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I

tOS ORÍGENDS DEt CRISTIÀNISMO

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BIBLIOTECA APOLOGÉITCA

uoNsENon f'E caMUS


Obispo ae Y Saintes
lnoclela

LOS ORÍGTNTS DTL


ORISTIANISMO
I\r
SEGUNDA PAR,TE
LÀ OBRA DE LOS ÀPÔSTOLES
YOLUMEN PRIMERO
'Byérero 6à yp4p"oríaat rPônov éY

' Avroyeiq. rols pr,;?qràs Tlpwnavoús.


Y sucedió que por primera vezt ea Àntioquíat
los discípulos fueron llamados cristianos'
1Hech., XI, 26).

Tnlouccróx on LÂ 4.* n»tcróN nnnNCESÀ


POR EL

Dr. D. Juan B.u Codina y Formosa, Pbro,


CntrOnÁrfoo DE HEBBEo Y GRIEcO EN EL sEMINAITIO oONoILIAR DE BÂRCELoNA
Y .iUMDRAR': IA DE
rK L^ r1"*"^."tn'*M

CON LICENCIA DEL UITDINAB,IU

BARCEI-,ONA

HEREDEROS DE JI]AN GILI


Editore§ Con'tns, 581
MCMIX
-

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ES PROPIEDÂD

' TTPoGRAFÍÂ DE LOS EDIfoREsr BaRcBLoNÂ

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PRÔLOGO

IJn intervalo mucho más largo de lo conveniente, pero


que acontecimientos rnúltiples, unidos á las dificultades que
origina el trabajo, nos han impuesto, ha separado Ia publi-
caeiórr de esta primera parte de La Obra d,e los Apóstoles
de la segunda, QUo hoy aparece, por fin, á satisfacción de
nuestros amigos, con iusticia impacientes. Sucedió que, ha-
biéndose agotado nuestro primer volumen cuando los otros
dos se editaban, ha tenido que ser reimpreso para los que
querÍan.adquirir los tres de una vez. Generalmente, reim-
primir, en obras.de esta importancia, es introducir algunas
modifieaciones. Éstas, sin embargo, noson aquí extraordina.
rias, lor lo que Ia segunda edición de este trabajo, que
Íué recibiclo con la mayor simpatía, difiere muy poco de
la primera. Como nada importante ha sobrevenido en los
descubrimientos paleográficos, ú otros, que debiera modifi-
car notablernente lo que en otro tiempo escribimos, no
tenían razón de ser retoques de consideración.
Tan sólo ha sido modificada la cronología de los primeros
aflos de Ia obra apostólica, en razón de la posición que he,-
mos ereído tener que adoptar definitivamente en la expo-
sición histórica de la vida y de la obra de Pablo. Así, pa-
ra atenernos estrictamente á 1o que este Apóstol parece
precisar en su epístola á los Gálatas. hemos colocaclo su
conversión en el aÍio 33, y no en el 36. Pero esta modifi-
cación, y las que de ella se siguen hasta el af,o 47, no
cambian el fondo del libro, y los que poseen la prime-
ra edición podrán, tenier-rdo en cuenta esta observaeión
dispensarse de recurrir á la segunda.
lPlegue á Dios que las almas que buscan lealmente la
verdad encuentren provecho en ]a lectura de esta exposi-
T. IV

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IION§EÍOB LE CÀUUTI

eión de nuestros Orígenes cristianos! Ifemos procurado


poner en ellos, no tan sólo la apología de nuestra fe, pero
también el alimento y el ejemplo de la sineera piodad cris-
tiana. Et más excelentg cle todos los aetos de caridad es
aquel en que Jesucristo es presentado á los hombres en
su vida y en la de su Iglesia. A cooseguir esbe efccbo he-
' mos consagrado nuestros esfuerzos durante treinta afi.os,
y Dios nos ha dado á" eomprender que hemos obrarlo
bien.

t Eurr,ro-Panr,o
Obispo de Ira Rochela y S*intes.

La Rochela, ló de Noviembre de l9Oõ.

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PREFACIO DE [Â PRIMERA EDICIÓN

En la misma ciudad de Antioquía üraeé las grandes lí-


neas de este libro. Desde mueho antes había preparado
los materiales; pero mi obra, en mi pensarniento, tomó su
.forma definitiva sobre las ruinas mismas de la antigua me-
trópoli eristiana. Las vetustas piedras, en aquellas soleda-
des en que el tiempo las ha enterrado, dan voces que hablan
al alma, y de aquellas tumbas ilustres que el peregrino
visita, se exhala una espeeie de supremo perfume vital
que ayuda á,la cieneia á iniciarse en las cosas de lo pasado.
Lo que vi, lo que sentí, al pie del Silpio, iluminó con
nueva luz lo que sabía.
El historiador que ama y quiere que se ame á aquellos
.de quiened habla, encuentra dulee satisfaceión en iluminar-
los, Ileno de solicitud-iba á decir de afectuosa eoquetería,
el rayo de luz que les conviene y que fué preeisamen-
-con
te el del medio en que vivieron. Por lo demás, uno de los
méritos de la crítica moderna, eualesquiera que Bean sus
intenciones, consiste en haber aruancado de las formas
hierábicas en que pareeían inmovibles, y haberlos heeho
obrar y hablar .oÀo en vida, á un .ioní-e.o de santos
ilrrstres 9uo, por ser poco eonocidos, oran quizá, muy ftía-
mente admirados, y que serán más v más queridos, á medi-
da que iogremos represe,tárnoslos talee eomo fueron,
miernbros, como nosobros, de la gran familia humana, pero
tanto más admirables euanto más superiores se mostraron
á las mezquinas vulgaridades de la humanidad.
En reu.ir focos lurninosos en torno de los héroes del
Antiguo y del Nuevo Testamento, por la recoristitueión
atenta de los lugares y d" los tiempos en que vivieron, pu-
simos todos nuestros cuidados mi amigo el Sr. Vigouroux y

I
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)
UON§ENOB I,E CAMTIB

yo, en nuestras diversas estancias en Oriente. El Voyage'


aun Pays bibliques ylas Sept Églises,que he publicado er
intervalo de algunos aflos, precisan con bastante exacti-
tud el rtsultado sumario de nuestras teflexiones.
La historia de la manifestación divina á través de un
pueblo, Israel, y en un llijo de este pueblo, el Cristo-Me-
sías, seguida por nosotros desde las riberas del Nilo hasta
las eolinas de Nazaret y el lago de Tiberíades, no acaba
en Palestina. Y si durante largos siglos estuvo circunscii-
ta á, este país, fué para salir de él con más decisivas conse-
cuencias , á,la hora seflalada por Dios. Todo el pasado de .

Israel: Pueblo, Jueces, Re,ves, Profetas, Templo, Ciudad


Santa, Ley, Mesías, Cntz, Evangelio, Apóstoles, termina
un día en Antioquía, en la fundación de su prime-
ra lglesia, salida del paganismo y tlestinada á reger,ê-
rar al mundo idólatra. La solemne eita de reconiiliación
entre Dios y el mundo pagano había sido providenci"l-
mente fijada allí, en las riberas del Orontas, donde nosotros
estábamos; y nuestra fe se sentía feliz al venerar aquelios
lugares benditos, donde la pobre gentilidad, agotada por
lae locuras y la miseria, eayó, como el hiio pródigo, erl
brazos del Padre misericordioso, para levantarse, perdona
d" y fiel, impaciente por giorifrcar á su Salvador, invitando
al mundo entero al arrepentimiento y á las alegrías de Ia
salvación, mienbras el iudaísrno, su hermano mayor, egoís-
t^ y celoso, se encerraba más y más en su exclusivismo f
Ào descontento. En la historia de la Iglesia y de la huma-
"o
nidad, Antioquía es el Cristianismo emancipado de la Si-
nagoga, el punto psicológico en que termina ei mundo an-
tiguo y del que sale el mundo nuevo.
Ll*oo de tales pensamientos, habíame senbado en urla

gran evangelización de los genüiles. Saludaba á" Lucio,,

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I

LÀ OBRÀ DE LOS ÀPóSTOLES

á Manahén, á. Simón el Negro, á Bernabé, á, Pablo y otros


muehos que, innominados en la historia, ostentan también
en su f.eote la aureola santa de los obreros de Jesucristo.
Estos hombres fueron para nosotros, hijos de paganos,
nuestros maestros en la verdad, la levadura que, echada
por Dios en la Drasa del gentilismo, la fermentó hasta
transformarla por completo. Fueron y siguen siendo los
verdaderos padres del mundo civilizado. Ninguna influen-
cia en nuestra historia moral, después de la del Salvador,
que es la fuente de todas las demás, podría comPararse
con la de aquel puflado cle prosélitos genero§os que, piso-
teando los prejuicios de Israel, empeflaron la lucha con eI
paganismo, y, vencedores, viéronse oficialmente honrados
eon el título de cristianos. Tenían el espíribu y el corazón
amplios eomo el Evangelio. Su alma llevaba todo el pensa-
miento y la caridad de Jesucristo. De aquí,-decíame á mí
'mismo,-partían Pablo, Bernabé, Timoteo, Tito, Silas y los
demás, para abrir las grandes brechas del Evangelio
en las provincias del imperio romano; aquí volvían á eontar
sus victorias, á recoger auxiliares, á recobrar fuerzas, como
en el hogar de la familia, para volverá partir de nuevo, Para
abordar, en fin, á las riberas de esta pobre Europa, que
gritaba á Pablo: (Atraviesa el mar y socórrenos (1).»)
Doee piedras levantaron los hebreos en Gálgala, en me-
moria del pEso del Jordán y de la entrada en Ia Tierra
prometida; estas doee piedras se mantuvieron de pie mien-
tras fsrael fué un pueblo. El Cristianismo rige todavía los
destinos del mundo moderno, y en los campos donde Antio-
quía fué, nada hay que diga al viajero: (De aquí, Ia luz,
emaneipada del iudaísmo, tomó libre vuelo hacia las' na-
ciones.) Sobre ruinas tan augustas, y para consagrar ta'
les recuerdos, parece que una pirámide, desafiando eI es-
fuerzo del tiempo y de los hombres, hubiese sido un iusto
testimonio de reconocimiento tributado á" Ios primeros

,- Urcft,os, XYI, 9. (*)


(*) El texto se refiere á una visión nocturna que Pablo tuvo en Troade,
y en la que se le dijo: «Yen á Macedonia y socórrenos.» -N. del T.

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l0 MONSEfrOB LE CÀMIIS

abogados de la igualdad huma,a ante la Cruz y el Evan-


gelio. iHabíamos visto tantas, por cierto infústifieaclas,
sobre tumbas de furaones desconocidos y de déspotae
odiosos! iQué fenómeno tan lastimoso é inexplicable es en
la historia de Ia humanidad esa indefereneia de los pue.
blos_para con los sitios sagrados, donde el valor de algúnos
hombres, una seflal del cielo, la autoridad de un r*bio ó
de un sa,to proporcionáro,les un día vida, porvenir y
gloria! Jerusalén, Nazaret, Belén, tiene,, á lo menos, san-
tuarios donde las alrnas crisbianas van á orar. Aquí nada,
ó casi nada. Algunos, EUI pocos, hijos dei Evangelio
se confunden, pobres y humildes, entre los feroces sectarios
del C«irán. El fanatismo musulmán, de tal modo r'eina como
duef,o absoluto erl esa antigua cuna de la Iglesia libre, que
ni siquiera las pied.as, testigos de nuestros gloriosos orí-
genes, tienen derecho á mantenerse en pie. Lo poco que
queda de la antigua ciudad desaparece de día en día á los
golpes del azadón del primer advenedizo que quiere cons-
truir una casa ó murar un jardín.
Este espectáculo de indeeible desolaeión transformaba
poco á poco mi entusiasmo en dolorosa tristeza. Si con la
imaginaeión contemplaba la vida exuberante de lo pasado,
en realidad todo estaba bien muerto en lo presente. Sepul-
tada á veinticinco pies bajo tierra, la antigua ciudad apenas
deiaba entreve., por algunas elevaeiones del suelo, á través
de eampos pedregosos que la màno del hombie ya no eul-
tiva, la huella incierta de sus edifieios derribados. AquÍ y
allá", algunos eipreses balanceaban su cabeza sombríasobre
aquel vasto sepulcro. Buseando á mi izquierda, haeia las
cumbres, la antigua ciudadela donde los soldados romanos
pronunciaron quizá por yez primera el nombre cristiano,
sólo descubría ruinas informes que ensanchabaú por aquel
lado la pintoresca cinta de fortiÍicaeiones que corona la mon-
tafla. En el desfiladero de las Puertas-de-Elierro, las ave§
de rapifla daban gritos salvajes , á,la entrada de las grutas
desiertas donde los piadosos solitarios han cesado de orar.
Por las grandes vías romanas que conducían á Orient e y át

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LA OBBÁ DÚ LOS ÀPó§TOLES t1

Oceidente, transformadas ya en senderos impractieables,


ni un ser viviente transitata. Tan sólo el Orontas, oD eI
Íondo del valle,.clejaba oir el ruido monótono de sus olas,
y, á las primeras sombrae de la noche, Ia Antakieh mo-
áoror, eo.on*da de delgados minaretes, se agrupab-', en
el fondo del paisaje, comó ,r, campamento de nómadas aI
- de la montafla.
pie
iAy! este abandono de lugares tan venerables me recor-
daba, con pena todaví" -ryor, Ia prolongada indiferencia
con que la ciencia religiosa y la misma piedad han rodeado
los grrrres aeontecimientos que allí ocurrieron y lol hombres
que allí vivieron. Los santos modernos y las'devociones
ooulrà. 2podrían haeer olvidt r ios santo§ y los santu_arios
de otro t1"-po? En todo easo, la impiedad, provocándo_nos
á la controversia, allá, nos lleva á,la fuet'za, y de ello hay
que alegrarse.
En aquel momento, me hallaba eerea de una de las ril-
timas reliquias, casi auténticas, de un pasado tan lamen-
tablementá destruído. Era la gruta del cementerio lati-
no. Cogí un ramo de laurel-el árbol de Dafnis crece siem-
pre en ãquellos lugares ,-l , piadosamente emocionado, pe-
netré en ella.
La rnontafla rocosa se redondea allí en bóveda, con
bastante desigualdad tallada. Á h dereeha, se ve todavía
la pequefla fuente, cuyas aguas lÍmpidas sirvieron antigua-
rnente para admirristrar el bautismo. 1Ah, hace ya mucho
tiempo (ue los rreófibos no se acercan á ella! A la izquierda y
en ulJoodo, un estreeho pasillo conduce á las estaneia§ supe-
riores, donde se ocultaban los hombres de Dios en los días
de sangrienta pel'sectlciórr. Alguna§ excavaciortes, visibles
eu Ia piedra, debieron de recibir las lámparas que iiumi-
naban las veladas de los primeros eristianos. IJn altar, ho-
rriblemente desnudo, alzábase en este santuario, <1ue mi-
de cerca de diez metros de ancho por veinte de largo.
al decirme áL mí mismo que allÍ quizás habían ora-
do y predicado los Apósboles y los primeros discípulos; que
allí había resonado el himno de aeeión de gracias de la joven

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t2 l[ONsEftOR LE CÀMUS

Iglesia, salida también ella de Egipto, de las manos de un


pueblo fanático y perseguidor que no habÍa sabido com-
prender ni á sus Profetas, ni á su Mesías, ni á, su Dioe;
que allí los generosos soldados de Jesueristo habían eono-
cido, á través del temor y de la esper anza,las erisis dolo-
rosas inseparables de toda gran empresa, experimentaba
ese estremeeimiento religioso que arrebata el alma por en-
eima de la tierra. Saludando entonces la sombra de los
valientes que veía alzarse ante mí; oyendo todavía sue
gritos de ambición, euando el Espíritu los envió á conquis-
tar el mundo pagano, cuyos caminos, á pesar del rnosaíÀmo,
quedaban por fin abiertos; abarcando de una ojeada la
historia de sus combates y de sus triunfos, deposité,
eox respeto santo, en el altar de piedra, el laurel que para
ellos poco antes cogiera. Era la corona que ofreôía á loe
veneedores antes de escribir su panegírico.
Qr. se me perdone esta sencilla ma,ifestación de un en-
tusiasmo, por otra parte, muy legítimo. Era la expresión
genuina de un vivo ddseo de llevar mi modesta piedra al
monumento de gratitud que la historia y Ia fglesia, la
ciencia y la piedad, en estos días dolorosos para, la Íe,
deben levantar en su propio honor, que es el honor de
aquellos por quienes la fe triunfó antiguamente de un
mundo no menos corrompido que el nuestro. Cuanto más
la falsa erítica se empefla en desfigurar ó empequeflecer á
l:. primeros propagadores del Evangelio, tanto más pre.
eiso es que nosotros los glorifiquemos y los justifiquemos,
desportando en las almas el eulto de ese pasado, exube-
rante de evangélica savia, que en ellos trrvo sus héroes.
Así comenzó el trabajo de glorifieaeión que hoy oÍrezeo
al priblico. Si ha plaeido al cielo hacer que por él eireule
algo de Io que sentí en las ruinas de Antioquía, hallará mi
libro entre los lectores amantes de la verdad la misma aeogi-
da que la Vid,a d,e Nuestro Sefr,or Jesucrisúo, de la cual es
continuación. Los hombres de la primera generación eristia-
na, con sus earaeteres tan diversos, sus virtudàs prodigiosas
y aun sus defeetos, se ofrecen á mi admiración, como el

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o
L.I\ OBBÀ DE LOB APóSTOLES IB

o
Maestro se impuso á, mi adoración. En diversos grados
apasionan aquéllos mi alma, como éste la había apasiona- I
do; I la alegría que experimento al darlos á, conocer, me
compensa abundantemente las muchas horas empleadas
-en estudiarlos.

E. Le C.e.uus.

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I
I

TNTRoDUCctóx

El Cristianismo, tal como se estableció, transÍormando.


el mutrdo antiguo ;' domirrando después la humanidad
civilizada, es ala vez una idea Jv un hecho, una doctrina
y una institueión. La historia de sus Orí,genes, que inten-
Lu*o. escribir, como otros muchos lo han hecho, debe
darnos á conocer sucesivamente á su fundador, Jesucris'
to, á" sus propâgadores, Ios Apóstoles, y, finalmente, á'
sus primeros defensores, los apologistas y los mártires del
siglo apostólico. Después de ellos, Ia Iglesia quedó defini-
tivamente constituída eon los elementos que debían ase-
gurar su.indefeetible permanencia y !o triunfo eterno.
-t[emos
escribo, ya considerándola clesde su doble aspec-
to dogmátieo é histórico, la Vid,a d,e Nuestro Sefr,or Jesu-
cristo, realizando así la primera parbe de nuestra empresa
y estudiando el Cristianismo, idea y hecho, en Aquel
[ue fué su autor. Yamos ahora á emprender la segunda
parbe, que titulamos La Obra d,e los Apóstoles, no por-
que estÀ obra no deba considerar§e eomo de Jesús ó de su
Éspíritu-pues el Cristo-Dios, á diferencia de todos los
demás fundadores de religión ó de inetituciones huma'
nas, no. vió terminar, coII su
Iglesia po, Él fundada , yà
dirige eon su influencia, pred
dupão" en su favor por medio de los apologistas _y los márti'
res-,-sino porque, como todo esto Io haee valiéndose de Per-
sonalidades diversas, sin suprimir en ellas ni su carácter,
ni sus inclinaciones, ni sus defectos, dejaremos en segun-
clo término y en su gloriosa penumbra la aeción divina,.
á pesar de su preponderancia, Para narrar tan sólo la his-
toria de los hombres que fueron sus instrumentos.

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LÀ OBBA DE LOS 15
"APóSTOLE§

Á fioet del siglo IY, San Juau Crisóstomo (1) decía á sus
oyentôs que oad, les era á Ios iieies menos familiar que la
historia apostólicà, y, al empezar el eomentario del libro
de los Hechos, se lisonjeaba de reservar sorpresas muy in-
teresantes á Ia mayor parte de los que Í'ueran á escucharle,
porque diría cosas vieias gue á todos parecerían nuevas.
Permítaserlos cornpartir las esperanzas del más elocuente
exégeta de ia Iglesia griega, al ofi'eeer al público, que nos
ha dernostrado ya sus simpatías, esta historia de los Após-
tolgs y de su Obra, continuación de la Vid,a d,e Nuestro
Sefi,or Jesucristo.
No tan sólo la ciencia apologébiea, pero también la saua
y robusta piedad, tienen verdadero inberés eu saber cómo
el Cristianismo se estableció, se propagó y se organízó;
qué virtudes adornaron ,à la primitiva lglesia, pues hay
quc c_reer que practicó las más esenciales y las más dig-
nas dê or".iro anhelo; qué vínculos urrieron desde el prin-
cipio á los fieles entre sí y a ésbos con sus maestros;
cuáIes fueron los orígenes del culto, de la jerarquía y de
las diversas obras de edificación. Santo Tomás ha dicho
en alguna parüe que todo ser eÍlcuenbra su perfeceión eu
su origen. Séame permitido tornar estas palabras en un
senbido favorable á" mi tesis, y cleeir que toda institueión
debe siempre buscar en'sus orígeues el secreto de su írlti-
ma perfección, de 1a eual le es muy fácil apartarse en el de-
eur'§o del tiempo y al eontacto de las pasiones humanas.
En nuestro tiempo ha concerlido Dios á str Iglesia la
gracia especial de llevar nuevamente las almas 4l esttr-
dio de nuestros orígenes religiosos, de arrancarlas de las
pequeflas devociones gue las embarazan y de la ignorancia
que las invadc, para ejercitarlas principalmenbe en la imi-
tación de las virtudes varoniles que fueron honor y gloria
imperecedera de la Iglesia naciente. lBenditos sean los
pastores del místieo rebaflo que contribuyaná" Íomentar
este movimiento! En la esfera del rnurído espíritual, que

(l) Ilomil. f, in Act.

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I6 }IONSEftOR LE CÂMUS

no hay que eonfundir eo4 aquella en que se desenvuelve


el progreÀo material de ür sociedad"., el icleal será siem-
pre mirar atrás y no adelante. No debemos buscar lo que
dicen la filosofía, el espíritu moderno, el progreso, sinõ lo
que hicierofi y prediearon los primeros discípulos de Jesu-
cristo, sufieientemente autorizados para lLrrar á la vida
práetica el verdadero pensamiento del Maestro, con el cual
habían vivido. Nada exageraron; pero poniendo á la cabe-
za de sus obligaciones la honestidad, el horror á la men-
tira, la justicia absoluta, juntárorrles aquello gü€, por mu-
cha que sea su excelencia, no habría podido suplir jamás
á sus ojos estas virtudes primordiales: el espíribu de sacri-
ficio, la fe robusta, la esperanza imperturbable y Ia bondad
sin límites, que son la nota distintiva del verâadero cris-
tiano. No gustemos otro Cristianismo que el de los tiempos
apostólieos, ni permitamos que enerven nuestra vida reli-
gio.r, ni extravíen nuestra buena voluntad, ni detiliten
nuestra energía, aquellos que nos proponen cosa muy diÍe-
t'ente. Al emprender estos estudios, útiles para las almas
de buena volunbad, nos mueve principalmente la conside-
ración de gue nuestra sociedad se muere porque Ie falta la
verdadera savia del Evangelio. Nuestro trabajo produeirá
algún bien, á pesar de su insuficiencia, en la presente crisis
religiosa. En tiempo de earestía, aun el pan negro es bien
reeibido en casa de los desgraciados que perecen de hambre.
Á todo el gue lea estas páginas, sóIo hnômos que repetirle
las palabras de la Epístola ánlos Ifebreos: Mementoteprae-
p o sitorurn a e str orLcrn, quorunx in tuen te s' eritum, imito,min i
fidem$t.
En La Obra d,e los Apóstoles, se pueden distinguir, eo-
mo lo hicimos en la Yid,a d,e Nuestro Sefr,or Jesucristo,
tres fases. En sus rnodestos eomienzos hay una explosión
súbita de actividad, la cual, por medio de heroieos trabaios
y martirios, prepara el eompleto desenvolvimiento de la
Iglesia. Es eI movimiento progresivo del grano de mosta-

(l) Eebr., XIII,7.

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LA OBBA DE LO§ ÂPó§TOI,E§ L7

za, echado en tierra y regado con sangre divina. Debe ger-


minar y convortirse eu el árbol sobre el cual reposará, lrt
aves clel cielo. En el primer esfuerzo, la semilla desmenu-
za la tierra que la cubre, hasta Quo, brotada violentamente.
del surco, dice al sol, al rocío, á, la tempestad: ((Heme
aquí.) La planta ó el arbusbo abre entonces sus tiernae
ramas, exbiende sus brazos en el espaeio y desarrolla sus
fuerzas, asentando su vida en extensas y profundas raí-
ees. Finalmente, las flores aparece.ll, los frutos se preparan y
el árbol se muestra en su hermosa feeundidad. Íal fué, en
resumen, la Obra de los Apóstoles. Surge la Iglesia sacu-
diendo la dura tie,ra del iudaÍsmo, mallultiuáda por los
fariseos: éste es sa Períod,o cJe Emctncipación; dãspués,
lanzando á los cuatro vientos del cielo .oÀ coo
su palabra y sú gracia victoriosa, les or.dena ^uosaje.os,
apoderar-
se del mundo: ésbe es sa Períoclo d,e Conrluist*; fio,
eomplebando su organizacíón interior, asegura su "o porve.
nir eontra el mal, el tiempo y los hombres:?ste es su pe.
ríodo d,e Consolid,ació?1. Estudiaremos sucesivamente es-
tos bres períodos,'si Dios nos cla tiernpo para ello. Cada
]11o,
eonsbituyendo un todo disbinto, pide ser expuesto en
libro aparte. '
Los mana'tiales en que debemos inspirarnos para este
trabajo están, ó deberíau esbar, e. maros de todos; por-
Qü0, si algunos tesbimonios de Josefo, de Filó. y de los
más antiguos Padres de la rglesia pueden á veces ser in-
voeados, los principales documenbos que hay que hojear',
comprender y desarrollar, son el libro de los Hechos, las
Epístolas y ei Apocalipsis. En ellos encontraremos todos los
elementos para una historia de los tiempos apostólicos, co-
mo eneontrarr.,os en los cuatro Evangelios los elemen-
tos de la vida del salvador. Todo fiel debe tener á"
mano estos archivos de la gran Íamilia cristiana., y no ol-
vidar jamás que ningú. predicador hablará
-eforlll-u
que los autores de las Epístolas; que ningún Íristoriador
roferirá con mayor edificación los -.u"u.o. qru el autor
de los rrechos; que ningún mortal ha .or["-plado las

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t8 MONSEftOR LE CAIIUS

cosas eon más elevaeión que el Yidente del Apocalipsis.


Á .o tiempo estudiaremos la autenticidad de los diver-
sos escritos de Pablo, de Santiâgo, de Pedro, de Judas y de
'Juan. Por el pronbo, el libro de los Hechos es el que debe
solieitar nuestra atención, ya que su primera parbe, por sí
,sola, constituirá el fondo de este volumen. Séanos, pue§,
permibido, exponer, con alguna extensiórr, su valor histó-
rieo y su carácter especial.
Et libro de los Hoehos,fué escrito poco después de nues'
tro tercer Evangelio (1), del cual declara que es continua-
eión ('), y con el eual tiene, por otra parte, el más evidenüe
parentesco. La identidatt de estilo y de eomposieión sor
tales, en esbos dos libros, que demosbrar el origen del
uno, es establecer el origen del otro. Ofrecen absolu-
tamente el mismo procedimiento de composición, la mis-
rna fraseología, las mismas construeciones gramabieales,
las ncismas expresiones favoribas(3). AI igual que en el ter-

(l) En los Padres aposüólicos se encuentran alguna,s alusiones al libro de


los [lechos. Así, San Policarpo, en su epístola á los tr'rlipenses, hacia el aúo
108, reproduee el versículo Z+del cap.II: 6v êyeqev ô Oeós, Àúoosràs itõivas roi
'Àôou. Antes de é1, San Ignacio, eslribiendoálos deEsmirna, §. 3: p'erà. õé rilt
parece tener una'reminiscencia de los
à,yd.croary awéQayev atnots ral 6vvérrev,
Eecht,s, X, 41. En su carta á los Magnesios, § ó, emplea la expresión misma
de Pedro
zroy péÀÀet
nos parec
22, del lib
p.epo,prupqp.évq A,avíô1rpàs ôv eirev ô Oeós. E0por üu6pa rorà, ti1v ropõlav 1nv, Lo,vlõ
rà,vro1;lraaatldv cÀéer aio»íq êypwa o.tr6v. Cítando el Salmo LXXXVIfI, 21,
Clemenbe intercala estas palabras: «hombre según rli cora.zón), tomadas
de I Reyes, XIII, 14, absolutamente como Pablo lo había hecho en su dis-
curso dõ Antioquía de Pisidia. Afladamos que la expresión p-wPrvPqtlévE
recuerda también la pdprvprioccs del Apóstol La À.6o71h rôv'AzroaríÀor recuerda,
p. ZLr 4.. edición de Brienmío, Hech,os, II, 44, 47 ; LY, 32., La carta á Diogue-
ies nos lleva, 3, 4, iL Hechos, XYII, 24.
e) comp. el preámbulo clel tercer Evangelio con el comienzo de los
Hechos.
(B) Nada es más curioso que la serie de comparacion-es qg9 puede-n ha-
cerse entre el Ostilo clel tercer sinôptico y el de los Hechos. El autor de los

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LA OBRÀ DE LOS ÀPóSTOLE§ r9

cãr Eoangelio, el griego, regularmente puro, que habla eI


autor de los Ileehos no ha evitado más que en parte nu'
merosos arameísmos, sobre to{o en la primera parte de su
trabajo (r). Se puecle, pues, ,fir?na. que, en defecto de otra
indicaeión, esta fraternidad literaria de los dos libros sería
,suficiente para hacer que )os aceptásernos como obra de
un solo y mismo eseritor.
Pero la más explícita tradición habla en el mismo sep-
tido. Según San Ireneo(2), Lucas-abreviación de Lueano ó
Lucianq, corr Ia Íorma aramea ô, y la terminación griega s.
indudablemente el autor del bercer Evangelio y del
libro de los Hechos. EI fragmá.tto de Muratori. que data,
lo más tarde, del aflo de 160, igualrneute Io abestigua(3t. Des-

(Eoang.,I, B; VIII, t; Hech,ILI, 24;XI, +; XYUI, 2B); xa06rt Euang.,I,71


XIX, 9; Eech.II,24,45; IV, 35); rart con genitivo pàra indicar lo que se
hizo en toda una comarca (Daang' IV, 1+; XY, ta; XXI[, 5; Hech.,IX,31
y 42; X, 37) ó con acusativo para indicar el pwnto d,ellegad,a( Eaang.,X,32:
Hech., V, 151 XYI, 7: XXYII, 7); ô,p.ttre?v (Etsang., X:ilV, t4; Eech' XX, tt;
XXIV, 26); à;mta (Euang, XIU, 27,etc.; Hech,,I, 18; V[I, 28) en un,sen-
tido particular. La enumeración no acabaría si se quisiese poner de nranifies-
to todas las semejanzas. Puede verse este trabajo paciente en el P. Mertian.
Htwdes d,es PP. Jéswites,1863, p. 774, y más fácilmente en el Manwel bibli,
.que de Mr. Bacuez, aol,IY, p. Il. Davidsor, Introd,. to the N. f' ha sefla-
lado cuarenta y siete expresiones particulares del autor de los dos libros.
(Yol. II,
p. 26t y sigs.)
(l) Puede comprobarse no solamente en los discursos de Pedro, cap. II,
14 y sigs.: IIf, tz y sigs.; IV, 8 y sigs.;Y,29 ysigs.; pero también en el cur-
so mismo de los relatos que hace el autor: l, 15, 2l;IIr l,41 Y, 4liXI,zz,
etcétera.
(2) El gran obispo, que ocupaba la sede de Lión desde IT8, y que
había conocido en Asia á los contemporáneos de los Apóstoles, no sólo atribu-
ye á San Lucas el libro de los lfechos, si que además cita algunos de sus pa-
sajes y resume los doce capítulos últimos (Ad,a., Ha,eres,III, XIY, l.)
(3) Este fragmento, traducción de un escrito griego de Papías de Hieró-
polis, segrin unos, de Hegesipo. ó tan sólo del sacerdote Cayo, según otrosr y
en todo caso de un autor del siglo segnndo, dice err su latín bárbaro, que
transcribimos del original: (Acta autem omnium Apostolorum sub uno libro
quia (quae?) sub praesentia
em Petri evidenter declarat.
proficiscentis.» 0ualquiera
nal del texto á partir de sa-
nt'ote, precisa entender que el autor supone que Lucas cleja á un lado el mar-
tirio de Pedro y el viaje de Pablo á Espafla, para no escribir más que sobre
los acontecimientos de los cuales había sido cestigo. En esta apreciación se en-
.gaõa, pues Lucas ha contado en su libro muchos sucesos que no había visto.
'Pero esto no invalida
el alcance de su atestación, en lo relativo al autor de

a
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I
20 M(,NSEftOR LE CÀ![US

pués de estos dos testimonios tan categóricos, parece su-


perfluo invocar los de las Iglesias de Lión y de Yiena (i),
en su earta á los fieles de Asia y de Frigia, de Clemente
de Alejandría (2), de Tertuliàno (3)y de Orígenes (a). La Tra-
dición es unánime(5); mas, aunque ésta Íaltase, sería tam-
bién posible suplir su silencio y ltegar con toda seguridad,
siguiendo las indieaciones partieulares del libro, á desig'
nar quién lo escribió.
Éste no acompaf,a constantemente á, Pablo, sino ár, itr'
tervalos. En efecto, haeia la mitad de su obra, eI autor (6)
se mezcla en el grupo que rodeaba al Apóstol: «Ifabiendo
Pablo tenido-dice-esta üisión en Troade, aI punto pro'
curanxos parbir para Macedonia (7).y Desaparece poco des'
pués en X'ilipos, para no reaparecer hasta mucho más tar-
de, en esta misma ciudad donde se habia eelipsado, y no'
dejar más al Apósbol hasta el fin. El estilo de estos frag-
mentos con los cuales se presenta en escena, es exactamen-
te el mismo que el del resbo de Ia obra; tan sólo el orden
de ideas varía de un modo sensible. Así, en estos pasaies,,
apenas rnenciona otros sueesos que los pertiuentes á la vi-

los Hechos. Es evitlente que, desde la primera parte del siglo segundo, este'
libro se atribuía á San Lucas.
(l) En Eusebio, If. 8.,Y, Ir. Se habla del martirio de Esteban y de su
plegaria para sus matadores. La carta es del afio 177.
(2) Strom., Y: «Como Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, recuerda
estas palabras de Pablo: Atenienses, etc.)
(ts) Cita con frecuencia los Ilechos, los cuales atribuye á San Lucas. Yéa-
se sobre todo De jejun., X: Cum in eodem commentario Lucae, et tertia ho-
ra orationis demonstretur, etc.», y De Baptismo, X: «Adeo postea in Actis.
Apostolorum invenimus, etc.»
(4) En su comentario á la Epístola á los llebreos, dice: «Algunos supo-
nen que fué escrita por Clemente, obispo de Roma, y otros por Lucas, autor
del Evangelio y de los Ilechos.» Véase en Eusebio,8.8., VI, XXVL
(5) Cuando Focio ( Qwaesú r aá) habla de «algunos que atri-
buyen el libro de los Hechos Roma, de otros á Barnabé, de
otros en fin á Lucas», no es q guna duda en la verdadera tra-
dición de la Iglesia; quiere hacer resaltar la ignorancia de algunos á propó-
sito de este libro.
(6) Pretender que el historiador ha podido introducir estos fragmentos,
escritos por otro, sin aplicarse á sí mismo el nosoúros que los caracteríza, y
sencillaúente por un respeto escrupuloso á las fuentes en las cuales bebe
es asimilarle, contra toda justicia, al más inepto de los compiladores.
(7) Hechos, XYI, 10-17.

a
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LÂ OBBÀ DE LO§ ÀPóSTOLE§ 2l

da eomún de eada día. Lo haee con una exactitud que de-


muestra Ia vivaeidad de sus recuerdos, pero
QUo, á nuestro
juicio, no supone un diario de viaje eserito con toda regula-
ridad. No puede dudarse de que euenta con suma fiaelidad
,todo lo que ha visto. Por desgraeia, no lo vió todo, ni lo
sabe todo; de aquí sus profundas y lamentables lagunas.
Estas observaciones, que hará, naturalmente un lector
atento del iibro de los [rechos, obligan á buscar al autor
entre los eompafieros menos asiduos de Pablo, deseartan-
do desde luego á los nombrados en el curso de los re.
latos. En efecto, te,ienclo la facilidad de designarse á sí
mismo con la palabra nosotros, cuando quiere presentarse
en escena, es evidente que el historiador no debe mezelar
su nombre con el de los demás. Se distinguirá de igual
modo muy categóricamente de la mayor parte de e[oã, si,
,al nombrarlos, haee constar que é1 no formaba parte del
grupo. De esta suerte, en el momento en que va á dejar
á Maeedonia para pasar al Àsia, eI narrador, que haÉía
estado siete af,os separado del Apóstol, se le iunta de nue-
vo en Ia misma eiudad de Filipos donde lo había dejado,
y declara que siete de sus compafleros, Sopatro, Aristarco,
Segundo, Gayo, Timoteo, Tiquico y Trofimo, se les ade-
lanüaron, al Apóstol y á, é1, en Troade (tl. En consecuencia,
él no puede ser ninguno de los siete discípulos nombrados
en esta ocasión.
Parece que no puede darse nada más legítimo que esta
'eouclusión. Sin embargo, la exégesis racionalista, andanclo
á" eaza de teorías singulares, haee gala de no tonerla en
'euenta. Le ha pareeido más nuevo y más científlco atri-
buir sueesivamente el lib'o, ora á Timoteo(2), ora á Si-
las (il, y también á" Tito. La suprema razón que alega eg
--p"ro
que Lucas rio fué con asiduidad compaflero de pablo.
aquí está precisamente la explicación más natural de las
lagunas que encontramos en su obra. Irno que hubiera

(r) Hechos, XX, a.


(2) Schleiermacher, Ulrich, Bleek.
(3) Schwanbek, Quellen d,er Apostelg.
2 T. IY

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MONSIfrOB LE CÀ}ÍUS

seguido regularmente al Apóstol se hubiera mostrado me'


f oi
iofor-J.lo y más eompleto. De nada sirve decir quo
ío, más amplidcados ó los más vivos relatos, son los do
los aeontecimientos en los cuales Timoteo ó Silas to-
maron parte. Esto debería probarse. Ni eI uno ni el otro
estabao en Atenas, ó Éfã.o, con el Apóstol, y, eon todo,
"o
la deseripción de las escenas que allá acaeeieron no earece
ni de d"ruorrolvimiento ni de realee. AI eontrario, Timoteo
tomó parte en.la segunda visita á Galacia, Y el narra,- (r).
do. oràa nos dice de lo. ineidentes que la seflalaron
Tito parece lraber desempef,ado un papel importante en
(2), y en el librode
or,o.là los viaies de Pablà á Jerusalén
los Hechos ni siquiora se habla de su presencia en esta eiu-
dad. Además, mient.as que en el curso de los relatos, son
nombrados estos d.iversos personaie§, en ellos el autor se
llama invariablemente nosotros. Aquí está el eseollo fatal
de todos los sistemas que quieren suplantar á San Lucas'
Afladamos que muchas otras indicaeiones Íortuitas eoncu-
se diee
rren á haeerlos insosbenibles. Por ejemplo, de Silas(e).»
que era (un hombre eminente entre sus hermanos iEs
e'reíble que un autor tan poco presuntuoso de su obra co-

mo eI dót tiUro de los l[eehos, se seflale á' sí mismo con


tal elogio? e al leetor

ies eompat Postólieos?'


Batida o lacrítiea
raeionalista ha imaginado que Lucas
pudo ser simPlemente ó el e
personaie que Silas. Se ha
§ilr. no es abreviación de
Lucano? iY no es casi igual
vos radicales, silua, (selva)

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LÀ OBBA DIC LO§ ÂPóETOLES

;aeaso Pedro no era llamado también cefas? sin duda;


pero estos dos nombres eran uno sólo en dos lenguas dis-
tiutas, el griego y el arameo, al paso que silvano"y Luca-
abras diferentes, en la misma
rte, Pablo, en sus Cartas, no
autorice la confusión de estos
areee que los distingue de un
moclo categórico. Así, nos indica que Silas estaba-á su lado
e, époeas en que el autor dei Jibro de los rlechos se ha-
lllll -o.I distante (1). Por Io demás, áqué ganaba la obra,
públioíndose como de Lucas, diseÍpulo harto poco conoci-
do, si era de Timoteo ó de silas, per.onrjls ya céle-
bres en la rglesia primitiva, y cuyo nãmbr" pãr sÍ sólo
una garantía? Difícil sería decirlo. "r"
Pues bien, al paso que estos nombres, tant, el uno como
el otro, suscitan difieultades insuperables, el de Lucas
pide con toda- naturalidad pasar del tercer Evangelio al
libro de los Hechos, que es su continuaeión. Lo pã.o qrr"
sabemos de los viajes de este varón apostóli.o, Lo^bia-
do solamente tres veces en las Epísb1a§, eoncuerda, en
efecto, mu.y exactarnente con los pãsajes en los cuales el
autor de los Ilechos se mezcla en los viajes de pablo. Es
decir. qy", de conformidad con los datos ãe este libro, las
cartas á los Colosenses y á Filemón (2) nos revelan la presen-
d1 Lucas iunto a Pablo cautivo, y la segunda bpísto-
9ia
la á Timoteo, en la cual el valiente alleta Àe qoej" à" .r,
aislamiento en Roma, nos entera de que sólà ír"r, ."
hallaba entonces á su lado (s). a Bu vez, Lr.". prueba muy
bien que él estaba con el apóstol en el lurgo y penoso
viaje de cesárea á Roma, oD el cuidado con qle pinta
minuciosamente sus diversas peripecias. El nosotroi que
emplea en esta relación es su firma auténtica.
se ha supuesto que (el médico muy amado,) eomo le

(r) I Tesalotu,2,lJf Tesalon., Z,l; fI Cor., 2,1g.


(2) Colos.rIY, t+; Xilem- 24.
(3) ff ?im., fV, lt.

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MONSE§OR LE CAMUS

llama Pablo (1),vienrlo. al Apóstol extenuado por increíbles


trabajos, y qr,izá" enfermo ,le esa doleucia de que se qugia
(2), sele
como-de u.ra espina clava,la en su earne iuntó tle-
finitivamettbe, euando éste pasaba de nuevo áL Filipos {a),

parà dedicar todos sus euidaclos á aquella endeble cons-


iitución, comprornetida por un'exee§o de celo'
No sólo en los médieos de nuestros días hay que reeo'
nocer una verdadera poteneia «le iniciativa en la propa-
ganda cle las ideas sociales ó filosófieas de las cuales
*L en abogados. Al ofreeer la curaciórr flel
"or,.tibuye.
cuerpo, se atribuyerr más de una vez el clerecho tle
sembrar en torno áe sÍ misrnos irleas que van dereeha-
menbe al alma. San Lueas trabaió probabletnente rnuehí-
(a). Era uno de ios
simo en la difusión de Buena, Nueva
hombres rnás culbos rlel Círculo A.oosbólico, como lo prue'
ba su qriego Eeueralmerrbe pgro y eorrecbo. No ,bstante,
carece'd" ío"áamento la serie de hipótesis raeionalisras
á, propósito del fin que se propuso al escribir su Eva.-
'redacta-
g"lio d 1o. Hechos, pues los dos Iibros fueron
ãor bajo una misma inspiración. Igualmente exento de
prejuiclos, tanto al referir Ia historia de los Apóstoles-co-
*n" l" de Jesús, se abstiene de reflexiones personale§.
No manifresta ni admiración, ni sorpresa, ni amor, ni odio.
Es el historiaclor escrupuloso, sin pasión por ninguna idea
ni por ningún hombre. No tiene esas miras sintébicas que

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LÀ OBRÂ DE LOS ÂPóSTOLES ÔE
za,

denotan el plan preconcebido de hacer prevaleer una doc-


trina. Las eosas menos importautes, los detalles minucio-
sos tienen cabida en su escrito, porque de ellos fué testi-
go, I eon freeuencia pasa por albo los rnás importantes
hechos, tales como el primer eonflicto del universalis-
mo hélenico eon el particularismo judío, ó tambián la fun-
daeión de la Iglesia ernancipada de la Si.agoga en Antio-
quía, pareciendo no sospechar su impo.taneiadecisiva. El
terrible antagonisr,o nacido tiel contacto cle ia Ley y deÍ
Evangelio, y cuyas consecueneias podían ser fune.stas al
desarrollo de la naeiente Iglesia, es también denuncia«io
con ôan poeo vigor', que se necesiba toda la atención de
Ia crítica para percibir en el curso de su relato los prime"
ros síntomas.
lPor cuál extrafla abe'r'aciórr se ha querido hacer de un
narrador tan reservado, tan tranquilo, tan equilihrado, ora
un biógrafo de Pedro ó de Pablo, siendo así que'ui siquie-
ra se cuida de darnos á eonoeer Ia nota moral que los ea-
taeteriza, ni sus tendencias personales, ni el conju*io de
sus empresas apostólicas; ora un defensor de las ideas uni-
versalistas del Apóstol de las naciones, como si êl no atri-
buyese enteramente á Pedro el honor de haber introduci-
do, el primero, á los paganos en Ia Igiesia; ora, en fin, una
espeeie de oportunista ensayanrlo, en el primer cuarto
del siglo segundo, urra conciliación entre e[ cristianismo
de Pablo, de quien era partidario, y el de Pedro, que te-
nía en Rorna fervorosos defensores, como si una real di-

var á buen término su audaz mediaeión? Hay que decir ct,,tc


porque era un poco temerario publico", uot." los aflos
d,az,
110 y 130, un libro con la pretensión de hacerlo aeeptar

(1) zelle4 Kôstlin, Eilgenfeld, Schrader han se$ido al maestro en esta


extraõa campafla,
-y-han empleado extensos y pacientes trabajos en sostener
una tesis insostenible.

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/
MONSENOB LE CAMUS

como apostólico. Se estaba todavía en preseneia de la ge'


neración que habÍa conocido á los Apóstoles. Pues bien, el
falsario habría logrado lo que con tanba impudencia in-
tentara; porque Ireneo, el grande obispo de las Galias, na'
cido hacia esta época y diseípulo de Policarpo, contem-
poráneo de Juan, aceptó realmente el libro como obra de
San Lucas. Además, icórno se explica que un autor sagaz,
imaginando, en feeha tan tardía, un compromiso semejan-
te entre la corriente jutlÍa y la eorrienbe Pagana, no§e hu-
biese aprovechado de todo Io que debía saber por las Epís-
tolas de los dos adversarios, leídas entonces en toclas las
iglesias, y por ios acontecimientos que habÍau seflalado en
Roma eI fin de su apostolado? iQué bella ocasión hubiera
perdido de mosbrarnos, en ,su apología, á Pedro á" y Pa'
blo, dándose el ósculo de paz antes de ir al martirio, y
consagrando, con el glorioso testimonio de su sangre, la
unidacl de sus miras y l^ sinceridad de 8u reeonciliación!
EI autor de los Hechos no tuvo ninquna de las ideas
que le.atribuye la escuela de Tubinga. Lo que en él lla-
ma la aítención, es su honradez. Refiere lo que sabe, y
cuando sü cieneia es deficiento, no aflade una palabra por
cuenta propia. Lo mismo.que etr su f,r'angelio, habla tí se
calla, segírn sus fuentes. Á merlos que se le lea de propósito,
es iruposible suponer eri él una tendencia apologética cual-
quierá. Se comprertde que no escribe sino para instruir, edi-
fi.", y persuadir.
-dos Si Pedro ,v Pablo solr puestos de relieve
en las partes muy distintas de su libro, /, por el
papel preponderante quc desempeflan, aquél en la prime-
,", y éste- en la seguntla, parecelr rivalizar en gioria é in'
fluencia, obrarrdo rniiagros, Pronuneiarldo discursos, atra'
vesando pruebas atrti,logas (1), el efecto depende senejlla'
mente de lo. aconteciurientos, tales corno el EspÍritu San-

(l) Schneckenburger fue el primero que hizo muy curiosas indagaciones


.oür" el aparente parãrelismo q-u" eI libro de los Ilechos establece entre Pe-
droyPabio. 1Y. but Q,es Actis d,es A,pôtres, Be_rna, tq41). Su trabajo-sir-
vió áe punto de partidã á las teorías dà Baur y de susdiscípulos;pero don-
de et profesor cle'Berna había comprobado combinaciones artificiales, los
otros vieron una intención dogmática muy decidida.

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LÀ OBRÀ DT LOS APó§TOL}NS

to los dirigió, quizá" también de los documeutos tales como


el historiador los recibió, pero de ningún modo de un plan
preconcebitlo y de una comparación p emeditada. San Lu-
cas no suavizó la fisonomía de Pablo, ni exageró la de Pe-
dro, para juntarlos hábilmente baio un mismo rayo de luz,
'en frate.rnal abr:azo, sino que pintó á los dos grandes Após-
toles tales como sus fuentes se los ofreeían, y se eneontró
con dos vocaciones diversas que tenían idénticas miras.
iQoé hay de particular en esto, si uno y otro obedecían á,
una misma inspiración del Cieio?
El que quiere defender las hipótesis de que hablamos
poco ha, debe courel)zar para hacer abstracción completa,
ya de la rrat,uraleza dei libro, que nada tiene de apologé-
tico, desde cualquier punto de vista en que uno se coloque,
ya del carácter del escritor, que no tiene ni la firmezade
espÍritu, ni la lógica abrumadora, ni la amplitud de expo-
sición necesarias para ofrecer urra solución autorizada en el
vasto y caluroso debate que se supone. Se nos conee-
derá. no lo dudamos, que puede uno examinar atenta-
mente la obra, y no convencslss-ssf,s es nuestro caso
y el de muchos otros exégetas-de que el autor atri-
buya á Pedro y á Pablo tendencias diver'sas. iY, sin em-
batgo, el libro habrÍa sido escrito para haeer consbar, §e-
gún unos, ó para conciliar, según otros, su escandalosa ri-
validad! En verdad, que esa intención se habría malogra-
do de un modo sorprenclente. A 1o menos, debía dejarse
entrever la oposición sistemática de ambos adversarios. Pe-
ro no, San Luca,s no es ni un conciliador ni un partidario, si-
no un narrador que se limiba á consignar, en orden muy
sencillo y en lenguaie muy modesto, los informes que ha
recogido sobre la primera generación erisbiana. Tal es la
verdadera idea de su libro. Creyó que esto sería suficien-
te para edificación de Ios que quisieran seguir la acción
de Dios sobre su Iglesia en el mundo pagano.
iOuáles fueron sus fuentes? Ante todo, puede decirse que
€ran segura§; porque, ora se refiera á la historia iudía ó ro-
mana, ora á cuestiones de topografía ó de administración

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I
trIONSENOR LE CÀMUS

ya trate de ciudades 6 de provincias del imperio, ya de


los usos tle los países más diversos, está siernpre de aeuer'
do eon los meiores historiadores y geógrafos de Grecia y
de Roma. Por otra parte, y para precisar má§, afladire'
mos que sus fuentes fueron personales. orales y escri-
tas (l). Lo que San Lucas nos euenta, ó 1o vió é1 4ismo, ó
lo supo por los que lo vieron, ó finahnente lo encontró en
relaeionee manuseritas puestas á su disposición. Con to-
dos estos elementos; compuso un libro cuya redacción de-
finitiva lleva un sello visiblemente personal. Procecle, en
efecto, eon Ia libertad que caract,eriza á los vercladeroe
escribores. Es cierto que si encuentra arameísmos en los
relatos tradicionalcs que eonsulta, ios deja subsistir, para
así conservar en su libro urr signo nada equívoeo de atl'
tenticidad; pero eI liberato helenista nunca abdica entera'
mente sus derechos, y, en eI curso de su redacción, mues-
tra con qué pureza habla la lengua de Isócrates y de Je'
nofonte. De tal suerte conserva su personalidad en su
obra, que en el eoncilio de Jerusalén. por eiemplo, Pone en
boea de Santiago un texto del profeta Arnós según la ver-
sión de los Sebenta, olvidándose de que, si el griego era
su lengua propia, no era la de un iudaizante tal como el
hermano del Sef,or.
El desarrollo muy desigual de su relato depende de la
fuente donde se provee, y no de un plan preconcebido. De
lo que él fué testigo ocular-y esto desgraciadamente
apenâs sueede hasüa eI frna1,-multiplica. de buen grado los
detalles, de suerte que Ia historia de los dos últimos'aflos
se lleva la tereera parbe del libro. Consignando en poco

destruyen.

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LÀ OBBÀ DE LOS APó§TOLTS

espaeio los sueesos que los llenan, los tiene de tal


suerte
presentes en la menroria, que, al relatarl,rs, Pal'ece que es-
[á ampliando rrotas de su cartera de viaje. Para los res'
tantes veinte afi.os, sus relatos son pçeneralmente muy re-
sumidos y, por lo general, deficierrtes.
Si uo vió Io que relata, pudo haberlo aprendido de los
mismos que de ello habían sido tesbigos ó actores. En este
caso, la influeneia de los testimonios se deja sentir en
§u narlación. Aeí, de la conversión de Pablo y de mu-
chos- inciclentes de su apostolado, pirrta un cuadro de'
mucho colorido, porque conocía los detalles por el mis-
mo Pablo. La conversión del eurruco le había sido contada
sin duda por Felipe; la eur.ación del tullido en la puerta .

dei Templo, quizá por el propio interesado ó por el após-


tol Juan. Lo tnisrno puede decirse de obras escellas que
reproduce más ó menos dramati zadas, según la 'narración
de ios que le han proporcionado ei infr-rrrne. Durante su
perrlaltellcla en Jet'usalén y en Cesárea, donde estuvo dos
af,os con Pablo, se enteró, probablemente por Santiago ó
los Ancialros de la maclre lglesia, cle Io que habÍa ocurri-
clo en los días de Ia Ascensión, de Pentecostés y de las
primeras luchas por la fe. Juan Marcos, con quien más
iarde estuvo en relacior-res (1), y que había tomado una
parte basbante activa en las empresàs de Bernabé, su tío,
y las de Pedro, pudo también suministrarle útiles indi-
""
caciones. Felipe el diácono y sus hijas las profetisas eran
muy indicaclos para repetirle con sus detallee, ó trasmitir-
le por eser.ito, la comparecencia de Esteban ante el Sa-
nedrín, su discurso apologético y su tnuet'te. Muchos han
creído guo, aun antes de la publicación de los llechos, la
relación oficial de este glorioso rnartirio se leía en la asam-
blea de los fieles. Esta relación es un opúsculo aparte. Así,
muchos explican gue las Iglesias de Lión y de Yienne ci-
taran de é[ un fragmento, sin mencionar el libro de los
'Hechos. iQuién sabe si Cornelio, ó por lo menos sus hijos,

(1) Col.,IY,10, 14; Iilemón,24. Com. II Ti'm,IY, 11.

