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Publicación: Writing History Theory and Practice editado por Stefan Berger, Heiko Feldner y Kevin
Passmore
Primera Publicación es Gran Bretaña en 2003 por Arnold Hodder de The Hodder Headline Group, 338
Euston Road, London.
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Tabla de contenido
Prólogo .............................................................................................................................. 2
1. La Nueva cientificidad en la escritura histórica alrededor del 1800 ........................... 5
2. La tradición rankeana en la historiografía británica entre 1840 a 1950 ...................... 20
3. La profesionalización e institucionalización de la historia ........................................... 35
4. Historiografía marxista .............................................................................................. 50
5. Historia y ciencias sociales ......................................................................................... 66
6. Los Annales ................................................................................................................ 83
7. Postestructuralismo e historia ................................................................................... 93
8. Psicoanálisis e historia.............................................................................................. 113
9- Historia comparativa 128
10- Historia política 141
11- Historia social 156
12- Historia económica 171
13 –Historia intelectual/historia de las ideas 186
14- De la historia de las mujeres a la historia del género 200
15-Raza, etnia e historia 217
16- Voces desde abajo: haciendo la historia de la gente en Cardiff Docklands 230
Glosario 245
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Prólogo
Nos guste o no, los historiadores no pueden evadir la teoría. En efecto, la idea de que la
historia podría y debería ser un campo de investigación académico aparte (hoy tomado por
sentado) dependía, como se demuestra en el primer capítulo de este libro, de los cambios en
la comprensión durante el siglo XVIII sobre la naturaleza misma del conocimiento. Incluso
si ellos mismos expresamente no utilizaban la teoría, la escritura de los historiadores está
sutilmente fundamentada por presunciones teóricas. El gran antiteórico Greoffre Elton,
podría haber argumentado que la formación de las técnicas de investigación histórica,
asociada con la fidelidad al registro documental, permitiría la acumulación de relatos
objetivos del pasado, pero su propio trabajo asumió la importancia teórica de la política y
presentó una visión de la historia en la que el desarrollo del estado británico era fundamental.
Algunos historiadores contemporáneos descartan como jerga expresiones tomadas de la
crítica literaria tales como "discurso", al igual que sus predecesores de principios del siglo
XX se negaron a aceptar conceptos psicológicos de moda como "motivaciones
inconscientes". Pronto, "discurso" también pasará al sentido común y dejará de ser
considerado un término teórico. De hecho, ninguno de los conceptos utilizados por los
historiados es inocente. Cada uno tiene su historia.
El propósito de este libro es explorar las formas en que la teoría ha influenciado la escritura
histórica práctica. Writing History se basa en reconocer que a menudo a los estudiantes les
resulta difícil ver cómo las discusiones abstractas de la filosofía de la historia o las historias
de la disciplina se relacionan con su propia práctica como historiadores. Cada uno de los
capítulos combina la explicación de conceptos esenciales con discusiones críticas sobre la
forma en que estos mismos han influenciado las obras de los historiadores en ejercicio. Se
les recomendará a los estudiantes que combinen la lectura de este libro con un texto de los
autores abordados él.
Evidentemente, la gama de teorías usadas por los historiadores es demasiado larga para
abarcalas en un solo volumen. Nuestra decisión fue incluir aquellas metodologías, teorías y
objetos de investigación que los estudiantes fuesen a encontrar en sus lecturas de asignaturas
de historia "normales" y, por lo tanto, permitirles reconocer los supuestos que estructuran las
obras y los campos individuales en su totalidad.
La estructura del libro es tripartita. Los tres capítulos de la primera sección estudian las
condiciones intelectuales e institucionales en las que se desarrolló la historia profesional.
Explican los cambios intelectuales que hicieron posible el surgimiento de la historia como
una disciplina "científica" en Alemania a fines del siglo XVIII, la difusión de los métodos
históricos “rankeanos” desde la Alemania del siglo XIX al resto del mundo, y la
diversificación del método desde finales del siglo XX, además desafíos a las "formas
occidentales" de escribir la historia.
La segunda parte del libro presenta enfoques de la historia que pretenden ser aplicables a
todos los períodos y campos de la historia. Los enfoques marxistas, científico social y
analistas abordados en los capítulos 4, 5 y 6 son todas explicaciones expresamente
totalizadoras de la historia. Su perspectiva teórica y conceptos han sido aplicados a todos los
campos de la investigación histórica y cada objeto de estudio se ajusta a una explicación
general de la historia o a una "metanarrativa".
En las últimas décadas todos estos enfoques han sido testigos de intentos de eliminar sus
carácteristicas más teológicas y deterministas. Esto ha conducido a cierta confluencia entre
ellos y a una cierta pérdida de especificidad como teorías.
A pesar de que el posestructuralismo proporcionó gran parte de la fuerza detrás de esta crítica
de las metanarrativas, se incluye en la segunda parte porque propone un método de análisis
crítico que está pensado para ser aplicable a todos los objetos estudiados por los historiadores.
Del mismo modo, la psicohistoria se incluye en la segunda parte ya que el psicoanálisis
freudiano proporcionó una serie de conceptos que supuestamente explicaban todos los
aspectos del comportamiento humano (desde las motivaciones individuales hasta los orígenes
y la naturaleza de las guerras) en cuánto a la relación del niño con sus padres. Últimamente,
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Los capítulos de la segunda parte de Writing History tratan las tradiciones teóricas únicas;
los de la tercera parte consideran el impacto de una diversa gama de teorías en un solo campo
de la historia. Muchas veces dan por sentado el conocimiento discutido en secciones
anteriores sobre teorías en particular. Los lectores deben, evidentemente, tener en cuenta que
las teorías son rara vez aplicadas en forma "pura" a objetos específicos de estudio.
Habitualmente, los historiadores han combinado elementos de una variedad de teorías.
La decisión de incluir un determinado capítulo en las partes dos y tres del libro puede parecer
de alguna manera arbitraria. Los historiadores de género y raza, por ejemplo, han discutido
que toda la historia puede y debe reescribirse de acuerdo con sus conceptos, pero por dos
razones los capítulos sobre estos temas han sido incluidos en la tercera parte. En primer lugar,
los autores de estos capítulos han tratado el género y la raza como objetos de estudio sobre
los que se ha aplicado una serie de tradiciones teóricas, más que como métodos. En segundo
lugar, gran parte de la teoría contemporánea de género y raza puede verse como
metodológicamente derivada del posestructuralismo.
De hecho, la tercera parte de Writing History refleja hasta qué punto el compromiso con el
posestructuralismo ha dado forma a la escritura histórica en los últimos años. Los
historiadores de la política, las sociedades, las ideas, el género, la raza y la economía, todas
en diferentes grados, han desviado su atención de las causas subyacentes a las historias con
significado e identidad. Independiente del campo, los historiadores contemporáneos se
preocupan cada vez más por las culturas.
Heiko Feldner
“Schorske no es tan ingenuo como para declarar la muerte de la historia”, reconoce Steven
Beller en su reseña sobre el texto de Carl E. Schorske Pensar con la Historia:
pero Clio ciertamente, en su opinión, ha atravesado tiempos difíciles. La reina de las ciencias
a medidas del siglo XIX, ahora en circunstancias muy "estrechas", reducida en palabras de
Schorske, teniendo "citas" con cualquier disciplina que la tome en cuenta. Esta sensación de
que la historia ha sufrido una caída en desgracia es demasiado pesimista. La historia nunca
tuvo la preeminencia que le atribuyó Schorske, excepto quizás en Alemania.1
La crítica de Beller se refiere a una serie de temas que forman el telón de fondo del siguiente
capítulo. Para comenzar, existe la idea de que la historia es una ciencia y posteriormente la
incertidumbre sobre qué significa exactamente eso; segundo, la suposición de que hubo una
edad de oro de la historia, si alguna vez existió, fue en Alemania del siglo XIX; y finalmente,
el empeño por dotar a la disciplina académica de la historia, de una forma u otra, de una
biografía propia. Detrás de estos temas está la duda sobre qué constituye la ciencia histórica
(la ciencia histórica francesa, la Geschichtswissenschaji alemana) y sus postulados de
objetividad, validez y verdad, un tema recurrente que da lugar a debates controvertidos,
particularmente en tiempo de cambio de paradigma.2
Parte integral de estos debates es la discusión sobre el surgimiento del orden científico en la
escritura histórica. 3 Es obvio que la historiografía como práctica cultural y verdadera
representación del pasado es mucho más antigua que la disciplina académica de la historia.
Aun así, en el siglo XVIII no se hizo ningún intento serio de reclamar para la escritura
histórica un código científico de práctica. De hecho, dentro del orden premoderno del
conocimiento, historia y scientia eran mutuamente excluyente.
Sin embargo, lo que parecía una contradicción en términos del filósofo inglés Thomas
Hobbes (1651), el académico alemán Christian Wolff (1712) y aún en 1751 los editores
franceses de la enciclopedia de Diderot y d'Alembert concretaron que la historiografía podría
ser vista como una ciencia, este fue el punto de partida para la teoría de la ciencia histórica
de Johann Gustav Droysen (Historik) solo unos cien de años más tarde en 1857.4Acaso,
¿eran los académicos del siglo XIX, al igual que el historiador y alumno de Hegel Droysen
más astutos que sus colegas del siglo XVII Y XVIII? ¿Detectaron algún potencial sin
explorar en la escritura de la historia que sus predecesores pasaron por alto?
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No fue otra cosa que la ciencia histórica y este capítulo es sobre sus inicios. Al plantearse
cómo fue posible considerar la historia como una ciencia, analiza el surgimiento de la nueva
cientificidad reivindicada, discutida y practicada en la escritura histórica de alrededor del
1800. Como a menudo se nos dice, fue en las universidades alemanas en donde la ciencia
histórica moderna prosperó, el caso alemán ocupa un lugar importante en este capítulo,
aunque esto no nos impedirá reflexionar sobre los desarrollos en otros lugares y sacar algunas
conclusiones más generalizadas sobre la escritura de la historia en su totalidad.
Ha pasado mucho tiempo desde que Hobbes escribió estas líneas. Y, sin embargo, incluso
hasta hoy es casi imposible que un historiador hable de la historia como ciencia sin provocar
una sonrisa, ya que siempre que el tema está bajo discusión en la filosofía de la ciencia, la
historia de la ciencia o simplemente la ciencia, probablemente los historiadores sean los
únicos en asumir que su disciplina también pertenece allí. Peor aún, los mismos historiadores
han hecho esto más complicado y han estado en disputa sobre si tratar la historia como una
ciencia blanda, cuasi-ciencia, ciencia sui generis (de su propio tipo), o incluso no como una
ciencia en absoluto, si no que un arte.6
Si bien esta línea de cuestionamiento tiene sus méritos, no nos va a interesar aquí. No quiero
explorar si la cientificidad (actuando según las líneas de la racionalidad científica) es un
objetivo alcanzable para los profesionales de la historia. Tampoco pretendo preguntar si la
cientificidad y las categorías de objetividad y verdad que la acompañan existen realmente y
si es así, si eso es algo deseable. Este capítulo no se ocupa de los problemas de existencia y
legitimidad, sino de los de la historia. De hecho, lo que significa "hacer las cosas
científicamente" ha cambiado drásticamente durante los últimos tres siglos. Las huellas de
este cambio todavía se pueden ver en nuestro uso actual de la palabra científico. Nos
deslizamos, por ejemplo, con facilidad a partir de afirmaciones ontológicas sobre la
estructura fundamental de la realidad histórica (la verdad objetiva de una afirmación
científica) a declaraciones sobre los procedimientos que aseguran la validez de nuestros
hallazgos empíricos (métodos científicos) y a las afirmaciones sobre los aspectos científicos
de un verdadero experto (distanciamiento, desapego, imparcialidad, modestia o simplemente:
objetividad). Nuestra noción de cientificidad, una mezcla de significados esencialmente
diferentes apunta a historias opuestas y a menudo conflictivas, que a su vez refieren a
diferentes tradiciones intelectuales, prácticas culturales y contextos sociales de origen en los
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que las diversas imágenes e ideales de cientificidad adquirieron sus respectivos significados.
Lo que quiero hacer aquí es rastrear algunos aspectos de esta historia y relacionarlos con la
historia de la escritura histórica. 7
Es seguro decir que, desde la época de la Reforma en el siglo XVI, el conjunto de diversos
géneros y prácticas a los que nos referimos como escritura histórica se estableció firmemente
en Alemania, si no como scientia, no obstante, como una parte importante de la eruditio
(erudición o educación aprendida). La Historia ocupó un lugar destacado como un discurso
distintivo, con los grupos correspondientes, practicantes, normas e instituciones. La primera
lectio histórica ya se había establecido en 1504 en la Universidad de Mainz. Constituyendo
una cuarta forma de conocimiento además de la ciencia, la prudencia y el ars, la cognición
histórica fue reconocida como experientia o cognitio empirica esto significa, conocimiento
empírico. Como tal, el conocimiento histórico fue visto como un componente indispensable
de la mayoría de las ramas del saber, en la medida en que estas ramas no solo se basaban en
principios axiomáticos sino también en conceptos empíricos desarrollados por procesos de
inducción. En este contexto, la historia adquirió un significado particular como experientia
aliena, como experiencia ajena. Al ampliar los horizontes de la experiencia personal
extrayendo lecciones ejemplares del pasado, la historia se valoró como un depósito de
máximas morales y políticas para la orientación de la conducta presente. No obstante, a pesar
de toda su importancia, dentro del marco epistemológico del aristotelismo, que prevaleció en
Alemania y de hecho en toda Europa hasta bien entrado el siglo XVIII, la historia como
ciencia era en un principio inconcebible, ¿cómo podemos explicar esto?.8
Lo importante con respecto a nuestra pregunta es el hecho de que a los historiadores se les
impidió practicar la ciencia, por así decirlo, por dos motivos. Por un lado, la historia era
incompatible con la ciencia en la medida de que exploraba las realidades concretas de hechos
y circunstancias particulares. Por otro lado, era incompatible con los estándares de la ciencia
en la medida en que buscaba capturar el terreno cambiante de los asuntos humanos, un
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Mi argumento en este capítulo es triple. Para comenzar, argumentaré que la cognitio histórica
se volvió concebible como ciencia histórica en Alemania, a raíz de una desjerarquización
fundamental del edificio del conocimiento académico, un proceso iniciado en el siglo XVI y
acelerado durante los siglos XVII y VXIII por las dos revoluciones intelectuales conocidas
como la Revolución Científica y la Ilustración. En otras palabras, no tenemos ninguna razón
para suponer que en una determinada coyuntura histórica la historiografía cruzó con éxito el
umbral de la cientificidad, (un ideal monolítico e inmutable), desarrollando ciertos métodos
que, por fin, fueron adecuados para el estudio de la historia. La cientificidad (saentijicite en
francés, Wissenschaftlichkeit en alemán) no es un hecho transhistórico. Como cualquier otro
concepto, tiene su historia propia.
El extrovertido siglo XVIII fue testigo de un debate particularmente tenso sobre la escritura
histórica y su papel para garantizar y alterar el orden social. Los debates vigentes sobre el
método asumieron mayor importancia como la capacidad del conocimiento histórico para
asegurar ciertos valores deseables y, en consecuencia, se pensó que la conducta correcta tenía
un impacto considerable en la perspectiva de la sociedad. Los profesionales de la historia
tuvieron que abordar algunos asuntos delicados. ¿Qué era exactamente el conocimiento
histórico adecuado? ¿Quién estaba autorizado para realizarlo y en qué condiciones? ¿Qué
grados de certeza era apropiado esperar de él? ¿Se podría hacer que diferentes grupos de
personas crearan las mismas cosas y de ser así, cómo se podría lograr? El recurso de las
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Quiero ilustrar mi argumento con una breve revisión del cambio de las concepciones
aristotélicas hacia la experiencial del conocimiento durante los siglos XVII y XVIII, con el
fin de establecer las implicaciones exactas de esto para el campo de la historia. De los muchos
de los aspectos que incluiría una descripción más completa, he seleccionado tres factores
principales. Primero, analizaré el surgimiento del conocimiento útil y cómo eso cambió el
mapa del conocimiento. Luego me refiero brevemente a lo que el historiador Holandés E.J
Dijksterhuis una vez llamó "la mecanización de la imagen del mundo", para mostrar qué
impulsó el pensamiento histórico que derivó de esto. A partir de esto, echo un vistazo al
surgimiento del experimento como una práctica de creación de conocimiento y considero
cómo afectó el caso de los estudios históricos empíricos. Por último, concluyo con algunas
reflexiones sobre cómo los tres elementos anteriores ayudaron a cambiar la compresión del
conocimiento científico a fines del siglo XVIII. Al hacerlo, aclararé la noción de cientificidad
en la escritura histórica que quiero dejar difusa en este punto, permitiendo que su sentido e
implicaciones emerjan a medida que avanza la investigación.
Quizás el rasgo más asombroso que un intelectual medieval como el franciscano William de
Baskenville de Umberto Eco registró en la Europa moderna temprana, fue la revalorización
del conocimiento producido para lograr fines prácticos. A grandes rasgos, la aspiración de
configurar la sociedad según principios racionales colocó las prácticas intelectuales cada vez
más al servicio de objetivos prácticos. "Pensar" en palabras de Hannah Arendt, se convirtió
en la "sirvienta de hacer lo que había sido la ...sirviendo de contemplar la verdad divida en
la filosofía medieval". Con el surgimiento del conocimiento útil o práctico (del comercio, por
ejemplo, o de los procesos de producción), la contemplación de la verdad eternamente dada
iba a perder su prerrogativa epistemológica. Como resultado, "la verdad científica y la
filosófica se han separado".11
Sin embargo, la creencia de que el conocimiento debería ser útil no era una idea flotante; fue
una parte integral de la formación de los primeros estados modernos y la política
concomitante del conocimiento. De hecho, la práctica del gobierno en la Europa moderna
temprana se basaba cada vez más en la recopilación sistemática de información organizada
con fines prácticos como las finanzas públicas (política, económica o en Rusia, Kameralnaja
nauka), el mapeo del territorio estatal (cartografía) y el bienestar y la vigilancia de los
gobernados ("aritmética política", estadísticas y en Alemania, Polizeiwissemchajt). No sin
una buena razón, el sociólogo Max Weber describió el surgimiento de la burocracia, uno de
los factores clave en el desarrollo de los primeros estados modernos, como el "ejercicio de
control sobre la base del conocimiento".12
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El surgimiento del conocimiento útil encontró una variedad de expresiones. Los florecientes
mercados del libro, por ejemplo, se vieron inundados de publicaciones como Un ensayo de
Thomas Bray que promueve todo el conocimiento útil y necesario (1697) y Johann August
Schlerrwem's Von den niitzlichen Wiirkungen einer Umversitdt auf den Na/mmgsstand des
Volkes {1776). La Academia Electoral de Ciencias Útiles en Erfurt (1754), La Academia de
Minería en Freiberg (1765) y sociedades similares en Filadelfia (1758) y Virginia (1772) son
solo algunos ejemplos de las numerosas instituciones creadas para promover el conocimiento
de la artesanía y el oficio. Diseñadas como Staatsdienenclmlen (escuelas para funcionarios
públicos), las universidades recién fundadas en Halle (1694) y gottingen (1736),
promovieron en gran medida asignaturas "útiles". Las "artes mecánicas" como la ingeniería
y la agricultura estaban desempeñando un papel cada vez más prominente en las
enciclopedias enciclopedias más vendidas como la de Ephraim Chambers Cyclopaedia: o un
Diccionario Universal de Artes y Ciencias (1728) y Great Universal-lexicon (1732-1754) de
Heinrich Zedler, mientras que, un poco más tarde, la Academia Francesa de Ciencias
comenzó a producir su descripción des torts et des metiers (1761-1788), subrayando así la
importancia que había llegado a atribuir las ramas útiles o prácticas del conocimiento.13
Incluso el currículo escolar de las universidades europeas no escapó ileso. Aunque en general
el sistema de las cuatro facultades permaneció intacto, las artes liberales (incluida la
filosofía), todavía eran seguidas por las tres facultades superiores de medicina, derecho y
teología. Su inherente orden y jerarquía se veían cada vez más desafiados por una creciente
gama de nuevas disciplinas, como la química, economía política y no menos importante, la
historia. El ascenso de la historia como disciplina académica durante el siglo XVIII estuvo
estrechamente ligado a su utilidad para la formación del creciente número de abogados,
"políticos" (para usar un anacronismo conveniente) y administradores. Por ejemplo, se
consideró imprescindible el buen conocimiento de la historia internacional para la formación
de diplomáticos en universidades como París y Strasbourg. La institución de las cátedras
Regius de historia en las universidades de Oxford y Cambridge a comienzos del siglo XVIII
tiene antecedentes similares.14
A mediados del siglo XVIII, el conocimiento útil o práctico finalmente se volvió importante.
La medida en que se ha reasignado el orden tradicional del conocimiento se puede ver en el
"prospectus" de Diderot (1750) y "El discurso preliminar" de d'Alembert's (1751) en la
enciclopédica D'Alembert por ejemplo, dio esencial importancia a las matemáticas, mientras
que la teología, una vez reina de las cuatro facultades, se presentaba ahora como una rama
de la filosofía. El hecho de que la insignia intelectual de los Filósofos franceses asignara una
posición tan importante a los oficios en general y a las tecnologías de vanguardia, indicaba,
además la clasificación cada vez más problemática de las formas de conocimiento científicas
y hasta ahora no científicas. Igual de importante es el hecho de que las entradas de la
enciclopédica estaban clasificadas por orden alfabético, lo que era paralelo y apuntaba a la
tendencia general de alejarse de las jerarquías tradicionales del conocimiento. El previo
ataque de Francis Bacon a la clasificación aristotélica del conocimiento (su nuevo Organon
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de 1620 estaba destinado a reemplazar el Organon de Aristóteles de una vez por todas)
finalmente había dado sus frutos.15
Esto me lleva al segundo punto. La revalorización del conocimiento útil estaba relacionada
con el creciente uso de metáforas mecánicas para imaginar el mundo. La "mecanización de
la imagen del mundo" para usar el título del clásico de Dijksterhuis, jugó un papel importante
en el alejamiento de la física aristotélica. Al considerar la materia como esencialmente activa
y el movimiento como un carácter evolutivo, la física aristotélica atribuyó diseño y propósito
a la naturaleza material. Lo importante en nuestro contexto, es que los intentos históricamente
triunfantes de establecer un marco teórico alternativo, conocido colectivamente como
filosofía mecánica, modelaron la naturaleza como las características de una máquina.
"Desencantando el mundo" (Max Weber) al interpretar la materia como inerte y la naturaleza
como una máquina causalmente especificable, filósofos mecánicos tan diferentes como René
Descartes, Robert Boyle e Isaac Newton estaban convencidos de que habían encontrado una
metáfora inteligible que permitía comprender la naturaleza y sus componentes sin tener que
invocar "poderes ocultos" como las cualidades anímicas (animismo) y las capacidades de
propósito e intención (teología). De hecho, los siglos XVII y XVIII muchos creían que los
seres humanos sólo podían saber de forma fiable lo que habían hecho ellos mismo, ya fuera
manual o intelectualmente.16
La metáfora mecánica y su concomitante convicción de que los humanos sólo podían conocer
lo que ellos mismos construían no se limitaba al estudio de la naturaleza, si no que,
impregnaba todas las ramas del conocimiento, como ejemplifica el siguiente pasaje de
Thomas Hobbes: "La geometría, por tanto es demostrable, por las líneas y figuras a partir de
las cuales razonamos, las dibujamos y describimos nosotros mismos; y la filosofía civil es
demostrable, porque nosotros mismos hacemos la mancomunidad". 17
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A principios del siglo XVIII, el grado en que la metáfora mecánica había penetrado en la
tradición del aristotelismo, puede verse en el caso del destacado aristotélico alemán Christian
Wolff. En su tesis del conocimiento de 1712, requiere que la historia "se escriba de tal manera
que cuando las acciones de los hombres se midan en función de sus circunstancias, se puedan
aprender las reglas del gobierno divino a partir de ellas". El estudio de la historia debería
permitirnos observar al gran relojero en el acto de la relojería, por así decirlo, de modo que
podamos entender su mecanismo. Wolff dice: "Entiendo la naturaleza de un reloj, cuando
entiendo claramente qué tipo de ruedas y accesorios lo componen y como se relacionan entre
sí". Empleando el reloj como la metáfora mecánica favorita de su época, Wolff aboga por un
tipo de historiografía que sea tanto didáctica como útil, ya que revela la estructura causal
oculta de la historia (historiografía pragmática). 19
Pero el uso de la analogía del reloj tiene otra cara. "Uno comprende la naturaleza de una
cosa", enfatiza el pasaje de Wolff sobre los relojes, "Sólo cuando se comprende claramente
cómo se ha convertido en lo que es, o de qué manera y medios es posible". 20 En este punto,
la noción de Wolff de determinar la naturaleza de una cosa a través de la reconstrucción
intelectual de sus partes constituyentes y su estructura se convierte en una explicación
genética de su nacimiento. De hecho, este último es para complementar al formador, como
es el caso del sistema de conocimiento de Wolff, donde cada disciplina individual se divide
en una parte racional abstracta y una empírico-histórica. Wolff fue apoyado por el teólogo de
Erlangen Johann Martin Chladenuis. En su Allgemeine GeJchiclmzuissenschaft de 1752, la
contraparte alemana de las cartas de Lord Bolingbroke sobre el estudio y uso de la historia
(1752), Chladenius afirmó: El mayor acontecimiento de ser un moral (como un estado) es el
origen mismo; lo que es aún más considerable, ya que entrega la razón de los sucesos
posteriores, sin los cuales estos no se entenderán.21
Por tanto, la analogía del reloj ilustra dos cosas. Por un lado, muestra que el surgimiento de
una nueva conciencia histórica en la Europa moderna temprana debió uno de sus mayores
impulsos al uso de la metáfora mecánica y la creencia concomitante de que los humanos sólo
podrían conocer con seguridad lo que producían ellos mismo. Por otra parte, la analogía
revela las limitaciones de la metáfora mecánica, lo que confina la noción de historia al
proceso de nacimiento. Una vez que el mecanismo de relojería está en su lugar, es un
producto final más o menos estable. Las analogías mecánicas no perdieron su atractivo
metafórico hasta el último tercio del siglo XVIII cuando fueron desplazadas por otras
metáforas, principalmente organicistas.
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El tercer elemento que tuvo un efecto significativo en las actitudes hacia el conocimiento fue
el surgimiento del experimento como una práctica legítima de creación de conocimiento,
personificada en el refrán de Francis Bacon sobre "poner la naturaleza en cuestionamiento".
La verosimilitud del experimento como una actividad de creación de conocimiento, se debe
mucho a la opinión discutida anteriormente de que, los humanos solo pueden comprender lo
que ellos mismos han hecho. Desde el mismo punto de vista se siguió la convicción de que,
para tener un conocimiento confiable de que las cosas que no fueron creadas por el hombre,
había que imitar o reproducir los procesos a través de los cuales estas cosas habían sucedido.
De hecho, es la naturaleza del experimento producir el fenómeno que se va a observar.
Immanuel Kant, el filósofo alemán en su teoría del origen del universo (1755) exclamó:
"dame materia y construiré un mundo a partir de ella", es decir, dame materia y te mostraré
como un mundo se desarrolló a partir de él. 22 Las palabras de Kant resaltan la mezcla del
hacer y saber que era tan característica de la época. Nos permiten vislumbrar la conciencia
que aún existía del vínculo entre "hecho" y "manufactura" dos palabras que se convertirían
(casi) en antónimos a fines del siglo XVIII a medida que la palabra "hecho" se desplazaba
hacia "datum", es decir, algo que se da en lugar de hacer. El punto crítico en nuestro contexto
aquí es la creencia que se encuentra en el corazón de la filosofía experimental (y del
empirismo moderno temprano en general), a saber, que el conocimiento propio se derivaba
y tenía que derivarse de la experiencia sensorial directa. Este fue otro ataque a otro pilar de
la tradición aristotélica. La experimentación de Robert Boyle con la bomba de aire, que
posiblemente fue la máquina de hacer hechos más prolífica de la época, es emblemática de
esta actitud. ¿Fracasaron los aristotélicos en comprender la importancia de la experiencia
sensorial? Para nada. Le dieron, de alguna forma, una respuesta diferente a dos preguntas
cruciales. ¿Qué papel puede jugar la experiencia en la constitución de conocimiento fiable?
Y segundo, ¿qué tipo de experiencia es la que se busca? Por más que sospechaba de la
fiabilidad de nuestra experiencia sensorial, la tradición aristotélica privilegiaba un tipo de
experiencia que testificaba las visiones generales del funcionamiento de la naturaleza en
lugar de proporcionar la base para esas intuiciones.
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Sin embargo, el estado de la experiencia histórica que podría derivarse del estudio de las
fuentes primarias era más que precario. La epistemología de Immanuel Kant, uno de los
filósofos más destacados de la Europa de finales del siglo XVIII, era, por ejemplo,
incompatible con la idea misma de que los documentos de archivo eran las "fuentes
primarias" de lo que podíamos saber sobre el pasado.26 Es más, el estudio de documentos con
la ayuda de métodos histórico-críticos es una lectura hábil. Se necesita una formación
especial que nos enseñe qué tipo de cosas "leer" en un documento y qué ignorar. Sin embargo,
antes de 1800 no se vislumbraban instituciones duraderas para la formación profesional de
historiadores que hicieran cumplir la lectura correcta.27Los registros ("hechos históricos")
como fundamentos suficientemente fiables de nuestro conocimiento del pasado. Durante este
proceso, las obras históricas de Leopold Ranke llegaron a actuar como alucinantes relatos del
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Para escribir y presentar la historia de tal manera que la verdad histórica no se distorsione,
el historiador debe ser personalmente imparcial, debe retratar los eventos sin ideas
preconcebidas propias, no debe tener preferencia por ninguna forma de gobierno, o
cualquier estado. Del mismo modo, no debe considerar como la mejor ninguna de las formas
de gobierno existentes, ni elaborar una ideal y comparar las existentes con ella; más bien,
con modestia y estricta neutralidad, solo debe contar lo que sucedió y cómo sucedió
(blozerzÄhlen, was und wie es geschelm ist)29
Aunque lo anterior nos recuerda su famoso credo, no fue Ranke quien lo escribió, sino el
medievalista prusiano Karl Dietrich HÜllmann, a quien posteriormente se ha tomado menos
en serio. Ranke acababa de nacer cuando, en la primavera de 1796, HÜllmann publicó su
ensayo sobre la historia de los estados europeos, que contenía estas reglas de conducta para
los historiadores. El ideal del conocimiento imparcial o impersonal, y cómo lograrlo, fue
objeto de acalorados debates a lo largo del siglo XVIII. Los códigos de imparcialidad y
desinterés prevalecieron en muchas áreas, desde las prácticas legales de evaluación de
testimonios hasta la filosofía natural. 30 La retórica de la flexibilidad de perspectiva
(imparcialidad que se eleva por encima de todos los puntos de vista particulares) aparece en
tratados sobre filosofía moral y teoría histórica. Adam Smith, por ejemplo, exigió en su
"Teoría de los sentimientos morales" (1759) que: "las pasiones egoístas y originales de la
naturaleza humana deben ser trascendidas, y las cosas deben ser vistas con los ojos de una
tercera persona que juzga con imparcialidad".31De hecho, trascender los puntos de vista
individuales en la deliberación y la acción les pareció a muchos filósofos morales una receta
importante para una sociedad armoniosa y justa. Lorraine Daston ha llamado a esta actitud
hacia el conocimiento "Objetividad Aperspectival", es decir, el intento de "escapar de la
perspectiva" eliminando las idiosincrasias individuales y grupales en nombre del
conocimiento público y la comunicabilidad universal. 32¿Qué fue sintomático de los debates
historiográficos en la segunda mitad del siglo? fue la sensación acrecentada de que el punto
de vista y la parcialidad eran de hecho atributos inevitables del historiador como tal y debían
ser tratados con eficacia en lugar de lamentarse. 33
Sin embargo, cada vez se consideraba más y más inadecuado intentar eliminar los efectos de
las distorsiones de la perspectiva, invocando la integridad moral del historiador. El énfasis se
desplazaba desde las nociones morales de imparcialidad personal (imperativos éticos) hacia
un tipo de aperspectividad e imparcialidad que debía garantizarse mediante reglas
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El cambio de las actitudes desde las aristotélicas hacia la experiencial y hasta el conocimiento
tuvo muchas otras facetas que tuvieron implicaciones igualmente importantes para la
historiografía y su concebibilidad como ciencia. La concepción newtoniana del tiempo lineal
y unidireccional, por ejemplo, según la cual el tiempo era una entidad absoluta, real y
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universal que era vivida por todos, en todas partes. De la misma manera, tuvo un impacto
dramático en la convergencia de los modos de investigación histórica y científica. También
facilitó la noción de que el tiempo es un continuo progresivo y homogéneo y por extensión,
el surgimiento de la idea de que el pasado es y tiene "historia". La idea de la historia (en
singular) como una forma distinta y coherente de la realidad que podía ser analizada en
términos totalmente racionales y mundanos sólo cristalizó finalmente en los discursos del
siglo XVIII.
Otro fuerte estímulo a la escritura histórica provino de lo que, a raíz del historiador francés
Michel Foucault, se ha llamado el "giro antropológico" en la segunda mitad del siglo XVIII
y el surgimiento concomitante de las "ciencias de la vida"(como la antropología, biología y
psicología). 37 Difícilmente se puede sobrestimar la importancia del nuevo paradigma del
"vitalismo" para las aspiraciones de conceptualizar la historia como una ciencia humana.
Peter Hanns Reill, por ejemplo, ha mostrado el poderoso impacto de la aparición en 1749 de
los tres primeros volúmenes de Histoire naturelle (1749-1804) del historiador natural francés
Georges Louis Leclerc de Buffon. Buffon promovió una noción de cientificidad que
distinguía entre verdades abstractas (como pruebas matemáticas) y verdades físicas reales.
Mientras que los primeros fueron fruto de la invención humana, los segundos eran
esencialmente de naturaleza empírica e histórica y requerían tanto un análisis detallado como
una imaginación creativa ("adivinación"). 38Tomando una línea similar a la de Reill, Jorn
Garber ha argumentado que, alrededor de 1750, la antropología asumió el papel de una
disciplina principal para varias ramas de los estudios históricos. La prueba más obvia de esto
fue que el género próspero, aunque viviendo a costa, de la "historia de la humanidad'', que
interpretó la historia como la evolución de la humanidad en el doble sentido de la palabra:
como el desarrollo de la humanidad en el espacio y el tiempo, por un lado, y la realización
gradual de la cualidad potencial de ser humano, por el otro. Ideen zur Philosophie der
Geschichte der Menschheit (1782-1791) de Johann Gottfried Herder es uno de los ejemplos
más destacados de esto. El vínculo forjado entre la escritura histórica y los discursos
antropológicos sugiere Garber, no solo facilitó la formación de una área temática distintiva
(la historia del "hombre"), sino que también equipó a los profesionales históricos con un
conjunto de estrategias y métodos como: el análisis comparativo, el razonamiento analógico
y la intuición intelectual, que hicieron factible que la escritura histórica adquiriera una
identidad científica sin recurrir a un marco filosófico global. 39 El hecho de que en este
contexto las nociones de materia activa, movimiento autogenerador y desarrollo intencional,
recuperaron parte de su antigua vigencia, con "órgano", "organismo" y organización
reemplazando a "máquina", "mecanismo" y "mecanización" como metáforas principales:
muestra que el cambio de prácticas aristotélicas a prácticas experienciales de creación de
conocimiento no fue un proceso claro ni completo. A pesar de esto, la teoría aristotélica del
conocimiento había perdido definitivamente su predominio intelectual en el curso del siglo
XVIII. Si bien las formas empíricas de discurso habían reemplazado a las teorías deductivas
como paradigmas de investigación científica, el concepto aristotélico de scientia había sido
reemplazado lenta pero seguramente por un nuevo concepto de racionalidad científica que
enfatizaba la probabilidad más que la certeza.
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Reconociendo que la certeza absoluta estaba más allá del alcance humano en todas las áreas
excepto en unas pocas, muchos defensores de la nueva cientificidad tomaron su influencia
en el Ensayo sobre la comprensión humana de John Locke (1689), que distinguía entre
diferentes "grados de ascenso".40 En un marcado contraste con la certeza demostrativa
exigida por los aristotélicos - y, en realidad, los cartesianos (los seguidores de René
Descartes), las afirmaciones de verdad de este concepto empírico de cientificidad
descansaban en el criterio puramente pragmático de probabilidad críticamente probada. Al
igual que la evidencia en las prácticas legales, la evidencia histórica fue tratada como una
cuestión de grados relativos de certeza ("más allá de toda duda razonable"). En su artículo
Histoire (1764), Voltaire, uno de los principales pensadores históricos del siglo, declaró con
lacónica brevedad, "Toda certeza que no consista en una demostración matemática no es más
que la más alta probabilidad; no hay otra certeza histórica".41Pero, de nuevo, como argumentó
el matemático y físico francés Pierre Simon Laplace en su Essai philosophique sur les
probabilites (1814): «¿Qué pocas cosas se demuestran? Las pruebas sólo convencen a la
mente; la costumbre hace nuestras pruebas más sólidas. ¿Quién ha comprobado que mañana
amanecerá un nuevo día o que moriremos? ¿Y qué se cree más universalmente?. 42El pasaje
de Laplace es indicativo de actitudes probabilísticas hacia el conocimiento y la confianza
intelectual que las acompañaba. 43 El "giro probabilístico" es en muchos aspectos la piedra
angular de los desarrollos discutidos en este capítulo. A medida que el siglo XVII llegaba a
su fin, se había hecho posible, sobre bases epistemológicas, construir la historiografía como
una ciencia. Fue alrededor del 1800 cuando en el contexto alemán, la historia se apartó del
edificio de las bellas artes en el que se había subsumido junto con la poesía, la retórica, la
pintura y la música. 44Mientras que un número creciente de libros de texto, como la
introducción de Johann Joachim Eschenburg al sistema de conocimiento de 1792, llegó a
contar la historia entre las ciencias,45los mismos historiadores se referían ahora con creciente
frecuencia a la historiografía como una "ciencia verdaderamente racional"46 que merecía
justamente el nombre de ciencia.47 En la erudición histórica en la Alemania de finales del
siglo XVIII, August Ludwig Schlozer quería que la historia incluso se expusiera como una
clase científicamente'' (scientifisch vorgetragen werden) .48 La idea de que la historia es una
ciencia era, sin embargo, heterogénea, frágil y de ninguna manera compartida
universalmente. Después de todo, la noción subyacente de cientificidad era una mezcla de
conceptos y creencias diferentes, que reflejaban una constelación en rápido cambio en la
política del conocimiento del cambio de siglo.
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defendió la centralidad del legado de Ranke en la práctica de la historia. Era apropiado que
lo hiciera, ya que su libro de 1997 "En defensa de la Historia" es una intensa crítica de los
diversos ataques filosóficos, lingüísticos y ocasionalmente hermenéuticos a los principios
fundamentales del rankeísmo. ¿Y cuáles son, entonces, esos principios fundamentales? Esto
dice Irving sobre el tema: "La historia real es lo que encontramos en los archivos y es lo que
asusta a mis oponentes porque les quita los tablones de debajo de los pies".51
Este énfasis en el estudio riguroso de los documentos históricos, con su implicación de que
tal estudio debía ser imparcial y lo más objetivo posible, fue precisamente la vara con la que
los acusados pretendían golpear a Irving. Evans recibió el encargo por parte de la defensa de
evaluar las afirmaciones de Irving de erudición objetiva y las encontró deficientes. Según
Evans, Irving ciertamente empleó el instrumento académico apropiado para referenciar y
evaluar las fuentes descubiertas por la investigación, pero lo hizo para engañar.
Las notas al pie de página y a veces, el texto citaba innumerables fuentes de archivo,
documentos, entrevistas y otro material que, a primera vista, parecía ajustarse a los cánones
normales del estudio de la historia ... Fue solo cuando sometí todo esto a un escrutinio
minucioso, cuando seguí las afirmaciones y declaraciones de Irving sobre Hitler hasta los
documentos originales en los que pretendían descansar, que el trabajo de Irving, a este
respecto, se reveló como un castillo de naipes, un gran fraude.52
En resumen, Irving no es un historiador que lucha con las exigencias y dificultades inherentes
a la objetividad y permite que sus hipótesis sean enmendadas cuando sea necesario por las
fuentes históricas. Irving es un escritor con una agenda de extrema derecha que está dispuesto
a prostituir lo que él mismo acepta como el credo del historiador al servicio de esa agenda.
El juez Gray concluyó en su sentencia:
Me parece que la inferencia correcta e inevitable, debe ser que en su mayor parte la
falsificación del registro histórico fue deliberada y que Irving estaba motivado por el deseo
de presentar los eventos de una manera consistente con sus propias creencias ideológicas,
incluso si eso implicaba distorsión y manipulación de la evidencia histórica. 53
Es una suerte, tal vez, que el modelo rankeano se preste a la práctica en los tribunales y
también que, como hemos visto, todos los participantes en el caso Lipstadt estuvieran de
acuerdo en la definición de lo que constituye la disciplina llamada historia. Por supuesto, tal
acuerdo no es universal. Los principios del rankeísmo: la realidad (aunque parcial) de la
objetividad, la posibilidad de una interpretación significativa de la evidencia documental en
un intento igualmente significativo de comprender el pasado en sus propios términos, un
rechazo de la distorsión de esa evidencia con necesidades personales y presentes en mente
han sido sometidos a desafíos tanto molestos como magullados. Las secciones restantes de
este capítulo discutirán los propios escritos históricos de Ranke, así como el uso que se le ha
dado a su legado, con referencia a tales desafíos. Por supuesto, esto no implica que Ranke
fuera entendido completamente por aquellos que sintieron su influencia. Tampoco implica
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La producción de Ranke, durante una larga vida, fue simplemente enorme. Escribió en varios
volúmenes las historias de los pueblos que tuvieron, en sus términos bastante eurocéntricos,
un impacto en la historia del mundo: de ahí sus Historias de los pueblos latinos y germánicos
(1824), Los otomanos y la monarquía española (1827), Historia alemana en la época de la
reforma (1839-1847). Su Historia de los Papas (1834) complementó su historia de las
naciones, ya que el poder de la institución supranacional de la Iglesia Católica Romana la
convirtió inevitablemente en un gran actor en toda Europa y más allá. Hacia el final de su
vida, Ranke expresó su descontento con la estrechez de su tema (sintió que no le permitía
explorar completamente las conexiones y secuencias de eventos). Y así, en 1880, escribió su
Historia Universal. Lord Acton se puede utilizar como un punto de partida conveniente para
una discusión de la obra de Ranke y su aceptación por los historiadores británicos en el siglo
XIX. Su admiración por Ranke no se limitaba a su energía ni a su industria: tampoco estaba
libre de críticas. Aun así, Acton convirtió a Ranke en el representante más destacado de la
época que estableció el estudio moderno de la historia. Él enseñó a ser crítico, a ser incoloro
... ha hecho más por nosotros que cualquier otro hombre ... Decidió reprimir eficazmente al
poeta, al patriota, al partidario religioso o político, a no sostener ninguna causa, a desterrarse
de sus libros ...54
Acton determinó que las obras históricas de Ranke habían sido reemplazadas, pero a través
de las actividades de sus propios discípulos en los archivos recién abiertos de Europa. En
resumen, Ranke fue el creador del "estudio heroico de los registros"55 en el que debe basarse
la investigación histórica. El relato de Acton sobre la posición fundamental de Ranke es
seductor y desde luego tiene eco en algunos de los comentarios de Ranke. En su primer
trabajo publicado, "Historias de los pueblos latinos y teutónicos", Ranke escribió:
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Este no es el lugar para discutir en detalle la cuestión de si Ranke era realmente un rankeano
en términos de Acton. Pero existe el peligro de convertir el pensamiento de Ranke en un
programa simplista con una serie de consignas: "¡Cuéntelo como sucedió!", "¡Dejemos que
el pasado hable por sí mismo!", "Cada época es única: la historia no debe ser juzgada por ¡los
estándares del presente!", o de convertirlo en un empirista tosco o incluso en un positivista,
inclinándose ante los altares gemelos de la factibilidad del pasado y la gloria del
razonamiento inductivo. Ranke, el empirista nuestro-y-nuestro se siente muy incómodo con
Ranke el luterano, o con Ranke el idealista romántico, quién pensaba que el historiador tenía
un papel santificado al descubrir, aunque de manera limitada, la "idea divina" o "la mano de
Dios", tras el desarrollo de la historia humana, la que Ranke sintió que se revelaba (Pace
Herder) de manera menos opaca en el florecimiento de culturas nacionales (de ahí su interés
en escribir las historias de los pueblos).
De manera similar, el dicho de Ranke "wie es eigentlich gewesen" ("como realmente fue" en
español) necesita un manejo cuidadoso: “eigentlich” tiene menor sentido de '"realmente" y
más el sentido de "en esencia" o "característicamente" 58 y, por lo tanto, no necesita ser
tomado como un respaldo directo de la historia, como una búsqueda de hechos en los
documentos, si no que como un comentario impregnado de idealismo. Uno podría sugerir
con Krieger, que Ranke llegó a establecer una distinción entre el método de adquirir
conocimiento histórico y la búsqueda de las verdades universales dadas por Dios que
surgirían de la metodología del académico. Existe una tensión entre su escritura sobre la
historia de los pueblos (vista de una manera completamente romántica como una agregación
de individuos) y el paso de lo particular a lo general. Como era de esperar, la descripción que
hace Ranke del proceso está bañada de un tono de anhelo religioso:
Lo importante para nuestros propósitos actuales, por supuesto, no es tanto cuáles fueron los
principios principales de Ranke en realidad o en esencia, sino cómo fueron interpretados y
respondidos por aquellos involucrados en la escritura de la historia de Gran Bretaña en la
época de Ranke. He evitado deliberadamente la frase "establishment” histórico británico, ya
que había poco que pudiera dignificarse con tal título. De hecho, había Profesores Regius de
Historia en las universidades de Oxford y Cambridge, pero sus puestos eran sinecuras sin
compromisos de enseñanza y mucho menos de investigación. Fue en 1853 antes de que se
creara la Escuela de Jurisprudencia e Historia Moderna en Oxford, (siendo la historia el socio
menor de la firma de formación jurídica), y en 1872 hasta que tuvo su propia Escuela. El
proceso fue aún más pausado en Cambridge: “The Historical Tripos” se estableció en 1875.
La historia se había examinado previamente solo como una de las cinco materias dentro de
las Ciencias Morales (desde 1851).
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del pasado en sus propias palabras: estaba proclamando que dónde había descendido la ira
de Dios en el pasado, lo haría probablemente en el futuro.
En resumen, como historiador, su tarea era interpretar el funcionamiento de la providencia
de una manera que se imponga ante sus lectores. Claramente, la evaluación desapasionada
de los documentos originales y la cuidadosa supresión de la voz del autor eran características
completamente ajenas al papel del historiador. Cuando, en 1845, publicó su colección de
cartas y discursos de Oliver Cromwell, estaban plagadas de errores de hecho, transcripción y
atribución. No es probable que estuviera excesivamente preocupado de cometer estos errores.
La marea del primer capítulo de su introducción es "Anti-Dryasdust" y atacó salvajemente a
aquellos que, al publicar y usar registros, no lograron darles forma para hacerlos relevantes
en el presente. En su mejor momento (y particularmente en La Revolución Francesa), el
enfoque de Carlyle tiene la virtud de involucrar la imaginación del lector de la manera más
vigorosa. Aun así, era demasiado perentorio y dictatorial para entablar un diálogo con la
imaginación del lector y mucho menos con el intelecto. A finales de la década de 1840,
cuando las denuncias cada vez más rabiosas de Carlyle de su sociedad lo llevaron a simpatizar
con los déspotas reales y potenciales y su humanidad se oscureció bajo una cosmovisión cada
vez más antiliberal y autoritaria, perdió el contacto con sus antiguos discípulos. Muchos de
esos antiguos seguidores vieron que el mundo mejoraba lentamente la historia escrita para
enseñar que el presente debe ofrecer al menos una visión reconocible del presente y del
pasado, y la historia escrita como profecía tenía que mostrar algunos signos de convertirse
en realidad.
Ninguna imagen de la historia escrita por "hombres de letras" estaría completa sin una
discusión sobre la obra de Henry Thomas Buckle (1821-1862). Buckle era un erudito
caballero que confiaba en su propia gran biblioteca, deseaba establecer las leyes de la historia
similares a las aplicadas a "mecánica, hidrostática, acústica y similares". 63 Al hacerlo, reflejó
el interés contemporáneo en el positivismo filosófico de Auguste Comte, cuyo Cours de
philosophie positive fue traducido por Harriet Martineau en 1853 e influyó en diversos
grados, en figuras fundamentales como George Eliot, John Stuart Mill y Frederic Harrison.
El enfoque de Comte fue implacablemente empírico e inductivo, y pretendía derivar las leyes
históricas de hechos acumulados. Además, afirmó haber identificado un desarrollo de tres
etapas en la historia (correspondiente a un desarrollo de la mente) que también predijo la
forma del futuro. Comte identificó su presente con la época científico-industrial, positivista,
que culminaría con el tiempo en un mundo armonioso y próspero donde las mujeres actuaban
como sacerdotisas de la humanidad.
Es probable que las teorías de Comte atraigan a quienes tienen una actitud optimista hacia el
impacto de los descubrimientos científicos, que han perdido su fe religiosa convencional y
que, sin embargo, sienten la necesidad de una base moral alternativa para la sociedad. Comte
no proporcionó un vínculo historiográfico con su filosofía, pero Buckle si lo hizo. El primer
volumen de su "Historia de la civilización" en Inglaterra apareció en 1857, y murió justo
después de completar el segundo de lo que claramente se estaba convirtiendo en un proyecto
de varios volúmenes. Su plan era marcadamente determinista y despreciaba cualquier forma
de religión, ya que las consideraba un obstáculo para el desarrollo de la civilización. Su libro
fue la sensación literaria de 1857, pero su influencia en la historiografía británica se limitó a
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los seguidores más cercanos de Comte: aquellos comtistas que escribieron historia, como
Frederic Harrison o Edward Beesly (posteriormente profesor de Historia en el University
College de Londres), los cuales son figuras marginales en términos historiográficos. Como
era de esperar, la recepción en los círculos históricos más dominantes fue antagónica y las
páginas de los periódicos, (esos grandes educadores de la intelectualidad aspirante), estaban
repletas de quejas sobre el materialismo, el determinismo y la arrogancia de Buckle. Los
católicos liberales Simpson y Acton, en su revista The Rambler, se opusieron a un nivel
soteriológico, al proceso inductivo de establecer las llamadas leyes históricas que, al negar
el libre albedrío, sabotearon el justo juicio de Dios sobre el alma. 64
Los profesores Regius de Oxford y Cambridge, Goldwin Smith y Charles Kingsley
respectivamente, objetaron de manera similar el intento de fundamentar una ciencia de la
historia en leyes naturales, más que morales. Éstas no son lo que podríamos llamar objeciones
fundamentalmente metodológicas arraigadas en una visión de la naturaleza de la disciplina
llamada historia. Dados los antecedentes de los objetores, esto no es ninguna sorpresa.
Kingsley, por supuesto, era mejor conocido como un novelista popular polémico, socialista
cristiano y clérigo, por otra parte, Goldwin Smith era, para decirlo con generosidad, un
hombre con amplios intereses intelectuales y políticos (incluida una disputa impresa con
Disraeli con desagradablemente anti -Tonos semíticos) .65
En 1866, Goldwin Smith renunció y fue reemplazado por William Stubbs en la silla Regius
(1829-1901). Fue bajo Stubbs que los principios rankeanos se emplearon por primera vez en
las universidades de manera sistemática, con el objetivo de profesionalizar el alcance y el
estudio de la historia. Es importante reconocer y resumir por qué esos principios deberían ser
tan apropiados y eficaces en este contexto. En primer lugar, Ranke ofreció una metodología
basada en el uso crítico del material archivado, que estableció la historia como una disciplina
autónoma y que podría ser comunicada (como hizo Ranke en la Universidad de Berlín) a
generaciones de futuros historiadores. La insistencia historicista en la singularidad de cada
época contrarrestó la objetable distorsión de la disciplina convirtiéndola en un mero
mecanismo de recopilación de hechos de los que los positivistas podrían derivar de manera
horrible y anacrónica las "leyes naturales" de la conducta humana. De hecho, la exigencia de
objetividad y la negativa a tolerar la explotación de la historia para los propósitos actuales le
darían estabilidad e integridad. El paradigma rankeano ofrecía, en resumen, una defensa
contra los profetas carlyleanos, positivistas, social darwinistas y otras bellezas-letristas,
igualmente objetables que podían reclamar el derecho a pronunciarse sobre la historia porque
no existía un estándar por el cual juzgar sus pronunciamientos. Había un precio que pagar,
por supuesto, con el que los inclinados teológicamente tenían que vivir si querían ser
completamente consistentes. La historia no podía ser explotada como arma teológica, ni
como arma moral con o sin la teología. La víctima más famosa de la tensión entre: la
aceptación por la necesidad académica y objetiva y el llamado del deber moral fue Lord
Acton.
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John Emerich Edward Dalberg Acton (1834-1902), católico romano, nacido en Nápoles,
hablaba con fluidez inglés, francés, italiano y alemán. Su mentor fue el destacado teólogo
alemán Johann von Dollinger. Hugh Tulloch66 analiza con entusiasmo la conversión de Acton
el católico doctrinario, en Acton el católico liberal, pero debemos señalar en particular uno
de los agentes más importantes de esa transformación: la estancia de Acton con Dollinger en
los archivos del Vaticano. Significativamente, fue Ranke quien había ido a la universidad de
Dollinger en Múnich en 1854, para enseñar sus técnicas de evaluación de fuentes. Cómo dice
Altholz, "Dollinger tuvo que entrenarse en los nuevos métodos y revisar su perspectiva
histórica a la luz de su nueva estudios" 67. Fue a través de sus investigaciones de archivo con
Dollinger que se hizo evidente para Acton que los historiadores de la Iglesia se habían
comprometido con la verdad al servicio de la ortodoxia. Acton llegó a considerar axiomático
que la verdad nunca podría perjudicar a la Iglesia y, por tanto, que la verdad histórica debería
servirle. Su oposición a los ultramontanos, (los entusiastas de la monarquía papal y la
declaración de infalibilidad), estaba, por lo tanto, respaldada por su convicción de que la
historia no ofrecía ninguna justificación para tales afirmaciones. Esto hizo que fuera aún más
importante, de hecho, un deber sagrado, que la investigación de uno fuera la última palabra
en profundidad. El análisis riguroso de los documentos tuvo que extenderse hasta los escritos
de los mismos historiadores, y hay un sentido en el que Acton fue nuestro rango de Ranke
(si se me permite) al depender menos de los documentos oficiales y al intentar exponer, sin
prejuicios, los aspectos internos de las vidas de sus personajes históricos: como él lo expresó,
"despojándose del caparazón prestado y exponiendo científica e indiferentemente el alma de
una vestal, un cruzado, un anabaptista, un inquisidor''.68
Sin embargo, una vez que la verdad histórica había sido comprobada por el humilde, devoto
y distante historiador, entonces tenía el derecho, la necesidad y la obligación de aplicar lo
que Acton habría considerado como el juicio moral de Dios sobre los actores en el escenario
de la historia. En este punto, Acton parece no solo haber saltado el barco de Ranke, sino que
haberlo destruido. En una amarga controversia con Mandell Creighton sobre la falta de
voluntad de este último para emitir juicios morales sobre los papas del Renacimiento, Acton
comentó: "es el oficio de la ciencia histórica mantener la moralidad como el único criterio
imparcial de los hombres y las cosas, y el único en el que se puede hacer que las mentes
honestas estén de acuerdo''. 69 Para decirlo de otra manera, Acton temía que el método
rankeano fuera una forma de relativismo.
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individual. Es notorio que a Acton le resultó inmensamente difícil poner en práctica sus
preceptos. Hacer juicios morales sin presunción significaría un conocimiento minucioso de
una profundidad aterradora. El resultado fue que Acton nunca publicó una sola obra histórica.
Su proyectada "Historia de la libertad" nunca fue escrita, sumergida como estaba bajo un
sistema bizantino de fichas y peso de lectura. Su influencia en la escritura histórica y en el
desarrollo de la profesión de historia es, en consecuencia, limitada. Es probable que haya
hecho poco para desalentar la creciente influencia del erudito en el molde rankeano sobre la
historia en las universidades. Su conferencia inaugural como Profesor Regius de Historia
Moderna en la universidad de Cambridge en 1895, fue en general de apoyo a Ranke, como
hemos visto, y jugó un papel importante en la fundación de La Revista Histórica Inglesa en
1886 (que tomó algún tiempo para hacerse eco de sus contrapartes eruditas alemanas y evitar
el barniz de la revista literaria). Lo que Acton ilustra mejor es la fuerza y las limitaciones del
atractivo de la metodología rankeana. Para aquellos convencidos del valor de la historia,
ofreció una forma de distanciar la disciplina del diletantismo y el mero partidismo, pero eso
no siempre fue suficiente. ¿No debería la historia tener algún propósito más profundo, para
cuya dilucidación el enfoque rankeano fue una preparación? Acton sintió esto y también,
significativamente, su predecesor en la silla Regius, Robert Seeley. Seeley se consideraba un
discípulo de Ranke, pero también afirmó que, "la historia, si bien debería ser un método
científico, también debería perseguir un objeto práctico''. 70 En este caso, el objeto era la
formación política, al que se llegaba mediante la apreciación (de manera no muy diferente al
positivismo comteano) las generalizaciones que fueron posibles una vez acumulados los
datos históricos.
Sin embargo, fue en Oxford donde debían beberse los borradores más puros del rankeísmo.
William Stubbs (1829-1901), profesor Regius de Historia Moderna de 1866 a 1884, no solo
pretendía establecer una Escuela de Historia en la universidad siguiendo el modelo rankeano,
sino que demostró a través de sus propias publicaciones cómo se debía hacer. En 1860,
publicó las importantes Cartas de Stubbs (Cartas seleccionadas y otros documentos
ilustrativos de la historia inglesa). Su Historia constitucional de tres volúmenes de la
Inglaterra medieval en su origen y desarrollo (1873-1878), se basó en una evaluación
exhaustiva de los registros y su conferencia inaugural dejó en claro su credo y su programa.
En cuanto al propio Ranke, Stubbs dijo:
Leopold von Ranke no solo está más allá de toda comparación con el más grande erudito
histórico vivo, sino que es uno de los más grandes historiadores que jamás haya existido.
Almacenes de conocimiento inigualables, investigación profunda, conocimiento íntimo de
las fuentes más recónditas.71
Junto a Ranke, Stubbs compartía el disgusto por la inducción al estilo positivista de leyes
generales de la historia y compartió un sentido del progreso de la historia a través de la
providencia divina. Además, vio lo que Burrow ha llamado, "el concepto de una
individualidad animada, o más bien de individualidades, como protagonistas de la historia:
configuraciones históricas únicas en cada una de las cuales se encarna una Idea única
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Herbert Butterfield, era un académico en Peterhouse, Cambridge, en 1919, fue elegido para
una cátedra de historia moderna en Cambridge en 1944 y se convirtió en Profesor Regius en
1968. Francamente, es indignante etiquetar a Butterfield como un exponente del
dryasdustismo, pero sus importantes contribuciones al estudio de la historiografía
cristalizaron esencialmente sus actitudes hacia ciertos tipos de historia y mantuvieron la
versión británica de la tradición rankeana. Lo que es igualmente importante, es que la postura
de Butterfield era ambivalente, y al menos sugiere hasta qué punto la mayoría de los
profesionales que defienden el modelo "profesional'' o "artesano" del historiador encontraron
ese modelo en última instancia bastante insatisfactorio, pero, sin embargo, mucho más
preferible a las alternativas que lo harían, en su opinión, tienen consecuencias que eran
inaceptables en varios niveles.
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La Guerra mundial, La Guerra Fría, El Holocausto e Hiroshima: las crisis y los horrores por
los que había vivido Butterfield confirmaron en su mente la pecaminosidad esencial de la
"humanidad". No es extraño que se oponga al optimismo de sus predecesores. En Christianity
and History (1949), sus palabras parecen hacer eco, de todas las personas, de Acton:
La diferencia entre Acton y Butterfield es que Acton vio el progreso hacia la libertad como
parte de los caminos de Providence; Butterfield vio esto como una presunción injustificada
y peligrosamente cerca de usar la historia para obtener el significado de la vida misma. Tal
arrogancia era el pecado acosador del académico. Quienes estudiaron la historia tenían la
obligación absoluta de recuperarla como realmente era, porque solo entonces se podían
vislumbrar esas conexiones entre hechos que reflejaban a Dios en la historia. La influencia
de Butterfield sobre la historiografía posterior fue profunda y se debió un poco a su abierto
cristianismo per se. Confirmó la tradición realista, empirista e historicista, al descartar el
determinismo y enfatizando el papel del individuo. Su cautela ante una narrativa amplia
alentó la estrecha monografía de la historia "técnica", que a su vez era una marca del
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El propio Butterfield nunca tuvo la intención de que su trabajo hiciera que los historiadores
dejaran de intentar explicar la historia. Pero debido a que había demostrado que los
historiadores whig habían interpretado sus propias ideas en los acontecimientos históricos,
los historiadores menores se han sentido tímidos a la hora de expresar cualquier idea.77
Como Butterfield, Namier desconfiaba de las doctrinas del progreso porque desconfiaba de
la razón humana y su potencial; Pero, si la desconfianza de Butterfield era teológica y se
derivaba de sus creencias metodistas, la desconfianza de Namier era psicológica y derivaba
de su sensación de ser un extraño. Nacido como Ludwik Borensztajn vel Niemirowski en el
este de Polonia, sus padres eran de la clase terrateniente, un estatus inusualmente patricio
para los judíos, aunque no practicantes. Namier fue desheredado por su padre y salió de
Balliol College, Oxford, en 1915 con su mente conservadora intacta y un título de primera
clase en Historia Moderna. Sus sobresalientes habilidades eran evidentes por sí mismas y
deberían haberlo llevado a una silla en Oxbridge, pero, por otra parte, también era combativo,
arrogante y obsesionado consigo mismo, no era un hombre. En resumen, para utilizar su
conocimiento a la ligera de la manera apropiada para el caballero inglés cuyo éclat social
admiraba y no podía igualar. Sus intereses de investigación reflejan su admiración y su
conservadurismo. En 1929, publicó "The Structure of Politics at the Accession of George III"
y en 1930 “England in the Age of The American Revolution”. Al hacerlo, socavó la
interpretación whiggish ortodoxa según la cual los supuestos intentos del rey de reafirmar el
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gobierno absolutista fueron frustrados por la oposición de los rebeldes estadounidenses y los
whigs bajo Rockingham, que simpatizaban con la posición de principios de los colonos
contra la tiranía. Namier negó que el rey tuviera tal intención, que los Whigs de Rockingham
representaban a un partido con ideales más allá de los del faccionalismo egoísta y en buena
medida que escribir sobre la adhesión de los IYIP al partido fuera malinterpretar sus
principios fundamentalmente personales. motivaciones. Por tanto, el llamado "análisis
estructural" de Namier se basaba en una "perspectiva general" más que en una visión general
y en una prosopografía más que en una exégesis narrativa. Su reconstrucción detallada de las
vidas y los motivos de los diputados individuales exigió una búsqueda incansable y una
evaluación de los documentos familiares. El análisis de las cartas de los IYIP llevó a Namier
a argumentar, que veían la política no en términos de ideales, lealtades partidarias o
principios, sino como una extensión de los asuntos locales y personales. Su rehabilitación de
Jorge III se basó en los documentos del Rey que se encuentran en el Castillo de Windsor. El
análisis de su correspondencia supuestamente reveló que Jorge III era un hombre inseguro y
bastante convencional sin intención de revivir la autocracia.
