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Introducción

Hermann Weyl (1885-1955) es ampliamente reconocido como uno de los matemáticos más

importantes e influyentes del siglo XX. Discípulo de David Hilbert en Gotinga – y por

tanto, como señala Frank Wilczek, “en la línea de descendientes intelectuales de Gauss,

Riemann, y Dirichlet” (Weyl, 2009: vii) – fue, al igual que su maestro Hilbert, un

verdadero polímata que puso el sello de su genio sobre diversas áreas de las matemáticas

(creando, a su paso, unas cuantas) y de las ciencias naturales. Como botón de muestra de la

influencia que ha tenido Weyl sobre las matemáticas de nuestro tiempo, valga lo que al

respecto ha dicho Michael Atiyah (2002: 1): “Los últimos 50 años han visto un notable

florecimiento de justamente aquellas áreas que inició Weyl. En retrospectiva, casi podría

decirse que definió la agenda y proporcionó el marco apropiado para lo que siguió.”

Como un genuino polímata, Weyl no sólo se interesó por un minucioso y a la vez

ambicioso estudio de las matemáticas, sino también por su filosofía. Aquí ofrezco un

esbozo de este último estudio, dividiéndolo en dos partes. La primera de ellas se ocupa de

la exposición de la filosofía matemática de Weyl con respecto a la lógica matemática. La

segunda, a su exposición con respecto a la cognición matemática. En estas dos

indagaciones de Weyl, la naturaleza de las proposiciones geométricas desempeña un papel

muy importante, de tal modo que, al menos implícitamente, en nuestro proceder también

diremos algo sobre la filosofía matemática de Weyl con respecto a la geometría.

Antes de pasar a considerar dichos temas, es necesario decir algo sobre dos asuntos

que tienen que ver directamente con los propósitos expositivos de este trabajo.

2
Sobre la naturaleza de la filosofía de las matemáticas

La filosofía de las matemáticas y la lógica matemática tienen una cosa en común: sus

respectivos inicios son mucho menos conocidos que sus respectivos resultados ulteriores.

Para el caso de la lógica matemática existe una disputa no tanto de precedencia, sino de

significatividad histórica, entre booleanos y fregeanos con respecto a ciertos métodos

lógico-matemáticos. Del lado de los booleanos destacan Hilary Putnam (1990) y George

Boolos (1999), mientras que del lado de los fregeanos destacan Willard Van Orman Quine

(1950), Jean van Heijenoort (1977) y, desde luego, el propio Gottlob Frege:

[…] quisiera subrayar que el objetivo de mi conceptografía es diferente del de la lógica booleana. Yo

deseaba completar el lenguaje de fórmulas de las matemáticas con signos para las relaciones lógicas

de modo tal que de ello resultase una conceptografía que hiciese innecesaria la inclusión de palabras

en el curso de una prueba y, gracias a ello, combinase el mayor grado de precisión con la mayor

brevedad posible. Para este propósito, los signos que introduje debían ser apropiados para fusionarse

íntimamente con los que se usan habitualmente en las matemáticas. Los signos de Boole (en parte

procedentes de Leibniz) no son en modo alguno apropiados para ello, lo que tampoco sorprende si se

tiene en cuenta su objetivo; deben representar únicamente la forma lógica, prescindiendo por

completo del contenido. Creo necesario anticipar esto con el fin de prevenirnos contra la falsa idea de

que ambos sistemas son comparables en todo respecto (2016: 11).

Para el caso de la filosofía de las matemáticas, su origen tampoco es muy claro.

Algunos lo retrotraen a la Crítica de la razón pura de Immanuel Kant, quien a su parecer se

ocupó por primera vez de los genuinos problemas epistemológicos y lógicos que tienen las

ideas matemáticas.1 Pero, en realidad, los griegos ya se ocupaban de tales problemas: desde

1
Richard Rorty (2013: 142) sostuvo que Kant formuló el problema del conocimiento en términos de
supuestos componentes de las proposiciones, y no en términos de las relaciones entre proposiciones y su
grado de certeza.

3
el problema que para ellos supondría la irracionalidad de 2 hasta el problema relativo a

la precedencia (o no) de las demostraciones mecánicas sobre las demostraciones

geométricas,2 pasando por la distinción entre un infinito real y un infinito potencial

(Aristóteles negaría la posibilidad del primero).

Entonces quizá resulte más conveniente identificar a la filosofía de las matemáticas

no a partir de sus pretendidos orígenes, sino a partir de i) su propósito general y ii) los

temas de los que se ocupa a fin de alcanzar tal propósito general.

Con respecto al primer punto, Bertrand Russell dijo que, a diferencia de las

matemáticas ordinarias, en las que se procede constructiva3 y gradualmente, aumentando

cada vez más la complejidad, en la filosofía matemática se procede hacia los principios y

las ideas más generales, alcanzando así una abstracción cada vez mayor (2010: 6) (Henri

Poincaré (2001: 487) criticaría este proceder porque estas abstracciones – que se

encuentran, por ejemplo, en la teoría de clases de Alfred N. Whitehead, en la que se

distingue un miembro x de la clase cuyo único miembro es x, y esta clase de la clase cuyo

único miembro es la clase cuyo único miembro es x, etcétera – no se cuentan entre las

matemáticas reales, aquellas referidas a la naturaleza.)

¿Por qué la filosofía matemática alcanza “una abstracción cada vez mayor”? La

respuesta se encuentra en los temas que contempla, temas que determinan su proceder: los

fundamentos de las matemáticas, la existencia de los objetos matemáticos, y la naturaleza

de la verdad matemática. Con respecto al primer tema, la filosofía matemática suele

dividirse en tres grandes escuelas: la logicista, que sostiene que los conceptos de las
2
Arquímedes contempló este problema en su Sobre el método. Véase Antiseri y Reale (1988: 259).
3
A menos que las pruebas matemáticas de las que se trata sean indirectas. Este importante punto es omitido
por Russell.

4
matemáticas pueden derivarse desde conceptos lógicos mediante definiciones explícitas y

que los teoremas de las matemáticas pueden derivarse desde axiomas lógicos mediante

deducciones puramente lógicas (Carnap, 1931); la intuicionista, que sostiene que las

matemáticas son una función natural del intelecto humano, una actividad libre y vital de su

pensamiento (Heyting, 1931), y la formalista, para la que, en aras de demostrar la validez

de las matemáticas clásicas, no deben investigarse sus enunciados sino sus métodos de

prueba, cuyas condiciones – las tareas de la teoría de la prueba de Hilbert – han de ser i) la

enumeración de todos los símbolos que se emplean en las matemáticas y en la lógica; ii) la

caracterización inequívoca de todas las combinaciones (fórmulas) de los símbolos que

representan enunciados significativos4 en las matemáticas clásicas; iii) el suministro de un

procedimiento de construcción que permita construir, de manera sucesiva, todas las

fórmulas que correspondan a los enunciados “demostrables” de las matemáticas clásicas, y

iv) la muestra – de una manera combinatoria finitaria – de que las fórmulas

correspondientes a enunciados de las matemáticas clásicas que puedan verificarse mediante

métodos aritméticos finitarios pueden probarse por el proceso descrito en iii) si, y sólo si, la

verificación del enunciado correspondiente muestra que es verdadero (Von Neumann,

1931).

