. Wolff fue apoyado por el teólogo de
Erlangen Johann Martin Chladenuis. En su Allgemeine GeJchiclmzuissenschaft de 1752, la
contraparte alemana de las cartas de Lord Bolingbroke sobre el estudio y uso de la historia
(1752), Chladenius afirmó: El mayor acontecimiento de ser un moral (como un estado) es el
origen mismo; lo que es aún más considerable, ya que entrega la razón de los sucesos
posteriores, sin los cuales estos no se entenderán.21

La búsqueda de configuraciones regulares, patrones de desarrollo y leyes ("reglas de


gobierno divino") fue un tema bien establecido a lo largo del siglo XVII. ¡La Ordre Nature!
de los fisiócratas franceses, La Staatswissenschaften (ciencia del estado) en Alemania y el
surgimiento de la historia conjetural en Gran Bretaña son ejemplos destacados de esto.

Por tanto, la analogía del reloj ilustra dos cosas. Por un lado, muestra que el surgimiento de
una nueva conciencia histórica en la Europa moderna temprana debió uno de sus mayores
impulsos al uso de la metáfora mecánica y la creencia concomitante de que los humanos sólo
podrían conocer con seguridad lo que producían ellos mismo. Por otra parte, la analogía
revela las limitaciones de la metáfora mecánica, lo que confina la noción de historia al
proceso de nacimiento. Una vez que el mecanismo de relojería está en su lugar, es un
producto final más o menos estable. Las analogías mecánicas no perdieron su atractivo
metafórico hasta el último tercio del siglo XVIII cuando fueron desplazadas por otras
metáforas, principalmente organicistas.

1.4 El surgimiento del conocimiento empírico

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El tercer elemento que tuvo un efecto significativo en las actitudes hacia el conocimiento fue
el surgimiento del experimento como una práctica legítima de creación de conocimiento,
personificada en el refrán de Francis Bacon sobre "poner la naturaleza en cuestionamiento".
La verosimilitud del experimento como una actividad de creación de conocimiento, se debe
mucho a la opinión discutida anteriormente de que, los humanos solo pueden comprender lo
que ellos mismos han hecho. Desde el mismo punto de vista se siguió la convicción de que,
para tener un conocimiento confiable de que las cosas que no fueron creadas por el hombre,
había que imitar o reproducir los procesos a través de los cuales estas cosas habían sucedido.
De hecho, es la naturaleza del experimento producir el fenómeno que se va a observar.
Immanuel Kant, el filósofo alemán en su teoría del origen del universo (1755) exclamó:
"dame materia y construiré un mundo a partir de ella", es decir, dame materia y te mostraré
como un mundo se desarrolló a partir de él. 22 Las palabras de Kant resaltan la mezcla del
hacer y saber que era tan característica de la época. Nos permiten vislumbrar la conciencia
que aún existía del vínculo entre "hecho" y "manufactura" dos palabras que se convertirían
(casi) en antónimos a fines del siglo XVIII a medida que la palabra "hecho" se desplazaba
hacia "datum", es decir, algo que se da en lugar de hacer. El punto crítico en nuestro contexto
aquí es la creencia que se encuentra en el corazón de la filosofía experimental (y del
empirismo moderno temprano en general), a saber, que el conocimiento propio se derivaba
y tenía que derivarse de la experiencia sensorial directa. Este fue otro ataque a otro pilar de
la tradición aristotélica. La experimentación de Robert Boyle con la bomba de aire, que
posiblemente fue la máquina de hacer hechos más prolífica de la época, es emblemática de
esta actitud. ¿Fracasaron los aristotélicos en comprender la importancia de la experiencia
sensorial? Para nada. Le dieron, de alguna forma, una respuesta diferente a dos preguntas
cruciales. ¿Qué papel puede jugar la experiencia en la constitución de conocimiento fiable?
Y segundo, ¿qué tipo de experiencia es la que se busca? Por más que sospechaba de la
fiabilidad de nuestra experiencia sensorial, la tradición aristotélica privilegiaba un tipo de
experiencia que testificaba las visiones generales del funcionamiento de la naturaleza en
lugar de proporcionar la base para esas intuiciones.

Si bien la experiencia se consideraba importante, estaba subordinada en última instancia a la


obtención de un conocimiento ya establecido de carácter general e indudable. En la tradición
baconiana de la filosofía experimental, por el contrario, la experiencia de los sentidos directos
debía elaborar los cimientos del conocimiento científico formal. El propósito de la
experiencia constituida experimentalmente no era ilustrar algún punto general; en vez de
servir al razonamiento filosófico general, fue para controlarlo. Sin embargo, este tipo de
experiencia no debía malinterpretarse como la colección inconsciente de datos que Bacon
comparó con la actividad de la hormiga. Más bien, fue el resultado de los esfuerzos
combinados de recolectar y digerir, como lo simboliza la abeja. El método de investigación
propuesto era, por tanto, inductivo y empíricamente fundamentado, (es decir, se debía a partir
de hechos observacionales y experimentales particulares) y luego ascender paso a paso hasta
el conocimiento causal y las conclusiones generales.

Aunque la experiencia buscada en el experimento no fue la de los sentidos espontáneos de


los no iniciados ("cuentos de viejas"). Los filósofos experimentales, desde Christiaan
Huygens hasta Robert Hooke, se mantuvieron firmes en cuanto a la creencia de que el

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funcionamiento de la naturaleza sólo podía comprenderse plenamente si la constitución de la


experiencia estaba guiada y disciplinada por reglas de métodos correctas. El "interrogatorio"
de la naturaleza, por así decirlo, debía llevarse a cabo "como si fuera una maquinaria"
(Bacon). Por decirlo de alguna manera, el surgimiento del experimento como una práctica
aceptable de creación de conocimiento, fue de la mano con las aspiraciones de querer
mecanizar la producción de conocimiento en sí mismo. Es decir, de disciplinar los
procedimientos de creación de conocimiento a través de direcciones metódicas diseñadas
para eliminar, o al menos, controlar los efectos de las pasiones e intereses humanos. 23

Aunque los métodos experimentales de investigación científica sólo podían aplicarse a


algunas ramas del conocimiento, su avance triunfal a lo largo del siglo XVIII dio un fuerte
impulso a los estudios empíricos de muchos campos, incluida la historia. Así como la
Reforma Protestante insistió en que cada cristiano se comprometiera directamente con las
escrituras (sin tener que depender de las lecturas de los sacerdotes), y al igual que los filósofos
experimentales desde Bacon hasta Newton instaron a sus contemporáneos a estudiar el "libro
divino de la naturaleza" por sí mismos (sin confiar en las interpretaciones consagradas), los
historiadores de finales del siglo XVIII esperaban cada vez más unos de otros y recurrían a
la autoridad de obras secundarias solo cuando el acceso experiencial a las cosas era
imposible. La escritura histórica se basaría cada vez más en lo que hemos llegado a llamar el
estudio de las "fuentes primarias", es decir, en la investigación empíricamente
fundamentada.24La historia de éxito del empirismo histórico fue escrita en parte en las calles
de París, aunque no necesariamente por historiadores. Así como la invención de Gutenberg
de la imprenta mecánica facilitó la demanda protestante de leer la Biblia por uno mismo; y
así como el uso del telescopio y el microscopio convirtió la retórica del empirismo
individualista ("¡Lea el libro de la naturaleza usted mismo!") en una idea practicable, de
manera que, la apertura forzosa de algunas de las cancillerías y archivos que alguna vez
fueron secretos en Europa producto de la Revolución Francesa, impulsó el llamado a los
historiadores al estudio crítico de las fuentes primarias. 25

Sin embargo, el estado de la experiencia histórica que podría derivarse del estudio de las
fuentes primarias era más que precario. La epistemología de Immanuel Kant, uno de los
filósofos más destacados de la Europa de finales del siglo XVIII, era, por ejemplo,
incompatible con la idea misma de que los documentos de archivo eran las "fuentes
primarias" de lo que podíamos saber sobre el pasado.26 Es más, el estudio de documentos con
la ayuda de métodos histórico-críticos es una lectura hábil. Se necesita una formación
especial que nos enseñe qué tipo de cosas "leer" en un documento y qué ignorar. Sin embargo,
antes de 1800 no se vislumbraban instituciones duraderas para la formación profesional de
historiadores que hicieran cumplir la lectura correcta.27Los registros ("hechos históricos")
como fundamentos suficientemente fiables de nuestro conocimiento del pasado. Durante este
proceso, las obras históricas de Leopold Ranke llegaron a actuar como alucinantes relatos del

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pasado y calibradores para disciplinar las prácticas historiográficas de otros.28Sin embargo,


en general, la contribución de Ranke al surgimiento de la historiografía fundamentada
empíricamente, investigada crítica y objetivamente escrita, no debe sobrevalorarse. No fue
el creador de la objetividad en la escritura histórica, ni tampoco inventó el método histórico-
filológico de evaluación de fuentes.

Para escribir y presentar la historia de tal manera que la verdad histórica no se distorsione,
el historiador debe ser personalmente imparcial, debe retratar los eventos sin ideas
preconcebidas propias, no debe tener preferencia por ninguna forma de gobierno, o
cualquier estado. Del mismo modo, no debe considerar como la mejor ninguna de las formas
de gobierno existentes, ni elaborar una ideal y comparar las existentes con ella; más bien,
con modestia y estricta neutralidad, solo debe contar lo que sucedió y cómo sucedió
(blozerzÄhlen, was und wie es geschelm ist)29

Aunque lo anterior nos recuerda su famoso credo, no fue Ranke quien lo escribió, sino el
medievalista prusiano Karl Dietrich HÜllmann, a quien posteriormente se ha tomado menos
en serio. Ranke acababa de nacer cuando, en la primavera de 1796, HÜllmann publicó su
ensayo sobre la historia de los estados europeos, que contenía estas reglas de conducta para
los historiadores. El ideal del conocimiento imparcial o impersonal, y cómo lograrlo, fue
objeto de acalorados debates a lo largo del siglo XVIII. Los códigos de imparcialidad y
desinterés prevalecieron en muchas áreas, desde las prácticas legales de evaluación de
testimonios hasta la filosofía natural. 30 La retórica de la flexibilidad de perspectiva
(imparcialidad que se eleva por encima de todos los puntos de vista particulares) aparece en
tratados sobre filosofía moral y teoría histórica. Adam Smith, por ejemplo, exigió en su
"Teoría de los sentimientos morales" (1759) que: "las pasiones egoístas y originales de la
naturaleza humana deben ser trascendidas, y las cosas deben ser vistas con los ojos de una
tercera persona que juzga con imparcialidad".31De hecho, trascender los puntos de vista
individuales en la deliberación y la acción les pareció a muchos filósofos morales una receta
importante para una sociedad armoniosa y justa. Lorraine Daston ha llamado a esta actitud
hacia el conocimiento "Objetividad Aperspectival", es decir, el intento de "escapar de la
perspectiva" eliminando las idiosincrasias individuales y grupales en nombre del
conocimiento público y la comunicabilidad universal. 32¿Qué fue sintomático de los debates
historiográficos en la segunda mitad del siglo? fue la sensación acrecentada de que el punto
de vista y la parcialidad eran de hecho atributos inevitables del historiador como tal y debían
ser tratados con eficacia en lugar de lamentarse. 33

Sin embargo, cada vez se consideraba más y más inadecuado intentar eliminar los efectos de
las distorsiones de la perspectiva, invocando la integridad moral del historiador. El énfasis se
desplazaba desde las nociones morales de imparcialidad personal (imperativos éticos) hacia
un tipo de aperspectividad e imparcialidad que debía garantizarse mediante reglas

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impersonales de método (imperativos metodológicos). En la Historia general de Cladenio


Allgemeine Geschichtszutssenschaft se lee:
¿La verdad histórica no debería gozar del mismo derecho?, de ser también formulada en
base a reglas, ¿ya que ahora casi todas las fuerzas motrices de la razón humana en el
descubrimiento de las verdades generales están explicadas ante nuestros ojos?. 34

No sólo las orientaciones metodológicas formales aseguraban la metamorfosis del historiador


en un sujeto epistemológico incorpóreo que se elevaba por encima de todos los puntos de
vista particulares; la credibilidad empírica de los historiadores del siglo XVIII en su conjunto
dependía cada vez más de su experiencia metodológica. Si la escritura histórica se iba a basar
en un procedimiento inductivo y empíricamente fundamentado, esta base tenía que ser
confiable. Fue en este contexto que la capacidad del historiador para distinguir lo genuino de
lo fabuloso se volvió primordial y las consideraciones de la crítica textual ocuparon un lugar
central. Finalmente, el triunfo de los métodos inductivos en la escritura histórica estuvo
indisolublemente ligado al surgimiento de la "nota al pie de página"'. 35 La práctica de hacer
referencia a las fuentes de uno, era en muchos aspectos el equivalente al informe minucioso
de un experimento, ya que estaba destinado a permitir al lector repetir y verificar el proceso
mediante el cual se constituyó el conocimiento en cuestión. Por lo que esto se consideró una
característica indispensable de la racionalidad científica. La medida en que las notas al pie
de página se habían convertido en una práctica establecida en la escritura histórica durante el
siglo XVIII se puede ver en el hecho de que, en 1758 David Hume se sintió obligado a
disculparse por la falta de referencias en su Historia sobre Inglaterra.36En resumen, la
discusión de las reglas historiográficas específicas del método había avanzado mucho antes
de que la escritura histórica se convirtiera en una profesión en el siglo XIX. Sin embargo, en
la práctica, las reglas formales de método a menudo eran mucho menos importantes para
"descifrar y evaluar"' registros históricos comparado a un buen conocimiento que contaba
como aceptable y apropiado, es decir, los códigos sociales de decir la verdad que no
necesitaban ser explicados. ¿Qué tipo de experiencia histórica fundamentaría la escritura
histórica? ¿La experiencia de quién debería contar como una experiencia histórica auténtica
que podría proporcionar la base adecuada del conocimiento histórico? ¿Qué constituía
exactamente una fuente primaria creíble? ¿Era el testimonio oral de la tradición popular o el
testimonio escrito de las élites? Responder a preguntas como estas implicaba un juicio sobre
dónde trazar la línea entre lo genuino y lo fabuloso, lo histórico y lo filosófico, lo literario y
lo científico, lo vulgar y lo sublime. En el siglo XVIII, no menos que en el XIX, la
metodización del conocimiento histórico implicó un mapa del orden social.

1.5 La historia como ciencia humana

El cambio de las actitudes desde las aristotélicas hacia la experiencial y hasta el conocimiento
tuvo muchas otras facetas que tuvieron implicaciones igualmente importantes para la
historiografía y su concebibilidad como ciencia. La concepción newtoniana del tiempo lineal
y unidireccional, por ejemplo, según la cual el tiempo era una entidad absoluta, real y

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universal que era vivida por todos, en todas partes. De la misma manera, tuvo un impacto
dramático en la convergencia de los modos de investigación histórica y científica. También
facilitó la noción de que el tiempo es un continuo progresivo y homogéneo y por extensión,
el surgimiento de la idea de que el pasado es y tiene "historia". La idea de la historia (en
singular) como una forma distinta y coherente de la realidad que podía ser analizada en
términos totalmente racionales y mundanos sólo cristalizó finalmente en los discursos del
siglo XVIII.
Otro fuerte estímulo a la escritura histórica provino de lo que, a raíz del historiador francés
Michel Foucault, se ha llamado el "giro antropológico" en la segunda mitad del siglo XVIII
y el surgimiento concomitante de las "ciencias de la vida"(como la antropología, biología y
psicología). 37 Difícilmente se puede sobrestimar la importancia del nuevo paradigma del
"vitalismo" para las aspiraciones de conceptualizar la historia como una ciencia humana.
Peter Hanns Reill, por ejemplo, ha mostrado el poderoso impacto de la aparición en 1749 de
los tres primeros volúmenes de Histoire naturelle (1749-1804) del historiador natural francés
Georges Louis Leclerc de Buffon. Buffon promovió una noción de cientificidad que
distinguía entre verdades abstractas (como pruebas matemáticas) y verdades físicas reales.
Mientras que los primeros fueron fruto de la invención humana, los segundos eran
esencialmente de naturaleza empírica e histórica y requerían tanto un análisis detallado como
una imaginación creativa ("adivinación"). 38Tomando una línea similar a la de Reill, Jorn
Garber ha argumentado que, alrededor de 1750, la antropología asumió el papel de una
disciplina principal para varias ramas de los estudios históricos. La prueba más obvia de esto
fue que el género próspero, aunque viviendo a costa, de la "historia de la humanidad'', que
interpretó la historia como la evolución de la humanidad en el doble sentido de la palabra:
como el desarrollo de la humanidad en el espacio y el tiempo, por un lado, y la realización
gradual de la cualidad potencial de ser humano, por el otro. Ideen zur Philosophie der
Geschichte der Menschheit (1782-1791) de Johann Gottfried Herder es uno de los ejemplos
más destacados de esto. El vínculo forjado entre la escritura histórica y los discursos
antropológicos sugiere Garber, no solo facilitó la formación de una área temática distintiva
(la historia del "hombre"), sino que también equipó a los profesionales históricos con un
conjunto de estrategias y métodos como: el análisis comparativo, el razonamiento analógico
y la intuición intelectual, que hicieron factible que la escritura histórica adquiriera una
identidad científica sin recurrir a un marco filosófico global. 39 El hecho de que en este
contexto las nociones de materia activa, movimiento autogenerador y desarrollo intencional,
recuperaron parte de su antigua vigencia, con "órgano", "organismo" y organización
reemplazando a "máquina", "mecanismo" y "mecanización" como metáforas principales:
muestra que el cambio de prácticas aristotélicas a prácticas experienciales de creación de
conocimiento no fue un proceso claro ni completo. A pesar de esto, la teoría aristotélica del
conocimiento había perdido definitivamente su predominio intelectual en el curso del siglo
XVIII. Si bien las formas empíricas de discurso habían reemplazado a las teorías deductivas
como paradigmas de investigación científica, el concepto aristotélico de scientia había sido
reemplazado lenta pero seguramente por un nuevo concepto de racionalidad científica que
enfatizaba la probabilidad más que la certeza.

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Reconociendo que la certeza absoluta estaba más allá del alcance humano en todas las áreas
excepto en unas pocas, muchos defensores de la nueva cientificidad tomaron su influencia
en el Ensayo sobre la comprensión humana de John Locke (1689), que distinguía entre
diferentes "grados de ascenso".40 En un marcado contraste con la certeza demostrativa
exigida por los aristotélicos - y, en realidad, los cartesianos (los seguidores de René
Descartes), las afirmaciones de verdad de este concepto empírico de cientificidad
descansaban en el criterio puramente pragmático de probabilidad críticamente probada. Al
igual que la evidencia en las prácticas legales, la evidencia histórica fue tratada como una
cuestión de grados relativos de certeza ("más allá de toda duda razonable"). En su artículo
Histoire (1764), Voltaire, uno de los principales pensadores históricos del siglo, declaró con
lacónica brevedad, "Toda certeza que no consista en una demostración matemática no es más
que la más alta probabilidad; no hay otra certeza histórica".41Pero, de nuevo, como argumentó
el matemático y físico francés Pierre Simon Laplace en su Essai philosophique sur les
probabilites (1814): «¿Qué pocas cosas se demuestran? Las pruebas sólo convencen a la
mente; la costumbre hace nuestras pruebas más sólidas. ¿Quién ha comprobado que mañana
amanecerá un nuevo día o que moriremos? ¿Y qué se cree más universalmente?. 42El pasaje
de Laplace es indicativo de actitudes probabilísticas hacia el conocimiento y la confianza
intelectual que las acompañaba. 43 El "giro probabilístico" es en muchos aspectos la piedra
angular de los desarrollos discutidos en este capítulo. A medida que el siglo XVII llegaba a
su fin, se había hecho posible, sobre bases epistemológicas, construir la historiografía como
una ciencia. Fue alrededor del 1800 cuando en el contexto alemán, la historia se apartó del
edificio de las bellas artes en el que se había subsumido junto con la poesía, la retórica, la
pintura y la música. 44Mientras que un número creciente de libros de texto, como la
introducción de Johann Joachim Eschenburg al sistema de conocimiento de 1792, llegó a
contar la historia entre las ciencias,45los mismos historiadores se referían ahora con creciente
frecuencia a la historiografía como una "ciencia verdaderamente racional"46 que merecía
justamente el nombre de ciencia.47 En la erudición histórica en la Alemania de finales del
siglo XVIII, August Ludwig Schlozer quería que la historia incluso se expusiera como una
clase científicamente'' (scientifisch vorgetragen werden) .48 La idea de que la historia es una
ciencia era, sin embargo, heterogénea, frágil y de ninguna manera compartida
universalmente. Después de todo, la noción subyacente de cientificidad era una mezcla de
conceptos y creencias diferentes, que reflejaban una constelación en rápido cambio en la
política del conocimiento del cambio de siglo.

1.6 Algunas conclusiones

1. La cientificidad reivindicada, discutida y practicada en la escritura histórica alrededor de


1800, era nueva en dos aspectos. Primero, la vinculación misma de lo histórico y lo científico

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fue novedosa en la escritura histórica empírica. En segundo lugar, la nueva cientificidad


difería fundamentalmente del concepto aristotélico de scientia que había prevalecido en gran
parte de Europa hasta bien entrado el siglo XVIII.
2. No fue en oposición a las ciencias naturales que la historia se convirtió en una ciencia
humana. La dicotomía entre las humanidades, por un lado, y las ciencias naturales, por el
otro, es esencialmente una progenie del siglo XIX y su particular mapa del conocimiento.
3. No hay razón para suponer que, en una determinada coyuntura histórica, la historiografía
cruzó con éxito el umbral de la cientificidad al desarrollar ciertos métodos que, por fin, fueron
adecuados para el estudio de la historia. Como ha dicho lrmline Velt-Brause: "La
cientificación de la historia no fue un proceso lineal hacia un objetivo fijo de práctica
científica adecuada".49 La ciencia es un objetivo en movimiento y también lo es la naturaleza
misma de lo que se considera conocimiento confiable.
5. La idea de cientificidad no flotaba libremente en el espacio conceptual. Como código de
conducta, forma de conocimiento y conjunto de máximas metodológicas, estaban
indisolublemente ligado a las instituciones, discursos y prácticas sociales. (Para obtener más
información sobre esto, consulte el capítulo de Peter Lambert en este volumen).
6. Finalmente, la racionalidad científica no debe confundirse con la razón. No hay sustituto
para el pensamiento, ni siquiera la cientificidad.

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2. La tradición rankeana en la historiografía británica entre 1840 a 1950

John Warren

2.1 The Lipstadt/ El caso de lrving

El 11 de enero del 2000, en el Tribunal Superior de Londres, llegó a juicio un caso de


difamación. Los acusados fueron la profesora académica estadounidense Deborah Lipstadt y
Penguin Books, editorial de su libro de 1993 “Denying the Holocaust: The Growing Assault
on Truth and Memory”. El demandante fue el escritor británico David Irving. Irving, autor
de muchos libros sobre el período de la Segunda Guerra Mundial, afirmó que Lipstadt lo
había difamado, afirmando que era un "negacionista del Holocausto" y un falsificador
deliberado de la verdad histórica. No es así, dijo Irving: en su opinión, él no negó el
Holocausto y aunque era tan propenso como cualquiera a cometer errores, era un verdadero
investigador, cuyo trabajo sobre la evidencia documental fue minucioso y había llevado a el
descubrimiento de fuentes virales sin explotar sobre la era Hitler.
A primera vista, entonces, el juicio fue sobre la reputación de un escritor como historiador y
el presunto daño causado a su carrera editorial. En la práctica, se convirtió en una caja de
resonancia para cualquier número de cargos académicos y pseudoacadémicos sobre una
alarmante gama de temas: libertad de expresión, el derecho absoluto a cuestionar las
opiniones recibidas, la relación entre la actividad académica y la política, la historicidad del
Holocausto, la escritura de la historia y la naturaleza de la historia, todo presentado en un
formato de confrontación amigable con los medios, bajo la mirada siniestra del Sr. Juez
Charles Gray, quien claramente esperaba que cualquier analogía entre evidencia histórica y
legal serviría para restringir, mejor que el combustible, los argumentos. Esas esperanzas eran
realmente ilusorias. Los comentaristas tienen claras, a grandes rasgos, las implicaciones del
caso.
El periodista D.D. Guttenplan ofreció su relato del caso bajo el título de "The Holocaust on
Trial" y en "Telling Lies About Hitler: The Holocaust, History and the David Irving Trial",
Richard Evans, un testigo experto de la defensa, eligió "History on Trial" como el título de
su primer capítulo. Una razón por la que la esperanza del juez era ilusoria, es que la escritura
de la historia no puede divorciarse de las suposiciones sobre la naturaleza y el propósito de
la historiografía, como tampoco los historiadores pueden divorciarse del contexto en el que
escriben. Tanto Lipstadt como Irving expresan una visión común de las obligaciones, los
deberes y la metodología del historiador que es, en última instancia, el producto de lo que se
puede llamar la tradición rankeana, de hecho Ivir Justice Gray, se pronunció en contra de
Irving sobre la base de que ninguno de los dos había cumplido esas obligaciones y deberes,
ni defendió la metodología del historiador según lo juzgado por el modelo de erudición
rankeano.50
El propósito de este capítulo es discutir en contexto la naturaleza de esa tradición asociada
con Leopold von Ranke (1795-1886) y, en particular, analizar su impacto en el mundo de la
historiografía de habla inglesa. Richard Evans, al atacar el calibre de Irving como historiador,

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defendió la centralidad del legado de Ranke en la práctica de la historia. Era apropiado que
lo hiciera, ya que su libro de 1997 "En defensa de la Historia" es una intensa crítica de los
diversos ataques filosóficos, lingüísticos y ocasionalmente hermenéuticos a los principios
fundamentales del rankeísmo. ¿Y cuáles son, entonces, esos principios fundamentales? Esto
dice Irving sobre el tema: "La historia real es lo que encontramos en los archivos y es lo que
asusta a mis oponentes porque les quita los tablones de debajo de los pies".51

Este énfasis en el estudio riguroso de los documentos históricos, con su implicación de que
tal estudio debía ser imparcial y lo más objetivo posible, fue precisamente la vara con la que
los acusados pretendían golpear a Irving. Evans recibió el encargo por parte de la defensa de
evaluar las afirmaciones de Irving de erudición objetiva y las encontró deficientes. Según
Evans, Irving ciertamente empleó el instrumento académico apropiado para referenciar y
evaluar las fuentes descubiertas por la investigación, pero lo hizo para engañar.

Las notas al pie de página y a veces, el texto citaba innumerables fuentes de archivo,
documentos, entrevistas y otro material que, a primera vista, parecía ajustarse a los cánones
normales del estudio de la historia ... Fue solo cuando sometí todo esto a un escrutinio
minucioso, cuando seguí las afirmaciones y declaraciones de Irving sobre Hitler hasta los
documentos originales en los que pretendían descansar, que el trabajo de Irving, a este
respecto, se reveló como un castillo de naipes, un gran fraude.52

En resumen, Irving no es un historiador que lucha con las exigencias y dificultades inherentes
a la objetividad y permite que sus hipótesis sean enmendadas cuando sea necesario por las
fuentes históricas. Irving es un escritor con una agenda de extrema derecha que está dispuesto
a prostituir lo que él mismo acepta como el credo del historiador al servicio de esa agenda.
El juez Gray concluyó en su sentencia:

Me parece que la inferencia correcta e inevitable, debe ser que en su mayor parte la
falsificación del registro histórico fue deliberada y que Irving estaba motivado por el deseo
de presentar los eventos de una manera consistente con sus propias creencias ideológicas,
incluso si eso implicaba distorsión y manipulación de la evidencia histórica. 53

Es una suerte, tal vez, que el modelo rankeano se preste a la práctica en los tribunales y
también que, como hemos visto, todos los participantes en el caso Lipstadt estuvieran de
acuerdo en la definición de lo que constituye la disciplina llamada historia. Por supuesto, tal
acuerdo no es universal. Los principios del rankeísmo: la realidad (aunque parcial) de la
objetividad, la posibilidad de una interpretación significativa de la evidencia documental en
un intento igualmente significativo de comprender el pasado en sus propios términos, un
rechazo de la distorsión de esa evidencia con necesidades personales y presentes en mente
han sido sometidos a desafíos tanto molestos como magullados. Las secciones restantes de
este capítulo discutirán los propios escritos históricos de Ranke, así como el uso que se le ha
dado a su legado, con referencia a tales desafíos. Por supuesto, esto no implica que Ranke
fuera entendido completamente por aquellos que sintieron su influencia. Tampoco implica

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que quienes sintieron su influencia lo hicieran independientemente de su medio personal,


académico, profesional o político. De hecho, quedará claro que la tradición de la erudición
histórica asociada con Ranke proporcionó, y continúa brindando, una defensa contra las
tendencias políticas y/o filosóficas contemporáneas que los oponentes ven como fraudulentas
o peligrosas y que merecen el destino de los madianitas y amalecitas bajo la espada de
Gideón.

2.2 Los escritos históricos de Leopold von Ranke

La producción de Ranke, durante una larga vida, fue simplemente enorme. Escribió en varios
volúmenes las historias de los pueblos que tuvieron, en sus términos bastante eurocéntricos,
un impacto en la historia del mundo: de ahí sus Historias de los pueblos latinos y germánicos
(1824), Los otomanos y la monarquía española (1827), Historia alemana en la época de la
reforma (1839-1847). Su Historia de los Papas (1834) complementó su historia de las
naciones, ya que el poder de la institución supranacional de la Iglesia Católica Romana la
convirtió inevitablemente en un gran actor en toda Europa y más allá. Hacia el final de su
vida, Ranke expresó su descontento con la estrechez de su tema (sintió que no le permitía
explorar completamente las conexiones y secuencias de eventos). Y así, en 1880, escribió su
Historia Universal. Lord Acton se puede utilizar como un punto de partida conveniente para
una discusión de la obra de Ranke y su aceptación por los historiadores británicos en el siglo
XIX. Su admiración por Ranke no se limitaba a su energía ni a su industria: tampoco estaba
libre de críticas. Aun así, Acton convirtió a Ranke en el representante más destacado de la
época que estableció el estudio moderno de la historia. Él enseñó a ser crítico, a ser incoloro
... ha hecho más por nosotros que cualquier otro hombre ... Decidió reprimir eficazmente al
poeta, al patriota, al partidario religioso o político, a no sostener ninguna causa, a desterrarse
de sus libros ...54
Acton determinó que las obras históricas de Ranke habían sido reemplazadas, pero a través
de las actividades de sus propios discípulos en los archivos recién abiertos de Europa. En
resumen, Ranke fue el creador del "estudio heroico de los registros"55 en el que debe basarse
la investigación histórica. El relato de Acton sobre la posición fundamental de Ranke es
seductor y desde luego tiene eco en algunos de los comentarios de Ranke. En su primer
trabajo publicado, "Historias de los pueblos latinos y teutónicos", Ranke escribió:

A la historia se le ha encomendado la función de juzgar el pasado, de instruir a los hombres


en beneficio de los años futuros. El presente intento no aspira a un proyecto tan noble.
Simplemente quiere mostrar cómo, esencialmente, sucedieron las cosas (wie es eigentlich
gewesen). 56
Añadió: “La presentación estricta de los hechos, sin importar cuán condicionales y poco
atractivos sean, es sin duda la ley suprema”.7 Escribir sobre su "Historia inglesa",
principalmente en el siglo XVII (1859-1868), dijo que había tratado de "extinguir mi propio
yo, por así decirlo, para dejar que el pasado hable". 57

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Este no es el lugar para discutir en detalle la cuestión de si Ranke era realmente un rankeano
en términos de Acton. Pero existe el peligro de convertir el pensamiento de Ranke en un
programa simplista con una serie de consignas: "¡Cuéntelo como sucedió!", "¡Dejemos que
el pasado hable por sí mismo!", "Cada época es única: la historia no debe ser juzgada por ¡los
estándares del presente!", o de convertirlo en un empirista tosco o incluso en un positivista,
inclinándose ante los altares gemelos de la factibilidad del pasado y la gloria del
razonamiento inductivo. Ranke, el empirista nuestro-y-nuestro se siente muy incómodo con
Ranke el luterano, o con Ranke el idealista romántico, quién pensaba que el historiador tenía
un papel santificado al descubrir, aunque de manera limitada, la "idea divina" o "la mano de
Dios", tras el desarrollo de la historia humana, la que Ranke sintió que se revelaba (Pace
Herder) de manera menos opaca en el florecimiento de culturas nacionales (de ahí su interés
en escribir las historias de los pueblos).
De manera similar, el dicho de Ranke "wie es eigentlich gewesen" ("como realmente fue" en
español) necesita un manejo cuidadoso: “eigentlich” tiene menor sentido de '"realmente" y
más el sentido de "en esencia" o "característicamente" 58 y, por lo tanto, no necesita ser
tomado como un respaldo directo de la historia, como una búsqueda de hechos en los
documentos, si no que como un comentario impregnado de idealismo. Uno podría sugerir
con Krieger, que Ranke llegó a establecer una distinción entre el método de adquirir
conocimiento histórico y la búsqueda de las verdades universales dadas por Dios que
surgirían de la metodología del académico. Existe una tensión entre su escritura sobre la
historia de los pueblos (vista de una manera completamente romántica como una agregación
de individuos) y el paso de lo particular a lo general. Como era de esperar, la descripción que
hace Ranke del proceso está bañada de un tono de anhelo religioso:

Existe un ideal elevado: captar el acontecimiento mismo en su amplitud humana, su unidad


y su plenitud ... Sé lo lejos que estoy de haberlo logrado ... Pero que nadie se impaciente por
este fracaso ... nuestro tema es la humanidad tal como es, explicable o inexplicable, la vida
del individuo, de las generaciones, de los pueblos y a veces, la mano de Dios sobre ellos.59

2.3 La escritura de la historia en la Gran Bretaña del siglo XIX

Lo importante para nuestros propósitos actuales, por supuesto, no es tanto cuáles fueron los
principios principales de Ranke en realidad o en esencia, sino cómo fueron interpretados y
respondidos por aquellos involucrados en la escritura de la historia de Gran Bretaña en la
época de Ranke. He evitado deliberadamente la frase "establishment” histórico británico, ya
que había poco que pudiera dignificarse con tal título. De hecho, había Profesores Regius de
Historia en las universidades de Oxford y Cambridge, pero sus puestos eran sinecuras sin
compromisos de enseñanza y mucho menos de investigación. Fue en 1853 antes de que se
creara la Escuela de Jurisprudencia e Historia Moderna en Oxford, (siendo la historia el socio
menor de la firma de formación jurídica), y en 1872 hasta que tuvo su propia Escuela. El
proceso fue aún más pausado en Cambridge: “The Historical Tripos” se estableció en 1875.
La historia se había examinado previamente solo como una de las cinco materias dentro de
las Ciencias Morales (desde 1851).

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La pobreza de la formación académica histórica no reflejaba una falta de interés por la


historia británica, al menos entre el público lector. La necesidad fue satisfecha en gran
medida por una variada colección de caballeros eruditos y autodidactas, cuyas franjas más
mesiánicas estaban dotadas de toda una gama de excentricidades atornilladas. Thomas
Babington Macaulay (1800-1859) ofreció la celebración del progreso nacional, de lo que
llamó "progreso físico, moral e intelectual'', 60 con su elenco de los históricos buenos y malos,
sus caricaturas, su dramatismo, sus contrastes y su tendencia a asumir que sus héroes del
siglo XVII del lado del progreso tenían el proceso de pensamiento de los caballeros liberales
victorianos.
Para aquellos sacudidos por los ataques al biblicismo protestante desde la dirección del
tractarismo o la crítica bíblica alemana, siempre estuvo el apocalipsis espléndido que fue
Thomas Carlyle, hijo de un cantero de Dumfries y profeta moral de la generación de Dickens.
James Anthony Froude, por ejemplo, tratando de salvar algo del naufragio de su fe cristiana,
encontró una especie de ancla en “The French Revolution” (1833-1842) de Carlyle, donde el
Terror y sus secuelas fueron la venganza visible de Dios contra la maldad humana. El propio
Carlyle comentó, como bien podría decir, que era una obra escrita por un "hombre salvaje,
un hombre desunido de la comunión del mundo en el que vive". 61 Esta no era una historia
narrativa. Fue la Revolución Francesa lanzada al caldero lleno de bilis y escupitajos de la
mente de Carlyle, lleno de filosofía idealista alemana, desesperación y dispepsia, y estallando
en una prosa asombrosamente vívida y francamente alarmante (escrita en tiempo presente)
donde Carlyle permitió a su imaginación lacerar al lector con su extravagante vocabulario.
Hacia el final del libro, gritó:

La IMPOSTURA está en llamas, la Impostura se ha quemado: un mar rojo de Fuego, salvaje,


envuelve al Mundo; con su lengua de fuego lame las estrellas. Se le arrojan tronos, ... y ¡ja!
¿que veo yo? - todos los conciertos de la creación: ¡todos, todos! ¡Quién soy yo! ... Un rey,
una reina (¡ah, yo!) Fueron arrojados; crujió una vez; volaba en lo alto, crujiendo como un
rollo de papel.62

Hasta aquí la agonía de la Revolución Francesa. Carlyle, en la vena idealista, estaba


intentando mediar el Ideal a través del símbolo: en este caso, los 'Gigs of Creation' se refieren
a la burguesía respetable (que podía permitirse el lujo de poseer un carruaje de un solo
caballo) y la referencia al papel se basa en el Libro II - "La era del papel", en la que se toma
el papel como representante de la fragilidad de la sociedad francesa. El frenesí de croar en el
que el libro parece haber sido escrito, se explica (más o menos) por la desesperada necesidad
de Carlyle de comunicar su mensaje: que los pobres de la Francia neofeudal del siglo XVIII
tenían su paralelo en los pobres de los países industrializados del siglo XIX como Gran
Bretaña, y que las clases dominantes tenían que aprender del destino de sus homólogos
franceses antes de que fuera demasiado tarde. Lo que Carlyle estaba haciendo, por supuesto,
era usar su interpretación de la historia para lamentar los males de su presente. Carlyle vio la
escritura de la historia como la forma más elevada de la expresión poética, con lo que se
refería al ejercicio más pleno de la imaginación humana. Al hacerlo, no esperaba con cautela
y reverencia que las huellas de Dios pudieran vislumbrarse a través de un estudio cuidadoso

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del pasado en sus propias palabras: estaba proclamando que dónde había descendido la ira
de Dios en el pasado, lo haría probablemente en el futuro.
En resumen, como historiador, su tarea era interpretar el funcionamiento de la providencia
de una manera que se imponga ante sus lectores. Claramente, la evaluación desapasionada
de los documentos originales y la cuidadosa supresión de la voz del autor eran características
completamente ajenas al papel del historiador. Cuando, en 1845, publicó su colección de
cartas y discursos de Oliver Cromwell, estaban plagadas de errores de hecho, transcripción y
atribución. No es probable que estuviera excesivamente preocupado de cometer estos errores.
La marea del primer capítulo de su introducción es "Anti-Dryasdust" y atacó salvajemente a
aquellos que, al publicar y usar registros, no lograron darles forma para hacerlos relevantes
en el presente. En su mejor momento (y particularmente en La Revolución Francesa), el
enfoque de Carlyle tiene la virtud de involucrar la imaginación del lector de la manera más
vigorosa. Aun así, era demasiado perentorio y dictatorial para entablar un diálogo con la
imaginación del lector y mucho menos con el intelecto. A finales de la década de 1840,
cuando las denuncias cada vez más rabiosas de Carlyle de su sociedad lo llevaron a simpatizar
con los déspotas reales y potenciales y su humanidad se oscureció bajo una cosmovisión cada
vez más antiliberal y autoritaria, perdió el contacto con sus antiguos discípulos. Muchos de
esos antiguos seguidores vieron que el mundo mejoraba lentamente la historia escrita para
enseñar que el presente debe ofrecer al menos una visión reconocible del presente y del
pasado, y la historia escrita como profecía tenía que mostrar algunos signos de convertirse
en realidad.

Ninguna imagen de la historia escrita por "hombres de letras" estaría completa sin una
discusión sobre la obra de Henry Thomas Buckle (1821-1862). Buckle era un erudito
caballero que confiaba en su propia gran biblioteca, deseaba establecer las leyes de la historia
similares a las aplicadas a "mecánica, hidrostática, acústica y similares". 63 Al hacerlo, reflejó
el interés contemporáneo en el positivismo filosófico de Auguste Comte, cuyo Cours de
philosophie positive fue traducido por Harriet Martineau en 1853 e influyó en diversos
grados, en figuras fundamentales como George Eliot, John Stuart Mill y Frederic Harrison.
El enfoque de Comte fue implacablemente empírico e inductivo, y pretendía derivar las leyes
históricas de hechos acumulados. Además, afirmó haber identificado un desarrollo de tres
etapas en la historia (correspondiente a un desarrollo de la mente) que también predijo la
forma del futuro. Comte identificó su presente con la época científico-industrial, positivista,
que culminaría con el tiempo en un mundo armonioso y próspero donde las mujeres actuaban
como sacerdotisas de la humanidad.

Es probable que las teorías de Comte atraigan a quienes tienen una actitud optimista hacia el
impacto de los descubrimientos científicos, que han perdido su fe religiosa convencional y
que, sin embargo, sienten la necesidad de una base moral alternativa para la sociedad. Comte
no proporcionó un vínculo historiográfico con su filosofía, pero Buckle si lo hizo. El primer
volumen de su "Historia de la civilización" en Inglaterra apareció en 1857, y murió justo
después de completar el segundo de lo que claramente se estaba convirtiendo en un proyecto
de varios volúmenes. Su plan era marcadamente determinista y despreciaba cualquier forma
de religión, ya que las consideraba un obstáculo para el desarrollo de la civilización. Su libro
fue la sensación literaria de 1857, pero su influencia en la historiografía británica se limitó a

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los seguidores más cercanos de Comte: aquellos comtistas que escribieron historia, como
Frederic Harrison o Edward Beesly (posteriormente profesor de Historia en el University
College de Londres), los cuales son figuras marginales en términos historiográficos. Como
era de esperar, la recepción en los círculos históricos más dominantes fue antagónica y las
páginas de los periódicos, (esos grandes educadores de la intelectualidad aspirante), estaban
repletas de quejas sobre el materialismo, el determinismo y la arrogancia de Buckle. Los
católicos liberales Simpson y Acton, en su revista The Rambler, se opusieron a un nivel
soteriológico, al proceso inductivo de establecer las llamadas leyes históricas que, al negar
el libre albedrío, sabotearon el justo juicio de Dios sobre el alma. 64
Los profesores Regius de Oxford y Cambridge, Goldwin Smith y Charles Kingsley
respectivamente, objetaron de manera similar el intento de fundamentar una ciencia de la
historia en leyes naturales, más que morales. Éstas no son lo que podríamos llamar objeciones
fundamentalmente metodológicas arraigadas en una visión de la naturaleza de la disciplina
llamada historia. Dados los antecedentes de los objetores, esto no es ninguna sorpresa.
Kingsley, por supuesto, era mejor conocido como un novelista popular polémico, socialista
cristiano y clérigo, por otra parte, Goldwin Smith era, para decirlo con generosidad, un
hombre con amplios intereses intelectuales y políticos (incluida una disputa impresa con
Disraeli con desagradablemente anti -Tonos semíticos) .65

2.4 Acton, Stubbs y rankeanismo

En 1866, Goldwin Smith renunció y fue reemplazado por William Stubbs en la silla Regius
(1829-1901). Fue bajo Stubbs que los principios rankeanos se emplearon por primera vez en
las universidades de manera sistemática, con el objetivo de profesionalizar el alcance y el
estudio de la historia. Es importante reconocer y resumir por qué esos principios deberían ser
tan apropiados y eficaces en este contexto. En primer lugar, Ranke ofreció una metodología
basada en el uso crítico del material archivado, que estableció la historia como una disciplina
autónoma y que podría ser comunicada (como hizo Ranke en la Universidad de Berlín) a
generaciones de futuros historiadores. La insistencia historicista en la singularidad de cada
época contrarrestó la objetable distorsión de la disciplina convirtiéndola en un mero
mecanismo de recopilación de hechos de los que los positivistas podrían derivar de manera
horrible y anacrónica las "leyes naturales" de la conducta humana. De hecho, la exigencia de
objetividad y la negativa a tolerar la explotación de la historia para los propósitos actuales le
darían estabilidad e integridad. El paradigma rankeano ofrecía, en resumen, una defensa
contra los profetas carlyleanos, positivistas, social darwinistas y otras bellezas-letristas,
igualmente objetables que podían reclamar el derecho a pronunciarse sobre la historia porque
no existía un estándar por el cual juzgar sus pronunciamientos. Había un precio que pagar,
por supuesto, con el que los inclinados teológicamente tenían que vivir si querían ser
completamente consistentes. La historia no podía ser explotada como arma teológica, ni
como arma moral con o sin la teología. La víctima más famosa de la tensión entre: la
aceptación por la necesidad académica y objetiva y el llamado del deber moral fue Lord
Acton.

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John Emerich Edward Dalberg Acton (1834-1902), católico romano, nacido en Nápoles,
hablaba con fluidez inglés, francés, italiano y alemán. Su mentor fue el destacado teólogo
alemán Johann von Dollinger. Hugh Tulloch66 analiza con entusiasmo la conversión de Acton
el católico doctrinario, en Acton el católico liberal, pero debemos señalar en particular uno
de los agentes más importantes de esa transformación: la estancia de Acton con Dollinger en
los archivos del Vaticano. Significativamente, fue Ranke quien había ido a la universidad de
Dollinger en Múnich en 1854, para enseñar sus técnicas de evaluación de fuentes. Cómo dice
Altholz, "Dollinger tuvo que entrenarse en los nuevos métodos y revisar su perspectiva
histórica a la luz de su nueva estudios" 67. Fue a través de sus investigaciones de archivo con
Dollinger que se hizo evidente para Acton que los historiadores de la Iglesia se habían
comprometido con la verdad al servicio de la ortodoxia. Acton llegó a considerar axiomático
que la verdad nunca podría perjudicar a la Iglesia y, por tanto, que la verdad histórica debería
servirle. Su oposición a los ultramontanos, (los entusiastas de la monarquía papal y la
declaración de infalibilidad), estaba, por lo tanto, respaldada por su convicción de que la
historia no ofrecía ninguna justificación para tales afirmaciones. Esto hizo que fuera aún más
importante, de hecho, un deber sagrado, que la investigación de uno fuera la última palabra
en profundidad. El análisis riguroso de los documentos tuvo que extenderse hasta los escritos
de los mismos historiadores, y hay un sentido en el que Acton fue nuestro rango de Ranke
(si se me permite) al depender menos de los documentos oficiales y al intentar exponer, sin
prejuicios, los aspectos internos de las vidas de sus personajes históricos: como él lo expresó,
"despojándose del caparazón prestado y exponiendo científica e indiferentemente el alma de
una vestal, un cruzado, un anabaptista, un inquisidor''.68

Sin embargo, una vez que la verdad histórica había sido comprobada por el humilde, devoto
y distante historiador, entonces tenía el derecho, la necesidad y la obligación de aplicar lo
que Acton habría considerado como el juicio moral de Dios sobre los actores en el escenario
de la historia. En este punto, Acton parece no solo haber saltado el barco de Ranke, sino que
haberlo destruido. En una amarga controversia con Mandell Creighton sobre la falta de
voluntad de este último para emitir juicios morales sobre los papas del Renacimiento, Acton
comentó: "es el oficio de la ciencia histórica mantener la moralidad como el único criterio
imparcial de los hombres y las cosas, y el único en el que se puede hacer que las mentes
honestas estén de acuerdo''. 69 Para decirlo de otra manera, Acton temía que el método
rankeano fuera una forma de relativismo.

La falta de voluntad para juzgar y la demanda constante de contexto de comprensión,


conducirían a una aceptación debilitante de motivos (a menudo políticos) básicos. El
problema con este enfoque es claro y explica por qué Acton puede ser acusado con justicia
de caer en las formas anacrónicas de los llamados historiadores whig. Asumir que la
naturaleza humana fue constante a lo largo del tiempo, que los absolutos morales fueron
igualmente inmutables y en esencia simples y que, a medida que la Providencia actuó a lo
largo de la historia, la historia fue esencialmente progresiva, a medida que los seres humanos
alcanzaron gradualmente una comprensión más completa de la libertad y la conciencia

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individual. Es notorio que a Acton le resultó inmensamente difícil poner en práctica sus
preceptos. Hacer juicios morales sin presunción significaría un conocimiento minucioso de
una profundidad aterradora. El resultado fue que Acton nunca publicó una sola obra histórica.
Su proyectada "Historia de la libertad" nunca fue escrita, sumergida como estaba bajo un
sistema bizantino de fichas y peso de lectura. Su influencia en la escritura histórica y en el
desarrollo de la profesión de historia es, en consecuencia, limitada. Es probable que haya
hecho poco para desalentar la creciente influencia del erudito en el molde rankeano sobre la
historia en las universidades. Su conferencia inaugural como Profesor Regius de Historia
Moderna en la universidad de Cambridge en 1895, fue en general de apoyo a Ranke, como
hemos visto, y jugó un papel importante en la fundación de La Revista Histórica Inglesa en
1886 (que tomó algún tiempo para hacerse eco de sus contrapartes eruditas alemanas y evitar
el barniz de la revista literaria). Lo que Acton ilustra mejor es la fuerza y las limitaciones del
atractivo de la metodología rankeana. Para aquellos convencidos del valor de la historia,
ofreció una forma de distanciar la disciplina del diletantismo y el mero partidismo, pero eso
no siempre fue suficiente. ¿No debería la historia tener algún propósito más profundo, para
cuya dilucidación el enfoque rankeano fue una preparación? Acton sintió esto y también,
significativamente, su predecesor en la silla Regius, Robert Seeley. Seeley se consideraba un
discípulo de Ranke, pero también afirmó que, "la historia, si bien debería ser un método
científico, también debería perseguir un objeto práctico''. 70 En este caso, el objeto era la
formación política, al que se llegaba mediante la apreciación (de manera no muy diferente al
positivismo comteano) las generalizaciones que fueron posibles una vez acumulados los
datos históricos.

Sin embargo, fue en Oxford donde debían beberse los borradores más puros del rankeísmo.
William Stubbs (1829-1901), profesor Regius de Historia Moderna de 1866 a 1884, no solo
pretendía establecer una Escuela de Historia en la universidad siguiendo el modelo rankeano,
sino que demostró a través de sus propias publicaciones cómo se debía hacer. En 1860,
publicó las importantes Cartas de Stubbs (Cartas seleccionadas y otros documentos
ilustrativos de la historia inglesa). Su Historia constitucional de tres volúmenes de la
Inglaterra medieval en su origen y desarrollo (1873-1878), se basó en una evaluación
exhaustiva de los registros y su conferencia inaugural dejó en claro su credo y su programa.
En cuanto al propio Ranke, Stubbs dijo:

Leopold von Ranke no solo está más allá de toda comparación con el más grande erudito
histórico vivo, sino que es uno de los más grandes historiadores que jamás haya existido.
Almacenes de conocimiento inigualables, investigación profunda, conocimiento íntimo de
las fuentes más recónditas.71

Junto a Ranke, Stubbs compartía el disgusto por la inducción al estilo positivista de leyes
generales de la historia y compartió un sentido del progreso de la historia a través de la
providencia divina. Además, vio lo que Burrow ha llamado, "el concepto de una
individualidad animada, o más bien de individualidades, como protagonistas de la historia:
configuraciones históricas únicas en cada una de las cuales se encarna una Idea única

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subyacente''. 72 En otras palabras, ambos vieron la individualidad de las naciones y un espíritu


nacional como la herramienta de Dios para dar forma a la historia. Y así la historia
constitucional lo atrajo, en parte porque era intelectualmente agotadora (dada la complejidad
de los datos), en parte porque explotaba la creciente accesibilidad de los documentos
estatales, en parte porque fomentaba un sentido de la singularidad del estado inglés, en parte
porque reflejaba la experiencia contemporánea de una máquina gubernamental en
crecimiento73 y en parte porque era eminentemente adecuada para establecer el prestigio de
la Escuela de Historia Moderna. 74

2.5 El triunfo muy parcial de Dryasdust (1): Herbert Butterfield (1900-1979)

Herbert Butterfield, era un académico en Peterhouse, Cambridge, en 1919, fue elegido para
una cátedra de historia moderna en Cambridge en 1944 y se convirtió en Profesor Regius en
1968. Francamente, es indignante etiquetar a Butterfield como un exponente del
dryasdustismo, pero sus importantes contribuciones al estudio de la historiografía
cristalizaron esencialmente sus actitudes hacia ciertos tipos de historia y mantuvieron la
versión británica de la tradición rankeana. Lo que es igualmente importante, es que la postura
de Butterfield era ambivalente, y al menos sugiere hasta qué punto la mayoría de los
profesionales que defienden el modelo "profesional'' o "artesano" del historiador encontraron
ese modelo en última instancia bastante insatisfactorio, pero, sin embargo, mucho más
preferible a las alternativas que lo harían, en su opinión, tienen consecuencias que eran
inaceptables en varios niveles.

En La interpretación whig de la historia (1931), Butterfield criticó a los historiadores por su


"mentalidad presente". El deseo de utilizar la historia para las necesidades de la actualidad
no era, en términos de Butterfield, simplemente una aberración metodológica, sino también
una peligrosa, arrogante y fundamental blasfema. "Los historiadores whig" eran aquellos
cuya teleología era horriblemente secular y, en consecuencia, presuntuosa. La historia,
afirmaban, tenía un sentido de dirección detectable, a veces a grandes zancadas, a veces
serpenteando, pero siempre progresando hacia la consumación devotamente deseada: la
democracia parlamentaria liberal según el modelo británico. El resultado fue que escribieron
una mala historia: a menudo nacionalista, siempre anacrónica y angustiosamente optimista.
Las objeciones de Butterfield a la historia whig en general eran tanto metodológicas como
teológicas, y de esta manera recuerdan fuertemente a Ranke. El pasado merecía ser entendido
por sí mismo, por lo que el historiador debía apreciar su complejidad, evitar la generalización
en favor de una apreciación del papel desempeñado por el individuo y buscar recuperar lo
particular y lo concreto sin consideración al presente (que no sea el maíz del pasado
comprensible para el propio tiempo). Butterfield se quejaba de que los de mentalidad presente
invariablemente escribían una historia "abreviada" porque buscaban seleccionar del pasado
la "prueba" de cualquier objetivo político o moral hacia el que supuestamente avanzaba el
pasado. Se prefería la similitud y el patrón, sobre lo diferente y lo único.

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La narrativa popular de amplio alcance, terminalmente complaciente y atrozmente engreído,


descartó los inconvenientes de la erudición rigurosa en favor de lo simplista y espurio
análogo. Se podría debatir que fulminar contra la "mentalidad presente" es una especie de
lujo que no se adapta a tiempos de profunda ansiedad y confusión, en donde la gente puede
mirar a la historia en busca de tranquilidad y sentido de propósito. Butterfield sintió que, en
medio de la Segunda Guerra Mundial, podía permitirse reflexionar sobre una contribución
positiva de la historiografía Whig. En El inglés y su historia (1944), aceptó que la
interpretación whig, por defectuosa que fuera, había entrado en la historia misma como una
fuerza positiva para el patriotismo y la unidad. Butterfield sospechaba profundamente de los
intentos de encontrar respuestas a preguntas trascendentes dentro de la historia académica.
La historia no era de ningún modo una guía: no podía reducirse a leyes deterministas ni
exaltarse al papel de profecía. Su perspectiva, como Ranke, era la del cristiano convencido.
Mientras que Ranke temía la influencia de la Ilustración y su negación de la soberanía de
Dios, Butterfield temía la influencia del optimismo liberal secularista y el comunismo ateo,
los cuales también negaban la soberanía de Dios. Junto a Ranke, no presumiría de identificar
los propósitos de Dios en la historia, pero no podía aceptar que Dios estuviera de alguna
manera al margen de él. Hay que afirmar que Dios estaba de alguna manera ausente, era
sabotear la religión personal.

En el apropiadamente titulado Dios en la historia (1958), Butterfield comentaba: "Y si Dios


no puede desempeñar un papel en la vida, es decir, en la historia, tampoco los seres humanos
pueden preocuparse mucho por él o tener relaciones muy reales con él''. 75

La Guerra mundial, La Guerra Fría, El Holocausto e Hiroshima: las crisis y los horrores por
los que había vivido Butterfield confirmaron en su mente la pecaminosidad esencial de la
"humanidad". No es extraño que se oponga al optimismo de sus predecesores. En Christianity
and History (1949), sus palabras parecen hacer eco, de todas las personas, de Acton:

teniendo en su religión la clave de su concepción de todo el drama humano, él [el


historiador] puede embarcarse con seguridad en un estudio detallado de los acontecimientos
mundanos, aunque sólo sea para aprender a través de sus interconexiones los caminos de la
Providencia. 76

La diferencia entre Acton y Butterfield es que Acton vio el progreso hacia la libertad como
parte de los caminos de Providence; Butterfield vio esto como una presunción injustificada
y peligrosamente cerca de usar la historia para obtener el significado de la vida misma. Tal
arrogancia era el pecado acosador del académico. Quienes estudiaron la historia tenían la
obligación absoluta de recuperarla como realmente era, porque solo entonces se podían
vislumbrar esas conexiones entre hechos que reflejaban a Dios en la historia. La influencia
de Butterfield sobre la historiografía posterior fue profunda y se debió un poco a su abierto
cristianismo per se. Confirmó la tradición realista, empirista e historicista, al descartar el
determinismo y enfatizando el papel del individuo. Su cautela ante una narrativa amplia
alentó la estrecha monografía de la historia "técnica", que a su vez era una marca del

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"profesionalismo" necesario para la "historia real". En resumen, se malinterpretó a


Butterfield. Como R.H.C. Davies comenta:

El propio Butterfield nunca tuvo la intención de que su trabajo hiciera que los historiadores
dejaran de intentar explicar la historia. Pero debido a que había demostrado que los
historiadores whig habían interpretado sus propias ideas en los acontecimientos históricos,
los historiadores menores se han sentido tímidos a la hora de expresar cualquier idea.77

Las claras similitudes entre Ranke y Butterfield se reflejan en la naturaleza de su atractivo


para sus sucesores. Para quienes odiaban el determinismo de la historiografía marxista, el
rankeísmo y el Burterfieldery eran el antídoto. Para aquellos que sospechaban de los enfoques
multidisciplinarios de la historia, eran los guardias del templo en cuyo "Lugar Santísimo", se
encontraba la pureza de una disciplina inmaculada por los neófitos presuntuosos de la
psicología social, la antropología, la economía y la sociología.

2.6 El triunfo parcial de Dryasdust (II): Namier y namierización

El impacto de Louis Bernstein Namier (1888-1960) en la profesión histórica en Gran Bretaña


en las décadas de 1950-1960 no tuvo rival y no solo en su elegido campo de la vida política
inglesa del siglo XVIII. Al Oxford English Dictionary, le otorgó la palabra "Namierizarion",
y a través de la erudición exacta y detallada a la que se refiere el término, dio a sus colegas y
estudiantes un ejemplo a seguir o evitar, pero no a ignorar. La capacidad de Namier para la
minuciosa investigación documental, que claramente complementaba y reflejaba el
profesionalismo rankeano, se centró en un enfoque de la política parlamentaria que enfatizaba
la motivación individual y las circunstancias locales por encima de la afiliación ideológica
y/o parlamentaria. Al hacerlo, Namier rechazó los enfoques teleológicos de cualquier tipo y
ofreció no solo una confirmación sorprendente del estatus del historiador y de la disciplina
de la historia, sino también un pasaje seguro entre la Escila del marxismo y la Caribdis de
los enfoques multidisciplinarios.

Como Butterfield, Namier desconfiaba de las doctrinas del progreso porque desconfiaba de
la razón humana y su potencial; Pero, si la desconfianza de Butterfield era teológica y se
derivaba de sus creencias metodistas, la desconfianza de Namier era psicológica y derivaba
de su sensación de ser un extraño. Nacido como Ludwik Borensztajn vel Niemirowski en el
este de Polonia, sus padres eran de la clase terrateniente, un estatus inusualmente patricio
para los judíos, aunque no practicantes. Namier fue desheredado por su padre y salió de
Balliol College, Oxford, en 1915 con su mente conservadora intacta y un título de primera
clase en Historia Moderna. Sus sobresalientes habilidades eran evidentes por sí mismas y
deberían haberlo llevado a una silla en Oxbridge, pero, por otra parte, también era combativo,
arrogante y obsesionado consigo mismo, no era un hombre. En resumen, para utilizar su
conocimiento a la ligera de la manera apropiada para el caballero inglés cuyo éclat social
admiraba y no podía igualar. Sus intereses de investigación reflejan su admiración y su
conservadurismo. En 1929, publicó "The Structure of Politics at the Accession of George III"
y en 1930 “England in the Age of The American Revolution”. Al hacerlo, socavó la
interpretación whiggish ortodoxa según la cual los supuestos intentos del rey de reafirmar el

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gobierno absolutista fueron frustrados por la oposición de los rebeldes estadounidenses y los
whigs bajo Rockingham, que simpatizaban con la posición de principios de los colonos
contra la tiranía. Namier negó que el rey tuviera tal intención, que los Whigs de Rockingham
representaban a un partido con ideales más allá de los del faccionalismo egoísta y en buena
medida que escribir sobre la adhesión de los IYIP al partido fuera malinterpretar sus
principios fundamentalmente personales. motivaciones. Por tanto, el llamado "análisis
estructural" de Namier se basaba en una "perspectiva general" más que en una visión general
y en una prosopografía más que en una exégesis narrativa. Su reconstrucción detallada de las
vidas y los motivos de los diputados individuales exigió una búsqueda incansable y una
evaluación de los documentos familiares. El análisis de las cartas de los IYIP llevó a Namier
a argumentar, que veían la política no en términos de ideales, lealtades partidarias o
principios, sino como una extensión de los asuntos locales y personales. Su rehabilitación de
Jorge III se basó en los documentos del Rey que se encuentran en el Castillo de Windsor. El
análisis de su correspondencia supuestamente reveló que Jorge III era un hombre inseguro y
bastante convencional sin intención de revivir la autocracia.

Namier había logrado restaurar personalidades en la política, pero también había eliminado
las ideas políticas de la personalidad, resultado probable, de hecho, de utilizar
correspondencia privada e ignorar en gran medida los debates parlamentarios. Su correctivo
al enfoque tradicional whig fue oportuno, pero con un enfoque demasiado cerrado. Para
apoyar el argumento de que la lealtad y la ideología del partido eran relativamente poco
importantes para la política del siglo XVIII, requería una escala de tiempo más amplia que la
proporcionada por Namier. Tampoco proporcionó el análisis necesario del funcionamiento
de la Cámara de los Lores. En resumen, Namier estaba fascinado por la Cámara de los
Comunes, o más bien por sus miembros. A nivel profesional, la biografía colectiva, apelaba
a Namier como una técnica que evitaba narrativas generales que se basaban en las actividades
de un "gran hombre" o análisis que se basaban en ideologías (como el ivlarxismo) que
evitaban la motivación individual en favor del determinismo impersonal. A nivel personal, a
Namier se le hizo fácil empatizar con los terratenientes obsesionados por sí mismos. Y la
biografía colectiva le dio la oportunidad de explotar la única forma de determinismo que
aprobaba de todo corazón (porque era personal), el análisis freudiano. Namier, que no era
ajeno al diván del analista, invitó a sus personajes históricos a recostarse y explicarse. Como
era de esperar, cuando Namier cruzó la tierra de nadie entre la comprensión genuina y la
obsesión por sí mismo de un historiador, a veces lanzó su ataque y a veces, se paró en una
mina. Sobre su propia relación problemática con su padre, pudo hablar seriamente y discutir
el impacto político de las tensas relaciones entre los reyes de Hannover y sus herederos
varones, y explicar algo de la carrera errática de Charles Townshend en referencia a su
problemática. relación con ambos padres. Por otro lado, ¿era realmente mejor explicar en
esos términos, digamos, las acciones de Townshend como canciller de Hacienda responsable
de la Ley de Derechos de Importación Estadounidense de 1767, amargamente resentida?
Como ha señalado Linda Colley, "nos queda la impresión de que quizás la Revolución
Americana estalló porque Gran Bretaña en la década de 1760 estaba gobernada por una
oligarquía de neuróticos''. 78

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33

Namier fue demasiado astuto para no convertir la necesidad psicológica en una virtud.
Comentó: La investigación y el análisis realmente intensos requieren cierta correlación entre
la vida y la experiencia emocional del estudiante y su tema ... En cuanto a la precisión, es
una concepción que asociaría con declaraciones más que con puntos de vista.79

Ciertamente requirió más que asiduidad dedicar, como hizo Namier, la última década de su
vida a un proyecto que a la vez da testimonio y epitafio de sus obsesiones, habilidades y,
quizás, sus limitaciones. En 1951 "History of Parliament Trust" le dio a Namier la iniciativa
de escribir la historia institucional apropiada. Lo que obtuvieron los miembros del
fideicomiso no fue nada por el estilo. En los tres volúmenes de La Cámara de los Comunes
(1754-1790), publicados cuatro años después de la muerte de Namier en 1960, Namier evitó
a los "grandes hombres'', pero escribió muchas biografías de parlamentarios, cuanto más
oscuras mejor. Al parecer, el objetivo de proporcionar la materia prima, no de hecho para
una historia política que traza el funcionamiento real de ambas cámaras, sino para una historia
social que carbonice la cambiante estructura económica y de clases de los Comunes. En lugar
de una despedida, hubo una introducción y una obra que, en su inevitable incompletitud,
reflejaba las frustraciones de un forastero por excelencia. 80

2.7 Conclusión

El destino de Namier, como el de muchos de los historiadores discutidos en este capítulo, fue
ser etiquetado como un campeón de un tipo de historia que en realidad no escribió y con el
que mantuvo una relación ambigua. Como producto de su tiempo y de su propia psique
atribulada, escribió una historia que sospechaba de la ideología, efectivamente conservadora,
cínica sobre la naturaleza humana y al parecer, apropiadamente empírica y objetiva al estilo
rankeano. Que esto no fuera ni suyo ni de los rankeanos no era el problema. Peter Novick
traza el impacto similar de un Ranke incomprendido en la profesión histórica
estadounidense. 81 En Gran Bretaña, el impacto de Namier, como el de Butterfield, fue
confirmar una versión particular de la tradición rankeana como la forma correcta y
profesional de escribir la historia.

A finales del siglo XX y principios del XXI, la tradición rankeana se ha utilizado como arma
contra las invasiones de la disciplina de la historia tanto metodológicas como
epistemológicas. G.R Elton se deshizo de las pretensiones rivales de los cliometristas (para
su propia satisfacción), ¿en qué Camino al pasado? y en "Return to Essentials" abordó
(también para su propia satisfacción) a los posmodernistas que se aventuraron a argumentar
que de todos modos no había camino hacia el pasado.82Richard Evans, cuyo "Telling Lies
About Hitler" se discutió al comienzo de este capítulo, ofreció en su En defensa de la historia,
"el trabajo básico de Ranke" como las herramientas de un oficio que, a pesar de las críticas
posmodernistas, continúa ofreciendo una interpretación del pasado que refleja, aunque de
manera imperfecta, como sucedió realmente.

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La historia es una disciplina empírica y se ocupa del contenido del conocimiento más que de
su naturaleza. A través de las fuentes que utilizamos y los métodos con que las manejamos,
podemos, si somos muy cuidadosos y minuciosos, abordar una reconstrucción de la realidad
pasada que puede ser parcial, provisional y ciertamente no será objetiva, pero sin embargo
verdadera. 83

Esto no quiere decir que los oponentes de la bastardizada tradición rankeana en la


historiografía británica, no tengan varios puntos válidos que hacer. Por supuesto, con
frecuencia se basa en una desafortunada renuencia a considerar la historia como una
epistemología. Por supuesto, hay escritores de historia, como Carlyle, que tienen la capacidad
de involucrar al lector (para bien o para mal), con un golpe imaginativo que puede impactar
espasmódicamente al transmitir la verdad a través de los recursos de la ficción. Y, por
supuesto, pocos seguidores de Ranke, reconocidos o no, se contentaron con la historia como
metodología. Sin embargo, la tradición sigue siendo un criterio u objetivo, no se puede
ignorar.

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3. La profesionalización e institucionalización de la historia


Peter Lambert

La búsqueda del estatus profesional fue un esfuerzo por asegurar un estatus de autoridad para
el trabajo del historiador. A diferencia de los practicantes de otras profesiones, los
historiadores nunca lograron el monopolio de su campo: la cuestión de impartir
conocimientos sobre el pasado. Pero dondequiera que el proyecto de profesionalización tuvo
éxito, implicó un cambio en el equilibrio del poder para interpretar el pasado. La autoridad
estaba indisolublemente ligada a las afirmaciones de objetividad de los historiadores. La
objetividad, a su vez, se aseguró mediante la aplicación rigurosa de habilidades en el uso
crítico de la evidencia. Paleográficas, filológicas y contextuales, las habilidades y
metodologías empleadas por los historiadores eran de su propiedad común: fueron enseñadas,
descansadas y comunicadas entre sí. 84 La institucionalización proporcionó los escenarios en
los que esto podría suceder y proporcionó estructuras profesionales y mecanismos de lo que
podría ser llamado control de "calidad".

Al constituirse como una comunidad imaginada, los mismos historiadores establecieron los
estándares de su profesión y buscaron asegurarse de que la conformidad con ellos fuera un
requisito de entrada. Sin embargo, incluso en donde lograron autonomía, las profesiones
históricas nacionales casi nunca estuvieron cerca de convertirse en los cuerpos
independientes y completamente autorreguladores que predicen los modelos sociológicos de
profesionalización.

Este capítulo explora la creación de estándares de profesionalismo en la búsqueda de la


historia. Qué condiciones eran necesarias para que floreciera la disciplina y qué motivó a sus
defensores son las preguntas que se abordan en la primera sección. En una secuencia de
"instantáneas", el capítulo analiza los momentos clave en la fundación de la historia como
disciplina académica en los países del "primer" y del "segundo mundo" en el transcurso de
un "prolongado" siglo XIX. Finalmente, el capítulo aborda la expansión de la disciplina al
"tercer mundo", en la segunda mitad del siglo XX.

3.1 Condiciones y motivos

La institucionalización se basó en la demanda; la profesionalización de la investigación y la


redacción presuponía en gran medida la existencia de estructuras de carrera. Ambos
dependían de las existencias ampliamente superpuestas de tasas de alfabetización adecuadas
y de una clase media suficientemente desarrollada en una sociedad determinada. Dependían
también de la presencia de un sistema universitario y, fundamentalmente, de la disposición
de sus pagadores públicos o privados para ver la historia establecida dentro de las
universidades. Más que ninguna otra, fue la presencia o ausencia de voluntad de invertir en
la historia en un momento dado lo que constituyó la variable determinante de las cronologías
divergentes de la profesionalización de la historia.

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Aunque los historiadores continúan discutiendo sobre el alcance de su influencia en los


desarrollos posteriores, nadie ha cuestionado el hecho de que Alemania fue precoz. A
mediados del siglo XIX, muchas de las características "clásicas" de una disciplina totalmente
profesionalizada estaban en su lugar. Primero Francia, luego una serie (a primera vista
desconcertante) de países siguieron su ejemplo, entre ellos Estados Unidos, Japón y Bélgica.
Incluso en Europa occidental, sin embargo, el progreso de la disciplina fue desigual. Los
historiadores holandeses profesionales siguieron siendo pocos y lamentablemente carecieron
de recursos hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En Johan Huizinga, Holanda
contaba con un historiador de gran reputación internacional. Pero Huizinga se sentía aislado
en su propia nación, alienado por una cultura intelectual nacional que mostraba desdén por
la historia académica. En 1907, propuso sarcásticamente que Holanda vendiera todas sus
existencias de archivos nacionales al mejor postor ya que, más allá de las fronteras
holandesas, podría haber alguien con el tiempo y las ganas de trabajar en ellos. Era una
sugerencia que la insignificante docena de profesores de historia de Holanda en el puesto tres
décadas después podrían haber repetido razonablemente. 285 La experiencia británica de la
profesionalización de la historia comenzó relativamente temprano. Desde la década de 1860
en adelante, los historiadores lucharon para inaugurar planes de estudios y, a veces, para
introducir formación en investigación. Pero los reformadores encontraron obstáculos y, en
cualquier caso, carecieron de una visión cohesionada. Sus éxitos fueron irregulares y, a veces,
también transitorios. Los seminarios tuvieron solo apariciones fugaces, siendo iniciativas
completamente individuales que terminaron cuando sus iniciadores siguieron adelante.
Frederick York Powell, profesor regio de historia en Oxford, ejemplificó una actitud
totalmente antipática hacia cualquier espíritu profesional. Al llegar tarde para su propia
conferencia inaugural, se las arregló para terminar el programa en 20 minutos. 3 86

El de Powell no fue un ejemplo de anacronismo en la Gran Bretaña victoriana tardía, ni se


limitó a ese período. En 1922, Charles Kingsley Webster pensó que era "muy lamentable"
que los intentos de establecer escuelas de posgrado en historia en Oxford y Cambridge
hubieran sido "tan inadecuados" y defendieran una rectificación radical: la destrucción
efectiva de ambas universidades, como instituciones de enseñanza de pregrado y su
transformación forzada en centros de investigación y formación de posgrado.87 En vísperas
de la Segunda Guerra Mundial, Eric Hobsbawm descubrió que Cambridge no hacía casi nada
para proporcionar a los aspirantes a historiadores profesionales la formación adecuada: la
facultad de historia presentaba un espectáculo abrumadoramente “desalentador ''. -satisfecho,
insular, culturalmente provinciano, profundamente prejuicioso ... incluso contra demasiado
profesionalismo ... (yo) en mi época, lo que Marc Bloch llamaba el "oficio del historiador"
no se enseñaba en Gran Bretaña.88 York Powell, entonces, ciertamente no fue el último de
una raza moribunda de historiadores británicos cuyo comportamiento y enfoque de la
enseñanza y la investigación fue claramente poco profesional.
Los patrones de profesionalización de la historia, sugiere Eckhardt Fuchs, formaban parte de
una tríada, cuyos otros dos aspectos eran la industrialización y la modernización. 89 “En vista

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del hecho de que la profesionalización de la historia estaba mucho más avanzada a fines del
siglo XIX en Bélgica que en Holanda, por ejemplo, la observación de Fuchs parece requerir
alguna modificación. Donde existía un público alfabetizado y educado, las perspectivas de
desarrollo de la profesión histórica eran inversamente proporcionales a la “modernidad” (ya
veces también al grado de industrialización) experimentada por un país determinado. El
público holandés educado y los gobiernos holandeses, que confiaban en el poder de su estado-
nación y en su identidad, eran propensos a mirar con desprecio a los belgas en general y a su
profesión histórica en particular. El hecho de que Bélgica debería haber requerido una
profesión histórica en primer lugar fue visto por los holandeses como un índice del atraso
belga. En tales casos, el criterio con el que se midió el "atraso" no fue económico ni siquiera
cultural. Más bien, fue el nivel de logro en la construcción de la nación y la formación del
estado.

El hecho de que Alemania haya albergado los primeros laboratorios para experimentos en la
creación de la historiografía moderna está íntimamente relacionado con la falta de
modernidad de Alemania en otros aspectos. Un nuevo espíritu de wissenschaftlichkeit90 sirvió
en parte como sustituto de los ingredientes faltantes de la modernidad, en parte como
correctivo de los defectos, ambos expuestos en las Guerras Napoleónicas. La reforma de
Humboldt de las universidades prusianas proporcionó al menos una medida de libertad
académica dentro de las universidades, cuya posterior expansión proporcionó oportunidades
impulsadas por el mercado para los empresarios académicos. 91 Estas fueron condiciones
favorables para el surgimiento de nuevas disciplinas. La competencia para los estudiantes
proporcionó el motor. Profesores jóvenes, ambiciosos e innovadores, distinguidos desde
mediados de siglo por su propensión a moverse rápidamente de una universidad a otra, lo
impulsaron. Algunos hicieron de la generosa donación de su disciplina una condición para la
aceptación de los puestos que se les ofrecían y tomaron el látigo en relación con sus supuestos
empleadores.92La historia disfrutaba de una ventaja clave sobre las disciplinas rivales. Los
Estados que habían sobrevivido al rediseño del mapa de Europa por parte de Napoleón y que
a menudo habían crecido como consecuencia directa, se vieron obligados a buscar nuevas
estrategias de legitimación después de la caída de Napoleón.
Comenzaron a fomentar el desarrollo de la historia en las universidades en pos de esa
búsqueda. Pero las relaciones entre los historiadores y los estados que eran sus máximos
amos de la paga eran con frecuencia tensas. Las ambiciones intelectuales de los historiadores
siempre eran inherentemente probables de llevarlos más allá de los estrechos confines
geográficos de los sistemas políticos cuya procedencia era tan reciente. Los pequeños
principados podrían asociarse con la imposición local de la censura. Así, al igual que otros
burgueses educados, los historiadores forjaron conexiones entre sí a través de las fronteras
estatales, especialmente a través de revistas y su correspondencia. Mucho antes de su
culminación en los congresos anuales de historiadores alemanes (desde 1892 en adelante), y
antes de la creación del Imperio Alemán en 1871, un "gremio" (Zunji) de historiadores había
tomado forma y lo había hecho a lo largo de líneas nacionales. En su corazón se encontraba
el número cada vez mayor de titulares de sillas establecidas en la historia, unos 28 de ellos
en 1850, y alcanzaron los 185 en las próximas seis décadas.

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La investigación sobre las fuentes primarias almacenadas en los archivos, su interpretación


crítica (Quellenkritik) y finalmente su inclusión en las narrativas publicadas fueron las señas
de identidad de la nueva especie de compromiso con la historia. Leopold von Ranke 93no fue,
como ahora se reconoce generalmente, el autor de este método de tres pasos, pero sin duda
fue su publicista más eficaz. Recordado como el defensor de la investigación de archivos,
Ranke dependía mucho más de las fuentes secundarias de lo que admitía. Ciertamente al
principio, se mostró reacio y escandalosamente ineficiente a la hora de reconocerlos con
precisión y un desordenado conversador de notas a lo largo de su carrera.94Pero luego, por la
sencilla razón de que pertenecía a una generación fundadora de historiadores
profesionalizados, Ranke no había tenido ninguna formación como historiador mismo. Al
igual que en la cuestión del método, en relación con la formación, Ranke durante mucho
tiempo y en general, sin merecerlo disfrutó de una reputación de innovación fundamental.
De igual manera, la omnipresencia y la durabilidad del mito de Ranke atestiguan sus
habilidades como propagandista de la importancia viral de la formación de aprendices de
historia.
Rank tenía una formación en filología y las habilidades que adquirió se habían desarrollado
a través de seminarios de esta, que eran en sí mismos una invención alemana del siglo XVIII.
En la década de 1820, los historiadores simplemente aplicaron las técnicas de los seminarios
filológicos a la historia: interacción discursiva y crítica entre profesores y estudiantes y entre
los propios estudiantes. En la década de 1820 ya se llevaban a cabo "ejercicios históricos" en
los que selectos puñados de estudiantes se reunían informalmente en las casas de sus
profesores. Como reuniones privadas, pertenecen más inmediatamente a la historia del
desarrollo de la sociedad civil en Alemania que a la de la institucionalización de la historia.
Pero en 1833, Ranke realizó una serie de estos "ejercicios" en la Universidad de Berlín. A
partir de entonces, se encontraban cada vez con mayor frecuencia en las universidades
alemanas. Poco a poco, las universidades empezaron a anunciar su existencia a los
estudiantes y luego incluso a hacer obligatoria la asistencia. En 1865, cuando Heinrich Sybel
adjuntó una sola estantería y su contenido a los 'ejercicios' que realizó en Bonn, no solo inició
otra tendencia, hacia la creación de bibliotecas para seminarios, sino que implicó otra.
Los seminarios comenzaron a disfrutar de su propio espacio. Un problema persistente
era que la presencia o ausencia de seminarios en una universidad en particular estaba
determinada por los gustos y energías de los historiadores que se encontraban allí y su
resolución se encontraba en la institucionalización formal del seminario, que ahora adquirió
un reconocimiento reconocido con jerarquías de autoridad y gobernado por sus propios
estatutos. Las universidades y los ministerios con frecuencia encontraban que los
compromisos financieros a largo plazo implicaban un precio aceptable a pagar por la
estabilidad y el atractivo para los estudiantes y el personal potenciales. 95Sus creadores
pregonaron las virtudes del seminario, la "encarnación" de la nueva historia académica. Se
diseñó para inducir a todos los estudiantes de historia a comprender no solo los argumentos
del artículo (o libro o conferencia) pulido y terminado del historiador, sino, de manera crucial,
cómo había llegado a él. Esa comprensión fue mejorada y probada por el requisito de que
cada estudiante realizara él mismo, una investigación especializada. En 1868, Heinrich von
Sybel discutía: "Otras naciones, podrían poseer grandes historiadores (los historiadores

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franceses podrían dar conferencias infinitamente superiores a cualquiera de las celebradas en


Alemania)", pero las conferencias magistrales "eran cualquier cosa más que una escuela de
académicos". La superioridad del modelo alemán se basaba en los seminarios, precisamente
porque revelaban lo que ocultaban las brillantes conferencias: la laboriosa labor del
investigador. Y discutió Sybel, que esto era algo que los admiradores extranjeros de los
historiadores alemanes entendían claramente. Sin embargo, el seminario no estaba destinado
a funcionar principalmente como un campo de entrenamiento para historiadores
profesionales. Los futuros maestros, especialmente los maestros de buenas escuelas
secundarias eran sus verdaderos beneficiarios. 96 Las demandas y habilidades del historiador
en ciernes eran difíciles de reconciliar con las del maestro en formación común y corriente.
El propio Ranke había encontrado demasiado trabajo con fuentes primarias para estas últimas
y las atendió en una especie de seminario de orden inferior; Sybel también encontró en los
seminarios paralelos una forma útil de salir de las tensiones de la enseñanza de habilidades
mixtas. Pero, desde el cambio de siglo, las demandas de nuevos institutos de investigación
crecieron en urgencia y volumen a medida que los historiadores se dieron cuenta de que los
seminarios generalmente abordaban las necesidades de los futuros maestros a expensas de
las de los historiadores potenciales. Estas demandas se cumplieron debidamente en el siglo
XX.

3.2 La nacionalización e internacionalización de la historia

El establecimiento de una estrecha afinidad entre nacionalismo e historiografía suena a


menudo acusatorio. Los historiadores que sienten la compartimentación todavía
convencional de la disciplina en bloques nacionales como una especie de bloqueo intelectual
se verán tentados inevitablemente a alegar que codearse con el nacionalismo fue el primer y
más omnipresente acto de traición por parte de una profesión que impuso cualquier tipo de
traición reclamar objetividad. Paradójicamente, donde las profesiones históricas nacionales
individuales demostraron ser en gran medida transitorias, ahora también se alega que se
encontraron con la arena precisamente debido a los eslabones débiles en sus relaciones con
los movimientos nacionalistas. Esta acusación se ha dirigido tanto contra los historiadores
académicos de la Rusia imperial tardía como contra los historiadores chinos activos en la
década de 1920. La implicación es clara: solo donde forjaron fuertes alianzas con 'sus'
respectivos nacionalismos podrían prosperar las profesiones históricas nacionales a largo
plazo. Sin embargo, los historiadores que promovieron tales vínculos habían argumentado
más bien que la ecuación funcionaba a la inversa: el nacionalismo necesitaba a sus
historiadores. El historiador chino Liang Qichao, escribiendo en 1902, sugirió que el auge
del nacionalismo en Europa y el crecimiento de los países europeos modernos se deben en
parte al estudio de la historia. Más específicamente, argumentó Liang, fue la historia
científica la que contribuyó al nacionalismo. En China, se requeriría nada menos que una
"revolución historiográfica" para reproducir esa sana condición europea.97Al reclamar un
papel significativo en la construcción de la nación para el historiador, Liang también puede
haber estado tratando simultáneamente de defender su disciplina, anunciando sus productos
a posibles inversores entre los políticos nacionalistas. En otros lugares, como veremos, los

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historiadores ciertamente emplearon comparaciones con otros países - historiográficamente


más "avanzados" - como una herramienta estratégica para avergonzar o provocar a los
gobiernos a comprometer recursos para proyectos históricos institucionales. Como el propio
nacionalismo, la historiografía nacionalista siempre se vio obligada a realizar un acto de
equilibrio, enfatizando su carácter distintivo por un lado y tomando prestado de otras
tradiciones nacionales por el otro. Un nacionalismo implicaba una conexión con otros
nacionalismos, entre ellos los que percibía como rivales o amenazas. ¿Hasta qué punto,
entonces, los intentos de establecer la historia como una disciplina moderna siguieron el
ejemplo de Alemania, no simplemente cronológicamente, sino literalmente, tomando el
ejemplo alemán como un modelo digno de emulación?
Las influencias alemanas directas e indirectas, el uso estratégico de comparaciones
transnacionales para promover la inversión en la disciplina y las tradiciones indígenas se
combinaron de manera similar en las prácticas de los historiadores en los Estados Unidos,
Francia y Gran Bretaña, por ejemplo. 98 En diversos grados y de diferentes maneras, estos
compartían la capacidad de cooptar y asimilar técnicas e ideas extranjeras, lo que es
testimonio de la permeabilidad de sus respectivas culturas "nacionales". Están en marcado
contraste con la Rusia zarista, por ejemplo, donde los historiadores profesionales, a pesar de
sus mejores esfuerzos, estaban rodeados por el analfabetismo masivo por un lado y a pesar
de su disposición a invertir en la disciplina con el fin de formar servidores estatales y por el
otro estaban rodeados por un estado represivo. Sus valores, instituciones y obras siguieron
siendo "una importación exótica de la que se podía prescindir". 99

El avance de la historia académica a través de los Estados Unidos fue extremadamente


rápido. Aún en 1880, su profesorado apenas se reducía a dos cifras; solo una década y media
después, se dividió en tres cifras. El trabajo del primer puñado se perdió en la masa de
literatura producida por clérigos y abogados, "caballerosos" y mujeres amateurs. A principios
de la década de 1900, los historiadores profesionales podían afirmar que ocupaban el papel
principal de la historiografía. Dejando a un lado las filas significativamente disminuidas de
mujeres entre ellos, su perfil social era muy similar al de los historiadores aficionados. El
nombramiento universitario no les confirió ninguna dignidad social particular, ni alteró
fundamentalmente el nivel de sus ingresos. En contraste con el ejemplo alemán, entonces, la
creación de la profesión histórica en los Estados Unidos no puede conectarse con la
movilidad ascendente de todo un grupo social. Aquí, la estasis era la norma. Pero los
historiadores estadounidenses buscaron alcanzar las cualidades del Wissenschaftlichkeit ya
adquiridas en la Europa continental. La expansión de las universidades estadounidenses les
proporcionó un amplio margen para hacerlo. En 1870, el número total de estudiantes era de
poco más de 50.000. En medio siglo, habían registrado una expansión de casi veinte veces.
En este contexto, la proliferación de disciplinas académicas y la articulación de fronteras
entre ellas siguió tardíamente el patrón establecido en Alemania. Sólo donde la historia
académica podía terminar y comenzar la ciencia política se difuminaban los bordes. La
abrumadora mayoría de los historiadores de Estados Unidos se convirtieron en historiadores
políticos y, además, en historiadores patrióticos de Estados Unidos. Como en Alemania, la
investigación y la enseñanza en seminarios se llevaron a cabo con el fin de poner el
patriotismo sobre una base académica. La historia era un medio para afirmar o construir la

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nación, su papel visualmente dramatizado por el plan desmesuradamente descarrilado de


Herbert Baxter Adams para el diseño físico de un seminario ideal, homogeneizado y por su
mapa mural de los Estados Unidos, marcado por una viruela. número cada vez más denso de
cabezas de alfiler. Cada uno marcó el establecimiento de un nuevo seminario de historia en
otra universidad, instituido por uno de los productos del propio seminario de Adams, fundado
en 1876 en la Universidad Johns Hopkins.
El ritmo del cambio y la expansión disciplinaria en Francia fue casi tan agitado como en los
Estados Unidos. La Francia de mediados a finales del siglo XIX tenía una gran cantidad de
lo que podrían llamarse historiadores "públicos", pero el estado francés ya estaba empezando
a instar a la profesionalización de la historia universitaria en los años inmediatamente
anteriores a la guerra franco-prusiana. A raíz de las humillaciones militares y políticas de
Francia de 1870-1871, el estado y los historiadores colaboraron en una campaña destinada a
remodelar la historia como parte de un programa de regeneración nacional. Surgió un puñado
de patrocinadores: organizadores académicos como los fundadores de seminarios en
Alemania, pero con poderes de patrocinio aún mayores. Un nuevo énfasis en la investigación
y una tendencia asociada hacia la especialización fueron las características dominantes de las
generaciones de historiadores moldeadas entre 1870 y 1910.100En vísperas de la Primera
Guerra Mundial, la profesión histórica francesa no era tan numerosa como para igualar la
alemana, pero, cualitativamente, era ciertamente de un orden comparable. Los historiadores
franceses incluso disfrutaron de una posición más fuerte dentro de las universidades que sus
colegas alemanes. 101

Tanto los historiadores estadounidenses como los franceses se presentaron como


importadores de prácticas alemanas en la promoción del proyecto de profesionalización. Sin
embargo, como sostiene Gabriele Lingelbach se diferenciaron entre sí tanto en los medios de
transmisión desde Alemania y como consecuencia de las muy diferentes condiciones
preexistentes en las que se recibieron los bienes culturales alemanes, también en los
resultados finales. Una proporción impresionantemente alta de historiadores estadounidense
realizó parte de sus estudios en Alemania, sin embargo, pocos trabajos de erudición alemana
fueron traducidos al inglés por editores estadounidenses. En Francia, relativamente pocos
historiadores estudiaron en Alemania, pero hubo una recepción impresionante de la literatura
histórica alemana. En las universidades estadounidense, que carecen de instituciones obvias
y centrales líderes y financiadas en forma privada o por los estados individuales, había poca
conexión entre la historia en las escuelas y en las universidades, y los historiadores graduados
se dedicaron a la política y al periodismo antes que a la docencia. El Estado republicano
centralizador controló la expansión de las universidades, confirmó el predominio de las
instituciones parisinas sobre las provinciales y fomentó la comunicación de dosis entre los
historiadores de la escuela y la universidad. La principal tarea de los historiadores
académicos era preparar a sus estudiantes para la carrera docente. Sin embargo, también hay
una evidencia impresionante de convergencia entre estos dos casos, y no todas las lecciones'
aprendidas de Alemania fueron diferentes. Cada uno llegó a mostrar más interés en los
métodos de la erudición histórica que en sus resultados. Ambos mostraron confianza en que
el trabajo preliminar de la investigación combinado con Quellenkritik garantizaría un nivel
medio decente de erudición. Un puñado de grandes obras de la historia pueden emanar del

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talento en bruto; importaba más que se produjesen muchos trabajos nuevos que alcanzaran
una norma cualitativa aceptable. Para ello, la formación era fundamental. Lo que Sybel había
dicho sobre el interés extranjero en la práctica alemana de la historia en 1868 seguía siendo
cierto para Francia y los Estados Unidos en las décadas de 1880 y 1890: fue el seminario
como el mejor medio de comunicar las habilidades del historiador lo que atrajo el mayor
interés del exterior.102
En Gran Bretaña, a diferencia de Francia y los EE. UU., la unión del estado con la nación
parecía durante mucho tiempo demasiado suave, demasiado bien documentada, incluso
demasiado "obvia'' para necesitar un movimiento temprano o completo hacia la historia como
disciplina moderna. Desde mediados del siglo XIX en adelante, un número creciente de
historiadores británicos basados en universidades, sin embargo, comenzó a sentir la falta de
estándares profesionales de erudición y su propio aislamiento tanto unos de otros como de
los desarrollos de Europa continental. Al igual que en los otros casos que he discutido, los
promotores de la profesionalización de la historia en Gran Bretaña fueron ampliamente
coextensivos con la ruidosa sociedad de admiradores de la erudición histórica alemana. Sin
embargo, ninguno de ellos buscó ni quiso adoptar al por mayor las normas y formas
organizativas alemanas. De hecho, al menos en algunos casos individuales, sus reservas sobre
la búsqueda de la historia en Alemania crecieron en proporción a la mejora de su
conocimiento de ella. Según su propio relato, el estudio de la historia de Sir John Seeley no
comenzó hasta 1869, el año en que fue nombrado miembro de la Cátedra Regius de Historia
en Cambridge. 103

Un observador comprensivo del nacionalismo alemán, nunca se cansó de poner a las


universidades alemanas como un "modelo" y de proclamar que "por regla general", que los
buenos libros estaban escritos en alemán, 104 y eligió un tema alemán para su primer gran
proyecto de publicación en su nueva disciplina. Y viajó a Alemania en 1873. Allí, se
sorprendió al descubrir que los ministros y las facultades tenían la última palabra en la
determinación de los nombramientos para las cátedras en Alemania. Encontró que los
historiadores alemanes estaban contaminados por sus asociaciones gubernamentales:

El trono de Prusia aparece rodeado por una especie de sacerdocio; cuyo credo es la deidad
del César. Él es su Constantino. Y estos hombres son considerados en todo el mundo como
oráculos, como hombres cuyo conocimiento es profundo y cuyo juicio colectivo es casi
definitivo, como hombres especialmente cuyas opiniones (como en otros países), no se ven
obstaculizadas por suscripciones o influenciadas por ningún tipo de soborno, ¡pero son
inviolablemente gratis!105

Esta revelación se limitó al diario de Seeley, que no fue diseñado para su publicación. En
ningún momento le reveló al público británico un indicio de sus preocupaciones. Quizás los
historiadores británicos habían hecho demasiado bien su trabajo al erigir a Alemania como
el estándar para el rendimiento académico. Negar la erudición alemana a ese punto, era
arriesgarse a arruinar los planes británicos de profesionalizar la historia. Aunque los

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42
43

"germanizadores" lograron establecer la historia como una asignatura de grado en Oxford y


Cambridge, la generación fundadora de historiadores allí, no demostró el tipo de interés en
la formación que había sido un sello distintivo de los profesionales alemanes, franceses y
estadounidenses. En cualquier caso, las estructuras colegiales y las tradiciones de la
enseñanza tutorial militan en contra de la implantación del seminario en estas “viejas”
universidades. Los seminarios se celebraron en Gran Bretaña solo alrededor del cambio de
siglo, y luego solo en un puñado de universidades lo suficientemente nuevas como para no
verse obstaculizadas por el peso de la tradición, pero también lo suficientemente bien dotadas
para poder contratar a más de uno o dos historiadores. En Manchester, durante su liberación
de los requisitos del título de la Universidad de Londres, Thomas Frederick Tout hizo de los
seminarios una piedra angular de la enseñanza de la historia. Alemania seguía siendo su
principal punto de referencia, cuando en una conferencia que dio por primera vez a una
audiencia de Cambridge en 1906, trató de promulgar el seminario más allá de Manchester,
pero ahora podía aludir también a los ejemplos franceses y estadounidenses. 106 Dentro de
Londres, fue nuevamente una institución de reciente procedencia, a saber, la London School
of Economics (LSE), la que iba a resultar la más innovadora tanto en la formación de
estudiantes como en su comprensión del oficio del historiador en sí. Aquí, durante las décadas
de 1920 y 1930, la historia económica y social hizo su avance temprano más significativo en
Gran Bretaña. Pero nada ilustra mejor la naturaleza paradójica del desarrollo de la historia,
que el hecho de la merecida reputación de la LSE por su experimentación en la historia.
Maxine Berg ha argumentado de manera persuasiva, que fue precisamente su penetrante
afición a principios de la década de 1920 lo que facilitó el cambio. No había límites
disciplinarios; todo el personal académico se preocupó por la historia; casi nadie enseñaba
las materias que ellos mismos habían estudiado. 107

3.3 ¿Una disciplina global? Expansión y crisis después de 1945

A mediados del siglo XX, la disciplina moderna de la historia se había establecido


firmemente en la mayor parte de Europa, en América del Norte y en lugares tan peculiares
como Japón. Las lagunas restantes en Europa continental se taparon rápidamente después de
19 4 5. En Holanda, por ejemplo, donde la disciplina ahora "alcanzó" a la de otros países de
Europa occidental, pero también en varios países del bloque oriental, donde todavía es
reconocible, se importaron estructuras alemanas, junto con sus deformaciones estalinistas.
Pero si la historia pudiera, en cualquier momento después de mediados del siglo XX, afirmar
haberse vuelto global en su visión o en la distribución de sus practicantes, esa afirmación
descansaba (y aún descansa) en su institución en el "tercer mundo". Aquí había que superar
barreras intelectuales de procedencia europea. Hugh Trevor Roper, abordó a una audiencia
de televisión en 1963, encontró que los “giros sin recompensa de tribus bárbaras en rincones
pintorescos pero irrelevantes del mundo” 108 no merecen la atención del historiador. África,
por ejemplo, no podría tener una historia precolonial digna de ese nombre. Trevor Roper se
situó en cuatro cuadrados en una tradición llevada por eruditos que van desde Hegel hasta
James Mill. Ciertamente, una serie de "orientalistas" que trabajaron durante la primera mitad
del siglo XX no compartían el desprecio del historiador británico por la exploración de las

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costumbres tribales y la vida cotidiana. Pero agregaron las anteojeras de sus disciplinas al
resto de los prejuicios de Trevor Roper. Por lo tanto, los antropólogos pueden haber
contribuido al conocimiento del "primer mundo" de las sociedades africanas, pero su práctica
se sumó también a una negación de facto de la historicidad de esas sociedades. Entonces, a
menos que se puedan imaginar departamentos de historia universitarios que enseñen historia
colonial en países poscoloniales, el establecimiento de nuevas rutas hacia una historia
africana fue un concomitante necesario para plantar las raíces de la disciplina en África.