Namier había logrado restaurar personalidades en la política, pero también había eliminado
las ideas políticas de la personalidad, resultado probable, de hecho, de utilizar
correspondencia privada e ignorar en gran medida los debates parlamentarios. Su correctivo
al enfoque tradicional whig fue oportuno, pero con un enfoque demasiado cerrado. Para
apoyar el argumento de que la lealtad y la ideología del partido eran relativamente poco
importantes para la política del siglo XVIII, requería una escala de tiempo más amplia que la
proporcionada por Namier. Tampoco proporcionó el análisis necesario del funcionamiento
de la Cámara de los Lores. En resumen, Namier estaba fascinado por la Cámara de los
Comunes, o más bien por sus miembros. A nivel profesional, la biografía colectiva, apelaba
a Namier como una técnica que evitaba narrativas generales que se basaban en las actividades
de un "gran hombre" o análisis que se basaban en ideologías (como el ivlarxismo) que
evitaban la motivación individual en favor del determinismo impersonal. A nivel personal, a
Namier se le hizo fácil empatizar con los terratenientes obsesionados por sí mismos. Y la
biografía colectiva le dio la oportunidad de explotar la única forma de determinismo que
aprobaba de todo corazón (porque era personal), el análisis freudiano. Namier, que no era
ajeno al diván del analista, invitó a sus personajes históricos a recostarse y explicarse. Como
era de esperar, cuando Namier cruzó la tierra de nadie entre la comprensión genuina y la
obsesión por sí mismo de un historiador, a veces lanzó su ataque y a veces, se paró en una
mina. Sobre su propia relación problemática con su padre, pudo hablar seriamente y discutir
el impacto político de las tensas relaciones entre los reyes de Hannover y sus herederos
varones, y explicar algo de la carrera errática de Charles Townshend en referencia a su
problemática. relación con ambos padres. Por otro lado, ¿era realmente mejor explicar en
esos términos, digamos, las acciones de Townshend como canciller de Hacienda responsable
de la Ley de Derechos de Importación Estadounidense de 1767, amargamente resentida?
Como ha señalado Linda Colley, "nos queda la impresión de que quizás la Revolución
Americana estalló porque Gran Bretaña en la década de 1760 estaba gobernada por una
oligarquía de neuróticos''. 78
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Namier fue demasiado astuto para no convertir la necesidad psicológica en una virtud.
Comentó: La investigación y el análisis realmente intensos requieren cierta correlación entre
la vida y la experiencia emocional del estudiante y su tema ... En cuanto a la precisión, es
una concepción que asociaría con declaraciones más que con puntos de vista.79
Ciertamente requirió más que asiduidad dedicar, como hizo Namier, la última década de su
vida a un proyecto que a la vez da testimonio y epitafio de sus obsesiones, habilidades y,
quizás, sus limitaciones. En 1951 "History of Parliament Trust" le dio a Namier la iniciativa
de escribir la historia institucional apropiada. Lo que obtuvieron los miembros del
fideicomiso no fue nada por el estilo. En los tres volúmenes de La Cámara de los Comunes
(1754-1790), publicados cuatro años después de la muerte de Namier en 1960, Namier evitó
a los "grandes hombres'', pero escribió muchas biografías de parlamentarios, cuanto más
oscuras mejor. Al parecer, el objetivo de proporcionar la materia prima, no de hecho para
una historia política que traza el funcionamiento real de ambas cámaras, sino para una historia
social que carbonice la cambiante estructura económica y de clases de los Comunes. En lugar
de una despedida, hubo una introducción y una obra que, en su inevitable incompletitud,
reflejaba las frustraciones de un forastero por excelencia. 80
2.7 Conclusión
El destino de Namier, como el de muchos de los historiadores discutidos en este capítulo, fue
ser etiquetado como un campeón de un tipo de historia que en realidad no escribió y con el
que mantuvo una relación ambigua. Como producto de su tiempo y de su propia psique
atribulada, escribió una historia que sospechaba de la ideología, efectivamente conservadora,
cínica sobre la naturaleza humana y al parecer, apropiadamente empírica y objetiva al estilo
rankeano. Que esto no fuera ni suyo ni de los rankeanos no era el problema. Peter Novick
traza el impacto similar de un Ranke incomprendido en la profesión histórica
estadounidense. 81 En Gran Bretaña, el impacto de Namier, como el de Butterfield, fue
confirmar una versión particular de la tradición rankeana como la forma correcta y
profesional de escribir la historia.
A finales del siglo XX y principios del XXI, la tradición rankeana se ha utilizado como arma
contra las invasiones de la disciplina de la historia tanto metodológicas como
epistemológicas. G.R Elton se deshizo de las pretensiones rivales de los cliometristas (para
su propia satisfacción), ¿en qué Camino al pasado? y en "Return to Essentials" abordó
(también para su propia satisfacción) a los posmodernistas que se aventuraron a argumentar
que de todos modos no había camino hacia el pasado.82Richard Evans, cuyo "Telling Lies
About Hitler" se discutió al comienzo de este capítulo, ofreció en su En defensa de la historia,
"el trabajo básico de Ranke" como las herramientas de un oficio que, a pesar de las críticas
posmodernistas, continúa ofreciendo una interpretación del pasado que refleja, aunque de
manera imperfecta, como sucedió realmente.
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La historia es una disciplina empírica y se ocupa del contenido del conocimiento más que de
su naturaleza. A través de las fuentes que utilizamos y los métodos con que las manejamos,
podemos, si somos muy cuidadosos y minuciosos, abordar una reconstrucción de la realidad
pasada que puede ser parcial, provisional y ciertamente no será objetiva, pero sin embargo
verdadera. 83
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La búsqueda del estatus profesional fue un esfuerzo por asegurar un estatus de autoridad para
el trabajo del historiador. A diferencia de los practicantes de otras profesiones, los
historiadores nunca lograron el monopolio de su campo: la cuestión de impartir
conocimientos sobre el pasado. Pero dondequiera que el proyecto de profesionalización tuvo
éxito, implicó un cambio en el equilibrio del poder para interpretar el pasado. La autoridad
estaba indisolublemente ligada a las afirmaciones de objetividad de los historiadores. La
objetividad, a su vez, se aseguró mediante la aplicación rigurosa de habilidades en el uso
crítico de la evidencia. Paleográficas, filológicas y contextuales, las habilidades y
metodologías empleadas por los historiadores eran de su propiedad común: fueron enseñadas,
descansadas y comunicadas entre sí. 84 La institucionalización proporcionó los escenarios en
los que esto podría suceder y proporcionó estructuras profesionales y mecanismos de lo que
podría ser llamado control de "calidad".
Al constituirse como una comunidad imaginada, los mismos historiadores establecieron los
estándares de su profesión y buscaron asegurarse de que la conformidad con ellos fuera un
requisito de entrada. Sin embargo, incluso en donde lograron autonomía, las profesiones
históricas nacionales casi nunca estuvieron cerca de convertirse en los cuerpos
independientes y completamente autorreguladores que predicen los modelos sociológicos de
profesionalización.
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del hecho de que la profesionalización de la historia estaba mucho más avanzada a fines del
siglo XIX en Bélgica que en Holanda, por ejemplo, la observación de Fuchs parece requerir
alguna modificación. Donde existía un público alfabetizado y educado, las perspectivas de
desarrollo de la profesión histórica eran inversamente proporcionales a la “modernidad” (ya
veces también al grado de industrialización) experimentada por un país determinado. El
público holandés educado y los gobiernos holandeses, que confiaban en el poder de su estado-
nación y en su identidad, eran propensos a mirar con desprecio a los belgas en general y a su
profesión histórica en particular. El hecho de que Bélgica debería haber requerido una
profesión histórica en primer lugar fue visto por los holandeses como un índice del atraso
belga. En tales casos, el criterio con el que se midió el "atraso" no fue económico ni siquiera
cultural. Más bien, fue el nivel de logro en la construcción de la nación y la formación del
estado.
El hecho de que Alemania haya albergado los primeros laboratorios para experimentos en la
creación de la historiografía moderna está íntimamente relacionado con la falta de
modernidad de Alemania en otros aspectos. Un nuevo espíritu de wissenschaftlichkeit90 sirvió
en parte como sustituto de los ingredientes faltantes de la modernidad, en parte como
correctivo de los defectos, ambos expuestos en las Guerras Napoleónicas. La reforma de
Humboldt de las universidades prusianas proporcionó al menos una medida de libertad
académica dentro de las universidades, cuya posterior expansión proporcionó oportunidades
impulsadas por el mercado para los empresarios académicos. 91 Estas fueron condiciones
favorables para el surgimiento de nuevas disciplinas. La competencia para los estudiantes
proporcionó el motor. Profesores jóvenes, ambiciosos e innovadores, distinguidos desde
mediados de siglo por su propensión a moverse rápidamente de una universidad a otra, lo
impulsaron. Algunos hicieron de la generosa donación de su disciplina una condición para la
aceptación de los puestos que se les ofrecían y tomaron el látigo en relación con sus supuestos
empleadores.92La historia disfrutaba de una ventaja clave sobre las disciplinas rivales. Los
Estados que habían sobrevivido al rediseño del mapa de Europa por parte de Napoleón y que
a menudo habían crecido como consecuencia directa, se vieron obligados a buscar nuevas
estrategias de legitimación después de la caída de Napoleón.
Comenzaron a fomentar el desarrollo de la historia en las universidades en pos de esa
búsqueda. Pero las relaciones entre los historiadores y los estados que eran sus máximos
amos de la paga eran con frecuencia tensas. Las ambiciones intelectuales de los historiadores
siempre eran inherentemente probables de llevarlos más allá de los estrechos confines
geográficos de los sistemas políticos cuya procedencia era tan reciente. Los pequeños
principados podrían asociarse con la imposición local de la censura. Así, al igual que otros
burgueses educados, los historiadores forjaron conexiones entre sí a través de las fronteras
estatales, especialmente a través de revistas y su correspondencia. Mucho antes de su
culminación en los congresos anuales de historiadores alemanes (desde 1892 en adelante), y
antes de la creación del Imperio Alemán en 1871, un "gremio" (Zunji) de historiadores había
tomado forma y lo había hecho a lo largo de líneas nacionales. En su corazón se encontraba
el número cada vez mayor de titulares de sillas establecidas en la historia, unos 28 de ellos
en 1850, y alcanzaron los 185 en las próximas seis décadas.
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talento en bruto; importaba más que se produjesen muchos trabajos nuevos que alcanzaran
una norma cualitativa aceptable. Para ello, la formación era fundamental. Lo que Sybel había
dicho sobre el interés extranjero en la práctica alemana de la historia en 1868 seguía siendo
cierto para Francia y los Estados Unidos en las décadas de 1880 y 1890: fue el seminario
como el mejor medio de comunicar las habilidades del historiador lo que atrajo el mayor
interés del exterior.102
En Gran Bretaña, a diferencia de Francia y los EE. UU., la unión del estado con la nación
parecía durante mucho tiempo demasiado suave, demasiado bien documentada, incluso
demasiado "obvia'' para necesitar un movimiento temprano o completo hacia la historia como
disciplina moderna. Desde mediados del siglo XIX en adelante, un número creciente de
historiadores británicos basados en universidades, sin embargo, comenzó a sentir la falta de
estándares profesionales de erudición y su propio aislamiento tanto unos de otros como de
los desarrollos de Europa continental. Al igual que en los otros casos que he discutido, los
promotores de la profesionalización de la historia en Gran Bretaña fueron ampliamente
coextensivos con la ruidosa sociedad de admiradores de la erudición histórica alemana. Sin
embargo, ninguno de ellos buscó ni quiso adoptar al por mayor las normas y formas
organizativas alemanas. De hecho, al menos en algunos casos individuales, sus reservas sobre
la búsqueda de la historia en Alemania crecieron en proporción a la mejora de su
conocimiento de ella. Según su propio relato, el estudio de la historia de Sir John Seeley no
comenzó hasta 1869, el año en que fue nombrado miembro de la Cátedra Regius de Historia
en Cambridge. 103
El trono de Prusia aparece rodeado por una especie de sacerdocio; cuyo credo es la deidad
del César. Él es su Constantino. Y estos hombres son considerados en todo el mundo como
oráculos, como hombres cuyo conocimiento es profundo y cuyo juicio colectivo es casi
definitivo, como hombres especialmente cuyas opiniones (como en otros países), no se ven
obstaculizadas por suscripciones o influenciadas por ningún tipo de soborno, ¡pero son
inviolablemente gratis!105
Esta revelación se limitó al diario de Seeley, que no fue diseñado para su publicación. En
ningún momento le reveló al público británico un indicio de sus preocupaciones. Quizás los
historiadores británicos habían hecho demasiado bien su trabajo al erigir a Alemania como
el estándar para el rendimiento académico. Negar la erudición alemana a ese punto, era
arriesgarse a arruinar los planes británicos de profesionalizar la historia. Aunque los
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costumbres tribales y la vida cotidiana. Pero agregaron las anteojeras de sus disciplinas al
resto de los prejuicios de Trevor Roper. Por lo tanto, los antropólogos pueden haber
contribuido al conocimiento del "primer mundo" de las sociedades africanas, pero su práctica
se sumó también a una negación de facto de la historicidad de esas sociedades. Entonces, a
menos que se puedan imaginar departamentos de historia universitarios que enseñen historia
colonial en países poscoloniales, el establecimiento de nuevas rutas hacia una historia
africana fue un concomitante necesario para plantar las raíces de la disciplina en África.
Al momento de los comentarios despectivos de Trevor Roper, había una creciente comunidad
de historiadores dispuestos a responderle. Surgió la Historia en y de África, como la
colonización y descolonización del continente, a través de la interacción de europeos y
africanos. Aquí se pueden distinguir tres impulsos. Primero, incluso mientras los
propagandistas del Imperio en casa negaban complacientemente que los pueblos tribales
tuvieran historias, los misioneros y las autoridades coloniales en la India como en África
estaban descubriendo que, aunque solo fuera en interés de la eficiencia gubernamental, la
historia de los gobernados era indispensable. En el transcurso del siglo XIX, los
administradores del Imperio se habían acostumbrado a contratar indios y africanos
alfabetizados para escribir las tradiciones orales de sus sociedades. En segundo lugar, la fase
de "colonialismo desarrollista" iniciada por Gran Bretaña a raíz de la Segunda Guerra
Mundial, buscaba reformular el colonialismo como un servicio a los colonizados. Los
últimos, debían alcanzar estándares acordes con su eventual independencia y la provisión de
una educación universitaria en el mismo lugar era concebida como parte integral de la
estrategia. Este patrón se repitió en muchas de las partes del Imperio Británico con
poblaciones principalmente no blancas. 109 En la Escuela de Estudios Orientales y Africanos
de la Universidad de Londres (SOAS). Roland Oliver fue designado en 1948 como el primer
profesor universitario del mundo en "la historia de los pueblos tribales de África Oriental”;
aproximadamente al mismo tiempo, bajo la tutela y el control del SOAS, se establecieron
una serie de facultades universitarias en Ghana, Nigeria y Uganda, y los departamentos de
historia se crearon dentro de ellos prácticamente de inmediato. En tercer lugar, la experiencia
de la guerra había promovido el nacionalismo tanto en las sociedades colonizadas como en
las coloniales, al mismo tiempo que entusiasmaba a una generación de jóvenes académicos
de Europa y Estados Unidos por sus agendas intelectuales explícitamente antirracistas y
antimperialistas.
Bajo estas influencias, nacieron comunidades históricas profesionales en gran parte de África
tropical. Una generación fundadora de historiadores académicos africanos negros fue
formada por europeos. El cometido de los europeos al ser nombrados para puestos en
universidades africanas era precisamente salir de sus puestos de trabajo. Una vez que los
africanos estuvieron preparados, se hicieron cargo de la enseñanza y la dirección de los
departamentos. Pero los historiadores europeos aprendieron tanto como enseñaron. La
mayoría de las veces por diseño, pero a veces por accidente llegaron para realizar
investigaciones en África, así como para los historiadores del tranvía. Como ha dicho un
veterano historiador británico de África, “es axiomático que la historia africana no surgió
tanto en Gran Bretaña como evolucionó, (a menudo de la mano de los mismos profesores),
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Los usos que le dieron a sus fuentes también hicieron eco de las prácticas de los historiadores
europeos del siglo XIX y lo hicieron por razones comparables. Al obtener la independencia,
los estados africanos encontraron sus propios motivos para continuar con la inversión en la
historia, iniciada por Gran Bretaña. Los compromisos nacionalistas compartidos por políticos
e historiadores alentaron la búsqueda de pruebas de la formación del Estado en las sociedades
precoloniales. Su fijación por el estado, entonces, confirma que los primeros historiadores
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académicos en y del África negra fueron rankeanos en la mayoría de las cosas, además del
uso de fuentes orales.
La versión de África tropical de un paradigma estatista disfrutó de una breve edad de oro. Su
primer fundamento estaba en el departamento de historia de la Universidad de Ibadan en
Nigeria. La influencia de su enfoque, (investigar y escribir historias políticas que se
concentraran en los períodos precoloniales y hacerlo de manera que fueran aceptables para
los estándares internacionales de la erudición histórica), se irradió hacia afuera. La Escuela
de Ibadan estableció las agendas de los historiadores en los departamentos universitarios de
Ife, Lagos, Port Harcourt, Nsukka, Jos, Benin, Iloria y Calabar. 112 A partir de la década de
1950, la gestión de archivos floreció; las asociaciones históricas desarrolladas; se
establecieron revistas. En resumen, el África tropical había adquirido con notable rapidez
todas las instituciones características de las profesiones históricas modernas.
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Si bien la historia seguía siendo la disciplina más popular entre los estudiantes de
humanidades, un "camino de primavera" que conducía a trabajos bien remunerados en la
administración pública estaba seduciendo a los potenciales posgraduados y, por lo tanto,
estaba militando contra la capacidad de la profesión histórica para reproducirse a sí misma.
Por duras que fueran sus críticas al historial de los gobiernos, reservó sus acusaciones más
condenatorias para "el flagrante fracaso" de los propios historiadores nigerianos. Habían
pasado por alto la pobreza de la enseñanza de la historia nigeriana en las escuelas, dejándose
gobernar por "el sentimiento arrogante de que es académicamente peatonal ... ¡descender al
nivel de estudiantes de secundaria!". Los profesionales tampoco se vieron compensados por
producir suficiente investigación, de modo que la historiografía blanca siguió ocupando
muchos territorios de la historia de Nigeria. Sin embargo, los historiadores nigerianos se
habían vendido a sí mismos como "esclavos académicos", ya que estaban "principalmente
preocupados por impresionar al hombre blanco", persuadiéndolo de que aceptara que África
"es una rama legítima de la Historia Universal". La receta de Ayandele para todos estos males
fue un énfasis redoblado en los "deberes patrióticos" de los historiadores: deben escribir
explícitamente la "historia nacionalista". La comunidad histórica internacional no puede
tener motivo de queja. Porque, preguntó Ayandele, "¿Dónde están nuestros colegas?, en las
llamadas partes desarrolladas del mundo que no son escritores de historia nacionalista?". 113
Los peores temores de Ayandele por el futuro de su profesión en el África tropical no eran
infundados en lo absoluto. A mediados de la década de 1980, cuando el FMI pidió préstamos
a los estados africanos, la financiación para la historia y otras disciplinas de las humanidades
se agotó. Ni la Ibadan ni la Escuela Dar sobrevivieron. La Revista de la Sociedad Histórica
de Nigeria dejó de publicarse, al igual que prácticamente todas las demás publicaciones
periódicas históricas del África tropical. Las dictaduras se sumaron a los males de la
academia.114 En Zaire, por ejemplo, la enseñanza de la historia "se convirtió en la narración
de cuentos hechos jirones, edificios en ruinas, programas y calendarios académicos en ficción
y la moral en desesperación elegíaca". Mobutu obligó a los historiadores al exilio y a lo largo
de los años setenta y ochenta, aterrorizó periódicamente los campus, hasta que tras el
asesinato de al menos veinte estudiantes en Lubumbashi y el saqueo de la universidad por
tropas de élite una noche de 1990, las universidades "prácticamente dejaron de existir''. 115
A medida que su base material se vino abajo, nuevos tipos de trauma intelectual amenazaron
con socavar la legitimidad de la historia institucionalizada dentro y fuera de África. La
posición de Ayandele se había situado incómodamente entre el rechazo y la emulación de la
historiografía europea y estadounidense. Para historiadores como Abdullahi Smith, el
problema central era precisamente eso: las escuelas Ibadan y Dar permanecían atrapadas
dentro de categorías profesionales e institucionales que eran meras manifestaciones de "la
terrible corrupción de la sociedad occidental". En consecuencia, sus nacionalismos eran
contradictorios y raídos. En 1975, Smith propuso una remodelación integral de la historia en
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las universidades según las líneas islámicas. En Zaria, en el norte islámico de Nigeria, las
ideas de Smith dieron como resultado otra escuela africana de historia, esta vez desafiando
no solo los preceptos intelectuales y políticos, sino también los institucionales de Ibadan. 116
Ese desafío, aunque planteado en gran medida en términos muy diferentes de los del
islam, tuvo eco mucho más allá de África tropical. El grupo de historiadores que se reunieron
en torno a la serie Subaltern Studies de volúmenes ocasionales parecía a primera vista, haber
colocado firmemente a la historiografía india en el mapa mental de los historiadores
"occidentales". Lo hicieron produciendo una especie de “historia desde abajo” y
combinándola con un antiimperialismo que no era nacionalista. Sin embargo, sus
perspectivas originalmente influenciadas por el marxismo dieron paso cada vez más a una
adhesión a las postcoloniales y posmodernas. Y con ellas vino una mayor conciencia de las
ambigüedades de sus propias posiciones como historiadores profesionales. Así, Dipesh
Chakrabarty, miembro del colectivo Subaltern Studies, rechazó como "gratificantes pero
prematuras" las palabras de felicitación de Ronald Inden a los historiadores indios que
"mostraban signos de reapropiarse de la capacidad de representarse a sí mismos" dentro de
una comunidad académica internacional. Chakrabarty adelantó la “proposición perversa” de
que “todas las historias”, incluidas las elaboradas por los practicantes de los estudios
subalternos, tienden a convertirse en variaciones de una narrativa maestra que podría
llamarse “la historia de Europa”. De esta forma, la propia historia "india" se encuentra en una
posición de subalternidad; sólo se pueden articular posiciones de sujeto subalterno en nombre
de esta historia. Europa es invariablemente “un referente silencioso en el conocimiento
histórico mismo" ... Los historiadores del tercer mundo sienten la necesidad de referirse a
obras de la historia europea, lo que no es recíproco. De ello se desprende que trabajar "dentro
de la disciplina de la historia producida en el sitio institucional de la universidad" implica
una "profunda colusión" con las narrativas europeas de la modernización. La "historia" como
un sistema de conocimiento está firmemente arraigada en las prácticas institucionales que
invocan al estado-nación en cada paso: sea testigo de la organización y la política de la
enseñanza, el reclutamiento, los ascensos y la publicación en los departamentos de historia.
La presencia global de la historia dentro de los sistemas educativos sólo sirve para subrayar
el punto: los historiadores deben esa presencia a “lo que el imperialismo europeo y el
nacionalismo del tercer mundo han logrado juntos: la universalización del estado-nación”.
Incluso intentar desafiar esa versión del universalismo es "imposible dentro de los protocolos
de conocimiento de la historia académica". Desde las cronologías seculares, hasta las reglas
de la evidencia empleadas por los historiadores, Chakrabarty no deja ningún aspecto de su
disciplina sin cuestionar. 117 Ashis Nandy ha ido aún más lejos, rechazando la imposición de
"la categoría de la historia en todas las construcciones del pasado". La conciencia histórica,
acogida por los intelectuales indios con motivo de su llegada a mediados del siglo XIX al
subcontinente "como un poderoso complemento de la bolsa de equipo de la civilización
india'', ahora se revela como irremediablemente europea, y su "dominación'' como "una
responsabilidad cultural y política". En cambio, Nandy defiende las estrategias del olvido. 118
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3.4 Conclusiones
Nandy ensaya inconscientemente una estrategia del estalinismo: borrar de la historia todo lo
que pueda resultar inconveniente. Además, sus propias denuncias del imperialismo dependen
como ha señalado Frederick Cooper, del conocimiento histórico impartido por historiadores
académicos. Además, su rechazo de la historia académica se basa en una línea rígida entre
esa y otras comprensiones del pasado.119 Aunque lo han hecho en diversos grados y con un
éxito desigual, los historiadores profesionales modernos siempre se han basado en ideas y las
han asimilado eclécticamente ideas que vienen de más allá de la academia. Tampoco están
preparados para ver a los historiadores aficionados o los portadores de tradiciones orales sólo
como fuentes. Aunque admite que le tomó años hacerlo, Jan Vansina llegó a ver claramente
que los "informantes" como Mbop Louis eran también sus "cohermanos, historiadores como
yo, solo historiadores de la comunidad, no académicos como yo". 120 Los historiadores
académicos pueden (sin lugar a duda) a veces se apoyan demasiado en su dignidad
profesional. Abusan del "aparato académico" para confundir a los lectores e intimidarlos y a
veces, en esfuerzos más o menos paranoicos para cubrirse las espaldas de posibles críticos
entre sus compañeros profesionales. Pero, probablemente en su mayor parte, también son
muy conscientes de estar involucrados en un proceso que es esencialmente colectivo y que
depende del debate y la crítica tanto dentro como fuera de la disciplina. El pluralismo es su
"condición necesaria".
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Parte 2
4. Historiografía marxista
Geoff Eley
Hasta mediados del siglo XX, los enfoques marxistas de la historia se podían encontrar
principalmente fuera del mundo académico en los entornos intelectuales y pedagógicos
alternativos de los movimientos obreros. El compromiso con la “concepción materialista de
la historia” se asoció casi por completo con una cultura de oposición de disensión, polémica
intelectual y autodidactismo de la clase trabajadora. La historiografía marxista solo estableció
su presencia en las universidades como parte del giro general hacia la historia social que
capturó la imaginación de la profesión en la década de 1960. Durante la larga prehistoria de
ese desarrollo, la contribución marxista se ve mejor como parte de un esfuerzo mucho mayor
para desarrollar las teorías y métodos que presupone una “historia de la sociedad”
comparativa. Entre las décadas de 1930 y 1970, una nueva generación de marxistas británicos
se convirtió en una fuente principal de innovación en ese sentido, uniéndose a la influencia
comparable de la escuela de los Annales en Francia, con quien también entabló un diálogo.
Variando de país en país, esta convergencia de intereses en torno a la “historia social” o “la
historia de la sociedad” creció en última instancia a partir de los esfuerzos de finales del siglo
XIX y principios del XX - en política y pensamiento social - para dominar los significados
de la industrialización capitalista.
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El propio Marx dejó pocas obras formales de historia per se, aunque su "economía", la
principal obra de teoría publicada en los tres volúmenes de El capital entre 1867 y 1894,
contenía una alta densidad de aprendizaje histórico y una variedad de análisis históricos
sostenidos en torno a preguntas particulares, más famosas quizás en los relatos de la
"acumulación primitiva" y la transición de la manufactura a la industria moderna, o en las
discusiones empíricamente ricas de las luchas a lo largo de la jornada laboral.2 De manera
similar, si su periodismo de las décadas de 1850 y 1860 siempre reflejó densas
investigaciones históricas, incluidos sus intensos análisis contemporáneos de los
acontecimientos políticos en Francia, estos no fueron tratados historiográficamente de
manera sostenida hasta hace muy poco. De hecho, fue Engels quien produjo el catálogo más
extenso de escritos formalmente históricos. Estos comenzaron con su relato clásico del
desarrollo de la industria moderna y sus consecuencias sociales, La condición de la clase
trabajadora en Inglaterra (1844-1845), continuaron con La guerra campesina en Alemania
(1850) y culminaron en sus escritos de la década de 1870 y 1880, el más convencionalmente
histórico de los cuales fue El origen de la propiedad privada ,la familia y el Estado (1884).
Para Engels se trataba principalmente de formalizar adecuadamente el legado de Marx,
popularizar su pensamiento y convertirlo en una filosofía polivalente. Una ambición similar
inspiró a las primeras generaciones de seguidores de Marx en los nuevos partidos socialistas,
incluido sobre todo Karl Kautsky, quien rápidamente emergió en la década de 1890 como su
mayor discípulo. Al igual que otros pioneros como Eduard Bernstein en Alemania, Victor
Adler en Austria, Georgy Plekhanov en Rusia y Antonio Labriola en Italia, Kautsky buscó
sistematizar el materialismo histórico como una teoría comprensiva del hombre y la
naturaleza, capaz de reemplazar las disciplinas burguesas rivales y dotar al movimiento
obrero de una visión amplia y coherente del mundo que pueda ser fácilmente captada por sus
militantes.3
Tal esfuerzo a menudo abarcaba amplios temas históricos, incluyendo The Agrarzan
Questzon (1899) de Kautsky y Foundations of Christianity (1923), o buscaba analizar las
condiciones del desarrollo capitalista dentro de su propia sociedad, como en el libro de
Vladimir Ilyich Lenin The Development of Capitalism in Rusia (1899) o El desarrollo
industrial de Polonia de Rosa Luxemburg (1898). Otras obras incluyen The Peasant Warm
Germany (1899) de Ernest Belfort Bax, Histoire socialiste de fa Revolution francaise (1900-
1909) de Jean Jauré y History of the Commune of 1871 (1886) de Prosper Olivier Lissagaray.
Los nuevos partidos socialistas también generaron un número creciente de historias de su
propio surgimiento, de las cuales la historia en tres volúmenes de Eduard Bernstein del
movimiento obrero en Berlín (1907-1910) sigue siendo un ejemplo imponente.
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¿Cómo podríamos resumir este período "clásico" en la vida del marxismo como un cuerpo
de pensamiento relevante para los historiadores, que se extiende desde la producción de los
mismos Marx y Engels hasta los escritos de sus seguidores a fines del siglo XIX? Más allá
de su punto de vista filosófico subyacente, cuatro compromisos principales caracterizaron
principalmente este enfoque de la historia: su teoría progresista de la historia basada en etapas
ascendentes de desarrollo; su modelo de "base y superestructura" de causalidad social; su
atribución de un cambio histórico significativo a los intereses en conflicto y la agencia
colectiva de las clases sociales; y su sentido de sí mismo como una "ciencia de la sociedad".
En el gran esquema marxista de la historia, la sociedad humana avanzó desde las etapas de
desarrollo inferiores a las superiores, demostrando una complejidad cada vez mayor en las
formas de organización de la vida económica y haciendo posible la eventual sustitución de
la escasez material por la abundancia material. El contexto principal de este pensamiento fue
la transformación urbano-industrial de la sociedad europea observada directamente por Marx
y Engels, que conceptualizaron como la transición del feudalismo al capitalismo. En
contraste, las formaciones sociales que precedieron al feudalismo se definieron
indistintamente, apareciendo a veces como los modos de producción "asiático" y "antiguo"
y en otras divididas en patrones "orientales", "antiguos", "germánicos" y quizás "eslavos". de
tenencia de la propiedad, que a su vez creció desde las primeras formas de "comunalismo
primitivo". El motor detrás de este esquema de desarrollo que avanzaba eran las fuerzas de
producción, cuyo dinamismo siempre superaría con el tiempo el marco de relaciones e
instituciones sociales dado por la sociedad, por lo que se requerían violentas convulsiones
sociopolíticas para que se produjera cualquier avance adicional. Más allá del agotamiento de
las propias capacidades de desarrollo del capitalismo, el socialismo fue concebido como el
nivel más alto de desarrollo social de todos. Esta teoría de las etapas dio a los marxistas sus
criterios de periodización. Proporcionó una plantilla para juzgar el estado de desarrollo de
cualquier sociedad en particular. En segundo lugar, Marx y las primeras generaciones de
marxistas reservaron clásicamente una prioridad de primer orden -ontológica,
epistemológica, analíticamente- para la estructura económica subyacente de la sociedad al
condicionar todo lo demás, incluidas las posibles formas de política y derecho, de desarrollo
institucional y de la conciencia social y la creencia. La expresión más común de esta relación
determinante fue el lenguaje arquitectónico de “base y superestructura”, en el que la metáfora
espacial de niveles ascendentes y secuenciales implicaba también el punto final de una
cadena lógica de razonamiento. Esto podría entenderse de manera muy flexible, dejando
espacio para muchas desigualdades y autonomía, incluida la efectividad separada de la
superestructura y su acción recíproca en la base, especialmente en el contexto de cualquier
análisis político, ideológico o estético detallado; pero, en última instancia, esos análisis
seguían siendo responsables.
En tercer lugar, para los marxistas, el principal motor del cambio bajo el capitalismo fue el
conflicto de clases. Tal conflicto se consideró estructural y endémico, un rasgo permanente
e irreductible de la vida social bajo el capitalismo, basado en los inevitables antagonismos de
intereses de clase mutuamente incompatibles y colectivamente organizados. En este
entendimiento, la identidad social deriva en primera instancia de la competencia desigual
entre quienes poseían y controlaban los medios de producción y quienes eran desposeídos.
Este antagonismo estructural llevó a luchas por la distribución social del valor económico
producido en la economía, que asignó a la gente "en dos grandes campos hostiles, en dos
grandes clases directamente enfrentadas: burguesía y proletariado". 4
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Los trabajadores eran una clase de productores directos que ya no poseían los medios de
subsistencia independientes o incluso sus propias herramientas. Obligados a regresar para su
sustento a la venta de su fuerza de trabajo a un capitalista a cambio de un salario, los
trabajadores no tenían recursos más allá de su propia fuerza organizada colectivamente,
movilizada a través de sindicatos y partidos socialistas. En condiciones de deterioro de la
acumulación capitalista y la rentabilidad, la movilización colectiva de los trabajadores
relacionó las presiones al sistema político, lo que creó oportunidades para el cambio. La
forma más extrema de tal avance, en una crisis de particular y creciente gravedad, fue la
revolución.
Finalmente, el marxismo fue científico. En su endeudamiento intelectual formativo con las
nuevas ciencias naturales, por ejemplo, Kautsky era completamente típico. El impacto de
Charles Darwin y las obras de Ludwig Buchner y Ernst Haeckel impregnaron su pensamiento
premarxista. Su revista mensual Neue Zeit, el órgano teórico más prestigioso del movimiento
europeo llevó efectivamente en su membrete esta doble afiliación con Marx y Darwin. Para
Kautsky, la lucha de clases - “la lucha del hombre como animal social en la comunidad
social” - reflejó la lucha biológica por la existencia. Para August Bebel, líder del Partido
Socialdemócrata Alemán (SPD), el marxismo era “ciencia, aplicada con pleno conocimiento
a todos los campos de la actividad humana”. Engels había establecido este tono en su discurso
fúnebre por Marx - "Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza
orgánica, así Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana" - y de hecho pasó
gran parte de las décadas de 1870 y 1880 buscando fundamentar esta afirmación,
particularmente en la Dialéctica de la Naturaleza publicada póstumamente. Para la mayoría
de los seguidores conscientes de Marx a finales del siglo XIX, esta equivalencia entre
"ciencia" y "sociedad" era axiomática. Expresó una certeza en la direccionalidad de la
historia, una confianza objetivista en el conocimiento que se esperaba que brindara el
marxismo.
Conformada en un enfoque unificado durante varias décadas antes de 1914, esta poderosa
combinación de puntos de vista: una teoría del desarrollo social que permite periodizar la
historia, un modelo de determinación social que avanza hacia arriba desde la vida material,
una teoría del cambio social basada en las luchas de clases y sus efectos, y un enfoque
objetivista de la comprensión social, sirvieron bien a los marxistas durante la mayor parte de
un siglo. A lo largo de ese período, los escritos marxistas sobre la historia variaron
enormemente en sutileza, fundamento probatorio e integridad académica general, fluctuando
en parte con el clima de la vida política socialista y comunista, en parte con el grado de
aceptación que los marxistas encuentran dentro del mundo académico y otras arenas de
intercambio intelectual. Los períodos de fermento crítico dentro de la teoría marxista también
complicaron la sencillez de esta descripción general. Si la década de 1940 y principios de la
de 1950 fue una época de poca creatividad en todos estos aspectos, por ejemplo, a principios
de la de 1920 se experimentó una tremenda experimentación, al igual que en las de 1960 y
1970.
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Luego de 1918, bajo el impacto radicalizador de la guerra y las crisis revolucionarias que la
acompañaron, las ideas marxistas lograron una circulación notablemente más amplia en gran
parte de Europa, adquiriendo más ímpetu a partir del éxito de la revolución bolchevique y el
fortalecimiento de las libertades civiles en Occidente. Una consecuencia fue el crecimiento
de una modesta presencia intelectual marxista más allá de los confines organizados de los
propios partidos socialista y comunista, disfrutando de una mayor legitimidad en el mercado
de ideas y estableciendo un punto de apoyo en las universidades.
De hecho, a principios del siglo XX se produjo una notable convergencia de intereses en
torno a nuevas formas de investigación histórica. Historia “social” en los términos que ahora
nos son familiares desde la década de 1960, para la cual el marxismo, como la “concepción
materialista de la historia”, ofreció el programa más fuerte. Pero dada la influencia ejercida
sobre los departamentos de historia de las universidades por temáticas como el arte de
gobernar y la diplomacia, la guerra y la alta política, la administración y el derecho, las
primeras historias sociales se desarrollaron más allá de los muros de la academia, ya sea en
el trabajo de individuos privados o en entornos institucionales alternativos. de los
movimientos laborales. El clima político más propicio después de 1918 permitió que
surgieran potenciales más fuertes para la historia social, generalmente instigados desde fuera
de la disciplina per se. Si en Alemania el principal impulso fue el florecimiento de la
sociología y en Francia la concepción ecuménica de las ciencias sociales que cristalizó en
torno a la Revue de Synthese historique de Henri Berr (lanzada en 1900) y condujo a la
fundación de Annales d'histoire economique et sociale en 1929, en Gran Bretaña, la clave
fue la creación de la Economic History Society y su revista, Economic History Review en
1926-1927.
La historiografía resultante ciertamente no fue "marxista" por afiliación consciente. En
Francia, por ejemplo, las bases de la nueva historia se sentaron durante las tres primeras
décadas del siglo por un encuentro excepcionalmente fértil entre historiadores y ciencias
sociales, que tuvo lugar en parte en la Ecole Practique des Hautes Etudes de París, bajo la
influencia de los economistas de Revue Francois Simiand y Berr, en parte entre un grupo
notable de la Universidad de Estrasburgo, que incluía a Maurice Halbwachs, Georges
Lefebvre y los fundadores de Annales, Marc Bloch y Lucien Febvre. 5 Entre las décadas de
1930 y 1960, las disposiciones de Annales fueron paralelas a las de los marxistas: una idea
fuertemente objetivista de la historia como ciencia social; metodología cuantitativa; análisis
a largo plazo de las fluctuaciones económicas a través de precios, comercio y población;
historia "estructural"; y un modelo materialista de causalidad.
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Al otro lado del Canal de la Mancha, en Gran Bretaña, la historia social se inspiró en parte
en las grandes narrativas de la Revolución Industrial y el surgimiento de las economías
nacionales, en parte por la empatía de la izquierda por las víctimas sociales de la
industrialización. Cada uno de los principales pioneros fue movido por fuertes compromisos
políticos. R.H. Tawney, el primer historiador económico moderno quien enseñó en la LSE
fue un socialista cristiano, candidato parlamentario del Partido Laborista, defensor de la
Asociación Educativa de los Trabajadores (WEA) y prominente intelectual público. G.D.H.
Cole, que enseñó en Oxford desde la década de 1920 y ocupó la Cátedra de Teoría Social y
Política desde 1945, fue un socialista de gremio y un destacado intelectual socialista no
afiliado. Los periodistas radicales John y Barbara Hammond publicaron un relato épico de
los costos humanos de la industrialización en una trilogía de trabajos sobre los trabajadores
pobres; y Beatrice y Sidney Webb, quienes sentaron las bases para una historia social
plenamente profesionalizada con un inmenso corpus de estudios sobre sindicalismo,
gobierno local, Poor Law y administración social, fuertemente identificados con el avance
parlamentario del Partido Laborista. En todos estos casos, la distancia con el marxismo como
tal fue clara. Sin embargo, el compromiso a estudiar la vida material, animado por varios
tipos de políticas de izquierda y la identificación con la “gente común”, por paternalista o
condescendiente que sea, esbozó el terreno compartido. El trabajo de Cole en la historia del
trabajo o Tawney en los siglos XVI y XVII hizo un puente directo a la historia social después
de 1945 en su preocupación por la gente común, con el impacto más amplio de fuerzas
socioeconómicas como la industrialización y con la ética del compromiso político. 6
Por supuesto, estos primeros trabajos también se escribieron contra algo más. En el caso
británico, eso significó no solo el paradigma nacionalista del arte de gobernar, la evolución
constitucional y el derecho, sino también los esfuerzos anteriores por una alternativa
"popular" o "democrática". Así, el precursor de los Hammond había sido el parlamentario
radical e historiador económico de Oxford Thorold Rogers, quien refutó la historia
constitucional de su época con una Historia de la agricultura y los precios en Inglaterra en
siete volúmenes, publicada entre 1866 y 1902, que reunía materiales ricos a partir de los
cuales se podría escribir la historia social de los trabajadores pobres. Del mismo modo, en su
Breve historia del pueblo inglés publicado en 1874, el joven contemporáneo de Rogers en
Oxford, John Richard Green, contrarrestó la celebración victoriana de un constitucionalismo
inglés limitado con una contra historia popular de autogobierno democrático. 7Ayudó a
establecer la historia popular fuera de las universidades, pasando por las historias irlandesas
de la viuda de Hammond y Green, Alice Stopford Green, hasta la Historia popular de
Inglaterra de la comunista Leslie Morton, publicada en 1938, que se inspiró en la campaña
antifascista por un Frente Popular.8
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La apertura necesaria para una historiografía marxista más creativa, donde el control ejercido
por estas reglas de pensamiento establecidas (teleología, determinismo de base y
superestructura, la idea de una totalidad interconectada cohesivamente) se relajó, salió
principalmente del discurso oficial de los partidos socialista y comunista. Ocurrieron en los
contextos prácticos donde las nuevas generaciones de historiadores sociales comenzaron a
hacer su trabajo, ya sea dentro o fuera de las universidades. De hecho, la mayoría de las
genealogías de la historia radical marxista, feminista y otras formas presumen demasiada
importancia a los departamentos de historia de las universidades. Por ejemplo, mientras que
la mayoría de los historiadores marxistas británicos afirmaron que como una cohorte
distintiva en la década de 1970 tenían una educación universitaria en la década de 1930 y
finalmente consiguieron nombramientos académicos, muchos ocuparon un lugar bastante
marginal hasta más tarde en sus carreras o trabajaron completamente fuera de la profesión
histórica. El historiador oral pionero, exmaestro de escuela y escritor George Ewart Evans
(1909-1987), igualmente educado en la universidad y luego radicalizado en el Partido
Comunista durante la década de 1930, produjo sus obras completamente más allá de la
academia.12
Estos fueron los escenarios en los que el reconocimiento común del valor de las formas de
análisis materializadas energizó la imaginación intelectual y política de los académicos más
jóvenes que se resistían a las disciplinas establecidas, protocolos y rutinas de trabajo. Aquí
era donde el atractivo de la historia social y económica y la emoción de entrar en un proyecto
común de comprensión social, podían permitir que tanto los marxistas como los seguidores
de Annales convergieran, como lo implicaba la experiencia de Labrousse y Lefebvre en la
propia Francia.13 De hecho, los compromisos motivadores para los historiadores marxistas
de esta primera generación académica se encuentran no solo en las perspectivas filosóficas
orientadoras, que pueden parecer bastante prosaicamente ortodoxas cuando se explican, sino
mucho más en las obras de erudición descarriladas que produjeron, que podrían tener mucho
en común con los de sus colegas no marxistas. Por esta razón, podría decirse que las
demarcaciones estrictas entre los historiadores marxistas británicos y los historiadores de
Annales en este período realmente tienen poco sentido. 14
4.3 Los historiadores marxistas británicos: dando forma a una cultura intelectual
En la década de 1960, la historia social británica había visto la acumulación gradual de una
tradición académica, para la cual el prestigio de Tawney y Cole brindó un valioso apoyo y
protección. Varias vertientes fueron importantes a este respecto, incluida la fortaleza
institucional a largo plazo de la historia económica, el impacto de pioneros individuales como
Asa Briggs, el nexo de las ciencias sociales progresistas en la LSE, la influencia respectiva
de J.H. Plumb y George Kitson Clark en Cambridge, importantes centros regionales en
Leeds, Manchester y otros lugares, y las redes de historia laboral se solidificaron alrededor
de la Sociedad para el Estudio de la Historia Laboral y su Boletín lanzado en 1960. 15
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Pero en medio de esta actividad, el Grupo de Historiadores del Partido Comunista (CPGB),
cuyas discusiones regulares comenzaron en 1946, llegó a ejercer una influencia
desproporcionada en la posterior expansión de la historia social. Sus miembros componían
en su mayoría una generación distinta, habiendo llegado al CPGB a través de la campaña
antifascista de finales de la década de 1930. La mayoría también se fue durante la crisis del
comunismo en 1956-1957, cuando el grupo se disolvió.
Las discusiones colectivas de estos historiadores marxistas británicos dieron forma a los
contornos de la historia social en Gran Bretaña, con un significado a más largo plazo cuya
resonancia internacional era comparable a la de Annales. Entre ellos estaban Christopher Hill
(nacido en 1910), George Rude (1910-1993), Victor Kiernan (nacido en 1913), Rodney
Hilton (1916-2002), John Saville (nacido en 1916), Eric Hobsbawm (nacido en 1917),
Dorothy Thompson (nacido en 1923), Edward Thompson (1924-1993), Royden Harrison
(1927-2002) y el joven Raphael Samuel (1938-1996). No muchos enseñaron en el centro de
la vida universitaria británica en Oxbridge o Londres. Algunos no eran historiadores por
disciplina, como el mayor Maurice Dobb (1900-1976), economista de Cambridge, cuyos
Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, publicados en 1946, centraron gran parte de las
discusiones del grupo. Otros ocuparon cargos en la educación para adultos. Rudé y
Thompson consiguieron citas académicas sólo en la década de 1960, Rudé al viajar a
Australia. Su principal impulso provino de la política, un poderoso sentido de la pedagogía
de la historia y una identificación más amplia con los valores democráticos y la historia
popular. Una mentora destacada fue la intelectual no académica del CPGB, periodista y
erudita de Marx, Dona Torr (1883-1957), a quien el grupo rindió homenaje con un volumen
titulado La democracia y el movimiento laborista en 1954.16
Inspirado por People's History of England de A.L. Morton, publicado en 1938 en el apogeo
de la campaña Popular, la ambición del grupo era producir una historia social de Gran
Bretaña capaz de impugnar los relatos establecidos u oficiales. Algunos miembros se
especializaron en la historia británica per se, en particular, Hilton en el campesinado inglés
de la Edad Media, Hill en la Revolución Inglesa del siglo XVII, Saville en la industrialización
y la historia del trabajo, Dorothy Thompson en el cartismo. Otros mostraron un extraordinario
alcance internacional. Los intereses de Hobsbawm abarcaron la historia del trabajo británico,
los movimientos populares europeos y el campesinado latinoamericano, además del estudio
del nacionalismo y una serie de historias generales incomparables, que por su conclusión
habían cubierto la era moderna desde finales del siglo XVIII hasta el presente en cuatro
magníficos volúmenes. Kiernan era un verdadero erudito, publicaba ampliamente sobre
aspectos del imperialismo, la formación del Estado moderno temprano y la historia del duelo
aristocrático, así como las relaciones británicas con China y la Revolución española de 1854,
con una imponente bibliografía más amplia de ensayos sobre una gama ecléctica de sujetos.
Rudé fue un destacado historiador de la Revolución Francesa y la protesta popular. Otros dos
miembros del grupo eran especialistas británicos que a largo plazo llegaron a disfrutar de una
influencia internacional masiva: Raphael Samuel como el genio conmovedor detrás del
movimiento History Workshop y su revista, y Edward Thompson a través de sus grandes
obras The Making of the English Working Class, publicado en 1963, Whigs and Hunters una
década más tarde y Customs in Common, que incorporó ensayos y conferencias sobre el
establecimiento de la agenda escritos originalmente en las décadas de 1960 y 1970.
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El trabajo de Hobsbawm se desarrolló en diálogo con Braudel y sus colegas, y con Labrousse,
Lefebvre y Soboul. A nivel internacional, Hobsbawm y Rude transformaron el estudio de la
protesta popular en las sociedades preindustriales. Rudé deconstruyó meticulosamente los
viejos estereotipos de "la mafia", utilizando la Revolución Francesa y los disturbios del siglo
XVIII en Inglaterra y Francia para analizar los ritmos, la organización y los motivos detrás
de la acción colectiva, en el proceso especificando una sociología pionera de los 'rostros de
la multitud'. Hobsbawm analizó las transformaciones en la conciencia popular que
acompañan a la industrialización capitalista, en estudios sobre el ludismo y la protesta laboral
previa a los sindicatos; en sus emocionantes y originales comentarios sobre bandidaje social,
milenarismo y mafia; y en ensayos sobre campesinos y movimientos campesinos en América
Latina. Fue pionero en las conversaciones de historia y antropología. Ayudó a redefinir lo
que la política podría significar en sociedades que carecen de constituciones democráticas,
estado de derecho o un sistema parlamentario desarrollado.
El mayor paso que dio el Grupo de Historiadores del PC fue la nueva revista, "Pasado y
Presente" (subtitulada sintomáticamente como "Revista de Historia Científica"), lanzada en
1952 para preservar el diálogo con historiadores no marxistas en un momento en que la
Guerra Fría estaba en pleno apogeo, cerrando rápidamente esto.21 En la visión orientadora
que trajeron los historiadores marxistas al proyecto intelectual del Pasado y el Presente,
“historia social” significaba tratar de comprender la dinámica de sociedades enteras. La
ambición era conectar los acontecimientos políticos con las fuerzas sociales subyacentes.
Durante 1947-1950, el Grupo de Historiadores del PC se había centrado en la transición del
feudalismo al capitalismo y en un complejo de cuestiones asociadas: el surgimiento del
absolutismo, la naturaleza de las revoluciones burguesas, las dimensiones agrarias del
surgimiento del capitalismo y la dinámica social de La Reforma. El artículo de Hobsbawm
en dos partes sobre "La crisis general del siglo XVII" en 1954 dio lugar a la discusión
destacada de la primera década del pasado y el presente, cuyas diversas contribuciones se
recopilaron posteriormente bajo la dirección de Trevor Aston como Crisis en Europa, 1560-
1660 en 1965. Ese debate energizó a historiadores de Francia, España, Suecia, Alemania,
Bohemia, Rusia, Irlanda y la era moderna temprana en general, así como a historiadores de
Gran Bretaña. Conectó los trastornos políticos del siglo XVII con formas de crisis económica
comprensibles en términos europeos, en lo que Aston llamó "la última fase de la transición
general de una economía feudal a una capitalista''.22 Construyó un caso para estudiar el
conflicto religioso en términos sociales, un proyecto más general que también llevó a cabo
una serie de otros debates tempranos en la revista, incluido especialmente el sobre ciencia y
religión. Agarró la intención de intentar conceptualizar las historias de las sociedades en su
conjunto, con profundas implicaciones para sus respectivas historiografías posteriores,
ejemplificadas de manera más poderosa quizás en J.H. la trascendental contribución de J. H.
Elliott en “La decadencia de España”. Volvió a enfatizar la convergencia entre Pasado y
Presente y Annales, ya que la intervención inicial de Hobsbawm se había basado en gran
medida en el trabajo académico patrocinado por Braudel. Sobre todo, el debate presentó las
posibilidades emocionantes y constructivas del "método comparativo". 23
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Aunque pronto se unió a la Junta, (a fines de la década de 1960), uno de los integrantes del
Grupo de Historiadores del PC que no participó en la fase inicial de Pasado y Presente, fue
Edward Thompson. Primero conocido por su extenso y enérgico estudio sobre William
Morris y luego por su papel principal en la Nueva Izquierda Británica, Thompson llegó a
inspirar a varias generaciones de historiadores sociales con su Making of the English Working
Class, publicado en 1963, que apareció en su edición de "Pelican" en 1968. Su trabajo avanzó
una elocuente contra narrativa a las versiones gradualistas de la historia británica, como la
marcha triunfal de la evolución parlamentaria, basando esta última en la violencia, la
desigualdad y la explotación: “Estoy tratando de rescatar al pobre comerciante, al cultivador
ludita, al obsoleto tejedor de telares manuales, el artesano utópico y hasta al engañado
seguidor de Joanna Southcott, desde la enorme condescendencia de la posteridad”, declaró
en una de las líneas más citadas por un historiador de finales del siglo XX. Su libro también
fue un manifiesto anti-reduccionista atacando la historia económica de base estrecha, el
marxismo sobre determinista y las teorías estáticas de clase. Para Thompson, la clase era
dinámica, resultante a través de la historia: una relación y un proceso, una conciencia común
de la explotación capitalista y la represión estatal, comprensible a través de la cultura. A
través de The Making, el paso del estudio institucional del trabajo a las historias sociales de
los trabajadores ganó un impulso palpable, abarcando el trabajo, la vivienda, la nutrición, el
ocio y el deporte, la bebida, el crimen, la religión, la magia y la superstición, la educación, el
canto, la literatura, la infancia, el noviazgo, la sexualidad, la muerte y más.
Thompson escribió su gran obra fuera de la academia, trabajando en educación para adultos
en Leeds, como comunista (hasta 1956), activista de la Nueva Izquierda y polemista público.
Creó el Centro de Estudios de Historia Social de la Universidad de Warwick en 1965,
dirigiéndolo hasta 1970, cuando dimitió. Más allá de las redes de la historia laboral y de
Pasado y Presente, The Making de Thompson fue fuertemente atacado, pero le dio energía a
las generaciones más jóvenes. También inspiró los marxismos recientemente emergentes y
de diferente forma que se volvieron tan centrales para la ola de historia social en desarrollo.
El impacto de Thompson ayudó a que se formaran dos iniciativas marginales, cuyos efectos
a largo plazo reflejaron la dinámica anterior de la influencia del Grupo de Historiadores
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La influencia de Thompson fue internacional. “The Making” dio forma a las agendas de
América del Norte, África y el sur de Asia, nada menos que los estudios de formación de
clases en Gran Bretaña y Europa. Sus ensayos del siglo XVIII tuvieron quizás una resonancia
aún mayor, especialmente "La economía moral", que influyó en los estudiosos que trabajaban
en historias nacionales en diversas regiones del mundo y se convirtió en el objeto de una
conferencia internacional retrospectiva en Birmingham en 1992. La década de 1970
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Pero en la década de 1980, el centro energizante del pensamiento innovador entre los
historiadores se había trasladado a otra parte. A nivel internacional, estas dinámicas variaron.
En Alemania, por ejemplo, el desafío de Alltagsgeschichte (la historia de la vida cotidiana)
finalmente obligó a una apertura de la corriente principal de la disciplina hacia formas de
historia cultural, parcialmente moldeada por un diálogo emergente con la antropología,
donde la historia de género también hizo avances significativos. 28 En Gran Bretaña, un
cuestionamiento inesperado de los puntos de vista materialistas de la historia social por parte
de Stedman Jones y otros, inició una serie de debates de larga duración, cuyas consecuencias
convergieron con una variedad de otras poderosas tendencias intelectuales, el trabajo
histórico feminista y la difusión de los estudios culturales más notables entre ellos, para
desalojar la historia social de su anterior primacía anticipada. 122
A finales de siglo, el resultado fue una marcada diversificación que abarcó no solo la gama
de historias sociales que se siguieron practicando como antes, sino también varias versiones
redistribuidas y más sofisticadas de la historia política y la historia de las ideas, y distintas
formas conscientemente delimitadas de la "nueva historia cultural", y una pequeña pero
vociferante vanguardia de autoproclamados "posmodernistas". Pero a pesar de los
exponentes más partidistas o auto aislantes de estas tendencias, la característica más notable
de este nuevo período fue la mezcla de puntos de vista: ahora era claramente posible ser tanto
historiador social como historiador cultural, combinar la historia de las ideas con cuidadosas
formas de contextualización, y para tomar la medida de las críticas culturalistas
contemporáneas sin dejar por completo el terreno de la investigación estructural o
materialista. Algunos defensores de una historia "no materialista" o "lingüística" podrían
insistir en la exclusividad de su enfoque, pero tal defensa ni poseía una autoridad
epistemológica indiscutible o universalmente reconocida, ni describía adecuadamente la
continua diversidad de prácticas historiográficas dentro y más allá de la disciplina.
Una vez que se reconozca esta diversidad, la relevancia continua de la historiografía marxista
de los años cincuenta y sesenta debería estar asegurada. Para aclarar este punto, vale la pena
volver a uno de los enunciados programáticos de ese período, que llegó en 1971 al final de
la época de la forja descrita anteriormente y en la cúspide de la gran ola de la historia social
en ese momento ya en marcha. En un ensayo de referencia muy citado, titulado "De la historia
social a la historia de la sociedad", Hobsbawm argumentó que la importancia real de los
enfoques emergentes era menos la defensa de temas previamente no reconocidos que las
nuevas posibilidades para escribir la historia de la sociedad en su conjunto. Esto implicó en
parte el compromiso con la generalización y la teoría, con las formas de mantener a la vista
el panorama general, y en parte enfoques analíticos destinados a situar todos los problemas
en su contexto social. Ciertamente, para Hobsbawm, las causas sociales tenían primacía. Pero
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tomarse en serio las tareas de importancia social no implica un compromiso necesario con el
materialismo de un tipo tan fundamental. 123
La “sociedad”, como una proyección materialista segura de la totalidad social de esa manera,
se ha vuelto mucho más difícil de encontrar, porque la presión anti-reduccionista de la teoría
social y cultural contemporánea desde la década de 1980 la ha desautorizado radicalmente.
Originalmente, esa lógica anti-reduccionista fue muy empoderadora. A medida que el control
de la economía se aflojó durante la década de 1980, y con él el poder determinante de la
estructura social y sus afirmaciones causales, creció el espacio imaginativo y epistemológico
para otros tipos de análisis. La rica multiplicación de nuevas historias culturales se convirtió
en la recompensa invaluable. 124 Ahora que gran parte del calor y el ruido que rodean a la
nueva historia cultural han comenzado a apagarse, y las ansiedades más extremas que
acompañan al llamado "giro lingüístico" parecen desaparecer, puede ser más fácil recuperar
la historia social en el sentido principal defendido por Hobsbawm y sus contemporáneos, lo
que implica siempre tratar de relacionar nuestros sujetos particulares, de manera compleja y
sutil, con el panorama más amplio de la sociedad en general. Una vez que eso suceda, la
historiografía marxista discutida en este capítulo seguirá siendo un recurso invaluable.
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Christopher Lloyd
Ser científico implica, sobre todo, el uso de la teoría. Un argumento básico de este capítulo
es que no tenemos la opción de utilizar teorías generales en lo que debería ser una ciencia
sociohistórica unificada. Debemos ser y, de hecho, somos teóricos. Por tanto, en la medida
de lo posible, es mejor ser teóricos coherentes, articulados y autocríticos. Pero cuando surgen
preguntas sobre la relación de la teoría con la historia, sobre qué son las teorías y cómo
teorizar la historia, a menudo parece haber confusión. La confusión surge, como siempre, de
no hacer algunas distinciones importantes, lo que es más importante, entre tres preguntas
separadas pero relacionadas sobre generalizaciones en la explicación, que indicaré en un
momento. Estas preguntas pueden separarse teniendo en cuenta claramente una distinción
analítica más básica. Esto es entre (a) la historia como un discurso público en varios medios
y (b) la historia como un proceso del mundo real independiente del conocimiento y el
discurso. La amplia corriente de ideas idealista/ construccionista social /pragmático/
posmodernista se caracteriza esencialmente por el programa de colapso de esta distinción.
La corriente ilustrada/ científica/ empirista/ modernista se caracteriza por el mantenimiento
de esta distinción como fundamental. Otra forma de describir esta división es etiquetar a las
dos como escuelas "construccionistas sociales" y "epistemológicas". Para el primero, hay
poca o ninguna distinción entre el conocedor y lo conocido, porque la historia no tiene
objetividad fuera de las formas de describirla y analizarla; para el segundo, hay una distancia
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que debe salvarse mediante un proceso de generación de conocimiento que media entre el
mundo externo y el conocedor.
Ahora, por supuesto, esta simple descripción de los dos campos está un tanto simplificada,
pero comprender que existe esta división ayuda a aclarar parte de la confusión sobre la
historia y la teoría. Ahora podemos formular las tres preguntas sobre generalizaciones de la
siguiente manera, con las respuestas que se defenderán en este capítulo.
Así, los conceptos generales, las creencias causales y las ideas acerca de la explicación se
pueden encontrar que informan tácitamente el trabajo de todos los escritos sociales e
históricos. La tarea de la metodología de la investigación histórica filosóficamente informada
y con una mentalidad práctica es, como la metodología de cualquier ciencia, hacer una
investigación crítica sobre las formas en que las respuestas a estas preguntas informan e
influyen en el alcance y las explicaciones de la escritura histórica. La historia no debería ser
una disciplina basada en el “sentido común” más que la bioquímica, la neurofisiología, la
astrofísica o cualquier otra ciencia empírica. La teoría debe sacarse del armario. La discusión
de por qué el debate historia/ciencia ha sido (y sigue siendo) tan animado y de los argumentos
sobre cómo debería resolverse la relación de modo que la historia y las ciencias sociales se
unifican como un solo modo de investigación, son los temas de este capítulo. Sostengo que
la larga historia de separatividad está llegando a su fin. El estudio de la humanidad y la
sociedad en los sentidos más amplios (incluida la cultura y la evolución fisiológica) se
considera cada vez más como parte de un grupo de ciencias, incluidas la biología, la geología
y la astronomía, que son históricas por naturaleza en el sentido de que sus temas son
fenómenos históricos, sistemas y procesos evolutivos. Pero la "revolución histórica" que ha
estado ocurriendo en las ciencias de la naturaleza en los últimos tiempos aún no se ha
arraigado plenamente en las ciencias sociales. Esto se debe a que la historización social se ha
resistido desde ambos puntos de vista. Es decir, los historiadores a menudo han temido la
pérdida del humanismo o del libre albedrío si adoptan un enfoque cientista social (es decir,
generalizado y teórico) y centrado en el presente y los cientista sociales se han burlado con
demasiada frecuencia de la preocupación de la historia por el pasado por considerarlo un
problema poco mundano, subjetivo e irrelevante para las preocupaciones actuales de la
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naturaleza práctica. Pero ahora está bien entendido en las ciencias naturales que su tema es
esencialmente procesual, es decir, histórico. La investigación social, como la investigación
natural, (para ser genuinamente científica), también debe abarcar la historia, ya que la
sociedad actual es tanto el producto de la historia como una realidad dinámica, en evolución,
más que estática. Para adoptar plenamente la historicidad requerirá una revolución en las
ciencias sociales y adoptar la ciencia requerirá una revolución en la historia. Estas
revoluciones convergentes están muy avanzadas. El carácter supuestamente sui generis de la
investigación histórica que muchos filósofos de la historia intentaron establecer durante el
siglo pasado, ya no es plausible. Conscientes de los muchos abusos de los entendimientos
históricos, los historiadores han temido con razón ser cooptados por movimientos políticos
que desean utilizarlos para propósitos seccionales e incluso peligrosos. Pero, por supuesto,
tanto los historiadores como los cientistas sociales siempre han estado inmersos en contextos
sociopolíticos. La pregunta debería ser, más bien, sobre su capacidad para trascender su
ubicación y luchar por la objetividad y la mejora explicativa. Afortunadamente, hay mucho
trabajo que exhibe la trascendencia de la perniciosa división entre historia y ciencias sociales
y que se esfuerza por evitar cualquier tendencia hacia la propaganda estrecha. Sin
compromisos con la independencia intelectual, la objetividad y la mejora explicativa, la
investigación sociohistórica genuina estaría en obediencia servil a los contextos políticos y
culturales de sus practicantes.