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l_ /
30 MONSENON, LE CÀMU§

. estaban todavia en Cesárea, cuando Lucas llegó, y si tu-


vieron el consuelo de contarle la conmovedora -"..Lo, de
su admisión en el reino de Dios? En todo caso Cesárea, pâ-
rece haber sido un centro muy propicio para recoger loe
documentos necesarios á un autor deseoso de exponer la
historia de la manifestación de Dios en la humanid acl, á,
aquellos eu€, como TeófiIo, no habiéndola visto por sí mis-
mos, debÍan creerla baio su palabra.
Es muy probable que allí reunió, para redactar su Evan-
gelio, la mayor parte de las tradiciones conservadas, ya
de memoria, ya en notas escr,iúas. Estas notas son las mis-
mas de las euales, en un interesante preámbulo, nos dice
que habían sido anteriormerrte clasiflcadas y acordadas
por algunos fieles, celosos de conservar en orden aquellos le-
gados piadosos de los primeros ministros de Ia palabr.a (1).
Como un gran número de ias indicaciones que allí encon-
tró se extendíarr hasüa los acontecimientos posteriores á,
la Ascensión, creyó necesario formar uua segunda co-
lección para completar la primera, ;l esbablecer asÍ la his-
toria completa del Reino de Dios, desde los dÍas del Me-
sías hasta el tiernpo en que vivían aquellos a quienes él
'quería instruir. Entre los documentos escritos que puso
á contribución, se sef,ala, con iusticia. la carta del Conci-
lio de Jerusalén, documento que llegó á ser oficial para
las diversas fglesias; la de Lisias á Félix, y quizás algurros
discursos conservados para la edificación de los fieles, ta-
les como los de Pedro, de Esteban y de Santiago (2). AI
reproducir estas predicaciones, iechó Lucas sobre sí la ta-
rea de compendiarlos? Sería lamentable, porque debía
€onservarnos intactas las páginas incomparablemenbe
preciosas de la tradieión apostólica. Es más natural creor

(l) Lucas.r I, l-4.


(2) Schwanbeck llega á la injusticia al suponer que San Lucas no
fué mris que un vulgar compilador, cuyo mérito consistiría en haber reuni-
do, para formar con ellos un solo libro, una biografía de Pedro, un relato de
la muerte de Esteban, una biografía de Bernabé y las memorias de Silas. La
verdadera crítica debe ser menos injusta en sus apreciaciones.

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LA OBBÀ DE LOB ÂPó§TOI,ES :]1

que los mismos primeros narradores habían hecho sencillos


i -oy sucintos .esúmenes para que los fieles losuno pudie§-en
de los
ãó-oá*mente retener. Lo cierto eB que en cada
discursos reproducidos, por muy abreviado que esté, ee en'
cuentra la nota earacterística del que lo pronurrció G). Pe-
,dro, en el libro de los Hechos, no habla como Jaime nico-
mo Pablo. Cada uno tiene su manel'a propia, casi debiera
.decirse su literatula espeeial, prueba del respeto con que
nuestro historiador relxodujo las fuentes en que bebía' Es
indudab'le r1tte, al traducir' en un griego muy puro, lo que
había sido dicho en siro caldaico (2), ó en griego muy me'
diano, da involuntariamente testimonio de su cultura li-
teraria; pero cuando pone en ello su estilo, se ve bien que
,no afiade nada de su propio fondo.
De estas consideraciones resulta, Para todo espíritu im-
parcial, que San Lucas relató, sin propósito deliberado, lo
Si
ãou había recogido sobre eI Salvador y _sus diseípulos,
fuese permitido e*plear una expresión demasiado familiar,
pero muy exaeta, para un asunto tan grave, podría decir-
*" qou su libro no tiene malicia, )'que, por con§iguiente, no
hay que busearla en é1. La antigua pretensión de un minis-
tro célebre: (Dadme dos líneas de un hombre honrado, Y
le haré ahorcar,) podría servir de divisa á ciertos exége'
tas modernos. No hay nada que no hayan prebendido en-
,eontrar en tal ó cual de nuestros Libros Santos, y que en
realidad no lo hayan hecho entrever á los más crédulos,
Basando por encima de las más evidentes imposibilidades
y resignándose á las más flagrantes contradieeiones. Así,
s"gúo ellos, es un gran admirador de Pablo el que eseribió
]os E[echos, y, sin enrbargo, no mencionó ni su mieión en
Creta, ni sus relaciones con buen rrúmero de ciudades im-
portantes del Asia proconsular, ni la lección dada á" Pe-
,dro, ni otros muehos aeontecimientos que habrían realza-

(l) Estg es sobre tod.o sorprendente en los discursos de Pablo á los An-
.cianos de Éfeso, ó en su apología ante Agripa y Festo.
(Z) Así, los áir.o..o. d1 Peãro y de Santiago en Jerusalén, la apología de
Pablo ante los judíos (Eech., XXVI, l-32).

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L
MONST]ITOA IE CÀMUS

do más y más la fisonomía del Apóstol (1). Por -el contra*


ri,, al decirnos que Matías fué elegido para substituir a[
traidor, y que Pedro había declarado que sólo podían ser
nombrados apóstoles los que habían seguido á Jesús todo-
el tiempo de su ea.r'era rnesiá,ica, parece cerrar cruelmen-
te á" Pablo la puerta del Apostolado. Á lor qo" quisieran
ver en Lucas un partidar,io de Pedro, les haremos obser-
var que nada nos diee de Io que fué de éste después que
saiió milagrosamente de la cáreel de Herodes, nada de los-
viajes evangélicos que emprendió, ;, á los cuales alude Pa-
l-rlo en sus EpÍstoias {z). lNueya inconsecuencia! Habríaes.
crito su libro pâra exaltar á, Pablo, y realza sin cesar la
primacÍa de Pedro, hasta hacer que éste abra las puertas
de ia Iglesia á los genbiles, priviiegio que le hubiese sido
fá"cil reservar al Apóstol de las naciones; ó bien, habría to-
mado ia pluma para glorificar Pedro, y, desde el primer
tercio de su libro, le abandona, pal'a no hablarnos más de
é1. Todo esto sería desrazonable, si el historiador hubiese-
tenido ias preferencias ó el propósito deliberado que se le
supooen . La ciencia tiene algo más que hacer que entre-
tenerse en prender con alfileres imposibilidades y contra-
dieciones, y es rendirse á, la evidencia. San Lucas no§-
muestra los hombres tales como los conoce, con sus gran-
dezas y sus debilidades. Habla de lo que sabe, sin inquie-
tars/.t por ias consecueucias que de su relato saque la pos-
teridad. Cuando nada sabe, se calla, con gran á"r".pãr*-
ción de nuestra parbe. Así se explican las bruscas divisio-
nes que separan con banta frecuencia sus relatos y que,
caracterizan sobre todo el final del libro de los Ilechos y
de'su Evangelio.
Pues bien, aquí es donde hubiera debido hacer quepre-
valeeiesen, si las tenía, sus miras tendenciosas,su teoría per-
sonal; aquí es donde hubiera debido consignar su sentencia
de.juez conciliador. Sin embargo, nada Be ve que á ello se

___!A Cg.p.Colos.,II, l; ff Tün.,IY, 16; ff Cor.,XI,28; Rorn., XV,Ig,-


XVI, B; Gal.,II, ll, etc.
O) I Cor.rlrIZ;IX, tr.

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I/A OBBA DIC I,OS ÀPóSTOLE§

parczea. Là manera de terminar su libro es par_a el lector


la deeepción que más Ie contraría. Diríase que de repente
la pluma se rompe en su mano, y que la muerte, ú otro cual
qoi"r accident", I" impide terminar s obra. Pero fiián-
,áo.u bien, se sienbe uno inclinado á creer güo, queclando
ineornpletos ia mayor parte cle sus relatos, eI aubor creyó
qou uf libro enüero debía, correr la misma suerbe. Quizá no
entendía de otro moclo el papel de hisboriador sirtcero y
desinteresado. Sea como sea, si ya su Evangelio terlía algo
de duro é ineomplebo en sus úlbirnas líneas, su libro de los
Ileehos, por su fiual brusco y sin conclusión, tro puede me-
nos que du..o,r.urtar enteramente al lector. Pablo llega á
Rorrã. E[ aubor no parece siquiera corrceder mucha irnpor-
tancia á la aparición del gran Apósbol en la capiral clel
rnunclo. Apenas eo sagra, una página á" relatar la confe'
reneia quo tuvo aquél eon los prineipales de los judíos;
después, cierra su libro tliciendo que Pablo pasó dos aflos
oo, habibación que había alquilado, recibiendo á" los
"o
que iban á verle, predicando el reino de Dios y en§eflan-
áo Io tocanbe á Jesucristo con toda libertad y sin que na'
.lie se lo prohibiese. Nada más sorprendente ni más inex-
plicable que esba súbita deteneión, cuando quedaba_ todavía
tanto por contar. No puede, en efecto, admitirse la supo-
,sieión rle que el historiador dgiu su pluma Por no saber
nada más. Su libro está fechado en época posterior áu la
llegada de Pablo á Roma (1). Pues bien, en el intervalo,
,algún suceso irnportanbe había se§uramente ocurrido,
,euãndo no obro, Ia solución clel proceso det Àpósbol. Esto
no era indifereube, ni al lecbor, interesado muy vivamento
en este asunüo por los reiabos precedenbes, ni á la perfec-
ció1 de Ia obra,, 1,, sin embargo, Do trata de ello. Es
indudable que buscar historiadores complebos entre los
ririmeros misioneros de la fe, sería no tener la menor nO-
6p.t" conclusión: «Pablo empero permaneci| (évép'euev) dos aflos en-
teios eu una habitación alquilada, etc.,» indica claramente que el autor,
en el momento en que Io escribe, está bastante alejado de este período de
dos afros. Si no hubiese transcurrido ya mucho tiempo, diría: <Pablo lw
xtermanecido ó: Pablo'pernaarlece desde hace dos aflos, etc.»

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L )
MONSENOB LE CÀMUS

eión del torbellino en que vivieron, d" su indiferencia por


lo que mira á las reglas de la literatura, y de la c*rrdoio
sa seneillez de sus almas; pero interrumpir de un modo
tan bruseo su relato, sin insinuar una perspecbiva de con-
junto, una síntesis, un resultado final, á ese earÍsimo Teó-
filo, para quien escribe, es eosa verdaderamente sorpren-
dente.
se ha dieho que el autor .o pudo terminar su libro, 6,
guê, si lo terminó, se perdió el final. Esba doble suposi-
ción parece más aceptable que la hipóbesis según la cual
San Lucas no habría dicho nada más, porquo aquel á,
quien quería insüruir sabía io r.estante por haberlo visto.
9on sus propios o.jos. En efecto, no está averiguado que
Teófilo fuese de Roma, y menos todavía, que el aubor hu-
biera querido escribir su libro tan sólo para é1. obros han
ereído que el hisboriador, parando en Beco y definitiva-
mente su relato, procuró no herir la suspicaeia de la
autoridad romana, que había desempef,ado un papel odio-
samente feroz en la persecución en q ue Pedro y Pablo ha-
bían perecido. Mas, iquién se inquiebaba en Roúa por
pequeflas publieaciones leídas en seereto por una secta
insignificante, sin pretensiones políticas y por todos des-
preciada, á, la que iban exclusivarnente dirigidas? Es pre.
Íerible creer que ya existía, ó que el autor se propuso eseri-
bir, otro libro para relatar la obra de los Apóstoles en el
mundo pagano en general, y más particularmente la de
Pedro y Pablo en Rbma, como también su martirio glorio-
so. E[ tíbulo general de Hechos d,e los Apóstoles (1) dado á
un libro eu que solamente dos Apóstoles apareeen en esce-
nâ, I en que no leemos en realidad más que una peguefla
parte de sus trabajos, pareee prometer una continuaeión, ó.
por lo monos, un todo más completo. De los dos Santiagoe
y de Juan, no se dice más que algunas palabras. De loe
otros siete, nada. Ciertamente, la súbita interrupeión de

(1) Á decir verdad, es dudoso que este nombre le fuera dado por elautor.
Sin embargo, Tertuliano, Clemente de Alejandría y el autor del fragmento
de }Íuratori ya lo leían al principio del libro.

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LÀ OBBÀ DE LO§ ÀPóSTOLE§

esta historia no es otra coea que un alto, y el autor debió,


ó á, lo menos esperó, continuar su narración. Si él Ia
eontinuó, ó si otros se eneargaron de ello, dispensándole
de ese trabajo, itan miserablemente desfigurado por las

tas apóeriÍas que han llegado hasta nosotros, como §e'


buscan pepitas de oro en un inmenso lodazal? Este es un
problema cuya solución, por muy interesante que sea, nG
podría comprometer la autoridad del libro que poseemo§.
y. que debemos seguir paso á paso al escribir esta histo.
rla.
En su primera parte, es deeir, en sus doce primeros ca'-'
pítuIos, eneontraremos los elementos de este primer vo_lu-
men. Examinándolos de eerea, se ve Qüo, por sí solos, for-
man un todo, ora por la redaeción más visiblemente inspi-
rada en fuentes judías, ora por Ia serie de acontecimientos
conver.gentes hacia un primer resultado eapital, la Eman-
cipación de la joven Iglesia. En ellos se lee, en efeeto, Por
qué esfuerzos sueesivos se libra de los brazos del Judaís-
mo y aeaba por constituirse en Içr,nsrn Cnrstrlu-e', en.
Antioquía.
Las tres ebapas que sigue en este movimiento progre-
sivo constibuirán las subdivisiOnes normales de este libro-
Yiviendo torlavía en un medio exclusivamente judío en,
Jerusalén, la Iglesia maniÍiest,a ya desde luego que lleva
en su seno elementos vitales absolutamente independien-
tes de Ia Sinagoga. El lenguaje de sus predieadoree es
distinto del de los rabinos. Respetan á Moisés; pero Jesús .
crueificado es el jefe efectivo trás del cual se resguar-
dan en su marcha siempre adelante. EI eulto del Templo
no les basta, Y, ein romper abiertamente con la Ley, inau-
guran un eulto particular, una sociedad nueya, con sus
víneulos especiales, sus recursos, sus esperanza§.
Á esta primera manifestación de una vida independ.ien-

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_,
.36 MON§ENOR LE CÂMUS

te, que, por otra parte, se da á conocer con numerosos mi-


,lagros y brillantes virüudes, sucede un movimiento cen-
trífugo muy significativo, una especie de enjambrazón tí-
.mida, poro precursora de una irradiación más podorosa y
más universal. La Buena Nueva no debía quedar dentro
de los muros de Jerusalén; era preciso, según la orden del
Maestro, llevarla á Samaria y después al mundo pagauo.
E[ orden natural exige que el grano, después de haber per-
manecido por algún tiempo en la tierra, experimente un
d.:seo de salir, üanto más vehemente cuanto más numero-
sos son los obsüáculos que en apretadohaz tratan de im-
pedirlo. IJn accidente providencial-Dios tiene siempre su
.hora y sus hombres,-el helenismo, ó la presencia, en la
'joven Iglesia, de iudíos más habibuados que los de Jeru-
salén aI aire libre de Ia civilización pagana y al choquo
esbrepitoso de sus doctrinas, eontribu ye á, desembarazar el
camino que debe seguir el Evangelio. Tres hombres son
los representantes de este movimiento saludable: Esteban,
que cae mártir de sus ideas; Felipe, QUê, baio la inspira-
ción del Espíritu Santo, comienza su aplicacióu; Pablo,
que será su mayor esperanzà.
Corr todo, Pedro es el únieo á quien corresponde saear
oficiaimente el rebaflo fuera del redil, y abrir la puerta de
la Iglesia á quienes Dios quiera. El dará la seflal de avan-
ec haeia Ia genbiiidad, /, por consiguiente, haeia Ia eonsti-
trrción defrnitiva de la Iglesia de lo por venir. Ya antes ha-
bía ido eon Juan á eonsagrar lo que Felipe había hecho en
Samaria. Mas lo euesta dar el último paso. Sus conferencias
con Pablo convertido no han triunfado por completo de sus
afeetos totalmente judíos. Dios intervietrc, y, en Ia azotea
tlel curtidor: de Joppe, Ie muestra qüe, en lo sucesivo, no
habrá puro ni impuro, y que todo es bueno para ser in-
troducido en ei Reino nuevo. Le eonduce á Cesárea y le
arroja en sus brazos un centurión romano y su familia.
El baubismo de estos paganos, que t,ienen su Penteeostés,
1o mismo que los discípulos en el Cenáculo, es el golpe
.tlecisivo á, las viejas pretensiones del judaÍsmo. Pedro,

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LA OBBÀ DE LOS APóSTOLES 37

obligado á defenderse, eeha la responsabilidad sobre Dios,


y declara de esta suerte que en adelante todoe los eaminos
del mundo quedan abiertos á, Ios predicadores üel Evan-
gelio. La Iglesia sale entonces de Jerusalén y se vq con
,ellos hasta Antioquía, donde, diehosa al rospirar el aire de
la libertrd y ser duefla de sí misma, suprime toda distin-
ción entre iudíos y gentiies, inaugoru Iu ízaciÍn
"rrrogàl
universal de la humanidad y se convierte en la Ier.,nsre
í'':'
DE LOS CRISTIÀNOS. .,ijr.;
En resumen, tres elementos principales la han sosteni-
do en esta primera lucha por la vida, y la h"nr empujado
gradualmente por el camino que va de Jerusalén á Aatio-
quía, es decir, del exclusivismo de los fariseos al lrniver-
salismo del Evangelio: el pensamiento del Cruciftfudo, que
la separó de la Sinagoga; el celo de los helenistas, que
la echó Í'uera de Jerusalén; la orden de Dios á Pedro, que
que la hizo cristiana en Antioquía. Todo'esüo sucede en
un período de cerca dieciséis aflos, desde el aflo 30,",frcha
bastante probable de la muerte de Jesús, al afr.o 46,épocri
eu que la Iglesia eristiana, definitivamente #mancipada
del judaísmo, se dispone á inaugurar sus grandes conouis-
tas en eI mundo pagano. En último término, y como eua-
dro completamente humano de esta historia, el lector inte-
ligente podrá contemplar la serie de personaies más ó me-
nos indignos que sucesivamente han ejercido el poder ei-
vil, militar ó religioso, en Roma y en Jerusalén. Este es.el
medio de clasificar por orden los acontecimientos, 5r sobre
todo, de apreciar mejor sus caracteres. i
Eu Roma, tres emperadores, de 'los cuales uno fué un
malvado hipócrita, el otro un loco sangui.narfo, y el ter- "
cero un viejo imbécil, tienen en su mano los destinos
del mundo. Tales son: Tiberio, guo, en Marzo del af,o
37, terminó su odioso reinado; Calígula, su sucesor, que
cuatro af,os después cáyó bajo Ia espada de Queiieas (24
de Enero a"t 4L)-, para el sitio a Ctaudio, empe*rào,
"ád". influyeron sólo de lejos
hasta el 54. Estos prÍncipes en
Palestina; pero, por sus delegados, esta influencia debió
T. IV

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I
UONSEfrOE LE OÀUU§

ser más de una vez considerable. I{o carece de interés e}


saber como se sueedieron. Después de Pilato, vuelüo á enviar
á Roiira por Vitelio en el aflo 36 y definitivamente privado.
del pqder por Calígula,Jerusalén fué goberr:ada porMarce-
lo eomo proeurador, y porMarulo eomo hiparca. Después do
ellos, Herodes Agripa I; invesbido descle el aflo 37, por
Calígula,'d. 1". tetrarquías de Filipo y de Antipas, ràci-
be de Claurlio, en 41, el título de re) de Judea. Muero
en 44, en Cesáteà, y, siendo su lrijo muJi joven para suee-.
derle, Cuspio Fado vuelve á conlenzar ia serie de los pro-
euradores remanos. Á Frdo le sueede, eu el aflo 47, un ju-
dío apóstata llegaclo de Egipto, Tiberio Alejarrdro, que de-
ja poeo después la autorida,{ á Yentidio Cumano, I pasaá.
gobernar.r.Aleiarrdría. Todos estos están en Palest,ina eL
tiempo sufieiente para. hacer ma]. y demasiado poco para ha-
eer algún bien. Por su partei y á consecuerlcia de los capri-
ehos del poder polítieo, la autoridad religiosa es todavÍa.
más inÉtable. Á C"igs, que, por urra coincidencia sorpren-
dente, pierde el favor al mismo tienrpo que Pilabo (aflo 36),.
le sueede Jgnatán, hijo de Anás, el Sumo Saeerdote tan
-Vitelio"
tristepente eélebre en Ia historia er.angélica. Pero
no tarda en mostrarse deseontento de esta eleeción, ;r, aI
aflo siguiente, sustituye á Jonatán con TeófiIo, otro hijo,
del mismo personaje. Iferodes, desde su adyenimiento, se
mostró aún más emprendedor contra Ia autoridad sacer-
dotal. Sustituye a, l'eófiIo, eon Simón Canteras, al que-
depone algunos meses después. Sucesivamenbe oÍreee en-
tonees la suprema tlignidad de saerifieador á, Jonatá"n, an-
tes desposeído por Yitelio, el cual la rehusa, y á otro hiio.
de Anás, Matías, que la aeepta. En el af,o 44,y poeo arrtes
de morir, el rey le llriva de su oficio para transmitirlo á,
Elioneo, hijo de Canteras. Esto dura poco; prrque oüro.
Ilerodes, príneipe de Calcida, á quien Claudio confía la
direeción de los negoeios religiosoS en Jerusalén, depouo-
á'Elioneo y en su puesto eoloea, en 45, á. José, hijode Ca-
mit, que tres aflos más tarcle tione por sucesor á Anauíae.
ó Jonatán, hiio de Nebedeo.

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LÀ OBBA DE LO§ ÀPó§TOI,TS

He ahÍ Ia extrafla sueesión de déspotas y de fauáticos:


Césares, procuradores, reyes, sumos sacerdotes; á su lado
la joven Íglesia debía.conquisbar y consolidar 8u inde-
pendeneia. Siu embargo, puede deeirse güo, ú pesar de
las peripeeias dolorosas de persecución y de martirio,
aquel período fué su edad de oro. EI reeuerdo del Maes-
tro hacía latir todos ios corazones con santo entusiaemo;
sus palabras estaban bn todos los labios; su imagen an-
te todos los oios. No hu), que decir que le habÍan visto,
oÍrlo. tocado, sino que le veían, ie oían y Ie sentían pre-
senf,e todavía. Ayudando el Espíritu Santo á mantener
esüas vivas y Íreseas impresiones del alma, Jesús era la
vida de úodos. 3Cuánto quisiera yo, para escribir estas pá-
ginas, experimentar algo de ese estado de alma qus fué
entonces el de los hiios de la Iglesia nueva! iAy! Ios tiem-
pos malos han ilegado, y, pobres trabajadores á' través
de la tempestad, debemos contentarnos, cuando no tene-
mos Ia plenitud de la luz del eielo, con conservar á lo me-
nos su eulto y su recuerdo.

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LA OBRA DE tOS APÓSTOLES

PUNDÀCIÔN DE tÀ IGTESIÁ CÉIST

PRIMERA PARTE :

COMIENZOS DE LA IGLESIA EN JERUSAI,ÉN


Ô T,a IGLESIA Y LOS
t
JUDÍOS

CAPÍTULO PRIMERO

La joven lglesia se reconstituye


Ç rl recogimiento
Los discípulos en el Cenáculo.-Días de piadoso recogimiento.-Composi..
ción de Ia pequefla Iglesia.-Yacante de Judas.-Moción oÍicial de Pedro.
que se requiere para ser promovido al Apostolado.-Matías y Bar-
-Lo
sabas.-Dios habla por la suerte.-Matías fué realmente el Apóstol düo-
décimo. (H echos, I, 12-26).

Á t, misma hora en que Jesús suàía al cielo, la fe de


los diseípulos reeibía su plena confirmaeión. Después
de cuarenta días de conscladoras apariciones, durante las
euales sus ojos, sus oídos, §us,manos habían podido cou-
v€ncerse de que era realmente É1, resucitado en con-
dieiones tales que su cuorpo, nbeóbstante haber pasado aI
estado çspiritual (1), vivía como si jamás hubiese conoci-
+-
(r) 18w., XV; ff Cor. III, U; IV, 4-6.

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l[ONEBfrOB LE.CÀUU§

do la muerte, verle elevarse sobre un rayo de glorie para


inaugurat, á" la derecha de su Padre, su reino eelestial, ha-
bía sido para ellos un postrer prodigio del todo eoneluyen-
te. Los pocos gue vacilaban (r) no dudaron más. Con una
eonfianza absoluta, todos quedaron en espera de aconteci-
mientos decisivos. Al fin iba á conoeerse la naturaleza.de
aquel reino tantas veces anunciado, tan mal comprendido
y eon tanta impacioncia deseado. Desde aquel momento,
los discípulos, teniendo en el eorazón las mismas eonviecio-
nes, el mismo amor, las mismas esperanzas, se trabían uni-
do para formar una especie de soeiedad aparte, 6 tam-
bién un pequeflo ejército, que eomenzó á prepararse pare
emprender una aeción colectiva.
EI historiador sagrado nos los muesbra reunidos on una
de estas habitaciones superiores, especie de diván espacio-
so quo se encuentra en toda casa oriental de alguna im-
portancia, y en donde la familia se reunía en horas de eon-
versación íntima y de oración (2). Este lugar era probable-
mente el mismo donde Jesús había eomido eon ellos la úl-
tima Pascua y pronunciado aquellos discursos de despedida
suaves y sublimes que embriagaban todavía sus corâzouer
y trasportaban sue almas. Por esto el eseritor sagrado ha-
bla de él eomo de un loeal de todos suficientemente cono-
cido. Se ha supuesto qlre era propiedacl de algún rieo y po'

(l) Ustán 17.


(2) Nada eer que su iugar de reunión
fuese alguna hubiese pcrmitido que en él
se instalasen ípulos del Crucificado, supo-

Yoyagc a,un pa,ys bibliqu,es, vol. L, p. 326.

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L
LA OBRÀ DT I,O§ ÀPóSTOLE§

deroso prosélitor Quo se tenía cer á los


discípulos de Jesús segura y co
Nó salían sino para sub;r al tarde, á

sas de Jesús por la inauguración de un nueYo orden de

Samaria y del mundo. Todo lo que se


refiere á" e to nos interesa: la vida que
llevaba, los le agitaban, el número y eI
nombre de sus soldados. Eran próximamente uno§ ciento
veinte (2), diviclidos en seceiones distintas: Apóstoles, Dis-
cípulos, y piadosas Mujer"s (B), con María y sus sobqinos,
llamado. tó. hermanos de Jesírs. Es la última vez que de
ésta se haee meneión en nuestros Libros Santos. Todos ir.'
tos referían eon efusión lo que habían visto haeer á su
Maestro ó le habían oÍdo deeir, pero Mar'ía, que había leído
en su divino ir-rterior, podía, mejor que todos, reconstituir
el eonjunto armonioso de su vida sobrehumana. Nadie,
como ella, había estado al corriente de sus más secretos
sentimientos y á la altura de sus leeciones.

(I) No hay oposición entre Luc., XXIV, 53, y el pasaje de_ los Hechos
qoà.o-.ntamos]Los Apóstoles podían habitar en el Cenáculo y á,lar-ez
asisLir regularmente á lai ceremónias cotidianas que en el Templo se cele-
braban.
(Z) Esto uo contradice á"f Cor,, XVr 6,porqug San Lucas no entiende
deàií que todos los fieles á Jesús estaban reunidos en el Cenácu-lo, ui San
Pablo porr" en Jerugalén la manifestación del Sefror á quinientos discípulos.
(B) 'Conservaban así el sitio que Jesús les había seflalado en sü Iglesia y
vivían santamente unidas á los Apóstoles, participando' como en los día,s
del Maestro, de todas las gracias de la piadosa comunidad.

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7
UONSEfrOB Í,8 CÀMUS

Sobre todo los Apóstoles debÍan tener. muy en cuenta


t
los encargos que habían recibido, como iefes del rebaflo,
y todo lo que interesaba aI porvenir de la joven IgIe-
sia. Reco{dando que Jesús había fijado su número en doce,.
en memoria de las doce tribus de Israel, se apresura,ron
á complgt?r este ntirnero simbólico, tan desgraeiadamente
comprometidô por la tra,ición de Judas. En efecto, eI hi-
jo de perdi*ción había dejado abierta una sucesión muy en-
vidiable á lo's ojos de los verciaderos amigos de Jesús. i, Po-
dían entrever perspectiva rnás gloriosa que la de figurar
en el antiguo estado mayor del Maestro, errbre aquellos
que- tenían las promesaó del porvenir? EI historiador sa-
gre§o se complace en repetir los nombres de los onee guo,
habiendo permanecido fieles, iban á encontrarse á Ia cabe-
za del rejno truevo y á, tomar su dirección. Eran Pedro,
Santiago, Jüan, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolonré, Ma-
teo, Saatiago hijo de Alfeo, Simón el Celador, y Judas,
hermano de Santhgo, todos en 1o sucesivo decididos y ab,-
negados hasta la muerte.
Responàiendo a" la expectación general, Pedro, gue
h"bffp recibldo de Jesús la misión de apacentar el rebaflo y,
por consiguiente, de ejercer en él la suprema autoridad (t),
levantóse en medio de la concurrencia é hizo la moción
siguiente: «Yarmes hermanos-quiza así indicaba que las
mujeres, aurrque fuesen de sobreeminente santidad, no
debÍan teper partp en el gobierno de la fglesia,-era ne-
cesario quei-se cumpliese la palabra de la Escritura, que el
Espíritu prediio por boca de David acerca de Judas (2)
ilã iÉr"i ;ú .lL lo. qo. prendieron á" Jesús. Él t
É+ il "uiu
(1) San Crisóstomo, fn fo. hont.88, define muy bien la situación de Pe-
dro entre los Apóstoles, y de sus sucesores en la Iglesia:or|p.o rôt p.a?qrôv xdi
ropus\ roA yopoi,
(2) Sin cluda que, en los dos salmos á que Pedro alude y que pronto cita-
remos, David habla de sus propios enemigos. Pero David es Ia figura prof6ti-
ca del }lesías, y los males que predice á los que Ie traicionan serán también
los males reservados áglos adversarios de Cristo. Bien tf,ue las palabras del
rey-profeta fuesen pronuociadas por {l en sentido persóhal, el Espíritu San-
to les dió al mismo tiempo un valor profético. Por esto dice el Apóstol
que el Espíritu Santo,g no David, vió á Judas en esta maldición.

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IJA OBBÀ DE I.oS ÂPó§TOf,ES

sido contado con nosotros, y llamado á, las funeiones de


nuestro propio ministerio. Con el precio de su maldad ad-
quirió oo .u*po, y habiendo caído sobre 8u vientre, re-
(1). Y esto
ventó po, -"dio y se derramaron sus entrafla§
les hizó notorio á todos los habitantes de Jerusalén, por
manera que aquel campo ha sido llamado en §u lengua
(z)' AsÍ e§ que-en eI
Hafreld,arna, esto e8, cünxpo d,e sd'ngre
libro de los Salmos está escrito: Quede su morada desierta,
ni haya quien habite en ella (3), y que otro ocupe eu lugar
en el episeopado (a).»
Sorpr"odá el tono soiemne y autoritario que _ toma de
,"p"oiu Ia palabra de Pedro, ayer todavía pesca«lor iletra-
ao aet lago de Genesaret, hoy doetor visiblemente versa-
do en la ciencia de las Escrituras. No estábamos aeostum-
brados á oirle hablar con tanta maiestad, mucho menog
eon tanta cieneia. I{a pasado algo muy extraordinario en
ei interior de este aldeãno galilú, que eita tan magistral-
mente Jos salmos, espigandó acá y allá lo qu9 hace á' su
obieto. EI ardor nativo de su alma vibra todavía en su
juício sobre Judas y su triste destitución; pero se nota
qru hu aprendido á contenerse, Y, en su! P-alabras, la au-
ioridad excluye desde luego toda vivacitlad intemperante.
Pedro se muestra de pronto el hombre de las nuevas re§-
ponsabilidades. Hu, tomado por lo serio el cargo de
jefe
àel colegio apostólico que re Ie ha confiado. Irn rayo de lo
alto Io hã pu"ãtrado ya, y, antes de Penbecostés, ha reei-
bido una comunicación del Espíritu Santo. En efecto, e[
Maestro no había dicho en vano á sus discípulos: (3Reei-
-(r) n^ra la explicación de las dificultades suscitadas por este pasaje,
C., vol. II
-ta la Yid,a d,e N. S. J.podría
veâse
É.t, ,itti*u frase m'u réntesis de San Lucas.
En íodo .".o, natural que el Teófilo el sentido de Ia
íJ"f* hebráa"Jrn
Haceld,corno, .ô*o .u explicación en boca de
Pedro hablando á judíos.
aI Me-
itÉ (S) Sal,rno f-/Xüiffr 26. Yemos este salmo aplicado muchas Yeces
" .ii*.'pf;;;*. 10 ;. cita'en Ju,a,n,II, #, y Ront., XY, a; 9l çrs. 22,en Juan' I
,-'lã' cita bíblica está tomada4|el Sal'mocvr['
T g. Lâ que los Setenta traduceri pot étroxotrfit; ex-
piesa intendente
'*}

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46 UONSEfrOB LE CÀilUS

ôid el Espíritu santo (1)!» su palabra les había comuniea-


'lo este Espíritu, el eual, visitendo sus almas con su gracia
abundante y efieaz, elaboraba aetivamente en ellas ãt m-
eeto vigoroso que Pentecostés debía transformar en per-
feeta obra maestra.
En elogio de Pedro notemos aquí guo, á pesar de tener
,
plena eoneieneia de su primaeía, j"rgu oi ,itit ni pru-
'donte gobernar por sí sãlo h rglesi,"o
.riãtirna. compráode
que la eabeza no es realmen te eabeza sino eon la .oodi.ió,
de estar unicla al resto clel e'erpo y de ser la misma expre-
,sión cle su
fiesten su
trs (z). Esta
€ueesores de Peclro en el gobierno del rebaf,o cle Jesucristo.
Paréeenos, pues, que nado .o-p.enclen de la admirable eco-
nomía del eristianismo los que, por una hipótesis quimérica,
quieren preyer circunstancias óo qr" pedro poáría haeer
ver que dirige Ia rglesia á espaldas del episcopado, como si la
primera conclieión de vida, para la eabezu, ,o fuese ol es-
tar en comunicación permanente eon las parües nobles clel
euerpo que ella gobierna.
(Es neeesario, pues-aflade el jefe de los apóstolos,-
que de estos hombres ('r) que han estado en ,r"úru eompa-
flía todo el tiempo que Jesús ha vivido ion nosotros, deede
'el bautismo de Juan hasta el en que apartánclose de nos-
otros se subió al cielo, se elija uno que: como nosotros, sea
testigo de su resurreceión.) Se es Apóstol par.a ser testi-
go, y el apostolado propiamente dicho será, ante todo, una
vocación al martirio. Así, no puecle eonfiarse más que á
honrbres cle eorazón. Las mujeresr por muy creyentes y
muy abnegadas que sean, están exciuí,las de é1. Se necesi-
tan testigos que se impongan y que impongan respeto. Ni
uno solo deberá flaquear euando llegue la hora de hathr. De
*
(l) Junn, XX, zz.
(2) Lo prueban las expresiones: êarnadv verl, Z}ffrcl, vers. 24; Éôorcrl
vers. 26.
(3) Lag ntujeres son excluídas del apostolado oficial: rôt àv6pit.

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47
LÂ OBRÀ DE LOÊ ÀPó§TOI'ES

sus afirmaciones animosas y unánimes resultará la evidento


certeza del Evangelio. Deãde luego, es pre_eiso que el-cuer'
po apostólico, ..p""."rtante titular de |a Iglesia militan-
te, se dé á".uoo"L. en su integridad oficial,-por lo que'. sin
ta*danza, hay que completarú. Deben ser l)oce para ir á'
anunciar en seguida á i"s doce tribus de Israel,'despué, ?
los Samrritrrà y en fin al mundo entero, el milagro deci-
sivo de la Resr.r.eción. se les eontradirá, pero ellos man'
tendrán su leal testimon io, á, pesâr de todas las violoncias,
y lo sellarán valieutemente con su sangre'
La asamblea decidió escoger entre dos eandidatos que
le parecieron iguaimente dilnos de tan temible honor. EI
uno era José úr.rbrs, el otro lVlatías. Àmbos habían sido,
desde eI principio, diseípulos de Jesús. Esta era la prime-
ra condi.ior, p*.* la eleg;ibilidad. según u.na antigua tra-
dición .orr.igo"cla en Eusebio (1) y urencionada por sa,n
Epifanio, MJtí", habría perteneeido al grupo de los Se-
tenta discípulos. En cuanto á José Barsabas, 1o", según
una costumbre muy extendida entonces, llevaba un so-
brenombre romano y era llarnado también Justo, no eon-
viene confundirlo cãn José Barnabas. Estos dos nombres
Barsabas y Barnabas no podrían, en efecto, identificarse
(2).
ni en á la formr,, .r1 cuanto al sentido Quizá
"r,
"rroto de Judas Barsabas que aeompafló á Pablo y
,era hermano
(s), y cuya influeneia
á Bernabé cle Jerusalén zí Antioquía
pareee haber sido grande en la Iglesia primitiva. Barsa-
Lr, un nombre patronímieo, como Bartolomé y tantos
"r,
otros. En todo caso, estamos autorizados para creer que, á
lo menos por su fe, el émulo de Matías estaba á la altura
cle lo qoeie.ús pedía á sus discípulos. Según el testimo'

(l) Eist., Ecles.,I,L2. ó Bernabó


introducirá más tarde á Barnabas
iri ea"-a., .I iri.lã.ir.dorcual
(cap. IV, 36), como uno del se trata por vez primera (*)'

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IIONSEIÍOR LE CÂMUS

:*
T
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LÂ OBRÀ DE LOS ÂPó§TOLEB

Samuel hizo elegir á Saúl rey de Israel (1). Los Apóstoles


pidielon que el eielo confiriese, por un procedimienbo se-
mejante, ol honor del apostolado á uno de los dos candi-
datos, euyos méritos personales se equilibraban. Esto era
una reminiscencia del Àntiguo Testarnento en el umbral
del Nuevo. Después de Pentecostés prevalecerán otras
ideas, y el Espíritu Santo se reservará el derecho de ha-
blar, no ya por la suerte, sino por sus obras y por sus
hombres.
De los dos nombres puestos en la urna, salió el de Ma-
tías. Desde aquel momento. el duoclécimo Apóstol, acepta-
do por todos como sucesor de Judas, bornó asiento entre
sus eolegas. Las obras del novel electo no nos son conoei-
das (2); pero esto no es una razón para suponer, con aigu-
nos, que esta eleeción cle Ia suerte, ratificada por la asam-
blea crisbiana, no fué grata al cielo (5). Siete, por lo menos,
de los ol,ros once miembros del Colegio Apostólico, están
tan poco meneionados como él en el libro de los Heehos y
en lo que nos resta de los documentos sobre la historia de
la Iglesia primitiva. Que Pablo Íué más tarde direetamen-
te designado Apóstol por eI mismo Seflor, esto es eviden-
te; pero que esta eleceión tuviera por obieto cornpletar el
grupo simbólico de los Doee, como si la de MabÍas no hu-
biese tenido lugar, nada Io indica. Por el contrario, los
textos más preeisos testifrcan que Pablo fué eseogido, ade-
más de los Doce, pâ,ra una misión espeeial y una represen-
tación aparte. Los Doee se dirigirán á fsrael, Pablo debe-
rá. ír á los gentiles (r). Aquéllos son los apóstoles de Ia cir-
euncisión; éste ei predicador de los incircuncisos. Es ineon-
testable que podría establecerse una conmovedora antítesis
entre Pablo y Judas, y eseribirse una hermosa prígina so-
bre aguél como heredero de éste, el gran servidor de Je-
(l) f Reyes, X, 20.
_(?) Nicéforo,Il, 40, $ice que predicó el Evangelio y sufrió el martirio en
Etiopía.
(:]) Stier, en su libro de los Discout's cl,es A1tôtres,I, 15, hasosteniCo esta
tesis caprichosa.
. (+) Galat.,II, 9.

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MÜI{SIN*OB LE CÀD[,g§

§ucrisbo que por su heroíBmo en el bien aventaia á lo quo


la infamia del traidor se había atrevido en el mal; pero Ia
verdad vale más que la imaginaeión, y la exaetitud uo
puede ceder el paso á" consideraciones sentimentales. En
ninguna parte se ha dicho que el Espíritu Santo anulara,-
oomo prematura é ilegal, la elección de Matías, y sabe-
moe, por el contrario, que Pablo, separ'ándose intenciona--
damente de los Doee (1), cuidó de reivindiear para sí una.
elección rnás direebamenbe divina que la del sucesor de
Judas.
Así reconstituído el grupo apostólico, prestos los doce.
testigos á partir a" la primera sefial del cielo, sólo habÍa.
que esperar esba seflal. Una circunstancia del todo na-
tural parecía que debía provoearla. Se acercaba el gran
día de Pentecostés. Los iudíos helenistas llamaban asf (2i
la fiesta en que fsrael ofrecía á Dios los panes heehos con
la harina del trigo nuevo. Durante las solemnidades pa§-
cuales se había presentado á Jehová las primeras bspigae
maduras; cincuenta días después, debía celebraree el fin di-
choso y el resultado eonsolador de la cosecha. Jesús, grano
de trigo misterioso arroiado en el surco por los malvados,.
pero resueibado por su Padre, ino aprovecharía esta oca-
sión para presentat' al mundo á sus discípulos confir'mados
y llenos de valor, como fruto bendito de su muerte y de
su resurrección? iPodía escoger uua circunstancia más pro-
picia para acabar su obra por la intervención del Espíritu.
Santo y, como el gran sacerdote en el sacrificio de acción
de gracias, ofi'eeer en seguida á su Padre las primicias do
su fglesia vivà y militanbe?
EI rabinismo de los últimos tiempos quiso ver en la fies-
ta de las Siete Semanas un recuerdo de la promulgación
de la Luy divina sobre el Sinaí; porque se contaba qge ha-
bían transcurrido eineuenta días entre la primera Paeeua

(l) f Cot'., XY, 9.


(2) ?ob.,II, L; II Macub., Xll, ,tz; Josefo, Antiq., [II, 10, 6, etc. En he-
breo se llamaba la fiesta de la íJosecha, ó de las Semanas. Sobre su institu-
ción, véase Leuít., XXIII, 16-22; Nrím., XYIII, 26-31, etc.

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T-A OBBÀ DE LO§ ÂPóSTOLE§ ãL

y esta promulgación. Si bien esba pretensión no tiene nin-


gún apoyo en la Eseritura, la teología de entonces la adop-
trd, {t). iNo era natural esperar. que la L"y Nueva sería.
anuneiada oficialmente a Israel el mismo día en que se
festejaba la prornulgación de la Antigua?
Sea lo que se quiera de estas interpretaeioues sirnbólicas,
no os dudoso que los discípulos se sentían en vísperas de.
aeontecimienbos imporbantes. Debían suponer. que no en
vano habían sido convocados á Jerusalén con ocasión de la
gran fiesta, y que era preeiso estar á la expeetativa de.
todo, preparándose en eI recogimiento y la or.aeión.

(I) Los rabinos Ia llarnaban la fiesta de la Ley ( Pesachina, foi. 68, z).
\réase en Schoettger y Wetstein, I[or. hebr., ad, h. loc. Maimonides ( More
Neoochim, rlr, 4t) dice: «Festumseptimânarurr est ille dies quo lex data
fuit.» San Jerónimo (ad Pabiolam, Mansio xlr) y San agustín (Cont"
.Fausüum, xxxll, 12) sostienen esta opinión; mas ni I'ilón niJosefo parti-
cipan de ella.

I I

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CAPITULO II

El Pentecostés cristiano

La maflana de Pentecostés.-Yenida milagrosa del Espíritu Santo.-El don


-Razonamientos de multitud.-ResPles-
de lenguas.-En qué consistió. la
ta de Pedro. -Su primer discurso apologético.- Dios designó á Jesús ôomo
Mesías; los judíos le crucificaron como criminal.-iQuién tenía mzón'l-
Felices.resultados de esta primera predicación. (Eechos, II, I at1.

Llegó la solemnidari de Pentecostés. Tan sólo duraba un


día. Cornenzada desde la víspera(r), á la puesba del sol, el
historiador saglado tiene razón al decir que la fiesta esta-
ba en su apogeo cuando tuvo Iugar eI hecho por é1 narra-
.do. Serían, en efeeto, las ocho de la mafrana lz). La peque-
fla iglesia cristiana, agrupada en el sitio ordinario de sus
reuniones (3t, preludiaba, con una especie de culto privado
y del todo íntimo, la gran demostración religiosa cuyo tea'
tro ofrcial debía ser el Templo. De repente, y sin que fue-
€e posible explicarlo naüuralmente (a), se oyó un gran rui-
do. Llegaba de las profundidades de los cielos. Dios era
su autor. I)iríase un viento de tempestad abatiéndose so-
bre la casa en que los diseÍpulos esbaban sentados y en-
(1) Este es el sentido más natural que puede darse á la expresión de
San Lucas; êv rÇ avy"zittlpo}olot La fiesta, comenzada en la víspera, termina-
ba al día siguiente. Otras explicaciones son poco satisfactorias.
t2) Según Heclns, If, 1ó, Pedro pronunció su discurso á eso de las
nueve.

cierran ta fy$a á toda inter$retación naturalista.

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r,A OBBA DE LO§ APóSTOLES

volviéndola por todoe lados. Era el murmullo terrible de


'aquella voz del Seflor guo, como dice el Salnrista, estre-
mece el desierto y quebranta los cedros del Líbano. Et edi-
ficio fué sacudido hasta los cimientos, en tanbo que un
prolongado mugitlo resonaba en todas sus dependóncias.
Al mismo tiempo, como si la ma.ifestación celeste de-
biese enürar por los ojos tanto como por los oídos, los dis-
cípulos vieron presentarse lenguas que parecían de fuego.
Sobre la humanidad sin mancha de Jesús, el Espíritu San-
üo había descendido e* Íorma de paloma; sobre la huma-
nidad eaÍcla y mancillada, vino como la tempestad que
desarrai ga y como el fuego que abrasa. Estas lenguas eim-
bólicas sis,]iflcaban el lenguaje ardiente del Evangelio que
dúía purificar al mundo. Dividiéndose, fueron á po.rr.u
sobre eada miembro de la asamblea. Así, el cielo coronaba
á los suyos con una diadema de llamas, para mejor mani-
festar afuera el fenómeno milagroso que se operaba dentro.
E[ Espír'itu Santo, penetrando eon todos Bus dones en el
alma de los discípulos, derramaba en ellos la cienci* {rt, la
faerza,la santidad, I creaba, por decirlo así, una nueva
naburaleza en ellos, capa z de todas las energías, hasta la
efusión de sangre. Después de la Creació, y la Reden-
ción, era ésba la tercera, vez en que Dios iluminaba, como
'en pleno día, la trumanidad. Con razón Àe vió en ella una
especie do manifesbación que recordaba la del Sinaí, la
fiesta de la unión de los pueblos y la antítesis cle su anti-
gua dispersión.
Un enbusiasmo religioso, que antes les era desconocido,
se apoderó de los discípulos en el mismo instante. Trans-
porbados por la gracie, que los agitaba, dirigían todos á la
vez, coD, una armonía poderosa, gritos de amor y de ado-

T. IY

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MONSEfr'OB Í,8 CÂMU§

raeión aI cielo. alababan á Dios, y, iprodigio singular! ha-


bieban todas las lenguas de la tierra. En Babel, eI espíri-
tu del mal había traído, con la confusión del lenguaie, Ia
división de la humanitlad orgullosa y prevaricadora' En
Pentecostés, el Espíritu de Dior venía á suprimir esa de-
testable separació^; y, para afirmar más visiblemente que,
después de t, Redención, el mundo entero no sería más quo
(1)
oo* inmensa familia, verdadera Iglesia universal en la'
que el Evangelio, anuneiado á todos los pueblos, no ten-
árír, como l"'Le1', le,gua preÍêrida, concedía á los 'tpó-q'
toles ei don de haeerse entend.er en todos los idiomas de'
la tierra (2).
De estos dos rnilagros, Ia venida sensible del Espíritu'
Santo en los Apóstoie§ y el don de lenguas, el rnás impor-
tanto era, sin dodu, el primero. EI es el que constituye Io'
esencial de la manifestacióu celeste y el que debe Progre-
sivamente asegurar el clesonvolvimiento del reino de Dios-
acá en la tierrã. Et otro fué simplernente el símbolo de
una idea y no tuvo urás que una importancia transitoria'
Fueron líenad,os tod,os d,et Espíritu Santo; he aquí la gran-
de obra de Pentecosbés. Comenzan"on d, hablar ett' d'iuersas
lenguas; he aquí un incidente milagroso que la exégesis
debe reducir á su iusbo valor.
Se ha pregunta'tlo.i el milagro se produjo en los labios
do los efOsãtes hablando sueesivamonte todas las lenguas'
del mundo, ó en el oído rle los oyentes entendiendo, cada
uno en su lengua, los discursos que en realidad lOs após-
toles prooor.I"ban en arameo. Algunos Padres de Ia Igle-
sia (3) admitieton la última bipótesis, suponiendo así que

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LA OBRA DU LOS APóSTOLES

el suieto en quien se eumplía el milagro fué la mulbitud


inerédula y no los discípulos ereventes. Su opinión no po-
dría autorizarse con el sagrado texto (t). En efecto, en éI
se lee, no que los oyentes come:ozàron á entender la len-
gua ordinaria de los Apóstoles en sus idiomâs respectivos,
sino quo los Apóstolês se pusieron á hablar lenguas dife-
rentes do aquellas que hasba entonees habían hablado.
Por lo demás esto Io había prometido Jesús á sus fieles:
«hablarán lenguas nuevas tz). » El milagro eonsistió, pües,
en un poder dado á los ereyentes de hablar, no todas las
lenguas, sino algunas lenguas nuevas, y du hablarlas, no
á su antojo, sino á medida que el Espíritu Santo les comu-
nieaba esta faeultad (3). Además, no reeibieron este don
pare predicar á, la mulbitud, sino para alabar al Seflor.
En lenguas extraflas hablaban á Dios antes de la llegada
de la muehedumbre, y nada indica que hubiera interrum-
piclo su himno para dirigirse á ella (a). Cuando Pedro Ia

nos han sostenido esta opinión apoyándola en que San Francisco Javier,
San Bernarclo, San Antonio de Padua, San Vicente Ferrer, se hacían enten-
der de oyentes cuya leugua ellos no hablaban. Mas hay que creer que estos
ilustres santos entusiasmaban sobre todo á su auditorio por su acento pene-
trante y su exberior, más elocuente todavía que sus discursos. I[o se dice
que ninguno de estos grandes apóstoles de los tiempos rnodernos haya ape-
lado, para probar su misión divina, á este poder milagroso de hablar todas
las lenguas, ó de hacerse entender de todos no hablando más que una.
Semejante argumento en favor de su predicación no hubiese carecido de va
lor.
(1) Heehos,II, a.
(2) Murc., XVI,17.
(3) Hech.,II, +. EI texto es explícito.
(4\ Para entender bien nuestro pensamiento, conviene olvidar un mo-
nrento las opiniones poco fundadas y, con todo, comúumente admitidas so-
bre el milagrode Pentecostés y atenerse al texto, que es un guía mucho más
seguro. El vers. 2 nos nuestra á los discípulos juntos en la casa, reunidos en
el cenáculo ó en la terraza, y allí es (vers. 4) donde hablan en diversas len-
guas. Los oyentes y los curiosos no llegan sino después de hqber comenzado
el milagro (vers. 6). Oyen que algunos discípulos hablan su lengua nacional,
no que cada discípulo hable todas las lenguas. Se pasman porque aquellos que
alaban á Dios son todos galileos (r,ers. ? V 8) y no judíos de la dispersión. EI
desorden tumultuoso de tantos idiomas diversos hablados álavezhace que al-
gunos supongan que los discípulos estaban ebrios, y confunden la admirable
escena de la acción de gracias con los gritos y te que
he perdido la razón (vers. tB). Esto no se explic que el
milagro se hubiese verificaclo en los oídos de la e que

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MONSENOR, LE CAMU§

arengó, lo hizo verosímilmente en arameo, lengua quo era


familiar á todos los judíos, cualquiera que fuese el país de
su procedencia (1).
Pablo, caracüerizando esbe fenómeno rnilagroso de la
giosolalia, dice que (quien habla lenguas, no habla parâ
los hombres, sino para Dios (z).» Primeramente habla pa-
ra sí, sentetipsum a,eclifi,cat; después para Ios otros, si al-
guno le cornprende. En realidad, la hipótesis que abribu-
ye los Apóstoles el poder de ent'ender á bodos los pue-
blos^ y de hablarles en sus leuguas respecbivas no se apo-
ya en el milagro cle Pentecosbés, ni en ningún hecho
consignado en la hisboria de la Iglesia primibiva. AI con-
trario, en ella leemos que Pedro se servía de Marcos como
de un inbérprete(3), y más tarde veremos que Pablo, aun-
que muy bien dobado con el don sobrenatural dc lenguas,
no comprendía siempre el iciioma de Ios pueblos eubre ios

cada oyente hubiese advertido que su propia Iengtra era hablada por cada
discípulo. De este fenómeno hubiese resultado, en efecto, la más adrnirable
unidarl. Otro punto esencial que hay que observar es qlte los discípulos no
predican á la concurrencia. Semejante predicación hubiera sido á Io menos
muy caprichosa, pues cada uno hubiera clebido dirigirse á una sola categoría
de oyentes (rt aquellos cuyrr leng'ra el hrr,blaba), y, sin embargo, la predicación
hubiese sido colectiva, hablando todos ála vez, ct)rlro si fuese posible que en
esba conf usión cada oyente pu,liese seguir nl orador que á é[se rtiligía. Ade-
más i,es admisible el hecho Ce qrre cienbo veinte preclica,lores hablaran á la
vez, &un currndo hubieran htblado una sola leng,1i1, milagrosaruente tradu-
cida pa,ra oyentes cle diversa nacionalidatl? lirto fuera superfl,ro, con uno só'
lo bastara. Por tanto, con razón el 6i.6ep[a,lor sagrado precisa (v. ll), no
que los discípulos predicahan, sino que cant'tban las alabanzas de Dios.
En côsa de Cornelio, en Ces'irea, l«rs neófiüos recibieron i,lénticatnente el
mismo don de lenguas, y se sirvieron de é[ en seguida. iSe dirá que fué para
preclicar? Ellos no tenían seguramente que h reerse oir por oyetrtes de nacio-
nalidades y de lenguas diversas. No hablaban sino para alab,tr á Dios. Todas
estag razones son por sí solas coneluyentes;pero aunque lo frresen menos,
lo que San Pablo dice de la glosolalia en las asanrbieas cristianas de Co-
rinto no permite la menor ob.ieción.
(l) Obros suponen que habló en griego, mas sin probar su hipótesis. En
otra circunutancia solemne, leemos que Pablo habló al pueblo en arameo.
(Ilech,, XXI, +o).
(2\ f Cor., XIV, z.
(B) Vé,rse Papias en Errsebio, If. 8., II[, :xt. San Ireneo le da el título
de êppqvets ó éppr1vewi1s. En Clemente de Ale.i. (Strom., VU), Yemos que
los basilidos decían lo misnro de un tai Glauquias.