(Hay una cuarta opción ante el “problema de los fundamentos de las matemáticas”:

sostener que no hay tal problema, que las matemáticas no requieren de fundamento alguno.

Dicha postura la adoptó Hilary Putnam en Mathematics without foundations (1967: 5), en

4
Un enunciado matemático significativo no es necesariamente verdadero. El enunciado “para cualesquiera
números x e y, x > y + 1” es significativo (en tanto que comprendemos perfectamente qué dice) y falso (tan
pronto como x = 3 e y = 4). Véase Alfred Tarski, 2014: 8.

5
donde sostuvo no solamente que no hay ninguna crisis en los fundamentos de las

matemáticas, sino que, en realidad, las matemáticas no tienen ni necesitan fundamentos.)5

Con respecto al segundo tema, la existencia de los objetos matemáticos, podemos

dividir, grosso modo, a las posturas filosófico-matemáticas en aquellas que defienden una

modalidad de dicto y en aquellas que defienden una modalidad de re. Análogamente a

como sucede con dichas distinciones para los casos de los nombres de clases naturales

(como para los casos “agua = H2O” y “temperatura = energía cinética molecular media”,

que son identidades nominalmente necesarias pero metafísicamente contingentes, según los

defensores de la necesidad de dicto, e identidades epistemológica y lógicamente

contingentes pero metafísicamente necesarias, según los defensores de la necesidad de re),

en la filosofía de las matemáticas también existen dos escuelas: la sintáctico-lógica (o

analítica) y la realista. La escuela sintáctico-lógica sostiene que las proposiciones

matemáticas son verdaderas en virtud de las definiciones (o de las convenciones) que

determinan los significados de los términos clave involucrados en dichas proposiciones, lo

que significa que su validación no requiere de evidencia empírica. En otras palabras, ya que

las proposiciones matemáticas no transmiten información fáctica, pueden validarse sin

recurrir a la evidencia empírica (Carl Hempel, 1945).6 La escuela realista, por otra parte,

sostiene que “algún día alcanzaremos suficiente claridad sobre los conceptos involucrados

en discusiones filosóficas de las matemáticas como para poder probar, matemáticamente, la

5
En dicho trabajo, Putnam sostuvo que, además de las “matemáticas como teoría de conjuntos”, las
“matemáticas como lógica modal” también son una descripción posible del reino de los hechos matemáticos.
Sin embargo, de esta afirmación no debe derivarse un nuevo “ismo” (el “modalismo”) para las matemáticas.
Putnam niega categóricamente esta derivación.
6
Sobre esta postura hay dudas en cuanto a la (supuesta) estrecha relación entre nuestra lógica y nuestro
lenguaje natural (Timothy Williamson, 2016: 73-182), así como entre nuestro lenguaje y nuestro
conocimiento (Donald Davidson, 1967: 304-323).

6
verdad de alguna posición en la filosofía de las matemáticas” (Boolos, 1999: 119). (Hay,

desde luego, posturas intermedias, como la de los cuasi-empiristas.)

En cuanto al tercer problema del que suele ocuparse la filosofía de las matemáticas,

el de la naturaleza de la verdad matemática, la labor de vislumbrar escuelas y posturas es

más ardua que para los problemas relativos a los fundamentos de las matemáticas y a la

existencia de los objetos matemáticos. A continuación expondré dos ejemplos que dan

cuenta de ello.

Primer ejemplo. A fin de identificar preocupaciones relativas a la naturaleza de la

verdad matemática, podría seguirse a Paul Benacerraf (1973: 661) y dividirlas en dos tipos:

1) la preocupación por tener una teoría semántica homogénea en la que la semántica para

las proposiciones matemáticas sea paralela a la semántica para el resto del lenguaje y 2) la

preocupación de que la exposición de la verdad matemática engrane una epistemología

razonable. Estas dos preocupaciones tienen sus propios defectos, señalados por el mismo

Benacerraf. La primera preocupación no consigue resolver cómo es posible que tengamos

conocimiento matemático. La segunda preocupación, en cambio, encarnada en las

exposiciones de la verdad matemática “que atribuyen a las proposiciones matemáticas los

tipos de condiciones de verdad que claramente sabemos obtener, lo hacen a expensas de no

conseguir conectar estas condiciones con cualquier análisis de las oraciones que muestre

cómo las condiciones asignadas son condiciones de su verdad” (1973: 662). En breve, el

dilema de Benacerraf viene a decir que “lo que parece necesario para la verdad matemática,

hace imposible el conocimiento matemático” (William D. Hart, 1991: 103).

7
El dilema de Benacerraf, empero, puede “disolverse” y convertirse así en una inútil

vía de identificación de los problemas relativos a la naturaleza de la verdad matemática.

Puede disolverse vía el platonismo liberal de Robert C. Stalnaker, según el cual “el

platonismo sobre objetos matemáticos no implica que el conocimiento de tales objetos

requiera interacción causal con ellos” (2003: 43), y vía el trivialismo platónico de Agustín

Rayo, según el cual no hay un espacio teórico entre el enunciado “no hay dinosaurios” y el

enunciado “el número de los dinosaurios es cero” porque, a pesar de sus distintas formas

gramaticales, ambos enunciados describen el mismo hecho. Alguien que no aceptara que

estos dos enunciados describen el mismo hecho podría plantear la siguiente pregunta: “Sé

que no hay dinosaurios. Lo que me gustaría entender ahora es si también es cierto que el

número de los dinosaurios es cero. Me gustaría entender, además, cómo es que podríamos

estar justificados para tener una opinión al respecto, dado que no gozamos de ningún tipo

de acceso causal al mundo de los objetos abstractos.” (Rayo, 2015: 83).7

Sin embargo, si se acepta el enunciado de “que el número de las Fs sea n es

simplemente que haya n Fs” (Rayo, 2015: 28) (Rayo concibe a “hay n F” como una

abreviación de “ ∃!n x( Fx) ”), entonces la conclusión de que no hay dinosaurios es

fácticamente equivalente a la conclusión de que el número de los dinosaurios es cero. Por

tanto, la pregunta anterior no es una pregunta legítima (Rayo, 2015: 83).