El debate ha sido confuso por algunos puntos de vista equivocados. Uno de los más
generalizados ha sido que el método histórico básico es el uso del "sentido común para
interpretar" la evidencia.125Los historiadores, a diferencia de los científicos, supuestamente
no pueden usar teorías generales porque los humanos y la sociedad son demasiado complejos,
variables, individualistas y subjetivos para ser comprendido a través de teorías. Más bien, los
historiadores deben interpretar la evidencia a través de la lente de comprensiones empáticas,
inteligentes y bien informadas de sentido común; entendimientos que solo pueden ser
específicos de culturas particulares. Por lo tanto, para comprender a los antiguos romanos,
era necesario ser romano o al menos estar tan inmerso en la cultura y la sociedad romanas
como para conocer íntimamente la mentalidad romana en toda su especificidad. En última
instancia, se supone que esto es imposible en un sentido completo, por lo que hoy en día no
se puede escribir un relato completo y rico de la historia romana. El giro lingüístico o cultural
que dio lugar al relativismo radical de la metodología posmodernista de las últimas décadas
intentó elevar esta visión humanista a una filosofía de la explicación que, lamentablemente,
es incoherente y, en última instancia, abnegada. Si bien, por supuesto, debe admitirse que la
interpretación perspicaz y sensible de culturas extrañas, ya sean pasadas o presentes, es muy
difícil, la investigación histórica, como cualquier modo de indagación empírica sistemática,
solo tiene sentido si se esfuerza por mejorar sus explicaciones, y la mejora implica al menos
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cierto grado de objetividad. El acuerdo sobre lo que constituye una contribución a una mejor
explicación debe basarse en alguna idea sobre lo que constituiría mejores métodos y
resultados. Así, la pregunta previa es: ¿cómo mejorar los fundamentos metodológicos? Un
primer paso es criticar los entendimientos de sentido común, porque siempre contienen
generalizaciones no reconocidas sobre la naturaleza humana, la motivación y la organización
social y así intentar producir mejores teorías que se apoyen en cimientos más firmes. La
explicación no puede prescindir de la teoría. En el fondo, entonces, la cuestión de la relación
de la historia con las ciencias sociales se reduce a la naturaleza y el uso de la teoría general.
Después de eso, el tema se convierte en una de las naturalezas y el poder de las teorías
particulares.
Otro punto de vista equivocado, (a veces todavía sostenido por los historiadores, pero ahora
poco sostenido por los filósofos de la historia o la ciencia), es que la ciencia y su propia
historia científica, tiene un modelo de explicación de "ley de cobertura''. 126
Este punto de vista positivista afirma que la historia no es diferente de otras formas de
explicación y la explicación es esencialmente una cuestión de deducción de las leyes que
cubren. Las leyes generales se afirman como declaraciones axiomáticas y luego se hacen
deducciones de ellas para explicar casos particulares. Este punto de vista se ha visto socavado
por el desarrollo de mejores explicaciones científicas y los historiadores siempre tuvieron
razón al rechazar ese modelo. (Más sobre esto más adelante).
Un tercer punto de vista equivocado entre los historiadores es que una teoría es una pieza de
especulación no probada. De hecho, en las ciencias, las teorías son explicaciones generales
altamente desarrolladas, bien documentadas y aceptadas que se utilizan como la parte más
importante de los marcos intelectuales para las explicaciones de dominios particulares de
fenómenos y estructuras y, por lo tanto, como explicaciones de fenómenos y procesos
particulares dentro de esos dominios. La teoría darwiniana de la evolución biológica, las
teorías físicas de la relatividad y la termodinámica cuántica y la teoría geológica de la
tectónica de placas son ejemplos principales de teorías generales. En las ciencias sociales hay
candidatos menos confirmados y muy controvertidos para este tipo de teología general, como
la teoría del equilibrio general en economía, la teoría de la política de clases sociales y las
revoluciones, la teoría de la elección racional del comportamiento social y político y la teoría
neoclásica de la historia y el desarrollo económico. Filosóficamente hablando, se puede decir
que el debate sobre la unificación o separación de la historia y las ciencias sociales es
esencialmente ontológico porque si se considera que las sociedades tienen un cierto tipo de
existencia fundamental unificada en todos los tiempos y lugares, entonces la tarea es la misma
cualquiera que sea la situación, el comportamiento o la sociedad que se está estudiando, ya
sea en el pasado o en el presente. No existe una separación justificada de las dos disciplinas.
Y si el conocimiento sobre las relaciones sociales, las motivaciones y el comportamiento es
generalizable a través de la construcción de conceptos y teorías que sean aplicables a todos
los casos, entonces un enfoque científico es posible incluso si aún no se ha realizado.
Aquellos que niegan esta posibilidad hacen una afirmación poderosa (ontológica) sobre las
sociedades y los seres humanos como cada uno de ellos esencialmente únicos. En otras
palabras, la negación humanista de la posibilidad de la ciencia sociohistórica se basa en una
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afirmación profunda sobre la naturaleza de las personas, sus decisiones, sus acciones y sus
relaciones socioculturales, como esencialmente no generalizables y, por lo tanto,
cognoscibles solo a través de un enfoque empático por parte del investigador individual de
cada personalidad, acción y sociedad.
El libre albedrío descarta la ciencia; pero, por supuesto, nadie cree realmente esto, y es
contradictorio porque afirma tanto la unicidad como la posibilidad de trascender esa unicidad
por parte de un investigador. Para tener alguna indagación debe haber un intercambio de
conocimientos por parte de los sujetos y los indagadores y esto abre la puerta a la
generalización, ya que compartir requiere conceptos generales. Sin embargo, el argumento
de la ontología tiene que admitir que el establecimiento de la naturaleza de la realidad debe
provenir de un modo particular de investigación. 127 No podemos establecer la naturaleza de
la realidad (una ontología) excepto a través de una teoría del conocimiento (una
epistemología) y consulta real. La realidad nunca se puede conocer a priori; tampoco existe
una simple relación empírica de reflexión sensorial del mundo en la conciencia del
investigador.
El conocimiento del mundo siempre está mediado por marcos sociales, culturales, filosóficos
y/o teóricos. La sociología del conocimiento, que surge particularmente del trabajo de
Foucault y Bourdieu, sostiene que el conocimiento siempre se construye dentro de un
contexto social. De hecho, ¿cómo podría ser de otra manera? Pero esto no significa que el
conocimiento en sí sea enteramente relativo a ese contexto social y, por lo tanto, no pueda
decirnos nada objetivo sobre el mundo. Hay dos niveles de procesos en la ciencia, regidos
por intereses diferentes. En un nivel está el contexto social que determina en un grado
significativo cuáles son los problemas y las tareas actuales de la ciencia, quién hace qué tareas
para resolver qué problemas, dónde se publican los resultados, quién nota y usa los
resultados, etc. Esta es una estructura de poder social. En el otro nivel está la actividad
práctica, más o menos objetiva, cotidiana de la ciencia que produce resultados y resuelve los
problemas en parte generados socialmente, y acumula conocimientos, en un proceso
relativamente desinteresado sociológicamente. El progreso científico ocurre, entonces, en un
contexto complejo e interactivo de ideas y sistemas sociales. Foucault hizo la importante
distinción entre la locura como un constructo de poder social discursivo y la enfermedad
mental como un problema científico susceptible de investigación empírica y posible solución.
El desafío para los defensores de la veracidad de la ciencia siempre ha sido mostrar cómo la
ciencia es capaz de trascender su medio específico para establecer verdades conceptuales y
explicativas universales. La ciencia tiene que demostrar que verdaderamente descubre la
estructura causal profunda del mundo, de la cual la humanidad es parte.
De hecho, no hay duda de que la ciencia moderna ha logrado trascender sus ubicaciones
socioculturales específicas. Los resultados de la ingeniería en situaciones abiertas más que
experimentales es una prueba recurrente de esto, aunque no todas las ciencias tienen pruebas
experimentales o de ingeniería de validez. Las macro ciencias históricas de astronomía,
biología y geomorfología se basan en observaciones para probar teorías y a diferencia de
todas las otras formas de indagar sobre el funcionamiento del mundo, la ciencia hace
afirmaciones universales que trascienden su medio de una manera reflexiva y altamente
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El debate actual sobre la historia y las ciencias sociales es el resultado de varios siglos de
disputas, durante las cuales la ciencia ha surgido para dominar los discursos empíricos. En
los siglos XVI y XVII, el imperialismo europeo de ultramar, que trajo consigo un gran
aumento en el conocimiento de culturas dispares, y luego los inicios de la ciencia newtoniana,
formó el contexto para el gran cambio racionalista en el pensamiento europeo, personificado
por Descartes, Hobbes, Newton, Locke y Leibniz.128Juntos rechazaron el dominio de una
cosmovisión religiosa mística y enfatizaron la razón humana. En la Edad de las Luces del
siglo XVIII, la racionalidad científica y la investigación social sistemática colocaron al
Hombre y la Razón en el centro de los asuntos humanos y avanzaron hacia el rechazo de toda
intervención divina en el mundo. Los miembros de la Escuela Histórica Escocesa, incluidos
Adam Smith y Adam Ferguson, fueron los desarrolladores más importantes de la teoría de la
historia económica y social. 129 Por supuesto, se vieron impulsados, en parte, como la mayoría
de los pensadores de la Ilustración, a ensalzar el progresivo desarrollo socioeconómico e
intelectual del siglo XVIII. El progreso de la humanidad fue un tema central de la Ilustración.
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posteriores como Hegel, quien elevó una noción de Razón teleológica holística a un estatus
cuasi místico. Los neokantianos de finales del siglo XIX enfatizaron una distinción entre la
explicación generalizada de la ciencia y la comprensión particular de la humanidad.
Durante la Ilustración, especialmente desde mediados del siglo XVIII e incluyendo la era
revolucionaria francesa y napoleónica, la constelación de ideas europeas estuvo fuertemente
influenciada por la aplicación de la ciencia a la ingeniería. Los inicios de la industrialización
y la toma de conciencia plena de los conceptos del progreso humano y civilizatorio. El uso
de abstracciones y conceptos generales llegó a utilizarse para comprender la estructura social
y las aparentes etapas universales del progreso humano. El estudio sistemático del cambio
social y económico con las ideas concomitantes de un vínculo orgánico entre el pasado, el
presente y el futuro, y el papel de la política socioeconómica como una nueva tarea del arte
de gobernar para lograr un futuro deseable, se reunieron por primera vez en el tiempo. Para
los pensadores racionalistas de la Ilustración, incluida la rama romántica, el estudio de la
historia se convirtió en el estudio de la emancipación universal de la humanidad. Los
revolucionarios franceses y sus herederos napoleónicos estaban preocupados por las
características humanas y sociales universales y deseaban el establecimiento de una ciencia
teórica y profesional de la historia.
Durante la mayor parte del siglo XIX, el pensamiento social e histórico occidental estuvo
dominado por una preocupación por la universalidad. El impulso científico y racionalista
condujo a varias versiones de la idea de que la tarea de la historia era establecer verazmente
la trayectoria de las sociedades o economías humanas o naciones o estados. Hegel, Saint-
Simon y Comte abrieron el camino hacia el universalismo. El positivismo (término de
Comte) fue el amplio movimiento que deseaba eliminar el pensamiento místico y metafísico
de la investigación social y establecer los principios indiscutibles de una metodología
científica objetivista. Desde mediados del siglo XIX, el positivismo se asoció estrechamente
con la idea más antigua de evolución, que, en su forma más simple, es el concepto de que
nuevas etapas, generalmente superiores, emergen de etapas anteriores. La economía clásica
de mediados del siglo XVIII y la economía alemana posterior de principios del siglo XIX
adoptaron esto como el principio universal del progreso humano. 130 Darwin estuvo
fuertemente influenciado por ideas socioeconómicas más antiguas en su teorización sobre la
evolución biológica, pero su trabajo contenía la semilla de un rechazo necesario del
pensamiento teleológico en las ciencias biológicas y sociales. 131 Marx, quizás el mayor
heredero de la Ilustración, se basó en ideas de Hegel, la economía clásica, los pensadores
revolucionarios franceses e incluso Darwin, para construir una ciencia que lo abarcara todo
en una historia social estructural. 132 A finales del siglo XIX, el evolucionismo (no darwiniano
y socialdarwiniano) y el positivismo eran los conceptos rectores de las escuelas dominantes
de pensamiento sociohistórico en toda Europa. Pero a partir de la década de 1880 comenzó
una fuerte reacción que condujo a la desintegración de este cuasiconsenso y sentó las bases
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de la relación fracturada de las ciencias sociales con la historia que fue dominante durante la
mayor parte del siglo siguiente.
5.4 El methodenstreit
El gran debate en las últimas décadas del siglo XIX, especialmente en Alemania, sobre el
método adecuado para la investigación social e histórica, enfrentó a los positivistas
evolucionistas contra, por un lado, los neokantianos y todos aquellos que afirmaban la
naturaleza sui generis de la investigación histórica, y, por otro, los nuevos positivistas
cientificistas, que deseaban construir una ciencia social sobre los fundamentos
metodológicos aparentemente establecidos por la nueva física. 133En adelante, el modelo de
las poderosas ciencias de la naturaleza, que ahora estaban revolucionando los procesos
industriales y la ingeniería, sería el modo de razonamiento dominante, en relación con el cual
se juzgaría el poder de la filosofía y la investigación empírica en todas las demás áreas. Se
inició una polarización de pensamiento entre humanismo y positivismo que duró hasta bien
entrado el siglo XX. Los neokantianos defendían una distinción idiográfica/ nomotética
(particular/ general) que separaba la investigación histórica de la ciencia. 134
La historia no podía intentar descubrir leyes, como lo hizo la ciencia, sino que tenía que
describir y comprender la particularidad detallada de las sociedades, los acontecimientos y
vidas. Su gran contemporáneo, Max Weber, educado en hermenéutica neokantiana, así como
en economía evolucionista y marxista y filosofía positivista, se esforzó por cerrar la brecha
entre la teoría causal y la comprensión interpretativa que él creía necesaria para toda
investigación social. Era importante (argumentó), separar los juicios de valor sobre qué
eventos y procesos deberían estudiarse, los conceptos generales libres de valores sobre los
objetos de investigación, los análisis causales de los eventos y procesos y las implicaciones
políticas de las conclusiones explicativas. La racionalidad gobernada por reglas y el
significado del comportamiento tenían que ser entendidos y eran significativos solo como
parte de una explicación causal materialista más amplia. Por tanto, los estudios sociales
podrían ser científicos no menos que las ciencias naturales, pero a su manera. La nueva forma
de positivismo defendía la fuerte unificación de la ciencia imitando las ciencias más
avanzadas y rechazando toda metafísica. La filosofía de la física enfatizó una estructura
lógica y reductiva del razonamiento. Este pensamiento culminó con el advenimiento de la
escuela de filosofía positivista lógica, centrada en el Círculo de Viena de finales de la década
de 1920 y principios de la de 1930. 135 La influencia de esta escuela tuvo un profundo efecto
en todas las discusiones filosóficas y metodológicas durante varias generaciones. Los
positivistas lógicos, en cierto modo en el espíritu de Descartes, afirmaron estar resolviendo
todos los problemas epistemológicos eliminando todos los aspectos especulativos y
distractores del pensamiento y dejando solo el núcleo de la verdad. Ese núcleo era la
experiencia sensorial (es decir, el empirismo) y la lógica deductiva. Solo la lógica era
verdaderamente universal e indiscutible, y solo se podía confiar en la observación sensorial,
en lugar de la metafísica, la introspección o la hermenéutica. La investigación sociohistórica
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podría hacerse científica si también adoptara el positivismo bajo la apariencia del modelo de
explicación y empirismo de la ley de cobertura.
5.6 Estructuralismos
La tradición estructuralista francesa en las ciencias sociales comenzó en gran parte con
Durkheim, quien desarrolló la idea de la necesidad de una sociología empírica que estudiara
la realidad social compleja, orgánica (o estructural), incluidos los sistemas morales.
Sus ideas se difundieron por la vida intelectual francesa para influir en la geografía, la
demografía, la antropología y la lingüística. A partir de estas amplias influencias surgió la
escuela de historia de los Annales, fundada a finales de la década de 1920 por Febvre y Bloch.
Intentaron construir un enfoque totalizador para analizar y explicar el cambio socio-
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Todos estos grupos, como el propio Weber y también Marx y Durkheim, estaban vitalmente
interesados en el problema de la "modernización" como la transformación básica de la
sociedad en los siglos XIX y XX. Se emplearon conceptos dicotómicos de sociedades
tradicionales y modernas para analizar la supuesta transformación completa en la economía,
la sociedad, la cultura y la política que dio lugar al mundo "moderno'', un mundo despojado
de afinidades antiguas y primordiales para revelar solo el individualismo y el interés propio
marcado. La "modernidad" si bien es un concepto sociológico y cultural útil y quizás incluso
esencial, se asimiló por completo al sentido común del siglo XX. Los marxistas y otros
historiadores económicos y los estructuralistas de Annales han sido (con razón) críticos de
su uso excesivo explicativo, prefiriendo conceptualizaciones más detalladas de variedades de
formaciones socioeconómicas capitalistas.
Como ha quedado bastante bien establecido por el reciente fermento de ideas en la filosofía
de la ciencia, la metodología de las ciencias naturales tiene varias características clave. 17 La
primera es una política de realismo crítico, que implica una ontología que acuerda la realidad
a la estructura causal profunda de tipos de las cosas, y las estructuras y sistemas integrados
de los que forman parte. La tarea es descubrir estas cosas, estructuras, causas y sistemas. En
segundo lugar, esto significa que las estructuras y los sistemas tienen propiedades reales
emergentes y que la explicación debe tener una combinación de explicación reductiva y
sistémica. En lugar de un modelo deductivista de derecho de cobertura, la ciencia tiene una
estructura compleja de razonamiento que se mueve de manera dialógica (o quizás circular) y
crítica entre conceptos y teorías generales a teorías más precisas a observaciones (incluidos
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75
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experimentos cuando sea posible) y de regreso a conceptos y teorías. 141 Una tercera
característica es la cuantificación y las matemáticas. Estas son las herramientas y el lenguaje
de la ciencia, pero no su esencia metodológica, que los cliometristas erróneamente pensaron
que eran. Cuarto es la ausencia de teleología en las ciencias avanzadas. El orden del mundo
no tiene un telos místico, una causa final y sobrenatural. El hecho de que algunos científicos
tengan puntos de vista religiosos no altera los presupuestos metodológicos de su trabajo. Para
ser considerada como “científica”, la metodología de los estudios sociales debe tener una
estructura compleja de razonamiento, similar pero no necesariamente igual a la de otras
ciencias. La metodología de cualquier ciencia debe ser adecuada y capaz de descubrir y
explicar la estructura causal de su porción del mundo real. Eso significa ser capaz de captar
las complejidades reales y de múltiples capas del mundo. Cualquier investigación empírica
que permanezca en el nivel de las apariencias simples del mundo será incapaz de penetrar los
niveles estructurales (a menudo contrarios a la intuición).
Una característica central del pensamiento de finales del siglo XX fue el destronamiento de
la humanidad. La “revolución copernicana” en el estudio de la humanidad ha dado como
resultado que la humanidad sea vista como una pequeña parte del universo natural, ni como
el centro ni como algo separado de él. La cosmovisión religiosa, idealista y teleológica ha
perdido mucho terreno. Ha resultado que la acción humana y la sociedad no tienen
características especiales que excluyan la explicación científica. Pero, por supuesto, para que
la ciencia de la acción y la sociedad sean apropiadas a su objeto de estudio, deben existir
teorías adecuadas sobre la naturaleza de la motivación y la acción humanas, y de los sistemas
sociales, que las conciban como estructuradas, contingentes, históricamente continuo e
históricamente cambiante. La ciencia sociohistórica debe colocar el proceso sistemático en
el centro del análisis. Todos los sistemas bio-sociales, de los cuales la sociedad humana es
un excelente ejemplo, tienen dentro de ellos una dinámica de agente / estructura. El agente/
estructura y los problemas del proceso sistemático son los centrales de toda teoría social. Los
enfoques que se concentran en, o exageran, la acción o la estructura (incluidos los conjuntos
sociales) con exclusión del otro, han obstaculizado la construcción de teorías sociales. Hasta
el surgimiento de la metodología individualista en el siglo XX, la mayor parte de la
metodología histórica era holística en el sentido de que trataba de explicar la historia de
conjuntos sociales como naciones e imperios por referencia a las supuestas características de
esas entidades "orgánicas". Esto resultó en historias y sociologías teleológicas e idealistas
que carecían de poder explicativo. El individualismo metodológico, por otro lado, tiene una
visión empobrecida del contexto social de acción y trata de explicarlo con referencia solo a
patrones agregados de comportamiento individual. En contra de esto, el estructuralismo
metodológico es de hecho el marco en el que la ciencia sociohistórica está siendo escrita
ahora por sus principales profesionales19 (ver ejemplos a continuación). Dicha metodología
aborda la explicación de la acción y la estructura a través de conceptos y teorías de la realidad
estructurada de las relaciones sociales, el arraigo social de la acción y la constructividad
social y la reproductividad (es decir, la agencia) de la acción colectiva. 142
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¿Qué es una teoría sociohistórica? Ésta es el área donde probablemente existe la mayor
confusión entre los historiadores. Por ejemplo, hace unos años hubo una convocatoria de
ponencias para una conferencia sobre historia y teoría, que decía que las muchas teorías
contemporáneas disponibles incluían "teoría crítica, estudios culturales, feminismo, teoría
queer y estudios poscoloniales". Es dudoso que alguna de estas sean realmente teorías en
algún sentido científico aceptable de la palabra "teoría". La conferencia, dijeron los
organizadores, podría investigar cosas como la teoría poscolonial, los problemas y ventajas
de los estudios culturales, la historia pública, el control social, la historia y la memoria, y las
narrativas y contra narrativas del nacionalismo. Este tipo de afirmación ilustra que entre los
historiadores socioculturales existe una tendencia a considerar ideas y conceptos generales
vagamente definidos o no definidos que organizan narrativas y relatos descriptivos como
“teorías”. Es decir, conceptos generales como “colonialismo”, “capitalismo”, “revolución”,
“nacionalismo”, “feminismo”, “cultura”, etc, a veces se toman como proposiciones y
explicaciones teóricas. De hecho, por lo general permanecen como nociones generales
vagamente definidas, a menudo empleadas sin crítica, que podrían o no ser parte de teorías
parciales o no desarrolladas, pero el trabajo adicional requerido para hacerlas más precisas y
descarriladas a menudo no se hace o no se puede hacer, en parte porque los datos son tan
escasos. También hay cierta confusión, como mostró el anuncio de la conferencia, de los
métodos de investigación con la teoría, revelada con respecto a cuestiones tales como los
roles de la narrativa, la hipótesis, el análisis estadístico, la evidencia oral versus la
documental, etc. Es crucial hacer una distinción entre teoría y postulados metodológicos,
incluso si a menudo se refuerzan mutuamente. La metodología no explica, la teoría sí.
La teoría es uno de los tres tipos de generalización que prevalecen en el amplio espectro de
las ciencias. Los otros son ideas y conceptos generales heurísticos (por ejemplo,
"modernidad") y categorías descriptivas (a menudo estadísticas) de fenómenos (por ejemplo,
datos económicos). Ambos proporcionan descripciones de lo que supuestamente requiere
explicación. Las teorías científicas causales son comprensiones abstractas y modelos precisos
de poderes, capacidades, fuerzas, propiedades que son inherentes dentro y entre las cosas
para generar el patrón y el orden complejos observados del mundo fenoménico. Por ejemplo,
las teorías de la genética, la mutación y la selección natural juntas explican, de manera muy
general, el proceso de especiación a largo plazo. La estructura, el orden, los patrones, el
cambio se pueden observar en todas partes, y están en todas partes y casi siempre se toman
como inherentes a la realidad misma. La existencia de un orden estructurado es necesaria
para vivir la vida y, en última instancia, para la intelectualización de los problemas sobre la
naturaleza del orden. El orden también es dinámico. Pero es un gran salto de tales
observaciones al establecimiento de un conocimiento veraz sobre la naturaleza real del orden,
las complejidades del universo y las causas del cambio. Si el orden se explicara fácilmente,
no tendríamos necesidad de la ciencia y la ciencia no habría presentado una historia de
fracaso, éxito, progreso y cambios importantes en su teorización bajo el impacto de la
investigación y el descubrimiento. Y el trabajo de la ciencia nunca está completo en ningún
campo.
Debido a que en las ciencias sociohistóricas no hay de hecho teorías causales bien
confirmadas ni cerca de ser comparables en alcance o adecuación a la mayoría de las teorías
de las ciencias naturales, las ciencias sociales tienen que apoyarse en primer lugar en los otros
dos tipos de generalización: conceptos descriptivos heurísticos, como “capitalismo” y
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Todo esto ha hecho (con razón) que gran parte de la teoría social no sea atractiva para los
historiadores. Afortunadamente, en muchas áreas de las ciencias sociales en la actualidad
existe una comprensión cada vez mayor de que el tema es de hecho histórico. Por lo tanto,
hemos visto el advenimiento prometedor e importante de la economía histórica, la sociología
histórica, la antropología histórica, la geografía histórica, etc. Pero a pesar de todo
deberíamos dar la bienvenida a estos desarrollos, hay un problema básico que debe superarse
en esta nueva historización de las ciencias sociales. Ese problema es que, al parecer que
intentan hacer sus disciplinas no sólo más históricas sino también más científicas, a veces
han malinterpretado y aplicado mal la relación entre teoría e historia en las ciencias naturales.
La consecuencia de este malentendido de la inferencia científica puede verse en el ejemplo
de la economía histórica (o "nueva" historia económica), que es un intento de utilizar la teoría
económica dominante para 'explicar' los datos históricos de una manera 'científica' a través
de la construcción de un "modelo dinámico" que se ajusta a los datos. De hecho, la economía
histórica generalmente se enumera más que la economía estática utilizando series de datos
más largas. La mayoría de la economía convencional o neoclásica intenta idealmente unir la
teoría de la elección racional y la evidencia estadística como una estructura deductiva capaz
de hacer predicciones y reproducciones. El tema es un conjunto de abstracciones
generalizadas que se presume establecen las relaciones fundamentales o esenciales entre
variables dentro de ciertos tipos de sistemas agregados de decisiones y acciones. Un conjunto
de ecuaciones especificadas con precisión es el objetivo final de un ejercicio de construcción
y aplicación de modelos, no una descripción detallada o un relato narrativo de un proceso
socioeconómico real. La economía dominante tiene una ontología de agregación: las
economías son agregados teóricamente generados de una serie de decisiones y acciones
individuales, y no tienen una existencia estructural real. La motivación humana se postula
como universalmente individualista y egoísta. Los conceptos de ideología, clase social y
cultura juegan poco o ningún papel. El objetivo es probar y perfeccionar el modelo. Esto
puede contrastarse con la historia económica "antigua" y otras formas de historia científica
social. En el mejor de los casos, suelen tener una estructura de razonamiento circular
compleja e interconectada que vincula todos los momentos explicativos de conceptos,
modelos, investigación y evidencia con una mezcla de inferencias inductivas, deductivas y
analógicas y saltos intuitivos. Hay un proceso circular constante de imaginación,
conceptualización, hipótesis, verificación, revisión, mayor investigación, incorporación de
nueva evidencia, interpretación, empleo de nuevos conceptos y modelos, construcción de
narrativas, etc. Todas las partes de la red conceptual y teórica de ideas están abiertas a la
crítica. Nada es axiomáticamente privilegiado. Mientras tanto, existe la esperanza de que la
complejidad real de los eventos y procesos estructurales que se estudian pueda finalmente
revelarse, no simplificarse. La noción reguladora implícita de verdad empleada por estos
historiadores es la idea de adecuación empírica a la supuesta complejidad, lo que implica una
conclusión realista no abstracta.
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Dos académicos cuyas obras muestran las valiosas posibilidades de la ciencia sociohistórica
son Clifford Geertz y Robert Brenner. Ambos son fuertemente interdisciplinarios en el
sentido de que trascienden con seguridad y por completo las divisiones arbitrarias entre
historia/ ciencias sociales y pasado/ presente. La teoría y la investigación empírica se
combinan de una manera que recuerda fuertemente el trabajo de Smith, Marx y Weber.
Significativamente, ambos emplean en varios momentos narrativas explicativas,
comparaciones y elucidación conceptual. La narrativa sigue siendo, al igual que en las demás
ciencias históricas, un componente esencial de la ciencia sociohistórica.
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la teoría de manera explícita, con el fin de hacer relatos detallados de episodios históricos
particulares.
Los enfoques de Geertz y Brenner deben verse como dos contribuciones a una ciencia
histórica de la sociedad más amplia, variada y multidimensional. De hecho, podría pensarse
que el supuesto campo es tan amplio y complejo, que abarca todo, desde la psicología hasta
la antropología, la sociología, la geografía, la economía, la política y la historia mundial, que
no hay posibilidad de abarcarlo todo mediante un solo conjunto integrado, por complejo y
sofisticado que sea, de conceptos y proposiciones teóricas. Por otro lado, se han propuesto
candidatos para conceptualizaciones unificadas, incluido el conductismo, el materialismo
histórico, el estructuralismo, el darwinismo social y la elección racional. Todos estos han
hecho afirmaciones de universalidad porque todos afirman haber descubierto los bloques de
construcción fundamentales del poder causal dentro del comportamiento humano y la
sociabilidad. Pero todos se basan en un cierto nivel de afirmación dogmática, más allá del
cual no han podido penetrar a un nivel causal más profundo. Ninguno ha podido presentar
todavía un buen caso para establecer la dinámica básica entre el nivel emergente de sistemas
y el nivel reductor de mecanismos causales. Para lograr ese tipo de teoría, se requiere un
conocimiento científico fuertemente basado en la psicología neurofísica humana y la
sociobiología, y las conexiones de esos niveles con las relaciones sociales y la cultura humana
estructuradas o institucionalizadas. Hay que salvar el abismo micro-macro. Hoy en día, dos
corrientes de trabajo teórico y empírico integrado, muy estrechamente conectadas entre sí,
de las cuales se pueden encontrar indicios en la obra de Geertz y, en menor medida, en
Brenner, están intentando hacer eso: geografía ecosocial histórica y teoría social
neodarwiniana. 147 Ambos subcampos están tratando de construir un nuevo marco para la
teoría sociohistórica que intente integrar la micro causalidad social, la macroestructura, la
contingencia y el cambio sistémico. Los micro mecanismos en ambos casos se están
buscando en una combinación de sociobiología humana y la integración ecológica socio-
natural, y los macro mecanismos y conexiones de micro a macro se están buscando en una
teoría de tipo darwiniano de selección social de microinnovaciones vía selección y
estructuración institucional.
5.11 Conclusión
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6. Los Annales
Matthias Middell
Estas observaciones son suficientes para mostrar que a pesar de todo lo que se habla de la
“ecole des Annales”, en ella se pueden distinguir varios enfoques, y debemos preguntarnos,
más bien, cómo se está interpretando la historia de los Annales en casos individuales. En
primer lugar, está la noción de los Annales como patrimonio científico que debe mantenerse,
pero también criticado para desplazar a la generación anterior. Desde esta última perspectiva,
los Annales es como una leyenda familiar (una especie de saga), que es un proyecto
permanentemente inacabado, y que culmina teleológicamente en sus actuales proponentes.
En segundo lugar, se pueden enfatizar los procesos de institucionalización. En esta
perspectiva, Annales viaja desde sus inicios en la provincia de Estrasburgo hasta el plantel
académico francés e internacional. Este itinerario puede presentarse como una historia de
éxito imparable o como una crítica de la concentración de poder dentro del sistema francés
de las artes y las ciencias. En tercer lugar, puede presentarse una visión cíclica en la que Los
Annales desplazaron el modelo historiográfico alemán a principios del siglo XIX y XX,
pasaron a establecer la hegemonía (o supremacía) dentro de la disciplina internacional de la
historia y, a su vez, dieron paso a un campo histórico pluralista en el que se ubicaron muchos
de los centros en Estados Unidos. Finalmente, la historia de Los Annales puede verse como
el reflejo de la globalización en el siglo XX. La globalización en sí misma ha sido un tema
importante para los Annales. Bloch y Braudel propusieron medios teóricos (por ejemplo,
historia comparada) para acomodar los desafíos planteados por la globalización a la
disciplina histórica.
El primer enfoque prevaleció durante mucho tiempo y, con sus matices polémicos y sus
intenciones de legitimación, ha contribuido a oscurecer la historia de los Annales. Los dos
últimos enfoques florecieron a finales del siglo XX cuando se hizo posible una visión
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retrospectiva (impulsada por el efecto del milenio) y una nueva generación de analistas
fomentó la autocrítica. Querían superar la crisis que caracterizó el desarrollo de la revista y
de su bastión institucional, la Ecole des Hautes Etudes.
Entre los jóvenes académicos reclutados por el Ministerio de Educación Superior francés se
encontraba un historiador, nacido en 1886, hijo de un historiador alsaciano del mundo
antiguo. Asistió al élite Lycee Louis le Grand en París en 1896 y, en 1904, ingresó en la Ecole
Normale Superieure en Rue d'Ulm. Allí se familiarizó tanto con la historiografía francesa
como con la producción académica alemana (especialmente de Karl BUcher, Karl
Lamprecht, Theodor Mommsen, Leopold von Ranke y Gustav Schmoller). 151 Habiendo
pasado la agregación en 1908, pasó dos semestres en Alemania, visitando Berlín en 1908 y
Leipzig en 1909. Junto con Lucien Febvre, 152que nació en 1878 en Franche-Comté, estudió
en París y enseñó en la facultad de Dijon antes de 1914, Marc Bloch se convertiría en uno de
los fundadores de los Annales d'histoire economique et sociale.
Entre los años de Bloch como estudiante en las salas de conferencias de las universidades
alemanas y su posterior carrera como director de los Annales, la Primera Guerra Mundial
cambió muchas cosas. La hostilidad franco-alemana se intensificó por cuatro años de guerra
de trincheras en territorio francés y por la intransigente rivalidad nacionalista que moviliza a
masas populares en ambos países. Los intelectuales alemanes tuvieron una gran influencia
en la legitimación de los objetivos de la guerra y en la fabricación de propaganda contra los
enemigos declarados y, más directamente, mediante la participación personal en el mapeo de
la cultura de los territorios ocupados con fines militares. Los sentimientos patrióticos también
se profundizaron en el otro lado, como atestigua el relato de Bloch sobre su experiencia en
la "Gran Guerra". 153 Henri Pirenne, un destacado historiador belga, había estado trabajando
con sus colegas alemanes en un proyecto de una historia sociocultural comparada integral de
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las naciones europeas antes de 1914. Después de la guerra, se negó a participar en más
discusiones con personas que habían abogado por las “ideas expansionistas de 1914” y que
estaban tramando venganza después de la capitulación alemana y el Tratado de Versalles.
Este proyecto tenía la intención de desplazar a Alemania como líder en las ciencias históricas
en un momento en que los historiadores alemanes se habían aislado de la comunidad
internacional por su política reaccionaria y su cambio metodológico hacia la
“Volksgeschichte”. Esta última era una interpretación etnocéntrica de la historia del pueblo,
que exigía la congruencia entre las fronteras nacionales y los asentamientos de un grupo
étnico en particular (como los alemanes. Volksgeschichte no fue solo un llamado a la
expansión de Alemania a territorios donde se habían asentado personas de habla alemana
supuestamente de la raza nórdica, sino un llamado a que las explicaciones históricas y
políticas del mundo moderno se basaran en teorías raciales. 156
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recientes a períodos más distantes, en la creencia de que, dado que sabemos más sobre el
presente, debería ser más fácil comenzar allí que a partir de especulaciones sobre orígenes
históricos. Posteriormente, en su “Apologie d'histoire ou le metier de l'histonen”, Bloch
sistematizó este método y argumentó abiertamente contra la "mistificación de los orígenes".
Después de su ensayo sobre la historia agraria, Bloch escribió su obra maestra sobre “La
societe feodalité”, una obra ambiciosa que enmarca la cultura del feudalismo. En Sociedad
feudal, Bloch perfeccionó su método. Combinó la historia social de la propiedad y el poder
con la de las formas legales de las relaciones sociales y con la historia de las representaciones
culturales. Los dos volúmenes del libro no son independientes, sino que vinculan el interés
de Bloch en la relación entre los reyes y señores de las mansiones y sus esclavos. Bloch
comenzó su interpretación de la sociedad feudal con una descripción detallada de los gestos
representativos, que expresaban la condición de vasallo y creaban una posición subordinada.
Trató de explicar el "ritmo" de una sociedad dada a través de la descripción de sus costumbres
y hábitos, sus prácticas culturales y sus ritos. Tal ritmo, que se dice que es típico de una etapa
particular del desarrollo social, es una especie de "comprensión colectiva del tiempo'', que
oscila entre la rutina y la innovación. 157
En su trabajo sobre las formas utilizadas por los pueblos medievales para expresar las
relaciones sociales, Bloch buscó explorar la historia de los gestos sociales modernos. En sus
Rois thaumaturges, Bloch ya había subrayado las grandes diferencias entre el período
medieval y el período del absolutismo, y aún más el estado moderno. En el primer período
existía una relación directa entre el rey sanador y el pueblo, sin ninguna institución religiosa
o secular entre ellos. A partir del siglo XIV, las formas directas de relaciones sociales fueron
reemplazadas por formas más indirectas.
La sociedad feudal fue un cuadro a gran escala de la época medieval desde el siglo IX hasta
el XIII, en el que Bloch se concentró en analizar la micropolítica y la estética de sus
representaciones culturales. Se esforzó particularmente por comprender la importancia de la
libertad y la servidumbre en la sociedad medieval y sus historias sociales y económicas.
Presentó razones precisas del fracaso de la esclavitud al final del Imperio Romano en Europa
y buscó diferencias entre esclavos y siervos. Bloch señaló que, en el siglo IX, bajo el gobierno
de la dinastía carolingia, los servi no eran miembros de la comunidad y no eran aceptados
como miembros del pueblo, ya que este último estaba compuesto únicamente por hombres
libres. En el siglo XIII, el estatus de esclavos se desarrolló de tal manera que bajo la realeza
de los Capetos los siervos obtuvieron un estatus jurídico especial propio. Incluso si eran
ciudadanos de rango secundario, eran miembros de la comunidad llamada “populus
Francorum”. Bloch retomó la cuestión de la servidumbre y la libertad en sus “Caracteres
originaux” y demostró que en los siglos XIV y XV la autoridad de los terratenientes siguió
disminuyendo. El ideal político de Bloch brilla. La historia francesa fue la marcha lenta hacia
una asociación de ciudadanos políticamente libres. Los dos volúmenes de Feudal Society
consolidaron la reputación de Bloch como especialista en historia social comparada.
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Este período de fundación estuvo marcado por un estilo especial de Annales; pero no existía
un paradigma elaborado ni siquiera una escuela de los Annales. Sin embargo, la
correspondencia entre Bloch y Febvre 163 demuestra solo su compromiso con la calidad de su
revista, entendida como una empresa común. Mostraron un interés estratégico en ordenar el
campo historiográfico en una oposición entre “nuestra forma de escribir la historia” y
representantes de otra forma. Buscaron aliados y se negaron a colaborar con aquellos con
quienes no estaban de acuerdo. Esto produjo una identificación potencialmente fuerte con el
proyecto historiográfico representado por los Annales. Bloch y Febvre miraron con disgusto
los esfuerzos de las revistas de la competencia para desarrollar la cooperación internacional,
especialmente cuando esos rivales aparecieron en Alemania.
En 1933, Febvre fue el primero de los fundadores en obtener un puesto académico superior
cuando fue elegido miembro del College de France después de una campaña larga y dolorosa.
Bloch lo siguió solo en 1936, asumiendo la silla de Henri Hauser en historia económica en
la Sorbona. Febvre "tradujo" sus logros institucionales en la ocupación de una serie de
puestos poderosos y prestigiosos, lo que le permitió supervisar una serie de nuevos proyectos.
Así, por ejemplo, se convirtió en presidente del consejo editorial que organizaba la
Encyclopedie Francaise, publicada a partir de 1935.
La Segunda Guerra Mundial interrumpió la exitosa historia de los Annales. Bloch participó
en la defensa de Francia en 1940 y describió en 'L'etrange difaite sus frustrantes experiencias
en el ejército francés. Había regresado a París solo brevemente cuando, como judío, se vio
obligado a retirarse. Se convirtió en miembro activo de la Resistencia. En este momento,
escribió una introducción incompleta a los métodos y teorías históricas, que se convirtió en
su testimonio científico. Febvre, que se quedó en París, editó los Annales solo durante este
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momento difícil y no estaba de acuerdo con Bloch sobre la cuestión de cómo lidiar con las
restrictivas condiciones de ocupación. Bloch nunca regresó al trabajo: fue asesinado en 1944
por la Gestapo. Febvre asumió la responsabilidad exclusiva de la revisión.
Después de la liberación, Febvre llegó a la cima del sistema académico francés. Se le encargó
la elaboración de propuestas para la reforma de la Ecole Pratique des Hautes Etudes (EPHE),
fundada en 1884. En 1947 fue elegido presidente de su recién fundada Sección VI, que
posteriormente incorporó las ciencias sociales a la EPHE. Aquí, Febvre institucionalizó la
vieja idea que había desarrollado junto con Bloch en la década de 1920. En ese momento, el
poderoso Centre des Recherches Historiques (que Febvre dirigió durante varios años) se
había integrado en un instituto de ciencias sociales, que se concentraba en la investigación.
Después de 1945, Febvre, también representante francés en la comisión de la UNESCO para
una conceptualización de la "Historia de la Humanidad", se convirtió en la persona clave en
la institucionalización del paradigma de los annales. Fue apoyado por Fernand Braudel (que
había estado en estrecho contacto con Bloch y Febvre desde 1937) en la administración del
Centro de Investigaciones Históricas. Charles Moraze (experto en historia del siglo XIX) y
Robert Mandrou (historiador de la era premoderna y del estado absolutista en Europa) lo
apoyaron en la administración de la revista.
Francia compensó su decreciente papel político en un mundo dominado por Estados Unidos
y la Unión Soviética, con una ambiciosa ofensiva internacional cultural y científica. La
Cuarta República y, más aún, la Quinta República de De Gaulle, cambió su antiguo papel
político global por influencia intelectual. París se convirtió en un laboratorio de pensamiento
social sobre la competencia de dos sistemas ideológicos y bloques políticos, sobre el proceso
de descolonización y sobre el surgimiento de una sociedad cívica individualizada y orientada
al consumidor. Los donantes estadounidenses ayudaron económicamente. Por ejemplo, la
fundación Ford financió los inicios de la Maison de Sciences de l'Homme (MSH). Este último
fue administrado inteligentemente por Clemens Heller, lo que lo convirtió en un ágil bote al
costado del gran petrolero de la Sección VI (más conocido más tarde como EHESS - Ecole
des Haures Etudes en Sciences Sociales). El MSH ofreció cupos a becarios del exterior y
organizó conferencias, proyectos y publicaciones internacionales cuando no se dispuso de
dinero nacional para tales fines. Bajo el mismo techo, y con una estrategia coordinada, la
EHESS y la MSH vincularon a los académicos franceses con una red internacional bajo el
patrocinio de Fernand Braudel.
Incluso antes de la muerte de Febvre en 1956, Braudel se convirtió en la persona clave de los
Annales. Habiendo asumido los puestos de liderazgo de Febvre en la EHESS y en el consejo
de la revista, se convirtió en el representante indiscutible del movimiento Annales durante
más de una década. Los Annales ahora desarrollaron la apariencia de una escuela académica.
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La aceptación como autor en la revista y/o el servicio como colaborador en las vastas
empresas de la EHESS, fue una especie de título de caballero que potencialmente podría
conducir a una espléndida carrera académica en las universidades francesas o en el
extranjero.
Braudel vincula los movimientos de rango medio con el auge y la caída de los imperios. El
auge económico de los siglos XV y XVI fue favorable a los imperios español y otomano.
Pero, en última instancia, el tamaño de estos imperios se convirtió en un obstáculo para el
desarrollo debido al costo de la comunicación entre las distintas partes del territorio. No
obstante, el núcleo del libro son las estructuras de movimiento lento encapsuladas en la
noción de geohistoria de Braudel. Braudel distingue entre las personas que viven en las
regiones costeras, de las que se dice que están más abiertas a la innovación, y las que viven
en las zonas de montaña, que reaccionaron de manera más conservadora. Braudel era
consciente de que los patrones de movilidad humana cambiaron con la industrialización y la
movilidad moderna. Pero en el siglo XVI, el alto desempeño cultural no solo fue alentado
sino determinado por factores geohistóricos.
Mientras Braudel desarrollaba una tipología de diferentes épocas históricas, que enfatizaba
la longue duree geohistórica, Ernest Labrousse y sus discípulos investigaban ciclos de precios
y salarios a largo plazo y buscaban calcular las condiciones económicas para el avance de la
modernidad. Labrousse escribió dos libros importantes, uno sobre la evolución de los precios
durante el siglo XVIII (1933) y el segundo sobre la crisis de la economía francesa al final del
Antiguo Régimen y durante el período revolucionario (1944). Enseñando en la Sorbona,
estaba más asociado que Braudel con la cultura tradicional de la profesión histórica francesa,
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por lo que estaba menos dispuesto a condenar la historia política. Uno de sus discípulos,
Michel Vovelle, se esforzaría más tarde, en su historia de las mentalidades durante la
Revolución Francesa, por superar el viejo conflicto entre lo social y lo político. Labrousse y
Braudel editaron juntos una historia social y económica de Francia, publicada en seis
volúmenes entre 1970 y 1982.
En la década de 1960, las estructuras sociales y los ciclos económicos se convirtieron en las
categorías fundamentales de la historiografía del movimiento de los Annales La mayoría de
sus publicaciones se referían a la denominada longue duree y no a un conflicto político a
corto plazo. Los historiadores de Annales estaban convencidos de que la clave de las
explicaciones históricas se podía encontrar mediante un análisis integrado de estructuras y
desarrollos durante décadas o siglos. La llegada de las computadoras parecía prometer un
gran futuro a la cuantificación de datos y a la noción innovadora de serialización de datos
cuantitativos (histoire serielle). Por un lado, los discípulos de Labrousse se concentraron en
una nueva cartografía de las regiones económicas de Francia desde el siglo XVI; por el otro,
Braudel y sus colegas intentaron establecer un marco de regiones económicas mundiales
(economías monde). Estos últimos se caracterizaron por su clima, morfología, población,
comportamiento económico y culturas. Los historiadores rastrearon las condiciones
materiales bajo las cuales la región participó en un mundo cada vez más conectado por el
comercio y el intercambio tecnológico. Braudel creó a partir de los productos de estas
investigaciones un vasto panorama del enérgico sistema capitalista, en el que destacó el papel
de la región mediterránea para la expansión europea a América, África y Asia. Sus tres
volúmenes sobre el progreso de la cultura material en el mundo desde el siglo XVI hasta
fines del siglo XVIII representaron un intento influyente de aplicar el método de los Annalesa
la historia del mundo. El sucesor de Braudel en este campo, Immanuel Wallerstein, estableció
el enfoque del sistema mundial en la sociología histórica.
La era Braudel fue también aquella en la que Annales y los historiadores marxistas
interactuaron más estrechamentee. Algunos annalistes -como el experto en historia de la
Francia occidental medieval, Guy Bois, o el historiador del capitalismo catalán. Pierre Vilar-
se declararon marxistas. El propio Braudel reconoció que le debía algo a una lectura (bastante
incompleta) de los escritos de Marx sobre el desarrollo capitalista de la modernidad temprana
en Europa y en el extranjero. Al mismo tiempo, Braudel criticó la historiografía marxista por
su exageración ortodoxa de las causas económicas de los conflictos y decisiones políticas.
El año 1968 mucho cambió en Francia, no solo en la sociedad sino también y quizás, sobre
todo, en el mundo académico. Los conflictos generacionales fueron característicos del
período. Dentro de la Escuela Annales, una generación más joven buscaba emanciparse del
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gobierno del director omnipresente. Braudel fue atacado y molesto por estos conflictos, se
retiró de la junta de Annales. Este momento data la llegada al poder de una tercera generación
de Annalistes. Las destacadas personalidades fueron: Emmanuel Le Roy Ladurie, Jacques Le
Goff, Georges Duby y Francois Furet. Algunos eran excomunistas, que ahora demostraron
explícitamente su distancia del marxismo.
En 1967, Le Roy Ladurie completó una tesis magistral sobre la historia del clima en Europa
durante los últimos 1000 años, un estudio basado en los supuestos geohistóricos de Braudel.
Posteriormente, Le Roy Ladurie se hizo conocido por su historia del Carnaval de los
Romanos y una reconstrucción precisa de las tensiones sociales y culturales entre la gente de
una pequeña ciudad francesa (Montaillou) enfrentada con la Inquisición. Le Goff y Duby
volvieron a la interpretación globalizadora de Marc Bloch de la civilización medieval en
Europa y complementaron su enfoque social y cultural con métodos biográficos. Así, Le Goff
intentó integrar el mundo de las representaciones medievales en una biografía de Luis XI.
Francois Furet, junto con Mona Ozouf, llegaron a la escena con un impresionante análisis de
la historia social de la escritura y la lectura en la Francia del siglo XVIII, y esto inspiró una
gran cantidad de estudios sobre la historia de la producción de libros y de la alfabetización
en el país. Furet, quién se convirtió en presidente de la EHESS en la década de 1980, pasó de
la historia de los fenómenos socioculturales a la nueva historia política de la Revolución
Francesa y se hizo famoso por sus ataques a la interpretación marxista clásica de Albert
Soboul.
Esta generación estaba más preocupada por la historia nacional, (es decir, francesa) que
Bloch, Febvre o Braudel. Su búsqueda del “mundo que hemos perdido” y el esfuerzo por
asimilarlo al patrimonio nacional, fue una de las razones fundamentales del éxito público de
esta generación en los años setenta. La tercera generación satisfizo la demanda de una nueva
metanarrativa nacional basada en los métodos recién descubiertos y reconocidos en la
escritura de la historia. Le Roy Ladurie, Furet, Le Goff, Duby y otros no solo fueron
historiadores de renombre internacional, sino que se convirtieron en estrellas de los medios
de comunicación en Francia, lo que provocó celos cuando los historiadores de otros países
se vieron presionados por las ciencias sociales en ascenso. Le Goff y otros describieron con
orgullo su versión del método de los Annales como una “nueva historia” (nouvelle histoire),
atribuyendo así una apariencia pasada de moda a otros enfoques. No dudaron de su propia
posición en la cima del árbol historiográfico internacional, sin embargo, se descuidó la
historia comparada y el interés internacional en el trabajo de los Annales se limitó a los
estudios metodológicos. Furet y más tarde Roger Chartier (y otros) buscaron una nueva
cooperación transatlántica con universidades estadounidenses interesadas en la historia de la
civilización occidental. En pleno bicentenario de la Revolución Francesa en 1989, el nuevo
eje franco-norteamericano demostró ser confiable.
El ascenso de la cuarta generación provocó amargas polémicas dentro del movimiento de los
Annales, pero en público Duby, Furet y otros lo presentaron en términos de continuidad.
Temían la pérdida de la herencia de los Annales y el prestigio académico asociado y la
influencia mundial. En contraste, la cuarta generación expresó abiertamente sus críticas al
paradigma establecido en 1989. Se sumaron al llamado de algunos historiadores franceses
marginados, expresado desde principios de los años ochenta, de poner fin al dominio de una
escuela que consideraban cada vez más estéril, triunfalista e infructuosa. En 1989 el consejo
editorial de los Annales publicó un manifiesto ampliamente discutido que prometía un nuevo
comienzo y anunciaba un regreso a algunas de las ideas fundamentales de Bloch y Febvre.
El resultado del debate fue un cambio programático hacia nuevos métodos y temas. Las
personas y la agencia reemplazarían a las estructuras como factores explicativos importantes.
Se reconoció la importancia de la representación cultural para el desarrollo histórico y se
expresó un nuevo interés en la historia comparada. La cooperación de los historiadores con
los cientistas sociales se intensificaría mediante la cooperación con disciplinas como la
antropología y los estudios de área. La muerte prematura de Bernard Lepetit, que había estado
en el corazón del movimiento reformista, fue un revés para el cambio. Sin embargo, los
Annales de la década de 1990 fueron marcadamente diferentes a los de la tercera generación.
La apertura a la investigación en otras disciplinas y otros países se ha convertido una vez más
en una característica de la que quizás sea la revista de humanidades más conocida del mundo.
No se puede prever el desarrollo futuro de los Annales. Pero se podrían señalar tres tendencias
evidentes en la última década. Primero, la enorme influencia de la Escuela de los Annales en
la historiografía internacional parece haber llegado a su fin y está surgiendo un sistema
multipolar de centros innovadores, en parte como efecto del surgimiento de enfoques
poscoloniales y postestructuralistas. En segundo lugar, los historiadores no relacionados con
los Annales están realizando un trabajo interdisciplinario y, por lo tanto, están disputando el
monopolio de los Annales en esa área (ver especialmente la revista Genese). En tercer lugar,
los cambios metodológicos y temáticos efectuados por miembros de una cuarta generación
de la Escuela o movimiento de los Annales han brindado a los historiadores franceses la
oportunidad de integrarse en una profesión histórica más internacionalizada.
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7. Postestructuralismo e historia
Kevin Passmore
Sin embargo, el auge del posestructuralismo se debe demasiado a un clima cultural general
como para descartarlo fácilmente. También podríamos invocar la estructura del mercado
laboral académico, tensiones entre historiadores en universidades antiguas y nuevas,
conflictos generacionales y de género. Además, como señala Laura Lee Downs en este
volumen (capítulo 14), los historiadores estaban cuestionando la naturalidad de las
identidades de clase y género mucho antes de que el posestructuralismo llegara a la academia.
Algunos desplegaron alternativas estructuralistas en su crítica, particularmente en la forma
de antropología cultural167y marxismo estructuralista.168 Sin subestimar la novedad del
posestructuralismo, no deberíamos, por tanto, asumir una oposición demasiado tajante entre
el posestructuralismo y la historia “convencional”.
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Los posmodernistas no creen que sea posible descubrir significados profundos. El arte debe
permanecer en la superficie y ni siquiera puede reproducirlo sin problemas. El deber del
artista es llamar la atención sobre la naturaleza artificial del arte. Esta es la razón por la que
los posmodernistas mezclan estilos, combinan lo alto con el arte popular y usan tanto pinceles
como fotocopiadoras. Desde la década de 1970, el posmodernismo ha sido influyente en la
música popular (Malcolm McLaren, arquitecto de los Sex Pistols), el cine (Blade Runner;
Ridley Scott, 1983) y el periodismo juvenil (The Face, 1982).
Saussure señaló que no había ninguna razón por la que un signo en particular debiera referirse
a un concepto u objeto en particular. Fácilmente podríamos haber usado los significantes
'repollo' o 'frente' para designar el concepto de ratón. Más problemático aún, diferentes
idiomas no solo usan diferentes palabras para los mismos objetos; de lo contrario, la
traducción sería sencilla. Definen su significado y, por tanto, sus referentes de manera
diferente. El verbo francés aimerse puede traducir como "amor" o "como". El problema, dijo
Saussure, es que el mundo no está evidentemente dividido en objetos o conceptos
predefinidos a los que podamos aplicar nombres fácilmente. La realidad no tiene un
significado intrínseco. Recibimos un revoltijo de percepciones, y solo el lenguaje puede
hacerlas significativas. Los estructuralistas ilustran este punto con el ejemplo del espectro.
Seleccionamos puntos particulares y los definimos como colores primarios, pero si miramos
detenidamente, encontramosque todos los colores se fusionan entre sí y podríamos haber
elegido otros puntos.169
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El concepto de Saussure puede parecer banal aplicado a árboles y coles, pero si se usa para
comprender ideas sobre, digamos, masculinidad, su significado es potencialmente inmenso.
La competitividad masculina no sería una necesidad biológica, sino una expectativa cultural
producida en el lenguaje. El poder potencialmente subversivo del estructuralismo fue
demostrado en la década de 1950 por el antropólogo cultural Claude Levi-Strauss (nacido en
1908), quien argumentó que estructuras lingüísticas culturales idénticas subyacen a las
culturas occidentales y supuestamente "primitivas". Esto implicó el rechazo de la opinión de
que las sociedades podrían clasificarse en términos de progreso hacia la "modernización".
Mientras tanto, Roland Barthes (1915-1980) aplicó el estructuralismo a la crítica literaria y
demostró cómo el significado de los textos literarios dependía más de los opuestos binarios
que de las intenciones de los autores, de ahí su proclamación de la muerte del autor.
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del mismo lenguaje de la razón occidental. Todo pensamiento, argumentó Derrida, dependía
de la represión de lenguajes alternativos. Así que simplemente al escribir sobre la locura,
Foucault la margina. La implicación podría ser que cualquier escrito histórico es un acto de
opresión. Foucault replicó que Derrida se preocupaba por el lenguaje de forma aislada y no
percibía "nada fuera del texto". Foucault prefirió analizar el lenguaje en relación con las
prácticas sociales e institucionales y el poder.172 Alex Callinicos usa esta disputa para
distinguir entre el "postestructuralismo textual" de Derrida y el "postestructuralismo
mundano'' de Foucault.173 Esta distinción nos ayudará a comprender la forma en que el
postestructuralismo ha sido utilizado por historiadores. Pero debemos tener en cuenta que
cuando Foucault hablaba de contexto social, a menudo asumía que las relaciones sociales
estaban estructuradas como lenguajes como oposiciones binarias y, por tanto, deberían ser
analizadas como tales. Entonces, la diferencia con Derrida no es tan grande como podría
parecer. En otras ocasiones, Foucault adoptó una postura más marxista, viendo los lenguajes
como producidos en interés de los grupos dominantes. De manera bastante confusa, Foucault
y Derrida cambiaron entre las tres posibles relaciones entre el lenguaje y el contexto. Esta
ambivalencia se reproduce en muchos escritos históricos.
Los postestructuralistas criticaron a los estructuralistas por intentar reducir todos los
lenguajes a una estructura binaria idéntica, un movimiento que socava la afirmación de los
estructuralistas de que el significado se produce a través de la diferencia. Por tanto, el término
postestructuralismo sugiere una ruptura con la idea de estructura, pero esto es sólo una verdad
a medias. Los postestructuralistas ven el lenguaje como un sistema inestable en el que el
significado es difícil de precisar. El lenguaje (langue) sigue siendo objeto de estudio y los
mecanismos del lenguaje todavía socavan uniformemente el significado a través de un
método idéntico. El estructuralismo y el postestructuralismo también rechazan la noción de
que la "realidad" puede producir significado.
Aunque Saussure argumentó que la relación del lenguaje con el mundo real era problemática,
asumió, no obstante, que las estructuras binarias establecían signos en una relación mutua,
de modo que los conceptos a los que se referían eran igualmente significativos. En su Of
Grammatology (1967), Derrida argumentó que la conexión entre palabras y conceptos-
significantes y significantes- también es incierta. Adelantó varias razones para ello. En
primer lugar, cada signo se diferencia de un sinfín de otros signos, por lo que nunca se conoce
el significado "completo" de una palabra. Podríamos entender el ratón en relación con el
elefante, pero nuestra comprensión de los cambios de "ratón" cuando lo relacionamos con
otras palabras. En segundo lugar, no existe una distinción clara entre significantes y
significado. Solo podemos expresar el significado (significado) del significante t-r-e-e
usando otros significantes, como l-e-a-v-e-s y t-r-u-n-k. En tercer lugar, el significado cambia
a medida que leemos y escuchamos. Las palabras al comienzo de las oraciones no obtienen
su significado hasta que llegamos al final de la oración. Incluso entonces, la siguiente oración
puede cambiar el significado de la anterior, y así sucesivamente. Cuarto, los significados de
los signos son alterados por los signos que los rodean. "Árbol" significa algo diferente cuando
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está vinculado a "familia" o "serpiente". Finalmente, dado que cualquier signo se define por
cosas que no es, su significado debe depender de sus opuestos. Entonces, si bien las
oposiciones binarias son esenciales para el funcionamiento del lenguaje, son inestables y es
probable que colapsen entre sí. Para expresar tanto su deuda con Saussure como su
alejamiento, Derrida inventó el neologismo "diffirance", que nos recuerda que el lenguaje
opera a través de la diferencia (entre opuestos binarios) y que el significado es diferido (diffire
en francés): incompleto o incierto.
La lógica es que todo lo que tenemos son signos y no hay una verdad esencial. Uno de los
propósitos de Derrida era demostrar, a través de la técnica de la "deconstrucción", una especie
de lectura atenta de los textos para sus "aporías" (puntos ciegos), cómo la escritura se basaba
en esta búsqueda inútil de la verdad última. Para él, tal suposición es "metafísica". De ello se
sigue que el pasado también es inaccesible y que cualquier intento de escribir "sobre" el
pasado está condenado al fracaso. Lo que escriben los historiadores sería una construcción
lingüística. Algunos, incluido el propio Derrida, niegan que tuviera la intención de socavar
la categoría de verdad de manera tan radical. Lo que Derrida quiso decir "realmente", nos
preocupa menos que el hecho de que muchos críticos de la historia hayan interpretado a
Derrida así, y no del todo sin razón.
Para empezar, los postestructuralistas han argumentado que, a pesar de la preocupación por
la cultura, la historia social dejó intacta la primacía de la clase como realidad objetiva.
