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16.

La economía mundial
a comienzos del siglo XXI

El año 2001 marcó no sólo el comienzo del siglo XXI, sino también el final de la primera
década de experiencia con una economía verdaderamente global. Desde el definitivo hun-
dimiento de la Unión Soviética en 1991, casi todas las naciones del mundo han aceptado la
necesidad de ajustar sus propias políticas y sus estructuras económicas a las exigencias del
mercado global emergente. Cuando el presidente de Rusia Boris Yeltsin declaró la muerte y
disolución de la Unión Soviética tras el golpe fracasado contra Mijail Gorbachov en agosto
de 1991, también proclamó el definitivo fracaso del experimento comunista con las econo-
mías de planificación estatal, esencialmente autosuficientes. Desde ese preciso momento,
los que deciden las políticas de cada país, al margen de sus ideologías, han tenido que
adaptarse a las fuerzas del mercado que se han extendido por toda la tierra. Los nuevos
vientos de cambio traen consigo las consecuencias de sorprendentes avances en la informa-
ción y la tecnología de las comunicaciones, informando a millones de personas en todas
partes de las nuevas posibilidades de inversión y crecimiento. No es de extrañar que el ca-
pital, el trabajo, y los mercados de productos respondan con precios volátiles y desconcer-
tantes movimientos de cantidad. Las fuerzas políticas en algunos países ya están reaccio-
nando para aislar a sus electorados de algunas consecuencias de la globalización. Malasia
mantiene los controles de capital que impuso en 1998, señalando el evidente éxito de la
China continental en el mantenimiento de un rápido crecimiento con estrictos controles
de capital. Los países de la Unión Europea restringen la admisión de refugiados mientras
Estados Unidos incrementa el control policial en la frontera mexicana. Por todas partes en
los países industrializados se levantan barreras no arancelarias con nuevos pretextos de pro-
tección medioambiental y de derechos humanos. Nadie puede predecir cómo se adaptarán
los diversos países y regiones a esta nueva época histórica en la que se combinan el rápido
cambio tecnológico con la apertura de nuevos mercados. Los lectores de este libro de texto
434 Historia económica mundial

recordarán que los anteriores ejemplos de una economía global emergente en el mundo han
conducido a grandes desastres y regresiones, ya fuesen causados por catástrofes naturales
en el mundo antiguo, la peste en el mundo medieval o las guerras en el mundo moderno. El
actual mercado global no es inmune a ninguna de estas amenazas a su existencia, aunque la
conciencia de su potencial debería ayudarnos a protegernos contra ellas.
En primer lugar, ¿cómo surgió esta nueva economía global? Parece claro que el éxito
económico de Europa Occidental en recuperarse de forma tan rápida y definitiva de la de-
vastación de la Segunda Guerra Mundial contribuyó sirviendo de ejemplo. Gradualmente,
diversos países en otras regiones del mundo hallaron sus propios métodos para imitar el
éxito europeo. El primer, y más sobresaliente, seguidor de los pasos de Europa fue Japón.
De hecho, el boom japonés fue al mismo tiempo más duradero y más fuerte que el de la
posguerra europea. Desde finales del decenio de 1940 hasta los inicios de la década de
1970, el índice de crecimiento del PNB japonés superó el 10% anual, único en la historia
del desarrollo económico. En 1966, Japón se había convertido en la segunda economía ma-
yor del mundo, y lo sigue siendo hoy en día. En las décadas relativamente deprimidas de
1970 y 1980 su crecimiento fue algo inferior, pero aun así era más alto que en la mayoría
de las demás áreas de la economía mundial. Hasta la década de 1990 no sufrió un prolon-
gado retroceso y una creciente crisis de confianza en sus instituciones económicas. Aunque
frecuentemente se lo ha calificado de «milagro», había, como en Europa, sólidas razones
para este crecimiento. En primer lugar estaba el fenómeno de la puesta al día tecnológica.
Desde los últimos años de la década de 1930 hasta finales de la de 1940, la economía japo-
nesa había estado aislada del resto del mundo, y existían numerosas innovaciones tecnoló-
gicas con las que Japón podía hacerse a un mínimo coste. Sin embargo, ésa apenas es razón
suficiente para explicar el elevado índice del crecimiento japonés; si lo fuera, otros muchos
países hubieran hecho lo mismo. Más importante fue el alto nivel de capital humano que
poseía Japón, y que le permitió sacar el máximo partido de la tecnología superior. Además,
una vez hubo superado su retraso tecnológico, Japón se convirtió en el principal introductor
de nueva tecnología, sobre todo en campos como el de la electrónica y la robótica. Para
esto pudo utilizar no sólo sus reservas de capital humano, sino también la gran capacidad
de ahorro e inversión del pueblo japonés, así como la sofisticación de su gestión empresa-
rial, que le hicieron comprender la gran rentabilidad de la investigación y el desarrollo.
Todo esto se combinó bajo la dirección de un gobierno estable que estaba comprometido a
realizar y mantener un crecimiento orientado a las exportaciones, incluso más que sus mo-
delos europeos. En consecuencia, Japón tenía los mayores excedentes de exportación del
mundo industrializado. Por último (aunque ello no agota el tema), y de forma más especu-
lativa, podríamos mencionar el espíritu o la mentalidad de los japoneses, más colectivistas
(en sentido general), más cooperativos, más dados al trabajo en equipo. Esto es patente tan-
to en la actitud de los empresarios hacia sus empleados y viceversa, con el empleo vitalicio
como norma en la mayoría de las empresas hasta que el malestar de los años noventa hizo
subir los índices de desempleo, y en la política gubernamental, que provocó el epíteto de
«Japan, Inc.» (Japón, S.A.) aplicado por algunos observadores occidentales críticos.
