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A R T Í CUL O

Las epidemias en la
literatura
De telón de fondo a
villanas de la historia
 Daniel Closa  03/09/2021

Grabado que representa un médico durante la


peste de Roma del siglo XVII. Los «médicos de la
peste» se protegían con sombrero, máscara,
anteojos y una bata larga que acostumbraba a
ser de tela pesada o cuero y que estaba
encerada. También se empleaba una vara para
examinar a las personas enfermas a distancia./
Internet Archive

Con toda probabilidad, en un futuro


inmediato nos llegará una oleada de
obras de 5cción en la que diferentes
versiones de epidemias tendrán un
papel destacado. Siempre que las
sociedades sufren una calamidad, la
literatura se ha hecho eco de ella. Da
igual si la crisis es económica, bélica o
social, la huella que deja en la sociedad
queda re@ejada en las obras que se
generan a partir de aquel momento.
Por supuesto, las crisis sanitarias como
la que ha representado la pandemia de
la COVID-19 también cumplen esta
norma y algunas pandemias han dejado
marcas imborrables en el imaginario
colectivo. La imagen de la muerte que
tenemos asociada a un esqueleto, con
capa negra y una guadaña, es la
representación artística que se generó
inmediatamente después de la peste
negra medieval.

A menudo la gracia de las obras de


5cción se fundamenta en arrancar al
protagonista de su zona de confort y
obligarlo a enfrentarse a adversidades
de todo tipo. El autor obliga al
personaje principal a encontrar el
camino de retorno a Itaca, llevar un
anillo al Monte del Destino, luchar
contra el mago más poderoso de la
historia o, simplemente, conquistar a
aquella persona que de entrada no le
hace mucho caso. Pero, a veces, no son
únicamente los protagonistas quienes
quedan fuera de la burbuja de
protección sino todo el mundo que los
rodea. Esto puede pasar cuando la
trama gira alrededor de una guerra,
una crisis económica, una invasión
extraterrestre, o, evidentemente, una
epidemia.

La peste medieval

Uno de los libros más conocidos sobre


epidemias es El Decamerón, escrito
entre 1349 y 1353, la gran obra de
Giovanni Boccaccio y una de las
grandes historias de la literatura
medieval. A pesar de que el recuerdo
que nos deja su lectura es el de
narraciones entretenidas sobre el amor,
la pasión, las burlas a las instituciones y
la religión, los líos diversos y mucho
humor, el trasfondo que justi5ca el
encierro de diez jóvenes durante diez
días explicándose historias es la llegada
de la peste a la ciudad de Florencia. La
descripción que hace inicialmente de la
enfermedad, el horror que genera entre
la gente y la inutilidad de las medidas
tomadas, tanto por parte de médicos
como por la iglesia, han de5nido en
gran parte la imagen que nos ha llegado
de la gran plaga que arrasó Europa en
el siglo XIV.

«Algunos de los
fragmentos de La peste de
Albert Camus podrían
traspasarse directamente
a la realidad actual de la
COVID-19»
De todos modos, la peste solo es una
excusa que Boccaccio usa para situar a
los personajes recluidos en el lugar que
le interesa y durante el tiempo
necesario para explicar sus historias. La
epidemia ya no tiene ningún otro papel
y al acabar el décimo día el grupo
regresa a sus casas sin ninguna otra
explicación, contraviniendo la misma
lógica que lo había hecho dejarlas al
principio. También podría parecer fuera
de lugar el estilo frívolo y ligero de las
historias que se explican mientras el
mundo que conocen se hunde como
resultado de la peste, pero, como
acostumbra a pasar, durante las
grandes crisis se genera una necesidad
vital de alejarse del horror cotidiano y
se valoran especialmente los placeres
de la vida que la realidad parece negar.
Una respuesta psicológica sencilla de
entender que hace que la combinación
de una pandemia como la de la peste
negra medieval con un conjunto de
cuentos ligeros que pretenden, sobre
todo, generar sonrisas sea una mezcla
perfectamente comprensible.