Aunque Thompson reemplazó el determinismo con la noción de que las condiciones
económicas "establecen límites'', todavía asumió que los cambios reales en las relaciones de
clase fueron necesariamente "experimentados'' por los trabajadores y necesariamente
traducidos, aunque utilizando ideas preexistentes sobre los derechos de los "ingleses nacidos
libres" en la conciencia de clase. La idea de "límites" plantea la cuestión de cuáles son esos
límites e implícitamente restaura un determinismo económico más flexible. 174 Thompson
insistió en que, cualesquiera que sean las variaciones históricas que puedan encontrarse, un
174
98
99
Según la historiadora feminista Joan Wallach Scott, el "nombre" de la clase trabajadora por
parte de Thompson se basó en prejuicios sobre los roles de género. Thompson, dice Scott,
escribe sobre el mundo masculino de las manifestaciones, la política y los sindicatos. Las
mujeres, aunque numerosas en la fuerza laboral, figuran en The Making en gran parte como
criaturas domésticas. Dejan la casa solo para escuchar la predicación milenaria de Joanna
Southcott. Esto es el postestructuralismo clásico: la racionalidad política de los hombres
conscientes de clase se contrasta y se define por la "irracionalidad femenina" de la religión.
Se muestra que la clase se construye a partir de supuestos culturales. 177
Nuevamente, desde una perspectiva diferente, Hayden White argumentó que cada una de las
cuatro partes de The Making está estructurada por diferentes tropos narrativos: metafórico,
metonímico, sinécdoco e irónico. La naturaleza de estos tropos importa menos que la
afirmación de White de que ellos, más que cualquier cosa "descubierta" en la evidencia y por
extensión, el pasado, dan significado a la narrativa de Thompson. 178El significado es un
producto de estructuras lingüísticas.
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178
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Cuesta ver la novedad de esta forma de hacer historia. Si aceptamos, como hacen muchos
historiadores "normales", que el arte y la literatura pueden decir verdades sobre el pasado
igualmente válidas pero diferentes de las que ofrece la historia, entonces reformular la
historia en forma de arte simplemente nos da más de lo que ya tenemos. Lamentablemente,
la mayoría de los historiadores no están bendecidos con los dones literarios de Schama. Todo
lo que obtenemos es arte moderado.
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181
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101
La lógica del postestructuralismo textual es realmente que no se puede escribir nada de valor
sobre el pasado. No existe un estándar por el cual se pueda descartar cualquier perspectiva,
por lo que todas son igualmente interesantes (o poco interesantes). No hay eventos
predefinidos en el pasado que puedan usarse para distinguir entre historias. Se podría pensar
que Keith Jenkins está en sintonía con esta lógica cuando declara que la sociedad posmoderna
puede prescindir del "caballo viejo y destrozado que responde al nombre de la historia". Pero
incluso esta afirmación desdeñosa se basa en el supuesto esencialista de que un período
histórico determinado debe caracterizarse por el dominio de filosofías particulares. 182
182
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102
clase dominante, sino el efecto global de sus "posiciones estratégicas". El poder es "difuso"
e intrínseco a todas las relaciones sociales. 183Es independiente de las actividades o "agencia"
de los seres humanos y debe ser examinado como un sistema.
Junto a esta visión del lenguaje y el poder, se respalda el argumento más familiar de que los
cambios en los lenguajes reflejan cambios sociales y sirven a los intereses de la clase
dominante. Los lenguajes son usados intencionalmente por categorías sociales particulares,
o de alguna manera surgen de las "necesidades del sistema" (un argumento funcionalista).
De cualquier manera, para Foucault el cambio hacia el castigo en las prisiones fue una
consecuencia de las necesidades del capitalismo en desarrollo. La prisión y el ejército se
convirtieron en modelos para la fuerza laboral disciplinada y la sociedad que requería el
capitalismo. Uno puede reconocer fácilmente la idea marxista de que las instituciones y las
ideas sirven a los intereses del capitalismo, incluso si no están directamente controladas por
los capitalistas. Aquí las conclusiones de Foucault podrían verse como esencialistas, pues los
propósitos económicos de los capitalistas dan sentido a los textos que estudia.
En Democratic Subjects (1995), Patrick Joyce explica cómo la clase trabajadora inglesa y los
radicales burgueses del siglo XIX dieron sentido al mundo a través del lenguaje. Este
fascinante libro irritó inevitablemente a los historiadores sociales, porque defendía la
naturaleza construida de la conciencia de clase y sostenía que el agente autónomo, que se
conoce a sí mismo, otra de las vacas sagradas de la historia social, era también una
construcción lingüística.
En la primera parte del libro Joyce analiza las autoconcepciones del artesano autodidacta
Edwin Waugh. El trabajo figura en la autoidentidad de Waugh solo como el mito de la edad
de oro del telar manual y moralmente digno. El trabajo real le resultaba molesto. Su ideal era
menos producto de clase que de un discurso protestante y burgués de superación personal
transferido de la religión organizada a la "humanidad". Waugh soñaba con la concordia entre
los hombres en lugar de la reforma social y mucho menos el conflicto de clases. Joyce luego
muestra que John Bright, de una clase social completamente diferente, compartía esta
religión de humanidad. Detalla la mezcla de un mito cuáquero de persecución, cristianismo
evangélico, paternalismo y romanticismo a partir del cual Bright construyó su personalidad.
Waugh y Bright se describieron a sí mismos como héroes románticos capaces de trascender
el mundo de la experiencia y triunfar sobre el mal, un ejemplo de la narrativa romántica tal
como la define White.
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103
En varios giros aparentemente menores, Joyce utiliza una visión más convencional de la
relación entre lenguaje y contexto. Las múltiples posiciones de clase de los asistentes al
Manchester Athenaeum prueban que se trataba de una institución sin clase (Democratic
Subjects, página. 173). El grado de amargura del conflicto político en Francia, Gran Bretaña
y Estados Unidos se deduce del grado de consenso en torno a la constitución (Democratic
Subjects, p. 195). Se pueden dar otros ejemplos. En todos los casos, algo externo al texto,
una propiedad intrínseca de las relaciones sociales explica la naturaleza de los lenguajes
utilizados por los actores históricos. Tanto en “Vigilar y castigar" y "Temas democráticos",
dos visiones del lenguaje y su relación con el contexto compiten por la supremacía.
Irónicamente, ambos reproducen a veces sin darse cuenta un esencialismo que se critica con
razón en la historiografía "convencional".
Posmodernismo y modernización
Las desventajas de las teleologías son bien conocidas. Particularmente relevante es que los
postestructuralistas comparten la tendencia del teórico de la modernización a caracterizar los
períodos históricos en términos de un "espíritu de la época'', ya sea tradicional, moderno,
posmoderno o transicional, e interpretar sus objetos particulares de estudio a la luz de este
espíritu. Hayden White basa su explicación de la "carga de la historia" en la supuesta
"extrañeza" del presente, con lo que quiere decir que el rápido cambio asociado con la
modernización tiene un efecto desorientador. Nuevamente, recordamos la teoría de la
modernización, que a menudo explicaba las revoluciones como producto de la
"desorientación" supuestamente causada por el "cambio rápido". Al situar a su sujeto en un
período de "transición", el blanco es típico. Los nuevos críticos literarios historicistas
prefieren estudiar el Renacimiento porque supuestamente es una transición, un "vacío en la
historia''.184Tales generalizaciones restan valor a la complejidad de los puntos de vista en
cualquier período dado y subestiman la medida en que las características supuestamente
184
103
104
generales son realmente impugnadas. En cualquier caso, no existe ninguna ley que dicte que
las personas que viven en un período de transición, incluso si ese término general pudiera
realmente aplicarse a un período, deban sentirse desorientadas.
Este recurso a la metanarrativa y al esencialismo se deriva en gran medida del malestar con
la idea de causas. La negación postestructuralista de la cognoscibilidad del pasado implica
que las causas son meras estructuras narrativas impuestas gratuitamente a un pasado
inaccesible. Sin embargo, la suposición de que el lenguaje es un sistema en sí mismo,
independiente de la acción humana, plantea la pregunta de por qué un lenguaje debería ceder
el paso a otro. El mismo problema es evidente en el supuesto de Foucault de que las relaciones
sociales están estructuradas como lenguajes. Por lo tanto, para explicar el surgimiento de la
prisión, recurre a la noción de que una fuerza misteriosa fuera de la historia produce cambios,
es decir, el surgimiento del capitalismo. Fuerzas inhumanas a gran escala impulsan la
historia, al igual que dan significado a períodos particulares.
Agencia
De esta predilección por las fuerzas ciegas debería derivarse y trasladar el argumento de que
el lenguaje es un sistema independiente de la voluntad humana, que la agencia y las
elecciones de los seres humanos individuales o de los grupos sociales significan poco.
Ningún individuo o grupo debería poder modificar el sistema, aunque sea cambiante e
incierto, que los define. Para los postestructuralistas, la idea del "yo" es simplemente un
producto del lenguaje.
Sin embargo, en Vigilar y castigar, Foucault sostiene que la resistencia a las estrategias de
poder es posible, al menos antes del surgimiento de los sistemas modernos de vigilancia. la
idea del "yo" es simplemente un producto del lenguaje. Utiliza dos tipos de argumentos, cada
uno de los cuales es difícil de conciliar con la teoría postestructuralista. A veces afirma que
existe una agencia del pueblo espontánea y rebelde, que los discursos dominantes se
esfuerzan por controlar a través de las cárceles, hospitales y escuelas. Esto implica que la
agencia popular existe independientemente del lenguaje. En otro lugar, Foucault sugiere que
debido a que las relaciones sociales están constantemente en tensión (un supuesto
esencialista, que no es necesariamente cierto), cada ejercicio de poder conlleva un riesgo de
inversión de las relaciones de poder. Por lo tanto, la ejecución pública cayó en desgracia
porque reunió a las personas en multitudes y les permitió burlarse de las autoridades. 185 Esta
idea es familiar. Marx argumentó que, al concentrar a los trabajadores en grandes fábricas,
los capitalistas sembraron las semillas de su propia caída. Sin embargo, la idea de resistencia
de Foucault plantea dificultades conceptuales desde una perspectiva postestructuralista,
porque si la agencia se construye a través del lenguaje, ¿cómo puede cobrar vida propia fuera
del sistema lingüístico? Este es un tipo extraño de alquimia.
185
104
105
para líderes y dirigidas que aseguraron el control de los primeros sobre la política"
(Democratic Subjects, p. 192, énfasis mío). A veces, esta idea de que el lenguaje crea
identidades individuales se refuerza mediante el recurso a la noción de control social, en el
que las creencias se inculcan en las masas desde arriba. Así, se dice que la oratoria de Bright
opera sobre el "inconsciente político", dando a la gente la sensación (la ilusión) de ser agentes
activos en la historia del progreso (Democratic Subjects, p. 201).
Método
Sin embargo, sería injusto acusar a Joyce, más que a cualquier "historiador convencional",
de defender el reconstruccionismo "ingenuo", la noción de que la narrativa del historiador en
realidad "reconstruye" el pasado. De hecho, el método utilizado en Democratic Subjects, y
por muchos otros historiadores, no puede encasillarse fácilmente como reconstruccionista o
relativista. Joyce explica que si bien no existe una posición desde la que podamos evaluar la
"correspondencia o no correspondencia entre nuestro discurso y lo real" (es decir, entre la
escritura histórica y el pasado), esto no significa que seamos incapaces de discriminar entre
lo verdadero y lo falso, datos o argumentos sostenibles e insostenibles (Democratic Subjects,
105
106
p. 9). Los protocolos habituales de los historiadores para decidir estas cuestiones pueden
utilizarse siempre que recordemos que estos protocolos son "el producto de la historia". Joyce
lo deja así, tal vez porque sería difícil conciliar una mayor elucidación con la teoría
postestructuralista. Esta fórmula críptica debe desempaquetarse.
Como argumentan los postestructuralistas, el mundo externo afecta a los humanos en forma
de percepciones sensoriales que no tienen un significado inherente. Solo a través del lenguaje
podemos dar sentido a estas percepciones, y los significados así creados podrían variar
infinitamente, especialmente en el caso de construcciones humanas como clases, mercados o
estados. La cuestión es si los significados que los historiadores pretenden encontrar o atribuir
al pasado son todos igualmente válidos, como sostiene Berkhofer.
106
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verificable; pero como la gente en la vida diaria, los historiadores tratan con probabilidades,
no con verdades.186
El historiador comienza con una hipótesis o pregunta inicial derivada de sus propios
intereses, que a su vez dependen del estado existente de la historiografía y del medio cultural
contemporáneo. El historiador comienza con parcialidad. La dependencia de las preguntas
significa que el relato resultante será solo una perspectiva posible sobre un problema, ya que
otros podrían haber hecho preguntas diferentes. Además, dado que no podemos saber qué
puntos de vista tendrán los historiadores en el futuro, no podemos saber qué preguntas harán
y qué resultados producirán. No podemos decir cuánto, o qué poco, del pasado hemos tenido
sentido si nuestro conocimiento será reemplazado o si será reemplazado.
Las preguntas también determinan la relevancia de la evidencia. En efecto, una hipótesis es
una predicción sobre el tipo de evidencia que debemos encontrar. Si planteamos la hipótesis
de que las nociones de la realeza medieval fueron influenciadas por las ideas contemporáneas
sobre la masculinidad, entonces predecimos, por ejemplo, que se encontrarán ciertas
metáforas de género en los textos relacionados con la realeza. La evidencia en sí misma es
discutible. Pero se trata de acuerdo con las reglas de prueba aceptadas, que determinan qué
es admisible (los rumores, por ejemplo, podrían tratarse como una forma de prueba más baja
que el testimonio directo). Algunas preguntas pueden considerarse incontestables debido a la
falta de pruebas.
Si una hipótesis parece coincidir con la evidencia, no pretendemos haber dicho la "verdad"
sobre la realeza medieval; el significado, podemos estar de acuerdo con Derrida, siempre se
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107
108
difiere. Simplemente hemos sugerido una respuesta provisional a una pregunta precisa y
hemos establecido una forma posible de conceptualizar lo que está disponible para nosotros
en el pasado, la evidencia. Nuestra respuesta podría ser modificada no solo por una mayor
investigación y reevaluación de la evidencia, sino por una redefinición de la pregunta. Los
historiadores intentan responder a preguntas formuladas correctamente de acuerdo con las
reglas de la evidencia, al igual que un tribunal de justicia busca establecer si se ha violado
una ley en particular, no la historia completa de un evento "en sí mismo''. 190 El pasado de los
historiadores es el producto de los propios protocolos de los historiadores para dar sentido a
parte de lo que se cree razonablemente que se deriva del pasado: la evidencia.
Las respuestas de los historiadores suelen presentarse en forma de narrativas. Los críticos
postestructuralistas, quizás engañados por el lenguaje cotidiano favorecido por muchos
historiadores, les atribuyen la opinión de que las narrativas son "contenedores neutrales para
los hechos'' y que permiten la reconstrucción de la realidad pasada. 191Muchos historiadores
saben muy bien que las narrativas no son inocentes y no les es desconocido debatir la
implicación de las estructuras narrativas en las interpretaciones. Una exploración más
explícita de los problemas planteados por White ciertamente ayudaría a que los historiadores
fueran más conscientes de la naturaleza construida de sus relatos y no hay ninguna razón por
la cual el uso del género en la escritura histórica no deba ser en sí mismo un tema de
investigación, siempre y cuando otros las perspectivas no se rechazan.
Berkhofer tiene razón en que los historiadores asumen que sus relatos particulares son
compatibles con el cuerpo más amplio de conocimiento histórico. Más precisamente, el
historiador asume compatibilidad con aquellos relatos que él/ ella considera válidos, ya que
el método de prueba de hipótesis implica un enfoque crítico del trabajo de otros.
Esta dependencia de una sola obra de un amplio cuerpo de conocimientos no es, sin embargo,
peculiar de la historia. Es de suponer que el propio Berkhofer asume la compatibilidad de su
propio trabajo con un corpus de conocimiento crítico sobre la escritura de la historia. Creo
que no afirma haber reconstruido la realidad de la disciplina histórica, sólo para haber
mejorado sus conocimientos previos sobre ella. El uso de narrativas es una de las varias
formas útiles de dar sentido a la evidencia, incluidas las artísticas, cada una con sus propias
reglas de representación. El hecho de que la escritura histórica tenga una estructura narrativa
no implica la creencia de que el pasado en sí mismo tenga una estructura similar. Por el
contrario, el relato del historiador representa una forma posible de dar sentido a un pasado
que no tiene un significado preestablecido y del cual hay una gama incognoscible de
interpretaciones. 192 El relato de los historiadores no es un "reflejo" del pasado, pero como
dice Pérez Zagorin, "refleja la selección de procesos basada en la relevancia para los
problemas y preguntas que el historiador plantea con respecto a su tema". 193
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de la disputa. Baste decir que hay dos vertientes del debate que inciden en la aplicación del
postestructuralismo a la historia.
En primer lugar, Richard Evans entre otros, sostiene que el postestructuralismo no ofrece una
posición desde la que se pueda refutar la literatura sobre la negación del Holocausto, ya que
todas las interpretaciones se consideran igualmente válidas. La acusación de Evans tiene
sustancia prima facie, al menos para los postestructuralistas textuales. ¿Por qué el Holocausto
debería estar exento de la regla de Berkhofer de que los historiadores no tienen forma de
distinguir entre las afirmaciones de verdad de diferentes relatos del pasado? Pero debemos
señalar que, si bien los negadores a veces se benefician de la noción vagamente posmoderna
de que todos los puntos de vista deben ser escuchados, es igualmente probable que recurran
a un construccionismo hiperbólico en el que nada se prueba sin una verificación absoluta:
dado que el Holocausto no puede probarse más allá toda duda, porque hay algunas
discrepancias en la evidencia, no se puede probar en absoluto. Los negadores explotan tanto
el relativismo como el reconstruccionismo. 194 Curiosamente, al defenderse de la acusación
de ayudar inconscientemente a los negadores, los postestructuralistas abandonan los
elementos más fuertes de su propia posición y recurren al reconstruccionismo. Por lo general,
aceptan la demostrabilidad de "hechos individuales", mientras mantienen la posibilidad de
múltiples tramas e interpretaciones. 195 El mismo Hayden White, quien afirma que 'ninguna
otra disciplina está más informada por la ilusión de que los "hechos" se encuentran en la
investigación en lugar de construido por modos de representación y técnicas de
discursivización de lo que es la historia, argumenta que el Holocausto puede ser considerado
como un "enunciado fáctico", que él describe como una "singular proposición existencial".196
De ello no se sigue que cualquier interpretación sea aceptable. Los puntos de vista de los
negadores y "convencionales" del Holocausto son de hecho ambas historias. Ambos son
intentos de darle sentido a un pasado que se puede interpretar de infinitas formas. Sin
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embargo, la negación es ilegítima porque su método histórico es una farsa. Las preguntas de
los historiadores predicen que si una hipótesis es cierta, se encontrarán ciertos tipos de
evidencia. En efecto, los negadores predicen que no se puede encontrar ninguna evidencia
del asesinato sistemático de los judíos. Cuando se encuentran tales evidencias, en abundancia,
se recurre a la respuesta clásica del teórico de la conspiración: la evidencia se ha plantado.
En otras palabras, el caso de los negadores no puede falsificarse; nada podría contradecir su
hipótesis. La evidencia, por supuesto, podría fabricarse. Pero aquí entra en juego otra de las
reglas del método histórico: la probabilidad. La evidencia del Holocausto es tan abrumadora
que la posibilidad de que toda la evidencia haya sido fabricada es simplemente improbable.
Es tan poco probable que la narrativa de los negadores solo pueda mantenerse en la
ignorancia o la mala fe. En resumen, nunca podremos reconstruir el pasado, y mucho menos
el Holocausto, en un sentido trascendente. Siempre hay, como dicen los posmodernistas, un
"exceso". Tampoco se puede negar que la literatura y el cine pueden contar diferentes tipos
de verdades sobre el Holocausto. Pero los historiadores pueden decidir entre dos respuestas
a una pregunta específica. Al regresar a la corte, el negacionista es condenado no solo por el
"balance de probabilidades", sino "más allá de toda duda razonable".
Los historiadores no suelen ser tan categóricos. Existe un continuo desde los hechos
establecidos de la manera más completa posible, en el sentido de que todos los historiadores
razonables están de acuerdo con ellos, incluido el Holocausto, las guerras mundiales, las
Cruzadas y más, hasta cuestiones más debatibles como las mentalidades campesinas en el
período medieval temprano donde hay cierto acuerdo y mucho debate. En cualquier caso, los
historiadores no reconstruyen el evento, sino que proponen formas más o menos probables
de dar sentido a lo que queda del pasado. La cuestión de la objetividad no puede resolverse
recurriendo a los opuestos binarios del relativismo y la reconstrucción; el hecho de que las
afirmaciones de verdad no puedan establecerse de manera absoluta no significa que no
puedan establecerse en absoluto.
La segunda pregunta puede resolverse más brevemente. Una vez que se acepta que el
Holocausto es un hecho, ¿los historiadores y otros tienen la libertad de elegir cómo
representarlo? Wulf Kansteiner cree que las historias fácticas correctas pueden utilizarse para
casi cualquier propósito político. Uno podría tener puntos de vista racistas, fascistas,
estalinistas o democráticos de cualquier evento dado, cada uno de los cuales sería
fácticamente correcto. Uno podría distinguir entre ellos sólo sobre bases morales o políticas,
no sobre la base de sus afirmaciones de verdad. 197 En cierto sentido, Kansteiner tiene razón.
La afirmación de que los nazis asesinaron sistemáticamente a seis millones de judíos no
puede ser refutada históricamente, pero puede ser interpretada como una tragedia o
lamentablemente, por los antisemitas como una legítima venganza. También es cierto que el
historiador tiene poco control sobre las conclusiones morales que se extraerán de su trabajo;
incluso si un historiador comienza con una pregunta motivada por una preocupación moral
particular, no hay garantía de que el lector interpretará su/ sus hallazgos de la manera
esperada. Hay que luchar por la moralidad social y políticamente. Sigue siendo posible
distinguir analíticamente entre declaraciones históricas y morales. El mismo hecho de que
podamos demostrar que el significado de la escritura histórica varía según el contexto
depende de nuestra capacidad para distinguir estos dos tipos de afirmaciones. Los
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historiadores, como ciudadanos, tienen el derecho, quizás incluso el deber, de discutir las
implicaciones morales de su trabajo, pero no pueden reclamar una experiencia especial en
moralidad. La moralidad es una cuestión de la sociedad en su conjunto. No se deriva
automáticamente del trabajo histórico, sino que se le atribuye por un contexto cultural.
Aunque inevitablemente se extraerán lecciones morales, en términos analíticos no son lo
mismo que cuestiones interpretativas, como por qué y cómo ocurrió el Holocausto y quién o
qué fue el responsable. Aquí el historiador puede reclamar alguna habilidad especial.
Las oposiciones binarias, como la que existe entre la objetividad y el relativismo, no son más
útiles para comprender el problema de la estructura y la agencia. Vimos en nuestra discusión
sobre los Democratic Subjects que la idea de que la agencia humana se construye a través del
lenguaje es problemática. Los idiomas no pueden hacer nada. Solo las personas y las fuerzas
naturales pueden actuar sobre el mundo y cambiarlo. Sin las personas y sus capacidades
físicas no habría lenguaje. Sin embargo, es igualmente cierto que sin el lenguaje la acción
humana sería aleatoria y sin sentido. Sin embargo, es igualmente cierto que sin el lenguaje la
acción humana sería aleatoria y sin sentido. El lenguaje y la agencia son en realidad
inseparables. Joyce reconoció esto al describir a Bright como moldeado simultáneamente por
condiciones lingüísticas y culturales, y como usando estas condiciones para modificar su
mundo. Joyce restaura la reciprocidad del lenguaje y la agencia, pero a costa de abandonar
el principio de que las estructuras binarias del lenguaje dan al mundo todo el significado que
tiene.
Algunos historiadores, incluido Joyce en trabajos posteriores, han visto la teoría lingüística
del ruso M.M. Bakhtin (1895-1975) como una alternativa más convincente al
postestructuralismo (aunque hay que tener en cuenta que escribió como crítico del
estructuralismo y que el postestructuralismo le era desconocido). Mientras que los seguidores
de Saussure sostenían que las estructuras formales del lenguaje producían significado,
Bakhtin argumentó que el lenguaje debería analizarse como un sistema dinámico en el que
el escritor, el lector y el contexto trabajan juntos para producir significado. En otras palabras,
el significado surge del diálogo entre personas, es dialógico.
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por lo que los oyentes podían modificar las reglas y los significados. Así, la historiadora
Evelyn Brookes Higginbotham argumentó que el racismo en los estados del sur de América
era un "metalenguaje", en el sentido de que atribuía características negativas a los
afroamericanos y legitimaba la discriminación contra ellos. Pero la idea de raza también fue
asumida por los nacionalistas negros, investida de características positivas y utilizada como
fuerza de liberación.199
El enfoque de Bakhtin conserva las ventajas del postestructuralismo: el análisis de dosis de
los textos, el rechazo de la idea de que una categoría primordial, como la clase o la biología,
nos permite explicar la naturaleza de nuestras fuentes o del curso de la historia
(esencialismo). Pero también, es más fuerte que el postestructuralismo en el sentido de que
permite tanto la agencia humana (no necesariamente la agencia individual o consciente)
como la estructura social y lingüística, sin pretender que una sea primaria. 200
7.8 Conclusión
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8. Psicoanálisis e historia
Garthine Walker
Sigmund Freud (1856-1939) acuñó el término "psicoanálisis" en 1896. Freud fue uno de
varios pensadores que cuestionaron la idea, popular en algunos sectores del siglo XIX, de
que los seres humanos eran criaturas racionales que siempre actuaban con pleno
conocimiento de lo que estaban haciendo. Sugirió que los impulsos inconscientes
influenciaban el comportamiento de las personas. Las ideas de Freud, como las de Darwin y
Marx, han impactado profundamente en la idea que tienen los seres humanos de sí mismos.
Su concepto del inconsciente, el uso de la libre asociación y el énfasis en la importancia de
los sueños informaron movimientos como el dadaísmo y el surrealismo en las artes visuales
y obras de ficción como la novela Las olas de Virginia Woolf. Sus ideas también influyeron
en la escritura histórica. Los biógrafos comenzaron a explicar los rasgos de personalidad
refiriéndose al pasado de sus sujetos. Los historiadores se interesaron más por la causalidad.
Antes de Freud, los historiadores no se preocupaban mucho por las causas u orígenes de los
fenómenos históricos, sino que estaban más interesados en juzgar cuán grandes eran ciertos
individuos. Después de Freud, era más probable que los historiadores consideraran que las
personas podrían haber sido influenciadas inconscientemente por causas que desconocían.
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Se han dado varias razones para este estado de cosas: "la abrumadora mayoría" de los
historiadores "no han sido analizados", por lo que "probablemente" no logran comprender el
psicoanálisis y sus objeciones... provienen de profundas fuentes emocionales; tienen una
"perspectiva empírica estrecha" y no "logran enfrentarse a los desafíos teóricos"; temen que
el psicoanálisis socave la tradición humanista de la explicación histórica. 207 Todas estas
pueden ser críticas válidas en el sentido de que pueden aplicarse a ciertos individuos. Pero la
profesión histórica es extremadamente diversa. La teoría psicoanalítica no atrae a muchos
historiadores porque parece asumir constantes históricas y esencialismo. Según Freud, "los
procesos mentales inconscientes" son: "atemporales"'. No están ordenados temporalmente,
el tiempo no los cambia de ninguna manera y la idea de tiempo no puede aplicarse a ellos. 208
Muchos historiadores favorecen las tradiciones teóricas que enfatizan el anti-esencialismo.
Una posición antiesencialista niega que las respuestas particulares surjan universalmente de
causas determinadas: no se puede interpretar que los sentimientos ambiguos hacia el propio
hijo surjan inevitablemente de la condición del parto y la maternidad, por ejemplo. Incluso
cuando las cosas han parecido constantes, no se sigue que deban ser un paso constante a la
opresión de las mujeres. El aparente esencialismo de la teoría psicoanalítica que parece
volverla ahistórica explica en cierto modo su escaso impacto entre los historiadores.
Sin embargo, el psicoanálisis ha estado lejos de estar estancado. Durante el último siglo, han
surgido innumerables posiciones teóricas. Algunos teóricos han cuestionado la importancia
del esencialismo. Otros han explorado la relación entre los impulsos biológicos y la cultura.
Ciertos académicos han afirmado que versiones particulares del psicoanálisis son históricas
y bastante compatibles con el cambio histórico, argumentando que pueden investigar la
"expresión variada en diferentes tiempos y lugares" de impulsos y fantasías universales. 209
En este capítulo, esbozaré algunos puntos destacados para los historiadores de ciertos tipos
de teoría psicoanalítica y examinaré y evaluaré ejemplos de su influencia en la escritura
histórica real. He distinguido entre tres cuerpos de pensamiento: primero, el psicoanálisis
freudiano y la psicología del yo; segundo, la teoría de las relaciones objetales desarrollada
por Melanie Klein; tercero, la modificación que hace Julia Kristeva del psicoanálisis
lacaniano. Existen muchas más variantes que esta y no intento resumir todas las
preocupaciones principales ni siquiera de estas tres. Más bien, presento en términos breves
y, por lo tanto, simplificamos algunas de sus características para considerar su uso por parte
de los historiadores. Mientras que los críticos de la teoría psicoanalítica se han centrado
convencionalmente en la fragilidad de sus afirmaciones de verdad o se han involucrado en
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Freud afirmó que todos los individuos pasan por ciertas etapas: oral, anal, fálica y genital del
desarrollo de la personalidad. Un momento crucial en este viaje se denomina complejo de
Edipo, en honor al héroe mítico griego que, sin saberlo, mató a su padre y se casó con su
madre. Dentro de la teoría freudiana, los niños experimentan el complejo de Edipo durante
la etapa fálica de desarrollo, entre los tres y los cinco años. El niño tiene un deseo sexual
instintivo por su madre. Por tanto, comienza a ver a su padre como un rival por el amor de
su madre, de ahí el deseo de eliminar a su padre matándolo o castrándolo. Pero el niño teme
represalias, sobre todo a ser castrado él mismo. Surge un conflicto entre, por un lado, amar a
su madre y odiar a su padre y por otro, la autoconservación. Este último gana y el niño
reprime sus sentimientos de amor y odio sexual hacia sus padres. La etapa edípica termina
con la entrada del niño en la etapa genital. Habiendo reconocido la superioridad masculina
de su padre, se identifica con él más que con su madre. Freud denominó un proceso más o
menos comparable para las niñas como el complejo de Electra, en honor a la mujer mitológica
que mató a su madre para vengar el asesinato de su padre por la madre. En el mito griego,
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Electra atrae a su madre a la muerte apelando a sus instintos maternos y después de matarla
se siente abrumada por el remordimiento. Freud no teorizó claramente el complejo femenino.
Desde entonces, las teóricas psicoanalíticas feministas han desarrollado versiones del
inconsciente femenino. 212
La psicología del ego, iniciada por Anna Freud (la hija de Freud) y desarrollada por Heinz
Hartmann y Erik Erikson, sigue los parámetros del psicoanálisis freudiano, manteniendo una
preocupación por el significado de los impulsos biológicos. Se considera que la personalidad
se desarrolla desde el dominio del inconsciente en la infancia hasta el control consciente del
adulto sobre el mundo interno y externo. En la formulación de Erikson, la sociedad y la
cultura (en forma, por ejemplo, de oportunidades económicas y métodos de crianza de los
niños) influyen en la forma en que los adultos se comportan y dan sentido a sus experiencias.
Los individuos absorben e internalizan valores culturales para que su ego funcione
apropiadamente dentro de su sociedad particular. En la superficie, hay menos determinismo
biológico en la psicología del yo que en el freudianismo clásico. Sin embargo, la teoría
depende de la premisa de que los humanos están programados biológicamente para adaptarse
a su cultura como parte de la lucha por la supervivencia. La psicología del ego se desarrolló
en un marco de funcionalismo y comparte características con la teoría de la modernización.
Por ejemplo, el consenso se considera positivo y el conflicto negativo. La falta de
conformidad es el resultado de una falta de adaptación deseable al entorno social. La
psicología del ego asume una dirección histórica necesaria hacia una mayor estabilidad del
ego y una adaptación más exitosa al entorno.
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... el Bismarck de 1874 seguía siendo el Bismarck de 1838. Lo ocurrido puede entenderse en
términos de un proceso psíquico común ... Los impulsos instintivos que la conciencia no
puede tolerar son reprimidos (es decir, "devueltos al ello") o proyectados (es decir,
"desplazados al mundo exterior"). Bismarck proyectó su búsqueda de poder y renombre en
el estado prusiano. Metas que habrían sido intolerables si se hubieran concebido como
personales, podrían, cuando se concibieron como en los intereses del estado o del bienestar
público, buscarse sin un sentimiento de culpa ... [y] por lo tanto aceptables para su
conciencia.216
La razón por la que Bismarck experimentó este conflicto era que entre estas dos fechas había
sufrido una conversión religiosa y por lo tanto, se vio obligado a "proteger su ego del aguijón
de la conciencia". La ambición de Bismarck de 1838 había sido reprimida en 1874. Esto
demuestra cómo la teoría psicoanalítica puede perpetuar la igualdad y no permite el cambio
histórico. El psicoanálisis permite evidenciar que los conflictos se interpretan como si
tuvieran el mismo significado. Una teoría que permite que la evidencia y la falta de evidencia
conduzcan a la misma conclusión es obviamente muy problemática.
Pflanze también se basa en el psicoanálisis para argumentar que Bismarck era un personaje
"narcisista fálico", basándose en las descripciones de Wilhelm Reich de 1933 de los tipos de
personalidad freudianos. Los tipos "fálico-narcisistas" son: seguros de sí mismos, a menudo
arrogantes, elásticos, vigorosos y a menudo, impresionantes ... La expresión facial suele
mostrar rasgos masculinos duros y afilados. Tienen una manera agresiva; los "tipos francos
tienden a alcanzar posiciones de liderazgo en la vida" y así sucesivamente. Tales tipos tienen
"una identificación del ego total con el falo", "serias decepciones" en la etapa genital de la
relación con la madre y un hogar en el que la madre era la progenitora más fuerte. Pflanze
superpone esto al carácter y al pasado de Bismarck. (Afirma que la teoría psicoanalítica
proporciona "trajes de carácter" en los que vestirse y adaptarse a los personajes históricos.)
Pflanze escribe que Bismarck "indudablemente" mostró "una masculinidad bastante
exagerada". Como estudiante, Bismarck había peleado 25 duelos en tres semestres. Se jactaba
de su capacidad para beber seis botellas de vino sin emborracharse ni vomitar. Tenía
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tendencias exhibicionistas, bebiendo una botella entera de vino de un trago para impresionar
a los oficiales reunidos.217
Si bien este tipo de psicohistoria se produjo principalmente en las décadas de 1960 y 1970,
las suposiciones freudianas continúan llevando a los historiadores a tratar los documentos
históricos como si nos permitieran "reconstruir la vida mental de un individuo", para
identificar "los temas de -esa persona- psicología", y ver en los manantiales de ... la
personalidad, los motivos y las emociones. 219 El problema de leer textos de esta manera no
es, por supuesto, un problema para el psicoanálisis freudiano. Es irrelevante si el sujeto
describe respuestas a eventos externos "reales" o internos imaginarios porque lo que importa
es la construcción individual de la realidad, que se basa en la necesidad de contener la
expresión de la libido y la pulsión de muerte.220 Pero la teoría psicoanalítica también permite
que la ansiedad surja de factores externos, y el historiador no tiene forma de determinar si
los orígenes son internos o externos en un caso particular. Además, los psicoanalistas han
reconocido que la suya no es una teoría predictiva y han advertido contra la "transposición
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hacia atrás", reduciendo las situaciones humanas al 'precursor más temprano, más simple e
infantil que se supone que es su "origen".221Sin embargo, esto es precisamente lo que intentan
las psicohistorias freudianas, produciendo así argumentos esencialistas, circulares e
infalsificables.
A diferencia de los teóricos posteriores de las relaciones de objeto que postularon una etapa
preedípica idealizada y una imagen optimista de las relaciones madre-hijo, Melanie Klein,
cuyos trabajos se publicaron entre 1919 y 1961, enfatizó las ansiedades agresivas,
frustraciones y escisiones que el infante experimenta en relación al pecho. 222 Klein fue el
primero en argumentar que los bebés inicialmente se relacionan con partes, como el pecho,
más que con la madre como tal. Este modo de identificación ("posición esquizo-paranoide")
es finalmente reemplazado por la capacidad del bebé para relacionarse con objetos
completos, como la madre (la "posición depresiva"). Klein también creía que la psique
infantil se experimenta en el mundo interior de la "fantasía". Los impulsos instintivos de
deseo y agresión de Freud, y las emociones negativas de envidia, codicia y pérdida, se tratan
dentro de este reino de la fantasía. El niño experimenta en la fantasía el pecho de la madre
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Mientras que otros teóricos de las relaciones objetales llegaron a enfatizar la unidad
fundamental de la psique infantil, el mundo infantil interno de Klein nunca está unificado.
Aunque el yo del bebé se desarrolla hacia la integración, tiende a fragmentarse y dividirse en
bueno y malo como una forma de lidiar con la ansiedad. La ansiedad en sí es una acción
defensiva que protegemos al ego de la destructividad de la pulsión de muerte. Poco a poco
surge una psique más integrada y el bebé comienza a temer que sus propios impulsos
destructivos puedan haber destruido a la madre o al pecho. Esto introduce sentimientos de
ambivalencia (rabia, y luego, culpa y pérdida por la destrucción fantasiosa del objeto malo,
así como amor) hacia la madre, que ahora se ve como un todo que encarna tanto el mal como
el bien. Esta "posición depresiva" presagia un proceso de "reparación", en el que el niño
experimenta fantasías reparadoras en las que el daño causado a los objetos se deshace. Si
bien ahora se fantasea a la madre como un objeto completo, el bebé todavía no distingue
completamente a la madre del padre. Esta falta de diferenciación es posible porque el bebé
no identifica a una madre "real" completa. Para Klein, la madre es una construcción fluida
de los deseos y ansiedades del bebé.
Klein identificó la envidia como una emoción clave que impregna esta etapa temprana de la
infancia. La envidia implica el deseo de ser tan bueno como el objeto envidiado (el pecho
bueno) y cuando se siente imposible, el objeto es atacado para eliminar la fuente de los
sentimientos de envidia. Pero el bebé odia y envidia también el pecho malo. Esta envidia
suele tratarse en el proceso de resolución de los sentimientos de rivalidad edípicos; si sigue
siendo poderoso, la etapa edípica no se resuelve con éxito.
El problema para los historiadores no es que este cuerpo de teoría sea "incorrecto", como
afirman a menudo los críticos. Más bien, la teoría de las relaciones de objeto, como el
freudianismo clásico, se basa en construcciones imaginativas que no pueden ser falsificadas,
refutadas. No tenemos ningún medio para discriminar entre interpretaciones. Esto lo hace
incompatible con un método histórico que se basa en probabilidades relativas.
En “¡Brujería y fantasía en la Alemania moderna temprana”, Lynda! Roper sostiene que para
comprender la brujería debemos prestar atención a los "temas imaginativos" de los casos. 223
Estos temas son maternos. Los motivos de las narrativas de brujería eran el amamantamiento,
el parto, la alimentación y el cuidado de los niños. Varias brujas acusadas estaban mintiendo
en sirvientas; sus acusadores eran madres recién paridas; los testigos eran otras mujeres para
las que habían trabajado las camareras. Roper pregunta por qué las acusaciones de brujería
tomaron esta forma y por qué algunas criadas mentirosas acusadas confesaron sus crímenes.
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Ella sostiene que los conflictos psíquicos proporcionan las respuestas a ambas preguntas. Los
conceptos psicoanalíticos son fundamentales para esta conclusión
Con respecto a las madres que acusaron de brujería a las criadas mentirosas, Roper enfatiza
el significado biológico del parto. Las primeras semanas de un bebé fueron un período de
ansiedad para las madres, no solo debido a la alta mortalidad infantil, sino porque este tiempo
podría evocar recuerdos de la propia etapa preedípica de la madre cuando ella "pudo haber
experimentado sentimientos de odio no admitidos e intolerables, así como también amor
hacia su propia madre". 224
Si las cosas salían mal, si la niña enfermaba o moría, estos residuos preedípicos formaban un
guión psíquico dramático que le permitía proyectar su ansiedad y culpa sobre la criada
mentirosa a la que acusó debidamente de brujería.225 Mientras que la mujer moderna puede
internalizar sentimientos de culpa y experimentar depresión posparto, la madre moderna
temprana usó el mecanismo kleiniano de "escisión" para proyectar estos sentimientos en otra
persona. Así, para Roper, la psique moderna temprana está regulada por los mismos estados
inducidos psíquicamente que la moderna. Las doncellas acostadas también estaban marcadas
por sentimientos preedípicos ambiguos, especialmente envidia, porque no tenían ninguna
esperanza de tener familias jóvenes propias. Recurriendo de nuevo a Klein, Roper afirma que
es en la fase preedípica donde se desarrolla la envidia. La admisión de envidia de la doncella
mentirosa podría conducir a una confesión completa de brujería en el contexto de los
primeros entendimientos modernos que asociaban la envidia de una mujer con el deseo de
hacerle daño.
Hay mucho análisis brillante en esto. La identificación de Roper de los conflictos entre
mujeres parece incontrovertible, y su contribución a la comprensión de la naturaleza de estos
conflictos es muy importante. Las preguntas que hace y las áreas que explora deben mucho
a su conocimiento del psicoanálisis y, en este sentido, su uso ha sido claramente productivo.
Pero cuando miramos la mecánica de su argumento, el psicoanálisis juega un papel menor y
a veces redundante.
A los críticos de la psicohistoria les gusta denunciarla por sus argumentos circulares.
Siguiendo la afirmación de Kari Popper de que las proposiciones psicoanalíticas son
infalsificables, que debido a que son autoafirmables, ninguna declaración puede refutarlas,
han argumentado que los historiadores no pueden usar legítimamente las ideas
psicoanalíticas. 226 Roper admite que su argumento puede parecer circular. De hecho, parece
adoptar positivamente la circularidad: "esta dificultad conceptual", dice, "es inherente al uso
productivo de las ideas".227
Esta es una afirmación infalsificable: es difícil concebir algún tipo de evidencia sobre la
maternidad que no confirme la presencia de apego o conflicto o ambos. Por otro lado, dice,
“la forma que pueden tomar esos conflictos y las actitudes que las sociedades se adaptan a
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ellos pueden cambiar. Este ...es el territorio del historiador.228 En otras palabras, los
historiadores pueden investigar las diversas formas que adoptan las emociones invariables.
El hecho de que existan formas múltiples hace que cualquier raíz común sea académica o la
convierte en una mera influencia entre muchas. Roper ha limitado efectivamente el alcance
del psicoanálisis al admitir que todos los aspectos del comportamiento humano no pueden
reducirse a mecanismos psíquicos básicos. Esta concesión, que el psicoanálisis debe
utilizarse junto con otras formas de investigación, ya que por sí solo no puede proporcionar
una explicación, es sin duda una ganancia teórica.
Sin embargo, el estatus explicativo del psicoanálisis se reduce más de lo que Roper parece
darse cuenta. La explicación de Roper de por qué las primeras mujeres modernas a veces
proyectaban su culpa en las acusaciones de brujería, mientras que las madres modernas son
más probablemente etiquetadas como depresivas, es una gama de suposiciones culturales
históricamente arraigadas sobre el parto, el cuerpo y las mujeres. El argumento es muy
convincente. La predisposición psicológica hacia la culpa y la envidia entra en la explicación
sólo en el nivel de un potencial, un potencial que no descarta nada. ¿Quién sabe qué "formas"
tomará el conflicto psíquico en el futuro? Además, el período posnatal a menudo transcurría
sin incidentes, como señala Roper, y presumiblemente, incluso cuando las cosas iban mal,
no siempre seguía una acusación de brujería. En efecto, una confluencia de factores históricos
explica la respuesta a un conflicto psicológico que podría resultar de algo que salió mal en
el período de posparto. Éstas son calificaciones serias sobre el poder explicativo del
psicoanálisis. El costo de sortear el problema de la circularidad ha sido conceptualmente
eliminar los conflictos psíquicos del centro del análisis.
Detrás de esto hay una cuestión lógica. En realidad, Roper clasifica sus dos tipos de
causalidad jerárquicamente. Las circunstancias históricas explican la "forma" que toman los
conflictos psíquicos, lo que implica que estos últimos son una especie de base. La psicología
es primaria y la historia secundaria. Pero esta jerarquía es difícil de mantener. Dado que un
resultado conductual dado (la acusación de brujería) depende de dos conjuntos de causalidad:
(a) conflictos psíquicos arraigados en la fase preedípica, y (b) una gama de circunstancias y
fenómenos históricos229, si (a) o (b) fueron retirados, la acusación de brujería ya no seguiría.
Como tanto (a) como (b) son necesarios para la explicación, no podemos decir cuál es más
importante.
La teoría psicoanalítica impregna el argumento de Roper. Sin embargo, también opera una
forma de análisis en la que, si lo entiendo correctamente, fue "la organización social de la
maternidad" la que hizo posible los sentimientos ambivalentes de la madre hacia el niño, de
modo que 'se disponía de cierto tipo de guión dramático psíquico en caso necesario las cosas
van mal. 230
La idea de "guiones disponibles" podría implicar que se podrían usar otros guiones también
o en su lugar y que las mujeres involucradas tenían un grado de agencia en términos de su
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Al igual que Klein, Jacque Lacan negó que el ego sea una estructura unificada y coherente,
y postuló que la escisión es el proceso de desarrollo fundamental. Además, como la teoría de
las relaciones objetales, el psicoanálisis de Lacan se basó en construcciones imaginativas que
no pueden ser refutadas. Sin embargo, el psicoanálisis lacaniano, fuertemente influenciado
por la teoría lingüística postestructuralista, ofrece una crítica rigurosa de la teoría de las
relaciones objetales. Para Lacan, no existe un yo biológico "verdadero" o "real", ni una
separación entre el yo y la sociedad. Más bien, como el lenguaje, el yo es producido por
relaciones binarias. A Lacan le preocupa cómo el sujeto se forma en la "otredad".
El trabajo de Lacan atrae a algunas feministas porque desafía las explicaciones biológicas de
la diferencia sexual: la cultura impone significado a la anatomía, la naturaleza está mediada
por el lenguaje. Lacan también se ocupa directamente del patriarcado. Dentro del reino
simbólico del lenguaje, una ley específica, la Ley del Padre, estructura la cultura. Todas las
experiencias interpersonales, incluida la interacción madre-hijo, se organizan de acuerdo con
esta ley patriarcal y su simbolismo. El complejo de Edipo, por ejemplo, se resuelve mediante
la aceptación de la Ley Simbólica del Padre. Para Lacan, el complejo de Edipo no ocurre
literalmente sino como una transacción lingüística. Escribe sobre el falo más que sobre el
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pene como lo hace Freud. El falo es un atributo de poder dentro del reino simbólico del
lenguaje, no la propiedad anatómica de los hombres. El falo también significa el deseo de
plenitud. Por tanto, el deseo no es una fuerza sexual como lo es para Freud, sino una
compulsión inconsciente de luchar hacia la totalidad (inalcanzable). Debido a que el
inconsciente está estructurado como el lenguaje, los deseos inconscientes no reflejan al sujeto
individual sino a la estructura de poder patriarcal de la sociedad. En el orden simbólico
patriarcal, el hombre es el yo y la mujer el "Otro". Por tanto, a la existencia femenina se le
da significado sólo en relación con la masculina. Lacan ha sido criticada por esta eterna
represión de lo femenino y por definir la feminidad en términos patriarcales de carencia. Sin
embargo, algunas teóricas feministas han desarrollado la idea de Lacan de la mujer como
falta u "Otro".
Julia Kristeva (nacida en 1941), como Helene Cixous y Luce Irigaray, ha desarrollado la idea
de la feminidad como marginal y rechazada. Para Kristeva, la posición de la feminidad en el
reino pre-edípico, inconsciente e imaginario le permite desafiar y rechazar los significados
dominantes impuestos por lo Simbólico. Ofrece así una expresión auténtica del yo para las
mujeres (y de hecho para los hombres) más allá de la Ley del Padre. Sin embargo, al hablar
desde lo Imaginario, existe el riesgo de ser engullido por un aterrador reino infantil
caracterizado por la abyección. 233 El concepto de Kristeva de lo "abyecto'' es un reino
informe, ilimitado, húmedo y monstruoso fuera de la cultura que amenaza con llevar la
cultura a caos. La abyección se asocia, sobre todo, a los fluidos corporales y los procesos
corporales del cuerpo de la mujer adulta, que se perciben de manera similar en términos de
disolución de límites y certezas, y permeabilidad, un desdibujamiento entre adentro y afuera,
ejemplificado en la menstruación, la concepción, embarazo, parto, lactancia y menopausia.
La abyección "es el reconocimiento del cuerpo" de que las fronteras y los límites que se le
imponen son en realidad proyecciones sociales, efectos del deseo, no de la naturaleza. 234
Se ha argumentado que Kristeva adopta una visión antiesencialista de la feminidad en la que
la identidad femenina se produce culturalmente en lugar de que biológicamente. 235En
realidad, al tiempo que evita el determinismo biológico, al ver, por ejemplo, que la madre
preedípica abarca tanto la masculinidad como la feminidad, Kristeva evoca una especie de
determinismo cultural. Por ejemplo, el infante experimenta a la madre como todopoderosa y,
por tanto, fálica. Esto es esencialista. Pero Kristeva ofrece más que eso. Ella sostiene que "no
existe una feminidad esencial, ni siquiera una reprimida" que pueda ser revelada o recuperada
por críticos culturales o historiadores. En cambio, analiza los modos de lenguaje femenino y
masculino. 236
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absolutamente al reino imaginario preedípico de Lacan. Las mujeres pueden hablar desde las
posiciones tanto de lo Simbólico como de lo Imaginario. El primero evita que la identidad de
la mujer quede subsumida en la de la madre, mientras que el segundo permite a las mujeres
desafiar y resistir lo que la Ley del Padre presenta como rígidas certezas patriarcales. El
trabajo del análisis es decir quiénes hablan en circunstancias particulares. De manera crucial,
Kristeva también reconoce los aspectos históricos y sociales de cómo entendemos el mundo
y a nosotros mismos. El lenguaje para Kristeva es productivo; no refleja simplemente las
relaciones sociales. La formulación teórica de Kristeva permite un mayor grado de
historización y agencia que la de Lacan. Podría decirse que esto también la alinea tanto, si
no más, con Bakhtin como con Lacan o Derrida. 237
Purkiss parece percibir que se trata de una ruptura radical con los métodos de los
historiadores. Ella caracteriza a los historiadores como divididos entre grandes narrativas
explicativas y un rechazo empirista simplista de la teoría. Se distingue de lo que ve como
preguntas de los historiadores, enfatizando su interés en los significados de las narrativas de
brujería, pero expresamente no en qué eventos "naturales" las subyacen. 240
Esto parece ser una respuesta a relatos históricos que han tratado de explicar la brujería
entendiéndola predominantemente en términos de otra cosa. Las acusaciones de brujería se
entienden en términos de residuos preedípicos en el trabajo de Roper, discutido
anteriormente, por ejemplo, y otros historiadores han interpretado qué creencias en términos
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Para empezar, Purkiss utiliza la misma oposición binaria entre constantes generadas
psicológicamente y variabilidad histórica que encontramos en Roper. En "No Limit, the Body
of the Witch", Purkiss dice que la imagen de fantasía del cuerpo materno ilimitado y sus
asociaciones con la suciedad y el desorden es una de las constantes de la civilización
occidental. Basándose en Kristeva (y Cixous), Purkiss sostiene que esta imagen es
"intrínsecamente" amenazante y poderosa para las mujeres. Sin embargo, como Roper,
inmediatamente califica esta idea esencialista con el argumento de que esta constante sólo
puede entenderse "en relación con circunstancias históricas específicas". Ella dice que el
cuerpo materno no representa inevitablemente formas particulares de desorden o suciedad.
Más bien, es la cultura, (en el período moderno temprano, una "confluencia de discursos
médicos y factores sociales"), lo que produce tales vínculos. Además, la formulación de
Purkiss está menos abierta a la crítica que la de Roper. Purkiss no intenta reducir su evidencia
a conflictos psíquicos. Mientras que Roper afirma que los sentimientos maternos ambiguos
hacia el bebé son inevitables, la formulación de Purkiss del ilimitado cuerpo femenino se
especifica con mucha más precisión y, por lo tanto, es perfectamente falsable. Aunque sigue
siendo discutible si esta fantasía del cuerpo ha sido una constante de la civilización
occidental, Purkiss muestra de manera convincente y productiva que es una forma útil de
entender los discursos que examina. La afirmación de que esta fantasía es un hecho
predeterminado, al menos en la cultura occidental, no afecta realmente el análisis práctico.
Purkiss pretende mostrar que los deseos, miedos y ansiedades de las mujeres sobre la
maternidad y el hogar "reflejaban y reproducían una fantasía muy específica" de la bruja.
Demuestra brillantemente que las hazañas de la bruja podrían imaginarse en términos de una
"imagen de fantasía de la enorme, controladora, dispersa, contaminada y goteante fantasía
del cuerpo materno". Ella muestra cómo esto fue posible gracias a una variedad de discursos
populares y de élite sobre el cuerpo, el hogar, la transformación y la feminidad, y las prácticas
sociales que rodean a las mujeres y el cuidado de los niños, el mantenimiento del orden en el
hogar, la dispersión de la suciedad y la contaminación y más. 242 Por lo tanto, esta figura
particular de la bruja es una construcción social y cultural, y no es causada por la biología en
absoluto. Además, debido a que Purkiss enfatiza la construcción cultural de la subjetividad,
rechaza la idea esencialista de que un efecto particular debe seguir "naturalmente" a un evento
particular. Ella usa la noción de conflictos psíquicos no esencialmente en el sentido de que
no necesariamente conducen en una dirección particular. Por lo tanto, sostiene que no es
inevitable que una mujer se sienta amenazada de alguna manera en particular por una mujer
que le habla de cierta manera o ingresa a su casa. En cambio, señala una combinación de
discursos y prácticas sociales, que varían mucho.
El método de Purkiss es crítico, pero sería aceptable para muchos historiadores. A pesar de
la afirmación de Purkiss de que el psicoanálisis "ofrece las formas más ricas, gratificantes y
serias de leer textos relacionados con lo sobrenatural'', 243 su enfoque no es distintivamente
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En resumen, aunque Purkiss parece a primera vista privilegiar el psicoanalítico sobre otros
modos de explicación, en la práctica lo emplea junto con otras formas de análisis y produce
un relato histórico no esencializante de la brujería. Ella evoca la oposición binaria entre el
psicoanálisis y las circunstancias históricas de la misma manera que lo hace Roper, pero esto
parece ser principalmente un método de posicionamiento dentro y entre disciplinas. Como
piezas de escritura histórica, los capítulos de Purkiss ejemplifican un excelente método
histórico.
8.4 Conclusión
¿Qué significa todo esto para el estatus del psicoanálisis como teoría histórica?
Hasta cierto punto, el debate sobre si el psicoanálisis puede informar el trabajo histórico
se basa en malentendidos. Purkiss caracteriza a los historiadores como creyentes en el
realismo, en una visión de correspondencia de la verdad en la que los miedos a las brujas
deben
representar miedos "reales". En realidad, muchos historiadores trabajan con un método
completamente diferente, un método crítico que va más allá de la falsa oposición entre
realidad y relativismo, verdad y ficción, tal como ella lo hace. El modo de análisis de Purkiss
sería perfectamente aceptable para ciertos tipos de historiadores. Los historiadores de esta
tradición -quizás un empirismo informado conceptualmente- no atacan el psicoanálisis en
nombre del realismo, pero lo ignoran con el argumento de que no puede lidiar con el cambio,
porque lo ven como una metanarrativa esencializante. Esto también se basa en un concepto
erróneo. Los historiadores que descartan el psicoanálisis han pasado por alto la medida en
que los historiadores informados psicoanalíticamente se han enfrentado al cambio y al
esencialismo. Una razón por la que los historiadores cometen este error es que los
historiadores con inclinaciones psicoanalíticas tienden a reclamar la primacía teórica del
psicoanálisis. Sin embargo, aunque esta afirmación a veces socava el análisis, no siempre lo
hace, incluso en trabajos como el de Roper, todo el análisis no se caracteriza por el
esencialismo y la circularidad, y en el caso de Purkiss difícilmente lo es. Tanto en la crítica
literaria como en la historia hay antiteóricos, aquellos que creen en la teoría, y aquellos como
yo y supongo que Purkiss, que se involucran con la teoría en minúsculas: en otras palabras,
aquellos que favorecen una historia informada conceptualmente que no tiene las respuestas
de antemano.
244
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9- Historia comparativa
Stefan Berg
Los historiadores comparan. No pueden evitarlo, a menos que se limiten a enumerar fechas
y eventos. Si la historia es más que cronología, cualquier intento de explicar e interpretar lo
que ha estado sucediendo en un lugar particular y en un momento particular implica
compararlo con lo que ha estado sucediendo antes o después, o en otros lugares al mismo
tiempo. Tomemos, por ejemplo, las explicaciones del ascenso al poder de los
nacionalsocialistas en Alemania. Si decimos que la debilidad de las tradiciones democráticas
en Alemania contribuyó al éxito de los nazis, también podemos decir lo contrario de las
tradiciones democráticas en otros lugares, por ejemplo, en Gran Bretaña, estas ayudaron a
prevenir el surgimiento del fascismo. Las estructuras narrativas dependen de la comparación,
pero estas suelen ser implícitas en lugar de explícitas.
Los llamados a la historia comparativa explícita son antiguos, y los intentos de formular una
teoría específica se remontan generalmente a John Stuart Mill. 245 En la primera mitad del
siglo XX, eminentes teóricos y practicantes del método comparativo incluyeron a Marc
Bloch, Max Weber, Otto Hintze, Henri Pirenne y Emile Durkheim. Estos pioneros fueron
archipiélagos en un mar de historias constituidas a nivel nacional, en el que a la gran mayoría
de historiadores les resultó difícil trascender el estudio de las sociedades en las que habían
crecido. Sin embargo, durante los últimos veinte años, la práctica de la historia comparativa
ha despegado en muchas sociedades y culturas.246 Los programas de intercambio académico
han aumentado los contactos internacionales después de 1945, y los académicos ahora
trabajan en contextos nacionales diferentes a aquellos en los que se criaron. La globalización
también ha dirigido la atención de los historiadores a las interconexiones y comparaciones
pasadas entre diferentes partes del mundo. 247 Si la historia comparativa se practica hoy con
más frecuencia que nunca, no se hace en la misma medida en todas partes. Uno de sus
principales practicantes en Gran Bretaña, Geoffrey Crossick, sostiene que la historia
comparativa ha tenido relativamente poca influencia en la investigación historiográfica en
Gran Bretaña.248 En el debate canadino sobre la historia británica, Neil Evans fue uno de los
pocos contribuyentes que exigió más rigurosos y empíricos fundamentadas 'comparaciones
para deconstruir la historia británica en' los componentes básicos de la distinción regional y
nacional dentro del estado británico 'y para' verla dentro de la perspectiva de Europa y de
todo el mundo atlántico '. 249 En Estados Unidos, por el contrario, el método comparativo ha
marcado una diferencia real. 250 Sin embargo, los cursos de historia comparativa también se
imparten en programas de pregrado británicos (por ejemplo, sobre fascismo, décadas
particulares, revoluciones, movimientos obreros y narionalismo), y se anima a los estudiantes
a escribir ensayos comparativos. Este capítulo se propone ayudar a los estudiantes que toman
cursos de historia comparativa y alentarlos a trabajar de manera comparativa. Para que la
historia comparativa tenga éxito, es esencial, como señala Thomas Welskopp, convertirla en
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una parte integral de una historia analítica teóricamente consciente, en lugar de una
subdisciplina especializada que se distingue de otras formas de escritura histórica y que solo
es practicada por los pocos iniciados / Para ampliar el atractivo de la historia comparativa,
este capítulo analizará, en primer lugar, diferentes tipos de comparación. En segundo lugar,
resumirá algunos de los beneficios de la historia comparativa. En tercer lugar, analizará los
problemas y escollos del método comparativo. Cuarto, discutirá la relación entre los estudios
comparativos y los estudios de transferencia cultural, y finalmente presentará un ejemplo de
historia comparativa para demostrar cómo funcionan las comparaciones.
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enseñar las lecciones de la historia. Es posible que quieran explicar qué salió mal en una
sociedad en particular comparando su desarrollo con el de otras sociedades. O pueden estar
interesados en destacar la función pionera y modelo de sociedades particulares. Este tipo de
historia comparativa a menudo se basa en juicios morales. Sus practicantes rechazan la
suposición, todavía muy extendida entre los historiadores, de que no es tarea del historiador
actuar como juez. En cambio, señalan que los juicios morales no pueden evitarse al escribir
historia, ya que la naturaleza de todo conocimiento es la perspectiva. Un hecho es solo un
rostro dentro de un marco específico de descripción. Esto no solo permite una pluralidad de
declaraciones verdaderas, sino que también significa que el ámbito de los hechos no puede
separarse del ámbito de los valores y, por tanto, de la moralidad. Los enunciados fácticos ya
presuponen elecciones no nativas. Pueden estar ocultos (como suele ser el caso de los
historiadores) o pueden sacarse a la luz. Cualquiera que sea el caso, el conocimiento sólo es
posible dentro de "horizontes de expectativa" morales-normativos-ideológicos
particulares. 259
La mayoría de los historiadores se han sentido atraídos por la historia comparativa porque
quieren obtener un mejor conocimiento de su propia sociedad a través de la comparación.
Incluso cuando los historiadores se dedicaron a la historia comparativa para comprender
mejor otras sociedades, su interés estuvo frecuentemente motivado por el deseo de aprender
de las experiencias de otros y de fomentar la adaptación de las características positivas de
otras sociedades. Habiendo estudiado un problema o tema en diferentes contextos sociales,
podrían elaborar tipologías de cómo diferentes sociedades afrontan el mismo problema.
También podrían preguntarse si el mismo problema estaba presente en diferentes sociedades
en un grado similar. Tal observación podría haber escapado a la atención de los historiadores
que se centraron en una sociedad en particular. Por ejemplo, el enfoque en las historias
nacionales en Europa en los siglos XIX y XX ocultaba a la vista el hecho de que, más allá de
las fronteras de los estados nacionales, se estaba desarrollando algo así como una experiencia
europea en la vida económica, social, política y cultural. 260 El método comparativo también
permite la identificación de problemas que no son evidentes a partir de la observación de un
contexto social único. Así, solo a través de comparaciones con otros países los historiadores
se han preguntado por qué no había un marxismo significativo en los Estados Unidos y Gran
Bretaña. 261
Muchos comparativistas han argumentado que no hay mejor prueba en la historia que la
comparación. Ya en 1895, Emile Durkheim veía la comparación como el equivalente al
experimento del científico natural, en el que las variables estaban aisladas y las relaciones
causales probadas. 262 Incluso si hoy somos más escépticos que Durkheim acerca de la
"cientificidad" de la historia, 263 la comparación nos permite diferenciar las buenas
explicaciones causales de las malas. Por ejemplo, ha estado de moda argumentar que fue,
sobre todo, la recesión económica de principios de la década de 1930 lo que provocó el
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ascenso del nazismo en Alemania. Sin embargo, la depresión fue igualmente severa en los
Estados Unidos, que no se enfrentó a un desafío fascista serio. Pero EE. UU. Tenía una
república, establecida en 1776, con una constitución muy venerada de 1787/8. Alemania, por
el contrario, fue una república solo después de 1918/19 y su constitución fue, en el mejor de
los casos, tolerada. Por lo tanto, es poco probable que la caída haya sido la única explicación
de por qué Hitler llegó al poder. Tomemos otro ejemplo: las comparaciones permiten vincular
la fuerte recepción del marxismo en los partidos obreros europeos con el grado de represión
estatal que estos partidos enfrentaron. Cuanta más represión enfrentaron, más probable era
que recurrieran al marxismo como marco explicativo de los desarrollos sociales y políticos.