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LÂ OBRA DE LOS ÂPóSTOLBS t7

cuales se hallaba 0). Àdemás, la manerâ como los Apósto-


les eseriben el griego, con visibles incorreeciones, numero-
sos arameísmos y eon dificultad alguna vez harto notoria,
honraría poeo al Espiritu Santo, que, en esta hipótesis, ha-
bría sido su profesor oficial.
Mas si este don de lenguas ó de glosolalia no servía de
nada en las relaciones ordinarias de Ia vida, ieuál era,
pue§, su olieto? Porque Dios uo obra procligios sin utili-
dad. Para responder á est:r cuestión, hay que I'eeordar qtre
este fenómeno sobrenatural, muy común en la Iglesia pri-
mitiva, se encuenbra rnencionado en otros tres pasaies de
nuestros Libros Santos. y hry que caracterizarlo por la
eombinación de estas indieaciones diversas. Así, en Cesárea,
se produeirá en easa de Cornelio, del mismo modo que aquí
se produjo {zl. Igualmente, en Éfe.o, los diseípulos de Juan
Bautista, convertidos por Pablo, hablarán lenguas nuevas
y profetizaú,n (3). En fir, este mismo don se manifestará
en las jóvenes eomunidades eristianas, y Pablo, escribien-
do su prin-,era Epístola á los Corintios (a), procurará preci-
sar su verdadero aleance. Sus indieaeiones deben ser para
nosotros decisivas. Sería, en efecto, muy arbiürario pre-
tender 9uo, salvo quizás el grado de intensidacl, rio nos
hallamos absolutamente en preseneia del carisma que en
todas partes se manifiesta un poco duranbe este período
de la Iglesia nacien5s (5). Pues bien, San Pablo supone,
(1) Hech., XIY, lt-14: parece que'no entencliri lo que los licaonios de-
cían en su dialecto particular.
(2) Pedro (Hechos, XI, tá) dice: «El Espíritu descendió sobre ellos, co-
mo deseendió al principio sobre nosotros.» Pues bien, el historiador caracte-
riza esta acción del Espíritu Santo diciendo que se oía á los convertidos ha-
blar lenguas nuevas, no predicando, sino glorificando á Dios (Eech., X,46).
(3) Ecch., XIX, 6: «Descend-ió sobre elios el Espíritu Santo, y hablaban
varias lenguas y profetizaban.
(4) f Uor., XII, to, 30, y XIY entero.
(5) La identidad del don resulta evidente si se compara la identidad de
las expresiones empleadas para designarlo. Itrn la Epístola á los Corintios,
Pablo caracteúza muchas veces este fenómeno eon. las palabras $úoous
trcÀeÍr, loqui linguis ( I Cor.rXIV, 5, 6, 13, 23, 39).Ahora bien,lamisma fór-
mtr'la se encuentra no solamente en Hech' XIX, 6: dÀdÀouy 7tróoocrs, pârâ
indicar el carisma conferido por el Espíritu Santo á los discípulos de Efeso,
y adernás en ÍIeeh., X, 46: oürôv ÀoÀoút:l.ov 1\cboaors, á propósito de los con-

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TTONSENOII, LB CAMUS

analizándolo, que es posible hablar lenguas que no sólo


ninguno de los concurrentes entiende, .ioo qoã t*-bién el
que las habla es con frecuencia incapaz de traducir. En es-
to caso, da muy naturalmente ia pref<lrencia al don de pro-
fecía ó de predieación, como pronto veremos que lo mismo
hace Pedro, el cual, en su diseurso, deja á un lado la glo-
solalia para incluirla en el don de prt-,fecía prometido por
Dios á los que habían recibido el Espíritu Santo. Es, por
tanto, natural que Pab'lo pusiera gran diligencia en hacer-
nos entender la imporbancia muy relativa y el caráetor
transitorio de semeiante carism6 (1). Éste se presenta, so-
gúo el Apóstol, or hombres plenamente absortos en su
uuión con Dios, ;r Que ya no saben si están en su euerpo ó
Íuera de su cuerpo. Su lengua es una lira que la graeia
hace cantar, reza,r, agradecer en todos los idiomas de Ia
tierra. Edifica realmente ver aI Espíribu obrar en los cre-
yentes efectos tan prodigiosos, y un primer resultado de la
glosolalia es probar á los infielss (2) el poder del Espíritu
Santo. Con todo, la edificación no es completa sino cuando
la congurreucia comprende las palabras ardientes, los tras-
porbes de fe, Ios gritos de amor así pronunciados. Si no los

vertidog de Oeeárea. Pues bien, Perlro declara, Heeh., XI, I5, que lo sucedido
€n casa de Oornelio |né ahsolu,úamente pareeid,o á lo que ocurriera en Pente-
costés: õorcp xo.l éQ fipâs êv &pxi. Y, efectivaurente, el fenómeno de Pente-
costés es determinado por estas misnras expresiones: 7Àôoaors ÀaÀeiy ( Hech.,
II, a;. La palabra érépots no indica diferencia, porqueseencuentra también,
en cuanto al sentid.o, en f Cor., XIV,'21, y eo f Cor., XII, t0, 28; XlY, r,
10, etc.
(l) Este don, lóglcarnente relegado á segundo térnrino por un maestro
como é1, desaparece pronto para dar luglr á otrós más útiles. r\i el Pustor
de llernras, ni las epístolas católicas lo mencionan. Sin embargo, San Ireneo
( Ad,a. llaeres., Y, 6) habla «cle muchos hennanos (lue él ha oído en la asam-
blea cristiana profetizar y hablar en diversas lenguâs), zrazzoôorrois 7Àôacars.
Tertuliano ( Adu. -lÍarc., Y, 8; de Anima,IX; menciona algunos dones espi.
rituales qne se manifiestan en los montanistas, y uno de ellos es el don de
lenguas. A partir del siglo III, no queda rastro de la perpetuidad de este
fenómeno. Lo Quo se cuenta de carismas análogos concedidas á ciertas sectae
cristiauas, los carnisardos, en las Cevennes, los cuáqueros, los metodistas,
y más recientemente los irvingianos, pàrece que no es más que una falsifi-
inficación de la primitiva glosolalia.
(2') I Cm., XIV, 22: Itaque linguae in signum sunt, non fidelibus, sed
lelibus.

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LÀ OBBÀ DT LO8 ÂPóSTOLtsS'

.comprende, preciso es que alguno §e levanto Para explicar-


Ios. Sin esto, vale cien veces más Ia predieación elocuente
entusiasta de los Profetas. Así se exPresa Pablo en su
y'Epístola.
Ahora bien, los intérpretes naburales serán, ó eI
*i.-o qo" habla la lengua extrar:iera y que debe, ante
(l), ó algún miem-
todo, pêdir á Dios el don de traducirla
bro dã la asamblea el cual, por su origen y sus relaeiones,
€Bté familiarizado con ella. En todo cago, la utilidad del
prodigio estará en razón clirecta de la facilidad con que eI
auditorio pueda conrprender'.
Do est,a-suerbo se explica Ia capiLal irnportancia de lo
que pasri en Pentecostés. Los Apóstoles habrían tenido
ciertãoreute eI don de tr:aducirse, 1)ero no hubo neeesidad.
No hacian falta intérpretes naturales, Porque estando re-
presentados en la asarnblea todos los pueblos de ia tierra,
ãada urlo de los oyentes atesbiguó que oía hablar en 8u
lengua propia. EI procligio fué tanto mayor, cuanto §e ex
tenáía á crui todas las lenguas del rnundo conocido. Pero
.el Espíritu Santo tenía otras miras que la de asombrar á"
Ia muititud con la exhibición de un don sin grande utilidad
práetica. Quiso-y aquí está el aspeebo imporbante de la
glosolalia,--profe tizar Io por venir. En el homento mismo
ãr, quu iouugota su reinado sobre ia humanidad, el mila-
gro por Ét úr*do es principalmente simbólico. Un día to-
ão. io. pueblos le pertenecerán; entre tatrto, de ellos toma
posesión, haciendo que la Iglesia naciente hable los diver-
(2). AI
Ãos leoguajes que hablará la Iglesia de lo por venir .
principio iudica lo que sucederá al fin. al mismo tiempo,
y ord,enación á esbe inmenso resultado, derribâ, con
"o-ã
ãu soplo las barreras que separan las naciones, y testi-
monia altamente que quiere hacer'de ia humanidad una
sola familia, en la eual se hatrlarán indistintamente todos
los idiomas de la tierra. La fe de Israel, por otra parte, §e
complacía en cantar la unión de los hombres en un solo

(l) r Cor,, loquitur l!ng-uâ, oret ut intcrpretetur.


iri En toá número de lenguas habladas simultá-
aeanente fué ido.

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l[ONBEfrOR LE CAiIU§

pueblo con una sola lengu&, como el gran prodigio de los


tiempos mesiánicos G). Para cualquiera que en ello reflexio-
ne, el don de lenguas no era sino el universalismo cristia-
no, proelamado por un hecho milagroso. En realidad, eI
Evangelio vino á hablar al mundo, no una lengua naeio-
nal, sino la lengua de la humanidad. Por sí mismo se tra-
duce á todo el que quiere oirlo, ,v el EspÍritu de Dios se
enearga de haeerlo siempre llegar al oído del corazón. Tal
es el sentido real y razonable del milagro de la glosolalia.
Reproduciéndose en adelante en los grupos importantes de
nuovos eonvertidos, en Cesárea, eo Éf.§o, en Corinto, se-
flalará las etapas principales de la Iglesia haeia su roino
universal, y durante un siglo, será como la garantía de que
este reino, prometido por Dios, no faltará. EI día en que
toda la humanidad haya oído la Buena Nuova, la glosolalia
será inútil. Sin milagro y con pleno derecho, la Iglesia ha-
blará todas las lenguas de la tierra.
Desde el punto de vista psieológieo, se eomprende que
el Espíritu Santo puede apoderarse del alma del creyente
I, on el éxtasis en que la arrebaüa, inieiarla en una cieneia
sobreeminente, no sóio de lenguas, sí que también de su-
eesos. De ia glosolalia á la profeeía no había más que un pa-
so. Puede asimismo decirse que ésta es el coronamiento de
aquélla, Así veremos que Pedro no se euidará muy pronto
sino del don de profecía, y no del don de lenguas conce -
dido á los hijos de Israel (2).
Sin insistir más en esta explicación del don de len-
guas,-la úniea sat,isfaetoria, al pareeer,-el prodigio tiene
una signifieaeión eseneial quo por todos debe ser conocida.
Después de tantos siglos de blasfemias y de impiedad,
Dios se eomplacía en ahogar los elamores idolátricos de lo
pasado y en presagiar la adoración universal de lo por venir,
arrancando á sus nuevos escogidos esta primera alabanza
solemne en todos loe idiomas de la tierra. Nada más eon-

(l) Se dice en el testanrento de los doce Patriarcas, p. 618: Etr Àcór E:vdlr
ral 1)tôtaoo. plo,,
(2) Hcchoq II, 16 y siguientes.

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LÀ OBBÂ DE LOB ÂPó§TOLES 6l

movedor quo semejante himno de reparaeión públiea, sa-


liendo de los peehos vigorosos de aquellos galileos yr, _ape-
sar de la diseordaneia de lenguas diversas, subiendo al
eielo eon la más poderosa armonía. Era el Te Deum de
la humanidad que eantaba su libertad. Emancipada del
mal, afirmaba su Í'e en mejores destinos.
El ruido extraflo que de súbibo había retumbado en la
easa y los gritos entusiastas ó las demostraciones exterio-
res de los diseípulos llamaron la ateneión de los transeun-
tes. À los primãros euriosos que se acerearon, se les juntó
bien prontã una multitud de otros. Era la hora en que la
eiudad entera, desparramada por las ealles, se disponía á
subir al Templo para el oÍicio religioso de la maflana. Pe-
regrinos de todos los países ó habitantes de Jerusalén sê
,pifl^"or, gran número alrededor del Cenáculo. Los.
".,
asombraba sin duda lo que veían; pero 8u Eorpresa fué mu'
ehísimo mayor euando, al prestar ateneión, pudieron to_dos
ellos conveneerse, eualquiera que fuese su naeionalidad,
de que oían alabar á Dios en sus lenguas respectivas. (2Por
ventura-deeían-sst6g que hablan no son todos Galileos?
iPues eómo es que les oímos eada uno de nosotros hablar
nuestra lengua nativa? Partos, medos, elamitas, los mo-
radores de Mesopotamia t1), de Jurlea (2), de capadocia, del
(s),
Ponto, del Asia, de Frigia, de Pamfllia del Egipto, de

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MONSENOR LE CAMU§

las partes de la Libia, confinante con Cirene, los que han


venido de Roma, tanto judíos eomo prosélitos, los cre-
tenses y los árabes $; á todos los oímos hablar en nues-
tras propias lenguas las maravillas de Dios (2).»
De esta suerte expresaban su asombro, en alta voz, es-
tos peregrinos venidos de todos los países que están bajo
los eielos, pues el judaísmo tenía hiios er] el mundo
'entero (3). Filón asegura que, en su tiempo, los había en
toda ciudad importante del Imperio y hasta en las islas
'de Europa .y de Asia. Primeramente, fué la rnano de los
eonquistadsres Ia que los dispersó entre los medos y en las
'orillas del Eufrates. Más tarde, fueron enviados como co-
lorrias privilegiadas á ciertos distritos del Asia y de Egip-
to porAleiandro Magno y sus sucesores, los Seleucidas ó los
Tolomeos. Mas el espíritu mereanbil de aquel pueblo fué
el que principalmente los atraio á" Ias ciudades comer-
ciales del mundo greco-romano. Por un designio providen-
cial, los judíos representaban, en el seno de la idolatría
más abyecba, la noción del verdadero Dios, y, conservân-
do la esperanza en un Mesías venidero, disponían los espí-
ribus para el establecimiento de la religión nueva.
Oir hablar: así, no solamente las diversas lenguas del
mundo, pero también sus dialeetos particulares: por estos
hombres inspirados, pareeio á,los rnejor dispuestos el más
asombroso de los milagros. No disimulando su admiración,
se decían unos á otros: «iQué novedad es ésta?» El grupo
,de los escépticos y de los saüíricos malvados expresaba de

tiende á lo largo del mar Egeo y que comprendía Jonia, Lidia, Misia y Oa-
ria. Su capital era Efeso. Era de mucho Ia más rica de las provincias romanas.
Frigia estaba más al iuterior del continente. Pamfilia se hallaba cerca del
mar.
(l) De las cinco naciones últimamente nombradas, en tres de ellas espe-
eialmente ha,bía gràn lnezcla de judíos: Egipto, la Libia cirenaica y Roma,
«londe los verernos, según Tácito, hacer sombra al gobierno imperial.
(2) Hablaban, pues, casi todos los dialectos de las principales lenguas del
rnundo civilizado. En esta enumeración de quince pueblos representados en
Pentecostés, no se siguió rigurosamente ningún orden geogrático ó etnogró-
fico.
(3) Josefo, B. J., fI, 16, 4, hace decir á Agripa que en ei muudo no ha-
bia ninguna uación en que los judíos no se hubiesen esta,blecido.

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LÀ OBBÀ DE LOS APOSAóLE§

.otro modo sus sentimientos. Las almas indignas de reeo-


nocer la verdad y de saborearla procuran ridiculizar á sus
defensores. (Estos sin duda-decían,-están llenos de
vino dulce (').» iOomo si la embriaguez, en lugar de ense-
flar lenguas nuevas al hotnbre, no le hiciera olvidar las
que sabe!
Pedro oyó este insulto hecho al EspÍritu Santo, y, ade'
lantándose con los Onee (2), se dispuso á repararlo. A é1,
corno boea autorizad, y corifeo oficial del grupo aposbóli'
co, le correspondía el derecho de tomar la palabra. La pla-
taforma de la càsa, ó Ia escalera exterior que á ella condu-
eía, debió servirle de tribuna improvisada. Desde allÍ,
-dominando á la multitud, su voz vibrante impuso silencio.
Habiendo saeudido el éxtasis en que su alma eantaba
poco ha, en lenguns nuevas, las grandezas de Dios, se ex-
presó quizás en griego, ó más probablemente en arameo,
eI idioma nacional Íamiliar y particularmente grato á su
auditorio: «ioh vosotros judíos--exclamó,-y todos los
.demás que moráis en Jerusalén! estad atentos á lo que
voy á, deciros, y escuehad bien mis palabras. No están és-
tos embriagados, como sospecháis vosotros, pues no es más
que la hora tercia del día; sino que se verifrca lo que dijo
el profeta Joel: «Sucederá en los postreros días, dice el
.Seflor, que Yo derramaré mi Espíritu sobro todos los hom-
bres,y profebízará,n vuestros hijos y vuestras hijas, y vues-
tros jóvenes tendrán visiones, y vuesbros ancianos t'evela-

(l) La época en que cae Pentecostés no permite traducir la palabra Txar-


rourpor mosto, ó vino nuevo de la vendimia, sino que significa una especie de
vino azucarado muy apetecido por los orientales y sumâmente embriaga-
dor. (Luciano., Eyo. sat. 221 Philop.,39, 6í, etc). En Jafa se nos ofreció este
bebida que traían del Líbano. Es desagradable por su extremada dulzura.
(2) Es de noüar que los Once, á pesar de que aparecen formando un& c&-
tegoríadebajo de Pedro, puesto que estón clasiÍicados aparte y fuera de é1,
marchan, sin embargo, en su seguimiento, como si fuesen á hablar con é[ y
por é1. Lt ea,beza no se sepera del cuerpo, cuando hay que obrar solemne-
mente on nombre de la Iglesia. San Juan Crisóstomo ( Eom.IY, sobre lor
Ecchos) dice: «Todos tenían un mismo lenguaie, y Pd,ro ero, Bu bom conuÍr
Los Once estaban detrás de él paraconfirmar con su testimonioloquoélde-
cía.» Ests es un& de las mejores pruebas y la explicación mrís sabia de la in-
falibilidad 1rcntificia.

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I
64 MONSE§OR LE CÀMg§

ciones en suefios. Sí, por cierto, Yo derramaré mi Espíritu


sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días, y
proÍetizarán. Y Yo haré que vean prodigios arriba en eL
eielo, y porüentos abaio en la tierra, Bangre, y fuego, y
torbellinos de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la
Iuna en sangre antes que llegue el día grand" y patente'
del Seflor. Entonces todos los que hayan invocado el nom-
bre del Seüor serán salvos (1).»
L jurg^r por este nuevo discurso, la acción del Espíri-
tu Santo es cada vez más sensible sobre Pedro. El Após-
tol va transformándose por eompleto, á, medida quo la.
graeia de Dios le penetra y que él tiene una eoncieneia
más alta de su misión. lCon qué serenidad perfeeta, eete
hombre, otras veces tan vivo, se encarga de refutar la
aeusación no menos absurda que injuriosa lanzada eontra
sus eolegas! Con una sola palabra hace iusticia. Si, üan
temprano, la embriaguez sería muy extrafla entre pagâ-
nos (2), con mayor razón sêría inverosímil entre iudíos, en
día de gran solemnidad, euando todo israelita piadoso de-
bía asistir en ayunas á, la plegaria ofrcial de las nueve, y
también á la clel mediodís, (3). Es, por lo tanto, eierto que'
el grupo de los diseípulos, de eonformidad con las pre§-
eripciones religiosas de las que se muestt'a fiel observan-
te, no se eneuentra en el estado que se supone. No, lo que
llena sus pechos, henchidos de entusiasmo, no es el vino,
sino el Espíritu de Dios. lPor qué admirarse? lPor ventu-
(l) Por esta cita de Joel, II, 28-32, es inútil querer cleterminar qué len-
gua hablaba Peclro en su discurso. Si la cita se acercara más á los Setenta
que al hebreo, no sería lógico concluir que el Apóstol hablaba en griego y no-
cn arameo; porque San Lucas podría ser el único responsable de esta cita
regún los Setenta. De otra parte, si la cita siguiera más de cerca el hebreo,
esta semejanza podría depender de que San Lucas, al reproducir el discurso
«le Pablo, consultaba el documento arameo. Iro que hay de.más evidcnte es
que la cita no sigue literalmente ni á los Setenta ni al hebreo.
(3) Cicerón, en una de sus ,Filtpicas, denuncia en estos términos la vida
licenciosa que se llevaba en la villa Antonia: «Ab hora tertia bibebatur, lu-
debatur, vomebatur.»
(3) Berachot, fol. 28, 2: «Non licet homini gustare quidquam, antequom
oraverit orationenr suam.» Véase Lighfoot sobre este pasaje de los Ecchot.
Joscfo en su Autobiogra/ía, s4, atestigua la fidelidad con que se observabq
csta próctica.

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LA OBRÂ DB LO§ ÂPóSTOLE§

ra los Profobas no habían anunciado esta difusión súbita


de los dones de lo alto? En aquel punto se realizaba í la
letra lo que Joel predijera ochocientos aflos antes. Dios,
guardando subsbancialmente su Espíribu la unidad
"ir
indefectible de su Trinidad, lo envía sobre toda carne por
una abundaubo efusión. Creer en el Redenbor, es tener do-
recho al don celesbe, que dispone á hablar bajo la inspira-
.ción divina y á profeLizar. Lo que fué privilegio de algu-
nos en la Ley anbigua, viene á ser el estado ordinario de
'úuchos en la promulgación de la nueva (r). E[ Espíritu de
Dios trabaia á cada miembro del reino mesiánico, ),, si no
todos ellos anuncian Io por venir, porque el término prin-
.cipal de las profecías ha llegado con el Salvador, todos di-
cen cosas del cielo. Esbo basba para merecer eI título de
profeta. En efecto, este nombre, en su etimología primera,
.significa hombre lleno de Dios (2) que deja desbordar en
sus labios la ola de las comunicaciones divinas. Ahora
bien, estas comunieaciones no tienen por efecbo único y
necesario la revelación de lo por venir. Dios establecs
también como profetas, en medio de su pueblo, á hombres
á quienes concede inspiraeiones, ora para canbar su gloria
y recor(lar sus derechos, ora para animar á, los buenos y
reprender á los ma,los, ora en Ên para penebrar y exponer
cl sentitlo misberioso de las divinas palrbras.
Así, pues,la hora de Ia regeneración del rnundo hallegado.
IIijos é hijas do Israel, siervos y siervas de Dios no profe-
tizan, jóvenes y vie,ios no tienen visiones sobrenaturales,
sino en razón de la clausura de la anbigua ,lrLianzu y de la
inarrguración de la nueva (3). Si son necesarias otras prue-
( I ) f saías, XLIV, 3, lo anuncia como Joel. Compar. Dzeq.,XI, lg, XXXVI,
27; Zu,cat'írrs, XlI, 10.
(2) Se admite comürnmente que la palabra hebrea Nôb;, traducida por
profeta, en las lenguas clásicas, deriva, según Gesenirrs, del verbo nd,btÍóna-
basch, que significa borbotur como una fuente. lln este sentido dico e[ Sal-
mista, XLIV, l: (Eructavit cor meum verbum bonurn.» El verbo nlbd, co-
m..r la mayor parte de los verbos que expresan la acción de hablar, no Eo en-
cuentra empleado sino en la forma niphul ó hi.tpael. En la latín se dice: tro-
-qui, f<ri, coneionari, etc., en la forma deponente, y, en gricgo, e\enopa+
.ytweúopl, en la voz media.
(3) Sin duda Joel había dicho: «Después de esto,) mas Pedro traduce

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I
MONSE§OIT, LE CAMUS

bas, se leerán escriüas en signos sangrientos en el cielo 5r


sobre la tierra. La ruina espantable de Jerusalén realiza-
rá terriblemente las últimas palabras de la profecía, así
como Pentecostés realiza goz,osamente las primeras. Los
que no están del todo eiegos en su impiedad, verán lo que
sueede y podrán procurar aún su salvaeión. Con miseri-
cordia inagobable, el Seüor abre á, todos los hombres de
buena voluntad las puerbas del reino nuevo. Es tiempo de
. entrar. Si el error fué posible para algunos durante la vi-
da de Jesús, ha dejado de serlo después de su muerte.
Pedro va á, dar una razôn irrefutable. Se adivina que.
la guarda en el fondo del alma, poderosa como el acer.o
todavía envainado, y que la reservà para la victoria defi-
nitiva. Rato ha se prepara á echarla en rostro al judaís-
mo, eomo un a,rgumenbo sin réplica: es la resurrección cle
Jesús. Si los discípulos se eallaron, su silencio no hizo máe
que preparar una explosión más elocuente y más irresisti-
ble de la verdad.
«ioh hijos de Israel!-aflade-eseuchadme ahora: Á
Jesús de Nazareú, hombre autorizaclo por Dios á vuestros
oios, eon los milagros, maravillas y prodigios que por me-
dio de Ét fm hecho entre vosotros, como todos sabéis; áb
oste Jesús, dejatlo á vuestro arbitrio pol una orden expre-
sa de la votuntad de Dios y un rlecrebo de su presciencia,
vosotres Ie habéis hecho morir, clavánclole en la crvz por
mano de los impÍos.» 3Qué emoeión en estas últimas pala-
bras riel requisitorio! La aeusaeióu despiadada ya dere-
cha al alma de los deicidas, corno 'una flecha que debe
atravesarla. Todo ha sido maravillosamente preparado
pàra que el goipe sea certero. En primer término del
cuadro Íiguran los méritos de la Yíctima, su eantidad, la.
exeelencia de sus obras y la divinidad de su misión. En la

con razón esta frase por: cz ro,rs êo1gd,rats i1p.épo,ts, en los últimos d,ía,s de la
era que precederá al reino mesiánico. Com. -Is., II, 2; Miqu,cas, IY, l; il
?int.r III, l, etc. Véase en Lightfoot, Hor. hebr. in Act.II, U. (Extremum
tempus, dice el rabino Nachman ad, Gen., XLIX, l, omnium doctorum con-
sengu sunt dies Messiae.»

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LÀ OBR,A DE LO§ APó§TOLE§

enumeraeión nada falta; Pedro ha sefralado inteneio-nada-


mente hasta la nacionalidad de Jesús, este hijo de Naza-
ret, que, judío de raza.y de eorazón, Íué hermano de sue
matadores. I[a mostrado á Dios, deianclo á' los malvados
la libertad de consumar sus erímenes, pero reservándose
el haeer serr,,ir su misma malieia pera la realizaeión de sus
planes provideneiales. Él *t quien, en la hora seflalada por
su prescieneia, les ha enbregado á su l[ijo. Natla ha suce-
diclo sin su orden ó permiso. En el término del erimen que
iba á corrslrmarse, ellos no sospeeharon sino el triunfo de
su oclio; Él .reía la salurl del munclo. AsÍ, gra.eias á la sa-
biduría ciivina, el mal que ellos intentaron hacer ha re'
sulLado rin bieu, y del crimetr de los malvados ha salido la
salud de los iustos. Su fechoría rto es menos abominable,
poi.que err ella narla faltó, ni la ingratitud, ni Ia irnpiedad,
ni la hipocresía. Para no moiar sus manos con la sangre
del Enviado divino, han reeorrido al brazo clel extraniero,
del opresol de la pabria, de los enemigos de Jehová y del
Templo. Mas, ldesgraciados! âno eran ellos mismos los que
mataban al que, por su mandato, Ios romanos condueían
al postrer suplieio? Entregancl,r ia Víct,irna santa á la es-
parla de los paganos, iqué hacían sino aõadir el sacrilegio
al hornieittio? No, no pueden achacar á otros la respon§a-
bilidart dei crimen que pesa, todo entero sobre sus almas.
Soios ellos quisieron su suolicio; solos ellos le eondujeron
al Calvario; solos ellos criminalmente le rnataron, á' pesar
de sus obras milagrosas, de su vida de santidad ineompa-
rable y d" su rnisión toda divina.
Tal fué su obra. I{e aquí paralelamente la de Dios. El
rey del cielo, soberanamente sabio, puede permitir que por
un instante la iniquidacl destruya la justicia; pero este
desorden no podría durar siempre, y la virtud puede estar
segura de alcanzar su gloriosa rehabilitación. Dios esporó.
á los enemigos de su Hijo sobre la piedra misma de su se-
pulcro. Allá quiere aterrarlos con un golpe de su poder, ó.
mejor, iluminarlos con un rayo de su gloria.
'(Aquel
á quien matasteis-grita Pedro con enüusiasmo

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f-

MON§E§OIT, Lts OAUU§

creciente,-Dios lo ha resucibado rompiendo las ataduras


.de la muerte (l), en que no podía quedar detenido.)
La demostración de la tesis so impone. El Apóstol do-
be probar la imposibilidad alegada. No carecerá de inte-
rés para nosobros el apreciar el mébodo apologéhico inspi-
rado por el Espíritu Santo á, sus prirneros órganos para
convencer á los inerédulos. Siendo iudío todo el audiborio,
de religión, si no de razà, Pedro se coloca en el terreno es'
criturario, casi el único aceptaclo por el rabinismo. Este
predicador improvisado por el Espíribu Santo, ayer simple
peseador, aparece de súbibo tan farniliarizado con los tex-
tos bíblicos como con los remos ó las redes del lago de Ge-
nesaret. Los maneia con la misma Íaciliriad. Lee en las
profecías como un docbor de Israel. El l\[aesbro, cutnple,
pues, con su palabra dada á los suyos, poniendo en su [-ro'
ea uua iterza de convicción á Ja que nadie puede resistir.
La inspiración es aquí evidente. Etla debía brillar en la
frente del Apósbol tanto como resplandecía en sus labios.
Jesús no podía quedar deteniclo por las abaduras de la

(l) Es dificultoso trarlucir exactamente este pasaie. A primera vista, pa-


rece,'según el texbo: Àúaas rôs ôôivas roa |o.várov, que la imagen está tomada
de los d,olores d,el pa,rtt (éstees eI sentitlo propio tleóâl,es), colno si la rnuer-
te, sorprendi,la de llevar en su seno al Hijo de Dios, esbuviera sufriendo
hasta devolverlo á la vida. Puesbo que Dios es quien resucita á JesÍts, es
también Él quien ho,:e cesar los d.olores de la rnuerte. Sin etnbargo, la ex-
presión Irebraica iebel,í mlcueth, quesigniÊca propitrmente /rr,s utod,uras, los
lazos cle la muerte (Y. G-.sen., ?hes.I, p. 440), nos lleva á suprlner quo Pe-
dro ccrnpara la muerte con un cazador que hacogiilo una presr,en sus redes.
Las dos expresiones xporeiafloq estu,r d,eteni,\o, y Àúeu, desatur, responden
mejor áesta segunda metáfora, muycomún en el lenguaje sagrado (lI Re'
yes, XX[I,6). r,Es necesario suponer que los Setenta, coufundiendo eI plu-
ral de jebel, dolor, que es iebu,lím, con j"belé, atuduras, han, en la mayoría
de l,ts càsos, traducido mal adreile esta palabra por óô[res en vez ie aTovlol
Es posible. En esta hipótesis, San Lncas habría seguido la traducción de-
fectuosa de los LXX. Pero muchos filólogos pretenden que ôôives significa-
ba indistintamente dolores y ataduxts. Véase Kuinoel, in Act., P. 82i Schl-
€usner, ?hes., Y, p.571. Si las razones que alegan no son absolutamente
concluyentesr no es menos verdadero que, pàra los Setenta, la sinonimia pa-
rece haber existido (*,1.
(*) Lr nóta hebrea del autor significa que, según la mayoría de los gra-
máticos, la traduccí,5o d,olores, en vez de funes, ee explica por haber creído
guejehelé era el plural construcbo de jêbel, d,ol,or, y no de jébel, atud,ura.-
N. del T.

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LA OBBÀ DE LOS ÀPóSTOLES

muerte, porque David había dicho en su nombre (r): «Tenía


srempre presente al Seflor ante mis ojos, pues está siem-
pre á nai diestra, para que yo no experimente ningún tras-
torno (2). Por tanto se llenó de alegría mi corazói, resonó
mi lengua en voces de iúbilo (B), y úi .rrru reposará en la
esperanza (a), porque no dejarás mi alma u, infierno (ó),
"i
,ni permitirás que tu santo experimente la corrupción. Me
'harás entrar otra vez eD las sendas de
la vida, y colmrr-
mitidme que os ciga eon toda libertad y sin el menor' ,.-
celo:_el patriarea I)avid muerto está, y fué sepultado, ysu
sL'pulero se conserva entre nosotros hasta t oy rz;. p"ro co-
mo era profeta, y sabía que Dios le habÍa prometido con
juramento que uno de su deseendencia se había de sentar
sobre su trono; previendo la resurreceión de Crisüo, diio

(l)_ !, expresión eis oür6v significa en a,istade Jesús, *;ándoá Jesús ó


poniéndase en slt lugar.

S T. Iy

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70 MONBDfrOT' LE CAIIT'§

gue ni fué detenido en el infierno, ni su carne padeció co'


rrupción. Este Jesús es á quien Dios ha resucitado, de lo
qu; bdos nosotros somo§ testigos. Elevldo,- Pue§' al-cielo'
á l* di"rtra de Dios (1), y habieãdo recibido de su Padre Ia
promesa ó potestad de Lori* al Espíritu Santo, lo ha de-
i*am"do del modo que estáis viendo y -
oyendo' Porqu"- 1o'
es David eI que .obiO al cielo, antes bien éI mismo dejó'
escrito: Diio el seflor á, mi seflor, siéntate á mi diestra,'
hasta qo" á to. enemigos los Ponga Y9 Por tarima de bus'
pies t2). Sepa, pues, tãda lu ãr.u d" Israel, que Dios ha
ãonstituído-Serôn y Cnrsto á este mismo Jesús que vo§-
otros habéis crucifiãado. )
Como se vo por estas últimas palabras, el Espíritu S?l'
to inspira al Apóstol-el cual abãrda, empero, la cuestión'
capitai del dogma cristiano,-todas las consideraciones re-
queridas, p"rJ no suscitar por ü, exceso de precisión-Pro-
tlstas vioientas que podrían comprometer el fruto de su.,
discurso. El mérito del que
siste en no herir con iuz de
mos ó condenados desde lar
Pedrc
iudíos recelosos ó Porfiados,
,rioiara de Jesús, ão*o si temiese soliviantar 8u monoteís-
mo tradicional. IIabla sólo del hombre, y si debiésemos iuz'
gar de la personalidad del Mesías únicamente por este pri-
mer discurso apologétieo, sería preciso renunciar ó esta-
blecer guo, p^r, los"apóstoles, Jesús fué verdadero' Dios..
Mas p."di.ador ,.o ãi." aquÍ la última.palabra de su
f'e.

Ésta"l." había oxpresado más categóricament'e en otro

aquí y en otros pasajes, Ireclt,., V, 31, «ele-


(1) Muclros preÍieren traducir
,ràãpo. la maio poá.ro*" de Diosi; pero, si esto es más gramatical, no es
**-Jú"ral. Aunque los verbos que e: construyen ge-
con dativo en.
tYeutesü. Spra'
que se puede establecer eutre este pa-
, 6 Hech., VII, str, induce á creer
que
acer lo mismo.
o CIX, que Jesús, durante suvida, ha'
oridad de David respecto del MesÍas.

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LÀ OBBÀ DE LOS APóSTOLE§

tiempo en ol eamino de Cesárea, y no había podido dejar


de erecer por las manifestacione§ sucesivas del Resucita-
do, el prodigio de su Ageensión y las iluminaciones de Pen-
teeostés. Adrede, pu€s, no presenta, por el momento, más
que la fisonomÍa humana del Salvador á un auditorio po-
eo capaz de entrever los misterios superiores do la vida
divina. Sin duda que, en este bosquejo incompleto, habla-
rá' de la aeción de la divinidad sobre la humanidad de
Jesús, pero como si se tratase de Ia aeción general de
Dios sobre un hombre y no de la aceión especial de la se-
gunda persona de la Trinidad en la naturaleza humana
con la cual está hipostátieamente unida. Ifna sola vez se
nr.'mbra al Padre, para dejar entrever que tiene un lf,jo,
mas sin abordar abiertamente el misterio «le esta paterni-
dad. Pedro piensa con razón que, si por lo pronto logra
que sea reeonocido el carácter mesiánieo de Jesús, poco le
costará después estableeer que el Mesías debía ser Hijo de
Dios, y Dios como su Padre. Manteniéndose en este terre-
no de la misión divina de aquel á quien quiere rehabili-
tar, evita toda controversia gra'e. EI buen senüido de to-
d.s har'á reconocer que un hombre resucitado por Dios e§
un hombre de Dios. Después de esto, dueflo de su audito-
rio, sabrá muy bien imponerle toda la verdacl.
En la viva conclusión de su diseurso recobra aquella ve-
hemeneia del aeusador que nos sorprendió desde el prinei-
pio. El resumen de los hechos es sorprendente. Dios cons-
tituyó Sef,or y Cristo á Jesús; ellos le erucificaron. iQuién
tuvo razón, Jehová ó Israel? Jehová: lo prueba la regu-
rreeción de Jesús. Mas si Israel se engafló, si mató al Me-
sías, àqué va á' seguirse de esto? Porque este Mesías Jesús
vive aún, estableeido Rey y Maestro de la humanidad pa-
ra siempre. áQué suerte reserya para sus verdugos? Ifna
cuestión tan grave debía turbar á los oyentes y abismar
su espÍritu en una ansiedad profunda. Según el historia-
dor sagrado, la angustia que experimentaron les obligó á
rendirse á discreción. El Espíritu Santo, atrayendo de es-
ta suerte'los corazones, manifestaba de nuevo un poder

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r
MON§EfrOB LE CÀMUS

milagroso, como al comunicar á los labios eI don de len-


gorrl (Elermanos-dijeron_ á Pedro y á los otros Apósto-
Ls,-agué es, pues, Io qo" debemos hacer?» «Elacetl pen-l-
funcialr".pordió Pedro,-y sea bautizado cada uno de
vosobros en e[ nombre rle Jesucristo para remisión de vues'
tros pecados. Entonces recibiréis el don del Espíritu Sii-
to, pà.que la promesa es par.a vosotros y para vuesbros hi'
jor,'y tumbiéri para lo. qúe vi'en lejos de Israel(l), pare
Lo*rto. llarnare á sí el Seflor Dios nuestro.))
Para la salrrd y l, iuiciación á Ia vida nueva se requie-
rel dos condicio,i..' ,r, interior, otra exterior. La prirne-
ra consistÍa on la debestación del pecado, el dolor de ha-
berlo eometiclo, y la promesa formal de no cometerlo
de
nuevo. La seguod^ el bautisÍno, que signifrca ia ablu-
"ru
ción de los põrdo., la supresión de lo pasado y el eomíenzo
de una nueva existenciu. No se brata aquí cle un bautismo
administrado solamente en seflal de arrepentimiento,
co-

mo eI de Juan ó el del iudaísmo acogiendo á los gentiles.


El nuevo rito es un aeto cle fe. Se administra en nombre
de Jesueristo, ó meior, por 8u mandato y según sus pro-
eeptos {z). Recibirlo es reconocer á Jesús como
verdadero
Màsírs y Salvador, aceptar su doctr:ina, alistarse en §u
servicio y parbicipar de sus méritos. En consecuencia,
Ios

peeaclos soo p.rdàoados aI que recibe el bautismo, Y, Pues-


io qo. la ini[uidad desaparece, el Espíritu Santo se pose-
que
siona del alma puriÊcad*. No hay que creer, en efecto,
sólo los Apóstãles fueson llamados á recibir este gran
á los israe]itas
(',- La expresihn' tâ.tg ro?s eds p.orpá'u,,g pod''ít designar clesde
de los demás el punto
a.'ü ai.p..-.iôo, lã.1ort"., no distinguiéndose
de vista ieligioso, Y hallán
rrencia, estaban compre
úpir. TamPoco Podría d

"":ifiU:l e Pedro no
la admitió;
admitía aún la
ai Evangelio supo-nía sola-
por hlcerse judío.
mente q,ue, parâ ser cristiano, e.a pre"iso comenzar
bautismo en nom-
o\ El mismo había prescrito, en efecto, la fórmula d.el

brài" la santa Trinidad. (Mat', XXVII, I9')

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l
LÂ OBRA DS LO§ ÀPóSTOLtrS i3
don eelestial. Jesús lo ha prometido á toda su Iglesia.
Participarán de él todos los que, por muy alejados que es-
tén de Dios, \,engan del judaísmo ó del paganismo á ins-
eribirse en esta Iglesia.
Pedro apremiaba además, eon otros discursos que,el his-
toriador no nos ha conservado, á la parte de su auditorio,
eonmovida ya, peÍo todavía inde_eisa. M_ulriplicaba los testi-
monios que prueban la misión divinzn de Jesús, y su con-
clusión era esta: (Poneos en salvo de entre esta genera-
eión perversa).
Aquellos que, de buen grado, recibieron su palabra fue-
ron en seguida bautizados. DifÍeilmente hubiese podido ad-
ministrarse el baut,ismo por inmersión á tan gran número
de convertidos, en una ciudad en que el agua no abun-
da, sobre todo en verano. Pero el espíritu de la nueva r.e-
ligión r1o era formalistà, y un poco de agua, cayendo sobre
la frente de un proséIito, pareció ciertamente á los Após-
toles lavar sq alma tanto como un baflo completo en las
piscinas de la ciudad. El agua no era sino el signo figura-
tivo; el agente efr,caz era el Espíritu, y éste se encubría
lo mismo en la gota simbólica de la aspersión que en la
ola que envolvía á los neófitos.
En este mismo dÍa de Penteeostés, en que Israel ofrecía
á Jehová los panes nuevos, el Espíritu Santo y el Hiio
ofrecieron al Padre, por mano de los apóstoles, las almas
de tres mil convertidos.

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CAPITULO III

Vida edificante de los primeros cristianos

§ituación preponderante de los Apóstoles.-Instruyendo ó los prosélitos,


crean la unión de los espíritus.-La Eucaristía acaba la unión de los co-
razone§.-Agapes fraternales.-Bolsa común.-Respeto á la ley mosaica.
que da la vida de comunidad rigurosamente observada.-Au-
-Fuerza
mento de prosélitos.-El paganismo se suicida en Roma, mientras que
la Iglesia nace en Jerusalén. ( Eechosr II, az'a7; IV, az-ar;.

El suceso milagroso de Pentecostés había creado Para


los Apóstoles y los discípulos una situación eseepcional á
los ofos de la multitud. Dotados del don de milagros y
usando de é1 con oportunidad, veían crecer de, día en día
la admiraeión respetuosa de sus Prosélitos. EI historiador
sagrado parece también indicar que difundían una esPecie
de terror (1) en torno de sí, como todo aquello 9uê, Por su
carácter, parece lindar con el mundo sobrenatural. Sin duda
que ellos eranlos depositarios de una fuerza §uperior y qúzá'
vengadora. Por su boca, Dios venía á declarar quo no Po-
día permanecer indiferente á la actitud sacrílega de fsrael
frente á su Mesías. Poeo á poco se convirtieron en cen'
tros de actividad religiosa que excitaron la suspieacia
del partido teocrático. Se los vigiló como innovadores, y
se lãs clasificó come jeÍes de secta. Entre sí dábanse el
nombre de hermanos, para indiear el espíritu de tierna
caridad que los unía. Se llamaban Santos al recordar 1o
que Dios hiciera por su salud. La asamblea ó la comunidad,
que formaba un euerpo, tomó el nombr e de fgbsio, palabra
g,riega quo recordaba lasasambleas democráticas de Atenas.

(l) Ecclasr l[,43.

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LÂ OSBA DE LOg ÀPó§TOLEB 76

En hebreo, decía se Kahal. Parecía que en aqueÍI" p.qo.-


fla pero admirable familia seguía viviendo, or Ia tierra,
su adorable Fundador, y Pablo sentirá, por haberla perse'
guido, tanto remordimiento como si hubiese perseguido al
mismo Jesucris6e (rl. En efecto, no habÍa una sola de las
virtudes del Maestro que ella no tratase cle imitar. Su
imagen, cautivadora por su dulzura, su terneza, su pater-
nal autoridad, su hermosura luminosa, le estaba siempre
presente, f , á través de mil edifieantes relatos, cada uno
procuraba grabarla, sugestionante é imperecedera, en eI
.alma de la joven lglesia.
Debían ser altamenie instructivas y consoladoras estas
conversaeiones piadosas, en que los Apóstoles y los ami-
.gos del Salvador. recopilando sus más caros reeuerdos, re-
petían á la asamblea atenta la historia del Maestro, sü8
'discursos. Bus promesas y sus bendiciones. Así, eI Evange-
lio revestía su primera forma auténtica y autoúzada. Los
,relatos diversos, mil veces repetidos, acabaron por afectar
la redacción oral uniforme, que los eonvirtió en una espe-
'cie de eatecismo tradieional. No hay que buscar otra ex-
plieaeión de la identidad de expresiones y de giros que
earaeteriza á nuestros tres Sinópticos, aun cuando éstos
colocan muy libremente en distinto orden narraciones y
discursos análogos, ó los esmaltan ac'á" y allá con palabras
'que constituyen aparentes divergencias.
La doetrina de Ia religión nueva estuvo desde luego to-
da en estos relatos. No teniendo nada de abstracto, se
comprende que debió imponerse como eminentemente po-
pular. Una teología espeeulativa, que hubiese definido y
precisado eientíficamente los dogmas, habríase quedado
sin posesionarse de inteligencias poco preparadâs para en-
,tenderla, y demasiado jóvenes en la fe para soportar el
alimento sustancial del que Pablo no se atreverá á,ofreeer
las primieias sino á espíritus más vigorosos. Le bastaba á'
,cada prosélito ver en aeción los grandes misterios del cris-

(l) f Cor., XY, 9; f ?im,I, 13-14; Galat.r I, 13.

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76 MONEEfrOB' LE CÀMUS

tianismor para conocerlos y profesarlos. Su fe no era ni me-


nos ilustrada ni menos robusta que la nuestra. Sin pre-
' guntarse
si es de la esencia del Ser infinito el obrar, el co-
nocerse y el amarsc eternalmente, cada uno veía limpia-
mente en el Evangelio la augusta Trinidad, con el Padre
gobernando al mundo que creó, el Hifo reseatándolo con
su enearnación, y ei EspÍritu Santo penetrándolo con su
influjo. Se apron,lía, sobre todo, la historia de la misericor-
dia divina y de la malicia humana err el relato de loe su-
frimientos del Salvador, y se asentaba sólidamente todo.
el edifrcio de la fe en la resurrección del Crucificado.
Los Sacramentos, estos rnedios por'los que Dios comunica
su gracia, se imponían también á los nuevos convertidos
bajo las diversas formas tiel bautismo, de Ia remisión de
los pecados, de la comunieación del Espíritu en diversos
grados, y de la Euearistía. AsÍ, el conjunto de los dogmas
primeros y eseneiales se destaeaba, con limpieza progresi-
va, de la predicaeión evangéliea ó del eulto mismo de la
Iglesia primitiva. Aunque rnenos explícito que nuestro sím-
bolo actual, no f)or eso era merros completo. Como un teo-
rema geométrico encierra sus diversos corolarios, la profe-
sión de fe de los primeros creyenbes conüenía en germen'
todas las deducciones dogmáticas que la teología eatólica
deduciría en el decurso de las edades. AI contrario, la mo-
ral, esta guía de la vida práctica, se impuso de golpe en
su plena eflorecencia, y fué desde luego practicada con
una fidelidad, un ánimo y un heroísmo que no han sido
sobrepujados. Los prosélitos, en efecto, no se contentaba,n
con escuehar eon santa avidez la doctrina de los Apósto-
les (1); la meditaban y la traducían en sus obras cotidia-
nas. iTiempo hermoso aquel en que todos los fieles, no te-
niendo sino un corazóo y un alma (2), compartían los mis-

(l) «Erant quotidie perseverantes-dice Tirino sobre este capítulo-in


doctrina Apostolorum audienda, meditanda, executioni mandanda.»
(2) La expresión empleada en el cap. IY, 32, express la unión mrís ínti-
ma y recuerd^a la definición de la perfecta amisüad atribuída rí Aristótcles
por Diógenes Laercio: ph güxh ôtto odtlnov éiouoioa.

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LA OBBÀ DE LOS ÀPó§TOLES

mos pensamientos, las mismas aspiraciones y las mismas


virtudes! Su vida era una perpetua súplica, su conversa-
ción una perpetua aceión de gracias, §u eomida PexPetuo§
ágapes qoL gran memorial de la Redeneión, la Eucaris-
tía, venía á, "l
consagrar.
así entraba en plro de Ia Provideneia que la religión
nueva descansase "1en Ia cátedra y en eI altar, como §o-
bre las dos bases de su estabilidad perpetua, y vemo§
güo, desde su origen, la Iglesia supo encontrar en la doble
participación del Yerbo de Dios, distribuído por la P?h-
tra ó áado en la comunión, el poder vital y el desenvolvi-
miento que aseguraron su porvenir. Por Ia autoridad de
su ensef,anza, somete todos los espíritus a" un mismO
pensamiento y los une en un mismo aeto de fe. Por el
saeramento de Ia Eucaristía, esta obra admirable de Ia
sabiduría tanto eomo del amor divino, funde los cora-
zones en la más sant* y más íntima fraternidad. Ilnidos
entre sí por este doble Lazo,Ios fieles se encuentran al mis-
mo tiempo ligados de nuevo á Dios; porque si por la doc'
trina eomparten su pensamiento, por la Euearistía reci-
ben su vida.
No es dudoso (t) que se trata de la Eucaristía, cuando
el historiador sagrado nos los muestra fraccionando ale-
gremente el pan, por grupos, de casa en casa, y alabando
á Dios on este acto de devoción: Qüo reproducía de un
modo místieo la inmolaeión del Calvario. Acordándose de
la suprema recomêndaeión del Maestro, renovaban con
tanüa fe como amor lo que le habían visto hacer, ;r, por Ia
eonsagraeión saeramental, rendían homenaje, baio las es-
peeies de pan y de vino milagrosamente transubstancia-
dos, á los dolorosos y consoladores misterios de Ia Reden.
ción. En estos misterios, la Iglesia encontraba, indeleble,
Ia línea de demarcaeión que la separaba del mosaísmo.
Que los discípulos lo advirtieran ó no desde el primer mo-
mento, la ctuz se levantaba, cada yez más inexorable,

(l) Comp. f Cor., X, I5, etc.

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L
MONSEfOR I]E CÀUUB

'entre elloe y los judíos, rechazando á éstos y ordonando á


aquéllos ir siempre adelante. La muerte de Jesús era el
'erimen de los unos y la salud de los otros, el remordimien-
to de los obstinados y la esperanza de los ereyentes, el
punto de partida de la nueva sociedad. Con razón San
trgnaeio mártir llamó á,laeruz (la gran máquina de salud»
en la que el Salvador, con los brazos abiertos, aguarda y
'atrae al mundo entero. EIIa mató la Sinagoga y edificó la
trglesia. Su memorial vivo y efr,caz era la Eucaristía. Se la
honró con toda la fidelidad del amor agradeeido, y el ob-
jeto primero del culto fué la consagración místiea del pan
y del vino. Comidas que se eelebraban en comunidad, con
sencillez encantadora y cordialidad perfecta, precedían ô
'seguían á Ia augusta ceremonia.
Cuando los corazones forman en realidad un solo cora-
zón,los intereses materiales fácilmente se confunden. Por
un movimiento natural de caridad, la mayoría de los fieles
vendía de sus bienes todo Io que podía (l), I se conside'
,raban dichosos al depositar el precio en el tesoro de la co-
'munidad. Con este régimen habían vivido los Doce en
tiempo del Maestro; juzgóse que lo meior sería continuar
'su aplicación. Así, los pobres se hallaron de repente eleva-
dos al nivel de los ricos; y como nadie tenía gue inquie-
tarse por los cuidados del día siguiente, dedicaban juntos
'el tiempo á Ia audición de la palabra divina y á,' la oración
en público y en privado. El Oriente es el país on que el
hombre acepta más Íácilmente una vida sin inquietu-
.des materiales, por poco que se alimente Bu espíritu
con pensamientos religiosos. La raza de Sem siente un
,atractivo irresistible por las cosas del alma y de Dios.
Nació para la contemplación y la plegaria. Aun hoy, apar-
,te de las cuesüiones en que las armas intervienen, el único
.medio de agrupar, apasionar y cautivar á los hombres en
esos países del sol, es haeer un llamamiento á su religiosi-
dad. De buena gana lo olvidan todo Para seguir al instin-
(l) Más adelante veremos que estos actos de generosidad no eran obliga-
.torios, I gue, en realidad, se daba sólo una parte de los bienes.ft:

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LA OBBÀ DE LO§ ÂPóSTOLES

to característico que los impele á, las relaeiones íntima8


con el mundo suPerior.
H"y que notrr, .io embargo, Que los primeros fieles' al
io"uglrr. sus casas y de úo" -rrera privad_a -un culto
"o
nuevo más elevado que el del mosaísmo, no dejaron de
.obligarse públicamenie y por largo tiemp_o todavía á las
exig"enci". de éste. Tiene algo de encantador este respeto
q".Jfg. discípulos
L guardrban á la Ley, esta unión de dos
t2
prrnclp uestos que vivieron aeordes,
no por una fusión 9"." 1-" circuns-
ianàias . En un prineipio, los diseípu-
los Íueron iudíos y cristianos á la Yez. Subían regular-
mente al Templo y ." mezclaban eon la multitud de los ado-
radores. Para ellãr, l, religión nueva no era el adversario,
sino el fruto glorioso de la antigua. Con razón iuzgaban
.que las almaJsrntas de un , y otro Testamento no eonsti-
tuían en realidad más qr" oo, sola y misma Iglesia- alre-
dedor de un mismo M"Ãí"s, desconoeido de unos, aelama-
do de otros, pero objeto único de las esperanzas de Israel-
una condue-
iAeaso el miÃmo MaLstro no había observado
ia análoga, dando testimonio de su respebo al ministerio del
Baubista, yr no deseartando sino eon la mayor reser-va aque-
llo que, dútro del Mosaísmo, podía perjudicar el desenvol-
vimiento de la nueva vida religiosa? Una sabia prudeneia,
piadosas preeaueiones se imponían todavía, porque- segura
ãf mismo estado do transición. Á Dios, autor de la anti-
.gua alianza, eraá,quien correspondía,-permitiendo la des-
ãrueción del Templã y de la nacionalidad de Israel, decla-
rar á todos qo" fin legal del mosaísmo había llegado-
"i
La pequefla Iglesia de Jerusalén eonsideró, por tanto,
como natural, ,ooqo" viviendo su vida per§onal y priv_ada,
el apareeer todavía, oflcialmente sometida al yugo d9 la Ley.
hay que
Quiso enterrar á la Sinagoga eon honor. Pero no
engaflarse; su defereneia con el iudaí§mo no Íué otra cosa
.q"; un homenaje nacional tributado á un glorioso - pasado
qo" r" extinguá. Trm algunos debates de que- mrís tarde
" hablará, ,ãeoroció que los prosélitos proeedentes de la
"L

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MONSET\OB LE CÀMU8

gentilidad podían impunemente permamecer ajenos a


tales sentimientos. Les permitió entrar á pie lláno, po*
decirlo así, en la Iglesia, sin estación preliminar en la Si-
nagoga. Los verdaderos discípulos de Cristo comprendie.
ron que en el reino de Dios, que habíacesado deisã, nacio.
nal para convertirse en individual, se entraba, no por e}
título de hijo de rsrael, sino por la fe y el arrepentilien-
to. Los más _ perspieaees tuvieron uiuropre pr* la reri -

gión prineipal el eulto vivo y espiriturl que practicaban


en sus reuniones parüiculares. AIIí solamente ." ,u*o zaba
el proselibismo más ardiente.
Difícilmente puede imaginarse cuánta es la faerza viva
qrre á una eomunidad que trabaja por una idea le comu-
rrican Ia exclusión de mezclas híbridas é indecisas, la vida
exelusivamente aparte, la plena conciencia de los recursos
de que dispone, y, e. fin, el santo orgullo que se siente
de estar providenciahnente mezclado ã, una gran obra.
Parécenos que después de la acción prepondur"itu del Es-
píritu de Dios en la lglesia primitiu", l, causa efr,caz de
su rápida difusión fué su primera manera de ser. En efec-
to, eonoeiendo á los suyos, sabía conservar únicamente á loe
9r", á despeeho de todo, estaban resueltos á pertenecerle.
Por est'o tuvo tantos apóstoles, defensores y héro"r como
miembros. El día en que ura sociedad soporta impune-
mente á los indecisos, los cobardes ó también los indignos
al lado de los buenos, la actividad real se embota y ul
nervio vital se rompe. Es numerosa, pero débil. Dãsde
el punto de vista sobrenatural, hov todavía los medios de
otro tiempo están a disposición de la Iglesia. El mismo-
Redentor le ofreee la vida, el mismo Espíritu le distribu-
ye la graeia, y, humanamente hablando, tiene menos obs-
táculos que superar. lPor qué, puês, su desenvolvimiento.
es más lento? iPor qué, sobre todo, su autoridad entre nues-
tros pueblos civilizados es menos efr,eaz? 2sería qaizá, por-
que en un arranque de misericordia exeesiva se ha con-
vertido en una sociedad demasiado abierta á, todos, per-
mitiendo llamar suyos a aquellos Quo, apena§
^*r""doe"

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LÀ OBRÀ DE LOS ÀPóSTOLE§ E1

.con su seflal en el bautismo, en seguida la han descono-


'eido indignamente, soportándolos en sus ceremonias pú'
,blieas, á pesar de su indignidad ó su indiferencia notoriasi
persiguiéndolos eon su perdón euando ellos Io recha zan', y
llevando la condescendencia hasta coneederles el beso de
paz an la sepultura cristiana, cuando ellos voluntariamen-
te, por una vida de inrpiedad mal rescatada á última
üora, parece que se han exeomulgado á sí mismos? Cuan'
"do los hermanos se sienten dignos los unos cle los otros, se
.aman y se defienden eon toda seguridacl. Prueban quo,
para ser una faerza, no hay neeesidad de ser una masa.
De estas reuniones cerrad"sde Jorusalén, Antioquía, Éfe'
so, Corinto y, más tarde, de las catacumbas romanas, sâ'
lió el árbol vigoroso destinado á cubrir eI mundo con sus
ramas. Dondequiera que el haeha del padre de familia no
teme intervenir para podar, la eneina reverdece y ahonda
más profundamente sus raíces. iCómo explicar este poder
'esplendoroso que las Ôrdenes religiosas eielcen en el mtln-
.do, sino por esa vida retirada que, murándolas en medio
.de una soeiedad sin convicciones, multiplica sus fuerzas y
su ánimo? Quien tiene verdaderamente fe, deja de ser pu-
silánime. El día en que enérgicamen e se rompo con eI
mundo, el mundo se pregunta por qué se le ha abandona-
do, I comienza á considerar seriamente problemas que ia-
más le inquietaran.
Ile aquí la razón de que en Jerusalén se frjase el pueblo
'en aquellos hombres que eonstituían poco á poeo una vas-
ta familia en el seno de la ciudad, Ilenos de benevoieneia
para con todos, acogiendo a los pobres, consolando á los
desgraciados, y no pidiendo ninguna recompensa pública
por sus virtudes. Atraían naturalmente la admiración de
todos. De aquí á desear ser asociado á su vida, no había
'más que un paso. E[ número de los elegidos, dice el libro
.de los Hechos, aumentaba visiblemente (1). Entre los que
se hallaban sólo de pasa,da en Jerusalén, más de uno, des-

(t) Hechos, II, 47.