La epidemia como metáfora

Hay otros casos en los que se ha usado


una epidemia como el telón de fondo

de la narración, el trasfondo que lleva a
 los personajes a situaciones límite, pero
su papel acaba aquí. O quizás sería

mejor decir que acaba aquí desde el
 punto de vista narrativo, puesto que el
autor puede hacer que su función invite
a varios niveles de lectura. En La peste,
de Albert Camus, publicada en 1947, la
epidemia que estalla en la ciudad de
Orán obligará a los protagonistas a
enfrentarse a una realidad de
con5namiento y muerte, a reconstruir
la forma como nos relacionamos los
humanos y a plantearse cuestiones casi
5losó5cas sobre la vida que van mucho
más allá de buscar curas, tratamientos
o medidas de aislamiento. Más que una
novela sobre una epidemia
descubrimos un acertado relato sobre
la manera que tenemos los humanos
de ver la realidad y adaptarnos a ella.
Algunos de los fragmentos podrían
traspasarse directamente a la realidad
actual de la COVID-19, no solo por las
medidas que van intentando, la
respuesta de las autoridades y las
dudas de los médicos sino también por
la actitud de la población en general.

Las plagas, en efecto, son una cosa

común pero es difícil creer en las plagas

cuando uno las ve caer sobre su cabeza. Ha

habido en el mundo tantas pestes como

guerra y sin embargo, pestes y guerras cogen

a las gentes siempre desprevenidas. (Albert

Camus)

A pesar de las apariencias super5ciales,


ni las plagas ni los humanos hemos
cambiado mucho a lo largo de los
tiempos.

La imagen de la muerte que tenemos asociada a


un esqueleto, con capa negra y una guadaña, es
la representación artística que se generó
inmediatamente después de la peste negra
medieval. En la imagen, ilustración realizada por
Gustave Doré en 1865 para la Biblia y donde se
ve a la muerte que cabalga por el mundo./
Imagen: Gustave Doré

Se ha dicho a menudo que Camus usa


la peste también como una metáfora de
la lucha de los franceses contra los
nazis, o del peligro de las restricciones
de las libertades por parte de gobiernos
y autoridades que, con la excusa de
situaciones de crisis, van imponiendo
medidas que les permiten controlar
cada vez más la sociedad. Después de
todo, una epidemia es una de aquellas
situaciones en las que, ante un riesgo
de muerte que golpea aleatoriamente,
la sociedad está más que dispuesta a
aceptar medidas que en otras
condiciones serían impensables. Y, a
pesar de todo, la novela de Camus no
deja de tener un punto de optimismo.
Plantea las epidemias, tanto reales
como metafóricas, como un hecho
inevitable contra el que hay que estar
siempre al acecho, pero también
destaca la idea de que entre las
actitudes que emergen ante la
adversidad hay algunas que ofrecen
esperanza. Frente a los que quieren
huir de la ciudad o quienes quieren
sacar provecho de la situación sitúa al
personal sanitario, los voluntarios que
se arriesgan para llevar tratamientos o
incluso los funcionarios que no dejan
de esforzarse para encontrar formas de
poner cierto orden social mientras las
convenciones sociales se van
agrietando.

Mucho más angustioso y pesimista es el


Ensayo sobre la ceguera, de José
Saramago, publicado en 1995, donde la
mirada del autor se centra
especialmente en los rasgos negativos y
las actitudes más egoístas
desencadenadas por una epidemia que
deja ciegas las víctimas. La llamada
ceguera blanca causa un colapso social
con facilidad. Los humanos somos
animales esencialmente visuales y nos
convertimos en extremadamente
vulnerables si, repentinamente, nos
vemos privados de la visión. La
protagonista, que por motivos que no
se explican mantiene la capacidad de
ver, nos guía a través del fracaso de los
intentos para poner orden, primero en
el lugar donde están recluidos los
enfermos y después ya en toda la
sociedad. Dicen que en un mundo de
ciegos, el tuerto es el rey, pero
Saramago nos hace notar que el peso
de la corona puede llegar a ser
agobiante si intentas mantener unos
mínimos principios éticos.

Tanto Camus como Saramago usan las


epidemias como recurso para llevar a
los personajes de sus relatos a los
límites que pretenden, pero la epidemia
en sí misma no juega ningún otro papel.
Los lectores ignoramos lo que la causa
o lo que hace que desaparezca y no hay
explicación sobre el motivo que hace
que algunos personajes no enfermen.
Se plantea como una fatalidad que
sucede de manera imprevisible, como
podría ser un terremoto, una guerra o
una erupción volcánica. El papel que
juega en la narración es permitir que el
autor ponga el foco en el
comportamiento humano en
situaciones límite.