Otros países asiáticos, especialmente Corea del Sur y Taiwan, tuvieron asimismo índices
de crecimiento extremadamente altos, tanto en su producción total como en su comercio
exterior. En 1990 se les unieron Tailandia, Malasia, e incluso Indonesia, ya que reorientó su
estrategia económica dejando de depender de las exportaciones de petróleo. Varias de las
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razones del éxito económico japonés también podrían aplicarse a ellos —altos índices de
ahorro, una población culta, y gobiernos estables que apoyaron un crecimiento impulsado
por las exportaciones. Tenían la ventaja añadida de una elástica oferta de mano de obra ya
que sus baby booms de la década de 1960 llegaron a la edad adulta y migraron del medio
rural a las grandes ciudades y las fábricas de tecnología punta construidas por compañías
multinacionales japonesas o americanas. La urbanización y el trabajo fabril también tuvie-
ron el efecto de reducir los índices de fertilidad de manera notablemente rápida, de modo
que la proporción de población en edad de su primer trabajo creció con claridad. Singapur
y Hong Kong, antes mencionadas, ocupaban posiciones muy destacadas en la economía in-
ternacional, aunque el Tratado de 1964 entre el Reino Unido y la República Popular China,
según el cual Hong Kong revertiría a la soberanía china en 1997, causó una gran preocupa-
ción entre la población occidentalizada de aquel territorio. En conjunto, la zona de la cuen-
ca del Pacífico, incluidas Australia y Nueva Zelanda, que había sido un participante margi-
nal en la economía mundial antes de mediados del siglo XX, se convirtió en una de las
principales protagonistas en el último cuarto de dicho siglo.
No fue este el caso de América Latina, cuyos países tuvieron dificultades para cambiar
el curso de la industrialización por sustitución de importaciones a una industrialización
orientada a la exportación. Las crisis del petróleo de la década de 1970 condujeron a balan-
zas comerciales cada vez más desfavorables, especialmente las de Argentina, Brasil y Mé-
xico. Para financiar los déficitis, los gobiernos latinoamericanos obtuvieron créditos blan-
dos de los bancos internacionales inundados con los depósitos de los ingresos petrolíferos
de los miembros del grupo de la OPEP. Los altos y alarmantes niveles de la deuda interna-
cional de la década de 1980 amenazaron a todo el sistema internacional de pagos cuando el
dólar se fortaleció repentinamente a comienzos de la misma. En la década siguiente, sin
embargo, empezó a producirse cierto progreso, ya que México intentó seguir el ejemplo de
Chile en animar a la inversión extranjera y extender sus exportaciones, en especial en la
Zona de Libre Comercio de América del Norte. A pesar del retroceso que supuso la crisis
del peso mexicano en 1995, otros países latinoamericanos continuaron su evolución hacia
políticas de apertura, abriendo gradualmente sus economías y sistemas financieros a los
mercados globales. Argentina detuvo en seco sus brotes inflacionistas estableciendo una
comisión monetaria que hizo al peso totalmente convertible con el dólar norteamericano. Si
ese experimento de «dolarización» tiene éxito, cabe esperar que otros países latinoamerica-
nos lo sigan, como hizo Ecuador al final de 1999.
Mientras el comercio y la producción alcanzaban niveles récord a finales del siglo XX en
el conjunto del mundo, África permanecía como una nube oscura en el horizonte. A las
nuevas naciones que surgieron con el fin del colonialismo europeo les faltaban recursos,
naturales y sobre todo humanos, para afrontar las complejidades de una economía moder-
na. Asimismo, las circunstancias políticas obstaculizaban los intentos de desarrollo econó-
mico; las enemistades étnicas engendraban frecuentes guerras civiles y golpes de Estado; la
mayor parte de las naciones cayeron bajo el dominio de gobiernos unipartidistas con diver-
sos grados de control dictatorial. En la República de Sudáfrica, dominada desde tiempo
atrás por su minoría blanca de ascendencia británica y (principalmente) bóer, la mayoría
negra obtuvo al fin algo que se aproximaba a la igualdad política en los primeros años no-
venta, pero las rivalidades étnicas y el recurso a la violencia entre las facciones de la mayo-
ría amenazaron con viciar cualquier provecho económico que hubiera podido lograrse. La
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extrema diversidad étnica y lingüística del continente africano parece haber obstruido los
esfuerzos para construir las instituciones de los derechos de propiedad y ejecución de con-
tratos necesarios para obtener los beneficios del capitalismo basado en el mercado. Los
países más pobres y de crecimiento más lento del mundo siguen estando en África, el con-
tinente más atormentado por enfermedades, guerras civiles, genocidios y gobiernos ines-
tables.
Otra región del mundo cuya importancia política ha ido en aumento a finales del si-
glo XX es el sudoeste asiático, u Oriente Próximo. La razón de la creciente importancia
económica de la región puede resumirse sucintamente en una sola palabra: petróleo.