I
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I
MONSEfrOE LE CAMUS

pués de haber encontrado sitio on la piadosa eolmena, §ô


sentía enviado para ir á fundar en otra parto un nuevo
enjambre. Acumulaba ávidamente en su alma los elemen-
tos necesarios para inbentar con éxito una evangelizacíóa
leiana. Eseribía ó aprendía de memoria los piadã.o. rola-
tos de la historia evangéliea, y después, consagrado por Ia,
mano del jefe de los apóstoles, lleno del Espíritu de lo
alto, iba, á través de las relaciones comerciales, adonde la
Provideneia lo llevaba, para anunciar la Buena Nueva.
Es probable que muchas iglesias y de las más célebres
naeieron al paso de esbos valientes obreros. iQué senci-
llez la de aquellas edades de Íe! La historia ni siquiera
ha eonservado el nombre de los primeros sembradores del
Evangelio en los centros más importantes. Cada uno hacía
el bien con ardor, y, después de hacerlo, rindiendo á, Dioe
sólo toda la gloria, decía: (Ire sido un servidor inútil.»
Àfortunadamente, el nombre del héroe era tanto más glo-
rioso en el cielo, cuanto menos conocido en la tierra.
Este período de trabajo íntimo y sin ruido en Jerusa-
lén duró hasta la muerbe de Esteban, es decir, tres af,os,
según Ia cronología que hemos adoptado (1). Este tiem-
po puede parecer excesivo en aquel momento en que
el Espiritu Santo elaboraba vivamente las alma§, y en que
la verdad debÍa sentir impaciencia por briliar en el mundo.
entero. Pero Dios, en sus obras, nunca se precipita. Su sa-
biduría da á las virtudes del hombre el tiempo suficiente
para madurar, 5l, cuando ve que la semilia está dispuesta,
permite á los malos suscibar la tormenta para que la arro-
je en los surcos de la humanidad. En cuanto al aposbolado
innominado que se estableció exteriormenüe, no debía des-
aparecer, sino 9uo, desarrollándose insensiblemente, iba á
preparar muy convenientemente el camino á las grandes
misiones evangélicas.
Es curioso observar que, mientras la Iglesia cristiana,.

(l) El aüo 3O de nuestra era, 783 de Roma, nos ha parecido la fecha pro-
bable de la muerte de Jesús. Y. La Tida dE N. S. J., vol. III p. Bã4. El mar-
tiriodeEsteban y la conversión de Pablo habrían tenido lugar en el aío BB-

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LÀ OBBÀ DE I,OS ÂPó8TOLE§ 8:l

con la plena coneiencia del valor moral del hombre, asom-


braba al mundo con su espíritu de caridad, de mansedum-
bre y de santidad absoluta, el paganismo, llegado al apo'
geo de lo inmoral y de lo abeurdo, ostentaba en sentido"
inverso, en Roma, toda la fealdad y amargura de sus fru-
tos. El reinado de Tiberio toeaba á su término. El astuto y'
cínico tirano se ejercitaba en ahogar entre §u§ manos san-
guinarias las últimas protesbas de la dignidad humana y
áe la libertad. Solicitados por é1, los delatores, e§ decir, el
odio, la envidia y la mentira asalariados, destruían des-
piadadamente la soeiedad por lo alto, mientras los Após.
toles eomenzaban á reedificarla por lo bajo. Todo lo que se
puede imaginar de indigno, de antisocial, de horrible, da-
ba en Roma con el pagaáismo las úIbimas boqueadas. To-
do lo que hay de bello, de grande, de puro, nacÍa en Je-
rusalén con la nueva religión. Allá los lrombres se detes-
taban, so traicionaban, se mataban. Aquí se amaban tier-
namente, se sostenían y vivÍan como hermanos. Nada sería,
más insbructivo, desde eI punto de visba apologébieo, gue
un profundo paralelo de estas dos sociedades, la una oD §ü,
ocaso y lu otra en su eurora; de esbos dos pueblos, el uno
del demonio, el otro de Jesucristo. Aquél tenía por divisa:
«Odio egoísta;» éste: (lnagotable caridad.» Pero los en-
contraremos más tarde luchando en la misma Roma, y
veremos el fin del duelo grandioso que comienza en este'
domento de la historia evangélica, sin que Roma lo §o8'
peehe, eoneluyendo eon la ruina del paganismo y el adve-'
nimiento de un mundo nuevo.

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CAPITULO IY

Pedro y Juan, despuês de la curación de un tullido,


arengan al pueblo y son encarcelados

Pedro y Juan subiendo al Templo.-La Puerüa Hermosa.-El tullido dena-


cimiento.- i En el nombre d,e Jesuqisto d,e Nazaret, anda!-Emoción ge-
neral y discurso de Pedro en el peristilo Ce Salomón.-Doble resultado:
prisión de los dos predicadores y el número de los fieles elevado á cinco
mil. ( Eechos, III-IV, a).

Strpuesüo que la Iglesia cristiana debe desligarse delju-


daÍsmo é ir a la gentilidad por sacudidas sucesivas, hay que
esperar las persecuciones que, dentro del plan providen-
cial, conducirá"n á" este resultado. iEra posible, por otra par-
te, que el partido jerárquico, habiendo extremado sus per-
secuciones contra Jesús, dejase á los representantes oficia-
les de su pensamiento y á los defensores de su memoria
rnultiplicarse libremente en la Ciudad Santa? Un mila-
gro, públicamente obrado en las puertas mismas del Tem-
plo, fué la oeasión de las primeras hostilidades contra l.os
Apóstoles. Por esto, sin duda, el historiador sagrado, no
concediendo á tantos otros prodigios realizados por los dis'
cípulos sino üna rnención general (1), se complace en refe-
rir éste en detalle.
Ifn día, á eso de las tres, Pedro y Juarr subían al Tem-
plo, para asistir á Ia oración pública y al sacrificio de la
tarde. El grupo apostólico eontinuaba, Pues, sujetándose,
con la más edificante exaetitud, á los deberes que la Luy
irnponía á todo israelita piadoso. Pedro y Juan estaban
juntos. E[ Maesbro había recomendado á los discípulos ir
(l) Eeclus,Il,43.

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LÀ OBBA DE LOS ÂPóSTOLES

de dos en dos, y las escenas dolorosas de la Pasión tanto


'eomo las santas sorpresas de la Resurrección (1), habían es-
tablecido entre estos dos Apóstoles, por otra parte tan di-
ferentes de earácter,lazos de visible intimidad. Juan er&
el único Qüo, del grupo apostólico, había sido testigo de la
flaqueza de Pedro. Quizás éste sentía algún consuelo en
tenerle siempre á su lado para haeerle testigo de su arre-
pentimiento (2).
Llegados á la puerta llamada la I[ermosa ó, según oüra
'interpretación, del Tiempo (3), disponíanse á' entrar en el
patio primero del Templo, cuando oyeron que un m-endigo
,los llamaba. Este pobre hombre, ataeado de parálisis eil

(l) Itwc.,XX[, 81,fuan, XV[I, 15, 18, 25; XX, 2; XXI, 7.


(2) La pregunta que (Jwan, XXI, 2l) Pedro hace al Maestro es una prue-
ba del deseo que tenía de ver su suerte definitivamente unida á la de su
amigo.
(3) Âlgunos han creído que se trata d.e la riquísima puerta de' bron-
-ce de Corinto que Josefo se corDplace en describir (8. J, Y, tr, 3), lla-
mada puerta de Nicanor. Pero esto no es admisiblel porque, según el texto,
,los Apóstoles vieron aI pobre antes de penetrar en el Templo: ahora bien,la
puerta de Nicanor estaba en la entrada del atrio de los hombres. Es muy
.cierto que no se permitía á los mendigos establecerse en este lugar. Otros
,süpoDon que se trata de la puerta Susán que estaba junto á la columnata de
Salomón y en la que se vendía lo que debía servir para los sacrificiosl esto
es más plausible. Quizá tomaba su nombre, no de la ciudad de Su'sâ quer se-
;gún se dice, figuraba en ella en relieve (fulidd,oth,I, Kal., [I), sino de los
lirios de bronce que ad.ornaban los capiteles de sus columnas. Como Schusch
. significa bl,aruo en hebreo, y schwschd,n, liria, es muy-probable que la puer-

ta así adornada fuese llamada la puerta blanca r la puerta herrnosa, thpo,tav spe-
c*tsanm rcomo se decía, de Susa, la ciudad, bl,anca,, ô la ciudnd, her,mosa (Eúer.,
I, 2). Finalmente muchos han traducido ôpatdv por la puerta que seflalaba eI
tiernpor la hora ó las estaciones. En hebreo, se la llamaría Jwleda, de la raíz
.Jeled,, significando la vida que pasa, el curso del tiempo (Vease Gesenius,
lV. Thes., vol. I, p. a7a). Una de las puertas que se ven todavía en el muro
meridional de llaram (la Puerta doble), debajo de la mezquita El- Aksa, se
llama la puerta de Hglda; eu eituación al mediodía era de las mejores para
un cuadrante solar. A decir verdad, los judíos creían que tomó el nom-
,bre de la profetisa que vivió en tiempo de Josías (lT Reyes. XXII, M; fI
,Pa,ralip., XXXIY, 22), y no de su primitivo destino, Puerta del Tiempo 6
de las Estaci,ones. de los meses y de las horas. Semejantes extorsionee he-
chas por el pueblo á las indicaciones más seguras de la tradición no son
raras. Si la identificación de ópolo y de Eulda se admite, la inmensa colum-
na monolita, con el soberbio capitel de hojas palmeadas que allí se ve
úodavía, hubiese sido testigo del presente milagro (Y. Notre Yoyage awx
Poys bibligrcs; I; 365). Es cierto que esta era la puerta que los Apóstoles de-
ibían abordar directamente, después de haber atravesado el sur del Tiro-
T. IV

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MONSEftOB I,E CÀMII§

las piernas desde su naeimiento, era cada día llevado á


este lugar para recoger algunas limosnas. En todo tiempo
conside;ó natural lá miseria situarse en la puerta de los
edificios sagrados para implorar más efieazmente la públi-
ca earidaa.-Ltta, dà ordinario, afluye Ia multitud compasi-
vâ, y una voz interior dice á todos que el medio más segu-
ro de ir á" mendigar útilmente eD la presencia de Dios,
es comenzar por atender á Ia súpliea del pobre.
Pedro y J,i*o, habiendo fijado la vista en el mendigo,
como para reconocer su estado y su persona, le dijeron:.
(Míranos.) Esta invitación tenía por objeto ponerlo direc'
tamente bajo Ia influencia moral y física de los que le qY.-
rían curar. Él una simple limosna; los Apóstoles'
".petaba
se disponían á prestarle, con el uso de los miembros, el
*"ior'b.neficio ãe t, vida. EI paralítico los miraba de hito
en hito. (Plata ni oro yo no tengo, dijo Pedro, pero te
doy lo que tengo. Ex EL NoMBRE DE JpsucnrsTo NazArlE-
r.TO, LnvÁNTATE Y CAMINI. » Esta orden fué formulada
con
la energÍa de un hombre seguro de su poder. Pedro sontía
lo que bio. quería de éI en aquel momento, y lo que él
podia en nombre de su Maestro. Invocándole con sus títu-
(r), mandaba como soberano'
ios d" gloria y de humillación
Sin duáar, tomó al enfermo por la mâno dereeha, para
ayudarle á levantarse. Éste había ya sentido que sus pier'
nas y sus pres se eonsolidaban. De pronto, en efeeto, se
(2),
leorlt", cá-ierra á andar como todo el mundo y, sal-

canta.

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LA OBBÂ DE LO§ ÀPó§TOLES

tando de gozo, alabando á Dios, entra en el Templo (1)


eon
sus dos bienhechore§.
El pueblo, que vió andar al mendigo conocido de todos
como tullido de nacimiento, quedó estupefaeto y sobreco-
gido de un santo pavor. No era posible dudar ni de la identi-
dad del personaje, pues era eviclentemente el guê, ataeado
de parálisis desde hacía euarenta aflos Q, jamá*s había ido
al Templo sino llevado en brazos, ni de la realidad delpro-
digio, pues el enfermo se tenía en pie, audaba, eorría, sal-
taba como un nif,.o. Y todo esto era obra de dos hombres
gue, al pasar, habían dejado caer una palabra de sus la-
bios. EI icurado decía eon su actitud quienes eran sus
bienheehores; porque siguiendo respetuosamente los pasos
de los dos Apóstoles, parecía no querer separàrse cle ellos.
Pedro y Juan se dirigieron aI peristilo de Salomón, y
la multitud. que lo había abandonado aI enterarse del
prodigio , allá,, los siguió en tumulto. Sin cuidarse del
lugar en que se hallaba ni de la autoridad religiosa
que iba á irritar, Pedro jazgó que debía saear partido de1
incidente é instruir á los que el milagro tan vivamente
había eonmovido. (Hombres israelitas-diio,-ipor qué
os maravilláis de esto, y por qué nos estáis mirantlo, como
si por nuesbro propio poder ó nuestra piedad (a) hubiése-
mos heeho andar á este hombre?» EI Apóstol sería indig-
no de su misión si permitiese que el entusiasmo popular
le eoloease en el lugar de Aquel á quien él debe predi-
car y glorifiear. Pedro llama vivamente la ateneión públi-
ca sobre Jesús, verdadero autor del prodigio y que es el
únieo que tiene dereeho á la adr,iración religiosa de todos.
«El Dios de Abraham-dice,-de Isaac y de Jacob, el
Dios de nuestros padres, ha glorifieado á su caro servidor

(l) E sucedióel
prodigio igo estaba
en el lad dos discí-
pulos y I ba uno de
los lados
(2) Eech.,ÍY,ZZ.
(3) Algunos leen dfouoÍç, auüoridad,, envezde eloepelç,

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l[ONSEfrOR LE CAMUS

Jesús l1l, á quien vosotros habéis entregado y negado en


êl tribunal de Pilato, juzgando éste que debÍa ser puesto
en libertad. Mas vosotros renegasteis del Santo y del Jus-
to, I pedisteis que se os hiciese graeia lde Ia vida de un
homicida; disteis Ia muerte al autor de la vida t2); pero
Dios le ha resueitado de entre los rnuertos, y nosotros so-
mos testigos de su resurrección. Su poder es el güê, me-
dianbe la fe en su nombre, ha eonsolidado los pies á" ést'e á"
quien todos vosotros eonoeéis; cle suerte que la fe que de
é1 proviene, es la que ha causado esta perfeeta curación
delante de vosotros.) Aquí Pedro prosigue eontra Israel
la acusaeión fiseal del día de Pentecostés. A sus ojos, cada
nuevo milagro tiene por objeto acentuar la antítesis pro-
funda entre el iuicio de Dios v el de los judíos sobre JesÍrs.
Cuanto más éstos deseonocieron, humillaron y deshonraron
aI Nazareno, tanto más conviene ahora que Aquel le re-
babilite, le glorifique y pruebo que era su propio Iliio.
lQuerrán por fin los judíos abrir los oios, reconocer que
Dios tuvo razón contra ellos y rendirle homenaje? Mas,
dado caso de estar bien dispuestos á ello, ipueden esperar eI
perdón de un erimen tan grande? Esta es Ia cuestión que
ãu propone el celo del Apóstol y á" la que su earidad facili-
ta una respuesta, atenuando eI abominable deicidio.
(Ahora, hermanos, yo bien sé-aflade,-que hicisteis por
ignorancia lo que hicisteis, como también vuestros iefes.
Si bi"o Dios ha cumplido de esta suerte lo pronunciado
por la boca de todos los proÍetas, en orden á la pasión de

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LÀToBBÁ DE Los ÂPósroLEs

su Crisbo.) Engaõ.arse es más bien una desgraeia que un


crimen (1). Basta reeonocer el error, para encontrarse, res-
pecto de Dios, en la actitud que conviene al verdadero pe-
nitente. Reeonoeer la verdad, es detestar el extravío, y,
por eonsiguiente, arrepentirse. (Haced, pues, penitenci, y
convertÍos, á fin de que se bolren vuestros pecados. En-
tonces (2) vendrán los tiempos de la eonsolación, saliendo
de la preseneia del Seflor. (3) Entonces el Seflor enviará
para vosotros, no ya visible como la primera 'r,ez en que
pudisteis toearle con vuestras manos (a), pero ejerciendo
(l) Es evidente que Pedro, procurando atenuar el crimen de los judíos,
no piensa en suprimirlo. Cuanclo Jesús en la cruz decía: «Padre, perdónales,
porque no saben lo que hacen», dejaba entender que, si pedia gracia en ra-
zón de la ignorancia, es potque había que pedir gracia en razón del pecado.
(2) Hay gran dificultad en explicar convenientemente este pasaje. La lo.
cución 6rus àv no puede seflalar sino un fin que se espera. (Véanse los cinco
pasajes del N. T. en que está empleada: lIat.,YI,51 Luc.,II,an; Hech.,XY,
17z -front..,lII,4). No puede, por tanto, traducirse: «Arrepentíos alrcra que
han ilegado los tiempos de consolación y queDiosha enviadoá Jesucristo.»
Esto sería muy sencillo, pero poco gramatical. Resta, pues, admitir que Pe-
dro habla aquí de la Parousirr ó advenimiento final de Jesús corno de una
cosa cercana. Sabiendo que la conversión de Israel le precederá inmecliata-
mente, exclama: «Arrepentíos, á fin de apresurar los tiempos de consolación;
obligad á Dios á enviar de nuevo á Jesucristo, etc.» Según esta exphcación,
el Mesías, rechazado por los suyos, se ha encerrad.o en eI cielo, y no debe
voiver á la tierra hasta que los suyos estén dispuestos á recibirle. Israel pe-
nitente es quien debe hacerle descenilerde nuevo. Pedro, como todos los de-
más Apósto)es, comprendiendo mai las palabras de Jesús sobre la Parousia,
creíala cercana. Los texto-s de sus Epístolas, y en general de toda la litera-
tura apostólica, son demasiados numerosos y muy categóricos pàrâ que se
pueda negar la universalidad de este error entre los primeros disclpulos del
Evangelio. Semejante ilusión, según diremos más tarde, tenía más ventajas
que inconvenientes, y por esto el Espíritu Santo la toleró en la lglesia. En
el texto que nos ocupa, se puede eludir en parte la dificultad por una tra-
ducción que, reepetanclo el sentido de las palabras, concuerde conveniente-
mente con eI resto del discurso. Moisés, en efecto, proÍetiza, no al Mesías
del fin de los tiempos, sino al Mesías que viene en la plenitud de los tieru-
pos. Pedro pudo, por tanto, hablar de una venida de Jesús eneqúritwr y no
de su aparición personal al fin de los siglos. Si tal fué su pensamiento, Ia
razón que da de una venida puramente espiritual, es que Cristo esté encc-
rrado en la gloria celeste hasta Ia palingenesia final, de la que EI será su so-
lemne consagrante.
(3) La expresión àrà rpooúzrou roa Kvpiov y el singular desenvolvimiento
de toda la frase, lo mismo que más arriba, la construcción dificultosa del
versículo 16 revelan una fuente aramea de la que San Lucas toma su relato.
(4) La lectura Trpo,-xelplap.évov, \lê es la mejor, significa puesta debajo d,e
la mano. (*)
(") El autor admite con razón esta lectura, que es la de la edición Gries-

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MON§EfrOB LE CÀMU§

su influeneia espiritual y saludable, á, este Jesucristo, eI


cual es debido por eierto que se mantenga en el cielo, has-
ta los tiempos de la restauración de todas las eosar (1), de
que antiguamente Dios habló por boca de los santos pro-
fetas.) Israel no está, pues, definitivamente fuera de la
Rodeneión. Para estar comprendido eficazmente en ella, no
tiene más que querer. La misericordia divina tiene toda-
vía días de salud á su disposición. El Mesías no ha renun-
ciado á hablarlo por su gracia y su Evangelio. Manifioste,
pue§, su arrepentimiento. ;Es, por ventura, tan difícil ver
que las antiguas profeeías se han cumplido, y que no hay
más quo agruparse bajo el cayado del pastor aparecido en
Israel? iAcaso el antiguo legislador del pueblo no orientó,
antes de morir, el alma de todos los creyentes hacia este
MesÍas venidero? iPor qué rehusar ir á" il?
(Moisés dijo á vuestros padres: El Seflor Dios vuestro
os suscitará de entro vuestros hermanos un Profeta como
yo P). Á a habéis de obedecer en todo cuanto os diga. De
Io eontrario, cualquiera que desobedeciere á aquel Profeta,
será separado del pueblo de Dios (3).» Después de la pena
de muerte, la excomunión era el eastigo más severo que
podía imponerse á un hijo de Israel. Según Moisés, incu-
rre en ella eon toda justieia el que se niega á reconocer al
MesÍas. Tal será el caso de los que no responderán á, Ia

bach. La Yulgata, siguiendo lla lectura TrpoKecnpv'yttévov, traduce: et miserit


eum, qui pred,icatws esú vobis, Jesum Christurn.»-N. del T.
(l) EI espíritu cristiano debe trabajar en el mundo hasta que las ruinas
ocasionadas por Satán sean plenamente leaantad,as ó restaurad,as, y que el
bien haya definitivamente triunfado del mal. Este tiempo dichoso será la
d,troxará,oracc.
(2) La semejanza entreMoisés yJesucristo, indicada por las palabras: «co-
mo yo», podría referirse tan sólo á su nacionalidad común, y esta explicación
encontraría un punto de apoyo en esta otra expresión: «de entre vuestros
hermanos». Pero es más natural entenderla en un sentido más completo,
pues se tiene el derecho de decir que Jesús y Moisés fueron el uno y el otro
legisladores, profetas, pontífices, fundadores de religión. En todo caso la se-
mejanza, no impide la excelencia de uno de ios dos, y la Epístola á los He-
breos (III, 3-6) establece claramente la divina superioridad de Jesucristo. La
realidad supera la figura.
(s) Este pasaje está tomado del Deuter., XYIII, 15-19, con una pequeia
variación.

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l
I,À OBIiA DE LOS APóSTOLES 91

Íraternal invitación de Pedro. ElIa se apoya en la gran


voz de Dios que habla á su pueblo, no solamente por Moi'
sés, sino por la gloriosa sucesión de sus enviados. «Todos
los Profetas que desde Samuel en adelante han vaticina-
do, anunciaron lo que pasa en estos días. Vosotros sois hi-
ios de los Profetas, y los herederos de Ia alianza que hizo
Dios con nuestros padres, diciendo á' Abraham: En tu
descendeneia serán benditas todas las nacior.es de la tie'
rra. Para vosotros en primer lugar es para quienes ha re'
sucitado Dios á su Ilijo, y le ha enviado á llenaros de ben-
diciones , á, fin de que cada uno se convierta de su iniqui-
dad. »
Los dos Apóstoles hablaban todavía al pueblo é iban
sin duda á deeenvolver esta tesis con deduceiones conso-
ladoras, cuando sobrevinieron los sacerdotes que estaban
de servicio en aquel momento. EI jefe de la guardia del
Templo y algunos miembros de Ia secta de los saduceos
iban con ellos. Ilablar al pueblo en el peristilo de la Casa
de Dios, sin misión y contra la voluntad de la autoridad
religiosa, la única guê, desde Moisés, regía aI pueblo de
Dios, âno era, por ventura, temeridad sacrílega? Por esbo
los saeerdotes habían demandado auxilio al jefe principal
de la policía (1), y eon él se presentaron para dar buena
cuenta de los dos novadores. Ifn grupo de sadueeos, irri-
tados al oir sostener la tesis de Ia resurreción, no ya sola-
mente como una teoría ó una esperanza, sino como un he-
çho establecido por Ia resurreción misma de Jesús, atíza'
ba eI furor de aquéllos y se ofrecía á" secundarlos efrcaz'
mente. Por 1o demás, veremos á este partido, que en otra
parte hemos ya caraeberizado (z), adquirir uua influencia
(l) El orporrllàs zoü Íepoü de quien se habla era el sacerdote que mandaba
la guardia del Templo. Los levitas de servicio constituían esta guardia. Este
comandante desempeflaba un papel relativamente importante, pues velaba
por la seguridad del lugar santo y era contado entre los personajes de
àonsideración de la ciudad. Josefo, Antiq., XX, 6, 2, habla de uno de ellos,
Anano, que fué enviado por Cuadrato á Roma, al mismo tiempo que el gtan
sacerdote Ananías, para responder ante Claudio de los desórdenes ocurridos
en Judea.
(2) Tida de Nu.estro Sefr,or Jesucristo, vol. f, p.lr5.

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MONSE§OB LE CÂMUS

eada vez más preponderante en la lucha que va á enta'


blarse contra la Iglesia y venir á ser su más encarnizado
adversario. Sin otras consideraciones, se apoderaron de los
dos predicadores, 5l Gomo era demasiaclo tarde (1) para en-
tablar un juicio, se contentaron con ponerlos en lugar se-
guro, esperando incoar el proceso al día siguiente.
La violeneia no es un argumento. Para la multitud, e[
discurso que acababa de oir era tanto más convincente,
cuanto había sido más visiblemente autorizado por .un
milagro: Ia curación del tuliido. El gran número de oyen-
tes se mostró dispuesto á hacer penitencia y á" creer' en
Jesús. Á partir de este momento, cineo mil hombres par'
ticiparon oficialmente de la fe de la pequefla Iglesia, de
su vida y de sus esperanzas (2). Los pescadores de hom-
bres no echaban en Yano sus redes.

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CAPITUTO Y

Pedro y Juan delante del Sanedrín

El Sanedrín propone á los dos Apóstoles la cuestión de hecho.-Su noble'


respuesta.-Los acusados acusadores de sus jueces.-El nombre de Je-
sús y su poder.-Embarazo de los sanedritas y su procedimiento de inti-
midación.--I\on possunlus non loqui.-Los dos Apóstoles puestos en li-
bertad.-Plegaria de la Iglesia.-Nueva comunicación del Bspíritu San-
to. ( Eechos, lV, 5-3r.)

Al día siguiente, el Sanedrín fué solemnemente rêüni:


do (t). En él debieron tomar asiento de oficio (z) Ios repre-
Bentantes de los tres órdenes: sacerdotos, escriba§ y ancia-
nos del pueblo, en número de setenta y uno. Presidíaloe
Anás, á quien el historiador ealifica de sumo sacerdote, bien
que Ia suprema dignidad de sacrificador le había sido qui'
tada tiempo hacía por los romanos, habiéndola recibido Cai-
Íás en su lugar. Pero es cosa sabida guo, para los verdade-
ros judíos, la intrueión de los elegidos por eI extranjero no'
quitaba al pontífice desposeído sus derechos inalienables á
un cargo reputado como vitalicio, y, según en otra parte
dijimos (3), si otros podían llegar á ser supremos sacrificado-
res de hecho, sólo él Io era de derecho. Tal era eI caso de

(1) San Lucas dice que la reunión tuvo lugar en Jerusalén. Esta obser-
vación podría parecer superflua, dado que todo el asunto pasaenJerusalén;
pero se explica bastante bien por una indicación gramatical que tiene eu im-
portancia. Las mejores lecciones llcvan eds'IepouooÀúp en lugar de év'Iepovaa-
\rtp.; lo que permite suponer que los miembros del Gran Consejo lle.garon
del campo á la ciudad. Así estaríamos autorizados para creer que en este mo-
mento, época del calor, estarían veraneando y que fueron convocados para.
la audiencia solemne.
(2) Yéase Tid,a d,e Nwestro Sefi,or Jeswcristo, vol. I, p. rl7.
(3) Yide dn Nwestro Sefror Jesuwisto, vol. I, p. I2l.

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L
MONSEIVOR LE CÁMUS

Anás respecto de los cuatro sucesores que le habían sido


dados y muy especialmente respecto de su yerno Caifáe, aI
guo, por otra parte, parece que había dominado con toda
la autoridad de su carácter altivo y emprendedor. Á su
lado sentáronsé Caifás, Juan (t), Alejandro (2) y muchos
miembros de la familia del Sumo Sacerdote. Cinco de ellos
por lo menos habiendo sido ó debiendo ser llamados á
ejercer el supremo cargo de sacrificador, es muy natural
encontrarlos reunidos en esto sitio de honor.
Pedro y Juan fueron introducidos en la augusta asam-
blea y coloeados en medio de la sala de forma semicircu-
lar. Com enzó el interrogatorio proponiéndoles la' cuestión
Brejudicial: «iCon qué potestad, ó en nombre de quién ha-
béis hecho esto?» No se atrevieron á calificar el aconteci-
miento de otro modo que con esta fórmula vaga é insufi-
ciente. Hablar de milagro ó de curación les parecía emba-
razoso y odioso. Al prodigio le llamaron: esto. Jesús, que
había prometido á, los suyos no abandonarlos ante los
iueces, mostró que sabía mantener su palabra. El Es-
píritu Santo vino al instante á ponor en los labios de Pe-
dro esta eloeueneia limpia y firme, á la cual nadie podría
resistir.
(Príncipes del pueblo-dijo,-y vosotros, ancianos de
fsrael, escuchad: ya que en este día se nos pide razón del
bien que hemos hecho á un hombre tullido, y que se quie-
re saber por virtud de quién ha sido curado, declaramos á
todos vosotros y á todo el pueblo de Israel, que la curación
se ha hecho EN NoMBRE DE NUESTRo Snron Jpsucnrsto
NazannNo, á quien vosotros crucificasteis, y Dios ha re-

(l) Algunos han intentado identifrcar á, este Juan con JohanánBenZae-


'cai, célebre rabino, que obtuvo de los romanos, después de la ruina de Jcru-
salén, permiso para, que eI Sanedrín residiera en Jafne. Yéase Lightfoot, iz
loc. Otros prefieren leer Jonatán, en lugar de Juan, y entonces setrataría
de uno de los hijos de Anás, que fué sumo sacerdote.
(z) Este Alejandro es absolutamente desconocido en la historia judía, ó
menos que se le quiera reconocer, 1o que es bastante inverosímil, en el Ale-
jandro, hermano de Filón, el que, según Josefo (Anú.rXIX, 8; r y XYIII,8,
I) fué alabarco (prefecto de la sal), ó gobernador de los judíos en Ale-
jandría.

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LÀ OBBÀ DE LOs ÂPóSTOLES

sucitado. En virtud de tal nombre se presenta sano este


hombre á vuestros oios. Este Jesús es aquella piedra que
vosotros desechasteis al edificar, la cual ha venido á ser la
principal piedra del ángulo (1). Fuera de ét no hay que bus-
car la salvación en ningún otro, Pues no 8e ha dado á los
hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual deba'
mos salvarnos. » No sin una ligera ironía (2) se asombra
Pedro ante los jueces de que se le encause por haber
curado á" un paralÍtico. iPuede el servieio prestado
constituir un delito? En todo caso, supuesto que recono-
aen la curación,-ella es la ocasión del proceso, y el que
ha sido objeto del milagro está presente,-deben conÍesar
que es prodigiosa. Desde luego, harían mal en reunirse para
tratar eon desprecio ora de la obra, ora de Aquel en cuyo
nombre se ha hecho. Quieren conocer este nombre; Peiro
no rehusa decírselo. Es una buena ocasión de trocar útil'
mente los papeles: de acusado se convertirá en aeusador.
Con solemnidad invita. pues, á los jueces y á todo Israel
á prestar atención, Y cuando cada uno, ansioso y mudo,
espera la respuesta, va á tomar de sobre la cruz este nom-
bre bendito, tal como los judíos le leyeron y Pilatos lo es-
cribió, y, en medio del silencio general, lo deja caer terri-
ble como un remordimiento. Sus labios acentúan con noble
orgullo cada una de estas palabras: Jnsucnrsro Nazenn-
No. Yvolviéndose en seguida despiadado hacia susjueces,
Ies reprocha eI haber crucificado y dado muerte á Aquel á
quien Dios ha glorificado y devuelto á la vida. Por más
que hagan, estos arquitectos sin inteligencia del reino de
Dios, no hay sino una piedra eàpazde sostener el peso del
inmenso y eterno ediÍicio, y precisamente Ia han rechaza-
tlo, como si nada valiese. La equivocaeión es verdadera-
mente grosera; por esto Dios se ha complacido en relevar-
(t) lrno CXYIÍ, 22, o lo había hecho
en otr Yid,a de Nuesúro o, vol. III, p. 63.)
Este S n su segunda par erq literalmente aI
MesíaÂ.
(2) La ironía es aún más acentuada en el griego: ei fip.eis «Si, lo que no
parece creíble, nosotros somos encausados, etc.)

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ú
MONSEN'OB LE CÂMUS

la, reponiendo á Jesús en el sitio glorioso que merece. Por


más que proteste el judaísmo, cuyo corazónes malo y cuya
eabeza es dura, sólo un nombre fué dado á" los hombres
de la Antigua Alianza en prenda de salud: el del Mesías.
venidero, en quien egperaban; sólo uno es dado á los hom-
bres de la Nueva: el del MesÍas que ha venido, con el cual
se unen por la fe. Colocado entre los dos edificios, como.
la piedra indispensable que soporta el esfuer zo, el Mesías
es y será por siempre jamás el único lazo de unión provi-
deneial entre los dos Testamentos. I{adie se salvó ni se-
salvará sino po, É1. Pues bien; este Mesías es Jeeús. SRes-
peto-á su nombre poderoso, saludable y glorioso!
Edta arrogante elocuencia de Pedro-yã" Juan (1) asom-
bró á" los jueees, que tenÍan á los acusados por hombres ile-.
trados y gente del bajo pueblo. La ciencia de las Escritu-
ras de que daban pruebas, como sin sospecharlo, resulta-
ba para los viejos doetores de fsrael un hecho más prodigio-
so todavía que la curación del paralÍtico. Sentíanse en pre-
seneia de hombres verdaderamente asombrosos. 2lban á"
encontrar en ellos, supuesto que habían sido discípulos de.
Jesús, aquella faerza de palabra y de obra que hicieron
tan temible al Maestro?
àQué hacer? Porque era necesaria una solución del pro-
ceso tan imprudentemente incoado. Contradecir la afir-
.mación de Pedro era difícil. EI que había sido obieto del
milagro estaba allí, de pie, aI lado de sus bienhechores.-
Cuarenta aflos de parálisis demostraban la realidad de su,
enfermedad pasada, así como su actitud desde la víspera
anterior garantizaba su curación presente. Si el Sanedrín
había eontado con'que los Apóstoles dudarían en pronun-
ciar en su presencia el nombre de su Maestro, y si había
esperado que todo acabaría con un silencio tímido ó una
cobarde apostasía, era evidente que se había engaflado.

(1) EI historiador sagrado sigue suponiendo que aquí, como bajo el pe-
ristilo de Salomón, hablaban Pedro y Juan, si bien cita solamente el discur-
so de Pedro. Su intento fué sencillamente reproducir, de una mânera gene-
ral, el orden de sus ideas desarrollado por los dos acusados.

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r-

LA OBBA DE LOS ÂPó§TOLES

Entre el Pedro de la víspera de ia Pasión y el Pedro de


'después de Penteeostés, mediaba un abismo. En la medida
'en que se había mostrado cobarde jurando delante de loe
eriados del Sumo Saeerdote no conocer á Jesús, mostrába-
se ahora valiente para glorifiear su nombre ante el Gran
"Consejo reunido. Su aire resuelto y casi audaz atemoriza-
ba á los iueees. Se hizo salir un instante á los dos Apósto-
les, para deliberar. ;Qué suprimir? iel prodigioó á sus au-
tores? El merrdigo mantenía el uno, y 1, multitud parecía
sostener á los otros. «iQué haremos con estos hombres?-
se preguntaban.-El milagro hecho por ellos es rrotorio á
todos los habitantes de Jerusalén; es tan evidente que no
podemos negarlo. Pero á fin de que no se divulgue más en
el pueblo, apercibámoslos que de aquí en adelantã no tomen
'en boea este nombre, ni hablen de é1 á persona viviente.)
El resultado de su deliberaeión era apelar al procedimiento
de intimidaeión á fuerbe dosis. Se llamó dó nuevo á, los
dos Apóstoles á la sala del eonseio, y se les signifieó enér-
gieamente que por ningún co,eepto hablasen y menos pre-
dieasen en nombre de su Maestro. Mas, eualquier, -qr"
f,uese la severidad de la sanción imaginada en apoyo aã la
nueva orden, no podía bastar para cerrar la boea de
aquellos á quienes el Espíritu Santo trabajaba eon sug
ardores. La mano del hombre se rompe cuando quie-
'1re de tener un movimiento determioráo por el pãd""
-divino.
sin inmutarse, Pedro y Juan respondieron: (Juzgad
vosotros si en la presencia de Dios es justo el obedeeúos
á vosotros antes que á Dios; porquo nosotros no podemos
'menos de hablar de lo que hemos
visto y oído.» Esto era
'categórieo, y los acusados se mostraban absolutamente in-
tratables. lCuántos mártires han repetido estas arrogan-
tes palabras! Han hablado bajo las varas, en el cadãlso,
'en los braseros ardientes, rindiendo animoso y triunfanto
homenaie á la verdad. Por más que se renovaron las ame-
ir.azas, Íué preeiso contentarse con lo dicho, y despedirlos.
La aetitud de la muehedumbro y el prodigió realizado ha-

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IIONSEftOR, LE CÀMU§

blaban muy elocuentemente en su favor para atreverse á,


otra cosa.
Apenas puestos en libertad, Pedro 5r Juan volvieron á'
sus hermanos. Éstos, al eorriente de lo sueedido la víspe-
ra, se hallaban en profunda ansiedad. EI recuerdo del aten-
tado consumado tan rápidamente contra el Maestro estaba
bastante presente en la memoria de todosr para temer un
nuevo acto de violencia. Perdiendo á. Pedro y á Juan,
cabeza y eorazón del Colegio Apostólico, la joven lgle-
sia hubiese experimentado Ia más eruel de las prue-
bas. Así fué muy dulce la sorpresa de la asamblea euando
vió que ambos llegaban. Con santa euriosid*d y en medio
de la más viva alegría, escuchó el relato que hieieron de
lo que había pasado entre ellos y sus iueces. Después, le-
vantando unánimes su voz al cielo en un magnífico arran'
que de enbusiasmo, los fieles exclamaron: (Sef,or', tú eres el.
que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto en él
se eontiene; el guo, hablando el Espíritu Santo por boea
de Davitl nuestro padre y siervo tuyo (1), diiiste: iPor qué
se han alborotado las naeiones, y los pueblos han foriado
empresas vanas? Armáronse los reyes de la tierra, y los
príneipes se coligaron contra el Seflor y contra su Cris-
to (2). Porque verdaderamento se mancomunaron en esta
ciudacl eontra tu santo Hiio Jesús, á quien ungiste, He-
rodes (s) y Poncio Pilato, con los gentiles y las tribus de
Israel, para ejecutar lo que tu poder v providencia deter-
minaron que se hiciese. Ahora, pues, Sef,or, mira sus ame'
naza§, y d" á bus siervos el predicar con toda confianza
(1) La calificación de ro.is, nifro, seruidor', es dada á David como á Jesús,
porque David desempefró un papel mesiánico y fué servidor muy amado de
Dios.
(2) El Salmo ÍI,l-z,está citado textualmente segírn los Setenta. Es uno
de los Salmos reconocidos como mesiánicos, no sólo por los escritores sagra-
dos (Hechos, XIII, 33; Hebr.r I, ó; Y, 5), pe rabinos Da-
vid Kimchi, Saadías Gaon, etc. Los iudíos ente ó David
todos los salmos que no llevan título. Todo er que éste le
pert
' (3 f,8'll, el único, hace in-'
terv proceso de Jesú ente con-
esta acusación de los

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LÀ OBR,A DE LOS ÀPóSTOLDS

tu palabra, extendiendo tu mano para haeer curaciones,


prodigios y portentos en el nombre de Jesús tu santo Ili-
jo.» Así, los bravos soldados no rehusan la lucha; ruegan á
Dios que no olvide que está entablada, y que sosten-
ga su ánimo siempre que les proporcione ocasión de de-
mostrarlo. Los jueees les han prohibido hablar en nombre
de JesÍrs, y ellos piden obrar milagros en este nombre
bendito, á fin de que los jueces no ignoren que ellos toda-
vía 1o pronuncian y trabajan siempre en hacerle glorioso. Na-
da más conmovedor que este ánimo, sencillo y grande como
el heroísmo, I que inspira una súpliea tan hermosa á"la
Ig'lesia perseguitla. Cuando se dice que los que así habla-
ban habían sido en otro tiempo tan vacilantes y tan pusi-
lánimes, se hace preciso reconocer que un elemento nuevo.
había sobrevenido en sus almas; en otros términos, que el
Espíritu Santo había pasaclo por ellos.
En aquella misma hora, este Espíritu se cernía aún so-
bre la piadosa asamblea. Apenas había acabado la con-.
movedora súplica, cuando la casa donde se errcontraba tem-
bló hasta sus fundamentos (1). IIna vez más el Espíritu.
Santo derramábase abundantemente en todos los corazo-
nes. I[ubo entonces un momento de exaltación sublime en
la asisténcia. Se reeonoeió la respuesta del cielo en esta
agitaeión súbita de la tierra, 5z, como en eI día cle Pente-
costés, eada uno encontró, en la comunicaeión divina reci-
bida, no solamente el poder transitorio de alabar á" Dioe
en lenguas nuevas, sino sobre todo el ánimo de predi car á,
Jesueristo con tanta eloeueneia como éxito.
(I) El texto dice: «Et cum orassent, motus est locus, in quo erant congre-
gati; et repleti sunt omnes Spiritu Sancto, et loquebantur verbum Dei cum
fiducia.» Yisiblemente, estas palabras autorizin para creerquela manifesta-
ción celeste se pareció un poco á la de Pentecostés.

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I
CAPÍTULO VI

La mentira de Ananías y de Safira contrastando con


la belleza moral de la lglesia

'Continuación de la vida feliz y desarrollo de la caridad entre los fieles.-


Los que venden sus tierras.-José Bernabé.-Combinación hipócrita de
Ananías y de Safira.-severidad del castigo.-Temor respetuoso que ins-
piran los Apóstoles.-Multitud de curaciones milagrosas.-La sombra de
Pedro.-La severidad no menos necesaria que la bondad en el desarrollo
de la Iglesia.(Hechos. IV, 32-Y, 16).

Este primer soplo de perseeueión tuvo por consecueDcia


.estreehar más fuertemente los lazos de unión que unían á'
los fieles en una santa fraternidad. De ellos puede decirse
.que estaban enlazados, no solamente por la mano, pero
también por el eorazón. Así eran una fuerza que se afir-
maba de día en día. EI historiador, volviendo á' la Pia'
dosa tabla que ya antes nos trazó de la unión de aquéllos,
declara que no tenían sino un corazóo y un alma. Podría
haber dicho quo este eorazón y esta alma eran el mismo
"Jesús, derramando, por su reeuerdo y su graeia, la más
consoladora suavidad en las relaciones de los miembros en-
tre sí y sosteniendo su earidad con las más santas espe'
ranza§.
Lo tuyo y lo rnío no estaban ni en los labios ni en Ia
tolsa de los nuevos hermanos; sin inquietarse por las
'cosas de aquí bajo, empleaban toda su energía en predi'
.car con unción é insisbeneia la resurreeción de Jesueristo.
Ésta era para ellos el fundamento inmoble del Evan-
.gelio. Este sistema apologético, que haeía del último acon-
-tecimiento de la vida de Jesús eI punto de apoyo de todos
Jos demás, tenía verdaderamente su valor; Porque la resu-

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T.A OBBÀ DE IO§ ÀPóSTOLE§ 101

rrección probaba todo lo restante explieándolo. En este


trabajo, lleno de atractivo para ellos, los discípulos alcan-
zaron un éxito considerable. No solamente el Espíritu
Saúto dictaba su ensefi anza, sinoque la gracia la hacía pe-
netrar en los corazones. Cada vez má,a mostraba el pueblo
seflalado interés por los nuevos predicadores, cuyo géne-
ro de vida, del todo consagrado á obras de earidad, era más
sorprendente aÍrn que Ia doetrina. lEra tan extraflo ver en
Jerusalén, donde la separación entre el rico y el pobre ha-
bía sido siempre muy profunda, hallándose entonces más
aeentuada por la secta materialista de los sadueeos, una
sociedad naciente, poro ya numerosa, que no tenÍa pobres
ni rieos, y en Ia que cada miembro participaba de los bie-
nes comunes á todos! Nada más elocuente á los ojos dei
pueblo que estas aplicaciones prácticas de la igualdad y
de Ia fraternidad humana.
Mezclándose en ello el entusiasmo, veíase á" prosélitos
generosos vender sus tierras ó sus easas para fu át de-
positar el precio á, los pies de los Apóstoles (1). Así se ali-
mentaba la bolsa común. ;Tiempos dichosos, pero que de-
bían tener fin con la infancia de la Iglesia! En efecto, á,
ésta no Ie era posible ensanchar el círculo de su evolución
y extenderse en el mundo, sino con la condición de sacri-
ficar á su universalidad las dulces é íntimas relaciones quo
unían á sus hijos. La vida de familia no se concibe y no
dura sino en Ios límites estrechos de una sociedad vigila-
d, -y escogida, con elementos perfectamente sumisog y co-
(2).
nocidos
(1) La costumbre oriental exige que el que ofrece un presente á un sa-
cerdote ó á un personaje elevado en dignidad, lo deposite á sus pies. De
aqrrí la expresión familiar á los orientales, pd,thahd,nikü, «la ofrenda de los
pies.)
(2) No se ve, en efecto, que esta santa comrrnidad de llienes haya existi-
do fuera de Jerusalén. Las recomendaciones que sobre eI ejercicio de Ia ca-
ricl.ad para con los pobres y sobre el desapego de los bienes de este mundo,
leernos en las Epístolas, suponen en todas partes la doble categoría de ricos
y de necesitados. Cuando Pablo habla á la Iglesia de Corinto (I Cor.,XYf,
2; If Cor., IX, ó-7), a la de Gala cía (Gal.,II, 10), ó á discípulos como Ti-
moteo (f ?im., VI, I7), admite en las diversas comunidades cristianas la
desigualdad de condiciones. EI mismo Santiago, con el tono rudo y severo
T. lv

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L
102 IIONSEÍOB LE CÀMU§

fFno de los primeros que dieron el eiemplo de la frater-


nidad heroico que ésta
Ileva io de ChiPre' Es
sobre glesia con el nom-
bre de Bárnabas ó Bernabé, h'ijo d,e consolación o d,e pre'
d,icación\; calificativo honorable que la comunidad cris-
tiana le concedió sin duda en razónde su fructuoso minis-
terio. Tenía é[ un campo. Los levitas podían poseer tie-
rras en Palestina, adeurás de las ciudades que les había
asignado Moisés (2). Lo verrdió y ofre cio á,los Apóstoles eI

que le caracteriza, nos recuerda que habia pobres y ricos en la IglesiadeJe-


rusalén, y, sin condenar esta desigualdad, se contenüa con afear los abusos

rosâs.
(*) Yease pág, 47, nota 2.â, y pág. 65, nota 2."-N. del T.

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l
LÀ OBRA DE LOS APóSTOLE§ 103

cio de la venta, ofreció el resto á los Apóstoles, eomo si


llevase, sin ninguna reserva, á,la comuoidrd de los her-

damente mantenido á expensas del tesoro común, conser


vando algunos recursos personales para el caso de even-
t ualidades imprevistas.
Sea como fuere, la inteneión era detestable. Constituía ó

engaflar, con falsas virtudes, á los apóstoles, .que son sus


representantes., no se_engaf,a jamás á Aquel á quien ellos
representan. En aquellos tiempos de formación primera y

(1) cicerón ha dicho: «Tot1u,s injustitia capitalior est, quam eo-


tllla
.rm qui, cum maxime fallunt, id agúnt, ut viri boni e-ú ,iáu"oiLr=.»1ZyÀr.,
I, rB).
(2) cual «mentir al Espíritu
Dios» una misma cosa, laieolog
tieryg ade la divinidad, y"d;i;
ta del

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104 MONSEftOR LE CAMUS

aeababa Pedro su Severa âmonestación, cuando, con espanto

7l co*p.la historia de Acán, apedreado en el valle de Acor por haber


*à"íiaã--rõ áeI botín de Jericó, enteramente reservado aI Seflor. (Jo'

relato de San Lucas.