Los virus toman protagonismo

En otras obras, en cambio, la


enfermedad toma un protagonismo
más destacado, hasta el punto de llegar
a convertirse en la villana de la historia,
el enemigo contra el que hay que
luchar. Eso requiere un planteamiento
más imaginativo, puesto que ni las
epidemias ni los microbios tienen
sentimientos, no engañan, no
traicionan, no les puedes poner
trampas ni les puedes hacer un análisis
psicológico para tratar de entender los
motivos que les empujan a
comportarse de la manera que lo
hacen. En cierto modo podrían ser el
malo perfecto de una novela negra. El
asesino que actúa sin sentimientos,
preferencias o motivos. Ahora bien, solo
con un virus y una pandemia es difícil
sostener una narración. Los esfuerzos
de los cientí5cos para conseguir una
vacuna, un antibiótico o un tratamiento
pueden tener cierto interés en la vida
real, pero la 5cción pide mucho más.
Hacen falta otros antagonistas
moviendo los hilos en la oscuridad.
Estos pueden ser militares fanáticos,
empresas farmacéuticas sin escrúpulos
o el clásico cientí5co loco que pierde el
control de sus experimentos. También
sirven los políticos corruptos y los
burócratas incompetentes que, con sus
actitudes, di5cultarán o impedirán las
medidas que podrían ayudar a combatir
el mal. Unos oponentes más humanos
que permitan a los protagonistas tener
un camino más entendedor para
combatir el mal que llega.

En esta línea encontramos a Robin


Cook, el especialista en best-sellers de
temática médica, que publicó en 1987 la
novela Epidemia, donde seguimos las
peripecias de una doctora del Centro de
Control de Enfermedades de Atlanta
para tratar de contener los estragos
causados por un virus letal que muestra
una intrigante preferencia por los
médicos y sus pacientes. También
corrían como endemoniados los
investigadores que intentaban frenar la
expansión de un virus de origen
extraterrestre en La amenaza de
Andrómeda, de Michael Crichton y que
había sido publicada en 1969.
Independientemente del origen poco
verosímil del virus, esta es una de las
novelas con más rigor desde el punto
de vista de los procedimientos que
siguen los cientí5cos, de los errores que
cometen y de los problemas que tienen
para interpretar lo que tienen delante.
Crichton quizás no nos hace
interrogarnos sobre el comportamiento
humano, pero sí que invita a
re@exionar, por ejemplo, sobre qué
entendemos por «ser vivo».

«Los esfuerzos de los


cientíAcos para conseguir
una vacuna, un antibiótico
o un tratamiento pueden
tener interés en la vida
real, pero la Acción pide
mucho más»
Otra variedad de pandemias, muy de
moda en los últimos años, son aquellas
en las que el virus toma el relevo a la
magia y da un aire de credibilidad
cientí5ca a la plaga que destruye la
sociedad. Hace años las novelas de
zombis, vampiros y otros seres
aparentemente sobrenaturales
quedaban justi5cadas por la magia
negra, el vudú o fenómenos
paranormales diversos. Ahora ya no.
Ahora la causa suele ser un virus y los
héroes de la historia ya no tienen que
recurrir a viejos libros de santería, ni a
rituales demoníacos sino que necesitan
identi5car el agente de la infección y
buscar un antídoto, habitualmente con
la ayuda de algún médico o cientí5co
particularmente torpe. A pesar de que
puede parecer un poco forzado, si lo
miramos fríamente no hay tantas
diferencias entre una pandemia
microbiana y una invasión de zombis o
vampiros. Los desencadenantes de los
problemas son factores invisibles que
ponen en peligro, alteran o destruyen a
los afectados y que, por un mecanismo
u otro, pueden contagiar a los que
entran en contacto con ellos. Que el
contagio sea por aerosoles o por
mordiscos es un detalle menor. Obras
como Soy leyenda, de Richard Matheson
y publicada en 1969; Guerra mundial Z,
de Max Brooks que vería la luz el 2006,
o la trilogía de El pasaje, de Justin
Cronin, que lo haría en 2010; todas
plantean escenarios de supervivencia
en un ambiente postapocalíptico
desencadenado por motivos que no
recurren a explicaciones
sobrenaturales. Tanto es así que en El
pasaje una de las palabras con las que
se identi5can los afectados por la plaga
es, precisamente, la de «virales».
Novelas ideales para cuando tenemos
ganas de obras de acción y
supervivencia, quizás con algunos
toques de terror.