Segundo ejemplo. Así como el dilema de Benacerraf puede llegar a ser inútil

(habida cuenta de que puede disolverse) para identificar discusiones relativas a la

naturaleza de la verdad matemática, a continuación expondré una vía que, prima facie,

parece ser útil para tal propósito pero que, no obstante, una vez hecho un análisis de ella,

7
Una “pregunta incómoda” del tipo que, según Rayo, planteó Benacerraf.

8
puede llegar a ser igualmente infructífera. Esta vía se refiere a la distinción entre lo a priori

y lo a posteriori al momento de dar cuenta de la verdad de las proposiciones matemáticas.8

Con “proposición a priori” me refiero a una proposición independiente, en un grado

significativo, de la experiencia sensible. Con “proposición a posteriori” me refiero a una

proposición dependiente, en un grado significativo, de la experiencia sensible.9 Esta

distinción es una distinción epistemológica. También existe una distinción lógica entre los

enunciados analíticos (aquellos cuyo predicado está contenido en el sujeto, que pueden

validarse sin recurrir a la evidencia empírica, etcétera) y los enunciados sintéticos (aquellos

cuyo predicado no está contenido en el sujeto, que no pueden validarse recurriendo

únicamente al significado de sus términos, etcétera).10

Por último, hay una distinción metafísica (modal) entre los enunciados

necesariamente verdaderos, posiblemente verdaderos, contingentemente verdaderos, e

imposiblemente verdaderos. Un enunciado p necesariamente verdadero es aquel verdadero

en todos los mundos posibles11 o12 aquel cuyo contrario (no-p) es imposible13 o aquel que

equivale a la imposibilidad de no-p (John P. Burgess, 2009: 40) o aquel que concuerda con

todas las posibilidades de verdad (Frank P. Ramsey, 2013: 9) o aquel cuya negación

implica contrafácticamente una contradicción (David K. Lewis, 1986: 418-446) o aquel


8
Esta es la vía adoptada por Alfred J. Ayer a fin de elucidar la naturaleza de la verdad matemática. Para Ayer,
“el propósito de una ‘teoría de la verdad’ es simplemente el describir los criterios por los que se determina la
validez de los varios tipos de proposiciones” (2014: 87), y estos criterios, si es que las proposiciones son
significativas, no pueden ser otros que el conocimiento a priori (válido para la lógica y para las matemáticas
puras, pero no para las cuestiones de hecho) y el conocimiento a posteriori (válido para las cuestiones de
hecho, pero no para la lógica o las matemáticas puras).
9
Doy por cierto que conocimientos “absolutamente independientes” o “absolutamente dependientes” de la
experiencia sensible son epistemológicamente inverosímiles.
10
Es sabido que Quine (1980: 20-46) negó que la distinción entre lo analítico y lo sintético tuviese algún
sentido. Para una defensa fuerte de dicha distinción, véase Carnap (1995: 177-183); para una defensa débil,
véase Putnam (2006: 89-92).
11
Esta es la concepción aristotélica de “necesariamente verdadero”.
12
Aquí y en lo que sigue, el término “o” tiene un sentido disyuntivo inclusivo.
13
Esta es la concepción leibniziana de “necesariamente verdadero”.

9
contrafácticamente implicado por su propia negación (Stalnaker, 1968: 98-112). Un

enunciado p posiblemente verdadero es aquel verdadero en algún mundo posible o aquel

cuyo contrario es contingente o aquel que equivale a la no-necesidad de no-p o aquel que

concuerda con alguna posibilidad de verdad o aquel que no implica contrafácticamente una

contradicción o aquel que no implica contrafácticamente su propia negación. Un enunciado

p contingentemente verdadero es aquel falso en algún mundo posible o aquel cuyo

contrario es posible o aquel que equivale a la posibilidad de la afirmación de no-p o aquel

que no concuerda con alguna posibilidad de verdad. Por último, un enunciado p

imposiblemente verdadero es aquel falso en todos los mundos posibles (p = necesariamente

falso) o aquel cuyo contrario es verdadero en todos los mundos posibles (no-p =

necesariamente verdadero) o aquel que equivale a la necesidad de la afirmación de no-p o

aquel que no concuerda con ninguna posibilidad de verdad.

En términos burgessianos,14 si denotamos de la manera habitual a “posiblemente”

con “◊”, a “necesariamente” con “□”, a “no” con “ ¬ ”, y a “y” con “ ∧ ”, entonces es claro

que: □p equivale a ¬ ◊ ¬ p; que ◊p equivale a ¬ □ ¬ p; que “contingentemente p” equivale

a ◊p ∧ ◊ ¬ p, y que “imposiblemente p” equivale a □ ¬ p. También: ◊p equivale a

“contingentemente no-p” (es decir, a ◊ ¬ p ∧ ◊ ¬ ¬ p), y □p equivale a “imposiblemente no-

p” (es decir, a □ ¬ ¬ p).

En términos ramseyanos,15 si decir que una proposición es necesariamente

verdadera es decir que dicha proposición concuerda con todas las posibilidades de verdad, y

si decir que una proposición es imposiblemente verdadera (o necesariamente falsa) es decir

que dicha proposición no concuerda con ninguna posibilidad de verdad, entonces es claro
14
Burgess, 2009: 40-70.
15
Ramsey, 2013: 1-61.

10
que el primer tipo de proposición es una proposición tautológica, mientras que el segundo

tipo de proposición es una proposición contradictoria.16 Entonces, la proposición “p o no-

p” (principium tertii exclusi) es una proposición tautológica habida cuenta de que, si p es

verdadera, entonces “p o no-p” sigue siendo verdadera, y si p es falsa, “p o no-p” sigue

siendo verdadera. Su tabla de verdad es:

Por el contrario, la proposición “p no es verdadera ni falsa” es una proposición

contradictoria habida cuenta de que, si p es verdadera, “p no es verdadera ni falsa” es una

proposición falsa, y si p es falsa, “p no es verdadera ni falsa” es igualmente falsa. Su tabla

de verdad es:

Tradicionalmente, existía una íntima conexión (tanto que se pensaba como una

conexión necesaria) entre estas cuestiones epistemológicas, lógicas, y metafísicas en el

siguiente sentido: si una proposición es a priori, entonces es analítica y necesaria, mientras

16
En la filosofía de las matemáticas de Ramsey, las tautologías y las contradicciones son respectivamente
asimilables a las proposiciones verdaderas y a las proposiciones falsas porque tanto las tautologías como las
contradicciones son proposiciones ordinarias en tanto que pueden tomarse como argumentos para funciones
de verdad.

11
que, por el otro lado, si una proposición es a posteriori, entonces es sintética y contingente.

(Así, en Gottfried W. Leibniz, si algo es tal que su contrario es imposible, entonces se debe

a una verdad de razón, mientras que si algo es tal que su contrario es posible, entonces se

debe a una verdad de hecho.) Kant disolvió el vínculo entre lo epistemológico y lo lógico al

establecer la posibilidad de juicios sintéticos a priori,17 pero conservó el vínculo entre lo

epistemológico y lo metafísico al establecer a la necesidad (y a la universalidad) como

criterios seguros de un conocimiento a priori. Tiempo después, el positivismo lógico

rechazaría la ruptura kantiana y volvería a considerar como válidos los vínculos

tradicionales. Para este restablecimiento resultó fundamental la invención (el

descubrimiento, si somos platónicos) de las geometrías no euclidianas (tanto en su forma

hiperbólica o lobachevskiana como en su forma elíptica o riemanniana), porque ello tiró

(casi de un solo golpe) la asunción kantiana de que nuestro conocimiento del espacio no

deriva de la experiencia, y entonces es necesario y, por tanto, a priori (Barry Stroud, 1984:

149). Así, los positivistas lógicos pudieron fácilmente distinguir entre una geometría pura o

matemática (à la Euclides o à la Hilbert) y una geometría aplicada o física: los teoremas de

la geometría pura son a priori pero no sintéticos, mientras que los teoremas de la geometría

aplicada son sintéticos pero no a priori.18

Por su parte, Saul Kripke (1978; 2005) disolvió el vínculo entre lo epistemológico y

lo metafísico al establecer la posibilidad de proposiciones a priori y contingentes a la vez,

así como de proposiciones a posteriori y necesarias a la vez. Para Kripke, un ejemplo

17
En el sentido kantiano de lo a priori: un conocimiento es independiente de la experiencia sensible porque
no se origina en ella, y no porque no comience con ella. Para Kant, todo conocimiento comienza con la
experiencia sensible (Kant, 1900: 1).
18
Albert Einstein hizo esta misma distinción con otra terminología: los teoremas geométricos acerca de la
realidad (sintéticos) no son certeros (a priori), mientras que los teoremas geométricos certeros (a priori) no
son acerca de la realidad (sintéticos). Véase Carnap, 1995: 183.