Al momento de los comentarios despectivos de Trevor Roper, había una creciente comunidad
de historiadores dispuestos a responderle. Surgió la Historia en y de África, como la
colonización y descolonización del continente, a través de la interacción de europeos y
africanos. Aquí se pueden distinguir tres impulsos. Primero, incluso mientras los
propagandistas del Imperio en casa negaban complacientemente que los pueblos tribales
tuvieran historias, los misioneros y las autoridades coloniales en la India como en África
estaban descubriendo que, aunque solo fuera en interés de la eficiencia gubernamental, la
historia de los gobernados era indispensable. En el transcurso del siglo XIX, los
administradores del Imperio se habían acostumbrado a contratar indios y africanos
alfabetizados para escribir las tradiciones orales de sus sociedades. En segundo lugar, la fase
de "colonialismo desarrollista" iniciada por Gran Bretaña a raíz de la Segunda Guerra
Mundial, buscaba reformular el colonialismo como un servicio a los colonizados. Los
últimos, debían alcanzar estándares acordes con su eventual independencia y la provisión de
una educación universitaria en el mismo lugar era concebida como parte integral de la
estrategia. Este patrón se repitió en muchas de las partes del Imperio Británico con
poblaciones principalmente no blancas. 109 En la Escuela de Estudios Orientales y Africanos
de la Universidad de Londres (SOAS). Roland Oliver fue designado en 1948 como el primer
profesor universitario del mundo en "la historia de los pueblos tribales de África Oriental”;
aproximadamente al mismo tiempo, bajo la tutela y el control del SOAS, se establecieron
una serie de facultades universitarias en Ghana, Nigeria y Uganda, y los departamentos de
historia se crearon dentro de ellos prácticamente de inmediato. En tercer lugar, la experiencia
de la guerra había promovido el nacionalismo tanto en las sociedades colonizadas como en
las coloniales, al mismo tiempo que entusiasmaba a una generación de jóvenes académicos
de Europa y Estados Unidos por sus agendas intelectuales explícitamente antirracistas y
antimperialistas.

Bajo estas influencias, nacieron comunidades históricas profesionales en gran parte de África
tropical. Una generación fundadora de historiadores académicos africanos negros fue
formada por europeos. El cometido de los europeos al ser nombrados para puestos en
universidades africanas era precisamente salir de sus puestos de trabajo. Una vez que los
africanos estuvieron preparados, se hicieron cargo de la enseñanza y la dirección de los
departamentos. Pero los historiadores europeos aprendieron tanto como enseñaron. La
mayoría de las veces por diseño, pero a veces por accidente llegaron para realizar
investigaciones en África, así como para los historiadores del tranvía. Como ha dicho un
veterano historiador británico de África, “es axiomático que la historia africana no surgió
tanto en Gran Bretaña como evolucionó, (a menudo de la mano de los mismos profesores),

109

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las necesidades y la experiencia de los colegios universitarios en África tropical en la década


de 1950”.110

Formado como medievalista en la Universidad Católica de Lovaina, el joven erudito belga


Jan Vansina había vuelto a trabajar en las técnicas de "observación participante" en SOAS
como preparación para trabajar como antropólogo en África, investigando la sociedad Kuba
en el Congo. Se imaginó que había abandonado el mundo intelectual de su tesis de maestría,
una exploración de canciones de alabanza funerarias medievales, hechas para ser cantadas
junto a las tumbas de gobernantes recién fallecidos. Es evidente que son composiciones
esencialmente orales, pero eran en parte accesibles a la investigación histórica porque, al
menos ocasionalmente, habían sido "escritas como probatio pennae", es decir, ejercicios para
probarse nuevos bolígrafos. Lo que Vansina iba a hacer una vez en África, sin embargo, no
era tanto antropología como historia en el campo. Medio año después de su llegada al Congo
a principios de 1953, tropezó con sus prejuicios europeos y antropólogos y su mundo mental
experimentó una segunda conversión, esta vez de proporciones damascenas. El amo de casa
de un recinto con el que Vansina había estado conversando repentinamente, interrumpió el
ritmo pausado de su discurso y exclamó retóricamente ... “Nosotros también conocemos el
pasado, porque nos metemos los periódicos en la cabeza”. Recitó como prueba, lleno de
entusiasmo, una serie de breves poemas ... En un estallido de intuición, cantos fúnebres medio
olvidados como Laxis febris, "Con cuerdas sueltas" ... surgieron en mi mente. Esos poemas
de Eve Bushong eran como estos cantos fúnebres medievales. Eran textos y, por tanto,
igualmente susceptibles a los cánones del método histórico. Una vez que se puede evaluar el
valor de una tradición, se puede utilizar como fuente de cualquier otra. 111

Otros historiadores llegaron a conclusiones similares. En un encuentro de antropología e


historia, las tradiciones orales podrían abrir perspectivas sobre pasados precoloniales. Por
supuesto, los historiadores no se confiaron exclusivamente de una sola fuente para una
tradición, como tampoco se concentraron en esa especie genérica de fuente con exclusión de
otras. Las fuentes escritas se utilizaron escrupulosamente cuando estaban disponibles y la
arqueología proporcionó a los historiadores más materias primas. Donde habían sido escritas
en el siglo XIX, algunas versiones de las tradiciones orales ya habían adquirido una especie
de respetabilidad como fuentes, incluso para los historiadores técnicamente conservadores.
En lo sucesivo, hubo que persuadir a estos últimos de que se tomaran tan en serio la consulta
directa de la tradición oral mediante la conducción de la historia oral. Tan poco rankeanos
como lo fueron los primeros historiadores profesionales de África en el mero hecho de
utilizar fuentes orales, fueron por lo tanto más decididamente rankeanos en sus enfoques
críticos y comparativistas de esas fuentes.

Los usos que le dieron a sus fuentes también hicieron eco de las prácticas de los historiadores
europeos del siglo XIX y lo hicieron por razones comparables. Al obtener la independencia,
los estados africanos encontraron sus propios motivos para continuar con la inversión en la
historia, iniciada por Gran Bretaña. Los compromisos nacionalistas compartidos por políticos
e historiadores alentaron la búsqueda de pruebas de la formación del Estado en las sociedades
precoloniales. Su fijación por el estado, entonces, confirma que los primeros historiadores

110
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académicos en y del África negra fueron rankeanos en la mayoría de las cosas, además del
uso de fuentes orales.

La versión de África tropical de un paradigma estatista disfrutó de una breve edad de oro. Su
primer fundamento estaba en el departamento de historia de la Universidad de Ibadan en
Nigeria. La influencia de su enfoque, (investigar y escribir historias políticas que se
concentraran en los períodos precoloniales y hacerlo de manera que fueran aceptables para
los estándares internacionales de la erudición histórica), se irradió hacia afuera. La Escuela
de Ibadan estableció las agendas de los historiadores en los departamentos universitarios de
Ife, Lagos, Port Harcourt, Nsukka, Jos, Benin, Iloria y Calabar. 112 A partir de la década de
1950, la gestión de archivos floreció; las asociaciones históricas desarrolladas; se
establecieron revistas. En resumen, el África tropical había adquirido con notable rapidez
todas las instituciones características de las profesiones históricas modernas.

Los esfuerzos intelectuales de los historiadores africanos encajaban perfectamente, proclamó


Roland Oliver, con el trabajo realizado por un número cada vez más numeroso de
historiadores de África en Gran Bretaña. Estados Unidos llegó tarde al campo, pero allí donde
Vansina encontró un hogar institucional a largo plazo en Wisconsin, un creciente interés de
los estudiantes por la historia africana, impulsado por una financiación de investigación
inicialmente generosa, también compartía muchas de las preocupaciones de los historiadores
que escriben sobre África tropical y desde una perspectiva africana. Parecía que la historia
estaba siendo descolonizada. Los historiadores que, como Vansina, eran muy conscientes de
que la salud de la historia africana en el resto del mundo dependía finalmente de su fuerza en
África, podían permitirse fugazmente esperar que los africanos ahora tomaran la iniciativa
para hacer sus propias historias, en sus propias instituciones.

El primer desafío al paradigma singularmente internacional de la historia de África tropical


más bien agregó una dimensión de debate vibrante y abrió nuevas preguntas, en vez de dañar
la reciente subdisciplina. Terence Ranger sostuvo que el nacionalismo de la Escuela de
Ibadan era complaciente y elitista y que había adoptado los conceptos europeos sin crítica.
Al volver a la historia de la gente común, los historiadores africanos se volverían más
realmente africanos. En 1968, Ranger había inspirado el surgimiento de una historiografía
nacionalista con mayor conciencia social en la Universidad de Dar es Salaam en Tanzania.
La nueva escuela defendía la "iniciativa africana" tanto en la redacción como en el tema de
su versión de la historia y buscaba proporcionar una "historia útil" para algo más que el
estado.

Sin embargo, desde mediados de la década de 1970, ni la Escuela de Ibadan ni su rival en


Dar pudieron mirar hacia el futuro con confianza. La mayor expansión de la disciplina estaba
resultando irregular y ya había signos de contracción. En Nigeria, hogar de varios de los
primeros departamentos universitarios de historia y de la primera sociedad histórica, así como
de la primera y más impresionante cosecha de revistas históricas de África, había una
sensación de crisis al final de la década. E.A. Ayandele arremetió contra la política

112

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gubernamental nigeriana por haberle dado la espalda a la historia en su búsqueda “irracional,


malsana y culturalmente homicida” del éxito económico, científico y tecnológico.

Si bien la historia seguía siendo la disciplina más popular entre los estudiantes de
humanidades, un "camino de primavera" que conducía a trabajos bien remunerados en la
administración pública estaba seduciendo a los potenciales posgraduados y, por lo tanto,
estaba militando contra la capacidad de la profesión histórica para reproducirse a sí misma.
Por duras que fueran sus críticas al historial de los gobiernos, reservó sus acusaciones más
condenatorias para "el flagrante fracaso" de los propios historiadores nigerianos. Habían
pasado por alto la pobreza de la enseñanza de la historia nigeriana en las escuelas, dejándose
gobernar por "el sentimiento arrogante de que es académicamente peatonal ... ¡descender al
nivel de estudiantes de secundaria!". Los profesionales tampoco se vieron compensados por
producir suficiente investigación, de modo que la historiografía blanca siguió ocupando
muchos territorios de la historia de Nigeria. Sin embargo, los historiadores nigerianos se
habían vendido a sí mismos como "esclavos académicos", ya que estaban "principalmente
preocupados por impresionar al hombre blanco", persuadiéndolo de que aceptara que África
"es una rama legítima de la Historia Universal". La receta de Ayandele para todos estos males
fue un énfasis redoblado en los "deberes patrióticos" de los historiadores: deben escribir
explícitamente la "historia nacionalista". La comunidad histórica internacional no puede
tener motivo de queja. Porque, preguntó Ayandele, "¿Dónde están nuestros colegas?, en las
llamadas partes desarrolladas del mundo que no son escritores de historia nacionalista?". 113

Los peores temores de Ayandele por el futuro de su profesión en el África tropical no eran
infundados en lo absoluto. A mediados de la década de 1980, cuando el FMI pidió préstamos
a los estados africanos, la financiación para la historia y otras disciplinas de las humanidades
se agotó. Ni la Ibadan ni la Escuela Dar sobrevivieron. La Revista de la Sociedad Histórica
de Nigeria dejó de publicarse, al igual que prácticamente todas las demás publicaciones
periódicas históricas del África tropical. Las dictaduras se sumaron a los males de la
academia.114 En Zaire, por ejemplo, la enseñanza de la historia "se convirtió en la narración
de cuentos hechos jirones, edificios en ruinas, programas y calendarios académicos en ficción
y la moral en desesperación elegíaca". Mobutu obligó a los historiadores al exilio y a lo largo
de los años setenta y ochenta, aterrorizó periódicamente los campus, hasta que tras el
asesinato de al menos veinte estudiantes en Lubumbashi y el saqueo de la universidad por
tropas de élite una noche de 1990, las universidades "prácticamente dejaron de existir''. 115

A medida que su base material se vino abajo, nuevos tipos de trauma intelectual amenazaron
con socavar la legitimidad de la historia institucionalizada dentro y fuera de África. La
posición de Ayandele se había situado incómodamente entre el rechazo y la emulación de la
historiografía europea y estadounidense. Para historiadores como Abdullahi Smith, el
problema central era precisamente eso: las escuelas Ibadan y Dar permanecían atrapadas
dentro de categorías profesionales e institucionales que eran meras manifestaciones de "la
terrible corrupción de la sociedad occidental". En consecuencia, sus nacionalismos eran
contradictorios y raídos. En 1975, Smith propuso una remodelación integral de la historia en

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las universidades según las líneas islámicas. En Zaria, en el norte islámico de Nigeria, las
ideas de Smith dieron como resultado otra escuela africana de historia, esta vez desafiando
no solo los preceptos intelectuales y políticos, sino también los institucionales de Ibadan. 116

Ese desafío, aunque planteado en gran medida en términos muy diferentes de los del
islam, tuvo eco mucho más allá de África tropical. El grupo de historiadores que se reunieron
en torno a la serie Subaltern Studies de volúmenes ocasionales parecía a primera vista, haber
colocado firmemente a la historiografía india en el mapa mental de los historiadores
"occidentales". Lo hicieron produciendo una especie de “historia desde abajo” y
combinándola con un antiimperialismo que no era nacionalista. Sin embargo, sus
perspectivas originalmente influenciadas por el marxismo dieron paso cada vez más a una
adhesión a las postcoloniales y posmodernas. Y con ellas vino una mayor conciencia de las
ambigüedades de sus propias posiciones como historiadores profesionales. Así, Dipesh
Chakrabarty, miembro del colectivo Subaltern Studies, rechazó como "gratificantes pero
prematuras" las palabras de felicitación de Ronald Inden a los historiadores indios que
"mostraban signos de reapropiarse de la capacidad de representarse a sí mismos" dentro de
una comunidad académica internacional. Chakrabarty adelantó la “proposición perversa” de
que “todas las historias”, incluidas las elaboradas por los practicantes de los estudios
subalternos, tienden a convertirse en variaciones de una narrativa maestra que podría
llamarse “la historia de Europa”. De esta forma, la propia historia "india" se encuentra en una
posición de subalternidad; sólo se pueden articular posiciones de sujeto subalterno en nombre
de esta historia. Europa es invariablemente “un referente silencioso en el conocimiento
histórico mismo" ... Los historiadores del tercer mundo sienten la necesidad de referirse a
obras de la historia europea, lo que no es recíproco. De ello se desprende que trabajar "dentro
de la disciplina de la historia producida en el sitio institucional de la universidad" implica
una "profunda colusión" con las narrativas europeas de la modernización. La "historia" como
un sistema de conocimiento está firmemente arraigada en las prácticas institucionales que
invocan al estado-nación en cada paso: sea testigo de la organización y la política de la
enseñanza, el reclutamiento, los ascensos y la publicación en los departamentos de historia.
La presencia global de la historia dentro de los sistemas educativos sólo sirve para subrayar
el punto: los historiadores deben esa presencia a “lo que el imperialismo europeo y el
nacionalismo del tercer mundo han logrado juntos: la universalización del estado-nación”.
Incluso intentar desafiar esa versión del universalismo es "imposible dentro de los protocolos
de conocimiento de la historia académica". Desde las cronologías seculares, hasta las reglas
de la evidencia empleadas por los historiadores, Chakrabarty no deja ningún aspecto de su
disciplina sin cuestionar. 117 Ashis Nandy ha ido aún más lejos, rechazando la imposición de
"la categoría de la historia en todas las construcciones del pasado". La conciencia histórica,
acogida por los intelectuales indios con motivo de su llegada a mediados del siglo XIX al
subcontinente "como un poderoso complemento de la bolsa de equipo de la civilización
india'', ahora se revela como irremediablemente europea, y su "dominación'' como "una
responsabilidad cultural y política". En cambio, Nandy defiende las estrategias del olvido. 118

116
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118

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3.4 Conclusiones

Nandy ensaya inconscientemente una estrategia del estalinismo: borrar de la historia todo lo
que pueda resultar inconveniente. Además, sus propias denuncias del imperialismo dependen
como ha señalado Frederick Cooper, del conocimiento histórico impartido por historiadores
académicos. Además, su rechazo de la historia académica se basa en una línea rígida entre
esa y otras comprensiones del pasado.119 Aunque lo han hecho en diversos grados y con un
éxito desigual, los historiadores profesionales modernos siempre se han basado en ideas y las
han asimilado eclécticamente ideas que vienen de más allá de la academia. Tampoco están
preparados para ver a los historiadores aficionados o los portadores de tradiciones orales sólo
como fuentes. Aunque admite que le tomó años hacerlo, Jan Vansina llegó a ver claramente
que los "informantes" como Mbop Louis eran también sus "cohermanos, historiadores como
yo, solo historiadores de la comunidad, no académicos como yo". 120 Los historiadores
académicos pueden (sin lugar a duda) a veces se apoyan demasiado en su dignidad
profesional. Abusan del "aparato académico" para confundir a los lectores e intimidarlos y a
veces, en esfuerzos más o menos paranoicos para cubrirse las espaldas de posibles críticos
entre sus compañeros profesionales. Pero, probablemente en su mayor parte, también son
muy conscientes de estar involucrados en un proceso que es esencialmente colectivo y que
depende del debate y la crítica tanto dentro como fuera de la disciplina. El pluralismo es su
"condición necesaria".

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Parte 2

4. Historiografía marxista

Geoff Eley

Hasta mediados del siglo XX, los enfoques marxistas de la historia se podían encontrar
principalmente fuera del mundo académico en los entornos intelectuales y pedagógicos
alternativos de los movimientos obreros. El compromiso con la “concepción materialista de
la historia” se asoció casi por completo con una cultura de oposición de disensión, polémica
intelectual y autodidactismo de la clase trabajadora. La historiografía marxista solo estableció
su presencia en las universidades como parte del giro general hacia la historia social que
capturó la imaginación de la profesión en la década de 1960. Durante la larga prehistoria de
ese desarrollo, la contribución marxista se ve mejor como parte de un esfuerzo mucho mayor
para desarrollar las teorías y métodos que presupone una “historia de la sociedad”
comparativa. Entre las décadas de 1930 y 1970, una nueva generación de marxistas británicos
se convirtió en una fuente principal de innovación en ese sentido, uniéndose a la influencia
comparable de la escuela de los Annales en Francia, con quien también entabló un diálogo.
Variando de país en país, esta convergencia de intereses en torno a la “historia social” o “la
historia de la sociedad” creció en última instancia a partir de los esfuerzos de finales del siglo
XIX y principios del XX - en política y pensamiento social - para dominar los significados
de la industrialización capitalista.

4.1 El marxismo clásico: la concepción materialista de la


Historia

Para el pensamiento distintivo de Marx y Engels sobre la historia, la soberanía de la economía


era fundamental. Su enfoque comenzó como un axioma general de comprensión: “El modo
de producción de la vida material condiciona el proceso general de la vida social, política e
intelectual. No es la conciencia de los hombres la que determina su existencia, sino su
existencia social la que determina su conciencia”. O, en lo que se convirtió en una declaración
igualmente famosa, "Según la concepción materialista de la historia, el elemento
determinante en última instancia de la historia es la producción y reproducción de la vida
real".1 A partir de sus primeras colaboraciones de la década de 1840, este robusto
materialismo filosófico se graduó durante la próxima década en una teoría general de la
economía - del modo de producción capitalista y sus "leyes del movimiento" - que se suponía
que debía explicarse completamente en los volúmenes seriados de Capital. Explícitamente
ligada a un proyecto político de socialismo, esa teoría general buscaba llevar las crisis
revolucionarias europeas de 1848-1849 a una perspectiva histórica, captar la lógica principal
del desarrollo social durante un período de industrialización capitalista y explicar las
posibilidades de un futuro colapso capitalista. Esa teoría también legó la herencia más
importante de Marx a la tradición socialdemócrata anterior a 1914, cuyos partidos
constituyentes se formaron, país por país, durante el último cuarto del siglo XIX.
1

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Se convirtió en lo que los contemporáneos entendían principalmente por "marxismo", a


saber, el papel del "factor económico" en la historia, los efectos determinantes de las fuerzas
materiales en los logros humanos y la vinculación de las posibilidades de cambio político
con los movimientos subyacentes de la economía. Como principio general, convirtió las
“fuerzas de producción” y sus formas dominantes de desarrollo en el motor principal de la
historia: hizo que los cambios políticos más importantes dependieran de las crisis económicas
y las fuerzas sociales asociadas necesarias para sostenerlas.

El propio Marx dejó pocas obras formales de historia per se, aunque su "economía", la
principal obra de teoría publicada en los tres volúmenes de El capital entre 1867 y 1894,
contenía una alta densidad de aprendizaje histórico y una variedad de análisis históricos
sostenidos en torno a preguntas particulares, más famosas quizás en los relatos de la
"acumulación primitiva" y la transición de la manufactura a la industria moderna, o en las
discusiones empíricamente ricas de las luchas a lo largo de la jornada laboral.2 De manera
similar, si su periodismo de las décadas de 1850 y 1860 siempre reflejó densas
investigaciones históricas, incluidos sus intensos análisis contemporáneos de los
acontecimientos políticos en Francia, estos no fueron tratados historiográficamente de
manera sostenida hasta hace muy poco. De hecho, fue Engels quien produjo el catálogo más
extenso de escritos formalmente históricos. Estos comenzaron con su relato clásico del
desarrollo de la industria moderna y sus consecuencias sociales, La condición de la clase
trabajadora en Inglaterra (1844-1845), continuaron con La guerra campesina en Alemania
(1850) y culminaron en sus escritos de la década de 1870 y 1880, el más convencionalmente
histórico de los cuales fue El origen de la propiedad privada ,la familia y el Estado (1884).
Para Engels se trataba principalmente de formalizar adecuadamente el legado de Marx,
popularizar su pensamiento y convertirlo en una filosofía polivalente. Una ambición similar
inspiró a las primeras generaciones de seguidores de Marx en los nuevos partidos socialistas,
incluido sobre todo Karl Kautsky, quien rápidamente emergió en la década de 1890 como su
mayor discípulo. Al igual que otros pioneros como Eduard Bernstein en Alemania, Victor
Adler en Austria, Georgy Plekhanov en Rusia y Antonio Labriola en Italia, Kautsky buscó
sistematizar el materialismo histórico como una teoría comprensiva del hombre y la
naturaleza, capaz de reemplazar las disciplinas burguesas rivales y dotar al movimiento
obrero de una visión amplia y coherente del mundo que pueda ser fácilmente captada por sus
militantes.3
Tal esfuerzo a menudo abarcaba amplios temas históricos, incluyendo The Agrarzan
Questzon (1899) de Kautsky y Foundations of Christianity (1923), o buscaba analizar las
condiciones del desarrollo capitalista dentro de su propia sociedad, como en el libro de
Vladimir Ilyich Lenin The Development of Capitalism in Rusia (1899) o El desarrollo
industrial de Polonia de Rosa Luxemburg (1898). Otras obras incluyen The Peasant Warm
Germany (1899) de Ernest Belfort Bax, Histoire socialiste de fa Revolution francaise (1900-
1909) de Jean Jauré y History of the Commune of 1871 (1886) de Prosper Olivier Lissagaray.
Los nuevos partidos socialistas también generaron un número creciente de historias de su
propio surgimiento, de las cuales la historia en tres volúmenes de Eduard Bernstein del
movimiento obrero en Berlín (1907-1910) sigue siendo un ejemplo imponente.
2
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¿Cómo podríamos resumir este período "clásico" en la vida del marxismo como un cuerpo
de pensamiento relevante para los historiadores, que se extiende desde la producción de los
mismos Marx y Engels hasta los escritos de sus seguidores a fines del siglo XIX? Más allá
de su punto de vista filosófico subyacente, cuatro compromisos principales caracterizaron
principalmente este enfoque de la historia: su teoría progresista de la historia basada en etapas
ascendentes de desarrollo; su modelo de "base y superestructura" de causalidad social; su
atribución de un cambio histórico significativo a los intereses en conflicto y la agencia
colectiva de las clases sociales; y su sentido de sí mismo como una "ciencia de la sociedad".
En el gran esquema marxista de la historia, la sociedad humana avanzó desde las etapas de
desarrollo inferiores a las superiores, demostrando una complejidad cada vez mayor en las
formas de organización de la vida económica y haciendo posible la eventual sustitución de
la escasez material por la abundancia material. El contexto principal de este pensamiento fue
la transformación urbano-industrial de la sociedad europea observada directamente por Marx
y Engels, que conceptualizaron como la transición del feudalismo al capitalismo. En
contraste, las formaciones sociales que precedieron al feudalismo se definieron
indistintamente, apareciendo a veces como los modos de producción "asiático" y "antiguo"
y en otras divididas en patrones "orientales", "antiguos", "germánicos" y quizás "eslavos". de
tenencia de la propiedad, que a su vez creció desde las primeras formas de "comunalismo
primitivo". El motor detrás de este esquema de desarrollo que avanzaba eran las fuerzas de
producción, cuyo dinamismo siempre superaría con el tiempo el marco de relaciones e
instituciones sociales dado por la sociedad, por lo que se requerían violentas convulsiones
sociopolíticas para que se produjera cualquier avance adicional. Más allá del agotamiento de
las propias capacidades de desarrollo del capitalismo, el socialismo fue concebido como el
nivel más alto de desarrollo social de todos. Esta teoría de las etapas dio a los marxistas sus
criterios de periodización. Proporcionó una plantilla para juzgar el estado de desarrollo de
cualquier sociedad en particular. En segundo lugar, Marx y las primeras generaciones de
marxistas reservaron clásicamente una prioridad de primer orden -ontológica,
epistemológica, analíticamente- para la estructura económica subyacente de la sociedad al
condicionar todo lo demás, incluidas las posibles formas de política y derecho, de desarrollo
institucional y de la conciencia social y la creencia. La expresión más común de esta relación
determinante fue el lenguaje arquitectónico de “base y superestructura”, en el que la metáfora
espacial de niveles ascendentes y secuenciales implicaba también el punto final de una
cadena lógica de razonamiento. Esto podría entenderse de manera muy flexible, dejando
espacio para muchas desigualdades y autonomía, incluida la efectividad separada de la
superestructura y su acción recíproca en la base, especialmente en el contexto de cualquier
análisis político, ideológico o estético detallado; pero, en última instancia, esos análisis
seguían siendo responsables.
En tercer lugar, para los marxistas, el principal motor del cambio bajo el capitalismo fue el
conflicto de clases. Tal conflicto se consideró estructural y endémico, un rasgo permanente
e irreductible de la vida social bajo el capitalismo, basado en los inevitables antagonismos de
intereses de clase mutuamente incompatibles y colectivamente organizados. En este
entendimiento, la identidad social deriva en primera instancia de la competencia desigual
entre quienes poseían y controlaban los medios de producción y quienes eran desposeídos.
Este antagonismo estructural llevó a luchas por la distribución social del valor económico
producido en la economía, que asignó a la gente "en dos grandes campos hostiles, en dos
grandes clases directamente enfrentadas: burguesía y proletariado". 4
4

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Los trabajadores eran una clase de productores directos que ya no poseían los medios de
subsistencia independientes o incluso sus propias herramientas. Obligados a regresar para su
sustento a la venta de su fuerza de trabajo a un capitalista a cambio de un salario, los
trabajadores no tenían recursos más allá de su propia fuerza organizada colectivamente,
movilizada a través de sindicatos y partidos socialistas. En condiciones de deterioro de la
acumulación capitalista y la rentabilidad, la movilización colectiva de los trabajadores
relacionó las presiones al sistema político, lo que creó oportunidades para el cambio. La
forma más extrema de tal avance, en una crisis de particular y creciente gravedad, fue la
revolución.
Finalmente, el marxismo fue científico. En su endeudamiento intelectual formativo con las
nuevas ciencias naturales, por ejemplo, Kautsky era completamente típico. El impacto de
Charles Darwin y las obras de Ludwig Buchner y Ernst Haeckel impregnaron su pensamiento
premarxista. Su revista mensual Neue Zeit, el órgano teórico más prestigioso del movimiento
europeo llevó efectivamente en su membrete esta doble afiliación con Marx y Darwin. Para
Kautsky, la lucha de clases - “la lucha del hombre como animal social en la comunidad
social” - reflejó la lucha biológica por la existencia. Para August Bebel, líder del Partido
Socialdemócrata Alemán (SPD), el marxismo era “ciencia, aplicada con pleno conocimiento
a todos los campos de la actividad humana”. Engels había establecido este tono en su discurso
fúnebre por Marx - "Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza
orgánica, así Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana" - y de hecho pasó
gran parte de las décadas de 1870 y 1880 buscando fundamentar esta afirmación,
particularmente en la Dialéctica de la Naturaleza publicada póstumamente. Para la mayoría
de los seguidores conscientes de Marx a finales del siglo XIX, esta equivalencia entre
"ciencia" y "sociedad" era axiomática. Expresó una certeza en la direccionalidad de la
historia, una confianza objetivista en el conocimiento que se esperaba que brindara el
marxismo.
Conformada en un enfoque unificado durante varias décadas antes de 1914, esta poderosa
combinación de puntos de vista: una teoría del desarrollo social que permite periodizar la
historia, un modelo de determinación social que avanza hacia arriba desde la vida material,
una teoría del cambio social basada en las luchas de clases y sus efectos, y un enfoque
objetivista de la comprensión social, sirvieron bien a los marxistas durante la mayor parte de
un siglo. A lo largo de ese período, los escritos marxistas sobre la historia variaron
enormemente en sutileza, fundamento probatorio e integridad académica general, fluctuando
en parte con el clima de la vida política socialista y comunista, en parte con el grado de
aceptación que los marxistas encuentran dentro del mundo académico y otras arenas de
intercambio intelectual. Los períodos de fermento crítico dentro de la teoría marxista también
complicaron la sencillez de esta descripción general. Si la década de 1940 y principios de la
de 1950 fue una época de poca creatividad en todos estos aspectos, por ejemplo, a principios
de la de 1920 se experimentó una tremenda experimentación, al igual que en las de 1960 y
1970.

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4.2 Convergencias y aperturas

Luego de 1918, bajo el impacto radicalizador de la guerra y las crisis revolucionarias que la
acompañaron, las ideas marxistas lograron una circulación notablemente más amplia en gran
parte de Europa, adquiriendo más ímpetu a partir del éxito de la revolución bolchevique y el
fortalecimiento de las libertades civiles en Occidente. Una consecuencia fue el crecimiento
de una modesta presencia intelectual marxista más allá de los confines organizados de los
propios partidos socialista y comunista, disfrutando de una mayor legitimidad en el mercado
de ideas y estableciendo un punto de apoyo en las universidades.
De hecho, a principios del siglo XX se produjo una notable convergencia de intereses en
torno a nuevas formas de investigación histórica. Historia “social” en los términos que ahora
nos son familiares desde la década de 1960, para la cual el marxismo, como la “concepción
materialista de la historia”, ofreció el programa más fuerte. Pero dada la influencia ejercida
sobre los departamentos de historia de las universidades por temáticas como el arte de
gobernar y la diplomacia, la guerra y la alta política, la administración y el derecho, las
primeras historias sociales se desarrollaron más allá de los muros de la academia, ya sea en
el trabajo de individuos privados o en entornos institucionales alternativos. de los
movimientos laborales. El clima político más propicio después de 1918 permitió que
surgieran potenciales más fuertes para la historia social, generalmente instigados desde fuera
de la disciplina per se. Si en Alemania el principal impulso fue el florecimiento de la
sociología y en Francia la concepción ecuménica de las ciencias sociales que cristalizó en
torno a la Revue de Synthese historique de Henri Berr (lanzada en 1900) y condujo a la
fundación de Annales d'histoire economique et sociale en 1929, en Gran Bretaña, la clave
fue la creación de la Economic History Society y su revista, Economic History Review en
1926-1927.
La historiografía resultante ciertamente no fue "marxista" por afiliación consciente. En
Francia, por ejemplo, las bases de la nueva historia se sentaron durante las tres primeras
décadas del siglo por un encuentro excepcionalmente fértil entre historiadores y ciencias
sociales, que tuvo lugar en parte en la Ecole Practique des Hautes Etudes de París, bajo la
influencia de los economistas de Revue Francois Simiand y Berr, en parte entre un grupo
notable de la Universidad de Estrasburgo, que incluía a Maurice Halbwachs, Georges
Lefebvre y los fundadores de Annales, Marc Bloch y Lucien Febvre. 5 Entre las décadas de
1930 y 1960, las disposiciones de Annales fueron paralelas a las de los marxistas: una idea
fuertemente objetivista de la historia como ciencia social; metodología cuantitativa; análisis
a largo plazo de las fluctuaciones económicas a través de precios, comercio y población;
historia "estructural"; y un modelo materialista de causalidad.
5

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Al otro lado del Canal de la Mancha, en Gran Bretaña, la historia social se inspiró en parte
en las grandes narrativas de la Revolución Industrial y el surgimiento de las economías
nacionales, en parte por la empatía de la izquierda por las víctimas sociales de la
industrialización. Cada uno de los principales pioneros fue movido por fuertes compromisos
políticos. R.H. Tawney, el primer historiador económico moderno quien enseñó en la LSE
fue un socialista cristiano, candidato parlamentario del Partido Laborista, defensor de la
Asociación Educativa de los Trabajadores (WEA) y prominente intelectual público. G.D.H.
Cole, que enseñó en Oxford desde la década de 1920 y ocupó la Cátedra de Teoría Social y
Política desde 1945, fue un socialista de gremio y un destacado intelectual socialista no
afiliado. Los periodistas radicales John y Barbara Hammond publicaron un relato épico de
los costos humanos de la industrialización en una trilogía de trabajos sobre los trabajadores
pobres; y Beatrice y Sidney Webb, quienes sentaron las bases para una historia social
plenamente profesionalizada con un inmenso corpus de estudios sobre sindicalismo,
gobierno local, Poor Law y administración social, fuertemente identificados con el avance
parlamentario del Partido Laborista. En todos estos casos, la distancia con el marxismo como
tal fue clara. Sin embargo, el compromiso a estudiar la vida material, animado por varios
tipos de políticas de izquierda y la identificación con la “gente común”, por paternalista o
condescendiente que sea, esbozó el terreno compartido. El trabajo de Cole en la historia del
trabajo o Tawney en los siglos XVI y XVII hizo un puente directo a la historia social después
de 1945 en su preocupación por la gente común, con el impacto más amplio de fuerzas
socioeconómicas como la industrialización y con la ética del compromiso político. 6
Por supuesto, estos primeros trabajos también se escribieron contra algo más. En el caso
británico, eso significó no solo el paradigma nacionalista del arte de gobernar, la evolución
constitucional y el derecho, sino también los esfuerzos anteriores por una alternativa
"popular" o "democrática". Así, el precursor de los Hammond había sido el parlamentario
radical e historiador económico de Oxford Thorold Rogers, quien refutó la historia
constitucional de su época con una Historia de la agricultura y los precios en Inglaterra en
siete volúmenes, publicada entre 1866 y 1902, que reunía materiales ricos a partir de los
cuales se podría escribir la historia social de los trabajadores pobres. Del mismo modo, en su
Breve historia del pueblo inglés publicado en 1874, el joven contemporáneo de Rogers en
Oxford, John Richard Green, contrarrestó la celebración victoriana de un constitucionalismo
inglés limitado con una contra historia popular de autogobierno democrático. 7Ayudó a
establecer la historia popular fuera de las universidades, pasando por las historias irlandesas
de la viuda de Hammond y Green, Alice Stopford Green, hasta la Historia popular de
Inglaterra de la comunista Leslie Morton, publicada en 1938, que se inspiró en la campaña
antifascista por un Frente Popular.8
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El surgimiento de un grupo de historiadores conscientemente marxistas dentro de las


universidades británicas fue inseparable de esta historia más profunda de la pedagogía
política. Pero hasta que las nuevas generaciones de estudiantes universitarios se radicalizaron
por la amenaza del fascismo en la década de 1930, el trabajo histórico marxista siguió siendo
una corriente subcultural fuera del mundo académico profesional, principalmente confinado
a la educación política practicada a través del Partido Comunista, el Partido Laborista
Independiente, La Liga de la plebe, el Consejo Nacional de Colegios Laborales (NCLC),
Ruskin College, sectores de la WEA y otras áreas del movimiento laboral, a menudo de
formas muy localizadas. Allí, el atractivo del marxismo reprodujo ampliamente el patrón de
pensamiento resumido en la sección anterior de este capítulo, unido por un compromiso
apasionado con el concepto de totalidad como un enfoque integrado u holístico del
conocimiento y la interconexión de las diferentes esferas de la vida. 9 Esto unido a una
creencia populista o democrática de que el tema propio de la historia debía ser “la sociedad
en su conjunto”. La historia debería ser menos sobre “el surgimiento y caída de imperios” y
más sobre el “progreso constante de la humanidad y los sistemas sociales subsiguientes”,
menos sobre “batallas” y más sobre “la maravillosa historia del control humano sobre la
naturaleza” y “menos sobre reyes [que] los pueblos”. Además, si la historia es una ciencia,
no hay lugar para las personalidades ni para los detalles banales de la vida cotidiana. Como
recordó un exminero y estudiante de NCLC, 'No estábamos interesados en si fulano de tal
tenía azúcar en su café o no. Lo que nos interesó fue cómo y por qué cambian las sociedades. 10
También inseparable de este enfoque holístico o totalizador de la historia era la firme
convicción en el avance o la dirección de la historia, que tanto para el medio popular como
para los teóricos marxistas más prestigiosos se sustentaba en un optimismo teleológico que
se confirmaba a sí mismo. Como Peter Beilharz observa de las obras históricas de Leon
Trotsky sobre el curso de la Revolución Rusa escritas en este mismo período, esa
comprensión teleológica descansaba sobre el esquema familiar de etapas históricas, donde la
“relación entre feudalismo, capitalismo y socialismo como modos sucesivos de producción
permanece estrictamente necesariamente y evolucionista en su concepción”.
Independientemente de cualquier "sensibilidad a la especificidad y desigualdad" que
caracterice sus análisis particulares, en consecuencia, los marxistas se aferraron firmemente
a su creencia en el materialismo histórico como "una filosofía positiva de la historia, donde
las fluctuaciones descendentes o espirales modifican, pero nunca dominan la tendencia
dominante y ascendente de la evolución". 11
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10
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57

La apertura necesaria para una historiografía marxista más creativa, donde el control ejercido
por estas reglas de pensamiento establecidas (teleología, determinismo de base y
superestructura, la idea de una totalidad interconectada cohesivamente) se relajó, salió
principalmente del discurso oficial de los partidos socialista y comunista. Ocurrieron en los
contextos prácticos donde las nuevas generaciones de historiadores sociales comenzaron a
hacer su trabajo, ya sea dentro o fuera de las universidades. De hecho, la mayoría de las
genealogías de la historia radical marxista, feminista y otras formas presumen demasiada
importancia a los departamentos de historia de las universidades. Por ejemplo, mientras que
la mayoría de los historiadores marxistas británicos afirmaron que como una cohorte
distintiva en la década de 1970 tenían una educación universitaria en la década de 1930 y
finalmente consiguieron nombramientos académicos, muchos ocuparon un lugar bastante
marginal hasta más tarde en sus carreras o trabajaron completamente fuera de la profesión
histórica. El historiador oral pionero, exmaestro de escuela y escritor George Ewart Evans
(1909-1987), igualmente educado en la universidad y luego radicalizado en el Partido
Comunista durante la década de 1930, produjo sus obras completamente más allá de la
academia.12
Estos fueron los escenarios en los que el reconocimiento común del valor de las formas de
análisis materializadas energizó la imaginación intelectual y política de los académicos más
jóvenes que se resistían a las disciplinas establecidas, protocolos y rutinas de trabajo. Aquí
era donde el atractivo de la historia social y económica y la emoción de entrar en un proyecto
común de comprensión social, podían permitir que tanto los marxistas como los seguidores
de Annales convergieran, como lo implicaba la experiencia de Labrousse y Lefebvre en la
propia Francia.13 De hecho, los compromisos motivadores para los historiadores marxistas
de esta primera generación académica se encuentran no solo en las perspectivas filosóficas
orientadoras, que pueden parecer bastante prosaicamente ortodoxas cuando se explican, sino
mucho más en las obras de erudición descarriladas que produjeron, que podrían tener mucho
en común con los de sus colegas no marxistas. Por esta razón, podría decirse que las
demarcaciones estrictas entre los historiadores marxistas británicos y los historiadores de
Annales en este período realmente tienen poco sentido. 14

4.3 Los historiadores marxistas británicos: dando forma a una cultura intelectual

En la década de 1960, la historia social británica había visto la acumulación gradual de una
tradición académica, para la cual el prestigio de Tawney y Cole brindó un valioso apoyo y
protección. Varias vertientes fueron importantes a este respecto, incluida la fortaleza
institucional a largo plazo de la historia económica, el impacto de pioneros individuales como
Asa Briggs, el nexo de las ciencias sociales progresistas en la LSE, la influencia respectiva
de J.H. Plumb y George Kitson Clark en Cambridge, importantes centros regionales en
Leeds, Manchester y otros lugares, y las redes de historia laboral se solidificaron alrededor
de la Sociedad para el Estudio de la Historia Laboral y su Boletín lanzado en 1960. 15
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14
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Pero en medio de esta actividad, el Grupo de Historiadores del Partido Comunista (CPGB),
cuyas discusiones regulares comenzaron en 1946, llegó a ejercer una influencia
desproporcionada en la posterior expansión de la historia social. Sus miembros componían
en su mayoría una generación distinta, habiendo llegado al CPGB a través de la campaña
antifascista de finales de la década de 1930. La mayoría también se fue durante la crisis del
comunismo en 1956-1957, cuando el grupo se disolvió.
Las discusiones colectivas de estos historiadores marxistas británicos dieron forma a los
contornos de la historia social en Gran Bretaña, con un significado a más largo plazo cuya
resonancia internacional era comparable a la de Annales. Entre ellos estaban Christopher Hill
(nacido en 1910), George Rude (1910-1993), Victor Kiernan (nacido en 1913), Rodney
Hilton (1916-2002), John Saville (nacido en 1916), Eric Hobsbawm (nacido en 1917),
Dorothy Thompson (nacido en 1923), Edward Thompson (1924-1993), Royden Harrison
(1927-2002) y el joven Raphael Samuel (1938-1996). No muchos enseñaron en el centro de
la vida universitaria británica en Oxbridge o Londres. Algunos no eran historiadores por
disciplina, como el mayor Maurice Dobb (1900-1976), economista de Cambridge, cuyos
Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, publicados en 1946, centraron gran parte de las
discusiones del grupo. Otros ocuparon cargos en la educación para adultos. Rudé y
Thompson consiguieron citas académicas sólo en la década de 1960, Rudé al viajar a
Australia. Su principal impulso provino de la política, un poderoso sentido de la pedagogía
de la historia y una identificación más amplia con los valores democráticos y la historia
popular. Una mentora destacada fue la intelectual no académica del CPGB, periodista y
erudita de Marx, Dona Torr (1883-1957), a quien el grupo rindió homenaje con un volumen
titulado La democracia y el movimiento laborista en 1954.16
Inspirado por People's History of England de A.L. Morton, publicado en 1938 en el apogeo
de la campaña Popular, la ambición del grupo era producir una historia social de Gran
Bretaña capaz de impugnar los relatos establecidos u oficiales. Algunos miembros se
especializaron en la historia británica per se, en particular, Hilton en el campesinado inglés
de la Edad Media, Hill en la Revolución Inglesa del siglo XVII, Saville en la industrialización
y la historia del trabajo, Dorothy Thompson en el cartismo. Otros mostraron un extraordinario
alcance internacional. Los intereses de Hobsbawm abarcaron la historia del trabajo británico,
los movimientos populares europeos y el campesinado latinoamericano, además del estudio
del nacionalismo y una serie de historias generales incomparables, que por su conclusión
habían cubierto la era moderna desde finales del siglo XVIII hasta el presente en cuatro
magníficos volúmenes. Kiernan era un verdadero erudito, publicaba ampliamente sobre
aspectos del imperialismo, la formación del Estado moderno temprano y la historia del duelo
aristocrático, así como las relaciones británicas con China y la Revolución española de 1854,
con una imponente bibliografía más amplia de ensayos sobre una gama ecléctica de sujetos.
Rudé fue un destacado historiador de la Revolución Francesa y la protesta popular. Otros dos
miembros del grupo eran especialistas británicos que a largo plazo llegaron a disfrutar de una
influencia internacional masiva: Raphael Samuel como el genio conmovedor detrás del
movimiento History Workshop y su revista, y Edward Thompson a través de sus grandes
obras The Making of the English Working Class, publicado en 1963, Whigs and Hunters una
década más tarde y Customs in Common, que incorporó ensayos y conferencias sobre el
establecimiento de la agenda escritos originalmente en las décadas de 1960 y 1970.
16

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Esta historiografía marxista británica estaba incrustada de preocupaciones específicamente


británicas. Varias voces hablaban el idioma de la historia inglesa exclusivamente: Hill,
Hilton, Saville, los Thompson. La tradición más amplia se centró intensamente en temas
nacionales, (el más famoso quizás) el vigoroso ensayo general de Edward Thompson, "The
Peculiarities of the English", publicado en 1965 como un contraataque contra una
interpretación general de la historia británica presentada por dos marxistas más jóvenes, Tom
Nairn y Peny Anderson.17 Los escritos de Thompson después de dejar el Partido Comunista
también convergieron con los trabajos afines del crítico literario Raymond Williams, cuya
Cultura y sociedad y La Larga Revolución, publicada en 1958 y 1961, proponía su propia
interpretación general de la historia británica moderna. Tanto Thompson como Williams
buscaron recuperar el pasado nacional de una manera conscientemente opositora y
democrática, arrebatando el control de la historia nacional a los formadores de opinión
conservadores de todo tipo y reescribiéndola en torno a las luchas de la gente común en un
proyecto democrático aún inconcluso.18
Durante la década de 1950, estas preocupaciones británicas se centraron principalmente en
dos áreas. Por un lado, el grupo dio forma decisiva a la fase emergente de la historia del
trabajo, más obviamente a través de los ensayos fundacionales de Hobsbawm recopilados en
1964 en Laboring Men, pero también a través de la influencia de John Saville y Royden
Harrison, y en el marco colectivo establecido por la fundación de la Sociedad de Historia del
Trabajo en 1960. Este contexto rápidamente floreciente de nuevos estudios se organizó
ampliamente en torno a una cronología de preguntas específicas sobre el presunto fracaso del
movimiento obrero en darse cuenta de la trayectoria de radicalización proyectada por el
modelo de desarrollo de Marx, planteando una problemática perdurable cuyo dominio se
extendió hasta bien entrada la década de 1980. Conectado con esto, por otro lado, el Grupo
de Historiadores del PC también dio forma a la historia de la industrialización capitalista en
Gran Bretaña, sobre todo a través de la controversia sobre el nivel de vida entre Hobsbawm
y Max Hartwell durante 1957-1963 sobre si el industrialismo había mejorado o degradado la
vida y estándares de la población trabajadora. 19 Al mismo tiempo, ninguna de estas
contribuciones trascendentales —a la historia del trabajo y la crítica de la industrialización
capitalista— era pensable sin los trabajos previos de Webb, Cole, Tawney y Hammond.
Pero la visión de estos historiadores marxistas era la opuesta a la provinciana. Mientras
realizaba su innovadora investigación en París, Rudé trabajó con Georges Lefebvre y Albert
Soboul; Kiernan practicó una versión ecléctica de la historia global mucho antes de que la
“historia mundial” se convirtiera en una parte reconocida de la organización y enseñanza de
la profesión; Hobsbawm disfrutó de conexiones incomparablemente diversas en Europa y
América Latina; y otro comunista, no miembro del Grupo de Historiadores, Thomas Hodgkin
(1910-1982), influyó de manera vital en la historia africana en sus primeros años, nuevamente
desde los márgenes de la educación de adultos.20
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El trabajo de Hobsbawm se desarrolló en diálogo con Braudel y sus colegas, y con Labrousse,
Lefebvre y Soboul. A nivel internacional, Hobsbawm y Rude transformaron el estudio de la
protesta popular en las sociedades preindustriales. Rudé deconstruyó meticulosamente los
viejos estereotipos de "la mafia", utilizando la Revolución Francesa y los disturbios del siglo
XVIII en Inglaterra y Francia para analizar los ritmos, la organización y los motivos detrás
de la acción colectiva, en el proceso especificando una sociología pionera de los 'rostros de
la multitud'. Hobsbawm analizó las transformaciones en la conciencia popular que
acompañan a la industrialización capitalista, en estudios sobre el ludismo y la protesta laboral
previa a los sindicatos; en sus emocionantes y originales comentarios sobre bandidaje social,
milenarismo y mafia; y en ensayos sobre campesinos y movimientos campesinos en América
Latina. Fue pionero en las conversaciones de historia y antropología. Ayudó a redefinir lo
que la política podría significar en sociedades que carecen de constituciones democráticas,
estado de derecho o un sistema parlamentario desarrollado.
El mayor paso que dio el Grupo de Historiadores del PC fue la nueva revista, "Pasado y
Presente" (subtitulada sintomáticamente como "Revista de Historia Científica"), lanzada en
1952 para preservar el diálogo con historiadores no marxistas en un momento en que la
Guerra Fría estaba en pleno apogeo, cerrando rápidamente esto.21 En la visión orientadora
que trajeron los historiadores marxistas al proyecto intelectual del Pasado y el Presente,
“historia social” significaba tratar de comprender la dinámica de sociedades enteras. La
ambición era conectar los acontecimientos políticos con las fuerzas sociales subyacentes.
Durante 1947-1950, el Grupo de Historiadores del PC se había centrado en la transición del
feudalismo al capitalismo y en un complejo de cuestiones asociadas: el surgimiento del
absolutismo, la naturaleza de las revoluciones burguesas, las dimensiones agrarias del
surgimiento del capitalismo y la dinámica social de La Reforma. El artículo de Hobsbawm
en dos partes sobre "La crisis general del siglo XVII" en 1954 dio lugar a la discusión
destacada de la primera década del pasado y el presente, cuyas diversas contribuciones se
recopilaron posteriormente bajo la dirección de Trevor Aston como Crisis en Europa, 1560-
1660 en 1965. Ese debate energizó a historiadores de Francia, España, Suecia, Alemania,
Bohemia, Rusia, Irlanda y la era moderna temprana en general, así como a historiadores de
Gran Bretaña. Conectó los trastornos políticos del siglo XVII con formas de crisis económica
comprensibles en términos europeos, en lo que Aston llamó "la última fase de la transición
general de una economía feudal a una capitalista''.22 Construyó un caso para estudiar el
conflicto religioso en términos sociales, un proyecto más general que también llevó a cabo
una serie de otros debates tempranos en la revista, incluido especialmente el sobre ciencia y
religión. Agarró la intención de intentar conceptualizar las historias de las sociedades en su
conjunto, con profundas implicaciones para sus respectivas historiografías posteriores,
ejemplificadas de manera más poderosa quizás en J.H. la trascendental contribución de J. H.
Elliott en “La decadencia de España”. Volvió a enfatizar la convergencia entre Pasado y
Presente y Annales, ya que la intervención inicial de Hobsbawm se había basado en gran
medida en el trabajo académico patrocinado por Braudel. Sobre todo, el debate presentó las
posibilidades emocionantes y constructivas del "método comparativo". 23
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Es imposible exagerar las perdurables contribuciones al surgimiento de la historia social


hechas por "Pasado y Presente" durante sus primeros años. Si bien se sustenta directamente
en la formación marxista particular basada en el Grupo de Historiadores del PC, la
perspectiva del Comité Editorial se tradujo en una serie de compromisos que dieron forma a
las discusiones históricas más ambiciosas de las décadas siguientes. Uno de esos
compromisos fue el internacionalismo, ya que la revista trajo un nuevo y emocionante acceso
al trabajo europeo en el mundo de habla inglesa, con la ayuda de las redes políticas de los
editores, los intercambios directos con Francia y el ímpetu proporcionado por el Congreso
Histórico Internacional de 1950 en París y su nueva Sección de Historia Social.
En segundo lugar, al igual que Annales, Hobsbawm y sus camaradas instaron al estudio
comparativo de las sociedades dentro de un marco general de argumentos sobre el cambio
histórico, planteados explícitamente a nivel de los movimientos y sistemas europeos o
globales. Este compromiso surgió directamente de las perspectivas marxistas clásicas
aprendidas durante las décadas de 1930 y 1940; cristalizó en la agenda de trabajo del Grupo
de Historiadores del PC y se repitió en los temas de la conferencia anual de Pasado y Presente
de 1957.
En tercer lugar, Pasado y Presente fue pionera en el intercambio interdisciplinario con
sociólogos y antropólogos, alentados por el reconocimiento axiomático marxista de la
indivisibilidad del conocimiento, y de nuevo en paralelo con la trayectoria de Annales. El
modelo de materialismo ecléctico y de mente abierta a este respecto, basado explícitamente
en una síntesis conscientemente interdisciplinaria (o quizás "una") de la "sociología
histórica", fue proporcionado por Philip Abrams (1933-1981), quien se unió a Hobsbawm
como editor asistente en 1957. Educado durante la década de 1950 en el universo intelectual-
político de la primera Nueva Izquierda británica, en lugar del comunismo de frente popular
de la década de 1930, Abrams trajo una formación generacional muy diferente a la revista,
una formada mucho más por las sociologías críticas de la pos- guerra en Gran Bretaña.24 Por
otro lado, Peter Worsley (nacido en 1924), quien mostró la más libre y ecléctica de las
disposiciones interdisciplinarias, y cuya sensibilidad histórica acompañó una formación en
antropología, investigación de campo en el Pacífico y el sudeste Asia, y una cita en
sociología, también había estado en el Partido Comunista hasta 1956 y esos años de
formación continuaron moldeando sus muchas y variadas publicaciones. 25
En cuarto lugar, para los arquitectos marxistas de Pasado y el Presente, la historia social iba
de la mano con la economía, ya sea a través de la categoría maestra de estructuras de Annales
o mediante el marxismo y la concepción materialista de la historia. Dentro de la historia como
disciplina académica, donde la historia social se desvinculó del modo de popularización de
los “modales y costumbres” o de los proyectos de la “historia del pueblo”, invariablemente
se vinculó con la historia económica, como en los nuevos departamentos de historia
económica y social que se crearon en algunas universidades británicas en la década de 1960.
24
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Finalmente, el compromiso de los historiadores marxistas con el diálogo y el debate, para


llevar los enfoques marxistas no solo al centro de las discusiones entre los historiadores en
Gran Bretaña, sino también a una circulación intelectual mucho más amplia, como un puente
esencial tanto para el intercambio internacional como para las generosas exploraciones
interdisciplinarias, enriqueció profundamente la cultura intelectual de la disciplina justo en
el momento de la gran expansión de la educación superior de la década de 1960, que produjo
un salto tan notable en el volumen, el alcance y la sofisticación de la investigación histórica
académica. En ese sentido, las condiciones de despegue para el crecimiento de los estudios
históricos a fines del siglo XX no fueron simplemente ensambladas por la creación de
organismos nacionales de investigación, la fundación de nuevas universidades y el aumento
de la financiación para la investigación. Esas condiciones también se encontraban en los
trabajos duros e imaginativos de la agrupación en torno a Pasado y Presente y en la política
del conocimiento que perseguían.

4.4 Madurez y difusión

Aunque pronto se unió a la Junta, (a fines de la década de 1960), uno de los integrantes del
Grupo de Historiadores del PC que no participó en la fase inicial de Pasado y Presente, fue
Edward Thompson. Primero conocido por su extenso y enérgico estudio sobre William
Morris y luego por su papel principal en la Nueva Izquierda Británica, Thompson llegó a
inspirar a varias generaciones de historiadores sociales con su Making of the English Working
Class, publicado en 1963, que apareció en su edición de "Pelican" en 1968. Su trabajo avanzó
una elocuente contra narrativa a las versiones gradualistas de la historia británica, como la
marcha triunfal de la evolución parlamentaria, basando esta última en la violencia, la
desigualdad y la explotación: “Estoy tratando de rescatar al pobre comerciante, al cultivador
ludita, al obsoleto tejedor de telares manuales, el artesano utópico y hasta al engañado
seguidor de Joanna Southcott, desde la enorme condescendencia de la posteridad”, declaró
en una de las líneas más citadas por un historiador de finales del siglo XX. Su libro también
fue un manifiesto anti-reduccionista atacando la historia económica de base estrecha, el
marxismo sobre determinista y las teorías estáticas de clase. Para Thompson, la clase era
dinámica, resultante a través de la historia: una relación y un proceso, una conciencia común
de la explotación capitalista y la represión estatal, comprensible a través de la cultura. A
través de The Making, el paso del estudio institucional del trabajo a las historias sociales de
los trabajadores ganó un impulso palpable, abarcando el trabajo, la vivienda, la nutrición, el
ocio y el deporte, la bebida, el crimen, la religión, la magia y la superstición, la educación, el
canto, la literatura, la infancia, el noviazgo, la sexualidad, la muerte y más.

Thompson escribió su gran obra fuera de la academia, trabajando en educación para adultos
en Leeds, como comunista (hasta 1956), activista de la Nueva Izquierda y polemista público.
Creó el Centro de Estudios de Historia Social de la Universidad de Warwick en 1965,
dirigiéndolo hasta 1970, cuando dimitió. Más allá de las redes de la historia laboral y de
Pasado y Presente, The Making de Thompson fue fuertemente atacado, pero le dio energía a
las generaciones más jóvenes. También inspiró los marxismos recientemente emergentes y
de diferente forma que se volvieron tan centrales para la ola de historia social en desarrollo.

El impacto de Thompson ayudó a que se formaran dos iniciativas marginales, cuyos efectos
a largo plazo reflejaron la dinámica anterior de la influencia del Grupo de Historiadores
62
63

Comunistas y sobrepasaron de manera crucial su alcance sustantivo, formas organizadas e


intención política. Uno de ellos fue el Grupo de Historia Social de Oxford, que se reunió
semanalmente entre 1965 y 1974. Los organizadores de este seminario fueron una generación
más joven de estudiantes de posgrado izquierdistas, entre los que se encontraban el autor
marxista de Outcast London, Gareth Stedman Jones (nacido en 1942), un especialista en
anarquismo español, Joaquín Romero Maura (nacido en 1940) y el historiador del nazismo,
Tim Mason (1940-1990), quien durante un tiempo fue editor asistente de Past and Present.
Estos se inspiraron por un cuarto miembro, el "algo mayor" Raphael Samuel (1934-96), que
había sido un estudiante reclutado para el Grupo de Historiadores del PC. Dejó el partido en
1956 para convertirse en un dinamizador clave de la Nueva Izquierda, y luego tomó una cita
en Ruskin, la universidad sindical con sede en Oxford pero que no forma parte de la
universidad, a partir de 1961. Vinculados a las ambiciones del Grupo de Historia Social y
concebidos inicialmente para llevar a los estudiantes de Ruskin a un contacto más amplio
con otros historiadores, los Talleres de Historia anuales de Samuel se convirtieron en un
motor vital de la historia social durante el próximo período, comenzando modestamente pero
pronto se convirtió en un evento internacional. Los primeros 13 talleres se reunieron en la
propia Ruskin entre 1967 y 1979, antes de emigrar por Gran Bretaña. Inspiraron una serie de
panfletos, (12 en total entre 1970 y 1974) y un sello de más de 30 libros entre 1975 y 1990.
Lo más impresionante de todo es que Samuel y su grupo cristalizaron un movimiento mucho
más amplio, basado en diversos entornos universitarios y comunitarios locales, y vinculado
a intervenciones públicas de varios tipos, más sustancialmente durante el debate sobre el
Currículo Nacional en la década de 1980. Su buque insignia fue la revista History Workshop,
lanzada en 1976. En común con Social History otra nueva revista fundada en el mismo año,
la revista History Workshop buscó revitalizar los compromisos inaugurados a través de
Pasado y Presente. 121

El segundo movimiento fue la historia de la mujer. Originalmente, a través de una tensa y a


menudo molesta disputa con History Workshop y otros mentores mayores como Hobsbawm
y Thompson, pioneras como Sheila Rowbotham (nacida en 1943) obtuvieron un importante
apoyo e inspiración de ambos. Las futuras líderes de la historia de la mujer surgieron del
entorno de History Workshop, incluidas Anna Davin (nacida en 1940), Sally Alexander
(nacida en 1943) y Catherine Hall (nacida en 1945). Los primeros trabajos de Rowbotham se
convirtieron en marcadores del campo futuro.27 La primera Conferencia Nacional de
Liberación de la Mujer, que se reunió en Ruskin en 1970, se originó como una reunión de
historia de mujeres, y el Séptimo Taller de Historia en 1973 tomó como tema "Mujeres en la
Historia". El surgimiento de la historia social, como los movimientos de principios del siglo
XX y el Grupo de Historiadores del Partido Comunista, era inconcebible fuera de estos
nuevos contextos políticos.

La influencia de Thompson fue internacional. “The Making” dio forma a las agendas de
América del Norte, África y el sur de Asia, nada menos que los estudios de formación de
clases en Gran Bretaña y Europa. Sus ensayos del siglo XVIII tuvieron quizás una resonancia
aún mayor, especialmente "La economía moral", que influyó en los estudiosos que trabajaban
en historias nacionales en diversas regiones del mundo y se convirtió en el objeto de una
conferencia internacional retrospectiva en Birmingham en 1992. La década de 1970

121

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64

internacionalizó la historia social en el sentido pleno de la visión de los historiadores


marxistas británicos que fundaron Past and Present, a través de una creciente proliferación
de conferencias, nuevas revistas y procesos activos de traducción. En una red de particular
importancia, Thompson y Hobsbawm se convirtieron en participantes centrales en una serie
de Mesas Redondas sobre "Historia Social" organizadas por la Maison des Science l'Homme
de Braudel, que reunió a académicos de Francia, Italia, Alemania Occidental y otros lugares.

Pero en la década de 1980, el centro energizante del pensamiento innovador entre los
historiadores se había trasladado a otra parte. A nivel internacional, estas dinámicas variaron.
En Alemania, por ejemplo, el desafío de Alltagsgeschichte (la historia de la vida cotidiana)
finalmente obligó a una apertura de la corriente principal de la disciplina hacia formas de
historia cultural, parcialmente moldeada por un diálogo emergente con la antropología,
donde la historia de género también hizo avances significativos. 28 En Gran Bretaña, un
cuestionamiento inesperado de los puntos de vista materialistas de la historia social por parte
de Stedman Jones y otros, inició una serie de debates de larga duración, cuyas consecuencias
convergieron con una variedad de otras poderosas tendencias intelectuales, el trabajo
histórico feminista y la difusión de los estudios culturales más notables entre ellos, para
desalojar la historia social de su anterior primacía anticipada. 122

A finales de siglo, el resultado fue una marcada diversificación que abarcó no solo la gama
de historias sociales que se siguieron practicando como antes, sino también varias versiones
redistribuidas y más sofisticadas de la historia política y la historia de las ideas, y distintas
formas conscientemente delimitadas de la "nueva historia cultural", y una pequeña pero
vociferante vanguardia de autoproclamados "posmodernistas". Pero a pesar de los
exponentes más partidistas o auto aislantes de estas tendencias, la característica más notable
de este nuevo período fue la mezcla de puntos de vista: ahora era claramente posible ser tanto
historiador social como historiador cultural, combinar la historia de las ideas con cuidadosas
formas de contextualización, y para tomar la medida de las críticas culturalistas
contemporáneas sin dejar por completo el terreno de la investigación estructural o
materialista. Algunos defensores de una historia "no materialista" o "lingüística" podrían
insistir en la exclusividad de su enfoque, pero tal defensa ni poseía una autoridad
epistemológica indiscutible o universalmente reconocida, ni describía adecuadamente la
continua diversidad de prácticas historiográficas dentro y más allá de la disciplina.

Una vez que se reconozca esta diversidad, la relevancia continua de la historiografía marxista
de los años cincuenta y sesenta debería estar asegurada. Para aclarar este punto, vale la pena
volver a uno de los enunciados programáticos de ese período, que llegó en 1971 al final de
la época de la forja descrita anteriormente y en la cúspide de la gran ola de la historia social
en ese momento ya en marcha. En un ensayo de referencia muy citado, titulado "De la historia
social a la historia de la sociedad", Hobsbawm argumentó que la importancia real de los
enfoques emergentes era menos la defensa de temas previamente no reconocidos que las
nuevas posibilidades para escribir la historia de la sociedad en su conjunto. Esto implicó en
parte el compromiso con la generalización y la teoría, con las formas de mantener a la vista
el panorama general, y en parte enfoques analíticos destinados a situar todos los problemas
en su contexto social. Ciertamente, para Hobsbawm, las causas sociales tenían primacía. Pero

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tomarse en serio las tareas de importancia social no implica un compromiso necesario con el
materialismo de un tipo tan fundamental. 123

Al mismo tiempo, la ambición totalizadora anterior, (el objetivo de escribir la historia de


sociedades enteras de alguna manera integral o articulada), ha entrado definitivamente en
recesión. Esa comprensión macro histórica de sociedades enteras que cambian a lo largo del
tiempo, demostrada por los fundadores de Pasado y Presente, guiada por un conocimiento
seguro de modelos estructurales o de desarrollo extraídos de las ciencias sociales, se ha vuelto
mucho más difícil de sostener.

La “sociedad”, como una proyección materialista segura de la totalidad social de esa manera,
se ha vuelto mucho más difícil de encontrar, porque la presión anti-reduccionista de la teoría
social y cultural contemporánea desde la década de 1980 la ha desautorizado radicalmente.
Originalmente, esa lógica anti-reduccionista fue muy empoderadora. A medida que el control
de la economía se aflojó durante la década de 1980, y con él el poder determinante de la
estructura social y sus afirmaciones causales, creció el espacio imaginativo y epistemológico
para otros tipos de análisis. La rica multiplicación de nuevas historias culturales se convirtió
en la recompensa invaluable. 124 Ahora que gran parte del calor y el ruido que rodean a la
nueva historia cultural han comenzado a apagarse, y las ansiedades más extremas que
acompañan al llamado "giro lingüístico" parecen desaparecer, puede ser más fácil recuperar
la historia social en el sentido principal defendido por Hobsbawm y sus contemporáneos, lo
que implica siempre tratar de relacionar nuestros sujetos particulares, de manera compleja y
sutil, con el panorama más amplio de la sociedad en general. Una vez que eso suceda, la
historiografía marxista discutida en este capítulo seguirá siendo un recurso invaluable.

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5. Historia y ciencias sociales

Christopher Lloyd

5.1 Problemas en la relación historia / ciencias sociales

La relación historia-ciencia siempre ha sido polémica y a menudo, conflictiva. Desde el


comienzo del ascenso de la ciencia al dominio del pensamiento y la cultura occidental en el
siglo XVII, comenzó una larga lucha para que la filosofía y el humanismo la aceptaran. En
el siglo XIX, muchos historiadores adoptaron lo que pensaban que eran modos de
investigación científicos. El intento de ser científico fue abandonado en gran medida desde
finales del siglo XIX y revivió a finales del siglo XX. Las ciencias sociales avanzaron luego
hacia la adopción de la historicidad a finales del siglo XX. Ahora hay un acercamiento
creciente entre la historia y las ciencias sociales. Por supuesto, no todo el discurso histórico
en ninguna medida se ha vuelto científico hoy y muchos científicos no ven la centralidad de
la historia para todos los sistemas. La disciplina de la historia profesional está ahora bastante
dividida entre aquellos que se esfuerzan por volverse más científicos sociales y aquellos que
la rechazan resueltamente. La división entre historiadores culturales y algunos historiadores
sociales, por un lado, e historiadores sociológicos, geográficos, económicos y políticos, por
el otro, es donde se encuentra ahora la línea divisoria. Pero el ahistoricismo,
lamentablemente, todavía prevalece en las ciencias sociales. El debate a menudo acalorado
entre la historia y la ciencia continúa a pesar del evidente poder y éxito de la metodología y
la teoría científica en todos los ámbitos de la investigación natural y humana, y la obvia
necesidad de un enfoque histórico de lo social (así como natural) procesos y sistemas por su
carácter histórico irreductible. Los malentendidos mutuos siguen siendo comunes.

Ser científico implica, sobre todo, el uso de la teoría. Un argumento básico de este capítulo
es que no tenemos la opción de utilizar teorías generales en lo que debería ser una ciencia
sociohistórica unificada. Debemos ser y, de hecho, somos teóricos. Por tanto, en la medida
de lo posible, es mejor ser teóricos coherentes, articulados y autocríticos. Pero cuando surgen
preguntas sobre la relación de la teoría con la historia, sobre qué son las teorías y cómo
teorizar la historia, a menudo parece haber confusión. La confusión surge, como siempre, de
no hacer algunas distinciones importantes, lo que es más importante, entre tres preguntas
separadas pero relacionadas sobre generalizaciones en la explicación, que indicaré en un
momento. Estas preguntas pueden separarse teniendo en cuenta claramente una distinción
analítica más básica. Esto es entre (a) la historia como un discurso público en varios medios
y (b) la historia como un proceso del mundo real independiente del conocimiento y el
discurso. La amplia corriente de ideas idealista/ construccionista social /pragmático/
posmodernista se caracteriza esencialmente por el programa de colapso de esta distinción.
La corriente ilustrada/ científica/ empirista/ modernista se caracteriza por el mantenimiento
de esta distinción como fundamental. Otra forma de describir esta división es etiquetar a las
dos como escuelas "construccionistas sociales" y "epistemológicas". Para el primero, hay
poca o ninguna distinción entre el conocedor y lo conocido, porque la historia no tiene
objetividad fuera de las formas de describirla y analizarla; para el segundo, hay una distancia

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que debe salvarse mediante un proceso de generación de conocimiento que media entre el
mundo externo y el conocedor.

Ahora, por supuesto, esta simple descripción de los dos campos está un tanto simplificada,
pero comprender que existe esta división ayuda a aclarar parte de la confusión sobre la
historia y la teoría. Ahora podemos formular las tres preguntas sobre generalizaciones de la
siguiente manera, con las respuestas que se defenderán en este capítulo.

1. ¿Los presupuestos teóricos especulativos y/o generales (incluidos los conceptos


metanarrativos) deben jugar un papel en la construcción de temas y problemas,
descripciones, explicaciones y estilo de escritura de textos históricos sobre procesos
sacros pasados y presentes? Respondo que en todas partes desempeñan papeles
poderosos y, de hecho, inevitables, pero deben ser articulados, criticados y refinados
para convertirse en una parte más precisa del marco explicativo de una ciencia de la
historia.
2. ¿Se pueden construir teorías causales precisas, coherentes y poderosas de los procesos
pasados y en curso del comportamiento humano, las interacciones y las
organizaciones sociales? Respondo “sí, en principio”, pero todavía estamos un poco
lejos, aunque hay muchos candidatos existentes.
3. ¿Qué papel juegan y deben jugar las teorías del conocimiento (epistemologías) en la
redacción de textos históricos y de ciencias sociales? Respondo que estos juegan roles
poderosos pero implícitos y usualmente confusos. Ellos también son necesarios y
deben ser articulados, defendidos y criticados.

Así, los conceptos generales, las creencias causales y las ideas acerca de la explicación se
pueden encontrar que informan tácitamente el trabajo de todos los escritos sociales e
históricos. La tarea de la metodología de la investigación histórica filosóficamente informada
y con una mentalidad práctica es, como la metodología de cualquier ciencia, hacer una
investigación crítica sobre las formas en que las respuestas a estas preguntas informan e
influyen en el alcance y las explicaciones de la escritura histórica. La historia no debería ser
una disciplina basada en el “sentido común” más que la bioquímica, la neurofisiología, la
astrofísica o cualquier otra ciencia empírica. La teoría debe sacarse del armario. La discusión
de por qué el debate historia/ciencia ha sido (y sigue siendo) tan animado y de los argumentos
sobre cómo debería resolverse la relación de modo que la historia y las ciencias sociales se
unifican como un solo modo de investigación, son los temas de este capítulo. Sostengo que
la larga historia de separatividad está llegando a su fin. El estudio de la humanidad y la
sociedad en los sentidos más amplios (incluida la cultura y la evolución fisiológica) se
considera cada vez más como parte de un grupo de ciencias, incluidas la biología, la geología
y la astronomía, que son históricas por naturaleza en el sentido de que sus temas son
fenómenos históricos, sistemas y procesos evolutivos. Pero la "revolución histórica" que ha
estado ocurriendo en las ciencias de la naturaleza en los últimos tiempos aún no se ha
arraigado plenamente en las ciencias sociales. Esto se debe a que la historización social se ha
resistido desde ambos puntos de vista. Es decir, los historiadores a menudo han temido la
pérdida del humanismo o del libre albedrío si adoptan un enfoque cientista social (es decir,
generalizado y teórico) y centrado en el presente y los cientista sociales se han burlado con
demasiada frecuencia de la preocupación de la historia por el pasado por considerarlo un
problema poco mundano, subjetivo e irrelevante para las preocupaciones actuales de la
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naturaleza práctica. Pero ahora está bien entendido en las ciencias naturales que su tema es
esencialmente procesual, es decir, histórico. La investigación social, como la investigación
natural, (para ser genuinamente científica), también debe abarcar la historia, ya que la
sociedad actual es tanto el producto de la historia como una realidad dinámica, en evolución,
más que estática. Para adoptar plenamente la historicidad requerirá una revolución en las
ciencias sociales y adoptar la ciencia requerirá una revolución en la historia. Estas
revoluciones convergentes están muy avanzadas. El carácter supuestamente sui generis de la
investigación histórica que muchos filósofos de la historia intentaron establecer durante el
siglo pasado, ya no es plausible. Conscientes de los muchos abusos de los entendimientos
históricos, los historiadores han temido con razón ser cooptados por movimientos políticos
que desean utilizarlos para propósitos seccionales e incluso peligrosos. Pero, por supuesto,
tanto los historiadores como los cientistas sociales siempre han estado inmersos en contextos
sociopolíticos. La pregunta debería ser, más bien, sobre su capacidad para trascender su
ubicación y luchar por la objetividad y la mejora explicativa. Afortunadamente, hay mucho
trabajo que exhibe la trascendencia de la perniciosa división entre historia y ciencias sociales
y que se esfuerza por evitar cualquier tendencia hacia la propaganda estrecha. Sin
compromisos con la independencia intelectual, la objetividad y la mejora explicativa, la
investigación sociohistórica genuina estaría en obediencia servil a los contextos políticos y
culturales de sus practicantes.

El presente debe entenderse como históricamente contingente, continuo y transformador. El


presente y el pasado están conectados orgánicamente de modo que, de hecho, no existe una
distinción real entre ellos. El pasado puede resultar extraño en mayor o menor medida, pero
no porque sea pasado, sólo porque es cultural y socialmente ajeno. La extrañeza pasada y
presente es una cuestión de distancia, no una categoría ontológica. La historicidad está en el
centro mismo de la realidad social en toda su complejidad y multidimensionalidad.

El debate ha sido confuso por algunos puntos de vista equivocados. Uno de los más
generalizados ha sido que el método histórico básico es el uso del "sentido común para
interpretar" la evidencia.125Los historiadores, a diferencia de los científicos, supuestamente
no pueden usar teorías generales porque los humanos y la sociedad son demasiado complejos,
variables, individualistas y subjetivos para ser comprendido a través de teorías. Más bien, los
historiadores deben interpretar la evidencia a través de la lente de comprensiones empáticas,
inteligentes y bien informadas de sentido común; entendimientos que solo pueden ser
específicos de culturas particulares. Por lo tanto, para comprender a los antiguos romanos,
era necesario ser romano o al menos estar tan inmerso en la cultura y la sociedad romanas
como para conocer íntimamente la mentalidad romana en toda su especificidad. En última
instancia, se supone que esto es imposible en un sentido completo, por lo que hoy en día no
se puede escribir un relato completo y rico de la historia romana. El giro lingüístico o cultural
que dio lugar al relativismo radical de la metodología posmodernista de las últimas décadas
intentó elevar esta visión humanista a una filosofía de la explicación que, lamentablemente,
es incoherente y, en última instancia, abnegada. Si bien, por supuesto, debe admitirse que la
interpretación perspicaz y sensible de culturas extrañas, ya sean pasadas o presentes, es muy
difícil, la investigación histórica, como cualquier modo de indagación empírica sistemática,
solo tiene sentido si se esfuerza por mejorar sus explicaciones, y la mejora implica al menos

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cierto grado de objetividad. El acuerdo sobre lo que constituye una contribución a una mejor
explicación debe basarse en alguna idea sobre lo que constituiría mejores métodos y
resultados. Así, la pregunta previa es: ¿cómo mejorar los fundamentos metodológicos? Un
primer paso es criticar los entendimientos de sentido común, porque siempre contienen
generalizaciones no reconocidas sobre la naturaleza humana, la motivación y la organización
social y así intentar producir mejores teorías que se apoyen en cimientos más firmes. La
explicación no puede prescindir de la teoría. En el fondo, entonces, la cuestión de la relación
de la historia con las ciencias sociales se reduce a la naturaleza y el uso de la teoría general.
Después de eso, el tema se convierte en una de las naturalezas y el poder de las teorías
particulares.

Otro punto de vista equivocado, (a veces todavía sostenido por los historiadores, pero ahora
poco sostenido por los filósofos de la historia o la ciencia), es que la ciencia y su propia
historia científica, tiene un modelo de explicación de "ley de cobertura''. 126

Este punto de vista positivista afirma que la historia no es diferente de otras formas de
explicación y la explicación es esencialmente una cuestión de deducción de las leyes que
cubren. Las leyes generales se afirman como declaraciones axiomáticas y luego se hacen
deducciones de ellas para explicar casos particulares. Este punto de vista se ha visto socavado
por el desarrollo de mejores explicaciones científicas y los historiadores siempre tuvieron
razón al rechazar ese modelo. (Más sobre esto más adelante).

Un tercer punto de vista equivocado entre los historiadores es que una teoría es una pieza de
especulación no probada. De hecho, en las ciencias, las teorías son explicaciones generales
altamente desarrolladas, bien documentadas y aceptadas que se utilizan como la parte más
importante de los marcos intelectuales para las explicaciones de dominios particulares de
fenómenos y estructuras y, por lo tanto, como explicaciones de fenómenos y procesos
particulares dentro de esos dominios. La teoría darwiniana de la evolución biológica, las
teorías físicas de la relatividad y la termodinámica cuántica y la teoría geológica de la
tectónica de placas son ejemplos principales de teorías generales. En las ciencias sociales hay
candidatos menos confirmados y muy controvertidos para este tipo de teología general, como
la teoría del equilibrio general en economía, la teoría de la política de clases sociales y las
revoluciones, la teoría de la elección racional del comportamiento social y político y la teoría
neoclásica de la historia y el desarrollo económico. Filosóficamente hablando, se puede decir
que el debate sobre la unificación o separación de la historia y las ciencias sociales es
esencialmente ontológico porque si se considera que las sociedades tienen un cierto tipo de
existencia fundamental unificada en todos los tiempos y lugares, entonces la tarea es la misma
cualquiera que sea la situación, el comportamiento o la sociedad que se está estudiando, ya
sea en el pasado o en el presente. No existe una separación justificada de las dos disciplinas.
Y si el conocimiento sobre las relaciones sociales, las motivaciones y el comportamiento es
generalizable a través de la construcción de conceptos y teorías que sean aplicables a todos
los casos, entonces un enfoque científico es posible incluso si aún no se ha realizado.
Aquellos que niegan esta posibilidad hacen una afirmación poderosa (ontológica) sobre las
sociedades y los seres humanos como cada uno de ellos esencialmente únicos. En otras
palabras, la negación humanista de la posibilidad de la ciencia sociohistórica se basa en una

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afirmación profunda sobre la naturaleza de las personas, sus decisiones, sus acciones y sus
relaciones socioculturales, como esencialmente no generalizables y, por lo tanto,
cognoscibles solo a través de un enfoque empático por parte del investigador individual de
cada personalidad, acción y sociedad.

El libre albedrío descarta la ciencia; pero, por supuesto, nadie cree realmente esto, y es
contradictorio porque afirma tanto la unicidad como la posibilidad de trascender esa unicidad
por parte de un investigador. Para tener alguna indagación debe haber un intercambio de
conocimientos por parte de los sujetos y los indagadores y esto abre la puerta a la
generalización, ya que compartir requiere conceptos generales. Sin embargo, el argumento
de la ontología tiene que admitir que el establecimiento de la naturaleza de la realidad debe
provenir de un modo particular de investigación. 127 No podemos establecer la naturaleza de
la realidad (una ontología) excepto a través de una teoría del conocimiento (una
epistemología) y consulta real. La realidad nunca se puede conocer a priori; tampoco existe
una simple relación empírica de reflexión sensorial del mundo en la conciencia del
investigador.

El conocimiento del mundo siempre está mediado por marcos sociales, culturales, filosóficos
y/o teóricos. La sociología del conocimiento, que surge particularmente del trabajo de
Foucault y Bourdieu, sostiene que el conocimiento siempre se construye dentro de un
contexto social. De hecho, ¿cómo podría ser de otra manera? Pero esto no significa que el
conocimiento en sí sea enteramente relativo a ese contexto social y, por lo tanto, no pueda
decirnos nada objetivo sobre el mundo. Hay dos niveles de procesos en la ciencia, regidos
por intereses diferentes. En un nivel está el contexto social que determina en un grado
significativo cuáles son los problemas y las tareas actuales de la ciencia, quién hace qué tareas
para resolver qué problemas, dónde se publican los resultados, quién nota y usa los
resultados, etc. Esta es una estructura de poder social. En el otro nivel está la actividad
práctica, más o menos objetiva, cotidiana de la ciencia que produce resultados y resuelve los
problemas en parte generados socialmente, y acumula conocimientos, en un proceso
relativamente desinteresado sociológicamente. El progreso científico ocurre, entonces, en un
contexto complejo e interactivo de ideas y sistemas sociales. Foucault hizo la importante
distinción entre la locura como un constructo de poder social discursivo y la enfermedad
mental como un problema científico susceptible de investigación empírica y posible solución.
El desafío para los defensores de la veracidad de la ciencia siempre ha sido mostrar cómo la
ciencia es capaz de trascender su medio específico para establecer verdades conceptuales y
explicativas universales. La ciencia tiene que demostrar que verdaderamente descubre la
estructura causal profunda del mundo, de la cual la humanidad es parte.

De hecho, no hay duda de que la ciencia moderna ha logrado trascender sus ubicaciones
socioculturales específicas. Los resultados de la ingeniería en situaciones abiertas más que
experimentales es una prueba recurrente de esto, aunque no todas las ciencias tienen pruebas
experimentales o de ingeniería de validez. Las macro ciencias históricas de astronomía,
biología y geomorfología se basan en observaciones para probar teorías y a diferencia de
todas las otras formas de indagar sobre el funcionamiento del mundo, la ciencia hace
afirmaciones universales que trascienden su medio de una manera reflexiva y altamente

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autocrítica. Ningún otro modo general de investigación (religión, magia, humanismo


relativista) es tan autocrítico de sus propios fundamentos, metodologías y hallazgos. La
ciencia, en su forma ideal, se define por este compromiso con la autocrítica y el escepticismo
constantes. Por supuesto, la ciencia en la práctica también suele tener otros compromisos que
no siempre son criticados, como el control y manipulación de la naturaleza y la humanidad.
Los humanistas tienen razón al desconfiar de la agenda de la ingeniería inherente a gran parte
de la ciencia, que a menudo la lleva más allá de toda explicación. Los científicos, por otro
lado, critican con razón la falta de explicaciones generales y comprobables en los discursos
no científicos y las agendas ideológicas socialmente manipuladoras de gran parte de la
investigación social e histórica. A través de sus esfuerzos y su poder para descubrir las
estructuras causales profundas del mundo, la ciencia ha triunfado sobre sus críticos
filosóficos, si no siempre sobre sus críticos morales, pero que se pueda cuestionar la
moralidad de los científicos y de los usuarios de la ciencia no es lo mismo que decir que la
ciencia misma no puede, en principio, explicar la humanidad. Y que carezcamos de buenas
explicaciones científicas para gran parte del dominio humano no significa que no podamos
abordar la explicación de una manera científica. Es la metodología, la construcción de la
teoría y el compromiso explicativo general lo que define la ciencia, no la totalidad de sus
resultados, que a menudo pueden ser incompletos o subdeterminados e incorrectos.

5.2 Racionalismo e ilustración

El debate actual sobre la historia y las ciencias sociales es el resultado de varios siglos de
disputas, durante las cuales la ciencia ha surgido para dominar los discursos empíricos. En
los siglos XVI y XVII, el imperialismo europeo de ultramar, que trajo consigo un gran
aumento en el conocimiento de culturas dispares, y luego los inicios de la ciencia newtoniana,
formó el contexto para el gran cambio racionalista en el pensamiento europeo, personificado
por Descartes, Hobbes, Newton, Locke y Leibniz.128Juntos rechazaron el dominio de una
cosmovisión religiosa mística y enfatizaron la razón humana. En la Edad de las Luces del
siglo XVIII, la racionalidad científica y la investigación social sistemática colocaron al
Hombre y la Razón en el centro de los asuntos humanos y avanzaron hacia el rechazo de toda
intervención divina en el mundo. Los miembros de la Escuela Histórica Escocesa, incluidos
Adam Smith y Adam Ferguson, fueron los desarrolladores más importantes de la teoría de la
historia económica y social. 129 Por supuesto, se vieron impulsados, en parte, como la mayoría
de los pensadores de la Ilustración, a ensalzar el progresivo desarrollo socioeconómico e
intelectual del siglo XVIII. El progreso de la humanidad fue un tema central de la Ilustración.

El movimiento romántico en filosofía y cultura, especialmente en la Alemania de finales del


siglo XVIII y principios del XIX, luchó por adaptarse a este nuevo modo científico
progresista de pensamiento. Vico en Italia y Kant en Alemania desarrollaron una distinción
entre la razón científica y la comprensión humana que sentó las bases para una distinción
entre las ciencias naturales y la investigación social humanista, una distinción que fue
eclipsada durante un siglo por el poder de la empresa científica. Si bien en la mayoría de los
aspectos Kant fue un pensador de la Ilustración, su distinción razón/ comprensión se volvió
importante en el pensamiento alemán y fue enfatizada nuevamente por pensadores

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posteriores como Hegel, quien elevó una noción de Razón teleológica holística a un estatus
cuasi místico. Los neokantianos de finales del siglo XIX enfatizaron una distinción entre la
explicación generalizada de la ciencia y la comprensión particular de la humanidad.

Durante la Ilustración, especialmente desde mediados del siglo XVIII e incluyendo la era
revolucionaria francesa y napoleónica, la constelación de ideas europeas estuvo fuertemente
influenciada por la aplicación de la ciencia a la ingeniería. Los inicios de la industrialización
y la toma de conciencia plena de los conceptos del progreso humano y civilizatorio. El uso
de abstracciones y conceptos generales llegó a utilizarse para comprender la estructura social
y las aparentes etapas universales del progreso humano. El estudio sistemático del cambio
social y económico con las ideas concomitantes de un vínculo orgánico entre el pasado, el
presente y el futuro, y el papel de la política socioeconómica como una nueva tarea del arte
de gobernar para lograr un futuro deseable, se reunieron por primera vez en el tiempo. Para
los pensadores racionalistas de la Ilustración, incluida la rama romántica, el estudio de la
historia se convirtió en el estudio de la emancipación universal de la humanidad. Los
revolucionarios franceses y sus herederos napoleónicos estaban preocupados por las
características humanas y sociales universales y deseaban el establecimiento de una ciencia
teórica y profesional de la historia.

5.3 Positivismo y cientificismo

Durante la mayor parte del siglo XIX, el pensamiento social e histórico occidental estuvo
dominado por una preocupación por la universalidad. El impulso científico y racionalista
condujo a varias versiones de la idea de que la tarea de la historia era establecer verazmente
la trayectoria de las sociedades o economías humanas o naciones o estados. Hegel, Saint-
Simon y Comte abrieron el camino hacia el universalismo. El positivismo (término de
Comte) fue el amplio movimiento que deseaba eliminar el pensamiento místico y metafísico
de la investigación social y establecer los principios indiscutibles de una metodología
científica objetivista. Desde mediados del siglo XIX, el positivismo se asoció estrechamente
con la idea más antigua de evolución, que, en su forma más simple, es el concepto de que
nuevas etapas, generalmente superiores, emergen de etapas anteriores. La economía clásica
de mediados del siglo XVIII y la economía alemana posterior de principios del siglo XIX
adoptaron esto como el principio universal del progreso humano. 130 Darwin estuvo
fuertemente influenciado por ideas socioeconómicas más antiguas en su teorización sobre la
evolución biológica, pero su trabajo contenía la semilla de un rechazo necesario del
pensamiento teleológico en las ciencias biológicas y sociales. 131 Marx, quizás el mayor
heredero de la Ilustración, se basó en ideas de Hegel, la economía clásica, los pensadores
revolucionarios franceses e incluso Darwin, para construir una ciencia que lo abarcara todo
en una historia social estructural. 132 A finales del siglo XIX, el evolucionismo (no darwiniano
y socialdarwiniano) y el positivismo eran los conceptos rectores de las escuelas dominantes
de pensamiento sociohistórico en toda Europa. Pero a partir de la década de 1880 comenzó
una fuerte reacción que condujo a la desintegración de este cuasiconsenso y sentó las bases

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de la relación fracturada de las ciencias sociales con la historia que fue dominante durante la
mayor parte del siglo siguiente.