Las plagas en la literatura

Pero por mucha imaginación que le


ponga el autor, es francamente difícil
superar la realidad de lo que pasó en el
siglo XIV con la peste negra. Para
hacernos una idea, si extrapoláramos
sus efectos a la actualidad hablaríamos
de una epidemia que causara la muerte
a cuatrocientos millones de personas
solo en Europa. Una catástrofe de una
magnitud que probablemente solo
puede superar el desastre de la viruela
en las poblaciones americanas tras la
llegada de los europeos. En este caso,
sin embargo, la destrucción de las
civilizaciones americanas fue tan
completa que la epidemia no tuvo ecos
posteriores en unas culturas que
habían dejado de existir. En cambio, la
peste negra fue una desgracia lo
bastante grande como para llevar a
Europa a los pies del abismo, aunque
sin llegar a caer del todo. No hace falta
decir que sus efectos no se limitaron a
los europeos, pero las informaciones de
lo que pasaba en tierras asiáticas, de
donde provenía la epidemia, eran
escasas y fueron esencialmente
ignoradas a la hora de construir el
imaginario colectivo de la plaga.

Hace años las novelas de zombis, vampiros y


otros seres aparentemente sobrenaturales
quedaban justiJcadas por la magia negra, el
vudú o fenómenos paranormales diversos.
Ahora la causa suele ser un virus y los héroes de
la historia necesitan identiJcar el agente de la
infección y buscar un antídoto. En las imágenes,
fotogramas de la película Soy leyenda,
adaptación de la novela homónima de Richard
Matheson./ Warner Bros

Otras pandemias, en cambio, han


tenido mucho menos éxito a la hora de
ser elegidas por la 5cción. La viruela, la
tuberculosis o la poliomielitis también
han causado millones de víctimas, pero
eran enfermedades que no aparecían
repentinamente ni conseguían alterar el
equilibrio social, de forma que sus
apariciones en la literatura se centran
en sus efectos sobre personajes
individuales y no como plaga colectiva.
Obras como La dama de las camelias de
Alexandre Dumas hijo, publicada en
1848, o La montaña mágica de Thomas
Mann, en 1924, hacen referencia a la
tuberculosis considerada en aquellos
momentos casi como una parte más de
la vida que la sociedad ha incorporado
con resignación.

Solo el virus de la gripe disfruta del


privilegio de hacer sombra a la bacteria
de la peste. La conocida como gripe
española del 1918 fue la prueba de que
determinadas mutaciones de este virus
pueden transformar una epidemia
estacional más o menos asumible en
una oleada de muertes que rivalizó con
la propia Primera Guerra Mundial. Por
eso hay autores que eligen variedades
imaginativas del virus de la gripe para
construir su pandemia. Es lo que hizo
Stephen King para construir la obra
Apocalipsis. Con su indiscutible
habilidad para construir monumentales
best-sellers, el autor combina militares,
un virus de la gripe mutado
convenientemente para hacerlo
extremadamente letal, un previsible
apocalipsis vírico y una historia de
luchas postapocalípticas de más de un
millar de páginas.

Por otro lado, si la peste por sí misma


es un marco excelente para construir
una historia de colapso de la sociedad,
también permite el juego de combinar
la pandemia medieval con el punto de
vista actual. En el clásico de ciencia
5cción El libro del día del juicio Bnal,
publicado en 1992, Connie Willis ganó
algunos de los premios más
prestigiosos en esta modalidad
haciendo que una viajera del tiempo,
que se suponía que tenía que ir a
estudiar los inicios del siglo XIV, acabara
por error unos años después, en plena
epidemia de la peste negra, mientras
que se declara otra epidemia en el siglo
de donde había salido. Dos historias de
epidemias que transcurren en paralelo
y en las que los humanos se enfrentan
a microorganismos de formas muy
diferentes. Un planteamiento similar
usa Ann Benson en La plaga, que se
publicó en 1997. Alternando capítulos
seguiremos una línea argumental en la
que la peste vuelve a Londres en el siglo
XXI, mientras que alternativamente
seguimos las vicisitudes de un médico
judío durante la peste negra medieval.
Yo mismo, si me lo permitís, en 2016
jugué con una idea similar en El camí de
la pesta, donde un relato medieval
esconde las claves que permitirían
luchar contra la epidemia declarada en
tiempos actuales.

Es interesante recordar que la peste es,


hoy en día, una enfermedad curable.

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