12
paradigmático de este último tipo de proposiciones es la conjetura de Goldbach, que dice

que todo número par ≥ 4 es la suma de dos números primos.19 La verdad de esta conjetura

no es cognoscible a priori,20 sino sólo a posteriori21 y, sin embargo, este conocimiento a

posteriori nos informaría ipso facto que dicha proposición es necesaria, pues “el carácter

peculiar de las proposiciones matemáticas es tal que uno sabe (a priori) que no pueden ser

contingentemente verdaderas” (Kripke, 2005: 156).

Ahora bien, ¿qué tan cierta es la afirmación de que el carácter peculiar de las

proposiciones matemáticas es tal que uno sabe (a priori) que no pueden ser

contingentemente verdaderas? ¿Qué hay de la proposición p (euclidiana) “la suma de los

ángulos internos de un triángulo es = 180°”? ¿Uno sabe (a priori), como sostiene Kripke,

que es necesariamente verdadera? Si así fuese, entonces no-p (= “la suma de los ángulos

internos de un triángulo no es = 180°”) sería una proposición falsa en todos los mundos

posibles o una cuyo contrario (p) sería verdadero en todos los mundos posibles o una que

equivaldría a la necesidad de la afirmación de p o una que no concordaría con ninguna

posibilidad de verdad. Pero el simple hecho de que no-p sea una proposición no sólo

posible, sino incluso fácticamente verdadera (para la geometría elíptica, donde la suma de

los ángulos internos de un triángulo es > 180°), hace que la afirmación de Kripke sea

19
Hay dos razones para creer que la conjetura de Goldbach es verdadera: 1) la distribución aleatoria de los
números primos y 2) la evidencia numérica de los números pares hasta 1014, que pueden escribirse como una
suma de dos primos (Timothy Gowers (ed.), 2008: 69).
20
Aquí ya hay un débil argumento a favor de Kripke: si la verdad de la conjetura de Goldbach fuese
cognoscible a priori, no sería una conjetura, sino un teorema, es decir, “una verdad que se hace evidente
mediante un proceso de razonamiento llamado demostración” (Adrien-Marie Legendre, 2012: 12).
21
Esto contrasta con la postura de Ayer, para quien una cosa son las proposiciones de las matemáticas y de la
lógica y otra son las proposiciones sobre el comportamiento de las personas que se ocupan de las matemáticas
o de la lógica: las acciones de consultar una computadora o de preguntar a un matemático (estos ejemplos son
de Kripke) para conocer una verdad matemática no tienen que ver con la verdad (o la falsedad) de las
proposiciones matemáticas en cuanto tales (Ayer, 1981: 6).

13
incierta (también lo es para el caso de la geometría hiperbólica, donde la suma de los

ángulos internos de un triángulo es < 180°).

¿Qué hay con respecto al carácter epistemológico de la proposición “la suma de los

ángulos internos de un triángulo es = 180°”? Algunos notables matemáticos como Isaac

Newton, Carl F. Gauss, y Bernhard Riemann han sostenido que la verdad o la falsedad de

los enunciados geométricos es una cuestión hipotética o de hecho, y no una cuestión

necesaria o de razón. Entonces, dicho juicio no podría ser, según este criterio

epistemológico, independiente de la experiencia sensible en algún grado significativo. (E,

incluso si pudiese serlo en algún grado, para algunos filósofos la distinción entre lo a priori

y lo a posteriori es epistemológicamente inútil porque resolver la cuestión de si una

proposición particular es a priori o a posteriori “produce muy poco entendimiento”

(Williamson, 2016: 226), es decir, oscurece patrones epistémicos más profundos en tanto

que, por ejemplo, una proposición particular a la que se le haya designado como “a priori”

puede contener experiencias olvidadas que, si bien no desempeñan un papel evidencial en

la conformación de dicha proposición, sí desempeñan un papel habilitador.)

Hay, no obstante, una concepción de lo a priori y lo a posteriori que nos permite

sostener que la proposición “la suma de los ángulos internos de un triángulo es = 180°” es,

no obstante no ser independiente de la experiencia sensible en algún grado significativo, a

priori. Tal concepción es la de Frege (1980: 3), quien introdujo un criterio de distinción

entre lo a priori y lo a posteriori según el cual dicha distinción no tiene que ver con el

contenido de un juicio particular, sino con la justificación para hacer tal juicio: para que una

verdad sea a priori, debe ser posible derivar su prueba exclusivamente de leyes generales

que no necesitan o no admiten ninguna prueba, mientras que para que una verdad sea a

14
posteriori debe ser imposible construir una prueba de ella sin incluir una apelación a los

hechos.22

De este modo, la proposición “la suma de los ángulos internos de un triángulo es =

180°” puede ser a priori, a pesar de que no tenga que serlo: es posible derivar su prueba

exclusivamente de leyes generales que no necesitan ninguna prueba, aunque ello no quiere

decir que no admitan ninguna prueba. Esto porque, bajo esta concepción fregeana, un juicio

a priori es un juicio cuya verdad no requiere de una demostración fáctica (mientras que un

juicio a posteriori es un juicio cuya verdad requiere de una demostración fáctica). Bajo

esta concepción no interesan las condiciones psicológicas, fisiológicas, o físicas de un

juicio particular (como sí interesan, y además son fundamentales, bajo la concepción

kantiana de lo a priori y lo a posteriori), sino la ausencia o presencia de un elemento

fáctico en él. En breve: no interesa el contenido empírico de los juicios, sino la justificación

empírica para hacerlos. Esta definición de lo a priori es compatible con la tesis kripkeana

según la cual hay juicios que, a pesar de poder ser comprobados apriorísticamente, no

tienen que ser comprobados apriorísticamente.

Entonces, la distinción entre lo a priori y lo a posteriori como criterio para dar

cuenta de la verdad de las proposiciones matemáticas puede resultar seriamente

problemática.

Sobre el intuicionismo de Weyl

22
Estas definiciones son plenamente concordantes con el anti-psicologismo de Frege. Compárese esto con la
crítica de Ayer (2014: 75 y ss.) a la perspectiva de John Stuart Mill de que las proposiciones matemáticas son
meramente generalizaciones inductivas.

15
A Weyl suele clasificársele como un intuicionista, en la línea de Luitzen Egbertus Jan

Brouwer y de su discípulo Arend Heyting, principales proponentes y promulgadores del

intuicionismo como escuela filosófico-matemática.23 En Los fundamentos de las

matemáticas, Ramsey (2013: 3) escribió a este respecto que, además del formalismo, “hay

dos principales actitudes generales hacia el fundamento de las matemáticas: la de los

intuicionistas o finitistas, como Brouwer y Weyl en sus artículos recientes, y la de los

logicistas – Frege, Whitehead, y Russell.”