5.4 El methodenstreit

El gran debate en las últimas décadas del siglo XIX, especialmente en Alemania, sobre el
método adecuado para la investigación social e histórica, enfrentó a los positivistas
evolucionistas contra, por un lado, los neokantianos y todos aquellos que afirmaban la
naturaleza sui generis de la investigación histórica, y, por otro, los nuevos positivistas
cientificistas, que deseaban construir una ciencia social sobre los fundamentos
metodológicos aparentemente establecidos por la nueva física. 133En adelante, el modelo de
las poderosas ciencias de la naturaleza, que ahora estaban revolucionando los procesos
industriales y la ingeniería, sería el modo de razonamiento dominante, en relación con el cual
se juzgaría el poder de la filosofía y la investigación empírica en todas las demás áreas. Se
inició una polarización de pensamiento entre humanismo y positivismo que duró hasta bien
entrado el siglo XX. Los neokantianos defendían una distinción idiográfica/ nomotética
(particular/ general) que separaba la investigación histórica de la ciencia. 134

La historia no podía intentar descubrir leyes, como lo hizo la ciencia, sino que tenía que
describir y comprender la particularidad detallada de las sociedades, los acontecimientos y
vidas. Su gran contemporáneo, Max Weber, educado en hermenéutica neokantiana, así como
en economía evolucionista y marxista y filosofía positivista, se esforzó por cerrar la brecha
entre la teoría causal y la comprensión interpretativa que él creía necesaria para toda
investigación social. Era importante (argumentó), separar los juicios de valor sobre qué
eventos y procesos deberían estudiarse, los conceptos generales libres de valores sobre los
objetos de investigación, los análisis causales de los eventos y procesos y las implicaciones
políticas de las conclusiones explicativas. La racionalidad gobernada por reglas y el
significado del comportamiento tenían que ser entendidos y eran significativos solo como
parte de una explicación causal materialista más amplia. Por tanto, los estudios sociales
podrían ser científicos no menos que las ciencias naturales, pero a su manera. La nueva forma
de positivismo defendía la fuerte unificación de la ciencia imitando las ciencias más
avanzadas y rechazando toda metafísica. La filosofía de la física enfatizó una estructura
lógica y reductiva del razonamiento. Este pensamiento culminó con el advenimiento de la
escuela de filosofía positivista lógica, centrada en el Círculo de Viena de finales de la década
de 1920 y principios de la de 1930. 135 La influencia de esta escuela tuvo un profundo efecto
en todas las discusiones filosóficas y metodológicas durante varias generaciones. Los
positivistas lógicos, en cierto modo en el espíritu de Descartes, afirmaron estar resolviendo
todos los problemas epistemológicos eliminando todos los aspectos especulativos y
distractores del pensamiento y dejando solo el núcleo de la verdad. Ese núcleo era la
experiencia sensorial (es decir, el empirismo) y la lógica deductiva. Solo la lógica era
verdaderamente universal e indiscutible, y solo se podía confiar en la observación sensorial,
en lugar de la metafísica, la introspección o la hermenéutica. La investigación sociohistórica

133
134
135

73
74

podría hacerse científica si también adoptara el positivismo bajo la apariencia del modelo de
explicación y empirismo de la ley de cobertura.

5.5 Sentido común, hermenéutica, subjetividad

En los países anglosajones, la defensa del carácter distintivo de la investigación histórica


sobre los principios del empirismo de sentido común se convirtió en la tradición dominante
a principios del siglo XX. El uso de teorías generales como la evolución o el materialismo
histórico fue rechazado porque supuestamente forzó la evidencia a un "lecho de Procusto"
preconcebido de preconcepción. El "método histórico" profesional era la interpretación
perspicaz de las fuentes empíricas en sí mismas, supuestamente libres de cualquier juicio
previo.136 En Europa, los filósofos idealistas enfatizaron la hermenéutica como el único
método para el mundo de la vida social. Es decir, las principales filosofías anglosajona y
continental de principios del siglo XX afirmaban que los estudios sociales y humanos debían
tener un método bastante diferente de las ciencias de la naturaleza debido a la naturaleza
fundamentalmente subjetiva y culturalmente constituida de la vida social. Uno de los
defensores más influyentes de esta metodología subjetivista fue el historiador y filósofo
inglés R.G. Collingwood, quien defendió la necesidad de repensar los procesos de
pensamiento de los actores pasados para comprender sus acciones. 137

En la década de 1930, entonces, el pensamiento social e histórico estaba claramente dividido


entre las ciencias sociales positivistas y universalistas, por un lado, personificado de
diferentes maneras por los positivistas lógicos y algunos marxistas, y, por el otro, por los
historiadores subjetivistas y sociólogos anglosajones y anglosajones. Tipos continentales.
Pero no todos los historiadores y científicos sociales se ajustan a estas amplias categorías. En
particular, tres grupos de académicos e investigadores buscaban encontrar formas de sortear
estas dicotomías subjetivistas/ objetivista e historia/ ciencias sociales. Un grupo fueron los
historiadores estructuralistas franceses influenciados por Durkheim. Otro fueron los
historiadores económicos anglosajones. Los terceros eran sociólogos weberianos. Todos
estaban preocupados de una forma u otra tanto por la historia como por el presente de las
estructuras socioeconómicas. A finales del siglo XX estas corrientes comenzaron a fusionarse
con otras corrientes, como el marxismo, se convirtieron en los cimientos de la nueva ciencia
sociohistórica.

5.6 Estructuralismos

La tradición estructuralista francesa en las ciencias sociales comenzó en gran parte con
Durkheim, quien desarrolló la idea de la necesidad de una sociología empírica que estudiara
la realidad social compleja, orgánica (o estructural), incluidos los sistemas morales.
Sus ideas se difundieron por la vida intelectual francesa para influir en la geografía, la
demografía, la antropología y la lingüística. A partir de estas amplias influencias surgió la
escuela de historia de los Annales, fundada a finales de la década de 1920 por Febvre y Bloch.
Intentaron construir un enfoque totalizador para analizar y explicar el cambio socio-

136
137

74
75

geográfico a largo plazo.138 Los historiadores económicos anglosajones surgieron de las


Escuelas Históricas de Economía y Sociología inglesas, con su relato evolutivo (no
darwiniano) de la historia. A fines del siglo XIX, desarrollaron un enfoque decididamente
cuantitativo del cambio económico a largo plazo, generalmente dentro de sus contextos
sociales y políticos. Lo que más tarde se denominó historia económica “antigua” fue la
contraparte de Annales. Ambos fueron líderes en la recopilación y el uso de datos
estadísticos. La producción y el uso académico de la estadística se convirtió, a medida que
avanzaba el siglo XX, en una parte integral de la ciencia sociohistórica. De hecho, la
cuantificación se asoció tanto con la idea de ciencia objetiva que los historiadores
económicos "nuevos" (a veces llamados cliometristas) argumentaron que la combinación de
teoría económica y técnicas estadísticas (econometría) produciría una ciencia de la
historia.139
La contribución de Weber a las historias integradas del capitalismo, la religión, la ideología
y la modernidad, influenciada por y en diálogo con la obra de Marx, y su profunda
contribución a la metodología de la ciencia sociohistórica, fue de la más significativa y
duradera influencia en el desarrollo de la ciencia sociohistórica a finales del siglo XX. 140 La
sociología estructural-funcionalista de Talcott Parsons en la década de 1950, y más tarde el
trabajo de antropólogos y sociólogos históricos, todo le debe mucho a su trabajo.

Todos estos grupos, como el propio Weber y también Marx y Durkheim, estaban vitalmente
interesados en el problema de la "modernización" como la transformación básica de la
sociedad en los siglos XIX y XX. Se emplearon conceptos dicotómicos de sociedades
tradicionales y modernas para analizar la supuesta transformación completa en la economía,
la sociedad, la cultura y la política que dio lugar al mundo "moderno'', un mundo despojado
de afinidades antiguas y primordiales para revelar solo el individualismo y el interés propio
marcado. La "modernidad" si bien es un concepto sociológico y cultural útil y quizás incluso
esencial, se asimiló por completo al sentido común del siglo XX. Los marxistas y otros
historiadores económicos y los estructuralistas de Annales han sido (con razón) críticos de
su uso excesivo explicativo, prefiriendo conceptualizaciones más detalladas de variedades de
formaciones socioeconómicas capitalistas.

5. 7 Explicación científica hoy

Como ha quedado bastante bien establecido por el reciente fermento de ideas en la filosofía
de la ciencia, la metodología de las ciencias naturales tiene varias características clave. 17 La
primera es una política de realismo crítico, que implica una ontología que acuerda la realidad
a la estructura causal profunda de tipos de las cosas, y las estructuras y sistemas integrados
de los que forman parte. La tarea es descubrir estas cosas, estructuras, causas y sistemas. En
segundo lugar, esto significa que las estructuras y los sistemas tienen propiedades reales
emergentes y que la explicación debe tener una combinación de explicación reductiva y
sistémica. En lugar de un modelo deductivista de derecho de cobertura, la ciencia tiene una
estructura compleja de razonamiento que se mueve de manera dialógica (o quizás circular) y
crítica entre conceptos y teorías generales a teorías más precisas a observaciones (incluidos

138
139
140

75
76

experimentos cuando sea posible) y de regreso a conceptos y teorías. 141 Una tercera
característica es la cuantificación y las matemáticas. Estas son las herramientas y el lenguaje
de la ciencia, pero no su esencia metodológica, que los cliometristas erróneamente pensaron
que eran. Cuarto es la ausencia de teleología en las ciencias avanzadas. El orden del mundo
no tiene un telos místico, una causa final y sobrenatural. El hecho de que algunos científicos
tengan puntos de vista religiosos no altera los presupuestos metodológicos de su trabajo. Para
ser considerada como “científica”, la metodología de los estudios sociales debe tener una
estructura compleja de razonamiento, similar pero no necesariamente igual a la de otras
ciencias. La metodología de cualquier ciencia debe ser adecuada y capaz de descubrir y
explicar la estructura causal de su porción del mundo real. Eso significa ser capaz de captar
las complejidades reales y de múltiples capas del mundo. Cualquier investigación empírica
que permanezca en el nivel de las apariencias simples del mundo será incapaz de penetrar los
niveles estructurales (a menudo contrarios a la intuición).

5.8 Hacia la teoría sociohistórica científica: la necesidad del historicismo y el


estructuralismo

Una característica central del pensamiento de finales del siglo XX fue el destronamiento de
la humanidad. La “revolución copernicana” en el estudio de la humanidad ha dado como
resultado que la humanidad sea vista como una pequeña parte del universo natural, ni como
el centro ni como algo separado de él. La cosmovisión religiosa, idealista y teleológica ha
perdido mucho terreno. Ha resultado que la acción humana y la sociedad no tienen
características especiales que excluyan la explicación científica. Pero, por supuesto, para que
la ciencia de la acción y la sociedad sean apropiadas a su objeto de estudio, deben existir
teorías adecuadas sobre la naturaleza de la motivación y la acción humanas, y de los sistemas
sociales, que las conciban como estructuradas, contingentes, históricamente continuo e
históricamente cambiante. La ciencia sociohistórica debe colocar el proceso sistemático en
el centro del análisis. Todos los sistemas bio-sociales, de los cuales la sociedad humana es
un excelente ejemplo, tienen dentro de ellos una dinámica de agente / estructura. El agente/
estructura y los problemas del proceso sistemático son los centrales de toda teoría social. Los
enfoques que se concentran en, o exageran, la acción o la estructura (incluidos los conjuntos
sociales) con exclusión del otro, han obstaculizado la construcción de teorías sociales. Hasta
el surgimiento de la metodología individualista en el siglo XX, la mayor parte de la
metodología histórica era holística en el sentido de que trataba de explicar la historia de
conjuntos sociales como naciones e imperios por referencia a las supuestas características de
esas entidades "orgánicas". Esto resultó en historias y sociologías teleológicas e idealistas
que carecían de poder explicativo. El individualismo metodológico, por otro lado, tiene una
visión empobrecida del contexto social de acción y trata de explicarlo con referencia solo a
patrones agregados de comportamiento individual. En contra de esto, el estructuralismo
metodológico es de hecho el marco en el que la ciencia sociohistórica está siendo escrita
ahora por sus principales profesionales19 (ver ejemplos a continuación). Dicha metodología
aborda la explicación de la acción y la estructura a través de conceptos y teorías de la realidad
estructurada de las relaciones sociales, el arraigo social de la acción y la constructividad
social y la reproductividad (es decir, la agencia) de la acción colectiva. 142

141
142

76
77

5.9 Teorías en ciencias naturales y sociales

¿Qué es una teoría sociohistórica? Ésta es el área donde probablemente existe la mayor
confusión entre los historiadores. Por ejemplo, hace unos años hubo una convocatoria de
ponencias para una conferencia sobre historia y teoría, que decía que las muchas teorías
contemporáneas disponibles incluían "teoría crítica, estudios culturales, feminismo, teoría
queer y estudios poscoloniales". Es dudoso que alguna de estas sean realmente teorías en
algún sentido científico aceptable de la palabra "teoría". La conferencia, dijeron los
organizadores, podría investigar cosas como la teoría poscolonial, los problemas y ventajas
de los estudios culturales, la historia pública, el control social, la historia y la memoria, y las
narrativas y contra narrativas del nacionalismo. Este tipo de afirmación ilustra que entre los
historiadores socioculturales existe una tendencia a considerar ideas y conceptos generales
vagamente definidos o no definidos que organizan narrativas y relatos descriptivos como
“teorías”. Es decir, conceptos generales como “colonialismo”, “capitalismo”, “revolución”,
“nacionalismo”, “feminismo”, “cultura”, etc, a veces se toman como proposiciones y
explicaciones teóricas. De hecho, por lo general permanecen como nociones generales
vagamente definidas, a menudo empleadas sin crítica, que podrían o no ser parte de teorías
parciales o no desarrolladas, pero el trabajo adicional requerido para hacerlas más precisas y
descarriladas a menudo no se hace o no se puede hacer, en parte porque los datos son tan
escasos. También hay cierta confusión, como mostró el anuncio de la conferencia, de los
métodos de investigación con la teoría, revelada con respecto a cuestiones tales como los
roles de la narrativa, la hipótesis, el análisis estadístico, la evidencia oral versus la
documental, etc. Es crucial hacer una distinción entre teoría y postulados metodológicos,
incluso si a menudo se refuerzan mutuamente. La metodología no explica, la teoría sí.
La teoría es uno de los tres tipos de generalización que prevalecen en el amplio espectro de
las ciencias. Los otros son ideas y conceptos generales heurísticos (por ejemplo,
"modernidad") y categorías descriptivas (a menudo estadísticas) de fenómenos (por ejemplo,
datos económicos). Ambos proporcionan descripciones de lo que supuestamente requiere
explicación. Las teorías científicas causales son comprensiones abstractas y modelos precisos
de poderes, capacidades, fuerzas, propiedades que son inherentes dentro y entre las cosas
para generar el patrón y el orden complejos observados del mundo fenoménico. Por ejemplo,
las teorías de la genética, la mutación y la selección natural juntas explican, de manera muy
general, el proceso de especiación a largo plazo. La estructura, el orden, los patrones, el
cambio se pueden observar en todas partes, y están en todas partes y casi siempre se toman
como inherentes a la realidad misma. La existencia de un orden estructurado es necesaria
para vivir la vida y, en última instancia, para la intelectualización de los problemas sobre la
naturaleza del orden. El orden también es dinámico. Pero es un gran salto de tales
observaciones al establecimiento de un conocimiento veraz sobre la naturaleza real del orden,
las complejidades del universo y las causas del cambio. Si el orden se explicara fácilmente,
no tendríamos necesidad de la ciencia y la ciencia no habría presentado una historia de
fracaso, éxito, progreso y cambios importantes en su teorización bajo el impacto de la
investigación y el descubrimiento. Y el trabajo de la ciencia nunca está completo en ningún
campo.
Debido a que en las ciencias sociohistóricas no hay de hecho teorías causales bien
confirmadas ni cerca de ser comparables en alcance o adecuación a la mayoría de las teorías
de las ciencias naturales, las ciencias sociales tienen que apoyarse en primer lugar en los otros
dos tipos de generalización: conceptos descriptivos heurísticos, como “capitalismo” y
77
78

“modernización”, que son identificadores útiles de tipos de estructuras y procesos generales,


y generalizaciones observacionales (a veces estadísticas), la contraparte de la observación
precientífica de la historia natural de múltiples casos. Estas generalizaciones son intentos de
registrar los puntos en común de los órdenes y patrones visibles en un gran número de
fenómenos, relaciones y procesos observados, y categorizar esas observaciones. Las ciencias
sociales, como la conversación cotidiana, tienen una multitud de categorías y conceptos de
este tipo, que a menudo permanecen sin desarrollar y se basan a menudo en el "sentido
común". No podemos sobrevivir sin ellos en la vida diaria porque nos permiten, con mayor
o menor éxito, navegar por el mundo social y comunicarnos sobre él. La ciencia comienza
con tales conceptos y generalizaciones, pero debe ir mucho más allá y por debajo de ellos
para criticarlos, validarlos o falsificarlos, y así descubrir los poderes estructurales que
generan las regularidades observadas.
Por tanto, las diferencias significativas entre las teorías de las ciencias naturales y sociales
son producto de tres cosas. Primero está el carácter muy poco desarrollado de las ciencias
sociales en el sentido de que no han podido desarrollar ninguna teoría bien confirmada, a
pesar de muchos intentos. La economía tiene muchas de las llamadas "leyes", como que el
precio es una función de la oferta y la demanda, pero en realidad no se trata de vagas
generalizaciones empíricas que se han elevado a la categoría de axiomas. En segundo lugar,
está la disyunción entre lo que pueden llamarse teorías macro-estáticas sobre la estructura
social y las teorías psicológicas microsociales sobre el comportamiento. En otras palabras, la
disyunción micro / macro, ahora bajo ataque, por supuesto, ha tendido a privar a las ciencias
sociales de un aspecto fundamentalmente importante de la ciencia, es decir, la reducción
explicativa (pero no ontológica) y la construcción de teorías del conocimiento a nivel macro
del sistema del funcionamiento de los componentes micro conductuales. La geología se basa
explicativamente, pero no se puede reducir a la física y la química; la biología evolutiva, la
etología y la ecología se basan en la bioquímica, pero no pueden reducirse a ella. Por tanto,
las ciencias sociales necesitan cimientos firmes en sociobiología y psicología, pero muchos
estructuralistas y teóricos de los sistemas sociales se han resistido a ello. Además, una tercera
causa de la relativa debilidad de las ciencias sociales ha sido un supuesto acrítico de
uniformidad en la motivación humana y la interacción social, lo que ha llevado a descuidar
la historicidad de la sociedad al formar conceptos y teorías. Parece muy claro que el carácter
histórico y la contingencia de toda interacción y estructura sociales tiene que ser central para
la construcción de la teoría. Pero la variabilidad histórica está lejos de ser absoluta. La
generalidad sigue siendo la piedra angular. Por tanto, hay y debería haber varias formas de
inferencia en las ciencias sociales que vinculan teorías putativas, parciales o elípticas con
evidencia empírica. La intuición, la analogía, la inducción, la deducción, la inducción, el
modelado, todas juegan algún papel, como en las ciencias naturales. Pero en algunas ramas
de las ciencias sociales hay una concentración en el razonamiento axiomático-deductivo e
individualista en la creencia (errónea) de que es el verdadero método científico. Esta creencia
surge del positivismo. En el enfoque de la elección racional, que se ha extendido desde la
economía para influir ahora en todas las ramas de las ciencias sociales y en algunas áreas de
estudio histórico, se postula axiomáticamente que la naturaleza humana tiene un cierto tipo
de racionalidad universal, a partir de la cual se puede deducir cómo las personas se
comportarán en determinadas circunstancias. Existe un uso predominante de los llamados
"conjuntos de datos" sobre agregados de comportamiento que se toman "del estante" y se
someten a hipótesis y manipulación estadística. Se extraen conclusiones sobre el grado de
correlación de conjuntos de indicadores estadísticos que se supone que son de alguna manera
78
79

significativos. La relación de muchos de estos datos con eventos reales y procesos


estructurales es problemática, pero rara vez se cuestiona. Además, en la teoría de la elección
racional hay una falta de compromiso para examinar la estructura o el cambio en lugar de
solo patrones estáticos. Las instituciones se tratan como conjuntos de reglas formales más
que como estructuras sociales.143

Todo esto ha hecho (con razón) que gran parte de la teoría social no sea atractiva para los
historiadores. Afortunadamente, en muchas áreas de las ciencias sociales en la actualidad
existe una comprensión cada vez mayor de que el tema es de hecho histórico. Por lo tanto,
hemos visto el advenimiento prometedor e importante de la economía histórica, la sociología
histórica, la antropología histórica, la geografía histórica, etc. Pero a pesar de todo
deberíamos dar la bienvenida a estos desarrollos, hay un problema básico que debe superarse
en esta nueva historización de las ciencias sociales. Ese problema es que, al parecer que
intentan hacer sus disciplinas no sólo más históricas sino también más científicas, a veces
han malinterpretado y aplicado mal la relación entre teoría e historia en las ciencias naturales.
La consecuencia de este malentendido de la inferencia científica puede verse en el ejemplo
de la economía histórica (o "nueva" historia económica), que es un intento de utilizar la teoría
económica dominante para 'explicar' los datos históricos de una manera 'científica' a través
de la construcción de un "modelo dinámico" que se ajusta a los datos. De hecho, la economía
histórica generalmente se enumera más que la economía estática utilizando series de datos
más largas. La mayoría de la economía convencional o neoclásica intenta idealmente unir la
teoría de la elección racional y la evidencia estadística como una estructura deductiva capaz
de hacer predicciones y reproducciones. El tema es un conjunto de abstracciones
generalizadas que se presume establecen las relaciones fundamentales o esenciales entre
variables dentro de ciertos tipos de sistemas agregados de decisiones y acciones. Un conjunto
de ecuaciones especificadas con precisión es el objetivo final de un ejercicio de construcción
y aplicación de modelos, no una descripción detallada o un relato narrativo de un proceso
socioeconómico real. La economía dominante tiene una ontología de agregación: las
economías son agregados teóricamente generados de una serie de decisiones y acciones
individuales, y no tienen una existencia estructural real. La motivación humana se postula
como universalmente individualista y egoísta. Los conceptos de ideología, clase social y
cultura juegan poco o ningún papel. El objetivo es probar y perfeccionar el modelo. Esto
puede contrastarse con la historia económica "antigua" y otras formas de historia científica
social. En el mejor de los casos, suelen tener una estructura de razonamiento circular
compleja e interconectada que vincula todos los momentos explicativos de conceptos,
modelos, investigación y evidencia con una mezcla de inferencias inductivas, deductivas y
analógicas y saltos intuitivos. Hay un proceso circular constante de imaginación,
conceptualización, hipótesis, verificación, revisión, mayor investigación, incorporación de
nueva evidencia, interpretación, empleo de nuevos conceptos y modelos, construcción de
narrativas, etc. Todas las partes de la red conceptual y teórica de ideas están abiertas a la
crítica. Nada es axiomáticamente privilegiado. Mientras tanto, existe la esperanza de que la
complejidad real de los eventos y procesos estructurales que se estudian pueda finalmente
revelarse, no simplificarse. La noción reguladora implícita de verdad empleada por estos
historiadores es la idea de adecuación empírica a la supuesta complejidad, lo que implica una
conclusión realista no abstracta.

143

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80

Un último punto metodológico dado el argumento anterior; debe ser un imperativo


metodológico fundamental que la ciencia sociohistórica debe ser siempre comparativa. Para
hacer descripciones y explicaciones de fenómenos y procesos particulares, se debe conocer
el conocimiento del contexto general y la gama de posibilidades, sobre la base de que las
personas y las estructuras sociales en todas partes comparten características básicas. El
postulado comparativo, entonces, muestra que un marco de conceptos, categorías y
descripciones del mundo a largo plazo o de la historia global es necesario para toda
investigación local. 144

5.10 Los ejemplos de Geertz y Brenner

Dos académicos cuyas obras muestran las valiosas posibilidades de la ciencia sociohistórica
son Clifford Geertz y Robert Brenner. Ambos son fuertemente interdisciplinarios en el
sentido de que trascienden con seguridad y por completo las divisiones arbitrarias entre
historia/ ciencias sociales y pasado/ presente. La teoría y la investigación empírica se
combinan de una manera que recuerda fuertemente el trabajo de Smith, Marx y Weber.
Significativamente, ambos emplean en varios momentos narrativas explicativas,
comparaciones y elucidación conceptual. La narrativa sigue siendo, al igual que en las demás
ciencias históricas, un componente esencial de la ciencia sociohistórica.

Geertz, con una base y una formación en antropología y sociología weberiana y


durkheimiana, ha construido un enfoque integrado del problema de explicar el orden social
estructurado mediante la explicación del papel crucial de los sistemas sociales de significado
y cultura en la vida social. Su objetivo fundamental es construir una macrociencia social en
torno a la microhermenéutica de la cultura, una ciencia social que podría denominarse “la
historia social de la imaginación moral y la historia cultural de las estructuras
socioeconómicas”.145 El marco de su ciencia, cuando se reconstruye en términos
relativamente abstractos, muestra una integración de filosofía, conceptos metodológicos,
teoría general, teoría específica y narrativa descriptiva. Como antropólogo, Geertz es un
teórico explícito. Pero la construcción de teorías no es el objeto de su ciencia. Más bien, las
explicaciones de estructuras socioculturales locales particulares y patrones históricos de la
vida social son su objeto de investigación.

El trabajo de Brenner tiene una procedencia bastante diferente, proveniente de la historia


socioeconómica y la teoría marxista del feudalismo tardío y de la historia socioeconómica
moderna temprana. Su principal preocupación ha sido explicar la historia a largo plazo del
capitalismo como una formación social, económica y política dinámica, comenzando en la
Europa del siglo XII y emergiendo a una prominencia poderosa en la Inglaterra del siglo
XVII.146 En trabajos posteriores ha analizado las vicisitudes de la economía mundial a finales
del siglo XX. Su teoría de clases sociales de la historia socioeconómica tiene sus raíces en el
marxismo, pero ciertamente no es la simple adopción de una ortodoxia. Como Geertz,
Brenner, como historiador, es un teórico social genuino en el sentido de desarrollar y emplear

144
145
146

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la teoría de manera explícita, con el fin de hacer relatos detallados de episodios históricos
particulares.

Los enfoques de Geertz y Brenner deben verse como dos contribuciones a una ciencia
histórica de la sociedad más amplia, variada y multidimensional. De hecho, podría pensarse
que el supuesto campo es tan amplio y complejo, que abarca todo, desde la psicología hasta
la antropología, la sociología, la geografía, la economía, la política y la historia mundial, que
no hay posibilidad de abarcarlo todo mediante un solo conjunto integrado, por complejo y
sofisticado que sea, de conceptos y proposiciones teóricas. Por otro lado, se han propuesto
candidatos para conceptualizaciones unificadas, incluido el conductismo, el materialismo
histórico, el estructuralismo, el darwinismo social y la elección racional. Todos estos han
hecho afirmaciones de universalidad porque todos afirman haber descubierto los bloques de
construcción fundamentales del poder causal dentro del comportamiento humano y la
sociabilidad. Pero todos se basan en un cierto nivel de afirmación dogmática, más allá del
cual no han podido penetrar a un nivel causal más profundo. Ninguno ha podido presentar
todavía un buen caso para establecer la dinámica básica entre el nivel emergente de sistemas
y el nivel reductor de mecanismos causales. Para lograr ese tipo de teoría, se requiere un
conocimiento científico fuertemente basado en la psicología neurofísica humana y la
sociobiología, y las conexiones de esos niveles con las relaciones sociales y la cultura humana
estructuradas o institucionalizadas. Hay que salvar el abismo micro-macro. Hoy en día, dos
corrientes de trabajo teórico y empírico integrado, muy estrechamente conectadas entre sí,
de las cuales se pueden encontrar indicios en la obra de Geertz y, en menor medida, en
Brenner, están intentando hacer eso: geografía ecosocial histórica y teoría social
neodarwiniana. 147 Ambos subcampos están tratando de construir un nuevo marco para la
teoría sociohistórica que intente integrar la micro causalidad social, la macroestructura, la
contingencia y el cambio sistémico. Los micro mecanismos en ambos casos se están
buscando en una combinación de sociobiología humana y la integración ecológica socio-
natural, y los macro mecanismos y conexiones de micro a macro se están buscando en una
teoría de tipo darwiniano de selección social de microinnovaciones vía selección y
estructuración institucional.

5.11 Conclusión

La investigación histórica detallada debe dominar la construcción de teorías y modelos en la


ciencia sociohistórica. Las teorías y los modelos sólo tienen valor cuando están subordinados,
pero son partes esenciales de la investigación histórica y la investigación y el discurso
históricos deben tener la estructura densa de razonamiento como se indica aquí. Es decir,
debe haber una interconexión compleja entre la teoría y la investigación en torno al problema
central de explicar los procesos históricos reales del mundo para que las ciencias sociales
avancen aún más, tienen que desarrollar explicativamente niveles mucho más fuertes
reduciendo los niveles de teoría y análisis, es decir, las teorías sociobiológicas, psicológicas
y ecológicas tienen que convertirse en partes necesarias, pero no suficientes de la ciencia
social macrohistórica. La relación entre los muchos niveles de determinación, desde el último
micro hasta el último macro, debe explorarse y teorizarse mejor. En la actualidad existen
disyuntivas demasiado marcadas entre las “disciplinas” de la sociobiología, la psicología, la

147

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antropología, la sociología histórica, la economía histórica, la historia socioeconómica, los


estudios ambientales y la historia mundial. Tienen que ser combinadas. En algunos lugares
están comenzando a serlo, especialmente en partes de la arqueología, la antropología
histórica, la geografía histórica y la historia socioeconómica. 148

148

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6. Los Annales

Matthias Middell

La Escuela de los Annales ocupa un lugar destacado en la mayoría de los estudios de


historiografía del siglo XX. La bibliografía de obras que tratan de Los Annales, de los libros
escritos por Annalistes, de las etapas del desarrollo de la escuela, de sus autores y de sus ideas
teóricas, es prácticamente ilimitada. La gran influencia internacional de Los Annales, así
como la originalidad de sus soluciones a los problemas fundamentales de la historiografía
moderna, se señalan repetidamente. También hay discusiones sobre las controversias internas
de los Annales, como la entre Lucien Febvre y Marc Bloch sobre la continuación de la revista
durante la ocupación alemana de Francia, la separación de la llamada tercera generación de
los Annales de Fernand Braudel al final la década de 1960, y si “el giro crítico” de finales de
la década de 1980 y principios de la de 1990 significó que los Annales todavía existían como
una escuela homogénea, y tal vez si alguna vez lo fue. Tampoco hay acuerdo sobre lo que
debe incluirse en el epígrafe de Annales, además de Bloch y Febvre, fundadores de la revista,
y Fernand Braudel, patriarca de la VIe Sección de “Ciencias Sociales” de París. Y aunque la
revista ha sido muy importante para la identidad de los Annales y para la reputación de los
miembros individuales, nunca se ha intentado ningún análisis de contenido de la producción
de la revista durante las últimas ocho décadas.

Estas observaciones son suficientes para mostrar que a pesar de todo lo que se habla de la
“ecole des Annales”, en ella se pueden distinguir varios enfoques, y debemos preguntarnos,
más bien, cómo se está interpretando la historia de los Annales en casos individuales. En
primer lugar, está la noción de los Annales como patrimonio científico que debe mantenerse,
pero también criticado para desplazar a la generación anterior. Desde esta última perspectiva,
los Annales es como una leyenda familiar (una especie de saga), que es un proyecto
permanentemente inacabado, y que culmina teleológicamente en sus actuales proponentes.
En segundo lugar, se pueden enfatizar los procesos de institucionalización. En esta
perspectiva, Annales viaja desde sus inicios en la provincia de Estrasburgo hasta el plantel
académico francés e internacional. Este itinerario puede presentarse como una historia de
éxito imparable o como una crítica de la concentración de poder dentro del sistema francés
de las artes y las ciencias. En tercer lugar, puede presentarse una visión cíclica en la que Los
Annales desplazaron el modelo historiográfico alemán a principios del siglo XIX y XX,
pasaron a establecer la hegemonía (o supremacía) dentro de la disciplina internacional de la
historia y, a su vez, dieron paso a un campo histórico pluralista en el que se ubicaron muchos
de los centros en Estados Unidos. Finalmente, la historia de Los Annales puede verse como
el reflejo de la globalización en el siglo XX. La globalización en sí misma ha sido un tema
importante para los Annales. Bloch y Braudel propusieron medios teóricos (por ejemplo,
historia comparada) para acomodar los desafíos planteados por la globalización a la
disciplina histórica.

El primer enfoque prevaleció durante mucho tiempo y, con sus matices polémicos y sus
intenciones de legitimación, ha contribuido a oscurecer la historia de los Annales. Los dos
últimos enfoques florecieron a finales del siglo XX cuando se hizo posible una visión

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retrospectiva (impulsada por el efecto del milenio) y una nueva generación de analistas
fomentó la autocrítica. Querían superar la crisis que caracterizó el desarrollo de la revista y
de su bastión institucional, la Ecole des Hautes Etudes.

Tras la derrota de 1870 y la fundación del Imperio Bismarckiano en el Palacio de Versalles,


las élites francesas buscaron explicaciones para la superioridad prusiana. La respuesta parecía
estar en las universidades alemanas y en las instalaciones de formación para las élites
alemanas en general. En la Tercera República, los políticos franceses buscaron reformar sus
propias escuelas a la luz de lo que observaron al otro lado del Rin. Enviaron a jóvenes
académicos para evaluar las fortalezas y debilidades de las diversas universidades,
departamentos y disciplinas alemanas. Las características positivas debían integrarse y
combinarse con las tradiciones de la infraestructura académica francesa. Este último se
remonta a las innovaciones del período absolutista (por ejemplo, el College de France) o a
las eras Directorial y napoleónica (divididas en Grandes Ecoles y una sola universidad para
toda Francia y sus facultades en docenas de ciudades).149 Esta estrategia ayudó a promover
tanto una atmósfera de competencia internacional como una cooperación transnacional
continua, un sentido creciente de trabajo intelectual interdependiente que trasciende las
fronteras nacionales. 150

Entre los jóvenes académicos reclutados por el Ministerio de Educación Superior francés se
encontraba un historiador, nacido en 1886, hijo de un historiador alsaciano del mundo
antiguo. Asistió al élite Lycee Louis le Grand en París en 1896 y, en 1904, ingresó en la Ecole
Normale Superieure en Rue d'Ulm. Allí se familiarizó tanto con la historiografía francesa
como con la producción académica alemana (especialmente de Karl BUcher, Karl
Lamprecht, Theodor Mommsen, Leopold von Ranke y Gustav Schmoller). 151 Habiendo
pasado la agregación en 1908, pasó dos semestres en Alemania, visitando Berlín en 1908 y
Leipzig en 1909. Junto con Lucien Febvre, 152que nació en 1878 en Franche-Comté, estudió
en París y enseñó en la facultad de Dijon antes de 1914, Marc Bloch se convertiría en uno de
los fundadores de los Annales d'histoire economique et sociale.

Entre los años de Bloch como estudiante en las salas de conferencias de las universidades
alemanas y su posterior carrera como director de los Annales, la Primera Guerra Mundial
cambió muchas cosas. La hostilidad franco-alemana se intensificó por cuatro años de guerra
de trincheras en territorio francés y por la intransigente rivalidad nacionalista que moviliza a
masas populares en ambos países. Los intelectuales alemanes tuvieron una gran influencia
en la legitimación de los objetivos de la guerra y en la fabricación de propaganda contra los
enemigos declarados y, más directamente, mediante la participación personal en el mapeo de
la cultura de los territorios ocupados con fines militares. Los sentimientos patrióticos también
se profundizaron en el otro lado, como atestigua el relato de Bloch sobre su experiencia en
la "Gran Guerra". 153 Henri Pirenne, un destacado historiador belga, había estado trabajando
con sus colegas alemanes en un proyecto de una historia sociocultural comparada integral de

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las naciones europeas antes de 1914. Después de la guerra, se negó a participar en más
discusiones con personas que habían abogado por las “ideas expansionistas de 1914” y que
estaban tramando venganza después de la capitulación alemana y el Tratado de Versalles.

En la bien equipada Universidad de Estrasburgo, Bloch y Febvre se conocieron y formularon


su enfoque innovador para escribir la historia. La revisión europea de la historia económica
propuesta por Febvre, con Pirenne como figura principal, fracasó. 154 No fue hasta 1928
cuando Bloch (entonces más activo en el proyecto que Febvre) retomó la idea. Sin embargo,
Pirenne se negó una vez más a asumir el cargo de director, por lo que Bloch y Febvre
decidieron hacer suyos los Annales. El primer número apareció en enero de 1929. En el
prefacio, los dos editores primero enfatizaron el enfoque multidisciplinario e internacional,
con un fuerte enfoque en la historia económica. Prometieron superar la brecha entre los
especialistas en el pasado y los estudiosos de las tendencias sociales actuales. En tercer lugar,
pretendían derribar los muros entre los historiadores que investigan las sociedades antiguas,
medievales, modernas y contemporáneas, y entre los expertos en historia europea y la de las
denominadas culturas primitivas o exóticas. Se esperaba que el fin de los cismas
disciplinarios inútiles condujera a la innovación metodológica. 155

Este proyecto tenía la intención de desplazar a Alemania como líder en las ciencias históricas
en un momento en que los historiadores alemanes se habían aislado de la comunidad
internacional por su política reaccionaria y su cambio metodológico hacia la
“Volksgeschichte”. Esta última era una interpretación etnocéntrica de la historia del pueblo,
que exigía la congruencia entre las fronteras nacionales y los asentamientos de un grupo
étnico en particular (como los alemanes. Volksgeschichte no fue solo un llamado a la
expansión de Alemania a territorios donde se habían asentado personas de habla alemana
supuestamente de la raza nórdica, sino un llamado a que las explicaciones históricas y
políticas del mundo moderno se basaran en teorías raciales. 156

Bloch y Febvre también atacaron enfoques rankeanos más tradicionales, adoptados en la


Sorbona sobre todo por Charles Seignobos y Charles-Victor Langlois. Ambos utilizaron el
“método crítico” de Ranke y, como él, se preocuparon principalmente por la historia política,
los grandes hombres y la teleología de las comunidades nacionales. Gracias al apoyo de Henri
Pirenne, los dos historiadores provincianos, todavía en la década de 1920 lejos del corazón
de la influencia académica en Francia, ganaron renombre en la arena internacional. Bloch
publicó sus innovadores Taumaturgos Les Rois en 1924. El libro examina la atribución
pública de la capacidad de salvación a los reyes de Francia en el momento de su coronación
en la catedral de Reims. Bloch desarrolló una psicohistoria temprana de mitos, mentalidades
de masas y el uso político de representaciones. Una estancia en el recién fundado Instituto de
Investigación Comparada en Cultura Humana en Oslo en octubre de 1929 le dio la
oportunidad de reanudar la investigación comparada sobre la historia agraria francesa desde
el siglo XIII al XVIII. Esto se publicó unos años más tarde en un ensayo de 200 páginas sobre
"Los personajes originales de la historia rural francesa". Ahora es bien conocido como el
primer ejemplo del "método regresivo" de Bloch. Esto implicó trabajar desde períodos

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recientes a períodos más distantes, en la creencia de que, dado que sabemos más sobre el
presente, debería ser más fácil comenzar allí que a partir de especulaciones sobre orígenes
históricos. Posteriormente, en su “Apologie d'histoire ou le metier de l'histonen”, Bloch
sistematizó este método y argumentó abiertamente contra la "mistificación de los orígenes".

Después de su ensayo sobre la historia agraria, Bloch escribió su obra maestra sobre “La
societe feodalité”, una obra ambiciosa que enmarca la cultura del feudalismo. En Sociedad
feudal, Bloch perfeccionó su método. Combinó la historia social de la propiedad y el poder
con la de las formas legales de las relaciones sociales y con la historia de las representaciones
culturales. Los dos volúmenes del libro no son independientes, sino que vinculan el interés
de Bloch en la relación entre los reyes y señores de las mansiones y sus esclavos. Bloch
comenzó su interpretación de la sociedad feudal con una descripción detallada de los gestos
representativos, que expresaban la condición de vasallo y creaban una posición subordinada.
Trató de explicar el "ritmo" de una sociedad dada a través de la descripción de sus costumbres
y hábitos, sus prácticas culturales y sus ritos. Tal ritmo, que se dice que es típico de una etapa
particular del desarrollo social, es una especie de "comprensión colectiva del tiempo'', que
oscila entre la rutina y la innovación. 157

En su trabajo sobre las formas utilizadas por los pueblos medievales para expresar las
relaciones sociales, Bloch buscó explorar la historia de los gestos sociales modernos. En sus
Rois thaumaturges, Bloch ya había subrayado las grandes diferencias entre el período
medieval y el período del absolutismo, y aún más el estado moderno. En el primer período
existía una relación directa entre el rey sanador y el pueblo, sin ninguna institución religiosa
o secular entre ellos. A partir del siglo XIV, las formas directas de relaciones sociales fueron
reemplazadas por formas más indirectas.

La sociedad feudal fue un cuadro a gran escala de la época medieval desde el siglo IX hasta
el XIII, en el que Bloch se concentró en analizar la micropolítica y la estética de sus
representaciones culturales. Se esforzó particularmente por comprender la importancia de la
libertad y la servidumbre en la sociedad medieval y sus historias sociales y económicas.
Presentó razones precisas del fracaso de la esclavitud al final del Imperio Romano en Europa
y buscó diferencias entre esclavos y siervos. Bloch señaló que, en el siglo IX, bajo el gobierno
de la dinastía carolingia, los servi no eran miembros de la comunidad y no eran aceptados
como miembros del pueblo, ya que este último estaba compuesto únicamente por hombres
libres. En el siglo XIII, el estatus de esclavos se desarrolló de tal manera que bajo la realeza
de los Capetos los siervos obtuvieron un estatus jurídico especial propio. Incluso si eran
ciudadanos de rango secundario, eran miembros de la comunidad llamada “populus
Francorum”. Bloch retomó la cuestión de la servidumbre y la libertad en sus “Caracteres
originaux” y demostró que en los siglos XIV y XV la autoridad de los terratenientes siguió
disminuyendo. El ideal político de Bloch brilla. La historia francesa fue la marcha lenta hacia
una asociación de ciudadanos políticamente libres. Los dos volúmenes de Feudal Society
consolidaron la reputación de Bloch como especialista en historia social comparada.

La búsqueda de Bloch de explicaciones estructurales, que se había inspirado en gran medida


en la sociología de Durkheim, fue criticada por Febvre. El libro de este último sobre Lutero

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había explorado la relación entre el individuo y la comunidad y se había centrado en la


historia de las mentalidades en el período de la Reforma alemana. 158 En esta biografía, Febvre
dejó atrás su interés anterior por el papel de la geografía en la historia, y volvió a la historia
de las mentalidades de la modernidad temprana. 159 Este campo fue desarrollado
simultáneamente por su colega de Estrasburgo Georges Lefebvre, el famoso experto en la
Revolución Francesa. En el Congreso Internacional de Ciencias Históricas de Oslo en 1927,
Bloch leyó un artículo sobre métodos de historia comparada. 160 Su elección fue un acto
calculado y simbólico. Reclamó la herencia de Karl Lamprecht. 161 Discutió el enfoque de la
sociología histórica de Max Weber, y compartió el interés de Weber en explicar las ventajas
de Europa en la competencia mundial a través de la comparación con el Este. 162 El
internacionalismo se convirtió en un sello distintivo de los Annales, y el círculo de
contribuyentes a los Annales no se limitaban a la comunidad histórica francesa. Muy
rápidamente, los contactos con un grupo internacional de historiadores de ideas afines
proporcionaron a la revisión artículos del norte, sur y centro de Europa.

Este período de fundación estuvo marcado por un estilo especial de Annales; pero no existía
un paradigma elaborado ni siquiera una escuela de los Annales. Sin embargo, la
correspondencia entre Bloch y Febvre 163 demuestra solo su compromiso con la calidad de su
revista, entendida como una empresa común. Mostraron un interés estratégico en ordenar el
campo historiográfico en una oposición entre “nuestra forma de escribir la historia” y
representantes de otra forma. Buscaron aliados y se negaron a colaborar con aquellos con
quienes no estaban de acuerdo. Esto produjo una identificación potencialmente fuerte con el
proyecto historiográfico representado por los Annales. Bloch y Febvre miraron con disgusto
los esfuerzos de las revistas de la competencia para desarrollar la cooperación internacional,
especialmente cuando esos rivales aparecieron en Alemania.

En 1933, Febvre fue el primero de los fundadores en obtener un puesto académico superior
cuando fue elegido miembro del College de France después de una campaña larga y dolorosa.
Bloch lo siguió solo en 1936, asumiendo la silla de Henri Hauser en historia económica en
la Sorbona. Febvre "tradujo" sus logros institucionales en la ocupación de una serie de
puestos poderosos y prestigiosos, lo que le permitió supervisar una serie de nuevos proyectos.
Así, por ejemplo, se convirtió en presidente del consejo editorial que organizaba la
Encyclopedie Francaise, publicada a partir de 1935.

La Segunda Guerra Mundial interrumpió la exitosa historia de los Annales. Bloch participó
en la defensa de Francia en 1940 y describió en 'L'etrange difaite sus frustrantes experiencias
en el ejército francés. Había regresado a París solo brevemente cuando, como judío, se vio
obligado a retirarse. Se convirtió en miembro activo de la Resistencia. En este momento,
escribió una introducción incompleta a los métodos y teorías históricas, que se convirtió en
su testimonio científico. Febvre, que se quedó en París, editó los Annales solo durante este

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momento difícil y no estaba de acuerdo con Bloch sobre la cuestión de cómo lidiar con las
restrictivas condiciones de ocupación. Bloch nunca regresó al trabajo: fue asesinado en 1944
por la Gestapo. Febvre asumió la responsabilidad exclusiva de la revisión.

Después de la liberación, Febvre llegó a la cima del sistema académico francés. Se le encargó
la elaboración de propuestas para la reforma de la Ecole Pratique des Hautes Etudes (EPHE),
fundada en 1884. En 1947 fue elegido presidente de su recién fundada Sección VI, que
posteriormente incorporó las ciencias sociales a la EPHE. Aquí, Febvre institucionalizó la
vieja idea que había desarrollado junto con Bloch en la década de 1920. En ese momento, el
poderoso Centre des Recherches Historiques (que Febvre dirigió durante varios años) se
había integrado en un instituto de ciencias sociales, que se concentraba en la investigación.
Después de 1945, Febvre, también representante francés en la comisión de la UNESCO para
una conceptualización de la "Historia de la Humanidad", se convirtió en la persona clave en
la institucionalización del paradigma de los annales. Fue apoyado por Fernand Braudel (que
había estado en estrecho contacto con Bloch y Febvre desde 1937) en la administración del
Centro de Investigaciones Históricas. Charles Moraze (experto en historia del siglo XIX) y
Robert Mandrou (historiador de la era premoderna y del estado absolutista en Europa) lo
apoyaron en la administración de la revista.

El período comprendido entre 1945 y la muerte de Febvre en 1956 fue un período de


recuperación y consolidación. El movimiento historiográfico anteriormente herético fue
transformado por Febvre en una institución establecida. Esto no puede explicarse solo por
las cualidades e intereses personales de Febvre, o por el apoyo de una red de historiadores
jóvenes y ambiciosos que utilizan la imagen innovadora de los Annales para establecer sus
carreras académicas. Las circunstancias políticas posteriores a la Segunda Guerra Mundial
también fueron importantes.

Francia compensó su decreciente papel político en un mundo dominado por Estados Unidos
y la Unión Soviética, con una ambiciosa ofensiva internacional cultural y científica. La
Cuarta República y, más aún, la Quinta República de De Gaulle, cambió su antiguo papel
político global por influencia intelectual. París se convirtió en un laboratorio de pensamiento
social sobre la competencia de dos sistemas ideológicos y bloques políticos, sobre el proceso
de descolonización y sobre el surgimiento de una sociedad cívica individualizada y orientada
al consumidor. Los donantes estadounidenses ayudaron económicamente. Por ejemplo, la
fundación Ford financió los inicios de la Maison de Sciences de l'Homme (MSH). Este último
fue administrado inteligentemente por Clemens Heller, lo que lo convirtió en un ágil bote al
costado del gran petrolero de la Sección VI (más conocido más tarde como EHESS - Ecole
des Haures Etudes en Sciences Sociales). El MSH ofreció cupos a becarios del exterior y
organizó conferencias, proyectos y publicaciones internacionales cuando no se dispuso de
dinero nacional para tales fines. Bajo el mismo techo, y con una estrategia coordinada, la
EHESS y la MSH vincularon a los académicos franceses con una red internacional bajo el
patrocinio de Fernand Braudel.

Incluso antes de la muerte de Febvre en 1956, Braudel se convirtió en la persona clave de los
Annales. Habiendo asumido los puestos de liderazgo de Febvre en la EHESS y en el consejo
de la revista, se convirtió en el representante indiscutible del movimiento Annales durante
más de una década. Los Annales ahora desarrollaron la apariencia de una escuela académica.
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La aceptación como autor en la revista y/o el servicio como colaborador en las vastas
empresas de la EHESS, fue una especie de título de caballero que potencialmente podría
conducir a una espléndida carrera académica en las universidades francesas o en el
extranjero.

La reputación mundial de Braudel se basó en su monumental El Mediterráneo y el mundo


mediterráneo en la época de Felipe II (1949), que fue escrito en parte durante su tiempo
como prisionero de guerra alemán. En este libro, Braudel desarrolló su noción de tres niveles
históricos, cada uno moviéndose a un ritmo diferente. Primero, afirmó que los fundamentos
geohistóricos de las sociedades solo cambiaron durante períodos muy largos. En segundo
lugar, distinguió los altibajos a medio plazo de la vida económica y las relaciones sociales,
que se produjeron más rápidamente. En el tercer nivel, lo que tuvo poco interés para Braudel
fue la historia meramente artificial de los incidentes políticos (histoire evenementielle). Al
principio, Braudel tenía la intención de escribir una disertación sobre la política exterior de
Felipe II de España, pero después de haber pasado el período de 1923 a 1933 como profesor
en Argelia, se volvió sensible a las influencias recíprocas de Europa y África en la formación
de una comunidad común, la región mediterránea. En 1937, a su regreso de una estancia de
dos años en Brasil, conoció a Febvre, quien le animó a escribir sobre las influencias del
mundo mediterráneo en la política de Felipe II y en la sociedad española. Las más de 1200
páginas de El mundo mediterráneo ignoraron la política casi por completo. La victoria
española en Lepanto y la ocupación de Túnez por Don Juan de Asturias fueron, en la
perspectiva de Braudel, de poca importancia para la explicación histórica. Por el contrario,
enfatizó la enorme influencia de las condiciones naturales sobre la comunicación, el comercio
y la producción. Al igual que Bloch en su análisis de la Edad Media o Febvre en su
interpretación de la era de la Reforma, Braudel enfatizó el papel de las estructuras colectivas
como los sistemas económicos, los estados y las sociedades, que se movían solo al ritmo de
generaciones.

Braudel vincula los movimientos de rango medio con el auge y la caída de los imperios. El
auge económico de los siglos XV y XVI fue favorable a los imperios español y otomano.
Pero, en última instancia, el tamaño de estos imperios se convirtió en un obstáculo para el
desarrollo debido al costo de la comunicación entre las distintas partes del territorio. No
obstante, el núcleo del libro son las estructuras de movimiento lento encapsuladas en la
noción de geohistoria de Braudel. Braudel distingue entre las personas que viven en las
regiones costeras, de las que se dice que están más abiertas a la innovación, y las que viven
en las zonas de montaña, que reaccionaron de manera más conservadora. Braudel era
consciente de que los patrones de movilidad humana cambiaron con la industrialización y la
movilidad moderna. Pero en el siglo XVI, el alto desempeño cultural no solo fue alentado
sino determinado por factores geohistóricos.

Mientras Braudel desarrollaba una tipología de diferentes épocas históricas, que enfatizaba
la longue duree geohistórica, Ernest Labrousse y sus discípulos investigaban ciclos de precios
y salarios a largo plazo y buscaban calcular las condiciones económicas para el avance de la
modernidad. Labrousse escribió dos libros importantes, uno sobre la evolución de los precios
durante el siglo XVIII (1933) y el segundo sobre la crisis de la economía francesa al final del
Antiguo Régimen y durante el período revolucionario (1944). Enseñando en la Sorbona,
estaba más asociado que Braudel con la cultura tradicional de la profesión histórica francesa,
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por lo que estaba menos dispuesto a condenar la historia política. Uno de sus discípulos,
Michel Vovelle, se esforzaría más tarde, en su historia de las mentalidades durante la
Revolución Francesa, por superar el viejo conflicto entre lo social y lo político. Labrousse y
Braudel editaron juntos una historia social y económica de Francia, publicada en seis
volúmenes entre 1970 y 1982.

En la década de 1960, las estructuras sociales y los ciclos económicos se convirtieron en las
categorías fundamentales de la historiografía del movimiento de los Annales La mayoría de
sus publicaciones se referían a la denominada longue duree y no a un conflicto político a
corto plazo. Los historiadores de Annales estaban convencidos de que la clave de las
explicaciones históricas se podía encontrar mediante un análisis integrado de estructuras y
desarrollos durante décadas o siglos. La llegada de las computadoras parecía prometer un
gran futuro a la cuantificación de datos y a la noción innovadora de serialización de datos
cuantitativos (histoire serielle). Por un lado, los discípulos de Labrousse se concentraron en
una nueva cartografía de las regiones económicas de Francia desde el siglo XVI; por el otro,
Braudel y sus colegas intentaron establecer un marco de regiones económicas mundiales
(economías monde). Estos últimos se caracterizaron por su clima, morfología, población,
comportamiento económico y culturas. Los historiadores rastrearon las condiciones
materiales bajo las cuales la región participó en un mundo cada vez más conectado por el
comercio y el intercambio tecnológico. Braudel creó a partir de los productos de estas
investigaciones un vasto panorama del enérgico sistema capitalista, en el que destacó el papel
de la región mediterránea para la expansión europea a América, África y Asia. Sus tres
volúmenes sobre el progreso de la cultura material en el mundo desde el siglo XVI hasta
fines del siglo XVIII representaron un intento influyente de aplicar el método de los Annalesa
la historia del mundo. El sucesor de Braudel en este campo, Immanuel Wallerstein, estableció
el enfoque del sistema mundial en la sociología histórica.

Bajo la dirección de Braudel, la Sección VI y los Annales se organizaron más


jerárquicamente. Por primera vez existió realmente un grupo de historiadores trabajando
colectivamente en proyectos de investigación y vinculados a la docencia especializada y
orientada a la investigación en la EHESS. La idea de enquetes, propuesta por Bloch y Febvre
en la década de 1930, se implementó en forma de análisis sistemático y acumulativo de
regiones individuales y mediante la combinación de estudios de casos. Los enfoques
individuales se integraron en el esquema desarrollado por Braudel al comienzo de este
período en la historia de los Annales.

La era Braudel fue también aquella en la que Annales y los historiadores marxistas
interactuaron más estrechamentee. Algunos annalistes -como el experto en historia de la
Francia occidental medieval, Guy Bois, o el historiador del capitalismo catalán. Pierre Vilar-
se declararon marxistas. El propio Braudel reconoció que le debía algo a una lectura (bastante
incompleta) de los escritos de Marx sobre el desarrollo capitalista de la modernidad temprana
en Europa y en el extranjero. Al mismo tiempo, Braudel criticó la historiografía marxista por
su exageración ortodoxa de las causas económicas de los conflictos y decisiones políticas.

El año 1968 mucho cambió en Francia, no solo en la sociedad sino también y quizás, sobre
todo, en el mundo académico. Los conflictos generacionales fueron característicos del
período. Dentro de la Escuela Annales, una generación más joven buscaba emanciparse del
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gobierno del director omnipresente. Braudel fue atacado y molesto por estos conflictos, se
retiró de la junta de Annales. Este momento data la llegada al poder de una tercera generación
de Annalistes. Las destacadas personalidades fueron: Emmanuel Le Roy Ladurie, Jacques Le
Goff, Georges Duby y Francois Furet. Algunos eran excomunistas, que ahora demostraron
explícitamente su distancia del marxismo.

En 1967, Le Roy Ladurie completó una tesis magistral sobre la historia del clima en Europa
durante los últimos 1000 años, un estudio basado en los supuestos geohistóricos de Braudel.
Posteriormente, Le Roy Ladurie se hizo conocido por su historia del Carnaval de los
Romanos y una reconstrucción precisa de las tensiones sociales y culturales entre la gente de
una pequeña ciudad francesa (Montaillou) enfrentada con la Inquisición. Le Goff y Duby
volvieron a la interpretación globalizadora de Marc Bloch de la civilización medieval en
Europa y complementaron su enfoque social y cultural con métodos biográficos. Así, Le Goff
intentó integrar el mundo de las representaciones medievales en una biografía de Luis XI.
Francois Furet, junto con Mona Ozouf, llegaron a la escena con un impresionante análisis de
la historia social de la escritura y la lectura en la Francia del siglo XVIII, y esto inspiró una
gran cantidad de estudios sobre la historia de la producción de libros y de la alfabetización
en el país. Furet, quién se convirtió en presidente de la EHESS en la década de 1980, pasó de
la historia de los fenómenos socioculturales a la nueva historia política de la Revolución
Francesa y se hizo famoso por sus ataques a la interpretación marxista clásica de Albert
Soboul.

Esta generación estaba más preocupada por la historia nacional, (es decir, francesa) que
Bloch, Febvre o Braudel. Su búsqueda del “mundo que hemos perdido” y el esfuerzo por
asimilarlo al patrimonio nacional, fue una de las razones fundamentales del éxito público de
esta generación en los años setenta. La tercera generación satisfizo la demanda de una nueva
metanarrativa nacional basada en los métodos recién descubiertos y reconocidos en la
escritura de la historia. Le Roy Ladurie, Furet, Le Goff, Duby y otros no solo fueron
historiadores de renombre internacional, sino que se convirtieron en estrellas de los medios
de comunicación en Francia, lo que provocó celos cuando los historiadores de otros países
se vieron presionados por las ciencias sociales en ascenso. Le Goff y otros describieron con
orgullo su versión del método de los Annales como una “nueva historia” (nouvelle histoire),
atribuyendo así una apariencia pasada de moda a otros enfoques. No dudaron de su propia
posición en la cima del árbol historiográfico internacional, sin embargo, se descuidó la
historia comparada y el interés internacional en el trabajo de los Annales se limitó a los
estudios metodológicos. Furet y más tarde Roger Chartier (y otros) buscaron una nueva
cooperación transatlántica con universidades estadounidenses interesadas en la historia de la
civilización occidental. En pleno bicentenario de la Revolución Francesa en 1989, el nuevo
eje franco-norteamericano demostró ser confiable.

Fue precisamente en el momento de los dramáticos cambios políticos internacionales de 1989


cuando la crisis del movimiento de los Annales se hizo evidente y fue reconocida incluso por
miembros de la propia escuela. La llamada cuarta generación apareció a finales de la década
de 1970. Transformó la historia de las mentalidades, que estaba en el centro de los debates
metodológicos y se había convertido en un identificador de la "nueva historia" de la tercera
generación, en un enfoque más coherente debido en gran parte a la antropología histórica. Al
mismo tiempo, la historia de las mujeres pasó a primer plano, al igual que la historia de los
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territorios extraeuropeos, especialmente el África francófona. En la década de 1980 Michelle


Perrot inspiró proyectos de varios volúmenes sobre la historia familiar, la historia de la mujer
y la historia de la vida privada. Estos siguieron a enormes empresas colectivas sobre la
Francia rural y la historia urbana en la década de 1970. Roger Charrier entre otros, continuó
el trabajo de académicos como Henri-Jean Marrin en el campo de la historia del libro y la
historia de la lectura. Bernard Lepetit renovó el enfoque de la historia urbana.

El ascenso de la cuarta generación provocó amargas polémicas dentro del movimiento de los
Annales, pero en público Duby, Furet y otros lo presentaron en términos de continuidad.
Temían la pérdida de la herencia de los Annales y el prestigio académico asociado y la
influencia mundial. En contraste, la cuarta generación expresó abiertamente sus críticas al
paradigma establecido en 1989. Se sumaron al llamado de algunos historiadores franceses
marginados, expresado desde principios de los años ochenta, de poner fin al dominio de una
escuela que consideraban cada vez más estéril, triunfalista e infructuosa. En 1989 el consejo
editorial de los Annales publicó un manifiesto ampliamente discutido que prometía un nuevo
comienzo y anunciaba un regreso a algunas de las ideas fundamentales de Bloch y Febvre.
El resultado del debate fue un cambio programático hacia nuevos métodos y temas. Las
personas y la agencia reemplazarían a las estructuras como factores explicativos importantes.
Se reconoció la importancia de la representación cultural para el desarrollo histórico y se
expresó un nuevo interés en la historia comparada. La cooperación de los historiadores con
los cientistas sociales se intensificaría mediante la cooperación con disciplinas como la
antropología y los estudios de área. La muerte prematura de Bernard Lepetit, que había estado
en el corazón del movimiento reformista, fue un revés para el cambio. Sin embargo, los
Annales de la década de 1990 fueron marcadamente diferentes a los de la tercera generación.
La apertura a la investigación en otras disciplinas y otros países se ha convertido una vez más
en una característica de la que quizás sea la revista de humanidades más conocida del mundo.

No se puede prever el desarrollo futuro de los Annales. Pero se podrían señalar tres tendencias
evidentes en la última década. Primero, la enorme influencia de la Escuela de los Annales en
la historiografía internacional parece haber llegado a su fin y está surgiendo un sistema
multipolar de centros innovadores, en parte como efecto del surgimiento de enfoques
poscoloniales y postestructuralistas. En segundo lugar, los historiadores no relacionados con
los Annales están realizando un trabajo interdisciplinario y, por lo tanto, están disputando el
monopolio de los Annales en esa área (ver especialmente la revista Genese). En tercer lugar,
los cambios metodológicos y temáticos efectuados por miembros de una cuarta generación
de la Escuela o movimiento de los Annales han brindado a los historiadores franceses la
oportunidad de integrarse en una profesión histórica más internacionalizada.

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7. Postestructuralismo e historia

Kevin Passmore

Nada enfurece más a los historiadores posestructuralistas que la afirmación de que su


relativismo (su supuesta creencia de que cualquier relato del pasado es tan bueno como otro)
no proporciona una posición desde la que refutar a quienes afirman que el Holocausto es
simplemente una historia. 164 La acusación, a la que volveré, es la manifestación más extrema
de disputas precipitadas por lo que Lawrence Stone llamó el desafío del posestructuralismo
“al objeto” de la historia, es decir, los eventos y el comportamiento, y sus datos, es decir, los
textos contemporáneos, y sus problemas, esa es la explicación del cambio a lo largo del
tiempo. Los posestructuralistas sostenían que la realidad y por extensión, el pasado, eran
incognoscibles y que solo importaban el lenguaje y las representaciones.165

Algunos descartan el posestructuralismo como evidencia de la corrupción de la historia por


parte de la crítica literaria, porque hay una historia de sospecha entre ellos. Cuando la historia
se apartó de la literatura a fines del siglo XIX, los practicantes aristocráticos de la historia
literaria despreciaban tanto al "comerciante-historiador" que escarbaba en los archivos
públicos como los historiadores profesionales de los métodos "no científicos" de los
caballeros eruditos. Incluso ahora, algunos críticos literarios descartan la historia como una
actividad de "jornalero" que depende de técnicas fáciles de dominar. 166 En la década de 1970,
los historiadores sociales pidieron con condescendencia —y reduccionista— la explicación
de la literatura en términos de su contexto histórico. Entonces, los postestructuralistas
declararon que la escritura histórica era una rama de la ficción y reclamaron la posesión de
las técnicas especiales requeridas para comprenderla. Constituyeron efectivamente a los
historiadores como un objeto de estudio para los críticos literarios, y durante unos pocos la
historia se convirtió en el "Otro" que legitimó la racionalidad de la crítica literaria.

Sin embargo, el auge del posestructuralismo se debe demasiado a un clima cultural general
como para descartarlo fácilmente. También podríamos invocar la estructura del mercado
laboral académico, tensiones entre historiadores en universidades antiguas y nuevas,
conflictos generacionales y de género. Además, como señala Laura Lee Downs en este
volumen (capítulo 14), los historiadores estaban cuestionando la naturalidad de las
identidades de clase y género mucho antes de que el posestructuralismo llegara a la academia.
Algunos desplegaron alternativas estructuralistas en su crítica, particularmente en la forma
de antropología cultural167y marxismo estructuralista.168 Sin subestimar la novedad del
posestructuralismo, no deberíamos, por tanto, asumir una oposición demasiado tajante entre
el posestructuralismo y la historia “convencional”.

Este capítulo explicará a través de una discusión de pensadores e historiadores


posestructuralistas, la naturaleza del desafío a la práctica histórica "convencional". La

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intención no es dar una explicación definitiva de la teoría postestructuralista, ya que, como


cualquier pensamiento, apoyará múltiples interpretaciones (pero no cualquiera). Más bien, la
atención se centrará en las formas en que los historiadores y sus críticos han utilizado el
postestructuralismo. Veremos que, a pesar del categórico rechazo de la historia como
disciplina por parte de algunos postestructuralistas, los métodos y agendas del
postestructuralismo se han vuelto enormemente influyentes en la escritura histórica. Esta
aparente contradicción se debe mucho a las ambigüedades dentro de la teoría
postestructuralista, particularmente en lo que respecta a la cuestión de si el análisis debería
centrarse únicamente en el lenguaje, si el lenguaje debería estar relacionado con el "contexto"
y qué significa el contexto. El capítulo concluye sugiriendo que la visión del lenguaje de
M.M Bakhtin, incorpora las fortalezas del postestructuralismo y, sin embargo, ofrece una
visión del lenguaje más fructífera para la práctica histórica.

7.1 Posmodernismo y postestructuralismo

A menudo, los términos posmodernismo y postestructuralismo se usan indistintamente, pero


para nuestro propósito es más útil ver el primero como una categoría más amplia que cubre
una gama de tendencias en la cultura contemporánea que comparten la convicción de que el
enfoque adecuado de la investigación artística e intelectual es la "representación" en lugar de
"la realidad". El posmodernismo se utilizó por primera vez para describir una forma de arte
que rechazaba el modernismo. El modernismo se basó en la premisa de que el artista, un
individuo talentoso que se encuentra fuera de la sociedad, podía usar las habilidades
especiales de pintar o escribir para acceder a verdades ocultas sobre la condición humana.
Los pintores impresionistas en lugar de simplemente reproducir la apariencia del paisaje
pretendían evocar el sentimiento que despierta al mirarlo. Por extensión, la historia
“convencional” también es modernista, en el sentido de que se utilizan técnicas expertas para
acceder a verdades no visibles para el profano.

Los posmodernistas no creen que sea posible descubrir significados profundos. El arte debe
permanecer en la superficie y ni siquiera puede reproducirlo sin problemas. El deber del
artista es llamar la atención sobre la naturaleza artificial del arte. Esta es la razón por la que
los posmodernistas mezclan estilos, combinan lo alto con el arte popular y usan tanto pinceles
como fotocopiadoras. Desde la década de 1970, el posmodernismo ha sido influyente en la
música popular (Malcolm McLaren, arquitecto de los Sex Pistols), el cine (Blade Runner;
Ridley Scott, 1983) y el periodismo juvenil (The Face, 1982).

Los sociólogos y filósofos ampliaron el término "posmodernismo" para caracterizar la


condición de la sociedad contemporánea. Jean-Francois Lyotard, en The Postmodern
Condition (1976), argumentó que la fase moderna de la historia había dado paso a la
posmodernidad, en la que la naturaleza del capitalismo era diferente. El capitalismo
modernista ha producido cosas "útiles", como coches y comida. El capitalismo posmoderno
produce imágenes. Los productos ahora se venden no porque sean útiles, sino por su
significado cultural. Una vez se promovió la Guinness con el argumento dudoso de que le
hacía un bien; ahora se promete que beberlo le dará a uno cierta imagen. El filósofo francés
Jean Baudrillard sostenía que el capitalismo posmoderno "sobreproduce imágenes"; la
realidad es inaccesible y nuestras percepciones son moldeadas por los anunciantes, la
televisión y la pantalla de la computadora. El postestructuralismo es una ramificación del
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posmodernismo en el sentido de que comparte la convicción de que debemos preocuparnos


por la representación. Su contribución especial es una teoría del lenguaje, ampliamente
definida como cualquier forma de comunicación, desde la escritura y el habla hasta los gestos
y las imágenes de computadora.

7.2 Lingüística estructuralista

Para entender el postestructuralismo, debemos comenzar por mirar el estructuralismo, ya que


el postestructuralismo fue tanto una crítica como un desarrollo del estructuralismo. En
términos generales, el término "estructuralismo" se utiliza en muchos campos. El
funcionalismo estructural, por ejemplo, es uno de los componentes de la teoría de la
modernización y las ciencias sociales no marxistas. La lingüística estructuralista es de otra
naturaleza. Se originó con el lingüista suizo Ferdinand de Saussure, cuyo Cours de
linguistique generale apareció póstumamente en 1916. Saussure cuestionó la visión del
sentido común de que el lenguaje refleja o expresa objetos predeterminados, que las palabras
y los signos reflejan directamente las cosas que existen en el mundo real. Un árbol está
evidentemente "allí", por lo que debemos tener un concepto de él y darle un nombre.
Expresando más técnicamente esta visión, podríamos decir que el “significante” (á-r-b-o-l)
refleja el concepto de árbol (el “significado”) y éste a su vez refleja el árbol en el mundo real
(el "referente").

Saussure señaló que no había ninguna razón por la que un signo en particular debiera referirse
a un concepto u objeto en particular. Fácilmente podríamos haber usado los significantes
'repollo' o 'frente' para designar el concepto de ratón. Más problemático aún, diferentes
idiomas no solo usan diferentes palabras para los mismos objetos; de lo contrario, la
traducción sería sencilla. Definen su significado y, por tanto, sus referentes de manera
diferente. El verbo francés aimerse puede traducir como "amor" o "como". El problema, dijo
Saussure, es que el mundo no está evidentemente dividido en objetos o conceptos
predefinidos a los que podamos aplicar nombres fácilmente. La realidad no tiene un
significado intrínseco. Recibimos un revoltijo de percepciones, y solo el lenguaje puede
hacerlas significativas. Los estructuralistas ilustran este punto con el ejemplo del espectro.
Seleccionamos puntos particulares y los definimos como colores primarios, pero si miramos
detenidamente, encontramosque todos los colores se fusionan entre sí y podríamos haber
elegido otros puntos.169

El lenguaje, argumentó Saussure, construye significado a través de un sistema de oposiciones


binarias. Un árbol es un árbol porque no es repollo ni glaseado; un hombre es un hombre
porque no es una mujer. Por tanto, el significado se deriva de un sistema de diferencias dentro
de un sistema lingüístico. Por lo tanto, no debemos examinar lo que las palabras denotan en
el mundo "real", sino sus connotaciones, su relación con otros signos del sistema. Saussure
llamó a esta estructura langue y privilegió su estudio sobre el del habla cotidiana más
superficial: parole. De hecho, este último fue simplemente un efecto particular de las
estructuras del langue. Incluso la idea de la persona individual, el yo, se inventa
lingüísticamente.

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El concepto de Saussure puede parecer banal aplicado a árboles y coles, pero si se usa para
comprender ideas sobre, digamos, masculinidad, su significado es potencialmente inmenso.
La competitividad masculina no sería una necesidad biológica, sino una expectativa cultural
producida en el lenguaje. El poder potencialmente subversivo del estructuralismo fue
demostrado en la década de 1950 por el antropólogo cultural Claude Levi-Strauss (nacido en
1908), quien argumentó que estructuras lingüísticas culturales idénticas subyacen a las
culturas occidentales y supuestamente "primitivas". Esto implicó el rechazo de la opinión de
que las sociedades podrían clasificarse en términos de progreso hacia la "modernización".
Mientras tanto, Roland Barthes (1915-1980) aplicó el estructuralismo a la crítica literaria y
demostró cómo el significado de los textos literarios dependía más de los opuestos binarios
que de las intenciones de los autores, de ahí su proclamación de la muerte del autor.

En los años sesenta y setenta el estructuralismo empezó a influir en la escritura histórica, y


ya podemos detectar desacuerdos sobre hasta dónde llevar la crítica de la historia
convencional. En 1966, el crítico literario Hayden White argumentó que los escritos
históricos estaban estructurados por formas literarias clásicas de trama (o tropos) -cómica,
trágica, satírica y romántica- y que estas dieron forma a la escritura histórica más que la
evidencia. La escritura histórica era como ficción. No tenía ninguna relación con el pasado
real170. Aquí ya estaba la posición escéptica de que la historia es "sólo una historia".

Desafiando involuntariamente el pesimismo de White, el historiador y filósofo Michel


Foucault (1926-84) escribió obras históricas más convencionales. La influencia del
estructuralismo radica en su afirmación de que los fenómenos generalmente vistos como
naturales fueron realmente "construidos" a través del lenguaje. Así, en Madness and
Civilization (1961), Foucault argumentó que la locura no era un hecho evidente de la
biología, sino que se concibió de diferentes maneras en diferentes períodos. Además, ninguna
historia de mejora dio sentido a la historia de la psiquiatría. Por el contrario, los lenguajes de
la psiquiatría construyeron la enfermedad mental como desviada, la silenciaron y formaron
parte de un mecanismo de control social cada vez más sutil. Este argumento fue parte del
ataque de Foucault a la noción de que la historia occidental era una historia de progreso y
razón171. Sin embargo, equivale menos a un desafío a los fundamentos de la historia
convencional que a una brillante reinterpretación de un tema en particular utilizando las
técnicas del estructuralismo unido a un método histórico convencional, aunque
ocasionalmente laxo. Foucault incluso intentó recuperar la historia perdida de la locura, un
proyecto similar a la restauración de la historia de la clase trabajadora por parte de los
historiadores del trabajo, y que asume que el historiador puede recuperar historias reales no
contadas.

7.3 Postestructuralismo: textual y mundano

Estas incertidumbres se vieron acentuadas por el paso al postestructuralismo. Algunos han


descrito las tensiones metodológicas en términos de diferencias entre Foucault y Jacques
Derrida (nacido en 1930). Derrida vio el proyecto de Foucault de escribir una historia de la
locura libre de la opresión del racionalismo occidental como defectuoso por su dependencia

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del mismo lenguaje de la razón occidental. Todo pensamiento, argumentó Derrida, dependía
de la represión de lenguajes alternativos. Así que simplemente al escribir sobre la locura,
Foucault la margina. La implicación podría ser que cualquier escrito histórico es un acto de
opresión. Foucault replicó que Derrida se preocupaba por el lenguaje de forma aislada y no
percibía "nada fuera del texto". Foucault prefirió analizar el lenguaje en relación con las
prácticas sociales e institucionales y el poder.172 Alex Callinicos usa esta disputa para
distinguir entre el "postestructuralismo textual" de Derrida y el "postestructuralismo
mundano'' de Foucault.173 Esta distinción nos ayudará a comprender la forma en que el
postestructuralismo ha sido utilizado por historiadores. Pero debemos tener en cuenta que
cuando Foucault hablaba de contexto social, a menudo asumía que las relaciones sociales
estaban estructuradas como lenguajes como oposiciones binarias y, por tanto, deberían ser
analizadas como tales. Entonces, la diferencia con Derrida no es tan grande como podría
parecer. En otras ocasiones, Foucault adoptó una postura más marxista, viendo los lenguajes
como producidos en interés de los grupos dominantes. De manera bastante confusa, Foucault
y Derrida cambiaron entre las tres posibles relaciones entre el lenguaje y el contexto. Esta
ambivalencia se reproduce en muchos escritos históricos.

7.4 Derrida, deconstrucción e historia

Los postestructuralistas criticaron a los estructuralistas por intentar reducir todos los
lenguajes a una estructura binaria idéntica, un movimiento que socava la afirmación de los
estructuralistas de que el significado se produce a través de la diferencia. Por tanto, el término
postestructuralismo sugiere una ruptura con la idea de estructura, pero esto es sólo una verdad
a medias. Los postestructuralistas ven el lenguaje como un sistema inestable en el que el
significado es difícil de precisar. El lenguaje (langue) sigue siendo objeto de estudio y los
mecanismos del lenguaje todavía socavan uniformemente el significado a través de un
método idéntico. El estructuralismo y el postestructuralismo también rechazan la noción de
que la "realidad" puede producir significado.

Aunque Saussure argumentó que la relación del lenguaje con el mundo real era problemática,
asumió, no obstante, que las estructuras binarias establecían signos en una relación mutua,
de modo que los conceptos a los que se referían eran igualmente significativos. En su Of
Grammatology (1967), Derrida argumentó que la conexión entre palabras y conceptos-
significantes y significantes- también es incierta. Adelantó varias razones para ello. En
primer lugar, cada signo se diferencia de un sinfín de otros signos, por lo que nunca se conoce
el significado "completo" de una palabra. Podríamos entender el ratón en relación con el
elefante, pero nuestra comprensión de los cambios de "ratón" cuando lo relacionamos con
otras palabras. En segundo lugar, no existe una distinción clara entre significantes y
significado. Solo podemos expresar el significado (significado) del significante t-r-e-e
usando otros significantes, como l-e-a-v-e-s y t-r-u-n-k. En tercer lugar, el significado cambia
a medida que leemos y escuchamos. Las palabras al comienzo de las oraciones no obtienen
su significado hasta que llegamos al final de la oración. Incluso entonces, la siguiente oración
puede cambiar el significado de la anterior, y así sucesivamente. Cuarto, los significados de
los signos son alterados por los signos que los rodean. "Árbol" significa algo diferente cuando

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está vinculado a "familia" o "serpiente". Finalmente, dado que cualquier signo se define por
cosas que no es, su significado debe depender de sus opuestos. Entonces, si bien las
oposiciones binarias son esenciales para el funcionamiento del lenguaje, son inestables y es
probable que colapsen entre sí. Para expresar tanto su deuda con Saussure como su
alejamiento, Derrida inventó el neologismo "diffirance", que nos recuerda que el lenguaje
opera a través de la diferencia (entre opuestos binarios) y que el significado es diferido (diffire
en francés): incompleto o incierto.

La lógica es que todo lo que tenemos son signos y no hay una verdad esencial. Uno de los
propósitos de Derrida era demostrar, a través de la técnica de la "deconstrucción", una especie
de lectura atenta de los textos para sus "aporías" (puntos ciegos), cómo la escritura se basaba
en esta búsqueda inútil de la verdad última. Para él, tal suposición es "metafísica". De ello se
sigue que el pasado también es inaccesible y que cualquier intento de escribir "sobre" el
pasado está condenado al fracaso. Lo que escriben los historiadores sería una construcción
lingüística. Algunos, incluido el propio Derrida, niegan que tuviera la intención de socavar
la categoría de verdad de manera tan radical. Lo que Derrida quiso decir "realmente", nos
preocupa menos que el hecho de que muchos críticos de la historia hayan interpretado a
Derrida así, y no del todo sin razón.

El esencialismo de la historiografía tradicional

La lógica del postestructuralismo de Derrida es que un texto o una pieza de evidencia


histórica no puede interpretarse en relación con un principio "esencial" que se encuentra fuera
de él. Evidentemente, esto implica el rechazo de la búsqueda de los historiadores marxistas
de reflejos del interés de clase en los documentos históricos. Los postestructuralistas
responden que las clases no son objetos interpretativos "esenciales" fuera del texto, sino que
son producidos lingüísticamente por la oposición binaria de términos como burguesía/
trabajador y proletariado/ capitalista, y que su significado es fluctuante y problemático.

Si el postestructuralismo criticara solo el marxismo de la variedad vulgar, sería de poco


interés. Los historiadores marxistas, en particular E.P. Thompson, hace tiempo que elaboró
una comprensión más compleja de la clase, basada en el rechazo del determinismo
económico. Sin embargo, fue precisamente en esta sofisticada historia social, y en particular
en The Making of the English Working Class de Thompson, donde los postestructuralistas
concentraron su fuego.

Para empezar, los postestructuralistas han argumentado que, a pesar de la preocupación por
la cultura, la historia social dejó intacta la primacía de la clase como realidad objetiva.
Aunque Thompson reemplazó el determinismo con la noción de que las condiciones
económicas "establecen límites'', todavía asumió que los cambios reales en las relaciones de
clase fueron necesariamente "experimentados'' por los trabajadores y necesariamente
traducidos, aunque utilizando ideas preexistentes sobre los derechos de los "ingleses nacidos
libres" en la conciencia de clase. La idea de "límites" plantea la cuestión de cuáles son esos
límites e implícitamente restaura un determinismo económico más flexible. 174 Thompson
insistió en que, cualesquiera que sean las variaciones históricas que puedan encontrarse, un

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modo genérico de producción ha encontrado una expresión aproximadamente análoga dentro


de diferentes sociedades y estados. Instituciones. 1175Patrick Joyce argumentó que Thompson,
típicamente de los historiadores sociales, asumió que la clase y la política estaban arraigadas
materialmente, y que la "sociedad" era una especie de "subtejido explicativo" que relacionaba
lo económico con lo cultural. Como postestructuralista, Joyce sostiene que "la historia social
no nombra inocentemente al mundo, sino que lo crea a su propia imagen". 176

Según la historiadora feminista Joan Wallach Scott, el "nombre" de la clase trabajadora por
parte de Thompson se basó en prejuicios sobre los roles de género. Thompson, dice Scott,
escribe sobre el mundo masculino de las manifestaciones, la política y los sindicatos. Las
mujeres, aunque numerosas en la fuerza laboral, figuran en The Making en gran parte como
criaturas domésticas. Dejan la casa solo para escuchar la predicación milenaria de Joanna
Southcott. Esto es el postestructuralismo clásico: la racionalidad política de los hombres
conscientes de clase se contrasta y se define por la "irracionalidad femenina" de la religión.
Se muestra que la clase se construye a partir de supuestos culturales. 177

Nuevamente, desde una perspectiva diferente, Hayden White argumentó que cada una de las
cuatro partes de The Making está estructurada por diferentes tropos narrativos: metafórico,
metonímico, sinécdoco e irónico. La naturaleza de estos tropos importa menos que la
afirmación de White de que ellos, más que cualquier cosa "descubierta" en la evidencia y por
extensión, el pasado, dan significado a la narrativa de Thompson. 178El significado es un
producto de estructuras lingüísticas.

Otros estudiosos ampliaron la crítica postestructuralista para abarcar cualquier intento de


escribir una historia significativa. Robert Berkhofer, para quien "la teoría literaria
contemporánea desafía los mismos fundamentos intelectuales de la práctica histórica
profesional actual", es ejemplar. Reconoce que los historiadores son conscientes de su
parcialidad y que, por lo general, asumen una relación bidireccional entre hechos e
interpretación. De modo que las hipótesis provisionales se modifican mediante la evidencia
y se buscan nuevas pruebas a la luz de las hipótesis modificadas. Sin embargo, sostiene
Berkhofer, la síntesis del historiador todavía se basa en la fantasía de un pasado reconstruido.
Los historiadores aceptan que sus monografías representan puntos de vista parciales de la
historia, pero, sin embargo, las ven como parte de un pasado real, reconstruido a través de
las interconexiones de todo el cuerpo de la escritura histórica. Se cree erróneamente que este
pasado unificado está intrínsecamente estructurado como una narración, al igual que la propia
escritura del historiador está organizada como una narrativa.

Para Berkhofer, toda la escritura histórica se basa en el espejismo de la metanarrativa, no


solo en lo que plantea explícitamente una metanarrativa. Los métodos que utilizan los
historiadores para garantizar que sus relatos "representan" el pasado son inútiles. Los
historiadores resuelven disputas entre interpretaciones en competencia apelando a la
evidencia. Sin embargo, dice Berkhofer: los hechos pueden arbitrar el desacuerdo solo si

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asumimos que se derivan de un pasado intrínsecamente coherente y narrativamente


estructurado. De hecho, el pasado no tiene tal significado. Peor aún, el pasado está ausente:
no se puede señalar como se hace con un árbol. Es posible que tengamos restos del pasado
en forma de evidencia, pero el pasado sobre el que escriben los historiadores es mucho más
grande de lo que permiten las pruebas. Los historiadores no tienen idea de cómo encajaban
las pruebas. Simplemente se refieren a las obras igualmente problemáticas de otros
historiadores.179

Historia como arte posmoderno

Quizás sorprendentemente, Berkhofer no abandona la posibilidad de escribir historia. Se hace


eco de los llamamientos de Hayden White para que "el historiador cuente muchos tipos
diferentes de" historias "desde varios puntos de vista, con muchas voces, divididas de manera
diversa". Tales historias, como el arte posmoderno, admitirían francamente su naturaleza
construida. Tales historias ya no usarían la "meta-historia" para legitimar su propio discurso
y descalificar a otros.180

Muchas de las contribuciones a la revista Re-Thinking History, establecida en 1997, desafían


la historia "modernista". Un ejemplo típico es el artículo de Robin Bisha sobre las mujeres
nobles rusas en la época de Pedro el Grande. La naturaleza de las fuentes sostiene Bisha,
significa que es imposible saber mucho sobre lo que pensaban o sentían las mujeres nobles
rusas, y critica a otros historiadores por basar sus interpretaciones en los prejuicios actuales.
Entonces Bisha recurre a la literatura. Escribe una pseudo-autobiografía de la mujer noble en
cuestión: la voz del autor en primera persona llama la atención sobre el artículo como una
historia.181 La convincente Dead Certainties de Simon Schama (Especulaciones
injustificadas) (1997) también adopta una manera posmoderna, mezclando los géneros de la
escritura histórica, la historia del arte y la ficción policial (pero se cuida de reafirmar la
autoridad de las fuentes).

Cuesta ver la novedad de esta forma de hacer historia. Si aceptamos, como hacen muchos
historiadores "normales", que el arte y la literatura pueden decir verdades sobre el pasado
igualmente válidas pero diferentes de las que ofrece la historia, entonces reformular la
historia en forma de arte simplemente nos da más de lo que ya tenemos. Lamentablemente,
la mayoría de los historiadores no están bendecidos con los dones literarios de Schama. Todo
lo que obtenemos es arte moderado.

En cualquier caso, la idea de "perspectivas múltiples" cede demasiado a la autoridad de un


pasado que supuestamente ha sido demolido. Simplemente al afirmar que una historia dada
es un ángulo de un evento en particular, un evento se define y se invierte con propiedades
que descalifican a algunos relatos como perspectivas sobre él. Algunas historias posmodernas
serán perspectivas sobre la Revolución Rusa y otras sobre la francesa. Esto restablece el
derecho del pasado real (no evidencia, irónicamente) a distinguir entre interpretaciones.

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La lógica del postestructuralismo textual es realmente que no se puede escribir nada de valor
sobre el pasado. No existe un estándar por el cual se pueda descartar cualquier perspectiva,
por lo que todas son igualmente interesantes (o poco interesantes). No hay eventos
predefinidos en el pasado que puedan usarse para distinguir entre historias. Se podría pensar
que Keith Jenkins está en sintonía con esta lógica cuando declara que la sociedad posmoderna
puede prescindir del "caballo viejo y destrozado que responde al nombre de la historia". Pero
incluso esta afirmación desdeñosa se basa en el supuesto esencialista de que un período
histórico determinado debe caracterizarse por el dominio de filosofías particulares. 182

7.5 Postestructuralismo mundano y escritura histórica

Estas dificultades podrían explicar por qué los historiadores postestructuralistas


generalmente limitan su uso del textualismo a deconstruir el trabajo de otros historiadores,
mientras usan un postestructuralismo más foucaultiano en sus propios escritos. Sus historias
son postestructuralistas en el sentido de que examinan las formas en que se ha construido el
pasado. Escriben sobre las formas en que las personas del pasado construyeron sus mundos,
sobre cómo los historiadores han construido el pasado y sobre los conceptos utilizados para
construir el significado en la clase mundial, la sociedad, el individuo, la verdad, la nación o
la raza. Derrida pidió una historia de la verdad, pero tales historias están inspiradas en gran
medida por Foucault, quien él mismo escribió brillantes obras históricas. En el último cuarto
de siglo, un inmenso cuerpo de trabajo histórico imaginativo ha demostrado la fertilidad de
esta agenda y veremos en capítulos posteriores que el postestructuralismo ha transformado
cada uno de los campos en discusión. Sin embargo, dado que es difícil escribir historia sin
apartarse de algunos de los principales principios del postestructuralismo textual, se pueden
encontrar ciertas tensiones en este trabajo.

Foucault examinó el lenguaje en relación con las prácticas sociales e institucionales y el


poder. Usó el término "discurso" para referirse al estudio del lenguaje en contexto y en
relación con el poder. Así, en Discipline and Punish (1975), Foucault describió la forma en
que el castigo intermitente y violento del período moderno temprano, ejemplificado en "el
espectáculo del patíbulo", dio paso al castigo regular y sistemático de la prisión del siglo
XIX. Una vez más, negó que este cambio fuera fruto de avances. Más bien, la prisión fue un
uso más eficaz del poder "disciplinario". Además, la prisión constituyó un modelo de
vigilancia en escuelas, fábricas y hospitales. A través de discursos de educación, medicina y
criminalidad, estas instituciones asignaron a las personas a posiciones particulares (alumno,
trabajador y paciente) y las privaron del poder. El lenguaje, en particular el conocimiento
profesional, está intrínsecamente relacionado con el poder.

A menudo, el método de Foucault se acerca a la deconstrucción textual derridiana, en el


sentido de que se asume que las relaciones sociales están estructuradas como los lenguajes y
pueden analizarse, como los lenguajes, como oposiciones binarias en las que un término es
dominante, por ejemplo: médico y paciente. La atención se centra en el equivalente de la
langue de Saussure y la sociedad se examina independientemente de las intenciones de los
actores históricos. Para Foucault, el poder disciplinario no está localizado en una institución,
estado o ideología en particular. "No es", dijo, "el privilegio" adquirido o preservado de la

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clase dominante, sino el efecto global de sus "posiciones estratégicas". El poder es "difuso"
e intrínseco a todas las relaciones sociales. 183Es independiente de las actividades o "agencia"
de los seres humanos y debe ser examinado como un sistema.

Junto a esta visión del lenguaje y el poder, se respalda el argumento más familiar de que los
cambios en los lenguajes reflejan cambios sociales y sirven a los intereses de la clase
dominante. Los lenguajes son usados intencionalmente por categorías sociales particulares,
o de alguna manera surgen de las "necesidades del sistema" (un argumento funcionalista).
De cualquier manera, para Foucault el cambio hacia el castigo en las prisiones fue una
consecuencia de las necesidades del capitalismo en desarrollo. La prisión y el ejército se
convirtieron en modelos para la fuerza laboral disciplinada y la sociedad que requería el
capitalismo. Uno puede reconocer fácilmente la idea marxista de que las instituciones y las
ideas sirven a los intereses del capitalismo, incluso si no están directamente controladas por
los capitalistas. Aquí las conclusiones de Foucault podrían verse como esencialistas, pues los
propósitos económicos de los capitalistas dan sentido a los textos que estudia.

Los sujetos democráticos de Patrick Joyce

En Democratic Subjects (1995), Patrick Joyce explica cómo la clase trabajadora inglesa y los
radicales burgueses del siglo XIX dieron sentido al mundo a través del lenguaje. Este
fascinante libro irritó inevitablemente a los historiadores sociales, porque defendía la
naturaleza construida de la conciencia de clase y sostenía que el agente autónomo, que se
conoce a sí mismo, otra de las vacas sagradas de la historia social, era también una
construcción lingüística.

En la primera parte del libro Joyce analiza las autoconcepciones del artesano autodidacta
Edwin Waugh. El trabajo figura en la autoidentidad de Waugh solo como el mito de la edad
de oro del telar manual y moralmente digno. El trabajo real le resultaba molesto. Su ideal era
menos producto de clase que de un discurso protestante y burgués de superación personal
transferido de la religión organizada a la "humanidad". Waugh soñaba con la concordia entre
los hombres en lugar de la reforma social y mucho menos el conflicto de clases. Joyce luego
muestra que John Bright, de una clase social completamente diferente, compartía esta
religión de humanidad. Detalla la mezcla de un mito cuáquero de persecución, cristianismo
evangélico, paternalismo y romanticismo a partir del cual Bright construyó su personalidad.
Waugh y Bright se describieron a sí mismos como héroes románticos capaces de trascender
el mundo de la experiencia y triunfar sobre el mal, un ejemplo de la narrativa romántica tal
como la define White.

En algunos de los pasajes más interesantes, Joyce muestra cómo el radicalismo se


construyó con motivos de music-hall. Los melodramas mostraban a los pobres como
víctimas, generalmente mujeres y pasivas, de los capitalistas malvados. La víctima fue
salvada convencionalmente por un héroe noble de clase alta. La virtud triunfó sobre el vicio
y los socialmente bajos se volvieron moralmente elevados. El resultado es una alianza de
clases cruzadas entre trabajadores ilustrados y burgueses, en lugar de una lucha de clases
(nótense las oposiciones binarias y la interdependencia de los opuestos). Joyce sostiene que

183

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103

la combinación de melodramas de sensación y moralismo se traspuso a la prensa reformista


e informó los discursos de Gladstone. Así, el liberalismo no fue una expresión del interés de
clase burguesa, sino que se construyó a través del lenguaje.