264
Las comparaciones pueden probar modelos y explicaciones existentes, pero son
igualmente capaces de desarrollar nuevos modelos. Miroslav Hroch, por ejemplo, comparó
el surgimiento del nacionalismo de nación pequeña en Europa central y desarrolló un modelo
que ahora puede probarse mediante una comparación adicional. 265 Las comparaciones
pueden llamar la atención sobre el hecho de que resultados similares, como las huelgas, a
veces tienen diferentes causas y siguen patrones diferentes. 266 A la inversa, las
comparaciones pueden explicar cómo desarrollos similares produjeron resultados diferentes.
Así, en un clásico del género, Alexander Gerschenkron exploró el impacto de la
industrialización en diferentes sociedades. Encontró que los industrializadores tardíos, como
Alemania, en los que un despegue tardío fue seguido de un sprint, experimentaron
importantes problemas sociales y políticos. De manera similar, John Breuilly demostró la
aparición inicial de movimientos obreros liberales en Gran Bretaña y Alemania, y pasó a
explicar por qué en Gran Bretaña triunfó un movimiento obrero liberal, mientras que en
Alemania pronto perdió frente a un movimiento socialista en ascenso. 267En general, los
desarrollos en un país se pueden explicar mejor comparándolos con los desarrollos en otros.
Ningún otro método histórico es tan hábil para probar, modificar y falsificar la explicación
histórica que la comparación. Ningún otro método demuestra con tanta eficacia la gama de
posibilidades de desarrollo. Permite a los historiadores obtener una posición ventajosa fuera
de una historia regional o nacional en particular, y hace de la historia una empresa menos
provincial.
Si las promesas de la historia comparativa son múltiples, también lo son los problemas
relacionados con su práctica. Deben cumplirse cuatro condiciones previas antes de poder
realizar comparaciones satisfactorias. Primero, el historiador necesita estar muy
familiarizado con más de un contexto social. En segundo lugar, los comparativistas deben
reflexionar sobre las limitaciones espaciales y de tiempo. En tercer lugar, deben considerar
marcos teóricos y conceptuales para su comparación. Por último, deben tener un sentido de
las dificultades lingüísticas en las comparaciones transnacionales que involucran a más de un
idioma. A continuación, me gustaría ampliar esos cuatro posibles obstáculos.
El primer punto puede parecer obvio, pero no obstante es importante, ya que nos obliga a
reconocer el inmenso trabajo que implica el conocimiento de las fuentes de archivo y la
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literatura secundaria en dos o más contextos sociales. Existe un problema particular con las
fuentes de archivo: rara vez encontramos fuentes comparables que existan en diferentes
contextos sociales. Incluso si nos ocupamos únicamente de la literatura secundaria, debemos
ser conscientes de las diferentes tradiciones de investigación. Los historiadores han hecho
diferentes preguntas en diferentes sociedades. Diferentes preguntas pueden producir
diferentes visiones de desarrollos, estructuras, organizaciones y mentalidades. Por tanto, una
comparación de historiografías debe preceder a cualquier comparación histórica. Tomemos,
por ejemplo, las cuencas mineras del Ruhr y Gales del Sur, donde los historiadores enfrentan
el problema de una tradición historiográfica mucho más diversa y rica para los primeros.
Después de todo, la impresión de una mayor diversidad de experiencias en el Ruhr podría ser
el resultado de diferentes tradiciones historiográficas más que de una experiencia real. 268
También debemos tener en cuenta que la familiaridad con más de un contexto social a
menudo no se puede lograr mediante leyendo sobre ello. Es necesario vivir de primera mano
un contexto social diferente, que implica estancias prolongadas en otras regiones o países. Al
observar dos contextos sociales, podríamos encontrar eventos e instituciones similares en un
contexto, pero su mera existencia podría no decirnos mucho sobre su funcionamiento, su
relevancia y su significado más amplio en la sociedad. Podríamos, por ejemplo, encontrar
que la mayoría de los estados-nación tienen mitos de origen. Pero eso nos dice poco sobre su
impacto o función en diferentes estados-nación en diferentes momentos. Es necesaria una
cuidadosa contextualización de cualquier fenómeno a comparar.
Los contextos se proporcionan en el tiempo y el espacio, lo que nos lleva a la segunda
condición previa para la historia comparativa: debemos tener claros nuestros límites
geográficos y temporales. Necesitamos justificar nuestra elección de comparaciones
geográficas. Los límites geográficos son algo arbitrarios; se han definido en diferentes
contextos para diferentes propósitos. Las fronteras deben tratarse con extrema precaución;
no definen unidades de comparación "naturales". Mire de nuevo el Ruhr y el sur de Gales. El
primero se ha dividido en tres zonas de desarrollo industrial que, en varios aspectos, tuvieron
historias muy diferentes. Gales del Sur incluye tanto la cuenca carbonífera como la franja
costera con los importantes puertos carboníferos de Cardiff y Barry y ciudades como
Swansea y Newport. Incluso dentro del campo de carbón, el campo de carbón de antracita en
el oeste difería significativamente del resto del campo de carbón.269 Presumir que los límites
geográficos del Ruhr y Gales del Sur eran fijos y evidentes por sí mismos es una ilusión
peligrosa.
Si los límites geográficos rara vez son sencillos, también debemos prestar atención a por qué
se eligen los puntos inicial y final de nuestra comparación. El tiempo puede ser
particularmente complicado, ya que estructuras, instituciones e ideas similares pueden
desarrollarse en diferentes momentos en diferentes contextos sociales. Es necesario tener en
cuenta los posibles retrasos en los estudios comparativos. Debemos justificar la comparación
de tiempos similares (comparaciones sincrónicas) o diferentes (comparaciones diacrónicas)
para diferentes contextos sociales. Las comparaciones sincrónicas son más habituales, pero
no siempre las más adecuadas. Si los movimientos laborales, por ejemplo, se ven como
reacciones contra la industrialización rápida, se deduce que, dado que la industrialización
ocurre en diferentes momentos en diferentes contextos sociales, los movimientos laborales
deben compararse de forma diacrónica en lugar de sincrónica. 28 El uso de determinadas
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Otro problema del lenguaje tiene que ver con la necesidad de encontrar una terminología
común para los fenómenos relacionados. Términos como partidos de la clase trabajadora,
partidos socialistas y partidos laboristas tienen significados diferentes, incluso dentro de una
sola tradición historiográfica y mucho menos en varias. Es necesario actuar con cuidado al
elegir, y los historiadores comparativos suelen estar bien aconsejados que empiecen por
explorar los significados de términos y conceptos en diferentes contextos sociales. 279
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autoridades, agencias y personas sabían algo del otro país y de qué fuentes? ¿Qué problemas
y malentendidos surgieron al transmitir términos y conceptos de un idioma al otro? ¿En qué
conexiones discursivas y agenciales se utilizó el "Otro" y en pos de qué intereses? ¿Qué
condiciones previas debían cumplirse para que las transferencias se completaran con éxito?
¿Una instancia de integración es efectiva a largo plazo o es temporal, y su éxito depende de
circunstancias particulares? ¿Una instancia de integración es efectiva a largo plazo o es
temporal y su éxito depende de circunstancias particulares?
Las fronteras son de particular importancia para la investigación sobre transferencias. Por un
lado, una frontera puede significar demarcación, poniendo fuera de límites lo que se define
como no perteneciente. Sin embargo, por otro lado, las fronteras pueden indicar la
preparación para el intercambio y la apropiación, una correa de transmisión del "otro" en el
camino hacia su adopción como propia. Los territorios fronterizos pueden entenderse de
diversas formas como lugares de confrontación, intolerancia y la colisión de valores
'nacionales' y horizontes normativos fundamentalmente incompatibles;281 pero también
pueden ser terrenos de un tipo completamente diferente. Por lo tanto, las delimitaciones entre
"culturas nacionales" se difuminan, ya que existe un intercambio entre el "Otro" y el
extranjero mutuamente.
No todas las transferencias son inmediatamente reconocibles como tales. Una vez que lo
extranjero se ha integrado en los contextos discursivos y agenciales indígenas, su extrañeza
tiende a desaparecer. Se requieren las capacidades arqueológicas del historiador para sacar a
la luz las conexiones una vez más. Primero se deben identificar los transmisores y los medios
de transmisión. Los transmisores compartían una conciencia transnacional que les permitió
elevar su mirada más allá de lo meramente nacional. Este tipo de orientación internacional
se vio facilitada por los contactos personales, las estancias prolongadas en el extranjero y las
oportunidades de cooperación institucional. El enfoque de transferencia cultural, por
ejemplo, es particularmente prometedor para el trabajo sobre la historia de la erudición, ya
que las comunidades académicas evidenciaron procesos de internacionalización
particularmente pronunciados en los siglos XIX y XX. 282 Sin embargo, los estudios de
transferencia cultural también se están empleando de manera fructífera en una amplia gama
de otras áreas, p. ej. en la historia de la reforma social. 283
Ha habido una tensión considerable entre historiadores comparativos y los de transferencia
cultural. Los primeros a veces han trazado líneas de demarcación estrictas, argumentando
que los estudios de transferencia cultural son diferentes de las comparaciones, en el sentido
de que no buscan similitudes y diferencias entre contextos sociales.284 Estos últimos han
respondido que los comparativistas unen nuestras unidades artificiales de comparación, que
luego son contrastadas sin ninguna consideración de las transferencias que tienen lugar entre
ellas. Por tanto, las comparaciones construyen entidades homogéneas, las contrastan entre sí
y, por lo tanto, refuerzan las identidades homogéneas. La transferencia cultural, por el
contrario, se trata de hibridación, rompiendo entidades construidas y socavando identidades
homogéneas.285
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El marco teórico de Hobsbawm y Scott no está detallado, pero el lector pronto se encuentra
con supuestos sobre el desarrollo del capitalismo derivados de una comprensión ampliamente
marxista de la historia. El capitalismo impacta en la organización del trabajo, lo que a su vez
repercute en las expresiones culturales, en este caso la cultura artesanal de los zapateros. Esta
concepción materialista de la historia asume que el trabajo forma la base de la existencia
social de las personas y de él surge una cultura particular. Hobsbawm y Scott evitan
cuidadosamente las implicaciones deterministas de la teoría marxista. Argumentan que el
radicalismo del zapatero no puede verse exclusivamente en términos de una respuesta al
capitalismo industrial temprano, ya que precede a la Revolución Industrial. Sin embargo, su
marco teórico básico sigue siendo el materialismo histórico. Ambos autores, como marxistas
teóricamente conscientes, también habían sido influenciados por las nociones gramscianas
del desarrollo de los "intelectuales orgánicos", intelectuales que emergen de la clase
trabajadora. Los zapateros de Hobsbawm y Scott son el epítome de los intelectuales
orgánicos.
El método de investigación de los autores es variado y siempre se ajusta a las preguntas que
se plantean. Tenemos mucho análisis cualitativo de literatura, poemas, autobiografías,
comentarios sociales y políticos y diccionarios. Cuando es apropiado, recurren al análisis
cuantitativo, por ejemplo, para establecer que los zapateros a menudo no podían vivir solo
de la fabricación y reparación de zapatos, o para documentar el vasto tamaño del oficio de
fabricación de calzado en el siglo XIX, o para demostrar el número de zapateros entre los
diputados socialistas en el Reichstag alemán.
La comparación de Hobsbawm y Scott es digna de mención por su cuidadoso tratamiento del
lenguaje y los conceptos. El concepto analítico clave de radicalismo no se da por sentado,
pero se examina cuidadosamente para demostrar contextualmente que las palabras que
significan la profesión de zapatero en diferentes idiomas, como 'zapatero', 'cordonnier' y
'Schuster', en realidad son comparables y significan la misma cosa. Señalan que el proverbio
«Zapatero no se mueva» existe en una gran variedad de idiomas, y sugieren que esto indica
la disposición de los zapateros a participar en debates intelectuales que, por lo general, se
perciben como dominio exclusivo de las clases educadas.
Los historiadores comparativistas tratan de establecer similitudes y diferencias, y esto es
claramente lo que hace este artículo. Compara la militancia de los zapateros con la de otros
grupos artesanales. Habla de carpinteros, sastres, trabajadores de la construcción, impresores,
metalúrgicos y muchos otros grupos de artesanos, siempre delineando lo que tenían en común
con los zapateros y lo que los distinguía. ¿Qué tenía el oficio de los zapateros que fomentaba
sus fuertes intereses intelectuales? Las respuestas, en su mayoría relacionadas con el mundo
del trabajo, son complejas y variadas, pero se presentan al lector con una claridad maravillosa
y un dominio soberbio de la literatura sobre el mundo de los artesanos en contextos sociales
muy diferentes. La intención de la comparación es analítica: los autores analizan la
socialización de los zapateros, sus valores, instituciones, prácticas laborales y mentalidades.
El artículo es un excelente ejemplo de cómo incluso la comparación más amplia puede evitar
el reduccionismo y mejorar nuestra comprensión de la cultura artesanal, que trascendió
diversos contextos sociales. Si somos especialistas en un contexto social en particular,
digamos un país en particular como Gran Bretaña, aprendemos sobre los artesanos en otros
países y, a través de esto, aprendemos a repensar nuestro conocimiento de los artesanos
británicos.
Al plantear el problema de las culturas artesanales universales, Hobsbawm y Scott hacen
posible que otros autores sigan su comparación con una tipología más detallada del
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radicalismo artesanal. Efectivamente, su artículo fue la inspiración para una serie de artículos
y monografías que examinaron las culturas artesanales como defensas de su independencia
y expresión contra un sistema capitalista invasor,288 culturas artesanales desde la era
preindustrial hasta la industrial.
Una obra maestra de la investigación histórica comparativa, este artículo tampoco ignora la
importancia de las transferencias culturales. Discute la convicción inglesa de que los
zapateros franceses fueron fundamentales en la Revolución Francesa de 1789. Los zapateros
ingleses recibieron y se apropiaron de una imagen del "Otro" para subrayar su propio amor
por la libertad. Los autores discuten específicamente la importancia de los viajes para la
socialización de los zapateros. Durante sus días de jornaleros, los zapateros visitaban
diferentes regiones y países y se familiarizaban con diversas experiencias en una variedad de
contextos. Como transmisores de diferentes contextos sociales, pudieron trasplantar su propia
politización (como jornaleros) dondequiera que finalmente se apresuraron. En el contexto de
los cambios provocados por el capitalismo agrícola, los zapateros a menudo expresaron el
descontento entre la población rural. Podían hacer esto solo porque tenían los medios
intelectuales para apropiarse, adaptar y mediar experiencias de diferentes contextos. Pocos
historiadores comparativos pueden aspirar a las alturas alcanzadas por Hobsbawm y Scott.
Sin embargo, su artículo sirve como un recordatorio del poder de la historia comparativa y
una inspiración duradera para las generaciones futuras de historiadores comparativos.
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10-Historia política
Jon Lawrence
Sería una exageración decir que hay tantas concepciones de la "historia política" como
historiadores políticos, pero sólo un poco. Ciertamente, los historiadores de la política no
están de acuerdo solo con las cuestiones habituales de la teoría y el método, sino también,
más fundamentalmente, sobre cuál debería ser su tema básico. Para algunos, la "verdadera
política'' es algo enrarecido: el dominio exclusivo de los responsables políticos y
administradores en el corazón del gobierno, para otros es la materia de la vida cotidiana, la
fuerza impulsora detrás de las aspiraciones tanto individuales como colectivas en una
sociedad de masas. Además, dentro de ambas tradiciones hay muchas nociones
contradictorias sobre cómo debería estudiarse la política y cómo (o de hecho sí) deberían
combinarse los mundos de la política estatal y la política de masas.
Para comprender por qué la "historia política" representa un campo de investigación
intelectual tan fracturado, primero debemos examinar su desarrollo como tema durante los
siglos XIX y XX. En su mayor parte, contaré esta historia a través del prisma de la
historiografía británica, en parte porque este es el campo que mejor conozco, pero también
porque la historia política ha disfrutado durante mucho tiempo de una posición inusualmente
privilegiada dentro de la academia británica. A finales del siglo XIX, pocos historiadores de
cualquier país habrían disentido del famoso aforismo prestado de Sir John Seeley de que ``
la historia es política pasada y la política historia presente” (''The Growth of British Policy
(1895”), y la mayoría habría supuesto que "política" significaba aquí el arte de gobernar y su
impacto en el desarrollo a largo plazo del gobierno constitucional. De hecho, a lo largo del
siglo XIX hubo una fuerte tendencia en toda Europa a comprender la política actual a través
de un marco histórico y a asumir que la historia siguió un curso lineal y progresivo.
Famosamente cierto en el caso de Marx, siguiendo como lo hizo en la tradición hegeliana de
ver la historia como el desarrollo necesario de la lógica interna que da forma al destino
humano, este enfoque `` teleológico '' (es decir, uno que asume un propósito último conocido)
“que también fue característico en el pensamiento liberal del siglo XIX Profundamente
influenciados por el legado de la Ilustración escocesa y el constitucionalismo whig del siglo
XVIII, los liberales del siglo XIX colocaron la evolución y la perfección gradual de las
instituciones políticas en el centro de su comprensión de la historia. En ningún lugar la
influencia de este pensamiento fue más fuerte que en Gran Bretaña, donde la tradición Whig
de reforma política gradual tenía sus raíces, y donde la historia política escrita en la tradición
Whig, en consecuencia, asumió un tono especialmente triunfalista. El modelo para tal trabajo
fue establecido por la brillante Historia de Inglaterra de Thomas Macaulay en múltiples
volúmenes (1848-61), y continuó en el trabajo de hombres como W.E.H. Lecky y George
Otto Trevelyan.
Sin embargo, la influencia del constitucionalismo whig ya estaba en declive antes de la
Primera Guerra Mundial. Los historiadores habían comenzado a dar la espalda a la gran
narrativa a favor del meticuloso trabajo de archivo defendido durante mucho tiempo en
Alemania por historiadores como Leopold von Ranke, mientras que los cientistas políticos
emitían juicios cada vez más duros sobre la capacidad de los sistemas políticos para ofrecer
un gobierno racional a medida que aumentaban las presiones democráticas. Pero si el
optimismo liberal se estaba desvaneciendo en la era eduardiana, fue casi destruido por los
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El enfoque moderno de "alto nivel político" de la historia política tiene sus raíces en este
cambio de las grandes narrativas constitucionales al análisis a nivel micro del conflicto
político dentro del estado. Sin embargo, los defensores del enfoque de la "alta política", como
Maurice Cowling y Michael Bentley, generalmente insisten en que los historiadores deberían
centrarse solo en "los políticos que importaban", como Cowling los describió en su estudio
de 1971 The Impact of Labor. En este trabajo, Cowling explicó que trataría a los "partidarios
de la banca y la opinión del partido" como "fuerzas malignas o benéficas... con naturalezas
desconocidas y voluntades impredecibles". 290 Los defensores del enfoque de la "alta política"
también muestran un escepticismo mucho mayor hacia las virtudes de la biografía como clave
para comprender la acción política. Se pone menos énfasis en la psicología individual que en
la "necesidad situacional", en los imperativos generados por la sospecha mutua y la rivalidad
dentro del mundo cerrado de una pequeña élite política. Según Cowling, después de la
Primera Guerra Mundial "[e]l sistema político estaba formado por cincuenta o sesenta
políticos en tensión consciente unos con otros cuya autoridad aceptada constituía el liderazgo
político". 291 En esencia, los historiadores de la "alta política" sostienen que la política debe
entenderse como un juego autónomo, con sus propias reglas elaboradas y bien entendidas
Los políticos juegan para ganar y adoptan iniciativas políticas y estrategias retóricas como
tácticas para este fin, plenamente conscientes de que sus rivales están jugando por lo mismo.
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En este sentido, el enfoque de la "alta política" representa una de las aplicaciones más
completas de la "teoría de juegos" de las ciencias sociales en el campo histórico, aunque este
pedigrí no es más pregonado que el legado namierita.
En su forma más cínica, el enfoque de la "alta política" asume que los políticos sólo juegan
para ganar y que, en consecuencia, la creencia y los principios juegan poco papel en las
iniciativas políticas y las estrategias retóricas que adoptan. Sin embargo, esta versión bastarda
del método rara vez es adoptada por aquellos más directamente influenciados por Cowling y
sus asociados de Cambridge. El propio Cowling tiende a adoptar la línea agnóstica de que
uno solo puede penetrar hasta cierto punto en el mundo del pensamiento de un político y que,
por lo tanto, nunca se puede saber si realmente creyó lo que dijo; uno puede simplemente
reconstruir las interconexiones entre declaraciones y acciones públicas. Pero los historiadores
de la "alta política" siempre han puesto un fuerte énfasis en las ideas, y en los últimos años
muchos han enfatizado que los políticos están motivados ante todo por las creencias. Por
ejemplo, en “British Politics and the Great War” (1992), John Turner argumenta que los
partidarios de la coalición de guerra de Lloyd George estaban unidos por la creencia de que
las rivalidades entre partidos debían suspenderse por el interés nacional; el insiste que los
cálculos de la ventaja del partido eran muy definitivamente algo secundario. De manera
similar, en su reciente estudio “Stanley Baldwin: Conservative Leadership and National
Values (1999)”, Philip Williamson explora los valores y creencias subyacentes que dieron
forma tanto al enfoque político de su sujeto como a los fines que buscaba perseguir cuando
jugaba al `` juego de las fiestas ''. En “World: "Conservative Environments in Late-Victorian
Britain de Lord Salisbury (2001) ", Michael Bentley hace algo similar para Salisbury una
generación antes. Ambas obras evitan deliberadamente la estructura narrativa adoptada en
las biografías políticas convencionales en favor de un enfoque temático que se adapta mucho
mejor a la exploración de una mente en el contexto de su época.
Todas estas obras parecen reflejar una relajación de las ordenanzas estrechas y autolimitantes
que dieron forma a muchas de las primeras obras de la tradición de la "alta política". Por
ejemplo, Turner se complace en explorar el impacto de la política de los distritos electorales
y las complejidades de la sociología electoral junto con su relato paso a paso de las intrigas
dentro de la élite política, mientras que los estudios de Williamson y Bentley son indicativos
de una creciente apertura a la historia intelectual entre practicantes del enfoque de la `` alta
política '' (aunque como autor de “The Liberal Mind, 1914-1929 (1977)” debe reconocerse
que Bentley siempre ha estado interesado en la relación entre pensamiento y acción política).
Énfasis en la "situación" -en la reconstrucción del contexto dentro del cual operaban los
políticos de élite- pero también registran desarrollos en otros campos de la escritura de la
historia política, en particular la historia de las ideas y la historia de la política popular. Es a
estos dos campos a los que ahora debemos dirigirnos.
No cabe duda de que gran parte de los mejores escritos de historia política de las últimas
décadas se han basado en el interés por la historia de las ideas y, en consecuencia, en la
determinación de dar sentido al contexto intelectual en el que se desarrollaron las luchas
políticas. Muchos historiadores que se acercan a la política de esta manera han sido
influenciados, más o menos explícitamente, por el enfoque de la historia intelectual
defendido por J.G.A. Pocock, Quentin Skinner y J.W. Burrow, con su énfasis en la
reconstrucción del discurso político de una época a través del análisis sistemático de los actos
de habla (es decir, textos y enunciados anclados en su contexto discursivo y social). Es un
enfoque que permite que el enfoque histórico se aleje del mundo y las acciones de los
políticos de élite al centrarse en los debates más amplios que dieron forma a su mundo
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político y definieron de qué se pensaba la política en un momento dado. Durante los últimos
20 años, la historiografía de la Gran Bretaña del siglo XIX en particular se ha enriquecido
enormemente con estudios de este tipo. Por ejemplo, en "The Age of Atonement (1988)",
Boyd Hilton rastrea la influencia del cristianismo evangélico en la comprensión del cambio
social y económico en la Gran Bretaña de principios del siglo XIX, y demuestra su papel
crucial en la configuración de la política de los conservadores liberales de Pitt, a través de
Peel, hasta Gladstone. De manera similar, en “Democracy and Religion: Gladstone and the
Liberal Party (1986)”, Jon Parry enfatiza la dimensión esencialmente religiosa del discurso
político de mediados de Victoria y demuestra que las diferencias religiosas dentro del Partido
Liberal, tanto en Westminster como en el país, plantean cuestiones fundamentales sobre el
significado de 'liberalismo', además de culminar en la debacle electoral de 1874. Finalmente,
en "The Decline of British Radicalism (1995)" Miles Taylor traza la creciente desilusión
radical con las concepciones puramente parlamentarias de soberanía de finales de la década
de mil ochocientos cincuenta, y muestra cómo esto ayudó a crear el espacio político para un
nuevo liberalismo popular basado en distritos electorales en la década de mil ochocientos
sesenta. Cada uno ofrece mucho más que un estudio en la historia de las ideas; estos son
estudios sumamente conscientes de la necesidad de comprender las ideas dentro de su
contexto social y político, especialmente el contexto cambiante del conflicto político
práctico, pero su sofisticada reconstrucción de las ideas que informaron práctica política y
definió lo que era y no era "política" sigue siendo una virtud particular. En efecto, están
ampliando el método de la 'alta tradición política', reconstruyendo el mundo de la política
pública en su conjunto para comprender mejor las fuerzas que ayudan a definir las
'necesidades situacionales' a las que se enfrentan 'los políticos que realmente importan'.
discurso público sobre la economía política tal como se desarrolló para los contemporáneos,
lo que ella denomina "habitar el debate intelectual contemporáneo" (Protection and Politics,
p. 191). Al hacerlo, demuestra que los argumentos económicos a favor de la protección no
deben estudiarse de forma aislada, sino que deben entenderse como parte de una cosmovisión
política y social conservadora más amplia y entrelazada de la primera mitad del siglo XIX.
La protección fue defendida, argumenta, no principalmente por un estrecho interés
económico propio, ni por un miedo instintivo a lo desconocido, sino porque la mayoría de
los conservadores creían que solo eso podía preservar la estabilidad social y económica sobre
la que descansaban los pilares gemelos de la grandeza de Gran Bretaña: su constitución y su
imperio mundial. En consecuencia, los proteccionistas conservadores favorecieron el
desarrollo de mercados internos y coloniales más seguros, por temor a las incertidumbres
inherentes de depender del libre comercio en los mercados extranjeros.
Hasta ahora todo bien, pero también hay limitaciones impuestas por la metodología de
Gambles. Al ceñirse mucho más estrictamente a un enfoque de "historia de las ideas" que
Hilton, Pany o Taylor, Gambles encuentra difícil ir más allá de la reconstrucción del discurso
público sobre el proteccionismo. A diferencia de Taylor, que combina una amplia gama de
técnicas históricas para trazar el ascenso y la caída del radicalismo parlamentario como
estrategia política entre 1832 y 1860, Gambles es capaz de decirnos relativamente poco sobre
el fracaso final del proteccionismo conservador durante aproximadamente el mismo período.
El lector no tiene claro por qué las afirmaciones proteccionistas de que el libre comercio
significaría "mano de obra barata" y "pan barato" no consiguieron el apoyo de los
trabajadores urbanos. Es cierto que Gambles muestra que muchos proteccionistas vieron el
libre comercio como un síntoma de la política distorsionada creada por la Ley de Reforma
de 1832, y que denunciaron la derogación de las Leyes del Maíz como otro paso en el
inexorable descenso de la nación a la democracia y la revolución, pero uno se deja inferir que
tales posiciones pueden haber socavado su capacidad para construir una coalición de base
amplia en la oposición al libre comercio. De manera similar, debido a que el estudio evita las
técnicas prosopográficas asociadas con la escuela de la ``alta política '' al enfocarse solo en
las declaraciones de los políticos, puede decirnos poco sobre los factores que moldearon el
compromiso de los líderes conservadores con (y la desvinculación) del proteccionismo como
parlamentarios y la estrategia electoral durante este período. En resumen, el enfoque de
Gambles puede ofrecer una arqueología útil de las ideas proteccionistas que circulan en el
discurso público, pero no puede decirnos mucho sobre la recepción de esas ideas por
diferentes facciones del público (incluido ese público de élite, los 'políticos que realmente
importaban). Por lo tanto, si bien el libro indudablemente nos ayuda a comprender mejor
tanto la profundidad de la división ideológica forjada por Repeal en 1846, como los
antecedentes intelectuales del conservadurismo radical de fines del siglo XIX, su enfoque
estricto en la reconstrucción del discurso público finalmente debilita su poder explicativo.
Debemos volver a las formas de historia política que ponen mayor énfasis en la política
electoral y la cultura política popular (un término en sí mismo muy controvertido). Una vez
más, esa historia adopta muchas formas y, a menudo, es difícil de clasificar. En este análisis
propongo examinar dos tradiciones principales: la tradición de la política de los distritos
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Durante este período, la historia política británica moderna se reescribió en gran medida a
través del marco de la sociología y la ciencia política pluralista / funcionalista de la posguerra,
con su énfasis en los partidos políticos y las instituciones representativas como agencias para
canalizar y neutralizar el conflicto social. 292 Las historias escritas bajo la influencia de la
sociología electoral buscaron analizar cómo los partidos políticos respondieron a los procesos
subyacentes de cambio social y formación de clases en el siglo XIX y principios del XX. En
su mayor parte, minimizaron el impacto de los partidos en estos procesos de cambio y
asumieron que la clave para comprender el curso de la historia política residía en el mayor o
menor éxito de los políticos para adaptarse a las fuerzas sociales que estaban cambiando su
mundo. Así, Hanham analizó cómo los políticos liberales y conservadores competían para
moldear la lealtad de los nuevos votantes urbanos creados por la Ley de Reforma de 1867
(Elections and Party Management, 1959), James Cornford analizó cómo las fuerzas de
suburbanización de finales del siglo XIX crearon la base social de la 'villa Toryism '('
Transformation of Conservatism ', Victorian Studies, 1963), mientras que Peter Clarke
analizó cómo los liberales respondieron a este desafío construyendo un nuevo programa no
socialista de' bienestar 'estatal que podría atraer a los electores de la clase trabajadora
(Lancashire and the New York Times). Liberalismo, 1971, discutido a continuación). Hoy
en día, la linealidad de estos argumentos, con su énfasis en fuerzas supuestamente inexorables
de la 'modernización' como el ascenso de la clase, el declive de la religión y la
'nacionalización' de la política, ha perdido popularidad, en parte gracias a los cambios de
modas intelectuales, pero también porque ahora vemos las realidades políticas de la era
posterior a la Segunda Guerra Mundial como un momento histórico único, más que como el
punto final natural del desarrollo político democrático. Ahora parece curioso que John
Vincent sienta la necesidad de restar mérito a su brillante análisis de las ideas y aspiraciones
que sustentaron el liberalismo popular de mediados de la época victoriana al presentarlo
como una forma preindustrial de ``lucha de clases'' (según Vincent, verticalmente integrado
`` colectividades operativas '' lucharon por la estructura de la autoridad política y religiosa,
pero no por la distribución de las cosas, supuestamente el sello distintivo de la política
``moderna '', basada en clases) .293Curiosamente, encontramos el mismo énfasis en un cambio
de la política moderna (de 'estatus') a la política moderna (de clase) en quizás el estudio más
influyente marcado por la impronta de la 'sociología electoral': Lancashire y el nuevo
liberalismo de Peter Clarke, nuestro segundo estudio de caso.
Puede parecer extraño elegir un trabajo que tiene más de treinta años como estudio de caso
de la tradición de la política electoral / sociología electoral, pero Lancashire and the New
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Creyendo incluso más que los campeones de la sociología electoral en las bases sociales de
la política, los historiadores que han tomado la "política popular", ya que su preocupación
fundamental ha tendido a ver la política como un prisma a través del cual analizar la
estructura social y (especialmente desde el 'giro lingüístico') la cultura popular. En
consecuencia, los estudios de "política popular" tienden a centrarse en el análisis de las
escisiones sociales en torno a la clase, el género y la etnicidad, en lugar de preguntas
convencionales sobre la organización de los partidos y las técnicas de movilización de
votantes. Como parte de la 'historia desde abajo" el movimiento que floreció durante las
décadas de los sesenta y setenta, este enfoque (como tanta historia de la ERA) a menudo dio
la espalda en cuestiones de formación de políticas, e incluso en el impacto de las políticas
estatales dentro de las localidades. En muchos aspectos, como ha señalado Miles Taylor, esto
refleja el hecho de que mientras E.P. Thompson dio una proclamación 'para rescatar al pobre
tejedor ... de la enorme condescendencia de la posteridad' puede haber inspirado el
movimiento de escribir la historia política 'desde abajo', las influencias no marxistas que
restaron importancia a las cuestiones de ideología y gobierno ejercieron una influencia más
formativa sobre la nueva historia social, y tendió a diluir los imperativos políticos del
proyecto de Thompson.297 De hecho, es importante recordar que a fines de la década de los
setenta y principios de los ochenta fueron los historiadores marxistas los que se encontraban
al frente de la crítica de la insularidad y despolitización de la historia social y la "historia
desde abajo". 298
Sin embargo, a partir de la década de los setenta, también se enfrentó a un nuevo desafío
post-marxista, que golpeó menos su negligencia sobre el estado y la política que en las
suposiciones reduccionistas que sustentaban toda su concepción de "lo social". Las
explicaciones que posicionaban vínculos simples y no mediados entre la clase social y la
lealtad política fueron el objetivo especial de esta crítica anti-reduccionista, que tal vez
explica por qué tantos defensores de la "nueva historia política" pensaron que estaban
atacando a las herejías marxistas, cuando en realidad había una pequeña cantidad de historia
política marxista para atacar, y menos aún que fuera inequívocamente reduccionista dada la
fuerte influencia de E.P. Thompson sobre aspirantes a historiadores sociales marxistas,
especialmente en Gran Bretaña. En muchas notas al pie de página, incluyendo la mía, John
Foster, Eric Hobsbawm y, a veces, los influidos por Gramsci como Robert Gray o el
althusseriano Gareth Stedman Jones, tuvieron que sustituir al ejército imaginario de
historiadores marxistas ortodoxos. Esta crítica del reduccionismo formó parte de un "giro
hacia la cultura" o "giro lingüístico" más amplio en la historia social y, por tanto, en la historia
de la política popular. Los orígenes de este creciente énfasis en la "cultura" se encuentran en
un compromiso con la antropología cultural (especialmente a través del trabajo de Clifford
Geertz), y con los modos de pensamiento posmodernos en general (notablemente a través del
trabajo de Michel Foucault y Jacques Derrida). En el mejor de los casos, este trabajo ha
alentado un estudio más matizado de la cultura política popular ampliamente definida, es
decir, las diversas ideas y costumbres políticas dentro de la sociedad en su conjunto, en lugar
de solo dentro del mundo cerrado de la política profesional. Dado que la reconstrucción del
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Estos comentarios fueron provocados por los recuerdos del intento fallido de Lord Rosebery
de presentarse como un hombre del pueblo a principios de siglo. Según Churchill, '[él] no
pasaría por los procesos laboriosos, vejatorios y, a veces, humillantes necesarios en las
condiciones modernas... No se rebajaría; él no conquistaría. 306
Aquí vemos otro aspecto de una historia política integrada: un énfasis en las percepciones
cambiantes de 'masa' y 'élite' en la política británica. Necesitamos rastrear mucho más
cuidadosamente las percepciones cambiantes de 'las masas' entre los políticos de élite y, no
menos importante, las percepciones cambiantes de los políticos entre la mayor parte de la
población. Por ejemplo, sabemos que los políticos utilizaron cada vez más las reuniones para
hacer llamamientos directos al público a finales del siglo XIX, y que las viejas costumbres
que limitaban hablar en público al propio electorado quedaron gradualmente en suspenso,
pero todavía tenemos una idea muy inestable de cómo los políticos percibieron su nueva
audiencia masiva, y lo que pensaban que quería de la política. Del mismo modo, sabemos
sorprendentemente poco sobre cómo cambiar las percepciones públicas de los políticos y el
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políticos a pesar de que guardaban poca semejanza con la visión histórica de su partido de
una nueva política de "bienestar".
En resumen, en nuestra prisa por explorar los poderes sutiles del lenguaje para constituir
significado e identidad, no debemos perder de vista ese grito de los años 80 para 'recuperar
el Estado''. 310 El poder estatal importa, no solo como un fin en sí mismo (como el botín del
juego del partido), sino como una fuerza para transformar las estructuras sociales y redefinir
las percepciones de la identidad social. En Gran Bretaña, las 'revoluciones desde arriba'
generalmente han sido mucho más sutiles que, digamos, en la Rusia estalinista, pero las
prácticas cambiantes de impuestos y gastos, y las definiciones oficiales cambiantes de
ciudadanía y derechos han contribuido mucho a moldear las expectativas y aspiraciones
políticas. A pesar de la retórica del gobierno desinteresado, los políticos han buscado con
frecuencia ejercer el poder estatal de acuerdo con su visión de la 'buena' sociedad y la forma
de gobierno, reforzando o restringiendo el estado de la Iglesia, ampliando o reduciendo los
derechos a los beneficios estatales, aumentando o reduciendo la carga de tributación sobre
diferentes grupos. Ciertamente, su libertad de acción por lo general se ha visto restringida
por la preocupación de preservar la 'legitimidad', la retórica sobre 'justicia' y 'equidad' tenía
un atractivo popular genuino, pero los misterios del poder del Estado podrían, no obstante,
proporcionar un aislamiento considerable de tal presión popular. Mientras que las historias
de la alta política a menudo exageran este aislamiento de las presiones externas, pretendiendo
que el mundo de la política de élite está cerrado herméticamente a las influencias demóticas,
las historias de la política popular con demasiada frecuencia cometen el error opuesto: asumir
que el poder estatal no importa y que las estrategias discursivas y legislativas de los políticos
de "élite" jugaron un papel pequeño en la formación de las tradiciones políticas plebeyas. No
hace falta decir que ambas perspectivas son enemigas del enfoque más integrado de la
historia política que se defiende en este ensayo. Para terminar con un viejo cliché, son los
dragones gemelos que debemos matar si la historia política quiere superar su mentalidad
esquizofrénica, si quiere trascender las inútiles dicotomías de "alto" y "bajo", "centro" y
"periferia" ‘o 'élite' y 'popular' a favor de una exploración sistemática de la interconexión de
la política.
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Thomas Welskopp
Para Eric Hobsbawm, 1971 fue "un buen momento para ser historiador social". En una
evaluación triunfal del logro y en anticipación de lo que vendrá, predijo la síntesis de un
campo centrífugo. En una década, la historia social había ampliado inmensamente la visión
del pasado de los historiadores. Sin embargo, una inspección más cercana reveló una imagen
fragmentada. Escribiendo desde una perspectiva marxista poco ortodoxa, Hobsbawm pidió
un cambio de "la historia social a la historia de la sociedad". Esto implicó una interpretación
socioeconómica de las sociedades como entidades estructuradas, que uniría la historia de los
'muchos' con la de los poderosos, y proporcionaría una comprensión más profunda de la
política, que estaría enraizada en la vida material de las personas. 311Esta visión anti-idealista
y anti-individualista de la política, sin embargo, retuvo la esfera política como el padre propio
de la síntesis. Además, Hobsbawm revivió una noción de la historia como un proceso
coherente y continuo con un significado inherente que se remonta al historicismo de Leopold
von Ranke.
Hobsbawm evitó cuidadosamente las inclinaciones deterministas del marxismo ortodoxo. Sin
embargo, consideró que la "historia de la sociedad" era capaz de captar la totalidad del pasado
de una sociedad en una narración coherente destinada a describir y explicar el cambio a lo
largo del tiempo, y esperaba producir una "meta-narrativa" que fusionara los contornos
marxistas reconocibles con la riqueza y las contingencias de las experiencias históricas.
Esperaba que esta nueva meta-narrativa desafiara, y finalmente desplazara, la historia política
convencional de los 'grandes hombres' privilegiados por el historicismo y la historia política
convencional.
Ocho años más tarde, la historia social había reformado profundamente el panorama de la
profesión histórica en Occidente. Sin embargo, en su ensayo de balance de 1979, Tony Judt
comenzó astutamente con la observación de que "[e]ste [era] un mal momento para ser un
historiador social". Llamó a la historia social un pretencioso 'payaso en púrpura real'.
Supuestamente estuvo a punto de perder por completo "el contacto con el estudio del pasado",
había cortado sus vínculos con la cronología y había ignorado la importancia histórica de las
ideas.
A pesar de las afirmaciones en contrario, carecía de una "teoría" adecuada, lo que para Judt
significaba que carecía de una perspectiva marxista. En cambio, la historia social había
colapsado la teoría en método y el método en técnicas estadísticas. Sus préstamos de la
sociología y las ciencias políticas habían resultado en una dependencia autoinducida. Esto, a
su vez, permitió la recepción acrítica de "modelos" abstractos como la "modernización".
Estos habían producido una meta-narrativa muy diferente a la visión de Hobsbawm:
“Las ideas recibidas y los modelos estereotipados con demasiada frecuencia toman el lugar
de la intuición teórica o la investigación cuidadosa... Así, un término como 'modernización'
o algún 'modelo' de progreso se aplica a una situación histórica, que en su giro circular se
convierte en fuente y justificación de las afirmaciones hechas en nombre de la palabra o
concepto en cuestión”.
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Para Judt, la historia social no tenía una historia propia que contar y lo que contaba ya no era
papel de historia. 312
En 1995 y 1996, Geoff Eley y Keith Nield retomaron el debate. La imagen que dibujan de la
historia social es una de crisis existencial. Parecen enfrascados en una batalla de dos frentes.
En una dirección, luchan duro para sensibilizar a sus colegas materialistas y realistas
estructurales sobre los desafíos del posmodernismo. En el otro, simultáneamente se niegan a
defenderse de la proclamación de Patrick Joyce de un "fin de la historia social", reclamando
el potencial indispensable de este último para criticar el capitalismo y las estructuras de clase
en una era de globalización. En su intento de historizar la historia social, no queda claro si
todavía consideran el campo como algo más que una tradición políticamente correcta,
mientras que el futuro estaría en una historia discursiva foucaultiana y posestructuralista de
"lo social" y la "sociedad", o si ellos, como Joyce sostiene, 'mirar hacia el pasado de la historia
social como una forma de mirar hacia el futuro'.313
Estos puntos de vista nos dicen mucho sobre los logros y defectos de la historia social.
Reflejan la continua incapacidad de los protagonistas y antagonistas por igual para ir más
allá de los términos políticos del debate. De hecho, la historia social ha abierto la disciplina
histórica a nuevos temas y métodos. Ha democratizado la historia. Ha convertido el estudio
del pasado en un instrumento de crítica social. 314 Sin embargo, no ha proporcionado una
síntesis convincente más allá de la espada del empirismo especializado y la pared de la teoría
de la modernización (incluida su variante marxista). Paradójicamente, por lo tanto, la historia
social ha sido el socio menor de varias disciplinas principales, al tiempo que ha conservado
una noción sorprendentemente convencional de lo que es la historia.
La historia social tiene su origen en la Ilustración. En el siglo XIX, los enfoques de la historia
social se desarrollaron bajo los paraguas disciplinarios de la "escuela histórica" de la
economía política, la naciente sociología (Max Weber y otros) y la filosofía marxista,
particularmente en Alemania. 315 En Gran Bretaña y, mucho más, en Estados Unidos, un
paisaje historiográfico pluralista dio lugar a estudios positivistas que hoy serían vistos como
historia social. A principios del siglo XX, los socialistas "fabianos" británicos, los "nuevos
historiadores" estadounidenses y los analistas franceses produjeron una historia social
genuina. 316 En la historiografía alemana, que carecía de una tradición positivista y
permaneció sujeta a la estricta regla disciplinaria del " historicismo tardío", los enfoques de
la historia social permanecieron marginados hasta mucho después de 1945.
A pesar de estas tradiciones más antiguas, la historia social experimentó su avance solo
después de la Segunda Guerra Mundial. Había suficiente terreno común entre las trayectorias
nacionales de esta ascendencia para llamarlo un proyecto transnacional. Los historiadores
sociales estudiaron las colectividades y movimientos humanos en el pasado, así como la
estructura y el cambio social. Analizaron los procesos demográficos, económicos y sociales,
y las formas en que interactuaban. Las visiones del mundo, las mentalidades y las “culturas”,
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el nivel de vida y la vida cotidiana, la familia, las asociaciones y otras agrupaciones sociales
se convirtieron en objetos de investigación. Sin embargo, definir la historia social como una
disciplina dedicada al pasado de lo 'social', el ámbito entre la economía y el estado, no
comprendería sus aspiraciones globales. El intercambio entre la economía capitalista y lo
"social" siempre ha ocupado un lugar importante en la investigación histórica social;
particularmente en Alemania, esta combinación de "historia social y económica" todavía
marca una doble oposición a la historia de las ideas y eventos políticos, y una ciencia
económica cada vez más ahistórica. Además, sólo en ciertos subcampos especializados la
historia social se ha parecido alguna vez a la noción de Trevelyan de 1942 de 'la historia de
un pueblo con la política excluida'. La historia social debía demasiado a sus raíces marxistas
como para considerar irrelevante la política. La protesta social, los conflictos y las
revoluciones se convirtieron en importantes campos de interés. La historia social inició el
estudio de las clases -especialmente la clase obrera- como proyecto emancipador. Al mismo
tiempo, confrontó la historia política, con su énfasis en las ideas y en hombres influyentes,
con un modo potencialmente más profundo y adecuado de explicar el pasado político. "La
historia de la sociedad" de Hobsbawm examinó el impacto de las estructuras y los procesos
sociales sobre los estados, la política y las leyes.317
Los historiadores sociales de todas partes se encontraron con problemas teóricos comunes.
La relación entre 'estructura' y 'agencia' sigue siendo un tema controvertido. ¿Cómo debería
captar el historiador las fuerzas socioeconómicas "impersonales" de colectividades como
"clases sociales"? ¿Cuál fue el papel de los sujetos históricos -ahora concebidos como "gente
común" en lugar de grandes hombres- dentro o contra estas fuerzas y colectividades? ¿Cómo
se podrían vincular las diferentes dimensiones del análisis en una narrativa convincente?
¿Qué peso causal debería atribuirse a las 'estructuras' y 'sujetos que actúan
significativamente', o los 'factores sociales' y 'cultura', en la explicación histórica?
Sin embargo, estas orientaciones comunes no produjeron una historia social verdaderamente
internacional. La disciplina estaba limitada en gran medida por las fronteras nacionales. La
historia de la sociedad no desarrolló un concepto de trabajo factible de la sociedad, sino que
retuvo el estado-nación como su enfoque. La mayoría de las historias sociales "nacionales"
diferían marcadamente de la sociología histórica angloamericana, con su modelo de
modernización universalista y su preferencia por las comparaciones macro-sociológicas. 318
Esta 'nacionalización' de las historias sociales se derivó tanto de las peculiaridades de la
disciplina en cada nación como de las historias nacionales de las que formaban parte y
ayudaron a formar. La historia social nunca ha resuelto las tensiones entre una perspectiva
política universalista y el deseo de narrar una historia nacional coherente superior a las
historias políticas tradicionales. Los conceptos universalistas -clase, capitalismo,
modernización- fueron incorporados a historias nacionales individualizadas. A pesar de su
enfoque sistemático y su ambición internacional, la historia social no hizo más que generar
excepcionalismos nacionales. La teoría, el método y las metanarrativas nacionales se
volvieron difíciles de desentrañar.
La historia social británica se desarrolló en el contexto de un marxismo pluralista y polémico.
Se propuso explicar la Revolución Industrial, el ascenso de la sociedad de clases y el enigma
bastante británico de que estos procesos produjeron un movimiento obrero altamente
organizado, pero no la conciencia de clase predicha por la teoría marxista. Después de 1945,
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la historia social marxista se fragmentó en alas enfrentadas. Uno fue encabezado por
Hobsbawm, Perry Anderson, Edward P. Thompson, Gareth Stedman Jones y la revista
"History' Workshop" (1976-). Este último se convirtió en un centro de 'historia desde abajo'
y más tarde de historia de las mujeres, fomentando así muchas innovaciones teóricas y
metodológicas. Estos historiadores sociales británicos rechazaron la ortodoxia marxista
determinista asociada con el estalinismo. La nueva historia social se propuso superar la
parálisis del debate sobre el nivel de vida de la década de 1950 al rechazar la perspectiva
economista del debate y su preocupación por los salarios "nominales" y "reales". Mientras
tanto, la invasión soviética de Hungría en 1956 animó a los historiadores sociales a revitalizar
el marxismo británico. Los problemas teóricos y los imperativos políticos se combinaron para
crear un sólido argumento antiestructuralista a favor de la "agencia". 'Experiencia' y
'hegemonía' se convirtieron en palabras de moda en la historia del trabajo, respectivamente
desde abajo o desde arriba. 319 En Gran Bretaña, por lo tanto, la historia social reafirmó el
viejo dualismo de estructura y agencia, y empujó el péndulo hacia este último.
La historia social estadounidense surgió en un panorama más diverso. La influencia marxista
era más débil y competía con una fuerte tradición positivista, basada en el funcionalismo
estructural y la teoría de la modernización de Talcott Parson. Este último moldeó
profundamente la metanarrativa nacional generada por la 'nueva historia social'. Esto relegó
al marxismo a una variante de la corriente principal o a una minoría de oposición. La
diversificación se extendió aún más porque la historia social estadounidense tenía más de una
historia que contar. La sociedad colonial, la Revolución Americana, la esclavitud, la Guerra
Civil, la Frontera y la diversidad étnica se impusieron como temas junto a la historia de la
Revolución Industrial y la sociedad de clases. Además, las diferencias sociales no clasistas,
características de una nación de inmigrantes, a menudo parecían cruzar las líneas de clase.
320
La historia social estadounidense aprovechó las aparentemente ilimitadas oportunidades
creadas por la computadora, y florecieron la historia urbana cuantitativa, la demografía
histórica y la historia familiar, subcampos sofisticados en Gran Bretaña, Francia y
Escandinavia. La "nueva historia social" estadounidense era en gran medida historia
cuantitativa.
A diferencia de la variante británica, la historia social estadounidense de la década de 1960
fue marcadamente estructuralista. Esta predilección resultó de una preferencia metodológica
más que política, aunque los conceptos de 'modernización' agregaron legitimidad. El análisis
estadístico de los datos demográficos, migratorios y de movilidad social se convirtió en el
elemento mediador entre los aspectos económicos, sociales y políticos de la historia social.
El descubrimiento de una población geográfica y socialmente móvil en los Estados Unidos
del siglo XIX y principios del XX se interpretó como evidencia de la interacción de estructura
y agencia. La mayoría de las monografías de historia social eran estudios de ciudades
individuales, y esto permitía la combinación de historia demográfica, urbana, étnica y de
clase trabajadora. 321 El análisis de los cambios económicos y demográficos locales pretendía
sentar las bases estructurales para una explicación de los patrones de movilidad social, y
luego proporcionar el vínculo entre la base económica (estructura) y las asociaciones sociales
y políticas (agencia), con énfasis en la importancia de la etnicidad como parte de la esfera
política. La agencia estaba virtualmente colapsada en la estructura.
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Los estudios de movilidad social atrajeron críticas considerables. Las monografías eran
metodológicamente sofisticadas hasta el punto de ser "exageradas" estadísticas, pero rara vez
eran concluyentes. Los datos de movilidad social tenían la misma probabilidad de confirmar
la ampliación de las divisiones de clase que el aumento de la movilidad ascendente debido al
"progreso". El déficit explicativo de los estudios de movilidad social residía en su
incapacidad para decidir si los patrones de movilidad eran el resultado de condiciones
estructurales o preferencias individuales.
La "nueva historia laboral" estadounidense se definió contra una "vieja historia laboral" que
se había concentrado en la organización sindical y los líderes laborales, y había glorificado
la tradición estadounidense del "sindicalismo pan y mantequilla" conformista.322 La nueva
historia del trabajo se desarrolló originalmente como parte de la 'nueva historia social', pero
pronto se bifurcó en una dirección marxista. Una primera cohorte de profesionales se esforzó
por utilizar métodos cuantitativos para comprender a los trabajadores ordinarios olvidados
por la 'vieja' historia laboral. Produjeron monografías locales similares a los estudios antes
mencionados, pero con un golpe político de izquierda. 323“Se buscó recuperar una radicalidad
obrera hasta entonces desatendida en el registro histórico". Se decía que los primeros
radicales habían sido trabajadores inmigrantes excluidos del sindicalismo blanco anglosajón.
Sin embargo, dado que la evidencia estadística de este radicalismo era esquiva, la 'nueva'
historia laboral buscó cada vez más confirmación en material cualitativo sobre símbolos y
rituales. Otros señalaron las 'ideologías dominantes' hegemónicas como una explicación de
la ausencia de radicalismo.
En este "giro cultural" de fines de la década de 1970, surgieron relatos optimistas y pesimistas
de la historia laboral estadounidense. Los optimistas destacaron la agencia desplegada en la
militancia en el lugar de trabajo durante el siglo XIX y trataron de vincularla con
manifestaciones radicales posteriores. Escribieron una historia optimista de un activismo
laboral derrotado repetidas veces, pero siempre resurgente. 15 Los pesimistas, adoptando el
neo-marxismo, vieron a los trabajadores estadounidenses como víctimas de la 'hegemonía'
capitalista. Ellos también enfatizaron la militancia del siglo XIX; pero lo incorporó a una
tragedia de derrota de largo alcance. Interpretaron el final del siglo XIX y principios del XX
como un período en el que los gerentes utilizaron el taylorismo y el fordismo para arrebatarle
el conocimiento técnico a los trabajadores, desprofesionalizar la mano de obra y subordinarla
al capitalismo. La diversidad étnica jugó a favor de la gerencia y aseguró la fragmentación
duradera de la fuerza laboral. 324
Así, a fines de la década de 1970 y principios de la de 1980, la "nueva historia laboral"
estadounidense fue testigo de un giro cultural hacia la agencia y la hegemonía, con el
concepto de experiencia mediando entre ambas. Dado que la experiencia podía vincularse
con la identidad con tanta facilidad, la historia social estadounidense estaba aún más abierta
a las ideas posestructuralistas de diferencia y representación simbólica que su contraparte
británica. La oscilación del péndulo comenzó con el estructuralismo cuantitativo, pasó por la
experiencia popular, la antropología de Antonio Gramsci y Clifford Geertz, y finalmente
llegó a Foucault y a Derrida.
En Alemania, la historia social entró en la disciplina histórica en circunstancias peculiares.
Por un lado, tuvo que luchar contra un historicismo tardío aún hegemónico, con su énfasis
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anacrónico en los grandes hombres y la política. Por el otro, tenía que evitar la identificación
con la historiografía marxista-leninista de la RDA. Así comenzó como un esfuerzo no
marxista, incluso antimarxista. La historia social fue lanzada por historiadores como Werner
Conze y Theodor Schieder, quienes se habían destacado en el Volksgeschichte pro-nazi de la
década de 1930. Revocando la jerga volkisch contaminada después de 1945, Conze y
Schieder incorporaron elementos esenciales del historicismo en una "historia de las
estructuras" (Strukturgeschichte). Esto transformó a la Volksgeschichte anti-modernista en
una historia social capaz de competir con las realidades de la 'era técnico-industrial'. Conze
todavía evitaba el concepto de sociedad debido a sus connotaciones marxistas. 325
strukturgeschichte era, por lo tanto, bastante elusivo, ya que la "sociedad" nunca se definió.
Más bien, la estructura sirvió como un sustituto abstracto de términos políticamente
sospechosos como relaciones de producción y clase. Los críticos argumentaron que, dado
que las estructuras estaban en todas partes, la historia de la sociedad moderna seguiría siendo
imprecisa sin un vocabulario socioeconómico más específico. Conze y Schieder
reemplazaron la comunidad orgánica una vez representada por el Volk con un concepto neo-
humanista del "sujeto autónomo" derivado del historicismo del siglo XIX. Basándose en el
'sociólogo alemán' Hans Freyer, combinaron un análisis estructuralista de las culturas
contemporáneas con la re-afirmación del papel de las grandes personalidades.
strukturgeschichte indagó en las historias de la industrialización, los trabajadores, las culturas
urbanas y el vocabulario social (Begriffsgeschichte) para descubrir continuidades más allá
de las rupturas aparentemente causadas por la Revolución Industrial y la democratización.
strukturgeschichte discrepaba así de la preocupación marxista por el conflicto de clases.
Pretendía escribir la epopeya de los eternos enfrentamientos entre estructuras y 'grandes
personalidades' capaces de resistirlas y moldearlas. 326 La síntesis de Conze y Schieder
pretendía amalgamar estas confrontaciones en una secuencia de "individualidades" en las que
incluso las configuraciones estructurales asumían una cualidad individual.
Debido a que strukturgeschichte nunca produjo esta síntesis, y debido a que se separó en una
veintena de subcampos vagamente vinculados, su influencia durante las décadas de 1960 y
1970 a menudo se ha subestimado. Las historias económicas, urbanas, laborales,
demográficas, agrícolas y de asentamientos se han inspirado en su programa, al igual que la
historia de la semántica social. Strukturgeschichte, por lo tanto, merece crédito por haber
establecido la historia social en el territorio fortificado de la profesión histórica alemana. Es
de destacar que esta historia social rechazó abiertamente el marxismo. Pretendiendo
reconciliar una noción francamente "estructuralista" de lo social (¡originada en la sociología
de Freyer y Fernand Braudel!) con un concepto de "agencia" heredado del historicismo. Esto
significaba que la "agencia" estaba reservada para los "grandes hombres" cuyas intenciones
el historiador intentaba "comprender" mediante una lectura hermenéutica de las fuentes (es
decir, descubrir las intenciones de los actores históricos). Strukturgeschichte colocó la
estructura y la agencia lado a lado, sin tener en cuenta la relación entre ellos.
La repentina aparición de una nueva generación de historiadores sociales en Alemania a fines
de la década de 1960 fue responsable de la falta de reconocimiento de Strukturgeschichte. La
mayor parte de la nueva generación en realidad había sido entrenada por Conze y Schieder
(Gerhard A. Ritter, alumno de Ernst Fraenkel, proporcionó otro importante centro de
reclutamiento). Sin embargo, la nueva generación reclamó para sí una genealogía bastante
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La 'historia de las ciencias sociales' impulsó la síntesis con más energía que su predecesora.
Wehler desarrolló Gesellschaftsgeschichte ('historia de la sociedad') en pos de esta ambición.
Gesellschaftsgeschichte vino a significar el análisis sistemático de las cuatro dimensiones
clave de la sociedad moderna (la esfera económica, social, política y cultural interrelacionada
por sistemas de desigualdad social) para, en última instancia, explicar el proceso político.
Esta 'historia social política' resonó con las preocupaciones de una generación socializada en
la Alemania de la posguerra para exponer los orígenes del nazismo. Mientras que
strukturgeschichte había enfatizado largas continuidades que disminuían la importancia de
este 'crimen contra la civilización', y había transferido su investigación a un subcampo aislado
llamado Zeitgeschichte ('historia contemporánea'), Gesellschaftsgeschichte buscó causas de
largo alcance del nazismo en el siglo XIX. Wehler y otros diseñaron una "metanarrativa" de
una modernización alemana fallida.332
Tomemos como ejemplo el Imperio alemán de Wehler. 333 En su polémica introducción,
Wehler exigió una historia "crítica" del Imperio alemán de 1871-1918 capaz de exponer su
responsabilidad por el nazismo. Su propia historia comienza retratando la 'constelación de
1871' como una coincidencia altamente explosiva de fuerzas modernizadoras y
antimodernas, presagiando las contradicciones del Reich hasta 1914. La 'Revolución Agraria'
había comercializado la agricultura y apuntalado el dominio de los reaccionarios. Élites
terratenientes, especialmente en las provincias orientales de Prusia. En comparación con el
'Occidente' - Gran Bretaña y Estados Unidos - Alemania fue un industrializador tardío. Sin
embargo, debido a que comenzó solo en la década de 1850, la industrialización fue aún más
rápida y creó severas tensiones sociales. En consecuencia, la burguesía alemana,
especialmente los líderes de la industria pesada, rechazaron el liberalismo a favor de una
alianza política duradera con la alta burocracia y la aristocracia conservadoras. El fracaso del
liberalismo debilitó a la sociedad civil, mientras que el régimen represivo de Bismarck sofocó
la democratización y paralizó el gobierno parlamentario y la reforma social con una
'revolución desde arriba' pseudo-populista.
El capítulo de Wehler sobre la industrialización desarrolla aún más su imagen de una rápida
modernización económica y las consiguientes presiones sobre el sistema político.
Irónicamente, estas veinte páginas contienen las únicas consideraciones verdaderamente
histórico-sociales del libro. El resto, casi cinco sextos, se ocupan de la política. Wehler
descarta sumariamente a los partidos políticos como fuerzas impotentes en un proceso
político dominado por las élites tradicionales y los intereses de la industria pesada recién
organizados. Él ve al gobierno de Bismarck como un corredor de poder flexible que hace
malabarismos con coaliciones de élite informales forzadas a unirse por intereses compartidos,
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integración ideológica y hostilidad hacia los 'enemigos del Reich' como los socialdemócratas.
El régimen, aún más bajo de Wilhelm II, controlaba la sociedad mediante la manipulación.
Se propagaron ideologías integradoras y estereotipadas como el antisocialismo, el
antisemitismo y el anticatolicismo. Wehler presenta a la familia, las escuelas, las
universidades y los militares como agentes de socialización autoritaria. La justicia de clase
reforzó la mentalidad autoritaria en la mitad superior de la sociedad alemana, y eso aumentó
la sumisión al monarca, el estado y las élites.
La política de manipulación mantuvo el viejo orden pero no creó estabilidad. Por el contrario,
fomentó las tensiones y alienó a potenciales aliados. La política de Estado se convirtió en
una gestión reactiva de crisis y el régimen recurrió a un nacionalismo cada vez más agresivo
para mantener la lealtad. El imperialismo alemán, por ejemplo, fue una estrategia diseñada
para desviar la atención del conflicto interno y canalizar la agresión hacia las relaciones
internacionales. La Weltpolitik alemana fue, por lo tanto, realmente una política interna
manipuladora. Alemania se convirtió en la fuerza motriz de la carrera armamentista europea,
construyendo una flota destinada a disputar la hegemonía naval británica. Estas aventuras de
política exterior provocaron coaliciones anti-alemanas y, en última instancia, aislamiento
internacional. El militarismo en la sociedad alemana hizo que la guerra fuera inevitable. Para
Wehler, la invasión alemana de Francia y Rusia en 1914 representó un último intento de
salvar el moribundo sistema guillermino. Sin embargo, la derrota de Alemania provocó la
misma revolución social que se suponía que la guerra evitaría. La adversidad de la élite a las
instituciones democráticas de la República de Weimar ayudó al nazismo a tomar el poder
durante la Gran Depresión.