Si bien es cierto que, al menos por algún momento de su carrera intelectual, Weyl

fue un intuicionista, no sólo sucede que dicho momento fue corto (Dirk van Dalen, 1995:

145), sino que también se adhirió (con mayor o menor fuerza) a otros principios o

supuestos filosófico-matemáticos. Demarcar nítidamente dichas adherencias va en contra

de uno de los propósitos implícitos de este ensayo: exhibir holísticamente la filosofía

matemática de Weyl, dando por supuesto – y esto no sólo aplica al caso de Weyl – que los

matemáticos o los filósofos que defienden cierta postura filosófico-matemática pueden

perfectamente adquirir “compromisos filosóficos” (fuertes o débiles) con otra(s) postura(s)

filosófico-matemática(s). Expongo a continuación una breve defensa de este supuesto.

En su Outlines of a formalist philosophy of mathematics (1951), Haskell B. Curry

esbozó una defensa filosófico-matemática del formalismo matemático. En su opinión, el

formalismo no está filosóficamente comprometido (“[e]l estándar básico de rigor

matemático es la definición de la derivabilidad de una proposición elemental, que […] tiene

23
No es una práctica extraña el atribuir a Poincaré el nacimiento de la escuela intuicionista. Sin embargo, esto
me parece un error. El intuicionismo matemático de Poincaré tiene un carácter marcadamente psicológico, en
oposición al carácter marcadamente lógico-filosófico que tiene el intuicionismo matemático de Brouwer-
Heyting. El trabajo que pretendió probar que las matemáticas clásicas son traducibles a las matemáticas
intuicionistas fue Sobre el principio del tercero excluido (1925) de Andrei N. Kolmogorov (Hao Wang, 1977:
414-415).

16
toda la objetividad que uno podría demandar” (1951: 57)), mientras que las perspectivas

idealistas de las matemáticas – el platonismo y el intuicionismo, en tanto que ambos tratan

con objetos mentales de algún tipo – sí están filosóficamente comprometidas con ciertas

asunciones metafísicas. El platonismo “atribuye una existencia independiente a todas las

concepciones infinitistas de las matemáticas clásicas; por otra parte está el intuicionismo,

que hace que todo dependa de una intuición básica a priori de sucesión temporal” (1951:

5).

El formalismo, para Curry, está libre de compromisos filosóficos no sólo porque, al

haber definido a las matemáticas como la ciencia de los sistemas formales, consigue asir la

raíz del asunto sin ningún compromiso previo (como la existencia real de los objetos

matemáticos de los platónicos o la intuición sensible a priori de los intuicionistas), sino

también porque es virtualmente compatible con cualquier tipo de filosofía matemática, en

el sentido de que tanto los platónicos como los intuicionistas (y los logicistas, los

empiristas, los cuasi-empiristas, etcétera) pueden adoptar métodos formalistas sin

menoscabo de sus respectivas posturas filosófico-matemáticas. En otras palabras, pueden

adoptar métodos formalistas sin que ello suponga un compromiso filosófico adicional.

Pero, ¿hay algún contrafáctico a la tesis de Curry? Y si lo hay, ¿tendría alguna

relevancia significativa? Respondo afirmativamente a ambas preguntas. El contrafáctico es

este: un formalista puede adherirse a ciertos compromisos platónicos, por ejemplo, sin que

ello menoscabe su formalismo. Esta posibilidad resulta problemática para la tesis de Curry,

porque entonces no sería invariablemente cierto que, ante la adherencia a perspectivas

idealistas de las matemáticas, uno deba comprometerse filosóficamente (porque, si así

17
fuese, entonces la adherencia a ciertos compromisos platónicos convertiría

automáticamente al adherente en un platónico). Un ejemplo de dicho formalista fue Hilbert:

Si comparamos el sistema de axiomas de Hilbert con el de Euclides, ignorando el hecho de que el

geómetra griego no consigue incluir ciertos postulados [necesarios], notamos que Euclides habla de

figuras a ser construidas, mientras que, para Hilbert, el sistema de puntos, líneas rectas, y planos

existe desde el comienzo. Euclides postula: uno puede unir dos puntos con una línea recta; Hilbert

establece el axioma: dados cualesquiera dos puntos, existe una línea recta sobre la cual ambos están

situados. “Existe” se refiere aquí a existencia en el sistema de líneas rectas. Este ejemplo muestra

desde ya que la tendencia de la que estamos hablando consiste en ver los objetos como aislados de

cualesquiera vínculos con el tema sobre el que se reflexiona. Ya que esta tendencia se afirmó

especialmente en la filosofía de Platón, permítaseme llamarla “platonismo” (Paul Bernays, 1935: 52-

53).

Ante esto, Curry (o cualquiera que lo siga en este punto) podría tener dos salidas. En

primer lugar, podría sostener que, en sentido estricto, a lo que Bernays se refiere en el

parágrafo anterior es a un platonismo matemático débil. Esto puede ser muy cierto, pero

ello no hace que, ipso facto, el compromiso con dicho platonismo matemático sea

igualmente débil. Por otra parte, si alguien se adhiere fuertemente a una versión débil de x

filosofía matemática, ¿ello lo convierte automáticamente en un adepto de x? Si alguien se

adhiere débilmente a una versión fuerte de x filosofía matemática, ¿ello lo convierte

automáticamente en un adepto de x? Creo que, siendo tal adherencia esencialmente de

grado, y no de clase, la respuesta a ambas preguntas es negativa.

La segunda salida que podría tener Curry consiste en considerar al formalismo

matemático como una doctrina que admite, en su seno, n ( n ≥ 2 ) variantes, siendo una lo

que Curry llama “hilbertismo” (formalismo matemático más las perspectivas de Hilbert con

18
respecto a la aceptabilidad) y otra lo que llama “formalismo empírico” (el formalismo que

defiende Curry). Pero esta salida sería una salida falsa, porque si bien es cierto que, según

esta clasificación, no toda perspectiva formalista es hilbertiana, toda perspectiva hilbertiana

es formalista.

Otros ejemplos de compromisos filosóficos (¿medianamente fuertes?) son los que

los logicistas Frege y Russell24 adquirieron, igualmente, con el platonismo matemático, así

como los compromisos (¿medianamente débiles?) que, también con el platonismo,

adquirieron en su momento Quine y Putnam.

Un último apunte sobre este asunto. En Mathematical Proof, Godfrey H. Hardy

(1929: 3) escribió que uno “puede dividir a las filosofías en simpáticas y antipáticas,

aquellas en las que nos gusta creer y aquellas que instintivamente odiamos, y en sostenibles

e insostenibles, aquellas en las que es posible creer y aquellas en que no lo es. […] El

problema es encontrar una filosofía que sea tanto simpática como sostenible; no es

razonable esperar ningún grado mayor de garantía”.