En varios giros aparentemente menores, Joyce utiliza una visión más convencional de la
relación entre lenguaje y contexto. Las múltiples posiciones de clase de los asistentes al
Manchester Athenaeum prueban que se trataba de una institución sin clase (Democratic
Subjects, página. 173). El grado de amargura del conflicto político en Francia, Gran Bretaña
y Estados Unidos se deduce del grado de consenso en torno a la constitución (Democratic
Subjects, p. 195). Se pueden dar otros ejemplos. En todos los casos, algo externo al texto,
una propiedad intrínseca de las relaciones sociales explica la naturaleza de los lenguajes
utilizados por los actores históricos. Tanto en “Vigilar y castigar" y "Temas democráticos",
dos visiones del lenguaje y su relación con el contexto compiten por la supremacía.
Irónicamente, ambos reproducen a veces sin darse cuenta un esencialismo que se critica con
razón en la historiografía "convencional".

Posmodernismo y modernización

Asimismo, a los historiadores postestructuralistas les ha resultado difícil liberarse por


completo de la dependencia de las metanarrativas. A menudo se observa que la visión de
Foucault de una tendencia en la historia del castigo hacia la racionalización, la vigilancia, la
eficiencia y el control recuerda la teleología macrohistórica de la teoría de la modernización.
La única diferencia es que Foucault vio esta teleología con pesimismo. Joyce no usa
explícitamente metateorías, pero la misma suposición de que la historia se mueve en una
dirección particular está presente de manera más sutil en Democratic Subjects, que se
enmarca en la idea de que el siglo XIX vio un cambio de modos de pensamiento individuales
a sociales. Waugh y Bright están posicionados (como suele ocurrir en las cuentas basadas en
la modernización) en la "transición". Joyce se siente evidentemente incómodo, por los
comentarios de que esta periodización "puede distorsionar la imagen al presentar el cambio
como un proceso lineal de etapas". No obstante, dice, "este bosquejo muy tosco tiene sus
usos" (Democratic Subjects, p. 15).

Las desventajas de las teleologías son bien conocidas. Particularmente relevante es que los
postestructuralistas comparten la tendencia del teórico de la modernización a caracterizar los
períodos históricos en términos de un "espíritu de la época'', ya sea tradicional, moderno,
posmoderno o transicional, e interpretar sus objetos particulares de estudio a la luz de este
espíritu. Hayden White basa su explicación de la "carga de la historia" en la supuesta
"extrañeza" del presente, con lo que quiere decir que el rápido cambio asociado con la
modernización tiene un efecto desorientador. Nuevamente, recordamos la teoría de la
modernización, que a menudo explicaba las revoluciones como producto de la
"desorientación" supuestamente causada por el "cambio rápido". Al situar a su sujeto en un
período de "transición", el blanco es típico. Los nuevos críticos literarios historicistas
prefieren estudiar el Renacimiento porque supuestamente es una transición, un "vacío en la
historia''.184Tales generalizaciones restan valor a la complejidad de los puntos de vista en
cualquier período dado y subestiman la medida en que las características supuestamente

184

103
104

generales son realmente impugnadas. En cualquier caso, no existe ninguna ley que dicte que
las personas que viven en un período de transición, incluso si ese término general pudiera
realmente aplicarse a un período, deban sentirse desorientadas.

Este recurso a la metanarrativa y al esencialismo se deriva en gran medida del malestar con
la idea de causas. La negación postestructuralista de la cognoscibilidad del pasado implica
que las causas son meras estructuras narrativas impuestas gratuitamente a un pasado
inaccesible. Sin embargo, la suposición de que el lenguaje es un sistema en sí mismo,
independiente de la acción humana, plantea la pregunta de por qué un lenguaje debería ceder
el paso a otro. El mismo problema es evidente en el supuesto de Foucault de que las relaciones
sociales están estructuradas como lenguajes. Por lo tanto, para explicar el surgimiento de la
prisión, recurre a la noción de que una fuerza misteriosa fuera de la historia produce cambios,
es decir, el surgimiento del capitalismo. Fuerzas inhumanas a gran escala impulsan la
historia, al igual que dan significado a períodos particulares.

Agencia

De esta predilección por las fuerzas ciegas debería derivarse y trasladar el argumento de que
el lenguaje es un sistema independiente de la voluntad humana, que la agencia y las
elecciones de los seres humanos individuales o de los grupos sociales significan poco.
Ningún individuo o grupo debería poder modificar el sistema, aunque sea cambiante e
incierto, que los define. Para los postestructuralistas, la idea del "yo" es simplemente un
producto del lenguaje.

Sin embargo, en Vigilar y castigar, Foucault sostiene que la resistencia a las estrategias de
poder es posible, al menos antes del surgimiento de los sistemas modernos de vigilancia. la
idea del "yo" es simplemente un producto del lenguaje. Utiliza dos tipos de argumentos, cada
uno de los cuales es difícil de conciliar con la teoría postestructuralista. A veces afirma que
existe una agencia del pueblo espontánea y rebelde, que los discursos dominantes se
esfuerzan por controlar a través de las cárceles, hospitales y escuelas. Esto implica que la
agencia popular existe independientemente del lenguaje. En otro lugar, Foucault sugiere que
debido a que las relaciones sociales están constantemente en tensión (un supuesto
esencialista, que no es necesariamente cierto), cada ejercicio de poder conlleva un riesgo de
inversión de las relaciones de poder. Por lo tanto, la ejecución pública cayó en desgracia
porque reunió a las personas en multitudes y les permitió burlarse de las autoridades. 185 Esta
idea es familiar. Marx argumentó que, al concentrar a los trabajadores en grandes fábricas,
los capitalistas sembraron las semillas de su propia caída. Sin embargo, la idea de resistencia
de Foucault plantea dificultades conceptuales desde una perspectiva postestructuralista,
porque si la agencia se construye a través del lenguaje, ¿cómo puede cobrar vida propia fuera
del sistema lingüístico? Este es un tipo extraño de alquimia.

Se pueden encontrar incertidumbres similares en Temas democráticos. Joyce sostiene que a


finales del siglo XIX las nuevas narrativas políticas crearon necesariamente "nuevas
subjetividades políticas", (es decir, concepciones del yo como una persona capaz de actuar
en el mundo), que creó agencia y legitimidad (énfasis mío). Las identidades fueron "creadas

185

104
105

para líderes y dirigidas que aseguraron el control de los primeros sobre la política"
(Democratic Subjects, p. 192, énfasis mío). A veces, esta idea de que el lenguaje crea
identidades individuales se refuerza mediante el recurso a la noción de control social, en el
que las creencias se inculcan en las masas desde arriba. Así, se dice que la oratoria de Bright
opera sobre el "inconsciente político", dando a la gente la sensación (la ilusión) de ser agentes
activos en la historia del progreso (Democratic Subjects, p. 201).

Joyce es un historiador demasiado bueno para confiar en generalizaciones de este tipo en su


análisis práctico. Argumenta que la autoconcepción de Bright no solo le fue 'dada a él, sino
que la creó activamente a partir de su religión'. Su cuaquerismo era "un recurso que podría
usarse de diferentes maneras para crear diferentes tipos de yo" (Democratic Subjects, p. 105).
Todo esto es convincente, pero concuerda con el uso que hace Joyce del vocabulario de
Derrida. Representa una ruptura con el postestructuralismo, en el sentido de que, en lugar de
ser creados por el lenguaje, la agencia y el lenguaje son inseparables. Joyce acepta
implícitamente que el lenguaje no puede existir sin personas que lo hablen y escriban. De
esto se seguiría que grupos e individuos podrían adaptar y usar el lenguaje, dentro de ciertos
límites, para sus propios fines.

Método

Tanto Discipline and Punish y Democratic Subjects pertenecen al género de la escritura


histórica narrativa. No son parte de la experimentación de historias posmodernas. Ambos
plantean hipótesis diseñadas para mejorar las interpretaciones anteriores del pasado. Ambos
citan evidencia en apoyo de sus argumentos y usan notas al pie de página. Ambos ven sus
propias interpretaciones como superiores, ¿más poderosas? - que los de historiadores rivales.
Joyce lamenta que una de sus fuentes secundarias no consiga una nota al pie de página
adecuada (Democratic Subjects, p. 38); la naturaleza inventada de la visión de Bright de los
impulsos democráticos en el cuaquerismo se demuestra al mostrar la naturaleza "real" del
cuaquerismo de mediados de siglo (Democratic Subjects, p. 107). Se podrían dar muchos
más ejemplos. Baste agregar que la idea de recuperación del pasado perdido está en el
corazón de los Democratic Subjects, así como Foucault una vez buscó recuperar las voces de
los locos. Joyce muestra cómo los protagonistas históricos realmente dieron sentido al
mundo. Los historiadores sociales son reprendidos por imponer su concepción de clase al
pasado, cuando los contemporáneos del siglo XIX realmente entendían la clase en términos
morales (Democratic Subjects, p. 17). Estamos en el centro de la dificultad de escribir la
historia postestructuralista. Los postestructuralistas escriben historias sobre cómo se
construyó el significado en el pasado. Pero no está claro cómo estas historias pueden
diferenciarse metodológicamente de las historias "convencionales".

Sin embargo, sería injusto acusar a Joyce, más que a cualquier "historiador convencional",
de defender el reconstruccionismo "ingenuo", la noción de que la narrativa del historiador en
realidad "reconstruye" el pasado. De hecho, el método utilizado en Democratic Subjects, y
por muchos otros historiadores, no puede encasillarse fácilmente como reconstruccionista o
relativista. Joyce explica que si bien no existe una posición desde la que podamos evaluar la
"correspondencia o no correspondencia entre nuestro discurso y lo real" (es decir, entre la
escritura histórica y el pasado), esto no significa que seamos incapaces de discriminar entre
lo verdadero y lo falso, datos o argumentos sostenibles e insostenibles (Democratic Subjects,
105
106

p. 9). Los protocolos habituales de los historiadores para decidir estas cuestiones pueden
utilizarse siempre que recordemos que estos protocolos son "el producto de la historia". Joyce
lo deja así, tal vez porque sería difícil conciliar una mayor elucidación con la teoría
postestructuralista. Esta fórmula críptica debe desempaquetarse.

7.6 Objetividad desde un punto de vista

La gran contribución del postestructuralismo a la escritura histórica es la demostración de


que nada se puede conocer independientemente del lenguaje y que el pasado no tiene un
significado "esencial". Ya no es posible considerar a los hombres como naturalmente
agresivos, a las mujeres como naturalmente maternas, a los trabajadores como naturalmente
socialistas, o a los celtas como naturalmente salvajes. Los historiadores ya no pueden suponer
que las personas que atraviesan períodos de cambios rápidos se sintieron naturalmente
desorientadas. Los primeros filósofos de la historia, como Karl Popper (1902-1994),
criticaron el esencialismo desde un punto de vista diferente y, en muchos aspectos, sus
métodos son más sólidos. Pero sus argumentos fueron generalmente mal interpretados por
los historiadores. El esencialismo, en la medida en que se ha debilitado, ha sido debilitado
por el postestructuralismo.

Como argumentan los postestructuralistas, el mundo externo afecta a los humanos en forma
de percepciones sensoriales que no tienen un significado inherente. Solo a través del lenguaje
podemos dar sentido a estas percepciones, y los significados así creados podrían variar
infinitamente, especialmente en el caso de construcciones humanas como clases, mercados o
estados. La cuestión es si los significados que los historiadores pretenden encontrar o atribuir
al pasado son todos igualmente válidos, como sostiene Berkhofer.

La crítica de Berkhofer se basa en dos argumentos. El primero, que el conocimiento histórico


no es verificable porque no podemos "señalar el pasado", es una pista falsa. El problema de
conocer el pasado no es mayor que el de conocer el presente, y se basa en la visión
reconstruccionista nativa de que solo la confrontación directa de un objeto puede garantizar
la verdad. De hecho, no podemos estar seguros de que nuestro pub favorito no haya sido
destruido por el fuego desde la última vez que fuimos a tomar una copa. Pero hay una gran
probabilidad de que no lo haya hecho, por lo que probablemente no llamaremos al pub y
comprobaremos que todavía está allí antes de partir para nuestra pinta nocturna. Podríamos,
se podría objetar, ir en cualquier momento a comprobar la existencia del pub. Pero incluso
entonces, tendríamos que estar seguros de que nuestros ojos no nos engañan y de que no
podemos viajar continuamente por el mundo para verificar la existencia de varios lugares.
Generalmente, confiamos en la fuerte probabilidad y en la confirmación indirecta de que algo
existe. Lo mismo ocurre con la historia. No podemos ir al pasado para confirmar que tuvo
lugar la Primera Guerra Mundial, pero tenemos muchas pruebas, que van desde memorias
hasta la presencia de los escombros de la guerra en el suelo de los campos de batalla.
Teóricamente es posible que esta evidencia pudiera haber sido fabricada, pero lo más
probable es que no fuera así. Berkhofer asume que sólo lo que puede verse directamente ES

106
107

verificable; pero como la gente en la vida diaria, los historiadores tratan con probabilidades,
no con verdades.186

En segundo lugar, Berkhofer sostiene que la pretensión de los historiadores de "reconstruir"


el pasado se basa en la suposición de que el pasado ya está estructurado como una narrativa.
De hecho, la historiografía convencional no necesita asumir un pasado intrínsecamente
significativo ni intentar reconstruirlo. Es cierto que a veces se afirma que los historiadores
reconstruyen el pasado: Richard Evans escribe que "la verdad sobre los patrones y vínculos
de los hechos en la historia se descubre al final, no se inventa, se encuentra, no se hace'', pero
incluso él adopta una visión probabilística matizada en su obra más reciente. 187

Los críticos postestructuralistas generalmente han concentrado su fuego sobre los


construccionistas porque presentan un objetivo más fácil. 188 La reconstrucción del pasado es
genuinamente imposible. Sin embargo, el método de formulación y comprobación de
hipótesis, el método hipotético-deductivo, favorecido por muchos historiadores igualmente
convencionales en realidad combina la aceptación de las ilimitadas posibilidades
interpretativas abiertas a los historiadores con el reconocimiento de que todas las
interpretaciones no son igualmente válidas. Curiosamente, uno de los principales defensores
de este método fue Popper (especialmente modificado por Imre Lakatos), cuya crítica de la
construcción de modelos positivistas y el uso del método probabilístico fue recomendada a
los historiadores por nada menos que Hayden White. 189

El historiador comienza con una hipótesis o pregunta inicial derivada de sus propios
intereses, que a su vez dependen del estado existente de la historiografía y del medio cultural
contemporáneo. El historiador comienza con parcialidad. La dependencia de las preguntas
significa que el relato resultante será solo una perspectiva posible sobre un problema, ya que
otros podrían haber hecho preguntas diferentes. Además, dado que no podemos saber qué
puntos de vista tendrán los historiadores en el futuro, no podemos saber qué preguntas harán
y qué resultados producirán. No podemos decir cuánto, o qué poco, del pasado hemos tenido
sentido si nuestro conocimiento será reemplazado o si será reemplazado.
Las preguntas también determinan la relevancia de la evidencia. En efecto, una hipótesis es
una predicción sobre el tipo de evidencia que debemos encontrar. Si planteamos la hipótesis
de que las nociones de la realeza medieval fueron influenciadas por las ideas contemporáneas
sobre la masculinidad, entonces predecimos, por ejemplo, que se encontrarán ciertas
metáforas de género en los textos relacionados con la realeza. La evidencia en sí misma es
discutible. Pero se trata de acuerdo con las reglas de prueba aceptadas, que determinan qué
es admisible (los rumores, por ejemplo, podrían tratarse como una forma de prueba más baja
que el testimonio directo). Algunas preguntas pueden considerarse incontestables debido a la
falta de pruebas.

Si una hipótesis parece coincidir con la evidencia, no pretendemos haber dicho la "verdad"
sobre la realeza medieval; el significado, podemos estar de acuerdo con Derrida, siempre se

186
187
188
189

107
108

difiere. Simplemente hemos sugerido una respuesta provisional a una pregunta precisa y
hemos establecido una forma posible de conceptualizar lo que está disponible para nosotros
en el pasado, la evidencia. Nuestra respuesta podría ser modificada no solo por una mayor
investigación y reevaluación de la evidencia, sino por una redefinición de la pregunta. Los
historiadores intentan responder a preguntas formuladas correctamente de acuerdo con las
reglas de la evidencia, al igual que un tribunal de justicia busca establecer si se ha violado
una ley en particular, no la historia completa de un evento "en sí mismo''. 190 El pasado de los
historiadores es el producto de los propios protocolos de los historiadores para dar sentido a
parte de lo que se cree razonablemente que se deriva del pasado: la evidencia.
Las respuestas de los historiadores suelen presentarse en forma de narrativas. Los críticos
postestructuralistas, quizás engañados por el lenguaje cotidiano favorecido por muchos
historiadores, les atribuyen la opinión de que las narrativas son "contenedores neutrales para
los hechos'' y que permiten la reconstrucción de la realidad pasada. 191Muchos historiadores
saben muy bien que las narrativas no son inocentes y no les es desconocido debatir la
implicación de las estructuras narrativas en las interpretaciones. Una exploración más
explícita de los problemas planteados por White ciertamente ayudaría a que los historiadores
fueran más conscientes de la naturaleza construida de sus relatos y no hay ninguna razón por
la cual el uso del género en la escritura histórica no deba ser en sí mismo un tema de
investigación, siempre y cuando otros las perspectivas no se rechazan.
Berkhofer tiene razón en que los historiadores asumen que sus relatos particulares son
compatibles con el cuerpo más amplio de conocimiento histórico. Más precisamente, el
historiador asume compatibilidad con aquellos relatos que él/ ella considera válidos, ya que
el método de prueba de hipótesis implica un enfoque crítico del trabajo de otros.

Esta dependencia de una sola obra de un amplio cuerpo de conocimientos no es, sin embargo,
peculiar de la historia. Es de suponer que el propio Berkhofer asume la compatibilidad de su
propio trabajo con un corpus de conocimiento crítico sobre la escritura de la historia. Creo
que no afirma haber reconstruido la realidad de la disciplina histórica, sólo para haber
mejorado sus conocimientos previos sobre ella. El uso de narrativas es una de las varias
formas útiles de dar sentido a la evidencia, incluidas las artísticas, cada una con sus propias
reglas de representación. El hecho de que la escritura histórica tenga una estructura narrativa
no implica la creencia de que el pasado en sí mismo tenga una estructura similar. Por el
contrario, el relato del historiador representa una forma posible de dar sentido a un pasado
que no tiene un significado preestablecido y del cual hay una gama incognoscible de
interpretaciones. 192 El relato de los historiadores no es un "reflejo" del pasado, pero como
dice Pérez Zagorin, "refleja la selección de procesos basada en la relevancia para los
problemas y preguntas que el historiador plantea con respecto a su tema". 193

Historiadores, posestructuralismo y el holocausto.

La controversia sobre la relación entre el postestructuralismo y la cuestión del Holocausto


reúne los puntos mencionados anteriormente. No hay espacio aquí para entrar en los detalles

190
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192
193

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109

de la disputa. Baste decir que hay dos vertientes del debate que inciden en la aplicación del
postestructuralismo a la historia.
En primer lugar, Richard Evans entre otros, sostiene que el postestructuralismo no ofrece una
posición desde la que se pueda refutar la literatura sobre la negación del Holocausto, ya que
todas las interpretaciones se consideran igualmente válidas. La acusación de Evans tiene
sustancia prima facie, al menos para los postestructuralistas textuales. ¿Por qué el Holocausto
debería estar exento de la regla de Berkhofer de que los historiadores no tienen forma de
distinguir entre las afirmaciones de verdad de diferentes relatos del pasado? Pero debemos
señalar que, si bien los negadores a veces se benefician de la noción vagamente posmoderna
de que todos los puntos de vista deben ser escuchados, es igualmente probable que recurran
a un construccionismo hiperbólico en el que nada se prueba sin una verificación absoluta:
dado que el Holocausto no puede probarse más allá toda duda, porque hay algunas
discrepancias en la evidencia, no se puede probar en absoluto. Los negadores explotan tanto
el relativismo como el reconstruccionismo. 194 Curiosamente, al defenderse de la acusación
de ayudar inconscientemente a los negadores, los postestructuralistas abandonan los
elementos más fuertes de su propia posición y recurren al reconstruccionismo. Por lo general,
aceptan la demostrabilidad de "hechos individuales", mientras mantienen la posibilidad de
múltiples tramas e interpretaciones. 195 El mismo Hayden White, quien afirma que 'ninguna
otra disciplina está más informada por la ilusión de que los "hechos" se encuentran en la
investigación en lugar de construido por modos de representación y técnicas de
discursivización de lo que es la historia, argumenta que el Holocausto puede ser considerado
como un "enunciado fáctico", que él describe como una "singular proposición existencial".196

Esto cede demasiado a la noción de un pasado reconstruible y, de hecho, a la noción


positivista de que el hecho y la interpretación pueden separarse. La interpretación y, de hecho,
la trama ya están involucradas en la afirmación de que el Holocausto es un hecho. Como
insisten los postestructuralistas, hemos utilizado el lenguaje para darle sentido al mundo,
porque el término "Holocausto" sólo tiene sentido en el lenguaje. De hecho, sin negar de
ninguna manera el asesinato en masa, algunos historiadores perfectamente respetables dudan
de que el término sea la mejor manera de dar sentido a la evidencia. Además, establecer el
hecho no es sencillo. La cuestión de cuándo comenzó el Holocausto ha generado un debate
muy complejo entre los historiadores. Y el hecho "simple" del Holocausto en realidad
consiste en muchos otros hechos: los restos de cámaras de gas, recuerdos de tortura,
memorias, registros judiciales, documentos administrativos, programas políticos, asesinatos,
tratados antisemitas, intenciones, etc. todos ellos están sujetos a debate, pero se han ordenado
de acuerdo con las hipótesis de los historiadores sobre el pasado. Si es legítimo utilizar el
concepto del Holocausto para organizar estos fenómenos, ¿por qué es ilegítimo intentar
relacionar el "hecho" del Holocausto con otros "hechos", desde el ascenso del nazismo al
desarrollo de la guerra en el este? El resultado, por supuesto, sería una narrativa histórica.

De ello no se sigue que cualquier interpretación sea aceptable. Los puntos de vista de los
negadores y "convencionales" del Holocausto son de hecho ambas historias. Ambos son
intentos de darle sentido a un pasado que se puede interpretar de infinitas formas. Sin

194
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196

109
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embargo, la negación es ilegítima porque su método histórico es una farsa. Las preguntas de
los historiadores predicen que si una hipótesis es cierta, se encontrarán ciertos tipos de
evidencia. En efecto, los negadores predicen que no se puede encontrar ninguna evidencia
del asesinato sistemático de los judíos. Cuando se encuentran tales evidencias, en abundancia,
se recurre a la respuesta clásica del teórico de la conspiración: la evidencia se ha plantado.
En otras palabras, el caso de los negadores no puede falsificarse; nada podría contradecir su
hipótesis. La evidencia, por supuesto, podría fabricarse. Pero aquí entra en juego otra de las
reglas del método histórico: la probabilidad. La evidencia del Holocausto es tan abrumadora
que la posibilidad de que toda la evidencia haya sido fabricada es simplemente improbable.
Es tan poco probable que la narrativa de los negadores solo pueda mantenerse en la
ignorancia o la mala fe. En resumen, nunca podremos reconstruir el pasado, y mucho menos
el Holocausto, en un sentido trascendente. Siempre hay, como dicen los posmodernistas, un
"exceso". Tampoco se puede negar que la literatura y el cine pueden contar diferentes tipos
de verdades sobre el Holocausto. Pero los historiadores pueden decidir entre dos respuestas
a una pregunta específica. Al regresar a la corte, el negacionista es condenado no solo por el
"balance de probabilidades", sino "más allá de toda duda razonable".

Los historiadores no suelen ser tan categóricos. Existe un continuo desde los hechos
establecidos de la manera más completa posible, en el sentido de que todos los historiadores
razonables están de acuerdo con ellos, incluido el Holocausto, las guerras mundiales, las
Cruzadas y más, hasta cuestiones más debatibles como las mentalidades campesinas en el
período medieval temprano donde hay cierto acuerdo y mucho debate. En cualquier caso, los
historiadores no reconstruyen el evento, sino que proponen formas más o menos probables
de dar sentido a lo que queda del pasado. La cuestión de la objetividad no puede resolverse
recurriendo a los opuestos binarios del relativismo y la reconstrucción; el hecho de que las
afirmaciones de verdad no puedan establecerse de manera absoluta no significa que no
puedan establecerse en absoluto.

La segunda pregunta puede resolverse más brevemente. Una vez que se acepta que el
Holocausto es un hecho, ¿los historiadores y otros tienen la libertad de elegir cómo
representarlo? Wulf Kansteiner cree que las historias fácticas correctas pueden utilizarse para
casi cualquier propósito político. Uno podría tener puntos de vista racistas, fascistas,
estalinistas o democráticos de cualquier evento dado, cada uno de los cuales sería
fácticamente correcto. Uno podría distinguir entre ellos sólo sobre bases morales o políticas,
no sobre la base de sus afirmaciones de verdad. 197 En cierto sentido, Kansteiner tiene razón.
La afirmación de que los nazis asesinaron sistemáticamente a seis millones de judíos no
puede ser refutada históricamente, pero puede ser interpretada como una tragedia o
lamentablemente, por los antisemitas como una legítima venganza. También es cierto que el
historiador tiene poco control sobre las conclusiones morales que se extraerán de su trabajo;
incluso si un historiador comienza con una pregunta motivada por una preocupación moral
particular, no hay garantía de que el lector interpretará su/ sus hallazgos de la manera
esperada. Hay que luchar por la moralidad social y políticamente. Sigue siendo posible
distinguir analíticamente entre declaraciones históricas y morales. El mismo hecho de que
podamos demostrar que el significado de la escritura histórica varía según el contexto
depende de nuestra capacidad para distinguir estos dos tipos de afirmaciones. Los

197

110
111

historiadores, como ciudadanos, tienen el derecho, quizás incluso el deber, de discutir las
implicaciones morales de su trabajo, pero no pueden reclamar una experiencia especial en
moralidad. La moralidad es una cuestión de la sociedad en su conjunto. No se deriva
automáticamente del trabajo histórico, sino que se le atribuye por un contexto cultural.
Aunque inevitablemente se extraerán lecciones morales, en términos analíticos no son lo
mismo que cuestiones interpretativas, como por qué y cómo ocurrió el Holocausto y quién o
qué fue el responsable. Aquí el historiador puede reclamar alguna habilidad especial.

7.7 Agencia e idioma

Las oposiciones binarias, como la que existe entre la objetividad y el relativismo, no son más
útiles para comprender el problema de la estructura y la agencia. Vimos en nuestra discusión
sobre los Democratic Subjects que la idea de que la agencia humana se construye a través del
lenguaje es problemática. Los idiomas no pueden hacer nada. Solo las personas y las fuerzas
naturales pueden actuar sobre el mundo y cambiarlo. Sin las personas y sus capacidades
físicas no habría lenguaje. Sin embargo, es igualmente cierto que sin el lenguaje la acción
humana sería aleatoria y sin sentido. Sin embargo, es igualmente cierto que sin el lenguaje la
acción humana sería aleatoria y sin sentido. El lenguaje y la agencia son en realidad
inseparables. Joyce reconoció esto al describir a Bright como moldeado simultáneamente por
condiciones lingüísticas y culturales, y como usando estas condiciones para modificar su
mundo. Joyce restaura la reciprocidad del lenguaje y la agencia, pero a costa de abandonar
el principio de que las estructuras binarias del lenguaje dan al mundo todo el significado que
tiene.
Algunos historiadores, incluido Joyce en trabajos posteriores, han visto la teoría lingüística
del ruso M.M. Bakhtin (1895-1975) como una alternativa más convincente al
postestructuralismo (aunque hay que tener en cuenta que escribió como crítico del
estructuralismo y que el postestructuralismo le era desconocido). Mientras que los seguidores
de Saussure sostenían que las estructuras formales del lenguaje producían significado,
Bakhtin argumentó que el lenguaje debería analizarse como un sistema dinámico en el que
el escritor, el lector y el contexto trabajan juntos para producir significado. En otras palabras,
el significado surge del diálogo entre personas, es dialógico.

El lenguaje es dialógico en el doble sentido de que el escritor se basa y modifica, consciente


e inconscientemente, todo tipo de ideas preexistentes (como hizo Bright). El hablante
también intenta anticipar las reacciones del oyente y, por lo tanto, incorpora algo de sus
puntos de vista en el trabajo. Cualquier texto dado es multi-vocal o heteroglósico en el sentido
de que contiene junto a las voces del autor, las de sus fuentes e influencias inconscientes, y
las voces de la audiencia, todas emitidas en términos de estructuras narrativas. Por lo tanto,
John Arnold sostiene que los registros de interrogatorios de la Inquisición deben tratarse
como heteroglósicos. Contienen voces de interrogador e interrogado, así como discursos
contrapuestos de herejía, confesión, crimen y sexualidad. En estos textos no hay voz, solo
voces, que no pueden separarse completamente unas de otras. 198
El enfoque bakhtiniano también permite la capacidad del oyente para usar y modificar las
voces dominantes y no necesariamente de las formas previstas por el hablante. Bakhtin
consideraba que el parole (lenguaje hablado) y langue (reglas del lenguaje) eran inseparables,

198

111
112

por lo que los oyentes podían modificar las reglas y los significados. Así, la historiadora
Evelyn Brookes Higginbotham argumentó que el racismo en los estados del sur de América
era un "metalenguaje", en el sentido de que atribuía características negativas a los
afroamericanos y legitimaba la discriminación contra ellos. Pero la idea de raza también fue
asumida por los nacionalistas negros, investida de características positivas y utilizada como
fuerza de liberación.199
El enfoque de Bakhtin conserva las ventajas del postestructuralismo: el análisis de dosis de
los textos, el rechazo de la idea de que una categoría primordial, como la clase o la biología,
nos permite explicar la naturaleza de nuestras fuentes o del curso de la historia
(esencialismo). Pero también, es más fuerte que el postestructuralismo en el sentido de que
permite tanto la agencia humana (no necesariamente la agencia individual o consciente)
como la estructura social y lingüística, sin pretender que una sea primaria. 200

7.8 Conclusión

La historia ha sobrevivido al postestructuralismo. Muchos historiadores continúan


escribiendo como si el postestructuralismo, de hecho, la teoría de cualquier tipo no existiera.
Sin embargo, la sutil influencia del postestructuralismo se ha extendido por la profesión,
desplazando el objeto de la atención de los historiadores de las estructuras sociales a la
cultura. Los historiadores se han vuelto algo más cautelosos con las simplificaciones
esencialistas y están algo menos inclinados a afirmar que pueden reconstruir el pasado.
Mientras tanto, los postestructuralistas se han retirado en gran medida del escepticismo
radical defendido por Berkhofer y otros, aunque algunos han abrazado un relativismo sin
salida. Ambos lados tienen menos probabilidades que en el pasado de pensar en términos
polarizados de objetividad versus relativismo o estructura versus agencia. La historia ha
vuelto a la rutina. Una nueva investigación nos dice más de lo que ya sabemos. El
postestructuralismo fue productivo tanto, si no más, porque suscitó nuevas preguntas, como
por su innovación metodológica. Puede que haya llegado el momento de plantear nuevas
preguntas.

199
200

112
113

8. Psicoanálisis e historia

Garthine Walker

Sigmund Freud (1856-1939) acuñó el término "psicoanálisis" en 1896. Freud fue uno de
varios pensadores que cuestionaron la idea, popular en algunos sectores del siglo XIX, de
que los seres humanos eran criaturas racionales que siempre actuaban con pleno
conocimiento de lo que estaban haciendo. Sugirió que los impulsos inconscientes
influenciaban el comportamiento de las personas. Las ideas de Freud, como las de Darwin y
Marx, han impactado profundamente en la idea que tienen los seres humanos de sí mismos.
Su concepto del inconsciente, el uso de la libre asociación y el énfasis en la importancia de
los sueños informaron movimientos como el dadaísmo y el surrealismo en las artes visuales
y obras de ficción como la novela Las olas de Virginia Woolf. Sus ideas también influyeron
en la escritura histórica. Los biógrafos comenzaron a explicar los rasgos de personalidad
refiriéndose al pasado de sus sujetos. Los historiadores se interesaron más por la causalidad.
Antes de Freud, los historiadores no se preocupaban mucho por las causas u orígenes de los
fenómenos históricos, sino que estaban más interesados en juzgar cuán grandes eran ciertos
individuos. Después de Freud, era más probable que los historiadores consideraran que las
personas podrían haber sido influenciadas inconscientemente por causas que desconocían.

La teoría psicoanalítica explícita, goza de un estatus intelectual algo incierto. A pesar de


muchos adeptos a la crítica literaria y cultural, y a la práctica terapéutica, los psicólogos
académicos tienden a rechazarla. Su recepción por los historiadores ha sido mixta. En 1958
William L Langer, (entonces presidente de la Asociación Histórica Estadounidense),
proclamó que la incorporación del "psicoanálisis y sus desarrollos y variaciones'' en la
investigación histórica era el camino a seguir para la disciplina. 201 Las décadas transcurridas
desde entonces, aunque no han presenciado ningún cambio de paradigma del tipo previsto
por Langer, han escuchado varios de estos llamados de atención. 202 La teoría psicoanalítica
ha hecho una contribución particular a los campos de la biografía histórica, la brujería
moderna temprana y los estudios del Holocausto. Es atractivo para los biógrafos porque
proporciona una manera útil, dirían algunos, fácil de dar unidad a una vida.
En los dos últimos casos, la conducta que debe estudiarse se considera "irracional" o producto
de un "trauma" y está anclada en el inconsciente.203 Las ideas y el vocabulario psicoanalíticos
también han permeado la escritura histórica en forma de supuestos populares de "sentido
común" sobre el comportamiento humano. Sin embargo, no hay consenso. Mientras que
algunos argumentan que las tareas del historiador y del psicoanalista son similares, 204 otros

201
202
203
204

113
114

mantienen su distinción e incompatibilidad.205 En general, el psicoanálisis explícito se ha


mantenido al margen del proyecto histórico. 206

Se han dado varias razones para este estado de cosas: "la abrumadora mayoría" de los
historiadores "no han sido analizados", por lo que "probablemente" no logran comprender el
psicoanálisis y sus objeciones... provienen de profundas fuentes emocionales; tienen una
"perspectiva empírica estrecha" y no "logran enfrentarse a los desafíos teóricos"; temen que
el psicoanálisis socave la tradición humanista de la explicación histórica. 207 Todas estas
pueden ser críticas válidas en el sentido de que pueden aplicarse a ciertos individuos. Pero la
profesión histórica es extremadamente diversa. La teoría psicoanalítica no atrae a muchos
historiadores porque parece asumir constantes históricas y esencialismo. Según Freud, "los
procesos mentales inconscientes" son: "atemporales"'. No están ordenados temporalmente,
el tiempo no los cambia de ninguna manera y la idea de tiempo no puede aplicarse a ellos. 208
Muchos historiadores favorecen las tradiciones teóricas que enfatizan el anti-esencialismo.
Una posición antiesencialista niega que las respuestas particulares surjan universalmente de
causas determinadas: no se puede interpretar que los sentimientos ambiguos hacia el propio
hijo surjan inevitablemente de la condición del parto y la maternidad, por ejemplo. Incluso
cuando las cosas han parecido constantes, no se sigue que deban ser un paso constante a la
opresión de las mujeres. El aparente esencialismo de la teoría psicoanalítica que parece
volverla ahistórica explica en cierto modo su escaso impacto entre los historiadores.

Sin embargo, el psicoanálisis ha estado lejos de estar estancado. Durante el último siglo, han
surgido innumerables posiciones teóricas. Algunos teóricos han cuestionado la importancia
del esencialismo. Otros han explorado la relación entre los impulsos biológicos y la cultura.
Ciertos académicos han afirmado que versiones particulares del psicoanálisis son históricas
y bastante compatibles con el cambio histórico, argumentando que pueden investigar la
"expresión variada en diferentes tiempos y lugares" de impulsos y fantasías universales. 209

En este capítulo, esbozaré algunos puntos destacados para los historiadores de ciertos tipos
de teoría psicoanalítica y examinaré y evaluaré ejemplos de su influencia en la escritura
histórica real. He distinguido entre tres cuerpos de pensamiento: primero, el psicoanálisis
freudiano y la psicología del yo; segundo, la teoría de las relaciones objetales desarrollada
por Melanie Klein; tercero, la modificación que hace Julia Kristeva del psicoanálisis
lacaniano. Existen muchas más variantes que esta y no intento resumir todas las
preocupaciones principales ni siquiera de estas tres. Más bien, presento en términos breves
y, por lo tanto, simplificamos algunas de sus características para considerar su uso por parte
de los historiadores. Mientras que los críticos de la teoría psicoanalítica se han centrado
convencionalmente en la fragilidad de sus afirmaciones de verdad o se han involucrado en

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208
209

114
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ataques ad hominem contra Freud, examino la mecánica de los argumentos de la escritura


histórica práctica informada por ideas psicoanalíticas. 210

8.1 Algunos conceptos freudianos

Como el marxismo y el darwinismo, la teoría de Freud es estructural. Aunque trata de la


psique individual, no privilegia la agencia o elección individual. El psicoanálisis freudiano
enfatiza la estructura tripartita de la personalidad. Primero, el ello, el inconsciente, donde las
actividades mentales ocurren sin la conciencia del individuo pero que afectan su
comportamiento. El inconsciente contiene impulsos e impulsos humanos universales, los
instintos biológicos primitivos del sexo y la agresión. Los sueños, la asociación libre, los
lapsus de la lengua, el arte y los comentarios hechos bajo hipnosis brindan acceso al
inconsciente. En segundo lugar, el ego, la mente consciente, que implica la percepción, la
comprensión y la toma de decisiones. Experimentamos esta parte de la personalidad como
"yo" o "mismo". En tercer lugar, el superyó, los ideales y valores derivados del entorno
familiar y cultural, como las costumbres sociales y los tabúes. De estos tres, el inconsciente
es el concepto clave. Freud no inventó la idea de motivación inconsciente, que los
sentimientos o impulsos que desconocemos influyen en nuestro comportamiento. En el siglo
XVII, Pascal, por ejemplo, observó: "El corazón tiene sus razones por las cuales la razón no
sabe nada". 211Pero Freud desarrolló la noción de que una entidad mental llamada
inconsciente existe realmente y contiene verdades reales sobre nosotros mismos. De ahí el
término "desliz freudiano", según el cual una persona conscientemente quiere decir una cosa,
pero su inconsciente se abre paso con un desliz de la lengua para revelar sus "verdaderos"
sentimientos. Freud también adaptó conceptos preexistentes de "represión", (la idea de que
las experiencias dolorosas se mantienen fuera de la conciencia), y "proyección", que las
personas proyectan sentimientos de ansiedad y culpa en los demás y atacan a la defensiva,
de modo que estos sentimientos hostiles son experimentados como parte del mundo externo
en lugar de internamente. Estos fenómenos psicológicos se reconocen tanto dentro como
fuera del psicoanálisis.

Freud afirmó que todos los individuos pasan por ciertas etapas: oral, anal, fálica y genital del
desarrollo de la personalidad. Un momento crucial en este viaje se denomina complejo de
Edipo, en honor al héroe mítico griego que, sin saberlo, mató a su padre y se casó con su
madre. Dentro de la teoría freudiana, los niños experimentan el complejo de Edipo durante
la etapa fálica de desarrollo, entre los tres y los cinco años. El niño tiene un deseo sexual
instintivo por su madre. Por tanto, comienza a ver a su padre como un rival por el amor de
su madre, de ahí el deseo de eliminar a su padre matándolo o castrándolo. Pero el niño teme
represalias, sobre todo a ser castrado él mismo. Surge un conflicto entre, por un lado, amar a
su madre y odiar a su padre y por otro, la autoconservación. Este último gana y el niño
reprime sus sentimientos de amor y odio sexual hacia sus padres. La etapa edípica termina
con la entrada del niño en la etapa genital. Habiendo reconocido la superioridad masculina
de su padre, se identifica con él más que con su madre. Freud denominó un proceso más o
menos comparable para las niñas como el complejo de Electra, en honor a la mujer mitológica
que mató a su madre para vengar el asesinato de su padre por la madre. En el mito griego,

210
211

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116

Electra atrae a su madre a la muerte apelando a sus instintos maternos y después de matarla
se siente abrumada por el remordimiento. Freud no teorizó claramente el complejo femenino.
Desde entonces, las teóricas psicoanalíticas feministas han desarrollado versiones del
inconsciente femenino. 212

Además de enfatizar la estructura, el psicoanálisis freudiano enfatiza el conflicto más que el


consenso. El conflicto ocurre entre las tres partes de la personalidad. Por ejemplo, los miedos
conscientes de un niño a las represalias entran en conflicto con su deseo sexual instintivo por
su madre y, por lo tanto, reprimen ese impulso dentro del inconsciente. A su vez, los impulsos
sexuales reprimidos producen ansiedad, junto con el miedo, la culpa y la vergüenza asociados
con las fantasías sexuales y agresivas. El conflicto inconsciente que surge de estas
experiencias infantiles determina el comportamiento en la edad adulta. De hecho, todas las
variantes de la actividad humana son causadas por la interacción inconsciente y el conflicto
entre los dos impulsos instintivos: los impulsos sexuales, que están asociados con el
comportamiento constructivo y el instinto de muerte, la fuente de todos los impulsos
destructivos. Esto coloca un signo de interrogación sobre cuánto espacio para la elección
individual o colectiva hay dentro de la teoría. En general, el psicoanálisis freudiano es una
teoría estructural esencialista basada en la biología. Donde un marxista buscaría el interés
económico subyacente, un freudiano podría intentar explicar la historia en términos de los
conflictos inconscientes no resueltos del sujeto histórico.

La psicología del ego, iniciada por Anna Freud (la hija de Freud) y desarrollada por Heinz
Hartmann y Erik Erikson, sigue los parámetros del psicoanálisis freudiano, manteniendo una
preocupación por el significado de los impulsos biológicos. Se considera que la personalidad
se desarrolla desde el dominio del inconsciente en la infancia hasta el control consciente del
adulto sobre el mundo interno y externo. En la formulación de Erikson, la sociedad y la
cultura (en forma, por ejemplo, de oportunidades económicas y métodos de crianza de los
niños) influyen en la forma en que los adultos se comportan y dan sentido a sus experiencias.
Los individuos absorben e internalizan valores culturales para que su ego funcione
apropiadamente dentro de su sociedad particular. En la superficie, hay menos determinismo
biológico en la psicología del yo que en el freudianismo clásico. Sin embargo, la teoría
depende de la premisa de que los humanos están programados biológicamente para adaptarse
a su cultura como parte de la lucha por la supervivencia. La psicología del ego se desarrolló
en un marco de funcionalismo y comparte características con la teoría de la modernización.
Por ejemplo, el consenso se considera positivo y el conflicto negativo. La falta de
conformidad es el resultado de una falta de adaptación deseable al entorno social. La
psicología del ego asume una dirección histórica necesaria hacia una mayor estabilidad del
ego y una adaptación más exitosa al entorno.

Aplicación en la escritura histórica del freudianismo

Encontramos que la teoría psicoanalítica freudiana informa particularmente biografías


históricas, como El joven Lutero de Erik Erikson (1958) y el Estudio de E. Victor Wolfenstein
sobre Lenin, La personalidad revolucionaria (1973).213 El mismo Freud publicó una

212
213

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117

psicobiografía de Leonardo da Vinci (1910). El ejemplo que analizo aquí es un examen de


Bismarck por Otto Pflanze.214 Otto von Bismarck fue primer ministro de Prusia y es en gran
parte responsable de la unificación de Alemania en 1871, después de lo cual se convirtió en
el primer canciller del Imperio alemán.

La teoría psicoanalítica permite a Pflanze reconciliar dos afirmaciones contradictorias hechas


por Bismarck. En 1838, a los 23 años, Bismarck escribió en una carta que no estaba motivado
para ser un gran estadista por el patriotismo sino por "la ambición, el deseo de mandar, ser
admirado y hacerse famoso". En 1874, a la edad de 59 años, Bismarck se describió
contrariamente a sí mismo ante el parlamento prusiano como "un estadista disciplinado que
se subordina a las necesidades y requisitos totales del estado en interés de la paz y el bienestar
de mi país".215 Pflanze explica la diferencia entre estos dos pronunciamientos no en términos
de sus diferentes contextos y audiencias, sino en términos psicoanalíticos:

... el Bismarck de 1874 seguía siendo el Bismarck de 1838. Lo ocurrido puede entenderse en
términos de un proceso psíquico común ... Los impulsos instintivos que la conciencia no
puede tolerar son reprimidos (es decir, "devueltos al ello") o proyectados (es decir,
"desplazados al mundo exterior"). Bismarck proyectó su búsqueda de poder y renombre en
el estado prusiano. Metas que habrían sido intolerables si se hubieran concebido como
personales, podrían, cuando se concibieron como en los intereses del estado o del bienestar
público, buscarse sin un sentimiento de culpa ... [y] por lo tanto aceptables para su
conciencia.216
La razón por la que Bismarck experimentó este conflicto era que entre estas dos fechas había
sufrido una conversión religiosa y por lo tanto, se vio obligado a "proteger su ego del aguijón
de la conciencia". La ambición de Bismarck de 1838 había sido reprimida en 1874. Esto
demuestra cómo la teoría psicoanalítica puede perpetuar la igualdad y no permite el cambio
histórico. El psicoanálisis permite evidenciar que los conflictos se interpretan como si
tuvieran el mismo significado. Una teoría que permite que la evidencia y la falta de evidencia
conduzcan a la misma conclusión es obviamente muy problemática.

Pflanze también se basa en el psicoanálisis para argumentar que Bismarck era un personaje
"narcisista fálico", basándose en las descripciones de Wilhelm Reich de 1933 de los tipos de
personalidad freudianos. Los tipos "fálico-narcisistas" son: seguros de sí mismos, a menudo
arrogantes, elásticos, vigorosos y a menudo, impresionantes ... La expresión facial suele
mostrar rasgos masculinos duros y afilados. Tienen una manera agresiva; los "tipos francos
tienden a alcanzar posiciones de liderazgo en la vida" y así sucesivamente. Tales tipos tienen
"una identificación del ego total con el falo", "serias decepciones" en la etapa genital de la
relación con la madre y un hogar en el que la madre era la progenitora más fuerte. Pflanze
superpone esto al carácter y al pasado de Bismarck. (Afirma que la teoría psicoanalítica
proporciona "trajes de carácter" en los que vestirse y adaptarse a los personajes históricos.)
Pflanze escribe que Bismarck "indudablemente" mostró "una masculinidad bastante
exagerada". Como estudiante, Bismarck había peleado 25 duelos en tres semestres. Se jactaba
de su capacidad para beber seis botellas de vino sin emborracharse ni vomitar. Tenía

214
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tendencias exhibicionistas, bebiendo una botella entera de vino de un trago para impresionar
a los oficiales reunidos.217

Pflanze ve los eventos de la vida temprana de Bismarck a la luz de la situación edípica


asociada con el tipo de carácter fálico-narcisista. Cita una carta en la que Bismarck recuerda
los sentimientos de su niñez hacia sus padres: “A menudo me parecía que (mi madre) era
dura, fría conmigo. De pequeño la odiaba. Por el contrario, Bismarck escribió que "realmente
amaba" a su padre, pero se arrepintió porque a veces, (decía) "fingí amarlo ... cuando por
dentro me sentía duro y sin amor debido a sus aparentes debilidades". La carta parece
ajustarse a la teoría freudiana solo en lo que respecta al padre. Bismarck siente una
ambivalencia edípica hacia su padre, sintiéndose a veces amoroso y otras veces sin amor.
Esta ambivalencia es causada por una mezcla de respeto por la autoridad de su padre y celos
por su posesión de la madre de Bismarck. Según la teoría, Bismarck debería haber sentido
amor por su madre, no odio. Pero aquí, Pflanze opera un notable cambio de perspectiva típico
del psicoanálisis. “Hacia su madre expresó un sentimiento de culpa, pero sin ambivalencia ni
amor". Sin embargo, las apariencias engañan, y aquí también Bismarck se ajusta al patrón.
La evidencia que entra en conflicto con la teoría psicoanalítica - que Bismarck odiaba más
que amaba a su madre - está hecha para ajustarse a la teoría después de todo. Porque es un
fenómeno común dentro del psicoanálisis que los fuertes sentimientos negativos hacia el
padre del sexo opuesto resultan ser ... lo opuesto de lo que pretenden ser. Interpretada de esta
manera, la actitud de Bismarck hacia su madre debe interpretarse como amor más que como
odio.218

Efectivamente, la teoría se confirma tanto si hay evidencia como si no. El psicoanálisis


freudiano parecería, por tanto, incompatible con el método histórico porque su naturaleza de
autoconfirmación significa que no puede contrastarse con la evidencia. Pflanze ejemplifica
cómo los psicohistoriadores pueden llegar al pasado con su explicación ya en la mano. La
teoría psicoanalítica se trata como si constituyera un cuerpo de leyes universales. El pasado
se aplica al modelo en lugar de probar el modelo o la hipótesis con la evidencia.

Si bien este tipo de psicohistoria se produjo principalmente en las décadas de 1960 y 1970,
las suposiciones freudianas continúan llevando a los historiadores a tratar los documentos
históricos como si nos permitieran "reconstruir la vida mental de un individuo", para
identificar "los temas de -esa persona- psicología", y ver en los manantiales de ... la
personalidad, los motivos y las emociones. 219 El problema de leer textos de esta manera no
es, por supuesto, un problema para el psicoanálisis freudiano. Es irrelevante si el sujeto
describe respuestas a eventos externos "reales" o internos imaginarios porque lo que importa
es la construcción individual de la realidad, que se basa en la necesidad de contener la
expresión de la libido y la pulsión de muerte.220 Pero la teoría psicoanalítica también permite
que la ansiedad surja de factores externos, y el historiador no tiene forma de determinar si
los orígenes son internos o externos en un caso particular. Además, los psicoanalistas han
reconocido que la suya no es una teoría predictiva y han advertido contra la "transposición

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hacia atrás", reduciendo las situaciones humanas al 'precursor más temprano, más simple e
infantil que se supone que es su "origen".221Sin embargo, esto es precisamente lo que intentan
las psicohistorias freudianas, produciendo así argumentos esencialistas, circulares e
infalsificables.

8.2 Teoría de las relaciones de objeto y Melanie Klein

La teoría de las relaciones objetales es un desarrollo del psicoanálisis freudiano, así


etiquetado porque se centra en el primer año de vida cuando el infante aprende a distinguirse
(sujeto), de los "objetos" con los que entra en contacto. Los objetos en cuestión son personas
(principalmente la madre) o partes de personas (el pecho de la madre). El bebé inicialmente
experimenta todas las cosas "buenas", como el pecho de la madre, como partes de sí mismo,
y las cosas "malas", como el dolor, como externas. Aunque el concepto de inconsciente sigue
siendo central, la experiencia de los individuos se explica en términos psicosociales. En lugar
de que el impulso primario sea una necesidad biológica de expresar los impulsos sexuales y
agresivos, es social: una necesidad de entablar relaciones con otros humanos. El deseo de
relaciones personales explica el impulso sexual (la necesidad de expresar intimidad) y la
agresión (la necesidad de expresar frustración). En una relación madre-hijo ideal y
romantizada, la psique del bebé no está en conflicto ni está dividida. Sin embargo, los
conflictos psicológicos y las escisiones se originan en experiencias frustrantes con el objeto
materno. Al prestar especial atención a la primera relación madre-hijo en el período
preedípico, los teóricos de las relaciones objetales ponen la maternidad en primer plano y
minimizan el complejo de Edipo centrado en el padre. Esto ha sido atractivo para algunas
feministas. Es problemático desde ciertas perspectivas feministas la naturalización de la
maternidad en la teoría de las relaciones objetales, que podría implicar que la maternidad está
determinada biológicamente más que construida socialmente. Las teóricas feministas de las
relaciones objetales han llamado la atención sobre la forma en que los discursos sobre la
maternidad se construyen ideológicamente. Dado que el individuo es interpretado en un
contexto y las relaciones sociales son fundamentales para la construcción del yo, la teoría de
las relaciones objetales es quizás más compatible con el análisis histórico que el psicoanálisis
freudiano. Sin embargo, la característica definitoria de la existencia humana permanece
biológicamente arraigada en el impulso de entablar relaciones con los demás.

A diferencia de los teóricos posteriores de las relaciones de objeto que postularon una etapa
preedípica idealizada y una imagen optimista de las relaciones madre-hijo, Melanie Klein,
cuyos trabajos se publicaron entre 1919 y 1961, enfatizó las ansiedades agresivas,
frustraciones y escisiones que el infante experimenta en relación al pecho. 222 Klein fue el
primero en argumentar que los bebés inicialmente se relacionan con partes, como el pecho,
más que con la madre como tal. Este modo de identificación ("posición esquizo-paranoide")
es finalmente reemplazado por la capacidad del bebé para relacionarse con objetos
completos, como la madre (la "posición depresiva"). Klein también creía que la psique
infantil se experimenta en el mundo interior de la "fantasía". Los impulsos instintivos de
deseo y agresión de Freud, y las emociones negativas de envidia, codicia y pérdida, se tratan
dentro de este reino de la fantasía. El niño experimenta en la fantasía el pecho de la madre

221
222

119
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dividido en bueno (gratificante) y malo (frustrante). El infante pretende incorporarse e


identificarse con el pecho bueno, que representa el instinto de vida, y proyecta sobre el pecho
malo la ansiedad provocada por el instinto de muerte.

Mientras que otros teóricos de las relaciones objetales llegaron a enfatizar la unidad
fundamental de la psique infantil, el mundo infantil interno de Klein nunca está unificado.
Aunque el yo del bebé se desarrolla hacia la integración, tiende a fragmentarse y dividirse en
bueno y malo como una forma de lidiar con la ansiedad. La ansiedad en sí es una acción
defensiva que protegemos al ego de la destructividad de la pulsión de muerte. Poco a poco
surge una psique más integrada y el bebé comienza a temer que sus propios impulsos
destructivos puedan haber destruido a la madre o al pecho. Esto introduce sentimientos de
ambivalencia (rabia, y luego, culpa y pérdida por la destrucción fantasiosa del objeto malo,
así como amor) hacia la madre, que ahora se ve como un todo que encarna tanto el mal como
el bien. Esta "posición depresiva" presagia un proceso de "reparación", en el que el niño
experimenta fantasías reparadoras en las que el daño causado a los objetos se deshace. Si
bien ahora se fantasea a la madre como un objeto completo, el bebé todavía no distingue
completamente a la madre del padre. Esta falta de diferenciación es posible porque el bebé
no identifica a una madre "real" completa. Para Klein, la madre es una construcción fluida
de los deseos y ansiedades del bebé.

Klein identificó la envidia como una emoción clave que impregna esta etapa temprana de la
infancia. La envidia implica el deseo de ser tan bueno como el objeto envidiado (el pecho
bueno) y cuando se siente imposible, el objeto es atacado para eliminar la fuente de los
sentimientos de envidia. Pero el bebé odia y envidia también el pecho malo. Esta envidia
suele tratarse en el proceso de resolución de los sentimientos de rivalidad edípicos; si sigue
siendo poderoso, la etapa edípica no se resuelve con éxito.

El problema para los historiadores no es que este cuerpo de teoría sea "incorrecto", como
afirman a menudo los críticos. Más bien, la teoría de las relaciones de objeto, como el
freudianismo clásico, se basa en construcciones imaginativas que no pueden ser falsificadas,
refutadas. No tenemos ningún medio para discriminar entre interpretaciones. Esto lo hace
incompatible con un método histórico que se basa en probabilidades relativas.

Un ejemplo de la teoría de las relaciones de objeto de Melanie Klein que informa la


escritura histórica

En “¡Brujería y fantasía en la Alemania moderna temprana”, Lynda! Roper sostiene que para
comprender la brujería debemos prestar atención a los "temas imaginativos" de los casos. 223
Estos temas son maternos. Los motivos de las narrativas de brujería eran el amamantamiento,
el parto, la alimentación y el cuidado de los niños. Varias brujas acusadas estaban mintiendo
en sirvientas; sus acusadores eran madres recién paridas; los testigos eran otras mujeres para
las que habían trabajado las camareras. Roper pregunta por qué las acusaciones de brujería
tomaron esta forma y por qué algunas criadas mentirosas acusadas confesaron sus crímenes.

223

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121

Ella sostiene que los conflictos psíquicos proporcionan las respuestas a ambas preguntas. Los
conceptos psicoanalíticos son fundamentales para esta conclusión

Con respecto a las madres que acusaron de brujería a las criadas mentirosas, Roper enfatiza
el significado biológico del parto. Las primeras semanas de un bebé fueron un período de
ansiedad para las madres, no solo debido a la alta mortalidad infantil, sino porque este tiempo
podría evocar recuerdos de la propia etapa preedípica de la madre cuando ella "pudo haber
experimentado sentimientos de odio no admitidos e intolerables, así como también amor
hacia su propia madre". 224

Si las cosas salían mal, si la niña enfermaba o moría, estos residuos preedípicos formaban un
guión psíquico dramático que le permitía proyectar su ansiedad y culpa sobre la criada
mentirosa a la que acusó debidamente de brujería.225 Mientras que la mujer moderna puede
internalizar sentimientos de culpa y experimentar depresión posparto, la madre moderna
temprana usó el mecanismo kleiniano de "escisión" para proyectar estos sentimientos en otra
persona. Así, para Roper, la psique moderna temprana está regulada por los mismos estados
inducidos psíquicamente que la moderna. Las doncellas acostadas también estaban marcadas
por sentimientos preedípicos ambiguos, especialmente envidia, porque no tenían ninguna
esperanza de tener familias jóvenes propias. Recurriendo de nuevo a Klein, Roper afirma que
es en la fase preedípica donde se desarrolla la envidia. La admisión de envidia de la doncella
mentirosa podría conducir a una confesión completa de brujería en el contexto de los
primeros entendimientos modernos que asociaban la envidia de una mujer con el deseo de
hacerle daño.

Hay mucho análisis brillante en esto. La identificación de Roper de los conflictos entre
mujeres parece incontrovertible, y su contribución a la comprensión de la naturaleza de estos
conflictos es muy importante. Las preguntas que hace y las áreas que explora deben mucho
a su conocimiento del psicoanálisis y, en este sentido, su uso ha sido claramente productivo.
Pero cuando miramos la mecánica de su argumento, el psicoanálisis juega un papel menor y
a veces redundante.

A los críticos de la psicohistoria les gusta denunciarla por sus argumentos circulares.
Siguiendo la afirmación de Kari Popper de que las proposiciones psicoanalíticas son
infalsificables, que debido a que son autoafirmables, ninguna declaración puede refutarlas,
han argumentado que los historiadores no pueden usar legítimamente las ideas
psicoanalíticas. 226 Roper admite que su argumento puede parecer circular. De hecho, parece
adoptar positivamente la circularidad: "esta dificultad conceptual", dice, "es inherente al uso
productivo de las ideas".227

Esta es una afirmación infalsificable: es difícil concebir algún tipo de evidencia sobre la
maternidad que no confirme la presencia de apego o conflicto o ambos. Por otro lado, dice,
“la forma que pueden tomar esos conflictos y las actitudes que las sociedades se adaptan a

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227

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ellos pueden cambiar. Este ...es el territorio del historiador.228 En otras palabras, los
historiadores pueden investigar las diversas formas que adoptan las emociones invariables.
El hecho de que existan formas múltiples hace que cualquier raíz común sea académica o la
convierte en una mera influencia entre muchas. Roper ha limitado efectivamente el alcance
del psicoanálisis al admitir que todos los aspectos del comportamiento humano no pueden
reducirse a mecanismos psíquicos básicos. Esta concesión, que el psicoanálisis debe
utilizarse junto con otras formas de investigación, ya que por sí solo no puede proporcionar
una explicación, es sin duda una ganancia teórica.

Sin embargo, el estatus explicativo del psicoanálisis se reduce más de lo que Roper parece
darse cuenta. La explicación de Roper de por qué las primeras mujeres modernas a veces
proyectaban su culpa en las acusaciones de brujería, mientras que las madres modernas son
más probablemente etiquetadas como depresivas, es una gama de suposiciones culturales
históricamente arraigadas sobre el parto, el cuerpo y las mujeres. El argumento es muy
convincente. La predisposición psicológica hacia la culpa y la envidia entra en la explicación
sólo en el nivel de un potencial, un potencial que no descarta nada. ¿Quién sabe qué "formas"
tomará el conflicto psíquico en el futuro? Además, el período posnatal a menudo transcurría
sin incidentes, como señala Roper, y presumiblemente, incluso cuando las cosas iban mal,
no siempre seguía una acusación de brujería. En efecto, una confluencia de factores históricos
explica la respuesta a un conflicto psicológico que podría resultar de algo que salió mal en
el período de posparto. Éstas son calificaciones serias sobre el poder explicativo del
psicoanálisis. El costo de sortear el problema de la circularidad ha sido conceptualmente
eliminar los conflictos psíquicos del centro del análisis.

Detrás de esto hay una cuestión lógica. En realidad, Roper clasifica sus dos tipos de
causalidad jerárquicamente. Las circunstancias históricas explican la "forma" que toman los
conflictos psíquicos, lo que implica que estos últimos son una especie de base. La psicología
es primaria y la historia secundaria. Pero esta jerarquía es difícil de mantener. Dado que un
resultado conductual dado (la acusación de brujería) depende de dos conjuntos de causalidad:
(a) conflictos psíquicos arraigados en la fase preedípica, y (b) una gama de circunstancias y
fenómenos históricos229, si (a) o (b) fueron retirados, la acusación de brujería ya no seguiría.
Como tanto (a) como (b) son necesarios para la explicación, no podemos decir cuál es más
importante.
La teoría psicoanalítica impregna el argumento de Roper. Sin embargo, también opera una
forma de análisis en la que, si lo entiendo correctamente, fue "la organización social de la
maternidad" la que hizo posible los sentimientos ambivalentes de la madre hacia el niño, de
modo que 'se disponía de cierto tipo de guión dramático psíquico en caso necesario las cosas
van mal. 230

La idea de "guiones disponibles" podría implicar que se podrían usar otros guiones también
o en su lugar y que las mujeres involucradas tenían un grado de agencia en términos de su

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respuesta a la adversidad. 231 Se hace un reclamo por la primacía de la explicación


psicoanalítica, el análisis real es multicausal.

En resumen, aunque en teoría, ya veces en la práctica, Roper aplica la teoría psicoanalítica


de una manera que sugiere esencialismo biológico, circularidad e infalsificabilidad, también
la integra en un análisis más histórico y fructífero. Parece totalmente posible responder a
quienes abogan por el rechazo total de la teoría psicoanalítica con evidencia de que, en la
escritura histórica práctica, una creencia en la causalidad psíquica no tiene por qué conducir
al determinismo histórico.232

8.3 El psicoanálisis lacaniano y Julia Kristeva

Al igual que Klein, Jacque Lacan negó que el ego sea una estructura unificada y coherente,
y postuló que la escisión es el proceso de desarrollo fundamental. Además, como la teoría de
las relaciones objetales, el psicoanálisis de Lacan se basó en construcciones imaginativas que
no pueden ser refutadas. Sin embargo, el psicoanálisis lacaniano, fuertemente influenciado
por la teoría lingüística postestructuralista, ofrece una crítica rigurosa de la teoría de las
relaciones objetales. Para Lacan, no existe un yo biológico "verdadero" o "real", ni una
separación entre el yo y la sociedad. Más bien, como el lenguaje, el yo es producido por
relaciones binarias. A Lacan le preocupa cómo el sujeto se forma en la "otredad".

El infante es inicialmente un no sujeto, que no tiene concepto de sí mismo. Esto cambia en


dos divisiones principales. En primer lugar, está la "fase del espejo", que se produce en el
reino "imaginario" preverbal y preedípico entre los seis y los dieciocho meses de vida. La
fase del espejo invoca los opuestos binarios del postestructuralismo. La mirada de
quienquiera que interactúe el niño proporciona, por así decirlo, un espejo en el que el niño se
percibe a sí mismo como un yo unificado. Esta totalidad es ilusoria. La segunda división se
produce cuando el niño entra en el reino "simbólico" del lenguaje; con la apropiación del
lenguaje, el niño se vuelve social. Lo Simbólico es un conjunto de significados externos
incrustados en el lenguaje, que estructuran y definen el orden social y cultural. Estos
significados saturan el inconsciente. El determinismo lingüístico ha reemplazado así al
determinismo biológico de Freud. Sin embargo, los principios postestructuralistas de que los
significados del lenguaje nunca son fijos y que las palabras transmiten múltiples significados
han llevado a algunos a permitir la posibilidad teórica de cambio. Para Lacan, el
comportamiento humano no se puede predecir.

El trabajo de Lacan atrae a algunas feministas porque desafía las explicaciones biológicas de
la diferencia sexual: la cultura impone significado a la anatomía, la naturaleza está mediada
por el lenguaje. Lacan también se ocupa directamente del patriarcado. Dentro del reino
simbólico del lenguaje, una ley específica, la Ley del Padre, estructura la cultura. Todas las
experiencias interpersonales, incluida la interacción madre-hijo, se organizan de acuerdo con
esta ley patriarcal y su simbolismo. El complejo de Edipo, por ejemplo, se resuelve mediante
la aceptación de la Ley Simbólica del Padre. Para Lacan, el complejo de Edipo no ocurre
literalmente sino como una transacción lingüística. Escribe sobre el falo más que sobre el

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124

pene como lo hace Freud. El falo es un atributo de poder dentro del reino simbólico del
lenguaje, no la propiedad anatómica de los hombres. El falo también significa el deseo de
plenitud. Por tanto, el deseo no es una fuerza sexual como lo es para Freud, sino una
compulsión inconsciente de luchar hacia la totalidad (inalcanzable). Debido a que el
inconsciente está estructurado como el lenguaje, los deseos inconscientes no reflejan al sujeto
individual sino a la estructura de poder patriarcal de la sociedad. En el orden simbólico
patriarcal, el hombre es el yo y la mujer el "Otro". Por tanto, a la existencia femenina se le
da significado sólo en relación con la masculina. Lacan ha sido criticada por esta eterna
represión de lo femenino y por definir la feminidad en términos patriarcales de carencia. Sin
embargo, algunas teóricas feministas han desarrollado la idea de Lacan de la mujer como
falta u "Otro".

Julia Kristeva (nacida en 1941), como Helene Cixous y Luce Irigaray, ha desarrollado la idea
de la feminidad como marginal y rechazada. Para Kristeva, la posición de la feminidad en el
reino pre-edípico, inconsciente e imaginario le permite desafiar y rechazar los significados
dominantes impuestos por lo Simbólico. Ofrece así una expresión auténtica del yo para las
mujeres (y de hecho para los hombres) más allá de la Ley del Padre. Sin embargo, al hablar
desde lo Imaginario, existe el riesgo de ser engullido por un aterrador reino infantil
caracterizado por la abyección. 233 El concepto de Kristeva de lo "abyecto'' es un reino
informe, ilimitado, húmedo y monstruoso fuera de la cultura que amenaza con llevar la
cultura a caos. La abyección se asocia, sobre todo, a los fluidos corporales y los procesos
corporales del cuerpo de la mujer adulta, que se perciben de manera similar en términos de
disolución de límites y certezas, y permeabilidad, un desdibujamiento entre adentro y afuera,
ejemplificado en la menstruación, la concepción, embarazo, parto, lactancia y menopausia.
La abyección "es el reconocimiento del cuerpo" de que las fronteras y los límites que se le
imponen son en realidad proyecciones sociales, efectos del deseo, no de la naturaleza. 234
Se ha argumentado que Kristeva adopta una visión antiesencialista de la feminidad en la que
la identidad femenina se produce culturalmente en lugar de que biológicamente. 235En
realidad, al tiempo que evita el determinismo biológico, al ver, por ejemplo, que la madre
preedípica abarca tanto la masculinidad como la feminidad, Kristeva evoca una especie de
determinismo cultural. Por ejemplo, el infante experimenta a la madre como todopoderosa y,
por tanto, fálica. Esto es esencialista. Pero Kristeva ofrece más que eso. Ella sostiene que "no
existe una feminidad esencial, ni siquiera una reprimida" que pueda ser revelada o recuperada
por críticos culturales o historiadores. En cambio, analiza los modos de lenguaje femenino y
masculino. 236

Además, gran parte de su formulación podría reformularse para permitir la disponibilidad de


discursos potenciales sobre la feminidad y el cuerpo que mujeres y hombres podrían utilizar
de diversas formas. La asociación de lo abyecto con el propio cuerpo femenino puede verse
como un discurso cultural. En un argumento compatible con la visión del lenguaje de
Bakhtin, Kristeva sugiere que la marginalidad de la abyección significa que las mujeres
pueden apropiarse de ella y usarla de manera positiva. Tampoco relega la feminidad

233
234
235
236

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125

absolutamente al reino imaginario preedípico de Lacan. Las mujeres pueden hablar desde las
posiciones tanto de lo Simbólico como de lo Imaginario. El primero evita que la identidad de
la mujer quede subsumida en la de la madre, mientras que el segundo permite a las mujeres
desafiar y resistir lo que la Ley del Padre presenta como rígidas certezas patriarcales. El
trabajo del análisis es decir quiénes hablan en circunstancias particulares. De manera crucial,
Kristeva también reconoce los aspectos históricos y sociales de cómo entendemos el mundo
y a nosotros mismos. El lenguaje para Kristeva es productivo; no refleja simplemente las
relaciones sociales. La formulación teórica de Kristeva permite un mayor grado de
historización y agencia que la de Lacan. Podría decirse que esto también la alinea tanto, si
no más, con Bakhtin como con Lacan o Derrida. 237

Aplicación en la escritura histórica de la modificación del psicoanálisis lacaniano por


Kristeva

El psicoanálisis de Kristevan informa en parte el análisis de Diane Purkiss sobre la brujería


inglesa. En general, Purkiss debe más a la crítica de Lacan al esencialismo biológico que a
Freud, y al énfasis de Lacan en los aspectos sociales y colectivos de la subjetividad, que
disuelven las distinciones convencionales entre lo individual y lo social. Más
específicamente, Purkiss se basa en Kristeva (y otros de la escuela psicoanalítica feminista
francesa). En "La casa, el cuerpo, el niño", Purkiss identifica y explora temas similares como:
la comida y alimentación, el pecho, la transformación, la transgresión de los límites, en las
historias de brujería de las mujeres a las que trata Roper.238 Purkiss toma prestado lo que ella
denomina una noción "cuasi-psicoanalítica" de fantasía: una historia en la que las personas
expresan y alivian miedos, conflictos y ansiedades inconscientes y conscientes. Ella sostiene
que la fantasía de la bruja como antimama y anti-ama de casa permitió a las primeras mujeres
modernas "negociar los miedos y ansiedades de la limpieza y la maternidad". 239 Para Purkiss,
estos miedos y ansiedades están construidos histórica y culturalmente. No existen
necesariamente para todo el tiempo, sino en contextos particulares. No hay nada esencialista
en su análisis.

Purkiss parece percibir que se trata de una ruptura radical con los métodos de los
historiadores. Ella caracteriza a los historiadores como divididos entre grandes narrativas
explicativas y un rechazo empirista simplista de la teoría. Se distingue de lo que ve como
preguntas de los historiadores, enfatizando su interés en los significados de las narrativas de
brujería, pero expresamente no en qué eventos "naturales" las subyacen. 240

Esto parece ser una respuesta a relatos históricos que han tratado de explicar la brujería
entendiéndola predominantemente en términos de otra cosa. Las acusaciones de brujería se
entienden en términos de residuos preedípicos en el trabajo de Roper, discutido
anteriormente, por ejemplo, y otros historiadores han interpretado qué creencias en términos

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239
240

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126

de enfermedad, herramientas políticas y categorías sociales. 241 Sin embargo, el análisis de


Purkiss es mucho más convencionalmente histórico de lo que parece dispuesta a aceptar.

Para empezar, Purkiss utiliza la misma oposición binaria entre constantes generadas
psicológicamente y variabilidad histórica que encontramos en Roper. En "No Limit, the Body
of the Witch", Purkiss dice que la imagen de fantasía del cuerpo materno ilimitado y sus
asociaciones con la suciedad y el desorden es una de las constantes de la civilización
occidental. Basándose en Kristeva (y Cixous), Purkiss sostiene que esta imagen es
"intrínsecamente" amenazante y poderosa para las mujeres. Sin embargo, como Roper,
inmediatamente califica esta idea esencialista con el argumento de que esta constante sólo
puede entenderse "en relación con circunstancias históricas específicas". Ella dice que el
cuerpo materno no representa inevitablemente formas particulares de desorden o suciedad.
Más bien, es la cultura, (en el período moderno temprano, una "confluencia de discursos
médicos y factores sociales"), lo que produce tales vínculos. Además, la formulación de
Purkiss está menos abierta a la crítica que la de Roper. Purkiss no intenta reducir su evidencia
a conflictos psíquicos. Mientras que Roper afirma que los sentimientos maternos ambiguos
hacia el bebé son inevitables, la formulación de Purkiss del ilimitado cuerpo femenino se
especifica con mucha más precisión y, por lo tanto, es perfectamente falsable. Aunque sigue
siendo discutible si esta fantasía del cuerpo ha sido una constante de la civilización
occidental, Purkiss muestra de manera convincente y productiva que es una forma útil de
entender los discursos que examina. La afirmación de que esta fantasía es un hecho
predeterminado, al menos en la cultura occidental, no afecta realmente el análisis práctico.

Purkiss pretende mostrar que los deseos, miedos y ansiedades de las mujeres sobre la
maternidad y el hogar "reflejaban y reproducían una fantasía muy específica" de la bruja.
Demuestra brillantemente que las hazañas de la bruja podrían imaginarse en términos de una
"imagen de fantasía de la enorme, controladora, dispersa, contaminada y goteante fantasía
del cuerpo materno". Ella muestra cómo esto fue posible gracias a una variedad de discursos
populares y de élite sobre el cuerpo, el hogar, la transformación y la feminidad, y las prácticas
sociales que rodean a las mujeres y el cuidado de los niños, el mantenimiento del orden en el
hogar, la dispersión de la suciedad y la contaminación y más. 242 Por lo tanto, esta figura
particular de la bruja es una construcción social y cultural, y no es causada por la biología en
absoluto. Además, debido a que Purkiss enfatiza la construcción cultural de la subjetividad,
rechaza la idea esencialista de que un efecto particular debe seguir "naturalmente" a un evento
particular. Ella usa la noción de conflictos psíquicos no esencialmente en el sentido de que
no necesariamente conducen en una dirección particular. Por lo tanto, sostiene que no es
inevitable que una mujer se sienta amenazada de alguna manera en particular por una mujer
que le habla de cierta manera o ingresa a su casa. En cambio, señala una combinación de
discursos y prácticas sociales, que varían mucho.

El método de Purkiss es crítico, pero sería aceptable para muchos historiadores. A pesar de
la afirmación de Purkiss de que el psicoanálisis "ofrece las formas más ricas, gratificantes y
serias de leer textos relacionados con lo sobrenatural'', 243 su enfoque no es distintivamente

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243

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psicoanalítico.244 ¿El psicoanálisis deja de ser psicoanálisis, o incluso cuasi-psicoanálisis,


cuando la primacía de los conflictos psíquicos se deja de lado hasta tal punto?

En resumen, aunque Purkiss parece a primera vista privilegiar el psicoanalítico sobre otros
modos de explicación, en la práctica lo emplea junto con otras formas de análisis y produce
un relato histórico no esencializante de la brujería. Ella evoca la oposición binaria entre el
psicoanálisis y las circunstancias históricas de la misma manera que lo hace Roper, pero esto
parece ser principalmente un método de posicionamiento dentro y entre disciplinas. Como
piezas de escritura histórica, los capítulos de Purkiss ejemplifican un excelente método
histórico.

8.4 Conclusión

¿Qué significa todo esto para el estatus del psicoanálisis como teoría histórica?
Hasta cierto punto, el debate sobre si el psicoanálisis puede informar el trabajo histórico
se basa en malentendidos. Purkiss caracteriza a los historiadores como creyentes en el
realismo, en una visión de correspondencia de la verdad en la que los miedos a las brujas
deben
representar miedos "reales". En realidad, muchos historiadores trabajan con un método
completamente diferente, un método crítico que va más allá de la falsa oposición entre
realidad y relativismo, verdad y ficción, tal como ella lo hace. El modo de análisis de Purkiss
sería perfectamente aceptable para ciertos tipos de historiadores. Los historiadores de esta
tradición -quizás un empirismo informado conceptualmente- no atacan el psicoanálisis en
nombre del realismo, pero lo ignoran con el argumento de que no puede lidiar con el cambio,
porque lo ven como una metanarrativa esencializante. Esto también se basa en un concepto
erróneo. Los historiadores que descartan el psicoanálisis han pasado por alto la medida en
que los historiadores informados psicoanalíticamente se han enfrentado al cambio y al
esencialismo. Una razón por la que los historiadores cometen este error es que los
historiadores con inclinaciones psicoanalíticas tienden a reclamar la primacía teórica del
psicoanálisis. Sin embargo, aunque esta afirmación a veces socava el análisis, no siempre lo
hace, incluso en trabajos como el de Roper, todo el análisis no se caracteriza por el
esencialismo y la circularidad, y en el caso de Purkiss difícilmente lo es. Tanto en la crítica
literaria como en la historia hay antiteóricos, aquellos que creen en la teoría, y aquellos como
yo y supongo que Purkiss, que se involucran con la teoría en minúsculas: en otras palabras,
aquellos que favorecen una historia informada conceptualmente que no tiene las respuestas
de antemano.

244

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128

9- Historia comparativa

Stefan Berg

Los historiadores comparan. No pueden evitarlo, a menos que se limiten a enumerar fechas
y eventos. Si la historia es más que cronología, cualquier intento de explicar e interpretar lo
que ha estado sucediendo en un lugar particular y en un momento particular implica
compararlo con lo que ha estado sucediendo antes o después, o en otros lugares al mismo
tiempo. Tomemos, por ejemplo, las explicaciones del ascenso al poder de los
nacionalsocialistas en Alemania. Si decimos que la debilidad de las tradiciones democráticas
en Alemania contribuyó al éxito de los nazis, también podemos decir lo contrario de las
tradiciones democráticas en otros lugares, por ejemplo, en Gran Bretaña, estas ayudaron a
prevenir el surgimiento del fascismo. Las estructuras narrativas dependen de la comparación,
pero estas suelen ser implícitas en lugar de explícitas.
Los llamados a la historia comparativa explícita son antiguos, y los intentos de formular una
teoría específica se remontan generalmente a John Stuart Mill. 245 En la primera mitad del
siglo XX, eminentes teóricos y practicantes del método comparativo incluyeron a Marc
Bloch, Max Weber, Otto Hintze, Henri Pirenne y Emile Durkheim. Estos pioneros fueron
archipiélagos en un mar de historias constituidas a nivel nacional, en el que a la gran mayoría
de historiadores les resultó difícil trascender el estudio de las sociedades en las que habían
crecido. Sin embargo, durante los últimos veinte años, la práctica de la historia comparativa
ha despegado en muchas sociedades y culturas.246 Los programas de intercambio académico
han aumentado los contactos internacionales después de 1945, y los académicos ahora
trabajan en contextos nacionales diferentes a aquellos en los que se criaron. La globalización
también ha dirigido la atención de los historiadores a las interconexiones y comparaciones
pasadas entre diferentes partes del mundo. 247 Si la historia comparativa se practica hoy con
más frecuencia que nunca, no se hace en la misma medida en todas partes. Uno de sus
principales practicantes en Gran Bretaña, Geoffrey Crossick, sostiene que la historia
comparativa ha tenido relativamente poca influencia en la investigación historiográfica en
Gran Bretaña.248 En el debate canadino sobre la historia británica, Neil Evans fue uno de los
pocos contribuyentes que exigió más rigurosos y empíricos fundamentadas 'comparaciones
para deconstruir la historia británica en' los componentes básicos de la distinción regional y
nacional dentro del estado británico 'y para' verla dentro de la perspectiva de Europa y de
todo el mundo atlántico '. 249 En Estados Unidos, por el contrario, el método comparativo ha
marcado una diferencia real. 250 Sin embargo, los cursos de historia comparativa también se
imparten en programas de pregrado británicos (por ejemplo, sobre fascismo, décadas
particulares, revoluciones, movimientos obreros y narionalismo), y se anima a los estudiantes
a escribir ensayos comparativos. Este capítulo se propone ayudar a los estudiantes que toman
cursos de historia comparativa y alentarlos a trabajar de manera comparativa. Para que la
historia comparativa tenga éxito, es esencial, como señala Thomas Welskopp, convertirla en

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una parte integral de una historia analítica teóricamente consciente, en lugar de una
subdisciplina especializada que se distingue de otras formas de escritura histórica y que solo
es practicada por los pocos iniciados / Para ampliar el atractivo de la historia comparativa,
este capítulo analizará, en primer lugar, diferentes tipos de comparación. En segundo lugar,
resumirá algunos de los beneficios de la historia comparativa. En tercer lugar, analizará los
problemas y escollos del método comparativo. Cuarto, discutirá la relación entre los estudios
comparativos y los estudios de transferencia cultural, y finalmente presentará un ejemplo de
historia comparativa para demostrar cómo funcionan las comparaciones.

9.1 Diferentes tipos de comparación

Las comparaciones a menudo involucran estados-nación. El auge de la escritura de historia


profesional en el siglo XIX coincidió con el surgimiento del estado-nación. Los historiadores
que buscaban legitimar su estado-nación 8 lo hicieron comparándolo, implícitamente más
que explícitamente, con otros estados-nación, identificando características supuestamente
únicas de los suyos que los distinguían y los hacían superiores a los demás. El legado de las
comparaciones transnacionales es tan fuerte que a menudo olvidamos que las naciones no
tienen por qué ser nuestras unidades de comparación. De hecho, como señalan
particularmente los historiadores económicos, las regiones podrían constituir mejores
unidades de comparación. 251 Dado que son menos heterogéneas que las naciones más
grandes, las comparaciones regionales son posiblemente menos vulnerables al
reduccionismo. Una microcomparación puede tener en cuenta la totalidad de estructuras,
experiencias y valores de una manera que es imposible para una macrocomparación. Sin
embargo, las comparaciones totales de contextos sociales siguen siendo raras. Cuanto mayor
sea la comparación, más necesario será seleccionar aspectos particulares para la
comparación. De hecho, algunos historiadores han intentado comparar civilizaciones y
culturas enteras. 252 De hecho, algunos temas se pueden debatir mejor en perspectivas
transculturales, p. Ej. multiculturalismo o cosmopolitismo. Max Weber comparó las diversas
religiones del mundo y su impacto en la evolución de órdenes económicos específicos.253
Como podemos ver en estas breves observaciones, las comparaciones tienen una dimensión
espacial importante. Necesitamos reflexionar sobre qué unidades geográficas deseamos
comparar, ya que influirán en toda la configuración de las comparaciones.
No es solo la geografía lo que importa. También debemos pensar en el propósito de la
comparación. La mayoría de las comparaciones se pueden dividir en dos categorías:
individualizadoras y universalizadoras. Las comparaciones individualizadas se proponen
demostrar la singularidad de un caso particular comparándolo con otros. Tienden a ser
asimétricos en el sentido de que utilizan una variedad de casos solo para arrojar luz sobre el
caso que la comparación busca comprender mejor. Si uno quiere examinar el
"excepcionalismo estadounidense" o el Sonderweg alemán, o preguntarse si Gran Bretaña
fue realmente "la primera nación industrializada", entonces sólo la comparación puede
establecer lo que fue específico sobre la historia particular. Las comparaciones
universalizadoras tienen como objetivo identificar similitudes entre casos. Suelen ser
simétricos en el sentido de que dan el mismo peso a todos los casos comparados. Por lo

251
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general, la comparación de Jack Goody de las estructuras familiares en Europa y Asia


encontró estructuras domésticas similares en esta vasta área. 254 Entre estos dos tipos ideales
de comparación hay una gama de híbridos, simétricos en el sentido de que dan el mismo peso
a todos los casos comparados. Charles Tilly ha distinguido provechosamente entre cuatro
tipos de comparación.255 Las comparaciones abarcadoras están relacionadas con las
comparaciones individualizadas. Se preocupan principalmente por explicar las diferencias
entre los casos que comparten una similitud general. Los estudios sobre nacionalismo, por
ejemplo, a menudo se preocupan por delinear diferentes ideas y tipos de nacionalismo,
reconociendo al mismo tiempo que todos los nacionalismos están conectados entre sí. 256Las
comparaciones de búsqueda de variaciones están más cerca de universalizar las
comparaciones. Aquí los diferentes casos se entienden como variaciones de un fenómeno en
particular. Los estudios de fascismo comparado a menudo entran en esta categoría. Asumen
que existe un fenómeno llamado fascismo y proceden a discutir sus variaciones a través del
lugar y el tiempo. El estudio clásico de Barrington Moore sobre los orígenes de la dictadura
y la democracia partió de la observación de que las sociedades agrícolas parecían
particularmente vulnerables al fascismo y se propuso explorar variaciones dentro de este
patrón. 257
Las comparaciones individualizadas y sus variantes son más comunes entre los historiadores,
ya que están más preocupados por cuestiones de la unicidad de un tiempo y lugar en
particular. Sus fuertes supuestos historicistas, positivistas y empiristas hacen que los
historiadores sean parciales hacia el análisis complejo, que permite una comprensión
detallada de contextos particulares. Abordan la evidencia de la manera más imparcial posible
y buscan reconstruir el pasado a partir de la evidencia que queda. Sociólogos y geógrafos
históricos, por el contrario, están más contentos con las comparaciones universalizadoras y
sus variantes, ya que habitualmente trabajan en mayores niveles de abstracción. Están más
dispuestos a reducir la complejidad histórica a fin de responder preguntas específicas para
diversos contextos sociales. Sin embargo, a medida que las barreras disciplinarias han caído
en las últimas décadas, esas diferencias se han vuelto menos marcadas. En un nivel básico,
se podría decir que los comparativistas siempre están interesados en establecer tanto
diferencias como similitudes entre casos.
La intención del historiador comparado es importante por otras razones. 258 Los historiadores
emprenden comparaciones porque quieren cuestionar las explicaciones nacionales, construir
tipologías, enfatizar la diversidad histórica, fomentar el escepticismo frente a los modelos
explicativos globales o contextualizar y enriquecer las tradiciones de investigación de una
sociedad al explorarlas y contrastarlas con las tradiciones de investigación de diferentes
sociedades. . Muchas comparaciones se preocupan por resaltar la construcción de las
identidades históricas. A menudo se esfuerzan por relativizar las nociones de
excepcionalismo demostrando que la identidad es situacional. Existe una multiplicidad de
identidades en un momento dado: cuál se pone en primer plano depende en gran medida del
contexto histórico específico. El énfasis en estos casos está en el desapego de los académicos
de su objeto de investigación. Sin embargo, otros comparativistas buscan explícitamente

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258

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enseñar las lecciones de la historia. Es posible que quieran explicar qué salió mal en una
sociedad en particular comparando su desarrollo con el de otras sociedades. O pueden estar
interesados en destacar la función pionera y modelo de sociedades particulares. Este tipo de
historia comparativa a menudo se basa en juicios morales. Sus practicantes rechazan la
suposición, todavía muy extendida entre los historiadores, de que no es tarea del historiador
actuar como juez. En cambio, señalan que los juicios morales no pueden evitarse al escribir
historia, ya que la naturaleza de todo conocimiento es la perspectiva. Un hecho es solo un
rostro dentro de un marco específico de descripción. Esto no solo permite una pluralidad de
declaraciones verdaderas, sino que también significa que el ámbito de los hechos no puede
separarse del ámbito de los valores y, por tanto, de la moralidad. Los enunciados fácticos ya
presuponen elecciones no nativas. Pueden estar ocultos (como suele ser el caso de los
historiadores) o pueden sacarse a la luz. Cualquiera que sea el caso, el conocimiento sólo es
posible dentro de "horizontes de expectativa" morales-normativos-ideológicos
particulares. 259

9.2 Las promesas de la historia comparativa

La mayoría de los historiadores se han sentido atraídos por la historia comparativa porque
quieren obtener un mejor conocimiento de su propia sociedad a través de la comparación.
Incluso cuando los historiadores se dedicaron a la historia comparativa para comprender
mejor otras sociedades, su interés estuvo frecuentemente motivado por el deseo de aprender
de las experiencias de otros y de fomentar la adaptación de las características positivas de
otras sociedades. Habiendo estudiado un problema o tema en diferentes contextos sociales,
podrían elaborar tipologías de cómo diferentes sociedades afrontan el mismo problema.
También podrían preguntarse si el mismo problema estaba presente en diferentes sociedades
en un grado similar. Tal observación podría haber escapado a la atención de los historiadores
que se centraron en una sociedad en particular. Por ejemplo, el enfoque en las historias
nacionales en Europa en los siglos XIX y XX ocultaba a la vista el hecho de que, más allá de
las fronteras de los estados nacionales, se estaba desarrollando algo así como una experiencia
europea en la vida económica, social, política y cultural. 260 El método comparativo también
permite la identificación de problemas que no son evidentes a partir de la observación de un
contexto social único. Así, solo a través de comparaciones con otros países los historiadores
se han preguntado por qué no había un marxismo significativo en los Estados Unidos y Gran
Bretaña. 261
Muchos comparativistas han argumentado que no hay mejor prueba en la historia que la
comparación. Ya en 1895, Emile Durkheim veía la comparación como el equivalente al
experimento del científico natural, en el que las variables estaban aisladas y las relaciones
causales probadas. 262 Incluso si hoy somos más escépticos que Durkheim acerca de la
"cientificidad" de la historia, 263 la comparación nos permite diferenciar las buenas
explicaciones causales de las malas. Por ejemplo, ha estado de moda argumentar que fue,
sobre todo, la recesión económica de principios de la década de 1930 lo que provocó el

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ascenso del nazismo en Alemania. Sin embargo, la depresión fue igualmente severa en los
Estados Unidos, que no se enfrentó a un desafío fascista serio. Pero EE. UU. Tenía una
república, establecida en 1776, con una constitución muy venerada de 1787/8. Alemania, por
el contrario, fue una república solo después de 1918/19 y su constitución fue, en el mejor de
los casos, tolerada. Por lo tanto, es poco probable que la caída haya sido la única explicación
de por qué Hitler llegó al poder. Tomemos otro ejemplo: las comparaciones permiten vincular
la fuerte recepción del marxismo en los partidos obreros europeos con el grado de represión
estatal que estos partidos enfrentaron. Cuanta más represión enfrentaron, más probable era
que recurrieran al marxismo como marco explicativo de los desarrollos sociales y políticos.
264
Las comparaciones pueden probar modelos y explicaciones existentes, pero son
igualmente capaces de desarrollar nuevos modelos. Miroslav Hroch, por ejemplo, comparó
el surgimiento del nacionalismo de nación pequeña en Europa central y desarrolló un modelo
que ahora puede probarse mediante una comparación adicional. 265 Las comparaciones
pueden llamar la atención sobre el hecho de que resultados similares, como las huelgas, a
veces tienen diferentes causas y siguen patrones diferentes. 266 A la inversa, las
comparaciones pueden explicar cómo desarrollos similares produjeron resultados diferentes.
Así, en un clásico del género, Alexander Gerschenkron exploró el impacto de la
industrialización en diferentes sociedades. Encontró que los industrializadores tardíos, como
Alemania, en los que un despegue tardío fue seguido de un sprint, experimentaron
importantes problemas sociales y políticos. De manera similar, John Breuilly demostró la
aparición inicial de movimientos obreros liberales en Gran Bretaña y Alemania, y pasó a
explicar por qué en Gran Bretaña triunfó un movimiento obrero liberal, mientras que en
Alemania pronto perdió frente a un movimiento socialista en ascenso. 267En general, los
desarrollos en un país se pueden explicar mejor comparándolos con los desarrollos en otros.
Ningún otro método histórico es tan hábil para probar, modificar y falsificar la explicación
histórica que la comparación. Ningún otro método demuestra con tanta eficacia la gama de
posibilidades de desarrollo. Permite a los historiadores obtener una posición ventajosa fuera
de una historia regional o nacional en particular, y hace de la historia una empresa menos
provincial.