El libro fuertemente argumentado de Wehler ha sido inmensamente controvertido, sobre todo
porque combina la brevedad ascética con juicios agudos y comentarios contundentes. Cada
capítulo se basa en su propio concepto teórico, por lo que la teoría a menudo aparece como
una interpretación abreviada de una "realidad" pasada, ilustrada por algunos detalles
históricos. La historia social propiamente dicha entra en escena sorprendentemente poco. Es
evidente en gran medida en una ampliación de lo "político" para incluir grupos de interés
organizados e instituciones sociales. Mientras que casi ningún actor histórico figura en la
descripción de las estructuras económicas y sociales, la arena de la política está poblada de
asombrosas historias personales de "grandes hombres" y eventos. La "manipulación" tiene
que soportar todo el peso del intento de Wehler de unir la sociedad y la política: los grandes
hombres buscan manipular los procesos sociales. Esta metanarrativa de una 'divergencia
alemana de Occidente' (deutscher Sonderweg) se hizo influyente porque fusionaba la teoría
de la modernización, el estructuralismo, la crítica ideológica y una interpretación moralmente
acentuada de un período crucial en una historia nacional 'crítica'. 334
Con el fin de reunir las tendencias nacionales para una discusión más sistemática, quiero
discutir algunos elementos esenciales de la historia social "tradicional". Un campo
representativo de la disciplina en general servirá como ejemplo: el enfoque de la historia del
trabajo tal como se establece en el "paradigma de formación de la clase trabajadora" de los
años setenta y ochenta. Durante la mayor parte de las décadas de 1960 y 1970, la historia
social había sido casi sinónimo de historia del trabajo o, en términos más generales, de
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los trabajadores de las fábricas casi igualaron al prototípico 'trabajador asalariado puro' de
Kocka. En este capítulo, Kocka se basa en gran medida en el análisis "estructural", pero
especula sobre las "experiencias típicas" de los grupos en cuestión. Lo hace para abordar la
observación bastante desconcertante de que algunos trabajadores domésticos y muchos
jornaleros "contribuyeron" al primer movimiento obrero alemán, mientras que los
trabajadores de las fábricas se mantuvieron al margen.
La sección final de Kocka cubre los niveles tres y cuatro de su modelo. En primer lugar,
señala las tendencias unificadoras en el lenguaje del "trabajo" y la "clase", la movilidad social
y los patrones de matrimonio, y la protesta social, sobre todo la frecuencia cada vez mayor
de las huelgas a finales de la década de 1860 y principios de la de 1870. Kocka luego rastrea
el surgimiento de los sindicatos y el surgimiento de los partidos socialdemócratas. Los
primeros aparecieron por primera vez en ciertos oficios artesanales, hecho que no confirma
la predicción en el modelo de que deberían ser desarrollados primero por los trabajadores de
las fábricas. Kocka explica el sindicalismo artesanal como un producto tardío del conflicto
de clases entre maestros y jornaleros allá por la revolución de 1848. Otro desarrollo bastante
específico de Alemania fue la aparición "prematura" de partidos obreros independientes.
Kocka atribuye esto a la receptividad de muchos jornaleros por las ideologías socialistas y la
incapacidad del liberalismo alemán para mantener la hegemonía política, en contraste con
Gran Bretaña. Kocka concluye que mientras una clase obrera estaba presente en los niveles
uno y dos de su modelo, la "formación de clases" permaneció limitada en los niveles
superiores, inspirada en el progreso entre 1800 y 1875. La "formación de clases" resultó de
la extensión del capitalismo y trabajo asalariado, pero sólo se tradujo en 'conciencia de clase'
y acción colectiva donde un 'conflicto entre tradición y modernización' 'suplementario' entró
en escena.339
Es interesante observar cómo Kocka trata con 'estructura' y 'agencia' en la arquitectura causal
de su argumento. Los niveles uno y dos ofrecen principalmente análisis estructurales. En el
nivel dos invoca "experiencias" típicas, pero no las respalda empíricamente. En cambio, los
fenómenos en gran medida estructurales en el nivel tres sustentan sus suposiciones anteriores
sobre las "experiencias". En lugar de desarrollar cada nivel a partir del anterior,
implícitamente invierte el orden causal. Kocka tampoco logra explicar de manera
convincente el momento y las formas de la organización laboral alemana, ya que en realidad
recurre a variables externas a su modelo (ideologías socialistas, debilidad del liberalismo).
Finalmente, el papel de las 'tradiciones' en su argumento no está claro. Mientras que el
modelo debería considerar las tradiciones como un retraso en la organización del trabajo, se
cuelan en la explicación como una "causalidad suficiente" para la organización "temprana"
de los oficios artesanales.
El modelo de Kocka, como todos los conceptos de “formación de clase”, atribuye diferentes
cualidades de “estructura” y “agencia” a cada dimensión de “realidad histórica”. 340 Mientras
que todas las formulaciones del modelo distinguen entre demográfico/económico, social y
político/ideológico. Niveles de 'formación de clase', con Karznelson insertando un cuarto
nivel, cultural, entre lo social y lo político, difieren en gran medida en el grado en que
permiten que los sujetos históricos sean 'agentes significativos'. El relato de Zwahr sobre la
expansión de las relaciones de parentesco entre los 'proletarios natos' es estructural y deja
completamente libre la agencia. Para Katznelson y Kocka, la industrialización y el trabajo
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Algunos dicen que la historia social experimentó una "crisis" por primera vez a fines de la
década de 1970. En Gran Bretaña y Estados Unidos esto significó la desintegración de lo que
nunca había sido realmente un campo coherente. La historia social se convirtió en un
territorio vagamente delimitado con espacio para numerosos enfoques, incluso si algunos
parecían mutuamente excluyentes.
La historia del trabajo fue la primera área en la que una "historia de la experiencia" -cómo la
gente experimentó el pasado- se esforzó por emanciparse del patrocinio thompsoniano. Esto
fue evidente en una nueva "microhistoria desde abajo" y en los reclamos por la autonomía
relativa de la cultura y el rechazo del determinismo económico. La historia de la experiencia,
incluso cuando adoptaba una "descripción densa" diluida derivada de la antropología de
Geertz, permaneció en gran medida dentro del perímetro de la historia social. Combinaba
análisis minuciosos de sistemas simbólicos con descripciones bastante convencionales del
contexto.343 Sin embargo, inició un cambio de enfoque de la sociología a la antropología
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social (o cultural) como punto de referencia teórico. La 'nueva historia cultural' también
buscó revertir el privilegio tradicional de la causalidad económica. 344 Sin embargo, este
revisionismo retuvo el marco conceptual de la historia social materialista. Las
representaciones culturales todavía figuraban como internalizaciones, aunque simbólicas, de
la realidad material. 345
La opinión de Gareth Stedman Jones de que el lenguaje moldea decisivamente la realidad
pasada fue más radical y abrió el camino para el posmodernismo y el "giro lingüístico".346
Asimismo, la historia del género atacó no sólo el descuido de los historiadores sociales por
la diferencia sexual, sino también el carácter materialista de sus categorías básicas. Las
feministas lo denunciaron como "esencialismo" la suposición de los historiadores sociales de
que el proletariado era masculino.347 La teoría del discurso de Michel Foucault influyó en la
mayoría de estos revisionistas. Su vinculación de conocimiento y poder inquietó a los
historiadores sociales al distraer la atención de las instituciones económicas, el conflicto
social y la "gente real". La historia social no podía ocuparse ni de la supuesta centralidad del
lenguaje ni de la opinión de que la cultura era un sistema simbólico independiente de las
personas "reales". Las representaciones del pasado de los historiadores sociales, su propia
noción de "realidad histórica" y su enfoque "científico" parecían estar en juego.
Todas las críticas anteriores comparten la opinión de que las categorías sociales deben
entenderse en términos de diferencia. Incluso en su comprensión más convencional, que
considera que la "diferencia" es central para la "identidad social", esto plantea un desafío
trascendental para una historia social preocupada por las colectividades. Porque la
"diferencia" es ante todo una propiedad individual de los sujetos actuantes. La aceptación de
esta proposición significaría un replanteamiento fundamental de cómo se forman las
colectividades. En los EE.UU., el pacto de "diferencia" condujo rápidamente a la expansión
del vocabulario histórico social, especialmente en el enfoque de la trinidad de "clase, raza y
género". Esto en sí mismo no amplió los horizontes de la historia social, pero hizo que sus
historias fueran más complicadas. 348 Lo más crítico fue que esta "deconstrucción" de las
colectividades amenazaba la noción unitaria de la historia que aún es favorecida, como hemos
visto, por muchos historiadores sociales. Por lo tanto, la hostilidad de la historia social hacia
el género y la microhistoria se identificó con el determinismo económico, el análisis de la
estructura social, el estructuralismo antihermenéutico, las explicaciones macrocausales, la
historia social política y la síntesis de Sonderweg tipificada por Wehler. En la década de
1980, la 'historia de las ciencias sociales' rechazó todos los desafíos, ya fueran
Alltagsgeschichte o la historia de las mujeres. La intención era teñir estas amenazas de
izquierda con el olor del historicismo de derecha.
Sin embargo, la 'historia de las ciencias sociales' ha cambiado y se ha expandido durante los
últimos 30 años. Los historiadores sociales finalmente comenzaron a prestar atención al
llamado a las comparaciones históricas, que se había exigido durante el debate de Sonderweg.
Estos estudios trascendieron las historias nacionales, subvirtieron el modelo de Sonderweg
centrado en lo nacional y socavaron las categorías de análisis de la historia social. En la
historia del trabajo, esto condujo a una crítica del "paradigma de formación de la clase
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trabajadora".349 El propio proyecto a gran escala de la historia de las ciencias sociales sobre
la historia de la burguesía, lanzado a mediados de la década de 1980, amplió el objeto de
análisis para incluir la cultura, las relaciones de género, los sistemas de valores y los
discursos. La "burguesía" alemana apareció cada vez más como una formación cultural más
que como una clase socioeconómica.
Algunos defensores de la nueva historia cultural todavía se definen a sí mismos en contra de
una historia social concebida de manera estrecha. La manera en que los historiadores
culturales reúnen conceptos que normalmente se consideran incompatibles es un fenómeno
peculiarmente alemán, como lo es el intento de aportar cierta coherencia a la historia cultural
volviendo a las teorías alemanas de la cultura de principios de siglo. 350 Y mientras que las
ciencias sociales la historia continúa produciendo una síntesis monumental de la historia
nacional tras otra, los historiadores culturales se esfuerzan por presentar una metanarrativa
alternativa, enfrentando una historia de 'modernidad radicalizada' contra la tesis de
Sonderweg. Por lo tanto, permanecen confinados a la historia nacional después de todo.351
Algunos historiadores culturales incluso exigen el reemplazo de 'sociedad' por 'cultura' como
un enfoque más integral para la síntesis. 352Oponer a la sociedad contra la cultura representa
otro Sonderweg alemán que conduce inevitablemente a otro callejón sin salida. 353
La historia social tuvo sus méritos. Después de todo, fue la historia social la que planteó la
cuestión de la desigualdad social en el estudio del pasado e introdujo a los trabajadores y las
masas desfavorecidas en el registro histórico. Explicaba el proceso de industrialización y de
cambio social y conflicto en un sentido amplio. Fue pionera en la integración del análisis
económico, social y político en la historia de sociedades enteras. La historia social también
se convirtió en un terreno fértil para el debate teórico. Las discusiones actuales de varios
"giros" teóricos todavía están capitalizando este trabajo pionero.
Sin embargo, los desafíos revisionistas han expuesto las debilidades de toda la disciplina
histórica, incluida la historia social. He señalado la incapacidad de la historia social para
reconciliar estructura y agencia, las debilidades de su concepción "materialista" de la
economía y las colectividades, su descuido de la cultura como práctica simbólica y su rechazo
intransigente de la noción de construcción histórica de la diferencia. Las soluciones que
ofrece el giro lingüístico a los problemas de la agencia de los sujetos históricos, los
significados culturales de su interacción y las relaciones de poder intrínsecas a las
instituciones económicas, sociales y políticas, son sólo parcialmente convincentes. Sin
embargo, los historiadores culturales han planteado las preguntas correctas. Una historia
social renovada debe tener en cuenta toda una serie de ideas clave derivadas de los debates
recientes. Algunos historiadores hablan de un 'giro social' inminente en la historia de la
cultura y la sociedad. Esto no debe ser un regreso a la 'vieja' historia social estructuralista,
sino un paso 'más allá del giro cultural'. 354
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Es posible que ahora estemos alcanzando una historia social que rinda todo el crédito al
lenguaje, los símbolos y el discurso, pero avanza incrustándolos en la 'práctica social'. La
'teoría de la práctica' -asociada, por ejemplo, con Pierre Bourdieu y Anthony Giddens, es
capaz de captar la interacción tanto partiendo de la premisa de que los agentes interpretan su
entorno en el proceso de hacer 'experiencias', puede hacer frente a la naturaleza construida
de la realidad (histórica) y las múltiples identidades de los actores. Puedo imaginar en un
futuro cercano una historia social que combine el análisis de las instituciones económicas,
sociales, culturales y políticas desde la perspectiva de los sujetos sociales que interactúan
significativamente entre sí. No se darán por supuestas las colectividades, sino que se
explicarán en términos de práctica social y cultural. Este enfoque podría dar nueva vida a
áreas de investigación en gran parte desiertas desde el giro lingüístico. Las historias del
trabajo, las empresas comerciales y los mercados, la desigualdad social, los movimientos
sociales y la cultura política, todas concebidas como campos complejos de interacción, se
destacan como áreas de investigación potencialmente innovadoras en una era de
globalización. 355 Esta será una historia social auto reflexiva, más allá del giro cultural, pero
consciente de sus logros.
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Pat Hudson
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Hoy en día, las prioridades en la historia, donde no se centran en la narrativa militar y política,
se han dirigido a los fenómenos culturales y al uso de metáforas literarias y dramáticas y
métodos de análisis en lugar de utilizar el razonamiento mecánico o causativo que
generalmente emplean los economistas e historiadores económicos. Las fuentes textuales han
sido cada vez más privilegiadas sobre los datos cuantitativos que tradicionalmente favorecían
los historiadores económicos. Algunos dirían que estas tendencias, en conjunto, han dejado
varada la historia económica. Pero la historia económica no es solo un conjunto de
preocupaciones que esperan pasivamente el entorno adecuado en el que prosperar. Es capaz
de criticar significativamente el estrecho ámbito de gran parte de la teoría económica
contemporánea y también de tender una emboscada a los muchos historiadores culturales que
parecen haber olvidado qué es la economía y por qué es importante el análisis causal. Por lo
tanto, la historia económica se enfrenta actualmente a oportunidades crecientes, así como a
algunos problemas, y quizás más de lo primero que de lo segundo. Este capítulo considera
las formas en que la economía ha figurado en el trabajo de los historiadores, y la forma en
que los historiadores han utilizado varios enfoques de la economía para arrojar luz sobre el
pasado. Lo hace delineando la historia de la historia económica, relacionándola con
tendencias más amplias en el desarrollo de la historia y las ciencias sociales. Se hace hincapié
a lo largo de las diferentes formas de conceptualizar la esfera y la motivación económicas, y
en cuestionar los límites entre las acciones económicas y otras formas de comportamiento
social y cultural.
Hay dos formas muy diferentes en las que se ha producido el uso de la teoría económica en
la historia. El primero implica ver la economía como algo fundamentalmente importante
dentro de una explicación general de la historia, que sustenta una metanarrativa. Implica la
aceptación de que la naturaleza de la economía tiene un papel primordial en el
condicionamiento de todos los aspectos de la sociedad, la cultura y la política. En sus diversas
formas, el enfoque marxista de la historia adopta esta posición, al igual que algunas formas
de la teoría de la modernización. Los estudios marxistas de aspectos sociales, culturales,
legales u otros de la vida en el pasado implican inevitablemente relacionar la naturaleza de
su tema, y el cambio en su tema a lo largo del tiempo, con la naturaleza de la economía y los
cambios en la base económica de la sociedad. Por ejemplo, E. P. Thompson en su clásico,
“The Making of the English Working Class” (1963), se centró en el surgimiento de la
solidaridad de clase y la protesta social a principios del siglo XIX, pero se muestra que los
cambios en la tecnología, la fabricación, la competencia, las relaciones laborales y el
comercio ser las fuerzas que subyacen al cambio social, frente a las cuales la gente se unió y
comenzó a actuar, y a verse a sí misma, en términos de clase. John Foster, en “Class Struggle
in the Industrial Revolution” (1974), usó el modelo marxista de base/superestructura para
comparar la naturaleza de la conciencia de clase en tres ciudades inglesas en el siglo XIX.
Por estos medios, no sólo explicó la amenaza revolucionaria en Oldham en la década de 1840,
sino también la naturaleza más pacífica de fines del siglo XIX, lo cual, argumentó (siguiendo
líneas marxista-leninistas), fue provocado por la estabilidad económica de un capitalismo
más maduro que se basaba en las ganancias del imperialismo. Aunque el modelo marxista
alcanzó su máxima influencia en la historia occidental entre las décadas de 1940 y 1970, y
ahora es rechazado muy conscientemente por la mayoría de los historiadores y teóricos
sociales, su influencia en las ciencias sociales es profunda. Es imposible (aunque deseable)
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escapar por completo a su influencia. Todos somos marxistas ahora en el sentido de que las
obras de historia y ciencias sociales no marxistas y posmarxistas a menudo mantienen un
fuerte compromiso con la consideración del papel de la economía como una variable
principal (si no determinante) en el análisis de aspectos de la sociedad y cultura, pasada y
presente.
La segunda forma en que se produce un enfoque económico de la historia y el uso de la teoría
económica en la historia es mediante el uso de una variedad de teorías económicas de "rango
medio" (que no son metanarrativas en ningún sentido) y varios conceptos y mecanismos
explicativos extraídos de la teoría económica. La caja de herramientas es variada. Los
historiadores se han basado en muchas corrientes diferentes de la teoría económica y han
utilizado diversos conceptos de la sociología económica y de la antropología económica y
social, así como de la economía. Se puede ganar mucho utilizando los primeros principios de
la economía, en particular la teoría de la oferta y la demanda, para pensar en el impacto de,
por ejemplo, la escasez de alimentos o la expansión de la población durante períodos para
los que se carece de evidencia firme. El argumento de M. M. Postan sobre el declive de las
relaciones feudales en Inglaterra se basaba en un razonamiento económico sobre el impacto
de la Peste Negra en los precios de la tierra, la mano de obra y los productos agrícolas. 2 El
paradigma dominante en economía durante el último siglo, y particularmente desde la década
de 1950, se ha basado en modelos formales y mecánicos frecuentemente representados en
términos algebraicos o gráficos, y sustentado en la suposición de que los seres humanos, al
satisfacer sus necesidades materiales, son impulsados por motivos 'racionales' de
maximización de beneficios. Este enfoque neoclásico ha sido muy influyente en la historia
económica, pero su uso ha variado a lo largo del tiempo. Tales variaciones se entienden mejor
al considerar la historia del tema.
Durante la mayor parte de los siglos XVIII y XIX, economistas políticos ingleses, escoceses,
franceses y alemanes, y los padres fundadores de las ciencias sociales occidentales (figuras
tan diversas como Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mill, Karl Marx, Max Weber,
Emile Durkheim y Ferdinand Tonnies), todos se basaron en evidencia histórica al analizar la
sociedad. En este sentido, la historia económica tiene un largo linaje fundamental para el
surgimiento de las ciencias sociales en Europa. Sin embargo, surgió más específicamente
como una preocupación académica de historiadores y economistas a finales del siglo XIX y
principios del XX. Esto vino como parte de un rechazo más amplio de la historia de 'tambores
y trompetas' - la historia de las élites, la diplomacia y las guerras - a favor de la historia de la
masa de la población y de la agricultura, la industria y el comercio. Este movimiento para
estudiar la historia no elitista y 'no política' también fue el objetivo de los fundadores de la
Escuela Annales en Francia. Era una historia favorecida por socialistas y reformadores
sociales que estaban abordando los problemas derivados de la industrialización. Esto alentó
una historia económica que miró hacia el pasado para comprender las causas de la dislocación
social y en busca de evidencia de regulación gubernamental en interés de las masas. En
Inglaterra, este enfoque fue ejemplificado por el trabajo de Sidney y Beatrice Webb,
fundadores de la London School of Economics (LSE), por Arnold Toynbee, Barbara y John
Hammond, Charles Beard y muchos de la primera generación de escritores académicos en
historia económica. William Ashley fue el primer historiador británico en adoptar una
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El tema se expandió en los EE. UU. y Europa en la década de 1920, en Gran Bretaña con la
fundación de la "Economic History Society y la Economic history Review", y con un número
creciente de citas universitarias y cursos sobre el tema. Aparecieron muchas investigaciones
que utilizaron por primera vez documentos históricos intactos: por ejemplo, los censos de
población y producción, cifras de comercio exterior, registros municipales locales, informes
y comisiones parlamentarias, archivos comerciales. Esto abrió nuevos caminos porque las
fuentes y las preocupaciones que abordaron los historiadores económicos y sociales no se
habían considerado tradicionalmente como una prioridad para los historiadores o incluso
como una esfera legítima de sus intereses. También había un fuerte sabor internacionalista
en muchas de estas primeras obras: una preocupación por el comercio internacional y por la
naturaleza del desarrollo económico en varias partes del mundo. La historia económica, al
menos en Gran Bretaña, también se destacó en este período por la proporción relativamente
alta de historiadoras que se sintieron atraídas por el tema, incluidas Eileen Power, E.M. Carus
Wilson, Ivy Pinchbeck y Lilian Knowles. Sus intereses de investigación ayudaron a dar forma
al alcance y las preocupaciones del tema, en particular su énfasis en el internacionalismo, el
impacto social del cambio y las experiencias de las familias, las mujeres y los niños, así como
los hombres. 4
Dos tensiones muy diferentes se hicieron evidentes en la historia económica de Gran Bretaña
a principios del siglo XX. Estos generaron más tensión creativa.5 El primero puede
denominarse la tradición política o moral representada en el trabajo de R.H. Tawney, Barbara
y John Hammond, Sidney y Beatrice Webb y G.D.H. Cole. Estos escritores fueron
influenciados por variedades de pensamiento socialista (ya sea el socialismo cristiano, el
fabianismo o el marxismo). Buscaron conexiones con otros campos en desarrollo de las
ciencias sociales e intentaron responder grandes preguntas de causalidad, como las causas de
la Revolución Inglesa o la Revolución Industrial. También buscaron respuestas a preguntas
morales y políticas contemporáneas a través de interrogar el pasado. Tawney argumentó en
contra de acumular estadísticas y hechos, abogando por la necesidad de considerar las
cuestiones morales y las relaciones que subyacen a la actividad económica. Tawney ocupó
la primera cátedra de Historia Económica en la LSE (desde 1931). Su obra más conocida La
religión y el auge del capitalismo (1926) desafió la tesis de Weber de que el auge del
capitalismo en Europa occidental fue impulsado por los valores sociales y económicos del
calvinismo. Tawney argumentó que el calvinismo proporcionaba una base religiosa para el
capitalismo y que tanto el puritanismo como el capitalismo eran perversiones de los valores
cristianos que favorecían la obligación social sobre el individualismo. Tawney llevaba su
posición moral en la manga y su interpretación de la ética capitalista y otros temas eran el
foco de intenso debate durante muchas décadas.
Una segunda tensión dentro de la historia económica en este momento podría denominarse
empírica y conservadora: caracterizada por un enfoque económico, un contexto o político
subdesarrollado y un desinterés en formular teorías o leyes sobre causa o efecto. El enfoque
estuvo marcado por un interés en detalles empíricos y datos cuantitativos recién extraídos.
Las obras de Sir John Clapham, Herbert Heaton, A.P. Wadsworth y J. de L. Mann se
inscriben en esta tradición de diferentes maneras. Clapham produjo una Historia Económica
de la Gran Bretaña Moderna en tres volúmenes (1926-1938), que utilizaba una serie de
pruebas para estudiar en detalle los sectores de la economía. Rechazó el término 'revolución
industrial' porque descubrió cuán gradual y parcial era el cambio en ese momento. También
desafió la tradición socialista y moral al sugerir que, con la excepción de unos pocos oficios
agonizantes, las condiciones de vida mejoraron para las masas durante la industrialización.
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Para la década de 1950, la historia económica como disciplina académica identificable había
caído en gran medida en manos de la tradición de Clapham marcada de manera más obvia, y
quizás sorprendente, por la sucesión de T.S. Ashton a la silla de Tawney en LSE. Sin
embargo, su trabajo permaneció accesible y ampliamente leído. Su best-seller "La revolución
industrial" (1948) fue escrito para un público general en la serie "Oxford Home Library of
Knowledge". Sin embargo, el tema estaba cambiando en las décadas de 1940 y 1950 para
incorporar más conocimientos teóricos de la economía contemporánea, especialmente el
desarrollo económico y la teoría del ciclo comercial. Esto dio como resultado algunos
estudios clásicos de los ciclos comerciales (siguiendo un patrón establecido por N.D.
Kondratieff y Joseph Schumpeter en las décadas de 1920 y 1930) y de la composición del
producto nacional bruto (PNB) en diferentes fases del crecimiento económico (observado
más obviamente en Gran Bretaña en el trabajo de Phyllis Deane y W.A. Cole).358 Además,
aparecieron muchos estudios dignos de industrias o sectores particulares de la economía,
como Peter Mathias sobre la elaboración de cerveza y Donald Coleman sobre el papel.359
Hubo una tendencia creciente en este momento a ver las experiencias de Occidente, y
específicamente británica, la industrialización como un modelo que podría arrojar luz sobre
las soluciones a los problemas de desarrollo del tercer mundo, ilustrada más claramente en
el trabajo de W.W. Rostow. 360 La década de 1950 en adelante también vio el desarrollo de
la 'historia empresarial'. Las grandes empresas encargaron a los historiadores que escribieran
sus historias y aparecieron obras clásicas como Charles Wilson sobre Unilever, Donald
Coleman sobre Courtaulds y Theo Barker sobre Pilkingtons.361 Este desarrollo creó un sesgo
en la investigación a favor de las empresas exitosas y ricas y, las propias empresas a menudo
habían financiado la investigación, tendía a fomentar interpretaciones favorables a las
grandes empresas.
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Sin embargo, la tradición moral y socialista también continuó con fuerza. Los historiadores
marxistas británicos estaban escribiendo en ese momento un conjunto paralelo de historias
socioeconómicas teóricamente informadas que se ven en el trabajo de Maurice Dobb, Eric
Hobsbawm, Christopher Hill, Rodney Hilton, Edward Thompson, Victor Kiernan y otros. En
las décadas de 1960 y 1970 se produjo una obra de gran interés y entusiasmo, y su
popularidad se vio reforzada por el clima político y la cultura juvenil. Muchos de estos libros
vendieron miles de copias fuera del ámbito académico y fueron muy importantes
internacionalmente. Una sucesión de libros de Eric Hobsbawm sobre el cambio económico
internacional se ha vendido por cientos de miles en todo el mundo desde la década de 1960.362
El énfasis en el papel fundamental de la economía para impulsar el cambio, aunque esté
fuertemente mediado por factores sociales y culturales y por la acción humana, hizo que el
trabajo de Hilton, Hill, Hobsbawm y Thompson fuera una lectura obligatoria en todos los
cursos de historia económica de pregrado. Las divisiones políticas en el tema durante estas
décadas crearon un debate enconado y vivo en las páginas de las revistas académicas eruditas
sobre temas como el surgimiento de la nobleza y el surgimiento del capitalismo (debates
heredados de los escritos de Tawney), el nivel de vida y la amenaza de la insurrección política
durante la revolución industrial, y las causas y el impacto del imperialismo. Esto llevó a
muchos jóvenes académicos, incluido yo mismo, a creer que habían elegido el tema más
interesante posible. En parte debido a la influencia de los historiadores sociales marxistas,
como E.P. Thompson, sino también debido a la expansión general de las ciencias sociales en
estos años, gran parte de la historia económica, marxista o no, incorporó una gran cantidad
de historia social y algo de historia cultural, particularmente donde tenía una base
materialista. Esto se vio particularmente en historias de protesta social, condiciones laborales
y sociales, sindicatos y clase. Mucho de esto fue escrito 'desde abajo', es decir, desde la
perspectiva de los trabajadores en lugar de las élites.
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fundamentales que se hacen los historiadores económicos. La implicación era que esto
devolvería a la historia al camino objetivo o científico del que se había desviado por error.
La "nueva historia económica" y la historia cuantitativa en general, se vieron favorecidas por
el creciente uso de la tecnología informática. Esto no solo facilitó la producción de gráficos,
tablas y desgloses estadísticos, sino que también permitió la construcción de modelos,
interpolaciones y simulaciones más avanzadas, como la retroproyección y desarrollos
contrafácticos. La 'construcción de modelos' se refiere a la construcción de un conjunto
simplificado y abstracto de relaciones económicas destinadas a representar el funcionamiento
de una economía o un sector de la economía. Dichos modelos se han utilizado muchas veces
en el estudio de las economías británica y estadounidense en los siglos XIX y XX y en
estudios de sectores como los ferrocarriles y el algodón. La 'proyección retrospectiva' es la
estimación de lo que podrían haber sido las tasas de crecimiento u otras medidas para
períodos en los que no existen cifras mediante la extrapolación sobre la base de períodos más
largos en los que sí existen cifras. Por ejemplo, el estudio de Wrigley y Schofield sobre el
crecimiento de la población inglesa proyectó las cifras de población del censo de 1851 hasta
el siglo XVIII para calcular el déficit en los registros parroquiales. 363 Aunque las
proposiciones contrafactuales están implícitas en muchos argumentos históricos, la 'historia
contrafáctica' es la técnica más controvertida en la historia econométrica. Implica el cálculo
de las ventajas de una innovación histórica comparando el crecimiento económico en
presencia de la innovación con el crecimiento económico en ausencia de la innovación (este
último estimado mediante la construcción de un modelo contrafáctico de la economía en
ausencia de la innovación). ). El trabajo innovador aquí fue "Ferrocarriles y crecimiento
económico Estados Unidos" de R.W. Fogel (1964). En esto, Fogel construyó un modelo de
cómo podría haber sido la economía estadounidense en 1890 si los ferrocarriles nunca
hubieran existido. Al comparar esto con la economía real de ese año, demostró que se había
exagerado enormemente el papel de los ferrocarriles en el crecimiento económico
estadounidense.
Los principales logros de la historia econométrica en las décadas de 1960 y 1970 radicaron
en resaltar nuevas líneas de investigación, crear nuevos conjuntos de datos e índices de
crecimiento y en alterar viejas suposiciones basadas en impresiones. Los principales logros
de la historia econométrica en las décadas de 1960 y 1970 radicaron en resaltar nuevas líneas
de investigación, crear nuevos conjuntos de datos e índices de crecimiento y en alterar viejas
suposiciones basadas en impresiones. Pero había muchos problemas. La nueva historia
económica solía ser muy reduccionista, numérica y cargada de jerga, lo que dificultaba su
lectura o comprensión para los no especialistas. Esto dio como resultado que un grupo de
econometristas escribiera en gran parte el uno para el otro y con poca consideración por el
resto del establishment histórico, un fuerte contraste con la naturaleza accesible y popular de
la mayoría de las ramas de la historia económica en décadas anteriores.
La primera ola de historia econométrica tampoco fue lo suficientemente crítica con
frecuencia de la confiabilidad de la evidencia cuantitativa que utilizó. Los historiadores a
menudo se dejaban llevar por el entusiasmo por las técnicas y se olvidaban de prestar
suficiente atención a las deficiencias de sus fuentes. Un problema adicional residía en el
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hecho de que los modelos y métodos de la econometría implican esfuerzos para cuantificar
(y reducir a un valor monetario) cosas para las cuales esto es difícil, si no imposible, por
ejemplo, cambios en oportunidades, condiciones sociales y horizontes intelectuales, la
calidad de los bienes, las ventajas de un mayor ocio. Esto provocó muchas críticas de los
historiadores convencionales, al igual que el hecho de que gran parte de la nueva historia
económica hizo suposiciones históricamente dudosas sobre el comportamiento humano sobre
la base de las afirmaciones universalistas de la economía neoclásica. Los modelos
neoclásicos asumen que las personas siempre actuarán para optimizar su posición económica
(el llamado postulado de racionalidad) y que los precios tienen el poder de convertir las
elecciones individuales en un sistema productivo eficiente. Pero el postulado de racionalidad
es imposible de aplicar a todas las sociedades en todos los tiempos. Las posibilidades de
elección racional individual se ven afectadas por muchas circunstancias: tanto por las
relaciones de poder como por el grado de información al que tienen acceso los agentes
económicos (de ahí sus expectativas) y por su capacidad cognitiva para procesar dicha
información. La teoría de la elección racional siempre será propensa a ser desafiada,
particularmente al analizar sociedades con flujos de información deficientes, estructuras de
poder delegadas, arreglos consuetudinarios enérgicos y bajos niveles de alfabetización y
educación. En sociedades pasadas, puede haber sido más racional que los individuos actuaran
para maximizar la posición económica de la aldea, la hacienda o la familia extendida que el
individuo o la familia nuclear, o no maximizar en absoluto. La suficiencia puede ser más
importante en culturas y contextos donde la mortalidad es alta y las enfermedades abundan
y/o donde hay pocos bienes de consumo disponibles. En tales circunstancias, es probable que
el ocio, más que la riqueza, sea la posesión más preciada.
Además, la eficiencia del sistema de precios depende de un entorno competitivo y del flujo
eficiente de capital, mano de obra, materias primas, productos terminados e información. Los
regímenes competitivos de producción e intercambio, y el flujo eficiente de factores, bienes
y servicios son mucho menos frecuentes en las sociedades anteriores y en las culturas no
occidentales que en la actualidad en Gran Bretaña y los Estados Unidos. La nueva historia
económica a menudo se equivocó al aplicar conceptos y modelos de manera anacrónica y sin
tener en cuenta los diferentes contextos culturales. Además, los modelos econométricos que
se construyeron en esta era a menudo eran burlonamente simplistas y fáciles de criticar.
Dependían de un número limitado de variables en combinaciones relativamente sencillas: la
primera ola de la historia econométrica fue insuficientemente autocrítica y demasiado
ambiciosa para reconocer los límites técnicos de las herramientas disponibles en ese
momento.
La historia econométrica nunca fue el enfoque dominante en Gran Bretaña, y ciertamente no
en Europa ni en ninguna otra parte del mundo fuera de los Estados Unidos. Sin embargo,
capturó el terreno elevado de la historia económica en este último país, y sus defensores
fueron enérgicos e influyentes en la exportación de su producto a Europa. También
produjeron algunos trabajos controvertidos que invitaron a la reflexión y que influyeron en
el tema más allá de los límites de sus propias técnicas. Probablemente menos de uno de cada
diez historiadores económicos británicos estuvo directamente involucrado con la
econometría (incluso menos en Europa), pero la asociación de la historia económica con un
método científico tan positivista y frecuentemente defectuoso contribuyó a una disminución
en la popularidad del tema. Fue responsable de asociar la historia económica con un conjunto
de métodos y una esfera de interés mucho más reducidos que antes, y con un desinterés por
cuestiones sociales, culturales y políticas más amplias.
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12.7 Historia económica desde la década de 1980: el rechazo del análisis marxista y el desafío
del posmodernismo y el posestructuralismo
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La relación entre la historia y la teoría económica está cambiando porque la economía está
experimentando cambios que la hacen potencialmente mucho más útil en aplicaciones
históricas. Primero, se está volviendo mucho más sofisticado en sus supuestos sobre las
motivaciones humanas y la eficiencia de los mercados, y en el modelado de las complejas y
diferentes circunstancias que ocurren en el 'mundo real'. Estos desarrollos se conocen
generalmente como la nueva economía institucional. 13 En segundo lugar, y mucho más
radicalmente, hay desafíos crecientes al formalismo neoclásico y la teoría de la elección
racional que surgen de los enfoques evolutivos y un renacimiento de la tradición
hermenéutica. Las preocupaciones de los economistas están ahora más en línea con las de los
historiadores económicos que durante muchas décadas. Tales preocupaciones incluyen las
variedades de mercado y las formas de intercambio sin marcadores; relaciones de género en
la formación de decisiones del hogar; comportamiento 'irracional'; variación en el desempeño
de empresas y economías bajo condiciones similares; la estructura del comercio; el papel de
la confianza y la reputación, la costumbre y el hábito; horizontes económicos en la asunción
de riesgos y la toma de decisiones; y cuestiones relativas a la calidad de vida como medida
del crecimiento económico.
La importancia de las instituciones y su impacto sobre los contratos y los costos de
transacción ahora se reconoce mucho más que en el pasado. Las instituciones son conjuntos
de reglas y entendimientos que las partes en los negocios y el comercio observan para actuar
de manera más eficiente. Los costos de transacción son los gastos incurridos al hacer
negocios, negociar un trato y asegurarse de que se lleve a cabo. Los historiadores han sido
muy conscientes de la importancia de estos elementos, particularmente cuando estudian
marcadores imperfectos, y la importancia de las influencias habituales e inflexibles sobre el
ajuste de salarios y precios. Ahora también se presta más atención a la información asimétrica
en la que una parte de una transacción sabe más que la otra. Es probable que tales asimetrías
hayan sido más importantes en el pasado, especialmente en el comercio y las transacciones
financieras. Reforzar las teorías de la información asimétrica es un reconocimiento de los
problemas de agencia. La teoría de la agencia se ocupa de cómo las personas logran que otros
hagan lo que quieren donde hay información asimétrica y donde hay incentivos. Vigilancia
es requerida: tales circunstancias caracterizan las relaciones económicas particularmente en
épocas anteriores. 365
Los límites técnicos de la economía también se han ampliado considerablemente,
particularmente en el análisis de series de tiempo y el modelado de equilibrio general. Esto
permite que los modelos formales se adapten a muchas más variables y a interacciones más
complejas. Los modelos de equilibrios múltiples y un uso mucho mayor de la teoría de juegos
caracterizan la teoría económica. La teoría de juegos explica la estructura y la lógica de las
interacciones interpersonales y se está convirtiendo rápidamente en el pilar de la teoría
económica moderna, particularmente en relación con la contratación y la negociación, y en
el análisis de las instituciones que se desarrollan en respuesta a las asimetrías de información
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entre las partes de un intercambio. Esto, junto con la mayor sofisticación de los supuestos de
racionalidad y la capacidad de permitir gustos y convenciones cambiantes, abre la posibilidad
de muchos usos nuevos para la teoría económica en aplicaciones históricas.
A pesar de estos desarrollos, los economistas generalmente comienzan con intereses de tipo
"racional" o de maximización de ganancias, y luego toman en cuenta las instituciones y el
comportamiento social, mientras que los sociólogos, antropólogos y otros generalmente
comienzan con la sociedad, la cultura y las instituciones, explicando cómo el comportamiento
económico (orientado hacia intereses o utilidades) está "incrustado", y solo puede ser
entendido, dentro de ellos. Estos enfoques implican diferentes interpretaciones de la
naturaleza humana, así como diferentes metodologías, y esto limita el potencial de
integración. No es solo una cuestión de deducción frente a inducción, sino también de
analogías mecánicas formales y razonamiento instrumental frente a comprensión
hermenéutica. La hermenéutica es el método de las ciencias culturales, un método para
interpretar la acción humana de manera similar al estudio de la autenticidad de un texto. Se
basa en un diálogo (bidireccional, recíproco) de comprensión compartida entre el creador y
el intérprete. Las tradiciones minoritarias en economía siempre han buscado comprometerse
con la hermenéutica y actualmente hay un renacimiento creciente de economías alternativas
que adoptan enfoques evolutivos, institucionales y culturales, y buscan reformar por
completo el ámbito de la economía desde dentro. A diferencia del paradigma neoclásico
(incluso en sus formas más sofisticadas), estas alternativas ponen énfasis en la comprensión
interpretativa del comportamiento y las motivaciones humanas, no en el éxito predictivo de
los modelos lógicos formales.
La economía evolutiva es muy diferente de la economía neoclásica porque considera que los
sistemas económicos están en constante desequilibrio. Esto es mucho más aplicable a la
mayoría de los contextos históricos que la idea neoclásica de economías y mercados que
tienden al equilibrio. La teoría evolutiva se inspira en analogías biológicas más que
mecánicas, y lo económico, lo social y lo cultural se consideran elementos inseparables en
un entorno que cambia constantemente. La teoría evolutiva destaca la importancia de los
hábitos y las rutinas, de forma análoga a los memes en sociobiología. Éstos evolucionan
lentamente como resultado y como causa del cambio en el medio ambiente. Las rutinas son
comportamientos (incluido el lenguaje) que se llevan a cabo con poco pensamiento explícito.
Crean una estructura institucional basada en la retroalimentación continua de la experiencia,
que rara vez se articula. Tales estructuras incluyen el complejo de valores, normas, creencias,
significados, símbolos, costumbres y estándares socialmente aprendidos y compartidos que
delinean el rango de comportamiento esperado y aceptado en un contexto particular.
Varios enfoques hermenéuticos de la economía llevan este énfasis sobre las instituciones más
allá de sugerir que el comportamiento económico de los individuos no puede entenderse
adecuadamente (como en la economía convencional) como una especie de reacción
automática a los estímulos objetivos; en cambio, debe entenderse en términos de la lectura
individual de precios, oportunidades, costos relativos, etc. En otras palabras, se debe dar
prioridad al entorno social ya las formas intersubjetivas en las que las personas dan sentido
al mundo y sus estímulos, y se comunican ese sentido unos a otros. Este enfoque tiene el
potencial de revolucionar la economía al sugerir que lo que realmente cuenta en la
explicación económica no es la verificación empírica o la falsificación (el enfoque
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Finalmente, consideraré dos libros que ilustran el enorme contraste en estilo y método
característico de la historia económica y del enfoque cambiante del tema a lo largo del
tiempo. "Time on the Cross: The Economics of American Negro Slavery", de Robert Fogel
y Stanley Engerman, apareció en 1974 en el apogeo de la revolución econométrica. Es el
ejemplo más conocido de la nueva historia económica de la época. El trabajo apareció en dos
volúmenes, el segundo dedicado por completo a pruebas y métodos estadísticos. 15 A
diferencia del libro anterior de Fogel sobre los ferrocarriles, Time on the Cross no es un
estudio contrafactual sino que emplea modelos neoclásicos y análisis estadísticos para
demostrar que la esclavitud fue más exitosa y eficiente que el sistema agrícola
contemporáneo basado en el trabajo libre. Fogel y Engerman argumentan que, como
resultado, la esclavitud proporcionó un alto nivel de vida para todos los sureños, incluidos
los esclavos. Argumentan que los plantadores de mediados del siglo XIX eran un grupo
racional y humano, y que los esclavos eran bastante prósperos y generalmente bien tratados.
Los esclavos tenían tanto la capacidad como el impulso para ascender social y
económicamente. Trabajaban más duro y más eficientemente que los trabajadores agrícolas
libres y adoptaron una ética de trabajo y un estilo de vida familiar similar al de sus patrones
capitalistas. Los esclavos aprendieron a responder a una variedad de incentivos económicos,
a buscar ingresos adicionales, ocio y progreso ocupacional a través de la cooperación y la
identificación con los intereses económicos de sus amos. Fogel y Engerman llaman a esto 'el
récord de logros negros bajo la adversidad'. También 'prueban' que la esclavitud no había
dejado de ser rentable para los propietarios en el momento de la Guerra Civil de los EE. UU.,
como habían argumentado anteriormente varios historiadores. Sus principales fuentes son
cuantitativas: registros de comercio de plantaciones, producción de esclavos, ganancias y
pérdidas, junto con calendarios de censos para evidencia demográfica y datos de sucesiones.
La principal afirmación de Fogel y Engerman es que los historiadores tradicionales de la
esclavitud habían tenido que confiar en el uso no sistemático de fuentes literarias
fragmentarias. La mayor parte de los datos cuantificables estaba fuera de su alcance porque
carecían de la ayuda de las computadoras y del entrenamiento matemático y estadístico para
el análisis cuantitativo. El hecho de que los datos cuantitativos sean con frecuencia tan
asistemáticos y fragmentarios como cualquier otro tipo de evidencia se oculta bajo la
alfombra. Este punto está claramente ilustrado en el debate entre Fogel y Engerman y sus
críticos sobre el tema de los azotes a los esclavos. Fogel y Engerman tienen un argumento
sofisticado sobre el papel de los castigos frente a los incentivos en la disciplina del trabajo
esclavo, pero se basa en gran medida en datos cuantitativos de un solo conjunto de registros
de plantaciones, que cubren un período de dos años. Es casi seguro que su fuente no sea
representativa pero, lo que es más importante, sus conclusiones ignoran los elementos
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The Economy of Obligation: The Culture of Credit and Social Relations in Early Modern
England (1998) de Craig Muldrew es un ejemplo de la historia económica reciente en la que
se fusionan lo económico, lo social y lo cultural. El objetivo de Muldrew es escribir una
historia social del mercado, argumentando que los marcadores no han sido interpretados
culturalmente debido a la influencia dominante del anacrónico análisis económico
neoclásico:
“La relación entre la teoría económica y la historia debe invertirse, de modo que una
historiografía ampliamente investigada de las complejas motivaciones y prácticas de los
agentes, junto con una comprensión de cómo ellos mismos interpretaron tales acciones,
[pueden] informar la teoría futura, y no al revés” 367
Muldrew combina las fuentes y los métodos de la historia comunitaria utilizados por los
historiadores sociales y económicos con las prácticas de la historia intelectual, que analizan
de cerca las interacciones e interpretaciones de los textos contemporáneos. Sus fuentes
incluyen folletos instructivos sobre el uso del crédito, cartas, diarios y autobiografías, así
como registros judiciales y una variedad de libros de cuentas, impuestos, sucesiones y otras
pruebas, lo que le permite describir las actividades comerciales y la estructura social de Kings
Lynn. (el foco de su investigación) con cierto detalle. Examina el significado cultural del
crédito y cómo cambió bajo el impacto de la economía en expansión de finales del siglo XVI.
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Beverley Southgate
13.1 Introducción
Los términos 'historia intelectual' e 'historia de las ideas' se usan aquí indistintamente.368 De
cualquier manera, el concepto es elusivo, potencialmente lo abarca todo, pero siempre en
peligro de caer entre cualquier cantidad de bancos académicos. Su naturaleza omniabarcante
deriva de su tema como historia del pensamiento. Esto puede incluir la historia de la filosofía,
de la ciencia, de las ideas religiosas, políticas, económicas o estéticas y, de hecho, la historia
de cualquier cosa que haya surgido alguna vez del intelecto humano. Pero un terreno tan
amplio puede resultar peligroso: es difícil confinar y ubicar casi dentro de los límites
departamentales convencionales de la academia, o incluso en los estantes reglamentados de
bibliotecas y librerías. El sujeto y sus practicantes desafían las limitaciones de las estructuras
disciplinarias.
Ese desafío no siempre es aprobado por esos guardias fronterizos académicos que se
esfuerzan por mantener sus dominios desinfectados libres de intrusiones externas, pero que
puede reclamar un pedigrí completamente respetable. Capaz de rastrear su ascendencia al
menos hasta Aristóteles, el sujeto quien ejemplifica adecuadamente el antiguo ideal griego
de universalidad. Para el propio Aristóteles, la filosofía comprendía la ciencia, la política, la
ética, la estética, la retórica, la poesía, la historia; de hecho, todo lo que tuviera que ver con
la "sabiduría", o cualquier cosa que pudiera excitar nuestro "asombro"; y los historiadores de
las ideas pueden ser vistos como herederos intelectuales de Aristóteles en la amplitud de sus
preocupaciones.
De hecho, para los intelectualmente aventureros, la promiscuidad académica del tema puede
constituir una gran atracción, ya que mientras mantiene su interés central por la historia y lo
histórico, está necesariamente involucrado con muchas otras áreas, en las que se basa tanto
para los procedimientos como para la evidencia. La literatura, por ejemplo, ya sea poesía o
prosa, proporciona una de las fuentes más importantes para el estudio de las ideas: no se
puede estudiar el pensamiento de la antigüedad clásica sin hacer referencia a la tragedia
griega; tampoco se puede excluir a Shakespeare de una consideración de ideas en el
Renacimiento inglés. La lingüística también hace una contribución vital. A medida que se
aprecia cada vez más la naturaleza retórica y políticamente infundida de la escritura histórica
(como de cualquier otra), el análisis del lenguaje, y sus formas, usos y efectos, juega un papel
cada vez más importante en lo que inevitablemente es un estudio basado en gran medida en
el texto; mientras que el 'giro lingüístico' alienta las reevaluaciones, como lo hace en todas
las materias de humanidades cuando se enfrentan a la posmodernidad. Otros aportes
importantes provienen de la psicología y la antropología, pero la relación más estrecha de la
historia de las ideas es la filosofía. De hecho, mientras que los filósofos anglófonos
(especialmente a mediados del siglo XX) se centraron estrechamente en los aspectos
lingüísticos de los problemas filosóficos, su contextualización cronológica siguió siendo el
dominio exclusivo de los historiadores intelectuales, y aunque la historia de la filosofía ahora
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Por lo tanto, las historias de las ideas a menudo han replicado el enfoque de la historiografía
de manera más general y han presentado un relato progresista y triunfalista de los desarrollos
intelectuales, centrados en una serie de figuras canónicas, pasando la antorcha de una
ilustración creciente "de mano en mano, desde Descartes hasta Locke, de Locke a Hume, y
de Hume a Kant',371 y así sucesivamente, como si (en la analogía de Milan Kundera) todos
estuvieran en 'una carrera de relevos en la que todos superan a su predecesor, solo para ser
superados por su sucesor'. 372
Ese enfoque fue, hasta hace relativamente poco tiempo, particularmente evidente en la
historia de la ciencia, donde la noción de una progresión acumulativa sigue siendo, quizás,
más comprensible. Desde principios de la modernidad y la Ilustración significativamente
titulada en adelante, la narrativa generalmente preferida proyectó un ascenso: desde la
antigüedad, a través de la oscuridad de la Edad Media, hasta la Revolución Científica. Así,
desde su punto de vista al frente de la nueva filosofía, Francis Bacon podía explicar con
seguridad que, en su revisión de los desarrollos pasados, "no es necesario mencionar ni a los
árabes ni a los escolásticos [medievales]". 373 Eran para él, como Hipona lo había sido para
Aristóteles, irrelevantes para su narrativa progresista, por lo que podían relegarse con
seguridad al olvido.
A finales del siglo XVII, la narrativa progresista de Bacon podía verse culminando en la
síntesis intelectual de Isaac Newton. Mientras que anteriormente, en las palabras del epitafio
previsto por Pope, "La naturaleza y las leyes de la naturaleza yacían escondidas en la noche",
Dios dijo: "¡Que Newton sea!" y todo fue luz. Y después de él, solo se trataba de la
asimilación progresiva de sus métodos en otras áreas intelectuales, desde la física hasta la
biología, pasando por la psicología y la sociología.
Ese enfoque optimista continúa en historias intelectuales del siglo XIX como las de J.W.
Draper, quien vio el progreso ejemplificado por la erosión gradual de las supersticiones
religiosas a manos de la racionalidad y la ciencia. Incluso de los primeros desarrollos
intelectuales griegos, concluye, «nos enteramos de que hay un modo definido de progreso
para la mente del hombre; [y] a partir de la historia de épocas posteriores encontraremos que
siempre va en la misma dirección». Un estudio de la historia revela que "hay una marcha
predeterminada y solemne, en la que todos deben unirse, siempre en movimiento, siempre
avanzando irresistiblemente". 374
A pesar de su pulcritud impuesta, tal barrido narrativo progresivo, sin embargo, tenía sus
desventajas. En particular, no tuvo en cuenta nada que no encajara en su propio modelo de
"racionalidad" y ciencia; de modo que teorías y movimientos intelectuales completos fueron
relegados, como Hipona y los árabes, a lo históricamente irrelevante, y los seres humanos
individuales sufrieron amputaciones al ser forzados a entrar en un molde de Procusto. Así,
por ejemplo, la 'teoría del vórtice' de Descartes (su intento de explicar el universo en términos
de partículas atómicas) fue desviada a un lado, como parte de su filosofía que podía olvidarse
con seguridad; y los aspectos más místicos del pensamiento de Newton (incluidos sus
extensos escritos sobre teología y la creencia en sus propios vínculos con una tradición
antigua) fueron ignorados, o incluso más positivamente suprimidos, como aberraciones
anómalas e inexplicables en un hombre de su estatura intelectual aceptada.
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Si bien los historiadores del siglo XIX (como los de todos los demás períodos) tendieron a
reflejar los valores de su tiempo, dejaron sin embargo algunos logros impresionantes en el
campo de la historia intelectual. El trabajo de Draper, citado anteriormente, incorpora una
amplia gama de investigaciones, incluyendo lo que ahora denominaríamos historia de las
ciencias y de la tecnología, historia de la filosofía, teología y descubrimientos marítimos, y
digresiones sobre temas como el budismo, la medicina egipcia y la condición social de
América. En su Historia de la moral europea de dos volúmenes desde Augusto hasta
Carlomagno, W.E.H. De manera similar, Lecky barre con autoridad una amplia gama de
material histórico, como se indica en su objetivo modestamente declarado, pero
enormemente ambicioso, de "simplemente rastrear la acción de las circunstancias externas
sobre la moral, para examinar cuáles han sido los tipos morales propuestos como ideales en
diferentes épocas, en qué medida se han realizado en la práctica y por qué causas se han
modificado, menoscabado o destruido”. Con esa agenda, la historia intelectual de Lecky se
centra necesariamente en los desarrollos de la filosofía y la teología, pero el conjunto se sitúa
en un contexto sociopolítico; y concluye con una extensa y comprensiva discusión sobre 'La
posición de la mujer', que anticipa en cien años el desarrollo de una 'historia de la mujer' más
formal. Aunque actualmente en gran parte ignorados, Draper y Lecky pueden, de varias
maneras, ser vistos como importantes precursores de la historia de las ideas del siglo XIX.
También lo puede hacer Leslie Stephen, quien publicó su Historia del pensamiento inglés en
el siglo XVIII en 1876. Tomando la historia de la filosofía como su punto de partida,
nuevamente abarca ampliamente la historia del pensamiento, señalando que tal "historia
intelectual" (un término que en realidad usa) no puede estudiarse adecuadamente en forma
aislada, sino que debe tener en cuenta las influencias sociales, políticas y políticas.
Aplicaciones y expresiones literarias. La amplitud más amplia implícita en la descripción
'historia del pensamiento' se vuelve a enfatizar una generación más tarde por J.T. Merz. En
su obra de cuatro volúmenes A History of European Thought in the Nineteenth Century, parte
de la historia de la ciencia, pero aspira a responder a la pregunta mucho más amplia de "¿qué
papel... el mundo interior del pensamiento [ha] jugado en la historia? de nuestro siglo [XIX]'.
Para él, también, el pensamiento abarca mucho más que la mera filosofía; y señala cómo la
"historia de la filosofía tiene poco que decir sobre Goethe", aunque el poeta expresa
"probablemente el pensamiento más profundo de los tiempos modernos", con su personaje
de Fausto encarnando nada menos que "la expresión clásica de las dudas del siglo XIX". y
aspiraciones'. 8 Esa evaluación de Goethe podría representar un desafío incluso para la
historiografía del siglo XXI, al igual que la observación perspicaz de Merz de que, en tiempos
futuros, "la objetividad de la que algunos ... [historiadores contemporáneos] se enorgullecen
será considerada no como libertad sino como inconsciencia por su parte de las nociones
preconcebidas que los han gobernado”. 9 La articulación de tales percepciones, entonces, se
anticipó por mucho tiempo a los desafíos posmodernos a la "objetividad" histórica, y estos
ejemplos del siglo XIX confirman que la historia de las ideas de ninguna manera surgió
completamente formada de la cabeza de Arthur Lovejoy. Numerosos historiadores, biógrafos
y filósofos han contribuido a una tradición de historia intelectual, o la historia del
pensamiento (incluyendo especialmente la filosofía) desde la época de la antigüedad clásica,
a través del período moderno temprano y hasta el siglo XX.
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Los objetivos y propósitos teóricos de la historia de las ideas (como de la mayoría de las otras
materias de las humanidades) tienden a expresarse en términos triviales. Lo que cobra mayor
importancia en tales declaraciones de misión autojustificatorias es la "comprensión", que se
puede aplicar a un autor o a un texto, al entorno cultural más amplio o al yo individual. Como
Mark Bevir ha escrito recientemente, 'Los historiadores de las ideas quieren hacer inteligible
la forma en que alguien más ha hecho inteligible el mundo; quieren entender cómo alguien
más ha entendido las cosas.' 10 Y eso a veces implicará un intento de comprender cómo la
gente en el pasado ha 'entendido' las cosas de manera muy diferente a nosotros, adoptando
creencias que nos parecen 'irracionales' o mutuamente inconsistentes (como con Newton y
sus teorías místicas relacionadas con la teología y la cronología).
La "comprensión" de los textos históricos se considerará en la Sección 13.4, pero primero
notemos brevemente las afirmaciones de que la historia de las ideas puede contribuir a una
comprensión más generalizada de nuestros entornos culturales y, por lo tanto, de nuestro
propio bien. El mismo término 'ambiente cultural' es, por supuesto, enormemente
problemático. Parece implicar un trasfondo homogéneo contra el cual se producen diversas
formas culturales, como la filosofía, la literatura, el arte y la música, con la implicación
adicional de que habrá algo compartido por todas esas formas, ya que cada una de ellas
constituye una expresión de algo experimentado en común. Todos ellos, se ha afirmado,
expresarán el 'espíritu de su tiempo', o proporcionarán manifestaciones físicas de esa entidad
casi mística, y ciertamente evasiva, el 'zeitgeist'. La búsqueda de esa construcción idealizada,
una vez más, ha estado fuera de moda durante mucho tiempo; pero eso no niega que diversas
manifestaciones culturales puedan compartir algunas cualidades, y que un examen de esas
cualidades pueda proporcionar una idea del período en el que se produjeron.
También podría proporcionar una idea de cómo se produce el cambio cultural e intelectual,
de modo que los historiadores de la ciencia, por ejemplo, se han preocupado por explicar
tales modificaciones en la "visión del mundo" como las ocasionadas por la revolución
copernicana de principios de la modernidad en cosmología; mientras que los historiadores de
la teoría política han considerado puntos de inflexión como el articulado en las obras de
Maquiavelo. En ejemplos de este tipo, se debe prestar atención al reemplazo de un marco
intelectual (o 'paradigma', o red de lo que se ha convertido en 'costumbre'), y sus estructuras
lingüísticas asociadas, por otro. Así, la historia de las ideas inevitablemente se amplía de
nuevo para abarcar un rango de estudio potencialmente infinito, pero puede enfocarse de
manera rentable en cómo los individuos responden a los desafíos intelectuales y son capaces
(o incapaces) de adaptarse, modificar y reemplazar sus sistemas de creencias.
Sin embargo, el objetivo de todo esto no es emprender la búsqueda de algún santo grial o
esencia redentora, o incluso rastrear supuestas conexiones al servicio de algún objetivo moral
o estético. Es más bien demostrar la contingencia, mostrar que ella, y por lo tanto nosotros,
podríamos haber sido muy diferentes de lo que es y de lo que somos. Es decir, los entornos
culturales y los individuos que los habitan deben entenderse como entidades históricas
(aunque diferentes de nosotros). Ellos (y nosotros) se derivan de formas anteriores y están
sujetos a ser sucedidos por otras posteriores; y tanto esas formas mismas como el curso de su
sucesión bien podrían haber sido muy diferentes. Quizá nos guste consolidar nuestras propias
identidades atribuyéndoles antecedentes que hagan que el resultado final al menos parezca
factible, pero más importante es el reconocimiento resultante de nuestra propia historicidad,
del hecho de que nosotros mismos somos parte de la historia, no sólo producto de la historia
pasada, sino también un agente potencial para la historia en el futuro.
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Y la historia de las ideas es un vehículo ideal para promover tal reconocimiento, ya que no
se trata simplemente del examen de los pensamientos que se han expresado, sino también de
aquellas actitudes y presupuestos que todos tenemos, pero que son tan parte de nosotros que
es posible que nunca se formulen conscientemente. No es necesario expresar los fundamentos
reales de nuestros pensamientos: son precisamente lo que se acepta como 'obvio' o como
'sentido común' en un momento dado y, por lo tanto, simplemente se da por sentado.
Entonces, el objetivo de cuestionar esos fundamentos no articulados es mejorar nuestra
propia autoconciencia: nuestra conciencia de cómo y por qué pensamos (y, por lo tanto,
actuamos y reaccionamos) como lo hacemos. Y esa autoconciencia es fundamental para lo
que significa ser humano. 'La vida no examinada no vale la pena vivirla', insistió Sócrates,
su mantra derivado de la instrucción perennemente relevante del Oráculo de Delfos de
'¡Conócete a ti mismo!'
El autoconocimiento y el reconocimiento de nuestra propia contingencia pueden fomentarse
también mediante el examen de alternativas: al estudiar las ideas y creencias de la gente en
la antigüedad o la Edad Media o en otras culturas, por ejemplo, nos vemos obligados a
confrontar situaciones y estructuras muy diferentes a las nuestras. Entonces nos damos cuenta
de que podríamos haber tenido, y podríamos tener, valores y aspiraciones completamente
diferentes de los que simplemente damos por sentado. Vista desde una perspectiva
alternativa, nuestra propia posición ya no aparece como inevitable y como el resultado
necesario de algún proceso histórico predeterminado. Es el resultado de numerosas
contingencias (de cosas que, por casualidad, resultaron de una manera u otra y afectaron otros
eventos en consecuencia), y podemos ver que, para el futuro, en realidad tenemos una opción.
La liberación de las limitaciones de la visión de túnel, entonces, puede verse como un
objetivo importante de la historia de las ideas: el estudio del pasado puede usarse
creativamente para el presente y el futuro. Incluso en términos prácticos, la clave de los
problemas actuales puede estar ahí, esperando ser redescubierta. Los pensadores de la Edad
Moderna, por ejemplo, utilizaron el texto recientemente recuperado del poeta romano
Lucrecio en su formulación (o reformulación) de la teoría atómica, que vino a sustentar la
nueva filosofía mecánica; el texto redescubierto de “Sextus Empiricus” en el siglo XVI tuvo
una enorme influencia en el desarrollo del escepticismo moderno; y el inventor Barnes Wallis
afirmó haberse inspirado para una bomba giratoria en la Segunda Guerra Mundial en un
relato del siglo XVII de un intento de disparar un arma en las esquinas. Los aspectos del
pasado, a menudo olvidados e ignorados durante mucho tiempo, esperan una reintegración
imaginativa en nuestras propias síntesis.
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intelectual occidental y destaca una dificultad general en la historia de las ideas, a saber, la
asignación de influencia. Si bien las fechas de publicación de obras como la de Sextus (en
sus diversas traducciones) se pueden determinar, por supuesto, sin referencias directas (en
otras obras, diarios o cartas), el alcance de la influencia real es más difícil de evaluar.