El petróleo se descubrió en Irán (entonces llamada Persia) en la primera década del si-
glo XX, y posteriormente en varios estados árabes que bordeaban el golfo Pérsico (Irak,
Arabia Saudita, Kuwait y los pequeños emiratos), pero todavía en 1950 la región producía
poco más del 15% de la producción mundial. (En esa época, Estados Unidos seguía siendo
con mucha diferencia el mayor productor, con más del 50% del total.) En 1960, aquellos
países, junto con Libia y Venezuela, crearon la Organización de Países Exportadores de Pe-
tróleo (OPEP), a la que más tarde se adhirieron otras naciones. En 1970, los países de la
OPEP producían más de una tercera parte de la producción mundial de energía. En 1973,
tras la cuarta guerra árabe-israelí, actuaron en estilo cártel para aumentar fuertemente el
precio del crudo, acción que repitieron más tarde en la misma década, con el resultado de
que el precio mundial subió de tres dólares el barril en 1973 a treinta dólares en 1980, mul-
tiplicándose por diez. Dado el alto grado de dependencia que la economía mundial tenía del
petróleo en aquel tiempo, el efecto de la subida sobre las economías, tanto de los países muy
industrializados como de los que se hallaban en vías de desarrollo, fue devastador. Estos úl-
timos de pronto se enfrentaron a unos déficits mucho mayores en sus balanzas de pagos,
que les obligaron a aumentar aún más su endeudamiento, mientras que los países industria-
les sufrían la llamada stagflation («estanflación»), es decir, estancamiento de la producción
y del empleo, combinado con inflacionarias subidas de precios.
La situación se mantuvo hasta 1985, cuando se redujo el valor del dólar norteamericano
en los mercados de cambio extranjeros por la acción concertada entre los bancos centrales
de las economías industrializadas. En 1986, el precio del crudo cayó dramáticamente, el
dólar estaba más débil, y la inflación había sido controlada en todo el mundo industrializa-
do. El desempleo, sin embargo, se mantenía alto, aunque los índices de crecimiento de nue-
vo volvieron a subir. A pesar de la reducción del precio del petróleo, la demanda de éste no
aumentó tan rápidamente como la producción total, un marcado cambio respecto de las
condiciones de los años 1950 y 1960. Incluso la efímera invasión de Kuwait realizada en
1990 por el dictador de Irak, Sadam Hussein, sólo causó una pequeña y breve subida en el
precio del petróleo. Volvió a bajar tan pronto como las fuerzas de Irak fueron expulsadas,
incluso aunque la producción petrolífera de Kuwait tardó varios años en volver a sus ante-
riores niveles. Gracias al aumento de la eficacia en el uso de la energía dentro del mundo
industrializado y a la mayor disponibilidad de fuentes alternativas de energía, cuando el
precio del crudo súbitamente se triplicó de nuevo en 2000, los efectos no fueron tan dramá-
ticos como en la década de 1970.
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1. El derrumbe del bloque soviético

En la segunda mitad de 1989, en la Europa del Este se desarrollaron una serie de aconteci-
mientos que fueron tan trascendentales como inesperados: el derrocamiento (en gran parte
pacífico) de los regímenes comunistas en un país tras otro. Polonia y Hungría abrieron el
camino, pero pocos observadores extranjeros esperaban que los demás países imitaran su
ejemplo. Asombrosamente, así lo hicieron Checoslovaquia, Alemania Oriental, Bulgaria y
por último Rumanía, y más tarde Albania.
Una mezcla de motivos políticos y económicos sustentó la sublevación de las masas en
las tierras antaño dominadas por los comunistas. Como se ha relatado en el capítulo ante-
rior, los regímenes de aquellos países habían sido impuestos por la Unión Soviética sin el
consentimiento —de hecho, contra la voluntad— del pueblo. Si esos regímenes hubieran
podido cumplir sus promesas de mejorar las condiciones materiales y elevar el nivel de
vida de sus habitantes, éstos probablemente habrían aceptado su privación de libertad; pero
los regímenes no pudieron. Al contrario, las circunstancias materiales de las masas, inclu-
yendo las condiciones de vida y de trabajo, se deterioraron progresivamente, en contraste
con el bienestar y la abundancia que podían contemplar por televisión en sus vecinos occi-
dentales, y con el lujo y el derroche de la nueva clase dominante, los niveles superiores de
los partidos comunistas, información que se fue filtrando gradualmente.
Las masas habían expresado su descontento varias veces en el pasado: Alemania Orien-
tal en 1953, Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968, y Polonia más de una vez. En
aquellas ocasiones, la Unión Soviética había empleado la fuerza de su ejército para sofocar
las rebeliones (o las propias fuerzas armadas del régimen en el caso de Polonia). Por qué no
lo hizo en 1989 es una interesante pregunta que se considerará en breve. Pero no lo hizo.
La raíces del descontento popular eran, pues, profundas, y aunque el repentino éxito de
las revueltas tomó al mundo por sorpresa (a los líderes comunistas tanto como a los obser-
vadores occidentales), se habían podido observar algunos presagios. En 1980, los obreros
polacos, encabezados por Lech Walesa, un electricista de los astilleros de Gdansk, constitu-
yeron un sindicato, Solidaridad, independiente del Estado y del Partido Comunista. El régi-
men lo toleró durante algún tiempo, pero en diciembre de 1981 el gobierno proclamó la ley
marcial (ostensiblemente para impedir la intervención soviética) y encarceló a los dirigen-
tes de Solidaridad. Los desórdenes continuaron. En abril de 1989, en un esfuerzo por cal-
marlos, el gobierno volvió a legalizar Solidaridad y anunció unas elecciones parcialmente
libres para el mes de junio. (Parcialmente libres porque la mayoría de los escaños del Sejm,
o Parlamento, estaban reservados para candidatos del gobierno.) Cuando Solidaridad ganó
todos los escaños, menos uno, a los que le estaba permitido presentarse, uno de sus líderes
se convirtió en primer ministro, bajo un presidente comunista en septiembre de 1989. Esto
abría la posibilidad de una reforma económica para efectuar la transición desde una econo-
mía centralmente planificada a una de mercado capitalista. La estrategia empleada por el
ministro de Hacienda, Lescek Balcerowitz, fue llamada «terapia de choque». Comenzó en
enero de 1990 con medidas deflacionarias combinadas con la liberalización de los precios
y la eliminación de las barreras comerciales. Por desgracia, su reducción del gasto público
socavó su apoyo político. Únicamente los ingresos de una rápida privatización podrían
mantener el equilibrio presupuestario del gobierno. Pero varios factores disuadieron a los
inversores extranjeros de comprar las grandes empresas estatales, después de que hubiesen
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sido privatizadas empresas estatales pequeñas y de tamaño medio con producción dirigida
al mercado local. La falta de registros de contabilidad con los costes exactos junto con la
incertidumbre de conseguir futuros mercados para la producción de las minas de carbón,
las fábricas de acero y los astilleros, hacían que cualquier inversión resultara peligrosa.