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LÀ OBRÀ DE LOS ÂPó§TOLE§ l0ó

Los más jóvenes de entre los asistentes, á quienes co-


rrespondían las faenas penosas, se levantaron al punto, y'
sin derramar una lágrima por el eadáver de aquel á quien
Dios hiriera, envolviéronlo err un manto ó mortaja, y lo
llevaron á la tumba,á" Ia otra parte del valle de Elinnón ó
del Cedróu, donde estaban los cernenterios juclíos. Entre
ir y venir, fué asunto de unas tres horas. Una sepultura
tan precipitada, sin duelo previo. sin compostura Íúneble,
sin cortejo de amigos, debió contribuir singularmente á
acrecentar el sentimierrto de espanto en los corazones de
todos.
La asamblea no había benido ánimo para disolverse des -
pués de tamafla catástrofe, y cada uno había resuelto e§-
perar Ia vuelta de los mozos para conocer Ios deballes de
su triste expediciórr. Esto explica, en pat'te, el silencio dis-
ereto guardado sobre el fatal acontecimiento y Ia compie'
ta ignorancia en que pareció estar Safira, al presentarse á
su vez en la santa asamblea, esperando recibir felicitacio-
nes unánimes. Como si se quisiese que el crimen fuese más
ernocionante, el dinero estaba todavía donde Ananías lo
depositara, y cada ulro podía contemplar este triste re-
cuerdo tlel sacrilegio. Pedro, mostr'ándolo á la desgraciada
mujer. Ie dijo: «Dime, ,es así que ventlisteis el campo por
tanto? Sí-respondió ella,-por este precio Io vendi-
mos.» EI Apóstol, á pesar de la caritativa precaución de
su pregunta, no había podido aparbar á Safira de su men-
tira. La criminal pareia había acordado no traicionar su
secreto y simular que sólo servía á un seflor, cuando en
realidad tenía dos sefiores. Esto era, dice San Agustín,
un verdadero sacrilegio. La iusticia de Dios no separó Ia
suerte de aquellos á" quienes unía la misma hipocresía.
(lPor qué-exclamó Pedro-os habéis concertado para ten-
tar al espíritu del Seflor? Ele aquí á la puerta á.los que han
enterrado á tu marido, y ellos mismos te llevarán á en-
terrar.) Lo mismo que su esposo, la infortunada eayó co-
mo herida por un rayo delante del dinero fatal. Los mozos,
qde en aquel instante entraron, se la llevaron, 5r, sin otros

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t
106 MONSEfrOE LE CÀMUS

prelimin&res, procedieron á sepultarla. Un suceso tan trá-


gico no podía dejar de impresionar muy vivamente el áni-
mo de los quo lo habían preseneiado, ó lo oyeron contar.
El EspÍritu de Dios estaba realmente en los Apóstoles, ya
que tan peligroso era tratar de engaflarlos. En la Luy nue-
va, no menos que en la antigua, Dios dejaba sentir su bra-
zo á,los prevaricadores. Para judíos de corazón incircunciso
y de eabeza dura, semejantes lecciones eran necesarias.
Sólo el temor debía llevarlos á servir á Dios, aun bajo la
ley del amor.
EI resultado fué no solamente enseflar que después de
la caridad y la fe, la sencillez de eorazóo y la ingenuidad
son las grandes virtudes cristianas, pero también que la
autoridad de los Apóstoles era temible, pues Dios les con-
cedía el don de conocer las malas disposiciones de cora-
zón y el derecho de eastigarlas severamente. Desde aquel
día, el pueblo los rodeó de un respeto más profundo aún.
Cuando se paseaban, en grupo, bafo el peristilo de Salo-
món-y allí era donde ordinariamente se reunían,-nadie
se atrevía á iuntarse con ellos. Comprendíase que eran los
depositarios de un poder superior, y guo, en grado muy
diferente de los simples fieles, estaban en comunieación
con Dios. En una época en que los Celadores se haeían
tan temibles por el puflal, y en un pueblo al que no le
desagradaba la reivindicación de los derechos del cielo á,
mano armada, se comprende que este poder de exterminar
con una mirada ó una palabra á los mentirosos debía pro-
ducir una saludable impresión.
Los Apóstoles, por otra parte, no tenían tan sólo el po-
der de dar la muerte; tenían también el de dar la vida, cu-
rando á los enfermo*. Á pesar de haberse servido de aquél
una vez, no por esto resulta menos eierto, según el historia-
dor,que preferían usâr del segundo. La bondad es el fondo
del espíritu cristiano. AI librar de sus males á los enfermos
ó á los posesos, los Apóstoles demostraban á todos que les
era más natural ejercitar obras de misericorclia que aetos
de severa justicia. La multitud, que bien Io sabía, acudía

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.i
LÀ OBRÀ DE LOg ÂPóSTOLES 107

con frecuencia á su poder extraordinario. Un gran movi-


miento de fe se aeentuaba en Jemsalén. Se exponía á los
enfermos en las plazas públicas, y, eon estos desgraeiados
que gemían en sus lechos ô en sus eamastros, según que
perteneeían á, una elase más elevada ô más pobre, se es-
peraba á que el grupo apostólico pasass (t). p.6ro era par-
tieularmente solieitado, porque en él pareeía sobre todo
residir la poteneia taumatúrgiea. También por este lado, su
,§upremacía se afirmaba más y más. Se atribuía á" su sombra
el poder de clevolver la salud. En el Íondo, este sentimien-
to del pueblo era más raeional de lo que se supone. La
sombra de Pedro podía tanto y tan poco como su mano:
tanto, porque ella era suficiente para servir de lazo de
unión entre el enfermo y el que debía eurarlo; tan poeo,
porque no eran ni la sombra ni la mano los que obraban
el prodigio, sino Dios guo, por su mecliación, respondía á la
{e de los ereyentes. Ahora bien, eomo mediadora, la som-
bra equivalía á la mano.
Todas estas euraeiones priblieamente obradas, aumet'ta'
ban ead a vez más la agitación religiosa que se produeía al-
recledor de los Apóstoles. De las eiudades veeinas traíanát,
los enfermos, y, como euraban á, todos, se difundía eI
nombre de Jesueristo y la luz del Evangelio. Así, lajoven
Iglesia, que aeababa de herir á dos de sus hijos, eneontra-
ba eonsuelo en los que, hombres y mujeres(2), le llegaban
de todas partes. No quedó vacío el sitio de Ananías y de
Safira en la asamblea santa. Cuanto más la Iglesia enca-
rece el honor de pertenecer á" ella, tanto más este honor
es buseado por los hombres que lo merecen. Soportar en
un cuerpo sano ), vigoroso miembros cangrenados ó apén-

(1) No es raro ver en Oriente á enfermos expuestos en las calles ó en los


caminos por donde el médico debe pasar. Presenciamos este espectáculo cer-
ca de la estación del ferrocarril de Tarso, donde el doctor que nos acompa
flaba diagnosticó al aire libre á una multitud de desgraciados más muertos
que vivos.
(2) Los comentaristas creen que la historia menciona, por vez primera,
en el vers. 14, conversiones d,e mujeres, con objeto de que resalte la compen-
sación providencial de Dios, concedida por la defección de Safira.

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108 MON§EÚOR LE CÂMUS

dices que lo deslustren, es daflar su propia vida y desalen-


t1'r á' loe quo desearían tener en él participación. Esto se
olvida demasiado en nuestros días. La rgiesia debe mos-
trar una miserieordia inÍatigable para las debilidades del
corazou, pero una severidad intolerante para los pecadoe
del espíritu. sin duda que esta severidaã no enãenderá
hogueras para quemar á nadie, pero no tratará como hi
jos de familia á' los que nada quieren de ella, ni de sus
dogmas, ni de su Fundador. cuando se ve obligada á
obrar con severidad, Dios se compadece de su .orrróo -u-
ternal, y le devuelve con creces lo que sacrificó animosa.
De esta suerte, para ella, cercenar es hacer renacer, y per-
der es recobrar.

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CAPÍTULO YII

Por segunda vez se prende á los Apóstoles y son


llevados ante el Gran Consejo

El valor de los predicadores hace que se los aprisione por segunda vez.-Su
liberación milagrosa.-Desengaflo del Sanedrín en sesión.- Los Apósto-
Ies, á quienes se busca en Ia cárcel, cstán predicanCo en el Templo.--
Aceptan ir á explicarse ante los jueces.-Yigoroso discurso de Pedro.-
Intervención saludable de Gamaliel.-Su hábil moción y sus resultados.
-Los azotados, satisfechos de haber sufrido por Jesucristo, vanse de nue-
vo á predicàr. ( Hechos,Y, L7-42).

Después de la valiente declaración de los Apóstoles en


el Sanedrín no podía esperarse que los acontecimientos
tomasen un giro paeífico. Efectivamente, de una parte, la
primera autoridad de Israel no estaba acostumbrada á, ver
desconocidas sus preseripeiones y desafiada Bu autoridads.
de otra parte, cuanto más se había recomendado á lo;
Apóstoles que se eallaran, tanto rrrás predicaban éstos pú-
blieamente Ia santidad de Jesucristo, §u resurrección glo-
riosa y su poder sobre eI mundo. La conciencia de un
hombre honrado no haee concesiones al míedo, ;r, para
aquéIlos, el non possurnus non loqui gritaba más fuerte
que las amel;,àzas de los perseguidores. Al Sumo Sacerdote
le molestó aquella situación, y, de acuerdo con sus partida-
rios, se dispuso á obrar. La ocasión era tanto más favora-
ble euanto Pilato estaba entonces dominado por otras in-
quietudes. Era á fines del aflo 32. Los saduceos estaban más
que nunca dispuestos á sostener la autoridad religiosa.
Saber que Be predicaba la resürrección los tenía Íuera de
sí. Los fariseos, á decir verdad, estaban menos alborota-.

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tt0 MON§ENOB LE CÂMUS

,dos.La agitaeión popular, fomentada por los Apóstoles en


nombre del Mesías, no les desagradaba del todo, y deja-
ban haeer. Además de estas dos seetas, había el gran par-
tido de los hábiles, los euales deseosos de recomendarse al
poder público, cualquiera que fuese, eomplacíase en denun-
ciar y eombatir todo lo que podía haeerle sombra: partido
formado, en todos los Estados, por la türba de los ham-
brientos, de los ambiciosos y de loe aduladores. El Sumo
Sacerdote contó con él en esta ocasión. I)ió sus órdenes, y
un golpe de mano hábilmente preparado puso á todos los
Âpóstoles á su disposición.
Esperando luego iuzgarlos, los metieron en la cáreel.
Pero Dios quiso mostrarse más fuerte que los hombres, y
los libró. La noelie siguiente á su encarcelamiento, reei-
bieron la visita de un ángel guo, abriendo las puertas del
calabozo, los hizo salir. Esto sueedió, no para arranearlos
del peligro, sino para mejor meterlos en é1. «Id al Templo,
el eelestial mensajero,-y puestos allí, predicad al
-diio
pueblo esta doetrina de vida.) Apenas clespuntaba el al-
ba. Los soldados del Evd,ngelio al instante subieron al
Templo, para presentar aI enemigo Ia nueva batalla que
debía redundar en gloria de Dios. Los pueblos de Oriente
,tienen la costumbre de entregarse muy temprano, antes
del ealor del día, á,las diversas oeupaeiones de la vida re-
ligiosa ó social. Los Apóstoles encontraron, pues, en el lu-
,gar santo una concurreneia ya numerosa, y eomenzaton á,
prediear.
En el mismo momento el Sumo Saeerdote reunía el Sa-
nedrín y se preparaba á" jazgar solemnemente (l) á los que
ereía bajo eerroio. Dada Ia orden de traer á los acusados,
los emisarios se presentaron en la eáreel; pero fué granclo
§u sorpresa al comprobar que los Apóstoles no estaban allí.
Yolviéndose á toda prisa, hieieron en estos términos su re-
(1) AI afladir al Sanedrín ontmes seniores, el historiador parece in-
dicar que la reunión la componían no solamente los nriembros del Gran
'Conseio, mas también todos los ancianos del pueblo que podían no formar
parte del Sanedrín. Se quería ver congregados á todos los principales repre-
,sentântes de la nación para un negocio tan importante.

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LA OBR,A DE LOs ÁPó§TOLES !11

lato ofieial: «La eáreel la hemos hallado muy bien cerra-


da, I á los guardias en eentinela delante de las puertas;
mas habiéndolas abierto, á, nadie hemos eneontrado den-
tro.) Este informe, tan extrafio como explícitor puso aI
gran saeriÍieador, al eapitán de los guardias del Templo y
á los príneipes de los saeerdotes en la más viva perpleji-.
dad. âQué había sido de los Apóstoles? En este instante
llega un hombre que dice: «Sabed que aquellos hombres
'que metisteis en Ia eáreel, están en el Templo enseflando
.al pueblo.» 2Oómo se hallaban en libertad? iQuién los ha-
bía soltado? En todo caso, Ia leeeión poco les había servi-
do, ya que tan presto. habían reineidido en los proeedi-
rnientos de la víspera.
EI capitán de los guardias, habiendo pedido al punto
una compaüÍa de sus subordinados, se presentó donde es-
taban los ineorregibles predieadores. En vez de tratarlos
con violencia, parlamentó eon ellos. La multitud sentía
admiración y entusiasmo siempre creeientes por unos hom-
bres tan animosos en su eondueta, y tan enérgieos en eI
hablar. Fáeilmente se habría sublevado en su favor, y las
piedras habrían volado á,la eabeza de eualquier que, en
.aquel momento, se hubiese atrevido á ponerles la mano
encima.
Por lo clemás, los Apóstoles se rindieron de muy buen
grado á la invitaeión dei eapitán. Su mayor deseo era te-
ner una nueva ocasión de eonfesar su fe, I no podían ape-
teeer una concurrencia más brillante que el Sanedrín, Bo-
lemnemente reunido y rodeado de innumerables euriosos
que seguían sus deliberaciones. Conducidos á la barra de
Ios aeusados, fueron interpelados inmediatamente por el
Sumo Saeerdote: «Nosotros os teníamos prohibido con man-
dato formal que enseflaseis en ese nombre; y en vez de
obedeeer, habéis llenado á Jerusalén de vuestra doctrina,
y queréis haeernos responsables de Ia sangre de ese hom-
bre.) EI hombre á quien se alude tiene un nombre bastan-
te conocido para que sea posible equiyocarse. Si el Sumo
Sacerdote no lo deja llegar á suô labios, no es porque no

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lL2 MONSEfr'OR, LE CÀId.US

lo sienta resonar como un remordimiento en su corazón.


Se ve que tiene miedo, y disimulando el miedo con eI ren-
cor, afecta no querer pronunciarlo. Pedro hará que vibre
fuertemente en los oÍdos de todos. Si alguno de los asis-
tentes recuerda haberle oído negar al Maestro en casa de
Caifás, ahora verá cómo sabe reparar su flaqueza. «Es ne-
cesario obedecer á Dios antes que á los hombres-'excla-
ma en nombre del grupo apostólico.-El Dios de nuestrt,s
padres ha resucitado á Jesús, á quien vosotros habéis he-
cho morir, colgándolo en un madero. A éste ensalzó Dios
con su diestra (1) por príncipe y Salvador, para dar á, Is-
rael el arrepentimiento y la remisión de los pecados. Nos-
otros somos testigos de estas verdades y Io es también el
Espíritu Santo, que Dios ha dado á todos los que le obe-
decen.) Los Apóstoles han visto con sus propios ojos la
rehabilitaeión solemne del Hijo por el Padre. Han con-
templado resucitado y glorioso al que vieron poner en una
croz y en el sepulero. Todo esto eB incontestable, y
,o poàden dejar de deeirlo. Á ello les impulsa el Espíritu
Santo, corroborando su testimonio con los milagros por
ellos obrados.. Por esto no temen afront ar á, todos los jue-
ces y á todos los poderes de Ia tierra. El Sumo Sacerdote
les reprocha el haber querido hacer caer sobre su cabeza y
la de sus partidarios la sangre del Crucifieado, y Pedro,
en vez de defenderse, arroia á la de sus adversarios esta
valiente acusación: (Sí, vosotros 1o habéis matado con
vuestras propias manos @, colgárndolo en un madero.» El
hisboriador sagrado insinúa que estas palabras atravesa-
ban el alma de los jueces, como un hierro que horrible-
menbe los desgarraba (3). El remordimiento del erimen que
Pedro desportaba en ellos, la bravura con que los ata-
caba, y la impotencia de defenderse con ventaia excitaba
en ellos un terrible estremecimiento de cólera.
(1) Yéase la nota z de la pág. 69.
(2) Esto es lo que enérgicamente expresa el verbo 6n71etpí(eo0au
(3) Arctrplovro signiÍica directamente que ellos eran aserrudos, cruelmen'
te desgarrados. Dícese: fúÀoz rptoar. (Apollor.,III, 15, 9). Aw,zrpíel roÜs ôô6,:.os,
es producir con los dientes el rechinamiento de la sierra.

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LÀ OBBÀ Dtr .LOg ÀPóSTOLES tl3

Seguramente iban á tomar la resolución de pedir la ca-


'beza
de unos testigos tan audacos, para mejor eerrarles la
boea, euando un fariseo, hombre profundamente vorsado
en la eiencia de la L.y y muy considerado de todo el pue-
blo, Gamaliel, Ievantóse de entre el grupo de los iueces
'
.asesores, y pidió que se hiciera salir ,., -o,rrento.de la sa-
la á los Apóstoles, para poder con toda libertad manifes-
tar su opinión.
«ioh israelitas!-riijo-considerad'bien 1o que vais á'
hacer con esos hombres.) Estas palabras prudentes y me-
suradas contrastaban sirrgularmenbe con el furor de la in-
mensa mayoría del Sanedrín. AI opinante, le parecía que
.el asunto era complicado y que los acusados no eran nece'
sariamente eulpables. Si los jueces quieren mantenerse en
la altura de su misión, deben guardarse de precipitar la
sentencia. No tomarse tiempo para calmarse, es exponerso
á una equivocación y á" jazgar mal las eausas más graves.
En osto podría estar interesado el mismo Dios, pues estos
hombres se declaran enviados suyos. Contra novadoreg
'que intentan una revolueión religiosa, Israel no tiene que
intervenir; porque Israel sabe muy bien que tarde ó tem-
prano alguien se levantará con esta misión. EI único que
puede inquietarse por ello es el César de Roma, porquo
es el único que debe temer la venida del Mesías. Si los
Apóstoles quiererr intentar un movimiento teoerátieo, Ro-
ma será la que una vez más cuide de reprimirlo. 2Qué ga-
narÍa Israel mezclándose en este negocio? Se haría culpa.,,
ble, si estos hombres fuesen de Dios; si no son más que
viles agitadores, los soldados del procurador prescindirá,n,
como otras veces, del Sanedrín para aplastarlos. (Sa-
béis-prosiguió el orador-que antes de estos días levan-
tóse un tal Teudas, que se vendía por persona de mucha
importancia, al cual se asoeiaron eerca de cuatroeientos
,hombres (l); él fué muerto, y todos los que le creían se
tf ) gry que dar un significado de excelencia á la palabra àv6pôv y creer
que designa á los jefes detrás de los cuales se agrupaban partidarios de se-
gundo orden. De lo contrario, habría que sospechar un error de copista;
..auatr o cienúos partidarios parece rian poca cosa.

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I14 MONB.T]NOR Lts CÀMUS

dispersaron y redujeron á nada.) Esta eatástrofe de Teu-


das, cuya Íecha exaeta ignoramos (l), debió dejar una viva.
impresión en los ánimos; porque Josefo, aunque equivo.
crínciose probablemente sobre el orden cronológico que Ie.
(z), cuidó
. corresponde de no pasarla en sileneio. Consagra

^
(l) La expresión rtliei,rpô roúrav rôtv i1p.epôv, no signi-
fica que el acontet:im Las primeras palabras del versíúlo
siguiente, p,erà. roarov olocan más allá de la rebelión de.
Judas el Galileo, y por consiguiente unos treinta aflos, por lo menos, antes
del discurso de Gamaliel. Querer entender p.erà rolrov en el sentido de des-
puís de aquéL, remontand,o y no d,escend,iend,o el curso de la historia judían
es suponer qae d,espu,és equivale á, a,ntes, y violentar singularmente las pala-
bras sin lograr con esto armonizar las cosas.
(2) La contradicción entre Josefo y San Lucas, por lo que toca á la épo.
ca en que vivió Teudas, parece flagrante. Mientras que Gamaliel, hacia el.
aflo 32, supone que Teudas ha muerto desde hace algún tiempo, y aun lo
hace predecesor de Judas el Galileo transportándolo antes de la era cris-
tiana, Josefo lo hace vivir hacia el aflo 45, bajo Cuspio Fado. De Augusto á
Claudio el intervalo es considerable. De los dos historiadores que se contra-
dicen, icuáI pudo nrás fácilmente equivocarse? iSería posible que ambostu-
yiesen razón, y que hubiese habido dos Teudas diferentes?
La hipótesis más verosímil es que en el fondo de esta divergencia hay urr
error, y que el culpable es Josefo. En efecto, este autor no es tan seguro en
materia de cronología, que sea preciso mautener su autoridad contra la de[
Iibro de los Hechos. San Lucas escribió probablemente á vista de su maes-
tro Pablo. De él tenía quizás el discurso de este Gamaliel á cuyos pies ha-
bía Pablo estudiado. Afladamos que redactaba su libro con documentos de
primera màno y en una época menos lejana de los sucesos clue aquella en la,
que Josefo, componía su historia. Es opinión muy decidida de gran número
de críticos (Niebuhr, Hist. anc., III, 455; Prideaux, Connection,I, 44, 84L,.
352; Baronio, Casaubon, ete.) clue el autor delaHistoriaantigm, d,e los Jw-
d,íos e*aba sujeto á distracciones cronológicas considerables. Ahora bien, al
primer golpe de vista, el párrafo que abre el capítulo V del libro XX, pare-
ce no ser más que un apendice sobrevenido al azur, sin relación lógica con
lo rlue procede, y preparando sólo indiremamente lo que sigue. Diríase que
Josefo, en este apàrte iurprevisto, quiso como despedirse de Fado, atribu-
yéndole una postrera hazafla. Pero, engaflado por sus recuerdos, no logró,
sino honrarle con hechos de armas ajenos. Esta solución, radical sin duda,
pero un tanto fundada en razón, parece más satisfactoria que todas aquellas.
de que se pâgan nuestros más recientes exégetas.
Para sostener toda la autoridad histórica de Josefo y la de San Lucas,-
han dicho que no se trataba cle un misrno hombre y que hubo dos Teuclasl:
el uno antes de Judas el Galileo y baio Augusto, éste sería e[ de Gamaliel;
el otro baio Claudio, y estesería el de Josefo. En sí, la cosanopareceríaim-
posible, sino se tratase más que de una identidad de nombre entre el Teudas.
de Gamaliel y el de Josefo; pero hay además y sobre todo la identidad de
fisonomía y de historia; y si bien es cierto que puede decirse quo también
hubo cuatro agitadores políticos llamados Simón en un período de cuarenta.
aõ.os, y tres llamados Judas en diez aflos, no podrá fácilmente probarse quo
dos de ellos tuvieran el mismo carácter, más religioso que político, las mis-.

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I/À OBRÀ DE LO§ APóSTOLE§ l1ã
á este revolucionario religioso tanto espacio como á Jesús,
y nos lo muestra imponiéndose al pueblo por sus discursos
y sus obras prodigiosas, hasia el punto de que un día con-
venció á sus parbidarios á que le siguiesen con 1o que te-
nían de más precioso, como si se tratase de emigrar. Re-
uniéronse en esta forma en las orillas del Jordán. AIIí de-
bía obrar un prodigio digno de Ia an.tigüedad bíblicâ, puês:
Teudas se haeía pasar por proÍeta. A su voz,las aguas del
río se separarían y permitirÍan, una vez má,s, á, Israel'
atravesar el Jordá,n a pie enjuto. Semejantes promesas lee.

mas pretensiones, el mismo fin trágico. Sea lo que fuese, una vez admitido..
como posible, Josefo debería en alguna parte hablar deijTeudas primero ó"
antiguo; pues sería inadmisible suponer que Gamaliel evocara en su discur-
so un hecho sin importancia y que hubiera pasado inadvertido en la his-
toria judía. También es poco probable que el primer Teudas, como muchos.
lo han pretendido, hubiese sido uno de los agitadores innominados que tur-
baron á Judea á fines del reinado de Herodes (-8. J.,TI, 4, L; Amt., XVII,
9, 3, etc); y por esto se ha sentido la necesidad de identificar al personaje
que se busca con alguno rle los revolucionarios rnás célebres mencionaclos
por Josefo y que lievan otro nombre. Ora se ha pretendido que un mismo.
sujeto tenía dos nombres diferentes, para recordar, por ejemplo, dos fases
diferentes de su vida. Así el esclavo de llerodes que intentó hacerse rey
(8. J.,IÍ, 4, 2; Ant., XYII, I0, 6) y fue condenado á muerte, habría podido
Ilamarse Teudas, en el tiempo de su esclavitud,-este nombre se daba co-
nrúnmente á gente de esta condición (Cicer., Ad, Diu., VI, to),-y más tarde,
como pretendiente, haber tomado el de Simón. Esto es posible; pero, en este
caso, àpor qué Gamaliel no lo llama por su nombre histórico y más célebre?'
Ora se ha buscado hacer de dos nombres uno solo, asegurando que Judas,
Judá., Tadeo, Teudas eran una misma palabra modificada por el uso.Itrn es-
te caso,-si bien prescindiendo de carácter é historia que difiere esencialmen-
te,-Teudas podrÍa ser aquel Judas, hijode Ezequías, el cual, después de la
nuerte de I{erodes, se apoderó del palacio de Séforis en Galilea (Ant., XYII,
10, 5.) Así también se ha dicho que, siendo Teudas, Teodos, Teodoro traduc-
ción griega de MatÍas, I\Iatanías Qlon cle Dios), Garnaliel había hablado del
legista que, de acuerdo con Juclas, hijo de Sarifeo hizo pedrzos el águila ro-
manâ colocada sobre la puerta del templo (Ant., XYIL 6, 2); pero iacaso la
historia de este patriota se parece á la del Teudas de Gamaliel? Si se trata
de dar á Teudas unaexistencia cualquiera, sería mejorescogerunrevolucio-
nario cuyo nombre le fuese más parecido; y en estas condiciones se encon-
traría á Teudión (Ant., XVII, 4,2), qlue fué acusado de haber expedido de
Egipto un veneno á Feroras, para env
forzado, excesivo, y sobre todo inútil
cindir de ello,,basta admitir que Jos
lapsus tnemoriu, se ha equivocado aq
tl.iaua importancia! Teudas y sus partidarios pudieron haber sido derrota-
dos por Yalerio Grato, Annio Rufo ó cualquier otro, y Josefo atribuyó eL
honor de esta derrota á Fado, que no los había conocido.

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116 MONSENOE LE CÀMUS

ealentaban los sesos. Para acabar con estas locas preten-


,siones, eI procurador romano euvió un escuadrón de ca-
ballería, que atacó de improviso destrozando á unos y ha-
.ciendo prisioneros á los demás. El propio Teudas fué co-
gido y decapitado. Su cabeza,llevada aJerusalén, destru-
yó las ilusiones de sus últimos partidarios. La causa pere-
,eió eon el falso profeta.
(Después de éste-prosiguió Garnaliel-alzó bandera
.Judas Galileo en tiempo del empadronamiento, y arrastró
tras sí aI pueblo, éste pereció del mismo modo y todos sus
secuaces quedaron dispersados.)) He aquí las ensefi.anzag
de la historia (1). Los agitadores sin misión divina no tie-
nen más que una hora, y ni su valor personal, ni el ardor
de sus parbidarios, ni el patriotismo de sus aspiraciones
son sufieientes para sostenerlos. Son una fuerza humana
,que luego es abatida por obra fuerza humana más podero-
sa. 2l[abía por ventura algo más proÍundamente nacional
y más simpátieo que el levanbamiento intentado por Judas
'Galileo (2)2 Predicaba que los hijos de Israel no tenían
sino á Dios por Sefior, y que era un crimen pagar el tri-
buto al César. Entendió escribir su predieaeión con la es-

(l) A aquellos que, siguiendo una cronología diferente de la nuestra, co-


locan el discurso de Gamaliel en el aflo 36, se les ha preguntado por qué
el Sanedrita no habla de la revolución más reciente que Pilato acababa de
reprimir de un rnodo brutal en el monte Garizim. iPero, quién no ve que
el orador habría cometido una torpeza asimilando los negocios de los sama-
ritanos á los de los judíos, y tomando un ejemplo de la historia de este pue-
b)o despreciado y maldito?
(z) Repetidas veces nos habla Josefo tle este Judas, al que tan pronto lla-
ma Gaulonita, porque era originario de Gamala en la baja Gaulonítida
{A'nt., XYIII, I, 1), como Galileo (Ánt., XY[I, 1, 61 XX, 5, 2; B. J., ÍI,8,
I, etc), del país donde vivió y organizó su rebelión. En el historiador juclío
se ve cómo, con ocasión del establecimiento en Palestina, bajo Augusto, y
mientras Quirino administraba la provincia de Siria, este demagogo, eI más
céiebre de la época, llegó á sublevar al pueblo prohibiéndole someterse á es-
ta medida, que venía á ser eI sello del vasallaje nacional. Se le había junta-
do el fariseo Sadoc, y estas dos almas ardientes soflaban nada menos que
en restablecer la antigua teocracia judía. Destruídos por el ejercito roma-
no, su idea les sobrevivió, y Josefo observa que detrás de sí dejaron la
sectade tosCeladores Los hijos de Judas se mostraron tan patriotas co-
mo su padre, y á su vez murieron mártires de la misma idea. (Ant, XX, 5,
2; B. J..II, 17, 8-9).

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LA OBBA DE LOs ÀPóSTOLE§ r17

pada; pero los romanos fueron máe poderosos, y sucumbió,


á pesar de sus hermosas docürinas y la adhesión de nume-
rosos y abnegados partidarios. La razón última eB porque
con él no estaba el dedo de Dios.
((Ahora, pues,-concluyó el miembro del Sanedrín--og
,aconsejo que no os metáis con esos hombres, I eue los de-
jéis; porque si este tlesignio ó empresa es cosa de hom-
bres (1), ella misma se des,raneeerá, pero si es cosa de Dios
no podréis destruirla y oB expondríais á ir eontra Dios.)
Àsí habló Gamaliel, hijo de Simeóo y nieto de Hillel.
Esta moderación no nos extrafi.a sino á, medias en un
docbor 9ue, según Ia Gemara, no prohibía á sus discípulos
gusbar las belle zas de Ia literatura griega. Por muy libe-
ral que fuese en sus ideas, no por esto Gamaliel era un
Íariseo menos rÍgido en la práctica (z). Doctor tan sabio
como piadoso, sus contemporáneos le apellidaron la Belle-
za d,e la Ley, como nosotros hemos llamado á" Santo To-
más el Doctor Angél'ico; y en el Talmud leemos esta her-
.mosa apreciación que, para un iudÍo, supera á otro cual-
quier panegÍrico: «Cuando Rabán Gamaliel murió, aeabó-
se la gloria de Ia L"y (3).» Entre sus discípulos ilustres
contó al Apóstol Pablo tt) y â Onkelos, autor del Ta,rgurn
ó paráfrasis caldaica del Pentateuco. Como jefe del fari-
seísmb más inteligente, podía estar naturalmente dispues-
to á sosbener á los Apóstoles contra los sadueeos, y apro-
vechar Ia ocasión que se Ie presentaba de humillar á sus
,adversarios políticos y roligiosos. Pero lo más probable es
,que después de haber observado de cerca á los discÍpulos de
Jesús, quedase prendado de la pureza de sus costumbres,
de Ia sinceridad de su religióo y de la energía de su fe en
lo por venir. Por esto no estaba muy lejos de suponer que

(l) EI cristianismo es Io uno y 1o otro: pov\í1,, wa idea que se abre paso


y que desea andarl éplot, wa obra que se afirma, se realiza, se funda.
(2) Algunas de sus palabras, conservadas en la Mischná, nos lo revelan
.oomotal. (Oomp. Hech., XXII, 3).
(3) La palabra rabínica Rabbdn, como ias arameas Rabbi y Rabboni del
Nuevo Testàmento, significa Muestro, Doctor.-N. del T.
(4) Hechos, XXII,3.
8 T. IY

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118 MONSENOB I,E CAMUS

.Dios estaba con ellos (1). .El valor de 8u argumentación


para defenderlos puede parecer contestable. No es absolu-
iameote cierto qu" .ol*mente se propaguen y tengaléxi-
to los movimieolo. religiosos ó políticos que §on de Dios.
También las pasi'ones humanas pueden explotarlos, secun-
darlos y vivifiearlos. EI islamismo se impuso al muhdo, y
nadie se atreveúa á, decir que sea de Dios. El argumento
es bueno para el Cristianismo, porque esta religión con-
traría de frente todas las pasiones humauas; pero, en tesis"
general, si bien es cicrbo que la prudencia aeonseia alguna
í"u deiar que los movimieutos revolucionarios se extingan
por sí mismos, en iugar de acreeentar su intensidad PoI l,
i".r""o.ión y ta violencia, es todavÍa más incontestable
[oe lrs docbi'inas peligrosas y subversivas
deben ser enér-
gi.r-"ote reprimidas. La tolerancia tiene ciertamente lí-
áit.r que el instinto natural de conservación trazaá la so-
ciedad y que Ia prudencia de los legislaclores cuida de qrrg
." *"*póten. Lo (o" oo puede negarse es Ia buena inten-
ción que dietó el discurso de Gamaliel, y el resultado más
ó menos satisfactorio que obtuvo.
En efeeto, llamaron de nuevo á los Apóstolo§, Y se con-
tentaron con azotarlos, en lugar de votar sü muorte. De
otra parte, respecto de la auboridad romana, por muy be;
néroü que hubiese querido mostrarse, una sentencia eapi-,
d.iversa que Gamaliel, en el texto grie-
n la primera, Ia partícula si con sub-
clina á la negación; en la segunda, la
xpresa duda con tendencia á la afir,.

;#*l;'-,ltx;.:'T:''h*lut"l'.ffi ;
), y siguió exterior-
mente perteneciendo al judaísmo sus hermanos' Jun-
ã*ã"tã con su hijo Abib y Nico bautismo d.e manos

a" p.aro ó de Juan (Focio, Cod.,t7t). Su cuerpo, encontrado milagrosamen'


ban, se conservaría aún. Nada de esto
pero nosotros nos inclinaríamos á
sino más tarde. El discurso que
mbre tolerante y lleno de;benevolen-
ión entre Pedro y Teudas ó Judas eI
JJ:il,'i..# 3; i:- *fl,'*:"T §""" ;l'::
lla época.

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LA OBBÀ DE LO§ ÂPóBTOLES ll9
tal hubiese traído una eomplicación politiea que podía
.inquietado al mismo êamaliel. La flageiaciào *"
haber
aclministraba para eastigar diversos crímenes"G). §e
spa
una torbura solamente dolorosa, era también infamante (,r).
sirvió para eastigar la desobediencia de los apóstolos,
yfl" todo para salvar la dignidad del sanedrín, pue. nor
debía parecer que la augustá asamblea había sido reunida
para dar la razón á unos aeusados.

q'il ,Í,':".1ffii.]i?;:#*
*i íiu"ror rísico ni á ra o,-,hffii:lJHã1,::l'i:l::
iueees, lanzand o qaizá,como
ional la hermosa frase que
Primero serair d, Dios, d,rr-
que aeeptaban una lueha á
muerte, pero teniendo coneiencia de la santidad de su
eausa, sentíanse más grandes y
más fuertes que el mundo
entero. a este primero é irresistiblesentimieoto d"l dere-
eho, idad ni la violeneia prevale-
eían de haber sido jorgrãos dig-
nos el nombre de Jesús. La alà_
gría I alma que ha probado su fi-
delidad, irradiaba en su mirada. Estab* hurrosos eomo re-
vestidos de una primera aureola de martirio; pues había eo_
menzado á"realízarse la profecía del Maestro que les prome-
tiera azoües tan crueles como la injustieia de sw (B).
iràreg
Tomaban para en adolante la c.,z sobre s,rs espaldas, y
este primer testimonio de amor al seflor, asoeiándolo. e
los dolores mismos de la Pasión, tenía para elloe una sua-
vida<I singular. Sufrir como É1, po" Ét j, eoo É1, debía ser
el eterno ideal de las almas ger osa.. La santa alegría
los apósto) en esta oeasión ha sIdo,
:y"perimentaron
(t) Desde Moisés (Deut.,
{xv, r-s) hasta san pabro (rr xr, a124)
vv"' aLL,
\-- cor.,
este,supliciolse enc.uentra usado entre ios judíós.
(2) Josefo (An!.t I_Y,_gl la llama rtp,tfla abyíorr1. Sobre la crueldad de
este castigo véase la Tid,a de Nuestro senor .rrán ;íúrãi.-rii,
p. il:-
-
(.8) .Vot.,lX, t7.

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t
I 120 UONSEfrOB LE CÀM{IS

los
en el decurso de las etlades, el estado de alma de t'odos
márbiros. Ni uno solo de ellos ha sufrido con tristeza' IIan
derramado toda su sangro, pero no una lágrima. Esto-
os

suficiente para probar, no tanto eI imperio del alma sobre


el cuerpo, ãorot^o la acción de Ia gracia divina sobre nues'
tra desfalleciente naturaleza.
Sin cuidarse más del Sanedrín, Ios Apóstoles pusié-
que
ronso «le nuevo á, enseflar en eI Templo, á las horas
el pueblo se congregaba en é1, y de casa en ca§a, eI resto
d,"i dí*, predicanáo fru.isamente lo que se les había Pro-
eI
hibido decir: qou J".ús cruciflcado era verdatleramente
Mesías de Israel.
así, la joven I glesia, á, pesar de estar cohibida por
el
joãaís-o
"y las Àostilidades que éúe suscitaba, afirmaba
cada vez más su vida p"r.onri, su derecho de hablar,
de
instruir, cle hacer proselito§; su desprecio del sufrimiento
y de Ia persecucióo; Ia conciencia gue tenía de su misión
íouru a" t, sinagoga y su fe en eI porvenir. Tales fueron
Ios primeros r"rõttãdos obteoidos y los comienzos
do una
vida indopen{iente y personal que revelaban su energía
naciente.
--É;;r",
como hemos dicho, á fines del af,o 32. El dere-
el sa'
cho de juzgar y de hacer azotar- á los acusados, que
nedrín se *tríboíu; sus visibles aunque vanos desocrs de
intentar una acción eapital; los acontecimientos que lue-
á muer-
go seguirán, en que verePgt á Esteban entregado
T" .i.r'oinguna piobesta de la autoridad romana, Y á Sau-
lo comisioi"do ãon letras patontes del Sanedrín, revelan
sufrcientemente que Tiberio,
vergonzosas Pasiones de viei
había dejado Prevalecer á 1o
con respecto á las Provincia
estaba todavía en Jerusalé
agitación que comonzaba
éi, algún tiemPo desPués, d
bles matanzas. De suerte q
ca con bastante naturalidatl

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LÀ OBRÀ DE LOS ÁPOSTóLES l2l
acabamos de comprobar en el partido jerárquieo. Esta hos-
tilidad se afirma por este primer atentado á la libertad de
los predieadores y el indigno tratamiento que se les infli-
8e, y se aeentuará en los acontecimientos que luego se se-
guirán, motivados por la aparieión do un elemento, no nue-
vo, pero cada vez más poderoso en Ia joven Iglesia; nos
referimos á los discÍpulos helenistas; porque si puede ser
inexacto el decir que los judíos de lengua griega fueron
favorables, por regla general, á la nueva religión (1), es ab-
solutamente cierto que aquellos que la adoptaron fueron
sus propagadores más ardientes.

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I
SEGUNDA PARTE

PBIMEROS BESPLANDORES DE LA IGLESIA


FUERÀ DE JEBusu,Éu
Ó LA IGLESIA Y LOS HELENISTAS

CAPÍTULO PRIMERO

Institución de los Diáconos

Primera nube que se levanta en la Iglesia naciente.- Judíos helenistas y ju-


díos palestinos.-Convocación de todos los fieles.-Proposición de los
Apóstoles.-Elección de siete diáconos. por los
-Su consagración'solemne
Apôstoles.-El orden del diaconado remonta á,la institución de los siete
elegidos. (Eechos, VI, r-7).

El ministerio de la predicación, bien desempeflado, ab-


sorb las fuerzas vivas de un hombre. DiÍicilmente puede
un apóstol evan gelízar y atender á las obras materiales de
caridLd que orgíoira el curso de su apostolado. Á me'
"o
dida que so desarrolló la pequefla comunidad, sobrevinie-
ron complicaciones en Ia repartición de las limosnas coti'
dianas. Por falta de justicia y de habilidad en los auxilia'
res que ee habían ofrecido para suplir en este ministe-
rt"o, levantóse un murmullo de descontento. X'ué la primo-
tà voz que una nota diseordante venía á turbar la unión
admirable de todos los corazones. Para comprendor bien
eI aleance del incidente, conviene tener en cuenta que buen
número de los miembros de Ia Iglesia pertenecían á fami-
lias judías que vivían entre los paganos, fuera de Jerusa-
lén, y recientemente repatriados ó simplomente de Pasa-

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LÀ OBRÀ DE LO8 APó§TULES r23

da en la Ciudad Santa. Muchos podían también no ser sino


Paganos adheridos al judaísmo. Hablaban comúnmente,
no el arameo, sino el griego. De aquí su nombre de hele'
nistas (1). Sueedió, pues, que en las distribuciones de dine-
ro ó de víveres, sus viudas (2) eran menos bien tratadas
que las de los judíos palestinos. Quejáronse, y como pare-
eía que no se les haeía caso, viéronse obligados á acentuar
sus recriminaeiones.
En el fondo de su eorazón, todo judío de Jerusalén guar-
daba un sentimiento tan elevado de su propia exceleneia
como hijo privilegiado de la' Ley, que no le era posible
abstenerse de mostrar una sef,alada preferencia para con
todo ei que nunca había salido de Tierra Santa ni se ha-
bía manchado con el eontacto de los paganos. Aunque
uno no fuese circunciso proveniente del paganismo y re
negador de los falsos dioses, sino judío hiio de judío, fiel
adorador de Jehová y tributario del Templo, la casa pri
vilegiada para Ia plegaria oficial, desde el momento en
que se vivía en relaciones con los gentiles, ;r §e hablaba su
lengua, y no se habitaba enJerusalén, formaba parte de una
clase de todo punto inferior á la de los verdaderos judíos,
que hablaban el idioma nacional, vivían á, la sombra de
la easa de Dios, y constituían el verdadero Israel, exento
de todo eompromiso respecto de los impuros. De esta dis-
tineión entre judÍos heienistas y judíos jerosolimitanos,

(l) Esta denominación, que se halla dos ó tres veces en el libro de los He-
chos (IX,29 y XI, 20), se refiere á los judíos ó á los adeptos del judaísmo
que no sólo hablaban entre sí la lengua griega, pero leían la Escritura y tri-
butaban á Jehová sus honores en este idioma. Su nombre venia de êÀÀ42Ífeu,
hablar el griego, por oposición í los judíos palestinos,'Eppa2or,, eüê leían la
Escritura en hebreo y hablaban el siro-caldeo, ó arameo. En masa eran de
raza judía, que habían nacido ó vivían en el extranjero. Taurbién se les lla-
maba hijos de la d,ispersión. E;ntre ellos podía también encontrarse po'
sélitos de la Puerúa, paganos convertidos aI judaísruo.
(21 La palabra oiud,as designa aqui probablemente á las pobres mujeres
que la muerte del jefe de familia había dejado sin apoyo, y que eran mante'
nidas á expensas de la comunidad. Si esta denominación quisiérase aplicar-
la á las piadosas mujeres de las que más tarde se hablará (I I'im. Y,3), ocu-
padas en alir.entar y cuidar á los pobres, el asunto habría tenido mayor al-
c&nce.

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I
t24 MONSENOR LE CAMU3

muy profundamente ahondada por el espíritu rigorista de


los unos y l, eonducta liberal de los otros, debía seguirse,
no solamente una clifereneia en el reparto de las limosnas,
pero aun todo un sistema de preferencias, de prerogativas,
de elasificación, que pronto tendria algo de mortifieante y
también de antievangélico. Nacla nos impide tampoco creer
guo, bajo de una reeriminaeión aecidental, se dibuiase des-
de entonces por vez primera una cuestión importante, que
pronto debía iurponerse, cada vez más urgente y despia-
áada, hasta qr" fr..e resuelta de un modo oficial. En eI
fondo, se trataba de saber si la religión nueva suprimía ra-
diealmente toda la diÍerencia de origen, de lengua, de na-
eionalidad, todas las eategorías inspiradas Por anbiguos re-
euerdos del judaísmo, toda prerogativa de hijo más ó me-
nos direeto cle Israel y de Abraham.
Provisoriamente, á una dificultad de aparieneia tan só-
1o material, se creyó sufieiente responder con la institu-
ción de un oficio de orden análogo, nuevo en la Iglesia y
ea,paz de atenuar los inconvenientes seflalados. En reali-
dad, la innovación llevóse mucho más lejos de'lo que se pen-
saba, y los resultados, desde el punto de vista de la diÍu-
sión de las ideas y de la emancipaeión de la Iglesia, no
fueron sólo decisivos desde el punto de vista del orden
interior y de Ia distribución de las limosnas. La asamblea
general áe lo. discÍpulos fué convocada por los Doce. Á
ellos incumbía el perfeceionar la organizaeión de la Igle-
sia y desarrollar sus medios de aeeión, para atender á sus
necesidades oventualee. En un asunto que directamente
afectaba á los intereses materiales de la sociedad, les pa-
reció lógico coneeder un oapel efeetivo á esta misma socie'
dad, si bien reservándose el derecho de determinar las eon-
diciones. No le podía desagradar á la Iglesia ver al Pue-
blo partieipar en su gobierno, con tal que la autoridad
jerárquica dirigiera y saneionara los acuerdos del sufragio
universal. Esto entraba en la nota democrátiea del Evan-
gelio. (No es iusto-diieron los Apóstoles,-{ue nosotros
descuidemos la palabra de Dios, Para tener cuidado de lae

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LÀ OBBA DE LOS ÂPósTOT,BS L2í

mesas. Por tanto, hermanos, nombrad de entre vosotros


siete sujetos de buena fama, Ilenos del Espíritu Santo y {e
inteligen cia, át los cu ste ministerio. Y
.oo uàio podremos n enteramente en Ia
oración y la pred palabra'» Así, Ios
""
Apóstoló, ,o de.cooocieron la legitimidad del murmullo
que hrbían oído. La autorid rd más alta se honra en ad-
mitir que tra podido elia ser menos vigilante. Ye su de-
ber y piensa ão Aquí, sin aeritud contra los que'
"o-plirlo.
,".ri-iran y .oo p.rf.cta humildad, los Apóstoles pidln
que se los ,ãlere áel cuidado de repartir las limosnas. Si
en un prlncrpro lo aceptaron, fué porque los fieles habían
encontrado natural dópositar á sus pies las ofrendas de
su carid.ad. Ahora la Iglesia es demasiado numerosa y las
oeasiones de predicar el Evangelio demasiado frecuen-
tes, para qr" ãUos puedan con provechoatender á dos ofi-
eios trn distintos. De otra parte, la centralizacíón no es un
bien para una sociedad que quiere aumentar. De dos mi-
nisteiios, saerifican el qo" 1". viene de los hombres: el cui-
dado de presidir las distribuciones de las limoenas, conser-
vando el quo les viene de Dios: la misión de anunciar el
Evangelio. Escoja, pues, la comunidad inmediatamente á'
,o. Sus atribuciones dicen cuáles debe-
"ã*inistradores-.
rán ser sus virt,udes. Guardianes y distribuidores del te-
soro público, conviene exigirles desde luego una Probidad
irr"prochable; instrumentos de caridad para todos, e§ de'
desórr que el Espíritu Santo los penetre y les eonceda eI
don de difundir àn torno suyo á Dios y su gracia, mejor
aún que las limosnas; providencia de los pobres, necesita-
rán dã tacbo y prudencia Para contenbar á todos y evitar
nuevas reclamaãiones. Siete elegidos bastarán Para des'
empeflar eI nuevo ministerio, qt;irzát, porque la Iglesia cris'
tiana de Jerusalén está dividida on siete distritos, ó tam-
bién porque la semana tiene siete días y para la distribu-
eión á" .àd, día se comision aút á uno de los elegidos, por
(1).
turno
(l) Por otra parte, el número ? estaba lleno de grandes recuerdos. Noé

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L26 MONSEf,IOR LE CÂMUS

Sea como fuese, la proposición do los Apóstoles fué del


agrado de todos, 5z §ê proôedió á la elección. Los siete nom-
bres proclamados parecen indicar que la rcacción fué viva,
ó que hubo empeflo on complaeor á los palestinos, pues to.
dos los elegidos tienen una fisonomía absolrrtamente grie-
ga. Es muy cierto que buen número de judíos propiamente
dichos llevaban nombres griegos; por ejemplo, Andrés y
Felipe entre los Apóstoles. Pero no se puede negar QUor
habiendo dado la mayoría sus votos á un simple prosélito
de Antioquía, la elección se hiciera sobre todo con inten-
eión de contentar al partido helenista y bajo una inspira-
ción mu",v diferente del exclusivismojerosolimitano que ha-
bÍa provocado la legítima protesta. La lista de los elegi-
dos fué adoptada en la forma siguiente: Esteban, X'elipe,
Proeoro, Nicanor, Simón, Parmenas y Nicolás. Del prime-
ro de ellos se dice que estaba lleno de fe y ,lel Espíritu
Santo. Pronto veremos la prueba. EI segundo, Felipe, des-
empeflará también un papel glorioso, y mostrará que no
era menos apto en distribuir el pan de la palabra que el
de Ia caridad. De los cuatro siguientes nada sabemos, por.
quo el interés por las individualidades era muy poca en
aquellos días en que Ia personalidad divina de Jesucris-
to lo absorbía todo. Nicolás, el séptimo, era un prosélito
de Antioquía, pagano de origen, el eual, antes de ser cris-
tiano, habíase incorporado al judaÍsmo sometiéndose á,
la circuncisión. La tradición está dividida acerca de su pa-
pel en la Iglesia naciente. Por desgracia, las explicaciones
caritativas de Clemenbe de Alejandría no han destruído
las terribles acusaciones eontra él formuladas por San fre-
neo, Tertuliano, San Epifanio y San Jerónimo (r). Segírn

introdujo de 7 en 7 los animales puros y las aves del cielo en el arca;para


apoderarse de Jericó, fué preciso dar Ia vuelta á Ia ciudad 7 días, y en el7.o,
al ruido de 7 trompetas, tocadas por 7 sacerdotes, se desplomaron las mura-
llas. El candelabro de oro tenía 7 brazos, la semana 7 días, etc., etc. Tam-
bién á cada instante encontramos este número en el Apocalipsis: 7 iglesias,
'7
sellos, 7 trompetas, 7 copas, 7 ángeles,7 espíritus ante el trono, 7 cuernos,
7 ojos de cordero, etc.
. (l) He aquí, en resumen, el estado de la cuestión, Desde el fin del siglo

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I,À OBBÀ DE LOS APóSTOLEB 127

ellos, el desgraciado diácono, incapaz de cumplir los pro-


pósitos de castidad que había formado, habría llegado á"
Àer eI autor de Ia ."ãt, impura de los nieolaítas, que eI
Apocalipsis denuncia a la abominación de los pririeros
cristianos.
Los siete elegidos fueron,presentados á" los Apóstoles,

día tomarla" Su pensamient


fundamento y que él estaba
frase que pronunció: (pue§
que debia d,e clla abusarse,
tada en el sentido contrario, y más tarde algunos hombres mal intenciona-
dos les hicieron decir que los apetitos carnales deben satisfacerse. Pero Ni-
colás, según Clemente de Alejandría, nuncadejóde llevar una vida muy cas-
tal sus hijos y sus hiias siguieron su ejemplo y guardaron virginidad. Por
tanto, sería injusto hacerle jefe de esta secta abominable.
La crítica moderna supone que los nicolaítas no tomaron del todo su nom-
bre del diácono Nicolás, siuo de la funesta aoción que ejercían sobre la mo-
'ral pública y ei sentimiento religioso del pueblo cristiano. Nicolaítas y Ba-
laamitas serían un mismo nombre simbólico: el uno derivado de vuô,v, swie'
larrV de Àoós, pueblo; el otro, del hebreo bal,ái, d,eoorar, y de iatn',ptrcbl,o,
usa.clos simultáy,reamente conro dos sinónimos, para designar una misma cate-
goría de enemigos del cristianisuro. El cotejo de los versículos 14 y 15 del
de combatirla,
orruptores del
nos los pres:n-
que e8o8 nrco-
eaítas cuyas doctrinas estiguatiza el Apocalipsi§ (II, 6, L6).

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I
128 MON§EftOR LE CÀMU§

los euales, después de orar, lee impusieron las manos.


Así, el pueblo, consultado por ellos sobre la eleeción de los
nuevos ministros, les dejaba, después de haber dado su
respüesta, el cuidado de eonsagrarlos. Una cosa es la de-
signaeión de los strietos más dignos, y otra la eolaeión del
earáeter jerárquieo. Ésta sólo pertenece á los Apóstoles y
á sus sucesores. Por lo demás, no proeeden á, introdueir
nuevos miembros en la jerarquía instituída por Jesús sirr
antes haber aeudido ií la oración, por ínfimo que sea el
grado al cual quieren promover á los elegidos de la asam-
blea. Comprenden que solamente á Dios ó á, Jesueristo
perbeneee el derecho de desarrollar la organización de la
Igiesia, de la que es iefe y únieo seflor. Sólo Él puede eon-
eeder el poder de asociar á, recién llegados al privilegio de
representarle en el gobierno de la Iglesia y la distribueión
de la gracia. Los diáconos aquí instituídos no tuvieron so-
lamente la misión de servir á las mesas: los veremos pre-
diear valientemente la palabra de Dios, y con sus éxitos
probar que la mano de los Apóstoles no en vano se había
exbendido sobre su cabeza. El Espíritu Santo, inflamando
eon efusión especial sus corazones, les había comunieado
una fuerzà,morai á"la que nada podÍa resistir.
Qo" sea necesario reconocer, en este ineidente de la
historia apostólica, Ia institución de un ministerio, no
transitorio, sino definitivo para la Iglesia, y relaeiona-
do con el presbiterado cuyas cargas debía aligerar, co-
En el fonclo, no siendo dudoso que, descleel siglo II, una secta lla-
tener por autor al diácono Nicolás, con-
ma«la de los nicolaítas pretendió
vendría quizá preguntarse si el nombre Balaam era unâ traducción del
nombre Nicolás, evoeando así un recuerdo odioso, á la manera que el de Ba-
bilonia había sido imaginado por Juan para significar á Roma. Esta hipóte-
sis podría estar más cerca de la verdadque la otra; y en este caso, la memo-
ria de Nicolás no quedaría limpia de uua mancha que la antigüedad atesti-
guó y que la exégesis moclerna no podría lavar con una habilidad de lin-
giiistica. (*)
(*) Â esta interesante nota del autor afradiremos que la explicación de
Clemente de Aleiandría no pasa de ser más ó menos ingeniosa. Lafrase que
que atribuye á Nicolás se toma eomúnmente en mal sentido; y si eldiácono
qrrería hablar de la necesiclad de rnortifi,car la carne, podía servirse de otros
verbos que no se prestan á ambigüedades, por ejemplo, de 0avdr6u, vexpóu,
ete., usados repetidas veces en el NuevoTestamento.-N. del T.

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LÀ OBEÀ DE LOS ÀPóSTOLES r29

mo éste se relaciona con eI episcopado, parece que no


puede ponerse en duda, La más antigua tradiÔión está de
acuerdo en reconoeerlo así, y, en memoria de esta primera
insbitución, la mayor parte de las iglesias, comenzando
por Ia de Roma (1),-oo iovieron al principio más que siete
diáconos, procurándose en cambio gran número de sacer-
dobes. Además, Ia misma solemnidad con que los Siete fue-
ron escogidos y consagrados da á entender que no fueron
nombrados por aigún tiempo y con Íunciones transitorias,
sino que debían ser una instibución deÊnitiva. iDe dónde
procederían, por otra parbe, los que les sucedieron, y
cuyo ideal, al Iado del del Obispo, bosquejó perfectamente
San Pab]6 (z)? Si .s preciso relacionarlos cou algo, ipor qué
Do con la presenbe elección? Qo" las funciones del diáeono
hayan debido modificat'se con el tiempo y según las nece-
sidades de la fglesia, esbo es muy natural; no por ello eg
menos evidente que en e[ fondo han seguido siendo los
servidores titulares de la asamblea crisbiana y los auxilia-
res oficiales del sacerdocio, presidiendo la distribución ds
Ias agapes y eI orclen de Ia asamblea, administrando la
Santa Eucaristía y sobre todo llevándola á los hermanos
ausentes; leyendo públicamente eI Evangelio y también
predicándolo (a); asistiendo al Ponbífice en el Santo Sacri-
flcio; en una palabra, estando unidos al altar y á' lajerar-
quía eclesiástica de derecho divino, por una comunicación
primera y particular del Espíritu Santo y de la gracia,
baio un signo sensible y peruanente, la imposición de las
manos, 1o que constituye una parte del sacramento del
Orden.
En cuanto aI resulbado, la promoción de los siete can-
didatos á,la nueva dignidad, excedió, según dijimos, todas
Ias previsiones. Aunque en situación humilde y subalter-
na respecto de los demás dignatarios eclesiásticos, aI me-
nos dos de ellos fueron los grandes abogados de las ideas

(l) Eusebio, H. 8., VI, +a.


(2) I I'im.,IIl, s-10.
(3) Felipe es llamado euangelista, Hech, XXI, 8.