9.3 Problemas y trampas en la historia comparativa

Si las promesas de la historia comparativa son múltiples, también lo son los problemas
relacionados con su práctica. Deben cumplirse cuatro condiciones previas antes de poder
realizar comparaciones satisfactorias. Primero, el historiador necesita estar muy
familiarizado con más de un contexto social. En segundo lugar, los comparativistas deben
reflexionar sobre las limitaciones espaciales y de tiempo. En tercer lugar, deben considerar
marcos teóricos y conceptuales para su comparación. Por último, deben tener un sentido de
las dificultades lingüísticas en las comparaciones transnacionales que involucran a más de un
idioma. A continuación, me gustaría ampliar esos cuatro posibles obstáculos.
El primer punto puede parecer obvio, pero no obstante es importante, ya que nos obliga a
reconocer el inmenso trabajo que implica el conocimiento de las fuentes de archivo y la

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literatura secundaria en dos o más contextos sociales. Existe un problema particular con las
fuentes de archivo: rara vez encontramos fuentes comparables que existan en diferentes
contextos sociales. Incluso si nos ocupamos únicamente de la literatura secundaria, debemos
ser conscientes de las diferentes tradiciones de investigación. Los historiadores han hecho
diferentes preguntas en diferentes sociedades. Diferentes preguntas pueden producir
diferentes visiones de desarrollos, estructuras, organizaciones y mentalidades. Por tanto, una
comparación de historiografías debe preceder a cualquier comparación histórica. Tomemos,
por ejemplo, las cuencas mineras del Ruhr y Gales del Sur, donde los historiadores enfrentan
el problema de una tradición historiográfica mucho más diversa y rica para los primeros.
Después de todo, la impresión de una mayor diversidad de experiencias en el Ruhr podría ser
el resultado de diferentes tradiciones historiográficas más que de una experiencia real. 268
También debemos tener en cuenta que la familiaridad con más de un contexto social a
menudo no se puede lograr mediante leyendo sobre ello. Es necesario vivir de primera mano
un contexto social diferente, que implica estancias prolongadas en otras regiones o países. Al
observar dos contextos sociales, podríamos encontrar eventos e instituciones similares en un
contexto, pero su mera existencia podría no decirnos mucho sobre su funcionamiento, su
relevancia y su significado más amplio en la sociedad. Podríamos, por ejemplo, encontrar
que la mayoría de los estados-nación tienen mitos de origen. Pero eso nos dice poco sobre su
impacto o función en diferentes estados-nación en diferentes momentos. Es necesaria una
cuidadosa contextualización de cualquier fenómeno a comparar.
Los contextos se proporcionan en el tiempo y el espacio, lo que nos lleva a la segunda
condición previa para la historia comparativa: debemos tener claros nuestros límites
geográficos y temporales. Necesitamos justificar nuestra elección de comparaciones
geográficas. Los límites geográficos son algo arbitrarios; se han definido en diferentes
contextos para diferentes propósitos. Las fronteras deben tratarse con extrema precaución;
no definen unidades de comparación "naturales". Mire de nuevo el Ruhr y el sur de Gales. El
primero se ha dividido en tres zonas de desarrollo industrial que, en varios aspectos, tuvieron
historias muy diferentes. Gales del Sur incluye tanto la cuenca carbonífera como la franja
costera con los importantes puertos carboníferos de Cardiff y Barry y ciudades como
Swansea y Newport. Incluso dentro del campo de carbón, el campo de carbón de antracita en
el oeste difería significativamente del resto del campo de carbón.269 Presumir que los límites
geográficos del Ruhr y Gales del Sur eran fijos y evidentes por sí mismos es una ilusión
peligrosa.
Si los límites geográficos rara vez son sencillos, también debemos prestar atención a por qué
se eligen los puntos inicial y final de nuestra comparación. El tiempo puede ser
particularmente complicado, ya que estructuras, instituciones e ideas similares pueden
desarrollarse en diferentes momentos en diferentes contextos sociales. Es necesario tener en
cuenta los posibles retrasos en los estudios comparativos. Debemos justificar la comparación
de tiempos similares (comparaciones sincrónicas) o diferentes (comparaciones diacrónicas)
para diferentes contextos sociales. Las comparaciones sincrónicas son más habituales, pero
no siempre las más adecuadas. Si los movimientos laborales, por ejemplo, se ven como
reacciones contra la industrialización rápida, se deduce que, dado que la industrialización
ocurre en diferentes momentos en diferentes contextos sociales, los movimientos laborales
deben compararse de forma diacrónica en lugar de sincrónica. 28 El uso de determinadas

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cesuras de época y límites geográficos influye en la forma en que se ven determinados


eventos o estructuras.
La siguiente pregunta que debemos plantearnos es: "¿Qué unidades de comparación elegimos
para qué fin?" Teóricamente, cualquier cosa puede compararse con cualquier cosa. Todo
depende del marco teórico y conceptual que elijamos para la comparación. Esto nos lleva a
nuestra tercera condición previa. Debemos elegir los casos que se ajusten a la (s) pregunta
(s) que queremos hacer. Las preguntas de investigación bien podrían modificarse a la luz de
nuestro creciente conocimiento sobre las unidades de comparación, pero forman la base del
marco teórico y conceptual que estructura todo el trabajo comparativo. Los conceptos suelen
estar interrelacionados. Las comparaciones que se ocupan de establecer relaciones causales
entre variables particulares deben ser conscientes de tales dependencias. Si, por ejemplo,
queremos explicar diferentes grados de nacionalismo en diferentes países, no podemos
utilizar nociones como la enemistad hacia los extranjeros y la voluntad de defender el país
de uno contra la invasión extranjera como explicaciones, ya que son formas relacionadas de
nacionalismo. Pueden usarse para indicar diferentes grados de nacionalismo pero no explican
la existencia del nacionalismo.
Las teorías y los conceptos históricos estructuran las comparaciones, pero no están libres de
agendas. Muchos historiadores del trabajo comparado, por ejemplo, han asumido que el
surgimiento y desarrollo de los movimientos laborales estuvo estrechamente relacionado con
el proceso de industrialización y con la formación de la clase trabajadora. 270 En esto, tomaron
prestado en gran medida las teorías marxistas y weberianas de la industrialización y la
evolución del capitalismo. La utilidad de estas grandes teorías sociales para los análisis
históricos ha sido cuestionada por el posmodernismo.271 Las perspectivas poscoloniales y
subalternas han sido cautelosas con los conceptos de desarrollo occidentales y sus ambiciones
imperialistas. 272 El análisis de Edward Said del 'orientalismo' ha sido inmensamente
influyente para explicar la construcción occidental de una imagen del otro (en su caso,
Oriente) al definir los términos del debate mediante el uso de conceptos como desarrollo o
modernización.273 Para la historia comparativa, estas intervenciones constituyen una seria
advertencia: los conceptos, terminologías y teorías deben usarse de manera autorreflexiva.
Los historiadores comparativos deben considerar los orígenes y la política de sus conceptos.
Ya no deben pretender que los conceptos pueden usarse dentro de un paradigma científico
libre de valores. Sin embargo, los comparativistas no necesitan desanimarse por el
escepticismo poscolonial sobre los conceptos occidentales. Como ha señalado Jurgen
Osterhammel, muchos conceptos y términos occidentales ya se habían transferido a contextos
no occidentales antes de la colonización europea desde el siglo XVI en adelante, y esto hace
que sea casi imposible trazar una línea clara entre conceptos y terminologías occidentales y
no occidentales.274 Lo que en última instancia es importante no son los orígenes de los
conceptos y terminologías, sino su utilidad y adecuación para las preguntas de investigación
que queremos abordar comparativamente.
Algunas comparaciones famosas a gran escala no han prestado la debida atención a los
problemas conceptuales. Un ejemplo es el libro de Samuel P. Huntington sobre el supuesto

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choque de civilizaciones, que predice grandes conflictos entre Occidente y el mundo


islámico.275 Ambas unidades de comparación están configuradas de tal manera que se
enfrentaron entidades culturales mutuamente incompatibles y las muchas diferencias dentro
de cada uno ignoradas. Huntington y otros estudios similares ignoran la preocupación del
poscolonialismo por la "hibridación", la "alteridad" y las diferencias de experiencias en
diferentes contextos sociales bajo su propio riesgo. Podría decirse que las grandes
comparaciones basadas en teorías sociales universales funcionan mejor cuando preguntan
por primera vez sobre los procesos de difusión, comunicación e intercambio que tuvieron
lugar entre diferentes culturas. Solo en un segundo paso se pueden formular preguntas de
investigación específicas y desarrollar marcos conceptuales y terminológicos específicos,
que luego orienten la práctica comparativa.276
Los historiadores comparativos deberían sospechar de las teorías y conceptos, sin embargo,
cada comparación requiere preguntas de investigación específicas junto con marcos teóricos
y conceptuales más amplios. 277 Si no abordamos el material con preguntas específicas en
mente, nos enfrentaremos al problema del exceso de información (este problema es
obviamente más grave cuanto mayor sea la comparación) y correremos el riesgo de
simplemente narrar historias paralelas en lugar de comparar. Además, el método de
investigación debe ajustarse a las preguntas que se plantean. Por ejemplo, un análisis
estadístico de las huelgas en una industria en particular en varias naciones todavía no nos
dice nada sobre el radicalismo de los trabajadores empleados en esa industria. Solo una
evaluación cualitativa de las motivaciones de las huelgas, el funcionamiento de los diferentes
sistemas de relaciones laborales y las posibles variaciones en los significados de la actividad
huelguística permitirá evaluar los grados de radicalismo de los trabajadores en cuestión.
Todo análisis cualitativo se basa en textos y lenguaje; y el lenguaje es un verdadero campo
minado para los historiadores comparativos. A menudo hay poca correspondencia entre los
significados de términos históricos en diferentes idiomas. Las palabras que parecen similares
pueden tener diferentes significados en diferentes idiomas. La palabra funcionario, por
ejemplo, en inglés conlleva una gran cantidad de connotaciones negativas que involucran
burocracia, testarudez y aplicación estúpida del libro de reglas. En alemán, el muy similar
Funktionär no tenía tanta negatividad, al menos antes de 1933. Incluso los conceptos y
términos clave son difíciles de traducir y tienen diferentes significados. Jorn Leonhard, por
ejemplo, ha argumentado de manera convincente que la génesis de la palabra "liberal" en
Alemania es bastante diferente de la de la palabra "liberal" en Gran Bretaña. En Alemania,
se importó una concepción francesa de la palabra y sus significados, con connotaciones
positivas. En Gran Bretaña, la palabra se transmitió del español y tenía connotaciones
marcadamente negativas. 278 Surgen dificultades similares de traducción con términos como
"clase media" y "nobleza". La universidad inglesa era diferente en muchos aspectos de la
Universität alemana en el siglo XIX, que a su vez era algo completamente diferente de la
Université francesa. Los conceptos y términos a menudo no viajan bien de una sociedad a
otra; Los mundos lingüístico y conceptual son a menudo diferentes, y la claridad con respecto
a estas diferencias es una condición previa muy importante para cualquier comparación.

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Otro problema del lenguaje tiene que ver con la necesidad de encontrar una terminología
común para los fenómenos relacionados. Términos como partidos de la clase trabajadora,
partidos socialistas y partidos laboristas tienen significados diferentes, incluso dentro de una
sola tradición historiográfica y mucho menos en varias. Es necesario actuar con cuidado al
elegir, y los historiadores comparativos suelen estar bien aconsejados que empiecen por
explorar los significados de términos y conceptos en diferentes contextos sociales. 279

9.4 Estudios de transferencia cultural y comparativa

La historia comparativa es un asunto difícil y laborioso. A pesar de sus posibles dificultades,


un número creciente de académicos se ha convencido de sus méritos. Más recientemente, los
académicos franceses y alemanes han cuestionado el valor de la historia comparativa y
prefieren la historia de la transferencia cultural. Dado que estos debates no han sido
prominentes en los países de habla inglesa, presentaré la historia de las transferencias
culturales. Luego examinaré su desafío a la historia comparativa. Los estudios de Michael
Werner y Michel Espagne sobre las transferencias culturales franco-alemanas han sido
particularmente influyentes para generar interés en los estudios de transferencia cultural. 280
Rompen el cuadro de culturas nacionales homogéneas e internamente estables al demostrar
que estas culturas dependen de un proceso dialéctico mediante el cual se apropian
selectivamente elementos indígenas y extranjeros. Los historiadores de la transferencia
cultural cuestionan los modos nacionales de argumentación, relativizan los criterios
nacionales y rompen los marcos explicativos nacionales. La identidad nacional aparece como
un proceso de apropiación y mediación cultural, y lo que se imagina como "propio" está
ligado a lo que se concibe, ya sea en términos negativos o positivos, como "el Otro". Ese
"Otro" a menudo puede parecer, a la vez y en igual medida, atractivo y peligroso. Por lo
tanto, la apropiación y el rechazo son, por regla general, dos caras de la misma moneda. La
investigación sobre transferencias culturales contribuye así a exponer el absurdo de las
nociones de carácter nacional y de culturas nacionales compuestas por esencias nacionales.
De esta forma se visibiliza el proceso de creación y evolución de culturas nacionales
pluralmente constituidas. La memoria nacional comprende innumerables fragmentos de
bienes culturales, una buena proporción de los cuales son importados y adaptados.
La recepción de importaciones puede tomar formas muy diferentes, que van desde la
adopción total, pasando por la apropiación selectiva, hasta el rechazo consciente. La
investigación sobre transferencia cultural se centra en los grupos más adecuados para el papel
de mediadores: autores, editores, periodistas, turistas culturales, exiliados, migrantes, espías,
traductores, artistas, músicos, diplomáticos, académicos y profesores de idiomas extranjeros.
Estos grupos comparten la oportunidad de entrar en contacto con otros contextos nacionales
y se instalan, por así decirlo, en la encrucijada de dos o más culturas. A menudo son capaces
de desarrollar o explotar esferas de actividades nuevas e interconectadas. Pero ciertas
condiciones previas, como la competencia lingüística, las oportunidades de viajar o la
disponibilidad de traducciones o informes de prensa, deben cumplirse para que una
transferencia cultural sea posible. El trabajo sobre transferencias culturales generalmente
pregunta cómo los periódicos y revistas informaron sobre el otro país considerado. ¿Qué
libros se importaron, exportaron y tradujeron? ¿Qué movimientos migratorios hubo? ¿Qué

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autoridades, agencias y personas sabían algo del otro país y de qué fuentes? ¿Qué problemas
y malentendidos surgieron al transmitir términos y conceptos de un idioma al otro? ¿En qué
conexiones discursivas y agenciales se utilizó el "Otro" y en pos de qué intereses? ¿Qué
condiciones previas debían cumplirse para que las transferencias se completaran con éxito?
¿Una instancia de integración es efectiva a largo plazo o es temporal, y su éxito depende de
circunstancias particulares? ¿Una instancia de integración es efectiva a largo plazo o es
temporal y su éxito depende de circunstancias particulares?
Las fronteras son de particular importancia para la investigación sobre transferencias. Por un
lado, una frontera puede significar demarcación, poniendo fuera de límites lo que se define
como no perteneciente. Sin embargo, por otro lado, las fronteras pueden indicar la
preparación para el intercambio y la apropiación, una correa de transmisión del "otro" en el
camino hacia su adopción como propia. Los territorios fronterizos pueden entenderse de
diversas formas como lugares de confrontación, intolerancia y la colisión de valores
'nacionales' y horizontes normativos fundamentalmente incompatibles;281 pero también
pueden ser terrenos de un tipo completamente diferente. Por lo tanto, las delimitaciones entre
"culturas nacionales" se difuminan, ya que existe un intercambio entre el "Otro" y el
extranjero mutuamente.
No todas las transferencias son inmediatamente reconocibles como tales. Una vez que lo
extranjero se ha integrado en los contextos discursivos y agenciales indígenas, su extrañeza
tiende a desaparecer. Se requieren las capacidades arqueológicas del historiador para sacar a
la luz las conexiones una vez más. Primero se deben identificar los transmisores y los medios
de transmisión. Los transmisores compartían una conciencia transnacional que les permitió
elevar su mirada más allá de lo meramente nacional. Este tipo de orientación internacional
se vio facilitada por los contactos personales, las estancias prolongadas en el extranjero y las
oportunidades de cooperación institucional. El enfoque de transferencia cultural, por
ejemplo, es particularmente prometedor para el trabajo sobre la historia de la erudición, ya
que las comunidades académicas evidenciaron procesos de internacionalización
particularmente pronunciados en los siglos XIX y XX. 282 Sin embargo, los estudios de
transferencia cultural también se están empleando de manera fructífera en una amplia gama
de otras áreas, p. ej. en la historia de la reforma social. 283
Ha habido una tensión considerable entre historiadores comparativos y los de transferencia
cultural. Los primeros a veces han trazado líneas de demarcación estrictas, argumentando
que los estudios de transferencia cultural son diferentes de las comparaciones, en el sentido
de que no buscan similitudes y diferencias entre contextos sociales.284 Estos últimos han
respondido que los comparativistas unen nuestras unidades artificiales de comparación, que
luego son contrastadas sin ninguna consideración de las transferencias que tienen lugar entre
ellas. Por tanto, las comparaciones construyen entidades homogéneas, las contrastan entre sí
y, por lo tanto, refuerzan las identidades homogéneas. La transferencia cultural, por el
contrario, se trata de hibridación, rompiendo entidades construidas y socavando identidades
homogéneas.285

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Los historiadores de la transferencia cultural de hecho han identificado una debilidad


potencial de la historia comparativa, y los comparativistas han sido innecesariamente
excluyentes en su tratamiento de los estudios de transferencia cultural. Las comparaciones
deben tener en cuenta esas dependencias y relaciones mutuas, pero no existe una razón
metodológica necesaria por la que no deban hacerlo.286 De hecho, el análisis de las
transferencias agudizaría la comprensión de las similitudes y diferencias. De hecho, fue uno
de los padres fundadores de la historia comparativa, Marc Bloch, quien señaló que las
transferencias deben tenerse en cuenta en cualquier comparación. 287

9.5 La práctica de la historia comparativa

Finalmente, me gustaría demostrar cómo funciona la historia comparativa en la práctica. He


elegido un artículo escrito por Eric Hobsbawm y Joan Scott sobre 'zapateros políticos'. 48
Como toda buena comparación, comienza con una pregunta específica: "¿Por qué los
zapateros del siglo XIX tenían tal reputación de radicalismo político y de ser trabajadores
intelectuales?" En muchas historiografías nacionales encontramos la observación de que los
zapateros eran radicales, pero rara vez encontramos una explicación para este fenómeno. De
hecho, casi se da por sentado. Sólo al mirar comparativamente a los zapateros, se hace
patente, en primer lugar, la universalidad de su radicalismo. Por tanto, sólo el método
comparativo permite a los autores identificar el problema que posteriormente buscan
explicar. La amplitud espacial del argumento es realmente impresionante. Aunque podría
decirse que los zapateros británicos, franceses y alemanes son el núcleo del argumento de los
autores, hay referencias a al menos una docena de otros países europeos y una variedad de
países no europeos, incluidos Australia, Argentina, Brasil, India y Japón. Claramente, aquí
no estamos tratando con una comparación totalizadora. Más bien, el artículo elige
concentrarse en un tema o aspecto muy específico, es decir, explicar el radicalismo político
de los zapateros. Se acerca mucho a una comparación universalizadora en el sentido de que
no se preocupa por las características nacionales específicas de los zapateros, sino que busca
evidencia de los zapateros de todo el mundo para explicar lo que identifica como un
fenómeno universal, es decir, la radicalización política de los zapateros y su prominencia
entre los trabajadores intelectuales.
Si bien la comparación aspira a la universalidad geográfica, su marco cronológico es
específico. Se evocan tres zonas horarias. Primero, un tiempo antes de la Revolución
Industrial, la edad de oro del zapatero radical; en este período establecieron sus credenciales
como portavoces radicales del pueblo. En segundo lugar, el artículo explora la suerte del
radicalismo artesanal durante la Revolución Industrial. Finalmente, se pregunta por qué los
zapateros que alguna vez fueron radicales fueron menos prominentes entre los movimientos
socialistas de masas de la era capitalista más avanzada. Aunque el artículo incluye referencias
a fechas para estos distintos períodos de tiempo, no son demasiado específicas, y
posiblemente no pueden ser demasiado específicas, ya que la Revolución Industrial ocurrió
en diferentes momentos para diferentes contextos sociales. El artículo tiene que comparar
tanto diacrónicamente como sincrónicamente, y esto hace imposible la datación específica
de las tres zonas horarias.

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287

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139

El marco teórico de Hobsbawm y Scott no está detallado, pero el lector pronto se encuentra
con supuestos sobre el desarrollo del capitalismo derivados de una comprensión ampliamente
marxista de la historia. El capitalismo impacta en la organización del trabajo, lo que a su vez
repercute en las expresiones culturales, en este caso la cultura artesanal de los zapateros. Esta
concepción materialista de la historia asume que el trabajo forma la base de la existencia
social de las personas y de él surge una cultura particular. Hobsbawm y Scott evitan
cuidadosamente las implicaciones deterministas de la teoría marxista. Argumentan que el
radicalismo del zapatero no puede verse exclusivamente en términos de una respuesta al
capitalismo industrial temprano, ya que precede a la Revolución Industrial. Sin embargo, su
marco teórico básico sigue siendo el materialismo histórico. Ambos autores, como marxistas
teóricamente conscientes, también habían sido influenciados por las nociones gramscianas
del desarrollo de los "intelectuales orgánicos", intelectuales que emergen de la clase
trabajadora. Los zapateros de Hobsbawm y Scott son el epítome de los intelectuales
orgánicos.
El método de investigación de los autores es variado y siempre se ajusta a las preguntas que
se plantean. Tenemos mucho análisis cualitativo de literatura, poemas, autobiografías,
comentarios sociales y políticos y diccionarios. Cuando es apropiado, recurren al análisis
cuantitativo, por ejemplo, para establecer que los zapateros a menudo no podían vivir solo
de la fabricación y reparación de zapatos, o para documentar el vasto tamaño del oficio de
fabricación de calzado en el siglo XIX, o para demostrar el número de zapateros entre los
diputados socialistas en el Reichstag alemán.
La comparación de Hobsbawm y Scott es digna de mención por su cuidadoso tratamiento del
lenguaje y los conceptos. El concepto analítico clave de radicalismo no se da por sentado,
pero se examina cuidadosamente para demostrar contextualmente que las palabras que
significan la profesión de zapatero en diferentes idiomas, como 'zapatero', 'cordonnier' y
'Schuster', en realidad son comparables y significan la misma cosa. Señalan que el proverbio
«Zapatero no se mueva» existe en una gran variedad de idiomas, y sugieren que esto indica
la disposición de los zapateros a participar en debates intelectuales que, por lo general, se
perciben como dominio exclusivo de las clases educadas.
Los historiadores comparativistas tratan de establecer similitudes y diferencias, y esto es
claramente lo que hace este artículo. Compara la militancia de los zapateros con la de otros
grupos artesanales. Habla de carpinteros, sastres, trabajadores de la construcción, impresores,
metalúrgicos y muchos otros grupos de artesanos, siempre delineando lo que tenían en común
con los zapateros y lo que los distinguía. ¿Qué tenía el oficio de los zapateros que fomentaba
sus fuertes intereses intelectuales? Las respuestas, en su mayoría relacionadas con el mundo
del trabajo, son complejas y variadas, pero se presentan al lector con una claridad maravillosa
y un dominio soberbio de la literatura sobre el mundo de los artesanos en contextos sociales
muy diferentes. La intención de la comparación es analítica: los autores analizan la
socialización de los zapateros, sus valores, instituciones, prácticas laborales y mentalidades.
El artículo es un excelente ejemplo de cómo incluso la comparación más amplia puede evitar
el reduccionismo y mejorar nuestra comprensión de la cultura artesanal, que trascendió
diversos contextos sociales. Si somos especialistas en un contexto social en particular,
digamos un país en particular como Gran Bretaña, aprendemos sobre los artesanos en otros
países y, a través de esto, aprendemos a repensar nuestro conocimiento de los artesanos
británicos.
Al plantear el problema de las culturas artesanales universales, Hobsbawm y Scott hacen
posible que otros autores sigan su comparación con una tipología más detallada del
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140

radicalismo artesanal. Efectivamente, su artículo fue la inspiración para una serie de artículos
y monografías que examinaron las culturas artesanales como defensas de su independencia
y expresión contra un sistema capitalista invasor,288 culturas artesanales desde la era
preindustrial hasta la industrial.
Una obra maestra de la investigación histórica comparativa, este artículo tampoco ignora la
importancia de las transferencias culturales. Discute la convicción inglesa de que los
zapateros franceses fueron fundamentales en la Revolución Francesa de 1789. Los zapateros
ingleses recibieron y se apropiaron de una imagen del "Otro" para subrayar su propio amor
por la libertad. Los autores discuten específicamente la importancia de los viajes para la
socialización de los zapateros. Durante sus días de jornaleros, los zapateros visitaban
diferentes regiones y países y se familiarizaban con diversas experiencias en una variedad de
contextos. Como transmisores de diferentes contextos sociales, pudieron trasplantar su propia
politización (como jornaleros) dondequiera que finalmente se apresuraron. En el contexto de
los cambios provocados por el capitalismo agrícola, los zapateros a menudo expresaron el
descontento entre la población rural. Podían hacer esto solo porque tenían los medios
intelectuales para apropiarse, adaptar y mediar experiencias de diferentes contextos. Pocos
historiadores comparativos pueden aspirar a las alturas alcanzadas por Hobsbawm y Scott.
Sin embargo, su artículo sirve como un recordatorio del poder de la historia comparativa y
una inspiración duradera para las generaciones futuras de historiadores comparativos.

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10-Historia política

Jon Lawrence

Sería una exageración decir que hay tantas concepciones de la "historia política" como
historiadores políticos, pero sólo un poco. Ciertamente, los historiadores de la política no
están de acuerdo solo con las cuestiones habituales de la teoría y el método, sino también,
más fundamentalmente, sobre cuál debería ser su tema básico. Para algunos, la "verdadera
política'' es algo enrarecido: el dominio exclusivo de los responsables políticos y
administradores en el corazón del gobierno, para otros es la materia de la vida cotidiana, la
fuerza impulsora detrás de las aspiraciones tanto individuales como colectivas en una
sociedad de masas. Además, dentro de ambas tradiciones hay muchas nociones
contradictorias sobre cómo debería estudiarse la política y cómo (o de hecho sí) deberían
combinarse los mundos de la política estatal y la política de masas.
Para comprender por qué la "historia política" representa un campo de investigación
intelectual tan fracturado, primero debemos examinar su desarrollo como tema durante los
siglos XIX y XX. En su mayor parte, contaré esta historia a través del prisma de la
historiografía británica, en parte porque este es el campo que mejor conozco, pero también
porque la historia política ha disfrutado durante mucho tiempo de una posición inusualmente
privilegiada dentro de la academia británica. A finales del siglo XIX, pocos historiadores de
cualquier país habrían disentido del famoso aforismo prestado de Sir John Seeley de que ``
la historia es política pasada y la política historia presente” (''The Growth of British Policy
(1895”), y la mayoría habría supuesto que "política" significaba aquí el arte de gobernar y su
impacto en el desarrollo a largo plazo del gobierno constitucional. De hecho, a lo largo del
siglo XIX hubo una fuerte tendencia en toda Europa a comprender la política actual a través
de un marco histórico y a asumir que la historia siguió un curso lineal y progresivo.
Famosamente cierto en el caso de Marx, siguiendo como lo hizo en la tradición hegeliana de
ver la historia como el desarrollo necesario de la lógica interna que da forma al destino
humano, este enfoque `` teleológico '' (es decir, uno que asume un propósito último conocido)
“que también fue característico en el pensamiento liberal del siglo XIX Profundamente
influenciados por el legado de la Ilustración escocesa y el constitucionalismo whig del siglo
XVIII, los liberales del siglo XIX colocaron la evolución y la perfección gradual de las
instituciones políticas en el centro de su comprensión de la historia. En ningún lugar la
influencia de este pensamiento fue más fuerte que en Gran Bretaña, donde la tradición Whig
de reforma política gradual tenía sus raíces, y donde la historia política escrita en la tradición
Whig, en consecuencia, asumió un tono especialmente triunfalista. El modelo para tal trabajo
fue establecido por la brillante Historia de Inglaterra de Thomas Macaulay en múltiples
volúmenes (1848-61), y continuó en el trabajo de hombres como W.E.H. Lecky y George
Otto Trevelyan.
Sin embargo, la influencia del constitucionalismo whig ya estaba en declive antes de la
Primera Guerra Mundial. Los historiadores habían comenzado a dar la espalda a la gran
narrativa a favor del meticuloso trabajo de archivo defendido durante mucho tiempo en
Alemania por historiadores como Leopold von Ranke, mientras que los cientistas políticos
emitían juicios cada vez más duros sobre la capacidad de los sistemas políticos para ofrecer
un gobierno racional a medida que aumentaban las presiones democráticas. Pero si el
optimismo liberal se estaba desvaneciendo en la era eduardiana, fue casi destruido por los
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142

traumas de la guerra y la transición de posguerra entre 1914 y principios de la década de los


veinte. Incluso en Gran Bretaña, la "historia Whig" se había convertido en objeto de burla
mucho antes de la publicación de la crítica mordaz de Herbert Butterfield de sus prejuicios
protestantes ingleses en La "Interpretación Whig de la Historia" (1931). Para cuando
Butterfield pronunció la muerte de la historia Whig, estaba emergiendo una nueva escuela de
historia política en Gran Bretaña, una escuela que se centró no en la evolución de los sistemas
políticos y los grandes ideales que se suponía que encarnaban, sino más bien en cómo los
individuos maniobrado para obtener ventajas dentro de sistemas políticos más o menos
estables. La figura clave aquí fue Lewis Namier, cuya “Estructura política en el momento de
la adhesión de Jorge III” (1929) esencialmente fundó una nueva escuela de historia política
que finalmente encontró expresión institucional en el proyecto oficial de "Historia del
Parlamento". El método de Namier se centró en reconstruir las motivaciones, no solo de los
'grandes hombres' de la política, sino de todos los actores políticos que componían el sistema
de su época. Este ejercicio de "biografía colectiva" (a menudo denominado "prosopografía")
tendió a restar importancia a la ideología y las creencias como factores motivadores en la
política, y a enfatizar en cambio la influencia preeminente de factores psicológicos,
personales y materiales. Fuertemente influenciado por el pensamiento psicoanalítico
freudiano, Namier colocó al individuo en el centro de su análisis histórico e insistió en que
los historiadores deberían explorar las fuerzas ocultas, inconscientes y, a menudo, oscuras
que con frecuencia determinaban la acción individual. A este respecto, la acusación de que
su método pedía a los historiadores que «psicoanalizaran a los muertos» no estaba fuera de
lugar, aunque sin duda era sólo un elemento del enfoque biográfico intensivo que defendía.289

10.1 Alta política e historia de las ideas

El enfoque moderno de "alto nivel político" de la historia política tiene sus raíces en este
cambio de las grandes narrativas constitucionales al análisis a nivel micro del conflicto
político dentro del estado. Sin embargo, los defensores del enfoque de la "alta política", como
Maurice Cowling y Michael Bentley, generalmente insisten en que los historiadores deberían
centrarse solo en "los políticos que importaban", como Cowling los describió en su estudio
de 1971 The Impact of Labor. En este trabajo, Cowling explicó que trataría a los "partidarios
de la banca y la opinión del partido" como "fuerzas malignas o benéficas... con naturalezas
desconocidas y voluntades impredecibles". 290 Los defensores del enfoque de la "alta política"
también muestran un escepticismo mucho mayor hacia las virtudes de la biografía como clave
para comprender la acción política. Se pone menos énfasis en la psicología individual que en
la "necesidad situacional", en los imperativos generados por la sospecha mutua y la rivalidad
dentro del mundo cerrado de una pequeña élite política. Según Cowling, después de la
Primera Guerra Mundial "[e]l sistema político estaba formado por cincuenta o sesenta
políticos en tensión consciente unos con otros cuya autoridad aceptada constituía el liderazgo
político". 291 En esencia, los historiadores de la "alta política" sostienen que la política debe
entenderse como un juego autónomo, con sus propias reglas elaboradas y bien entendidas
Los políticos juegan para ganar y adoptan iniciativas políticas y estrategias retóricas como
tácticas para este fin, plenamente conscientes de que sus rivales están jugando por lo mismo.

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En este sentido, el enfoque de la "alta política" representa una de las aplicaciones más
completas de la "teoría de juegos" de las ciencias sociales en el campo histórico, aunque este
pedigrí no es más pregonado que el legado namierita.
En su forma más cínica, el enfoque de la "alta política" asume que los políticos sólo juegan
para ganar y que, en consecuencia, la creencia y los principios juegan poco papel en las
iniciativas políticas y las estrategias retóricas que adoptan. Sin embargo, esta versión bastarda
del método rara vez es adoptada por aquellos más directamente influenciados por Cowling y
sus asociados de Cambridge. El propio Cowling tiende a adoptar la línea agnóstica de que
uno solo puede penetrar hasta cierto punto en el mundo del pensamiento de un político y que,
por lo tanto, nunca se puede saber si realmente creyó lo que dijo; uno puede simplemente
reconstruir las interconexiones entre declaraciones y acciones públicas. Pero los historiadores
de la "alta política" siempre han puesto un fuerte énfasis en las ideas, y en los últimos años
muchos han enfatizado que los políticos están motivados ante todo por las creencias. Por
ejemplo, en “British Politics and the Great War” (1992), John Turner argumenta que los
partidarios de la coalición de guerra de Lloyd George estaban unidos por la creencia de que
las rivalidades entre partidos debían suspenderse por el interés nacional; el insiste que los
cálculos de la ventaja del partido eran muy definitivamente algo secundario. De manera
similar, en su reciente estudio “Stanley Baldwin: Conservative Leadership and National
Values (1999)”, Philip Williamson explora los valores y creencias subyacentes que dieron
forma tanto al enfoque político de su sujeto como a los fines que buscaba perseguir cuando
jugaba al `` juego de las fiestas ''. En “World: "Conservative Environments in Late-Victorian
Britain de Lord Salisbury (2001) ", Michael Bentley hace algo similar para Salisbury una
generación antes. Ambas obras evitan deliberadamente la estructura narrativa adoptada en
las biografías políticas convencionales en favor de un enfoque temático que se adapta mucho
mejor a la exploración de una mente en el contexto de su época.
Todas estas obras parecen reflejar una relajación de las ordenanzas estrechas y autolimitantes
que dieron forma a muchas de las primeras obras de la tradición de la "alta política". Por
ejemplo, Turner se complace en explorar el impacto de la política de los distritos electorales
y las complejidades de la sociología electoral junto con su relato paso a paso de las intrigas
dentro de la élite política, mientras que los estudios de Williamson y Bentley son indicativos
de una creciente apertura a la historia intelectual entre practicantes del enfoque de la `` alta
política '' (aunque como autor de “The Liberal Mind, 1914-1929 (1977)” debe reconocerse
que Bentley siempre ha estado interesado en la relación entre pensamiento y acción política).
Énfasis en la "situación" -en la reconstrucción del contexto dentro del cual operaban los
políticos de élite- pero también registran desarrollos en otros campos de la escritura de la
historia política, en particular la historia de las ideas y la historia de la política popular. Es a
estos dos campos a los que ahora debemos dirigirnos.
No cabe duda de que gran parte de los mejores escritos de historia política de las últimas
décadas se han basado en el interés por la historia de las ideas y, en consecuencia, en la
determinación de dar sentido al contexto intelectual en el que se desarrollaron las luchas
políticas. Muchos historiadores que se acercan a la política de esta manera han sido
influenciados, más o menos explícitamente, por el enfoque de la historia intelectual
defendido por J.G.A. Pocock, Quentin Skinner y J.W. Burrow, con su énfasis en la
reconstrucción del discurso político de una época a través del análisis sistemático de los actos
de habla (es decir, textos y enunciados anclados en su contexto discursivo y social). Es un
enfoque que permite que el enfoque histórico se aleje del mundo y las acciones de los
políticos de élite al centrarse en los debates más amplios que dieron forma a su mundo
143
144

político y definieron de qué se pensaba la política en un momento dado. Durante los últimos
20 años, la historiografía de la Gran Bretaña del siglo XIX en particular se ha enriquecido
enormemente con estudios de este tipo. Por ejemplo, en "The Age of Atonement (1988)",
Boyd Hilton rastrea la influencia del cristianismo evangélico en la comprensión del cambio
social y económico en la Gran Bretaña de principios del siglo XIX, y demuestra su papel
crucial en la configuración de la política de los conservadores liberales de Pitt, a través de
Peel, hasta Gladstone. De manera similar, en “Democracy and Religion: Gladstone and the
Liberal Party (1986)”, Jon Parry enfatiza la dimensión esencialmente religiosa del discurso
político de mediados de Victoria y demuestra que las diferencias religiosas dentro del Partido
Liberal, tanto en Westminster como en el país, plantean cuestiones fundamentales sobre el
significado de 'liberalismo', además de culminar en la debacle electoral de 1874. Finalmente,
en "The Decline of British Radicalism (1995)" Miles Taylor traza la creciente desilusión
radical con las concepciones puramente parlamentarias de soberanía de finales de la década
de mil ochocientos cincuenta, y muestra cómo esto ayudó a crear el espacio político para un
nuevo liberalismo popular basado en distritos electorales en la década de mil ochocientos
sesenta. Cada uno ofrece mucho más que un estudio en la historia de las ideas; estos son
estudios sumamente conscientes de la necesidad de comprender las ideas dentro de su
contexto social y político, especialmente el contexto cambiante del conflicto político
práctico, pero su sofisticada reconstrucción de las ideas que informaron práctica política y
definió lo que era y no era "política" sigue siendo una virtud particular. En efecto, están
ampliando el método de la 'alta tradición política', reconstruyendo el mundo de la política
pública en su conjunto para comprender mejor las fuerzas que ayudan a definir las
'necesidades situacionales' a las que se enfrentan 'los políticos que realmente importan'.

Estudio de caso: protección y política

A diferencia de muchos de los trabajos discutidos anteriormente, “Protección y política de


Anna Gambles: Discurso económico conservador, 1815-1852” (Woodbridge, 1999) se ocupa
casi exclusivamente de reconstruir el mundo del debate político público, de ahí su elección
como estudio de caso aquí. Rechazando lo que ella ve como el 'whiggism' residual de la
historia política e intelectual británica reciente, Gambles se propone rehabilitar el
proteccionismo conservador de principios del siglo XIX como una alternativa vigorosa y
coherente a la economía del libre comercio, tanto antes como después de la derogación de
las leyes del maíz. En 1846. En esencia, sostiene que la retrospectiva histórica, el
conocimiento de que el libre comercio en lugar del proteccionismo surgió como el credo
político dominante de la Gran Bretaña victoriana, ha llevado a los historiadores a restar
importancia al proteccionismo tory, a malinterpretar su crítica de la economía liberal, y
descartar a sus defensores como poco más que un "partido estúpido" de principios del siglo
XIX, incapaz de comprender la inevitabilidad del "progreso". Además, la lógica de su
posición es que si no entendemos un lado de un debate político, no entendemos el debate en
sí y, por lo tanto, el contexto político que ayudó a informar las acciones de los principales
políticos. La técnica de Gambles consiste en reconstruir los parámetros del debate político
público a partir de una variedad de fuentes que incluyen no solo los debates parlamentarios
y los discursos de los políticos, sino también la prensa periódica y los folletos. Gambles
insiste en que estas últimas fuentes, lejos de ser periféricas al mundo de la "política real" en
Westminster, representaron un componente activo e influyente del mundo político de
principios del siglo XIX. A partir de esta variedad de fuentes, Gambles busca reconstruir el
144
145

discurso público sobre la economía política tal como se desarrolló para los contemporáneos,
lo que ella denomina "habitar el debate intelectual contemporáneo" (Protection and Politics,
p. 191). Al hacerlo, demuestra que los argumentos económicos a favor de la protección no
deben estudiarse de forma aislada, sino que deben entenderse como parte de una cosmovisión
política y social conservadora más amplia y entrelazada de la primera mitad del siglo XIX.
La protección fue defendida, argumenta, no principalmente por un estrecho interés
económico propio, ni por un miedo instintivo a lo desconocido, sino porque la mayoría de
los conservadores creían que solo eso podía preservar la estabilidad social y económica sobre
la que descansaban los pilares gemelos de la grandeza de Gran Bretaña: su constitución y su
imperio mundial. En consecuencia, los proteccionistas conservadores favorecieron el
desarrollo de mercados internos y coloniales más seguros, por temor a las incertidumbres
inherentes de depender del libre comercio en los mercados extranjeros.

Hasta ahora todo bien, pero también hay limitaciones impuestas por la metodología de
Gambles. Al ceñirse mucho más estrictamente a un enfoque de "historia de las ideas" que
Hilton, Pany o Taylor, Gambles encuentra difícil ir más allá de la reconstrucción del discurso
público sobre el proteccionismo. A diferencia de Taylor, que combina una amplia gama de
técnicas históricas para trazar el ascenso y la caída del radicalismo parlamentario como
estrategia política entre 1832 y 1860, Gambles es capaz de decirnos relativamente poco sobre
el fracaso final del proteccionismo conservador durante aproximadamente el mismo período.

El lector no tiene claro por qué las afirmaciones proteccionistas de que el libre comercio
significaría "mano de obra barata" y "pan barato" no consiguieron el apoyo de los
trabajadores urbanos. Es cierto que Gambles muestra que muchos proteccionistas vieron el
libre comercio como un síntoma de la política distorsionada creada por la Ley de Reforma
de 1832, y que denunciaron la derogación de las Leyes del Maíz como otro paso en el
inexorable descenso de la nación a la democracia y la revolución, pero uno se deja inferir que
tales posiciones pueden haber socavado su capacidad para construir una coalición de base
amplia en la oposición al libre comercio. De manera similar, debido a que el estudio evita las
técnicas prosopográficas asociadas con la escuela de la ``alta política '' al enfocarse solo en
las declaraciones de los políticos, puede decirnos poco sobre los factores que moldearon el
compromiso de los líderes conservadores con (y la desvinculación) del proteccionismo como
parlamentarios y la estrategia electoral durante este período. En resumen, el enfoque de
Gambles puede ofrecer una arqueología útil de las ideas proteccionistas que circulan en el
discurso público, pero no puede decirnos mucho sobre la recepción de esas ideas por
diferentes facciones del público (incluido ese público de élite, los 'políticos que realmente
importaban). Por lo tanto, si bien el libro indudablemente nos ayuda a comprender mejor
tanto la profundidad de la división ideológica forjada por Repeal en 1846, como los
antecedentes intelectuales del conservadurismo radical de fines del siglo XIX, su enfoque
estricto en la reconstrucción del discurso público finalmente debilita su poder explicativo.

10.2 Elecciones y política populista

Debemos volver a las formas de historia política que ponen mayor énfasis en la política
electoral y la cultura política popular (un término en sí mismo muy controvertido). Una vez
más, esa historia adopta muchas formas y, a menudo, es difícil de clasificar. En este análisis
propongo examinar dos tradiciones principales: la tradición de la política de los distritos
145
146

electorales y la ``historia desde abajo'' o la tradición de la historia social, teniendo en cuenta


que las fronteras entre las dos tradiciones no siempre son tan claras como podría sugerir esta
tipología. La tradición de la política electoral siempre ha estado fuertemente influenciada por
los métodos de las ciencias políticas, especialmente durante las décadas de 1950 y 1960,
cuando la "sociología electoral", el análisis sociológico de los datos electorales, estaba en el
apogeo de su influencia entre los historiadores políticos.

Durante este período, la historia política británica moderna se reescribió en gran medida a
través del marco de la sociología y la ciencia política pluralista / funcionalista de la posguerra,
con su énfasis en los partidos políticos y las instituciones representativas como agencias para
canalizar y neutralizar el conflicto social. 292 Las historias escritas bajo la influencia de la
sociología electoral buscaron analizar cómo los partidos políticos respondieron a los procesos
subyacentes de cambio social y formación de clases en el siglo XIX y principios del XX. En
su mayor parte, minimizaron el impacto de los partidos en estos procesos de cambio y
asumieron que la clave para comprender el curso de la historia política residía en el mayor o
menor éxito de los políticos para adaptarse a las fuerzas sociales que estaban cambiando su
mundo. Así, Hanham analizó cómo los políticos liberales y conservadores competían para
moldear la lealtad de los nuevos votantes urbanos creados por la Ley de Reforma de 1867
(Elections and Party Management, 1959), James Cornford analizó cómo las fuerzas de
suburbanización de finales del siglo XIX crearon la base social de la 'villa Toryism '('
Transformation of Conservatism ', Victorian Studies, 1963), mientras que Peter Clarke
analizó cómo los liberales respondieron a este desafío construyendo un nuevo programa no
socialista de' bienestar 'estatal que podría atraer a los electores de la clase trabajadora
(Lancashire and the New York Times). Liberalismo, 1971, discutido a continuación). Hoy
en día, la linealidad de estos argumentos, con su énfasis en fuerzas supuestamente inexorables
de la 'modernización' como el ascenso de la clase, el declive de la religión y la
'nacionalización' de la política, ha perdido popularidad, en parte gracias a los cambios de
modas intelectuales, pero también porque ahora vemos las realidades políticas de la era
posterior a la Segunda Guerra Mundial como un momento histórico único, más que como el
punto final natural del desarrollo político democrático. Ahora parece curioso que John
Vincent sienta la necesidad de restar mérito a su brillante análisis de las ideas y aspiraciones
que sustentaron el liberalismo popular de mediados de la época victoriana al presentarlo
como una forma preindustrial de ``lucha de clases'' (según Vincent, verticalmente integrado
`` colectividades operativas '' lucharon por la estructura de la autoridad política y religiosa,
pero no por la distribución de las cosas, supuestamente el sello distintivo de la política
``moderna '', basada en clases) .293Curiosamente, encontramos el mismo énfasis en un cambio
de la política moderna (de 'estatus') a la política moderna (de clase) en quizás el estudio más
influyente marcado por la impronta de la 'sociología electoral': Lancashire y el nuevo
liberalismo de Peter Clarke, nuestro segundo estudio de caso.

Estudio de caso: Lancashire y el nuevo liberalismo

Puede parecer extraño elegir un trabajo que tiene más de treinta años como estudio de caso
de la tradición de la política electoral / sociología electoral, pero Lancashire and the New

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Liberalism de Peter Clarke (Cambridge, 1971; republicado en 1993) representa tanto la


apoteosis de este acercamiento a la historia política y, como toda historia verdaderamente
grande, también la trascendencia de la tradición dentro de la cual fue concebida. Como hemos
visto, sería fácil descartar el trabajo como irremediablemente anticuado, ya que parte de un
conjunto de supuestos sobre la ``modernización '' y la necesaria transición de la política
comunal basada en el estatus a la política materialista basada en la clase, que ahora son
ampliamente cuestionado (págs. 4-5, 393-407).294 De hecho, las modas históricas han
cambiado tan marcadamente que un estudio reciente, conscientemente revisionista, sostiene
que las identidades religiosas y étnicas tradicionales siguieron siendo la influencia dominante
en la política de Lancashire hasta al menos la Segunda Guerra Mundial. En este análisis, el
laborismo solo prosperó donde pudo aprovechar estas formas más antiguas de identidad
política, en lugar de las supuestas lealtades "basadas en la clase" (Trevor Griffith, Lancashire
Working Classes, 2001). Pero si Clarke exagera el surgimiento de formas de identidad
política basadas en la clase y, por lo tanto, tiende a exagerar el impacto del "nuevo
liberalismo" tanto en la lealtad de los votantes como en la ética del partido, queda mucho por
aprender de este estudio notablemente rico. Quizás su mayor fortaleza es su determinación
de integrar las múltiples dimensiones de la historia política en un solo estudio. Los mundos
de las ideas políticas, las estrategias de élite y la política popular no solo están presentes, se
combinan sistemáticamente a lo largo del libro. Por lo tanto, vemos cómo las nuevas ideas
sobre el liberalismo como un movimiento para la reforma social se unen durante la década
de 1890, y cómo ganaron los adherentes entre los políticos prominentes después de la guerra
de los Boer. Vemos cómo la creciente banda de políticos profesionales hizo más fácil para
los campeones de la nueva ideología ganar un punto de apoyo en los constituyentes, y cómo
las nuevas técnicas de comunicación (carteles, folletos de masa, etc.) les facilitaron la
proselitería de la nueva política. Al describir estos argumentos, Clarke ofrece lecturas sutiles
de la política callejera y el papel del candidato en la política electoral eduardiana, que
permanecen insuperables. Por supuesto, hay problemas: la disminución del localismo está
sobregirada, al igual que el atractivo de la clase de la nueva legislación social liberal, pero
queda algo convincente con el argumento de Clarke de que los políticos jugaron un papel
activo en el cambio a una política más centrada en la clase en Gran Bretaña. Para esto, se
debe enfatizar, no es un análisis crudamente reduccionista: los nuevos políticos liberales de
Clarke no son simplemente beneficiarios pasivos de la polarización de clase en la Gran
Bretaña Eduardiana, son los arquitectos de una estrategia política destinada a socavar el
conservadurismo popular de estilo antiguo, y por lo tanto contrarrestar la pérdida de apoyo
del Partido Liberal en los suburbios. Por lo tanto, Clarke sostiene que cuando la política de
estilo antiguo fue derrocada a principios del siglo XX, no fue debido a un cambio en la
infraestructura económica. Fue una iniciativa política que precipitó la decisiva polarización
de clase del electorado '(p. 402).
Tal vez Clarke podría haber hecho más de iniciativas Tory que tendían en la misma dirección,
por ejemplo, el primer plano de la política económica como la cuestión principal de la
controversia política por parte de los reformadores arancelarios (E.H.H Green, la crisis del
conservadurismo, 1995), o el poderoso cóctel del protestantismo, la reforma social y la
retórica de clase que Salvidge solía derrocar el control patricio en Liverpool y revitalizar la
democracia Tory en la ciudad.295 Pero por la amplitud de su visión, y la sutileza de su

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interrogatorio de la relación entre los políticos y la "gente", sigue siendo un trabajo de


importancia seminal.
Desde mediados de la década de 1970, los estudios de políticas de la circunscripción se han
basado en gran medida en los métodos y suposiciones de la tradición de la sociología
electoral, pero han continuado insistiendo en que los historiadores colocan la relación entre
los políticos y la etapa del centro del electorado, y que prestan atención a la contextos locales
dentro de los cuales las luchas políticas nacionales se libraron tan a menudo. Los campeones
de este enfoque, como Stuart Ball y Duncan Tanner, están más interesados en reconstruir las
voces 'fuera del escenario' fuera de la etapa de las historias de la ‘alta política’, y asumen que
estas voces desempeñaron un papel importante en la determinación de la fortuna electoral de
los partidos y la libertad de maniobra a disposición de los políticos de élite. De hecho, Stuart
Ball, cuyo propio Baldwin y el Partido Conservador (1988) tiene un fuerte enfoque de
Westminster, sostiene explícitamente que el enfoque 'alta política' es poco adecuado para el
análisis de la política del siglo XX porque exagera la medida en que los políticos podrían
permanecer. Aislado de las presiones externas en una época de medios de comunicación
masiva y política masiva, Ball sostiene que a fines de la década de los veinte, los políticos se
estaban volviendo cada vez más escépticos de la prensa como una guía para la opinión
pública, y en consecuencia se puso un énfasis renovado en las reuniones políticas, y
especialmente en los mecanismos de partidos internos para juzgar el estado de ánimo y los
trabajadores del partido. Quien se mantuvo tan vital para el éxito electoral. 9 Tanner también
destaca la necesidad de reconocer 'la naturaleza interactiva de la política', y pone un gran
estrés en la combinación de las técnicas de la historia social y política en el nivel de la
circunstancia para comprender el valor explicativo limitado de los estudios nacionales que
"no identifican la importancia de una perspectiva espacial o contextual al cambio electoral y
político".296
Los historiadores que trabajan dentro de la tradición de la "política electoral" generalmente
han sido tan interesados en los procesos electorales como resultados, y, por lo tanto, han sido
pioneros en la investigación sobre la franquicia, la ley electoral, la organización de los
partidos y la campaña, para comprender mejor cómo los políticos buscaban gestionar el
desarrollo del sistema que finalmente determinó su destino. Tal vez, a veces, se podría hacer
más aquí para interrogar la brecha entre los pensamientos privados de los políticos y sus
acciones y pronunciamientos públicos; pero incluso cuando se ha centrado estrechamente en
la mecánica de la práctica electoral, dicho trabajo ha hecho una contribución invaluable a
nuestra comprensión de la historia política. A la inversa, la principal debilidad de este
enfoque ha sido, sin duda, su tendencia a enfocarse demasiado estrechamente en la historia
organizacional, para que la "política electoral" se refiera a la historia electoral de los partidos
cuando realmente debería ser sobre la relación entre esas partes y el electorado más amplio.
Este electorado más amplio ha tendido a ser estudiado en gran medida desde la perspectiva
de los activistas del Partido, a veces reforzados por las ideas que pueden ser obtenidas de los
datos de elección agregados, pero eso, por supuesto, simplemente nos devuelve a la
sociología electoral y sus muchos pecados.
Desde el florecimiento de la historia social como disciplina en la década de los sesenta, el
estudio de las elecciones y las políticas locales también ha sido defendida por los
historiadores cuyo interés principal es precisamente las actitudes y las lealtades subyacentes
de los propios votantes, en lugar del destino de los candidatos políticos y sus partidos.

296

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Creyendo incluso más que los campeones de la sociología electoral en las bases sociales de
la política, los historiadores que han tomado la "política popular", ya que su preocupación
fundamental ha tendido a ver la política como un prisma a través del cual analizar la
estructura social y (especialmente desde el 'giro lingüístico') la cultura popular. En
consecuencia, los estudios de "política popular" tienden a centrarse en el análisis de las
escisiones sociales en torno a la clase, el género y la etnicidad, en lugar de preguntas
convencionales sobre la organización de los partidos y las técnicas de movilización de
votantes. Como parte de la 'historia desde abajo" el movimiento que floreció durante las
décadas de los sesenta y setenta, este enfoque (como tanta historia de la ERA) a menudo dio
la espalda en cuestiones de formación de políticas, e incluso en el impacto de las políticas
estatales dentro de las localidades. En muchos aspectos, como ha señalado Miles Taylor, esto
refleja el hecho de que mientras E.P. Thompson dio una proclamación 'para rescatar al pobre
tejedor ... de la enorme condescendencia de la posteridad' puede haber inspirado el
movimiento de escribir la historia política 'desde abajo', las influencias no marxistas que
restaron importancia a las cuestiones de ideología y gobierno ejercieron una influencia más
formativa sobre la nueva historia social, y tendió a diluir los imperativos políticos del
proyecto de Thompson.297 De hecho, es importante recordar que a fines de la década de los
setenta y principios de los ochenta fueron los historiadores marxistas los que se encontraban
al frente de la crítica de la insularidad y despolitización de la historia social y la "historia
desde abajo". 298

10.3 Nuevas historias políticas

Sin embargo, a partir de la década de los setenta, también se enfrentó a un nuevo desafío
post-marxista, que golpeó menos su negligencia sobre el estado y la política que en las
suposiciones reduccionistas que sustentaban toda su concepción de "lo social". Las
explicaciones que posicionaban vínculos simples y no mediados entre la clase social y la
lealtad política fueron el objetivo especial de esta crítica anti-reduccionista, que tal vez
explica por qué tantos defensores de la "nueva historia política" pensaron que estaban
atacando a las herejías marxistas, cuando en realidad había una pequeña cantidad de historia
política marxista para atacar, y menos aún que fuera inequívocamente reduccionista dada la
fuerte influencia de E.P. Thompson sobre aspirantes a historiadores sociales marxistas,
especialmente en Gran Bretaña. En muchas notas al pie de página, incluyendo la mía, John
Foster, Eric Hobsbawm y, a veces, los influidos por Gramsci como Robert Gray o el
althusseriano Gareth Stedman Jones, tuvieron que sustituir al ejército imaginario de
historiadores marxistas ortodoxos. Esta crítica del reduccionismo formó parte de un "giro
hacia la cultura" o "giro lingüístico" más amplio en la historia social y, por tanto, en la historia
de la política popular. Los orígenes de este creciente énfasis en la "cultura" se encuentran en
un compromiso con la antropología cultural (especialmente a través del trabajo de Clifford
Geertz), y con los modos de pensamiento posmodernos en general (notablemente a través del
trabajo de Michel Foucault y Jacques Derrida). En el mejor de los casos, este trabajo ha
alentado un estudio más matizado de la cultura política popular ampliamente definida, es
decir, las diversas ideas y costumbres políticas dentro de la sociedad en su conjunto, en lugar
de solo dentro del mundo cerrado de la política profesional. Dado que la reconstrucción del

297
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significado es la característica definitoria de esta escuela, ya ha ampliado enormemente


nuestra comprensión de la cultura política, especialmente nuestra comprensión de lo que la
política significaba para los contemporáneos. En el caso británico, el énfasis posmodernista
en la "cultura" ha generado estudios pioneros que exploran la centralidad de las ideas sobre
el imperio, la raza y el género para la comprensión contemporánea de la ciudadanía y la
nación política. 299
En muchos aspectos, esta 'nueva historia política' complementa fuertemente la tradición de
la alta política, o al menos análisis de la alta política que evita la explicación instrumentalista
cínica, ya que ambos otorgan una gran importancia a la reconstrucción de la cultura y a la
importancia de tomar la retórica política y la política ideas en serio, en lugar de tratarlas
simplemente como códigos de intereses personales o de clase más fundamentales.300
Sorprendentemente, este no es un punto ampliamente reconocido por los historiadores en
ejercicio de cualquiera de las tradiciones, tal vez porque cada uno siempre está más ansioso
por afirmar la primacía del mundo político en el que les resulta agradable realizar sus propias
excavaciones históricas. A los historiadores de la "política popular", incluida la nueva
generación de posmodernistas, les gusta burlarse de los historiadores de la "alta política" por
su obsesión por el mundo cerrado y claustrofóbico de la política de élite. 301 Argumentan que
solo porque Lord Salisbury, o quien sea, no entendió el 'conservadurismo popular', y mucho
menos el conservadurismo de la clase trabajadora, no estamos exentos de tratar de entender
por qué 'villa' o los conservadores de la clase trabajadora pensaron que entendían y podían
confíe en Lord Salisbury (lo sé, lo he hecho yo mismo). 302De manera similar, a los
historiadores de la 'alta política' les gusta burlarse de la política popular por su suposición
ingenua de que las creencias y aspiraciones de los nadie políticos en Blackburn,
Wolverhampton, o donde sea, deben tomarse tan en serio como las creencias y aspiraciones
de los gigantes políticos que controlaban el destino de una nación. El resultado es una
bifurcación fundamental de la historia política en dos subdisciplinas casi completamente
separadas: una que se centra en la formación de políticas y la intriga de las élites dentro del
estado, la otra en la política popular como una ventana conveniente a través de la cual estudiar
la cultura popular y la política de la vida cotidiana. La gran pregunta, por supuesto, es si estos
enfoques deben verse necesariamente como discretos y antagónicos. ¿Son los mundos de la
"política popular" y la "alta política" realmente mundos separados que requieren esfuerzos
académicos delimitados, o la distinción entre ellos es simplemente de temperamento personal
más que de sustancia histórica? En otras palabras, ¿se puede reconceptualizar la historia
política para que abarque cuestiones tanto sobre la movilización popular como la formación
de políticas, las creencias populares y las creencias de las élites?
Pero antes de explorar las perspectivas de desarrollar un enfoque reintegrado de la historia
política, quizás deberíamos confrontar la espinosa pregunta: '¿Qué estamos tratando de hacer
como historiadores políticos? O, para ser más precisos, '¿Qué estamos tratando de explicar,
si es que tratamos de explicar algo?' Digo "en todo caso" porque hay que reconocer que ha
habido una dramática reducción de la ambición explicativa de la historia política en los
últimos años, y una huida precipitada de las ideas de "causalidad". Además, esto no es
simplemente cierto en la 'nueva historia política', donde el endeudamiento con el

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posmodernismo ha llevado tanto a un escepticismo comprensible sobre las afirmaciones


exageradas del experto como a un escepticismo menos útil sobre la 'cognoscibilidad' última
del pasado. Es igualmente cierto en gran parte de la historia de la "alta política" escrita en los
últimos años. Así, en su estudio del mundo del pensamiento de Salisbury, Michael Bentley
rechaza la idea del cambio político "como un proceso cuyas características estructurales
pueden identificarse y explicarse" y nos dice que 'seguirá sus procesos mentales [de
Salisbury] en lugar de darles una coherencia que se le escapaba”. 303 Como ocurre con gran
parte de la historia política posmoderna reciente, el resultado es una reconstrucción
fascinante, casi antropológica, de una cultura política, pero desafiante indiferente a cualquier
pretensión más amplia de explicación histórica. En este sentido, tanto la 'nueva historia
política; y la historia de la "alta política" puede ser acusada de muchas de las mismas fallas
que la vieja historia social no marxista de las décadas de 1960 y 1970. No es, por supuesto,
una indiferencia hacia la política per se, sino más bien una renuencia a centrarse directamente
en cuestiones de formulación de políticas y la estructura del poder estatal. Aquí los
exponentes de la historia de la "alta política" salen mejor ya que su enfoque es al menos la
sede del poder, incluso si en general no están interesados en cuestiones más amplias sobre el
desarrollo del poder estatal o las consecuencias de su despliegue. Por el contrario, quienes
reconstruyen los rituales y lenguajes de la cultura política popular deben demostrar tanto las
conexiones entre la cultura popular y la política organizada de élite, como la relación entre
las percepciones populares del poder y los mecanismos reales para ejercer el poder en una
sociedad determinada. 304
Tales argumentos plantean una pregunta importante: ¿Es el interés por la 'cultura política' -
o más precisamente la dimensión cultural de la política (ya sea de élite o popular) -
simplemente un espectáculo secundario interesante que solo puede esperar ofrecernos una
'descripción densa' de la desconcertante rituales de la política?, ¿o puede convertirse en un
elemento crucial dentro de un proyecto de historia política más integrado y genuinamente
explicativo? Aquí, inevitablemente, nos sumergimos en debates sobre los límites del
conocimiento histórico y la aceptabilidad del eclecticismo en el método y la teoría historica.
Debemos reconocer la fuerza de la crítica posmodernista de la llamada 'ambición totalizadora'
en las ciencias sociales, pero también el costo que se paga si abandonamos cualquier intento
de ver la política como un sistema en evolución que exige, en primer lugar, que
reconstruyamos la interconexión de la política; segundo, que reconocemos la necesidad de
desarrollar explicaciones plausibles del cambio a lo largo del tiempo; y tercero, que
mantenemos un interés analítico tanto en las "estructuras" como en las "culturas". Con una
ampliación de estos puntos concluiré este ensayo.

10.4 ¿Reintegración de la historia política?

Volvamos primero a la afirmación de que deberíamos mantener un fuerte interés en el


contexto estructural de la política. Las estructuras económicas y sociales son obviamente más
importantes para aquellos que se enfocan en la política popular, ya que aquí es probable que
el potencial para la movilización individual y grupal esté directamente relacionado con la
distribución del capital social, económico y cultural, es decir, con cuestiones tales como las
horas del trabajo (y por tanto del tiempo libre), los niveles de estabilidad residencial, la

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304

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relación entre salarios y subsistencia, la homogeneidad étnica, los niveles de alfabetización,


etc. Tales factores no explicarán mágicamente la naturaleza de la política popular, esa era la
vieja ilusión reduccionista, sino que nos dirá mucho sobre el alcance de la movilización
política popular, y también sobre la vida cotidiana de las personas que los políticos buscaron
abordar a través del discurso. La libertad para crear nuevos discursos sobre el mundo social,
para conceptualizar la identidad política y el interés de nuevas formas, puede ser
considerable, pero no es infinita, y la 'realidad' material es uno de los factores que
circunscriben los lenguajes plausibles para describir el mundo social en política. 305
Pero si los políticos profesionales deben tener en cuenta las realidades materiales mientras
pulen sus florituras retóricas, en otros aspectos las restricciones materiales a su libertad de
acción suelen ser mucho menos apremiantes. Casi por definición, la mayoría posee el capital
social, económico y cultural necesario para sostener el activismo político, aunque tal vez sólo
unos pocos puedan decir genuinamente que han acumulado tal capital sin acumular
obligaciones que puedan comprometer su libertad de acción política. Después de todo, esta
era una de las grandes fuerzas que legitimaban el gobierno aristocrático en la Gran Bretaña
del siglo XIX: Lord Salisbury y los de su calaña podían ser denunciados como parásitos
ociosos, pero al menos eran sus propios parásitos ociosos; al menos, no estaban en el bolsillo
de nadie. Pero, por supuesto, incluso los más grandes aristócratas terratenientes
experimentaron restricciones en su libertad de acción; tal vez no las crudas restricciones del
interés material amadas por los teóricos de la elección racional, pero ciertamente restricciones
más sutiles como la preservación del capital 'social' entre los pares.
Un segundo punto clave es que la historia política debe adoptar un marco tanto diacrónico
como sincrónico, es decir, debe preocuparse tanto por trazar y explicar el cambio a lo largo
del tiempo como por describir las complejidades de la política en un momento dado. No
debemos perder de vista la necesidad de ofrecer una 'descripción densa' de la cultura política
-tanto de la élite como de la popular- pero debemos preguntarnos no solo cuáles fueron las
ideas y suposiciones que informaron el comportamiento político en un momento dado, sino
también cómo esas ideas y suposiciones surgieron en las ortodoxias de su época y por qué
finalmente perdieron su poder para explicar el mundo social. Necesariamente, esto significa
que debemos centrar una atención analítica particular en aquellos momentos en que la política
estaba en constante cambio, por ejemplo, en 1830-46, 1915-24, 1940-51 y 1973-83 en el caso
de la Gran Bretaña moderna, aunque no al extremo. Exclusión de estudios más amplios que
pueden abarcar tanto la estabilidad como el cambio.
En tercer lugar, y quizás lo más importante, debemos tomarnos en serio el mandato de centrar
la atención crítica en las interrelaciones entre los mundos de la política de "élite" y "popular".
Un punto de partida para tal historia política reintegrada sería poner en primer plano sitios
específicos donde los dos mundos se unen rutinariamente. La reunión política es un ejemplo
obvio, y uno que he estudiado detenidamente, pero hay muchos otros, incluido el cabildeo
individual de los parlamentarios, las peticiones colectivas del Parlamento, la correspondencia
de los electores y la miríada de reuniones internas del partido donde se reúnen activistas y
líderes. Al mismo tiempo, también deberíamos centrar la atención en las acciones y
argumentos contrastantes de los políticos dentro de diferentes sitios políticos, explorando las
tensiones entre sus escritos privados y sus declaraciones públicas, pero también entre sus
acciones en el Parlamento y sus explicaciones de esas acciones a los electores.

305

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Como ha argumentado James Vernon, en algunos aspectos la política se volvió menos


participativa a medida que se volvía más democrática. Muchos de los rituales simbólicos de
inclusión política asociados con las elecciones del siglo XVIII y principios del XIX, sobre
todo las campañas electorales, fueron abolidos en nombre de la "reforma racional", aunque
este proceso fue sin duda lento y desigual (Politics and the People, 1993). Incluso a principios
del siglo XX todavía había casos de políticos victoriosos que eran "presididos" a través de
sus distritos electorales por simpatizantes alegres, y fue solo con el surgimiento de la
televisión a fines del siglo XX que los políticos finalmente se sintieron capaces de salvarse
de la indignidad de enfrentar reuniones públicas genuinas durante las elecciones (a diferencia
de las reuniones de exhibición de los fieles del partido). Además, si en algunos aspectos la
política se volvió menos participativa con la democratización, no hay duda de que los
políticos sintieron una creciente necesidad de hablarle a (y por) la gente con cada extensión
sucesiva del derecho al voto y cada avance en los medios de comunicación. La necesidad de
moldear la opinión popular y movilizarla con fines partidistas se había convertido en un
factor central de la vida política en la década de 1870. La mayoría de las veces esto se podía
hacer a distancia (mucho el método más simpático para la mayoría de los políticos): los
periódicos publicaban extensos informes de debates parlamentarios y discursos improvisados
'al aire libre', mientras que el desordenado asunto de la política callejera en su mayoría podía
ser delegados a los trabajadores del partido electoral y los oradores profesionales del partido,
quienes recorrieron el país enredándose en las controversias indecorosas que la mayoría de
los políticos buscaban evitar. Pero en tiempos de elecciones, y en otros momentos de gran
excitación política, el público exigió, y generalmente obtuvo, un contacto mucho más directo
con sus 'maestros' políticos. Además, existe evidencia considerable de que, al menos hasta la
década de 1930, los políticos continuaron tolerando las humillaciones forzadas de las
elecciones como una prueba de temperamento y carácter. En 1937, Churchill escribió que
“[n]inguna parte de la educación de un político es más indispensable que participar en las
elecciones... La dignidad puede sufrir, el brillo superfino pronto se desgasta;... mucho hay
que aceptarlo con un encogimiento de hombros, un suspiro o una sonrisa; pero en cualquier
caso, al final uno sabe mucho sobre lo que sucede y por qué.”

Estos comentarios fueron provocados por los recuerdos del intento fallido de Lord Rosebery
de presentarse como un hombre del pueblo a principios de siglo. Según Churchill, '[él] no
pasaría por los procesos laboriosos, vejatorios y, a veces, humillantes necesarios en las
condiciones modernas... No se rebajaría; él no conquistaría. 306

Aquí vemos otro aspecto de una historia política integrada: un énfasis en las percepciones
cambiantes de 'masa' y 'élite' en la política británica. Necesitamos rastrear mucho más
cuidadosamente las percepciones cambiantes de 'las masas' entre los políticos de élite y, no
menos importante, las percepciones cambiantes de los políticos entre la mayor parte de la
población. Por ejemplo, sabemos que los políticos utilizaron cada vez más las reuniones para
hacer llamamientos directos al público a finales del siglo XIX, y que las viejas costumbres
que limitaban hablar en público al propio electorado quedaron gradualmente en suspenso,
pero todavía tenemos una idea muy inestable de cómo los políticos percibieron su nueva
audiencia masiva, y lo que pensaban que quería de la política. Del mismo modo, sabemos
sorprendentemente poco sobre cómo cambiar las percepciones públicas de los políticos y el

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Parlamento. Tenemos la sensación general de que las reformas financieras y administrativas


de la primera mitad del siglo XIX ayudaron a impulsar la legitimidad percibida del Estado
británico y que esto, a su vez, ayudó a establecer el contexto para el florecimiento del
liberalismo popular de mediados de la época victoriana, pero las creencias sobre el buen y el
mal gobierno siguen siendo, en el mejor de los casos, vagas.307 La suposición general parece
ser que los esfuerzos de la élite para frenar el inflado 'Estado fiscal-militar' del siglo XVIII
armonizaron con la sospecha plebeya residual del Estado como motor de extorsión y dominio
de clase para crear un nuevo consenso en torno a un mínimo, estado liberal a mediados de la
era victoriana. Sin embargo, este argumento no encaja con las afirmaciones de que la
legislación intervencionista Whig de 1835-41 y 1846-52 desempeñó un papel importante en
la difusión de la crítica radical del estado como indiferente a la difícil situación de las masas
sin derecho a voto, y con las afirmaciones de que raíces El liberalismo se mantuvo en gran
medida por la fuerza continua de la oposición popular a los símbolos del viejo orden en el
Estado y la Iglesia. 308 Pero hasta que sepamos más sobre los patrones cambiantes de
compromiso público con el Parlamento, por ejemplo, a través de la actividad de cabildeo y
petición, las expectativas cambiantes del papel de un diputado del distrito electoral, la
participación en el movimiento victoriano de 'Parlamentos locales' y el cambio de ideas sobre
las funciones adecuadas de los parlamentos locales. Gobierno, no quedará claro si el estado
liberal de mediados del siglo XIX se basó en la legitimidad popular otorgada por la reforma
fiscal y administrativa, o en la hábil exclusión de una población todavía volátil e "indómita"
de toda influencia en el gobierno.309
En los últimos años hemos visto una tendencia bienvenida a tomar en serio el lenguaje de la
política y reconocer hasta qué punto las estrategias discursivas de los políticos han jugado un
papel en la construcción de identidades políticas populares. Quizá la atención se ha centrado
con demasiada frecuencia en la construcción del discurso, más que en su recepción, de modo
que la efectividad de una estrategia particular se infiere en lugar de demostrarse, pero este
énfasis en la reconstrucción del significado y la “compra” del discurso político
contemporáneo sigue siendo un avance importante en los enfoques que suponían que los
intereses e identidades de los votantes estaban predeterminados.Sin embargo, al buscar el
'giro lingüístico' en nuestra búsqueda de una comprensión más completa de la compleja
relación entre los políticos y 'el pueblo', no debemos olvidar que las acciones a menudo
hablan más que las palabras. Si la retórica política puede desempeñar su papel en la
configuración de las identidades políticas, también puede hacerlo la legislación estatal. A
veces esto se hace explícitamente, como con la Ley de Educación de 1870, que permitió a
las autoridades renunciar a las cuotas escolares por motivos de 'pobreza', que distinguía del
'pauperismo' bajo la Ley de Pobres, o la legislación de 1915 que congeló los alquileres en
alojamientos para la 'clase trabajadora'. Pero incluso cuando la legislación no juega un papel
activo en la definición de un electorado social y político, con frecuencia transforma el terreno
de la política, creando nuevos temas en torno a los cuales los políticos pueden tratar de
movilizar apoyo. Así, las respuestas legislativas ad hoc al desafío de la guerra entre 1914 y
1920, incluidos los controles de alquileres y la concesión de beneficios integrales por
desempleo, crearon ganancias materiales para muchos trabajadores que los políticos
laboristas se sintieron obligados posteriormente a defender contra la amenaza de recortes

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309

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políticos a pesar de que guardaban poca semejanza con la visión histórica de su partido de
una nueva política de "bienestar".
En resumen, en nuestra prisa por explorar los poderes sutiles del lenguaje para constituir
significado e identidad, no debemos perder de vista ese grito de los años 80 para 'recuperar
el Estado''. 310 El poder estatal importa, no solo como un fin en sí mismo (como el botín del
juego del partido), sino como una fuerza para transformar las estructuras sociales y redefinir
las percepciones de la identidad social. En Gran Bretaña, las 'revoluciones desde arriba'
generalmente han sido mucho más sutiles que, digamos, en la Rusia estalinista, pero las
prácticas cambiantes de impuestos y gastos, y las definiciones oficiales cambiantes de
ciudadanía y derechos han contribuido mucho a moldear las expectativas y aspiraciones
políticas. A pesar de la retórica del gobierno desinteresado, los políticos han buscado con
frecuencia ejercer el poder estatal de acuerdo con su visión de la 'buena' sociedad y la forma
de gobierno, reforzando o restringiendo el estado de la Iglesia, ampliando o reduciendo los
derechos a los beneficios estatales, aumentando o reduciendo la carga de tributación sobre
diferentes grupos. Ciertamente, su libertad de acción por lo general se ha visto restringida
por la preocupación de preservar la 'legitimidad', la retórica sobre 'justicia' y 'equidad' tenía
un atractivo popular genuino, pero los misterios del poder del Estado podrían, no obstante,
proporcionar un aislamiento considerable de tal presión popular. Mientras que las historias
de la alta política a menudo exageran este aislamiento de las presiones externas, pretendiendo
que el mundo de la política de élite está cerrado herméticamente a las influencias demóticas,
las historias de la política popular con demasiada frecuencia cometen el error opuesto: asumir
que el poder estatal no importa y que las estrategias discursivas y legislativas de los políticos
de "élite" jugaron un papel pequeño en la formación de las tradiciones políticas plebeyas. No
hace falta decir que ambas perspectivas son enemigas del enfoque más integrado de la
historia política que se defiende en este ensayo. Para terminar con un viejo cliché, son los
dragones gemelos que debemos matar si la historia política quiere superar su mentalidad
esquizofrénica, si quiere trascender las inútiles dicotomías de "alto" y "bajo", "centro" y
"periferia" ‘o 'élite' y 'popular' a favor de una exploración sistemática de la interconexión de
la política.

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11- Historia social

Thomas Welskopp

Para Eric Hobsbawm, 1971 fue "un buen momento para ser historiador social". En una
evaluación triunfal del logro y en anticipación de lo que vendrá, predijo la síntesis de un
campo centrífugo. En una década, la historia social había ampliado inmensamente la visión
del pasado de los historiadores. Sin embargo, una inspección más cercana reveló una imagen
fragmentada. Escribiendo desde una perspectiva marxista poco ortodoxa, Hobsbawm pidió
un cambio de "la historia social a la historia de la sociedad". Esto implicó una interpretación
socioeconómica de las sociedades como entidades estructuradas, que uniría la historia de los
'muchos' con la de los poderosos, y proporcionaría una comprensión más profunda de la
política, que estaría enraizada en la vida material de las personas. 311Esta visión anti-idealista
y anti-individualista de la política, sin embargo, retuvo la esfera política como el padre propio
de la síntesis. Además, Hobsbawm revivió una noción de la historia como un proceso
coherente y continuo con un significado inherente que se remonta al historicismo de Leopold
von Ranke.
Hobsbawm evitó cuidadosamente las inclinaciones deterministas del marxismo ortodoxo. Sin
embargo, consideró que la "historia de la sociedad" era capaz de captar la totalidad del pasado
de una sociedad en una narración coherente destinada a describir y explicar el cambio a lo
largo del tiempo, y esperaba producir una "meta-narrativa" que fusionara los contornos
marxistas reconocibles con la riqueza y las contingencias de las experiencias históricas.
Esperaba que esta nueva meta-narrativa desafiara, y finalmente desplazara, la historia política
convencional de los 'grandes hombres' privilegiados por el historicismo y la historia política
convencional.
Ocho años más tarde, la historia social había reformado profundamente el panorama de la
profesión histórica en Occidente. Sin embargo, en su ensayo de balance de 1979, Tony Judt
comenzó astutamente con la observación de que "[e]ste [era] un mal momento para ser un
historiador social". Llamó a la historia social un pretencioso 'payaso en púrpura real'.
Supuestamente estuvo a punto de perder por completo "el contacto con el estudio del pasado",
había cortado sus vínculos con la cronología y había ignorado la importancia histórica de las
ideas.
A pesar de las afirmaciones en contrario, carecía de una "teoría" adecuada, lo que para Judt
significaba que carecía de una perspectiva marxista. En cambio, la historia social había
colapsado la teoría en método y el método en técnicas estadísticas. Sus préstamos de la
sociología y las ciencias políticas habían resultado en una dependencia autoinducida. Esto, a
su vez, permitió la recepción acrítica de "modelos" abstractos como la "modernización".
Estos habían producido una meta-narrativa muy diferente a la visión de Hobsbawm:
“Las ideas recibidas y los modelos estereotipados con demasiada frecuencia toman el lugar
de la intuición teórica o la investigación cuidadosa... Así, un término como 'modernización'
o algún 'modelo' de progreso se aplica a una situación histórica, que en su giro circular se
convierte en fuente y justificación de las afirmaciones hechas en nombre de la palabra o
concepto en cuestión”.

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Para Judt, la historia social no tenía una historia propia que contar y lo que contaba ya no era
papel de historia. 312
En 1995 y 1996, Geoff Eley y Keith Nield retomaron el debate. La imagen que dibujan de la
historia social es una de crisis existencial. Parecen enfrascados en una batalla de dos frentes.
En una dirección, luchan duro para sensibilizar a sus colegas materialistas y realistas
estructurales sobre los desafíos del posmodernismo. En el otro, simultáneamente se niegan a
defenderse de la proclamación de Patrick Joyce de un "fin de la historia social", reclamando
el potencial indispensable de este último para criticar el capitalismo y las estructuras de clase
en una era de globalización. En su intento de historizar la historia social, no queda claro si
todavía consideran el campo como algo más que una tradición políticamente correcta,
mientras que el futuro estaría en una historia discursiva foucaultiana y posestructuralista de
"lo social" y la "sociedad", o si ellos, como Joyce sostiene, 'mirar hacia el pasado de la historia
social como una forma de mirar hacia el futuro'.313
Estos puntos de vista nos dicen mucho sobre los logros y defectos de la historia social.
Reflejan la continua incapacidad de los protagonistas y antagonistas por igual para ir más
allá de los términos políticos del debate. De hecho, la historia social ha abierto la disciplina
histórica a nuevos temas y métodos. Ha democratizado la historia. Ha convertido el estudio
del pasado en un instrumento de crítica social. 314 Sin embargo, no ha proporcionado una
síntesis convincente más allá de la espada del empirismo especializado y la pared de la teoría
de la modernización (incluida su variante marxista). Paradójicamente, por lo tanto, la historia
social ha sido el socio menor de varias disciplinas principales, al tiempo que ha conservado
una noción sorprendentemente convencional de lo que es la historia.

11.1 Genealogía de las oscilaciones del péndulo

La historia social tiene su origen en la Ilustración. En el siglo XIX, los enfoques de la historia
social se desarrollaron bajo los paraguas disciplinarios de la "escuela histórica" de la
economía política, la naciente sociología (Max Weber y otros) y la filosofía marxista,
particularmente en Alemania. 315 En Gran Bretaña y, mucho más, en Estados Unidos, un
paisaje historiográfico pluralista dio lugar a estudios positivistas que hoy serían vistos como
historia social. A principios del siglo XX, los socialistas "fabianos" británicos, los "nuevos
historiadores" estadounidenses y los analistas franceses produjeron una historia social
genuina. 316 En la historiografía alemana, que carecía de una tradición positivista y
permaneció sujeta a la estricta regla disciplinaria del " historicismo tardío", los enfoques de
la historia social permanecieron marginados hasta mucho después de 1945.
A pesar de estas tradiciones más antiguas, la historia social experimentó su avance solo
después de la Segunda Guerra Mundial. Había suficiente terreno común entre las trayectorias
nacionales de esta ascendencia para llamarlo un proyecto transnacional. Los historiadores
sociales estudiaron las colectividades y movimientos humanos en el pasado, así como la
estructura y el cambio social. Analizaron los procesos demográficos, económicos y sociales,
y las formas en que interactuaban. Las visiones del mundo, las mentalidades y las “culturas”,

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316

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el nivel de vida y la vida cotidiana, la familia, las asociaciones y otras agrupaciones sociales
se convirtieron en objetos de investigación. Sin embargo, definir la historia social como una
disciplina dedicada al pasado de lo 'social', el ámbito entre la economía y el estado, no
comprendería sus aspiraciones globales. El intercambio entre la economía capitalista y lo
"social" siempre ha ocupado un lugar importante en la investigación histórica social;
particularmente en Alemania, esta combinación de "historia social y económica" todavía
marca una doble oposición a la historia de las ideas y eventos políticos, y una ciencia
económica cada vez más ahistórica. Además, sólo en ciertos subcampos especializados la
historia social se ha parecido alguna vez a la noción de Trevelyan de 1942 de 'la historia de
un pueblo con la política excluida'. La historia social debía demasiado a sus raíces marxistas
como para considerar irrelevante la política. La protesta social, los conflictos y las
revoluciones se convirtieron en importantes campos de interés. La historia social inició el
estudio de las clases -especialmente la clase obrera- como proyecto emancipador. Al mismo
tiempo, confrontó la historia política, con su énfasis en las ideas y en hombres influyentes,
con un modo potencialmente más profundo y adecuado de explicar el pasado político. "La
historia de la sociedad" de Hobsbawm examinó el impacto de las estructuras y los procesos
sociales sobre los estados, la política y las leyes.317
Los historiadores sociales de todas partes se encontraron con problemas teóricos comunes.
La relación entre 'estructura' y 'agencia' sigue siendo un tema controvertido. ¿Cómo debería
captar el historiador las fuerzas socioeconómicas "impersonales" de colectividades como
"clases sociales"? ¿Cuál fue el papel de los sujetos históricos -ahora concebidos como "gente
común" en lugar de grandes hombres- dentro o contra estas fuerzas y colectividades? ¿Cómo
se podrían vincular las diferentes dimensiones del análisis en una narrativa convincente?
¿Qué peso causal debería atribuirse a las 'estructuras' y 'sujetos que actúan
significativamente', o los 'factores sociales' y 'cultura', en la explicación histórica?
Sin embargo, estas orientaciones comunes no produjeron una historia social verdaderamente
internacional. La disciplina estaba limitada en gran medida por las fronteras nacionales. La
historia de la sociedad no desarrolló un concepto de trabajo factible de la sociedad, sino que
retuvo el estado-nación como su enfoque. La mayoría de las historias sociales "nacionales"
diferían marcadamente de la sociología histórica angloamericana, con su modelo de
modernización universalista y su preferencia por las comparaciones macro-sociológicas. 318
Esta 'nacionalización' de las historias sociales se derivó tanto de las peculiaridades de la
disciplina en cada nación como de las historias nacionales de las que formaban parte y
ayudaron a formar. La historia social nunca ha resuelto las tensiones entre una perspectiva
política universalista y el deseo de narrar una historia nacional coherente superior a las
historias políticas tradicionales. Los conceptos universalistas -clase, capitalismo,
modernización- fueron incorporados a historias nacionales individualizadas. A pesar de su
enfoque sistemático y su ambición internacional, la historia social no hizo más que generar
excepcionalismos nacionales. La teoría, el método y las metanarrativas nacionales se
volvieron difíciles de desentrañar.
La historia social británica se desarrolló en el contexto de un marxismo pluralista y polémico.
Se propuso explicar la Revolución Industrial, el ascenso de la sociedad de clases y el enigma
bastante británico de que estos procesos produjeron un movimiento obrero altamente
organizado, pero no la conciencia de clase predicha por la teoría marxista. Después de 1945,

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la historia social marxista se fragmentó en alas enfrentadas. Uno fue encabezado por
Hobsbawm, Perry Anderson, Edward P. Thompson, Gareth Stedman Jones y la revista
"History' Workshop" (1976-). Este último se convirtió en un centro de 'historia desde abajo'
y más tarde de historia de las mujeres, fomentando así muchas innovaciones teóricas y
metodológicas. Estos historiadores sociales británicos rechazaron la ortodoxia marxista
determinista asociada con el estalinismo. La nueva historia social se propuso superar la
parálisis del debate sobre el nivel de vida de la década de 1950 al rechazar la perspectiva
economista del debate y su preocupación por los salarios "nominales" y "reales". Mientras
tanto, la invasión soviética de Hungría en 1956 animó a los historiadores sociales a revitalizar
el marxismo británico. Los problemas teóricos y los imperativos políticos se combinaron para
crear un sólido argumento antiestructuralista a favor de la "agencia". 'Experiencia' y
'hegemonía' se convirtieron en palabras de moda en la historia del trabajo, respectivamente
desde abajo o desde arriba. 319 En Gran Bretaña, por lo tanto, la historia social reafirmó el
viejo dualismo de estructura y agencia, y empujó el péndulo hacia este último.
La historia social estadounidense surgió en un panorama más diverso. La influencia marxista
era más débil y competía con una fuerte tradición positivista, basada en el funcionalismo
estructural y la teoría de la modernización de Talcott Parson. Este último moldeó
profundamente la metanarrativa nacional generada por la 'nueva historia social'. Esto relegó
al marxismo a una variante de la corriente principal o a una minoría de oposición. La
diversificación se extendió aún más porque la historia social estadounidense tenía más de una
historia que contar. La sociedad colonial, la Revolución Americana, la esclavitud, la Guerra
Civil, la Frontera y la diversidad étnica se impusieron como temas junto a la historia de la
Revolución Industrial y la sociedad de clases. Además, las diferencias sociales no clasistas,
características de una nación de inmigrantes, a menudo parecían cruzar las líneas de clase.
320
La historia social estadounidense aprovechó las aparentemente ilimitadas oportunidades
creadas por la computadora, y florecieron la historia urbana cuantitativa, la demografía
histórica y la historia familiar, subcampos sofisticados en Gran Bretaña, Francia y
Escandinavia. La "nueva historia social" estadounidense era en gran medida historia
cuantitativa.
A diferencia de la variante británica, la historia social estadounidense de la década de 1960
fue marcadamente estructuralista. Esta predilección resultó de una preferencia metodológica
más que política, aunque los conceptos de 'modernización' agregaron legitimidad. El análisis
estadístico de los datos demográficos, migratorios y de movilidad social se convirtió en el
elemento mediador entre los aspectos económicos, sociales y políticos de la historia social.
El descubrimiento de una población geográfica y socialmente móvil en los Estados Unidos
del siglo XIX y principios del XX se interpretó como evidencia de la interacción de estructura
y agencia. La mayoría de las monografías de historia social eran estudios de ciudades
individuales, y esto permitía la combinación de historia demográfica, urbana, étnica y de
clase trabajadora. 321 El análisis de los cambios económicos y demográficos locales pretendía
sentar las bases estructurales para una explicación de los patrones de movilidad social, y
luego proporcionar el vínculo entre la base económica (estructura) y las asociaciones sociales
y políticas (agencia), con énfasis en la importancia de la etnicidad como parte de la esfera
política. La agencia estaba virtualmente colapsada en la estructura.

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Los estudios de movilidad social atrajeron críticas considerables. Las monografías eran
metodológicamente sofisticadas hasta el punto de ser "exageradas" estadísticas, pero rara vez
eran concluyentes. Los datos de movilidad social tenían la misma probabilidad de confirmar
la ampliación de las divisiones de clase que el aumento de la movilidad ascendente debido al
"progreso". El déficit explicativo de los estudios de movilidad social residía en su
incapacidad para decidir si los patrones de movilidad eran el resultado de condiciones
estructurales o preferencias individuales.
La "nueva historia laboral" estadounidense se definió contra una "vieja historia laboral" que
se había concentrado en la organización sindical y los líderes laborales, y había glorificado
la tradición estadounidense del "sindicalismo pan y mantequilla" conformista.322 La nueva
historia del trabajo se desarrolló originalmente como parte de la 'nueva historia social', pero
pronto se bifurcó en una dirección marxista. Una primera cohorte de profesionales se esforzó
por utilizar métodos cuantitativos para comprender a los trabajadores ordinarios olvidados
por la 'vieja' historia laboral. Produjeron monografías locales similares a los estudios antes
mencionados, pero con un golpe político de izquierda. 323“Se buscó recuperar una radicalidad
obrera hasta entonces desatendida en el registro histórico". Se decía que los primeros
radicales habían sido trabajadores inmigrantes excluidos del sindicalismo blanco anglosajón.
Sin embargo, dado que la evidencia estadística de este radicalismo era esquiva, la 'nueva'
historia laboral buscó cada vez más confirmación en material cualitativo sobre símbolos y
rituales. Otros señalaron las 'ideologías dominantes' hegemónicas como una explicación de
la ausencia de radicalismo.
En este "giro cultural" de fines de la década de 1970, surgieron relatos optimistas y pesimistas
de la historia laboral estadounidense. Los optimistas destacaron la agencia desplegada en la
militancia en el lugar de trabajo durante el siglo XIX y trataron de vincularla con
manifestaciones radicales posteriores. Escribieron una historia optimista de un activismo
laboral derrotado repetidas veces, pero siempre resurgente. 15 Los pesimistas, adoptando el
neo-marxismo, vieron a los trabajadores estadounidenses como víctimas de la 'hegemonía'
capitalista. Ellos también enfatizaron la militancia del siglo XIX; pero lo incorporó a una
tragedia de derrota de largo alcance. Interpretaron el final del siglo XIX y principios del XX
como un período en el que los gerentes utilizaron el taylorismo y el fordismo para arrebatarle
el conocimiento técnico a los trabajadores, desprofesionalizar la mano de obra y subordinarla
al capitalismo. La diversidad étnica jugó a favor de la gerencia y aseguró la fragmentación
duradera de la fuerza laboral. 324
Así, a fines de la década de 1970 y principios de la de 1980, la "nueva historia laboral"
estadounidense fue testigo de un giro cultural hacia la agencia y la hegemonía, con el
concepto de experiencia mediando entre ambas. Dado que la experiencia podía vincularse
con la identidad con tanta facilidad, la historia social estadounidense estaba aún más abierta
a las ideas posestructuralistas de diferencia y representación simbólica que su contraparte
británica. La oscilación del péndulo comenzó con el estructuralismo cuantitativo, pasó por la
experiencia popular, la antropología de Antonio Gramsci y Clifford Geertz, y finalmente
llegó a Foucault y a Derrida.
En Alemania, la historia social entró en la disciplina histórica en circunstancias peculiares.
Por un lado, tuvo que luchar contra un historicismo tardío aún hegemónico, con su énfasis

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anacrónico en los grandes hombres y la política. Por el otro, tenía que evitar la identificación
con la historiografía marxista-leninista de la RDA. Así comenzó como un esfuerzo no
marxista, incluso antimarxista. La historia social fue lanzada por historiadores como Werner
Conze y Theodor Schieder, quienes se habían destacado en el Volksgeschichte pro-nazi de la
década de 1930. Revocando la jerga volkisch contaminada después de 1945, Conze y
Schieder incorporaron elementos esenciales del historicismo en una "historia de las
estructuras" (Strukturgeschichte). Esto transformó a la Volksgeschichte anti-modernista en
una historia social capaz de competir con las realidades de la 'era técnico-industrial'. Conze
todavía evitaba el concepto de sociedad debido a sus connotaciones marxistas. 325
strukturgeschichte era, por lo tanto, bastante elusivo, ya que la "sociedad" nunca se definió.
Más bien, la estructura sirvió como un sustituto abstracto de términos políticamente
sospechosos como relaciones de producción y clase. Los críticos argumentaron que, dado
que las estructuras estaban en todas partes, la historia de la sociedad moderna seguiría siendo
imprecisa sin un vocabulario socioeconómico más específico. Conze y Schieder
reemplazaron la comunidad orgánica una vez representada por el Volk con un concepto neo-
humanista del "sujeto autónomo" derivado del historicismo del siglo XIX. Basándose en el
'sociólogo alemán' Hans Freyer, combinaron un análisis estructuralista de las culturas
contemporáneas con la re-afirmación del papel de las grandes personalidades.
strukturgeschichte indagó en las historias de la industrialización, los trabajadores, las culturas
urbanas y el vocabulario social (Begriffsgeschichte) para descubrir continuidades más allá
de las rupturas aparentemente causadas por la Revolución Industrial y la democratización.
strukturgeschichte discrepaba así de la preocupación marxista por el conflicto de clases.
Pretendía escribir la epopeya de los eternos enfrentamientos entre estructuras y 'grandes
personalidades' capaces de resistirlas y moldearlas. 326 La síntesis de Conze y Schieder
pretendía amalgamar estas confrontaciones en una secuencia de "individualidades" en las que
incluso las configuraciones estructurales asumían una cualidad individual.
Debido a que strukturgeschichte nunca produjo esta síntesis, y debido a que se separó en una
veintena de subcampos vagamente vinculados, su influencia durante las décadas de 1960 y
1970 a menudo se ha subestimado. Las historias económicas, urbanas, laborales,
demográficas, agrícolas y de asentamientos se han inspirado en su programa, al igual que la
historia de la semántica social. Strukturgeschichte, por lo tanto, merece crédito por haber
establecido la historia social en el territorio fortificado de la profesión histórica alemana. Es
de destacar que esta historia social rechazó abiertamente el marxismo. Pretendiendo
reconciliar una noción francamente "estructuralista" de lo social (¡originada en la sociología
de Freyer y Fernand Braudel!) con un concepto de "agencia" heredado del historicismo. Esto
significaba que la "agencia" estaba reservada para los "grandes hombres" cuyas intenciones
el historiador intentaba "comprender" mediante una lectura hermenéutica de las fuentes (es
decir, descubrir las intenciones de los actores históricos). Strukturgeschichte colocó la
estructura y la agencia lado a lado, sin tener en cuenta la relación entre ellos.
La repentina aparición de una nueva generación de historiadores sociales en Alemania a fines
de la década de 1960 fue responsable de la falta de reconocimiento de Strukturgeschichte. La
mayor parte de la nueva generación en realidad había sido entrenada por Conze y Schieder
(Gerhard A. Ritter, alumno de Ernst Fraenkel, proporcionó otro importante centro de
reclutamiento). Sin embargo, la nueva generación reclamó para sí una genealogía bastante

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diferente en la que se enfatizaron los emigrados y los contactos interdisciplinarios,


especialmente con la sociología. Marx fue reintroducido, en una adaptación poco ortodoxa
en deuda con Max Weber, Hans Rosenberg y Eckart Kehr. Esta autoproclamada historia
social crítica predicaba la "historia como ciencia social". Descartó la strukturgeschichte
como intrascendente, empirista o, peor aún, historicista, y la redujo a una mera etapa en el
camino hacia el verdadero cambio de paradigma de finales de los años sesenta. 327 Un grupo
relativamente coherente de jóvenes historiadores en torno a Hans Ulrich Wehler y Jürgen
Kocka, la recién fundada Universidad de Bielefeld y la influyente revista "Geschichre und
Gesellschaft" (1975-), superó rápidamente a sus predecesores de historia social.
La historia social crítica desarrolló un estructuralismo radical. Restableció una cadena causal
entre las dimensiones económicas, sociales y políticas del análisis histórico. Una concepción
materialista vagamente marxista de 'base' y 'superestructura' volvió a entrar en el campo. La
historia social en Alemania adoptó así un paradigma estructuralista muy diferente al énfasis
cultural encontrado en Gran Bretaña y más tarde en los Estados Unidos. La historia social
alemana tomó este giro como reacción contra el historicismo y la strukturgeschichte por
igual. Epistemológicamente hablando, la crítica ideológica reemplazó a la hermenéutica. En
primer lugar, esto significó que los historiadores sociales críticos rechazaron la noción de
que el pasado podía entenderse explorando las intenciones de los sujetos históricos, ya que
se decía que estos últimos carecían de una visión completa de las restricciones estructurales
sobre sus propias acciones. En cambio, estas limitaciones se convirtieron en el foco de la
investigación. 328 En segundo lugar, los historiadores sociales denunciaron los enfoques
historiográficos -particularmente el historicismo- que utilizaban métodos hermenéuticos para
comprender el pasado a través de las intenciones de las personalidades involucradas. 329 Ellos
descartaron estos enfoques como apologías metodológicamente ingenuas para la clase
dominante. Sólo el análisis estructural liberaría al pasado real de la distorsión ideológica.
La "historia de las ciencias sociales" alemana aplicó explícitamente la teoría. En esta
'búsqueda de teoría' (Reinhart Koselleck) tomó prestados 'conceptos de rango medio' de la
economía, la sociología y la ciencia política. El inventor del 'concepto de rango medio', el
sociólogo estadounidense Robert K. Merton, lo vio como una forma de teoría social que
permitía un análisis empírico detallado. Los historiadores sociales alemanes convirtieron esto
en un medio para comprender períodos históricos limitados. Así, modelos como
"imperialismo", "capitalismo organizado" o "formación de clases" informaron
interpretaciones de períodos muy específicos de la historia. En última instancia, esto limitó
el valor teórico de los conceptos. Sin embargo, los historiadores sociales no se preocuparon
porque consideraban la teoría puramente "instrumental", como si las narraciones históricas
estuvieran teñidas, pero no profundamente afectadas, por la elección de la teoría. Kocka, por
ejemplo, definió la 'historia' histórica como la secuencia de divergencias entre el modelo
elegido -el camino normal- y la 'realidad' pasada. 330 La 'historia de las ciencias sociales'
profesaba abiertamente un alegre eclecticismo. Sin embargo, todos sus conceptos estaban
firmemente arraigados en la teoría de la modernización.
La historia de las ciencias sociales, a pesar de su proclamado alejamiento de la
Strukturgeschichte, retuvo un concepto similar de "estructura" para un propósito diferente.