Además, Polonia era reacia a ceder el control directorial a compañías extranjeras, que no
tendrían escrúpulos políticos en despedir a la mayor parte de la mano de obra. Por último,
Polonia había contraído una gran deuda externa con los gobiernos y las instituciones finan-
cieras occidentales, que ya no podía reembolsar.
A pesar de todos estos problemas, tras diez años de rápidos cambios de gobierno y ne-
gativas de la Unión Europea y los inversores extranjeros, Polonia se ha convertido en la pri-
mera economía de transición en recuperar su nivel de producción anterior a 1990 y además
alcanzar un crecimiento económico sostenido. En retrospectiva, parece que la confusión
política creada por efectuar tantos cambios al mismo tiempo ha permitido a los reformado-
res económicos polacos ponerse en camino hacia la creación de una economía de mercado
operativa. A esto ha ayudado que los gobiernos occidentales y los organismos internaciona-
les acordaran diferir el reembolso de las deudas polacas hasta 2001, lo cual permitió que
también los bancos privados reprogramasen los pagos de deudas en 1994. Si el éxito eco-
nómico de Polonia hizo que otras llamadas «economías de transición» desearan sufrir el
dolor de su terapia de choque, sin embargo, era otro asunto.
Tras el fracaso de la rebelión de Hungría en 1956, el nuevo gobierno instalado por la
Unión Soviética obedeció cobardemente la línea soviética en política exterior (por ejemplo,
envió una fuerza simbólica en la invasión de Checoslovaquia en 1968), pero a cambio se le
dio cierta libertad en los asuntos internos. En 1968 instituyó un «Nuevo Mecanismo Eco-
nómico» que era un compromiso entre una estricta política centralista y un sistema de libre
mercado. También desarrolló unas relaciones políticas y económicas más estrechas con Eu-
ropa Occidental. Esto permitió la creación de partidos políticos de oposición, que en 1989
negociaron con el gobierno una transición pacífica. En mayo de 1990 y en elecciones li-
bres, una coalición de tres partidos de la antigua oposición obtuvo una clara mayoría en la
nueva Asamblea Nacional. Las primeras reformas económicas de Hungría fueron más rápi-
das que las de Polonia, basadas en un período más largo para liberalizar los precios bajo el
régimen comunista y promocionar las exportaciones a Occidente. Esta experiencia también
permitió a Hungría fomentar una rápida privatización de sus empresas estatales, principal-
mente ofreciendo excelentes condiciones a los inversores extranjeros. En consecuencia,
Hungría rápidamente atrajo más inversiones extranjeras que ninguna otra economía de
transición. Por desgracia para su progreso ulterior, muchas de las empresas estatales sim-
plemente eran entregadas a los más avispados miembros del aparato político que las diri-
gían. Esto atrincheró su influencia política en el gobierno. Ejercer la influencia política les
resultaba más provechoso que modernizar sus plantas de fabricación y comercializar sus
productos. Partiendo de un comienzo prometedor, el crecimiento de Hungría a finales de la
década de 1990 resultó ser decepcionantemente bajo. La explicación en parte obedece a la
en apariencia pobre actuación de las exportaciones, pero sobre todo al fracaso en la moder-
nización de las empresas estatales privatizadas.
Ante el ejemplo de las transiciones relativamente pacíficas ocurridas en Polonia y Hun-
gría, los estudiantes y trabajadores de Checoslovaquia intensificaron sus protestas y mani-
festaciones masivas. En un principio, el gobierno respondió con una represión violenta, que
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produjo centenares de muertos y heridos; pero con el tiempo acabó por acceder a las nego-
ciaciones. En diciembre de 1989, Alexander Dubcek, el líder de la «Primavera de Praga»
de 1968, fue elegido presidente del nuevo Parlamento, y Václav Havel, un escritor que ha-
bía sido encarcelado por su activismo en pro de los derechos humanos, se convirtió en pre-
sidente de la nación. El Consejo Nacional eslovaco (Parlamento nacional) aprobó en julio
de 1992 una «declaración de soberanía» y poco después la República Checa aceptó la esci-
sión, que entró en vigor el 1 de enero de 1993. La pacífica disolución de Checoslovaquia
representó un fuerte contraste con los acontecimientos que se estaban produciendo enton-
ces en Yugoslavia. La inicial estabilidad política de Checoslovaquia le hacía parecer el país
con más probabilidades de llevar a cabo la dolorosa transición desde la economía de plani-
ficación a la de mercado. No tenía deuda exterior, a diferencia de Polonia, y había iniciado
una limitada liberalización de los precios y el fomento de inversiones privadas siguiendo el
ejemplo húngaro. Además, tenía una mano de obra especializada y una reputación de fabri-
cantes de alta calidad. Pero entonces retrasó la privatización debido al conflicto entre los
checos y los eslovacos. Cuando las dos regiones se separaron en 1993, la creación de mo-
nedas independientes y de controles fronterizos para el comercio postergaron aún más la
reforma. Entonces, el proyecto de mercado ideado en la República Checa para la privatiza-
ción a través de bonos entregados a todo el mundo, que podían utilizarse para comprar par-
ticipaciones en fondos de inversión centrados en diversas industrias, resultaron ser vulnera-
bles a la manipulación y el fraude por intrusos oportunistas. Esta experiencia desanimó
tanto a los inversores extranjeros como a los nacionales, especialmente tras el impago ruso
de 1998, del que se hablará más adelante en este capítulo.
