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4 El gobierno de Illia
Las elecciones presidenciales de julio de 1963 en Argentina crearon las condiciones para una
democracia restringida. Los militares azules prohibieron a los peronistas, lo que llevó al
desmoronamiento del Frente y a que Perón ordenara a sus seguidores votar en blanco. Como
resultado, hubo una marcada dispersión de los votos, y la fórmula de la UCRP obtuvo solo el
25.1% de los votos, seguida por los candidatos de la UCRI con el 16.4% y la fórmula de la
UDELPA con el 7.5%. Los votos en blanco alcanzaron el 19.7%.
Sin embargo, el gobierno radical que asumió el 12 de octubre de 1963 surgió debilitado.
Aunque tenía mayoría en el Senado, se encontraba en situación de inferioridad en la Cámara
de Diputados. Había triunfado gracias a la proscripción del peronismo, a pesar de su
compromiso previo de no avalar dicha proscripción, lo que abrió el camino para un
enfrentamiento con los peronistas. Las contradicciones entre las facciones internas del partido
debilitaron al gobierno y contribuyeron a una cierta parálisis operativa. Además, la relación
tensa entre el presidente Illia y el jefe de la UCRP, Ricardo Balbín, planteaba interrogantes
sobre la viabilidad futura del gobierno debido a la división entre los radicales del "Pueblo"
(colorados) y los militares azules.
Los problemas en el frente sindical también contribuyeron a socavar la frágil legitimidad del
gobierno. Los sindicalistas peronistas, aprovechando el descontento popular, iniciaron un
amplio "plan de lucha" en mayo de 1964, que incluía la ocupación de lugares de trabajo.
Contaron con el respaldo de los partidos del malogrado Frente Nacional y Popular. Aunque el
gobierno permitió la ofensiva sindical esperando que se agotara, la autoridad de Illia se vio
menoscabada. Su estrategia consistía en explotar las divisiones dentro del sindicalismo
mientras proyectaba una legislación para limitar el poder sindical. Por su parte, la estrategia
sindical encubría una ofensiva política contra el gobierno.
El anuncio del regreso de Perón a Argentina, surgido de medios peronistas, generó conmoción
en los sectores antiperonistas. En septiembre de 1964, se conoció la decisión de Perón de
regresar al país, lo que provocó incertidumbre y rechazo en las Fuerzas Armadas y los sectores
antiperonistas. Sin embargo, Perón fue retenido en Brasil y obligado a regresar a España.
Aunque se extremaron las medidas de seguridad en Argentina, no hubo una movilización
popular significativa ni reacciones relevantes por parte de los seguidores de Perón.
Entre los empresarios también había sectores adversos a la política gubernamental. Los
empresarios monopolistas, los banqueros y los productores rurales no apreciaban la
sensibilidad socializante y el moderado nacionalismo del gobierno. La ley que estableció el
salario mínimo, vital y móvil fue cuestionada por la UIA (Unión Industrial Argentina) y la SRA
(Sociedad Rural Argentina), quienes argumentaron que tendría efectos inflacionarios. Además,
la anulación de los contratos petroleros firmados por Frondizi confirmó las apreciaciones
negativas de los inversionistas y los industriales extranjeros.
La actitud del gobierno frente a las ofensivas de diferentes frentes no contribuyó a mejorar su
sustentación política. En lugar de buscar alianzas con otras agrupaciones políticas, el gobierno
prefería gobernar a su manera y asegurarse cierta independencia con respecto a las fuerzas
sociales en juego. Sin embargo, esto se hizo prácticamente imposible ante la presencia de
sectores sociales que amenazaban su estabilidad.
El tema del peronismo continuó siendo un problema político para el gobierno radical. El
presidente Illia pretendía derrotar electoralmente a los peronistas sin recurrir a la proscripción.
Intentó aprovechar las contradicciones dentro del peronismo y las dificultades de Perón para
mantener unida a su fuerza política, especialmente frente a las ambiciones del sindicalismo
vandorista liderado por Augusto Vandor, que era más independiente de la voluntad de Perón.