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La "teoría del tiempo histórico" de Koselleck definió un tipo de experiencia específicamente


moderno; el tiempo histórico, sugirió, se había acelerado tanto en la modernidad que incluso
los "momentos estructurales" podían experimentarse como eventos. Kocka sacó de esta
afirmación la conclusión opuesta, que la 'estructura' estaba casi por completo más allá del
alcance del entendimiento humano. En consecuencia, una explicación comprensiva requería
un análisis estructural de las condiciones y restricciones de la 'agencia'. La 'agencia' -excepto
como interés y conformidad con la 'estructura'- se trasladó a los márgenes del relato histórico.
331

La 'historia de las ciencias sociales' impulsó la síntesis con más energía que su predecesora.
Wehler desarrolló Gesellschaftsgeschichte ('historia de la sociedad') en pos de esta ambición.
Gesellschaftsgeschichte vino a significar el análisis sistemático de las cuatro dimensiones
clave de la sociedad moderna (la esfera económica, social, política y cultural interrelacionada
por sistemas de desigualdad social) para, en última instancia, explicar el proceso político.
Esta 'historia social política' resonó con las preocupaciones de una generación socializada en
la Alemania de la posguerra para exponer los orígenes del nazismo. Mientras que
strukturgeschichte había enfatizado largas continuidades que disminuían la importancia de
este 'crimen contra la civilización', y había transferido su investigación a un subcampo aislado
llamado Zeitgeschichte ('historia contemporánea'), Gesellschaftsgeschichte buscó causas de
largo alcance del nazismo en el siglo XIX. Wehler y otros diseñaron una "metanarrativa" de
una modernización alemana fallida.332
Tomemos como ejemplo el Imperio alemán de Wehler. 333 En su polémica introducción,
Wehler exigió una historia "crítica" del Imperio alemán de 1871-1918 capaz de exponer su
responsabilidad por el nazismo. Su propia historia comienza retratando la 'constelación de
1871' como una coincidencia altamente explosiva de fuerzas modernizadoras y
antimodernas, presagiando las contradicciones del Reich hasta 1914. La 'Revolución Agraria'
había comercializado la agricultura y apuntalado el dominio de los reaccionarios. Élites
terratenientes, especialmente en las provincias orientales de Prusia. En comparación con el
'Occidente' - Gran Bretaña y Estados Unidos - Alemania fue un industrializador tardío. Sin
embargo, debido a que comenzó solo en la década de 1850, la industrialización fue aún más
rápida y creó severas tensiones sociales. En consecuencia, la burguesía alemana,
especialmente los líderes de la industria pesada, rechazaron el liberalismo a favor de una
alianza política duradera con la alta burocracia y la aristocracia conservadoras. El fracaso del
liberalismo debilitó a la sociedad civil, mientras que el régimen represivo de Bismarck sofocó
la democratización y paralizó el gobierno parlamentario y la reforma social con una
'revolución desde arriba' pseudo-populista.
El capítulo de Wehler sobre la industrialización desarrolla aún más su imagen de una rápida
modernización económica y las consiguientes presiones sobre el sistema político.
Irónicamente, estas veinte páginas contienen las únicas consideraciones verdaderamente
histórico-sociales del libro. El resto, casi cinco sextos, se ocupan de la política. Wehler
descarta sumariamente a los partidos políticos como fuerzas impotentes en un proceso
político dominado por las élites tradicionales y los intereses de la industria pesada recién
organizados. Él ve al gobierno de Bismarck como un corredor de poder flexible que hace
malabarismos con coaliciones de élite informales forzadas a unirse por intereses compartidos,

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333

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integración ideológica y hostilidad hacia los 'enemigos del Reich' como los socialdemócratas.
El régimen, aún más bajo de Wilhelm II, controlaba la sociedad mediante la manipulación.
Se propagaron ideologías integradoras y estereotipadas como el antisocialismo, el
antisemitismo y el anticatolicismo. Wehler presenta a la familia, las escuelas, las
universidades y los militares como agentes de socialización autoritaria. La justicia de clase
reforzó la mentalidad autoritaria en la mitad superior de la sociedad alemana, y eso aumentó
la sumisión al monarca, el estado y las élites.
La política de manipulación mantuvo el viejo orden pero no creó estabilidad. Por el contrario,
fomentó las tensiones y alienó a potenciales aliados. La política de Estado se convirtió en
una gestión reactiva de crisis y el régimen recurrió a un nacionalismo cada vez más agresivo
para mantener la lealtad. El imperialismo alemán, por ejemplo, fue una estrategia diseñada
para desviar la atención del conflicto interno y canalizar la agresión hacia las relaciones
internacionales. La Weltpolitik alemana fue, por lo tanto, realmente una política interna
manipuladora. Alemania se convirtió en la fuerza motriz de la carrera armamentista europea,
construyendo una flota destinada a disputar la hegemonía naval británica. Estas aventuras de
política exterior provocaron coaliciones anti-alemanas y, en última instancia, aislamiento
internacional. El militarismo en la sociedad alemana hizo que la guerra fuera inevitable. Para
Wehler, la invasión alemana de Francia y Rusia en 1914 representó un último intento de
salvar el moribundo sistema guillermino. Sin embargo, la derrota de Alemania provocó la
misma revolución social que se suponía que la guerra evitaría. La adversidad de la élite a las
instituciones democráticas de la República de Weimar ayudó al nazismo a tomar el poder
durante la Gran Depresión.
El libro fuertemente argumentado de Wehler ha sido inmensamente controvertido, sobre todo
porque combina la brevedad ascética con juicios agudos y comentarios contundentes. Cada
capítulo se basa en su propio concepto teórico, por lo que la teoría a menudo aparece como
una interpretación abreviada de una "realidad" pasada, ilustrada por algunos detalles
históricos. La historia social propiamente dicha entra en escena sorprendentemente poco. Es
evidente en gran medida en una ampliación de lo "político" para incluir grupos de interés
organizados e instituciones sociales. Mientras que casi ningún actor histórico figura en la
descripción de las estructuras económicas y sociales, la arena de la política está poblada de
asombrosas historias personales de "grandes hombres" y eventos. La "manipulación" tiene
que soportar todo el peso del intento de Wehler de unir la sociedad y la política: los grandes
hombres buscan manipular los procesos sociales. Esta metanarrativa de una 'divergencia
alemana de Occidente' (deutscher Sonderweg) se hizo influyente porque fusionaba la teoría
de la modernización, el estructuralismo, la crítica ideológica y una interpretación moralmente
acentuada de un período crucial en una historia nacional 'crítica'. 334

11.2 Piedras teóricas angulares de la historia social 'tradicional'

Con el fin de reunir las tendencias nacionales para una discusión más sistemática, quiero
discutir algunos elementos esenciales de la historia social "tradicional". Un campo
representativo de la disciplina en general servirá como ejemplo: el enfoque de la historia del
trabajo tal como se establece en el "paradigma de formación de la clase trabajadora" de los
años setenta y ochenta. Durante la mayor parte de las décadas de 1960 y 1970, la historia
social había sido casi sinónimo de historia del trabajo o, en términos más generales, de

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hombres comunes (literalmente, "hombres"). El concepto de "formación de la clase obrera"


representó un intento de combinar la historia de los trabajadores en los lugares de trabajo, los
barrios, las familias, los bares y las asociaciones de ocio, con la historia del movimiento
obrero: huelgas y conflictos de clase, sindicatos y organización de partidos, ideología y
"conciencia de clase". La obra de E.P.Thompson “Making of the English Working Class”
(1963) desencadenó el desarrollo de una serie de modelos de “formación de la clase
trabajadora”.335
Su enfoque común fue convertir un concepto central de una 'base económica' que determina
una 'superestructura ideológica' en una secuencia de niveles causalmente vinculados entre sí
y que representan una progresión desde el advenimiento del capitalismo hasta la fundación
de los partidos socialistas. Otro elemento común fue el uso de modelos de procesos lineales
singulares en la historia, contra los cuales se medirían las "historias propiamente dichas".
Tales teorías promovían un camino histórico idealizado hacia un fin moralmente definido
(democracia liberal o socialismo) y estaban de moda en la economía contemporánea (por
ejemplo, el enfoque de las 'ondas largas') y la sociología (modernización, marxismo). 336 No
es difícil discernir el deseo de reconciliar la teoría con la vieja idea de que la historia es un
proceso unitario.
El ensayo de Kocka sobre la "formación de la clase obrera" en Alemania (1800-1875) es un
buen ejemplo. 337Comienza delineando un modelo teórico que distingue "cuatro dimensiones
analíticas". En primer lugar, los procesos generales que transformaron el “Antiguo Régimen”
en una “sociedad de clases” moderna, sobre todo el surgimiento del capitalismo, la
construcción del Estado y la transición demográfica. En segundo lugar, describe la expansión
concomitante del trabajo asalariado en las instalaciones de producción centralizadas como el
motor de la homogeneización de las posiciones de clase de los trabajadores. En tercer lugar,
los trabajadores desarrollarán hipotéticamente, sobre esta base, una identidad colectiva,
expresada en el idioma, las estructuras familiares, los patrones de matrimonio, la segregación
residual y la cultura. Finalmente, bajo ciertas condiciones aquellos que comparten una
posición de clase común y se convierten en una clase social... pueden, sobre la misma base,
actuar colectivamente y quizás organizarse [en sindicatos y partidos socialistas], en conflicto
con otras clases y quizás con el estado. 338
Kocka luego describe en detalle las 'clases bajas' alrededor de 1800. Como siempre, sintetiza
brillantemente una vasta literatura en una interpretación de 'clase'. Continuando con un relato
minucioso de los cambios legales, económicos y demográficos descritos en el nivel uno de
su modelo, basándose en decisiones legales y muchos datos estadísticos. El siguiente capítulo
muestra que los trabajadores domésticos, agrícolas y ocasionales, los grupos ocupacionales
más grandes, no se vieron afectados en gran medida por el trabajo asalariado y permanecieron
integrados en entornos de producción más antiguos y restricciones legales. Los trabajadores
de las "industrias domésticas", por el contrario, dependían cada vez más del capital comercial,
pero aún no estaban empleados en un sistema fabril capitalista. Los jornaleros se habían
convertido en gran medida en trabajadores asalariados, mientras que sus amos estaban a
punto de convertirse en pequeños empleadores. Sin embargo, las tradiciones de los gremios
aún persistían en la organización colectiva a lo largo de las líneas comerciales. Finalmente,

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los trabajadores de las fábricas casi igualaron al prototípico 'trabajador asalariado puro' de
Kocka. En este capítulo, Kocka se basa en gran medida en el análisis "estructural", pero
especula sobre las "experiencias típicas" de los grupos en cuestión. Lo hace para abordar la
observación bastante desconcertante de que algunos trabajadores domésticos y muchos
jornaleros "contribuyeron" al primer movimiento obrero alemán, mientras que los
trabajadores de las fábricas se mantuvieron al margen.
La sección final de Kocka cubre los niveles tres y cuatro de su modelo. En primer lugar,
señala las tendencias unificadoras en el lenguaje del "trabajo" y la "clase", la movilidad social
y los patrones de matrimonio, y la protesta social, sobre todo la frecuencia cada vez mayor
de las huelgas a finales de la década de 1860 y principios de la de 1870. Kocka luego rastrea
el surgimiento de los sindicatos y el surgimiento de los partidos socialdemócratas. Los
primeros aparecieron por primera vez en ciertos oficios artesanales, hecho que no confirma
la predicción en el modelo de que deberían ser desarrollados primero por los trabajadores de
las fábricas. Kocka explica el sindicalismo artesanal como un producto tardío del conflicto
de clases entre maestros y jornaleros allá por la revolución de 1848. Otro desarrollo bastante
específico de Alemania fue la aparición "prematura" de partidos obreros independientes.
Kocka atribuye esto a la receptividad de muchos jornaleros por las ideologías socialistas y la
incapacidad del liberalismo alemán para mantener la hegemonía política, en contraste con
Gran Bretaña. Kocka concluye que mientras una clase obrera estaba presente en los niveles
uno y dos de su modelo, la "formación de clases" permaneció limitada en los niveles
superiores, inspirada en el progreso entre 1800 y 1875. La "formación de clases" resultó de
la extensión del capitalismo y trabajo asalariado, pero sólo se tradujo en 'conciencia de clase'
y acción colectiva donde un 'conflicto entre tradición y modernización' 'suplementario' entró
en escena.339
Es interesante observar cómo Kocka trata con 'estructura' y 'agencia' en la arquitectura causal
de su argumento. Los niveles uno y dos ofrecen principalmente análisis estructurales. En el
nivel dos invoca "experiencias" típicas, pero no las respalda empíricamente. En cambio, los
fenómenos en gran medida estructurales en el nivel tres sustentan sus suposiciones anteriores
sobre las "experiencias". En lugar de desarrollar cada nivel a partir del anterior,
implícitamente invierte el orden causal. Kocka tampoco logra explicar de manera
convincente el momento y las formas de la organización laboral alemana, ya que en realidad
recurre a variables externas a su modelo (ideologías socialistas, debilidad del liberalismo).
Finalmente, el papel de las 'tradiciones' en su argumento no está claro. Mientras que el
modelo debería considerar las tradiciones como un retraso en la organización del trabajo, se
cuelan en la explicación como una "causalidad suficiente" para la organización "temprana"
de los oficios artesanales.
El modelo de Kocka, como todos los conceptos de “formación de clase”, atribuye diferentes
cualidades de “estructura” y “agencia” a cada dimensión de “realidad histórica”. 340 Mientras
que todas las formulaciones del modelo distinguen entre demográfico/económico, social y
político/ideológico. Niveles de 'formación de clase', con Karznelson insertando un cuarto
nivel, cultural, entre lo social y lo político, difieren en gran medida en el grado en que
permiten que los sujetos históricos sean 'agentes significativos'. El relato de Zwahr sobre la
expansión de las relaciones de parentesco entre los 'proletarios natos' es estructural y deja
completamente libre la agencia. Para Katznelson y Kocka, la industrialización y el trabajo

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asalariado proporcionaron "experiencias" homogeneizadoras, que los trabajadores tenían


pasivamente y que luego se traducían en "agencia" a nivel cultural y político. La agencia
existe solo en el nivel superior y está limitada por el inferior. La "reintroducción del sujeto
en la historia" de Thompson, por el contrario, lo llevó a definir "experiencia" como "agencia".
A los ojos de Thompson, la 'clase' tenía que ser "experimentada", creada y transformada
activamente en una 'conciencia de clase' cultural y política. Sin embargo, en un examen más
detenido, el concepto aparentemente totalizador de 'experiencia' de Thompson es engañoso,
ya que las 'relaciones de producción' materiales ('estructuras') determinan qué 'experiencias'
se pueden hacer en primer lugar. La novedad de Thompson es que tiene en cuenta nuevas
formas de "experiencia" (como la tradición del "inglés nacido libre"). Estos ayudan a dar
forma a expresiones particulares de la "agencia" de la clase trabajadora, pero no alteran el
supuesto de que las experiencias deben converger en las experiencias de clase. 341
El "paradigma de formación de la clase obrera" es un excelente ejemplo de la incapacidad de
la historia social 'clásica' para unir estructura y agencia. Esta estructura generalmente
significó primacía causal para la estructura y el descentramiento de la agencia. La 'estructura'
era más destacada ('duro' es un adjetivo de uso frecuente) en las instituciones económicas y
las relaciones de producción. Aunque los historiadores de la clase obrera reconocieron que
también había "estructuras" en la cultura y la organización, éstas parecían mucho menos
rígidas. William H. Sewell ha criticado esto como "materialismo fuera de lugar".342 Porque
no es el grado de estructuración lo que distingue entre los segmentos de la sociedad, sino sus
propiedades estructurales específicas. Finalmente, el descentramiento del 'agente' de la
historia social ha resultado en una tendencia a hacer de las colectividades las unidades de
análisis incuestionables, hasta el punto de que casi parecían capaces de actuar como personas.
La historia social 'tradicional' daba por sentada la formación de grupos, por lo que era casi
imposible pensar en la identidad social en términos de 'diferencia'. Sin embargo, la
"diferencia" se convirtió en el estandarte bajo el cual la nueva "historia cultural" atacó a la
historia social a principios de los años ochenta.

11.3 'Historia social' bajo ataque

Algunos dicen que la historia social experimentó una "crisis" por primera vez a fines de la
década de 1970. En Gran Bretaña y Estados Unidos esto significó la desintegración de lo que
nunca había sido realmente un campo coherente. La historia social se convirtió en un
territorio vagamente delimitado con espacio para numerosos enfoques, incluso si algunos
parecían mutuamente excluyentes.
La historia del trabajo fue la primera área en la que una "historia de la experiencia" -cómo la
gente experimentó el pasado- se esforzó por emanciparse del patrocinio thompsoniano. Esto
fue evidente en una nueva "microhistoria desde abajo" y en los reclamos por la autonomía
relativa de la cultura y el rechazo del determinismo económico. La historia de la experiencia,
incluso cuando adoptaba una "descripción densa" diluida derivada de la antropología de
Geertz, permaneció en gran medida dentro del perímetro de la historia social. Combinaba
análisis minuciosos de sistemas simbólicos con descripciones bastante convencionales del
contexto.343 Sin embargo, inició un cambio de enfoque de la sociología a la antropología

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social (o cultural) como punto de referencia teórico. La 'nueva historia cultural' también
buscó revertir el privilegio tradicional de la causalidad económica. 344 Sin embargo, este
revisionismo retuvo el marco conceptual de la historia social materialista. Las
representaciones culturales todavía figuraban como internalizaciones, aunque simbólicas, de
la realidad material. 345
La opinión de Gareth Stedman Jones de que el lenguaje moldea decisivamente la realidad
pasada fue más radical y abrió el camino para el posmodernismo y el "giro lingüístico".346
Asimismo, la historia del género atacó no sólo el descuido de los historiadores sociales por
la diferencia sexual, sino también el carácter materialista de sus categorías básicas. Las
feministas lo denunciaron como "esencialismo" la suposición de los historiadores sociales de
que el proletariado era masculino.347 La teoría del discurso de Michel Foucault influyó en la
mayoría de estos revisionistas. Su vinculación de conocimiento y poder inquietó a los
historiadores sociales al distraer la atención de las instituciones económicas, el conflicto
social y la "gente real". La historia social no podía ocuparse ni de la supuesta centralidad del
lenguaje ni de la opinión de que la cultura era un sistema simbólico independiente de las
personas "reales". Las representaciones del pasado de los historiadores sociales, su propia
noción de "realidad histórica" y su enfoque "científico" parecían estar en juego.
Todas las críticas anteriores comparten la opinión de que las categorías sociales deben
entenderse en términos de diferencia. Incluso en su comprensión más convencional, que
considera que la "diferencia" es central para la "identidad social", esto plantea un desafío
trascendental para una historia social preocupada por las colectividades. Porque la
"diferencia" es ante todo una propiedad individual de los sujetos actuantes. La aceptación de
esta proposición significaría un replanteamiento fundamental de cómo se forman las
colectividades. En los EE.UU., el pacto de "diferencia" condujo rápidamente a la expansión
del vocabulario histórico social, especialmente en el enfoque de la trinidad de "clase, raza y
género". Esto en sí mismo no amplió los horizontes de la historia social, pero hizo que sus
historias fueran más complicadas. 348 Lo más crítico fue que esta "deconstrucción" de las
colectividades amenazaba la noción unitaria de la historia que aún es favorecida, como hemos
visto, por muchos historiadores sociales. Por lo tanto, la hostilidad de la historia social hacia
el género y la microhistoria se identificó con el determinismo económico, el análisis de la
estructura social, el estructuralismo antihermenéutico, las explicaciones macrocausales, la
historia social política y la síntesis de Sonderweg tipificada por Wehler. En la década de
1980, la 'historia de las ciencias sociales' rechazó todos los desafíos, ya fueran
Alltagsgeschichte o la historia de las mujeres. La intención era teñir estas amenazas de
izquierda con el olor del historicismo de derecha.
Sin embargo, la 'historia de las ciencias sociales' ha cambiado y se ha expandido durante los
últimos 30 años. Los historiadores sociales finalmente comenzaron a prestar atención al
llamado a las comparaciones históricas, que se había exigido durante el debate de Sonderweg.
Estos estudios trascendieron las historias nacionales, subvirtieron el modelo de Sonderweg
centrado en lo nacional y socavaron las categorías de análisis de la historia social. En la
historia del trabajo, esto condujo a una crítica del "paradigma de formación de la clase

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trabajadora".349 El propio proyecto a gran escala de la historia de las ciencias sociales sobre
la historia de la burguesía, lanzado a mediados de la década de 1980, amplió el objeto de
análisis para incluir la cultura, las relaciones de género, los sistemas de valores y los
discursos. La "burguesía" alemana apareció cada vez más como una formación cultural más
que como una clase socioeconómica.
Algunos defensores de la nueva historia cultural todavía se definen a sí mismos en contra de
una historia social concebida de manera estrecha. La manera en que los historiadores
culturales reúnen conceptos que normalmente se consideran incompatibles es un fenómeno
peculiarmente alemán, como lo es el intento de aportar cierta coherencia a la historia cultural
volviendo a las teorías alemanas de la cultura de principios de siglo. 350 Y mientras que las
ciencias sociales la historia continúa produciendo una síntesis monumental de la historia
nacional tras otra, los historiadores culturales se esfuerzan por presentar una metanarrativa
alternativa, enfrentando una historia de 'modernidad radicalizada' contra la tesis de
Sonderweg. Por lo tanto, permanecen confinados a la historia nacional después de todo.351
Algunos historiadores culturales incluso exigen el reemplazo de 'sociedad' por 'cultura' como
un enfoque más integral para la síntesis. 352Oponer a la sociedad contra la cultura representa
otro Sonderweg alemán que conduce inevitablemente a otro callejón sin salida. 353

11.4 ¿Qué futuro?

La historia social tuvo sus méritos. Después de todo, fue la historia social la que planteó la
cuestión de la desigualdad social en el estudio del pasado e introdujo a los trabajadores y las
masas desfavorecidas en el registro histórico. Explicaba el proceso de industrialización y de
cambio social y conflicto en un sentido amplio. Fue pionera en la integración del análisis
económico, social y político en la historia de sociedades enteras. La historia social también
se convirtió en un terreno fértil para el debate teórico. Las discusiones actuales de varios
"giros" teóricos todavía están capitalizando este trabajo pionero.
Sin embargo, los desafíos revisionistas han expuesto las debilidades de toda la disciplina
histórica, incluida la historia social. He señalado la incapacidad de la historia social para
reconciliar estructura y agencia, las debilidades de su concepción "materialista" de la
economía y las colectividades, su descuido de la cultura como práctica simbólica y su rechazo
intransigente de la noción de construcción histórica de la diferencia. Las soluciones que
ofrece el giro lingüístico a los problemas de la agencia de los sujetos históricos, los
significados culturales de su interacción y las relaciones de poder intrínsecas a las
instituciones económicas, sociales y políticas, son sólo parcialmente convincentes. Sin
embargo, los historiadores culturales han planteado las preguntas correctas. Una historia
social renovada debe tener en cuenta toda una serie de ideas clave derivadas de los debates
recientes. Algunos historiadores hablan de un 'giro social' inminente en la historia de la
cultura y la sociedad. Esto no debe ser un regreso a la 'vieja' historia social estructuralista,
sino un paso 'más allá del giro cultural'. 354

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Es posible que ahora estemos alcanzando una historia social que rinda todo el crédito al
lenguaje, los símbolos y el discurso, pero avanza incrustándolos en la 'práctica social'. La
'teoría de la práctica' -asociada, por ejemplo, con Pierre Bourdieu y Anthony Giddens, es
capaz de captar la interacción tanto partiendo de la premisa de que los agentes interpretan su
entorno en el proceso de hacer 'experiencias', puede hacer frente a la naturaleza construida
de la realidad (histórica) y las múltiples identidades de los actores. Puedo imaginar en un
futuro cercano una historia social que combine el análisis de las instituciones económicas,
sociales, culturales y políticas desde la perspectiva de los sujetos sociales que interactúan
significativamente entre sí. No se darán por supuestas las colectividades, sino que se
explicarán en términos de práctica social y cultural. Este enfoque podría dar nueva vida a
áreas de investigación en gran parte desiertas desde el giro lingüístico. Las historias del
trabajo, las empresas comerciales y los mercados, la desigualdad social, los movimientos
sociales y la cultura política, todas concebidas como campos complejos de interacción, se
destacan como áreas de investigación potencialmente innovadoras en una era de
globalización. 355 Esta será una historia social auto reflexiva, más allá del giro cultural, pero
consciente de sus logros.

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12- Historia económica

Pat Hudson

La historia económica es distintiva en términos de tema y enfoque. Se ocupa de los


fundamentos materiales de la existencia humana: cómo las personas se ganan la vida, cómo
se producen y distribuyen los alimentos y los bienes, y los tipos de sociedades, formas de
vida e instituciones que los diferentes regímenes de producción y consumo apoyan o
fomentan. Así, la mejor historia económica se ocupa de la vida política, social y cultural,
además de la económica. En términos de enfoque, la historia económica suele combinar el
oficio y la formación del historiador con los intereses, teorías y métodos de las ciencias
sociales, en particular la economía. El empleo de conceptos y teorías de las ciencias sociales
en la investigación y la escritura históricas puede ser esclarecedor, pero a menudo surgen
problemas porque la mayor parte de las ciencias sociales del siglo pasado se ha orientado a
cuestiones contemporáneas. Las ciencias sociales en general, y la economía en particular,
están en gran medida centradas en el presente y orientadas a las políticas. Incorporan muchos
supuestos que solo son aplicables (e incluso entonces no siempre fácilmente aplicables) a las
sociedades modernas, comerciales, capitalistas, generalmente occidentales. Tienen un sesgo
temporal y cultural. Los peligros de utilizar la economía, o cualquier otra ciencia social, en
la historia son, pues, el anacronismo y el etnocentrismo. Los historiadores económicos deben
pensar cuidadosamente sobre el entorno social, cultural y económico de diferentes períodos
y partes del mundo, y pueden necesitar adaptar la teoría económica y social a sus propósitos,
o incluso repensar aspectos de las ciencias económicas y sociales por sí mismos, para
hacerlos más adecuado a las necesidades del historiador.
Cuando se le pidió que definiera la historia económica hace algunos años, Donald Coleman
enfatizó dos aspectos que la diferencian tanto de la historia como de la economía. Primero,
la historia económica busca identificar y medir fuerzas que normalmente están fuera del
control de actores individuales. Esto causa problemas a muchos historiadores que rechazan
la idea de que las fuerzas puedan identificarse como agentes que crean o condicionan eventos
históricos. En segundo lugar, Coleman reafirmó la perogrullada de que los fenómenos
económicos no tienen existencia independiente del entorno social, político, religioso y físico
en el que ocurren.356 El arraigo de la actividad económica dentro del tejido social, cultural y
personal de la vida cotidiana significa que el historiador económico debe adoptar un enfoque
holístico e interdisciplinario.
A pesar de su carácter distintivo en estas formas, es cierto que la naturaleza y la popularidad
de la historia económica siempre han estado ligadas a los desarrollos en las disciplinas madre
de la historia y las ciencias sociales, en particular la economía. En las décadas de 1960 y
1970, por ejemplo, hubo una apreciación y adopción generalizadas de los enfoques de las
ciencias sociales en la historia y una preocupación por las estructuras económicas. Esto fue
junto con la expansión de las ciencias sociales en las universidades y la popularidad de las
ideas marxistas que ponían énfasis en el papel de la economía para influir en las estructuras
sociales, culturales y políticas. Además, las ciencias sociales en general, y la economía en
particular, estaban más abiertas que hoy a la evidencia tanto del pasado como del presente.

356

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172

Hoy en día, las prioridades en la historia, donde no se centran en la narrativa militar y política,
se han dirigido a los fenómenos culturales y al uso de metáforas literarias y dramáticas y
métodos de análisis en lugar de utilizar el razonamiento mecánico o causativo que
generalmente emplean los economistas e historiadores económicos. Las fuentes textuales han
sido cada vez más privilegiadas sobre los datos cuantitativos que tradicionalmente favorecían
los historiadores económicos. Algunos dirían que estas tendencias, en conjunto, han dejado
varada la historia económica. Pero la historia económica no es solo un conjunto de
preocupaciones que esperan pasivamente el entorno adecuado en el que prosperar. Es capaz
de criticar significativamente el estrecho ámbito de gran parte de la teoría económica
contemporánea y también de tender una emboscada a los muchos historiadores culturales que
parecen haber olvidado qué es la economía y por qué es importante el análisis causal. Por lo
tanto, la historia económica se enfrenta actualmente a oportunidades crecientes, así como a
algunos problemas, y quizás más de lo primero que de lo segundo. Este capítulo considera
las formas en que la economía ha figurado en el trabajo de los historiadores, y la forma en
que los historiadores han utilizado varios enfoques de la economía para arrojar luz sobre el
pasado. Lo hace delineando la historia de la historia económica, relacionándola con
tendencias más amplias en el desarrollo de la historia y las ciencias sociales. Se hace hincapié
a lo largo de las diferentes formas de conceptualizar la esfera y la motivación económicas, y
en cuestionar los límites entre las acciones económicas y otras formas de comportamiento
social y cultural.

12.1 Teoría económica e historia: dos tipos de enfoques

Hay dos formas muy diferentes en las que se ha producido el uso de la teoría económica en
la historia. El primero implica ver la economía como algo fundamentalmente importante
dentro de una explicación general de la historia, que sustenta una metanarrativa. Implica la
aceptación de que la naturaleza de la economía tiene un papel primordial en el
condicionamiento de todos los aspectos de la sociedad, la cultura y la política. En sus diversas
formas, el enfoque marxista de la historia adopta esta posición, al igual que algunas formas
de la teoría de la modernización. Los estudios marxistas de aspectos sociales, culturales,
legales u otros de la vida en el pasado implican inevitablemente relacionar la naturaleza de
su tema, y el cambio en su tema a lo largo del tiempo, con la naturaleza de la economía y los
cambios en la base económica de la sociedad. Por ejemplo, E. P. Thompson en su clásico,
“The Making of the English Working Class” (1963), se centró en el surgimiento de la
solidaridad de clase y la protesta social a principios del siglo XIX, pero se muestra que los
cambios en la tecnología, la fabricación, la competencia, las relaciones laborales y el
comercio ser las fuerzas que subyacen al cambio social, frente a las cuales la gente se unió y
comenzó a actuar, y a verse a sí misma, en términos de clase. John Foster, en “Class Struggle
in the Industrial Revolution” (1974), usó el modelo marxista de base/superestructura para
comparar la naturaleza de la conciencia de clase en tres ciudades inglesas en el siglo XIX.
Por estos medios, no sólo explicó la amenaza revolucionaria en Oldham en la década de 1840,
sino también la naturaleza más pacífica de fines del siglo XIX, lo cual, argumentó (siguiendo
líneas marxista-leninistas), fue provocado por la estabilidad económica de un capitalismo
más maduro que se basaba en las ganancias del imperialismo. Aunque el modelo marxista
alcanzó su máxima influencia en la historia occidental entre las décadas de 1940 y 1970, y
ahora es rechazado muy conscientemente por la mayoría de los historiadores y teóricos
sociales, su influencia en las ciencias sociales es profunda. Es imposible (aunque deseable)
172
173

escapar por completo a su influencia. Todos somos marxistas ahora en el sentido de que las
obras de historia y ciencias sociales no marxistas y posmarxistas a menudo mantienen un
fuerte compromiso con la consideración del papel de la economía como una variable
principal (si no determinante) en el análisis de aspectos de la sociedad y cultura, pasada y
presente.
La segunda forma en que se produce un enfoque económico de la historia y el uso de la teoría
económica en la historia es mediante el uso de una variedad de teorías económicas de "rango
medio" (que no son metanarrativas en ningún sentido) y varios conceptos y mecanismos
explicativos extraídos de la teoría económica. La caja de herramientas es variada. Los
historiadores se han basado en muchas corrientes diferentes de la teoría económica y han
utilizado diversos conceptos de la sociología económica y de la antropología económica y
social, así como de la economía. Se puede ganar mucho utilizando los primeros principios de
la economía, en particular la teoría de la oferta y la demanda, para pensar en el impacto de,
por ejemplo, la escasez de alimentos o la expansión de la población durante períodos para
los que se carece de evidencia firme. El argumento de M. M. Postan sobre el declive de las
relaciones feudales en Inglaterra se basaba en un razonamiento económico sobre el impacto
de la Peste Negra en los precios de la tierra, la mano de obra y los productos agrícolas. 2 El
paradigma dominante en economía durante el último siglo, y particularmente desde la década
de 1950, se ha basado en modelos formales y mecánicos frecuentemente representados en
términos algebraicos o gráficos, y sustentado en la suposición de que los seres humanos, al
satisfacer sus necesidades materiales, son impulsados por motivos 'racionales' de
maximización de beneficios. Este enfoque neoclásico ha sido muy influyente en la historia
económica, pero su uso ha variado a lo largo del tiempo. Tales variaciones se entienden mejor
al considerar la historia del tema.

12.2 La historia de la historia económica: orígenes

Durante la mayor parte de los siglos XVIII y XIX, economistas políticos ingleses, escoceses,
franceses y alemanes, y los padres fundadores de las ciencias sociales occidentales (figuras
tan diversas como Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mill, Karl Marx, Max Weber,
Emile Durkheim y Ferdinand Tonnies), todos se basaron en evidencia histórica al analizar la
sociedad. En este sentido, la historia económica tiene un largo linaje fundamental para el
surgimiento de las ciencias sociales en Europa. Sin embargo, surgió más específicamente
como una preocupación académica de historiadores y economistas a finales del siglo XIX y
principios del XX. Esto vino como parte de un rechazo más amplio de la historia de 'tambores
y trompetas' - la historia de las élites, la diplomacia y las guerras - a favor de la historia de la
masa de la población y de la agricultura, la industria y el comercio. Este movimiento para
estudiar la historia no elitista y 'no política' también fue el objetivo de los fundadores de la
Escuela Annales en Francia. Era una historia favorecida por socialistas y reformadores
sociales que estaban abordando los problemas derivados de la industrialización. Esto alentó
una historia económica que miró hacia el pasado para comprender las causas de la dislocación
social y en busca de evidencia de regulación gubernamental en interés de las masas. En
Inglaterra, este enfoque fue ejemplificado por el trabajo de Sidney y Beatrice Webb,
fundadores de la London School of Economics (LSE), por Arnold Toynbee, Barbara y John
Hammond, Charles Beard y muchos de la primera generación de escritores académicos en
historia económica. William Ashley fue el primer historiador británico en adoptar una

173
174

periodización no derivada de la historia política, un paso importante para liberar la historia


del dominio de los acontecimientos políticos.
La historia económica también evolucionó como materia académica, desde finales del siglo
XIX, como una rama de la economía. De hecho, la llamada Escuela Histórica representó el
enfoque dominante en la economía a principios y mediados del siglo XIX. Era altamente
empírico, estadísticamente orientado e históricamente sintonizado. Hizo hincapié en la
recopilación de hechos (del pasado y el presente) y la inducción (la idea de que surgirían
patrones generales, si acaso, una vez que se hubieran reunido todos los datos). Gran parte de
la historia económica temprana fue de este tipo. Otros reclutas entusiastas de la historia
económica como disciplina provinieron de la reacción de muchos economistas contra los
nuevos desarrollos que tuvieron lugar en la economía en las décadas de 1880 y 1890 (la
llamada revolución marginalista o neoclásica). Estos desarrollos hicieron que la economía
estuviera más centrada en el presente, más formal (mecánica, matemática y gráfica) en sus
métodos y más deductiva (dependiendo de la capacidad predictiva de las generalizaciones y
la inferencia estadística). Este desarrollo no sólo fue percibido como una gran amenaza para
la antigua Escuela Histórica, que finalmente se convirtió en una tradición minoritaria, sino
que la historia económica, aliada a la economía histórica, fue vista como un intento de
encontrar una metodología alternativa a la creciente corriente principal de la economía, una
que tuviera mejor en cuenta los diferentes períodos de tiempo y culturas. William
Cunningham, quien publicó el primer texto de historia económica en inglés en 1882, objetó
la idea, dominante en la economía neoclásica, del "hombre económico" como un individuo
racional, calculador y maximizador cuyo comportamiento podría verse como derivado de
una naturaleza humana inmutable, presente en todas las sociedades. Estaba a favor del estudio
de las sociedades en su propio tiempo, y con sus propias actitudes y motivaciones sociales y
culturales especiales.357 Estos puntos de vista surgieron en sus controversias con Alfred
Marshall, el principal exponente de la revolución marginalista en Gran Bretaña. Aunque
Marshall mismo vio la economía como "el estudio del hombre en los asuntos ordinarios de
la vida", el método que ayudó a establecer alentó a los economistas a especializarse en teorías
abstractas generalizadas. Debates similares entre la escuela histórica y los economistas
neoclásicos formales estaban ocurriendo en Europa y particularmente en Alemania, donde el
Methodenstreit (debates sobre el método) en economía era más vociferante, en parte debido
a la fuerza de la Escuela Histórica allí.
Desde el principio, la historia económica como disciplina académica distintiva también
incluyó a aquellos que deseaban adoptar el enfoque deductivo y formalista que se estaba
volviendo dominante en la economía y aplicar lo que se consideraba un método "científico"
riguroso a los estudios del pasado y a los datos históricos. Esta fue una vertiente muy
secundaria en la historia económica antes de mediados del siglo XX. Su atractivo como
método era la aplicación de esos supuestos universalistas sobre el comportamiento
económico que Cunningham, entre otros, había estado tan dispuesto a rechazar. Este
conflicto, junto con el compromiso con la historia económica por parte de socialistas y
reformadores, dio lugar a intensos debates dentro de la historia económica sobre el propósito
y el método desde el principio.

12.3 La historia de la historia económica: expansión y diversidad

357

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175

El tema se expandió en los EE. UU. y Europa en la década de 1920, en Gran Bretaña con la
fundación de la "Economic History Society y la Economic history Review", y con un número
creciente de citas universitarias y cursos sobre el tema. Aparecieron muchas investigaciones
que utilizaron por primera vez documentos históricos intactos: por ejemplo, los censos de
población y producción, cifras de comercio exterior, registros municipales locales, informes
y comisiones parlamentarias, archivos comerciales. Esto abrió nuevos caminos porque las
fuentes y las preocupaciones que abordaron los historiadores económicos y sociales no se
habían considerado tradicionalmente como una prioridad para los historiadores o incluso
como una esfera legítima de sus intereses. También había un fuerte sabor internacionalista
en muchas de estas primeras obras: una preocupación por el comercio internacional y por la
naturaleza del desarrollo económico en varias partes del mundo. La historia económica, al
menos en Gran Bretaña, también se destacó en este período por la proporción relativamente
alta de historiadoras que se sintieron atraídas por el tema, incluidas Eileen Power, E.M. Carus
Wilson, Ivy Pinchbeck y Lilian Knowles. Sus intereses de investigación ayudaron a dar forma
al alcance y las preocupaciones del tema, en particular su énfasis en el internacionalismo, el
impacto social del cambio y las experiencias de las familias, las mujeres y los niños, así como
los hombres. 4
Dos tensiones muy diferentes se hicieron evidentes en la historia económica de Gran Bretaña
a principios del siglo XX. Estos generaron más tensión creativa.5 El primero puede
denominarse la tradición política o moral representada en el trabajo de R.H. Tawney, Barbara
y John Hammond, Sidney y Beatrice Webb y G.D.H. Cole. Estos escritores fueron
influenciados por variedades de pensamiento socialista (ya sea el socialismo cristiano, el
fabianismo o el marxismo). Buscaron conexiones con otros campos en desarrollo de las
ciencias sociales e intentaron responder grandes preguntas de causalidad, como las causas de
la Revolución Inglesa o la Revolución Industrial. También buscaron respuestas a preguntas
morales y políticas contemporáneas a través de interrogar el pasado. Tawney argumentó en
contra de acumular estadísticas y hechos, abogando por la necesidad de considerar las
cuestiones morales y las relaciones que subyacen a la actividad económica. Tawney ocupó
la primera cátedra de Historia Económica en la LSE (desde 1931). Su obra más conocida La
religión y el auge del capitalismo (1926) desafió la tesis de Weber de que el auge del
capitalismo en Europa occidental fue impulsado por los valores sociales y económicos del
calvinismo. Tawney argumentó que el calvinismo proporcionaba una base religiosa para el
capitalismo y que tanto el puritanismo como el capitalismo eran perversiones de los valores
cristianos que favorecían la obligación social sobre el individualismo. Tawney llevaba su
posición moral en la manga y su interpretación de la ética capitalista y otros temas eran el
foco de intenso debate durante muchas décadas.
Una segunda tensión dentro de la historia económica en este momento podría denominarse
empírica y conservadora: caracterizada por un enfoque económico, un contexto o político
subdesarrollado y un desinterés en formular teorías o leyes sobre causa o efecto. El enfoque
estuvo marcado por un interés en detalles empíricos y datos cuantitativos recién extraídos.
Las obras de Sir John Clapham, Herbert Heaton, A.P. Wadsworth y J. de L. Mann se
inscriben en esta tradición de diferentes maneras. Clapham produjo una Historia Económica
de la Gran Bretaña Moderna en tres volúmenes (1926-1938), que utilizaba una serie de
pruebas para estudiar en detalle los sectores de la economía. Rechazó el término 'revolución
industrial' porque descubrió cuán gradual y parcial era el cambio en ese momento. También
desafió la tradición socialista y moral al sugerir que, con la excepción de unos pocos oficios
agonizantes, las condiciones de vida mejoraron para las masas durante la industrialización.
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176

La expansión de la historia económica a principios del siglo XX tuvo lugar en un momento


en que la sociología y la antropología se unían a la economía para estar menos preocupadas
por el estudio histórico y centrarse más en los estudios contemporáneos y el trabajo de campo.
La historia económica se expandió para llenar el vacío dejado por la naturaleza cada vez más
centrada en el presente de las otras ciencias sociales. El tema en este momento se concebía
generalmente como una rama de base amplia de la investigación histórica que abarcaba
eventos y condiciones tanto sociales como estrictamente económicos, y tenía una definición
amplia de la esfera económica. Esto también fue cierto para el tema en Francia y Alemania,
y debido a esto tuvo un gran atractivo, no solo como tema universitario, sino entre los lectores
laicos. En Gran Bretaña fue popular en las clases de estudios de extensión universitaria y en
los cursos impartidos por la Asociación Educativa de los Trabajadores. La mayoría de los
historiadores económicos escribieron libros y folletos accesibles en un estilo no técnico y
para una audiencia tanto popular como académica. "Religion and the Rise of Capitalism"
tuvo ventas totales de seis cifras y se tradujo a varios idiomas.

12.4 La historia de la historia económica: las décadas de 1950 y 1960

Para la década de 1950, la historia económica como disciplina académica identificable había
caído en gran medida en manos de la tradición de Clapham marcada de manera más obvia, y
quizás sorprendente, por la sucesión de T.S. Ashton a la silla de Tawney en LSE. Sin
embargo, su trabajo permaneció accesible y ampliamente leído. Su best-seller "La revolución
industrial" (1948) fue escrito para un público general en la serie "Oxford Home Library of
Knowledge". Sin embargo, el tema estaba cambiando en las décadas de 1940 y 1950 para
incorporar más conocimientos teóricos de la economía contemporánea, especialmente el
desarrollo económico y la teoría del ciclo comercial. Esto dio como resultado algunos
estudios clásicos de los ciclos comerciales (siguiendo un patrón establecido por N.D.
Kondratieff y Joseph Schumpeter en las décadas de 1920 y 1930) y de la composición del
producto nacional bruto (PNB) en diferentes fases del crecimiento económico (observado
más obviamente en Gran Bretaña en el trabajo de Phyllis Deane y W.A. Cole).358 Además,
aparecieron muchos estudios dignos de industrias o sectores particulares de la economía,
como Peter Mathias sobre la elaboración de cerveza y Donald Coleman sobre el papel.359
Hubo una tendencia creciente en este momento a ver las experiencias de Occidente, y
específicamente británica, la industrialización como un modelo que podría arrojar luz sobre
las soluciones a los problemas de desarrollo del tercer mundo, ilustrada más claramente en
el trabajo de W.W. Rostow. 360 La década de 1950 en adelante también vio el desarrollo de
la 'historia empresarial'. Las grandes empresas encargaron a los historiadores que escribieran
sus historias y aparecieron obras clásicas como Charles Wilson sobre Unilever, Donald
Coleman sobre Courtaulds y Theo Barker sobre Pilkingtons.361 Este desarrollo creó un sesgo
en la investigación a favor de las empresas exitosas y ricas y, las propias empresas a menudo
habían financiado la investigación, tendía a fomentar interpretaciones favorables a las
grandes empresas.

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Sin embargo, la tradición moral y socialista también continuó con fuerza. Los historiadores
marxistas británicos estaban escribiendo en ese momento un conjunto paralelo de historias
socioeconómicas teóricamente informadas que se ven en el trabajo de Maurice Dobb, Eric
Hobsbawm, Christopher Hill, Rodney Hilton, Edward Thompson, Victor Kiernan y otros. En
las décadas de 1960 y 1970 se produjo una obra de gran interés y entusiasmo, y su
popularidad se vio reforzada por el clima político y la cultura juvenil. Muchos de estos libros
vendieron miles de copias fuera del ámbito académico y fueron muy importantes
internacionalmente. Una sucesión de libros de Eric Hobsbawm sobre el cambio económico
internacional se ha vendido por cientos de miles en todo el mundo desde la década de 1960.362
El énfasis en el papel fundamental de la economía para impulsar el cambio, aunque esté
fuertemente mediado por factores sociales y culturales y por la acción humana, hizo que el
trabajo de Hilton, Hill, Hobsbawm y Thompson fuera una lectura obligatoria en todos los
cursos de historia económica de pregrado. Las divisiones políticas en el tema durante estas
décadas crearon un debate enconado y vivo en las páginas de las revistas académicas eruditas
sobre temas como el surgimiento de la nobleza y el surgimiento del capitalismo (debates
heredados de los escritos de Tawney), el nivel de vida y la amenaza de la insurrección política
durante la revolución industrial, y las causas y el impacto del imperialismo. Esto llevó a
muchos jóvenes académicos, incluido yo mismo, a creer que habían elegido el tema más
interesante posible. En parte debido a la influencia de los historiadores sociales marxistas,
como E.P. Thompson, sino también debido a la expansión general de las ciencias sociales en
estos años, gran parte de la historia económica, marxista o no, incorporó una gran cantidad
de historia social y algo de historia cultural, particularmente donde tenía una base
materialista. Esto se vio particularmente en historias de protesta social, condiciones laborales
y sociales, sindicatos y clase. Mucho de esto fue escrito 'desde abajo', es decir, desde la
perspectiva de los trabajadores en lugar de las élites.

12.5 La "nueva historia económica"

Un importante punto de inflexión en la historia económica se produjo con la llamada 'Nueva


Historia Económica' de los años 60 y 70, también conocida como historia econométrica. La
historia económica siempre ha tenido una fuerte inclinación cuantitativa, pero se volvió más
sofisticada, utilizando no solo tablas, gráficos y figuras para mostrar mejor el carácter de los
datos, sino también empleando análisis estadísticos para considerar tendencias y la relación
entre los movimientos de diferentes variables. El gran cambio ocurrió a medida que más
historiadores se convencieron de las ganancias que se obtendrían al casar el enfoque
estadístico con los métodos deductivos formales de la economía neoclásica, y aplicarlos a las
circunstancias y elecciones económicas del pasado. Esto surgió primero en los Estados
Unidos, donde la historia económica siempre había mantenido conexiones muy estrechas con
la economía, habiéndose desarrollado como materia universitaria en gran parte dentro de los
departamentos de economía. La economía en este momento se estaba volviendo más segura
y asertiva en la construcción de modelos formales, y la inferencia estadística como su método
de elección de vanguardia, y muchos historiadores económicos se contagiaron de este
entusiasmo. Los exponentes más vigorosos de la historia econométrica afirmaron que
eventualmente proporcionaría respuestas definitivas a muchas de las preguntas más

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178

fundamentales que se hacen los historiadores económicos. La implicación era que esto
devolvería a la historia al camino objetivo o científico del que se había desviado por error.
La "nueva historia económica" y la historia cuantitativa en general, se vieron favorecidas por
el creciente uso de la tecnología informática. Esto no solo facilitó la producción de gráficos,
tablas y desgloses estadísticos, sino que también permitió la construcción de modelos,
interpolaciones y simulaciones más avanzadas, como la retroproyección y desarrollos
contrafácticos. La 'construcción de modelos' se refiere a la construcción de un conjunto
simplificado y abstracto de relaciones económicas destinadas a representar el funcionamiento
de una economía o un sector de la economía. Dichos modelos se han utilizado muchas veces
en el estudio de las economías británica y estadounidense en los siglos XIX y XX y en
estudios de sectores como los ferrocarriles y el algodón. La 'proyección retrospectiva' es la
estimación de lo que podrían haber sido las tasas de crecimiento u otras medidas para
períodos en los que no existen cifras mediante la extrapolación sobre la base de períodos más
largos en los que sí existen cifras. Por ejemplo, el estudio de Wrigley y Schofield sobre el
crecimiento de la población inglesa proyectó las cifras de población del censo de 1851 hasta
el siglo XVIII para calcular el déficit en los registros parroquiales. 363 Aunque las
proposiciones contrafactuales están implícitas en muchos argumentos históricos, la 'historia
contrafáctica' es la técnica más controvertida en la historia econométrica. Implica el cálculo
de las ventajas de una innovación histórica comparando el crecimiento económico en
presencia de la innovación con el crecimiento económico en ausencia de la innovación (este
último estimado mediante la construcción de un modelo contrafáctico de la economía en
ausencia de la innovación). ). El trabajo innovador aquí fue "Ferrocarriles y crecimiento
económico Estados Unidos" de R.W. Fogel (1964). En esto, Fogel construyó un modelo de
cómo podría haber sido la economía estadounidense en 1890 si los ferrocarriles nunca
hubieran existido. Al comparar esto con la economía real de ese año, demostró que se había
exagerado enormemente el papel de los ferrocarriles en el crecimiento económico
estadounidense.

12.6 Logros y problemas de la historia econométrica

Los principales logros de la historia econométrica en las décadas de 1960 y 1970 radicaron
en resaltar nuevas líneas de investigación, crear nuevos conjuntos de datos e índices de
crecimiento y en alterar viejas suposiciones basadas en impresiones. Los principales logros
de la historia econométrica en las décadas de 1960 y 1970 radicaron en resaltar nuevas líneas
de investigación, crear nuevos conjuntos de datos e índices de crecimiento y en alterar viejas
suposiciones basadas en impresiones. Pero había muchos problemas. La nueva historia
económica solía ser muy reduccionista, numérica y cargada de jerga, lo que dificultaba su
lectura o comprensión para los no especialistas. Esto dio como resultado que un grupo de
econometristas escribiera en gran parte el uno para el otro y con poca consideración por el
resto del establishment histórico, un fuerte contraste con la naturaleza accesible y popular de
la mayoría de las ramas de la historia económica en décadas anteriores.
La primera ola de historia econométrica tampoco fue lo suficientemente crítica con
frecuencia de la confiabilidad de la evidencia cuantitativa que utilizó. Los historiadores a
menudo se dejaban llevar por el entusiasmo por las técnicas y se olvidaban de prestar
suficiente atención a las deficiencias de sus fuentes. Un problema adicional residía en el

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hecho de que los modelos y métodos de la econometría implican esfuerzos para cuantificar
(y reducir a un valor monetario) cosas para las cuales esto es difícil, si no imposible, por
ejemplo, cambios en oportunidades, condiciones sociales y horizontes intelectuales, la
calidad de los bienes, las ventajas de un mayor ocio. Esto provocó muchas críticas de los
historiadores convencionales, al igual que el hecho de que gran parte de la nueva historia
económica hizo suposiciones históricamente dudosas sobre el comportamiento humano sobre
la base de las afirmaciones universalistas de la economía neoclásica. Los modelos
neoclásicos asumen que las personas siempre actuarán para optimizar su posición económica
(el llamado postulado de racionalidad) y que los precios tienen el poder de convertir las
elecciones individuales en un sistema productivo eficiente. Pero el postulado de racionalidad
es imposible de aplicar a todas las sociedades en todos los tiempos. Las posibilidades de
elección racional individual se ven afectadas por muchas circunstancias: tanto por las
relaciones de poder como por el grado de información al que tienen acceso los agentes
económicos (de ahí sus expectativas) y por su capacidad cognitiva para procesar dicha
información. La teoría de la elección racional siempre será propensa a ser desafiada,
particularmente al analizar sociedades con flujos de información deficientes, estructuras de
poder delegadas, arreglos consuetudinarios enérgicos y bajos niveles de alfabetización y
educación. En sociedades pasadas, puede haber sido más racional que los individuos actuaran
para maximizar la posición económica de la aldea, la hacienda o la familia extendida que el
individuo o la familia nuclear, o no maximizar en absoluto. La suficiencia puede ser más
importante en culturas y contextos donde la mortalidad es alta y las enfermedades abundan
y/o donde hay pocos bienes de consumo disponibles. En tales circunstancias, es probable que
el ocio, más que la riqueza, sea la posesión más preciada.
Además, la eficiencia del sistema de precios depende de un entorno competitivo y del flujo
eficiente de capital, mano de obra, materias primas, productos terminados e información. Los
regímenes competitivos de producción e intercambio, y el flujo eficiente de factores, bienes
y servicios son mucho menos frecuentes en las sociedades anteriores y en las culturas no
occidentales que en la actualidad en Gran Bretaña y los Estados Unidos. La nueva historia
económica a menudo se equivocó al aplicar conceptos y modelos de manera anacrónica y sin
tener en cuenta los diferentes contextos culturales. Además, los modelos econométricos que
se construyeron en esta era a menudo eran burlonamente simplistas y fáciles de criticar.
Dependían de un número limitado de variables en combinaciones relativamente sencillas: la
primera ola de la historia econométrica fue insuficientemente autocrítica y demasiado
ambiciosa para reconocer los límites técnicos de las herramientas disponibles en ese
momento.
La historia econométrica nunca fue el enfoque dominante en Gran Bretaña, y ciertamente no
en Europa ni en ninguna otra parte del mundo fuera de los Estados Unidos. Sin embargo,
capturó el terreno elevado de la historia económica en este último país, y sus defensores
fueron enérgicos e influyentes en la exportación de su producto a Europa. También
produjeron algunos trabajos controvertidos que invitaron a la reflexión y que influyeron en
el tema más allá de los límites de sus propias técnicas. Probablemente menos de uno de cada
diez historiadores económicos británicos estuvo directamente involucrado con la
econometría (incluso menos en Europa), pero la asociación de la historia económica con un
método científico tan positivista y frecuentemente defectuoso contribuyó a una disminución
en la popularidad del tema. Fue responsable de asociar la historia económica con un conjunto
de métodos y una esfera de interés mucho más reducidos que antes, y con un desinterés por
cuestiones sociales, culturales y políticas más amplias.
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180

12.7 Historia económica desde la década de 1980: el rechazo del análisis marxista y el desafío
del posmodernismo y el posestructuralismo

En las décadas de 1970 y 1980 surgieron o se consolidaron áreas de investigación


especializadas dentro de la historia social y económica, como la historia urbana, la historia
agrícola, la historia del transporte, la historia laboral, la historia empresarial, la historia
médica y la historia demográfica. Esta especialización subdisciplinaria produjo importantes
resultados. En historia empresarial, por ejemplo, el tema se amplió para incluir trabajo con
registros de seguros, audiencias de bancarrota y evidencia oral y otras fuentes para observar
empresas más pequeñas y típicas. Pero la especialización estuvo también acompañada de una
dañina compartimentación que dificultó la comprensión de los procesos históricos en su
conjunto. 364La separación de la historia empresarial de la historia laboral creó obstáculos
para la comprensión, mientras que la historia urbana y la historia agrícola alentaron los
estudios de casos individuales en lugar de los intentos de comprender el desarrollo económico
general. En el campo de la demografía, aparecieron trabajos innovadores utilizando muchas
técnicas nuevas, pero la demografía generalmente se define para excluir la discusión sobre el
comportamiento sexual, la sexualidad o el deseo sexual. Con una o dos excepciones clave, la
necesidad de comprender el cambio a largo plazo de una manera holística se deslizó en gran
medida de la agenda y esto dejó a la historia económica vulnerable a las críticas.
Si bien la identificación de la historia económica con la historia econométrica había
debilitado el interés potencial en el tema, la fragmentación en campos especializados socavó
la identidad de la historia económica y su papel integrador. Más importante aún, el rechazo
del análisis marxista como fuerza intelectual fundamental en las ciencias sociales y en la
historia también redujo el atractivo de estudiar la economía. La preocupación por evitar
cualquier acusación de determinismo económico o tecnológico, o cualquier asociación con
lo que la opinión popular ahora ve como un cuerpo teórico desacreditado, contribuyó a un
desinterés general y dañino en la relación entre la economía y el resto de la sociedad.
Otro factor en la disminución de la popularidad de la historia económica desde la década de
1980 es la influencia del posmodernismo y el escepticismo general sobre las explicaciones
históricas y de las ciencias sociales positivistas. Esto ha sido fuerte en las dos o tres últimas
décadas. El argumento de que las disciplinas académicas, incluidas la historia y la economía,
que pretenden explicar la realidad, deben ser vistas como formaciones discursivas que
promueven algunas ideas y también restringen lo que está escrito y pensado, naturalmente ha
socavado el respeto por los enfoques que no cuestionan mucho sus propios conceptos y
lenguaje o sus supuestos básicos sobre una realidad anterior. La economía y la historia
económica pueden verse como particularmente vulnerables a estos cargos. El rechazo del
positivismo, junto con la expansión relacionada de nuevas formas de historia cultural, ha
implicado una creciente preferencia por los análisis y entendimientos literarios, dramáticos,
simbólicos y lingüísticos sobre las analogías mecánicas y los modelos estructurales que se
encuentran en el corazón de la ciencia social tradicional y especialmente de economía. La
vinculación de los fenómenos con sus causas y la comprensión de su impacto en sistemas
más amplios ha sido reemplazada cada vez más por el deseo de relacionar las acciones con
su sentido y de estudiar las representaciones en lugar de la realidad. Las formas tradicionales
de economía y de historia económica tienen un papel poco obvio que jugar en la nueva

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dispensación. Pero el tema está experimentando cambios, siguiendo las innovaciones en la


teoría económica, redescubriendo algunas de sus preocupaciones holísticas anteriores con la
sociedad y la cultura, y respondiendo al entorno intelectual del siglo XXI de manera rigurosa.

12.8 Economía e historia en el siglo XXI

La relación entre la historia y la teoría económica está cambiando porque la economía está
experimentando cambios que la hacen potencialmente mucho más útil en aplicaciones
históricas. Primero, se está volviendo mucho más sofisticado en sus supuestos sobre las
motivaciones humanas y la eficiencia de los mercados, y en el modelado de las complejas y
diferentes circunstancias que ocurren en el 'mundo real'. Estos desarrollos se conocen
generalmente como la nueva economía institucional. 13 En segundo lugar, y mucho más
radicalmente, hay desafíos crecientes al formalismo neoclásico y la teoría de la elección
racional que surgen de los enfoques evolutivos y un renacimiento de la tradición
hermenéutica. Las preocupaciones de los economistas están ahora más en línea con las de los
historiadores económicos que durante muchas décadas. Tales preocupaciones incluyen las
variedades de mercado y las formas de intercambio sin marcadores; relaciones de género en
la formación de decisiones del hogar; comportamiento 'irracional'; variación en el desempeño
de empresas y economías bajo condiciones similares; la estructura del comercio; el papel de
la confianza y la reputación, la costumbre y el hábito; horizontes económicos en la asunción
de riesgos y la toma de decisiones; y cuestiones relativas a la calidad de vida como medida
del crecimiento económico.
La importancia de las instituciones y su impacto sobre los contratos y los costos de
transacción ahora se reconoce mucho más que en el pasado. Las instituciones son conjuntos
de reglas y entendimientos que las partes en los negocios y el comercio observan para actuar
de manera más eficiente. Los costos de transacción son los gastos incurridos al hacer
negocios, negociar un trato y asegurarse de que se lleve a cabo. Los historiadores han sido
muy conscientes de la importancia de estos elementos, particularmente cuando estudian
marcadores imperfectos, y la importancia de las influencias habituales e inflexibles sobre el
ajuste de salarios y precios. Ahora también se presta más atención a la información asimétrica
en la que una parte de una transacción sabe más que la otra. Es probable que tales asimetrías
hayan sido más importantes en el pasado, especialmente en el comercio y las transacciones
financieras. Reforzar las teorías de la información asimétrica es un reconocimiento de los
problemas de agencia. La teoría de la agencia se ocupa de cómo las personas logran que otros
hagan lo que quieren donde hay información asimétrica y donde hay incentivos. Vigilancia
es requerida: tales circunstancias caracterizan las relaciones económicas particularmente en
épocas anteriores. 365
Los límites técnicos de la economía también se han ampliado considerablemente,
particularmente en el análisis de series de tiempo y el modelado de equilibrio general. Esto
permite que los modelos formales se adapten a muchas más variables y a interacciones más
complejas. Los modelos de equilibrios múltiples y un uso mucho mayor de la teoría de juegos
caracterizan la teoría económica. La teoría de juegos explica la estructura y la lógica de las
interacciones interpersonales y se está convirtiendo rápidamente en el pilar de la teoría
económica moderna, particularmente en relación con la contratación y la negociación, y en
el análisis de las instituciones que se desarrollan en respuesta a las asimetrías de información

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182

entre las partes de un intercambio. Esto, junto con la mayor sofisticación de los supuestos de
racionalidad y la capacidad de permitir gustos y convenciones cambiantes, abre la posibilidad
de muchos usos nuevos para la teoría económica en aplicaciones históricas.

12.9 Historia económica y economía: el desafío de la economía alternativa

A pesar de estos desarrollos, los economistas generalmente comienzan con intereses de tipo
"racional" o de maximización de ganancias, y luego toman en cuenta las instituciones y el
comportamiento social, mientras que los sociólogos, antropólogos y otros generalmente
comienzan con la sociedad, la cultura y las instituciones, explicando cómo el comportamiento
económico (orientado hacia intereses o utilidades) está "incrustado", y solo puede ser
entendido, dentro de ellos. Estos enfoques implican diferentes interpretaciones de la
naturaleza humana, así como diferentes metodologías, y esto limita el potencial de
integración. No es solo una cuestión de deducción frente a inducción, sino también de
analogías mecánicas formales y razonamiento instrumental frente a comprensión
hermenéutica. La hermenéutica es el método de las ciencias culturales, un método para
interpretar la acción humana de manera similar al estudio de la autenticidad de un texto. Se
basa en un diálogo (bidireccional, recíproco) de comprensión compartida entre el creador y
el intérprete. Las tradiciones minoritarias en economía siempre han buscado comprometerse
con la hermenéutica y actualmente hay un renacimiento creciente de economías alternativas
que adoptan enfoques evolutivos, institucionales y culturales, y buscan reformar por
completo el ámbito de la economía desde dentro. A diferencia del paradigma neoclásico
(incluso en sus formas más sofisticadas), estas alternativas ponen énfasis en la comprensión
interpretativa del comportamiento y las motivaciones humanas, no en el éxito predictivo de
los modelos lógicos formales.
La economía evolutiva es muy diferente de la economía neoclásica porque considera que los
sistemas económicos están en constante desequilibrio. Esto es mucho más aplicable a la
mayoría de los contextos históricos que la idea neoclásica de economías y mercados que
tienden al equilibrio. La teoría evolutiva se inspira en analogías biológicas más que
mecánicas, y lo económico, lo social y lo cultural se consideran elementos inseparables en
un entorno que cambia constantemente. La teoría evolutiva destaca la importancia de los
hábitos y las rutinas, de forma análoga a los memes en sociobiología. Éstos evolucionan
lentamente como resultado y como causa del cambio en el medio ambiente. Las rutinas son
comportamientos (incluido el lenguaje) que se llevan a cabo con poco pensamiento explícito.
Crean una estructura institucional basada en la retroalimentación continua de la experiencia,
que rara vez se articula. Tales estructuras incluyen el complejo de valores, normas, creencias,
significados, símbolos, costumbres y estándares socialmente aprendidos y compartidos que
delinean el rango de comportamiento esperado y aceptado en un contexto particular.
Varios enfoques hermenéuticos de la economía llevan este énfasis sobre las instituciones más
allá de sugerir que el comportamiento económico de los individuos no puede entenderse
adecuadamente (como en la economía convencional) como una especie de reacción
automática a los estímulos objetivos; en cambio, debe entenderse en términos de la lectura
individual de precios, oportunidades, costos relativos, etc. En otras palabras, se debe dar
prioridad al entorno social ya las formas intersubjetivas en las que las personas dan sentido
al mundo y sus estímulos, y se comunican ese sentido unos a otros. Este enfoque tiene el
potencial de revolucionar la economía al sugerir que lo que realmente cuenta en la
explicación económica no es la verificación empírica o la falsificación (el enfoque
182
183

tradicional), sino la aceptabilidad narrativa y hermenéutica. Tal enfoque de la economía le


da a la historia un nuevo conjunto de herramientas que son compatibles con el giro cultural
y lingüístico. El énfasis en la importancia de las rutinas habituales, cotidianas e inconscientes
en la vida material de los individuos, familias y comunidades, se está convirtiendo en una
corriente más fuerte en la investigación socio-histórica. Los hábitos mentales que se
acentúan, así como las rutinas, los arreglos sociales y las organizaciones, hacen viable lo
'económico', lo invisten de significados, reglas y sanciones, y le dan durabilidad y capacidad
de cambio.

12.10 Historia económica: ejemplos contrastantes y conclusión

Finalmente, consideraré dos libros que ilustran el enorme contraste en estilo y método
característico de la historia económica y del enfoque cambiante del tema a lo largo del
tiempo. "Time on the Cross: The Economics of American Negro Slavery", de Robert Fogel
y Stanley Engerman, apareció en 1974 en el apogeo de la revolución econométrica. Es el
ejemplo más conocido de la nueva historia económica de la época. El trabajo apareció en dos
volúmenes, el segundo dedicado por completo a pruebas y métodos estadísticos. 15 A
diferencia del libro anterior de Fogel sobre los ferrocarriles, Time on the Cross no es un
estudio contrafactual sino que emplea modelos neoclásicos y análisis estadísticos para
demostrar que la esclavitud fue más exitosa y eficiente que el sistema agrícola
contemporáneo basado en el trabajo libre. Fogel y Engerman argumentan que, como
resultado, la esclavitud proporcionó un alto nivel de vida para todos los sureños, incluidos
los esclavos. Argumentan que los plantadores de mediados del siglo XIX eran un grupo
racional y humano, y que los esclavos eran bastante prósperos y generalmente bien tratados.
Los esclavos tenían tanto la capacidad como el impulso para ascender social y
económicamente. Trabajaban más duro y más eficientemente que los trabajadores agrícolas
libres y adoptaron una ética de trabajo y un estilo de vida familiar similar al de sus patrones
capitalistas. Los esclavos aprendieron a responder a una variedad de incentivos económicos,
a buscar ingresos adicionales, ocio y progreso ocupacional a través de la cooperación y la
identificación con los intereses económicos de sus amos. Fogel y Engerman llaman a esto 'el
récord de logros negros bajo la adversidad'. También 'prueban' que la esclavitud no había
dejado de ser rentable para los propietarios en el momento de la Guerra Civil de los EE. UU.,
como habían argumentado anteriormente varios historiadores. Sus principales fuentes son
cuantitativas: registros de comercio de plantaciones, producción de esclavos, ganancias y
pérdidas, junto con calendarios de censos para evidencia demográfica y datos de sucesiones.
La principal afirmación de Fogel y Engerman es que los historiadores tradicionales de la
esclavitud habían tenido que confiar en el uso no sistemático de fuentes literarias
fragmentarias. La mayor parte de los datos cuantificables estaba fuera de su alcance porque
carecían de la ayuda de las computadoras y del entrenamiento matemático y estadístico para
el análisis cuantitativo. El hecho de que los datos cuantitativos sean con frecuencia tan
asistemáticos y fragmentarios como cualquier otro tipo de evidencia se oculta bajo la
alfombra. Este punto está claramente ilustrado en el debate entre Fogel y Engerman y sus
críticos sobre el tema de los azotes a los esclavos. Fogel y Engerman tienen un argumento
sofisticado sobre el papel de los castigos frente a los incentivos en la disciplina del trabajo
esclavo, pero se basa en gran medida en datos cuantitativos de un solo conjunto de registros
de plantaciones, que cubren un período de dos años. Es casi seguro que su fuente no sea
representativa pero, lo que es más importante, sus conclusiones ignoran los elementos
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disuasorios y de miedo de los castigos físicos, que son difíciles, si no imposibles, de


cuantificar. Esto es sintomático de un problema más amplio de privilegiar la importancia de
la evidencia cuantificable sobre la no cuantificable. También confunden lo que es con lo que
debería ser, suponiendo que la sociedad operaba según los principios del mercado y
argumentando hacia atrás a partir de los resultados de los procesos sociales y de mercado
para comentar los motivos y las acciones de los individuos que participaron en ellos, ya
fueran amos o esclavos. No hay lugar en su análisis para los amos que violaron o se asociaron
con esclavas a riesgo de alterar la disciplina laboral, que poseían más esclavos de los que
podían emplear de manera eficiente y que se comportaron irracionalmente de otras maneras,
como abusar de los esclavos por razones racistas en lugar de eficiencia. El supuesto más
fundamental del trabajo y el que sigue siendo una debilidad en el corazón del análisis es si
un sistema económico que tenía la esclavitud en su centro puede analizarse justificadamente
de la misma manera que una economía capitalista que usa trabajo libre. ¿Son apropiados
conceptos como 'explotación económica' y 'eficiencia económica'? ¿Se puede aplicar
realmente el análisis neoclásico a los sistemas de servidumbre involuntaria? Los críticos
sugirieron que el prejuicio había resultado en el uso selectivo de la evidencia, y que la visión
positiva resultante de la esclavitud y los motivos de los dueños de esclavos surgieron del
deseo de hacer que todo encajara en un modelo neoclásico en el que "todos y cada uno de los
dueños de esclavos consideraban esclavos únicamente como instrumentos productivos y los
utilizó para un solo propósito trascendente: la maximización de la ganancia pecuniaria”. ' 366
Tiempo en la cruz, sin embargo, provocó un amplio debate, estimuló nuevas investigaciones
que hicieron avanzar considerablemente nuestro conocimiento de la esclavitud y obligó a los
historiadores posteriores a ser mucho más explícitos sobre los supuestos teóricos e
ideológicos, así como sobre la naturaleza y el uso de las fuentes.

The Economy of Obligation: The Culture of Credit and Social Relations in Early Modern
England (1998) de Craig Muldrew es un ejemplo de la historia económica reciente en la que
se fusionan lo económico, lo social y lo cultural. El objetivo de Muldrew es escribir una
historia social del mercado, argumentando que los marcadores no han sido interpretados
culturalmente debido a la influencia dominante del anacrónico análisis económico
neoclásico:
“La relación entre la teoría económica y la historia debe invertirse, de modo que una
historiografía ampliamente investigada de las complejas motivaciones y prácticas de los
agentes, junto con una comprensión de cómo ellos mismos interpretaron tales acciones,
[pueden] informar la teoría futura, y no al revés” 367

Muldrew combina las fuentes y los métodos de la historia comunitaria utilizados por los
historiadores sociales y económicos con las prácticas de la historia intelectual, que analizan
de cerca las interacciones e interpretaciones de los textos contemporáneos. Sus fuentes
incluyen folletos instructivos sobre el uso del crédito, cartas, diarios y autobiografías, así
como registros judiciales y una variedad de libros de cuentas, impuestos, sucesiones y otras
pruebas, lo que le permite describir las actividades comerciales y la estructura social de Kings
Lynn. (el foco de su investigación) con cierto detalle. Examina el significado cultural del
crédito y cómo cambió bajo el impacto de la economía en expansión de finales del siglo XVI.

366
367

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Él pone énfasis en la confianza y la reputación del hogar, y la importancia de la sociabilidad


y la vecindad en la comprensión de la naturaleza de las transacciones "económicas". Se
interesa por la representación cultural de la confianza y el crédito en la literatura de la época,
así como en las prácticas sociales. Su preocupación es examinar la motivación económica en
los términos en que la entendían sus contemporáneos.
Muldrew analiza los cambios culturales que acompañaron la expansión del mercado y la
proliferación del crédito basado en la confianza personal y la reputación de individuos y
familias. Los hogares se volvieron más dependientes unos de otros a través de complejas
redes de intercambio, crédito y obligación. La combinación de competencia y dependencia
que esto implicaba significaba que las familias y los vecindarios tenían que tratar cada vez
más de encontrar un equilibrio entre la hospitalidad, la reciprocidad y la caridad por un lado,
y el ahorro y la ganancia por el otro. Ambos eran necesarios para mantener la economía en
expansión y, por lo tanto, para garantizar la seguridad financiera tanto de los hogares como
de la sociedad en general. Muldrew demuestra que la práctica de litigar en casos de deuda
reflejaba la igualdad encarnada en las teorías sociales contemporáneas de negociación e
intercambio de marcadores. El libro concluye considerando el impacto del cambio
económico posterior en la alteración de la forma en que ahora se entiende la ética del
marketing. Al extender sus pensamientos al presente y al descubrir una economía compleja
muy diferente a la nuestra, Muldrew plantea preguntas sobre nuestras percepciones
contemporáneas de la economía. Todo el análisis es innovador al considerar representaciones
y entendimientos así como acciones, al combinar la historia cultural y económica, y al usar
las habilidades y fuentes del análisis literario y la historia intelectual, así como la historia
económica más convencional. No es casualidad que Muldrew no se haya formado como
historiador económico, sino como historiador social y cultural interesado en la actividad y el
comportamiento económicos. Esto lo libera de la tendencia a buscar explicaciones
neoclásicas convencionales. Si bien el trabajo de Fogel y Engerman fue innovador al mostrar
los límites y las posibilidades de la aplicación de modelos neoclásicos a los debates
históricos, el análisis de Muldrew resuena con el enfoque más amplio de la economía y con
el compromiso moral de una generación anterior de historiadores. Su trabajo refleja el
movimiento actual entre una gama más amplia de historiadores para estudiar la economía de
formas diversas e innovadoras.
El futuro de la historia económica parece brillante porque es capaz de basarse en una gama
más amplia y más sofisticada de teoría y método económicos que en el pasado, y porque está
redefiniendo la esfera económica en términos más amplios y para sus propios fines, evitando
las fronteras disciplinarias erigidas por el modernismo. Está poniendo un nuevo énfasis en el
marco cultural, social e institucional de la actividad económica, y recurre cada vez más a las
herramientas de la antropología, la etnografía y la historia cultural, junto con la economía,
para analizar aquellos aspectos de la vida material que los economistas convencionales rara
vez han alcanzado.

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186

13 –Historia intelectual/historia de las ideas

Beverley Southgate

13.1 Introducción

Los términos 'historia intelectual' e 'historia de las ideas' se usan aquí indistintamente.368 De
cualquier manera, el concepto es elusivo, potencialmente lo abarca todo, pero siempre en
peligro de caer entre cualquier cantidad de bancos académicos. Su naturaleza omniabarcante
deriva de su tema como historia del pensamiento. Esto puede incluir la historia de la filosofía,
de la ciencia, de las ideas religiosas, políticas, económicas o estéticas y, de hecho, la historia
de cualquier cosa que haya surgido alguna vez del intelecto humano. Pero un terreno tan
amplio puede resultar peligroso: es difícil confinar y ubicar casi dentro de los límites
departamentales convencionales de la academia, o incluso en los estantes reglamentados de
bibliotecas y librerías. El sujeto y sus practicantes desafían las limitaciones de las estructuras
disciplinarias.
Ese desafío no siempre es aprobado por esos guardias fronterizos académicos que se
esfuerzan por mantener sus dominios desinfectados libres de intrusiones externas, pero que
puede reclamar un pedigrí completamente respetable. Capaz de rastrear su ascendencia al
menos hasta Aristóteles, el sujeto quien ejemplifica adecuadamente el antiguo ideal griego
de universalidad. Para el propio Aristóteles, la filosofía comprendía la ciencia, la política, la
ética, la estética, la retórica, la poesía, la historia; de hecho, todo lo que tuviera que ver con
la "sabiduría", o cualquier cosa que pudiera excitar nuestro "asombro"; y los historiadores de
las ideas pueden ser vistos como herederos intelectuales de Aristóteles en la amplitud de sus
preocupaciones.
De hecho, para los intelectualmente aventureros, la promiscuidad académica del tema puede
constituir una gran atracción, ya que mientras mantiene su interés central por la historia y lo
histórico, está necesariamente involucrado con muchas otras áreas, en las que se basa tanto
para los procedimientos como para la evidencia. La literatura, por ejemplo, ya sea poesía o
prosa, proporciona una de las fuentes más importantes para el estudio de las ideas: no se
puede estudiar el pensamiento de la antigüedad clásica sin hacer referencia a la tragedia
griega; tampoco se puede excluir a Shakespeare de una consideración de ideas en el
Renacimiento inglés. La lingüística también hace una contribución vital. A medida que se
aprecia cada vez más la naturaleza retórica y políticamente infundida de la escritura histórica
(como de cualquier otra), el análisis del lenguaje, y sus formas, usos y efectos, juega un papel
cada vez más importante en lo que inevitablemente es un estudio basado en gran medida en
el texto; mientras que el 'giro lingüístico' alienta las reevaluaciones, como lo hace en todas
las materias de humanidades cuando se enfrentan a la posmodernidad. Otros aportes
importantes provienen de la psicología y la antropología, pero la relación más estrecha de la
historia de las ideas es la filosofía. De hecho, mientras que los filósofos anglófonos
(especialmente a mediados del siglo XX) se centraron estrechamente en los aspectos
lingüísticos de los problemas filosóficos, su contextualización cronológica siguió siendo el
dominio exclusivo de los historiadores intelectuales, y aunque la historia de la filosofía ahora

368

186
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ha despegado como un tema separado, hay sigue siendo considerable la superposición de


intereses.
Si bien los historiadores de las ideas pueden atribuirse el mérito de inyectar más historicidad
en la filosofía tradicional, también pueden verse a la vanguardia de la introducción de una
conceptualización más explícita en la historia convencional. Esto no siempre ha sido bien
recibido por los historiadores sociales, políticos, económicos o los llamados "apropiados".
Éstos enfatizan característicamente los aspectos empíricos de su disciplina, y algunos han
continuado profesando con determinación su falta de interés por los temas 'conceptuales' o
'teóricos'. Geoffrey Elton fue un eminente historiador que creía que la infección por el "virus"
de la teoría era especialmente probable que emanara de la historia de las ideas, por ser un
tema "por su propia naturaleza... susceptible de perder contacto con la realidad";369 pero tal
"realidad", por supuesto, está determinada culturalmente y, por lo tanto, sujeta al flujo de la
moda, y es digno de mención que la historia de las "mentalidades", y la historia intelectual
en general, son ahora categorías ampliamente aceptadas dentro del estudio histórico y
encontrar un hogar dentro de los departamentos universitarios de historia.

13.2 Antecedentes y precursores

La paternidad de la historia de las ideas se atribuye a menudo al estadounidense Arthur


Lovejoy en la década de 1930. El enfoque de Lovejoy, de intentar identificar lo que él llamó
'ideas unitarias' y rastrear su desarrollo a través del tiempo, ha pasado de moda durante mucho
tiempo. Pero su objetivo básico de descubrir nuestras propias ideas fundamentales, su énfasis
en los factores psicológicos involucrados en la aceptación y retención de tales ideas, y su
interés en la multivocalidad del lenguaje como facilitador del cambio intelectual, siguen
siendo de relevancia continua; y puede atribuirse de manera importante el mérito de la
fundación en 1940 de la perdurable "Journal of the History of Ideas".
Pero es posible, por supuesto, rastrear la ascendencia casi indefinidamente; y en este caso la
responsabilidad ciertamente no se detiene ante Aristóteles. En la apertura de su libro
Metafísica, Aristóteles hizo una sinopsis de filosofías anteriores, antes de embarcarse en la
suya propia. Por lo tanto, proporcionó una fuente invaluable para el pensamiento
presocrático, pero también legó un modelo para gran parte de la historia intelectual posterior.
En primer lugar, esa historia era esencialmente "whiggish", en el sentido de mostrar un
desarrollo progresivo diseñado para culminar en la obra del propio bien de Aristóteles. En
segundo lugar, indicaba un 'canon' -una medida por la cual se podía evaluar a los filósofos-
de modo que la obra de algunos podía ser vista como significativa en la narrativa propuesta,
mientras que otros quedaban firmemente relegados al papel de figuras inconsecuentes
'menores'. 'Nadie', afirmó categóricamente Aristóteles, 'consideraría adecuado incluir a
Hipona', por ejemplo, en una lista de filósofos significativos, 'por la mezquindad de su
pensamiento';370 y condenada por esa valoración unilateral, “el destino de la historia de
Hipona” estaba efectivamente sellado. Las historias de las ideas posteriores, ya sean
filosóficas, científicas o políticas- han tendido a menudo a ajustarse a ese modelo aristotélico,
presentando un desarrollo progresivo, y centrándose en aquellos que supuestamente son
'verdaderamente grandes', o que se ajustan a las reglas de las que se refería Nietzsche como
la 'sabiduría permitida' de un momento dado.

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Por lo tanto, las historias de las ideas a menudo han replicado el enfoque de la historiografía
de manera más general y han presentado un relato progresista y triunfalista de los desarrollos
intelectuales, centrados en una serie de figuras canónicas, pasando la antorcha de una
ilustración creciente "de mano en mano, desde Descartes hasta Locke, de Locke a Hume, y
de Hume a Kant',371 y así sucesivamente, como si (en la analogía de Milan Kundera) todos
estuvieran en 'una carrera de relevos en la que todos superan a su predecesor, solo para ser
superados por su sucesor'. 372
Ese enfoque fue, hasta hace relativamente poco tiempo, particularmente evidente en la
historia de la ciencia, donde la noción de una progresión acumulativa sigue siendo, quizás,
más comprensible. Desde principios de la modernidad y la Ilustración significativamente
titulada en adelante, la narrativa generalmente preferida proyectó un ascenso: desde la
antigüedad, a través de la oscuridad de la Edad Media, hasta la Revolución Científica. Así,
desde su punto de vista al frente de la nueva filosofía, Francis Bacon podía explicar con
seguridad que, en su revisión de los desarrollos pasados, "no es necesario mencionar ni a los
árabes ni a los escolásticos [medievales]". 373 Eran para él, como Hipona lo había sido para
Aristóteles, irrelevantes para su narrativa progresista, por lo que podían relegarse con
seguridad al olvido.
A finales del siglo XVII, la narrativa progresista de Bacon podía verse culminando en la
síntesis intelectual de Isaac Newton. Mientras que anteriormente, en las palabras del epitafio
previsto por Pope, "La naturaleza y las leyes de la naturaleza yacían escondidas en la noche",
Dios dijo: "¡Que Newton sea!" y todo fue luz. Y después de él, solo se trataba de la
asimilación progresiva de sus métodos en otras áreas intelectuales, desde la física hasta la
biología, pasando por la psicología y la sociología.
Ese enfoque optimista continúa en historias intelectuales del siglo XIX como las de J.W.
Draper, quien vio el progreso ejemplificado por la erosión gradual de las supersticiones
religiosas a manos de la racionalidad y la ciencia. Incluso de los primeros desarrollos
intelectuales griegos, concluye, «nos enteramos de que hay un modo definido de progreso
para la mente del hombre; [y] a partir de la historia de épocas posteriores encontraremos que
siempre va en la misma dirección». Un estudio de la historia revela que "hay una marcha
predeterminada y solemne, en la que todos deben unirse, siempre en movimiento, siempre
avanzando irresistiblemente". 374
A pesar de su pulcritud impuesta, tal barrido narrativo progresivo, sin embargo, tenía sus
desventajas. En particular, no tuvo en cuenta nada que no encajara en su propio modelo de
"racionalidad" y ciencia; de modo que teorías y movimientos intelectuales completos fueron
relegados, como Hipona y los árabes, a lo históricamente irrelevante, y los seres humanos
individuales sufrieron amputaciones al ser forzados a entrar en un molde de Procusto. Así,
por ejemplo, la 'teoría del vórtice' de Descartes (su intento de explicar el universo en términos
de partículas atómicas) fue desviada a un lado, como parte de su filosofía que podía olvidarse
con seguridad; y los aspectos más místicos del pensamiento de Newton (incluidos sus
extensos escritos sobre teología y la creencia en sus propios vínculos con una tradición
antigua) fueron ignorados, o incluso más positivamente suprimidos, como aberraciones
anómalas e inexplicables en un hombre de su estatura intelectual aceptada.

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Si bien los historiadores del siglo XIX (como los de todos los demás períodos) tendieron a
reflejar los valores de su tiempo, dejaron sin embargo algunos logros impresionantes en el
campo de la historia intelectual. El trabajo de Draper, citado anteriormente, incorpora una
amplia gama de investigaciones, incluyendo lo que ahora denominaríamos historia de las
ciencias y de la tecnología, historia de la filosofía, teología y descubrimientos marítimos, y
digresiones sobre temas como el budismo, la medicina egipcia y la condición social de
América. En su Historia de la moral europea de dos volúmenes desde Augusto hasta
Carlomagno, W.E.H. De manera similar, Lecky barre con autoridad una amplia gama de
material histórico, como se indica en su objetivo modestamente declarado, pero
enormemente ambicioso, de "simplemente rastrear la acción de las circunstancias externas
sobre la moral, para examinar cuáles han sido los tipos morales propuestos como ideales en
diferentes épocas, en qué medida se han realizado en la práctica y por qué causas se han
modificado, menoscabado o destruido”. Con esa agenda, la historia intelectual de Lecky se
centra necesariamente en los desarrollos de la filosofía y la teología, pero el conjunto se sitúa
en un contexto sociopolítico; y concluye con una extensa y comprensiva discusión sobre 'La
posición de la mujer', que anticipa en cien años el desarrollo de una 'historia de la mujer' más
formal. Aunque actualmente en gran parte ignorados, Draper y Lecky pueden, de varias
maneras, ser vistos como importantes precursores de la historia de las ideas del siglo XIX.
También lo puede hacer Leslie Stephen, quien publicó su Historia del pensamiento inglés en
el siglo XVIII en 1876. Tomando la historia de la filosofía como su punto de partida,
nuevamente abarca ampliamente la historia del pensamiento, señalando que tal "historia
intelectual" (un término que en realidad usa) no puede estudiarse adecuadamente en forma
aislada, sino que debe tener en cuenta las influencias sociales, políticas y políticas.
Aplicaciones y expresiones literarias. La amplitud más amplia implícita en la descripción
'historia del pensamiento' se vuelve a enfatizar una generación más tarde por J.T. Merz. En
su obra de cuatro volúmenes A History of European Thought in the Nineteenth Century, parte
de la historia de la ciencia, pero aspira a responder a la pregunta mucho más amplia de "¿qué
papel... el mundo interior del pensamiento [ha] jugado en la historia? de nuestro siglo [XIX]'.
Para él, también, el pensamiento abarca mucho más que la mera filosofía; y señala cómo la
"historia de la filosofía tiene poco que decir sobre Goethe", aunque el poeta expresa
"probablemente el pensamiento más profundo de los tiempos modernos", con su personaje
de Fausto encarnando nada menos que "la expresión clásica de las dudas del siglo XIX". y
aspiraciones'. 8 Esa evaluación de Goethe podría representar un desafío incluso para la
historiografía del siglo XXI, al igual que la observación perspicaz de Merz de que, en tiempos
futuros, "la objetividad de la que algunos ... [historiadores contemporáneos] se enorgullecen
será considerada no como libertad sino como inconsciencia por su parte de las nociones
preconcebidas que los han gobernado”. 9 La articulación de tales percepciones, entonces, se
anticipó por mucho tiempo a los desafíos posmodernos a la "objetividad" histórica, y estos
ejemplos del siglo XIX confirman que la historia de las ideas de ninguna manera surgió
completamente formada de la cabeza de Arthur Lovejoy. Numerosos historiadores, biógrafos
y filósofos han contribuido a una tradición de historia intelectual, o la historia del
pensamiento (incluyendo especialmente la filosofía) desde la época de la antigüedad clásica,
a través del período moderno temprano y hasta el siglo XX.