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I
t30 MONSEÍIOR LU: CÂMUS

universalistas, que iban de repente á seflalar las nueva§


vías de la fglesia.
Sea porque los Apóstoles, libres de todo euiclado ma-
terial, . pudieron trabajar más enérgicamente en la di-
fusión de la verdad, sea también porque los diáconos, des-
plegando un celo particular en el eiercieio de sus funeio-
nes, aproveeharon; mezclándose con el pueblo en la distri'
bución de las limosnas, todas las oeasiones de sembrar há-
bilmente en las almas la buena semilla, de nueyo en este
momento reereeieron las eonversiones. EI mismo partido
jerárquico judío fué deseantillado, y gran número de lovi-
tas y de saeerdotes hieieron á los pies de los Apóstoles sll
profesión de fe en Jesucristo (ti.
iYieron en Ia Iglesia algo más que una forma más per-
fecta del judaísmo? 2Renunciaron franeamente á, antepo-
ner Ia ley de Moisés á Ia de Jesucrieto? Después de haber
renunciado á ello, ino aband.onaron ett seguida este pru -
dente acuerdo, 5r, apegados al servicio del Templo, no fuo-
ron de nuevo insensiblemente inducidos á" creer que eI
Templo, y no la eluz, debía ser el centro del movimiento
religioso a[ que se habían adherido? Podría temerse, y
todo nos lleva á creer euo, de entre estos saeerdotes y
levitas convertidos, se reclutaron pronto los porfiados y
audaces eeladores de la Ley, conocidos con el nombre cle'
,jud,aizarúes ó partidarios de Ia circuncisión (2). Mal apar-
tados de las práctieas mosaieas, hombres que habían naei-
do y vivían en el Templo, legistas inconsolables por ten_er
que renuneiar á" su casuístiea penosamente aprendida,
fundarorr el temible partido que persiguió á Pablo y sus
-«rl gf hecho de la conversiAn de un gran número de sacardotes, roÀüs d-
1Àos, ha parecido extraflo á muchos comentaristâ*q; pero todas las modifica-
ciones del texto que se han propuesto sou tan inaceptables como gratuitas.
En lugar de torturar lo que está escrito, es más prudente buscar en él una de
las indicaciones.más importantes que no§ da, sin parecer sospecharlo, el au-
tor de los Hechos. Entre estos convertidos extraordinarios es donde hay que
buscar los olementos de la secta de los judaizantes.
(l) Parece bastante natural identificar á los «algunos de la secta de los
fariseos que habían abrazado la fe», Eeclns, XY, ó, con los sacerdotes y le-
vitas de óuya conversión aquí se habla. Querían cpe las circuncisión y la,
observancia de la ley fueseu implirestas á los pagauos.

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LÀ OBBÀ DE LO§ APóSTO:,ES r31

doctrinas universalistas con odio implacable doquiera pre-


dicó, y se hizo temer de Pedro en Antioquía y se preva-
lió de la influencia de Santiago en Jerusalén. Sin razóD 8ê,
ha supuesto que se apoyó seriamente en la autoridad de
algunos Apóstoles. Más tarde veremos que no hubo nada
de esto; que, rnientras vivió al lado del círeulo apostólieo,
éste jamás participó de su error. Su cloctrina se sostu-
vo por el crédito poderoso de los hombres de ciencia y de'
virtud que propendían á" que prevaleeiera, y también
porque halagaba un instinto de raza, de viejos preiuieios
nacionales, el respeto innato á la Ley. En realidad, sus
representantes no tuvieron iamás procuración apostóliea,.
en Galaeia no más que en Antioquía (1). Alguna vez' atln-
que iniustamente, quisieron atribuírsela (r). Todos los-
Apóstoles, sin excepción, repudiaron sus miras, Santiago'
tanto eomo los demás. Á pesar de esto, Ia secta de los iu-
daizantes tuvo en jaque, durante largo tiempo y un poco.
en todas partes, al movimiento de emancipación qug eI
Espíritu de Dios imprimía á su Iglesia. Acabó por zozo'
brar en ol ebionismo. Es muy digno de notarse guê, si
realmente encontr6 á sus primeros representantes entre
los sacerdotes judíos cuya conversión hemos consignado
poco ha, nació precisamente en Ia hora en que, con loe he-
lenistas, iba á comenzar la evolución universalista de la
cual debía ser irreconciliable adversario.
(l) Hechos, XV,24.
(2) Esto podría quizá deducirse tle la frase zrpà ro0 éhleiv ô,rõ 'Íorúpov
(Galat.II, 12), que se ha traducido rnuy fuera de propósito por: antes d,e la
aenída, cle wnos emisarios d,e Sant'iago, y que significa solamente: (antes de
la venida de algunos que vivían en compaf,ía de Santiago, recomendándoso
en é1, amparándose con su nombre.» (Comp. 1I Cor. XI, o; XII, r1).

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I
CAPITULO II

'Tentativa de Esteban para emancipar del judaísmo la


Iglesia, Es apedreado

Elocuentes polémicas del diácono Esteban en las sinagogas.- Su amplitud.


de miras: es el precursor de Pablo.-Su acusación ante eI Saneclrín.:
Apología del ioven diácono.-Idea general y desarrollo de su discurso.-
Fin tumultuoso del proceso.-Esteban ve al Eijo d,el Eambre.-Muere
inspirándose en su ejemplo.-Uno de sus ver<lugos hará revivir su id.ea.
(Eechos, YI, s-tn; YII, 1-60).

El diácono Esteban todo por su celo pa'


se seflaló sobre
ra propa,gar el Evangelio en el medio helenista de donde
'éI mismo proeedía. De natural ardiente y fuertemente
templado, al que nada podía impedir de comunicar á otros
la luz que inundaba su alma, debió ir á buscar á los oyen-
tes allí donde estaba seguro de no encontrar sino adversa-
'rios. Con é1, la joven Iglesia salía de su actitud reservada,
,para tomar Ia ofensiva contra la Sinagoga. Por lo demás,
Dios le alentaba en su apostolado coneediéndole el don de
estableeer la legitimidad de su predicación por medio de
brillantes milagros, de tal suerte que pareció rivalizar en
poder con los mismos Apóstoles. El pueblo admiraba §us
,obras. Nadie podía resistir á la sabiduría de sus discursos.
Las sinagogas habían ofrecido aI Maestro oyentes muy
bien dispuestos, y un medio eseogido para sembrar la
Buena Nueva. Esteban iuzgó que un tan albo eiemplo de-
bía seguirse, y se le vió prosentarse resueltamente en las
asambleas piadosas de Ia capital para provocar en ellas
discusiones públieas. Si la innovación era, atrevida, por
,no haberse todavía ensayado los Apóstoles ante tales re-
uniones, ro por esto dejaba de promeüer ser fecunda en

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LÀ OBBÀ DE LO§ ÀPóSTOL}C§ 133

feliees resultados. En vez de entretenerse en sitiar aI par-


tido jerosolimitano, Esteban atacó al judaismo helenista,
rnás_ dispuesto á disgregarse y menos extranjero, por el
medio mismo en que vivía, al soplo universalista del Évan-
gelio. De entre las cuatrocientas ochenta sinagogas que
contaba la Ciudad Santa, según los rabinos(.), proúró ini-
cia_r sus_polémicas en aquellas que eran frecuentádas por los
iudíos de la dispersión, ó los griegos judaizantes. Así p".u.u
haberse dir:igido, por turno, á los judíos de Rom, uo su si-
nagoga llamada de los libertos (2), á los judíos de Africa
en las sinagogas de los cirineos y de los alejandrinos (3), á,
-
los asiátieos en sinagoga de cilicia y deÍ asia pro.á^-
_la
sular (a). Si en ellas hacía eonquistas, también leàntaba
violentas oposiciones. EI joven Saulo de Tarso güo, de de-
recho, pertenecía á,la sinagoga de Cilicia, no aebio Ber uno
'de los menos ardientes en escuchar y en combatir al elo-
'cuente predieador. Le consideraba como eI adversario do
la Ley y el eneTiso de su pueblo. su odio llegó hasra vo-
tar Bu muerte. Mas en vano se erguía contra la verdad.
'triunfant'e; á" pesar suyo, sin que él lo advirtiese, la palabra
viv_a y enteramente nueva det diácono le penetrabã.
Ella
trabajaba su eorazón como un aguijón despiadado, has-

(l) Meiilla, fol. 78.

Caium), y Tácito (Ánn. II, 85) dice de


sus descendientes ex alia, y *oõho. de los cuale. áubíuroo rà_
ver á Jerusalén, que gr*riir.
.(3)_ Los
judíos es Õi.ene por Tol se-
gún Josefo (Antig., XlV, Z, 2) un cuarto de la
ãad. Eran *á. ,ü-rrosos todavía en Alejandría,
cinco barri«rs, y alcanzaban la cifra de ciel mil.
iI;
(4) Dada la construcción de la fra
que todos estos judíos helenistas form
goga. Pero estos edificios, muy numer
uno sólo no habría podido contener á
be
de
'tic
lla
T.Iv

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l:]4 MONSEfrOB f,'E CAMUS

ta la hora en que eaería vencido, deelarándose conquis'


t" y representante determinado de las ideas y de_ la fe de
,qüel á qriuo antes anatematizara' Por más que los han-
teoedores del judaísmo se habían unido, no podían.resis'
tir el soplo potãnte de esta nueva predicación. La ciencia
-destruía
de Esteúan sus dificultades y el Espíritu de 1o
alto, hablando por su boca, ar'astraba los corazoues.
Juzgóse, po.-., rnás prudente renunciar á discusiones re-
gol"r"I, doncle sin cesar eran batidos, para recurrir á me.
dios menos honestos, Pero que con su ayuda podía esPe*
rarse salir vencedor. La calumnia, por poco que las cir-
cunstancias se presten, es un arma formidable. Así suce-
dió en esta o.r.iórr. En realidad, Esteban, con Ia amplitud
de ideas que Ie caracterízaba y las miras clar'ísima. 9-,*
tenía sobrã el porvenir de Ia lglesia, era el primero que le-
vantaba ,o -"rro contra la vetueta mu.alla del iudaísmo.
El oficio era peligroso. Los Apóstoles habían preferido
someterse á obsurrrã, toda }a Ley, antee que permitir que
se sospechara cle sus sentimientos con resPecto a[
mosa.ís-

*o. Pã, esto los fariseos, y con ellos el pueblo, los habían
tolerado como una secta, nueYa sin duda, pero siempre.
apegacla aI rcgazo cle la Si
el con-
tr"fio, creía llegada la hora su intré'
pid; i"l*b.a lJtrastornaba 1 los hori-
,ort.*. Un innovador está siempre expuesto á acusaeiones'
malévolas, sea porque los u nos .o Io comprenden bastan-
te, ó porque los'otrãs Ie comprenden demasiado. Se
sobor-
Esteban,
nó á" unos testigos, Qúe pret lndieron haber oído á

blasfemar contá Moisés y contra Dios. En esta


acu§a-

ción, á pesar de ser enteramenbe Íalsa, es donde h'y que


buscar une apariencia de realidad, yr otrcontrar la úItirna
palabra del proceso. Si San Lucae h
co-

mo suponen ciertos crítico§, un anta


e las'
cloctrinas de Pedro y las d'e Pablo,
n de
insistir sobre eI caráeter esPecial de Es-
teban, guê, en verdad, preludió inmediatamente las teo'
rías del'Apóstol de los gentiles. Mas el autor de los He-

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I
LÀ OBBÀ DE f,O§ ÂPó§TOLE§ l3ó
chos estaba muy lejos de los fantásticos desvarÍos de
la
eseuela de Tubingâ, y lo que hay de más evidente,
leyen-
do entre líneas,
!. qou no parecó hub...e dado eoeotJ, er,
este proceso de Esteban, del fondo mismo de la euestión.
Todo blasfemo merecía la muer5" (r). No habiendo obs-
táculo de parte de la autoricrad. romana, se
iuzgó que po-
dÍa si, temor intentarse una aeeión eapital. EI;""ilIr,io,
arrcia.os y los escribas se entendiero,
-oy pronto para
promover un moüín. corriendo en tropel, se apoderrroo
del joven diáeono y lo arrastraron á la b.rr" del sanedrín.
Esto era, en cierto sentido, repetir, á propósito del diseí-
p-u19,_ los proeedimientos por los euale.
u" Árbía suprimido
ai Maestro. Presentaron, en efeeto, algunos testimonios
falsos que repitieron más explícitamente" aún las
primeras
aeusaciones. (Este hombre-dijeron-no cesa de
proferir
paiabras contra este_ lrrgar santo y contra la Ley;
pües
nosotros le hemos oÍdo decir que Jàsús, el Nazr..oã
ese (r),
ha de destruir y -od* ras tradieiones que nos
dejó ordenadas ":!".lugar
Moisés.) En realidad, Esteban poái, ha-
ber dicho todo esto sin blasfemar. pretendu, qrà los
ritos
mosaieos no serían eternos, no era destruir á
úoisés, que
había anunciado, para el porvenir, á un proÍeta
de que é1. Declarar qou ui Templo oo buutrba ya ;;"-
más
e ü hu-
manidad, toda entera llamada ãrr lo sueesivo á
adorar al
verdadero Dios, no era blasfemar contra la
grand eza ó la
santidad de este Dios. si así había hablado"E.tubrr,
no
había hecho más que eontinuar y desarroilar,
.oo puríi.o-
lar
.energra, las enseflanzas de Jesús á le samaritana. Des-
pués de haberlo dicho el Maestro,
lestaba prohibido repe-
tir que había sonado la hora qrá Dios debía ser adora-
do, no ya sobre tal montafla ", ó ; t.r edificio, sino en el
universo entero, en espÍritu y en verdad., eon
un culto del
todo interior, de suertã güo, irerrando .rá" adorador
en su
alma el más hermoso de los resurtaría superfluo
-templos,
el de Jerusalén? iNo podía, siguiendo también al Màestro,
T(2) oruúe?"., xrrr, 6-10.
r,a expresión de desprecio es evidente en la alabra oü"os.

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136 MONsEfrOE LE CAMIIB

en la anti-
hacer resaltar todo lo que había de transitorio
gm ni a,tza,, mostrandã cóm *'^n:-
.-uí.-o habÍan tenido su real
en eI es-
tablecimiento defirritivo del r
esto era
á los vieios pre-
ãã.*."t", ortodoxo, aunque muy opuesto
Es-to es lo que Pablo más tarde pre-
;;#;ãel ludaís-o. subversivo, criminal'
dicará. so Ie califrcó de intolerante,
después de Ia esta-
;ü; ,a" la estación de los frutosquieres la muerte del
ción de las norÀ *" le dice: «Tú
aI vislumbre' - puede
árbol.» La "ãráa, considerada sóIo
A espíritus encarcelados en Ia ruti-
il;;;, oo* blu.femia. pareeerle§ una eriminal
na formalista, todo progreso debía
revolución.
destruir á Dios'
Esteban Íué, pues, acusad'o de querer
p.""i.uÀente trabaiaba-' mejol que todos'
en ex-
"o*odo verdad de su tesis y d"
tender su reino. convenciclo cle la
cotazón, se Presentó ante

a impaciente, no Por defen-


ento amor de Dios. Para ata-
tica admiración que Poeo á'
mblea entera, el Presidente
pelar vivament'e aI acusa-
ermanos míos y padres-
do. «iEs esto
,.*p*dió Est dme')
Estando su oa posesi:" 19 la causa que de-
incisivo. Por esto pi-
fiendo, teme ser difuso y sobru todo
Se le aeusa de impie-
de ser oíd.o con benévoia atención.
eg Ia historia bíblica
dad; é1 dirá su Cred,ç. Este Cred,o
que la admite
ã"ip""Ufo do Dios; la contará para p:9b."
todaent,ara.Sí,élcreeenlaaceióndivinaypgt--'lente
.obo" su pueblo. Cree on la misión de
Moisés,
de Jeho,,a
de quien rrr"u paoegírico brillante. creo en Ia santidad'
T ""

I http://www.obrascatolicas.com
LÀ OBBÀ DE LOE ÀPóSTOLES I37

del Templo. Pero cree no menos en eI desarrollo progresi-


vo del reino de Dios en el mundo. iPor ventura la histo-
ria de Israel no le muestra que las revelaciones divinas
han dejado de ser individualistas para convertirse en na-
cionales, y que la verdadera religión, eircunscrita primg-
ramente aL áoruzón de un hombre, ha de resultar Ia reli-
gión de todo ur pueblo? ;Con qué derecho se querría Pro-
hibirle creer en la superioridad dei Mesías sobro Moisés,
supuesto que este Mesías fué anunciado, con 8u t'rascen'
dental real-eza, por Moisés y por los profebas, ó en el ca-
rácter transitorio de uu 'Iemplo que no ha existido siem-
pre y que no podría ser siempre suficiente? Lo que en-
cuentra de más inmutable, aI reflexionar en esta historia
de lo pasado, es la infidelidad de Israel y su obsbinada re-
sistencia á, La gracia de Dios. Con amargura Ia subtayará,,
desde el día en que en ella vió a José maltratado por su§
hermanos, á Moisés renegado por Ios suyos, á los falsos
d.ioses adorados, á los profetas perseguidos, hasta la hora
en que eI Justo, el Mesías mismo Íué muerto. Entonces,
no pudiendo contener por más tiempo su emoción, ataca-
rá direetamente á, los eternos adversarios de la verdad,
que quiereu cerrarle la boca, como habían intentado ce-
rrarla á otros enviados de Dios, y asÍ atraerá, sobre §u ca-
beza una sentencia de rnuerte. Tales son las grandes Ií-
neas do este discurso: Qü€, por una serie de relatos bas-
tante parecidos á, digresiones, está sin duda Íuera de
ias reglas de nuestra retórica, poro que conserva entera-
mente el sabor del judaísmo antiguo (t). Además, la aPa-
rente indecisión de estos medios apologéticos debe sor, á
los ojos de la críbica, el signo irrefragable de su autenti-
(2).
eidad

(1) Salmo LXXVII, CIV y AY;Ezeq.,XX; Nehem.,IX; Jud,it,Y,etc. Lo


sorprendente es que el autor del libro dslos llechos no lo haya abreviado. Se-
guramente lo encontró hecho y, cou su exactitud escrupulosa, no quiso cam-
biar nada, aunque encontrara algo inútil en su desarrollo y pudiese también
descubrir en él algunas inexactitudes cronológicas.
(2) Ifn autor que hubiese imaginado por entero el discurso de Esteban,
habría clasificado y acentuado de otra suerte sus respuestas á las imputacio-

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MONEE§OR LE CÀMUS

(El Dios Ce gloria-dijo Esteban, valiéndose de esta


fraso para probar qüe no blasfemaba del I)ios de Israel,-
se apareeió á, nuestro padre Abraham, cuando estaba en
Mesopotamia, primero que habitase en E[ará, (1), y le dijo:
Sal de tu patria y de tu parentela, y ven al país que yo
te mostraré.» Entonees salió de Caldoa, y vino á habitar
en l{arán. De allí, muerto su padre t2), le hizo pasar Dios á

La tradición, fijando temprano, quizá por boca de


nes de los falsos testigos.
Pablo ó de Felipe, que debieron oirla, esta apología con mayor desarrollo
que de ordinario, la irnpuso íntegra al redactor del libro de los Hechos.
(1) El libro del Génesis habla, en efecto, de esta vocación de Abraham,
cap. XII, l, y dice que tuvo lugar, no en Mesopotamia, sino en Harán. Qui-
zá Esteban seguía, en su exposición histórica, las tradiciones de la Sinagoga
(Véase Filón. Abraham, § f r) que completan el relato de l\loisés. De hecho,
no es imposible que Abraham hubiese sido invitado primeramente á salir de
Ur en Caldea y despüés á salir de Harán. Los pasajes del Génesis, XY, 7, y
del libro segundo de Esdras, IX, 7, autorizan esta suposición. Josefo (Ant.,
I,7, l) sólo menciona la vocación de Abrahan en Caldea y pasa en silencia
su estancia en Harán. Sabido es que llarán, Charrán ó Charres, célebre
por la derrota de Craso, era una ciudad antiquísinra de la alta Mesoptamia,
situada en punto muy frecuentado por las carava,nâs. Se ven sus ruinas al
sudeste de Edesa.
(2) También aquí Esteban pârece haber seguiclo la tradición rabínica-
mejor que el texto de la Escritura. Se ha supuesto que, como judío helenis-
ta, debía estar sobre toclo familiarizado con la enseüanza especial recibida
en las sinagogas extranjeras, y más particularmente en la de Alejandría. Uno
vez más (Y. Ia nota precedente) está de acuerdo con Filón (de futigr. Abrah.,
XXX» pâra suponer que Abraham no salió de Ia ciudad de Harán hasta des-
pués de la muerte de su padre. Sin embargo, una, suposición nruy sencilla,
hecha con las mismas cifras del Génesis, Darecería establecer que Taré aún
vivía cuando Abraham partió de Harán. En efecto, se dice clue Abrahâm en
este momento tenía setenta,y cinco aííos (Gén., XII, 4); ahora bien, Taré, curn-
plidos los ser,ento, de su edad, engendró á tres hijos, Abraham, Nacor y Ha-
rán (Gén., XI, 26), lo que da un total de ciento cua,renta y cinco afr.os. Perc
Taré, según el Génesis, Xl, 32, vivi6 d,oscientos cinco aííos. Por tanto, no
había muerto cuando Abraham abandonó el país, y debió vivir todavía se-
senla afr,os.Se han multiplicado las hipótesis para resolver esta diÍicultad.
Algunos prefieren á la lección del Pentateuco judío la del saruaritano, que
limita la vida de Taré á ciento cuarenta y cinco aflosl otros han pretendido
queel verbo àroilaveiv, debe entenderse, no de la muerte real de Taré, sino
de su apostasía. La suposición más comúnmente admitida es que Taré
comenzó á tener hijos á los setenta aflos, pero con un intervalo de sesenta
entre el primero y el tercero, y que el tercero habría sido Abraham, aunque
figura corr,o primero en la enumeración de la familia, no á causa de su
edad, sino de su celebridad. Así, en la enumeración de los hijos de Noé,
figuran Sem y Cam antes de Jafet (Gén., Yf, 10), y, sin embargo, es muy cier,
to que Aam (Gén, IX, 24), y muy probable que Sem' (Gén, X 21), eran
más jóvenes que el. En f Paralip., I, 28, está bien dicho: (Filii autem Abra-
ham, Isaac et Ismael,» aunque Ismael fué el primogénito.

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LÀ OBBA DA LOS APóSTOLES r39

€Bta tierra, en donde ahora moráis vosotros. Y no le dió


de ella en propiedad un palmo tan solamente (1); prometió'
le, sÍ, darle la posesión de dicha tierra, y que después de
él la poseerían sus deseendientes;y eso que á,laeazón Abra'
'ham no tenía hijos. Predíjole también Dios que sus des-
cendientes morarían en tierra extrafla, y serían esclaviza-
'dos, y muy maltratados por espacio de cuatrocientos
aflos (z); si bien, dijo el Seflor, yo tomaré venganza de la
aación, á la eual servirán eomo eselavosi 1l al cabo saldrán
libres, y me servirán á mí en este lugar. FIizo después con
él la alianza de la eireuncisión(3); y así Abraham habiendo
engendrado á Isaac, le circuncidó á los oeho días, é Isaac
á Jaeob, ;,Jaeob á los doce patriarcas.)
He aquí la alianza de Dios eon la taza, de los creyentes
sallada en Ia carne cle tres generaciones. Con todo, ella no
impedirá que la malicia haga su obra, y Dios tendrá quo
§acar bien del mal para constituir su pueblo.
(I) La compra del terreno en Hebrón (Gén., XX[I, 20) no contradice
esta afirmación; pues, de una parte, Esteban habla de la primera estancia
de Abraham en Palestina antes de la institución de Ia circuncisión, y de
otra parte, casi no podría decirse que un lugar parasepultura fuese unadote
ó una herencia. En todo caso, Abraham lo compr"$ y Dios no se lo había
dado.
(2) Esteban cita aún aquí el Génesis, XV, 13, 14, según losSetenüa. Fija
-en cuatrocientos aflos la duración de la estancia en Egipto. tr)sto es para
hablar en números redondos. Sabido es, por el Enodo, XII, 40, y Gá,l,atas,
IIf, 17, que hay que entender cuatrocientos treintaaflos, comenzandomuy
probablemente por ia vocación de Abraham y acabando en la salida de
Egipto. Este número está dividido, en clos partes iguales por el estableci-
,miento de Jacob y de sus hijos en Egipto. El cálculo es fácil de hacer, pues-
to que, de la vocación de Abraham al nacimiento de Isaac, van veinticinco
afrosl del nacimiento delsaac al de Jacob, sesental del nacimiento de Jacob
á su instalación en Egipto, cicnto treinta; total doscientos quince aflos. Del
establecimiento de Jacob en Egipto hasta la muerte de José, setenta y un
aflosl de la muerte de José al nacimiento de Moisés, sesenta y cuatro aflosl
del nacimiento de Moisés á la salida de Egipto, ochental total otros dos-
cientos quince aflos, (*)
(3) Hubo verdadera alianza; porque si Abraham quedaba obligado ó in-
troducir el rito de la circuncisión, Dios por su parte se comprometía á
hacerle padre de una innumerable posteridad (Gén., XVII, Lory Rom.t
IV, lt).
(tt) Para que nadie se engaf,e por los tres párrafos primeros de la nota pre-
cedente, conviene advertir que la cíf.raamtrocientos afr,os et números redon-
rlos uo es solamente la de los Setenta, pero también la del original hebreo.
N. del T.
-

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f
I40 }ION§E§OB LE CAMUS

(Los Patriarcas-prosigue Esteban,-movidos de envi-


dia, vendieron á, José para ser llevado á Egipto. Pero
Dios estaba con é1, y le libró de todas sus tribulaciones; y
habiéndole llenado de sabiduría, le hizo grato á Faraón,
rey de Egipto, el cual le eonstituyó gobernador de Egipto
y de todo su palacio. Yino después el hambre general en
todo el Egipto y en la tierra de Canaán, y la miseria fué
extrema: de suerte que nuestros padres no hallaban tle qué
alimentarse. Pero habiendo sabido Jaeob que en Egipto
había trigo, envió alla á nuestros padret por primera \rez;
y en la seguncla José se tlió á conocer á sus hermanos, y
fué descubierto su lina.je á Faraón. Entonces José envió
por su padre Jacob y por toda su parentela, que era do
setenta y eineo personas (t). Baió, puos, Jacob á Egipto,
donde vino á morir é1, y también nuestros padres. Y fue'
ron trasladados á Siquem, y coloeados en el sepulcro quo
Abraham había comprado cle los hiios de Elemor, padre
de Sique- (2), por cierta suma de dinero (3). Pero acereán-

(1) El diácono helenista sigue tambiéu aquí Ia tradición alejandrina;


que lleva setenta y cinco donde el hebreo pone setenta.( Géu..XLYI, 27:' En,
I, o). Josef o (Ant., TÍ, 7 , 4; YI, 5, 6) sigue al hebreo. Generalmente se supone
quelos Setenta formaron la cifra setenta y cinco afladiendo ála enumera-
ción de la familia de Israel á los hijos de Efraim y de Manasés.
(2) El autor sigue la letra del Génesis XXXII, 19, que dice: «Emit-
que... á filiis Ifemor patris Sichem», prefiriendo esta lectura á la de los He-
chos, YII, 16, que dicen: «quod emit... á filiis Hemor, fi,lii Sichem.»-Nota
d.el Traductor.
(3) Para que esté conforme á Ios relatos de Moisés, esta frase debe ser
considerablemente modificada. En primer lugar debe entenderse que sólo
los hijos de Jacob, y no Jacob, fueron transportados á Siquem; porque se
sabe que Jacob, según su deseo (Gén., XLIX, 29 y sig.), fué enterrado eu la
cueva doble del campo de Efrón el Heteo. En segundo lugar, es muy incier-
tó que, á excepción de José (Josué, XXIY, 32), los hijos de Jacob hubiesen
sido sepultados en Siquem. La esuritura nada nos dice y Josefo (Ant.rII, 8, 2)
declarâ que fueron enterrados en Hebrón. En tercer lugar, debe leerse Ja-
cob en lugar de Abraham, porque sabido es que fué Jacob (Gén., XXXII,
lg) quien compró el campo de Siquem á los hijos de Hemor. EI error es
evidente, y todas las explicaciones que quieren suprimirlo no hacen sino
más fuertemente acusarlo. iEs debido á Esteban? Esto sería sorprendente
por dos razones: la prinrera esque, aun en un hombre menos lleno que é[
del Espíritu Santo, la equivocacirín sería groseral la segunda es que el Sa-
nedrín no lo habría tolerado sin protesta. iDebe atribuirse al redactor que
conservó el discurso de Esteban? Parece que, en este supuesto, San Lucas,
al acoger este documento, habría rectificado la inexactitud. iAcaso la teoría

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LÀ OBBA DE LO§ ÁPóSTOLES r41

dose ya el tiempo de cumplir la prome§a que con Juramen-


to húía heeho Dios á" Abraham, el pueblo de Israel fué
creciendo y multiplicándose en Egipto, hasta _que reinó
(t).
allí otro .ób.ruro que no sabía nada de José Este prín-
cipe usando de una artifrciosa malicia contra nuestra na-
ci3o, persiguió á nuestros padres, hasba obligarlos á aban-
donar á sus nif,os reeién nacidos á, frn de que no se ProPa-
gasen. Por este mismo tiempo nació Nloisés, quo fué grato'
ã Dior, y el cual por tres [reses fué criado en ca§a de su
padre. Ál fio, habiendo sido abandonado, le recogió la hija
áe Faraón, y le crió como hiio suyo. Se le instruyó en to-
(2), y llegó á ser varón po-
das las cieoãias de los egipcios
deroso, tanto en palabras como en obras.)
De este modo Dior prepara , á, través de todos los obstá-
culos, Ia salud de su pueblo, porque no olvidaba 6u pro-
mesa. Las mayores dificultades desde entonces, como en el
decurso de las edades, debían venir de la mala voluntad
de este mismo pueblo.
(3)-.-prosiguó Es-
«Llegad o á,la edad de cuarenta aflos

, ó." edición.)
ira en los Libros Santos, que no dicen
és en la ciencia de los egipcios, sino
en Filón (,De Vita Mos.), según la
sabios no solamente egipcio§' pero

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142 MON§.U§OR LE CAMUS

to por príncipe y juez sobre nosotros? iQuieres tú por


ventura matarme á mí como mataste ayer al egipcio?--
Al oir esto Moisés se aüsentó, y retiróse á vivir ão-o
traniero en el país cle Madián, donde tuvo dos hijos.» "*-
rerael jamás tuvo el insbinto de reconocer á sus verda-

obstinaeión.
(Cuarenta af,os después, en el desierto del monte Si-
naí (1), se le apareció un ángel (2, entre las llamas de una
zarza, que ardía. Maravillóse Moisés al ver aquel espectá-
'crrlo; y acereandose á contemplarlo, oyó la voz del Sef,or,
que.le decía: (Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de
Abraham, el Dios de Isaac y eI Dios de Jacob.» Despa'o-

annos, et xL annos rsraeli ministravit.» (Y. Beresh. rabb., f. 1ts, B; Sche-


m,ath rabb., f. 118, B).
(1) El Sinaí y el Horeb son dos eumbres de una misma montafla. El An-
tiguo Testamento nombra indistintamenete la una y la otra para indicar el
lugar donde Dios habló á Moisés.
(2) Es muy notable que Esteban, lo mismo que el autor de la Epístola á
los Hebreos, II, 2, haga regularmente intervenir un ángel allí donde las sau-
tas Escrituras introducen á J)ios directamente en escena. F^stâ modificación
del texto caracteriza la escuela rabínica de Alejandría. Para ella, el ángel
que interviene no era otro que la Suhechina, el Logos ó Yerbo de Dios. trIu-
chos Padres han participado de este sentimiento y han reconocido en él al
Angel que hablaba absolutâmente como Dios, al Yerbo divino preludiando
el gran misterio de la encarnación (Y. Ginoulhiac, Hist. d,w Dognte atth.,
vol. II, p 29S y sig.; vol. IIl, p. 149 y sig).

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LÀ OBRÀ DE LO§ ÂPóBTOLES t43

rido entonces Moisés, no osaba mirar. Pero el Seflor Ie


dijo: (Quítate de los pies el ealzado, porque el lugar en
gue estás, es una tierra santa. Yo he visto y considerado
la aflicciót de mi pueblo, que habita en Egipto, y he oído
sus gemidos, y he descendido á librarle. Ahora, pues, ven
tú, y te envia ú á, Egipto. » Así que á este Moisés, á quien
"desecharon, diciendo: «iQuién te ha constituído príncipe y
jaez?,» á éste mismo envió Dios para ser eI caudillo y ii-
bertador de ellos, bajo la dirección del ángel, que se Ie
apareció en la zàrza. Este mismo los libertó haciendo pro-
digios y milagros en la tierra de Egipto, Y en el mar Ro-
,jo, y en el desierto por espaeio de cuarenta aflos. Este es
aquel Moisés que dijo á los hijos de Israel: «Dios os susci-
tará, de entre vuestros hermanos un Proíeta, como Yo; á,'
.éste debéis obedeeer.» Moisés es quien, mientras el pueblo
estaba congregado en el desierto, estuvo trabando con eI
ángel que Ie hablaba en el monte Sinaí, el que estuvo con
nuestros padres, y recibió las palabras de vida para comu-
nieárnoslas. Pero nuestros padres no le quisieron obedecer,
antes bien le desecharon, y con su corazón se volvieron á
Egipto, diciendo á Aaron: (Ilaznos dioses que nos guien,
ya que no sabemos qué se ha hecho de ese Moisés, que nos
sacó de la tierra de Egipto. » Y fabricaron entonces un
becerro, y ofrecieron saerificios á este ídolo, y hacían re-
gocijo ante la heehura de sus manos (tr. Entonces Dios
les volvió las espaldas y los abandon ó á,la idolatría de Ia
milicia del cielo ("r), según se halla eserito en el libro de los
Profetas (3): iOh casa de Israel! ipor ventura me has ofro'
(1) No es probable que los israelitas quisieran, bajo est
buey, adorar á un Dios clistinto de Jehová; porque (Dnod,o,X
hizo anunciar Ia adoración de la estatua en estos términos:
gran fiesta del Seflor.» Su crimen fué el querer representar á su Dios bajo
una forma sensible «trocando su gloria en la figura de un becerro que come
heno», como dice ei Salmista, CY, ZO. Evidentemente la idea era del todo
egipcia, y el ídolo representaba, ó al buey apis adorado en Memfis, ó-más
pioiabÍemente, según las danzas y los cantos de que habla el Exodo, al buey
Mnevis, adorando en Heliópolis.
(2) El sol, la luna y las estrellas eran los dioses del sabefumo.
igi La cita está tomada del profeta Amós, y, 2ó-27, según la versión ale-
jandrina, con exactitud poco escrupulosa.

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144 M(,NsDitoR L.E CAMU§

cido víctimas y sacrificios los cuarenta aflos del desierto?-


Irabéis conducido el Tabernáculo de Moloc, r el astro do
vuestro dios RemÍan (1), figuras que fabricasteis para ado-
rarlas. Pues yo os trasportaré más allá de Babilonia (2).».
He aquí el eudurecimiento, Ia infidelidad, la locura de 1o"
pasado. Lo presente no es mejor, y aq ellos que descono-
cieron á Moisés han desconocido también al MesÍas. isi á
lo menos, después de haberse engaf,ado, matándolo, con-
sintiesen en dejar que su obra crezca, y su espÍribu se di-
funda y su reino se instituya! Pero Do, están unidos aI
pasado por tales prejuicios, que ni p ra Dios ni para el.
hombre aceptan otro porve.ir. Para ellos su Templo es.
toda su religión, r á, ésta no la comprenden fuera del re-
cinto en donde la han murado; ahí está su crimen. iQué.
abran por fin los ojos! Los nuevos creyentes, á quienes
aeusan de blasÍemar contra Moisés y contra el Templo,
respetan á Moisés y al Templo; pero entienden gue ni
Moisés ni el Templo deben poner obstáculos á la gran ma-
nifestación de Dios en Jesucristo. Esteban alabará el Ta-
bernáculo de la Alianza y el Templo de Dios, como ha.
alabado á Moisés y á los Pabriarcas;. sólo que el uno y etr
otro, siendo transitorios, deben tener quien los sustituya.

(l) -ilIolocera el dios protector de los arnonitas (ril Reyes, xr, z). sele.
representaba (Y. Jarchi, rn lerem., VTI, Bl) con cabeza de buey, las manos
extendidas y levantadas. Entre sus brazos enrojecidos, se exponía á, pobres
criaturas cuyos desgarradores gritos eran ahogados por los tamborileyde los
sacerdotes. Creen algunos que las víctimas morían en este suplicio; según
otros, eran simpleurente purificadas en la chamusquina. Si bien esta des-
CT ipción <iel dios lloloc se parece absolutarnente á la que Diódoro de Sicilia

(xx, 14) nos da del Kronos ó Saturno cartaginés, créóse más comúnmeate
que llroloc era el Sol, y Remfán, Saturno. Remfán ó Refan, era el nombre
copto correspondiente al Kiyun de los Hebreos y al Saturno de los Griegos.
En el relato de }Ioisés no se ve que los israelitas se entregaran al culto de
estos falsos dioses en el desierto. Sin embargo los pasajes del Leait., XYII,
7; XV[I, 2l; XX, 2, attorizan esta suposición. Esteban siguió la versión
de los Setenta. Los hebraisantes modernos traducen todo el pasaje de Amós
suprimiendo en él á }Íoloc y Remfán, que pueden muy bien no ser más que
dos sustantivos comunes significando respectivamente rey y plaüafornta^
«Habéis conducido el tabernáculo de vuestro rey y el pedestal de vuestras
imágenes, la estrella de vuestra divinidad que os forjaste.» (V. Gesenius,
?hesaurws, II, p. 669).
(2) Los Setenta, como el hebreo, dicen Damasco en lugar de Babilonia"

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T.À OBBÀ DE LOS ÀPóSTOLES t45

(Tuvieron nuestros padres en el rlesierto eI Tabernáeulo


del testimonio, según se Io ordenó Dios á Moisés, dieién-
dole que lo fabricÀse según el modelo que había visto. Y
habiéndole reeibido nuestros padres, lo condujeron bajo la
direeeión de Josué á,la posesión de las naeiones, que fué
Dios expeliendo delante de ellos, hasta el tiempo de D_a-
vid. Este fué aeepto á los ojos de Dios, y pidió poder fa-
briear un Templo al Dios de Jaeob. Pero eI Tempio quien
lo edifieó fué Salomón.»
Aquí termina la larga exposición de las misericordias
de este Dios, que defrnitivamente ha establecido §u casa
en medio de su pueblo. Por un extraÍro egoísmo, este Pue-
blo ha encontraclo eI medio de encerrar de tal suerte á"
.Jehová en esüa casa, que eI Templo, mal comprendido, en
vez de favoreeer la glorificaeión de Dios, sólo ha servido
para paralizar su maniÍestación en la humanidad. El lugar
santo ha sido eerrado á los gentiles que buscan á, Jehová,
á,la vez que se ha pretendido que no era posible aleanzar
al verdadero Dios foora de este santuario. I[e aquí adon'
de ha eondueido eI espíritu estrecho del iudaísmo. Afor-
tunadamente «el A1tísimo no habita en moradas hechas
de mano de los hombres, eomo dice el Profeta: EI cielo es
mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. iQué especie
"de casa me habéis de edifiear vosotros? diee el Seflor, ó
,icuál podrá ser eI lugar de mi deseanso? iPor ventura no
hizo mi mano todas estas cosas?» Así, eon suficiente lenti-
tud para dar á sus iueees tiempo de reflexionar y de pesar
lo que hay de eruelmente verdadero en Ia historia de la in-
fidelidad de Israel, Esteban se dirige, implacable, á su
objeto. El proceso que se Ie sigue es idéntieo al que siglos
ha se sigue al mismo Dios. Asimila su causa á la de Moi-
sés y de los profetas, eomo Ip hizo el Maesbro en eircuns-
taneias análogas. Siempre eI mismo antagonismo: de una
parte, la verdad luminosa, de ptra, la asquerosa obstina-
.ción; Ia misericordia choeando con la infidelidad; blasfemos
aeusando de blasfemia á los enviados de Dios; Jesucristo
citado de nuevo ôo-o un malvado, en Ia persona de su

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146 MONEEfrOR LE CÀMI}§

predicador; los vifladores matando, or vez de aeoger, aL


hijo del'dueflo, para apoderarse d.e su herencia.
Todos estos recuerdos dolorosos se a lolpan en el alma.de
Esteban, por lo que, dejando estallar su indignaeión, exela-
ma: (Hombres de dura cerví2, y de eorazón y oído ineir-
euncisos, vosotros resistís siempre al Espí*itu Santo; como
fueron vuestros padres, así sois vosotros. iA, qué Profeta
no persiguieron vuestros padres? Ellos son los que mata-
ron á los que prenunciaban Ia venida del Justo, que vos-
otros aeabáis de entregar, y del cual habéis sido homiei-
das; vosotros que recibisteis la Ley por ministerio de án-
geles, y no la habéis guardado. » De este modo el aeusado
se ha transformado súbitamente en acusador. Sus palabras"
ardientes eaían sobre los asistentes como otros tantos dar-
dos agudos que les atravesaban el alma, y debían provo-
ear la tempestad más terrible. Ilasta entonces se habían
contenido, aunque sus dientes rechinaban. De pronto su
furor explotó, con tal violencia QUe, dada la rapirlez del
relato, r1o es posible adivinar dónde acaba la partieipaeión
legal del SanedrÍn en el nuevo crimen de rsrael y dónde
comienza la de la multitüd amotinada.
Entre tanto Esteban permaneeía impasible en medio del
tumulto que había levantado. Perte.ecía por completo aI
Espíritu santo que llenaba su alma. sus ojos, QUo no veían
ya la t,ierra, conbemplaban en el cielo un espectáculo que
le tenía extasiado. De su voz domina el ruido de
'epente
la muehedumbre, ), con el entusiasmo del vencedor que
saiuda ya su triunfo y se va á" la gloria. «Yeo-exclama,
cielos abiertos y al I{r.ro DEL
-los de Dios.) Contempla el cieloHoMsnn
G} de pie á la
diestra á través de la muer.
(t) Jesús se había con mucha frecuencia designado á sí mismo con este

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LA OBRÀ DE LO§ ÂPó§TOLES t4T

te, en consecueneia, es eI martirio lo que generosamente


y,
aeepta. Sabe que va á morir por haber hablado; pero iqué
le importa, puestci que la muerte debe conducirle á la ver-
dadera vida? Ya el II,jo del Hombre se ha levantado (1), á
Ia derecha de su Padre, para dispensar á" su testigo un
reeibimiento glorioso. Esteban se estremeee de alegría sa-
'iudando, en las profunditlades de los cielos, esta realiza-
eión de la promesa divina, y quiere que su grito de espe'
ral,za, aliente á los mártires de los tiempos venideros.
Su exclamación vietoriosa par'eció a" sus euemigos el
eolmo de la blasferrria. Tapáron.qe ios oídos, elamando con
gran gritería. Entonces una escena de lo más brutal se
produce á vista del mismo Sanedrín, que no puede ó no
quiere evitarla. No se aguarda ia senteneia, nadie se in-
quieta por saber si el Gran Consejo puede condenar á'
muerte. E[ fanatismo suprime toda eonsideraeión polítiea
ó legal. La turba, interpreuando la Ley etr actos y apli-
eándola por sus propias mallos, se echa sobre el animoso
diácono y lo arrastra fuera de la ciudad t2) para matarlo.
(I) En todos los demás pasajes del Nuevo Testamento, el llijo dei Hom-
bre está representado sentaclo á Ia derecha dei Padre. Aquí está, d'e pie, corno
si se hubiese levantado, sea para sostener á su valiente campeón, sea parà
salir á su encuentro y rendirle el glorioso testimonio prometiclo á sus márti-
res. (t77at., X, :t2,1.

,(z) Según el Leaítico (XXIY, I4), el blasferno debía ser apedreado fuera.
d.el carnpamento, y la Glosa (Babyl. Sanhed,r.) dice: «Toda ciudad rodeada de
murallas está en las mismas condiciones que el campamento. Los culpables
deben ser apedreados fuera de las nturallas.» La tradición másantigua con-
signada en una carta del sacerdote Luciano, d,e fnuentione sancúi Stepltani,
hacia eI aflo 4L6, íja el lugar del martirio en el lado de la puerta del norte,
en el carnino de Oadar. La tribu de los Beni-Cedar ocupaba la parte sep-
tentrional de ia Arabiary á ella se llegaba yendo hacia el lago de Genesa-
ret, torciendo luego al Oriente. Por tanto, Esteban fué apedreado cerca del
camino que conduce á Jerusalén por Ia puerta septentrional. Conformándo-
se sin duda con esta indicación de Luciano, y con la tradición precisa de la
época, la emperatriz Eudoxia, esposa de Teodosio eI Joven, encargó, algu-
nos aflos más tarde, á Juvenal, obispo de Jerusalén, la construcción de una
igie§ia en eI mismo sitio en que Esteban había sido apedreado. Allí debían
ser conducidas las reliquias del glorioso mártir, encontradas en Cafar-Ga-
mala. Esta iglesia, construída, según los historiadores eclesiásticos, sobre un
montecillo al norte de Jerusalén y visitado por los peregrinos de la Edad
Media, es el mismo cuyas ruinas acaban de descubrir los PP. Dominicos en
su cercado. (Véase Toyage o,ux Pays Libli4u'es, vol. I, p. 315 y sig.) Las úl-.
timas excavaciones no permiten dudas en esta materia.

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148 MoNsENoB I,E cÀuÜs

.Sólo pleble era la que iba á, teflir sus manos en la Ban-


gre del hombre de Dios. Al llegar al sitio del suplieio, Ios
testigos, QUo debían dar la seflal de la lapidaeión, qui-
táronse los mantos, cuya guarda eonfiaron a, un joven.
instruidísimo, versado en Ia teología judía, influyente,
.muy apreeiado del partido fariseo y feliz por este aeto de
violeneia: Saulo de Tarso.
Sabido e.q como se practicaba el suplieio de la lapidación,
Los que habían testifieado eontra el criminal estaban obli-
gados á ser los primeros en herir (t). La prueba era dura
pâ,ra el que había eometido un falso testimonio, y demos-
traba elaramente que ealumni ar y matar son una misma
cosa. De ordinario, se tiraba la priurera piedra á los riflo-
nes del eondenado, el cual eaía boca arriba; la segunda de-
bía darle en el eorazón (2). Aquí todo sueedió en el tumul-
to y el desorden de un motín, cada uno rivalizando en ar-
,dor para dar los primeros golpes. Esteban, impasible, es-
taba absorto en eI ideal divino que llenaba su eorazón y
que sus ojos aeababan de entrever en las profundidades
de los eielos. Si había sido testigo del erimen del Calvario,
,euatro aflos antes, debía naturalmente comparar su situa-
.eión eon la del Maestro. Rodeado de una turba de furio-
sos, que, contra toda justieia, le abrumaba sin piedad eon
.una lluvia de piedras homicidas, saboreaba con santa ale-
gría Ia dicha de seguir las huellas del Salvador, al que in-
voeaba diciendo: (iSef,or Jesús, reeibe mi espíritu! (3)» Des-
pués, baio un golpe más violento, se acuerda de Ia súplica
del Maestro (a), y'á su vez tiene eI heroísmo de formular-

(1) Deut., X[I,9.


t2) Y. Ligthfoot, Hor. hebr., p. 66, 354, 385, 7I8 (*).
(3) Es indudable que Esteban invoca aquí á Jesús, absolutamente como
Jesús, en la cruz, había invocado á su Padre, para encomendar su espíritu
en sus manos (Luc.rXX[L aG). Es también á El á quien pide gracia para
sus verdugos.
(4) Luc., XXIII, 34.
(*) fle aquí un texto citado por este autor: <Unus testium projicit in
lumbos suos. Si in pectus suum se volvet, revolvunt in lumbos. Si sic mo-
riatur, bene. Si non, testis alter tollit lapidem, atque cordi ejus imponit. Si
ita moriatur, bene. §i non, lapidatur per omnem Israelem.»-N. del T.

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LÀ OBBA DE LOS APóSTOL.ES 149

la: (3Seflor,-exclama en un supremo esfuerzo para hacer


llegar á todos este testimonio de su caridad,-oo les ha-
gas cargo de este peeado!» Y habiendo manifestado así su
amor á Dios y á los hombres, pasó de las manos sanguina-
rias de éstos á la dulce justicia de Aquél ê).
EI cadáver de los apedreados era de ordinario suspen-
dido de un madero hasta la puesta do sol, para que el es-
pectáculo del castigo sirviese de escarmiento saludable á,
todo el pueblo. Ifna tradición muy antigua (2) refiere que
el cuerpo de Esteban fué sometido á esta suprema igno-
minia. Lo que hay de cierto es que algunos hombres pia-
dosos cuidaron de sepultarlo, y que la Iglesia, á pesar do
estar vivamente impresionada por tan criminal atentado,
mostróse sumamente orgullosa por tan gran mártir, ha-
,ciendo gran duelo en sus exequias, sin que la Sinagoga Be
.atreviese á protestar. No es raro ver, al día siguiente del
motín, reinar una calma siniestra. Entonces, mientras los
cuipables se asombran de su audacia, las víctimas son Bo-
pultadas, cuando no rehabilitadas gloriosamente. Sobre Ia
tumba del valeroso diácono pudo escribirse: Prirnar mtÍ,r-
tir. HabÍa muerto por las grandes ideas que iban á, con-
quistar el murrdo.

(1) La expresión érotpt1?q, se d,wrmid, es notabie tratándose de una muer-


te tanvi calma perfecta del mártir y su confianza en su
tránsito Esteban cierra sus ojos á los dolores del tiempo,
para abr legrías de ta eternidad.
(2) En su Relation sur I' inaenúion d,u corps de
sacerdote de la Igiesia de Jerusalén y cura-párroco
siglo Y, refiere (cap. Y, p. 6Bl) que el cadáver del

l0 T. IY

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CAPÍTUI,O III

La persecución de Pablo obliga â la lglesia cristiana


á salir de Jerusalén

La irritación d.e los fariseos encuentra un instrumento terrible en Saulo de


Tarso.-Formación intelectual y moral de este joven.-Su familia'-El
título de ciudadano romano.-Su doble nombre.-El joven discípulo de
Gamaliel en lo moral y en lo físico.- No estaba casàdo y no había visto á-
Jesús.-Lo que hacía contra los cristianos.-Primeros resultados de su
persecución. (Eechos, VIII, r-a; XXII, 4; Gá,latas, I, 13)'

Es evidente que las ideas que Esteban acababa de soste-


ner determinabÀn una nueva etapa en el desarrollo de Ia

El elocuente diácono no veía inconveniente en invitar á"


todas las naciones aI reino de Dios. En este sentido se le ha-
r contra la Ley. Nada más á ProPósi'
tido fariseo que un ataque tan diree-
as que Ie eran tan queridas. Hasta,
entonces guardado una actitud casi be-
névola, p mento entregóse á la más vio-
lenta hos ás, estaba seguro de gue su si-
tuación era Ia mejor. Nada le era más fácil que explotar el
viejo orgullo de la nación, denunciando como enemigo de
Isríel á cualquiera que intentase suprimir sus privilegios,
su Templo, Moisés y la misma Alianza. En todas partes, es
imprudãncia grave apelar al Íanatismo del pueblo; et'_Je-
ruJalén, era promulgar la luy de los so§Pechosos, divi-
que-
Garnaliel y el de su hijo Ábibg,s,-que según la misma tradición, habían
rido ser eriterrados aI lado del gloriosc diácono'

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LÀ OBBÂ DE LO§ APóSTOLES 151

dir las familias y autorizar los atentados más eriminales.


uno de los promotores más exaltados de la per.ecu-
ción fué saulo, aquel joven de quien ya hemos hablado
y
que había tomado parte en ãt homiciclio de Eeteban.
Tendría entonees treinta af,os rr); he aquÍ su historia. Na-
eido en un eentro helenista, en Trrso ãe cilieia (2), pero
de familia fudía por sus cuatro costa«los, la cual
;u-as
§, Saulo estaba afiliado al
espíritu, en busea de la ver-
ismo su ideal religioso en el
secta, sino porque, hijo de
fariseo (3), había eonocido, eseuchado y *a-irrao ã".de
niflo á hombres eminentes por su cará"iter, su eiencia y su
virüud,_ que defendían *oo ór"rgía aquellos
principiosl En
razón de sus raras faeultades intelettuales y aár ardor
míst'ico de su alma, su familia había sofladã haeer de él
un rabino. La ciudad santa era la gran eseuela en que
debÍa formarse todo verdadero doetú de la Luy. se le
àr-
allá joven todavía, pues le veremos más tarde gloriar-
'ió
§ê, ante sus c_orreligionarios eonvertidos en enãmigos,
de haber sido allí edueado criade ral. Gamaliel fué su
/
maestro. Esta Gloria d,e la Lry, como se le llamaba, ense-
fló al joven discípulo á respetar las vieias tradiciones ra-

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I
tú2 MONSEfrOB LE CAUUS

bínicas, dándole al propio tiempo el ejemplo de las virtu-


des más austeras, no logrando, sin embargo, con toda su
moderaeión, reprimir los fanáticos ardores de aquel que, á
§us pies, se estremecía de rabia eontra la Iglesia nacienbe.
(1), que
iIJlay que ereer, como parece indicarlo el Talmud
ê"-*liel fué menos hostil que los otros doctores de Israel
á la literatura de los gentiles? Es posible; mas esto no
bastaría á explicar la cultura literaria que Pablo deia en-
trever en sus escritos. No solamente eíta álos poetas grie-
gos (2), pero algunas veces pareee tomar de Aristóteles el
iigo. dã su diáléctica (3). En todo caso, Bu argumentación
co-ocis" y potente se separa en absoluto de los p.rocedi-
mientos de la Sinagoga. La misma lengua griega, bien que
no Ia escribe en su elegancia elásiea, le es familiar con sug
variados recursos de figuras de dieción y de pensamien'
(5), de finura y de aticis-
6o (ai, de precauciones oratoria.
mo (6), rooqrr. se ve que sóIo piensa en servirse de ella pa-
ra transmitir su pensamiento. Trata como dueflo esta her-
mosa lengua de los griegos, imponiéndole los giros de que
su espíritu necesita, para arroiarlas, todas á un tiempo, em-

(i) Babab Kama, fol. 83, I (V. Etheúdge Eeb-r-.lit., p' +s)'
iti Éi hemistiquio «porque iiraSe de éste también somos», que Pablo ci-
ta dãlante del Areõpa go (Heeh' XYII, 28) se encuentra simultáneamente en
íi, itrna*erut d.el poãtr'^trrto de Soles, en Cilicia,6quízá también de Tar-
.o, úr.i, el2T}antds de J. C.; en el himno del estoico Cleauto áJúpiter, y
eala Nemea Tf de Píndaro. Éablo seflala, pues, mlly exactamente 1o que
se lee en rnuchos poetas griegos. Esto es erudición helénica, si la hubo' .En
i g,rr., XY, BB, rôproduó dã la ?ais de una pieza
perdida de Eurípides, la sentencia: (Las corrompen
fas bueoas costumbres.» Finalmente, esc recuerda el
verso de Epiménides sobre los cretenses:
«Los creienses siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezoso§')
(3)Sobre todo en las Epístol sospe-
que conocía por Io menos la 12-21,
"hà 'zttr. Nicom.l Y, 10). La exp ada en
"oi
átt*.*.t en el mismo sentido qo" "o álatas,
IV,3,9, recuerda el ofos estoicos' (*) - ,
(a;' Ér.."r, en su vol. I, p. 626 y sigs', ha hecho de
ello un extracto min
(5) El discurso ante el Areópago lo demuestra'
(oi Véase las Epístolas á Filemón Y 3 los filipenses'
(ii euizá puedô decirse lo mismo de àrepord.aros, Í Cor., YII, 35.-
§. del T.