Sin embargo, las elecciones legislativas de marzo-abril de 1965 confirmaron la fortaleza
electoral del peronismo. Un año después, las elecciones en Mendoza ratificaron la
preeminencia peronista y el ascendiente de Perón sobre sus seguidores. Ante las próximas
elecciones de gobernadores en 1967, el gobierno se enfrentaba al mismo dilema que había
enfrentado Frondizi en el pasado: si no se aplicaba una proscripción, la victoria del peronismo
era segura.
Los servicios de inteligencia estadounidenses, como la CIA, tenían conocimiento de los planes
golpistas. Altos mandos militares, incluyendo a generales como Juan Carlos Onganía, Pascual
Pistarini, Alejandro Lanusse y Osiris Villegas, estaban involucrados en la preparación del golpe.
Aunque el secretario adjunto del Departamento de Estado, Lincoln Gordon, respaldaba en
general el golpe, tenía dudas sobre el futuro institucional del país.
El grupo de oficiales que lideró el golpe formó una coalición que incluía a sindicatos y
empresarios, y excluía a la clase política tradicional. Su objetivo principal era evitar la
participación del peronismo en las próximas elecciones y cooptaron a dirigentes sindicales
vandoristas. Se cuestionó la legitimidad del gobierno de Illia desde distintos sectores,
incluyendo al ejército, sindicatos y empresarios, quienes lo acusaron de falta de dinamismo en
la toma de decisiones y en la gestión administrativa. Además, se criticaba su incapacidad para
formar una alianza política que pudiera evitar una victoria peronista en las elecciones de 1967.
Mediante una campaña de acción psicológica liderada por medios influyentes, el gobierno de
Illia fue desacreditado y el 28 de junio de 1966 las Fuerzas Armadas derrocaron al presidente
sin encontrar resistencia en la sociedad.
Se atribuyen diferentes causas a estas nuevas condiciones. Una interpretación sostiene que se
debió a aumentos salariales superiores al crecimiento de la productividad, especialmente en
los países europeos, lo que habría perjudicado a las empresas manufactureras al erosionar sus
márgenes de ganancia. Otra interpretación, en cambio, lo relaciona con el incremento de la
relación capital/producto, conocida como composición orgánica del capital, en el contexto de
los procesos tecnológicos existentes. El aumento de la producción requería volúmenes
crecientes de capital per cápita que no estaban siendo compensados por aumentos en la
productividad.
Durante el periodo analizado, la producción a nivel mundial experimentó una tendencia hacia
la globalización debido a la expansión de las actividades de las corporaciones internacionales,
que establecieron filiales en diferentes países. Los criterios para seleccionar la ubicación de
estas filiales se basaron en ventajas económicas, como salarios e insumos más baratos,
optimización de la tecnología y diferencias en las tasas de inflación y tipos de cambio. Además,
factores políticos, como las asimetrías de poder en el orden internacional, también influyeron
en esta elección.
El orden monetario internacional establecido en Bretton Woods también fue afectado por la
crisis. Este sistema se basaba en paridades fijas y la contención de los flujos especulativos de
capital a través de mecanismos compensatorios. Sin embargo, en la década de 1960 surgieron
problemas, como la debilidad del dólar estadounidense, importantes fluctuaciones en las
reservas de oro de Estados Unidos y el desequilibrio entre el valor del dólar en el mercado
interno y su valor en el comercio internacional debido a la inflación interna. Esto generó
desconfianza en los mercados internacionales y condujo a una fuerte corriente de inversiones y
radicaciones de empresas estadounidenses en el extranjero.
El orden monetario internacional basado en Bretton Woods, que establecía paridades fijas y
controlaba los flujos especulativos de capital, comenzó a debilitarse. El dólar estadounidense,
respaldado por reservas de oro, empezó a perder valor debido a la creciente inflación interna.
Esto generó desequilibrios en el sistema y provocó una corriente de inversiones y compras en
el extranjero, a través de la emisión de dólares. Además, los países europeos buscaron
desligarse del dólar y expandieron el mercado del eurodólar, creando un mercado financiero
competitivo y especulativo.