13.3 Teoría 1: objetivos y propósitos

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Los objetivos y propósitos teóricos de la historia de las ideas (como de la mayoría de las otras
materias de las humanidades) tienden a expresarse en términos triviales. Lo que cobra mayor
importancia en tales declaraciones de misión autojustificatorias es la "comprensión", que se
puede aplicar a un autor o a un texto, al entorno cultural más amplio o al yo individual. Como
Mark Bevir ha escrito recientemente, 'Los historiadores de las ideas quieren hacer inteligible
la forma en que alguien más ha hecho inteligible el mundo; quieren entender cómo alguien
más ha entendido las cosas.' 10 Y eso a veces implicará un intento de comprender cómo la
gente en el pasado ha 'entendido' las cosas de manera muy diferente a nosotros, adoptando
creencias que nos parecen 'irracionales' o mutuamente inconsistentes (como con Newton y
sus teorías místicas relacionadas con la teología y la cronología).
La "comprensión" de los textos históricos se considerará en la Sección 13.4, pero primero
notemos brevemente las afirmaciones de que la historia de las ideas puede contribuir a una
comprensión más generalizada de nuestros entornos culturales y, por lo tanto, de nuestro
propio bien. El mismo término 'ambiente cultural' es, por supuesto, enormemente
problemático. Parece implicar un trasfondo homogéneo contra el cual se producen diversas
formas culturales, como la filosofía, la literatura, el arte y la música, con la implicación
adicional de que habrá algo compartido por todas esas formas, ya que cada una de ellas
constituye una expresión de algo experimentado en común. Todos ellos, se ha afirmado,
expresarán el 'espíritu de su tiempo', o proporcionarán manifestaciones físicas de esa entidad
casi mística, y ciertamente evasiva, el 'zeitgeist'. La búsqueda de esa construcción idealizada,
una vez más, ha estado fuera de moda durante mucho tiempo; pero eso no niega que diversas
manifestaciones culturales puedan compartir algunas cualidades, y que un examen de esas
cualidades pueda proporcionar una idea del período en el que se produjeron.
También podría proporcionar una idea de cómo se produce el cambio cultural e intelectual,
de modo que los historiadores de la ciencia, por ejemplo, se han preocupado por explicar
tales modificaciones en la "visión del mundo" como las ocasionadas por la revolución
copernicana de principios de la modernidad en cosmología; mientras que los historiadores de
la teoría política han considerado puntos de inflexión como el articulado en las obras de
Maquiavelo. En ejemplos de este tipo, se debe prestar atención al reemplazo de un marco
intelectual (o 'paradigma', o red de lo que se ha convertido en 'costumbre'), y sus estructuras
lingüísticas asociadas, por otro. Así, la historia de las ideas inevitablemente se amplía de
nuevo para abarcar un rango de estudio potencialmente infinito, pero puede enfocarse de
manera rentable en cómo los individuos responden a los desafíos intelectuales y son capaces
(o incapaces) de adaptarse, modificar y reemplazar sus sistemas de creencias.
Sin embargo, el objetivo de todo esto no es emprender la búsqueda de algún santo grial o
esencia redentora, o incluso rastrear supuestas conexiones al servicio de algún objetivo moral
o estético. Es más bien demostrar la contingencia, mostrar que ella, y por lo tanto nosotros,
podríamos haber sido muy diferentes de lo que es y de lo que somos. Es decir, los entornos
culturales y los individuos que los habitan deben entenderse como entidades históricas
(aunque diferentes de nosotros). Ellos (y nosotros) se derivan de formas anteriores y están
sujetos a ser sucedidos por otras posteriores; y tanto esas formas mismas como el curso de su
sucesión bien podrían haber sido muy diferentes. Quizá nos guste consolidar nuestras propias
identidades atribuyéndoles antecedentes que hagan que el resultado final al menos parezca
factible, pero más importante es el reconocimiento resultante de nuestra propia historicidad,
del hecho de que nosotros mismos somos parte de la historia, no sólo producto de la historia
pasada, sino también un agente potencial para la historia en el futuro.

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Y la historia de las ideas es un vehículo ideal para promover tal reconocimiento, ya que no
se trata simplemente del examen de los pensamientos que se han expresado, sino también de
aquellas actitudes y presupuestos que todos tenemos, pero que son tan parte de nosotros que
es posible que nunca se formulen conscientemente. No es necesario expresar los fundamentos
reales de nuestros pensamientos: son precisamente lo que se acepta como 'obvio' o como
'sentido común' en un momento dado y, por lo tanto, simplemente se da por sentado.
Entonces, el objetivo de cuestionar esos fundamentos no articulados es mejorar nuestra
propia autoconciencia: nuestra conciencia de cómo y por qué pensamos (y, por lo tanto,
actuamos y reaccionamos) como lo hacemos. Y esa autoconciencia es fundamental para lo
que significa ser humano. 'La vida no examinada no vale la pena vivirla', insistió Sócrates,
su mantra derivado de la instrucción perennemente relevante del Oráculo de Delfos de
'¡Conócete a ti mismo!'
El autoconocimiento y el reconocimiento de nuestra propia contingencia pueden fomentarse
también mediante el examen de alternativas: al estudiar las ideas y creencias de la gente en
la antigüedad o la Edad Media o en otras culturas, por ejemplo, nos vemos obligados a
confrontar situaciones y estructuras muy diferentes a las nuestras. Entonces nos damos cuenta
de que podríamos haber tenido, y podríamos tener, valores y aspiraciones completamente
diferentes de los que simplemente damos por sentado. Vista desde una perspectiva
alternativa, nuestra propia posición ya no aparece como inevitable y como el resultado
necesario de algún proceso histórico predeterminado. Es el resultado de numerosas
contingencias (de cosas que, por casualidad, resultaron de una manera u otra y afectaron otros
eventos en consecuencia), y podemos ver que, para el futuro, en realidad tenemos una opción.
La liberación de las limitaciones de la visión de túnel, entonces, puede verse como un
objetivo importante de la historia de las ideas: el estudio del pasado puede usarse
creativamente para el presente y el futuro. Incluso en términos prácticos, la clave de los
problemas actuales puede estar ahí, esperando ser redescubierta. Los pensadores de la Edad
Moderna, por ejemplo, utilizaron el texto recientemente recuperado del poeta romano
Lucrecio en su formulación (o reformulación) de la teoría atómica, que vino a sustentar la
nueva filosofía mecánica; el texto redescubierto de “Sextus Empiricus” en el siglo XVI tuvo
una enorme influencia en el desarrollo del escepticismo moderno; y el inventor Barnes Wallis
afirmó haberse inspirado para una bomba giratoria en la Segunda Guerra Mundial en un
relato del siglo XVII de un intento de disparar un arma en las esquinas. Los aspectos del
pasado, a menudo olvidados e ignorados durante mucho tiempo, esperan una reintegración
imaginativa en nuestras propias síntesis.

13.4 Teoría 2: métodos

Entonces, ¿cómo nos proponemos alcanzar la liberación intelectual y la ilustración? ¿Qué


métodos pueden realizar objetivos tan ambiciosos?
La historia de las ideas es esencialmente un estudio basado en textos: su estudio del pasado
se centra en los textos y sus contextos, con un énfasis relativo variable en esos dos elementos.
Los 'textos' pueden incluir obras de arte o arquitectura, o cualquier artefacto o incluso gesto
humano destinado (o no) a expresar una idea; pero en su mayor parte, los historiadores de las
ideas utilizan fuentes literarias o textos escritos. Por lo tanto, inevitablemente se enfrentarán
a todo el tema problemático de leer e interpretar, y tratar de comprender esos textos en
relación con sus contextos (no menos problemáticos).

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A menudo se ha supuesto que, con el ejercicio de la diligencia de la pista y los procedimientos


adecuados, los historiadores intelectuales pueden penetrar en "el significado" de un texto;
pero incluso el significado de ese 'significado' se ha convertido en tema de disputa. Algunos
críticos literarios han afirmado la necesidad de determinar el significado 'intrínseco', a través
de un análisis cuidadoso del texto mismo como una entidad autónoma, sin tener en cuenta
ningún contexto; otros se han concentrado en el significado tal como ahora nos parece. Pero
los historiadores se preocupan principalmente por el significado que el autor originalmente
pretendía que transmitiera el texto, por lo que se centran en la intención. Como ha afirmado
Quentin Skinner: 'saber lo que un escritor quiso decir con una obra en particular es saber
cuáles fueron sus intenciones primarias al escribirla'. 375
Determinar esas intenciones y recuperar la verdad del significado de un autor en su contexto
original ha seguido siendo un motivo principal para los historiadores a lo largo de la era
moderna. Recientemente, en 1990, Conrad Russell escribió que "la habilidad histórica más
importante es la de poner la información en contexto". Continúa inmediatamente
concediendo que 'la selección del contexto correcto [sic] requiere un conocimiento muy
considerable', 12 pero uno bien podría preguntarse cómo, incluso con una cantidad infinita
de conocimiento, un historiador podría seleccionar el contexto que es correcto'. Solo puede
ser 'correcto' dentro de otro contexto, es decir, para un propósito particular; ya que solo se
pueden seleccionar algunos aspectos de cualquier totalidad, y la selección debe basarse en
algunos criterios. Skinner ha sugerido que los textos por los que probablemente se preocupen
los historiadores intelectuales pueden verse como intervenciones en argumentos, como
respuestas a algún otro texto; por lo que los intentos de contextualización podrían comenzar
allí. Pero esos otros textos no son necesariamente contemporáneos, sino que pueden datar de
cualquier época; para que de nuevo el contexto pueda extenderse indefinidamente. De hecho,
todo el concepto de 'contexto' sigue siendo muy problemático: ¿dónde nos detenemos?
¿Cómo determinamos el primer plano y el fondo (qué es más importante y qué menos)? ¿Hay
algo alguna vez discreto y separable de todo lo demás?
Otras dificultades, relacionadas con el texto mismo, se derivan de consideraciones de
lenguaje. Expresando e incorporando, como debe ser, las estructuras de poder intelectual y
sociopolíticas de sus usuarios, el lenguaje (y por lo tanto el "significado") está sujeto a
cambios constantes a lo largo del tiempo. Podemos leer palabras del pasado, pero ¿significan
para nosotros lo mismo que el autor pretendía originalmente (asumiendo, contra todo
pronóstico, que los autores logran expresar lo que significan y, de todos modos, tienen un
único significado)? ¿Cómo determinamos su 'tono', ya sea directo, metafórico, irónico o lo
que sea? (La ceja levantada puede necesitar ser detectada, si no vista). ¿Qué vamos a hacer
con las palabras que se refieren a conceptos que ya ni siquiera tenemos o en los que ya no
creemos (como el longevo aristotélico "primum mobile", por ejemplo)? ¿Y cómo vamos a
reconocer e interpretar esas ausencias y silencios, muchas veces más cargados de significado
que nuestras palabras, que marcan nuestras conversaciones y nuestros textos ¿Denotan una
ofuscación deliberada, o una negativa explícita a conceder una posición 'inaceptable', o una
indecisión personal (posiblemente inconsciente) sobre la idoneidad de ciertas revelaciones?
Ningún idioma (ni sus palabras reales, ni la forma de su uso) permanece estático a través del
tiempo, y cualquier traducción de un idioma a otro (incluida la traducción del pasado al
nuestro en el presente) inevitablemente implica alguna pérdida de significado y de
comprensión.

375

192
193

Si el "significado" de un texto en sí mismo, junto con su contexto, sigue siendo, en términos


absolutistas, impenetrable, necesitamos encontrar algún compromiso. Al igual que con otras
formas de actividad intelectual, debemos adoptar una posición pragmática que permita que
el trabajo y la vida continúen; y en historia (como en ciencia) generalmente se ha pensado
que implica la necesidad de presentar hipótesis tentativas de diversos grados de probabilidad.
Si bien somos conscientes de nuestra incapacidad para alcanzar un único significado
'verdadero' de un texto, aún podríamos preguntarnos qué era lo que el autor del texto deseaba
transmitir. Después de todo, así es como nos las arreglamos para movernos en la vida real,
evaluando constantemente la autenticidad y confiabilidad de los testigos y las pruebas que
nos confrontan. De modo que podemos preguntar razonablemente, en otras palabras, qué
acción podría realizar el autor de un texto, como resultado de lo que se presentó (en forma
de escritura, pintura, gesticulación, o lo que sea).
Incluso eso, por supuesto, no es de ninguna manera fácil de responder: no pocas veces las
señales transmiten mensajes ambiguos; y los mensajes mismos pueden ser menos que
decisivos o consistentes. Como señaló Wittgenstein, la persona que agita los brazos en la
distancia puede estar tratando de espantar una mosca o advertirnos de un toro peligroso; o,
en el ejemplo poético de Stevie Smith, puede ser simplemente saludar o ahogarse. 376 O que
vacilar puede estar señalando muchos otros supuestos 'significados', entre ellos su propia
incapacidad para articular coherentemente qué es lo que desea transmitir.
Sin embargo, cierto conocimiento de un contexto podría ayudarnos a leer la intención real
del vacilante (suponiendo que la haya). Puede que, por ejemplo, no haya toros en los
alrededores; y el nadador está bien dentro de su profundidad; Entonces, aunque puede haber
algunos textos residuales donde la recuperación de cualquier contexto seguirá siendo
imposible, y aunque nunca será posible recuperar ningún contexto en su totalidad, aún puede
ser posible desenterrar algún contexto que arroje luz sobre el objeto de nuestro estudio- que
podría, por ejemplo, aclarar que algunas intenciones adscritas son anacrónicas o anómalas
dentro de las estructuras de creencias de la época, mientras que otras son coherentes con los
debates contemporáneos. Puede que nuestro conocimiento no sea perfecto, pero nos permite
movernos por el mundo, al menos hasta el punto de evadir adecuadamente a los toros y
rescatar a los nadadores en peligro de ahogarse, y llegar a algunas conclusiones provisionales
sobre el significado probable de un texto.

13.5 Práctica 1: Richard H. Popkin, La historia del escepticismo

Publicado originalmente en 1960, la Historia del escepticismo de Erasmo a Descartes de


Richard H. Popkin fue revisada y ampliada para continuar con la historia de Spinoza en 1979.
Ha demostrado ser un trabajo seminal en la historia de las ideas e ilustra en la práctica muchos
de los puntos teóricos introducidos anteriormente.
Por supuesto, hubo un reconocimiento anterior de la importancia de las filosofías escépticas,
que se originaron en la antigua Grecia y ganaron influencia después de su recuperación y
desarrollo en el período moderno temprano. En el siglo XVIII, Pierre Bayle se había atrevido
a desafiar la filosofía moderna desde la reintroducción del escepticismo griego antiguo;
Henry Buckle en 1858 había identificado el escepticismo como el desencadenante de la
investigación científica, la tolerancia religiosa y la libertad política; y Leslie Stephen en 1876
habían señalado cómo el escepticismo, desarrollado en particular por David Hume, "marca

376

193
194

uno de los grandes puntos de inflexión en la historia del pensamiento".377Pero a mediados


del siglo XX aún era posible escribir que " El pirronismo [escepticismo] del siglo XVII es un
movimiento que se ha descuidado casi por completo»; 378 y no cabe duda de que el trabajo
de Popkin estimuló una verdadera industria académica, al tratar como lo hizo un tema que
ahora se puede ver que ha tenido una relevancia cada vez más evidente en el contexto de la
posmodernidad.
En primer lugar, vale la pena señalar que Popkin reconoce desde el principio su simpatía por
los objetos de su estudio: los escépticos: está efectivamente de su lado en la discusión.
Escribe en otra parte que la crisis escéptica se ha "convertido en nuestra herencia
permanente", y aprueba claramente una filosofía que expone el absurdo "de todas nuestras
pretensiones intelectuales". También escribe, significativamente, sobre cómo 'necesitamos
toda la comprensión que podamos obtener del pasado, para que podamos tener un futuro'; 379
por lo que está claro que La Historia del escepticismo debe ser una historia de algo que
importa a su autor, una historia, no de una moda intelectual oscura y pasajera e
intrascendente, sino de un ingrediente esencial y duradero del pensamiento moderno del que
necesitamos ser conscientes.
El capítulo inicial de Popkin ya ilustra otros puntos importantes sobre la naturaleza de la
historia de las ideas tal como él la ve: su carácter esencialmente interdisciplinario; su
inevitable fusión de lo intelectual con lo social y lo político; y su evidente relevancia para
nuestra autocomprensión en el presente. Al comenzar con 'la crisis intelectual de la Reforma',
Popkin indica cómo una tendencia intelectual puede aparecer en un área de la experiencia
humana aquí, la teología, y extenderse a partir de ahí para afectar la vida de manera mucho
más general. El cuestionamiento de Lutero de la autoridad del Papa y los Consejos de la
Iglesia para arbitrar en asuntos de verdad y doctrina religiosas constituyó un desafío muy
significativo por derecho propio; porque planteó dudas sobre la validez de lo que durante
siglos simplemente se había dado por sentado, sobre supuesto como norma. Pero las
implicaciones del desafío teológico probarían ser mucho más inquietantes: como dice
Popkin, Lutero en 1519 abrió una "caja de Pandora que... iba a tener las consecuencias de
mayor alcance, no solo en la teología sino en todo el ámbito intelectual del hombre". ”
(Historia del escepticismo, p. 4).
Lo que se escapó de la caja de Pandora (lo que se perdió para siempre) fue la confianza que
la gente tenía en sus instituciones para validar 'la verdad'. Para bien o para mal, el repudio de
la autoridad teológica por parte de Lutero fue dejar a los individuos libres para hacer sus
propios juicios: en la evaluación de la verdad, el único criterio era convertirse en la conciencia
individual. Y si se dejara a la gente a sus propios recursos en asuntos de religión, ¿por qué
esos recursos no deberían utilizarse de manera similar en la determinación de asuntos
morales, sociales y políticos?
El escepticismo inducido teológicamente nunca podría limitarse ordenadamente a la iglesia
del domingo por la mañana (ni siquiera al intelecto), especialmente una vez que su fuerza
práctica estaba respaldada por una justificación teórica; y Popkin prosigue mostrando cómo
fue justamente ese apuntalamiento el que proporcionó el redescubrimiento (especialmente)
del relato de “Sextus Empiricus” sobre la filosofía escéptica de Pyrrho. Se discute la
cronología exacta de esa reintroducción de la corriente del escepticismo griego en la corriente

377
378
379

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195

intelectual occidental y destaca una dificultad general en la historia de las ideas, a saber, la
asignación de influencia. Si bien las fechas de publicación de obras como la de Sextus (en
sus diversas traducciones) se pueden determinar, por supuesto, sin referencias directas (en
otras obras, diarios o cartas), el alcance de la influencia real es más difícil de evaluar.
Porque había otras razones para interesarse por el escepticismo y varias motivaciones para
prescribir esa filosofía. Quizás lo más importante, y mostrando nuevamente la interacción de
las ideas con experiencias culturales más amplias, fue el relativismo cultural al que las
personas estaban expuestas a raíz de la exploración y el descubrimiento contemporáneos. La
conciencia de costumbres y valores alternativos impregna el trabajo de escritores como
Michel de Montaigne, un hombre que rara vez se incluye en las historias de la filosofía, pero
que Popkin identifica como un actor destacado en la transmisión de la filosofía escéptica;
pues no sólo leyó, asimiló y reformuló el pensamiento de Sexto, sino que abogó por el
escepticismo como estímulo a la fe en el cristianismo. Cuando todo lo demás se pone en
duda, creía, uno vuelve a las certezas de la religión.
Montaigne es uno de los muchos pensadores citados por Popkin que nunca han alcanzado la
respetabilidad de la inclusión en el canon filosófico, como verdaderamente "significativos"
en la historia de la filosofía; ya este respecto, The History of Skepticism muestra cómo la
historia de las ideas incluye dentro de su alcance a muchos que se deslizarían a través de una
red histórica diseñada para atrapar solo a las figuras que ahora se consideran "principales".
Estos personajes menos conocidos pueden ser particularmente difíciles de evaluar, sobre todo
debido a la escasez de evidencia (y su naturaleza a menudo contradictoria) sobre ellos; y el
mismo Popkin pondera la sinceridad de algunos al hacer sus arrebatos escépticos. ¿Pueden,
por ejemplo, haber profesado sinceramente tanto el escepticismo como el cristianismo? Tales
preguntas nunca pueden ser respondidas definitivamente, pero los historiadores de las ideas,
como Popkin en este caso, intentan evaluar el carácter de sus sujetos en el contexto más
amplio de sus vidas, el estilo de sus escritos y los ejemplos que usan para hacer sus
argumentos; y tratan (sobre todo después de Foucault) especialmente de evitar imponer
categorizaciones y valores anacrónicos a las personas en el pasado.
El propio Montaigne, en todo caso, junto con su seguidor posterior (otro pensador
subestimado cuya importancia ha sido enfatizada por Popkin) Pierre Bayle, favorecieron el
fideísmo: un salto hacia la fe como un escape del tormento de la duda. Eso puede parecernos
una táctica poco probable, pero se convierte, como muestra Popkin, en una de las principales
formas en la modernidad temprana para sortear la crisis escéptica y acomodar demandas
intelectuales aparentemente incompatibles. La otra ruta de escape fue iniciada por otra figura
a menudo olvidada, identificada por Popkin como "una de las figuras más importantes en la
historia del pensamiento moderno", el monje francés Minim, Marin Mersenne. En el centro
de un círculo intelectual que abarcaba luminarias como Descartes, Gassendi, Galileo y
Hobbes, Mersenne estaba bien situada para reconocer las virtudes de la llamada "nueva
filosofía" (que abarcaba la cosmología copernicana y la ciencia mecanicista); y su tarea se
convirtió en reconciliarlos con los argumentos aparentemente incontestables de la filosofía
escéptica. El resultado fue una forma de escepticismo 'mitigado' o 'constructivo' que admitía
el desconocimiento último de las esencias de la naturaleza, pero no obstante permitía
pragmáticamente cierto conocimiento real y útil de sus apariencias. Al igual que con el
posmodernismo, es posible que ya no reclamemos certeza basada en cimientos
inquebrantables, pero podemos adoptar un enfoque de sentido común que nos permita
proceder sobre la base de diversos grados de probabilidad. La ciencia de Mersenne, como
nuestra historia, no es una descripción de la realidad, sino una estructura hipotética que nos
195
196

permite seguir viviendo y haciendo ciencia e historia. Se hicieron intentos posteriores, en


particular por parte de Descartes, para refutar el escepticismo con dogmatismos alternativos
(y es digno de mención en este contexto que la fuerza de los argumentos antiescépticos de
Descartes ha sido iluminada por el trabajo de Popkin); pero fue el enfoque de Mersenne el
que llegó a constituir el núcleo de la ciencia y la filosofía modernas pragmáticas.
Ese pragmatismo, derivado de la conciencia de nuestras propias limitaciones, está (o
seguramente debería estar) acompañado de otras virtudes: a saber, la 'Modestia... y la
Humildad' identificadas por Hume como el 'Resultado necesario del Escepticismo'. La
aprobación de Popkin de Hume, entonces, se relaciona con más que una posición puramente
intelectual. Hume, que se las arregló para poner en duda incluso "lo que es tan obvio y
aparente para el sentido común y la razón de la humanidad", 380 proporciona una lección muy
práctica para los historiadores de las ideas. La modestia, la humildad y el cuestionamiento de
los presupuestos quedan como metas virtuosas para el sujeto.
Para algunos, podría parecer que Popkin adoptó la posición atribuida a Lovejoy, es decir, que
seleccionó para estudiar una 'idea de unidad' (en su caso, 'escepticismo') que puede verse
emerger periódicamente a través de su escala de tiempo asignada. Pero el enfoque de Popkin
es en realidad mucho más sutil: habiendo identificado los argumentos escépticos de
(especialmente) Pyrrho, muestra cómo estos fueron aceptados, adaptados, eludidos y
transmitidos de diversas maneras, y cómo los protagonistas a menudo lucharon con el
problema de reconciliar posiciones aparentemente incompatibles (de escepticismo con la fe
cristiana, por ejemplo).
Hay otros que podrían criticar a Popkin por su tratamiento excesivamente intelectualizado de
las ideas, sin prestar suficiente atención a sus contextos sociopolíticos más amplios. Pero no
se puede hacer todo al mismo tiempo y, a pesar de la moda actual de estudios más sincrónicos,
investigaciones diacrónicas como La historia del escepticismo siempre tendrán su lugar en
la historia de las ideas. Este ejemplo en particular ha demostrado ser seminal en la medida en
que ha actuado como semillero para muchas más investigaciones; y la importancia de su tema
se ha vuelto cada vez más evidente a medida que el escepticismo vuelve a asumir una
posición dominante en nuestros propios tiempos posmodernos

13.6 Práctica 2: Annabel Patterson, Liberalismo moderno temprano

Publicado en 1997 como parte de una serie de 'Ideas en contexto', Early Modern Liberalism
de Annabel Patterson es notable por ser un trabajo de historia intelectual que no solo toma
pleno conocimiento de la posmodernidad en el estudio histórico, Es decir, el autor está bien
consciente de su propia responsabilidad en la construcción de una narrativa de eventos y
acciones pasadas, tejiendo una red (como ella dice) de ideas y creencias. La historia que ha
elegido contar no estaba allí en el pasado, ya hecha; pero se ha tomado la molestia de
seleccionar del pasado esas reliquias y recuerdos (en forma de varios textos, literarios y
pictóricos) que le permiten presentar un caso que cree que es de importancia contemporánea.
Por lo tanto, la profesora Patterson deja en claro desde el principio que sí tiene un caso que
presentar: el suyo no es, proclama, una investigación académica desinteresada del pasado.
Más bien, ella confiesa fácilmente estar 'en la posición misionera', buscando apoyo para una
agenda liberal en el presente. Eso la aparta inmediatamente de la tradición de la historia
modernista, con su insistencia en el desapego del autor en un tema que niega la propiedad de

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cualquier conexión moral o política; pero, por supuesto, la alinea con la posición
comprometida adoptada anteriormente, como hemos visto, por Richard Popkin. Así como se
estudió el 'escepticismo', no sólo como un desarrollo intelectual, sino como una filosofía
cuyas virtudes aún debían recomendarse, el 'liberalismo' debe verse como algo que todavía
exige nuestra constante apreciación.
El liberalismo (una palabra que en realidad no se usaba en el período en cuestión) se define
en términos de que los seres humanos son naturalmente iguales y tienen los mismos derechos,
derechos a elementos básicos como la libertad física y religiosa, la educación, la justicia, la
elección política y la libertad de expresión. Este es el tipo de cosas que muchos de los posibles
lectores de Patterson probablemente simplemente den por sentadas, de modo que una de las
funciones del libro es demostrar cómo una tradición liberal no surgió naturalmente en
absoluto. Por el contrario, fue algo por lo que hubo que luchar a un costo enorme, algo que
surgió lenta y precariamente frente a los intereses autoritarios creados y, por implicación, es
algo que debe cuidarse y mantenerse con cuidado.
Patterson argumenta, entonces, que el liberalismo en realidad surgió como una respuesta
directa a las injusticias percibidas. Los juicios por traición, por ejemplo, en los que los
hombres fueron procesados por cargos por capricho arbitrario de los monarcas y sus asesores,
fueron vistos como una afrenta a la justicia natural y provocó una resistencia decidida. Una
sucesión de juicios de este tipo se inició en 1553 con el de sir Nicholas Throckmorton, cuya
enérgica autodefensa obtuvo la absolución de un jurado cuyos miembros fueron encarcelados
y fuertemente multados. Raphael Holinshed incorporó un registro del caso Throckmorton a
sus Crónicas y, por lo tanto, pudo actuar como inspiración en el siglo siguiente, cuando
autoridades políticas muy diferentes pero de maneras no diferentes formularon cargos de
traición contra el Nivelador. John Lilburne en 1649, Sir Henry Vane en 1662 y Algernon
Sidney en 1683. Se escribieron y publicaron subrepticiamente relatos de sus juicios y de las
graves injusticias que sufrieron; y estas historias no oficiales o 'secretas' llegaron a constituir
una memoria pública y una tradición de disidencia que luego animó a su vez a las posteriores
víctimas y exponentes del liberalismo.
El trabajo de Annabel Patterson, entonces, no menos que el de Richard Popkin, ejemplifica
en la práctica una serie de cuestiones teóricas planteadas en secciones anteriores; y, más
particularmente, demuestra cómo podría verse bien la historia intelectual en el contexto de la
posmodernidad. Por lo tanto, en la construcción de su narrativa histórica, la autora utiliza una
amplia gama de fuentes, no solo textos literarios convencionales como documentos oficiales,
filosofías canónicas y transcripciones de la corte, sino también poesía, grabados y escritos
recuperados de personas anteriormente menos conocidas. Como ella misma es una intrusa de
formación literaria, claramente tiene poco tiempo para distinciones disciplinarias rígidas, e
insiste en la centralidad de su tema de la 'literatura', incluidas, por ejemplo, las obras
políticamente infundidas de Andrew Marvell y John Milton. Continúa examinando todos sus
textos elegidos con la debida atención a los motivos e intenciones subyacentes de sus
productores, y a sus estilos y dispositivos retóricos. Interesada como está en la difusión de
ideas y la transmisión de una tradición liberal de Inglaterra a las colonias americanas, también
se ha enfrentado a problemas relacionados con la transmisión de ideas y la influencia causal,
produciendo evidencia de contacto personal conocido, referencia directa e inspiración
reconocida; y ha explorado, no sólo escritos más "populares", como periódicos, panfletos,
diarios y correspondencia personal, sino toda una tradición intelectual alternativa en forma
de "historias secretas".

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198

Las 'historias secretas' son aquellos relatos alternativos de personas y eventos que no logran
ser coherentes con las narrativas ortodoxas. Podrían, por ejemplo, registrar los delitos
sexuales menores de quienes están en el poder o los supuestos delitos políticos menores de
quienes desafían ese poder; ya menudo incorporan 'anécdotas' o episodios ejemplares
particulares de una naturaleza aparentemente privada. Estos a menudo han sido rechazados
y desestimados como evidencia histórica respetable, pero se afirma razonablemente que bien
podrían arrojar luz sobre las partes sombrías de las historias más oficiales. Patterson
argumenta que tales anécdotas, a menudo transmitidas a la posteridad por "personas de
adentro" públicamente motivadas y preocupadas por la gobernabilidad abierta, brindan un
"contrapunto enérgico" a la historia convencional. Pueden incluir a aquellos que de otro
modo permanecerían en la periferia y proporcionar evidencia importante de la opinión
disidente que de otro modo podría haber sido suprimida.
Su interés en la particularidad de las anécdotas es solo un ejemplo de cómo Patterson enfatiza
la naturaleza muy personal de la historia intelectual. Lejos de generalizar sobre 'ideas' e
'influencias' abstractas, revela meticulosamente cómo la tradición del liberalismo fue
construida y transmitida por personas reales, operando dentro y limitada por presiones
sociopolíticas reales. Su argumento, como ella misma aclara, depende en gran medida "de
las personas, no de extraer el pensamiento de su contexto, sino de devolverlo a la cabeza de
los pensadores reales y a las redes causales de las vidas reales" (Early Modern Liberalism, p.
280). Así, por ejemplo, John Adams (el segundo presidente estadounidense) revela en sus
diarios cómo idolatraba a representantes de la tradición liberal europea como Sidney, Milton
y Locke. Pero se dio cuenta de que las suyas no eran solo construcciones teóricas: habían
desarrollado sus teorías en oposición práctica a las tiranías políticas. Y el propio Adams se
preocupó, a su vez, de utilizar esa visión histórica para sus propios fines prácticos al otro lado
del Atlántico.

En esa transmisión transatlántica de ideas, otro gran actor reivindicado por Patterson es
Thomas Hollis. De hecho, es con Hollis, como exportadora de ideas liberales a las colonias
americanas a mediados del siglo XVIII, con quien comienza su historia, desafiando las
limitaciones de la cronología lineal convencional al comenzar esa historia "no desde el
principio, sino casi al final" (Liberalismo moderno temprano, p. 27). Al igual que Richard
Popkin sobre el escepticismo, por supuesto que es muy consciente de los antecedentes
clásicos de su tema, pero para sus propios fines corta la red continua de una tradición continua
con Hollis, para establecer un marco de ideas y argumentos y " ' personas que ayudan a aclarar
e iluminar los desarrollos cronológicamente anteriores en Inglaterra. Así, por ejemplo, Hollis
expresó un enorme entusiasmo por Milton, algunas de cuyas obras editó, y cuyos tratados
revolucionarios donó a la Universidad de Harvard como parte de un compromiso deliberado
con trasplantar la tradición europea del disenso, y es en el contexto del lugar establecido por
Milton en esa tradición que Patterson puede analizar diversas interpretaciones de sus sonetos
y llegar a conclusiones sobre su propia ambivalencia.
Pero, sobre todo, el trabajo de Annabel Patterson se caracteriza por a. autoconciencia sobre
su propósito; y ese propósito no es sólo intelectual, al estimular una mayor conciencia de
esos presupuestos que nosotros mismos damos por sentados, sino también moral y político.
Al investigar las raíces modernas tempranas del liberalismo y mostrar cómo, contra viento y
marea, realmente se afianzaron y crecieron, nos recuerda nuestra deuda con personas
valientes en el pasado y nos alerta sobre la debilidad de nuestro propio control sobre lo que
es, con demasiada frecuencia, podemos suponer que son los "derechos" naturalmente
198
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otorgados por una tradición liberal. Escribiendo sobre John Locke, pregunta
deliberadamente: "¿Y qué hay de nuestras propias perspectivas de tolerancia?" (Liberalismo
moderno temprano, p.250). Es decir, se preocupa, a través de su historia, de inspirar una
acción consciente y liberalmente orientada en el futuro, y por lo tanto proporciona un modelo
muy positivo para el estudio histórico posmoderno.

13.7 Conclusión: el futuro

La historia de las ideas comparte la posición de la historia de manera más general a principios
del siglo XXI: se debe dar algún sentido al tema en el contexto de los desafíos posmodernos.
Esto implica, en primer lugar, que los historiadores de las ideas están obligados a proceder
de la manera atribuida anteriormente a Mersenne: conscientes de su incapacidad para llegar
a una "verdad" última sobre el pasado, pero capaces, sin embargo, pragmáticamente, de hacer
algún progreso en aspectos prácticos. Son esos aspectos prácticos de los que se ocupa la
segunda implicación principal del posmodernismo: ¿cuál es el sentido de todo esto? Y, como
hemos sugerido anteriormente, eso no es difícil de responder. Al tratar de comprender los
desarrollos intelectuales y las transformaciones en el pasado, las formas en que un conjunto
de ideas es reemplazado gradualmente o más repentinamente por otro, tanto a nivel personal
como público: ahora podemos obtener una idea de nuestros propios procesos de pensamiento,
presuposiciones, creencias a veces inconsistentes y motivaciones. Al estudiar a otras
personas en otros tiempos y en otras culturas, nos enfrentamos a alternativas y a aquellos que
han luchado por asimilar ideas que inicialmente parecían ajenas. Podemos, por lo tanto, llegar
a ver su historicidad y contingencia (y la nuestra), y así ser empoderados para tomar alguna
acción para el futuro; y es casi seguro que ese futuro requerirá una apertura a las ideas hace
mucho tiempo descartadas de la tradición intelectual occidental. Annabel Patterson ha escrito
(Early Modern Liberalism, p. 215) sobre la necesidad de 'los actos combinados de memoria
e imaginación, pensar hacia atrás para pensar hacia adelante'; y eso bien podría establecer la
agenda para el estudio histórico en la posmodernidad.
En ese contexto, podríamos volver a Geoffrey Elton, quien describió a los historiadores de
las ideas como "una minoría vociferante". Eso no pretendía ser un cumplido por parte de un
hombre que fácilmente admitió que "los buenos historiadores no son principalmente hombres
de ideas". 381¿Pero puede sugerir una aspiración adecuada para los historiadores intelectuales
del siglo XXI?

381

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200

14- De la historia de las mujeres a la historia del género

Laura Lee Downs

El 18 de marzo de 1920, Virginia Woolf recordó a los lectores del "venerable Times Literary
Supplement" que, a pesar de la existencia de trabajos aislados sobre la historia de las mujeres
(uno de los cuales ella había reseñado ese día), la vida y la condición de las mujeres en la
historia permanecían ocultas en profunda oscuridad: "Ha sido de conocimiento común
durante siglos que las mujeres existen, tienen hijos, no tienen barba y rara vez se quedan
calvas", escribió Woolf con ingenio mordaz, "pero salvo en estos aspectos, y en otros en los
que se dice que son idénticas a los hombres", sabemos poco de ellos y tenemos poca evidencia
sólida sobre la cual basar nuestras conclusiones. Además, rara vez somos desapasionados.382
Y, de hecho, aparte del trabajo de algunas pioneras inconformistas, a quienes la historia de
las mujeres les ofreció un terreno nuevo y desafiante (Mary Beard, Ivy Pinchbeck, Leon
Abensour, Alice Clark, Olive Schreiner), la historia de las mujeres continuó languideciendo
en las sombras de las cuales Woolf se había quejado hasta la década de 1960, cuando los
primeros movimientos de renovado activismo político (la muy cacareada "segunda ola" del
feminismo) dirigieron la atención sostenida de historiadores y activistas hacia la recuperación
y el análisis de aquellos que permanecieron "ocultos de la historia".

La historia de las mujeres ha recorrido un largo camino desde que Woolf subrayó nuestra
asombrosa ignorancia sobre el tema, ya que con el resurgimiento de la militancia feminista a
fines de la década de 1960 llegó una gran cantidad de investigaciones sobre las mujeres tanto
en Europa como en los Estados Unidos. Mucho se ha escrito ya sobre esta fase inicial de
'acumulación originaria', donde académicas y activistas se dedicaron a demostrar con
amplitud que las mujeres sí tenían una historia, y que, además, recuperar ese rico y variado
pasado tenía el potencial de reconfigurar el contornos de la historia oficial 'masculina'. Por
lo tanto, este artículo se centrará en la evolución de la escritura histórica sobre las mujeres
desde mediados de la década de 1980. Comienza con una breve reseña de los desarrollos a lo
largo del período 1975-2000, centrándose en particular en el surgimiento de la historia de
género de la historia de las mujeres, y en la forma en que el desafío postestructuralista ha
reconfigurado progresivamente tanto los métodos como los objetos de investigación en el
campo desde finales de la década de 1980. Luego pasa a un análisis más detallado de dos
obras: "Family Fortunes: Men and Women of the English Middle Class, 1780-1850" de
Leonore Davidoff y Catherine Hall y "Oedipus and the Devil: Witchcraft, Sexuality and
Religion in Early Modern Europe” de Lyndal Roper, con el fin de ilustrar algunas de las
formas en que las historiadoras feministas han utilizado el concepto de género para abrir
dominios de investigación completamente nuevos, al mismo tiempo que desarrollan nuevas
perspectivas en los campos de investigación existentes.

A principios de la década de 1970, académicas y activistas feministas fundaron los primeros


cursos de estudios de la mujer en universidades y programas de educación de adultos en los

382

200
201

Estados Unidos y Europa. '1973: el primer curso sobre mujeres en Jussieu', recuerda Michelle
Perrot.
El 7 de noviembre, Andree Michel abrió fuego con una conferencia sobre 'La mujer y la
familia en las sociedades desarrolladas'. La sala de conferencias estaba abarrotada, la
atmósfera caldeada por la hostilidad de los estudiantes izquierdistas (varones) para quienes
el estudio de las mujeres era solo una distracción del verdadero trabajo de la revolución. 383
Pero tal resistencia simplemente alimentó la determinación de las académicas feministas de
recuperar su propia historia, una historia que había sido injustamente desterrada de la vista,
una historia que podría servir para reforzar la política feminista al ofrecer una explicación
históricamente fundamentada de la identidad de las mujeres como un grupo distinto de los
hombres. A medida que se acumularon las publicaciones, las historiadoras feministas
abandonaron su vacilante pregunta inicial: '¿Es posible escribir una historia de las mujeres?'
(¿Y cómo podría ser?) hacia la formulación más segura de que escribir una historia sin
mujeres fue un esfuerzo ciertamente temerario, porque sería apenas contar la mitad de la
historia. Impulsadas por un entusiasmo que era a la vez político e intelectual, académicas,
estudiantes y activistas feministas se comprometieron en proyectos individuales y colectivos
de investigación y enseñanza cuyos resultados acumulados, y a veces inesperados, no
siempre encajaban sin problemas en las narrativas existentes de la historia. El problema de
integrar la 'historia de las mujeres' pronto llevó a las académicas feministas a desafiar los
contornos tradicionales de su disciplina al plantear una pregunta nueva y difícil: '¿Es la
historia de las mujeres simplemente un "suplemento inocuo" de las narrativas existentes, o la
integración de estas nuevas historias y perspectivas exigen que las propias estructuras
analíticas sean remodeladas?' Porque si, como sugería el creciente cuerpo de estudios sobre
las mujeres, la identidad de género no era un hecho biológico sino una creación social e
histórica, entonces la tarea del historiador ya no era simplemente agregar mujeres a una
narrativa existente cuyos contornos eran familiares. Más bien, su tarea ahora era excavar los
significados precisos que la feminidad y la masculinidad han tenido en el pasado, demostrar
la evolución de esos significados a lo largo del tiempo y así revelar la naturaleza
históricamente construida de estos conceptos en nuestro mundo actual.

Desde el principio, entonces, las académicas feministas se comprometieron no solo a agregar


nuevo material al registro histórico; sino a cambiar las estructuras analíticas de la práctica
histórica. Crucial para esta ambición fue la distinción establecida entre el sexo biológico,
entendido como el terreno material e inmutable de la identidad de uno, y el caparazón
infinitamente maleable del género, una serie de comportamientos construidos socialmente
que codifican a uno como hombre o mujer, pero que varían a lo largo del tiempo y el espacio
de manera que se revele su naturaleza construida. Las mujeres (y los hombres, para el caso)
se hicieron y no nacieron, y mucha investigación productiva procedió sobre la base de la
distinción sexo/género, a medida que las historiadoras feministas expusieron las diversas
formas en que el género, entendido como un sistema de diferencia socialmente construido,
había operado para dar forma a las relaciones sociales y la comprensión del yo en sociedades
pasadas.

La historia de las mujeres se estaba transformando rápidamente en una historia más amplia
de las relaciones de género, aunque no sin protestas de académicos que temían que el giro

383

201
202

hacia el género señalara el abandono de la historia de las mujeres como proyecto político
feminista. Y, sin embargo, el movimiento mismo por el cual los historiadores de las mujeres
habían subrayado la naturaleza construida de los roles masculino y femenino en la sociedad
ya había desestabilizado la noción de identidad como una propiedad natural esencial. En este
sentido, la historia del género fue inmanente al desarrollo mismo de la historia de las mujeres,
y las académicas feministas se movieron cada vez más hacia el estudio del género como una
forma de ubicar las experiencias de las mujeres en un contexto más amplio, mientras
defendían la naturaleza de género de toda experiencia humana, y no simplemente la de las
mujeres.
El cambio de la historia de las mujeres a la historia del género a lo largo de la década de 1980
tuvo varias consecuencias importantes, una de las cuales fue contribuir al desarrollo de un
campo de investigación completamente nuevo: el de la masculinidad y los estudios de los
"hombres", un campo que iba a expandirse y desarrollarse rápidamente durante la década de
1990. Pero desencializar la masculinidad y la feminidad al subrayar su construcción histórica
también satisfizo una necesidad intelectual viral de la joven subdisciplina, al sacar estas
categorías del ámbito atemporal de las verdades eternas, donde el dominio masculino y la
subordinación de la mujer estaban inscritos en el orden mismo de las cosas, y devolviéndolos
a la corriente de la historia. De la misma manera, la desencialización de la categoría 'mujer'
cumplió un objetivo político igualmente importante, subrayando el contenido histórico, y por
lo tanto cambiante, no necesariamente de la categoría 'mujer' tal como se despliega en la
política contemporánea y la política social.
Finalmente, se argumentó que el giro hacia el género le daría a la erudición feminista un
mayor impacto en la forma de la propia disciplina histórica. Porque a mediados de la década
de 1980, estaba claro que la historia de las mujeres por sí sola no había logrado transformar
las bases epistemológicas de la disciplina histórica, a pesar de la convicción de muchas
historiadoras feministas de que la integración de la historia de las mujeres hacía inevitable
tal transformación. Más bien, la historia de las mujeres estaba siendo investigada y enseñada
junto con las narrativas estándar de la historia 'real' sin afectar esas narrativas de manera
fundamental. Se argumentó que la única forma de salir de este gueto intelectual era dejar de
centrarse exclusivamente en las mujeres y seguir, en cambio, la construcción mutua de
masculinidades y feminidades a medida que evolucionaban con el tiempo. Basándose en gran
medida en el juego de herramientas del antropólogo, los historiadores del género buscaron
convertir el estudio de la división sexual en un instrumento de análisis histórico
argumentando que tales divisiones tienen sus raíces en una división sexual más global del
espacio social, simbólico y político. Cualquier historia digna de ese nombre tendría que
abandonar en adelante el pretexto de que lo masculino representa una historia neutral y
universal de la especie, mientras que lo femenino sigue siendo el objeto particular de una
política identitaria reivindicativa. Más bien, los historiadores de cualquier tema, ya sea
militar, social, político o diplomático, en adelante tendrían que identificar la constitución de
género de su objeto de análisis, demostrar cómo se ha codificado en masculino o femenino,
y luego explicar cuáles han sido las consecuencias de esa generización para su evolución en
el tiempo. Porque el género (a diferencia de las mujeres) estaba en todas partes, o eso decía
la teoría.
El deseo de las académicas feministas de hacer visibles a las mujeres en la historia dio como
resultado, en última instancia, una visión conceptual más amplia de la distinción social de
los sexos; un concepto menos militantemente centrado en la mujer, quizás, pero que sin
embargo ha alterado la práctica histórica, no solo entre las académicas feministas sino
202
203

también entre muchos de sus colegas masculinos. La política feminista y las demandas
académicas permanecieron así estrechamente entrelazadas en la historia intelectual de la
disciplina, incluso cuando sus practicantes se alejaron de los detalles de la historia de las
mujeres hacia una historia más universal del género, entendida como un aspecto fundamental
del ser social y el orden social.
A lo largo de esta fase inicial de su desarrollo, la historia de las mujeres se había subido a la
ola de la historia del pueblo, que, alimentada por una serie de corrientes (en particular, la
Escuela Annales y el movimiento de la "nueva" historia social) alcanzó su punto máximo en
la década de 1960 y principios de la de 1970. En esta, la edad de oro de la historia social,
donde los académicos se esforzaron por restaurar las voces de la gente común en la historia,
las mujeres encontraron su lugar como un ejemplo principal de lo que generalmente no se
escucha en los libros de texto estándar de historia. Además, el vínculo con la historia social
dio a la historia de las mujeres una fuerte orientación hacia la historia del trabajo, una
orientación que fue reforzada por la convicción, común a las feministas de los años 70 en
Europa y Estados Unidos, de que una clave para la liberación de las mujeres de la dominación
patriarcal de los padres y los maridos radican en encontrar un empleo remunerado fuera del
hogar.
La historia social y laboral continuarían dominando los campos emergentes de la historia de
las mujeres y el género hasta finales de la década de 1980, momento en el que los
historiadores en general, y los historiadores de las mujeres y el género en particular,
comenzaron a alejarse de la historia social, con su base en formas de análisis
macroestructural. (estructuras sociales y económicas como determinantes del
comportamiento individual), hacia formas de análisis más culturales y discursivas, a menudo
basadas en contextos más microhistóricos. Gracias a su recurso de larga data a la noción de
construcción social en el estudio de las masculinidades y feminidades pasadas, las
historiadoras feministas se encontraron en la vanguardia de este movimiento
postestructuralista más amplio en el análisis histórico. Porque en el mismo momento en que
las críticas feministas a una historia esencializadora de las mujeres estaban impulsando el
crecimiento y la elaboración de la historia de género, toda la disciplina de la historia social
estaba comprometida en su conjunto en la búsqueda de formas más matizadas de abordar las
relaciones entre lo social, lo material y aspectos culturales de la historia. Frustrados por los
límites de las perspectivas anteriores, impulsadas por las ciencias sociales y/o marxistas, los
académicos de toda la disciplina enfatizaron cada vez más la importancia del juego entre la
representación y la realidad social. Aquí, el uso de la noción de construcción social (en este
caso de sexo/género) se convirtió en una forma de navegar entre los dos.
En un momento en que la disciplina de la historia social estaba superando los límites de
modelos y conceptualizaciones anteriores, las historiadoras feministas se forjaron un papel
de vanguardia como innovadoras teóricas y metodológicas, desarrollando nuevos enfoques
fructíferos basados en conocimientos psicoanalíticos de la formación de la identidad de
género y en las percepciones de los grupos de concienciación feministas radicales sobre la
naturaleza inherentemente política de las relaciones domésticas de género, que son, después
de todo, relaciones de poder. El desafío feminista a categorías sociales estables como hombre
y mujer, logrado a través del estudio histórico de las relaciones de género tal como han
cambiado en el tiempo, precedió así a la llegada de la teoría postestructuralista a los
departamentos de historia, que llegó con el elegante estandarte de la "teoría francesa".
Aunque dicha teoría había florecido en los departamentos de lengua y literatura desde finales
de la década de 1970, el mensaje llegó a la historia bastante tarde, transmitido en particular
203
204

por Joan Wallach Scott en su famoso ensayo 'Género: una categoría útil de análisis histórico',
publicado por primera vez en la "American Historical Review" en 1986.
Las historiadoras feministas desempeñarían así un papel destacado en los debates teóricos y
metodológicos que sacudieron la disciplina desde finales de los años ochenta hasta mediados
de los noventa. Como veremos, estos debates trastornarían las certezas epistemológicas sobre
las que la historia había descansado confiadamente, en particular la idea de que las fuentes
textuales nos brindan una ventana directa al pasado. Al mismo tiempo, desafiaron la síntesis
original de erudición y política que había caracterizado la historia de las mujeres y el género,
poniendo en duda la noción de que en el centro de cada sujeto individual se encuentra una
identidad estable y coherente. Con el fin de explorar más concretamente lo que ha significado
para la práctica de la historia de las mujeres y el género el giro de la historia de las mujeres
a la del género, y el posterior compromiso con el posestructuralismo, la siguiente sección de
este capítulo se centra en la evolución del campo en Inglaterra. Elijo explorar este caso más
de cerca en parte porque proporciona el contexto historiográfico específico para un análisis
del magistral estudio de Davidoff y Hall sobre el género en la creación de la clase media
inglesa, un texto clave en el desarrollo y despliegue del género como herramienta de análisis
histórico. Pero también utilizo este estudio de caso específico para demostrar en
descarrilamiento que el cambio de la historia social a la cultural, del análisis de la experiencia
al análisis del discurso y la construcción de categorías sociales, ha tenido consecuencias
importantes para la forma del campo como un todo, desplazando la atención de las historias
basadas en las experiencias de las mujeres (sobre todo del trabajo) a los análisis de la
construcción de género de las categorías básicas que han dado forma a nuestras percepciones
de la vida civil y política. Por supuesto, este cambio tuvo sus paralelos en los Estados Unidos,
Francia y Alemania, donde a partir de 1990, numerosos historiadores se alejaron cada vez
más del análisis macroestructural hacia estudios más culturales y de nivel micro. Pero sólo
explorando las particularidades de una sola tradición historiográfica se pueden documentar
con precisión los efectos que ha tenido el giro de las formas de análisis social a las culturales
y discursivas sobre las formas y los objetos del análisis histórico en general, y del análisis
histórico feminista en especial. Luego, el capítulo se cierra con una breve discusión de los
ensayos profundamente escrutadores de Lyndal Roper sobre el género, la brujería y la
reforma religiosa en el Augsburgo del siglo XVI. Aunque escritos a principios de la década
de 1990, cuando el tormentoso debate sobre el posestructuralismo estaba en su apogeo, estos
ensayos miran más allá de ese momento y establecen una agenda desafiante para los
historiadores del género que, en mi opinión, aún no ha terminado.

14.1 Historiadoras feministas y la 'nueva' historia social

El campo de la historia de la mujer en Inglaterra tomó forma por primera vez dentro de la
gran tradición de la historia social y socialista de la vida y el trabajo de la clase obrera. Era
una tradición intelectual y políticamente vibrante, que había dado lugar a mediados de la
década de 1960 a una "nueva" historia social que enfatizaba la agencia de la clase trabajadora
para hacer su propia historia. La base epistemológica de esta 'nueva' historia social
descansaba en la famosa articulación de Edward Thompson entre agencia y estructura, entre
experiencias (de explotación), identidad social (conciencia de clase) y política. La clase se
entendía así como un proceso dinámico puesto en marcha tanto por agentes individuales
como por condiciones materiales. Para los nuevos historiadores sociales, entonces, la

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205

experiencia individual jugó un papel vital en la formación de identidades colectivas que, a su


vez, formaron el fundamento indispensable de toda acción política y revolucionaria.

Pero si la experiencia de unión en cadena, la identidad social y la política constituyeron el


terreno epistemológico de los primeros estudios feministas, fue el vasto, aunque mal pagado,
dominio de la educación popular y de adultos lo que dio a la primera generación de
historiadoras feministas un ancla institucional precaria. Trabajando fuera de las cuatro
paredes de las universidades tradicionales, en programas que a menudo estaban ubicados en
barrios de clase trabajadora, los historiadores socialistas de ambos sexos ofrecieron cursos
sobre la vida y el trabajo de los trabajadores británicos. Al hacerlo, buscaron vincular más
estrechamente a los intelectuales socialistas con el movimiento de la clase obrera
devolviéndole al pueblo la historia de su propia clase. Fue aquí, en esta atmósfera
políticamente viva aunque institucionalmente algo marginada, que las académicas feministas
de los años 60 y 70 comenzaron a investigar y enseñar la historia de las mujeres y el trabajo
como un aspecto integral de la historia de las personas.

La historia de las mujeres inglesas echó así sus primeras raíces institucionales y
epistemológicas en el movimiento socialista por la historia de un pueblo, organizado en torno
a una nueva historia social que, aunque metodológicamente innovadora en varios frentes,
siguió siendo en gran medida una historia de hombres. Dominadas por imágenes de mineros
con pecho de barril que se echan al hombro sus hachas, o de trabajadores metalúrgicos
cubiertos de hollín martillando como demonios ante las rugientes llamas de la fragua, las
narrativas iniciales producidas por los nuevos historiadores sociales parecen haber olvidado
que el primer proletariado industrial de la nación, llamado a trabajar en los cobertizos de
tejido de Lancashire a principios del siglo XIX, era predominantemente femenino. Solo con
el florecimiento de la erudición feminista-socialista después de 1968, esta imagen comenzó
a cambiar lentamente, a medida que las figuras de mujeres, inclinadas en los campos o de pie
en el telar, fueron gradualmente restauradas a la vista.

Durante los próximos diez años más o menos, la mayoría de las académicas feministas en
Gran Bretaña continuaron trabajando al margen de la universidad, enseñando historia en la
educación de adultos o en los centros vecinales para mujeres mientras participaban en una
floreciente serie de asociaciones autónomas que surgieron en torno a la historia de mujeres:
El Centro de Investigación y Recursos de la Mujer en Londres (que luego se convirtió en la
Biblioteca Feminista), el Archivo Feminista (Bath), el Archivo Lésbico (Manchester),
numerosos grupos informales de historia feminista que se reunieron en Londres, Bristol,
Brighton y Manchester ( por nombrar algunos), y Virago Press, dedicada a publicar nuevos
trabajos sobre la historia de las mujeres y al mismo tiempo reeditar hermosas ediciones de
trabajos agotados. 'Los márgenes pueden ser un terreno muy productivo', escribió Catherine
Hall en 1992, 'un espacio desde el cual desafiar lo establecido y desarrollar nuestras propias
perspectivas, construir nuestras propias organizaciones, confirmar nuestras propias
colectividades'. 384 Para las académicas feministas de la década de 1970, esta marginalidad
también sirvió para recordarles el propósito político general de la historia de las mujeres:
restaurar las voces de las mujeres en la historia mientras se utilizan estos descubrimientos
para transformar las relaciones de género actuales.

384

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Durante la década de 1980, las académicas feministas pasaron gradualmente de la educación


de adultos a las universidades. En parte, este movimiento fue involuntario, ya que el severo
recorte presupuestario de los años de Thatcher obligó a realizar importantes recortes en la
educación de adultos. Al mismo tiempo, aparecieron los primeros programas
interdisciplinarios en estudios de la mujer en algunas de las "nuevas universidades", incluidas
Bradford, Essex, Kent, Warwick y York. La necesidad de crear programas interdisciplinarios
dio lugar a intercambios fructíferos entre académicas feministas de todas las disciplinas,
rompiendo su aislamiento entre sí dentro de departamentos separados (donde a menudo eran
las únicas exponentes de los estudios de la mujer) al tiempo que reforzaban la naturaleza
interdisciplinaria de los estudios sobre la historia de mujeres y género Y, sin embargo, muy
pocas de las participantes en estos primeros programas de estudios sobre la mujer eran
historiadoras, ya que hasta finales de la década de 1980, la disciplina histórica inglesa en su
conjunto se mostró reacia a admitir que la historia de la mujer y el género podían ser campos
legítimos de investigación. 385 Numerosos trabajos claves fueron producidos por académicas
en sociología (Leonore Davidoff), política social (Pat Thane), educación (Penny
Summerfield, Carol Dyehouse) o administración de ciencias sociales (Jane Lewis),
académicas en ciencias sociales que encontraron que adoptar un enfoque histórico fue crucial
para el éxito de su empresa.

Una mirada a dos obras clásicas de este período ilustra la forma que asumió la preocupación
general de las historiadoras feministas por el mundo del trabajo y por la relación a menudo
tensa entre las feministas socialistas y sus camaradas masculinos, bajo la apariencia de la
historia. "One Hand Tied Behind Us", de Jill Liddington y Jill Norris, relata así la historia
hasta ahora no contada del movimiento de sufragio radical entre las trabajadoras textiles en
el Lancashire de principios de siglo. 386 Ambos autores enseñaban en educación de adultos
en Manchester en ese momento (1978), y su libro es el fruto de un enorme trabajo de
investigación realizado en archivos locales y a través de entrevistas con las hijas y nietas
sobrevivientes de activistas locales como Selina Cooper y Doris Chew. Agobiadas por una
doble carga de trabajo doméstico y fabril, estas mujeres buscaron el voto no solo como un
fin en sí mismo, sino como un medio para el fin más amplio de mejorar las condiciones de
vida y trabajo de los hombres, mujeres y niños de la clase trabajadora. Así pues, las
sufragistas radicales de Lancashire lucharon igualmente duro para obtener esos derechos
sociales y económicos que consideraban tan importantes como el simple derecho al voto:
igual salario, mejores oportunidades educativas, control de la natalidad, asignaciones para
los hijos y el derecho a trabajar en igualdad de condiciones con hombres. Para reconstruir la
historia de este movimiento casi olvidado, Liddington y Norris tuvieron que escribir en contra
de la historia convencional de actos heroicos exclusivamente de clase media propagados por
primera vez por activistas de clase media y basados en Londres como Sylvia Pankhurst y
Rachel Strachey, sufragistas militantes para quienes el activismo social y político de las
trabajadoras no era más que un eco distante de su propia lucha, más estrechamente basada en
el voto.387 Inspiradas en las convicciones del feminismo socialista de los años 70, y sostenidas
por las estructuras de la educación popular en una región densamente poblada por

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trabajadores textiles jubilados, Liddington y Norris utilizaron sus contactos en el medio para
recuperar el carácter no escrito de un movimiento político, liderado por las propias mujeres
trabajadoras, en el que la política feminista y la lucha de clases estaban indisolublemente
unidas.

Eve and the New Jerusalem: Socialism and Feminism in the Nineteenth Century de Barbara
Taylor explora el encuentro entre el feminismo y el socialismo owenista en la Inglaterra de
principios del siglo XIX en lo que es, en última instancia, una meditación sostenida sobre la
relación a menudo tensa del feminismo con el socialismo. El estudio ricamente documentado
de Taylor muestra cómo la crítica moral de Owen a la desigualdad de género dentro de la
familia constituyó un pilar esencial del llamado socialismo "utópico" en las décadas de 1820,
1830 y 1840. A diferencia de los socialistas "científicos" de finales del siglo XIX, para
quienes la lucha por la igualdad de género siempre estuvo subordinada a la lucha de clases,
los socialistas owenianos colocaron la liberación de la mujer en el centro de su proyecto
político para liberar a toda la humanidad de todas las formas de opresión y desigualdad, ya
sean de clase o de género. Una vez más, se pueden leer las preocupaciones y el descontento
de las feministas socialistas de la década de 1970 en el estudio de un movimiento marginado
desde hace mucho tiempo en el que la liberación de la mujer formaba parte integral de la
lucha más amplia, y no solo una coda, dejada a la tierna (y estudiadamente vagas) mercedes
de 'después de la revolución'.

Las historiadoras feministas de la década de 1970 y principios de la de 1980 privilegiaron la


historia de la clase trabajadora y el estudio del trabajo de las mujeres, a veces adaptando
términos y categorías del análisis marxista -"clase sexual", "lucha sexual" y "modo de
producción patriarcal"- con el fin de extender un análisis materialista de la explotación de la
mujer de la fábrica a la familia, y así desenmascarar la base material de la dominación
masculina. En algunos casos, el patriarcado viajó solo en su implacable explotación del
trabajo doméstico y reproductivo de las mujeres. 388 Más a menudo, sin embargo, las
feministas socialistas analizaron el patriarcado en su profana alianza con el capitalismo, un
'sistema dual' cuyos elementos tenían que ser analizados simultáneamente para explicar la
doble carga de trabajo (y explotación) de las mujeres: en la fábrica, para ser claro, pero
también en el hogar. La tensión que esta primera generación sintió entre feminismo y
socialismo, entre género versus clase como categoría privilegiada de análisis, se expresó
sobre todo en el largo debate sobre si el patriarcado (entendido como un sistema de relaciones
que se genera enteramente fuera del lugar de trabajo) o el capitalismo debe ser considerado
como la principal fuente de opresión de las mujeres trabajadoras. Si bien se produjo mucho
trabajo importante bajo el signo de esta 'teoría de los sistemas duales', su hermenéutica
subyacente, en la que el patriarcado y el capitalismo son tratados como estructuras de
opresión que funcionan de manera autónoma, permanecería indiscutible hasta principios de
la década de 1990, cuando la historia de las experiencias de las mujeres del trabajo se amplió
para abarcar el estudio de las divisiones de género dentro del propio lugar de trabajo. El lugar
de trabajo se reveló entonces como un mundo en el que las nociones de masculinidad y
feminidad siempre han desempeñado un papel central en la configuración de las divisiones
del trabajo y las jerarquías de autoridad, un mundo en el que las dos estructuras (patriarcado
y capitalismo) están de hecho inextricablemente unidas en un único orden de producción de

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208

género. La adopción del género como categoría central de análisis resolvería así algunas de
las dificultades epistemológicas que habían perseguido la historia de las mujeres desde sus
orígenes, no sin, sin embargo, sin plantear varios problemas epistemológicos nuevos propios.

14.2 De la historia de las mujeres a la historia del género

La publicación, en 1987, del influyente libro de Leonore Davidoff y Catherine Hall, Family
Fortunes: Men and Women of the English Middle Class, 1780-1850, marcó un momento
decisivo en el giro hacia la historia del género en Inglaterra y en la difusión del género hacia
el exterior en la práctica histórica de manera más amplia. Producto de casi diez años de
colaboración entre la historiadora (Hall) y la socióloga (Davidoff), Family Fortunes relata en
detalle la formación de las clases medias provinciales en la Inglaterra de principios del siglo
XIX, un proceso cuyas raíces se encuentran, argumentan los autores, en la separación
progresiva del espacio público (masculino) del ámbito privado y dominado por las mujeres
del hogar de clase media. En el corazón del libro se encuentra la ambición de analizar la
construcción de identidades de género dentro de una sociedad particular, con la identidad
concebida como el vínculo entre la psicología individual y la colectividad más amplia. En
este sentido, Family Fortunes contribuyó poderosamente no solo a la difusión más amplia
del género como herramienta de análisis histórico, sino también al giro a fines de la década
de 1980 hacia la subjetividad como objeto de estudio histórico.
Por supuesto, la idea de esferas masculinas y femeninas separadas estaba lejos de ser nueva
en 1987, ya que las académicas feministas de toda Europa y los Estados Unidos habían
utilizado durante mucho tiempo el modelo como una descripción de la organización social
de la clase media, o al menos, de su versión ideal, en las sociedades occidentales modernas.
Lo nuevo fue la ambición de Hall y Davidoff de poner al descubierto y analizar los
fundamentos de género de grandes procesos sociales como la formación de clases:

“No solo queríamos volver a poner a las mujeres en una historia de la que habían sido
excluidas, sino reescribir esa historia para que se dé un reconocimiento adecuado a las formas
en que el género, como eje clave de poder en la sociedad, proporciona una comprensión
crucial de cómo se estructura y organiza cualquier sociedad.

Escribió Catherine Hall unos cinco años después de la publicación de Family Fortunes

¿Cuál era la relación específica de las mujeres con las estructuras de clase y cómo debería
definirse la posición de clase de las mujeres? ¿Cómo se dividió la clase en género...? ¿Los
hombres y las mujeres tienen diferentes identidades de clase? ¿Son iguales sus formas de
conciencia de clase y de solidaridad de clase? ... ¿Tienen las mujeres una identidad como
mujeres que traspasa formas de pertenencia de clase?

El resultado es un libro que habla tanto de hombres como de mujeres, y de la formación de


las clases medias durante la Revolución Industrial sobre la base de una distinción de género
en el espacio social y la función social.
Esta distinción de género entre el mundo moral del hogar, donde los actos son recíprocos y
se realizan por amor, no por dinero, y el competitivo y amoral mundo de los negocios y la
política, es algo que los autores remontan a los textos y prácticas de la religión evangélica
protestante. En mi opinión, la exploración de las fuentes religiosas de la distinción de género
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209

constituye uno de los aspectos más originales del argumento de Hall y Davidoff. Entre otras
cosas, permite a los autores documentar con cierto detalle las visiones muy particulares de la
masculinidad y la feminidad que surgieron en este mundo de evangélicos de clase media;
visiones que no eran necesariamente (de hecho, casi nada) congruentes con las de la
aristocracia terrateniente, por un lado, o las de los trabajadores pobres por el otro. La religión
evangélica dio así un significado moral específico a la segregación estricta y genérica del
espacio y la actividad, a la actividad productiva de los hombres en el mundo y a la
dependencia económica de las mujeres, que permanecían cerca del hogar y sostenían en alto
la llama pura de la domesticidad. Aquí, el esposo piadoso siempre encontraría un retiro
moralmente edificante de la inevitable mancha de manos y espíritu que implicaba su
implicación en los mundos competitivos y traicioneros de los negocios y la política. A lo
largo de las décadas que cubre Family Fortunes, el género y la clase se construyen y
reconstruyen perpetuamente en relación uno con el otro y en el contexto de la separación de
género de lo público y lo privado. Y esto, a su vez, implica que la conciencia de clase tanto
de hombres como de mujeres debe, necesariamente, adoptar formas de género.
Con su asombrosa capacidad para revelar y analizar los fundamentos de género de procesos
sociales tan fundamentales como la formación de clases, el libro de Hall y Davidoff se
convirtió en un clásico casi de la noche a la mañana. Se enseñó ampliamente en los cursos
universitarios desde finales de la década de 1980 en adelante, y no solo en los estudios de la
mujer sino también en las clases de historia general. Sin embargo, Family Fortunes también
generó críticas sustanciales, a menudo de historiadoras feministas que criticaron el modelo
de esferas separadas por su lógica funcionalista, así como por su proximidad a la visión del
mundo de los mismos burgueses a quienes pretende analizar. Y, de hecho, hay algo
profundamente inquietante en la pacífica armonía con la que se desarrolla la historia de la
división complementaria de lo público y lo privado. Es una historia en la que todo atisbo de
dominación masculina como problema político se desvanece detrás de las cómodas armonías
de la complementariedad de género. Es una historia que, como observó astutamente Carolyn
Steedman:

“repite el imperativo del Bildungsroman, que, en sus múltiples formas, simboliza típicamente
el proceso de socialización, y hace que sus personajes y lectores realmente quieran hacer lo
que tienen que hacer de todos modos (estar casado, tener hijos, limpiar las escaleras...)”389

Sin embargo, el modelo de esferas separadas era seductor, una estructura de clasificación
binaria que permitía a las investigadoras feministas ir más allá de la historia social e integrar
a las mujeres y el género en historias más políticas así como, en particular, en los estudios de
los contornos de género de la ciudadanía social y política. Los estudios sobre las relaciones
entre hombres y mujeres y sobre la construcción de identidades de género en una amplia
gama de contextos sociales comenzaron a multiplicarse rápidamente, y la historia de las
mujeres y el trabajo perdió inexorablemente su posición privilegiada en la investigación
feminista.

4.3 Historia de género y posestructuralismo

389

209
210

La llegada del género como herramienta de análisis histórico contribuyó así al


desplazamiento de la atención de la historia feminista lejos de las experiencias de las mujeres
(especialmente del trabajo) y hacia la construcción de identidades masculinas y femeninas
en todo el espectro social. Este cambio de objeto -de la experiencia a la construcción social
de las identidades de género- se confirmaría y ampliaría con la llegada de la teoría
posestructuralista a los departamentos de estudios e historia de la mujer en toda Gran Bretaña
a finales de la década de 1990. Los pensadores postestructuralistas (con las
postestructuralistas feministas a menudo a la cabeza) montaron una poderosa crítica de la
práctica histórica, centrándose en particular en la confianza de los historiadores en los textos
escritos ('fuentes primarias') como guía para eventos y experiencias pasadas. Tomando
prestadas varias técnicas de deconstrucción de los críticos literarios, los historiadores
postestructuralistas analizaron los documentos históricos como artefactos literarios,
colocando en el centro de su trabajo una exploración de la estructura interna de estos textos
y la construcción de las categorías en las que se basa su lógica interna.
En lugar de buscar reconstruir el pasado 'como realmente fue', los historiadores
postestructuralistas predicaron el análisis de los discursos, de las representaciones y de la
construcción (a menudo de género) de las categorías sociales. Por lo menos, esto tuvo el
efecto saludable de renovar y expandir las técnicas para la lectura crítica de las fuentes. Pero
al pedir a los historiadores que dirijan su atención a la construcción textual de las categorías
sociales, los postestructuralistas también cuestionaron la base epistemológica misma de la
nueva historia social, a saber, la cadena lógica que unía la experiencia a la identidad, y de ahí
se movía a la política. La relación entre estructura y agencia que había animado gran parte
de la nueva historia social, incluida la historia de las mujeres y el género, fue reemplazada
por una nueva preocupación por la relación entre cultura y política, y las formas en que el
lenguaje sirve para mediar en esa relación. Aquellos estudiosos que se mantuvieron fieles al
proyecto de la historia social intentarían en lo sucesivo casar sus narrativas de las estructuras
sociales y económicas con nuevas historias de las "culturas" del trabajo, es decir, de las
representaciones y discursos que rodean el trabajo, y las nociones de producción y la
economía en general. Pero los historiadores en general y las historiadoras feministas en
particular continuarían alejándose del mundo del trabajo, tan apreciado por la nueva historia
social, y hacia una historia cultural y política recientemente renovada que se centraba en
cosas tales como la construcción de categorías según el género y la raza como ciudadanía, y
de representaciones de nación e imperio.
Las historiadoras feministas en Inglaterra se familiarizaron con el pensamiento
postestructuralista a través de una variedad de tribunas, en particular la historiadora
estadounidense Joan Wallach Scott y la filósofa y poeta británica Denise Riley, cuyas obras
ampliamente leídas difundieron a un público más amplio las reflexiones sostenidas de las
feministas postestructuralistas sobre la naturaleza construida de categorías tan fundamentales
como 'mujer/mujeres' y 'género'. 390 Como parte de esta reflexión, las feministas
postestructuralistas retomaron la cuestión del poder, aunque esta vez (siguiendo a Michel
Foucault sobre el nexo entre poder y conocimiento) el enfoque estaba menos en la
micropolítica del poder en el hogar que en el género como una metáfora del poder social y
político. Por lo tanto, tomando prestada la formulación frecuentemente citada de Joan Scott,
las relaciones entre los sexos constituyen un "aspecto primario de la organización social" (y
no simplemente de la formación de clases), ya que "las diferencias entre los sexos constituyen

390

210
211

y están constituidas por estructuras sociales jerárquicas". 391El género se convierte así en una
'forma primaria de significar las relaciones de poder... una de las referencias recurrentes a
través de las cuales el poder político ha sido concebido, legitimado y criticado'.. Además, 'el
género se refiere y establece el significado de la oposición hombre/mujer'. 392
A la luz de estas reflexiones, el 'género' en su encarnación histórico-social (las relaciones
sociales de los sexos, la división sexual del trabajo) sufriría una seria transformación
conceptual a medida que las feministas posestructuralistas desplazaran el acento de lo social
a la construcción discursiva de categorías, incluyendo las identidades de género y la categoría
de 'mujeres' como una colectividad evidente. En adelante, el objetivo de la historia de género
ya no sería el de recuperar o reconstruir las experiencias de las mujeres en el pasado, sino el
de rastrear el proceso mediante el cual se han producido discursos sobre la masculinidad y la
feminidad a lo largo del tiempo. La categoría de experiencia, sobre la que reposaban las
narrativas de la historia social y de género, fue así descartada como parte integrante de una
historia social gastada y positivista que había sido privada (desde 1989) de toda legitimación
marxista. De hecho, para algunos de los partidarios más radicales del feminismo
postestructuralista, la experiencia no existe realmente como tal. Más bien, las nociones de
experiencia, y de la subjetividad misma, son en sí mismas productos de procesos discursivos
que posicionan a los individuos en relación con formaciones discursivas, y así producen tanto
sus experiencias como su sentido de poseer un yo interior 'verdadero'. Los objetos reales de
la investigación histórica están entonces constituidos por los discursos que organizan las
experiencias, y no por las experiencias mismas. 393
El giro hacia la historia cultural y los modos discursivos de análisis se encontró con una
reacción marcadamente dividida en los departamentos de historia de Inglaterra a principios
de la década de 1990: por un lado, un rechazo defensivo de lo que algunos percibían como
una deconstrucción perversa de toda la empresa histórica; por el otro, un considerable
entusiasmo por parte de aquellos historiadores que, desde finales de los años setenta, habían
estado viviendo con inquietud la creciente "crisis" de la historia social. 394 Esta crisis fue
epistemológica, arraigada en la creciente incomodidad de los historiadores con la visión
determinista del vínculo entre la experiencia individual y la identidad social en el que
descansan tantas narrativas de la historia social. Después de todo, no está nada claro que una
experiencia particular inevitablemente dará lugar en la conciencia individual a una identidad
social y no a otra. De hecho, una vez que uno abandona toda noción de una relación
completamente determinada entre los dos, entonces se abre una inquietante brecha
explicativa entre la autopercepción individual y las estructuras 'objetivas' de la sociedad y la
economía. Mientras los académicos estuvieran preparados para suponer que el paso del
proceso cognitivo interno a la identificación social externa estaba completamente
determinado, tal brecha no fue visible. Sin embargo, a fines de la década de 1970, los
historiadores ya no estaban tan seguros, ya que los debates sobre problemas como la "falsa
conciencia" (una forma de explicar a aquellos trabajadores que, en un aparente fracaso en
comprender las consecuencias políticas de su posición de clase, votan por el Partido
Conservador) llevó a los académicos a cuestionar cada vez más la naturaleza determinista de

391
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394

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la cadena epistemológica que une la conciencia individual a las identidades colectivas más
grandes.
Mucho antes de la llegada de la teoría postestructuralista, los historiadores sociales ya tenían
serias dudas sobre el poder explicativo de categorías como "experiencia". No es de extrañar
que el mensaje posestructuralista encontrara oídos receptivos en los departamentos de
historia ingleses. De hecho, para algunos (ex-)historiadores sociales, el estudio del discurso
se convirtió en la única forma posible de hacer historia, una historia que se centraba en los
"aspectos discursivos de la experiencia" y en el análisis de la lógica discursiva dentro de la
cual se producían las identidades individuales. 395
Las historiadoras feministas en Inglaterra también estaban divididas frente al ataque
postestructuralista sobre las certezas de la experiencia. Por lo tanto, el 'rechazo de lo real' de
los postestructuralistas presentó problemas prácticos y genuinos para los estudiosos (tanto
feministas como no feministas) que se habían criado dentro de las tradiciones empiristas que
durante mucho tiempo han dado forma a la investigación histórica inglesa. Además, muchas
académicas feministas desconfiaban francamente de la afirmación de que nuestra
comprensión de la intersección entre género y poder había surgido exclusivamente del
pensamiento postestructuralista. Después de todo, ¿no habían generado los grupos feministas
de concientización, con su énfasis en lo personal como político, tanta comprensión del
binomio poder/conocimiento como lo habían hecho los enrarecidos debates del
posestructuralismo? Pero al final, fue el profundo antihumanismo de las afirmaciones más
extremas del postestructuralismo lo que provocó la reacción más aguda de las historiadoras
feministas, para quienes un enfoque que predicaba el análisis del discurso en lugar de la
actividad humana y la conciencia era profundamente desagradable. Aunque fuertemente
atraídas por la perspectiva de la ampliación del alcance analítico del género para incluir
análisis de género de los fundamentos de la organización social y política, muchas
académicas feministas permanecieron ambivalentes ante la demanda radical de los
postestructuralistas de un abandono completo del estudio de los fenómenos y experiencias
sociales en favor de una especie de historia cultural que parecía completamente replegada
sobre sí misma, circularmente autorreferencial y absorbida por juegos de palabras
lingüísticos. 396
Sin embargo, a pesar de estas reservas, el posestructuralismo y la crisis en torno al propio
"giro lingüístico" de Inglaterra han dejado huellas duraderas en los métodos y objetos de la
investigación histórica, colocando el análisis de representaciones y discursos firmemente en
la agenda mientras desvían los ojos de los historiadores del análisis de experiencia social
"tout court" hacia más historias culturales de identidad política y nacional, de ciudadanía y
de las fuerzas múltiples (ya veces en competencia) de raza, clase y género en la formación
de esas identidades. A raíz de los debates a menudo violentos en torno al postestructuralismo,
las historiadoras feministas están trabajando en una gama de temas constituidos de manera
diferente y están extrayendo sus técnicas de un conjunto de herramientas cada vez más
ecléctico. Porque si las diferencias epistemológicas básicas entre postestructuralistas y anti-
postestructuralistas no han encontrado una resolución real (ni podrían, al estar basados en
ontologías fundamentalmente opuestas), el ruido y la furia que asistieron a estos debates
durante el período 1988-1994 han disminuido desde entonces, dejando a los historiadores
para continuar con su trabajo como puedan.

395
396

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213

Sin embargo, incluso en esta era teóricamente más heterodoxa, algunos de los temas que
dividieron a las feministas postestructuralistas de sus colegas no (o anti-) postestructuralistas
siguen encontrando expresión, aunque en términos menos polémicos y más fundamentados
históricamente. Por lo tanto, aquellos historiadores del género que quisieran tomar la ruta
más puramente constructivista continúan enfrentándose a algunas dificultades
epistemológicas muy reales, en particular el hecho de que el género, entendido como una
construcción puramente discursiva, no puede en sí mismo explicar el cambio. Si, por ejemplo,
se entiende que las identidades sexuales se producen únicamente a través de procesos
discursivos, entonces, ¿cómo vamos a dar cuenta de los cambios en dichas identidades a lo
largo del tiempo? Sin alguna forma de vincular el proceso discursivo con la experiencia
social, los historiadores no pueden dar cuenta de los significados cambiantes de masculino y
femenino. Este es sin duda el problema más grave que la postura radicalmente constructivista
(Scott, Butler) ha dejado a los historiadores del género. Porque si bien la performatividad y
las subjetividades interminables que son el producto puro del posicionamiento discursivo no
plantean un problema a priori para el análisis literario, son de uso limitado para los
historiadores, quienes necesitan herramientas que les permitan dar cuenta del cambio en el
tiempo. Algunos académicos han tratado de resolver este problema vinculando el género a
otra categoría más dinámica que puede explicar el cambio (la clase es el ejemplo obvio aquí).
Lyndal Roper propone una solución bastante diferente, sugiriendo que busquemos alguna
manera de entender el género como una construcción discursiva y como una experiencia
psíquica/corporal real.
Por lo tanto, me gustaría cerrar con una breve mirada a la obra de Lyndal Roper, centrándome
en particular en su Edipo y el diablo (1994); un conjunto de ensayos muy sugerente que juega
con muchos de los debates en torno al postestructuralismo sin enredarse realmente en sus
trampas filosóficas. Más bien, Roper se apega mucho a su objeto histórico y utiliza con gran
eficacia una amplia gama de ideas teóricas para desarrollar enfoques fructíferos e
imaginativos a las nuevas preguntas que plantea sobre su material. Al hacerlo, plantea
algunas preguntas inquisitivas sobre la capacidad del género, en su encarnación puramente
constructivista, para servir como herramienta de análisis histórico.

14.4 Género e historia en un mundo post-postestructuralista

"Oedipus and the Devil" reúne una serie de ensayos sobre brujería, religión y sexualidad en
la Alemania moderna, escritos entre 1988 y 1992. Cuando se leen juntos, estos ensayos
ofrecen una meditación sostenida sobre el papel de lo irracional y lo inconsciente en la
historia, sobre la importancia del cuerpo y sobre la relación de estos dos con la diferencia
sexual. Lo hacen a través de una serie de estudios de caso extraídos de la Reforma y la
Contrarreforma de Augsburgo que involucran la maternidad, la brujería, la posesión, la
masculinidad y la sexualidad, "todos los campos en los que el género está en juego, y donde
la relación de la psique y el cuerpo están en juego". 397 Roper propone así nada menos que
una historia cultural de ese antiguo enigma -la conjunción mente-cuerpo, tal como la
experimentaron y entendieron los primeros alemanes modernos- pero vista desde una
perspectiva sorprendentemente nueva, una en la que el género no es simplemente una línea
adicional de análisis, sino que se encuentra en el meollo del asunto. Como señala Roper, la
diferencia sexual, como hecho fisiológico y psicológico, y como construcción social, es un

397

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214

aspecto central y constitutivo de la cultura humana. Por lo tanto, las cuestiones de la


diferencia sexual deben estar en el centro de la historia cultural.
La ambición de Roper es captar las subjetividades de las mujeres y los hombres de la Edad
Moderna durante el período de la Reforma, subjetividades que, en sus palabras, son "patrones
evidentes y reconocibles con los que estamos familiarizados". 398 A través de una serie de
investigaciones precisas, basadas en tipos específicos de archivos que la revolución cultural
de la reforma religiosa produjo en abundancia (juicios por brujería, ordenanzas de disciplina),
ella busca iluminar preguntas tales como: ¿cómo cambiaron las primeras comprensiones
modernas del cuerpo? en el contexto de las luchas entre una teología católica del cuerpo como
recipiente de posesión divina (o diabólica) y una teología protestante que rompió el vínculo
entre lo físico y lo espiritual? ¿En qué se diferenciaron las capacidades mágicas asociadas
con los cuerpos femeninos de las asociadas con los cuerpos masculinos? ¿Cómo se
expresaron los dilemas que rodean la identidad psíquica de la feminidad en las acusaciones
de brujería?, el género y las cuestiones de diferencia sexual se entretejen a través de la trama
de las historias que cuenta, de los profundos antagonismos entre mujeres que surgieron en el
juicio (1669), de una criada acusada por sus clientes (mujeres) de dañar a sus bebés pequeños
a través de la hechicería, o de los conflictos generacionales entre los hombres que se
expresaron en ordenanzas de disciplina destinadas a controlar las peleas borrachas de la
juventud del pueblo. En cada caso, el lado oscuro de la subjetividad sale a la luz: las
poderosas enemistades que pueden surgir cuando una madre joven, ansiosa por el destino de
su hijo y por su propia capacidad para nutrirlo, proyecta sus ansiedades sobre la persona de
la criada posmenopáusica más vieja a la que se confía su cuidado, cuando el bebé en cuestión
falla para prosperar; o la amenaza política que la cruda energía de lucha de los jóvenes
alborotadores podría representar para un orden rural patriarcal y estable. Por un lado, esa
energía bruta, debidamente encauzada, proporcionó la fuerza militar necesaria para defender
la ciudad. Pero cuando los hombres jóvenes (y a veces no tan jóvenes) merodeaban por la
taberna y la calle, golpeándose unos a otros (y a veces a sus propias esposas) hasta casi
matarlos, el consejo del pueblo se vio obligado a intervenir para controlar el impacto
disruptivo de tales excesos de virilidad. Al final, Roper concluye que "la masculinidad del
siglo XVI sacaba su fuerza psíquica no de la dignidad de los hombres sino de la bulliciosa
energía que tal disciplina supuestamente estaba diseñada para controlar" producto de las
reglas cuidadosamente estructuradas de la sociedad civilizada.
A lo largo de estos ensayos, Roper se esfuerza por mantener una tensión entre ciertos aspectos
universales del proceso psíquico humano, evocados en su supuesto de trabajo de que las
subjetividades de la modernidad temprana son 'reconocibles' para nosotros, y la atención a lo
que cambia con el tiempo, a saber, el contenido particular con que se invierten las categorías
'masculino' y femenino'. Nos invita así a ver las subjetividades de género como el producto
de una relación dialéctica entre aquellos elementos socialmente construidos más lábiles y
alguna noción de un yo esencial que se ubica en el hecho de tener un cuerpo sexuado:

“La identidad sexual nunca puede ser entendida satisfactoriamente si lo concebimos


como un conjunto de discursos sobre la masculinidad o la feminidad. Tampoco puede
entenderse adecuadamente al sujeto individual como contenedor de discurso, concepción que
evacúa la subjetividad de la psicología”. 399

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399

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Por un lado, por lo tanto, la sexualidad comprende elementos que son profundos y
difíciles de cambiar. En otro nivel, encontramos esa 'brillante profusión de identidades
sexuales' que los historiadores han discernido en el discurso. Entre los dos, señala Roper, se
encuentra el reino de la subjetividad individual, un terreno de encuentro para lo social y lo
psíquico que se encuentra en el centro de cada individuo. Sin embargo, para explorar el reino
de lo psíquico, los historiadores necesitan una teoría de la subjetividad que les permita dar
cuenta del tenaz arraigo de los estereotipos sexuales (en el presente o en el pasado), mientras
explican la atracción de "retóricas particulares de género" en un momento histórico
determinado. Además, los historiadores necesitan especificar los tipos de conexiones que
surgen entre los fenómenos sociales y psíquicos, de modo que puedan distinguir lo que es
histórico sobre nuestras subjetividades de género de sus elementos psíquicos transhistóricos.
Mientras carezca de una explicación de los vínculos entre lo social y lo psíquico, el género
no podrá conceptualizar adecuadamente el cambio. Al vincular el género a lo social a través
de la subjetividad individual, Roper propone dotar al género de una dimensión histórica de
la que necesariamente carece cuando se entiende como una creación discursiva únicamente.
Roper toma así distancia de un artículo de fe feminista establecido desde hace mucho tiempo,
a saber, la convicción constructivista radical de que el género es el producto puro de las
prácticas sociales, culturales y lingüísticas, afirmando, más bien, que "la diferencia sexual
tiene su propia realidad fisiológica y psicológica" y que el reconocimiento de este hecho debe
afectar la forma en que escribimos la historia'. 400 Por lo tanto, ella identifica astutamente una
de las dificultades fundamentales con el construccionismo tanto social como lingüístico, a
saber, que cada uno 'hace cortocircuito' en el ámbito entre el lenguaje y la subjetividad, como
si no hubiera espacio allí para ser puenteado. En el universo constructivista, el lenguaje, por
medio de su carácter social, simplemente "imprime una construcción social de género en la
cera de la psique individual". Pero los cuerpos no son meras creaciones del discurso. Y si ya
tenemos muchas historias de discursos sobre el cuerpo, lo que falta es una historia que pueda
problematizar la relación entre lo psíquico y lo físico (ya que la experiencia corporal debe
estar necesariamente conectada con la vida mental).
Roper atribuye el constructivismo decidido de las historiadoras feministas a su larga
tendencia a "negar" la importancia del cuerpo.401 Aunque profundamente comprensiva con
el deseo de escapar de las trampas de la feminidad huyendo de sus cuerpos y retirándose a
los "alcances racionales de discurso', Roper, sin embargo, está convencida de que los costos
de tal vuelo son demasiado altos. Después de todo,

“la diferencia sexual no es puramente discursiva ni meramente social. También es


físico. El costo de la huida del cuerpo y de la diferencia sexual es evidente en lo que a muchos
escritos históricos feministas les ha resultado imposible hablar; o bien, en el tono apasionado
del trabajo teórico que insiste en la naturaleza radicalmente construida de la diferencia
sexual... Necesitamos una comprensión de la diferencia sexual que incorpore, sin luchar
contra, lo corpóreo.”402

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Así que la experiencia parece estar entrando en la ecuación una vez más, aunque esta vez a
través de la puerta bastante diferente de los fenómenos corporales y psíquicos.
Roper nos pide entonces que consideremos cómo podemos vincular construcciones
discursivas como el género a la experiencia social y psíquica. Es una pregunta que
difícilmente se planteó en medio de las guerras de teorías (que, en cambio, arrojaron la
experiencia con el agua del baño). Pero las dificultades epistemológicas que presenta un
concepto de género puramente constructivista (a saber, que el género, concebido como una
construcción puramente discursiva, no puede por sí mismo explicar el cambio) nos obligan a
considerar esta cuestión muy seriamente. Aquí, Roper se une a Barbara Taylor y Sally
Alexander en lo que Colin Jones y Dror Wahrman han llamado una "reacción
anticonstruccionista: preguntándose... si los historiadores han enfatizado demasiado la
construcción cultural de la subjetividad hasta la exclusión de mecanismos históricos
profundos que son una condición previa para convertirse en humanos". 403 Tanto para Taylor
como para Roper, el psicoanálisis es un lugar obvio para buscar una forma de superar este
dilema, lo que permite a los historiadores del género llegar a un acuerdo con lo que cambia
en el tiempo (el contenido de lo que constituye las fantasías de masculinidad y feminidad) y
lo que, quizás, tampoco (el proceso psíquico básico, 'aquellos mecanismos de formación de
la fantasía, en particular la identificación, son la condición previa para tener cualquier
subjetividad sexuada'). 404 Uno puede tener reservas sobre una solución que se basa en
postular una continuidad en las estructuras subyacentes de la psique humana a través del
tiempo..
Edipo y el diablo ofrece así un compromiso sostenido y de búsqueda con algunas de las
cuestiones epistemológicas que caracterizan el giro posestructuralista hacia el
constructivismo puro que quedó en la balanza, en particular el estatus del género como
herramienta de análisis histórico, pero también la cuestión de si el género, por sí solo, actúa
como motor del cambio histórico. Estas son preguntas que aún no tienen respuestas claras y
es más probable que las resuelvan los practicantes de la historia que aquellos que
simplemente especulan sobre cómo se puede o no escribir la historia.

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15-Raza, etnia e historia

Milia Rosenberg

Aunque las teorías de la raza tienen una larga trayectoria, las formas en que los historiadores
han abordado la raza comenzaron a cambiar rápidamente en el siglo XIX. Mientras que los
eruditos del pasado se habían basado durante mucho tiempo en las concepciones geográficas
de los pueblos, los historiadores veían cada vez más las culturas como jerárquicas, es decir,
que ordenaban a los pueblos con un conjunto de clasificaciones proporcionadas por nuevas
disciplinas científicas. Recurrir a la ciencia sirvió para extender las jerarquías de las
diferencias raciales.
Esta consideración de la creación de la raza en la historia requiere que seamos escépticos de
tales sistemas de clasificación, pero conscientes de los efectos que han tenido en las vidas,
experiencias y culturas de las personas en todo el mundo. En otras palabras, debemos
distinguir el uso de categorías racistas para explicar la historia del análisis de las formas en
que la raza ha sido utilizada por actores históricos, ya sean racistas, no racistas o antirracistas,
para dar sentido al mundo. En el primer caso, la raza se toma como un hecho científico o
biológico evidente por sí mismo que explica las formas en que las personas ven el mundo y
actúan en él; en el segundo, es una categoría cultural e históricamente construida, y se
atribuyen atributos raciales a las personas. Vale la pena estudiar el concepto de raza en este
último sentido, ya que ha impregnado numerosos textos históricos que buscaban diferenciar
a los grupos culturales del propio escritor. Como categoría conceptual, la mayoría de los
historiadores de fines del siglo XIX utilizaron la raza para asignar cantidades fijas de valor
cultural; así, la raza ha servido para distribuir beneficios a aquellos juzgados 'naturalmente'
bien nacidos. Sin embargo, estas desigualdades han encontrado resistencia en todas las
culturas, desde la lucha política hasta la contra investigación científica, la erudición
académica y la impugnación legal.
En este capítulo, miro la escritura histórica de finales del siglo XIX como una forma de
entender cómo las teorías racializadas informaron algunas de las obras más destacadas de la
historia. Luego, exploraré cómo las nuevas teorías, y particularmente las formas de historia
cultural, han dado forma a las obras históricas hasta el presente.