Porque había otras razones para interesarse por el escepticismo y varias motivaciones para
prescribir esa filosofía. Quizás lo más importante, y mostrando nuevamente la interacción de
las ideas con experiencias culturales más amplias, fue el relativismo cultural al que las
personas estaban expuestas a raíz de la exploración y el descubrimiento contemporáneos. La
conciencia de costumbres y valores alternativos impregna el trabajo de escritores como
Michel de Montaigne, un hombre que rara vez se incluye en las historias de la filosofía, pero
que Popkin identifica como un actor destacado en la transmisión de la filosofía escéptica;
pues no sólo leyó, asimiló y reformuló el pensamiento de Sexto, sino que abogó por el
escepticismo como estímulo a la fe en el cristianismo. Cuando todo lo demás se pone en
duda, creía, uno vuelve a las certezas de la religión.
Montaigne es uno de los muchos pensadores citados por Popkin que nunca han alcanzado la
respetabilidad de la inclusión en el canon filosófico, como verdaderamente "significativos"
en la historia de la filosofía; ya este respecto, The History of Skepticism muestra cómo la
historia de las ideas incluye dentro de su alcance a muchos que se deslizarían a través de una
red histórica diseñada para atrapar solo a las figuras que ahora se consideran "principales".
Estos personajes menos conocidos pueden ser particularmente difíciles de evaluar, sobre todo
debido a la escasez de evidencia (y su naturaleza a menudo contradictoria) sobre ellos; y el
mismo Popkin pondera la sinceridad de algunos al hacer sus arrebatos escépticos. ¿Pueden,
por ejemplo, haber profesado sinceramente tanto el escepticismo como el cristianismo? Tales
preguntas nunca pueden ser respondidas definitivamente, pero los historiadores de las ideas,
como Popkin en este caso, intentan evaluar el carácter de sus sujetos en el contexto más
amplio de sus vidas, el estilo de sus escritos y los ejemplos que usan para hacer sus
argumentos; y tratan (sobre todo después de Foucault) especialmente de evitar imponer
categorizaciones y valores anacrónicos a las personas en el pasado.
El propio Montaigne, en todo caso, junto con su seguidor posterior (otro pensador
subestimado cuya importancia ha sido enfatizada por Popkin) Pierre Bayle, favorecieron el
fideísmo: un salto hacia la fe como un escape del tormento de la duda. Eso puede parecernos
una táctica poco probable, pero se convierte, como muestra Popkin, en una de las principales
formas en la modernidad temprana para sortear la crisis escéptica y acomodar demandas
intelectuales aparentemente incompatibles. La otra ruta de escape fue iniciada por otra figura
a menudo olvidada, identificada por Popkin como "una de las figuras más importantes en la
historia del pensamiento moderno", el monje francés Minim, Marin Mersenne. En el centro
de un círculo intelectual que abarcaba luminarias como Descartes, Gassendi, Galileo y
Hobbes, Mersenne estaba bien situada para reconocer las virtudes de la llamada "nueva
filosofía" (que abarcaba la cosmología copernicana y la ciencia mecanicista); y su tarea se
convirtió en reconciliarlos con los argumentos aparentemente incontestables de la filosofía
escéptica. El resultado fue una forma de escepticismo 'mitigado' o 'constructivo' que admitía
el desconocimiento último de las esencias de la naturaleza, pero no obstante permitía
pragmáticamente cierto conocimiento real y útil de sus apariencias. Al igual que con el
posmodernismo, es posible que ya no reclamemos certeza basada en cimientos
inquebrantables, pero podemos adoptar un enfoque de sentido común que nos permita
proceder sobre la base de diversos grados de probabilidad. La ciencia de Mersenne, como
nuestra historia, no es una descripción de la realidad, sino una estructura hipotética que nos
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Publicado en 1997 como parte de una serie de 'Ideas en contexto', Early Modern Liberalism
de Annabel Patterson es notable por ser un trabajo de historia intelectual que no solo toma
pleno conocimiento de la posmodernidad en el estudio histórico, Es decir, el autor está bien
consciente de su propia responsabilidad en la construcción de una narrativa de eventos y
acciones pasadas, tejiendo una red (como ella dice) de ideas y creencias. La historia que ha
elegido contar no estaba allí en el pasado, ya hecha; pero se ha tomado la molestia de
seleccionar del pasado esas reliquias y recuerdos (en forma de varios textos, literarios y
pictóricos) que le permiten presentar un caso que cree que es de importancia contemporánea.
Por lo tanto, la profesora Patterson deja en claro desde el principio que sí tiene un caso que
presentar: el suyo no es, proclama, una investigación académica desinteresada del pasado.
Más bien, ella confiesa fácilmente estar 'en la posición misionera', buscando apoyo para una
agenda liberal en el presente. Eso la aparta inmediatamente de la tradición de la historia
modernista, con su insistencia en el desapego del autor en un tema que niega la propiedad de
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cualquier conexión moral o política; pero, por supuesto, la alinea con la posición
comprometida adoptada anteriormente, como hemos visto, por Richard Popkin. Así como se
estudió el 'escepticismo', no sólo como un desarrollo intelectual, sino como una filosofía
cuyas virtudes aún debían recomendarse, el 'liberalismo' debe verse como algo que todavía
exige nuestra constante apreciación.
El liberalismo (una palabra que en realidad no se usaba en el período en cuestión) se define
en términos de que los seres humanos son naturalmente iguales y tienen los mismos derechos,
derechos a elementos básicos como la libertad física y religiosa, la educación, la justicia, la
elección política y la libertad de expresión. Este es el tipo de cosas que muchos de los posibles
lectores de Patterson probablemente simplemente den por sentadas, de modo que una de las
funciones del libro es demostrar cómo una tradición liberal no surgió naturalmente en
absoluto. Por el contrario, fue algo por lo que hubo que luchar a un costo enorme, algo que
surgió lenta y precariamente frente a los intereses autoritarios creados y, por implicación, es
algo que debe cuidarse y mantenerse con cuidado.
Patterson argumenta, entonces, que el liberalismo en realidad surgió como una respuesta
directa a las injusticias percibidas. Los juicios por traición, por ejemplo, en los que los
hombres fueron procesados por cargos por capricho arbitrario de los monarcas y sus asesores,
fueron vistos como una afrenta a la justicia natural y provocó una resistencia decidida. Una
sucesión de juicios de este tipo se inició en 1553 con el de sir Nicholas Throckmorton, cuya
enérgica autodefensa obtuvo la absolución de un jurado cuyos miembros fueron encarcelados
y fuertemente multados. Raphael Holinshed incorporó un registro del caso Throckmorton a
sus Crónicas y, por lo tanto, pudo actuar como inspiración en el siglo siguiente, cuando
autoridades políticas muy diferentes pero de maneras no diferentes formularon cargos de
traición contra el Nivelador. John Lilburne en 1649, Sir Henry Vane en 1662 y Algernon
Sidney en 1683. Se escribieron y publicaron subrepticiamente relatos de sus juicios y de las
graves injusticias que sufrieron; y estas historias no oficiales o 'secretas' llegaron a constituir
una memoria pública y una tradición de disidencia que luego animó a su vez a las posteriores
víctimas y exponentes del liberalismo.
El trabajo de Annabel Patterson, entonces, no menos que el de Richard Popkin, ejemplifica
en la práctica una serie de cuestiones teóricas planteadas en secciones anteriores; y, más
particularmente, demuestra cómo podría verse bien la historia intelectual en el contexto de la
posmodernidad. Por lo tanto, en la construcción de su narrativa histórica, la autora utiliza una
amplia gama de fuentes, no solo textos literarios convencionales como documentos oficiales,
filosofías canónicas y transcripciones de la corte, sino también poesía, grabados y escritos
recuperados de personas anteriormente menos conocidas. Como ella misma es una intrusa de
formación literaria, claramente tiene poco tiempo para distinciones disciplinarias rígidas, e
insiste en la centralidad de su tema de la 'literatura', incluidas, por ejemplo, las obras
políticamente infundidas de Andrew Marvell y John Milton. Continúa examinando todos sus
textos elegidos con la debida atención a los motivos e intenciones subyacentes de sus
productores, y a sus estilos y dispositivos retóricos. Interesada como está en la difusión de
ideas y la transmisión de una tradición liberal de Inglaterra a las colonias americanas, también
se ha enfrentado a problemas relacionados con la transmisión de ideas y la influencia causal,
produciendo evidencia de contacto personal conocido, referencia directa e inspiración
reconocida; y ha explorado, no sólo escritos más "populares", como periódicos, panfletos,
diarios y correspondencia personal, sino toda una tradición intelectual alternativa en forma
de "historias secretas".
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Las 'historias secretas' son aquellos relatos alternativos de personas y eventos que no logran
ser coherentes con las narrativas ortodoxas. Podrían, por ejemplo, registrar los delitos
sexuales menores de quienes están en el poder o los supuestos delitos políticos menores de
quienes desafían ese poder; ya menudo incorporan 'anécdotas' o episodios ejemplares
particulares de una naturaleza aparentemente privada. Estos a menudo han sido rechazados
y desestimados como evidencia histórica respetable, pero se afirma razonablemente que bien
podrían arrojar luz sobre las partes sombrías de las historias más oficiales. Patterson
argumenta que tales anécdotas, a menudo transmitidas a la posteridad por "personas de
adentro" públicamente motivadas y preocupadas por la gobernabilidad abierta, brindan un
"contrapunto enérgico" a la historia convencional. Pueden incluir a aquellos que de otro
modo permanecerían en la periferia y proporcionar evidencia importante de la opinión
disidente que de otro modo podría haber sido suprimida.
Su interés en la particularidad de las anécdotas es solo un ejemplo de cómo Patterson enfatiza
la naturaleza muy personal de la historia intelectual. Lejos de generalizar sobre 'ideas' e
'influencias' abstractas, revela meticulosamente cómo la tradición del liberalismo fue
construida y transmitida por personas reales, operando dentro y limitada por presiones
sociopolíticas reales. Su argumento, como ella misma aclara, depende en gran medida "de
las personas, no de extraer el pensamiento de su contexto, sino de devolverlo a la cabeza de
los pensadores reales y a las redes causales de las vidas reales" (Early Modern Liberalism, p.
280). Así, por ejemplo, John Adams (el segundo presidente estadounidense) revela en sus
diarios cómo idolatraba a representantes de la tradición liberal europea como Sidney, Milton
y Locke. Pero se dio cuenta de que las suyas no eran solo construcciones teóricas: habían
desarrollado sus teorías en oposición práctica a las tiranías políticas. Y el propio Adams se
preocupó, a su vez, de utilizar esa visión histórica para sus propios fines prácticos al otro lado
del Atlántico.
En esa transmisión transatlántica de ideas, otro gran actor reivindicado por Patterson es
Thomas Hollis. De hecho, es con Hollis, como exportadora de ideas liberales a las colonias
americanas a mediados del siglo XVIII, con quien comienza su historia, desafiando las
limitaciones de la cronología lineal convencional al comenzar esa historia "no desde el
principio, sino casi al final" (Liberalismo moderno temprano, p. 27). Al igual que Richard
Popkin sobre el escepticismo, por supuesto que es muy consciente de los antecedentes
clásicos de su tema, pero para sus propios fines corta la red continua de una tradición continua
con Hollis, para establecer un marco de ideas y argumentos y " ' personas que ayudan a aclarar
e iluminar los desarrollos cronológicamente anteriores en Inglaterra. Así, por ejemplo, Hollis
expresó un enorme entusiasmo por Milton, algunas de cuyas obras editó, y cuyos tratados
revolucionarios donó a la Universidad de Harvard como parte de un compromiso deliberado
con trasplantar la tradición europea del disenso, y es en el contexto del lugar establecido por
Milton en esa tradición que Patterson puede analizar diversas interpretaciones de sus sonetos
y llegar a conclusiones sobre su propia ambivalencia.
Pero, sobre todo, el trabajo de Annabel Patterson se caracteriza por a. autoconciencia sobre
su propósito; y ese propósito no es sólo intelectual, al estimular una mayor conciencia de
esos presupuestos que nosotros mismos damos por sentados, sino también moral y político.
Al investigar las raíces modernas tempranas del liberalismo y mostrar cómo, contra viento y
marea, realmente se afianzaron y crecieron, nos recuerda nuestra deuda con personas
valientes en el pasado y nos alerta sobre la debilidad de nuestro propio control sobre lo que
es, con demasiada frecuencia, podemos suponer que son los "derechos" naturalmente
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otorgados por una tradición liberal. Escribiendo sobre John Locke, pregunta
deliberadamente: "¿Y qué hay de nuestras propias perspectivas de tolerancia?" (Liberalismo
moderno temprano, p.250). Es decir, se preocupa, a través de su historia, de inspirar una
acción consciente y liberalmente orientada en el futuro, y por lo tanto proporciona un modelo
muy positivo para el estudio histórico posmoderno.
La historia de las ideas comparte la posición de la historia de manera más general a principios
del siglo XXI: se debe dar algún sentido al tema en el contexto de los desafíos posmodernos.
Esto implica, en primer lugar, que los historiadores de las ideas están obligados a proceder
de la manera atribuida anteriormente a Mersenne: conscientes de su incapacidad para llegar
a una "verdad" última sobre el pasado, pero capaces, sin embargo, pragmáticamente, de hacer
algún progreso en aspectos prácticos. Son esos aspectos prácticos de los que se ocupa la
segunda implicación principal del posmodernismo: ¿cuál es el sentido de todo esto? Y, como
hemos sugerido anteriormente, eso no es difícil de responder. Al tratar de comprender los
desarrollos intelectuales y las transformaciones en el pasado, las formas en que un conjunto
de ideas es reemplazado gradualmente o más repentinamente por otro, tanto a nivel personal
como público: ahora podemos obtener una idea de nuestros propios procesos de pensamiento,
presuposiciones, creencias a veces inconsistentes y motivaciones. Al estudiar a otras
personas en otros tiempos y en otras culturas, nos enfrentamos a alternativas y a aquellos que
han luchado por asimilar ideas que inicialmente parecían ajenas. Podemos, por lo tanto, llegar
a ver su historicidad y contingencia (y la nuestra), y así ser empoderados para tomar alguna
acción para el futuro; y es casi seguro que ese futuro requerirá una apertura a las ideas hace
mucho tiempo descartadas de la tradición intelectual occidental. Annabel Patterson ha escrito
(Early Modern Liberalism, p. 215) sobre la necesidad de 'los actos combinados de memoria
e imaginación, pensar hacia atrás para pensar hacia adelante'; y eso bien podría establecer la
agenda para el estudio histórico en la posmodernidad.
En ese contexto, podríamos volver a Geoffrey Elton, quien describió a los historiadores de
las ideas como "una minoría vociferante". Eso no pretendía ser un cumplido por parte de un
hombre que fácilmente admitió que "los buenos historiadores no son principalmente hombres
de ideas". 381¿Pero puede sugerir una aspiración adecuada para los historiadores intelectuales
del siglo XXI?
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El 18 de marzo de 1920, Virginia Woolf recordó a los lectores del "venerable Times Literary
Supplement" que, a pesar de la existencia de trabajos aislados sobre la historia de las mujeres
(uno de los cuales ella había reseñado ese día), la vida y la condición de las mujeres en la
historia permanecían ocultas en profunda oscuridad: "Ha sido de conocimiento común
durante siglos que las mujeres existen, tienen hijos, no tienen barba y rara vez se quedan
calvas", escribió Woolf con ingenio mordaz, "pero salvo en estos aspectos, y en otros en los
que se dice que son idénticas a los hombres", sabemos poco de ellos y tenemos poca evidencia
sólida sobre la cual basar nuestras conclusiones. Además, rara vez somos desapasionados.382
Y, de hecho, aparte del trabajo de algunas pioneras inconformistas, a quienes la historia de
las mujeres les ofreció un terreno nuevo y desafiante (Mary Beard, Ivy Pinchbeck, Leon
Abensour, Alice Clark, Olive Schreiner), la historia de las mujeres continuó languideciendo
en las sombras de las cuales Woolf se había quejado hasta la década de 1960, cuando los
primeros movimientos de renovado activismo político (la muy cacareada "segunda ola" del
feminismo) dirigieron la atención sostenida de historiadores y activistas hacia la recuperación
y el análisis de aquellos que permanecieron "ocultos de la historia".
La historia de las mujeres ha recorrido un largo camino desde que Woolf subrayó nuestra
asombrosa ignorancia sobre el tema, ya que con el resurgimiento de la militancia feminista a
fines de la década de 1960 llegó una gran cantidad de investigaciones sobre las mujeres tanto
en Europa como en los Estados Unidos. Mucho se ha escrito ya sobre esta fase inicial de
'acumulación originaria', donde académicas y activistas se dedicaron a demostrar con
amplitud que las mujeres sí tenían una historia, y que, además, recuperar ese rico y variado
pasado tenía el potencial de reconfigurar el contornos de la historia oficial 'masculina'. Por
lo tanto, este artículo se centrará en la evolución de la escritura histórica sobre las mujeres
desde mediados de la década de 1980. Comienza con una breve reseña de los desarrollos a lo
largo del período 1975-2000, centrándose en particular en el surgimiento de la historia de
género de la historia de las mujeres, y en la forma en que el desafío postestructuralista ha
reconfigurado progresivamente tanto los métodos como los objetos de investigación en el
campo desde finales de la década de 1980. Luego pasa a un análisis más detallado de dos
obras: "Family Fortunes: Men and Women of the English Middle Class, 1780-1850" de
Leonore Davidoff y Catherine Hall y "Oedipus and the Devil: Witchcraft, Sexuality and
Religion in Early Modern Europe” de Lyndal Roper, con el fin de ilustrar algunas de las
formas en que las historiadoras feministas han utilizado el concepto de género para abrir
dominios de investigación completamente nuevos, al mismo tiempo que desarrollan nuevas
perspectivas en los campos de investigación existentes.
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Estados Unidos y Europa. '1973: el primer curso sobre mujeres en Jussieu', recuerda Michelle
Perrot.
El 7 de noviembre, Andree Michel abrió fuego con una conferencia sobre 'La mujer y la
familia en las sociedades desarrolladas'. La sala de conferencias estaba abarrotada, la
atmósfera caldeada por la hostilidad de los estudiantes izquierdistas (varones) para quienes
el estudio de las mujeres era solo una distracción del verdadero trabajo de la revolución. 383
Pero tal resistencia simplemente alimentó la determinación de las académicas feministas de
recuperar su propia historia, una historia que había sido injustamente desterrada de la vista,
una historia que podría servir para reforzar la política feminista al ofrecer una explicación
históricamente fundamentada de la identidad de las mujeres como un grupo distinto de los
hombres. A medida que se acumularon las publicaciones, las historiadoras feministas
abandonaron su vacilante pregunta inicial: '¿Es posible escribir una historia de las mujeres?'
(¿Y cómo podría ser?) hacia la formulación más segura de que escribir una historia sin
mujeres fue un esfuerzo ciertamente temerario, porque sería apenas contar la mitad de la
historia. Impulsadas por un entusiasmo que era a la vez político e intelectual, académicas,
estudiantes y activistas feministas se comprometieron en proyectos individuales y colectivos
de investigación y enseñanza cuyos resultados acumulados, y a veces inesperados, no
siempre encajaban sin problemas en las narrativas existentes de la historia. El problema de
integrar la 'historia de las mujeres' pronto llevó a las académicas feministas a desafiar los
contornos tradicionales de su disciplina al plantear una pregunta nueva y difícil: '¿Es la
historia de las mujeres simplemente un "suplemento inocuo" de las narrativas existentes, o la
integración de estas nuevas historias y perspectivas exigen que las propias estructuras
analíticas sean remodeladas?' Porque si, como sugería el creciente cuerpo de estudios sobre
las mujeres, la identidad de género no era un hecho biológico sino una creación social e
histórica, entonces la tarea del historiador ya no era simplemente agregar mujeres a una
narrativa existente cuyos contornos eran familiares. Más bien, su tarea ahora era excavar los
significados precisos que la feminidad y la masculinidad han tenido en el pasado, demostrar
la evolución de esos significados a lo largo del tiempo y así revelar la naturaleza
históricamente construida de estos conceptos en nuestro mundo actual.
La historia de las mujeres se estaba transformando rápidamente en una historia más amplia
de las relaciones de género, aunque no sin protestas de académicos que temían que el giro
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hacia el género señalara el abandono de la historia de las mujeres como proyecto político
feminista. Y, sin embargo, el movimiento mismo por el cual los historiadores de las mujeres
habían subrayado la naturaleza construida de los roles masculino y femenino en la sociedad
ya había desestabilizado la noción de identidad como una propiedad natural esencial. En este
sentido, la historia del género fue inmanente al desarrollo mismo de la historia de las mujeres,
y las académicas feministas se movieron cada vez más hacia el estudio del género como una
forma de ubicar las experiencias de las mujeres en un contexto más amplio, mientras
defendían la naturaleza de género de toda experiencia humana, y no simplemente la de las
mujeres.
El cambio de la historia de las mujeres a la historia del género a lo largo de la década de 1980
tuvo varias consecuencias importantes, una de las cuales fue contribuir al desarrollo de un
campo de investigación completamente nuevo: el de la masculinidad y los estudios de los
"hombres", un campo que iba a expandirse y desarrollarse rápidamente durante la década de
1990. Pero desencializar la masculinidad y la feminidad al subrayar su construcción histórica
también satisfizo una necesidad intelectual viral de la joven subdisciplina, al sacar estas
categorías del ámbito atemporal de las verdades eternas, donde el dominio masculino y la
subordinación de la mujer estaban inscritos en el orden mismo de las cosas, y devolviéndolos
a la corriente de la historia. De la misma manera, la desencialización de la categoría 'mujer'
cumplió un objetivo político igualmente importante, subrayando el contenido histórico, y por
lo tanto cambiante, no necesariamente de la categoría 'mujer' tal como se despliega en la
política contemporánea y la política social.
Finalmente, se argumentó que el giro hacia el género le daría a la erudición feminista un
mayor impacto en la forma de la propia disciplina histórica. Porque a mediados de la década
de 1980, estaba claro que la historia de las mujeres por sí sola no había logrado transformar
las bases epistemológicas de la disciplina histórica, a pesar de la convicción de muchas
historiadoras feministas de que la integración de la historia de las mujeres hacía inevitable
tal transformación. Más bien, la historia de las mujeres estaba siendo investigada y enseñada
junto con las narrativas estándar de la historia 'real' sin afectar esas narrativas de manera
fundamental. Se argumentó que la única forma de salir de este gueto intelectual era dejar de
centrarse exclusivamente en las mujeres y seguir, en cambio, la construcción mutua de
masculinidades y feminidades a medida que evolucionaban con el tiempo. Basándose en gran
medida en el juego de herramientas del antropólogo, los historiadores del género buscaron
convertir el estudio de la división sexual en un instrumento de análisis histórico
argumentando que tales divisiones tienen sus raíces en una división sexual más global del
espacio social, simbólico y político. Cualquier historia digna de ese nombre tendría que
abandonar en adelante el pretexto de que lo masculino representa una historia neutral y
universal de la especie, mientras que lo femenino sigue siendo el objeto particular de una
política identitaria reivindicativa. Más bien, los historiadores de cualquier tema, ya sea
militar, social, político o diplomático, en adelante tendrían que identificar la constitución de
género de su objeto de análisis, demostrar cómo se ha codificado en masculino o femenino,
y luego explicar cuáles han sido las consecuencias de esa generización para su evolución en
el tiempo. Porque el género (a diferencia de las mujeres) estaba en todas partes, o eso decía
la teoría.
El deseo de las académicas feministas de hacer visibles a las mujeres en la historia dio como
resultado, en última instancia, una visión conceptual más amplia de la distinción social de
los sexos; un concepto menos militantemente centrado en la mujer, quizás, pero que sin
embargo ha alterado la práctica histórica, no solo entre las académicas feministas sino
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203
también entre muchos de sus colegas masculinos. La política feminista y las demandas
académicas permanecieron así estrechamente entrelazadas en la historia intelectual de la
disciplina, incluso cuando sus practicantes se alejaron de los detalles de la historia de las
mujeres hacia una historia más universal del género, entendida como un aspecto fundamental
del ser social y el orden social.
A lo largo de esta fase inicial de su desarrollo, la historia de las mujeres se había subido a la
ola de la historia del pueblo, que, alimentada por una serie de corrientes (en particular, la
Escuela Annales y el movimiento de la "nueva" historia social) alcanzó su punto máximo en
la década de 1960 y principios de la de 1970. En esta, la edad de oro de la historia social,
donde los académicos se esforzaron por restaurar las voces de la gente común en la historia,
las mujeres encontraron su lugar como un ejemplo principal de lo que generalmente no se
escucha en los libros de texto estándar de historia. Además, el vínculo con la historia social
dio a la historia de las mujeres una fuerte orientación hacia la historia del trabajo, una
orientación que fue reforzada por la convicción, común a las feministas de los años 70 en
Europa y Estados Unidos, de que una clave para la liberación de las mujeres de la dominación
patriarcal de los padres y los maridos radican en encontrar un empleo remunerado fuera del
hogar.
La historia social y laboral continuarían dominando los campos emergentes de la historia de
las mujeres y el género hasta finales de la década de 1980, momento en el que los
historiadores en general, y los historiadores de las mujeres y el género en particular,
comenzaron a alejarse de la historia social, con su base en formas de análisis
macroestructural. (estructuras sociales y económicas como determinantes del
comportamiento individual), hacia formas de análisis más culturales y discursivas, a menudo
basadas en contextos más microhistóricos. Gracias a su recurso de larga data a la noción de
construcción social en el estudio de las masculinidades y feminidades pasadas, las
historiadoras feministas se encontraron en la vanguardia de este movimiento
postestructuralista más amplio en el análisis histórico. Porque en el mismo momento en que
las críticas feministas a una historia esencializadora de las mujeres estaban impulsando el
crecimiento y la elaboración de la historia de género, toda la disciplina de la historia social
estaba comprometida en su conjunto en la búsqueda de formas más matizadas de abordar las
relaciones entre lo social, lo material y aspectos culturales de la historia. Frustrados por los
límites de las perspectivas anteriores, impulsadas por las ciencias sociales y/o marxistas, los
académicos de toda la disciplina enfatizaron cada vez más la importancia del juego entre la
representación y la realidad social. Aquí, el uso de la noción de construcción social (en este
caso de sexo/género) se convirtió en una forma de navegar entre los dos.
En un momento en que la disciplina de la historia social estaba superando los límites de
modelos y conceptualizaciones anteriores, las historiadoras feministas se forjaron un papel
de vanguardia como innovadoras teóricas y metodológicas, desarrollando nuevos enfoques
fructíferos basados en conocimientos psicoanalíticos de la formación de la identidad de
género y en las percepciones de los grupos de concienciación feministas radicales sobre la
naturaleza inherentemente política de las relaciones domésticas de género, que son, después
de todo, relaciones de poder. El desafío feminista a categorías sociales estables como hombre
y mujer, logrado a través del estudio histórico de las relaciones de género tal como han
cambiado en el tiempo, precedió así a la llegada de la teoría postestructuralista a los
departamentos de historia, que llegó con el elegante estandarte de la "teoría francesa".
Aunque dicha teoría había florecido en los departamentos de lengua y literatura desde finales
de la década de 1970, el mensaje llegó a la historia bastante tarde, transmitido en particular
203
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por Joan Wallach Scott en su famoso ensayo 'Género: una categoría útil de análisis histórico',
publicado por primera vez en la "American Historical Review" en 1986.
Las historiadoras feministas desempeñarían así un papel destacado en los debates teóricos y
metodológicos que sacudieron la disciplina desde finales de los años ochenta hasta mediados
de los noventa. Como veremos, estos debates trastornarían las certezas epistemológicas sobre
las que la historia había descansado confiadamente, en particular la idea de que las fuentes
textuales nos brindan una ventana directa al pasado. Al mismo tiempo, desafiaron la síntesis
original de erudición y política que había caracterizado la historia de las mujeres y el género,
poniendo en duda la noción de que en el centro de cada sujeto individual se encuentra una
identidad estable y coherente. Con el fin de explorar más concretamente lo que ha significado
para la práctica de la historia de las mujeres y el género el giro de la historia de las mujeres
a la del género, y el posterior compromiso con el posestructuralismo, la siguiente sección de
este capítulo se centra en la evolución del campo en Inglaterra. Elijo explorar este caso más
de cerca en parte porque proporciona el contexto historiográfico específico para un análisis
del magistral estudio de Davidoff y Hall sobre el género en la creación de la clase media
inglesa, un texto clave en el desarrollo y despliegue del género como herramienta de análisis
histórico. Pero también utilizo este estudio de caso específico para demostrar en
descarrilamiento que el cambio de la historia social a la cultural, del análisis de la experiencia
al análisis del discurso y la construcción de categorías sociales, ha tenido consecuencias
importantes para la forma del campo como un todo, desplazando la atención de las historias
basadas en las experiencias de las mujeres (sobre todo del trabajo) a los análisis de la
construcción de género de las categorías básicas que han dado forma a nuestras percepciones
de la vida civil y política. Por supuesto, este cambio tuvo sus paralelos en los Estados Unidos,
Francia y Alemania, donde a partir de 1990, numerosos historiadores se alejaron cada vez
más del análisis macroestructural hacia estudios más culturales y de nivel micro. Pero sólo
explorando las particularidades de una sola tradición historiográfica se pueden documentar
con precisión los efectos que ha tenido el giro de las formas de análisis social a las culturales
y discursivas sobre las formas y los objetos del análisis histórico en general, y del análisis
histórico feminista en especial. Luego, el capítulo se cierra con una breve discusión de los
ensayos profundamente escrutadores de Lyndal Roper sobre el género, la brujería y la
reforma religiosa en el Augsburgo del siglo XVI. Aunque escritos a principios de la década
de 1990, cuando el tormentoso debate sobre el posestructuralismo estaba en su apogeo, estos
ensayos miran más allá de ese momento y establecen una agenda desafiante para los
historiadores del género que, en mi opinión, aún no ha terminado.
El campo de la historia de la mujer en Inglaterra tomó forma por primera vez dentro de la
gran tradición de la historia social y socialista de la vida y el trabajo de la clase obrera. Era
una tradición intelectual y políticamente vibrante, que había dado lugar a mediados de la
década de 1960 a una "nueva" historia social que enfatizaba la agencia de la clase trabajadora
para hacer su propia historia. La base epistemológica de esta 'nueva' historia social
descansaba en la famosa articulación de Edward Thompson entre agencia y estructura, entre
experiencias (de explotación), identidad social (conciencia de clase) y política. La clase se
entendía así como un proceso dinámico puesto en marcha tanto por agentes individuales
como por condiciones materiales. Para los nuevos historiadores sociales, entonces, la
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205
La historia de las mujeres inglesas echó así sus primeras raíces institucionales y
epistemológicas en el movimiento socialista por la historia de un pueblo, organizado en torno
a una nueva historia social que, aunque metodológicamente innovadora en varios frentes,
siguió siendo en gran medida una historia de hombres. Dominadas por imágenes de mineros
con pecho de barril que se echan al hombro sus hachas, o de trabajadores metalúrgicos
cubiertos de hollín martillando como demonios ante las rugientes llamas de la fragua, las
narrativas iniciales producidas por los nuevos historiadores sociales parecen haber olvidado
que el primer proletariado industrial de la nación, llamado a trabajar en los cobertizos de
tejido de Lancashire a principios del siglo XIX, era predominantemente femenino. Solo con
el florecimiento de la erudición feminista-socialista después de 1968, esta imagen comenzó
a cambiar lentamente, a medida que las figuras de mujeres, inclinadas en los campos o de pie
en el telar, fueron gradualmente restauradas a la vista.
Durante los próximos diez años más o menos, la mayoría de las académicas feministas en
Gran Bretaña continuaron trabajando al margen de la universidad, enseñando historia en la
educación de adultos o en los centros vecinales para mujeres mientras participaban en una
floreciente serie de asociaciones autónomas que surgieron en torno a la historia de mujeres:
El Centro de Investigación y Recursos de la Mujer en Londres (que luego se convirtió en la
Biblioteca Feminista), el Archivo Feminista (Bath), el Archivo Lésbico (Manchester),
numerosos grupos informales de historia feminista que se reunieron en Londres, Bristol,
Brighton y Manchester ( por nombrar algunos), y Virago Press, dedicada a publicar nuevos
trabajos sobre la historia de las mujeres y al mismo tiempo reeditar hermosas ediciones de
trabajos agotados. 'Los márgenes pueden ser un terreno muy productivo', escribió Catherine
Hall en 1992, 'un espacio desde el cual desafiar lo establecido y desarrollar nuestras propias
perspectivas, construir nuestras propias organizaciones, confirmar nuestras propias
colectividades'. 384 Para las académicas feministas de la década de 1970, esta marginalidad
también sirvió para recordarles el propósito político general de la historia de las mujeres:
restaurar las voces de las mujeres en la historia mientras se utilizan estos descubrimientos
para transformar las relaciones de género actuales.
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Una mirada a dos obras clásicas de este período ilustra la forma que asumió la preocupación
general de las historiadoras feministas por el mundo del trabajo y por la relación a menudo
tensa entre las feministas socialistas y sus camaradas masculinos, bajo la apariencia de la
historia. "One Hand Tied Behind Us", de Jill Liddington y Jill Norris, relata así la historia
hasta ahora no contada del movimiento de sufragio radical entre las trabajadoras textiles en
el Lancashire de principios de siglo. 386 Ambos autores enseñaban en educación de adultos
en Manchester en ese momento (1978), y su libro es el fruto de un enorme trabajo de
investigación realizado en archivos locales y a través de entrevistas con las hijas y nietas
sobrevivientes de activistas locales como Selina Cooper y Doris Chew. Agobiadas por una
doble carga de trabajo doméstico y fabril, estas mujeres buscaron el voto no solo como un
fin en sí mismo, sino como un medio para el fin más amplio de mejorar las condiciones de
vida y trabajo de los hombres, mujeres y niños de la clase trabajadora. Así pues, las
sufragistas radicales de Lancashire lucharon igualmente duro para obtener esos derechos
sociales y económicos que consideraban tan importantes como el simple derecho al voto:
igual salario, mejores oportunidades educativas, control de la natalidad, asignaciones para
los hijos y el derecho a trabajar en igualdad de condiciones con hombres. Para reconstruir la
historia de este movimiento casi olvidado, Liddington y Norris tuvieron que escribir en contra
de la historia convencional de actos heroicos exclusivamente de clase media propagados por
primera vez por activistas de clase media y basados en Londres como Sylvia Pankhurst y
Rachel Strachey, sufragistas militantes para quienes el activismo social y político de las
trabajadoras no era más que un eco distante de su propia lucha, más estrechamente basada en
el voto.387 Inspiradas en las convicciones del feminismo socialista de los años 70, y sostenidas
por las estructuras de la educación popular en una región densamente poblada por
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trabajadores textiles jubilados, Liddington y Norris utilizaron sus contactos en el medio para
recuperar el carácter no escrito de un movimiento político, liderado por las propias mujeres
trabajadoras, en el que la política feminista y la lucha de clases estaban indisolublemente
unidas.
Eve and the New Jerusalem: Socialism and Feminism in the Nineteenth Century de Barbara
Taylor explora el encuentro entre el feminismo y el socialismo owenista en la Inglaterra de
principios del siglo XIX en lo que es, en última instancia, una meditación sostenida sobre la
relación a menudo tensa del feminismo con el socialismo. El estudio ricamente documentado
de Taylor muestra cómo la crítica moral de Owen a la desigualdad de género dentro de la
familia constituyó un pilar esencial del llamado socialismo "utópico" en las décadas de 1820,
1830 y 1840. A diferencia de los socialistas "científicos" de finales del siglo XIX, para
quienes la lucha por la igualdad de género siempre estuvo subordinada a la lucha de clases,
los socialistas owenianos colocaron la liberación de la mujer en el centro de su proyecto
político para liberar a toda la humanidad de todas las formas de opresión y desigualdad, ya
sean de clase o de género. Una vez más, se pueden leer las preocupaciones y el descontento
de las feministas socialistas de la década de 1970 en el estudio de un movimiento marginado
desde hace mucho tiempo en el que la liberación de la mujer formaba parte integral de la
lucha más amplia, y no solo una coda, dejada a la tierna (y estudiadamente vagas) mercedes
de 'después de la revolución'.
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género. La adopción del género como categoría central de análisis resolvería así algunas de
las dificultades epistemológicas que habían perseguido la historia de las mujeres desde sus
orígenes, no sin, sin embargo, sin plantear varios problemas epistemológicos nuevos propios.
La publicación, en 1987, del influyente libro de Leonore Davidoff y Catherine Hall, Family
Fortunes: Men and Women of the English Middle Class, 1780-1850, marcó un momento
decisivo en el giro hacia la historia del género en Inglaterra y en la difusión del género hacia
el exterior en la práctica histórica de manera más amplia. Producto de casi diez años de
colaboración entre la historiadora (Hall) y la socióloga (Davidoff), Family Fortunes relata en
detalle la formación de las clases medias provinciales en la Inglaterra de principios del siglo
XIX, un proceso cuyas raíces se encuentran, argumentan los autores, en la separación
progresiva del espacio público (masculino) del ámbito privado y dominado por las mujeres
del hogar de clase media. En el corazón del libro se encuentra la ambición de analizar la
construcción de identidades de género dentro de una sociedad particular, con la identidad
concebida como el vínculo entre la psicología individual y la colectividad más amplia. En
este sentido, Family Fortunes contribuyó poderosamente no solo a la difusión más amplia
del género como herramienta de análisis histórico, sino también al giro a fines de la década
de 1980 hacia la subjetividad como objeto de estudio histórico.
Por supuesto, la idea de esferas masculinas y femeninas separadas estaba lejos de ser nueva
en 1987, ya que las académicas feministas de toda Europa y los Estados Unidos habían
utilizado durante mucho tiempo el modelo como una descripción de la organización social
de la clase media, o al menos, de su versión ideal, en las sociedades occidentales modernas.
Lo nuevo fue la ambición de Hall y Davidoff de poner al descubierto y analizar los
fundamentos de género de grandes procesos sociales como la formación de clases:
“No solo queríamos volver a poner a las mujeres en una historia de la que habían sido
excluidas, sino reescribir esa historia para que se dé un reconocimiento adecuado a las formas
en que el género, como eje clave de poder en la sociedad, proporciona una comprensión
crucial de cómo se estructura y organiza cualquier sociedad.
Escribió Catherine Hall unos cinco años después de la publicación de Family Fortunes
¿Cuál era la relación específica de las mujeres con las estructuras de clase y cómo debería
definirse la posición de clase de las mujeres? ¿Cómo se dividió la clase en género...? ¿Los
hombres y las mujeres tienen diferentes identidades de clase? ¿Son iguales sus formas de
conciencia de clase y de solidaridad de clase? ... ¿Tienen las mujeres una identidad como
mujeres que traspasa formas de pertenencia de clase?
constituye uno de los aspectos más originales del argumento de Hall y Davidoff. Entre otras
cosas, permite a los autores documentar con cierto detalle las visiones muy particulares de la
masculinidad y la feminidad que surgieron en este mundo de evangélicos de clase media;
visiones que no eran necesariamente (de hecho, casi nada) congruentes con las de la
aristocracia terrateniente, por un lado, o las de los trabajadores pobres por el otro. La religión
evangélica dio así un significado moral específico a la segregación estricta y genérica del
espacio y la actividad, a la actividad productiva de los hombres en el mundo y a la
dependencia económica de las mujeres, que permanecían cerca del hogar y sostenían en alto
la llama pura de la domesticidad. Aquí, el esposo piadoso siempre encontraría un retiro
moralmente edificante de la inevitable mancha de manos y espíritu que implicaba su
implicación en los mundos competitivos y traicioneros de los negocios y la política. A lo
largo de las décadas que cubre Family Fortunes, el género y la clase se construyen y
reconstruyen perpetuamente en relación uno con el otro y en el contexto de la separación de
género de lo público y lo privado. Y esto, a su vez, implica que la conciencia de clase tanto
de hombres como de mujeres debe, necesariamente, adoptar formas de género.
Con su asombrosa capacidad para revelar y analizar los fundamentos de género de procesos
sociales tan fundamentales como la formación de clases, el libro de Hall y Davidoff se
convirtió en un clásico casi de la noche a la mañana. Se enseñó ampliamente en los cursos
universitarios desde finales de la década de 1980 en adelante, y no solo en los estudios de la
mujer sino también en las clases de historia general. Sin embargo, Family Fortunes también
generó críticas sustanciales, a menudo de historiadoras feministas que criticaron el modelo
de esferas separadas por su lógica funcionalista, así como por su proximidad a la visión del
mundo de los mismos burgueses a quienes pretende analizar. Y, de hecho, hay algo
profundamente inquietante en la pacífica armonía con la que se desarrolla la historia de la
división complementaria de lo público y lo privado. Es una historia en la que todo atisbo de
dominación masculina como problema político se desvanece detrás de las cómodas armonías
de la complementariedad de género. Es una historia que, como observó astutamente Carolyn
Steedman:
“repite el imperativo del Bildungsroman, que, en sus múltiples formas, simboliza típicamente
el proceso de socialización, y hace que sus personajes y lectores realmente quieran hacer lo
que tienen que hacer de todos modos (estar casado, tener hijos, limpiar las escaleras...)”389
Sin embargo, el modelo de esferas separadas era seductor, una estructura de clasificación
binaria que permitía a las investigadoras feministas ir más allá de la historia social e integrar
a las mujeres y el género en historias más políticas así como, en particular, en los estudios de
los contornos de género de la ciudadanía social y política. Los estudios sobre las relaciones
entre hombres y mujeres y sobre la construcción de identidades de género en una amplia
gama de contextos sociales comenzaron a multiplicarse rápidamente, y la historia de las
mujeres y el trabajo perdió inexorablemente su posición privilegiada en la investigación
feminista.
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y están constituidas por estructuras sociales jerárquicas". 391El género se convierte así en una
'forma primaria de significar las relaciones de poder... una de las referencias recurrentes a
través de las cuales el poder político ha sido concebido, legitimado y criticado'.. Además, 'el
género se refiere y establece el significado de la oposición hombre/mujer'. 392
A la luz de estas reflexiones, el 'género' en su encarnación histórico-social (las relaciones
sociales de los sexos, la división sexual del trabajo) sufriría una seria transformación
conceptual a medida que las feministas posestructuralistas desplazaran el acento de lo social
a la construcción discursiva de categorías, incluyendo las identidades de género y la categoría
de 'mujeres' como una colectividad evidente. En adelante, el objetivo de la historia de género
ya no sería el de recuperar o reconstruir las experiencias de las mujeres en el pasado, sino el
de rastrear el proceso mediante el cual se han producido discursos sobre la masculinidad y la
feminidad a lo largo del tiempo. La categoría de experiencia, sobre la que reposaban las
narrativas de la historia social y de género, fue así descartada como parte integrante de una
historia social gastada y positivista que había sido privada (desde 1989) de toda legitimación
marxista. De hecho, para algunos de los partidarios más radicales del feminismo
postestructuralista, la experiencia no existe realmente como tal. Más bien, las nociones de
experiencia, y de la subjetividad misma, son en sí mismas productos de procesos discursivos
que posicionan a los individuos en relación con formaciones discursivas, y así producen tanto
sus experiencias como su sentido de poseer un yo interior 'verdadero'. Los objetos reales de
la investigación histórica están entonces constituidos por los discursos que organizan las
experiencias, y no por las experiencias mismas. 393
El giro hacia la historia cultural y los modos discursivos de análisis se encontró con una
reacción marcadamente dividida en los departamentos de historia de Inglaterra a principios
de la década de 1990: por un lado, un rechazo defensivo de lo que algunos percibían como
una deconstrucción perversa de toda la empresa histórica; por el otro, un considerable
entusiasmo por parte de aquellos historiadores que, desde finales de los años setenta, habían
estado viviendo con inquietud la creciente "crisis" de la historia social. 394 Esta crisis fue
epistemológica, arraigada en la creciente incomodidad de los historiadores con la visión
determinista del vínculo entre la experiencia individual y la identidad social en el que
descansan tantas narrativas de la historia social. Después de todo, no está nada claro que una
experiencia particular inevitablemente dará lugar en la conciencia individual a una identidad
social y no a otra. De hecho, una vez que uno abandona toda noción de una relación
completamente determinada entre los dos, entonces se abre una inquietante brecha
explicativa entre la autopercepción individual y las estructuras 'objetivas' de la sociedad y la
economía. Mientras los académicos estuvieran preparados para suponer que el paso del
proceso cognitivo interno a la identificación social externa estaba completamente
determinado, tal brecha no fue visible. Sin embargo, a fines de la década de 1970, los
historiadores ya no estaban tan seguros, ya que los debates sobre problemas como la "falsa
conciencia" (una forma de explicar a aquellos trabajadores que, en un aparente fracaso en
comprender las consecuencias políticas de su posición de clase, votan por el Partido
Conservador) llevó a los académicos a cuestionar cada vez más la naturaleza determinista de
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la cadena epistemológica que une la conciencia individual a las identidades colectivas más
grandes.
Mucho antes de la llegada de la teoría postestructuralista, los historiadores sociales ya tenían
serias dudas sobre el poder explicativo de categorías como "experiencia". No es de extrañar
que el mensaje posestructuralista encontrara oídos receptivos en los departamentos de
historia ingleses. De hecho, para algunos (ex-)historiadores sociales, el estudio del discurso
se convirtió en la única forma posible de hacer historia, una historia que se centraba en los
"aspectos discursivos de la experiencia" y en el análisis de la lógica discursiva dentro de la
cual se producían las identidades individuales. 395
Las historiadoras feministas en Inglaterra también estaban divididas frente al ataque
postestructuralista sobre las certezas de la experiencia. Por lo tanto, el 'rechazo de lo real' de
los postestructuralistas presentó problemas prácticos y genuinos para los estudiosos (tanto
feministas como no feministas) que se habían criado dentro de las tradiciones empiristas que
durante mucho tiempo han dado forma a la investigación histórica inglesa. Además, muchas
académicas feministas desconfiaban francamente de la afirmación de que nuestra
comprensión de la intersección entre género y poder había surgido exclusivamente del
pensamiento postestructuralista. Después de todo, ¿no habían generado los grupos feministas
de concientización, con su énfasis en lo personal como político, tanta comprensión del
binomio poder/conocimiento como lo habían hecho los enrarecidos debates del
posestructuralismo? Pero al final, fue el profundo antihumanismo de las afirmaciones más
extremas del postestructuralismo lo que provocó la reacción más aguda de las historiadoras
feministas, para quienes un enfoque que predicaba el análisis del discurso en lugar de la
actividad humana y la conciencia era profundamente desagradable. Aunque fuertemente
atraídas por la perspectiva de la ampliación del alcance analítico del género para incluir
análisis de género de los fundamentos de la organización social y política, muchas
académicas feministas permanecieron ambivalentes ante la demanda radical de los
postestructuralistas de un abandono completo del estudio de los fenómenos y experiencias
sociales en favor de una especie de historia cultural que parecía completamente replegada
sobre sí misma, circularmente autorreferencial y absorbida por juegos de palabras
lingüísticos. 396
Sin embargo, a pesar de estas reservas, el posestructuralismo y la crisis en torno al propio
"giro lingüístico" de Inglaterra han dejado huellas duraderas en los métodos y objetos de la
investigación histórica, colocando el análisis de representaciones y discursos firmemente en
la agenda mientras desvían los ojos de los historiadores del análisis de experiencia social
"tout court" hacia más historias culturales de identidad política y nacional, de ciudadanía y
de las fuerzas múltiples (ya veces en competencia) de raza, clase y género en la formación
de esas identidades. A raíz de los debates a menudo violentos en torno al postestructuralismo,
las historiadoras feministas están trabajando en una gama de temas constituidos de manera
diferente y están extrayendo sus técnicas de un conjunto de herramientas cada vez más
ecléctico. Porque si las diferencias epistemológicas básicas entre postestructuralistas y anti-
postestructuralistas no han encontrado una resolución real (ni podrían, al estar basados en
ontologías fundamentalmente opuestas), el ruido y la furia que asistieron a estos debates
durante el período 1988-1994 han disminuido desde entonces, dejando a los historiadores
para continuar con su trabajo como puedan.
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Sin embargo, incluso en esta era teóricamente más heterodoxa, algunos de los temas que
dividieron a las feministas postestructuralistas de sus colegas no (o anti-) postestructuralistas
siguen encontrando expresión, aunque en términos menos polémicos y más fundamentados
históricamente. Por lo tanto, aquellos historiadores del género que quisieran tomar la ruta
más puramente constructivista continúan enfrentándose a algunas dificultades
epistemológicas muy reales, en particular el hecho de que el género, entendido como una
construcción puramente discursiva, no puede en sí mismo explicar el cambio. Si, por ejemplo,
se entiende que las identidades sexuales se producen únicamente a través de procesos
discursivos, entonces, ¿cómo vamos a dar cuenta de los cambios en dichas identidades a lo
largo del tiempo? Sin alguna forma de vincular el proceso discursivo con la experiencia
social, los historiadores no pueden dar cuenta de los significados cambiantes de masculino y
femenino. Este es sin duda el problema más grave que la postura radicalmente constructivista
(Scott, Butler) ha dejado a los historiadores del género. Porque si bien la performatividad y
las subjetividades interminables que son el producto puro del posicionamiento discursivo no
plantean un problema a priori para el análisis literario, son de uso limitado para los
historiadores, quienes necesitan herramientas que les permitan dar cuenta del cambio en el
tiempo. Algunos académicos han tratado de resolver este problema vinculando el género a
otra categoría más dinámica que puede explicar el cambio (la clase es el ejemplo obvio aquí).
Lyndal Roper propone una solución bastante diferente, sugiriendo que busquemos alguna
manera de entender el género como una construcción discursiva y como una experiencia
psíquica/corporal real.
Por lo tanto, me gustaría cerrar con una breve mirada a la obra de Lyndal Roper, centrándome
en particular en su Edipo y el diablo (1994); un conjunto de ensayos muy sugerente que juega
con muchos de los debates en torno al postestructuralismo sin enredarse realmente en sus
trampas filosóficas. Más bien, Roper se apega mucho a su objeto histórico y utiliza con gran
eficacia una amplia gama de ideas teóricas para desarrollar enfoques fructíferos e
imaginativos a las nuevas preguntas que plantea sobre su material. Al hacerlo, plantea
algunas preguntas inquisitivas sobre la capacidad del género, en su encarnación puramente
constructivista, para servir como herramienta de análisis histórico.
"Oedipus and the Devil" reúne una serie de ensayos sobre brujería, religión y sexualidad en
la Alemania moderna, escritos entre 1988 y 1992. Cuando se leen juntos, estos ensayos
ofrecen una meditación sostenida sobre el papel de lo irracional y lo inconsciente en la
historia, sobre la importancia del cuerpo y sobre la relación de estos dos con la diferencia
sexual. Lo hacen a través de una serie de estudios de caso extraídos de la Reforma y la
Contrarreforma de Augsburgo que involucran la maternidad, la brujería, la posesión, la
masculinidad y la sexualidad, "todos los campos en los que el género está en juego, y donde
la relación de la psique y el cuerpo están en juego". 397 Roper propone así nada menos que
una historia cultural de ese antiguo enigma -la conjunción mente-cuerpo, tal como la
experimentaron y entendieron los primeros alemanes modernos- pero vista desde una
perspectiva sorprendentemente nueva, una en la que el género no es simplemente una línea
adicional de análisis, sino que se encuentra en el meollo del asunto. Como señala Roper, la
diferencia sexual, como hecho fisiológico y psicológico, y como construcción social, es un
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Por un lado, por lo tanto, la sexualidad comprende elementos que son profundos y
difíciles de cambiar. En otro nivel, encontramos esa 'brillante profusión de identidades
sexuales' que los historiadores han discernido en el discurso. Entre los dos, señala Roper, se
encuentra el reino de la subjetividad individual, un terreno de encuentro para lo social y lo
psíquico que se encuentra en el centro de cada individuo. Sin embargo, para explorar el reino
de lo psíquico, los historiadores necesitan una teoría de la subjetividad que les permita dar
cuenta del tenaz arraigo de los estereotipos sexuales (en el presente o en el pasado), mientras
explican la atracción de "retóricas particulares de género" en un momento histórico
determinado. Además, los historiadores necesitan especificar los tipos de conexiones que
surgen entre los fenómenos sociales y psíquicos, de modo que puedan distinguir lo que es
histórico sobre nuestras subjetividades de género de sus elementos psíquicos transhistóricos.
Mientras carezca de una explicación de los vínculos entre lo social y lo psíquico, el género
no podrá conceptualizar adecuadamente el cambio. Al vincular el género a lo social a través
de la subjetividad individual, Roper propone dotar al género de una dimensión histórica de
la que necesariamente carece cuando se entiende como una creación discursiva únicamente.
Roper toma así distancia de un artículo de fe feminista establecido desde hace mucho tiempo,
a saber, la convicción constructivista radical de que el género es el producto puro de las
prácticas sociales, culturales y lingüísticas, afirmando, más bien, que "la diferencia sexual
tiene su propia realidad fisiológica y psicológica" y que el reconocimiento de este hecho debe
afectar la forma en que escribimos la historia'. 400 Por lo tanto, ella identifica astutamente una
de las dificultades fundamentales con el construccionismo tanto social como lingüístico, a
saber, que cada uno 'hace cortocircuito' en el ámbito entre el lenguaje y la subjetividad, como
si no hubiera espacio allí para ser puenteado. En el universo constructivista, el lenguaje, por
medio de su carácter social, simplemente "imprime una construcción social de género en la
cera de la psique individual". Pero los cuerpos no son meras creaciones del discurso. Y si ya
tenemos muchas historias de discursos sobre el cuerpo, lo que falta es una historia que pueda
problematizar la relación entre lo psíquico y lo físico (ya que la experiencia corporal debe
estar necesariamente conectada con la vida mental).
Roper atribuye el constructivismo decidido de las historiadoras feministas a su larga
tendencia a "negar" la importancia del cuerpo.401 Aunque profundamente comprensiva con
el deseo de escapar de las trampas de la feminidad huyendo de sus cuerpos y retirándose a
los "alcances racionales de discurso', Roper, sin embargo, está convencida de que los costos
de tal vuelo son demasiado altos. Después de todo,
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Así que la experiencia parece estar entrando en la ecuación una vez más, aunque esta vez a
través de la puerta bastante diferente de los fenómenos corporales y psíquicos.
Roper nos pide entonces que consideremos cómo podemos vincular construcciones
discursivas como el género a la experiencia social y psíquica. Es una pregunta que
difícilmente se planteó en medio de las guerras de teorías (que, en cambio, arrojaron la
experiencia con el agua del baño). Pero las dificultades epistemológicas que presenta un
concepto de género puramente constructivista (a saber, que el género, concebido como una
construcción puramente discursiva, no puede por sí mismo explicar el cambio) nos obligan a
considerar esta cuestión muy seriamente. Aquí, Roper se une a Barbara Taylor y Sally
Alexander en lo que Colin Jones y Dror Wahrman han llamado una "reacción
anticonstruccionista: preguntándose... si los historiadores han enfatizado demasiado la
construcción cultural de la subjetividad hasta la exclusión de mecanismos históricos
profundos que son una condición previa para convertirse en humanos". 403 Tanto para Taylor
como para Roper, el psicoanálisis es un lugar obvio para buscar una forma de superar este
dilema, lo que permite a los historiadores del género llegar a un acuerdo con lo que cambia
en el tiempo (el contenido de lo que constituye las fantasías de masculinidad y feminidad) y
lo que, quizás, tampoco (el proceso psíquico básico, 'aquellos mecanismos de formación de
la fantasía, en particular la identificación, son la condición previa para tener cualquier
subjetividad sexuada'). 404 Uno puede tener reservas sobre una solución que se basa en
postular una continuidad en las estructuras subyacentes de la psique humana a través del
tiempo..
Edipo y el diablo ofrece así un compromiso sostenido y de búsqueda con algunas de las
cuestiones epistemológicas que caracterizan el giro posestructuralista hacia el
constructivismo puro que quedó en la balanza, en particular el estatus del género como
herramienta de análisis histórico, pero también la cuestión de si el género, por sí solo, actúa
como motor del cambio histórico. Estas son preguntas que aún no tienen respuestas claras y
es más probable que las resuelvan los practicantes de la historia que aquellos que
simplemente especulan sobre cómo se puede o no escribir la historia.
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Milia Rosenberg
Aunque las teorías de la raza tienen una larga trayectoria, las formas en que los historiadores
han abordado la raza comenzaron a cambiar rápidamente en el siglo XIX. Mientras que los
eruditos del pasado se habían basado durante mucho tiempo en las concepciones geográficas
de los pueblos, los historiadores veían cada vez más las culturas como jerárquicas, es decir,
que ordenaban a los pueblos con un conjunto de clasificaciones proporcionadas por nuevas
disciplinas científicas. Recurrir a la ciencia sirvió para extender las jerarquías de las
diferencias raciales.
Esta consideración de la creación de la raza en la historia requiere que seamos escépticos de
tales sistemas de clasificación, pero conscientes de los efectos que han tenido en las vidas,
experiencias y culturas de las personas en todo el mundo. En otras palabras, debemos
distinguir el uso de categorías racistas para explicar la historia del análisis de las formas en
que la raza ha sido utilizada por actores históricos, ya sean racistas, no racistas o antirracistas,
para dar sentido al mundo. En el primer caso, la raza se toma como un hecho científico o
biológico evidente por sí mismo que explica las formas en que las personas ven el mundo y
actúan en él; en el segundo, es una categoría cultural e históricamente construida, y se
atribuyen atributos raciales a las personas. Vale la pena estudiar el concepto de raza en este
último sentido, ya que ha impregnado numerosos textos históricos que buscaban diferenciar
a los grupos culturales del propio escritor. Como categoría conceptual, la mayoría de los
historiadores de fines del siglo XIX utilizaron la raza para asignar cantidades fijas de valor
cultural; así, la raza ha servido para distribuir beneficios a aquellos juzgados 'naturalmente'
bien nacidos. Sin embargo, estas desigualdades han encontrado resistencia en todas las
culturas, desde la lucha política hasta la contra investigación científica, la erudición
académica y la impugnación legal.
En este capítulo, miro la escritura histórica de finales del siglo XIX como una forma de
entender cómo las teorías racializadas informaron algunas de las obras más destacadas de la
historia. Luego, exploraré cómo las nuevas teorías, y particularmente las formas de historia
cultural, han dado forma a las obras históricas hasta el presente.
Las revoluciones del siglo XVIII fueron prometedoras para los pueblos colonizados: cuando
estalló la revolución en los Estados Unidos, Francia y luego en el continente, algunos
revolucionarios abogaron por la abolición de la esclavitud y el reconocimiento de la igualdad
para todos los pueblos. Haití se independizó de Francia en 1799, la primera vez que un pueblo
oprimido se despojó de una potencia colonial. Sin embargo, la llegada al poder de Napoleón
en 1801, la aceleración del comercio y la industrialización y un imperialismo renovado
llevaron al resurgimiento de las estrategias de dominación.
Una de estas estrategias fue la aplicación de nuevas ciencias para afirmar jerarquías, que
posicionaron a las personas de color como inferiores y a los blancos como superiores. Con
raíces en la Ilustración, los científicos buscaron generar un sistema de clasificación que
ubicara a todas las 'especies' humanas en una escala mensurable. A principios del siglo XIX,
el fundador de la anatomía comparada, Georges Cuvier, sacó a la fuerza a una mujer
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sudafricana y se la llevó a Francia. Después de que ella enfermó y murió, él y su colega Henri
de Blainville la diseccionaron y exhibieron sus genitales como una forma de demostrar el
estatus 'primitivo' de los africanos.
A mediados de siglo, El origen de las especies de Charles Darwin describió las fuerzas de la
selección natural. Como señala la historiadora Jennifer Terry, esta teoría enfatizaba "la
dinámica del apareamiento, la reproducción y la supervivencia". 405 Como tal, se prestó al
'darwinismo social', mediante el cual los evolucionistas extendieron estas teorías para tomar
posiciones políticas sobre temas relacionados con la inmigración y la reproducción. En 1883,
el científico británico Francis Galton, primo de Charles Darwin, acuñó el término 'eugenesia',
que definió como 'la ciencia de la mejora del germoplasma de la raza humana a través de una
mejor crianza'. Es decir, la eugenesia apeló al lenguaje de la ciencia como un medio para
limitar los nacimientos de aquellos considerados 'no aptos' (incluidos negros, judíos,
homosexuales, personas sordas y 'débiles mentales') y aumentar los nacimientos de las clases
más ricas. La eugenesia se convirtió en un sistema tan poderoso que atravesó las fronteras
nacionales: el Primer Congreso Internacional de Eugenesia se llevó a cabo en Londres en
1912, el Segundo y el Tercero, en 1921 y 1932, respectivamente, se convocaron en la ciudad
de Nueva York, atrayendo participantes de Noruega, Checoslovaquia , Japón, Venezuela,
India y Nueva Zelanda.
Estas afirmaciones de progreso a través de la 'gestión' de las razas darían forma a la política
social, la antropología y la historia. Esto queda claro en la obra de Houston Stewart
Chamberlain.
Chamberlain, hijo de un almirante nacido en Inglaterra, viajó a Ginebra, donde estudió
botánica, astronomía, anatomía y fisiología. Después de problemas de salud, se mudó a
Dresde y centró sus estudios en la música y la filosofía wagnerianas (más tarde se casaría
con la hija de Wagner). Si bien su primer libro fue una obra de crítica de arte, volvió a las
ciencias naturales; después de mudarse a Viena, publicó un estudio botánico de gran
prestigio, un tratado sobre los dramas de Wagner y, finalmente, el controvertido Grundlagen
des Neunzelmten jahrhunderts (Fundamentos del siglo XIX) en 1899.
Los Fundamentos fue, en un sentido inmediato, una respuesta a la asiriología, una disciplina
que había florecido en las universidades de Alemania. El trabajo se dirige a un profesor
Delitzsch, quien recientemente había encontrado evidencia de adoración de un Dios entre 'las
tribus semíticas de Canaán que en la época de Khammurabi, dos mil años antes del
nacimiento de Cristo, inundaron Asiria, eran adoradores de un Dios, y que el nombre de ese
Dios era Jahve (]ehovah)'.406 La cuestión aquí era el grado en que los académicos podían
discutir los orígenes del Cercano Oriente o las similitudes religiosas en Alemania, una nación
que experimentó un creciente nacionalismo a fines del siglo XIX. Este fervor nacionalista
fue apuntalado por varias corrientes en la academia. Como ha señalado George Mosse,
disciplinas como la antropología, la etnología y la lingüística, esta última que Frederich
Schlegel ayudó a desarrollar, intentaron trazar una línea entre las culturas europeas y las
supuestas "menores". Schlegel legitimó la idea de que la India era la base de todos los idiomas
europeos. Si bien no reclamó explícitamente la superioridad europea, menospreció los
idiomas derivados del chino (incluidos los nativos americanos y el eslavo) como aleatorios y
débiles. A través de su teoría de los lenguajes 'nobles' e 'innobles', Schlegel popularizó el
concepto de los orígenes 'arios'.