La República Democrática Alemana (Alemania Oriental) celebró su cuarenta aniversario
en octubre de 1989, acontecimiento al que asistió el presidente soviético Mijail Gorbachov.
Pero poco después, el Comité Central del Partido (comunista) de Unidad Socialista de Ale-
mania Oriental depuso a su veterano dirigente Erich Honecker, quien a continuación fue
acusado de diversos delitos, incluido el de apropiación indebida de fondos gubernamenta-
les. Mientras tanto, miles de alemanes del este, a los que era imposible emigrar directamen-
te a occidente, habían empezado a huir a Checoslovaquia para dirigirse a Hungría, con la
esperanza de pasar desde allí a Austria y a Occidente. El nuevo gobierno húngaro les com-
plació, abriendo la frontera con Austria.
Uno de los acontecimientos más dramáticos —y simbólicos— de 1989 fue la destruc-
ción del muro de Berlín. El muro había sido levantado alrededor del Berlín Oriental por el
gobierno germano-oriental en 1961 para impedir la fuga de sus súbditos al oeste. Durante
casi tres décadas había sido un símbolo de la tiranía y la represión comunista. En la noche
del 9 al 10 de noviembre, espontáneamente, y sin que las autoridades germano-orientales
se lo impidieran, manifestantes tanto de Berlín Este como del Oeste iniciaron la destruc-
ción del muro y miles de berlineses del este entraron a raudales en occidente.
A partir de entonces los acontecimientos se precipitaron. Las autoridades germano-occi-
dentales, cogidas tan de sorpresa como las del este, tomaron medidas de emergencia para
atender al torrente de refugiados, pero también intentaron convencer a los alemanes del
este de que se quedaran donde estaban. En julio de 1990 crearon una unión económica y
monetaria con la República Democrática Alemana, que dejó de existir como estado separa-
do el 3 de octubre, cuando se incorporó a la República Federal de Alemania. La urgencia
política para completar la reunificación tan pronto como fuera posible antes de que la di-
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rección de Rusia cambiara de idea condujo a un caro gesto económico: convertir la mone-
da alemana oriental (ostmark) en la moneda alemana occidental (deutschemark) a un índice
de uno a uno. El índice de mercado era al menos de seis a uno y posiblemente tan alto
como doce a uno, de modo que mientras a los trabajadores alemanes del este (que votaron
abrumadoramente a favor de la reunificación según los términos de Alemania Occidental
en abril de 1990) se les hacía estar de seis a doce veces mejor de dinero que antes, por des-
gracia esto significaba que sus empresarios, que en su mayor parte pasaron a ser compañías
alemanas occidentales tras la privatización de las antiguas empresas estatales, ya no podían
pagar sus sueldos. En consecuencia, el desempleo se elevó tanto que los continuos subsi-
dios de paro a los obreros germano-orientales se sumaron al gasto de reconstruir la deterio-
rada y obsoleta infraestructura de Alemania Oriental. El aumento de las tasas impositivas
sobre las empresas y los trabajadores germano-occidentales necesarias para financiar la
reunificación con Alemania del Este, a su vez, elevó los índices de desempleo en Alemania
Occidental. La continuada carga económica que la reunificación significaba para Alema-
nia, partiendo de la decisión política original de hacer que la unión monetaria fuese lo más
favorable posible para los alemanes del este, retrasó el crecimiento económico alemán en la
década de 1990, con desbordantes efectos sobre el resto de Europa.
A medida que los demás países del centro y el este europeos se liberaban de los grille-
tes de la Unión Soviética, la misma serie de problemas que entorpecieron a las primeras
cuatro economías de transición se dieron con distintas variaciones y complicaciones. Así
pues, aunque al principio todos tenían estructuras económicas notablemente similares, gra-
cias a la política soviética en favor de la dispersión de la industria pesada y la colectiviza-
ción de la agricultura, y todos ellos aspiraban a alcanzar las estructuras económicas de Eu-
ropa Occidental lo antes posible, los caminos emprendidos en cada proceso de transición
variaron de forma considerable. Cada país se ocupó de su particular serie de imperativos
políticos y culturales a su manera. Bulgaria, por ejemplo, obtuvo una nueva reforma del ré-
gimen con elecciones en la primavera de 1990, pero halló su producción agrícola devastada
porque los campesinos que recientemente habían sido colectivizados pretendían restablecer
sus anteriores derechos de propiedad. Tras experimentar gobiernos corruptos y grandes es-
cándalos financieros, Bulgaria finalmente adoptó una comisión monetaria en 1999 para
acabar con las incertidumbres inflacionarias y financieras. Gracias a los esfuerzos anterio-
res, la reforma ahora podría hallar un apoyo político estable, en gran parte como en la ante-
rior experiencia polaca. Tras la violenta deposición del idiosincrásico dictador de Rumanía,
Nicolai Ceaucescu, ejecutándole el día de Navidad de 1989, los mismos funcionarios del
Partido Comunista continuaron gobernando a una población desmoralizada. El lento ritmo
de las reformas y la ausencia de resultados económicos durante la primera década habían
minado la moral de los rumanos. La peculiar versión del estalinismo existente en Albania
llegó a su fin en 1991, pero las iniciales reformas económicas consistieron en una serie de
esquemas Ponzi que defraudaron a la mayoría de los albaneses al margen de los ahorros
que tuvieran. Emigrar a Europa parecía la mejor estrategia económica para ellos o, si ésa
fracasaba, romper el bloqueo occidental de la antigua Yugoslavia.