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LÂ OBBÀ DB LOS APóSTOLES

puiándose, chocando, entremezclándose, Ias grandes y só-


lidas ideas que Ie obsesionan. Cuando no existe la paiabra
que dese a, la crea. Si hubiese buseado los efectos litera-
rios, los hubiera encontrado fácilmente,(1), y quizá" tenía
razón Baur al asegurar que existe una analogía real entre
su estilo y el de Tucídides. Todas estas reminicencias poé-
ticas, el uso cie la literatura griega, el dominio pleno de
la lengua, se explican por el ambiente que rodeara la in-
fancia de Pablo, y en el que de nuevo se encontró más tar-
de, en sus diversas estancias en Tarso, á saber, la influencia
de los retóricos y filósofos griegos, que habían convertido
aquella ciudad en la primera universidad del imperio ro-
mano (z). No sería posible admitir quo con un natural tan
felizmente dotado, tan ár,ido de verdad y de cieneia, no se
hubiese interesado en las grandes cuestiones de fiiosofía
y de literatura que en torno suyo promovía el genio griego.
Su familia, por muy iudía que fuese de origen y de prin-
cipios, debía disfrutar de una posición preeminente en la

(1) Es muy digno de notarse que más de una vez, é involuntariamente


sin d.uda, su prosâ se transformâ en exámetros bien acentuados: I Cor.rXY,
26rroüséy2poüs úzrà zoüs ró6as aüroi éayaros êxflpbs. fI Tesal,.r III,6: f Cor.rIX,
2;II Tirn.,II, 12, etc.
(2) Estrabón, nacido el aflo 50 antes de J. C., col.oca á Tarso (Geogr.rb-
bro XIY, õ) por encima de Atenas y Alejandría, como ciudad del saber.
(Y. J osefo , Amt., I, 6, I I Jenofonte , Anab. , I, 2, 23, etc.) De Tarso habían sa-
lido Atenodoro, el preceptor de Augusto, y Nestor, el preceptor de Tiberio.
Situada en el punto de partida de las gtandes vías que penetraban en eI co-
razon del Asia, en las orillas del Cidno, de aguas impetuosas, donde Ale-
jandro estuvo á punto de perecer, y gue la ponía en comunicación con el mar,
Tarso era un centro comercial y militar muy populoso. EI bienestar, las cir-
cunstancias y algunos hombres eminentes hicieron de ellaun centro intelec-
tual. De la antigua ciudad, sólo subsisten hoy algunas coluurnas transforma-
das comúnmente en guardacantones y en paredones de las terrazas. En ellaa
desciframos inscripciones interesantes. Sólo una muy pequefla parte de la an-
tigua ciudad estri ocupada por una ciudad nueva. Algunas excavaciones darían
importantes resultados, pues basta con araflar el suelo para descubrir már-
moles espléndidos. Nada se sabe de probable de la câsa en que Pablo nació.
En Tarso nadie se ha cuidado lamás de resucitar los gloriosos recuerdos cris-
tianos. Es desesperante la indiferencia ó la incuria de los sacerdotes que allí
viven. Quizás la tierra se habrá mostrado más celosa de ofrecer un abrigo
contra Ia barbarie del demoledor de importantes reliquias. Cuando estába-
mos allí, era esperado un grupo de exploradores ingleses que debra hacer in-
vestigaciones científicas. Para la descripción del §itio, véase Yoyageaau Pays
bibliqttts, vol. IIl, p. 9l y sigs., ll2 y sigs.

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)
154 MONSEfrOB LE CÀIIUS

gran eiudad comereial, y no es posible descartar la hipó-


toeis de que, por la faerza de las cireunstancias, Pablo se
encontró más de una vez en contacto con los representan-
tes más eélebres de la alta cultura de aquellos tiempos.
Sabemos que su padre era ciudadano r.omano. Este tí.
tulo, con las prerogativas que consigo llevaba, lo había
adquirido, bien á precio de servicios prestados á los que se
disputabau entonees el imperio romano,-era suficierrte
haber podido fletar un navío y ponerlo á disposición de los
beligerantes (t);-bien á precio de oro,-sabido es que Mar-
co Antonio, en particular, había admitido que los ricos
negoeiantes compraran el útil diploma de ciudadano ro-
meno;-bien por la esclavitud sufrida en Roma y termina-
da por la manumisión 9uê, dentro de las formas legales,
conducía al derecho de ciudacl (2). Esüa última hipótesis
resulta probable por el solo hecho de guo, en la lueha en-
tre Octavio y Antonio eontra Bruto y Casio, Tarso, que Be
había puesto de parte de los primeros, Be vió obliqada á,
capitular ante Casio. En consecuencia, gran número de
sus habitantes fueron vendidos como esclavos, pâ,ra pagar
el impuesto de guerra con que fué gravada la ciudad.- Á
deeir verdad, los que llegaron á Roma no tardaron en re-
cobrar la libertad; porque cambió súbitamente el aspecto
de las coea§, con la victoria de Filipos que destruyó á los
coniurados. Ifn edicbo general reparó él mal que habían
tenido que suÍrir los habitantes de Tarso, y, or considera-
eión á sus desgracias, loe que habían sido vendidos como
esclavos regresaron á sus hogares con el título de ciuda-
danos romanos (3).
iEn el nombre de Paul?rs, que el joven Saulo llevó en-
tre los gentiles, es posible encontrar un recuerdo de la ma-

(l) Quizás había proporcionado, con mucha oportunidad, abastos de tien-


das militares á los ejércitos del imperio. En todo easo, es seguro que no se
había alistado bajo los estandartes de Rorna, porque la ley judía prohibíâ á
todo israelita combatir en compaflía de pâganos.
e) Y. Fustel de Coulan ges, La Cité antiquet p. 464; Suetonio, Neran,
XXIV; Ulpiano, III; Gayo, I, 16, 17.
(3) Àpiano, Bell,. Ciu.,IY, 64iY,7.

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LÀ OBBA DE LO§ APóSTOLE§ lóó

numisión de su padre por algún miembro d-e la ilustro fa-


milia de los Paulus? Esto estaría conforme con las cos-
tumbres romana§. De otra parbe, no debe olvidarse juê,
si de ordinario los judíos helenistas tenían un nombre pa-
ra el mundo israelita y otro para eI mundo pagano (1), era
aún más natural que llevase un nombre romano el que go-
zaba del título de ciudadano de Roma. Casi siempre eI se-
gundo se formaba por analogía de sentido ó de eonsonancia
con el nombre judío. De Saulus, muy extenciido en la tri-
bu de Benjamin, en recuerdo del primer rey de Israel
(Schaúl) que fué de esta tribu, formóse Paulus, nombre
asimismo célebre en los fastos de Roma. Saulus significa
De.sead,o, qaizá, porque el niflo que lo llevaba había sido el
heredero largo tiempo esperado de su familia; on efecto,
no le conocemos sino una hermana (2). Paulus significa
Pequeíto, y este nombre podía muy bien provenir de la
pequef,a estatura del ioven israelita (3), ó de su eonstitu-
ción endeble, si no es que más tarde lo escogió él mismo
para expresar el íntimo convencimiento que tenía de su
propia debilidad (41. En todo easo, es poco probable quo el
Apóstol, cuya modestia era tan grande, hubiese querido
consagrar eon este sobrenombre el recuerdo de la conver-
sión de Sergio Paulo, procónsul de Chipre. Efectivamente,
el autor cle los Heehos dice: «Saulo ó Pablo,) do Ia misma
(l) Así, Juan llevaba también el de Marco, Hillel el de Polión, Cefas el de
Pedro. Cuando el nombre arameo lo permitía, se le transformaba de muy
buena ganâ en otro que se le acercaba más en la lengua griega ó latina. Así
se transformó Eliacim en Âlcimo, Jesús en Jasón, José en Hegesipo.
(2) Eeeltns, XX[I, 16. Muchos han creído que esta hermanq cuyo hi-
jo fué muy útil á Pablo, habitaba en Jerusalén. Esto es muy poco probable,
porque en el momento en que de ella se hace mención en el libro de los Ee-
chos, Pablo no Be dirigía á su casa, lo que habría sido muy natural, sino á la
de Mnasón, que de Cesárea había ido á Jerusalén ó esperarlo (Eech., XXI'
16). Fl sobrino estaría en Jerusalén para su formación intelectual, ó más pro-
bablemente aún, para alguna ocupación comercial. Los numerosos parientes,
owyyercls, que podría parecer que Pablo se da en los Ba,ludos epistolares, no
fueron pr, rbablemente sino compatriotas.
(3) San Juan Crisóstomo, el más entusiasta admirador de Pablo, 'le
llama «el hombre de tres codos»: ô rpízrqTus d,viporos. (Serrn. in Pet. et Paul,.)
(4) 'sabemos con que energía se expresa sobre su indignidad personal,
tratrindose de «aboúivo, el mínimo de los A1ústoles,,indigno de sêr llamado
ápóstol», ete. (I Cor,XYr 8, 9, etc.)

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I
t56 MONSE§OR LD CÁMUS

manera que a,eaba de deeir: «Elimás ó el Mago G),, antes


de eontar la historia de dicha conversión; I claro está que
el Apóstol no pudo llevar el nombre de su eonquista an-
tes de hacerla. Por otra parte, 2no era el diseípulo quien
debía tomar el nombre del maestro, 5, no el maestro quien
debía reeibir el nombre del discÍpulo?
Parece que Saulo pasó su juventud en Jerusalén, á don-
de debió ir, como todo buen hiio de Ia ley, haeia la edad
de doee aflos, á visitar el Templo. Mostróse allí correcto
y estudioso (2). Su manera de eitar la Escritura en las
Epístolas, ora libremente, ora eon Ia mayor exaetiturtr,
otras veces combinando los pasajes ó espigando aeá y allá"
las palabras que pueden estableeer su tesis, prueba hasta
qué punto estaba familiarizado con los Libros Santos.
Mry pronto adquirió esta eiencia, que algunas veces se
alía eon el método de interpretación alegórie* (3) que la Si-
nagoga le había enseflado. Con todo, si ésta, minuciosa-
mente ocupada, eomo se ha dicho, en suspender lae mon-
taflas del dogma de los cabellos de algunos textos, intentó
ineulearle sus eapriehosos prineipios, más tarde su razón
le dijo el easo que debía hacer de ellos. Pudo algunas veces
servirse de elios como de reminiceneias agradables, iamás
en detrimento de la lógica más rigurosa, ni para prescin-
dir de argumentos más serios. Tomó lo que había de ver-
dadero en las figuras profétieas del Antiguo Testamento,
dejando que el rabinismo se entretuviera con sus Íantás-
tieas lueubraeiones.
Pablo se alaba de haber tenidg en Gamaliel un buen
maestro; más orgulloso debió estar éste de semejante dis-
eípulo. Aun prescindiendo de su eonversión, el joven tar'
§ense estaba muy bien dotado para eonquistarse un renom-
bre: inteligencia pronta, sensibilidad exquisita, espíritu
elevado, voluntad enérgi ea é inmenso amor á la verdad y
á Ia virtud. Dificilmente se encontraría una, naturaleza

(r) Eech., XIII,4,9.


(2) Eeeh, XXVI,4.
(3) Gal,.rÍYr22-24; f Cor,, X, 1-4.

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LÀ OBBÀ DE LOS ÂPóSTOLES IáT

mejor dotada que la suya. Juzgando que es mejor Prac'


ticar la verdad que sólo conocerla, hacía 1o que le en§e-
flaban, y su juventud transcurrió persiguiendo el ideal de
la justicia en el más escrupuloso cumplirniento de la Ley-
Observaba las tradiciones de sus padres con un celo tan
minueioso, que eclipsaba á todos sus contemporáneos Por
su regularidad. Este violento deseo del bien ponÍalo en'
peiigro de ser arrastrado ai fanatismo haciendo de é1 un
perseguidor (t). Sin embargo, en sus mismos excesos, §u§'
intenciones debían conservarse rectas. y Dios no podía
menos que apiadarse de su generoso extravío.
Para ser completo en su futuro papel de rabino, Saulo
había apreudido un oficio. ((No enseflar un ofieio á su hiio
Ia Sinagoga,-es enseflarle á ser ladrón.» EI ar-
-decía
diente celador de las doctrinas fariseas era demasiado or-
gulloso para aceptar Ia perspectiva de vivir jamás á' ex-
pensas de otro. Sea que en su casa paterna hubiese visto
fabricar tiendas de pieles de cabra. sea porque esta era la
industria ordinaria de los habitantes de Tarso y de toda
Cilicia, escogió este arte manual para asegurarse un re-
curso contra todas las dificultades del porvenir (2).
De otra parte, su salud era delicada, y quizás estaba com'
prometida por una enfermedad cuya naturaleza no puede
fácilmente precisarse(3), y que él llama uno. espina en la
A-ttula., XXII, +. Contp. Gal'I,14; Iitip.,Ilf, 6.
(2) Laexpresión axrlrotrorós s€ ha interpretado de diversas ma,nêrâs; pero'
hay que considerar inadmisibles todas las explicaciones que no tengan nada
de común con el arte de fabricar tiendas, y atenerse ai dato cierto de que
Pablo había aprendido á hacer, ora la tela que servía para las tiendas, ora
solamente las mismas tiendas. Los cilicianos empleaban el pelo de las ca-
bras que poblaban sus montaf,as en fabricar un tejido muy fuerte llamado
Cilicio, y muy buseado para la fabricación de las tiendas. (Y. Plinio tist.
naü.,Ylr 28; Yegecio, De re rniliú.,IY, 6). Sin embargo, es poco probable que'
Pablo hiciera el tejido; este oficio le hubiese sido poco útil fuera de Cilicia.
Por tanto, debió dedicarse á la fabricación de tiendas. San Crisóstomo,
in II Tim.ot. ff, Hont.IY, a; Teodoreto in II Cor. IL,6, dicen que era or?-
vopid.Qos, que es la palabra consagrada para significar á aquel que se ocupa en
coser la tela para las tiendas. (Y. Eliano, Hist uar.II., L).
(3) Los numerosos pasajes en que habla de su impotencia; de. su humi-
llante debilidad, de sus enfermedades (11 Cor.,XII,7-9; Galat, IY, t3-15;
I Tesal.,II, 18; f Cor.,Il, a; ff Cor.,I,8-9; IV, ro) nopodrían, en efecto,
sobre todo los dos primeros, entenderse ni de la insuÍiciencia de su palabra.

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158 MONSENOB LE CÀMUS

cctrne. Todo lo que sabemos es que este mal, ó esta prue-


ba perrnitida por Dios para humillarle, podía inspirar re-
Pugnencia, I que algunas veces la suÍría durante muchí-
simo tiempo. A un aeceso de esta enÍermedad atribuye su
larga permanencia entre los gálatas, cuando fundó ó con-
firmó sus Iglesias. Él -;s-o decía que su exterior estaba
lejos de imponer, pues sólo respiraba flaqueza$\. En cam-
bio iqué energía en su alma, cómo sabía olvidarse de
todas las dif;cultades físicas que la laturalezà y los hom-
bres habíau de suscitarle! Espanta la consideración del
prodigioso trabajo de toda su vida, y en él hay gue admi-
rar lo que puede un alma de buen temple dentro del
'desde el punto de vista humano, ni de las luchas interiores que sentía y de
su indignidad moral. Hay, por tanto, desacuerdo sobre el sentido que debe
darse á esta astilla, espina (Oseas,II, 6; .üzeq., XX\rIIL 24; Núm,., XXVIII,
'55, eu los Seienta) ó estaca (oró)rorlt significa también el palo empleado para
los ajusticiados, Y. Eerod,oto, I, CXXYII), que sentía en su carne y que le
seguía por todas partes, como un sufrirniento que impedía el arrojo vigoro-
so de su alma. iEra el aguijón terrible de la concupiscencia? Lo que de sí
mismo dice sobreesta materia (I Cor.,YII. T) casi no autoriza esta suposi-
ción, á pesar de ser muy común entre nuestros autores ascéticos. Más tarde,
estudiando este texto, veremos que Ia exégesis seria debe definitivamente re-
nunciar á ella. il,as inquietudes del espíritu? il,as pruebas de la fe? il,os des-
alientos del alma? iEl peso de este cuerpo de muerte que Ie esclavizaba y del
que de buena gana quisicra verse libre? il.,a vecindad de ese hombre enemi-
go que él sentía en el fondo de su corazón'! Muchos lo creen asíl pero el mis-
mo Sef,or designa su prueba como una enfermedad, à"o9évesunaenfermed,ad,:
«Virtus in infirmitate perfícitur.» Es muy cierto que Pabló no se queja sólo
de miserias morales, sino que supone también las físicas, á las que declara
más que suficientes para airaerle el desprecio de todos, é inspirar asco á los
,que le rodean'\Gal.,IY, ra-rr). Estas miserias están erl Eu cürne, segun el
oapxí
gime
bofet
uno§,
tonro, fensado en congestiones,enneuralgiaslotros, con
más r ción periódica de los ojos, verdadera estigma que
Jestrs ârne en recuerdo de la fulminante y saludable
manifestación del camino de Damasco (Y. Hech.r IX, 3, 17, 18; comp. con

câmpo donde explayarse.


(1) ff Cot'., X, lo:«praesentia corporis infirma», y m{is arriba, en el vers.
l, había dicho: «in facie humilis.»

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LA OBRA DE LOS ÀPóSTOLE§ ró9

débil cuerpo al que anima. Su violenta, BU única in-


quietud era la gloria de Dios. Según esto, ipodrá §or'
prendernos que Pablo se hubiese desdef,ado de obligarso
eon los lazos del matrimonio? Harto temprano se había
apoderado de él la pa,sión religiosa para darle tiempo ni
siquiera de pensar en contraer un enlace que fatalmente
htrbiera paralizado su celo. DIás tarde le veremos conside-
rar eomo un don del cielo ei haber sido llamado á vivir sin
'esba sujeción, y escribira a ios primeros diseipulos de Co-
rinto deseándoies que estén, como é1, libres de las exigen-
cias de la vida eonyugal (t).
iSe había estrenado ya Pablo como rabino predicador, ó
misionero de la circuncisión, entre los judíos holenistas,
cuando entró en Jerusalén para desempef,ar un papel mi'
Iitante en el partido jerárquico? No sería imposibl" {z). ps-
te período de vida activa lejos de Jerusalén corresPonde-
ría bastante bien al tiempo del ministerio público de Je-
sús (3). Si, desde nuy iovencito, hubiese vivido sieurpre en
Jerusalén, diÍícilmente se comprendería que no hubieso
üsto y oído al Sef,or. Ahora bien, si le vió y le oyó, ieó-
mo se explicarÍa que nada nos diga (n) de la indifereneia en
.que su persona Ie había dejado, y aun de los sentimientos
hostiles gue Ie había inspirado? Porque, teniendo en cuenta
el odio que mostraba á los diseípulos, es e'vidente guo, si hu-

(l) Después del pasaje tan explícito de la Epístola á los Corinb\os (f Cor,,
VlI, 7-8), no se comprende que Clemente de Alejandría, en Eusebio (8. D'
IIf, 3O). y en general los exégetas protestantes, hayan querido que Pablo fue-
se casado, ó por lo menos, viudo. Pero doTpos significa uno que jamr{s estuvo
atado con los lazos del matrimonio. La palabra griega que significa aiudnes
xipos.Tocante á la expresiín oúlwye yvi1orc (Filip.,IY, 3) que sirve de apo-
yo á la opinión de Clernente de Alejandría, en ningún caso puede enten-
.derse de una esposa de Pablo.
(2) Gal.,Y,2, comp. con I, L4; Hechos., XXII, 3; Filip., III, r, y la
descripción que Jesús hacia del celo de los fariseos (Mat., XXUI, r5).
(3) Fuera de esta hipótesis, sería preciso decir que Saulo no fué á Jeru-
salén pâra sus estudios teológicos sino hasta muy tarde después cle la muer-
te del Salvador, lo que no concuerda fácilmente con su afirmación de que
allí se había criado y educado (Eech., XXII, 3).
(4) Es digno de notarse que, cuando Jesús se le manifestó en el camino
'de Damasco, Pablo no lo reconoció. En efecto, exclamó «iQuién eres, Seflor?»
flech.IX, r.

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160 MON§EftOR LE CÂ![US

biera conoeido al Maestro, le hubiera detestado. Pero, si al-


guna vez había detestado á Jesús, si le había acusado, si ha-
bía pedido su muerte, ;podemos admitir que hubiese resisti-
do á la necesidad de decirnos, en sus Epístolas, por lo menoe
una palabra de pena sobre su participación en eI horrible
deicidio? Si el cruel recuerdo de Esteban y otros mártires
estaba constantemente err su memoria, itan pronto se ha-
bría desvanecido en su alma el de Jesús, muriendo en la
crtJz, eubierto de sus sarcasmos y anatemas? I{o, y esta
primera razón para afirmar que Pablo no habÍa conocido á
Jesús es ya conclu,r,ente. Se puede invocar una segundan
que no es menos decisiva. Si Pablo hubiese oído á Jesús,
con toda eetteza se hubiera hecho discípulo suyo. No po-
dría, en efeeto, negarse que entre su alma y Ia religión
nueva había tal armoní,a,prestabilita, Quo una palabradel
Seflor, una mirada, la evocación franca y poderosa del
ideal cristiano habrían bastado á iluminarle, seducirle y
transformarle. l[o se eoncibe la naturalezarecba y sensi-
ble del joven rabino de Tarso resistiendo á' la infl,uencia
de Jesús. AI contrario, para comprender que fuese ad-
versario de sus discípulos, es necesario suponer que, re-
cién llegado á Jerusalén, se aconsejó únicamente de sus
prejuicios farisaicos, y se arroió, con toda la ineonsidera-
ción y el ardor de su juventud, en las filas de los persegui-
dores. A consecuencia de eircunstancias difíciles de preci-
§ar, pero que la lógica más elemental obliga á admitir, na-
da debió ver de los prodigios ocurridos en Penteeostés, en
la Resurrección y en el Calvario. Los relatos que se le hi-
cieron parecieron fábulas ridículas y odiosas invenciones á
su espíritu prevenid.o. He aquí por qué se ofrece á aplastar
á los impostores, y pondrá tanta eneigía en perseguirlos
como en detestar la mentira y hacer prevalecer la verdad.
No hay nada más aflictivo que los detalles de 1o que su
celo imaginó eontra los cristianos(1). En ellos puede Yerse
la prueba evidente de que el fanatismo teocrático había
(l) Además de las afirmaciones del historiador, Eech., YlI, 3, y IX, 1,
el mismo Pablo cuida de repetirlo en los cap. XXII, 4, Lg y XXYI' 9-11.

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LÀ OBBA DT LOS ÂPóBTOLE§ t61

,enteramente suplantado la autoridad de Roma, y que el


procurador había recibido orden de deiar que el país mar-
ehase á su antojo. Saulo, en la descripción de su furor re-
ligioso, se comp ara a los eiervos y gamos que todo Io de-
vastan(1), I en los Heehos de los Apóstoles y en sus Epís-
tolas, menciona y eondena ocho veces el triste recuer'
.do de su fanatismo. Provisto de poderes suficientes por
el Sanedrín, al que habíâ ofreeido sus servicios, eI fo-
goso fariseo se Lrabía eonvertido en eI más implacable
'de los inquisidores. Yeíasele ir de sinagoga en sina-
goga, provocando discusiones para que los partidarios de
las teorías de Esteban manifestasen su opinión. Cuando
habían hablado, no discutía con ellos, los haeía prender,
los llevaba ante los tribunales y los enearcelaba. Luego
.que Saulo ya no encontró sospechosos en las sinaEçogas,
porgue la suerte de los más animosos había hecho más
prudentes á los demás, faé á" buscarlos hasta en el santua'
,rio inviolable de la familia. Obligó á que el hermano de'
nunciara al hermano, el hifo al padre, Ia esposa al.esposo;
y todos los aeusados, hombres ó mujeres-éstas parecen
haber desempef,ado un papel importante en este primer
movimiento universalista de la sociedad cristiana,-eran
encarcelados. La sentencia de los jueces había sido pro'
nunciada una vez por todas. Era necesario renegar de
su fe ó morir. En aquella multitud de gontes honradas
sometidas á la violencia hubo, como siempre, eobardes
,apóstatas y mártires generosos. Toda su vida se repro-
chó Saulo el haber tenido el triste valor de haeer blas-
femar á los unos y morir á" los otros (2). Se comprende
que Ia turbación y el pavor fuesen grandes en el reba-
flo en que se agitaba eI terrible león. Pareee que los
que menos se conmovieron fueron los Apóstoles, sea por-
que sê sentían protegidos por el pueblo (3), sea porque
(I) Eech., VI[, 3. En este sentido se emplea ordinariamente el verbo
ê\upaívero. Yéase Eliano (H. Ir.,IV, tr), á propósito del león;Diod. de Sicilia
(Bibliot. hist. p.22), hablando del hipopótamo, etc.
(2) Eech., XXII, a; XXVI, 11.
(3) Hech., Y,13,26.

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762 MON§EfrOB LE CAMUS

la perseeueión no iba directamente contra ellos, en apa-


rieneia apegadoe al mosaÍsmo de uu modo más vieible que
Esteban y sus partidarios. Quedáronse sosegadamente en
Jerusalén, euando loe helenistas, á lo menos los más eom-
prometidos, recordando el aviso del Maestror Qüê reco-
mendaba la fuga siempre que el peligro apremiara, abando-
naron en masa la Ciudad Santa para dispersarse en lae
eampiflas.
Con ellos se ponían en mareha las nuevas ideas sobre la
emaneipación de Ia Iglesia frente á frente de la Sinagoga,
y sobre la voeación de todos los hombres de buena volun-
tad, eualquiera fuese su origen, al reino de Dioe. Donde
quiera que se detenían, Ios perseguidos comenzaban por
prediear estas doctrinas. Así, la consecueneia inmediaba
de la tempestad suscitada por Pablo fué propagar el di-
vino ineendio, eüo en lo sucesivo no fué posible cireunscri-
bir á Jerusalén. Poco tiempo después, otr efecto, había
cristianos en Damase6 (1), en Fenicia, en la isla de Chipre,
en Antioquía (2)y aun en Roma, doncle veremos á Andró-
nieo y á Junia recibir más tarde saludos de Pablo, como
hermanos valerosos que le habían preeedido en la te y á"
(g). De esta suerte, cuando
quienes había quizá" perseguido
el huraeán furioso se desencadena sobre nuestras eampi-
flas, y Ie vemos desarraigar los árboles y segar las flores,
diríase que su obra lo es sólo de muerte. Sin embargo, aI
contemplar la llanura, algunos dÍas después, es fáeil reeo-
nocer que Dios ha sabido servirse del propio devastador
pàra sembrar y multipliear la vicla que parecía destruir.
Del árbol y de la fl.or tronchaclos por el viento, ha reeogi-
do y transportado éste á Io lejos, sin darse cuenta de ello,
elementos de germinación. Y allá á 1o leios los esperaba
impaciente una tierra desierta que anhelaba también á su
tiempo, adornarse con árboles, flores y frutos. Tal es el
juego admirable de la Providencia explotando el mal para
.ucá, eI bien, la muerte para producir Ia vida.
(r) Eech.r IX, to.
(2) Heeh., XI, I9.-(3) Rom., XVI,7.

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CAPITULO IV

La lglesia, salida de Jerusalén, ofrece, por la iniciativa.


del diácono Felipe, la salud á los samaritanos

Lo que determinó al diácono Felipe á ir á predicar en Samaria.--Si allí


estaban dispuestos á proclamar á un Mesías. - Papel que allí desempefla-
ba Simón el Mago.-Su enseflanza gnóstica y pagana.-Efecto maraüllo-
so de la predicación de Felipe.
-Pedro y Juan van á consâgrar lo que el
diácono helenista ha emprendido tan bien.-Simón quiere comprar el de-
recho de comtrnicar el Espíritu Santo.-Respuesta indignada de Pedro.-
Ilorror que el recuerdo del mago inspiró á la Iglesia primitiva. (Ee-
chos,YIII, 4-25).

Era muy natural que los discípulos, huyendo de la per-


secución del SanedrÍn, se refugiasen en Samaria, donde e}
despotismo jerárquieo no los podía alcanzar. Mártires de
una idea, debían esforzarse en que ésta prevaleeiera. Ifno
de los emigrantes, Felipe, no el Apóstol, pues dejamos di-
cho que todo el grupo aposbólico se había quedado en Je-
rrrBalén, sino el diácono ó el evangelista, marchó directa-
rnente á Sebaste, ciudad principal de los samaritanos (1).
Esta era Ia antigua Samaria, magnífieamente reconstruída
por llerodes, que la había reeibido de Augusto, y á la que
Iiamó Sebaste ó Augusta, en recuerdo del donador. Esta
eiudad había suplantado provisionalmente á Siquem, mu
cho menos bien situada como plaza fuerte, pero rnás có-
(1)La verdadera lectura es muy incierta. Si se lee eis rilv r6)tu,Zapapeías,
es evidente que se trata cie la capital Sebaste ó Sarnaria. Si se suprime el
artículo, ise está autorizado para decir que el historiador no ha querido pre-
cisar ninguna ciudad samaritana, porque no tenía datos suficientes en sus
notas? No, pues cl artículo rilv no era absolutamente necesario para clesignar
la misma ciudad de Samaria. (Yéase Lwe'II, 4,l^L; ff Pedro,II, 6, y, entre
los autores profanos, Poppo, ad, Thwcid,., I, l0; Ellendt, Len. Soph., If, p.
f:17.) En cuanto al genitivo Zap"opeíos con el nombre ró)tw, en lugar del acú-
sativo de aposición, no es inusitado en griego. (Y, Ruhnk, Dpp. crit.rp. la6).

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a

r64 MCNSENOR, LE CÂMUS

moda como eiudad comercial. Las vieias ruinas de Sebas-


te, pintorescamente aislada en una alüura eónica en medio
.de una llanura, merecen todavía ser visitadas. Encuén-
transe acá, y allá restos de construcciones herodianas. In-
numerables eolumnas pardttzca,s, que yaeen entre los tri-
,go§, ó levant an á, través de míseros olivares su§ fustes des-
corooados, dicen con qué magnificencia del todo oriental
había restaurado el rey la gran ciuclad. En elia Felipe se
puso resueltamente á predicar la salud para todos. No po-
áíu dm respuesta mejor á las violencias del exclusivismo
,Íarisaico que Ie expulsaba de Jerusalén. Originario, o á" lo
menos habitante de Cesárea, había vivido en un medio muy
heterogéneo, como lo eran todas las ciudades del litoral
mediterráneo. Su nombre y su admisión en eI número de
los siete diáconos bastan á indicar que era helenista, y el
,lugar que ocupaba entre aquéllos, inmediato al de Este-
,ban, pruebr la consideración de que disfrutaba en. Ia co-
muniáad cristiana. Todo nos lleva á creer que teniendo su
.casa y su familia en Cesáreâ (1), mantenía relaciones cons-
tantes con Samaria. Cesárea, en efecto, era el puerto al
.cual los samaritanos iban con preferencia para tratar sus
.asuntos comereiales. De 1o alto de la colina de Sebaste, á
través de una escotadura de las montaflas, hacia el O.,
puede verse su emplazamienüo que bafla el mar eon §us
olas azuladas.
Con frecuencia los hombres á quienes más fácilmente se
conduce á Ia verdad religiosa son aquellos que viven de
ella más separados. Extraflos á Ia luz, §e sienten tanto
más abraídós, cuando ella se manifiesta, cuanto más la
habían enérgicamente deseado. Esta es, aun en nue§tros
días, una de las causas de que la acción del cristianismo
sea más poderosa sobre los idólatras que sobre los musul-
manes ó iambién los iudíos. En los comienzos del miniete-
rio de Jesús, ya había podido comprobarse, por vez prime-
ra, que el pueblo de Samaria era más francamente aceesi-
XXI, 8, nos lo presertan más tarde habitando en esüa villa con
Tnuà.,
.sus cuatro hijas vírgenes y profetisas.

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LÀ OBBÂ DE LOS ÂPóBTOLES 16õ

ble que el de Jerusalén á la Buena l{ueva. Raza decaída


y despreciada, suspiraba, sin ombargo, por una rehabili-
tación moral. Mezela de paganos y de iudíos apóstatas,
tenía la credulidad de los unos y algunas chispas de la
Revelación que dirigía la vida religiosa de los otroe. De
,§uerte que admitía fácilmenbe la hipótesis de un Meeías
Salvador'-âpor venbura éste no había sido prometido por
Moisés, cuyos libros leía?-y lo buseaba de buena volun-
tad en todo hombre que se atribuía una misión extraor-
dinaria, sin que las decepciones más amargas hubiesen
.descorazonado Bu perseverante credulidad (1).
En aquel tiempo, ur hombre que hacía obras extraor-
dinarias, y al que caliÍieabarr de mago, erplotaba audaz-
,mente esta inelinaci ón á" dispensar buena acogida á cual-
,quiera que se hacía pasar por enviado del cielo. Era Simón
de Gitón, así llamado porque, según San Justino, había
nacido er) esa aldea samaritan&(2), ó porque se había sim-
,plemente domieiliado en ella siendo en realidad oriundo
.de Chipre, como dice Josefo (3). Educado muy probable-
'menbe en Egipto(a), había adoptado las teorías gnósticas
á que se inclinaba el iudaísmo alejandrino. Mezclando es-
tas teorías con algunas nociones generales, pero muy im-
perfectas, de la doctrina religiosa de Jesús, acabó por edi-

(1) Una prueba de esto iba á verse en la proyecta,lamanifestaciónde es-


-tos infelices samaritanos en el monte Garizim para buscar, según las indi-
.caciones de un impostorr los vasos sagrados de Moises allí escondidos. Pila-
to hizo una matanza en aquellos obstinados, y á su vez fué castigado poco
.después, en Romr.l, por sus violencias. (Ant., XY[I, 4, 11 Eusebio, H. E.
II, 7.) ,
(zl Apol.,II: «A un tal Simón samaritano, de la aldea de Gittón, lq06v
r. r. À,, etc.» Se cree que esta localidad se encuentra en la actual Kuryet-
Sit, cerca de Naplusa. (Y. Robinson, -Bibl., Res.,IÍ,308, nota.)
(:]) El texto dice: «Por nombre Simón... judío, cipriota de nación
(Kúrprcv ôê 7ézos),) Antiq, XX, 7, 2. Algunos quieren explicar esta divergen-
cia entre San Justino y Josefo, suponiendo que Simón era de Cicio, en la
isla de Chipre, y que San Justino pudo creer que era de Gitta ó Gittón eu
Samaria, porque los autores lo calificaban de fçrrcús ó Ktrrcús. Pero Josefo
no menciona á Cicio, y el testimonio de San Justino, cuaqdo se trata de Sa-
maria, es demasiado autorizado para que se le sacrifique. Mucho mejor se
podría concordar á los dos autores, suponiendo que Simón era de una fami-
lia cipriota, pero que él se había domiciliado en Gitón, en Samaria.
(4) Ifomil. Clem., II,zz.
11 T. IV

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I
t66 MONSEfr'OB LE CAMT'S

fiear un sistema teológico tan impío eomo incoherente quo


no formuló por eompleto hasta más tarde, EuPoniendo que
no dejó á sus diseípulos el cuidado de darle su consisten-
eia definitiva. En efecto, no eB seguro que el libro de Ia
Grand,e Enposición, del cual los Philosophournena r1) noe
han conservado euriosos. fragmentos, sea obra del mismo
Simón, sino más bien la síntesis de un sistema elaborado'
meior por sus adeptos. Sea eomo fuere, y según 1o que per'
miten juzgar los testimonios esparcidos de los autores ecle-
siástieos (2), Sirnón admitía, como principio de todas las eo'
sas, un fuego invisible, virtual, Quo contenía en sí mismo la
razón de todos los seres, y del cual el mundo era su eterna
manifestaeión. Este principio era activo v pasivo, ó mejorn
de ét proeedíau, como de una sola y misma raí2, dos fuer-
zae:la unâ,, maeho, que crea, y la otra, hembra y madre
universal, en la que todo es creado. Esta sabiduría ó pen-
samiento eterno, es la que sale de Dios para engendrar los.
espíritus. Los espíritus ó eones divididos en seis clases, erean
y conservan el mundo. Además, retienen eautivo el pensa-
miento de Dios, cuya obra son, y esta Ennoia, divina su-
Íre en Ia tierra los tratos más humillantes. Simón es eI,
prineipio todopoderoso enviado al mundo Para libertar la.
sabiduría cautiva. Llamaráse de buen grado ô'Ear<is, el In
mutable, ó también el Suscitado (3), el Verbo, la Belleza,
el Paráelito, el Todo de Dios (a), persiguiendo sin deseaneo^
la Ennoia desterrada en este mundo, hasta que la encuen-
tre en una desgra,eiada eortesana de Tiro, y la emancipe,.
devolviéndole, á su lado, el sitio de honor que merece.
Entreüanto, y en el momento en que nos hallamos de"

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LÀ oBRÀ DE Los Á,póstor,ss 167

su hisüoria, un I
Evidentem entr
el papel de y se
como una encarnación de la Divinidad. En esto le había
precedido otro falso Mesías, Dositeo, eontemporáneo de
Jesucristo,
9egú, orígenes, que se hacía purr. por el Irijo
de Dios (2). Para mantener sus pretensiooãr, simón obraüa
prodigios, procurando de esta suerte imitar el poder de Je-
sús sobre los elementos, la enfermedad ó la misma muerte.
Mejor hubiera hecho ejercitándose en reproducir la santi-
dad de su vida. Ordinariamente la virtüd del preclicador
lu garanbía más natural de la doetrina q,r; predica.
ltTratándose
de milagros es preciso distinguír prudente-
mente entre los milagros verdaderos y los falsos, entre la
obra de Dios y la del demonio (3); pero en cuestión de san-
tidad moral no huy lugar á distineiones: Dios está allí
donde se manifiesta. âQué prodigios obraba Simón? Creía
poder, á su arbitrio, haeerse visible é invisible, atravesar
los montes y horadar las rocas como si fuesen de barro,
preeipitarse en el espacio sin peligro, romper las más fuer-
tes ataduras y eneadenar á sus adversarios, animar esta-
tuas de madera ó de piedra, hacer que los árboles súbita-
mente germinasen, aventurarse impunemente en el fue-
go (4). Quizá también, con ayuda de supercherías que su§
admiradores no sospechaban,-pareee que en aquella épo-
ca la magia tuvo éxitos incontestables (5),-llegó á haeer
creer que realizaba, de vez en cuando,lo que había prome-
tido. De aquí ese sentimiento goneral de admiraeión gu€,
según las teorías teosóficas familiares á Simón, hacía ex-
clamar á sus partidarios: «Éste es la llamad,a gran fuerza,
(1) 4r?h., VIU, S1 «{glendo que él era algún sramd,e (rwa péydv).b
(z)-
^orígenes(in.Jo.Yrrr,28) dice, á propósito de este Dositeo: «Fingía
ser eI Cristo anuneiado po_r Us. profetas;» y ón otra parte, Conúra Cel,tim,
YI, l7: «y el miemo hijo de Dios.»
(3) Yéase enla Summ,a de Santo Tomás, I P., e. LL4, a. 4,Zr Z; e. l7g
a. 1,, ad,2, y a. 2.
(4) Recogn. Clernenú.,lib, II.
_ (5) Yéary Eliano, Eist. aar.,II,I8; IY, 201 Juvenal, Sat., yI, esa, te7;
Propercio, IV, 1.

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168 MONSEfrOR LE C^I[T'S

l6úvo1us Dios (t).» Así, pâ,ra los samaritanos, eI há-


peú)v)de
bil mágico fué desde luego como una enearnación de la
primem de las energías divinas. No podían menos de reci-
üirlu bien, desde el momento en que intentaba remedar lo
que sucedía en 8u celosísima enemiga, la naeión judía.
Sr*rri* se dejaba voluntariamente llevar de la vanidad
de oponer á los profetas de Israel otros enviados extraor-
dinarios, como había opuesto un templo á su templo y ul)a
religión á su religión.
Al abrirr püos, la Iglesia cristiana sus brazos á" los sa'
maritanos malditos y deshonrados, éstos corrieron á' ella
corno se corre hacia la, realidad, deiando Ios fantasmas que
entretienen porque Ia recuerdan, pero que irritan porque
jamás la dan. Ilabía, entre las teorías ineompr:ensibles de
Si-0., y la teología popular de Jesús, la difereneia que
hay entre las palabras de un hombre que delira y las -pe-
r.elrantes efusi«rnes de un padre ó de una madre que ins-
truye á sus hijos. Cuando Felipe anunció á, este pueblo,
por mucho tiempo separado,. y, por tanto, muy ávido {" l"
ierdad religiosa, la feliz nueva del reino de Dios Íundado
por Jesueristo y abierto á todos los hombres de buena vo-
luntad, sin distinción de raza, de edueación, de fortuna,
exelamaron todos: (1Esto es sencillo y amplio como la ver-
dad!» Agradaba oir á los nuevos predicadore§ cuando de-
cían qo" eI porvenir no habría parias, )' qu-e todos jos
",,
hombres serían hermanos en la nueva soeiedad.
Para mejor aeentuar el resultado de esbos discursos, que
eI corazón humano encontraba ya llenos de un incompara-
ble sabor de verdad, Felipe hacía muchos milagros, y en-
tre los suyos y los de Simón había tanta diferencia como
entre la doctúna cle los dos predicadores. Á .o mandato,
los demonios salían de los desdichaclos posesos, dando ala-
ridos. Los paralíticos y los eojos eran súbitamente cura-

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LÀ OBBÀ DE LOS âPó§TOLES r69

dos. Las viejas columnatas que visitamos en Sebaste fue-


ron, sin duda, testigos de estos prodigios. Felipe debió
predicar no leios de la era en que, más de nueve siglos
antes, Miqueas habÍa dado una leceión á los falsos profe
tas de Samaria, en preeencia de Acab y de Josafat (1). Sus
curaciones sorprendentes, llevadas á cabo ein prebensiones,
con la bondad más encantadora y siempre con éxito igual,
no podían ser obra del hombre. Los samaritanos' lo reco-
nocieron con rectitud, y, olvidando en seguida d," Simón y
sus'sorbilegios, aclamaron con el más alegre entusiasmo,
al nuevo predicador. El movimiento religioso tomó vastas
proporeiones. Hombres y mujeres acudían en masa á pedir
ei bautismo, es decir, la iniciación en la vida nueva, en nom-
bre de qolo Aquel que había sido la real manifestaeión de
Dios sobre la tierra, Jesús de Nazareb, muerto por la salud
del mundo, I único rey de la humanidad. El mismo Simón
no resistió este movimiento cle general entusiasmo, y pidió
también el bautismo, quizá," con la intención de conbinuar,
revestido con la piel de oveja, dentro del rebaflo al que no
' desesperaba de poder más tarde reconquistar, quizán para
conocer, en calidad de adepto, el secreto de la nueva re-
ligión y de los prodigios que en ella se obraban. El triun-
fo del Evangelio parecía eompleto.
Al saber los Apóstoles en Jerusalén que Samaria había
reeibido la palabra de Dios, §e apresuraron a despachar
á Pedro y á, Juan para comprobar y consagrar este nuevo
desenvolvimiento de la Iglesia. Esto fué un paso inmenso
en el sentido de las ideas universalistas. Lo importante y
significativo del suceso estaba, no en que algunos millares
de samaribanos entrasen en el reino de Dios, sino en que
estos dos emisarios, Pedro y Juan, los principales del Co-
legio Apostólico, se pusiesen en camino, á pesar de todos
los prejuicios nacionales, para abrir por sí mismos Ia puer-
ta 6u los malditos de otro tiempo y darles el abrazo frater'
nal. La dura cortaza del judaísmo se entreabría, por fin, sin

(l) III Rqes, XXII. Toyage aua Pays bibliques,Il, 171 y sig.

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u0 MONSEÍOB LE CÀMU8

notables desgarros, para dejar salir el Evangelio, que no


debía ya detenerse en tan hermoso eamino.
Yiendo la obra de Felipe en su viva realidad, los dos
Apóstoles la aprobaron con la más santa alegría, y se dis-
pusieron á terminar oficialmente lo que tan bien había si-
do eomenzado. Es indudable que, en la nueva sociedad,
puede un creyente alistar en Ia milieia cristiana á" euat-
quiera que lo solicite; pero este primer paso, que se da
por el bautismo, debe ser regularmente confi,rmad,o, no ya
solamente por el saeerdote, que es el padre de familia, sino
por el obispo, que es el iefe de la tribu. Á et corresponde eo-
nruniear el Espíritu Santo en su plenitud y armar á los
nuevos soldadás cle Jesucristo. Lo. do. Apóltoles, después
de supliear á, Dios que hieiera brillar su poder sobre los
prosélitos, comunicándoles, no ya tan sólo Ia gracia inte-
rior-la habían reeibido ya por el bautismo, aun
-pero
los dones exteriores del Espíritu Santo, imponíanles las
mano§, y la virtud de lo alto se hacía visible sobre ellos
por dones extraordinarios (1).
Este espectáculo inaudito é inesperado eausó en Simón '

profunda sorpresa. Si Felipe, obrando milagros, le había


admirado, más debían admirarle Pedro y Juan dando á"
los bautizados el poder de haeerlos. El fondo vil de su n&-
turaleza era la causa de que su alma egoísta é hipócrita
estuviese privada de dilatados horizontes. En vez de pre-
guntarse de dónde provenía semejante poder y qué es lo
que él probaba, no eonsideró sino el provecho que más
tarde le reportaría si llegaba á adquirirlo. No hay que de-
cir que tales inquietudes habían debido arrojarle fuera
del movimiento religies6 al que desde el primer momento
se había asoeiado. Parece, en efecto, que no asistió á" la
efusión del Espíritu Santo sino en calidad de simple es-
peetador. Érale indiferente reeibir para sí los dones sobre-
naturale§, mas habría un negocio considerable en poder
eomunicarlos á los otros. Estaba dispuesto á, que Ee ios

(1) Comp. Heelws, XIX,6.

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Í,A OBBÀ DE LOS ÁPó§TOLES u1

pagaran. Tomando, pues, una eantidad de dinero, fuese á


p.ãi, á los dos Apósloles que le vendiesen el derecho de
ma.,dar al Espíriãu Santo. (Dadme también á mí--dijo-
esa pobestad, put* que reciba al Espíritu Santo cualquiera
á qulen imponga yo lu. manos.) Esto era de Una ingenui-
daâ cínica.- Adãmás, la proposición en su forma brutal de-
lataba la más grosera ignorancia de las cosas de Dios. Si-
món confundía"indignaáente la religión eon la hechicería,
el apostolado con los fÚrtiles triunfos ó las lucrativas in-
dustrias de un mago.
Su palabr, ."yó como una nota desagradablemente dis'
cordante en el concierto de piedad y de humilde fe que se
elevaba del cora zón de todos los proséiitos. Pedro se irri-
bó, y, reconociendo que trataba con uno que no era de la
lglãsia, exclamó: (Perezca contigo tu dinero; pues has iuz'
gado que se alcanzaba por dinero el don de Dios. No pue-
des tú tener parte ni cabida en este ministerio, Porque
tu corazón no es recto á los ojos de Dios. Por tanto haz
penitencia de esta perversidad tuya, y ruega de tal suer-
te á, Dios que te sea perdonaclo ese desvarío de tu cora-
zón, pues yo te veo lleno de amarguísima hiel, y arra§-
trando la eadena de Ia iniquidad.) Ilablando de esta suer-
te, Pedro no quitaba toda esperanza al hombre que había
creído poder .ã-p.r. el poder de Dios y hacerlo servir
para fines bastardos. Apiadóse de su ignorancia, y so co_n-
lentó con pràfe tizar el más triste porvenir al desgraciado.
Su mirada- había leído en las profundidades de esta alma
gu€, hasta entonces, ignorante sobre todo y grosera, iba_á
convertirse desde aquel momento en mala contra todo lo
que fuese cristiano, I dispuesta á los más sacrílegos inten-
tos. Temblando, respondió Simón: «Rogad por mí vosotros
al seflor, para que no venga sobre mí nada de lo que aea-
báis de decir:) illablaba así por una falsa humildad y para
evitar los malos tratos de una multitud indignada? La
impreeaeión de Pedro, amenazando á' él y á su dinero con
un fin miserable, 2le había aterrado, 1r, ên su pavor, busca-
ba un soeorro allá donde sentía una fuerza sobrenatural?

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t72 MONSENOB, LE CAMUS

Es posible. Lo cierto es que, á pesar de temer eI castigo,


no parece haber detestado el peeado, como debiera hacer-
lo, ante todo, para evitarse un mal firr.
Los dos Apóstoles, habiendo dado testimonio del Seflor
Jesús y predicado públieamente su doctrina, regresaron á
Jerusalén, no sin detenerse en las aldeas samaritanas que
atravesaban, y anunciar en ellas el Evangelio. El muro de
separación entre los dos pueblos comenzaba á derrumbarse
en las más felices condiciones. Los operarios del Seflor, sa-
lidos cle la Ciudad Sanba para sembrar el campo del Padre
de familias, los precedían, entreviendo, por fin, eI día en
güo, según la palabra del Maestro, la Buena Nueva salva-
ría las fronteras de Samaria, y marcharÍa resueltamente
á la conquista del mundo entero.
En cuanto al mago Simón, la hisboria, á través de al-
gunas leyendas inciertas, nos ensefla que no tardó en re-
velar toda la malicia de su alma. El papel de taumaturgo
y de Mesías sentaba demasiado bien á su orgullo y á sus
intereses para renunciarlo. Al paso que Josefo nos Io mues-
6.6 (1) sirviéndose de su influencia de mago para convencer
á Drusila, la hija de Herodes Agripa f, á" que abando-
nase á" .Lziz, rey de Emesa, su marido, y se entregase aI
procónsul romano Félix, perdidamente enamorado de ella,
la tradición más antigua (2), con algunas variantes en loe
detalles, lo estigmatiza como el perpetuo é,insolente ad-
versario de Pedro y del cristianismo. Desarrôllando poco

(1) Ánt., XX,7, 2. Nada impide identificar al Simón que, en Josefo, se


hacía pasar como obrador de prodigios, con el Simón del libro de los Hechos.
EI hecho de que vivió y conservó alguna influencia en Oriente hasta el
tiempo del procurador Félix (aflo 54), concuerda perfectísimamente con to-
da la historia de nuestro personaje. Pudo también igualmente, según diji-
mos, ser judío, cipriota, y habitante de Samaria.
(2) Después del libro de los Hechos, el primero que habla de Simón eI
mago es Hegesipo en Eusebio (8. E.,IY, 22). San Justino es una fuente
muy importante de documentos (Apol. I, 31 y 56; Dial. cum, ?ryfon.,
OXX-CXXI). Yéase tarubién San Ireneo, Ad,u. Haeres.,I, z2-23; Eusebio,
E. D,If, 13, IY, zz;Tertuliano,d,e Animn, XXXIY; Clem. deAlej., Stromn
fI, 1l; VIII, 17; pero sobre todo el autor de los Philosophoun'ü., YI, 7-20, que
parece ser el más exacto. Las Recog. y las Hontil. Clern. abundan en deta-
lles fantásticos.

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LÂ OBEÀ D.& Í,OS APóSTOLES r?3.

á poco sus extravagantes teorías, acabó por predicarse á sí


mismo, dondequiera que se Ie guería escuchar, como la más
alta manifestación en la tierra: Padre con respecto á los"
samaritanos, Iliio con respecto á los iudíos, y Espíritu
Santo con respecto á las otras naciones. Recurriendo á un
simbolismo de sabor enteramente oriental para hacer más
inteligible su sistema, y también porque en estos tlesór-
denes del espíritu Ia carne reclama con frecuencia sus de-
rechos, Simón se hacía seguir de una prostituta, Elena,
recogida en Tiro, y representante de la verdad divina Ii-
bertada de la humana servidumbre. Simón la llarnaba el
pensamiento eterno, o la Ennoia encarnada, asoeiándola á
sus obras de magia y de apostolado. Más de una vez pare-
ce haber querido dar un jaque á la doctrina y á las obrae
de Pedro, ora en la Cesárea marítima, ora en Antioquía, y
sobre todo en Roma, según más tarde tendremos ocasión
de deeir. Siempre desenmasearado por la palabra del Após-
tol y confunclião por sus milagros,-no clefó de seguir enga-
flando á muchos. Clemenbe de Alejandría nos dice que de
é1 y de Elena se conservaban estabuas, parecidae á, las de
Júpiter y du Minerva. Justino ereía haber visto una en
Roma, en una isla del Tiber, entre los dos puentes (t). La

(l) Se encontró, en efecto, en 1574, bajo Gregorio XIII, en la isla de San


Bartolomé, en el lugar mismo donde había habido un colegio d.e Tridentales
en honor de Semón Sanco, una piedra con esta inscripción: Sernoni Saneo
Deo &id,io sd,crun't. Sent. Pom,peius qwinquennalis d,ecus trid,en'úalis d,anum
ded,it. Si esta inscripción sirvió de fundamento á la afirmación de Justino-
y así parece deducirse de su frase: quae statua erecta est in insula Tiberia-
na inter duos pontes, habens hanc Romanam inscriptionem: Sitnoni d,ea
Sancto (Apol. I, 26),-es evidente su singular equivocación. El cipo en
cuestión estaba dedicado á Semón Snnco, el Hércules sabino, dios de la bue-
na fe (Ovidio, Iastos, YI, 213). Se han encontrado otros, expuestos entre
las antigüedades reunidas en el Museo dei Yaticano. El último exhumado
en 1879 en el Esquilino, representa al dios con un pájaro en su mano iz-
quierda y un arco en su derecha. La'inscripción es siempre la misma:
^9e-
m,oni Samco Deo &id,to saerunl. iFormuló Justino su aserción según el di-
cho de testigos imprudentes, ó se engafló realmente por sí misnro? La pri-
mera hipótesis es la más probable, porque hay que reconocerle suficiente
talento para entender una inscripción epigráfica; y le bastaba leer eI final
de la misma para comprender razonablemente que no la podía referir á Si-
món el Mago (*).
(*) Sobre el Sanco (6 Sango) de Ovidio, véase P. Oaid,ius Naso, edición

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I

t74 r[ON§EfrOR LE CÀIIUs

irritaeión de los primeros cristianos eontra Simón prueba


que éste había procurado hacerles mucho mal. Contra él
se dirigieron toda suerte de aeusaciones. Cualquiera que
sea la tradición que so siga, se entrevé que pereció mísera-
'mente. Según unos, se hizo encerrar vivo por su§ discípu'
los en un sepulero, asegurando que resucitaría al tereer
día; (pero allí se quetló 6usr'fe-diee San lIipólito,-por
que no era el Cristo.» Según otros, habiendo querido ele-
varse volando para probar su omnipoteneia, eayô Yergon-
zosamente, detonido por la oración de Pedro, y 8e rompió
los huesos. Tan fatal experimento le descor azonó por siem-
pre, y quizás terminó su vida por el suicidio (1). Algu-
nos discípulos, de quienes Orígenes declara que los había
todavía en su tiempo, eontinuaron enseflando después de
él sus extravagantes doetrinas.
véase
Cole-
Cole-
del T
(1) Arnobio, Ad,a. Gent, II, 7.