Siguiendo a Hardy, un compromiso responsable habría de darse, cuando menos, con

filosofías consideradas como sostenibles (al menos, a priori sostenibles o verosímiles), aun

cuando sean antipáticas. Un compromiso irresponsable sería aquel adquirido con una

filosofía que, no obstante fuese simpática, fuese insostenible. Para el caso de la filosofía de

las matemáticas (no estoy nada seguro de que pueda decirse lo mismo para el caso de la

filosofía en general), los compromisos suelen ser responsables. No obstante los traspiés de

Kant o de Frege, por ejemplo, sus compromisos matemático-filosóficos nunca obedecieron

24
Russell acabaría por abandonar el platonismo y por adoptar (quizá por la influencia de Rudolf Carnap) una
filosofía matemática lógico-sintáctica. Véase Russell, 1973: 295-306.

19
descaradamente a determinadas simpatías, sino a un criterio de sostenibilidad (en el sentido

de Hardy). Y lo mismo es cierto para el caso de Weyl.

La filosofía matemática de Weyl con respecto a la lógica matemática

Con respecto a la lógica matemática, las principales indagaciones filosófico-matemáticas de

Weyl tienen que ver con tres asuntos y sus mutuas relaciones: 1) los tipos de “definición”

que tienen lugar en las matemáticas, 2) los tipos de “prueba” que tienen lugar en las

matemáticas, y 3) la naturaleza del método que permite elaborar “una colección completa

de los conceptos básicos, así como de los hechos básicos, desde la que todos los conceptos

y teoremas de una ciencia puedan derivarse, respectivamente, por definición y por

deducción” (Weyl, 2009: 18) (este método, como veremos más adelante, es el método

axiomático). En este sentido, las matemáticas se interesan fundamentalmente por los

métodos a partir de los cuales se definen conceptos en términos de otros, así como por los

métodos a partir de los cuales ciertos enunciados matemáticos se infieren desde otros

(Weyl, 2009: 3).

Los tipos de “definición” que tienen lugar en las matemáticas

Weyl distingue entre dos tipos de definición matemática, a saber, la definición

combinatoria, desde la cual se derivan relaciones matemáticas, y la definición creativa,

desde la cual se generan nuevos objetos (matemáticos) ideales.

20
La definición combinatoria se divide, a su vez, en el establecimiento de relaciones

básicas relativas a la geometría, y de una relación básica relativa al dominio de los números

naturales. Las relaciones básicas relativas a la geometría son tres (Weyl, 2009: 3): la

relación de incidencia (un punto yace sobre una línea, una línea yace en un plano, y un

punto yace en un plano), la relación de orden (un punto z yace entre los puntos x e y), y la

relación de congruencia (congruencia de segmentos de línea y de ángulos). En Hilbert

(2001: 25-28) hay dos relaciones más, la del axioma de las paralelas (dos líneas son

paralelas si yacen en el mismo plano y no se intersecan) y la de los axiomas de continuidad

(el axioma de Arquímedes y el axioma de la completitud de la línea).

La relación básica relativa al dominio de los números naturales, por su parte, es la

que tiene lugar entre un número n y el número n’ que sigue inmediatamente a n. Así, las

proposiciones “n’ sigue a n” y “n precede a n’ ” expresan una y la misma relación entre n y

n’ (Weyl, 2009: 3-4).

Según Weyl, las definiciones de tipo combinatorio (la combinación de relaciones)

siguen siete principios:25

1) La relación de identidad. Ejemplo: a partir del esquema “S(xy): x es un sobrino de

y” podemos obtener el esquema “S(xx): x es un sobrino de sí mismo”.

2) La relación de negación. Ejemplo: S(xy) puede convertirse en el esquema “ ¬ S

(xy): x no es un sobrino de y”.

3) La relación de y. Ejemplo: S(xy) y P(xy) (= x es padre de y) pueden convertirse en

el esquema “P(xy) ∧ S(yz): x es padre de y e y es sobrino de z”.

25
Enumerados y ejemplificados en Weyl, 2009: 5-8.

21
4) La relación de o.26 Ejemplo: a partir de P(xy), S(yx), puede construirse el

esquema “P(xy) ∨ S(yx): x es padre de y o y es sobrino de x”.27

5) La relación de sustitución. Ejemplo: P(Y, x) significa “Yo soy padre de x” si x

denota un objeto inmediatamente dado de la categoría correspondiente. T(Y, x) significaría

“Yo soy tío de x” si x denotara al objeto inmediatamente dado de la categoría

correspondiente (y lo mismo para S = sobrino, etcétera).

6) La relación de todos.28 Ejemplo: ΠxR(xy) significa que todos los x de la categoría

correspondiente guardan la relación R(xy) con y.

7) La relación de algunos. Ejemplo: ΣyR(xy) significa que existe un y con el que x

guarda la relación R(xy).

Weyl (2009: 6) proporciona dos ejemplos geométricos de estos principios, así como

un ejemplo aritmético. El primer ejemplo geométrico se refiere a la definición de la

relación de paralelismo entre una línea l y una línea l’. Dicha relación se denota mediante

“l || l’ ”, y se explica como sigue. Si “(xl)” significa que el punto x yace sobre la línea l,

entonces, en la geometría plana, “l || l’ ” consiste en no tener ningún punto (x) en común.

Entonces, es el caso que ¬ Σx [(xl) ∧ (xl’)]. El segundo ejemplo geométrico se refiere al

primer axioma de incidencia de Hilbert (Hilbert, 2001: 3-4), que establece que para

cualesquiera dos puntos (x, y) existe una línea l que los contiene. Entonces: ΠyΠx((x = y) ∨

26
De acuerdo con Tarski (2014: 139), la palabra “o” pertenece a la lógica (en particular, al cálculo
sentencial), mientras que la palabra “disyunción” es un término metodológico, perteneciente a la metodología
de las ciencias deductivas. Lo mismo es cierto para la palabra “y” del principio 3) expuesto arriba, que
pertenece al cálculo sentencial y no es un término metodológico (como sí lo es la palabra “conjunción”).
27
Weyl añade que las combinaciones alcanzadas mediante el término “o” también pueden expresarse en
términos de las combinaciones de “ ¬ ” y de “ ∧ ” (y viceversa).
28
Hoy en día se utilizan signos distintos a los empleados por Weyl para dar cuenta de la cuantificación
universal y de la cuantificación existencial. Sin embargo, ya que tal cambio es insignificante para los
propósitos de este trabajo, he mantenido la simbología original empleada por Weyl.

22
Σl {(xl) ∧ (yl)}). El ejemplo aritmético de Weyl se refiere a la propiedad de un número p

de ser un número primo, que se define a partir de que no existan ningunos números x e y

(ambos ≠ 1 ) que guarden con p la relación x × y = p. Entonces: ΠyΠx((x = 1) ∨ (y = 1) ∨

¬ (x × y = p)).

En cuanto a las definiciones creativas de las matemáticas, aquellas mediante las

cuales se crean nuevos objetos matemáticos, Weyl sostiene que, para propósitos

genuinamente matemáticos, lo relevante no es qué es lo que se crea, sino cómo se crea. Un

caso paradigmático de esta convicción tiene que ver con el concepto de “función

matemática”. Sobre esto, Weyl escribió:

Nadie puede explicar qué es una función, pero en las matemáticas esto es lo que realmente importa:

“Una función f está dada siempre que con cualquier número real a esté asociado un número b

(como, por ejemplo, en la fórmula b = 2a + 1). Se dice entonces que b es el valor de la función f

para el valor del argumento a.” Consecuentemente, dos funciones, aunque definidas diferentemente,

son consideradas la misma si, para cada posible valor del argumento de a, coinciden los dos valores

de función correspondientes (2009: 8).