Yugoslavia, por su parte, aunque no era un satélite soviético, sufrió igualmente varios
años de disturbios asociados a ciertos intentos de reforma política y económica. Como fe-
deración de grupos étnicos distintos, su situación se veía complicada por movimientos se-
paratistas, además de los movimientos en pro de la reforma económica. En 1991, las repú-
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blicas constituyentes de Eslovenia y Croacia se declararon independientes de Yugoslavia,


secundadas por las repúblicas de Macedonia y Bosnia-Herzegovina. La República de Ser-
bia, el mayor y más poderoso miembro de la Federación, trató de impedir la secesión por la
fuerza de las armas, lo que condujo a una encarnizada guerra civil. La situación se compli-
có aún más por el hecho de que muchas personas de etnia serbia vivían en las otras repúbli-
cas y formaron contingentes paramilitares que colaboraban con Serbia. En la confusión re-
sultante, miles de civiles inocentes de ambos bandos fueron masacrados en nombre de la
«limpieza étnica».
El cúmulo de horrores que recordaban demasiado a las peores atrocidades genocidas co-
metidas durante la Segunda Guerra Mundial, en una región que causó el estallido de la Pri-
mera Guerra Mundial a comienzos del siglo XX, finalmente llevó a la intervención de la
OTAN a finales de 1995. Aunque esto estabilizó la situación en Bosnia-Herzegovina, no
hizo nada por resolver las tensiones subyacentes entre serbios, croatas y musulmanes. Los
serbios continuaban siendo fustigados en un frenesí nacionalista para alcanzar la Gran Ser-
bia por su antiguo dirigente comunista, Slobodan Milosevic; los croatas consolidaron sus
adquisiciones territoriales bajo el liderazgo de su presidente Tudjamn, que los había aliado
con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial; y los musulmanes encontraron
posible importar luchadores por la libertad procedentes de las naciones musulmanes simpa-
tizantes, con el tácito acuerdo de las potencias occidentales. El último coletazo de Milose-
vic como señor de la guerra le llevó a la limpieza étnica de los musulmanes de Kosovo, lo
cual acabaría provocando que la OTAN iniciase una guerra aérea contra él en 1999. Por úl-
timo, en el invierno de 2000, los serbios habían elegido un recambio como presidente, ha-
ciendo que las potencias occidentales se movieran rápidamente para iniciar el proceso de
transición, ahora complicado por los efectos de un bloqueo de una década de duración de lo
que quedaba de Yugoslavia junto con los efectos de los recientes bombardeos estratégicos
sobre Serbia. La transición sería aún más difícil por la continua repatriación de refugiados
desde sus refugios europeos a Croacia, Bosnia, Kosovo y ahora Serbia.
El ansia de libertad se diseminó a través de toda la extensión de Asia. Como se dijo en el
capítulo anterior, el gobierno de la República Popular China había permitido una limitada
introducción del libre mercado y la libre empresa en la década de 1980. Esta política había
tenido un notable éxito en el sector rural, y la producción agrícola aumentó considerable-
mente junto con los ingresos de los agricultores y los granjeros. Y, por otra parte, generó
también demandas de mayores libertades políticas y democráticas. En abril y mayo
de 1989, durante siete semanas, estudiantes y ciudadanos en general se manifestaron a dia-
rio en la histórica plaza de Tiananmen, en el corazón de Beijing. Por un momento pareció
que en China, como en Europa Oriental, podía tener lugar una transición pacífica hacia for-
mas democráticas, pero al final se impuso la línea dura, y el 4 de junio columnas de carros
blindados ametrallaron a los manifestantes por centenares o miles, y derribaron su símbolo,
una reproducción en plástico de la Estatua de la Libertad.
Sin embargo, la atrincherada dirección comunista continuó sus políticas de reformas
económicas, aprovechándose de su acceso a las facilidades de comercio de Hong Kong,
que finalmente retornó a soberanía china en julio de 1997. Su estatus como región Econó-
mica Especial pretendía conservar las ventajas económicas de Hong Kong para la China
continental y servir como ejemplo de la eventual reunificación con Taiwan. A pesar de la
preocupación occidental sobre los derechos humanos en China y de su continuado ejercicio
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de controles de capital que deberían haber limitado la inversión extranjera, China siguió
progresando hacia una economía de mercado aumentando sus exportaciones a Occidente y
aprovechándose de las inyecciones de capital procedentes de Hong Kong y Taiwan. Tras
años de negociaciones con Estados Unidos y la Unión Europea, China obtuvo acceso al
mercado global sin que se tuviese en cuenta su régimen autoritario. Mientras tanto, su eco-
nomía continuó creciendo a índices espectaculares parecidos a los antes alcanzados por Ja-
pón, aunque desde una base de renta per cápita mucho más baja.