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En la década de 1930, los historiadores comenzaron a utilizar varias teorías para explicar los
significados de raza. Cuando historiadores como Chamberlain afirmaron que su raza era
superior, reescribieron el pasado antiguo para rastrear el gran desarrollo de un pueblo
europeo. La suya fue una historia de progreso a través de la historia de la raza. Las culturas
antiguas se han beneficiado de nuevas lecturas, incluida la investigación de las ciencias
sociales sobre las "relaciones raciales" y las historias de los idiomas antiguos, para
comprender mejor los puntos en común entre las diferencias culturales.
El concepto de 'raza' está entrelazado con la noción de 'civilización'. Los historiadores han
visto durante mucho tiempo la 'historia mundial' como un estudio sucesivo de los imperios y
la formación de nuevas identidades políticas. Gran parte de la literatura histórica del siglo
XIX, desde la historia whig inglesa hasta el historicismo alemán, se preocupaba por el
surgimiento de imperios y estados, y tenía como objetivo legitimarlos históricamente.
Algunas de estas suposiciones sobre el desarrollo histórico necesario sobrevivieron en teorías
científicas sociales como la teoría de la modernización. Como tal, los estudiantes de historia
han considerado las interacciones entre diferentes imperios; Dada la tendencia de Occidente
a ubicar sus orígenes en la cultura grecorromana, ¿fueron los encuentros entre las
civilizaciones grecorromana y africana recíprocamente influyentes? Las obras consideradas
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en esta sección representan críticas a ciertas ideas de progreso explícita o tácitamente racistas,
incluidas algunas versiones de la noción de "modernización".
Frank Snowden ha escrito dos obras definitorias sobre los vínculos entre las civilizaciones
mediterránea, egipcia y etíope. En Blacks in Antiquity (1970), Snowden exploró las
experiencias de los africanos en la cultura grecorromana desde la época de Homero hasta el
gobierno de Justiniano. Su tarea es rastrear las opiniones grecorromanas sobre los etíopes
utilizando diversas evidencias: "literarias, epigráficas, papirológicas, numismáticas y
arqueológicas" (Blacks in Antiquity, p. viii). Demuestra los orígenes africanos de la
"civilización" occidental. Sin embargo, el uso de Snowden de 'etíope' sigue el uso griego y
romano. Ambas culturas homogeneizaron a todos los pueblos africanos independientemente
del lugar que ocupen bajo este término. Paralelamente a la forma en que 'Negro' realiza un
borrado de la variación cultural africana y caribeña, Snowden presenta representaciones
clásicas de los africanos.
Su objetivo en “Before Color Prejudice” (1983) era proporcionar un "estudio completo de
la imagen de los negros en la mente de los blancos mediterráneos que se opusieron a ellos
en la batalla o vivieron con ellos en paz durante el período desde los faraones hasta los
césares" (Before Color Prejudice, p. vii; énfasis mío). El método de Snowden es doble:
primero, examina de cerca los significados de las concepciones de la negrura de los artistas.
En segundo lugar, se basa en la investigación de las ciencias sociales sobre el origen del
prejuicio por el color: mientras que los antiguos aceptaban la esclavitud como una institución
y, a veces, hacían juicios etnocéntricos de otras sociedades, "nada comparable al virulento
prejuicio por el color de los tiempos modernos existía en el mundo antiguo" (Before Color
Prejudice, p.63). La negritud no se consideraba ni un signo de inferioridad ni un impedimento
para la integración. Si bien uno encuentra declaraciones peyorativas sobre la negrura, los
antiguos eran conscientes de las concepciones variopintas de la belleza; por lo tanto, 'es
cuestionable si los individuos deben ser llamados 'racistas' porque aceptan los cánones
estéticos predominantes en el país' (Before Color Prejudice, p. 63). Aun así, debemos
preguntarnos sobre el estatus del individuo y si sus textos definían normas sociales,
promulgaban leyes o eran sintomáticos de las opiniones dominantes del imperio.
La interacción entre las culturas clásicas y la africana también es central en los dos volúmenes
de Black Athena de Martin Bernal. Este amplio estudio rastrea la influencia de Egipto en la
cultura griega. Escrito por un erudito en estudios chinos, Bernal se interesó por la historia
judía antigua. Alrededor de este tiempo, comenzó a estudiar el idioma hebreo y notó muchos
paralelos entre el hebreo y el griego. En cuatro años, Bernal había reconocido que casi el 90
por ciento del idioma griego estaba compuesto por raíces indoeuropeas, egipcias y semíticas.
Bernal establece nuestros dos modelos de erudición en el Cercano Oriente: el modelo
'Antiguo' y el modelo 'Ario'. En la primera, la visión dominante en la cultura griega, Grecia
había surgido de orígenes fenicios alrededor del 2100 a. C. En cambio, el modelo ario
sostenía que una invasión del norte se apoderó de la Grecia prehelénica y le dio una
civilización fundamentalmente indoeuropea. Basándose en el trabajo del historiador de la
ciencia Thomas Kuhn, Bernal señala que este paradigma surgió en los últimos 150 años en
el contexto del neocolonialismo europeo y el discurso antijudío.
Bernal luego rastrea cómo el modelo antiguo fue desplazado gradualmente en el siglo XVIII
por los aristócratas, influenciados por la Ilustración, que recurrieron a la ciencia para conocer
los "orígenes" del hombre. Informados por el romanticismo, los eruditos europeos desde
Johann Gottfried von Herder, quien fomentó la disciplina de la lingüística, hasta Johann
Winkelman, el fundador de la historia del arte como disciplina, postularon a Grecia como la
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base de la civilización europea. Estos escritores imaginarían a 'Egipto' como cada vez más
atrasado, y Europa se redefinió como el padre del 'progreso'. Si bien ambos volúmenes tratan
sobre cómo el racismo dio forma a los relatos de los orígenes europeos, los términos raza y
racismo solo se tratan brevemente; para Bernal, después de 1650, el racismo es "muy
intensificado por la creciente colonización de América del Norte, con sus políticas gemelas
de exterminio de los nativos americanos y esclavización de los africanos" (Black Athena, pp.
20 1-2). En resumen, Bernal critica el tipo de historia escrita por racistas abiertos como
Chamberlain y las implicaciones sutilmente racistas de ciertas historias recientes de progreso.
Los textos de esta sección, informados por las corrientes de la teoría literaria, buscan
desentrañar las 'gramáticas' de la raza. Las gramáticas aquí se refieren a códigos, tanto
lingüísticos como sociales, que denotan estereotipos, términos o "pequeños actos", que
marcan la jerarquía racial, la diferencia y la contestación.
El trabajo de David Roediger marca un cambio importante en los usos de la teoría para
componer historias de raza. Basándose en escritores de color, especialmente en la novelista
y teórica literaria Toni Morrison, critica la raza no simplemente como un 'problema de los
negros', sino más bien como un problema de los blancos, mostrando la 'blancura' de la clase
trabajadora y la supremacía blanca como creaciones, en parte, de la propia clase obrera
blanca' (Wages of Whiteness, p. 9). En The Wages a Whiteness (1991), Roediger rastrea la
formación del 'trabajador blanco' en los Estados Unidos anterior a la guerra. Su objetivo es
encontrar cómo los trabajadores llegaron a verse a sí mismos como blancos en relación con
los sistemas de esclavitud y el movimiento de Reconstrucción. Explora cómo los inmigrantes
irlandeses, muchos de los cuales habían construido alianzas con afroamericanos en sindicatos
y en entornos sociales, estaban divididos a través de estereotipos racistas. Los políticos
irlandeses, volviéndose hacia el Partido Demócrata, descartaron crudamente su oposición a
través de la gramática de la raza: 'Los políticos demócratas acusaron a los republicanos y
abolicionistas de tener 'negros en el cerebro'' (Wages of Whiteness, p. 154).
Si bien el trabajo de Roediger puede parecer en deuda con el postestructuralismo, en realidad
está más estrechamente relacionado con la teoría del lenguaje de Mikhail Bakhtin. Roediger
critica el postestructuralismo por descuidar las interacciones entre el 'individuo' y el 'texto',
y su suposición de que cada generación encuentra sus propios significados diferentes en los
textos. Bajtín, por su parte, sostiene que 'en un momento dado... el lenguaje se estratifica no
sólo en dialectos lingüísticos... sino también -y para nosotros este es el punto esencial- en
lenguajes que son socio-ideológicos'. 408
En otras palabras, Roediger busca plasmar la compleja producción de la 'gramática' racial sin
perder el papel de la clase en el lenguaje mismo. The Wages of Whiteness es, pues, una
innovadora historia social de la raza y el trabajo.
Al examinar la juglaría de cara negra, Roediger señala útilmente que muchos artistas eran
artesanos, mecánicos y comerciantes de clase trabajadora; en espacios segregados por sexo,
los trabajadores blancos se divertían y representaban fantasías de diferencia racial.
Curiosamente, uno puede encontrar un grado de cultura de oposición dentro de los maestros
de cara negra que a menudo fueron ridiculizados, sin embargo, muchos programas apoyaron
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los puntos de vista de la supremacía blanca y se burlaron de los derechos civiles y de las
mujeres.
Si bien este elemento de oposición de blackface es significativo, no puede reemplazar las
historias de experiencia en carreras. Aunque la literatura sobre la raza hasta el momento ha
buscado todos los textos cómplices en la producción del racismo, pocos han rastreado la
sensación sentida o los desafíos de la raza o la etnicidad, tal como los cuentan quienes se
resisten al racismo.
A Different Mirror (1993) de Ronald Takaki explora las corrientes cruzadas de la migración
y las contribuciones de los nativos americanos, mexicanos, chinos, irlandeses, japoneses,
judíos y afroamericanos a los debates sobre raza. Escribiendo a raíz de los disturbios de Los
Ángeles y las proyecciones demográficas de que los estadounidenses blancos pronto se
convertirían en una minoría, Takaki toma como punto de partida los debates sobre el
"multiculturalismo" al rastrear la diversidad de Estados Unidos desde el primer asentamiento
en Jamestown en 1607.
Takaki utiliza La tempestad de Shakespeare, con su monstruoso personaje Calibán, como
una parábola de las concepciones racistas de los colonos sobre los pueblos nativos y los
efectos del racismo en el Nuevo Mundo. Basándose en las reteorizaciones de La tempestad
del estudioso de Shakespeare Stephen Greenblatt, Takaki muestra cómo la obra iluminó la
política de colonización. El título de la obra hace referencia a un incidente real: en 1609, un
barco que se dirigía a 'Virginia' naufragó en las Bermudas. Shakespeare conocía a algunos
de los viajeros y ambientó su obra en 'Bermoothes'. Al crear 'Caliban' a partir de la palabra
'Carib', el nombre de una tribu india, Carib se convirtió en una metonimia de las fantasías
racistas del Nuevo Mundo: se creía que Caliban podía aculturarse; sin embargo, provenía de
una 'raza vil'. Su madre, 'Sycorax', era una bruja de África, dándole connotaciones peligrosas;
sin embargo, era un 'esclavo deforme'. Para Takaki, la raza se construye socialmente, y estas
construcciones afectaron considerablemente las condiciones de las minorías en Estados
Unidos.
Takaki adopta un enfoque comparativo de “las variadas experiencias de diferentes grupos
raciales y étnicos… dentro de contextos compartidos” (Different Mirror, p. 10). Al rastrear
la migración china, Takaki traslada la formación de la identidad del 'inmigrante' a la costa
oeste, lejos de la saga dominante de la Isla Ellis de Nueva York. Después de la
Reconstrucción, muchos sureños buscaron utilizar mano de obra china en las plantaciones.
Pronto, fueron demonizados de manera similar a los negros, como "paganos, moralmente
inferiores, ingenuos y lujuriosos". (Different Mirror, p. 205). Esta transferencia de racismo
se inscribió perniciosamente en la ley. Durante el juicio por asesinato de Ling Sing en 1854,
la Corte Suprema de California declaró que 'las palabras "indio, negro, negro y blanco" eran
términos genéricos que designaban razas' y que, por lo tanto, 'los chinos y otras personas que
no fueran blancas no podían testificar contra los blancos' (Different Mirror, p. 206). Esto se
convirtió en el preludio de la Ley federal de exclusión china, que cerró las fronteras de
Estados Unidos en 1882 y, en 1902, se extendió indefinidamente. Aún así, a pesar de las
abrumadoras probabilidades, los chinos formaron comunidades vibrantes en California y el
noroeste.
En Race Rebels (1994), Robin D.G. Kelley ofrece una historia de los negros de clase
trabajadora desde 'muy, muy abajo'. Informado por W.E.B. Black Reconstruction (1935) de
DuBois y Black jacobins (1938) de C.L.R. James sobre el derrocamiento del colonialismo
francés en Haití, así como un nuevo trabajo en los estudios culturales británicos, Kelley
rastrea los pequeños actos de resistencia de los trabajadores negros y las formas en que
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mantuvieron "un sentido de identidad racial y solidaridad" (Race Rebels, p. 5). Si bien Kelley
reconoce los escritos de E. P. Thompson y Eugene Genovese de mediados de la década de
1960, recurre a esas 'historias majestuosas de revolución, resistencia y creación de nuevas
clases trabajadoras a partir de la destrucción de la esclavitud [que] anticiparon los esfuerzos
de los "nuevos" historiadores sociales por escribir "history from below (historia desde
abajo)"' (Race Rebels, p. 5).
Rompiendo tanto con las historias laborales que se centraron únicamente en los trabajadores
blancos como con la historiografía afroamericana que postulaba una "comunidad negra"
generalizada, Kelley rastrea las transcripciones ocultas, un concepto desarrollado por el
antropólogo James Scott, de la vida de la clase trabajadora negra en los márgenes. Desde las
canciones y poemas de los afroamericanos en el Partido Comunista, a los voluntarios negros
que lucharon contra el fascismo en la Guerra Civil Española, a la política de 'hipness' en la
vida del joven Malcolm X, la política de producción cultural negra, cara a cara, pero no
dependiente de él, el racismo se hace visible. El trabajo de Kelley, informado por el marxismo
y por el movimiento de la 'historia desde abajo', pero no reducible a él, captura la creación
de la cultura afroamericana radical.
la adoptaron cada vez más como un medio para asegurar la autoridad profesional. Lo que es
más ambiguo es cómo se desarrolló este cambio, especialmente en contextos coloniales.
Race and the Education of Desire de Ann Laura Stoler es un estudio detallado del cultivo
racial. Stoler comienza con una lectura cuidadosa de las conferencias de Michel Foucault de
1976 en el College de France. Basándose en la investigación de archivo, Stoler llena un vacío
importante en el trabajo de Foucault: un compromiso con el racismo. Si bien Foucault había
brindado críticas asombrosas sobre las prisiones, la sexualidad y la medicina, muchos
académicos foucaultianos que buscaban confrontar la raza estaban perdidos. Si bien los
estudios de las revueltas campesinas bajo el colonialismo se beneficiaron del estructuralismo
409
, solo unos pocos trabajos combinaron una crítica sostenible del imperialismo con un
análisis matizado de las fuerzas que lo originaron. El orientalismo de Edward Said criticó las
concepciones europeas de un 'oriental' racialmente homogéneo, ya sea árabe, asiático o indio,
los escritores de viajes y los novelistas consideraron al 'oriental' como incompetente e
inferior.410
Stoler está interesado en cómo las cronologías de Foucault han puesto entre paréntesis ciertas
posibilidades para los estudios coloniales. Ella escribe en (Race and the Education of Desire,
pp. 5-6):
Lo sorprendente es cuán consistentemente el propio encuadre de Foucault del orden
burgués europeo ha estado exento del mismo tipo de crítica que su insistencia en los
regímenes fusionados del conocimiento/poder parece alentar y permitir. ¿Por qué hemos
estado tan dispuestos a aceptar su historia de un orden sexual del siglo XIX que
sistemáticamente excluye y/o subsume el hecho del colonialismo dentro de él?
En otras palabras, ¿qué herramientas analíticas se necesitan para examinar los regímenes
coloniales fuera de los términos del discurso occidental?
Stoler interpreta la conferencia de Foucault del 7 de enero de 1976 como un
"reposicionamiento analítico" de su obra anterior. En las semanas siguientes, Foucault
trazaría una "guerra de razas". Este discurso vio la formación de la ley como 'la consecuencia
de masacres, conquistas y dominación, no como la encarnación de los derechos naturales'
(Race and the Education of Desire, p. 65). Para Foucault, este discurso no se desvinculó de
los 'derechos': la verdad sigue ligada a 'los derechos de una familia (a la propiedad), de una
clase (a los privilegios), de una raza (a gobernar)' (Race and the Education of Desire, p. 65).
Cuando los aristócratas desafiaron las genealogías reales, esta 'guerra de razas' se convirtió
en una de 'raza superior e inferior', representando esta última la 'reaparición de su propio
pasado' (Race and the Education of Desire, p. 66). La última cita puede parecer críptica, pero
significa que los aristócratas reconocieron el poder del rey y se defendieron enérgicamente
como la estirpe 'pura' y los líderes del reino.
Una de las ideas críticas de Stoler es que "la ciencia del siglo XIX puede haber legitimado
las clasificaciones raciales como muchos han afirmado, pero [lo hizo] basándose en un léxico
anterior, en el de la lucha de las razas" (Race and the Education of Desire, p. 68). En otras
palabras, ciencias como la craneología dependían de gramáticas raciales anteriores. El
racismo moderno tiene sus raíces en un discurso sobre las "razas", que se traduciría
singularmente como raza.
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Al reunir una variedad de análisis, Nation, Empire, Colony de Ruth Roach Pierson y Nupur
Chaudhuri sirve como un punto de partida clave para comprender las historias de las mujeres
bajo el colonialismo y dentro de los estados-nación. La introducción se basa en las ideas de
las feministas de color para explorar las asimetrías de raza y clase en las experiencias de las
mujeres. Sin embargo, este análisis no asume que las categorías 'género' y 'mujeres' sean
sinónimas. Pierson y Chaudhuri señalan que 'las formas en que uno se convierte en mujer o
en hombre son mucho más complejas que en la simple oposición a los miembros del otro
sexo' (Nation, Empire, Colony, p. 2). Así, los autores reconocen que el género se puede
‘corregir’; en términos más generales, las categorías sociales están vinculadas dentro de una
red de relaciones de poder.
Este conjunto de ensayos surgió de una reunión de 1995 de la Federación Internacional para
la Investigación de la Historia de la Mujer. La Federación abogó por la historia internacional
de las mujeres sin pretensiones 'globales', un término asociado con el neoimperialismo. En
diálogo con la obra de Stoler, los autores reúnen investigaciones sobre la 'metrópoli' y la
'colonia', 'para desmantelar las barreras que separan la historia de los imperialistas de la de
los imperializados, la de los colonos de la de los colonizados, la narrativa del núcleo de la
nación del de sus márgenes excluidos” (Nation, Empire, Colony, p. 3).
Rosalyn Terborg-Penn considera los vínculos entre el movimiento sufragista estadounidense
y el activismo paralelo en el Caribe. Ella muestra cómo el trabajo político de las mujeres
estadounidenses se vio influido por las concepciones neovictorianas de la feminidad, que
figuraban a las mujeres caribeñas como 'Otras'. Su escritura muestra que "los movimientos
de sufragio femenino exitosos del siglo XX aparecieron primero en las naciones occidentales,
que controlaban colonias en otras áreas del mundo, y en colonias dominadas por blancos o
colonizadas por blancos". Trabajando en contra de la suposición de que las mujeres de color
no participaron en el movimiento inicial, el autor muestra cómo las mujeres caribeñas, de
clase trabajadora y acomodadas, presionaron por el derecho al voto ya en el cambio de siglo.
A menudo, las victorias feministas en los EE. UU. provocaron nuevos esfuerzos por el
sufragio por parte de las mujeres puertorriqueñas y de Santo Tomás de la clase trabajadora.
Combinando lecturas de nuevos trabajos sobre la historia de las mujeres coloniales y su
propia investigación preliminar, Terborg-Penn rastrea cómo las sufragistas estadounidenses
blancas a menudo expresaban puntos de vista racistas sobre las mujeres negras.
El ensayo de Gabriela Cano 'El Porfiriato y la Revolución Mexicana' muestra cómo la
Revolución Mexicana de la década de 1890 afectaría las representaciones de la identidad
mexicana. En diálogo con el trabajo sobre los indios en México, Cano ilumina las apuestas
del nacionalismo. Cano combina dos enfoques: un análisis de las imágenes de la 'mujer
mexicana' en el cambio de siglo y una crítica al republicanismo liberal, que veía a los pueblos
indígenas como un obstáculo para el progreso. Muchos escritores, influenciados por el
darwinismo social de Auguste Comte y Herbert Spencer, afirmaron que las mujeres
mexicanas eran naturalmente sentimentales, domésticas y 'discretas'. Las mujeres, sin
embargo, reclamaron paulatinamente la igualdad y el buen gobierno de México. Aun así, las
mujeres tuvieron que lidiar con las definiciones de la feminidad mexicana como racialmente
impura. Declaraciones de figuras destacadas como el novelista Julio Sesto 'daban a entender
que la 'mujer mexicana' es mestiza, es decir, una mezcla de sangre española e india en la que
los rasgos físicos europeos, como la blancura, han predominado y diluido a los indios'.
Después de que la guerra civil de 1911 rompió el poder del Porfiriato (la dictadura de Porfirio
Díaz), los temores sobre el poder de las mujeres disminuyeron un poco en los círculos más
radicales y en los gobiernos posrevolucionarios. En cinco años, el gobierno militar de
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Yucatán estaba apoyando congresos feministas, que desafiaron el poder del catolicismo en
México. Así, los movimientos de mujeres, en su reconocimiento oficial, a menudo formaban
parte de una estrategia más amplia de nacionalismo y modernización.
En 'Hombres, mujeres y las fronteras de la comunidad', Sayoko Yoneda retrata a las 'mujeres
de consuelo' militares japonesas que obligaron a las mujeres coreanas a prostituirse durante
la Segunda Guerra Mundial. En un ensayo impresionante que llama la atención sobre un
problema apremiante de la memoria histórica, Yoneda se basa en informes periodísticos
recientes sobre mujeres de solaz para excavar cómo este sistema dependía tanto del sexismo
como del racismo. Ella señala que en la década de 1930, cuando Japón comenzó a invadir
China, las prostitutas japonesas viajaban con soldados y servían en el sistema de 'confort';
esto les dio a las mujeres un sentido de patriotismo y les permitió escapar de un sistema más
irregular y no regulado en el hogar. Pero a medida que la guerra se intensificaba, el número
de prostitutas japonesas era "insuficiente". En este momento, el gobierno comenzó a mirar
cobardemente a Corea, que estaba bajo control japonés.
Además, el gobierno japonés extrajo mujeres de Filipinas, Singapur e Indonesia a principios
de la década de 1940. Yoneda también relaciona el auge de la prostitución con los 'tours
sexuales' que muchos hombres de negocios, de Japón y Occidente, realizan hoy en Filipinas
y Tailandia; en particular, las mujeres tailandesas y filipinas han sido llevadas a Japón en
contra de su voluntad. El gobierno japonés ha seguido negando su participación en este
sistema o expresando remordimiento por estas mujeres.
Es justo decir que el postestructuralismo está abierto a la acusación de construir a los
oprimidos como el término negativo -el 'Otro'- de una oposición binaria. Por lo tanto,
debemos explorar historias de raza que muestren la impugnación de las teorías de raza.
Las historias recientes de la esclavitud, informadas por nuevos desarrollos teóricos, han
revitalizado el campo. Muchos estudios pioneros sobre la trata de esclavos en el Atlántico se
escribieron durante y después del Movimiento por los Derechos Civiles, cuando
predominaban los métodos de la psicohistoria y la historia social. Sin embargo, en la década
de 1980, muchos historiadores comenzaron a situar su trabajo en relación con varias
disciplinas, incluidas la semiótica y la antropología cultural. No hay esclavos en Francia de
Sue Peabody, ubicado en la intersección de la historia legal y la historia cultural, analiza
casos legales, edictos y registros para comprender la experiencia de los esclavos en Francia
y la cultura política del "Antiguo Régimen".
Beneficiándose del innovador trabajo de Robert Darnton, el autor ubica a abogados, amos,
esclavos y funcionarios reales dentro de sus contextos históricos y legales para ofrecer una
microhistoria de la Francia del siglo XVIII. Tratando aquí la raza de una manera que
implícitamente desafía la narrativa de modernización que Mosse había afirmado, Peabody
rastrea el papel de la Iglesia en la regulación y la potencial 'liberación' de los esclavos dentro
de Francia. Por ejemplo, el bautismo, aunque se inscribió en el Código Nair (1685)
únicamente como una condición previa para los esclavos al ingresar a Francia, en realidad
sirvió como un camino hacia la libertad. Algunos maestros franceses, junto con sus
homólogos ingleses, reconocerían el bautismo como un acto formal de manumisión' (There
Are No Slaves, p. 80).
En segundo lugar, Peabody excava un concepto crítico en las historias de raza en Francia: el
'Principio de la Libertad', según el cual una vez que un esclavo toca suelo francés, es libre.
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Si bien en la práctica, los franceses tenían sirvientes ya en la década de 1570, la frase "No
hay esclavos en Francia" resonaba en las calles de París. Este principio sería la base de
muchos desafíos legales a la esclavitud y detención de esclavos africanos.
Para autores influenciados por el estructuralismo, como George Stocking, la 'raza' es en gran
medida el producto de declaraciones de científicos, políticos y legisladores: construyen un
discurso dominante del 'Otro', un objeto de conocimientos científicos, legales y políticos.
Con Peabody, la raza se reconfigura: los discursos dominantes del rey, los ministros y la
policía son cuestionados tanto por los negros libres como por aquellos que respondieron a la
ley en los tribunales.
Los abogados que defendieron a los esclavos fugitivos se basaron en argumentos legales
basados en la opinión de que el cristianismo primitivo había ayudado a deshacer la esclavitud
romana. Peabody escribe sobre el caso de Jean Boucaux contra Bernard Verdelin: Boucaux
era hijo de dos esclavos propiedad del gobernador de la colonia francesa Saint Domingue.
Cuando el gobernador murió, su viuda se casó con Monsieur Verdelin y pronto viajaron a la
isla para hacer arreglos en la propiedad. En 1728, regresaron con dos esclavos, incluido
Boucaux, quien se desempeñó como cocinero de Verdelin durante nueve años. Cerca del
final de ese período, Boucaux se casó con una mujer francesa. A partir de entonces, Boucaux
se convirtió en objeto del odio de Verdelin; la enemistad se hizo tan fuerte que en 1738,
'Verdelin hizo arrestar a Boucaux "porque sospechaba que Boucaux planeaba una fuga y
tenía miedo de perderlo"' (No hay esclavos, p. 25). Boucaux prevaleció, proporcionando un
importante precedente para futuras decisiones legales en el Tribunal del Almirantazgo
francés.
Los estudiantes interesados en cómo tanto el racismo como el discurso contra la esclavitud
dieron forma a la ley encontrarán mucha información aquí. Peabody rastrea cómo el Code
Noir (literalmente 'Código Negro') de 1685 enfrentó crecientes desafíos legales a lo largo del
siglo XVIII. En particular, la gramática del Code Noir apareció 150 años después en los
Estados Unidos, donde los 'códigos negros' impusieron la segregación de derecho
consuetudinario en todo Estados Unidos. Este punto crítico exige más investigación. ¿Cómo
se desplazaron los discursos raciales? ¿Qué fuerzas permitieron que el racismo se moviera
dentro y a través de dominios geográficos específicos? Para enfrentar este problema,
debemos considerar cómo la raza ha operado a través de las esferas políticas. A medida que
exploramos más la historia de los sujetos colonizados bajo la esclavitud, comenzamos a
encontrar el tráfico de regulaciones entre el país de origen y la colonia.
El libro de Matthew Frye Jacobson Whiteness of a Different Colour (1998) presta atención a
las formas en que el lenguaje sirve en la fabricación de la raza. Comienza con una 'Nota sobre
el uso' que analiza la decisión del autor de no poner la palabra raza entre comillas
socavadoras. Un movimiento estilístico y práctico, Jacobson descubrió que casi todas las
oraciones habrían estado llenas de comillas. Aun así, incluyó la palabra 'raza', así como
'Temons', 'Nórdicos', 'Hebreos' y otras denominaciones entre comillas cuando un autor
realmente usó esta puntuación.
Primero, la decisión de Jacobson es incisiva: para comprender los significados históricos en
torno a la raza, debemos considerar no solo cómo las teorías críticas dan forma a la escritura
actual, sino también cómo los autores del pasado problematizaron o desplegaron la raza. A
veces, los autores lo hicieron estratégicamente para desafiar las concepciones dominantes de
raza; en otros, los dedicados a la segregación usaron citas de miedo para promover una
agenda supremacista blanca.
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228
En segundo lugar, esta es una rara oportunidad para meditar sobre la composición de la
erudición sobre la raza. Si bien originalmente tendía a poner palabras como "anglosajón" y
"racial" entre comillas, términos como "blanco" o "negro" recibieron menos consideración.
Pidiendo al lector que considere sus propios deseos lingüísticos, escribe:
Me pregunto acerca de la certeza racial no examinada que esto denota también. Todas estas
designaciones pertenecen a la misma base epistemológica, por lo que aparecen ante ustedes
ahora sin ningún marcador estilístico para separar las fabricaciones arcaicas de las actuales.
Si se siente inclinado a proporcionar los suyos sobre la marcha, solo lo invito también a
observar los patrones de sus propias elecciones. La cultura dentro de la cual operamos hace
muy difícil una consistencia basada en principios en este aspecto. (Whiteness of a Different
Colour, p. x, mi énfasis)
Jacobson hace aquí una afirmación que debe ser desempacada. Si todas las clasificaciones de
raza son igualmente problemáticas, entonces, ¿qué significa para los grupos culturales
redefinir los insultos o reclamar dominios de los que históricamente los negros fueron
marginados? Por ejemplo, los artistas de hip-hop a veces hablan de 'ciencia droppin'; los
artistas dependen y transvaloran el poder de la ciencia para establecer la 'verdad' de sus rimas.
Así, con el tiempo, ciertos términos son reapropiados por subculturas para crear
epistemologías muy diferentes. Necesitamos nuevas historias que consideren las valencias
específicas que conlleva cada concepto racial.
La construcción de la blancura es un tema central en la obra de Jacobson. Combinando la
investigación de archivo en la ley de inmigración, la demografía y lecturas de literatura
sorprendentemente perspicaces, Jacobson rastrea cuidadosamente el paisaje racializado de
los inmigrantes europeos en Estados Unidos. En lugar de asumir que la raza tiene un
significado fijo, critica las obras que confunden la raza con el color. En otras palabras, el
objetivo de Jacobson es
entonces, ¿cómo explicamos los estereotipos nativistas dirigidos a los pueblos celtas, eslavos
e italianos? ¿Cómo es posible que los irlandeses alguna vez fueran vistos como 'salvajes'?
Entre 1840 y 1924, América fue rápidamente transformada por la segunda ola de
industrialización con minas, plantas químicas y acerías. Por lo tanto, la ideología republicana
de 'independencia' enfrentó la realidad de los emigrados que buscaban libertades religiosas y
nuevas oportunidades. El republicanismo, muestra Jacobson, estuvo marcado por los límites
cambiantes del racismo. Señala que, antes de la década de 1840, la "blancura" dependía de
su oposición a la "no blancura', la segunda mitad del siglo fue testigo de la construcción de
jerarquías científicas de diferencia racial.
Los lectores que buscan comprender el riesgo La eugenesia estadounidense encontrarán
mucha sabiduría aquí. Jacobson critica las suposiciones de los comentaristas conservadores
más prominentes de esta era, incluidos Harry Laughlin y Madison Grant. También son útiles
los ejemplos de las formas en que los escritores, tanto emigrantes como no emigrantes,
ofrecieron instantáneas de los significados raciales. Desde las obras de Hugh Henry
Brackenridge hasta los escritos de finales de siglo de Charles Chestnutt y la novela
políticamente aguda de Arthur Miller Focus (1945), Jacobson intercala cómo los autores
entendieron los límites de la raza. Esto no es tanto un esfuerzo de recuperación como una
teorización: Jacobson describe cómo las teorías científicas de la raza infunden textos
literarios y lo que articulan sobre la política de la raza.
Los supuestos raciales de diferencia respaldaron incluso los esfuerzos antirracistas en los
años treinta y cuarenta. El enfoque liberal sobre la 'cuestión negra' plantearía nuevas
dicotomías (blanco/de color, blanco/negro), borrando a los asiáticos y latinos del discurso
público. Los antropólogos solo reforzaron estas nociones, afirmando las 'tres grandes
divisiones de la humanidad': 'caucásico', 'mongoloide' y 'negroide'. Jacobson capta cómo los
escritores "étnicos" negociaron estos sistemas.
15.6 Conclusión
Los historiadores están en una posición única para subvertir los debates dominantes sobre
los significados de la raza. Recientemente, tras un interminable silencio sobre la carrera desde
la profesión, los historiadores han comenzado a aplicar conocimientos en la esfera pública.
Por ejemplo, Eric Foner llamó al estado de Nueva York a reconocer su participación en el
sistema esclavista. Alentando proyectos que educarían a los ciudadanos, identificó
corporaciones que se beneficiaron de la esclavitud.411
Dado el legado de discriminación, las historias de raza pueden abrir el diálogo e iniciar el
proceso de reparación de las violencias que ha provocado el racismo. La necesidad de
comprensión cultural, a través de todas las (supuestas) fronteras raciales y étnicas, conducirá
a futuros prometedores.
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Glenn Jordan
¿Quién produce la historia? ¿De qué lado está la historia? ¿Cuál es la relación entre
historia y democracia cultural? Uno de los desarrollos más interesantes en la práctica de la
historia académica y pública desde principios o mediados del siglo XX (dependiendo de
dónde se quiera asignar el punto de 'orígenes') ha sido la 'recuperación' de memorias, voces
y experiencias marginadas de las clases trabajadoras, mujeres, negros y otros grupos
su413bordinados. Ya sea que se base en instituciones académicas o en entornos comunitarios,
la 'historia popular' ha transformado la práctica de escribir historia en una variedad de
contextos, desde libros hasta exposiciones y programas de medios. Cuando se ha arraigado
en la democracia cultural, es decir, en prácticas que aseguran la participación activa de un
público amplio, incluidos los grupos marginados, la 'historia del pueblo' a veces ha
transformado la vida de las personas.
Este capítulo es un estudio de caso de un intento de practicar la democracia cultural, incluida
la historia de las personas, la educación comunitaria y el arte comunitario, durante un período
de unos quince años en una de las comunidades obreras multiétnicas más antiguas de Gran
Bretaña. Reflexiona sobre esa práctica y busca relacionarla con cuestiones más amplias que
tienen que ver con el conocimiento no oficial, el trabajo intelectual comprometido y el
proyecto de la historia desde abajo. La organización es Butetown History & Arts Centre; la
ubicación es la zona de la Bahía de Cardiff, específicamente la famosa comunidad, a menudo
difamada, conocida como Butetown o 'Tiger Bay'.
16.1 El contexto
Desde mediados del siglo XIX hasta la década de 1990, Butetown unió el puerto de Cardiff
con el centro de la ciudad. Desde la década de 1840 hasta la remodelación de la década de
1960, este pequeño distrito de una milla de largo albergó una de las comunidades minoritarias
y de inmigrantes más grandes de Gran Bretaña. Era el hogar de personas de más de 50
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Butetown History & Arts Center (www.bhac.org) actualmente ocupa unos 2500 pies
cuadrados de espacio en la planta baja en el corazón de los Bahía de Cardiff. El Centro
incluye un archivo de imagen y sonido, dos espacios de galería, una oficina de recursos
educativos, un aula/sala de reuniones y una pequeña tienda. Nuestro presupuesto actual es de
alrededor de £150,000 ($230,000) por año. La mayor parte de nuestros ingresos provienen
de gramos, generalmente subvenciones para proyectos que duran de uno a tres años, de
fuentes como el Ministerio del Interior, el Consejo de las Artes de Gales, el Fondo
Comunitario (antes Charities Lottery), el Consejo del Condado de Cardiff y fundaciones.
Actualmente también generamos unas 25.000 libras esterlinas (40.000 dólares) al año por la
venta de libros, fotografías, tarjetas y otros productos en nuestra tienda de la galería; desde
los servicios educativos que ofrecemos a grupos escolares; y proporcionando imágenes de
nuestro archivo a empresas de televisión y otros medios de comunicación.
En colaboración con la población local, recopilamos, conservamos y utilizamos
historias orales, fotografías antiguas y otros documentos. Somos un equipo multiétnico y
multirracial, que incluye trabajadores a tiempo completo, trabajadores a tiempo parcial y
voluntarios. Al momento de redactar este informe, nuestro personal remunerado ocupa el
equivalente a cinco o seis puestos de tiempo completo: el Director del Centro, un
Administrador, un Archivero/Investigador de imágenes, un Oficial de exposiciones, un
Oficial de educación (cuyas especialidades incluyen historia, geografía y la Currículo
Nacional), un Oficial de Educación Artística (cuya experiencia es en narración de cuentos,
teatro y música del mundo), dos Oficiales de Alcance Comunitario/Historiadores
Comunitarios (uno de los cuales trabaja específicamente con las comunidades de refugiados
somalíes y otras) y un Oficial de Marketing (que funciona como nuestro Diseñador Gráfico).
Nuestra docena de voluntarios incluye trabajadores de galerías, mecanógrafos y asistentes de
investigación. La participación de voluntarios precede a la del personal asalariado y siempre
ha sido fundamental para nuestro éxito.
La nuestra es una historia con un propósito social, un intento consciente de vincular
el conocimiento histórico con las prácticas sociales, incluidas las prácticas críticas e
intervencionistas. Nuestro trabajo transgrede los límites entre la historia social, el estudio de
las relaciones, instituciones y prácticas sociales, y la historia cultural, el estudio de los
significados y valores.424 El problema de la representación -de las relaciones pasadas y
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16.4 Encallamientos
Si se pensara en la historia como una actividad más que como una profesión,
entonces el número de sus practicantes sería incalculable.
Raphael Samuel 425
¡Pero la historia es un asunto demasiado importante como para dejarlo en manos de
los historiadores!
Jean Chesneaux 426
Fundado en 1987/88 por un antropólogo afroamericano y media docena de residentes
locales, el Butetown History & Arts Center es una intervención en el terreno de la cultura y
el poder. Comenzó como un intento serio de desarrollar un grupo de investigadores indígenas
de base local -intelectuales orgánicos de clase trabajadora- y de crear un espacio para la
producción de historias, identidades y representaciones alternativas de la vida en los muelles
de Cardiff. Nuestro trabajo, especialmente en las primeras fases, comparte el espíritu de otros
proyectos intelectuales emancipatorios, como la historia feminista, como explica Catherine
Hall:
La historia feminista, tal como se conceptualizó por primera vez a principios de la
década de 1970, trataba sobre la recuperación de la historia de las mujeres. Necesitábamos
llenar los enormes vacíos en nuestro conocimiento histórico que eran un resultado directo
de la dominación masculina del trabajo histórico. 427
Y la historia laboral y de la clase obrera británica, como explica John Tosh:
El propósito de gran parte de la historia laboral escrita por historiadores
políticamente comprometidos es agudizar la conciencia social de los trabajadores,
confirmar su compromiso con la acción política y asegurarles que la historia es "de su
lado".... En Gran Bretaña, este enfoque se refleja en el movimiento del Taller de Historia...
que comenzó a fines de la década de 1960; para ellos, la reconstrucción histórica de la
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experiencia de los trabajadores sirve como 'fuente de inspiración y comprensión', para usar
una frase del primer editorial de la revista History Workshop. 428
Recuperar la experiencia marginada, llenar los vacíos y subvertir las construcciones
dominantes; usar la historia como un medio para agudizar la conciencia social, aumentar la
comprensión e inspirar la acción: todo esto es consistente con la práctica del Butetown
History & Arts Centre. Escuche a Marcia Brahim Barry, miembro fundador del proyecto:
Sabíamos que teníamos una historia única, pero no nos habíamos dado cuenta de lo
única que era hasta que alguien [un antropólogo estadounidense de Blade llamado Glenn
Jordan] entró y dijo: "Usted es historia y si no hacemos algo al respecto, será perdida."
Entonces, en cierto modo, para mí, se convirtió en una cruzada... De repente me di cuenta
de que todo a nuestro alrededor estaba cambiando, podíamos realmente verlo, y que las
personas mayores se estaban muriendo y muchos residentes se habían mudado a través de
la "Eliminación de asentamientos informales" (slum clearance) de las décadas de 1950 y
1960, por lo que la comunidad se había agotado y de creo que alrededor de 5000 en la
década de 1950, ahora hemos bajado a dos mil quinientos... Nos dimos cuenta de que
teníamos que comenzar a hacer algo al respecto. 429
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[H] abía una fascinación en el paseo a través de Tiger Bay Chinks y Dagos, Lascars
y Levantines, deslizándose por los desvaídos y malignos caminos que salían de Bute Street.
. . Niños de los más extraños colores, fruto de espantosas desalianzas, se tambaleaban
semidesnudos por las calles; y los escaparates estaban decorados con nombres que eran el
epítome de todos los clanes y clases bajo el sol... Era un barrio sucio, podrido y romántico,
una ofensa y una inspiración, y me encantaba.432
La gente de esta comunidad está profundamente ofendida por tales construcciones.
Cuando nació el Proyecto de Historia Comunitaria de Buretown, necesariamente siempre-ya
estaba posicionado dentro de un campo de representaciones establecido desde hace mucho
tiempo. 26 El etnógrafo/historiador oral que cofundó el proyecto era parcialmente consciente
de este hecho; la población local era plenamente consciente de ello. Así, para ellos, al menos
tanto como para él, esta iniciativa fue, desde el principio, una intervención dialógica, cultural-
política. No se trataba tanto de averiguar sobre una comunidad que había estado 'oculta de la
historia' (para usar la frase que hizo famosa Sheila Rowbotham).433 Más bien, se trataba de
estudiar una comunidad que era hipervisible en el sentido de que siempre se ha escrito sobre
ellos, pero al mismo tiempo invisibles en el sentido de que se han ocultado dimensiones clave
de su experiencia, principalmente porque quienes los representaron rara vez se molestaron
en preguntarles sus historias o puntos de vista.
El antropólogo/historiador oral, un activista-intelectual que había abandonado en gran
medida las torres de marfil de la academia, confirmó que el Proyecto de Historia Comunitaria
de Butetown, ciertamente desde el punto de vista del antropólogo/historiador oral, buscaba
lograr el empoderamiento a través de la educación práctica y desmitificación del proceso de
investigación. 434Lo siguiente es de una entrevista en la que Marcia Brahim B arry describe
nuestra práctica en los primeros años de 1988-1990. La actividad que se describe es parte del
trabajo que hicimos en nuestra primera iniciativa de educación comunitaria, un curso/taller
semanal iniciado en febrero de 1988. La entrevistadora, como antes, es Karen Gehrke.
MB: No sé si conoces la antigua biblioteca. Bien... Glenn quería que empezáramos a
aprender a investigar y todos fuimos allí y eran las vacaciones de verano, así que hicimos
algunas temporadas... [con] gente que solo buscaba en periódicos viejos y esas cosas. Fue
bastante fascinante que la gente comenzara a aprender a investigar. Y, sin embargo, como
estábamos todos juntos, no era como hacer una especie de tarea dolorosa... De hecho, nos
involucramos en buscar los papeles y los encontramos realmente fascinantes. Y en realidad
podías ver lo que estaba tratando de decirte...
[Él] solía enfatizar que en realidad podíamos escribir nuestra propia historia, que
podíamos escribir la historia que veíamos, no la historia que la gente pensaba que era
nuestra historia, para que en realidad tuviéramos una voz... 435
El esfuerzo no fue simplemente lograr que las personas recopilen y cuenten sus propias
historias, sino también alentarlos a comprometerse con lo que ya se había escrito y dicho
sobre ellos: el proyecto siempre involucró un elemento de compromiso crítico con los
discursos hegemónicos, es decir, discursos locales de diferencia racial y cultural. Con este
fin, empezamos por estudiar periódicos viejos. La intención también era leer relatos de
científicos sociales y (otros) escritores de ficción.
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El título del curso era 'Así éramos: Historias de vida de Tiger Bay'. La primera sesión atrajo
a 42 personas. Este tipo de participación era algo insólito: la autoridad local había estado
tratando de poner en marcha clases de educación para adultos en Butetown durante algunos
años con muy poco éxito.
En términos de financiación y otros recursos materiales, comenzamos nuestras sesiones
semanales prácticamente sin nada. Nuestras únicas posesiones, compradas gracias a una
pequeña subvención de £ 350 del Servicio de Educación Comunitaria del condado, eran
equipos de calidad de transmisión de nivel mínimo: una grabadora de casete Marantz CP430
y dos buenos micrófonos, y una pequeña cantidad de cintas de audio. Una consecuencia de
la falta de recursos fue que ayudó a unir al grupo a través de la responsabilidad colectiva:
MB: No teníamos dinero, así que teníamos el Butetown Community Center gratis los martes
por la noche... Solía traer la tetera de casa. Molly y Rita u Olwen o cualquiera de nosotros
juntamos nuestro dinero y compramos galletas, té y café. 436
El objetivo de las sesiones era doble: que los residentes locales aprendieran a hacer historia
oral y que el grupo comenzara a recopilar sistemáticamente historias de vida en cintas de
audio. La idea era que el antropólogo/historiador oral mediara en el proceso de adquisición
del conocimiento, haciendo eventualmente innecesaria su presencia. El énfasis no estaba
simplemente en la capacitación (demostración práctica de técnicas de entrevista, uso de
micrófonos, etc.) sino en la educación (discusión crítica de temas y cuestiones en
investigación, historia oral y democracia cultural):
MB: La primera mitad de las sesiones sería para que aprendiéramos técnicas de
entrevistas, así que usamos un libro de Paul Thompson [The Voice of the Past]... Glenn
consiguió un montón de ellos. Se suponía que todos debíamos pagarle, pero no creo que
nadie lo hiciera. Al final nos regaló a todos un libro. Así que solíamos hablar sobre historia
oral y solíamos pensar en preguntas y temas y solíamos leer pasajes de los libros... No creo
que nos diéramos cuenta de lo que nos estaba pasando, pero en realidad estábamos
desarrollando [conocimiento y] habilidades
Las sesiones estaban destinadas a durar 32 semanas, pero terminaron durando tres años.
Alrededor de la mitad de los que asistieron regularmente a esas sesiones todavía están
activamente involucrados en el Centro hoy. Obviamente, nuestras sesiones tuvieron un efecto
significativo y duradero. Alessandro Portelli ha observado:
[C]uando el encuentro tiene lugar {sobre la base} de la igualdad, no solo el
observador, sino también los "observados" pueden verse estimulados a tener nuevos
pensamientos sobre sí mismos. Esto arroja una nueva luz sobre un viejo problema: la
interferencia del observador en la realidad observada. El fetiche positivista de la no
interferencia ha desarrollado técnicas extravagantes para eludir o eliminar este problema.
Creo que debemos darle la vuelta a la cuestión y considerar los cambios que nuestra
presencia puede provocar como algunos de los resultados más importantes de nuestro
trabajo de campo. 437
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Quizás después de leer la discusión anterior sobre la democracia cultural en nuestros primeros
años, el lector puede imaginar que ha sido fácil de mantener. Nada más lejos de la realidad,
como deja claro el siguiente diálogo entre Karen Gehrke y Chris Weedon:
KG: Mencionaste una vez que una idea detrás del Centro también era... realizar la
idea de democracia cultural.
CW": Sí, ... todo el proyecto, incluso cuando estaba en sus primeras fases de un
proyecto de historia comunitaria, fue un ejercicio de democracia cultural en el sentido de que
en lugar de que alguien de afuera viniera y lo hiciera, la idea era que las personas debían
coleccionar su propia historia, debían entrevistarse entre sí, coleccionar sus fotografías,
archivarlas y todo lo demás, Y que cada decisión... y todos los objetivos debían ser discutidos
por el grupo. Y debía ser un cosa colectiva que siguió adelante, en la que todos participaron
independientemente de su origen, educación o lo que sea...
Ahora, obviamente, desde esos primeros días se hizo más grande, pero creo que esos
principios siguen siendo importantes. Es solo que ahora es más diverso, por lo que las
personas eligen trabajar en diferentes áreas. No todo el mundo puede hacer todo porque hay
demasiadas cosas sucediendo, pero ciertamente la idea de que deberían ser personas
haciéndolo por sí mismas y debería ser empoderador... todavía está ahí.
KG: "¿Entonces crees que desde tu punto de vista funcionó hasta ahora?
CW: No diría que fue un éxito del 100 por ciento, creo que es una batalla continua.
Creo que la democracia cultural es muy difícil porque [se basa] en la noción de que la gente
realmente quiere asumir una de las cosas que este proyecto ha demostrado es que, a menudo,
la gente en realidad no quiere asumir la responsabilidad. Quiero decir que quieren sentir
que están involucrados y quieren opinar, pero no siempre quieren hacer todas las otras cosas
que van más allá de eso, para realmente darse cuenta.
Hay límites a cuánto están dispuestos a hacer, o qué: áreas en las que están dispuestos a
involucrarse. . . Creo que es una lucha continua, la democracia cultural. 438
Con respecto a la asunción de responsabilidad, todavía se da el caso de que casi todas las
entrevistas de historia de vida grabadas en audio en nuestro archivo fueron realizadas hace
más de una década por dos voluntarios (el antropólogo y Marcia Barry) en los primeros años
de nuestra existencia. A pesar de la opinión profundamente sentida de la comunidad de que
su historia debe ser preservada, no mucha gente local ha estado dispuesta a salir y asegurarse
de que se haga, a pesar de que el equipo y la experiencia necesarios están fácilmente
disponibles para ellos.
Nuestro archivo de historia oral ahora incluye alrededor de 800 horas de entrevistas grabadas
en audio y una docena de horas de video (este último realizado en colaboración con dos
grupos de video locales). Todavía no hemos podido hacer un uso sustancial de este material.
Debido a los recursos necesarios, transformar entrevistas grabadas en audio en un formato
que pueda compartirse con una audiencia pública de lectores u oyentes puede plantear serias
dificultades para grupos como el nuestro.
Hemos hecho uso del testimonio oral en la radio. Nuestro logro más notable con los medios
fue nuestra participación central en la producción de Bay People, dos programas de media
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hora, narrados por Glenn Jordan y transmitidos por BBC Radio Wales en octubre de 2001.
La mayoría de las voces en los programas son de personas, de diversos orígenes étnicos, a
quienes recomendamos; y muchas de las entrevistas fueron grabadas en nuestro centro. Estos
desarrollos sugieren cambios importantes en la política de representación.
Producir libros a partir de cintas de audio es un negocio largo, laborioso y costoso. Desde
nuestros primeros días, hemos tenido la intención de producir dos volúmenes de historias de
vida: Women’s Lives from Tiger Bay and Men’s Lives from Tiger Bay. En términos más
generales, planeamos producir publicaciones, incluidos libros para niños, que harían un uso
extensivo de la historia oral. Hasta la fecha, eso no ha sucedido; de hecho, resulta que todas
las historias de vida/historias comunitarias que hemos publicado -a excepción de breves
extractos para nuestros paneles de exhibición o nuestro boletín informativo (previamente
existente)- han sido escritos por personas que han escrito sus textos en una computadora, es
decir, en un formulario que pudiera leerse, discutirse y editarse fácilmente. Esto tiene
consecuencias irónicas: aquellos cuyas voces están más marginadas dentro de esta
comunidad aún no han aparecido impresas, a pesar de nuestros elevados objetivos
culturalmente democráticos.
El programa de publicación de Butetown History & Arts Centre no ha tenido tanto éxito
como Centreprise. Nuestros esfuerzos, sin embargo, están guiados por principios y prácticas
similares, excepto que no ponemos tanto énfasis en el trabajo. Hasta la fecha, nuestras
publicaciones incluyen ocho libros (coproducimos uno más) y dos folletos.442
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Desde el principio, establecimos una serie titulada 'Historias de vida de Tiger Bay' en la que
se alentaría a la gente local a publicar. Hasta el momento, se han publicado cuatro títulos en
la serie: Neil Sinclair, The Tiger Bay Story (140 páginas, 1993); Phyllis Grogan Chappell, A
Tiger Bay Childhood· Growing Up in the 1930s (80 páginas, 1994); Harry 'Shipmate' Cooke,
How I Saw It: A Stroll thro' Old Cardiff Bay (112 páginas, 1995); y Neil Sinclair, Endangered
Tiger: A Community under Threat (196 páginas, 2003). Actualmente estamos trabajando en
un quinto título: Olwen Blackman Watkins, A Family Affair: Three Generations in Tiger
Bay.
Los libros de nuestra serie Life Stories son fáciles de usar: el tamaño es A5
(aproximadamente 150 X 210 mm) y la extensión suele ser considerablemente inferior a 200
páginas. El libro más corto, A Tiger Bay Childhood de Phyllis Chappell, tiene solo 80
páginas. Seguí presionándola para que escribiera más hasta que tuviéramos suficiente texto
para producir un libro en lugar de un folleto. Hay un punto serio aquí, que tiene que ver con
la política de la visibilidad: si se va a notar la escritura de la clase trabajadora, uno necesita
poder ver la marea en el lomo.
¿Cuál es la motivación para escribir estos libros? Alessandro Portelli ha observado: 'La
narración de una historia preserva al narrador del olvido.37 En el caso de nuestros escritores
de Tiger Bay, el deseo parece más proclamar '¡ESTAMOS!' en lugar de afirmar '¡YO SOY!'
Estos escritores privilegian la historia de la familia y, especialmente, de la comunidad, no la
autobiografía.38 El deseo de contar sus historias personales es reemplazado por la búsqueda
de escribir relatos internos sobre una comunidad difamada que conocen y, por lo general,
aman.
Sus fuentes no son informes de investigación ni mapas ni libros de censos. Son memorias
compartidas e historias preservadas a través de generaciones a través de tradiciones de
narración y en las interacciones de la vida diaria, el tipo de memoria y conocimiento discutido
en el siguiente pasaje por el Grupo de Memoria Popular CCCS:
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para los capítulos. Sin embargo, su edición no se extiende a asuntos de 'verdad': no cuestiona
'los hechos' que presentan los lugareños. También tiende a renunciar al poder de nombrar: la
mayoría de los títulos de los libros fueron elegidos por sus autores, a veces a pesar de las
objeciones del editor. La preocupación clave en el proceso de edición ha sido preservar la
voz del autor, de modo que las personas locales que conocen al autor puedan literalmente
escucharlo hablar si leen el texto. El modo de escritura es popular, más que académico. 40
El mérito de nuestros libros de Historias de Vida no radica simplemente en sus motivaciones,
fuentes y estilo. Quizás su mayor contribución radica en los relatos detallados que brindan,
es decir, la información específica que puede desencadenar recuerdos locales y también
puede servir al estudiante o académico como guía para una mayor investigación.
Desde el año 2000, nuestro programa de publicaciones ha aumentado considerablemente,
esta vez con el antropólogo/historiador oral a menudo asumiendo el papel de 'autor'. Esto no
indica un abandono de nuestro compromiso con la democracia cultural, sino una decisión de
producir una gama más diversa de publicaciones, incluidos libros que privilegian las
imágenes visuales, en particular, las fotografías.
¿Por qué fotografías? Por su poder, para desencadenar emociones; reunir la memoria
individual y colectiva; para convencer al espectador de que lo que ve realmente existe. Marita
Sturken explica:
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Durante un período de varias semanas juntos alrededor de la costa del área que se
está reinventando como la Bahía de Cardiff... Para guiar al fotógrafo, el narrador recurre
a un archivo personal y colectivo de impresiones almacenadas. Para encontrar lo que
recuerda, para recuperar fragmentos de su pasado, la narradora lleva a la fotógrafa a los
bordes, los márgenes, los espacios aún no terminados de la remodelación. Allí, entre lo
arrasado por el tiempo y lo erosionado, lo usado y lo abandonado, casi se las arregla para
estar en casa.
. . . Estas son fotografías del presente, impresas con huellas del pasado. 449
Catherine Belsey ha declarado: 'El tipo de historia cultural que propongo es una historia de
representación'. 450 Esto está cerca del proyecto que perseguimos en nuestras exposiciones y
actividades relacionadas. La historia de las personas, tal como la practicamos, incluye formas
de ver, es decir, un compromiso con las imágenes que va más allá de cualquier suposición de
que simplemente proporcionan 'evidencia' o una 'ventana a la realidad'.
Fractured Horizon, la exposición y el libro, señalan un compromiso con lo visual que es muy
diferente del que suelen practicar los historiadores, incluidos los que producen la "historia de
las personas": la imagen y el texto existen en una relación dialógica en la que ninguno es
privilegiado. Raphael Samuel ha observado perspicazmente:
'Historia desde abajo'. . . se detuvo antes de cualquier compromiso con los gráficos.
Atrapado en la revolución cultural de la década de 1960, permaneció apegado a formas
bastante tradicionales de escritura, enseñanza e investigación. The Making of the English
Working Class (1963) de E.P. Thompson no tiene ni una sola copia para fermentar las 800
páginas de narrativa que cubre algunos de los años más brillantes de la caricatura política
inglesa. Ni The World We Have Lost (1965) de Peter Laslett... La historia social de la 'nueva
ola' tomó fotografías a bordo. . . pero fue por su contenido de realidad más bien por su valor
o interés pictóricos, en resumen, porque fueron pensados como parte de una verdad
documental.
Él continúa:
Parece posible que el nuevo interés de la historia por la "representación" y su
reconocimiento tardío del giro deconstructivo en el pensamiento contemporáneo permitan,
e incluso fuercen, un compromiso más central con los gráficos... Las fotografías, si están en
el espíritu del posmodernismo. Están separados de cualquier noción de lo real, podrían
estudiarse por la teatralidad de las apariencias sociales, más que como semejanzas de la
vida cotidiana. 451
'Postmodernismo' es un término que rara vez se usa en el Butetown History & Arts Centre.
No obstante, algunas de nuestras prácticas están informadas por leves dosis de ideas
posestructuralistas y posmodernistas.
Este capítulo ha planteado varios temas que tienen que ver con la historia popular y la
democracia cultural a través de la discusión de un proyecto que existe desde hace unos quince
años en la zona portuaria de Cardiff. Ha explorado cómo comenzó el Proyecto de Historia
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244
Desde la perspectiva del Butetown History & Arts Centre, al igual que para Stuart Hall, el
trabajo intelectual radical es un asunto serio, que implica una intervención localizada y un
compromiso a largo plazo. También implica un compromiso con el trabajo colectivo y la
responsabilidad compartida. Sin embargo, esto no siempre es fácil de lograr: las personas
tienen diferentes habilidades y motivaciones y, como se indicó anteriormente, a veces no
desean asumir una responsabilidad significativa para asegurar que la organización tenga
éxito.
Finalmente, desde nuestro punto de vista, hacer un trabajo intelectual radical incluye el
compromiso de escribir en una forma que sea intelectualmente rigurosa y, en términos de
vocabulario, sintaxis y modo de presentación, accesible a una amplia audiencia, incluidas las
personas que no han tenido educación superior. . En el caso de este ensayo, esta posición
significa que todo lo que aquí se escriba debería, en principio, ser accesible a los miembros
de nuestra organización o de la comunidad local que deseen leerlo.
Escribir de esta manera plantea verdaderos desafíos. No pretendo haberlos conocido siempre.
452
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245
Glosario
Este glosario no es exhaustivo. Explica términos difíciles que se repiten en varios capítulos.
No explica palabras asociadas con teorías particulares, porque esa es la tarea de capítulos
específicos.
Agencia: La capacidad de un individuo o grupo para actuar conscientemente hacia un fin
particular.
Determinismo: en historia se refiere generalmente a la noción de que los procesos históricos
se ajustan a ciertos patrones o leyes que (a) están más allá de nuestro control y (b) hacen que
un curso particular de eventos sea necesario o inevitable. La creencia opuesta es la noción de
libre albedrío. Véase también Agencia y Teleología.
Discurso: se usa generalmente para referirse a la comunicación oral o escrita, o al tratamiento
extenso hablado o escrito de un tema. El discurso es utilizado en un sentido especial por los
postestructuralistas y se refiere a la relación entre el lenguaje y su contexto, como un medio
tanto para producir como para organizar el significado en contextos sociales. Como tal, está
relacionado con el poder social.
Empirismo: La doctrina de que el conocimiento debe basarse en la experiencia, la
observación y quizás el experimento.
Epistemología: La teoría del conocimiento, su validez y fundamentos.
Hegemonía: Un grupo dominante gobernado por consentimiento ideológico (medios no
coercitivos); el grupo dominante logra poder y control sobre otros grupos en la sociedad
representándoles con éxito que el estado de cosas existente es lo mejor para ellos.
Hermenéutica: En historia suele significar la interpretación de las fuentes, muchas veces
para desvelar las intenciones e ideas de sus autores.
Heurística: Un concepto u otro dispositivo que sirve para descubrir o aprender algo.
Historicismo (Historism): una doctrina histórica asociada particularmente con Leopold von
Ranke en la que todas las acciones, categorías, verdades y valores son explicables en términos
de condiciones históricas particulares y, en consecuencia, solo pueden entenderse mediante
el examen de contextos históricos particulares, en desapego de las actitudes actuales. Los
historiadores a menudo se enfocan en la historia política y los grandes hombres. El término
'historicismo' (historicism) también se usa para designar este tipo de historiografía, pero
hemos preferido historicismo (historism) en este volumen porque el término historicismo
(historicism) también se usa para designar la doctrina de que los eventos particulares solo
pueden entenderse en términos de 'leyes históricas'. El historicismo (Historism), tal como lo
hemos definido, rechaza esta afirmación sobre la base de que los acontecimientos históricos
son siempre únicos.
Metanarrativa: una teoría que pretende ser integral y poder explicar todas las instancias
particulares (también conocida como gran narrativa, narrativa maestra, gran teoría).
Metafísico: Usado generalmente para designar o abstraer, quizás especulativo,
razonamiento. Usado por Derrida -en un sentido diferente- para designar la búsqueda ilusoria
de las realidades subyacentes
Ontología: El estudio de la naturaleza del ser, de lo que es ser en el mundo.
Positivismo: Doctrina que sostiene que las percepciones de los sentidos son la única base
admisible del conocimiento humano y del pensamiento preciso. Los positivistas sostienen
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que las leyes históricas, si las hay, deben derivarse de la observación. Los positivistas a
menudo atacaban la metafísica como especulación abstracta.
Relativismo: la doctrina de que el conocimiento no es absoluto, sino que depende del punto
de vista.
Sujeto: Puede designar la capacidad de un individuo o de un grupo para dar sentido al mundo
y elegir un determinado curso de acción (ver Agencia) o, por el contrario, puede significar
sujeción a estructuras lingüísticas o sociales. Algunas teorías intentan reconciliar estos dos
significados del término.
Teleología: La noción de que la historia avanza hacia un fin predeterminado: el socialismo,
el capitalismo, el gobierno de Dios, la realización de la nación-mirada, por ejemplo.
Universalismo/universalista: Conceptos, ideas o teorías que se consideran de aplicación
general, no solo a categorías particulares de personas, naciones o sociedades.
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