Weyl pone particular interés en el caso de la definición por abstracción. La

definición por abstracción tiene un lugar especial en la historia de la lógica matemática.

Giuseppe Peano definió abstractamente al número cardinal (simbolizado como Num) de la

siguiente manera: la cualidad Num a = Num b se sostiene si es posible establecer una

correspondencia recíproca entre a y b. Rechazó, así, una definición del número cardinal à

la Russell, según la cual Num a = expresión compuesta por los símbolos precedentes. Por

su parte, Russell rechazó la definición por abstracción (así como la definición por

postulados) de Peano, y probablemente fue este rechazo “lo que lo condujo a la definición

23
de un número cardinal como una clase de clases” (Hubert Kennedy, 1973: 369). Sea como

fuere, Weyl estimó las definiciones por abstracción en la medida en la que de dos objetos a

y b es derivable, por abstracción, un nuevo dominio del objeto a partir del objeto original

siempre y cuando los objetos a y b sean distintos entre sí, esto es, siempre y cuando no

satisfagan la relación de equivalencia a ≈ b. Si a y b satisfacen dicha relación de

equivalencia, entonces no es derivable ningún nuevo dominio de ningún objeto en tanto

que, por el principio de conmutatividad, si a ≈ b, entonces b ≈ a, mientras que, por el

principio de transitividad, si a ≈ b y b ≈ c, entonces a ≈ c.

La definición por abstracción tiene lugar, por ejemplo, en la geometría (el concepto

de forma resulta desde una figura mediante la abstracción de su posición y su magnitud) y

en la teoría de conjuntos (el concepto de número cardinal resulta desde un conjunto

mediante la abstracción de la naturaleza de los elementos del conjunto y desde la mera

consideración de su discernibilidad) (Weyl, 2009: 9-10).

Inferencia lógica y método axiomático

Para Weyl, la lógica de la inferencia lógica se refiere al estudio de las condiciones por las

que una proposición es formalmente válida (o analítica): “la lógica de la inferencia tiene

como tarea caracterizar aquellas estructuras proposicionales que aseguran la validez formal

de la proposición” (2009: 13). Bajo esta perspectiva, la verdad de la proposición en

cuestión no está de ningún modo “atada” a los significados de sus conceptos: si se convierte

una proposición geométrica en un enunciado hipotético cuya premisa consista en todos los

axiomas geométricos, se obtendrá una proposición formalmente válida (o analítica). Este

método analítico fue el que siguió Hilbert en sus investigaciones geométricas. En sus

24
Fundamentos de la geometría ofreció la siguiente definición para los elementos

geométricos (2001: 3):

Considérense tres distintos conjuntos de objetos. Llámenseles puntos a los objetos del primer

conjunto y denóteseles por A, B, C,…; llámenseles líneas a los objetos del segundo conjunto y

denóteseles por a, b, c,…; llámenseles planos a los objetos del tercer conjunto y denóteseles por α, β,

γ,…. Los puntos también son llamados los elementos de la geometría de la línea; los puntos y las

líneas son llamados los elementos de la geometría plana; y los puntos, las líneas y los planos son

llamados los elementos de la geometría del espacio o los elementos del espacio. Se considera que los

puntos, las líneas y los planos tienen ciertas relaciones mutuas y estas relaciones son denotadas por

palabras como “yace”, “entre”, “congruente”. La descripción matemática precisa y completa de estas

relaciones se sigue de los axiomas de la geometría.

Nótese cómo los nombres de “punto”, “línea”, y “plano” son nombres, si no

accidentales, sí contingentes: a los objetos del primer conjunto podría habérseles llamado

“zaq”, a los del segundo conjunto “xsw”, y a los del tercer conjunto “cde”. Lo que importa,

desde el punto de vista matemático, son las relaciones que los objetos zaq, xsw, y cde

tendrían según los axiomas geométricos de incidencia, orden, congruencia, etcétera.

Así pues, la piedra de toque de un sistema axiomático no es su verdad, sino su

consistencia,29 esto es, que dicho sistema esté libre de contradicciones: “debe ser cierto que

la inferencia lógica nunca lleve, desde los axiomas, a una proposición a y al mismo tiempo

alguna otra prueba produzca la proposición opuesta ¬a. ” (Weyl, 2009: 20.) A partir de

Kurt Gödel (1930) se sabe que un sistema formal S compuesto por los axiomas de Peano,

por la lógica de Principia Mathematica, y por el axioma de elección, no será completo: S

contiene proposiciones A para las cuales ni A ni ¬ A es demostrable. Además, no existe una

29
Weyl (2009: 55) sostuvo que el propósito de Hilbert no fue asegurar la verdad, sino la consistencia, del
análisis matemático clásico.

25
prueba de consistencia para S. Los resultados metamatemáticos de Gödel, no obstante, no

dinamitan del todo los propósitos pedagógicos del método axiomático: dar cuenta de la

inteligibilidad de las matemáticas. A este respecto, Nicolas Bourbaki escribió que

[E]l método axiomático tiene su piedra angular en la convicción de que no sólo no son las

matemáticas una concatenación de silogismos desarrollada al azar, sino que tampoco son una

colección de trucos más o menos “astutos” a los que se llegó por combinaciones afortunadas […]

[E]l método axiomático nos enseña a buscar las razones subyacentes de un descubrimiento […], a

encontrar ideas comunes a las teorías, enterradas bajo la acumulación de detalles propiamente

pertenecientes a cada una de ellas, a desenterrar estas ideas y a ponerlas en su luz propia (1950: 223).

La filosofía matemática de Weyl con respecto a la cognición matemática

Es un hecho histórico que algunos descubrimientos (pretendidamente) genuinamente

matemáticos han tenido considerables efectos filosófico-matemáticos, tanto

epistemológicos como lógicos. Desde el descubrimiento de las geometrías no euclidianas

(y, en particular, desde el descubrimiento de su fecundidad fáctica),30 la geometría se ocupa

del espacio real; ya no forma parte de las matemáticas puras, sino que, al igual que la

mecánica y la física, forma parte de las aplicaciones de las matemáticas. Ya Newton, en el

prefacio a la primera edición de sus Principios matemáticos de la Filosofía Natural, había

vislumbrado esta propiedad de las investigaciones geométricas. Al respecto, escribió:

Describir líneas rectas y círculos es un problema, pero no un problema geométrico. Se exige de la

mecánica la solución de ese problema, y cuando está resuelto la geometría muestra la utilidad de lo

aprendido; y constituye un título de gloria para la geometría el hecho de que a partir de esos pocos

principios, recibidos de otra procedencia, sea capaz de producir tantas cosas. Por consiguiente, la

30
Piénsese en la teoría de la relatividad de Einstein.

26
geometría está basada en la práctica mecánica, no es sino aquella parte de la mecánica universal que

propone y demuestra con exactitud el arte de medir (2011:5-6).