Observadores occidentales —y sin duda muchas personas en la Unión Soviética y en la
Europa del Este— se preguntaban por qué las autoridades soviéticas no emplearon la fuer-
za para sofocar la rebelión de los países satélites, como habían hecho en anteriores ocasio-
nes y como hizo el gobierno chino contra su propio pueblo en junio de 1989. Todavía no ha
aparecido una explicación completa, pero cuando lo haga, probablemente pondrá de relieve
la debilidad económica de la propia Unión Soviética, así como los acontecimientos políti-
cos contemporáneos.
En 1964, la jerarquía conservadora del Partido Comunista depuso al exaltado Kruschev,
y puso en su lugar a Leónidas Brezhnev, que gobernó durante casi dos décadas. Con Brezhnev,
la economía soviética se estancó y la ineficacia y la corrupción florecieron. Una «reforma»
instituida en 1965 tropezó con la oposición de la atrincherada burocracia (que aumentó en
un 60% entre 1966 y 1977), y fue silenciosamente archivada pocos años después. Tanto el
índice de crecimiento económico como la productividad descendieron. Cuando Mijail Gor-
bachov —el primer líder soviético nacido después de la Revolución de Octubre— llegó al
poder en 1985, la economía estaba en crisis. Gorbachov sin duda comprendió que la Unión
Soviética no se hallaba ya en posición de imponer su voluntad sobre sus poco dispuestos
antiguos satélites. Su primera necesidad era reformarse ella misma, y de ahí el programa de
Gorbachov de perestroika (reestructuración) y glasnost (transparencia).
Aunque Gorbachov puso mayor énfasis en la perestroika —incluso publicó un libro con
ese título que fue traducido a varios idiomas—, la glasnost fue la que tuvo un efecto más
inmediato. En el contexto soviético, glasnost significaba mayor libertad de expresión (para
la prensa en particular), la posibilidad de comentar y debatir tanto los programas oficiales
como sus alternativas, e incluso (hasta un cierto punto) la posibilidad de actuar con inde-
pendencia del partido y del Estado en cuestiones políticas. En parte como consecuencia, las
repúblicas del Báltico, Letonia, Lituania y Estonia declararon su independencia, confirma-
da en 1991. Otras se movieron en la misma dirección, e incluso la enorme República Rusa,
bajo la presidencia del popularmente elegido Boris Yeltsin, comenzó a actuar con indepen-
dencia del Partido Comunista.
Una de las justificaciones de la glasnost era la de incentivar la iniciativa y lograr el entu-
siasmo de la población en lo referente a las tareas de la perestroika o reestructuración eco-
nómica. Sin embargo, en ningún momento Gorbachov explicó con exactitud lo que quería
decir con reestructuración, aparte de algunas generalidades un tanto vagas sobre la mejora
en la contabilidad de los costes, la devolución del poder decisorio al nivel de empresa (en
oposición a la planificación por el gobierno y los ministerios), la necesidad de que las em-
presas obtuvieran beneficios (es decir, la abolición de las subvenciones), y cuestiones simi-
lares. En su libro se refería a la importancia de la «iniciativa de masas», un evidente oxímo-
ron, y describía la perestroika como una «combinación de centralismo democrático y
autogestión», una clara contradicción en los términos.
16. La economía mundial a comienzos del siglo XXI 443

Al parecer, Gorbachov era partidario de un retorno a algo similar a la Nueva Política


Económica de Lenin, en la que el Estado retendría el control de los «máximos estamentos»
de la economía, pero permitiría una cierta empresa privada en las restantes. Pero estaba co-
gido entre dos fuegos: los conservadores de la jerarquía del partido, que deseaban el mante-
nimiento del statu quo, y los reformistas radicales, que querían abolir totalmente el sistema
de planificación central y pasar a una pura economía de mercado. Aunque se desarrolló un
intenso debate sobre la naturaleza y el alcance de la reforma, fueron pocas las reformas que
realmente se efectuaron. Por ejemplo, muchas actividades económicas que antes se habían
realizado en el mercado negro o gris —la producción artesanal privada, el pequeño comer-
cio, la creación de diversos servicios personales— fueron legalizadas, a condición de que
los productores trabajaran también a jornada completa en empresas estatales. Podían cons-
tituirse cooperativas para producir bienes de consumo o de servicio, sometidas a las mis-
mas restricciones. Individuos o familias podían arrendar tierras para la producción agríco-
la, de nuevo sometidas a ciertas restricciones. La Unión Soviética permitía también que
algún capital extranjero participara en asociaciones empresariales temporales junto con
empresas estatales.
En agosto de 1991, en la víspera de un nuevo tratado entre la Unión Soviética y algunas
de sus repúblicas constituyentes, que habría dado mucho más poder a estas últimas, unos
cuantos miembros de la línea dura del Partido Comunista intentaron un golpe de Estado.
Los dirigentes del golpe, entre los que se contaban el vicepresidente de Gorbachov, que ha-
bía sido nombrado a dedo, el jefe de la KGB y el ministro de Defensa, pusieron a Gorba-
chov, entonces de vacaciones en Crimea, bajo arresto domiciliario, suspendieron la libertad
de prensa y declararon la ley marcial. Pero el pueblo ruso, sobre todo los habitantes de
Moscú y Leningrado, se negó a dejarse intimidar. Bajo el liderazgo de Yeltsin, y con el apo-
yo de algunas unidades del ejército que acudieron en su defensa, desafió abiertamente a los
golpistas, que pronto se acobardaron y huyeron, para finalmente ser detenidos.