15.1 Raza, racismo y antirracismo en la explicación histórica antes de 1920

Las revoluciones del siglo XVIII fueron prometedoras para los pueblos colonizados: cuando
estalló la revolución en los Estados Unidos, Francia y luego en el continente, algunos
revolucionarios abogaron por la abolición de la esclavitud y el reconocimiento de la igualdad
para todos los pueblos. Haití se independizó de Francia en 1799, la primera vez que un pueblo
oprimido se despojó de una potencia colonial. Sin embargo, la llegada al poder de Napoleón
en 1801, la aceleración del comercio y la industrialización y un imperialismo renovado
llevaron al resurgimiento de las estrategias de dominación.
Una de estas estrategias fue la aplicación de nuevas ciencias para afirmar jerarquías, que
posicionaron a las personas de color como inferiores y a los blancos como superiores. Con
raíces en la Ilustración, los científicos buscaron generar un sistema de clasificación que
ubicara a todas las 'especies' humanas en una escala mensurable. A principios del siglo XIX,
el fundador de la anatomía comparada, Georges Cuvier, sacó a la fuerza a una mujer
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218

sudafricana y se la llevó a Francia. Después de que ella enfermó y murió, él y su colega Henri
de Blainville la diseccionaron y exhibieron sus genitales como una forma de demostrar el
estatus 'primitivo' de los africanos.
A mediados de siglo, El origen de las especies de Charles Darwin describió las fuerzas de la
selección natural. Como señala la historiadora Jennifer Terry, esta teoría enfatizaba "la
dinámica del apareamiento, la reproducción y la supervivencia". 405 Como tal, se prestó al
'darwinismo social', mediante el cual los evolucionistas extendieron estas teorías para tomar
posiciones políticas sobre temas relacionados con la inmigración y la reproducción. En 1883,
el científico británico Francis Galton, primo de Charles Darwin, acuñó el término 'eugenesia',
que definió como 'la ciencia de la mejora del germoplasma de la raza humana a través de una
mejor crianza'. Es decir, la eugenesia apeló al lenguaje de la ciencia como un medio para
limitar los nacimientos de aquellos considerados 'no aptos' (incluidos negros, judíos,
homosexuales, personas sordas y 'débiles mentales') y aumentar los nacimientos de las clases
más ricas. La eugenesia se convirtió en un sistema tan poderoso que atravesó las fronteras
nacionales: el Primer Congreso Internacional de Eugenesia se llevó a cabo en Londres en
1912, el Segundo y el Tercero, en 1921 y 1932, respectivamente, se convocaron en la ciudad
de Nueva York, atrayendo participantes de Noruega, Checoslovaquia , Japón, Venezuela,
India y Nueva Zelanda.
Estas afirmaciones de progreso a través de la 'gestión' de las razas darían forma a la política
social, la antropología y la historia. Esto queda claro en la obra de Houston Stewart
Chamberlain.
Chamberlain, hijo de un almirante nacido en Inglaterra, viajó a Ginebra, donde estudió
botánica, astronomía, anatomía y fisiología. Después de problemas de salud, se mudó a
Dresde y centró sus estudios en la música y la filosofía wagnerianas (más tarde se casaría
con la hija de Wagner). Si bien su primer libro fue una obra de crítica de arte, volvió a las
ciencias naturales; después de mudarse a Viena, publicó un estudio botánico de gran
prestigio, un tratado sobre los dramas de Wagner y, finalmente, el controvertido Grundlagen
des Neunzelmten jahrhunderts (Fundamentos del siglo XIX) en 1899.
Los Fundamentos fue, en un sentido inmediato, una respuesta a la asiriología, una disciplina
que había florecido en las universidades de Alemania. El trabajo se dirige a un profesor
Delitzsch, quien recientemente había encontrado evidencia de adoración de un Dios entre 'las
tribus semíticas de Canaán que en la época de Khammurabi, dos mil años antes del
nacimiento de Cristo, inundaron Asiria, eran adoradores de un Dios, y que el nombre de ese
Dios era Jahve (]ehovah)'.406 La cuestión aquí era el grado en que los académicos podían
discutir los orígenes del Cercano Oriente o las similitudes religiosas en Alemania, una nación
que experimentó un creciente nacionalismo a fines del siglo XIX. Este fervor nacionalista
fue apuntalado por varias corrientes en la academia. Como ha señalado George Mosse,
disciplinas como la antropología, la etnología y la lingüística, esta última que Frederich
Schlegel ayudó a desarrollar, intentaron trazar una línea entre las culturas europeas y las
supuestas "menores". Schlegel legitimó la idea de que la India era la base de todos los idiomas
europeos. Si bien no reclamó explícitamente la superioridad europea, menospreció los
idiomas derivados del chino (incluidos los nativos americanos y el eslavo) como aleatorios y
débiles. A través de su teoría de los lenguajes 'nobles' e 'innobles', Schlegel popularizó el
concepto de los orígenes 'arios'.

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219

En cambio, Chamberlain se dispuso a proporcionar un relato complejo del surgimiento de la


civilización indoeuropea, la historia de lo que él llamó 'Der Germane'. Dentro de esta
denominación, Chamberlain intentó subsumir a todos los celtas, germanos, eslavos y 'todas
aquellas razas del norte de Europa', incluidos los pueblos blancos de los Estados Unidos. Si
bien excluyó a los franceses, afirmó que Luis XIV era un "genuino germano" por haber
desafiado al papado. Usando esta clasificación, Chamberlain afirmó un discurso racial de la
historia.
Chamberlain esbozó una amplia narrativa de "conocimiento crítico" del pasado, un pasado
"que todavía está vivo". De la investigación sobre los primeros dieciocho siglos de la 'era
cristiana', con referencia a los antiguos, el siglo XIX surgiría 'claramente formado', no en
forma enciclopédica, 'sino como una cosa 'corporal' viva' (Chamberlain, Foundations of the
Nineteenth Century', p. xii). Esta historia corpórea representaba una concepción científica
del pasado.
“Foundations” fue muy bien recibido, cosechando elogios en Alemania, Gran Bretaña y
Estados Unidos. El Kaiser Wilhelm II agradeció a Chamberlain por carta:
Nuestra sofocada juventud necesitaba un libertador como tú, que nos reveló los orígenes
indo-alemanes que nadie conocía. Y así fue sólo a costa de una dura lucha que el atianismo
germánico original (das Uranische- Germanische) que dormitaba en las profundidades de mi
alma pudo afirmarse. 407
Los escritos de Chamberlain asumieron que la raza era la categoría subyacente que explicaba
el curso de la historia, determinaba (o debería determinar) el comportamiento de individuos
y grupos, y establecía la misión de Alemania en el mundo. Su visión impactó no solo a los
historiadores, sino también a los legisladores, científicos y comentaristas, quienes vieron la
raza como un problema a regular.

15.2 Raza, imperios y progreso

En la década de 1930, los historiadores comenzaron a utilizar varias teorías para explicar los
significados de raza. Cuando historiadores como Chamberlain afirmaron que su raza era
superior, reescribieron el pasado antiguo para rastrear el gran desarrollo de un pueblo
europeo. La suya fue una historia de progreso a través de la historia de la raza. Las culturas
antiguas se han beneficiado de nuevas lecturas, incluida la investigación de las ciencias
sociales sobre las "relaciones raciales" y las historias de los idiomas antiguos, para
comprender mejor los puntos en común entre las diferencias culturales.
El concepto de 'raza' está entrelazado con la noción de 'civilización'. Los historiadores han
visto durante mucho tiempo la 'historia mundial' como un estudio sucesivo de los imperios y
la formación de nuevas identidades políticas. Gran parte de la literatura histórica del siglo
XIX, desde la historia whig inglesa hasta el historicismo alemán, se preocupaba por el
surgimiento de imperios y estados, y tenía como objetivo legitimarlos históricamente.
Algunas de estas suposiciones sobre el desarrollo histórico necesario sobrevivieron en teorías
científicas sociales como la teoría de la modernización. Como tal, los estudiantes de historia
han considerado las interacciones entre diferentes imperios; Dada la tendencia de Occidente
a ubicar sus orígenes en la cultura grecorromana, ¿fueron los encuentros entre las
civilizaciones grecorromana y africana recíprocamente influyentes? Las obras consideradas

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220

en esta sección representan críticas a ciertas ideas de progreso explícita o tácitamente racistas,
incluidas algunas versiones de la noción de "modernización".
Frank Snowden ha escrito dos obras definitorias sobre los vínculos entre las civilizaciones
mediterránea, egipcia y etíope. En Blacks in Antiquity (1970), Snowden exploró las
experiencias de los africanos en la cultura grecorromana desde la época de Homero hasta el
gobierno de Justiniano. Su tarea es rastrear las opiniones grecorromanas sobre los etíopes
utilizando diversas evidencias: "literarias, epigráficas, papirológicas, numismáticas y
arqueológicas" (Blacks in Antiquity, p. viii). Demuestra los orígenes africanos de la
"civilización" occidental. Sin embargo, el uso de Snowden de 'etíope' sigue el uso griego y
romano. Ambas culturas homogeneizaron a todos los pueblos africanos independientemente
del lugar que ocupen bajo este término. Paralelamente a la forma en que 'Negro' realiza un
borrado de la variación cultural africana y caribeña, Snowden presenta representaciones
clásicas de los africanos.
Su objetivo en “Before Color Prejudice” (1983) era proporcionar un "estudio completo de
la imagen de los negros en la mente de los blancos mediterráneos que se opusieron a ellos
en la batalla o vivieron con ellos en paz durante el período desde los faraones hasta los
césares" (Before Color Prejudice, p. vii; énfasis mío). El método de Snowden es doble:
primero, examina de cerca los significados de las concepciones de la negrura de los artistas.
En segundo lugar, se basa en la investigación de las ciencias sociales sobre el origen del
prejuicio por el color: mientras que los antiguos aceptaban la esclavitud como una institución
y, a veces, hacían juicios etnocéntricos de otras sociedades, "nada comparable al virulento
prejuicio por el color de los tiempos modernos existía en el mundo antiguo" (Before Color
Prejudice, p.63). La negritud no se consideraba ni un signo de inferioridad ni un impedimento
para la integración. Si bien uno encuentra declaraciones peyorativas sobre la negrura, los
antiguos eran conscientes de las concepciones variopintas de la belleza; por lo tanto, 'es
cuestionable si los individuos deben ser llamados 'racistas' porque aceptan los cánones
estéticos predominantes en el país' (Before Color Prejudice, p. 63). Aun así, debemos
preguntarnos sobre el estatus del individuo y si sus textos definían normas sociales,
promulgaban leyes o eran sintomáticos de las opiniones dominantes del imperio.
La interacción entre las culturas clásicas y la africana también es central en los dos volúmenes
de Black Athena de Martin Bernal. Este amplio estudio rastrea la influencia de Egipto en la
cultura griega. Escrito por un erudito en estudios chinos, Bernal se interesó por la historia
judía antigua. Alrededor de este tiempo, comenzó a estudiar el idioma hebreo y notó muchos
paralelos entre el hebreo y el griego. En cuatro años, Bernal había reconocido que casi el 90
por ciento del idioma griego estaba compuesto por raíces indoeuropeas, egipcias y semíticas.
Bernal establece nuestros dos modelos de erudición en el Cercano Oriente: el modelo
'Antiguo' y el modelo 'Ario'. En la primera, la visión dominante en la cultura griega, Grecia
había surgido de orígenes fenicios alrededor del 2100 a. C. En cambio, el modelo ario
sostenía que una invasión del norte se apoderó de la Grecia prehelénica y le dio una
civilización fundamentalmente indoeuropea. Basándose en el trabajo del historiador de la
ciencia Thomas Kuhn, Bernal señala que este paradigma surgió en los últimos 150 años en
el contexto del neocolonialismo europeo y el discurso antijudío.
Bernal luego rastrea cómo el modelo antiguo fue desplazado gradualmente en el siglo XVIII
por los aristócratas, influenciados por la Ilustración, que recurrieron a la ciencia para conocer
los "orígenes" del hombre. Informados por el romanticismo, los eruditos europeos desde
Johann Gottfried von Herder, quien fomentó la disciplina de la lingüística, hasta Johann
Winkelman, el fundador de la historia del arte como disciplina, postularon a Grecia como la
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221

base de la civilización europea. Estos escritores imaginarían a 'Egipto' como cada vez más
atrasado, y Europa se redefinió como el padre del 'progreso'. Si bien ambos volúmenes tratan
sobre cómo el racismo dio forma a los relatos de los orígenes europeos, los términos raza y
racismo solo se tratan brevemente; para Bernal, después de 1650, el racismo es "muy
intensificado por la creciente colonización de América del Norte, con sus políticas gemelas
de exterminio de los nativos americanos y esclavización de los africanos" (Black Athena, pp.
20 1-2). En resumen, Bernal critica el tipo de historia escrita por racistas abiertos como
Chamberlain y las implicaciones sutilmente racistas de ciertas historias recientes de progreso.

15.3 Criticando la blancura: las gramáticas de la raza

Los textos de esta sección, informados por las corrientes de la teoría literaria, buscan
desentrañar las 'gramáticas' de la raza. Las gramáticas aquí se refieren a códigos, tanto
lingüísticos como sociales, que denotan estereotipos, términos o "pequeños actos", que
marcan la jerarquía racial, la diferencia y la contestación.
El trabajo de David Roediger marca un cambio importante en los usos de la teoría para
componer historias de raza. Basándose en escritores de color, especialmente en la novelista
y teórica literaria Toni Morrison, critica la raza no simplemente como un 'problema de los
negros', sino más bien como un problema de los blancos, mostrando la 'blancura' de la clase
trabajadora y la supremacía blanca como creaciones, en parte, de la propia clase obrera
blanca' (Wages of Whiteness, p. 9). En The Wages a Whiteness (1991), Roediger rastrea la
formación del 'trabajador blanco' en los Estados Unidos anterior a la guerra. Su objetivo es
encontrar cómo los trabajadores llegaron a verse a sí mismos como blancos en relación con
los sistemas de esclavitud y el movimiento de Reconstrucción. Explora cómo los inmigrantes
irlandeses, muchos de los cuales habían construido alianzas con afroamericanos en sindicatos
y en entornos sociales, estaban divididos a través de estereotipos racistas. Los políticos
irlandeses, volviéndose hacia el Partido Demócrata, descartaron crudamente su oposición a
través de la gramática de la raza: 'Los políticos demócratas acusaron a los republicanos y
abolicionistas de tener 'negros en el cerebro'' (Wages of Whiteness, p. 154).
Si bien el trabajo de Roediger puede parecer en deuda con el postestructuralismo, en realidad
está más estrechamente relacionado con la teoría del lenguaje de Mikhail Bakhtin. Roediger
critica el postestructuralismo por descuidar las interacciones entre el 'individuo' y el 'texto',
y su suposición de que cada generación encuentra sus propios significados diferentes en los
textos. Bajtín, por su parte, sostiene que 'en un momento dado... el lenguaje se estratifica no
sólo en dialectos lingüísticos... sino también -y para nosotros este es el punto esencial- en
lenguajes que son socio-ideológicos'. 408
En otras palabras, Roediger busca plasmar la compleja producción de la 'gramática' racial sin
perder el papel de la clase en el lenguaje mismo. The Wages of Whiteness es, pues, una
innovadora historia social de la raza y el trabajo.
Al examinar la juglaría de cara negra, Roediger señala útilmente que muchos artistas eran
artesanos, mecánicos y comerciantes de clase trabajadora; en espacios segregados por sexo,
los trabajadores blancos se divertían y representaban fantasías de diferencia racial.
Curiosamente, uno puede encontrar un grado de cultura de oposición dentro de los maestros
de cara negra que a menudo fueron ridiculizados, sin embargo, muchos programas apoyaron

408

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los puntos de vista de la supremacía blanca y se burlaron de los derechos civiles y de las
mujeres.
Si bien este elemento de oposición de blackface es significativo, no puede reemplazar las
historias de experiencia en carreras. Aunque la literatura sobre la raza hasta el momento ha
buscado todos los textos cómplices en la producción del racismo, pocos han rastreado la
sensación sentida o los desafíos de la raza o la etnicidad, tal como los cuentan quienes se
resisten al racismo.
A Different Mirror (1993) de Ronald Takaki explora las corrientes cruzadas de la migración
y las contribuciones de los nativos americanos, mexicanos, chinos, irlandeses, japoneses,
judíos y afroamericanos a los debates sobre raza. Escribiendo a raíz de los disturbios de Los
Ángeles y las proyecciones demográficas de que los estadounidenses blancos pronto se
convertirían en una minoría, Takaki toma como punto de partida los debates sobre el
"multiculturalismo" al rastrear la diversidad de Estados Unidos desde el primer asentamiento
en Jamestown en 1607.
Takaki utiliza La tempestad de Shakespeare, con su monstruoso personaje Calibán, como
una parábola de las concepciones racistas de los colonos sobre los pueblos nativos y los
efectos del racismo en el Nuevo Mundo. Basándose en las reteorizaciones de La tempestad
del estudioso de Shakespeare Stephen Greenblatt, Takaki muestra cómo la obra iluminó la
política de colonización. El título de la obra hace referencia a un incidente real: en 1609, un
barco que se dirigía a 'Virginia' naufragó en las Bermudas. Shakespeare conocía a algunos
de los viajeros y ambientó su obra en 'Bermoothes'. Al crear 'Caliban' a partir de la palabra
'Carib', el nombre de una tribu india, Carib se convirtió en una metonimia de las fantasías
racistas del Nuevo Mundo: se creía que Caliban podía aculturarse; sin embargo, provenía de
una 'raza vil'. Su madre, 'Sycorax', era una bruja de África, dándole connotaciones peligrosas;
sin embargo, era un 'esclavo deforme'. Para Takaki, la raza se construye socialmente, y estas
construcciones afectaron considerablemente las condiciones de las minorías en Estados
Unidos.
Takaki adopta un enfoque comparativo de “las variadas experiencias de diferentes grupos
raciales y étnicos… dentro de contextos compartidos” (Different Mirror, p. 10). Al rastrear
la migración china, Takaki traslada la formación de la identidad del 'inmigrante' a la costa
oeste, lejos de la saga dominante de la Isla Ellis de Nueva York. Después de la
Reconstrucción, muchos sureños buscaron utilizar mano de obra china en las plantaciones.
Pronto, fueron demonizados de manera similar a los negros, como "paganos, moralmente
inferiores, ingenuos y lujuriosos". (Different Mirror, p. 205). Esta transferencia de racismo
se inscribió perniciosamente en la ley. Durante el juicio por asesinato de Ling Sing en 1854,
la Corte Suprema de California declaró que 'las palabras "indio, negro, negro y blanco" eran
términos genéricos que designaban razas' y que, por lo tanto, 'los chinos y otras personas que
no fueran blancas no podían testificar contra los blancos' (Different Mirror, p. 206). Esto se
convirtió en el preludio de la Ley federal de exclusión china, que cerró las fronteras de
Estados Unidos en 1882 y, en 1902, se extendió indefinidamente. Aún así, a pesar de las
abrumadoras probabilidades, los chinos formaron comunidades vibrantes en California y el
noroeste.
En Race Rebels (1994), Robin D.G. Kelley ofrece una historia de los negros de clase
trabajadora desde 'muy, muy abajo'. Informado por W.E.B. Black Reconstruction (1935) de
DuBois y Black jacobins (1938) de C.L.R. James sobre el derrocamiento del colonialismo
francés en Haití, así como un nuevo trabajo en los estudios culturales británicos, Kelley
rastrea los pequeños actos de resistencia de los trabajadores negros y las formas en que
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223

mantuvieron "un sentido de identidad racial y solidaridad" (Race Rebels, p. 5). Si bien Kelley
reconoce los escritos de E. P. Thompson y Eugene Genovese de mediados de la década de
1960, recurre a esas 'historias majestuosas de revolución, resistencia y creación de nuevas
clases trabajadoras a partir de la destrucción de la esclavitud [que] anticiparon los esfuerzos
de los "nuevos" historiadores sociales por escribir "history from below (historia desde
abajo)"' (Race Rebels, p. 5).
Rompiendo tanto con las historias laborales que se centraron únicamente en los trabajadores
blancos como con la historiografía afroamericana que postulaba una "comunidad negra"
generalizada, Kelley rastrea las transcripciones ocultas, un concepto desarrollado por el
antropólogo James Scott, de la vida de la clase trabajadora negra en los márgenes. Desde las
canciones y poemas de los afroamericanos en el Partido Comunista, a los voluntarios negros
que lucharon contra el fascismo en la Guerra Civil Española, a la política de 'hipness' en la
vida del joven Malcolm X, la política de producción cultural negra, cara a cara, pero no
dependiente de él, el racismo se hace visible. El trabajo de Kelley, informado por el marxismo
y por el movimiento de la 'historia desde abajo', pero no reducible a él, captura la creación
de la cultura afroamericana radical.

15.4 Raza cultivadora: el giro posestructuralista y poscolonial

Los historiadores han abordado la raza no simplemente como el producto de actores


individuales, sino como una especie de gran fábula que se vuelve a contar constantemente.
Mosse anticipó este método, el del postestructuralismo, en su discusión sobre el mito. El
escribió:
El racismo sustituyó el mito por la realidad; y el mundo que creó, con sus estereotipos,
virtudes y vicios, era un mundo de cuento de hadas, que colgaba una utopía ante los ojos de
quienes anhelaban una salida a la confusión de la modernidad y la prisa del tiempo.
En otras palabras, la raza se construyó como un mito (similar al "discurso" de Foucault), que,
señaló Mosse, se convirtió en una "base para la política nacional" de los nazis. Mosse rastreó
este mito a través de la iconografía racial, en lo que parece ser el primer estudio antirracista
que incluye y critica pinturas, caricaturas políticas y propaganda.
Por lo tanto, la raza no es estática ni fija: los sistemas de clasificación racial fueron moldeados
profundamente por la dinámica política, las prioridades científicas y las crecientes demandas
del comercio mercantil. Pero la raza y la política se afectaron mutuamente de otra manera: la
del "cultivo" racial. El cultivo racial se refiere a las formas en que las clases sociales figuraron
la 'raza' como un medio para elevar o mantener su estatus. A principios de la era moderna,
los aristócratas hablaban cada vez más de la raza en términos de stock primario y "auténtico".
Contrarrestando las genealogías reales afirmadas por la monarquía, comentaristas
aristocráticos como Sir Edward Coke y Boulainvilliers confrontaron las realidades de la
sanguinidad -matrimonios con el propósito de un gobierno político más amplio- con un
discurso 'racial' de privilegio aristocrático. Basándonos en el postestructuralismo,
entendemos de Foucault que los significados se construyen a través del lenguaje. Su
genealogía en La historia de la sexualidad señaló brevemente un cambio histórico de este
despliegue de alianza (es decir, el uso de alianzas matrimoniales para promover la
diplomacia) al concepto de biopoder (en otras palabras, el papel que tenían las ciencias en la
extensión del poder sobre la vida humana). Foucault afirma que el intercambio entre estos
dos puntos es el modelo de la confesión, que se extiende en ya través de la medicina y la
psiquiatría. Mientras que la confesión se había limitado a la Iglesia, los médicos y psiquiatras
223
224

la adoptaron cada vez más como un medio para asegurar la autoridad profesional. Lo que es
más ambiguo es cómo se desarrolló este cambio, especialmente en contextos coloniales.
Race and the Education of Desire de Ann Laura Stoler es un estudio detallado del cultivo
racial. Stoler comienza con una lectura cuidadosa de las conferencias de Michel Foucault de
1976 en el College de France. Basándose en la investigación de archivo, Stoler llena un vacío
importante en el trabajo de Foucault: un compromiso con el racismo. Si bien Foucault había
brindado críticas asombrosas sobre las prisiones, la sexualidad y la medicina, muchos
académicos foucaultianos que buscaban confrontar la raza estaban perdidos. Si bien los
estudios de las revueltas campesinas bajo el colonialismo se beneficiaron del estructuralismo
409
, solo unos pocos trabajos combinaron una crítica sostenible del imperialismo con un
análisis matizado de las fuerzas que lo originaron. El orientalismo de Edward Said criticó las
concepciones europeas de un 'oriental' racialmente homogéneo, ya sea árabe, asiático o indio,
los escritores de viajes y los novelistas consideraron al 'oriental' como incompetente e
inferior.410
Stoler está interesado en cómo las cronologías de Foucault han puesto entre paréntesis ciertas
posibilidades para los estudios coloniales. Ella escribe en (Race and the Education of Desire,
pp. 5-6):
Lo sorprendente es cuán consistentemente el propio encuadre de Foucault del orden
burgués europeo ha estado exento del mismo tipo de crítica que su insistencia en los
regímenes fusionados del conocimiento/poder parece alentar y permitir. ¿Por qué hemos
estado tan dispuestos a aceptar su historia de un orden sexual del siglo XIX que
sistemáticamente excluye y/o subsume el hecho del colonialismo dentro de él?
En otras palabras, ¿qué herramientas analíticas se necesitan para examinar los regímenes
coloniales fuera de los términos del discurso occidental?
Stoler interpreta la conferencia de Foucault del 7 de enero de 1976 como un
"reposicionamiento analítico" de su obra anterior. En las semanas siguientes, Foucault
trazaría una "guerra de razas". Este discurso vio la formación de la ley como 'la consecuencia
de masacres, conquistas y dominación, no como la encarnación de los derechos naturales'
(Race and the Education of Desire, p. 65). Para Foucault, este discurso no se desvinculó de
los 'derechos': la verdad sigue ligada a 'los derechos de una familia (a la propiedad), de una
clase (a los privilegios), de una raza (a gobernar)' (Race and the Education of Desire, p. 65).
Cuando los aristócratas desafiaron las genealogías reales, esta 'guerra de razas' se convirtió
en una de 'raza superior e inferior', representando esta última la 'reaparición de su propio
pasado' (Race and the Education of Desire, p. 66). La última cita puede parecer críptica, pero
significa que los aristócratas reconocieron el poder del rey y se defendieron enérgicamente
como la estirpe 'pura' y los líderes del reino.
Una de las ideas críticas de Stoler es que "la ciencia del siglo XIX puede haber legitimado
las clasificaciones raciales como muchos han afirmado, pero [lo hizo] basándose en un léxico
anterior, en el de la lucha de las razas" (Race and the Education of Desire, p. 68). En otras
palabras, ciencias como la craneología dependían de gramáticas raciales anteriores. El
racismo moderno tiene sus raíces en un discurso sobre las "razas", que se traduciría
singularmente como raza.

409

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225

Al reunir una variedad de análisis, Nation, Empire, Colony de Ruth Roach Pierson y Nupur
Chaudhuri sirve como un punto de partida clave para comprender las historias de las mujeres
bajo el colonialismo y dentro de los estados-nación. La introducción se basa en las ideas de
las feministas de color para explorar las asimetrías de raza y clase en las experiencias de las
mujeres. Sin embargo, este análisis no asume que las categorías 'género' y 'mujeres' sean
sinónimas. Pierson y Chaudhuri señalan que 'las formas en que uno se convierte en mujer o
en hombre son mucho más complejas que en la simple oposición a los miembros del otro
sexo' (Nation, Empire, Colony, p. 2). Así, los autores reconocen que el género se puede
‘corregir’; en términos más generales, las categorías sociales están vinculadas dentro de una
red de relaciones de poder.
Este conjunto de ensayos surgió de una reunión de 1995 de la Federación Internacional para
la Investigación de la Historia de la Mujer. La Federación abogó por la historia internacional
de las mujeres sin pretensiones 'globales', un término asociado con el neoimperialismo. En
diálogo con la obra de Stoler, los autores reúnen investigaciones sobre la 'metrópoli' y la
'colonia', 'para desmantelar las barreras que separan la historia de los imperialistas de la de
los imperializados, la de los colonos de la de los colonizados, la narrativa del núcleo de la
nación del de sus márgenes excluidos” (Nation, Empire, Colony, p. 3).
Rosalyn Terborg-Penn considera los vínculos entre el movimiento sufragista estadounidense
y el activismo paralelo en el Caribe. Ella muestra cómo el trabajo político de las mujeres
estadounidenses se vio influido por las concepciones neovictorianas de la feminidad, que
figuraban a las mujeres caribeñas como 'Otras'. Su escritura muestra que "los movimientos
de sufragio femenino exitosos del siglo XX aparecieron primero en las naciones occidentales,
que controlaban colonias en otras áreas del mundo, y en colonias dominadas por blancos o
colonizadas por blancos". Trabajando en contra de la suposición de que las mujeres de color
no participaron en el movimiento inicial, el autor muestra cómo las mujeres caribeñas, de
clase trabajadora y acomodadas, presionaron por el derecho al voto ya en el cambio de siglo.
A menudo, las victorias feministas en los EE. UU. provocaron nuevos esfuerzos por el
sufragio por parte de las mujeres puertorriqueñas y de Santo Tomás de la clase trabajadora.
Combinando lecturas de nuevos trabajos sobre la historia de las mujeres coloniales y su
propia investigación preliminar, Terborg-Penn rastrea cómo las sufragistas estadounidenses
blancas a menudo expresaban puntos de vista racistas sobre las mujeres negras.
El ensayo de Gabriela Cano 'El Porfiriato y la Revolución Mexicana' muestra cómo la
Revolución Mexicana de la década de 1890 afectaría las representaciones de la identidad
mexicana. En diálogo con el trabajo sobre los indios en México, Cano ilumina las apuestas
del nacionalismo. Cano combina dos enfoques: un análisis de las imágenes de la 'mujer
mexicana' en el cambio de siglo y una crítica al republicanismo liberal, que veía a los pueblos
indígenas como un obstáculo para el progreso. Muchos escritores, influenciados por el
darwinismo social de Auguste Comte y Herbert Spencer, afirmaron que las mujeres
mexicanas eran naturalmente sentimentales, domésticas y 'discretas'. Las mujeres, sin
embargo, reclamaron paulatinamente la igualdad y el buen gobierno de México. Aun así, las
mujeres tuvieron que lidiar con las definiciones de la feminidad mexicana como racialmente
impura. Declaraciones de figuras destacadas como el novelista Julio Sesto 'daban a entender
que la 'mujer mexicana' es mestiza, es decir, una mezcla de sangre española e india en la que
los rasgos físicos europeos, como la blancura, han predominado y diluido a los indios'.
Después de que la guerra civil de 1911 rompió el poder del Porfiriato (la dictadura de Porfirio
Díaz), los temores sobre el poder de las mujeres disminuyeron un poco en los círculos más
radicales y en los gobiernos posrevolucionarios. En cinco años, el gobierno militar de
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226

Yucatán estaba apoyando congresos feministas, que desafiaron el poder del catolicismo en
México. Así, los movimientos de mujeres, en su reconocimiento oficial, a menudo formaban
parte de una estrategia más amplia de nacionalismo y modernización.
En 'Hombres, mujeres y las fronteras de la comunidad', Sayoko Yoneda retrata a las 'mujeres
de consuelo' militares japonesas que obligaron a las mujeres coreanas a prostituirse durante
la Segunda Guerra Mundial. En un ensayo impresionante que llama la atención sobre un
problema apremiante de la memoria histórica, Yoneda se basa en informes periodísticos
recientes sobre mujeres de solaz para excavar cómo este sistema dependía tanto del sexismo
como del racismo. Ella señala que en la década de 1930, cuando Japón comenzó a invadir
China, las prostitutas japonesas viajaban con soldados y servían en el sistema de 'confort';
esto les dio a las mujeres un sentido de patriotismo y les permitió escapar de un sistema más
irregular y no regulado en el hogar. Pero a medida que la guerra se intensificaba, el número
de prostitutas japonesas era "insuficiente". En este momento, el gobierno comenzó a mirar
cobardemente a Corea, que estaba bajo control japonés.
Además, el gobierno japonés extrajo mujeres de Filipinas, Singapur e Indonesia a principios
de la década de 1940. Yoneda también relaciona el auge de la prostitución con los 'tours
sexuales' que muchos hombres de negocios, de Japón y Occidente, realizan hoy en Filipinas
y Tailandia; en particular, las mujeres tailandesas y filipinas han sido llevadas a Japón en
contra de su voluntad. El gobierno japonés ha seguido negando su participación en este
sistema o expresando remordimiento por estas mujeres.
Es justo decir que el postestructuralismo está abierto a la acusación de construir a los
oprimidos como el término negativo -el 'Otro'- de una oposición binaria. Por lo tanto,
debemos explorar historias de raza que muestren la impugnación de las teorías de raza.

15.5 La raza como discurso impugnado

Las historias recientes de la esclavitud, informadas por nuevos desarrollos teóricos, han
revitalizado el campo. Muchos estudios pioneros sobre la trata de esclavos en el Atlántico se
escribieron durante y después del Movimiento por los Derechos Civiles, cuando
predominaban los métodos de la psicohistoria y la historia social. Sin embargo, en la década
de 1980, muchos historiadores comenzaron a situar su trabajo en relación con varias
disciplinas, incluidas la semiótica y la antropología cultural. No hay esclavos en Francia de
Sue Peabody, ubicado en la intersección de la historia legal y la historia cultural, analiza
casos legales, edictos y registros para comprender la experiencia de los esclavos en Francia
y la cultura política del "Antiguo Régimen".
Beneficiándose del innovador trabajo de Robert Darnton, el autor ubica a abogados, amos,
esclavos y funcionarios reales dentro de sus contextos históricos y legales para ofrecer una
microhistoria de la Francia del siglo XVIII. Tratando aquí la raza de una manera que
implícitamente desafía la narrativa de modernización que Mosse había afirmado, Peabody
rastrea el papel de la Iglesia en la regulación y la potencial 'liberación' de los esclavos dentro
de Francia. Por ejemplo, el bautismo, aunque se inscribió en el Código Nair (1685)
únicamente como una condición previa para los esclavos al ingresar a Francia, en realidad
sirvió como un camino hacia la libertad. Algunos maestros franceses, junto con sus
homólogos ingleses, reconocerían el bautismo como un acto formal de manumisión' (There
Are No Slaves, p. 80).
En segundo lugar, Peabody excava un concepto crítico en las historias de raza en Francia: el
'Principio de la Libertad', según el cual una vez que un esclavo toca suelo francés, es libre.
226
227

Si bien en la práctica, los franceses tenían sirvientes ya en la década de 1570, la frase "No
hay esclavos en Francia" resonaba en las calles de París. Este principio sería la base de
muchos desafíos legales a la esclavitud y detención de esclavos africanos.
Para autores influenciados por el estructuralismo, como George Stocking, la 'raza' es en gran
medida el producto de declaraciones de científicos, políticos y legisladores: construyen un
discurso dominante del 'Otro', un objeto de conocimientos científicos, legales y políticos.
Con Peabody, la raza se reconfigura: los discursos dominantes del rey, los ministros y la
policía son cuestionados tanto por los negros libres como por aquellos que respondieron a la
ley en los tribunales.
Los abogados que defendieron a los esclavos fugitivos se basaron en argumentos legales
basados en la opinión de que el cristianismo primitivo había ayudado a deshacer la esclavitud
romana. Peabody escribe sobre el caso de Jean Boucaux contra Bernard Verdelin: Boucaux
era hijo de dos esclavos propiedad del gobernador de la colonia francesa Saint Domingue.
Cuando el gobernador murió, su viuda se casó con Monsieur Verdelin y pronto viajaron a la
isla para hacer arreglos en la propiedad. En 1728, regresaron con dos esclavos, incluido
Boucaux, quien se desempeñó como cocinero de Verdelin durante nueve años. Cerca del
final de ese período, Boucaux se casó con una mujer francesa. A partir de entonces, Boucaux
se convirtió en objeto del odio de Verdelin; la enemistad se hizo tan fuerte que en 1738,
'Verdelin hizo arrestar a Boucaux "porque sospechaba que Boucaux planeaba una fuga y
tenía miedo de perderlo"' (No hay esclavos, p. 25). Boucaux prevaleció, proporcionando un
importante precedente para futuras decisiones legales en el Tribunal del Almirantazgo
francés.
Los estudiantes interesados en cómo tanto el racismo como el discurso contra la esclavitud
dieron forma a la ley encontrarán mucha información aquí. Peabody rastrea cómo el Code
Noir (literalmente 'Código Negro') de 1685 enfrentó crecientes desafíos legales a lo largo del
siglo XVIII. En particular, la gramática del Code Noir apareció 150 años después en los
Estados Unidos, donde los 'códigos negros' impusieron la segregación de derecho
consuetudinario en todo Estados Unidos. Este punto crítico exige más investigación. ¿Cómo
se desplazaron los discursos raciales? ¿Qué fuerzas permitieron que el racismo se moviera
dentro y a través de dominios geográficos específicos? Para enfrentar este problema,
debemos considerar cómo la raza ha operado a través de las esferas políticas. A medida que
exploramos más la historia de los sujetos colonizados bajo la esclavitud, comenzamos a
encontrar el tráfico de regulaciones entre el país de origen y la colonia.
El libro de Matthew Frye Jacobson Whiteness of a Different Colour (1998) presta atención a
las formas en que el lenguaje sirve en la fabricación de la raza. Comienza con una 'Nota sobre
el uso' que analiza la decisión del autor de no poner la palabra raza entre comillas
socavadoras. Un movimiento estilístico y práctico, Jacobson descubrió que casi todas las
oraciones habrían estado llenas de comillas. Aun así, incluyó la palabra 'raza', así como
'Temons', 'Nórdicos', 'Hebreos' y otras denominaciones entre comillas cuando un autor
realmente usó esta puntuación.
Primero, la decisión de Jacobson es incisiva: para comprender los significados históricos en
torno a la raza, debemos considerar no solo cómo las teorías críticas dan forma a la escritura
actual, sino también cómo los autores del pasado problematizaron o desplegaron la raza. A
veces, los autores lo hicieron estratégicamente para desafiar las concepciones dominantes de
raza; en otros, los dedicados a la segregación usaron citas de miedo para promover una
agenda supremacista blanca.

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En segundo lugar, esta es una rara oportunidad para meditar sobre la composición de la
erudición sobre la raza. Si bien originalmente tendía a poner palabras como "anglosajón" y
"racial" entre comillas, términos como "blanco" o "negro" recibieron menos consideración.
Pidiendo al lector que considere sus propios deseos lingüísticos, escribe:
Me pregunto acerca de la certeza racial no examinada que esto denota también. Todas estas
designaciones pertenecen a la misma base epistemológica, por lo que aparecen ante ustedes
ahora sin ningún marcador estilístico para separar las fabricaciones arcaicas de las actuales.
Si se siente inclinado a proporcionar los suyos sobre la marcha, solo lo invito también a
observar los patrones de sus propias elecciones. La cultura dentro de la cual operamos hace
muy difícil una consistencia basada en principios en este aspecto. (Whiteness of a Different
Colour, p. x, mi énfasis)
Jacobson hace aquí una afirmación que debe ser desempacada. Si todas las clasificaciones de
raza son igualmente problemáticas, entonces, ¿qué significa para los grupos culturales
redefinir los insultos o reclamar dominios de los que históricamente los negros fueron
marginados? Por ejemplo, los artistas de hip-hop a veces hablan de 'ciencia droppin'; los
artistas dependen y transvaloran el poder de la ciencia para establecer la 'verdad' de sus rimas.
Así, con el tiempo, ciertos términos son reapropiados por subculturas para crear
epistemologías muy diferentes. Necesitamos nuevas historias que consideren las valencias
específicas que conlleva cada concepto racial.
La construcción de la blancura es un tema central en la obra de Jacobson. Combinando la
investigación de archivo en la ley de inmigración, la demografía y lecturas de literatura
sorprendentemente perspicaces, Jacobson rastrea cuidadosamente el paisaje racializado de
los inmigrantes europeos en Estados Unidos. En lugar de asumir que la raza tiene un
significado fijo, critica las obras que confunden la raza con el color. En otras palabras, el
objetivo de Jacobson es

“mapear el significado de las designaciones raciales que han enmarcado la historia de


la inmigración europea: blanca y caucásica por un lado, y distinciones más estrechas como
anglosajón, celta, hebreo, eslavo, mediterráneo o Nórdico por el otro, para dar sentido a las
articulaciones raciales omnipresentes que los estudiosos han pasado por alto
convenientemente simplemente como usos indebidos de la palabra "raza". (Whiteness of a
Different Colour, P· 6)

La especificidad histórica y experiencial de la raza es crucial aquí. Algunos académicos


afroamericanos, como W.E.B. DuBois, no estaban listos para simplemente descartar el
término 'raza', ya que entendían su significado dentro de la cultura negra. Para los emigrantes
judíos, irlandeses, mediterráneos y eslavos, las formas en que uno se convertía en 'blanco' no
estaban dadas: su transmutación en 'caucásicos' era un proceso complejo y no lineal. Jacobson
periodiza este cambio gradual en tres eras: 1790 a 1840, 1840 a 1924 y 1924 a 1965. La
primera era estuvo marcada por el surgimiento de la designación 'habitantes varones blancos
libres' en varias constituciones estatales. Al mismo tiempo, los legisladores dictaron
restricciones específicas contra los negros, que fueron definidos como 'dependams'. Esto
destacó un racismo paternalista: los negros tenían el mismo estatus político que las mujeres
y los niños.
Si bien Jacobson reconoce el trabajo de Roediger, difiere del enfoque de Roediger sobre la
formación de clases. Si los trabajadores blancos solo se beneficiaron de lo que W.E.B.
DuBois llamó el "salario público y psicológico" de la estima de las instituciones políticas,
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entonces, ¿cómo explicamos los estereotipos nativistas dirigidos a los pueblos celtas, eslavos
e italianos? ¿Cómo es posible que los irlandeses alguna vez fueran vistos como 'salvajes'?
Entre 1840 y 1924, América fue rápidamente transformada por la segunda ola de
industrialización con minas, plantas químicas y acerías. Por lo tanto, la ideología republicana
de 'independencia' enfrentó la realidad de los emigrados que buscaban libertades religiosas y
nuevas oportunidades. El republicanismo, muestra Jacobson, estuvo marcado por los límites
cambiantes del racismo. Señala que, antes de la década de 1840, la "blancura" dependía de
su oposición a la "no blancura', la segunda mitad del siglo fue testigo de la construcción de
jerarquías científicas de diferencia racial.
Los lectores que buscan comprender el riesgo La eugenesia estadounidense encontrarán
mucha sabiduría aquí. Jacobson critica las suposiciones de los comentaristas conservadores
más prominentes de esta era, incluidos Harry Laughlin y Madison Grant. También son útiles
los ejemplos de las formas en que los escritores, tanto emigrantes como no emigrantes,
ofrecieron instantáneas de los significados raciales. Desde las obras de Hugh Henry
Brackenridge hasta los escritos de finales de siglo de Charles Chestnutt y la novela
políticamente aguda de Arthur Miller Focus (1945), Jacobson intercala cómo los autores
entendieron los límites de la raza. Esto no es tanto un esfuerzo de recuperación como una
teorización: Jacobson describe cómo las teorías científicas de la raza infunden textos
literarios y lo que articulan sobre la política de la raza.
Los supuestos raciales de diferencia respaldaron incluso los esfuerzos antirracistas en los
años treinta y cuarenta. El enfoque liberal sobre la 'cuestión negra' plantearía nuevas
dicotomías (blanco/de color, blanco/negro), borrando a los asiáticos y latinos del discurso
público. Los antropólogos solo reforzaron estas nociones, afirmando las 'tres grandes
divisiones de la humanidad': 'caucásico', 'mongoloide' y 'negroide'. Jacobson capta cómo los
escritores "étnicos" negociaron estos sistemas.

15.6 Conclusión

Los historiadores están en una posición única para subvertir los debates dominantes sobre
los significados de la raza. Recientemente, tras un interminable silencio sobre la carrera desde
la profesión, los historiadores han comenzado a aplicar conocimientos en la esfera pública.
Por ejemplo, Eric Foner llamó al estado de Nueva York a reconocer su participación en el
sistema esclavista. Alentando proyectos que educarían a los ciudadanos, identificó
corporaciones que se beneficiaron de la esclavitud.411
Dado el legado de discriminación, las historias de raza pueden abrir el diálogo e iniciar el
proceso de reparación de las violencias que ha provocado el racismo. La necesidad de
comprensión cultural, a través de todas las (supuestas) fronteras raciales y étnicas, conducirá
a futuros prometedores.

411

229
230

16- Voces desde abajo: haciendo la historia de la gente en Cardiff Docklands

Glenn Jordan

La historia, en manos del historiador profesional, tiende a presentarse como una


forma esotérica de conocimiento. Fetiche la investigación basada en archivos, como lo ha
hecho desde la revolución rankeana -o la contrarrevolución- en el ámbito académico.
Cuando se discuten cuestiones de interpretación, el desacuerdo puede girar en torno a
cuestiones aparentemente arcanas como la redacción de un juramento de coronación, la
fecha de un retrato real o la correlación de los rendimientos de las cosechas con las
fluctuaciones en la nupcialidad campesina. El argumento está incrustado en densos
matorrales de notas al pie, y los lectores legos que intentan desentrañarlo se encuentran
enredados en una cábala de siglas, abreviaturas y signos... La memoria popular es, a
primera vista, la antítesis misma de la historia escrita.
Raphael Samuel412

¿Quién produce la historia? ¿De qué lado está la historia? ¿Cuál es la relación entre
historia y democracia cultural? Uno de los desarrollos más interesantes en la práctica de la
historia académica y pública desde principios o mediados del siglo XX (dependiendo de
dónde se quiera asignar el punto de 'orígenes') ha sido la 'recuperación' de memorias, voces
y experiencias marginadas de las clases trabajadoras, mujeres, negros y otros grupos
su413bordinados. Ya sea que se base en instituciones académicas o en entornos comunitarios,
la 'historia popular' ha transformado la práctica de escribir historia en una variedad de
contextos, desde libros hasta exposiciones y programas de medios. Cuando se ha arraigado
en la democracia cultural, es decir, en prácticas que aseguran la participación activa de un
público amplio, incluidos los grupos marginados, la 'historia del pueblo' a veces ha
transformado la vida de las personas.
Este capítulo es un estudio de caso de un intento de practicar la democracia cultural, incluida
la historia de las personas, la educación comunitaria y el arte comunitario, durante un período
de unos quince años en una de las comunidades obreras multiétnicas más antiguas de Gran
Bretaña. Reflexiona sobre esa práctica y busca relacionarla con cuestiones más amplias que
tienen que ver con el conocimiento no oficial, el trabajo intelectual comprometido y el
proyecto de la historia desde abajo. La organización es Butetown History & Arts Centre; la
ubicación es la zona de la Bahía de Cardiff, específicamente la famosa comunidad, a menudo
difamada, conocida como Butetown o 'Tiger Bay'.

16.1 El contexto

Desde mediados del siglo XIX hasta la década de 1990, Butetown unió el puerto de Cardiff
con el centro de la ciudad. Desde la década de 1840 hasta la remodelación de la década de
1960, este pequeño distrito de una milla de largo albergó una de las comunidades minoritarias
y de inmigrantes más grandes de Gran Bretaña. Era el hogar de personas de más de 50

412
413

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231

naciones, de prácticamente todo el mundo: galeses, irlandeses, ingleses y escoceses; griegos,


turcos y chipriotas; españoles, italianos, portugueses y malteses; caboverdianos y otros
portugueses coloniales; yemeníes, egipcios y somalíes; nigerianos, sierraleoneses y otros
africanos occidentales; indios occidentales; francés y francés colonial; chinos y malayos;
indios (es decir, personas de lo que ahora es India, Pakistán y Bangladesh); polacos,
ucranianos y judíos de Europa del Este; estonios, letones y lituanos; alemanes, noruegos,
finlandeses y daneses; norteamericanos, sudamericanos y centroamericanos; y algunos más.
La mayoría de los inmigrantes en los muelles de Cardiff eran hombres de la Marina Mercante,
que transportaban carbón galés por todo el mundo. La mayoría de las mujeres con las que
entablaron relaciones y se casaron eran locales, lo que resultó en el desarrollo de la
comunidad no solo como multiétnica sino también como una mezcla racial y cultural
completa. (Dado este legado, la historia que produce el Butetown History & Arts Centre, ya
sea en nuestras exposiciones y libros o en nuestros abrebotellas y llaveros, problematiza
cualquier noción de galés o británico que sea monocultural o blanco).
Durante un siglo, a partir de la década de 1850, Butetown incluyó un próspero sector
comercial y parte de un notorio "Pueblo marinero", con prostitución, juegos de azar y
numerosos establecimientos de bebidas legales e ilegales. Campañas moralistas; sus
supuestas actividades inspiraron una serie de pánicos morales sobre la tuberculosis, las
enfermedades venéreas y las relaciones de raza mixta.2 campañas moralistas; sus supuestas
actividades inspiraron una serie de pánicos morales, por la tuberculosis, las enfermedades
venéreas y las relaciones interraciales. A lo largo de la mayor parte de su historia, el área
estuvo físicamente aislada: una 'isla' delimitada por (ahora rellenados) canales, las vías del
tren y el mar, cuya separación geográfica ayudó a naturalizar su alteridad. 3
En la actualidad, Butetown se encuentra rodeada por un enorme plan de regeneración de
zonas portuarias que abarca unos 2700 acres y presenta un enorme lago artificial, complejos
de ocio, hoteles de lujo, restaurantes, galerías y otras atracciones que atienden principalmente
a turistas y clases medias. El esquema se anuncia como el DESARROLLO FRENTE AL
MAR MÁS EMOCIONANTE DE EUROPA.
Este capítulo explora el trabajo de una iniciativa, el Proyecto de Historia Comunitaria de
Butetown, y su sucesor, el Centro de Historia y Artes de Butetown, que se encuentra en el
corazón de este desarrollo. La discusión se entrelaza entre lo particular y lo general, ubicando
nuestro caso en un contexto más amplio de (a) la política de la escritura de la historia, (b) la
historia popular y (c) la democracia cultural.
El capítulo hace un uso considerable del diálogo con tres personas que han estado asociadas
con esta iniciativa durante un largo período de tiempo: Glenn Jordan, cofundador y director
del Centro; Marcia Brahim Barry, cofundadora y miembro a largo plazo de la junta directiva
del Centro; y el profesor Chris Weedon, quien se ha desempeñado como presidente de la
organización desde principios de la década de 1990. 4 Las entrevistas con Marcia y Chris
fueron realizadas en 1996 por Karen Gerhke, una estudiante Erasmus de Alemania, para una
tesis de pregrado (supervisada por Glenn Jordan) en la Universidad de Glamorgan. 414

16.2 'Historia desde abajo'

¿Cuál es el papel del conocimiento histórico en la sociedad? ¿Juega a favor o en


contra del orden social existente? ¿Es un producto elitista que desciende de los especialistas

414

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a los 'consumidores' de historia a través de los libros, la televisión y el turismo ? ¿O


radica, de entrada, en una necesidad colectiva, en una relación activa con el pasado...?
Jean Chesneaux 415
La historia oral… puede ser un medio para transformar tanto el contenido como el
propósito de la historia.
Paul Thompson 416
La historia de base, la historia vista desde abajo o la historia del pueblo… ya no
necesita publicidad.
Eric Hobsbawn 417
Los movimientos hacia el desarrollo de la historia del pueblo, es decir, la historia basada en
políticas radicales que exploran y celebran las vidas y luchas de la clase trabajadora y los
grupos marginados, tienen una larga historia. Determinar los orígenes suele, si no siempre,
estar plagado de dificultades. En lo que se refiere a la "people's history'"-o "history from
below" (Historia desde abajo)-, uno puede ubicar el punto de partida en muchos contextos
diferentes, dependiendo del país en cuestión y del criterio que se tenga para definir la 'historia
del pueblo'. Por ejemplo, para tomar el caso de los EE. UU., se podría decir que comenzó en
la década de 1930 con las entrevistas de ex esclavos del Proyecto Federal de Escritores o,
más recientemente, en los movimientos de historia pública e historia oral. 9 Cualquiera que
sea la fecha de nacimiento que se quiera asignar, se da el caso de que la 'historia de los
pueblos', como muchas otras iniciativas culturales radicales, se ha vuelto especialmente
significativa después de '1968'.
Una de las periodizaciones más útiles se proporciona en una intervención fundamental de
miembros del Centro de Estudios Culturales Contemporáneos (CCCS) de la Universidad de
Birmingham. 10 Identificaron seis fases o tradiciones diferentes en el desarrollo de la historia
popular (en Gran Bretaña): (l) los primeros trabajos de John y Barbara Hammond, dos
liberales radicales, sobre la cultura de la clase trabajadora;418 (2) el Grupo de Historiadores
Comunistas de Parry de principios del período de la posguerra, que incluía a varias personas
que luego se convirtieron en destacados historiadores, como Christopher Hill, Rodney Hilton,
Eric Hobsbawn, Dorothy Thompson, E.P. Thompson y George Rude; (3) la investigación
histórica y la práctica política de E.P. Thompson, especialmente su The Making of the English
Working Class (1968); 419(4) el movimiento más reciente de historia oral o 'memoria popular',
que comenzó en la década de 1970 y ahora ha alcanzado un éxito internacional
considerable;420 (5) historia comunitaria radical, que a menudo involucra a 'la gente' no solo
como objeto de la historia sino como investigadores, escritores y editores de historia; 421 y
(6) escritura de historia feminista desde la década de 1970 en adelante.
Como se hará evidente a partir de la siguiente discusión, el trabajo del Butetown History &
Arts Centre, desde su creación en 1987/88, resuena con las preocupaciones centrales de los
movimientos por la historia popular y la democracia cultural, tanto en Gran Bretaña como en
otras partes del mundo.

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16.3 Butetown History & Arts Centre

De modo que la historia es un campo de batalla político. La sanción del pasado es


buscada por quienes están comprometidos con defender la autoridad y por quienes intentan
subvertirla, y ambos tienen la seguridad de encontrar suficientes municiones.
John Tosh 422
La historia oral... hace posible un juicio mucho más justo: ahora también pueden ser
llamados testigos de las clases bajas, los desfavorecidos y los desinflados...
Paul Thompson 423

Butetown History & Arts Center (www.bhac.org) actualmente ocupa unos 2500 pies
cuadrados de espacio en la planta baja en el corazón de los Bahía de Cardiff. El Centro
incluye un archivo de imagen y sonido, dos espacios de galería, una oficina de recursos
educativos, un aula/sala de reuniones y una pequeña tienda. Nuestro presupuesto actual es de
alrededor de £150,000 ($230,000) por año. La mayor parte de nuestros ingresos provienen
de gramos, generalmente subvenciones para proyectos que duran de uno a tres años, de
fuentes como el Ministerio del Interior, el Consejo de las Artes de Gales, el Fondo
Comunitario (antes Charities Lottery), el Consejo del Condado de Cardiff y fundaciones.
Actualmente también generamos unas 25.000 libras esterlinas (40.000 dólares) al año por la
venta de libros, fotografías, tarjetas y otros productos en nuestra tienda de la galería; desde
los servicios educativos que ofrecemos a grupos escolares; y proporcionando imágenes de
nuestro archivo a empresas de televisión y otros medios de comunicación.
En colaboración con la población local, recopilamos, conservamos y utilizamos
historias orales, fotografías antiguas y otros documentos. Somos un equipo multiétnico y
multirracial, que incluye trabajadores a tiempo completo, trabajadores a tiempo parcial y
voluntarios. Al momento de redactar este informe, nuestro personal remunerado ocupa el
equivalente a cinco o seis puestos de tiempo completo: el Director del Centro, un
Administrador, un Archivero/Investigador de imágenes, un Oficial de exposiciones, un
Oficial de educación (cuyas especialidades incluyen historia, geografía y la Currículo
Nacional), un Oficial de Educación Artística (cuya experiencia es en narración de cuentos,
teatro y música del mundo), dos Oficiales de Alcance Comunitario/Historiadores
Comunitarios (uno de los cuales trabaja específicamente con las comunidades de refugiados
somalíes y otras) y un Oficial de Marketing (que funciona como nuestro Diseñador Gráfico).
Nuestra docena de voluntarios incluye trabajadores de galerías, mecanógrafos y asistentes de
investigación. La participación de voluntarios precede a la del personal asalariado y siempre
ha sido fundamental para nuestro éxito.
La nuestra es una historia con un propósito social, un intento consciente de vincular
el conocimiento histórico con las prácticas sociales, incluidas las prácticas críticas e
intervencionistas. Nuestro trabajo transgrede los límites entre la historia social, el estudio de
las relaciones, instituciones y prácticas sociales, y la historia cultural, el estudio de los
significados y valores.424 El problema de la representación -de las relaciones pasadas y

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presentes entre imágenes y narrativas dominantes, subordinadas, marginales y contestadas-


se encuentra en el centro de nuestros compromisos.
Nuestros objetivos son: garantizar que la historia social y cultural de los muelles de
Cardiff se recopile cuidadosamente y se conserve para la posteridad con la participación
activa de los residentes locales; ofrecer oportunidades para que todos los miembros de la
comunidad local, a través del más amplio espectro de antecedentes sociales, antecedentes
culturales y rangos de edad, participen en la práctica creativa; producir materiales educativos,
exposiciones, representaciones y otros productos culturales basados en la historia y la
experiencia locales; y facilitar la comprensión y el respeto entre personas de diferentes clases,
razas y orígenes culturales. Nuestro objetivo a largo plazo es crear un "Museo y Centro de
Artes del Pueblo de la Bahía", con un archivo importante, galerías permanentes, exhibiciones
temporales, aulas, un espacio para espectáculos, una cafetería y una tienda de regalos. El
desafío es lograr este objetivo sin dejar de ser fieles a nuestros principios y valores
fundamentales.

16.4 Encallamientos
Si se pensara en la historia como una actividad más que como una profesión,
entonces el número de sus practicantes sería incalculable.
Raphael Samuel 425
¡Pero la historia es un asunto demasiado importante como para dejarlo en manos de
los historiadores!
Jean Chesneaux 426
Fundado en 1987/88 por un antropólogo afroamericano y media docena de residentes
locales, el Butetown History & Arts Center es una intervención en el terreno de la cultura y
el poder. Comenzó como un intento serio de desarrollar un grupo de investigadores indígenas
de base local -intelectuales orgánicos de clase trabajadora- y de crear un espacio para la
producción de historias, identidades y representaciones alternativas de la vida en los muelles
de Cardiff. Nuestro trabajo, especialmente en las primeras fases, comparte el espíritu de otros
proyectos intelectuales emancipatorios, como la historia feminista, como explica Catherine
Hall:
La historia feminista, tal como se conceptualizó por primera vez a principios de la
década de 1970, trataba sobre la recuperación de la historia de las mujeres. Necesitábamos
llenar los enormes vacíos en nuestro conocimiento histórico que eran un resultado directo
de la dominación masculina del trabajo histórico. 427
Y la historia laboral y de la clase obrera británica, como explica John Tosh:
El propósito de gran parte de la historia laboral escrita por historiadores
políticamente comprometidos es agudizar la conciencia social de los trabajadores,
confirmar su compromiso con la acción política y asegurarles que la historia es "de su
lado".... En Gran Bretaña, este enfoque se refleja en el movimiento del Taller de Historia...
que comenzó a fines de la década de 1960; para ellos, la reconstrucción histórica de la

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experiencia de los trabajadores sirve como 'fuente de inspiración y comprensión', para usar
una frase del primer editorial de la revista History Workshop. 428
Recuperar la experiencia marginada, llenar los vacíos y subvertir las construcciones
dominantes; usar la historia como un medio para agudizar la conciencia social, aumentar la
comprensión e inspirar la acción: todo esto es consistente con la práctica del Butetown
History & Arts Centre. Escuche a Marcia Brahim Barry, miembro fundador del proyecto:

Sabíamos que teníamos una historia única, pero no nos habíamos dado cuenta de lo
única que era hasta que alguien [un antropólogo estadounidense de Blade llamado Glenn
Jordan] entró y dijo: "Usted es historia y si no hacemos algo al respecto, será perdida."
Entonces, en cierto modo, para mí, se convirtió en una cruzada... De repente me di cuenta
de que todo a nuestro alrededor estaba cambiando, podíamos realmente verlo, y que las
personas mayores se estaban muriendo y muchos residentes se habían mudado a través de
la "Eliminación de asentamientos informales" (slum clearance) de las décadas de 1950 y
1960, por lo que la comunidad se había agotado y de creo que alrededor de 5000 en la
década de 1950, ahora hemos bajado a dos mil quinientos... Nos dimos cuenta de que
teníamos que comenzar a hacer algo al respecto. 429

El antropólogo/historiador oral, un activista-intelectual que había abandonado en gran


medida las torres de marfil de la academia, confirmó lo que la comunidad de Butetown ya
sabía pero que la cultura dominante parecía negar constantemente. Cualesquiera que fueran
sus intenciones, uno de los efectos de su intervención fue afirmar la importancia de su
historia, para validar aspectos clave de la memoria popular local y el conocimiento no oficial.
A través del diálogo con Otro, se facilitó su auto-reconocimiento.
Para las personas de la comunidad de Butetown (es decir, en 'Tiger Bay' y 'The Docks'), el
Proyecto de Historia Comunitaria de Butetown ofreció un espacio en el que podían contribuir
a una historia de oposición, a una práctica culturalmente democrática de investigación y
escritura que buscaba desafiar y subvertir las construcciones hegemónicas. Durante
generaciones, las personas dentro y fuera de esta comunidad han encontrado imágenes e
historias sobre sí mismos en periódicos430 y revistas, en libros autobiográficos y de ficción,
en estudios académicos, en la retórica del sentido común de la conversación cotidiana.
Durante unos 150 años, desde la década de 1850, su comunidad ha sido recurrentemente
representada en términos negativos: sucia, violenta, enferma e inmoral; y en términos
románticos, como primitivo, exótico y fascinante. Como explica un residente local:
Cualquiera que sea el origen del nombre (es decir, 'Tiger Bay'), desde los albores de
su pueblo, una mitología negativa lo ha rodeado. Despectivos comentarios de oídas de
segunda mano, como '¡No caminarías por las calles de Tiger Bay!; ¡Allí era peligroso!; '¡Allí
te vendría mal!; '¡Llevan cuchillos y todo tipo de armas por la bahía!; Era un lugar terrible.
¡La gente jugaba abiertamente en la calle!; etc.- todavía se puede escuchar hoy en día de
personas que, en general, nunca pusieron un pie en Tiger Bay.431
La representación más famosa es la que realiza Howard Spring (1889-1965), el popular
escritor galés, en su autobiografía:

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[H] abía una fascinación en el paseo a través de Tiger Bay Chinks y Dagos, Lascars
y Levantines, deslizándose por los desvaídos y malignos caminos que salían de Bute Street.
. . Niños de los más extraños colores, fruto de espantosas desalianzas, se tambaleaban
semidesnudos por las calles; y los escaparates estaban decorados con nombres que eran el
epítome de todos los clanes y clases bajo el sol... Era un barrio sucio, podrido y romántico,
una ofensa y una inspiración, y me encantaba.432
La gente de esta comunidad está profundamente ofendida por tales construcciones.
Cuando nació el Proyecto de Historia Comunitaria de Buretown, necesariamente siempre-ya
estaba posicionado dentro de un campo de representaciones establecido desde hace mucho
tiempo. 26 El etnógrafo/historiador oral que cofundó el proyecto era parcialmente consciente
de este hecho; la población local era plenamente consciente de ello. Así, para ellos, al menos
tanto como para él, esta iniciativa fue, desde el principio, una intervención dialógica, cultural-
política. No se trataba tanto de averiguar sobre una comunidad que había estado 'oculta de la
historia' (para usar la frase que hizo famosa Sheila Rowbotham).433 Más bien, se trataba de
estudiar una comunidad que era hipervisible en el sentido de que siempre se ha escrito sobre
ellos, pero al mismo tiempo invisibles en el sentido de que se han ocultado dimensiones clave
de su experiencia, principalmente porque quienes los representaron rara vez se molestaron
en preguntarles sus historias o puntos de vista.
El antropólogo/historiador oral, un activista-intelectual que había abandonado en gran
medida las torres de marfil de la academia, confirmó que el Proyecto de Historia Comunitaria
de Butetown, ciertamente desde el punto de vista del antropólogo/historiador oral, buscaba
lograr el empoderamiento a través de la educación práctica y desmitificación del proceso de
investigación. 434Lo siguiente es de una entrevista en la que Marcia Brahim B arry describe
nuestra práctica en los primeros años de 1988-1990. La actividad que se describe es parte del
trabajo que hicimos en nuestra primera iniciativa de educación comunitaria, un curso/taller
semanal iniciado en febrero de 1988. La entrevistadora, como antes, es Karen Gehrke.
MB: No sé si conoces la antigua biblioteca. Bien... Glenn quería que empezáramos a
aprender a investigar y todos fuimos allí y eran las vacaciones de verano, así que hicimos
algunas temporadas... [con] gente que solo buscaba en periódicos viejos y esas cosas. Fue
bastante fascinante que la gente comenzara a aprender a investigar. Y, sin embargo, como
estábamos todos juntos, no era como hacer una especie de tarea dolorosa... De hecho, nos
involucramos en buscar los papeles y los encontramos realmente fascinantes. Y en realidad
podías ver lo que estaba tratando de decirte...
[Él] solía enfatizar que en realidad podíamos escribir nuestra propia historia, que
podíamos escribir la historia que veíamos, no la historia que la gente pensaba que era
nuestra historia, para que en realidad tuviéramos una voz... 435
El esfuerzo no fue simplemente lograr que las personas recopilen y cuenten sus propias
historias, sino también alentarlos a comprometerse con lo que ya se había escrito y dicho
sobre ellos: el proyecto siempre involucró un elemento de compromiso crítico con los
discursos hegemónicos, es decir, discursos locales de diferencia racial y cultural. Con este
fin, empezamos por estudiar periódicos viejos. La intención también era leer relatos de
científicos sociales y (otros) escritores de ficción.

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El título del curso era 'Así éramos: Historias de vida de Tiger Bay'. La primera sesión atrajo
a 42 personas. Este tipo de participación era algo insólito: la autoridad local había estado
tratando de poner en marcha clases de educación para adultos en Butetown durante algunos
años con muy poco éxito.
En términos de financiación y otros recursos materiales, comenzamos nuestras sesiones
semanales prácticamente sin nada. Nuestras únicas posesiones, compradas gracias a una
pequeña subvención de £ 350 del Servicio de Educación Comunitaria del condado, eran
equipos de calidad de transmisión de nivel mínimo: una grabadora de casete Marantz CP430
y dos buenos micrófonos, y una pequeña cantidad de cintas de audio. Una consecuencia de
la falta de recursos fue que ayudó a unir al grupo a través de la responsabilidad colectiva:
MB: No teníamos dinero, así que teníamos el Butetown Community Center gratis los martes
por la noche... Solía traer la tetera de casa. Molly y Rita u Olwen o cualquiera de nosotros
juntamos nuestro dinero y compramos galletas, té y café. 436
El objetivo de las sesiones era doble: que los residentes locales aprendieran a hacer historia
oral y que el grupo comenzara a recopilar sistemáticamente historias de vida en cintas de
audio. La idea era que el antropólogo/historiador oral mediara en el proceso de adquisición
del conocimiento, haciendo eventualmente innecesaria su presencia. El énfasis no estaba
simplemente en la capacitación (demostración práctica de técnicas de entrevista, uso de
micrófonos, etc.) sino en la educación (discusión crítica de temas y cuestiones en
investigación, historia oral y democracia cultural):
MB: La primera mitad de las sesiones sería para que aprendiéramos técnicas de
entrevistas, así que usamos un libro de Paul Thompson [The Voice of the Past]... Glenn
consiguió un montón de ellos. Se suponía que todos debíamos pagarle, pero no creo que
nadie lo hiciera. Al final nos regaló a todos un libro. Así que solíamos hablar sobre historia
oral y solíamos pensar en preguntas y temas y solíamos leer pasajes de los libros... No creo
que nos diéramos cuenta de lo que nos estaba pasando, pero en realidad estábamos
desarrollando [conocimiento y] habilidades
Las sesiones estaban destinadas a durar 32 semanas, pero terminaron durando tres años.
Alrededor de la mitad de los que asistieron regularmente a esas sesiones todavía están
activamente involucrados en el Centro hoy. Obviamente, nuestras sesiones tuvieron un efecto
significativo y duradero. Alessandro Portelli ha observado:
[C]uando el encuentro tiene lugar {sobre la base} de la igualdad, no solo el
observador, sino también los "observados" pueden verse estimulados a tener nuevos
pensamientos sobre sí mismos. Esto arroja una nueva luz sobre un viejo problema: la
interferencia del observador en la realidad observada. El fetiche positivista de la no
interferencia ha desarrollado técnicas extravagantes para eludir o eliminar este problema.
Creo que debemos darle la vuelta a la cuestión y considerar los cambios que nuestra
presencia puede provocar como algunos de los resultados más importantes de nuestro
trabajo de campo. 437

16.5 Mantener viva la democracia cultural

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238

Quizás después de leer la discusión anterior sobre la democracia cultural en nuestros primeros
años, el lector puede imaginar que ha sido fácil de mantener. Nada más lejos de la realidad,
como deja claro el siguiente diálogo entre Karen Gehrke y Chris Weedon:
KG: Mencionaste una vez que una idea detrás del Centro también era... realizar la
idea de democracia cultural.
CW": Sí, ... todo el proyecto, incluso cuando estaba en sus primeras fases de un
proyecto de historia comunitaria, fue un ejercicio de democracia cultural en el sentido de que
en lugar de que alguien de afuera viniera y lo hiciera, la idea era que las personas debían
coleccionar su propia historia, debían entrevistarse entre sí, coleccionar sus fotografías,
archivarlas y todo lo demás, Y que cada decisión... y todos los objetivos debían ser discutidos
por el grupo. Y debía ser un cosa colectiva que siguió adelante, en la que todos participaron
independientemente de su origen, educación o lo que sea...
Ahora, obviamente, desde esos primeros días se hizo más grande, pero creo que esos
principios siguen siendo importantes. Es solo que ahora es más diverso, por lo que las
personas eligen trabajar en diferentes áreas. No todo el mundo puede hacer todo porque hay
demasiadas cosas sucediendo, pero ciertamente la idea de que deberían ser personas
haciéndolo por sí mismas y debería ser empoderador... todavía está ahí.
KG: "¿Entonces crees que desde tu punto de vista funcionó hasta ahora?
CW: No diría que fue un éxito del 100 por ciento, creo que es una batalla continua.
Creo que la democracia cultural es muy difícil porque [se basa] en la noción de que la gente
realmente quiere asumir una de las cosas que este proyecto ha demostrado es que, a menudo,
la gente en realidad no quiere asumir la responsabilidad. Quiero decir que quieren sentir
que están involucrados y quieren opinar, pero no siempre quieren hacer todas las otras cosas
que van más allá de eso, para realmente darse cuenta.
Hay límites a cuánto están dispuestos a hacer, o qué: áreas en las que están dispuestos a
involucrarse. . . Creo que es una lucha continua, la democracia cultural. 438
Con respecto a la asunción de responsabilidad, todavía se da el caso de que casi todas las
entrevistas de historia de vida grabadas en audio en nuestro archivo fueron realizadas hace
más de una década por dos voluntarios (el antropólogo y Marcia Barry) en los primeros años
de nuestra existencia. A pesar de la opinión profundamente sentida de la comunidad de que
su historia debe ser preservada, no mucha gente local ha estado dispuesta a salir y asegurarse
de que se haga, a pesar de que el equipo y la experiencia necesarios están fácilmente
disponibles para ellos.

16.6 ¿Qué hacemos con las voces? 439

Nuestro archivo de historia oral ahora incluye alrededor de 800 horas de entrevistas grabadas
en audio y una docena de horas de video (este último realizado en colaboración con dos
grupos de video locales). Todavía no hemos podido hacer un uso sustancial de este material.
Debido a los recursos necesarios, transformar entrevistas grabadas en audio en un formato
que pueda compartirse con una audiencia pública de lectores u oyentes puede plantear serias
dificultades para grupos como el nuestro.
Hemos hecho uso del testimonio oral en la radio. Nuestro logro más notable con los medios
fue nuestra participación central en la producción de Bay People, dos programas de media

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hora, narrados por Glenn Jordan y transmitidos por BBC Radio Wales en octubre de 2001.
La mayoría de las voces en los programas son de personas, de diversos orígenes étnicos, a
quienes recomendamos; y muchas de las entrevistas fueron grabadas en nuestro centro. Estos
desarrollos sugieren cambios importantes en la política de representación.
Producir libros a partir de cintas de audio es un negocio largo, laborioso y costoso. Desde
nuestros primeros días, hemos tenido la intención de producir dos volúmenes de historias de
vida: Women’s Lives from Tiger Bay and Men’s Lives from Tiger Bay. En términos más
generales, planeamos producir publicaciones, incluidos libros para niños, que harían un uso
extensivo de la historia oral. Hasta la fecha, eso no ha sucedido; de hecho, resulta que todas
las historias de vida/historias comunitarias que hemos publicado -a excepción de breves
extractos para nuestros paneles de exhibición o nuestro boletín informativo (previamente
existente)- han sido escritos por personas que han escrito sus textos en una computadora, es
decir, en un formulario que pudiera leerse, discutirse y editarse fácilmente. Esto tiene
consecuencias irónicas: aquellos cuyas voces están más marginadas dentro de esta
comunidad aún no han aparecido impresas, a pesar de nuestros elevados objetivos
culturalmente democráticos.

16.7 El pueblo responde

Esta no es la historia de mi vida. Es simplemente un registro de los recuerdos de una infancia


pasada "Down the Docks" en Cardiff. Algunas de las imágenes y sonidos, los olores, los
sentimientos.
Phyllis Grogan Chappell440

Varios grupos comunitarios han producido y publicado escritos de la clase trabajadora,


incluidas historias comunitarias e historias de vida. En el Reino Unido, quizás el más exitoso
sea Centreprise, con sede en el distrito londinense de Hackney.

Centreprise comenzó a publicar escritos de la clase trabajadora en 1972. . . Desde


sus comienzos como un proyecto de historia local, la publicación Cent-reprise se ha
expandido para incluir, junto con la historia, una amplia gama de otros trabajos de personas
locales. Las publicaciones incluyen: escritos de jóvenes; autobiografías locales de la vida
de la clase trabajadora; materiales de historia local; escritura de estudiantes de
alfabetización; Zurit negro1g; y la poesía y los cuentos producidos por los talleres de
escritores. En sus primeros años (1972-5), Centreprise produjo 25 títulos, cada uno de los
cuales vendió entre 450 y 5000 copias. Posteriormente continuó publicando varios títulos
cada año y en 1992 tenía una lista de 34 títulos impresos.441

El programa de publicación de Butetown History & Arts Centre no ha tenido tanto éxito
como Centreprise. Nuestros esfuerzos, sin embargo, están guiados por principios y prácticas
similares, excepto que no ponemos tanto énfasis en el trabajo. Hasta la fecha, nuestras
publicaciones incluyen ocho libros (coproducimos uno más) y dos folletos.442

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Desde el principio, establecimos una serie titulada 'Historias de vida de Tiger Bay' en la que
se alentaría a la gente local a publicar. Hasta el momento, se han publicado cuatro títulos en
la serie: Neil Sinclair, The Tiger Bay Story (140 páginas, 1993); Phyllis Grogan Chappell, A
Tiger Bay Childhood· Growing Up in the 1930s (80 páginas, 1994); Harry 'Shipmate' Cooke,
How I Saw It: A Stroll thro' Old Cardiff Bay (112 páginas, 1995); y Neil Sinclair, Endangered
Tiger: A Community under Threat (196 páginas, 2003). Actualmente estamos trabajando en
un quinto título: Olwen Blackman Watkins, A Family Affair: Three Generations in Tiger
Bay.
Los libros de nuestra serie Life Stories son fáciles de usar: el tamaño es A5
(aproximadamente 150 X 210 mm) y la extensión suele ser considerablemente inferior a 200
páginas. El libro más corto, A Tiger Bay Childhood de Phyllis Chappell, tiene solo 80
páginas. Seguí presionándola para que escribiera más hasta que tuviéramos suficiente texto
para producir un libro en lugar de un folleto. Hay un punto serio aquí, que tiene que ver con
la política de la visibilidad: si se va a notar la escritura de la clase trabajadora, uno necesita
poder ver la marea en el lomo.
¿Cuál es la motivación para escribir estos libros? Alessandro Portelli ha observado: 'La
narración de una historia preserva al narrador del olvido.37 En el caso de nuestros escritores
de Tiger Bay, el deseo parece más proclamar '¡ESTAMOS!' en lugar de afirmar '¡YO SOY!'
Estos escritores privilegian la historia de la familia y, especialmente, de la comunidad, no la
autobiografía.38 El deseo de contar sus historias personales es reemplazado por la búsqueda
de escribir relatos internos sobre una comunidad difamada que conocen y, por lo general,
aman.
Sus fuentes no son informes de investigación ni mapas ni libros de censos. Son memorias
compartidas e historias preservadas a través de generaciones a través de tradiciones de
narración y en las interacciones de la vida diaria, el tipo de memoria y conocimiento discutido
en el siguiente pasaje por el Grupo de Memoria Popular CCCS:

Un conocimiento del pasado y del presente también se produce en el curso de la vida


cotidiana. .. Tal conocimiento puede circular, por lo general sin amplificación, en la
conversación cotidiana y en el . . . narrativas. Incluso puede registrarse en ciertas formas
culturales íntimas: cartas, diarios, álbumes de fotografías y colecciones de cosas con
asociaciones pasadas. Puede resumirse en anécdotas que adquieren la fuerza y generalidad
del mito. . . Por lo general, esta historia es . . . no sólo no registrado, sino realmente
silenciado. No se ofrece la ocasión de hablar. 443

Tal memoria es el objeto de gran parte de nuestro trabajo.


A veces se dice que la historia oral y las historias de vida son inevitablemente parciales, tanto
en el sentido de que son incompletas (es decir, a menudo están fragmentadas o son
insignificantes y no brindan un relato suficientemente amplio) como de que son partidistas
(es decir, son no 'objetivos' o 'neutrales' sino que adoptan una posición, a menudo la de
defender su comunidad y/o su pasado). Los escritores de nuestra serie Life Stories from Tiger
Bay son muy conscientes de esto y consideran que su postura moral es positiva.
El papel del antropólogo/historiador oral en la producción de los libros de la serie es el de
facilitador. A veces ha reorganizado fragmentos dispares del texto para formar secciones y
capítulos más coherentes; oraciones editadas por razones gramaticales; o nombres sugeridos

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para los capítulos. Sin embargo, su edición no se extiende a asuntos de 'verdad': no cuestiona
'los hechos' que presentan los lugareños. También tiende a renunciar al poder de nombrar: la
mayoría de los títulos de los libros fueron elegidos por sus autores, a veces a pesar de las
objeciones del editor. La preocupación clave en el proceso de edición ha sido preservar la
voz del autor, de modo que las personas locales que conocen al autor puedan literalmente
escucharlo hablar si leen el texto. El modo de escritura es popular, más que académico. 40
El mérito de nuestros libros de Historias de Vida no radica simplemente en sus motivaciones,
fuentes y estilo. Quizás su mayor contribución radica en los relatos detallados que brindan,
es decir, la información específica que puede desencadenar recuerdos locales y también
puede servir al estudiante o académico como guía para una mayor investigación.
Desde el año 2000, nuestro programa de publicaciones ha aumentado considerablemente,
esta vez con el antropólogo/historiador oral a menudo asumiendo el papel de 'autor'. Esto no
indica un abandono de nuestro compromiso con la democracia cultural, sino una decisión de
producir una gama más diversa de publicaciones, incluidos libros que privilegian las
imágenes visuales, en particular, las fotografías.

16.8 Historia, memoria y lo visual

¿Por qué fotografías? Por su poder, para desencadenar emociones; reunir la memoria
individual y colectiva; para convencer al espectador de que lo que ve realmente existe. Marita
Sturken explica:

La fotografía de valor personal es un talismán… Evoca tanto la memoria como la


pérdida, tanto un rastro de vida como la perspectiva de la muerte… [E]s un mecanismo a
través del cual el pasado puede construirse y situarse dentro del presente. Las imágenes
tienen la capacidad de crear, interferir y perturbar los recuerdos que tenemos como
individuos y como cultura. Dan forma a historias personales y afirmaciones de verdad, y
funcionan como tecnologías de la memoria, produciendo tanto memoria como olvido. 41
Nuestra recurrencia hacia la fotografía parece haber ocurrido por accidente. En 1989, una
organización llamada NewEmploy Wales encargó al Butetown Community History Project
que preparara una exposición permanente para su nueva oficina en Cardiff Bay, que iba a ser
un centro de formación para los jóvenes locales.
La exposición fue co-comisariada por la antropóloga y Olwen Blackman Watkins, una de las
residentes más respetadas de Butetown y maestra de escuela recientemente jubilada. Usando
su gran colección personal de fotografías de la familia y la comunidad como punto de partida,
recopilamos cientos de fotografías que datan desde principios de siglo hasta la remodelación
(la llamada 'limpieza de barrios marginales') del área en la década de 1960. Las imágenes
fueron copiadas, ampliadas y enmarcadas profesionalmente. La exposición constaba de unas
90 imágenes: la mayoría de ellas eran de 12 x 16, 16 x 20 o 20 x 24 pulgadas; seis o siete de
ellos eran muy grandes, tal vez alrededor de 48 pulgadas de ancho.
La exposición se inauguró una calurosa tarde de domingo de julio de 1989. La respuesta fue
fenomenal: asistieron 400 personas. El edificio estaba literalmente abarrotado. Cuando los
residentes pasados y presentes de Butetown se encontraron con las imágenes, parecían no
creerlo del todo. Señalaron a las personas en las fotografías grupales y discutieron sobre sus
nombres. Reían y lloraban al reconocerse a sí mismos, a sus amigos, a su lugar. Algunos
incluso fueron a casa y trajeron algunas de sus propias fotografías para compartirlas con el

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grupo. La alegría del reconocimiento, la validación de la memoria popular, el dolor de la


pérdida, esa es la experiencia que muchos lugareños vivieron al ver esas imágenes.
Sabíamos que las fotografías eran importantes, pero no nos habíamos dado cuenta de cuán
importantes. A partir de ese momento, decidimos recopilar imágenes fotográficas. A
diferencia del museo, no hemos buscado especialmente coleccionar fotografías originales
(pensamos que la gente debería conservar sus fotografías personales y familiares), aunque a
veces esas imágenes nos han sido donadas para su custodia. Nuestro archivo ahora incluye
casi 5000 imágenes. 444
La exhibición en NewEmploy Wales permaneció en su lugar durante más de diez años, hasta
que esa organización dejó de existir. A pesar de que las imágenes no cambiaron, la gente
todavía venía a verlas. La exposición se convirtió en un sitio de memoria. ¿Por qué? Porque,
para repetir a Roland Barthes, esas fotografías recordaban a los espectadores locales que lo
que veían -sus amigos, sus calles, su comunidad, ellos mismos- ya no era sino que 'de hecho
ha sido'. 445
En 1997, después de realizar algunas exhibiciones temporales en otros edificios en los
muelles de Cardiff, el Butetown History & Arts Centre desarrolló su propia galería.44
Nuestra galería está comprometida con la democracia cultural: producir y presentar
imágenes, texto, sonido e imágenes en movimiento que sean accesibles y significativos para
la gente común. La mayoría de nuestras exhibiciones abordan temas de la historia de la
población local, la política cultural y la vida cotidiana, explorando temas como la
inmigración, la identidad, la comunidad, la cultura popular, la regeneración urbana y las
representaciones mediáticas de las diferencias raciales y culturales. Las fuentes comunes para
nuestras exhibiciones autogeneradas incluyen fotografías de fotógrafos callejeros, fotografías
de álbumes personales y familiares e imágenes de periódicos y otros medios populares.
Aunque buscamos llegar a 'espectadores no tradicionales', es decir, personas que rara vez, si
es que alguna vez, asisten a museos o galerías, no asumimos que no sean inteligentes o
sofisticados. Deseamos producir exhibiciones que sean visualmente interesantes e
intelectualmente rigurosas. Así, por ejemplo, nuestras exhibiciones se están volviendo cada
vez más polivocales: pueden incorporar concepciones contrapuestas del pasado o pueden
elogiar y problematizar las imágenes que contienen. 446 Para acompañar nuestras
exhibiciones, ahora producimos catálogos de exhibiciones sustanciales, explorando temas
como las poéticas y políticas de la representación 447 y generalmente pensadas para que
puedan tener vida después de las exposiciones.448
Mientras escribo (diciembre de 2002), estamos completando nuestro cuarto libro basado en
imágenes: Fractured Horizon: A Landscape of MemoryInsertar una etiqueta .48 Este
pequeño, hermoso e inquietante libro es el resultado de un proyecto realizado en 2001 por
Mathew Manning, entonces estudiante de fotografía y estudios de medios en la Universidad
de Glamorgan, y Patti Flynn, una cantante y escritora cuya familia tiene profundas raíces en
ese lugar que ahora se llama Bahía de Cardiff. Juntos, a través de imágenes y palabras,
confrontan el pasado y el presente de los muelles de Cardiff:

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Durante un período de varias semanas juntos alrededor de la costa del área que se
está reinventando como la Bahía de Cardiff... Para guiar al fotógrafo, el narrador recurre
a un archivo personal y colectivo de impresiones almacenadas. Para encontrar lo que
recuerda, para recuperar fragmentos de su pasado, la narradora lleva a la fotógrafa a los
bordes, los márgenes, los espacios aún no terminados de la remodelación. Allí, entre lo
arrasado por el tiempo y lo erosionado, lo usado y lo abandonado, casi se las arregla para
estar en casa.
. . . Estas son fotografías del presente, impresas con huellas del pasado. 449
Catherine Belsey ha declarado: 'El tipo de historia cultural que propongo es una historia de
representación'. 450 Esto está cerca del proyecto que perseguimos en nuestras exposiciones y
actividades relacionadas. La historia de las personas, tal como la practicamos, incluye formas
de ver, es decir, un compromiso con las imágenes que va más allá de cualquier suposición de
que simplemente proporcionan 'evidencia' o una 'ventana a la realidad'.
Fractured Horizon, la exposición y el libro, señalan un compromiso con lo visual que es muy
diferente del que suelen practicar los historiadores, incluidos los que producen la "historia de
las personas": la imagen y el texto existen en una relación dialógica en la que ninguno es
privilegiado. Raphael Samuel ha observado perspicazmente:

'Historia desde abajo'. . . se detuvo antes de cualquier compromiso con los gráficos.
Atrapado en la revolución cultural de la década de 1960, permaneció apegado a formas
bastante tradicionales de escritura, enseñanza e investigación. The Making of the English
Working Class (1963) de E.P. Thompson no tiene ni una sola copia para fermentar las 800
páginas de narrativa que cubre algunos de los años más brillantes de la caricatura política
inglesa. Ni The World We Have Lost (1965) de Peter Laslett... La historia social de la 'nueva
ola' tomó fotografías a bordo. . . pero fue por su contenido de realidad más bien por su valor
o interés pictóricos, en resumen, porque fueron pensados como parte de una verdad
documental.
Él continúa:
Parece posible que el nuevo interés de la historia por la "representación" y su
reconocimiento tardío del giro deconstructivo en el pensamiento contemporáneo permitan,
e incluso fuercen, un compromiso más central con los gráficos... Las fotografías, si están en
el espíritu del posmodernismo. Están separados de cualquier noción de lo real, podrían
estudiarse por la teatralidad de las apariencias sociales, más que como semejanzas de la
vida cotidiana. 451
'Postmodernismo' es un término que rara vez se usa en el Butetown History & Arts Centre.
No obstante, algunas de nuestras prácticas están informadas por leves dosis de ideas
posestructuralistas y posmodernistas.

16.9 Reflexiones finales

Este capítulo ha planteado varios temas que tienen que ver con la historia popular y la
democracia cultural a través de la discusión de un proyecto que existe desde hace unos quince
años en la zona portuaria de Cardiff. Ha explorado cómo comenzó el Proyecto de Historia

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Comunitaria de Butetown y el espíritu y las prácticas (de historia oral, investigación


colaborativa, educación basada en la comunidad, publicaciones y exhibiciones comunitarias)
que él y su sucesor (Butetown History & Arts Centre) han tratado de mantener. Ha
demostrado repetidamente la centralidad de la historia para la democracia cultural y la
persistencia de la comunidad.
Me gustaría concluir reflexionando sobre dos desafíos: el de hacer un trabajo intelectual
radical y el de lograr la democracia cultural. Considere la siguiente declaración de Stuart
Hall, el teórico cultural e intelectual activista:

Vuelvo a la seriedad mortal del trabajo intelectual. Es un asunto mortalmente serio.


Vuelvo a la distinción crítica entre trabajo intelectual y trabajo académico: se superponen,
colindan entre sí, huyen el uno del otro, uno te proporciona los medios para el otro. Pero no
son lo mismo. Vuelvo a la dificultad de instituir una práctica cultural y crítica genuina, que
pretenda producir algún tipo de trabajo político intelectual orgánico... Vuelvo a la teoría y
la política, la política de la teoría. No la teoría como voluntad de verdad, sino la teoría como
un conjunto de conocimientos coyunturales, localizados y en disputa, que deben ser
debatidos de manera dialógica. Pero también como una práctica que siempre piensa en su
intervención en un mundo en el que haría alguna diferencia, en el que tendría algún efecto.
Finalmente, una práctica que comprende la necesidad de la modestia intelectual.452

Desde la perspectiva del Butetown History & Arts Centre, al igual que para Stuart Hall, el
trabajo intelectual radical es un asunto serio, que implica una intervención localizada y un
compromiso a largo plazo. También implica un compromiso con el trabajo colectivo y la
responsabilidad compartida. Sin embargo, esto no siempre es fácil de lograr: las personas
tienen diferentes habilidades y motivaciones y, como se indicó anteriormente, a veces no
desean asumir una responsabilidad significativa para asegurar que la organización tenga
éxito.
Finalmente, desde nuestro punto de vista, hacer un trabajo intelectual radical incluye el
compromiso de escribir en una forma que sea intelectualmente rigurosa y, en términos de
vocabulario, sintaxis y modo de presentación, accesible a una amplia audiencia, incluidas las
personas que no han tenido educación superior. . En el caso de este ensayo, esta posición
significa que todo lo que aquí se escriba debería, en principio, ser accesible a los miembros
de nuestra organización o de la comunidad local que deseen leerlo.
Escribir de esta manera plantea verdaderos desafíos. No pretendo haberlos conocido siempre.

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Glosario
Este glosario no es exhaustivo. Explica términos difíciles que se repiten en varios capítulos.
No explica palabras asociadas con teorías particulares, porque esa es la tarea de capítulos
específicos.
Agencia: La capacidad de un individuo o grupo para actuar conscientemente hacia un fin
particular.
Determinismo: en historia se refiere generalmente a la noción de que los procesos históricos
se ajustan a ciertos patrones o leyes que (a) están más allá de nuestro control y (b) hacen que
un curso particular de eventos sea necesario o inevitable. La creencia opuesta es la noción de
libre albedrío. Véase también Agencia y Teleología.
Discurso: se usa generalmente para referirse a la comunicación oral o escrita, o al tratamiento
extenso hablado o escrito de un tema. El discurso es utilizado en un sentido especial por los
postestructuralistas y se refiere a la relación entre el lenguaje y su contexto, como un medio
tanto para producir como para organizar el significado en contextos sociales. Como tal, está
relacionado con el poder social.
Empirismo: La doctrina de que el conocimiento debe basarse en la experiencia, la
observación y quizás el experimento.
Epistemología: La teoría del conocimiento, su validez y fundamentos.
Hegemonía: Un grupo dominante gobernado por consentimiento ideológico (medios no
coercitivos); el grupo dominante logra poder y control sobre otros grupos en la sociedad
representándoles con éxito que el estado de cosas existente es lo mejor para ellos.
Hermenéutica: En historia suele significar la interpretación de las fuentes, muchas veces
para desvelar las intenciones e ideas de sus autores.
Heurística: Un concepto u otro dispositivo que sirve para descubrir o aprender algo.
Historicismo (Historism): una doctrina histórica asociada particularmente con Leopold von
Ranke en la que todas las acciones, categorías, verdades y valores son explicables en términos
de condiciones históricas particulares y, en consecuencia, solo pueden entenderse mediante
el examen de contextos históricos particulares, en desapego de las actitudes actuales. Los
historiadores a menudo se enfocan en la historia política y los grandes hombres. El término
'historicismo' (historicism) también se usa para designar este tipo de historiografía, pero
hemos preferido historicismo (historism) en este volumen porque el término historicismo
(historicism) también se usa para designar la doctrina de que los eventos particulares solo
pueden entenderse en términos de 'leyes históricas'. El historicismo (Historism), tal como lo
hemos definido, rechaza esta afirmación sobre la base de que los acontecimientos históricos
son siempre únicos.
Metanarrativa: una teoría que pretende ser integral y poder explicar todas las instancias
particulares (también conocida como gran narrativa, narrativa maestra, gran teoría).
Metafísico: Usado generalmente para designar o abstraer, quizás especulativo,
razonamiento. Usado por Derrida -en un sentido diferente- para designar la búsqueda ilusoria
de las realidades subyacentes
Ontología: El estudio de la naturaleza del ser, de lo que es ser en el mundo.
Positivismo: Doctrina que sostiene que las percepciones de los sentidos son la única base
admisible del conocimiento humano y del pensamiento preciso. Los positivistas sostienen

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que las leyes históricas, si las hay, deben derivarse de la observación. Los positivistas a
menudo atacaban la metafísica como especulación abstracta.
Relativismo: la doctrina de que el conocimiento no es absoluto, sino que depende del punto
de vista.
Sujeto: Puede designar la capacidad de un individuo o de un grupo para dar sentido al mundo
y elegir un determinado curso de acción (ver Agencia) o, por el contrario, puede significar
sujeción a estructuras lingüísticas o sociales. Algunas teorías intentan reconciliar estos dos
significados del término.
Teleología: La noción de que la historia avanza hacia un fin predeterminado: el socialismo,
el capitalismo, el gobierno de Dios, la realización de la nación-mirada, por ejemplo.
Universalismo/universalista: Conceptos, ideas o teorías que se consideran de aplicación
general, no solo a categorías particulares de personas, naciones o sociedades.

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