Otro ejemplo de un descubrimiento matemático (en este caso, esencialmente lógico-

matemático) con efectos metamatemáticos fue el de las investigaciones axiomáticas de la

teoría de conjuntos y de la lógica simbólica (así como, en un principio, de la aritmética

general de los números hipercomplejos),31 que por un momento borraron gradualmente la

otrora nítida distinción entre las matemáticas y la lógica. Sin embargo, algunas antinomias

descubiertas en la teoría de conjuntos han devuelto a las matemáticas, para alivio de

algunos filósofos, su carácter peculiar. Quine fue un filósofo que, a este respecto, encontró

alivio:

Decir que las matemáticas en general han sido reducidas a la lógica insinúa alguna nueva

consolidación de las matemáticas en sus fundamentos. Esto es engañoso. La teoría de conjuntos está

menos establecida y es más conjetural que la superestructura matemática clásica que puede fundarse

sobre ella. Estas flaquezas de la teoría de conjuntos son por sí mismas una buena razón para ver a la

teoría de conjuntos como un departamento extralógico de las matemáticas (1965: 125).

Por otro lado, como señalan Richard Courant y Herbert Robbins (1996: 111), el

álgebra de conjuntos “tiene una estructura más simple que el álgebra de números”: todas las

reglas del álgebra de números que sean consecuencias de las leyes conmutativa, asociativa,

y distributiva son igualmente válidas en el álgebra de conjuntos, pero las leyes “A + A = A”,

“AA = A”, y “A + (BC) = (A + B) (A + C)” del álgebra de conjuntos (donde A, B, C son

cualesquiera conjuntos) no tienen análogos numéricos.

31
Weyl, 2009: 62.

27
Weyl, por su parte, encontró alivio tanto en el intuicionismo como en el formalismo.

En el intuicionismo encontró alivio en su concepción de inducción completa (o

matemática), que impide que las matemáticas se conviertan en una gigantesca tautología al

conferir a sus afirmaciones un carácter sintético, no-analítico.

(El problema de que las matemáticas sean una “gigantesca tautología” fue

vislumbrado por Poincaré (2001: 9) a partir de las observaciones de que 1) las

proposiciones matemáticas pueden derivarse en orden mediante las reglas de la lógica

formal y de que 2) las matemáticas son una ciencia deductiva sólo en apariencia (habida

cuenta de la importancia fundamental de la inducción matemática en el razonamiento

matemático). Este problema constituye la célebre “contradicción irresoluble” de Poincaré

con respecto a la posibilidad de las matemáticas. En efecto, si es verdad que las

matemáticas son una ciencia deductiva sólo en apariencia, ¿cómo es que pueden alcanzar

un rigor perfecto que no es desafiado por nadie? Y si, por otra parte, sus proposiciones son

derivables en orden mediante las reglas de la lógica formal, ¿cómo es que no se reducen a

una “gigantesca tautología”, a una forma indirecta de decir que “A = A”?)

Aquellos filósofos que, como Ayer (2014: 78), confieren sinteticidad únicamente a

las proposiciones cuya validez está determinada por los hechos de la experiencia, y

analiticidad únicamente a las proposiciones cuya validez sólo depende de las definiciones

de los símbolos que contienen, cometen el error, para el caso de la geometría, de no

alcanzar a ver que “el campo de construcción de la geometría es un continuo, y por tanto es

capaz de un tratamiento matemático exacto sólo hasta que haya sido hilado con una red de

división” (Weyl, 2009: 64). Esto está en concordancia con la perspectiva geométrica

riemanniana, según la cual

28
Las nociones de dimensionalidad y de sentido no están restringidas al espacio métrico euclidiano o al

espacio afín. Aplican a variedades continuas en general. Riemann fue el primero en analizar

matemáticamente el concepto general de una variedad n-dimensional. Una vecindad suficientemente

pequeña de un punto arbitrario en una variedad n-dimensional puede mapearse uno-a-uno y

continuamente sobre una región del espacio numérico n-dimensional, siendo los puntos del último

los n-tuplos de números reales (x1, x2,…, xn). Cualquier transformación uno-a-uno de las coordenadas

yi = φi (x1,…, xn) (i = 1,…, m);

xk = ψk (y1,…,ym) (k = 1,…, n)

produce una nueva asignación de coordenadas adecuada para la representación de la misma vecindad

(Weyl, 2009: 84-85).

En cuanto al “error aritmético” (en realidad, un error con respecto a la naturaleza del

razonamiento aritmético) que cometen los filósofos que confieren sinteticidad únicamente a

las proposiciones cuya validez está determinada por los hechos de la experiencia, y

analiticidad únicamente a las proposiciones cuya validez sólo depende de las definiciones

de los símbolos que contienen, dicho error se refiere a lo siguiente. Es cierto que, con

respecto a proposiciones aritméticas con un número finito de proposiciones (como el

célebre ejemplo de Kant de que 7 + 5 = 12 o el ejemplo de Ayer de que 91 × 79 = 7189), no

es del todo claro que sean proposiciones sintéticas. Para el caso de la proposición “7 + 5 =

12”, la asunción de que el concepto de “12” no se encuentra ya pensado al momento de

pensar la unión de 7 y 5 es fuertemente controvertible, en especial si se piensa a los

números pequeños en términos de conjuntos, lo que no es una práctica psicológica extraña.

Para el caso de la proposición “91 × 79 = 7189”, puede fácilmente mostrarse que “7189” y

“91 × 79” son sinónimos mediante “un proceso de transformación tautológica, esto es, un

29
proceso por el que cambiamos la forma de las expresiones sin alterar su significado” (Ayer,

2014: 86).

Sin embargo, con respecto a proposiciones aritméticas con un número infinito de

proposiciones,32 el asunto ya no es tan claro. En efecto, ¿quién concedería, si no fuera una

especie de demonio matemático laplaciano o de dios matemático agustiniano, que el

resultado numérico de

1
12 + 22 + 32 + ... + 1002 = 100(100 + 1)(2 × 100 + 1)
6

se encuentra ya pensado (por utilizar una terminología kantiana) en el pensamiento de

1
12 + 22 + 32 + ... + n 2 = n(n + 1)(2n + 1) ?
6

Más todavía, ¿quién osaría decir que

1
12 + 22 + 32 + ... + 1002 = 100(100 + 1)(2 × 100 + 1)
6

es sinonímicamente intercambiable con

1
12 + 22 + 32 + ... + 2002 = 200(200 + 1)(2 × 200 + 1) ?
6

Para el formalismo matemático, la labor de la inducción completa la desempeña el

componente transfinito de los axiomas: las matemáticas no consisten en verdades

evidentes; son una audaz construcción teórica y, como tales, lo opuesto a la evidencia auto-

analítica (Weyl, 2009: 64). Además, las matemáticas consisten completamente en

32
El término “infinitas proposiciones” es de Hilbert (1926).

30
símbolos33 (manipulables según ciertas reglas) cuyo significado no es verificable ni

sensiblemente, ni intuitivamente. Desde el punto de vista epistemológico, el formalismo

matemático nos enseña que el deseo idealista por representar lo trascendental, por dejar

atrás lo dado, sólo puede satisfacerse “con el símbolo y mediante la renuncia al error

místico de esperar que lo trascendente caiga en el iluminado círculo de nuestra intuición”

(Weyl, 2009: 66).

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