En octubre de 1973, la economía mundial experimentó una fuerte conmoción con el inicio de
la crisis de los precios del petróleo. Esto se originó cuando un grupo de países productores de
petróleo, agrupados en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), decidió
aumentar unilateralmente el precio del combustible. Esta crisis se relacionó con la crisis
monetaria internacional, ya que muchas naciones productoras de materias primas comenzaron
a acumular reservas en forma de bienes en lugar de divisas, lo que provocó un aumento en los
precios de materiales estratégicos y bienes no duraderos.
El encarecimiento del petróleo generó una importante recesión en la mayoría de los países,
especialmente en los más industrializados, y contribuyó al enriquecimiento rápido de las
naciones petroleras, principalmente en el mundo árabe. Aunque la crisis del petróleo no fue la
causa principal del aumento de la liquidez internacional, ya que esta había aumentado
significativamente en años anteriores, permitió a los países productores de petróleo transferir
capitales a los bancos estadounidenses y europeos, que a su vez los dirigieron hacia los países
en desarrollo.
Este aumento de fondos prestables hacia los países de la periferia condujo al considerable
incremento de la deuda externa latinoamericana y a la crisis financiera de los años 80. Sin
embargo, la crisis del petróleo también desempeñó un papel inesperadamente favorable para
el dólar y el mantenimiento del poder financiero de los Estados Unidos. La crisis produjo un
aumento en la demanda internacional de dólares, ya que esta era la moneda predominante
utilizada en los pagos. Además, los excedentes de los países árabes se mantuvieron
principalmente en dólares debido a la falta de alternativas para su colocación.
Por otra parte, en el ámbito político, estos años fueron testigos de una mayor diversidad de
intereses en el sistema internacional, en un contexto de distensión entre las dos
superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética. Los países del Tercer Mundo también
buscaban participar con mayor presencia e intensidad en los foros internacionales. Sin
embargo, la crisis económica generó un período de gran intranquilidad en las relaciones
internacionales. Estas crisis energéticas y financieras a nivel mundial anticipaban el cambio del
paradigma tecnológico e industrial del capitalismo.
En 1972, se formó un grupo empresarial conocido como la Comisión Trilateral, promovido por
David Rockefeller y compuesto por alrededor de 400 empresas líderes de Estados Unidos,
Europa y Japón. Esta comisión proyectó una evaluación de la economía internacional para los
próximos veinte años, postulando un renovado sistema de división internacional del trabajo en
el que los países se dividían en productores de materias primas, de manufacturas de poco valor
agregado y de manufacturas altamente sofisticadas. Según este esquema, países como
Argentina solo podían acceder al segundo nivel, quedando lejos de completar el proceso de
sustitución de importaciones y convertirse en economías industrializadas.
En el ámbito geopolítico, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética enfrentaron desafíos
significativos. Estados Unidos sufrió una erosión considerable de su poder político y militar
debido a su implicación en la Guerra de Vietnam, que fue muy impopular en gran parte de la
opinión pública estadounidense. Además, se demostró que la superpotencia no podía doblegar
la resistencia de la población de un país decidida a conservar su independencia nacional. Por su
parte, la Unión Soviética enfrentó cuestionamientos dentro del bloque comunista, lo que
condujo a un retroceso en sus objetivos internacionales y a su posterior fragmentación y
disolución del poder político mundial.
La "Revolución Argentina" tenía como objetivo desarrollar un plan en tres etapas. La primera
etapa, el "tiempo económico", buscaba destrabar el desarrollo industrial y acabar con la
inflación y los ciclos depresivos. Luego vendría el "tiempo social", destinado a distribuir la
riqueza acumulada y superar los conflictos sociales. Finalmente, se llegaría al "tiempo político",
que permitiría la participación de la sociedad en un sistema institucional distinto al anterior. Sin
embargo, hasta que llegara ese momento, el gobierno no toleraría manifestaciones de
oposición y se mostró represivo.