Pese a que el intento de golpe fracasó, la visión que Gorbachov tenía del futuro de la
Unión Soviética fue rota por Yeltsin, ahora presidente de la República Rusa. Centrando sus
talentos políticos en eliminar el poder del Partido Comunista, Yeltsin experimentó con una
variedad aparentemente interminable de reformistas económicos y políticos, siempre de
una forma u otra manteniéndose en el poder mientras la economía sufría todas las penali-
dades de las economías de transición que se han descrito más arriba. Después de obtener
la reelección como presidente por un estrecho margen en 1992 y 1996, nombró a una rápida
sucesión de primeros ministros, ninguno de los cuales logró establecer un control sobre la
acomodaticia financiación del banco central de los nuevos señores expoliadores de Rusia.
Esta nueva élite se hizo con las empresas estatales privatizadas en los términos más favora-
bles para ellos y sus amigos y las gestionaron para su beneficio personal, sacando la mayor
cantidad de recursos tan rápido como fuera posible e invirtiendo las ganancias en el extran-
jero. Con el impago de Rusia en agosto de 1998 sobre los bonos en rublos que debía a sus
propios ciudadanos, estaba claro para todo el mundo que el intento de Rusia de transfor-
marse en una democracia capitalista simplemente la había llevado a convertirse en una
cleptocracia del Tercer Mundo. Yeltsin reaccionó despidiendo a sus primeros ministros in-
cluso más rápidamente, escogiendo finalmente a un antiguo espía de la KGB, Vladimir Pu-
tin, que había desempeñado gran parte de su carrera en Alemania Oriental. En su última
hazaña política, Yeltsin dimitió en favor de su último protegido como presidente en funcio-
444 Historia económica mundial

nes, Putin, que luego consiguió ganar la elección por sí mismo, principalmente consolidan-
do su autoridad sobre la policía secreta y los militares mientras dirigía una salvaje guerra
contra la rebelde provincia musulmana de Chechenia. Al comenzar el nuevo siglo, parecía
que Putin estaba determinado a desandar el deprimente camino seguido por Rusia desde
1991 y que intentaría emprender una nueva vía similar a la tomada por los comunistas chi-
nos, es decir, manteniendo el poder político por la fuerza mientras permitía que el capita-
lismo de mercado se desarrollase en determinados sectores. La subida de los precios del
petróleo en 2000 estaba haciendo su tarea más fácil, mientras mantenía a Rusia totalmente
ocupada en la economía global de comercio.

2. La evolución de la Unión Europea

Mientras tanto, la propia Comunidad Europea se transformaba. A principios de la década


de 1970, Leo Tindemans, primer ministro de Bélgica, a instancias de sus homólogos de
otros países, redactó un informe con vistas a «completar» la unión en 1980; objetivo que
resultó excesivamente ambicioso dadas las diferencias fundamentales de los estados miem-
bros sobre las reformas necesarias y la estructura constitucional de la eventual unión, por
no mencionar los efectos de la crisis del petróleo de la década de 1970. El informe no se
puso en práctica. Después de varios años de estancamiento, el movimiento para el «relan-
zamiento» de Europa adquirió nueva fuerza en los años ochenta. Bajo el liderazgo de Jac-
ques Delors, un antiguo funcionario del gobierno francés y ferviente partidario de la uni-
dad europea, nombrado presidente de la Comisión en 1985, el Consejo de Europa (jefes de
Estado o de gobierno) decidió en principio proceder a una mayor unión, y, en febrero de
1986, firmó el «Acta Única Europea». Concretamente, el Acta Única solicitaba a la Comu-
nidad la adopción de más de 300 medidas para suprimir las barreras físicas, técnicas y fis-
cales que obstaculizaban el mercado interno. Estas medidas debían estar realizadas el 31 de
diciembre de 1992, fecha que no se cumplió, pero poco después se lograron aplicar las me-
didas y la Comunidad Europea se convertía en una Comunidad «sin fronteras».
En 1986, el movimiento en pro de la unidad recibió otro impulso cuando los gobiernos
de Francia y el Reino Unido acordaron autorizar la construcción de un túnel ferroviario
bajo el canal de la Mancha. Este túnel había sido ya propuesto en 1870, y periódicamente
desde entonces, pero nunca se había realizado. Una característica notable de la nueva pro-
puesta era que sería financiado totalmente con capital privado, sin subsidios gubernamenta-
les. Se terminó en 1994, poco después de la entrada en vigor del Acta Única Europea.
Aunque el SME (Sistema Monetario Europeo) se había establecido en 1979, con su aso-
ciado Mecanismo de Tipos de Cambio [Exchange Rate Mechanism] (ERM), la coordina-
ción de las políticas monetarias —por no hablar de la creación de una única política mone-
taria— seguía siendo uno de los mayores obstáculos en el camino para alcanzar una
completa unidad económica. En 1991, la Comunidad decidió crear su propio banco central
en 1994, que iría seguido de una moneda única en 1999, pero una crisis en los tipos de
cambio en septiembre de 1992 obligó al Reino Unido y a Italia a abandonar el ERM y a
posponer otras medidas. En lugar de un banco central, en 1994 se creó una entidad precur-
sora, el Instituto Monetario Europeo, con sede en Frankfurt. Se convirtió en el Banco Cen-
tral Europeo en 1999.

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