Se promulgaron leyes represivas que regulaban la seguridad nacional, se restringió la libertad
de prensa, se censuraron manifestaciones culturales y se intervino en los medios de
comunicación. La represión se dirigió principalmente a prevenir reacciones de los sectores
afectados por los ajustes económicos requeridos.
Después de tres años, el gobierno de Onganía sufrió un deterioro máximo. Las calles se
convirtieron en escenario de movimientos populares de protesta, inspirados también por el
clima internacional, como el "mayo francés" y las movilizaciones contra la Guerra de Vietnam.
El punto de quiebre fue el "Cordobazo" en mayo de 1969, donde una marcha de protesta en la
ciudad de Córdoba resultó en el control de la ciudad por parte de los manifestantes y
enfrentamientos con las fuerzas policiales y militares.
Desde el inicio de su mandato, Onganía intentó apartar a las Fuerzas Armadas de la toma de
decisiones gubernamentales, pero la prohibición de actividades políticas politizó al ejército y
los líderes militares se convirtieron en interlocutores de grupos y políticos descontentos con el
rumbo del gobierno. Ante el pedido de prórroga de su mandato, Onganía enfrentó la
insubordinación de los comandantes de las tres fuerzas, lo que marcó el comienzo del fin de su
régimen.
La situación en Argentina durante el gobierno de Onganía se vio afectada por varios factores
que llevaron a los altos jefes militares a deponerlo. Entre estos factores se encontraba la
extranjerización de la economía argentina como resultado del programa económico
implementado por Onganía, el cual generó rechazo y provocó el Cordobazo en mayo de 1969.
Además, el gobierno no ofrecía perspectivas políticas claras y había intentado ignorar a los
partidos tradicionales. También se sumaron a la oposición sectores rurales desplazados por los
intereses industriales y corporaciones transnacionales. La aparición de la guerrilla,
representada por la organización Montoneros, tuvo un impacto significativo cuando
secuestraron y asesinaron al expresidente provisional Aramburu en mayo de 1970.
Los Montoneros eran el brazo armado del peronismo revolucionario y estaban liderados por
Mario Firmenich. Sus miembros provenían de diversas corrientes políticas, como el
nacionalismo de derecha, el catolicismo progresista y partidos políticos de izquierda. Aunque
su objetivo final era construir una sociedad socialista, se identificaban con el peronismo y
defendían sus principales banderas. Además de los Montoneros, surgieron otras
organizaciones guerrilleras como el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), de orientación
marxista.
Estas organizaciones llevaron a cabo acciones armadas, desde tomas de pueblos hasta
secuestros y asesinatos de figuras políticas, sindicales y empresariales. Estas acciones
contribuyeron a la desestabilización política, pero también generaron represión por parte del
Estado y de organizaciones paramilitares como la Triple A. Finalmente, el golpe de Estado de
1976 puso fin a las acciones guerrilleras.
Ante la creciente presión y descontento, las Fuerzas Armadas decidieron destituir a Onganía el
8 de junio de 1970. El general Roberto M. Levingston asumió la presidencia, pero tampoco
logró superar el escepticismo y la falta de respaldo popular. Las protestas y acciones
guerrilleras continuaron, y un nuevo levantamiento popular en la ciudad de Córdoba, conocido
como "el viborazo", llevó a la renuncia de Levingston en poco más de nueve meses.
En el ámbito económico, las relaciones con Estados Unidos tuvieron éxito, especialmente en
términos de inversiones y préstamos financieros. La gestión económica del ministro Krieger
Vasena fue elogiada por el FMI, se restableció la confianza de los inversores extranjeros y se
reimplantaron condiciones favorables para las compañías petroleras extranjeras.
Sin embargo, el alineamiento estratégico con Estados Unidos tuvo límites. La negativa
argentina a firmar tratados de no proliferación nuclear y de desnuclearización de América
Latina provocó la suspensión de la provisión de equipos militares por parte de Estados Unidos.
Ante esto, Argentina buscó reducir su dependencia de Estados Unidos acercándose a Europa.
Se firmaron contratos con empresas europeas para la construcción de una estación terrena de
comunicaciones y una central nuclear, además de adquirir armamentos de Francia.