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CAPÍTULO V

Bajo la inspiración de lo alto, Felipe admite en


la Iglesia á un eunuco pagano

Las últimas barreras legales.--Felipe y el eunuco etíope en el camino de


Gaza.-La lectura del capÍtulo LlIl de Isaías.-Felipe da Isu lección de
exégesis.- El bautismo, signo y conclusión de Ia fe.-Felipe continúa su
apostolado universalis ta. iH echos, YIII, 26 - 40),

Cuarrdo el Espíritu de Dios ha soplado sobre un hom-


bre para dictarle santas innovaciones, le impulsa á, lle-
gar pronto á las últimas consecuencias, dejando, empero,
que los demás entre tanto reflexionen, antes de obligarles
á que le sigan. Para los celadores de la ley, había algo to-
davía más indigno que un samaritano respeeto del reino
de Dios; tai era un hombre de origen pagano, y, por
afladidura, degradado por la vergonzosa mutilación que el
'<lespotismo oriental impone á,los guardianes de las muje-
res en el harén. Moisés había dieho: «El eunuco no entra-
rá en la Iglesia de Dios(1).» Los hijos de los gentiles tam-
poco debían penetrar en ella. Aun cuando ellos adoraban
á Jehová,, el iudaÍsmo los acorralaba más allá de la barre-
ra que, en el Templo, limitaba el recinto sagrado.
Pues bien, he aquí que el ángel de Dios dice á" X'elipe:

(1) Deut., XXIII, 1. Comp. corr Leaít., XXII, 24(*).


(*) El sentido del original es que un eunuco no debía formar parte de la
con.qregación, asam,blea, ó pweblo de Israel. Sin embargo, se comprende que
'estos infelices, una vez rechazados del pueblo, lo serían fácilmente del Tem-
plo, sobre todo teniendo en cuenta que los rabinos no hallarían gran dificul-
tad en relacionar el texto del Deuteronomio con el pasaje del Levítico, al
que alude nuestro autor, en que se prohibía ofrecer á Dios una víctima mu-
'tilada: Omne animal, quod vel contritis, vel tusis, vel sectis ablatisque tes-
ticulis est, non offeretis Domino.-N. del T.

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u6 MONSI)NO.R LE CÂMUS

(Levántate, y ve hacia el mediodía, por la vía que lleva.


de Jerusalén á, Gaza,la cual está desierta.) Ilabía dos ca-
minos que iban de Jerusalén á, Gaza. El uno pasaba por
las montaflas y Eleuteropolis (Beit Djibrin), á donde se
llegaba por Netofah (Beit Nettif), ó, dirigiéndose más
al sur, por Hebrón y Aduram. Difícilmente se le Po-
día llamar desierto, porque eI país montafloso que atrave-
saba estaba eubierto de ciudades importantr-rs. EI obro ca
mino iba de Jerusalén á Lidda; de allí torcía súbitamente
hacia el sur, y, uniénclose con el de las carava,nas que Ye'
nía de Siquem, llegaba á través cle la llanura de Sefela,
por Azot y Asca\ón, á, Gaza. Este es probablemente eI ca-
mino que el ángel designaba a' Felipe. Ambas vías eran
llamadas rutas de Jerusalén a Gaza; pero la segunda era
la más naturalmente indicada, si, como todo induce á
creerlo, el diácono predieaba todavía en Samaria cuando
reeibió del cielo la orden de ponerse en marcha. Este ca-
mino es llamado desierto (1), porque apenas era frecuenta-

(1) Algunos exégetas han creído que la frase: haec est deserta, se refe-
ría á la misma ciudad de Gaza. Pero iqué interés había eu hacer observar á
Felipe que esta ciudad estaba arruinada o que con-venía
desciibii, no era la ciudad, sino el camin e, yâ que, de Je'
rusalén á. Gaza, por lo menos había dos. decisiva afláde-
se que la historia, á pesar del texto de Estrabón (Geograf.rKYIr 2, 30), no
nos muestra en manera alguna áGaza como desierta en el tiempo en que
e destruída por Alejandro,la
as de prosperidad. Fué com-
), y, treinta aüos más tarde,
io (Y. Ánti4., XIII, 13, 3;
XIY, 5 el Grande por ser anexio-
nadaá Su situación más imPor-
tantes. a el aflo 50 de azaera «in-
gens urbs et munita admodum.» Los judíos no Ia destruyeron hasta _
õ1 an«r 69. De aquí el que muchos han creído, pero sin razones suficientes,
que la frase en cuestión podía autor del libro
de los Ilechos, indicando el es en-que él escri-
bía. La Gazamodernq que visi quince mjl ha'
bitantes. Construída toda con ntos antiguos,
bajo bosquetes de palmeras, en medio de frescos jardines, se extiendg e_ntre
dos cadenas de colinas, á. cuatro kilómetros del mar. La antigua ciudad de
Las excavacio-
aún verdaderos.
eEgipto y ála
caravanas. SuB.

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I

LA OBBÀ DS LOS ÀPó§TOLES 177

do más que por viaieros que podían defenderse. En Orien-


te, los países llanos son los más expuestos al pillaie, por-
que los ladrones procuran sobre todo ver venir de lejos á
aquellos á quienes quieren desbaliiar, cayendo sobre ellos
como un rayo, antes de que puedan eneontrar un asilo
protector. Estos asilos, ciudades ó aldeas, están de ordina-
rio situados en las alburas, donde es más fá,cil sostener los
asaltos del enemigo. Sólo se aventurarían á seguir el ca-
mino que va á,, Gaza, á través de la llanura arenosa y cu-
bierta de altas hierbas, Ias caravanas armadas ó los.viaie-
ros que van deprisa y capaces tic evitar un golpe de mano.
Andando Felipe por esta ruta de Ia llanura, vió venir
un carro. Por su forma y su ornamentación particular, pu-
do juzgar que tendr'ía que tratar con uD personaje de con-
sideración, de nacionalidad extranjera y probablemente
egipcio. Los grandes seflores de las orillas del Nilo afecta-
ban distinguirse por la belleza de sus equipajes. Ordina-
riamente sus earro§, incrustados de marfil, de plata y de
oro, eran arrastrados por caballos de diverso color (1), en
9ue, además del eochero, podÍan tomar asiento dos viaje-
ros. En el que rodaba por la llanura de Sefela estaba serr-
tado uno solor 5r se ocupaba en leer. Por el color, no me-
nos que por su traje, Felipe pudo reconocer á un ebíope (z).
Era un oficial superior, eunuco ta) de Ia Candace (4), gue
reinaba entonces en Etiopía, en el país de Meroe, y en las

bazares están bastante bien provistos. Sus moradores, astutos y bribones,


son amigos y aliados naturales de Ios beduinos, con quienes viven en con-
tacto diario.
(1) Wilkinson, Ane. Égypt,I, p.368,386; II, 76,76 (2." edieión).
(2) Después de las categóricas palabras del vers. 27, uir Bthiops, no se
comprende que haya podido suponerse que el viajero era de raza judía. El
solo hecho de ser eunuco, debería ser suficiente para probar lo contrario.
(3) Los múltiples esfuerzos para, demostrar que eI calificativo de eunueo
p:dÍa ser aquí sinónimo de ch*mbelán o gran oalido, son inútiles por Ia in-
dicación decisiva de que el personaje en cuestión estaba al servicio inme-
diato de una mujer. Además, se le llama potens, á, la vez gtte eunuchus, lo
que sería una repetición, si ya eunüuco tuviese aquel significado.
(4) aquel país fué largo tiempo gobernado por mujeres que llevaban el
título de Candace, como los reyes de Egipto llevaron el de Faraón, y los
e_rgnera{9res romanos, eI de César. (Y. Plinio, Í/is. nat., YIr 85, y }trusebio,
H. E.,lIí 1).

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178 MONSEfrOB LE CAIIUS

tierras altas que hoy llamamos Nubia, Sudán egipcio y


Abisinia. Por más que era tesorero general de Ia reina (1),
inquietudes más elevadas que las de aquí baio llenaban su
alma. Los problemae de eeonomía soeial ó doméstica Ie qui-
taban menos el sueflo que los de la verdadera religión que
hay que seguir y las de la salvaeión que hay que alcanzar.
Instruído Çt;izá, por algunos judíos-éstos eran numerosog
en Etiopía, donde habían hecho muchos prosélitos,-ini-
ciado u, I* cieneia de los Libros Santos, entonces muy di'
vulgados en Egipto, había reconocido que el Dios de Is'
rael era el solo Dios verdadero, y había ido á Jerusalén á
rendirle homenaje en su Templo. De esto á concluir que
fuese prosélito de la puerta en el verdadero sentido de la
palabra, hay gran trecho. En razón de su mutilacióLr y_de
ãu completa inexperiencia en la interpretación de las Sa'
gradas Escrituras (2), puede creeree, con Eusebio, que en
realidad no era sino un pagano bien dispuesto con respecto
á la Antigua Alianza, yr no todavía un neófito que hubiese
aeeptado el yugo do {stra (a).
Éo momento leía al proÍeta IsaÍas. Los rabinos re-
"qr.l
comendaban leer la Ley, cuando se viaiaba sin compaflía
(l).

Qu1izá,, durante su estancia en la Ciudad


Santa, Bê había.
interesado en lo que allí se decía á propósito de Jesús de Na'
zaret y de sue discípulos. Se comprende que al día siguiento
del hómicidio de Esteban, la agitaeión religiosa fuese gran-
de. Los ánimos debieron dirigirse á' las graves cuestiones'
suscitadas por el predicador márbir, y debatidas en senti'
do inverso por los dos partidos. Lleno de los argumeltos
presentaclos por los unos y los otros, ibuscaba quizá" el eu-

(1) Los reyes de Oriente tenían palacios especiales do-nde encerraban to-
da'síerte de riquezas, oro, plata, ornamentos preciosos, documentos impor-
tantes. El tesorero general era el intendente de estos palacios.

ue armoniz @l eunuco fué


el Y el hecho -gentilisTo
las
re ãn casa de líneas del Pre'
- capítulo,
sente á esto se refieren.-N. de,
irubin, LIY, r; soúo, XLY[. z: «Dixit R. Jehoschua fi]ius Levi: Qui
Gi in lega»
io itíoere constitutos eit, neque comitem habet, is studeat

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I,À OBRA DE LO§ ÀPóSTOLf,S 179"

nuco, á todo evento, leyendo al profeta que más clara-


mente habÍa hablado del Mesías, un apoyo át la fe nacien-
te que obraba en su alma? iQuería quizá," sencillamente con-
servar en sí, por una edificante meditación, las dulces emo-
ciones que experimentara en la Casa de Jehová? Sea como
fuese, estaba tan absorto en su lecbura, que pareee haber
pasado por el lado de n'e[pe sin fijarse en é1; de suerte
guo, cuando el Espíribu Sarrto indicó aI valiente diácono
que allÍ estaba el hombre quc debía evangeli zar, tuvo que
echar á correr para aleanzar eI carro. En Oriente es muy
común ver á gentes guo, jadeantes, siguen á los carruajes
y asedian á los viajeros pidiéndoles dinero ú ofreciéndoles
sus servicios. El eunuco y su cochero no hicieron ningún
caso del hombre que á su lado corría. El etíope, según era
costumbre (1), leía en alt,a voz. Feiipe oyó que la lectura
versaba sobre uno de los pasajes rnás célebres de fsaías, y'
armándose de valor, preguntó con cierta Íamiliaridad: (;Te
parece á ti que entiendes lo que vas leyendo {2)?» EI eunu-
co, sin ofenderse por Ia pregunta, respondió con la humil-
dad que convenía al estado religioso de su alma: (;Cómo
lo he de entender, si alguno no me lo explica?» Esto equi-
valía á acepbar el ofrecimiento que parecía hacerle Fclipe;.
y -ya que Dios abrÍa así el corazón del eunuco, el Evange-
lista aprovechó al instante Ia ocasión de echar en ét la
buena semilla. El viaiero había parado su carro para invi-
bar á, que subiese su interlocutor. Felipe tomó asiento á su
lado. EI pasaje de la Escritura, que el eunuco leía en Ia
versión de los Setenta (3), era el famoso oráculo de fsaías:

(l) Hoy todavía los orientales leen casi siempre en voz alta, aun cuando.
están solos.
(2) Debió hablarle en griego, probablemente porque le oyó leer en esta
lengua. El juego de palabras ó la paranomasia que emplea, y que uo puede
reproducirse en lengua romaucerTutioxe,s ií àvayu,úar€!§, no estaba mal busca-
da para hacer aceptable lo que la pregunta parecía tener de indiscreto (x).
(*) El latín ha conservatlo el juego: iintel-ligis quae legis?-N. del T.

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'180 MONSEÍOB LE CÀMUS

(Como oveja Í'ué llevado al matadero; y como cordero mu'


"do delante del que le trasguila, así él no abrió su boca.
En su humillación, su iuicio fué quitado. iSu generación
quién Ia contará, porqué quitada será su vida de la tie-
,tu (l)?y EI etíope dirigiéndose á Felipe, afladió: «Ruégote
;de quién dijo esto el profetar, de sí mismo, ó de algún
otro?» AI verle suponer guo, en este pasaie, podría tratar-
.se del mismo profeba ó de otra persona totalmente distin-
ta del Mesías, se esta'ría autorizado para creer que se ha-
,eía eeo de las obieciones recogidas en Jerusalén y que lo
inquiebaban á propósito de Jesús. Pero qaiz,a su pregunta
,no es sino la expresión cándida de una ignoraneia por otra
"parte muy excusable en un extranjero. X'elipe, tomando
enüonces la palabra, comenzó por explicar el pasaje que
.embarazaba al eunuco, y no le fué difícil esbablecer que
.Jesús había sido eI punto de vista de todas las profecías y
la llave de Ia bóveda del Antiguo Testamento. Nada se
prestaba mejor á una evangelizaciôn de este género que
.ól capítulo LIII de Isaías, sobre el cual gasbaba el viajero

Pero una cosa es comprender la palabras, y otra


'mente el texto aiejandrino.

del T.
-N.
(ll En todo tiempo se ha experimentado la gran dificultad de determinar
eI sónticto de estas dos últimas frases. No se sabe exactamente lo que debe
entenderse pot esteiuicio, consu'
se
macl,a, fip04; menos aún alabra
Teveá,,quer Para unos signi tosr la
grnrroiió*-contemporcínea esPili'
íuat d,et Mesías. pãro esta cación

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La oBBÀ DE Los Àpósrolrs r8r

su esfuerzo intelectual sin comprenderlo. En efecto, aguel


pasaje se puede aplicar solamente á Jesús; Í, despuéÀ de
haber querido entenderlo de Ezequias, de rsaÍas, de Jere-
mías, ó del pueblo de Israel, el iudaísmo posterior á Jesu-
cristo 1-cabó por reconocer (t)que no es sostenible semejan-
te explicación, y que esta profecía debía aplicarse necesa.
,iamente al propio Mesías, como lo había hecho la anti-
gua §inagoga, antes que las preocupaciones de polémica
con los eristianos le hubiesen impuesto otras interpreta-
cio.es. Hry que convenir, en efecto, que esta incompara-
ble profecía es el Evangelio eserito anbes del Evarguiio rrl.
De tal suerte ella ha embarazado á la irrpiedad de todos
Ios tiempos, que, no pudiendo suprimirla ni desconocer Bu
reallzación en Jesús de Nazaret, ha llegado á suponer que
Ésbe, en su pasión, dióse la satisfacción extrafla de reali-
zàr, por una serie de circunstancias previstas y hábilmen-
te preparadas, todo lo quo el Profeta había auunciado del
Mesías. Tan miserable subterfugio, por muy atentaüorio que
sea al honor del Maestro, contiene, mal de su grado, ,r, ho-
rnerraie tributad o á, la perfecta semeian ,^
"rir" eladorado.
profetizado por Isaías y el Mesías por nosotros
MesÍas

Esto es lo esencial. El sentido mora[hr.u iusticia del resüo,


'sirr que la raz6n tenga que demostrar quô eilo os absurdo.
La lección m.agistral y concluyente áu Felipe produjo
un efecto decisivo en el ánimo del príncipe etiopã. p*ra
u, alma recta que busca la verdad, nada hay más sor-
prendente que_la exposición de la demostración evangéli-
ca en sus detalles y su síntesis armoniosa. Los anti[uos
.quedaban sobremanera maravillados aute esta
raeión lurninosa que la primitiva apologétiea cuidó "oÃp"-
de
establecer entre el Mesías profetizado y Jãsús de Nazaret,
el Mesías re.,lizado. En aquella edad en que la Iglesia aca.

Abr. eú R. Mosis Álschechi, com-


av, 168l. El célebre rabino Salo-
XI, había también hecho esta leal

(2) «Ce discours a été appelé avec raison: Passio Domini nostri Jesu
christi secundum rsaiam,» dice vigouroux, Manrnl Biblique,-.1v. ael Í.-
T. IV

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t
182 I[ON§EftOIt IJE CA}IUS

baba de nacer, no era posible apoyarse en el heeho, no me-


nos milagroso, del Mesías perpetuado á" través de los si-
glos. Predicábase entonees el Christus heri et hod,ie, pro-
dicamos hoy el fpse et in sa,ecula. Este argumento del
reino mesiánieo desenvolviéndose progresivamente á, tra-
vés de las edades, ha reemplazado, en parte, para, nos-
otros al que había imperado en las primeras generaeiones
eristianas. Sin embargo, no es menos verdadero que mos-
trar el Nuevo Tesbamento en el Antiguo, ó el Antiguo en
el Nuevo, será siempre poner muy felizmente la razón hu-
mana ante el gobierno providencial de Dios, y obligaria át
proelamar la sabiduría del Seflor, que todo lo dirige, 5, la
solicitud del Padre, que nos salva á fuer za de amor.
Tal eual había sido visto y anunciado por los Profetas,
el Mesías venía á salvar á Ia humanidad. Felipe debió ex-
plicar cómo la salud se obraba por la Redención; eómo la
Redeneión se realizaba á" su vez por la ineorporación al
Mesías; eómo esta incorporaeión se haeía por la fe; cómo la
fe se afirmaba en el bautismo; cómo el bautismo producía
la graeia santificante y realizaba la iustificación. En aquel
mismo instante pasaban por iunto al lecho de un arroyo, ó
por una de esas fuentes eue, en Oriente, motivan easi
siempre las paradas de los viaieros. (He aquí agua-dijo
el eunuco,-iqué impide que )'o sea bautizado G)?» Y Fe-
(1) EI itinerario que hacemos seguir al eunuco rechaza las tradiciones.
más ó menos antiguas, pero todas poco fundadas, que colocan el lugar de su
bautismo cerc& de Betsur, en Ain-ed- Dirueh, en eI camino de Jeru,qa-
len áHebrón (Y. SanJerónimo cle locis hebr., Bethsu,r), ó en Ain-Ilani-
yeh, á ocho kilómetros sud-oeste de Jerusalén, como se supuso en tiempo de.
las cruzadas. Ei camino por la llanura de Sefela atravesaba bastantes arro-
yos perâ que pueda explicarse esta frase del etíope: «Aquí hay agua,» sobre
todo si se considera que quizá esto sucedía en el mes de Abril, despues de
las fiestas de Pascua, á las que sin duda el extranjero acababa de asistir.
Nosotros encontramos no sólo peclueflos lagos en medio dei pantano, á lo
largo del camino, sino también una corriente de agua que atravesamos sobre
un puente de tres arcos, antes tle llegar á Jamnia, doncle una fuente muy
abundante alimenta la pequefla ciudad.
De otra parte, visitamos á Ain-ed-Dirueh, almorzando junto á su hermo-
sa fuente (Y. Yoyage aun Pays bibliqwes, vol. II, p. 28). Es inexacto que la
vía romana se bifurque allÍ en dirección á Betsur para ir á, Gaza. Ya direc-
tamente á Hebrón, y no se la poclría calificar cle camino de Gaza, porque ha'
ya uno muy malo que puede conducir de Ifebrón á eeta ciudad. Fuera del

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LÀ OBEA DE LOS APóSTOLE§ 183

lipe respondió: (Nada, si erees de todo corazón.»-«Sí-


diio el neófito,-creo que Jesueristo es el Hiio de Dios.»
Mandó parar el carruaje, bajaron ambos al agua, y Felipe
lo bautizó. El pagano, á pesar de ser eunuco y du-.*r" r"-
gra, quedó así convertido en prosélito, ineorporado á, Je
sucristo y recibido como miembro de la Iglesia. Contra to-
dos los preiuicios del judaísmo, el Espíritu Santo había
hecho su obra. En el mismo instante, y de un modo mila-
groso, arrebató al Evangelista, haciéndole invisible al eu-
nuco admirado, para encaminarlo á, nuevas conquistas.
El sitio al que fué conducido Felipe con Ia misión à" pr"-
diear el Evangelio fué Azot ó asdod (1), en cuyas cerca-
nías se hallaba en aquel mome,to. No se sabe como aco-
gió su palabra esta antigua ciudad filistea; pero el histo-
riador sagrado nos diee que eI ilustre diáeono eontinuó eon

tre el Evangelistay el eunuco duró almenos una hora


pe habría alcanzado al viajero en las puertas mismas
es absolutamente inadmisible. Por el contrario, el cam
Lidda, se dirigía hacia el sur, es hoy todavía muy soli
guimos durante tres horas partiendo de Yasur sin encontrar un solo grupo
de casas.

las mujeres van á llenar sus ánforas. Se ve todavía un sarcófago con uvas y
aceitunas, en el camino en cuyas orillas crecen los cactos. Esdúd es una ciu-
dad enteramente moderna, y sus habitantes nos dispensàron buena aco-
grda.

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184 MONSEfrOB LE CÀMU8
:-.

ardor su fuinieterio de prodieador á' través de las villas


vecinas,.,..hasta Quê, habiendo difundido la Buena Nueva
un poco en todas partes, entró en Cesárea, donde proba'
blemente habitaba su familia.
En cuanto al eunuco, convencido, por la súbita desapa-
rición de Felipe, de que había sido instruído y bautizado
por un enviado celestial, se puso de nuevo alegremello-en
ãamino, lleno de gracia y de luz interior. La tradición

(1) Nicéforo, H.E'II,6;Eusebio, E. E"I\z; Sau Jerónimo, dn 'Is.,


LIII.
(2) Ílpônos êt êhvb. (8. E,,II, 1).

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CAPITULO YI

La Conversión de Saulo

Saulo reclama plenos poderes contra los cristianos.-Lo que le esperaba en


el camino de Dama,sco.-Victoria de Jesús de Nazaret.-Ciego y con-
ducido por la mâno, entra en la ciudad.-La casa de Judas en la calle
Recta.-Ananías y su misión.- Saulo recobra la vistq recibe el bautis-
mo y da testimonio á Jesucristo. ( Hechosr IX, t-zz; XXII, 4-16; XXyI,
1o-20).

Casi al mismo tiempo, teo?* lugar otro acontecimiento


cuyas consecueneias iban á ser incalculables en la hisboria
del Cristianismo naciente. Aquel mismo Saulo, á quien
vimos lleno de odio eontra los discípulos de Jesús, acaba-
ba de pedir al Sanedrín autorízación de dirigir, personal-
mente y con poderes plenos, la persecución Íuera de Jeru-
salén. Comprendía que el Evangelio, salido de la Ciudad
Santa con los helenistas perseguidos, se exüendería á" to-
das partes, si no se ensanchaba el eírculo de la persecución
para contener su desarrollo.
Damasco era una de las plazas más expuest as á, verse
invadidas desde luego por la nuevas doctrinas. Los judíos
eran en ella numerosos. Josefo observa que easi todas las
mujeres practicaban allí la religión mosaica (I). De allí,
como de un vasto foco, el Evangelio irradiaba hacia las
grandes comunidades israelitas que se habÍan establecido,
aI E., en las orillas del Eufrates y del Tigris; al N. y al
(l) B. J,,IIr 20,2. Como esta afirmación se refiere al aío tz de Nerón
(66 de J. C.), se tiene algún derecho á preguntarse si no caiifica de judías á
rguchas mujeres que eran cristianas. Pronto veremos, en efecto, que la mi-
sión de Pablo era encadenar en Damasco á hombres y mwjercs disãípulos del
Evangelio. Pero esta confusión, quizá voluntaria, de Josefo no invàlida en
pqdo alguno el hecho esencial de que Damasco fué, en esta época, uncontro
judío de los más importantes.

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r86 UON§EÍON, LE CÀrIUS

O., en las provineias sirias y en el litoral del Mediterrá-


neo. La hermosa y rica ciudad, edificada al pie de Ia ver-
tiente oriental del Antilíbano, en una fértil y vasta lla-
nura que riegan siete ramificaciones del Barada, era como
eI punto central donde eonvergían las grandes vías de
Oriente. Más antigua que Abraham (t), había siclo conver-
tida más tarde en capital de los reyes de Siria. Dos veces,
bafo David y Jeroboam II, los israelitas Ia habían ocupa-
do; pasó luego sucesivamente al poder de los asirios, los
babilonios, los persas y los griegos, hasta que la conquistó
Pompeyo en guerra contra Mitrídates (2). Quizá, en el mo-
mento en que Saulo allí se dirigía para organizar Ia per-
seeución, pertenecía ya á Aretas, rey de Arabia, güê,
como los príneipes de la casa de Elerodes en Palestina, la
gobernaba bajo la alta protección de Roma (3). Sea como
fuese, desde el tiempo de los Seleucidas, los judíos se ha-
bían establecido en ella en gran número, así como en la
mayoría de otros importantes centros cornerciales (a). En
Damasco poseían muchas sinagogas (5). Desde esta gran
ciudad, easi limítrofe de la madre patria, mantenían fre-
cuentes relaciones con el partido jerárquieo de Jerusalén,
I, más directamente que las comunidades judías muy apar'
tadas, estaban bajo la dirección espiribual del Sanedrín.
' Saulo pidió, pues, al Sumo Sacerdo;s (6) cartas que debían
acreditarle cerea de los jefes de la sinagoga y sostenerle
en la campafla que iba á emprender en favor del vieio ju-

(l) Gén., XY,2.


(2) Antiq., XIV, z, 31 Apiano, Bell. lÍithrid,.;M. Choren., I, 14.
(3) Ánúiq., XIY, tt, e.
(+l B. J.; L, 2,26, y IT, 20,2. Nerón hizo morir allí diez mil israelitar.
(á) Eech.,IX, zo.
iOl Podría determinarse quien era este sumo sacerdote, si la fecha decro- l*
eonversión cle San Pablo fuese cierta. Desgraciadamente no lo es. Los

rf,o 36 por Yitelio.

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LÀ OtsIiA Dü LOS APOSIOI,ES 187

daísmo que peligraba. Tratábase nada menos que de bus-


car cuidadosamente á los partidarios de Jesús, prender á
los que descubriera y llevarlos, hombres y mujeresr por-
que éstas bomaban parte muy activa en la difusión del
Evangelio, encadenados á Jerusalén, donde serian solem-
nemente juzgados. Sabido es que las comunidades judÍas,
cualquier régimen que viviesen, or las tierras del
Pujo
imperio romano ó en centros independientes, conserva-
barr eI privilegio de regir á su arbitrio sus asuntos reli-
giosos. EI sumo sacerdote, ó mejor, el Sanedrín por su
mediación (1), dió á Saulo las carbas que pedía, !, pro-
visto asÍ de poderes excepcionales, el joven fanático. se
puso eu camino.
Después de haber atravesado Samaria y Galilea, debió
emprender su camino, bien hacia el oriente pasando por el
puente de las hijas de Jacob, bien hacia el Norte, subiendo
hasta Cesárea de X'ilipo, aI pie del Elermón. De Jerusalén
á Damasco no hay rnenos de 200 kilómetros y una semana
larga de marcha. Por lo demás, mu)r probablemente, Pablo
se detuvo v extremó su celo durante el camino. Tuvo su-
ficiente tiempo para poder apreciar Io odioso de Ia misión
que se había procurado, y que se gloriaba de proseguir á
través de los extraflos pensamientos que inquiebaban su
espíritu. El recuerdo de la muerbe de Esteban, Ia pacion-
cia y la fe enérgica de los nuevos mártires que él mismo
hacía, la vergüet.za que se siente de no ser sino el hombre
de la violencia y de la fuerza brutal ante los represen-
tantes del derecho y de la liberüad, la efusión de entu-
siasmo y de vida que caracterizaban la Iglesia naciente en
faz de la fría easuística del fariseísmo estacionario y pe-
trificado, los relatos que oía de la vida de Jesús, de su
muerte, de su resurrección y de su exaltación en la glo-
ria, ihabían realmente cautivado su alma y comenzado á,
turbar su fanatismo duranbe las horas silenciosas de su
(1) Los versículos IX, ra y XXYI, 10, dicen que tenía poderes de los
príncipes de los sacerd,oües, y XXII, 5 de los a,nc'ianos d,el pwcblo, lo que de-
sign, claramente á todo el Sanedrín.

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188 MONSENOB, LE OAMU§

viaje? Algunos lo han supuesüo, pero nada en ol relato bí-


blico lo indiea. Al eontrario, todo nos lo representa rugiendo
do cólera hasüa el último momento y herido de súbito por
un golpe violento que no había sido humamente prepara-
do. EI mismo Apóstol, tan atento en estudiarse y darse á
conocer en las diversas Íases de su vida religiosa, no ve.
en su conversión otra causa que la maniÍestación religiosa
por la que fué derribado (1). Pues bien, si jamás dice
nada de este trabajo íntimo que habría preparado su re-
pentina adhesión al cristianismo, es que, en sus reeuerdos,
nada encontraba. Dios solo 1o hizo todo, y Pablo es lo que
es, no por su cooperación individual, sino por una inter-
vención direeta, milagrosa é irresistible del Salvador:.
Gratio Dei sum id, quod, surn (2). Lobo devastador repen-
tinamente convertido en cordero, proclamará él mismo,
de un modo más admirable que cualquier otro discípulo del
Evangelio, el súbito briunfo de la gracia y 1* derrota im-
prevista del hombre malo.
La pequef,a caravana llegaba al término del viaje. Si
bien era cerca de mediodía, no habían hecho alto. De ordi-
nario el ealor es sofocante en aquel eaos de piedras basál-
ticas que hay que atravesar antes de alcan zar el grande
oasis en que se asiepta Damaseo. Pero la perspectiva de
llegar cuanto antes no permitía una parada inútil (e). Ya
Jl pr.a convencerse de esto, basta leer los dos relatos que hace de su
conversión (Hechns, XXIr y XXVI. Oomp. Gd,latas, I, lB-La; Pilip., III,
l2), y que hemos seguido paralelamente para no olvidar nada en una expo-
sición tan interesante.
(2) f Cor., X\r, 10.
(3) La tradición ha variado singularmente sobre el lugar en que Saulo
tuvo la celestial visión, habiéndose sucesivamente designado cuatro puntos,
bastante separados unos de otros. Solamentc dos parecen responder á lasin-
dicaciones del libro tle los Eechos. El uno se encuentra en el cementerio
cristiano, y, por consiguiente, á las puertas mismas de la ciudad. Está dema-
siado cerca. El otro, defendido por una tradición más antigua, está no lejos
de la aldea de Cocab (la Dstrellol. á unos diez kilómetros al sud-oeste de Da-
masco. Desde allí se distingue la gran ciudad en medio de sus bosquecillos,
y el viajero que llega de Jerusalén puede muy bien decir que está aI término
de la jornada. El nombre de Pablo ha sido dado á una colina cubierta de blo-
ques de basalto que allá se encuentra, Tell, rnar Bulos. M. Guerin cree ha-
ber descubierto aI borde del camino los vestigios de una iglesia que, desde
la mrís remota antigüedad, habría consagrado el recuerdo de la conversión

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I
I.A OBRA DE LOS ÀPóSTOLES 189.

la gran eiudad, en medio de su verde y pintoresco ceüidor


de uaranjos, granados y sicomoros, entrelazados de viflas,
dejaba ver BuB almenadas murallas, sus puertas coronadae
de torres y sus palacios de cúpulas resplandecientes. Con
razón puede decirse gue, para el que sale del árido desier-
to, Damasco es una visión del paraíso 0). Saulo debió sen-
tir en aquella hora lo que en su alma siente el general en
los lugares donde se va á librar la batalla. Bajo eI sol ar-
diente que Ie abrasaba, todo en él debió exaltarse á" por-
fía, el hombre, el judío y el seetario, EI leóu saboreaba ya
su presa. Entonees fué cuando plugo á Dios derribarle ba-
1o golpe de la más asombrosa misetieordia. Á decir ver-
"t
dad, S"úlo, como tantos otros fanáticos, creía obrar bien.
En el fondo, su natural era recto. Só1o tenía una ambi
ción: la de consagrar su vida al servicio de la verdad; pe-
ro desgraeiadamente sus preiuicios farisaicos le impedían
ver donde la verdad se hallaba. De aquí aquel odio vio-
lento contra los eristianos del que se reproehó tan amar-
gamente hasta eI término de su vida, como del eriminal
error que lo había manehado (2).
Según todas las aparieneias, la caravana viaiaba á" pie;
los judíos eaminaban poco á caballo. En todo caso, no se alu-
de, en el relato, á ninguna especie de cabalgadura, y leemoe
que Saulo fué cond ucido á Damasco por la mano. De sú-
bito, y más brillante que la irradiación del rayo, pues, ba-
jo aquel eielo tan puro de Oriente, eelipsó al sol en el ze-
nit, una gran luz envolviô á" los viajeros. Era el resplandor
de Pablo. El mismo nombre de la aldea,la Estrelld, parece aludir á la mani-
festación sobrenaturai con que el alma del perseguidor fué favorecida. (Véa-

tas fantaseadores han que


llegamos bajo el sol del m
rante toda la jornada. (V.
(2) f Cor.,XY,9; Gal
XXIY, 16; II Tim.,I,3.

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190 tr[ONBEfrOB I,B CÀUU§

mismo de Ia gloria celeste donde mora Jesús resucitado.


Todos cayeron en tierra, asombrados y mudos (t). En el
mismo instante, Saulo oyó una voz que decía: «Saulo, Sau-
lo, 2por qué me persigues?» Esta voz hablaba en hebreo, ó
mejor, en arameo (2), para mostrarse más familiar y más
persuasiva. En lugar de ser ruda y aterradora, tomaba el
tono de la ternura entristeeida y de la conciencia que
quiere despertar el remordimiento. iQué mal había hecho
.Jesús á Pablo parzü rlerecer su odio? Se encuentra en esta
frase algo de la dulce piedad con que el Salvador había
dicho al criado sacrílego: (iPor qué me hieres?» y á Ju-
das: (Amigo , iá, qaé vienes? icon un beso entregas al Hif o
del hombre? (g)» EI aspeeto del Maestro guardaría á, tra-
vés del resplandor de la majestad, ese aire de tristeza re-
signada que da una seducción irresistible al arnor no co-
rrespondido, euando formula sin amargur.a el más tierno
de los reproehes.
Saulo jamás habÍa visto á Jesús; por esto no Ie reeono-
eió. Cuando se había estado :ulnà, vez en contaeto con el
Maestro, bajo la influencia de su palabra ó de su mirada,
no se le olvidaba jamás. Magdalena y Simón-Pedro no hu-
biesen preguntado quién era el que de esta suerte habla-
ba. Saulo quedó desconcertado. Sin embargo, aquella voz,
aquella visión, tenían algo de tan trastornador, que era
absolutamente preciso saludar á un Maestro en quien de
tal suerte se imponía. 2Sospechó que aquel Maestro era su
mismo adversario? Es posible. «2Quién eres, Seflor?»-diio

(1) Parece que hay divergencia entre la actitud en que San Lucas supo-
ne á los compafleros de Pablo y la actitud en que los presenra el mismo
Àpóstol en el relato de este milagroso suceso. Según Lucas, diriase que s,
quedaron d,e pie (eiarfixecoavl y sin uoz; segttn Pablo ( Hcehos, XXYI, f 4),
cüycrün en tiqra,. Pero ei se considerâ, que dicho verbo griego no significa
siempre cstar d,e pie, sino eon mucha frecuencia pernw,neccr en urLCL actitud"
se comprenderá que puede traducirse: sc quedaron mud,os. AsÍ se desvanece
la contradicción aparente.
(21 Nos lo dice el propio Pablo (Ecchos, XXYI, l4), pero puede encon-
trarse una indicación en el mismo relato de San Lucas. En su interpelación,
Jesús emplea la forma arâmeâ ),aot))r, en lugar cle la forma griega xoOÀor de
que se sirve el historiador en su relato.
(3) Junm, XYUI, 28; Mat., XXYI, 5ol Lueaq XXII, 48.

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LÀ OBRA DE I,OS ÀPOSTóLES 191

temblando.-Y Jesús, eon aquella autoridad que tiene


,siempre asiento en sus labios ,t lrdo de la soberana dul-
oor^', respondióle: (Yo soy Jesús Nazareno, á' quien tú
persigue..>> a.í, eI enemigo no huye,-sale á su encuentro.
iesú.- ante Saulo, la verdad ante el error, la Íuerza &n'
te la debilidad, eI amor ante el odio, la bondad ante la
.malieia, el IIiio de Dios ante el esbirro del Sanedrín, el
Rry del cielo arrte un revoltoso de la tierra, todas estas
.*rrtítesis están incJuídas en las poeas paiabras que Jesús
(t). Afortunadamenbe parl Saulo,. es'
acaba de pronunciar
tán impregoud*s cle un sentimiento de miserieordia infi-
nita. E]n ,e^lidad, en lugar de aplastarle con 8u «rmnipo-
teneia, el Seflor Ie dirigã el reproehe más amistoso y la
,más benévoia proposieión de paz. No quiere ni por u-n m-o-
mento más dejarlã Iu posibilidad de ser impío y malvado;
pue', mediante su graeia, levanta en su corazón como una
ie-pustad de ,u-oidimiento que hará nacer en é1, á, vi'
(z)

u^ ir"rra, eI más sincero arrepentimiento. La temible bes'


tia hubiese querido obstinarse en Ia mala senda doncle ha-
bía entrado; pero unâ mano poderosa la detiene y la empu-
ja hacia otro camino. ;De qué Ie serviría resistir por más
íi"-po á la graeia y exteqúarse dolorosamente en una lu-
cha áesigual"y .u.ríI"g"? Lo más prud_ente es capitular:
(Es eosJ a"r, para tilaflade Jesús,-dar coce§ contra eI
aguijón. )
Saulo conviene en eIIo, y á' través de iDdecibles dolores
solamente conocidos cle las almas ardientes condenadas á
volver repentinamente atrás, para busear et ideal que-per-
.seguían en el extremo opuesto, se declara vencido. El quo
se-había puesto err camirto para perseguir á Jesú§ Do pue-
'de
soporü"r, ,o mornento más, que este Jesús le prrsiga
con tanto amor: (Seüor, àqué quieres que haga?» Entre-
(l) En el rexto griego, étú y cú, yo y Úrí, están visibleruente en oposición:
«à'.oy Jesús el Nazaieno, á quien a (Saulo)persigues'»
en su pre-
e persegul-
: «quem tu

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192 MONgEftOR LE CAIIUS

gándose aeÍ atado de pies y manos, dispuesto á todo lo que


se quiera, proelama que realmente es ãl ,reneido, el sier,ro,
el esclavo de Aquel que le ha detenido en la mitad cle sus
loeos furores. El Maestro le responde: (Levánbate y entra
en la eiudad, donde se te dirá lo que debes hrcer.»
Los compafle'os de saulo habÍan oído un ruido de una
voz coi.eidiendo con Ia manifestación celestial (r), pero sin
distinguir las palabras cambiadâg, r, por consiguiãnrc, sirr
comprender la irresistible intimación de rendirãe, dirigida
á su eaudillo. Habían visto la luz que Jesús difundía, sin
ver á Jesús mismo. Ir!'o es esta la prime.a vez que Ios Li-
bros santos ,os muesbran á Dios ámrgando .o. comunica-
ciones, ora á,las disposiciones íntimas de los que son tes-
tigos de ellas, o.a })or razón de la misericordia y lu justi-
eia que les dispensa (2). En euanto á, Saulo, ,o oivida',rá,ja-

-
(1) lsta es qtizá la diferencia que hay que hacer entre ,ixoúew,construí-
do-co_n el genitivo inilicaría ta Ttercepción de un ruid,o inarti-
rffs eôtqs, que
eulad,o.ry àroúecv, construído con el acusativo rà7, çtovyv, que significaúa oir
la,.s mismas palubr.a,s. No es de s or deljibro ãelos Eechos
diga aquí los compaüeros de ue Jesús d,ecía, siend<, así
que más lejos, en este mismo libro (X
-que
declarar al mísmo Saulo
q\e tw
-los una vez más, nótese la poca precaución que
aut ara evitar aparentes Àniradicciones. 1xj '
(2) lue se prodújo en torno de Jesús, Ju,oàr'XII,
28,29.
(*) Es muy cierto que las frases «ay_d_ientes quicrem vocem» (H,rx,z)y
(vocem autem non audienrnt» (1L, xxlr, g) han de significar '«audieLant
vocem solam, non vocem cunr verbis»; porque, a,oo p.u.úndiendo de razones
=de un orden más ele'ado, no es creíble qu"-uo misrno autor, á pocos .;;l;o-
los de distancia de un_mismo-libro, y tratando de un mismo'asirto, rúãrir-
mente se contradiga. Pero sobrada razíntiene monsefror Le Camus al mani-
festar poca confianza.enque la armon
la susodicha reglr de régimen gramati
con genitivo si
quentis verba»
7), entonces se
cemrQo,ilu,loquentem mihi» y. cqg r!.,-rx,4: «saulus audivit oocern,
so»,fiv, dí-
centem sibi». Es mejor prescindir del régimen y decir con Glaire qou á*oi*
significa á,la ve-z Ttercibir y,n yuiQo y entárurer tb que se oye, deterriinándolo
el contexto. El último párrafo de la nota del autlor ,f .iguiu"tãã"
"qoúíturecitsr""iai, gil-
Bacuez: «s. Luc. ne s'inquiàte ni d,e l'étrangeté d,e ,rrltoin,
oentions_qu'on pzut aaoir, ni des i,mputations d,'erreur ou de contrad,ieiion
au*qualles il
peut donner lieu. Asütré de la verité cle ce qu il rapporte, i
tient qu'il obtiendra conÍiance, et il s, énonce ã,vec l, auioritá et
po-ur certaig
la sécurité d'un homme qui se sent au-dessus de toute reclamatior.»-úit,
del T.

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LÀ OBBÂ DE LO§ APóSTOLIi§ 193

más ni Ia dulce visión de Jesús de l{azaret, ni la voz ce-


lestial que ha transformado súbitamente su vida, ni la gra-
cia irresistible que Io ha convertido en Apóstol. Á quien
quiera saberlo, le repetirá que su fe descansa en lo que
ha visto y oído. Cree en la resurreceión porque ha
uisto á Jesús resucitado. Le ha visto, Do en uu éxtasis (1),
siuo físicamente, corno Cefas, eomo Santiago, como los de-
rnás Apóstoles le habían visto (2). Si cree que Bu misión
está al lado de los gentiles, si afrrma el carácter auténtico
y divino de aquéila, es porque la ha recibido de labios del
rnismo Jesús. iQuién se atrevería á, disputarle el título de
Apóstol? lPor venbura no ha visto realmente y con sug
propios ojos al Maesbroz (3) Como favorecido con esta apà-
rición, Ia últi,na de todas en la historia evangélica, es pre-
senbado por Bernabé á los Apósboles de Jerusalén (a). De
ella se prevaldrá delante de los iudíes (5) y delante de
Agripa, en Cesárea(6), excluyendo por la claridad de sus
declaraciones, en una y obra circunstancia, toda explica-
ción que quisiera suprimir el urilagro, y echando el ridícu-
1o sobre cualquiera interpretación que en aquélla quisiera
solamenüe ver un mito. Para é1, de allí han salido su vida
religiosa, su obra apostólica y su influjo en la lglesia.

(1) Pablo distingue muy bien sus arrobamientos en espíritu de esta apa-
rición exterior de Jesús. Las revelaciones que ha tenido, no las cuenta (II
Cor., XLÍ,I 9). Su hrrmildad se resiste á citarlas, y si alguna vez entra eu
este terreno, se detiene en seguida y sólo habla de l<l que le humilla. Por el
contrario, repite con complacencia la aparición que Io ha convertido, por-
que ella recuerda su inÍidelidad. Por ella ha sido puesto al mismo nivel
de los demás Apóstoies. Ella, y no las revelaciones ó los éxtasis con que ha
sitlo favorecido, ha cerrado el ciclo de las apariciones personales, visibles,
exteriores de Jesús en la tierra (I Cor., XV, 8). Ouando (Gala,t.,I, lZ, tO)
dice que Dios ã,o reoel,ad,o á sw Hiio en él y que de allí proceden su conver-
sión y su apostolado, no suprime la aparición fuer.a d,e sí,sino que la suirc-
ne El fenómeno interior que se produce en eI éxtasis es la consecuensia de
la fe. El que tlene iug*. eo el ca-mino de Damasco u-rotiva la d.e Saulo. En
cuanto á la reaelación d,el Hijo en Pablo hay que entenderla del trabajo in-
terior que está unido á la aparición exterior.
(2) I Cor., XV,8.
(3) 'I Cor.,IX, t.
(4) Eech., IX., 27.
(õ) Ecch., XX[.
(6) Eech., XXYI.

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194 UONSEfiOTC LE CÀMU§

Cuando Saulo se levantó para obedecer la orden recibi-


da, estaba ciego. En vano intentó abrir los oios, que ha'
bía cerrado aI caer en tierra ante Ia gran visión: la lua
del sol no penetraba en ollos, como si rehusasen ver
nada más después de haber contemplado al Rey glorioso.
Fué un espectáculo muy inesperado é inquietante para
sus compafleros verle, no ya, como poco antes, impetuoso
en precipitar su mareha, cuando quizás ellos mismos Pe-
dían interrtrmpirla bajo un sol inbolerable, sino, vacilarrbo
y como herido por un golpe mortal, levantarse, extender
sus brazos para buscar su camino, y declarar en medio de
una emoción profunda que había perdido la vista.
Fué preciso tomarle de Ia mano. para condueirlo á la
ciudad. Allí recibió hospitalidad en casa de un judío lia-
mado Judas, quizá" uno de sus amigos, ó mejor, el duef,o
de alguna posada frecuentada por los judíos que iban i
Damasco. En una de ias casas de la calle entonces llama-
da Recta, hoy la calle de Es-sulbani it), fué donde eI aI'-
diente fariseo, trabajado por la gracia: prêsa de sobrecogi-
uriento indecible, hasta el punto de olvidar todas las exi-
glencias de Ia vida fÍsica, pasó tres días sin beber ni comer.
âQué emociones agitaron su alma? No sería fácil decirlo.
Con todo, dado el rigor lógico de este espíritu poderoso,
puede creerse que constitu.yó rápidamente toda Ia teoría
religiosa del Evangelio, tal como debía más tarde predicar-
la á los gentiles. Había visto á Jesús, le había oído; por
(1) La calle actual, aunque consetvando poco más ó rnenos el emplaza-
miento de la antigua, dista mucho de ser recta, debido á los estrechamien-

abierto. El del medio, en pleno punto, mide siete metros de ancho por ocho
de alto debajo del clintel. La otra entrada, Bab-el-Djabyah, al occidente, tu-
vo también tres aberturas de las cuales sóIo subsiste todavía una. ,{ pesar
de la tradición contraria, y únicamente porque es más natural, cuando se lle-
gade Jeru calle Recta por occide-ter me inclino á creer
[ue Saulo co por la puerta Djabyah, y no por la de Oharki
(Y. Notre bi,bl,iques, vol II, p. 304 y 308).

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I,À OBI'À DE Ií)§ APóSTOLI)S t9ó,

tanto, Jesúe vivía, por tanto, había reeueitado. El estado


de gloria en que se había mostrado lo probaba de un mo-
do irrefragable. Ahora bien, si habÍa resucitado, era eier-
tamente de Dios; porque nadie se resueita á sí mismo, ni,
podría deeirse que Dios resucita á un impostor. En conse-
eueneia, su ensefl aoza era divina. La salud del hombre por
la cruz era una realiclad, y alcanzar esta salud ó apropiár-
sela por la fe era el grande objetivo de la vida humana.
El pecado, la justificaeión, la graeia, eran otros tantos pro-
blemas Íáeiles de resolver, á,la luz de la visión que aeababa
de transformarlo.
Qru su alma pasara por terribJes tranees, eonsiderando
la responsabilidad que sobre ella pesaba por lo pasado,
esto era muy propio del carácter de aquel guê, después de
haber evangeli zado al mundo, temía más tarde no ser sino
un réprobo miserable. Estos tres días de aislamiento, los
pasó en oración; esto es lo que de él sabemos (1). Esta ora-
eión, sueesivamente dietada por el arrepentimiento, la ae-
eión de gracias, la fe, el temor, terminaba sin duda en el
éxtasis. Mientras rodaban los carros, llevando á los hom-
bres eon sus locas inquietudes, ó pasaban las earava-
nas, cubiertas de polvo y de f;rtiga; mienüras la muche-
dumbre se apretaba baio Ia doble columnata eoronada de
estatuas á lo largo de la calle Recta; mientras guo, en
sus bazares tumultuosos, los judíos, sus eompatriotas,
vendían y compraban los produetos de las rieas industrias
de Oriente, él entreveía el eielo y concebía el enérgieo de-
seo de mostrarlo á la tierra. lPor qué no nos ha sido dado
conocer con certeza, el lugar donde el Apóstol preparó, en
tres días, la eonquista del mundo? Después de Belén, Nu-
zaret, y el huerto de Getsemaní, no habría quizás otro más
venerable para ia humanidad (2).

(r) Hechos; IX, 11.


(2) Vimos, hacia el extremo occidental de Ia calle Es-sultany (y esto
respondería bastante bien á nuestra suposición de que Saulo entró en la ciu-
dad por la puerta de occidente y no por la de oriente), una pequefla y âsque-
ros& mezquita que, según la tradicióu, indicaría la casa de Judas. Está de-

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r96 MONSEftOR I.E CÂMUS

Después que Dios hubo dejado á, §u nueva conquista


recobrar poco á poco la posesión de sí mismo, jazgô que
era tiempo de eonsagrarla por el bautismo. Jonás había
pasado tres días en el aislamiento y el terror en el fondo
de los abismos; el Iliio del hombre había permanocido tres
días en el silencio y la humillación del sepulcro; la prue-
ba ó la angustia de Pablo no duró más. I{abía en Damas-
.co un discípulo del Evangelio llamado Ananías. Judío de
origen, como su nombre lo indiea (1), era un fiel observan-
te de la ley, y todos sus compatriotas daban testimonio
de su alta virtud (2). No se ve, sin embargo, Quê ocupase
ofieialmente un puesto en la jerarquía eclesiástica, y, como
el historiador sagrado nada más nos dice de é1, no se Puo-
de menos de llegar nat,uralmente, con San Juan Crisósto-
mo, á la observación de que si Dios se complació en no
ernplear ni á Pedro, ni á Juan, ui á ninguno de los Após-
toles, corifeos de la religión nueva, sino á un simple dis-
eípulo recién naeido á Ia fe, para introducir en la Iglesia á
aquel que debía eer el campeón más valiente, fué para me-
jor demostrar que Pablo había recibido su misión directa'
mente de Jesús mismo: f Que, como los Doce, er& verda-
deramente apóstol, escogido por eI mismo Seflor, teniendo
su Evangelio de parte de Dios, no de parte del hombre.
Esbando AnanÍas piadosamente reeogido en su morada,
alma está sobre todo dispuesta á recibir las manifes-
-el
taciones del mundo superi«rr, cuando ha cerrado la puer'
ta á" las eavilaciones del mundo de abaio,-el Seflor Ie
diio: (1Ananías!» Y él respondió: (Maesbro, aquí me te-
néis.) En aquellos días benditos, eI corazón de todo dis-
cípulo, bajo la influencia del Espíritu Santo, vivía en per-
petua y familiar conversación con el cielo, oyendo, sin es'
fuorzo, las voces de Io alto, y respondiendo con la senei-
llez de un niflo. (Levántate-prosiguió el Seflor-y vete
bajo del nivel actual de la calle, y su destino religioso permite creer que
antes fué un santuario cristiano usurpado por el islamismo.
(l ) es un nombre absolutamente israelita y muy común en la
hiitóri Jermt., XXVII, l1 Dan., L, 6; f Dsd,ras, X, 28).
(2) II,12.

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LÀ OBBA DE LOS APóSTOLES r97

á la calle llamada Recta (1).


Busca en casa de Judas á un
hombre de Tarso, llamado Saulo (2). Está orando. IIa visto
on una visión á un varón entraba y
le imponía las manoe para a. ) El que
hablaba á Ananías había: rr á Saúlo,
y, por una doble manifestaeión preparaba el encuentro do
estos dos hombres, como algunos días después, preparará
la de Pedro y del centurión Cornelio. ananí".-oo pudo
evitar un movimiento de pavor. Saulo tenía una horroro-
sa reputación entre los judíos que se habían convertido al
Evangelio. El discíputo supuso que se trataba de ir á, la
muerte. Sin embargo, el Maestro, instruyendo á sus dis-
cípulos, jamás rtifo que Ia oveja debía ir á ofrecerse á,
la rabia yoraz de los lobos. (Seflor-exelamó con ino-

(1) EI sitio tradicional de Ia casa de ananías se encuentra un poco al


norte de la calle Recta, ha.cia.la puerta dei oriente. una capilla catãnca a
tres metro"s baj'elsuelo, indica elrugar. 1y. Notre yoyage'auu pays bibli-
ques, tol. II, p. 308).

(1) También Moisés (8r., rrr, l l) y Jerem ías (Jerenr., r, 6) habían mos-
trado ingenuamente su espanto ai oii ia misión q"u 1.. àónárú" ,;ú;;á" --
13
T. IV

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t98 MONSffftOB LE CÂMUS

tá, pues, destinado á ser el más resignado y comPungido'


à. fãr p".r.goidos. Ananías encontrará, no un león rugien-
la
te de ,rbir, sino un cordero dispuesto á dejarse llevar á
§ea, podrá fácil-
muorte. Su mano, Por muy tímida que
mento atarlo y afr,iozarlo al servicio de Jesucristo.
Levantándose al punto,
-Eneont
eI diseípulo fué á la easa que eI
Seflor le indieaba. rc á, Saulo, eon el cotaz''n' des'
p pentimiento, el cuerpo abatido por eI
a, Loml, el alma entregada totalmente
á, hermano mío-le diio eon el acento
de la más delieada earidad,-el seflor Jesús, que
se te
apareeió en eI camino Por
párr, que recobres Ia vist
Santo.» AI mismo tiemPo
puesto sus manos sobre la cab (e),,
;;.rid". Íri" sintió caer de sus ojos unas como escamas
que
y, mirando á su bienhechor, reeonoeió en él at hombre
áÍ en el éxtasis le había mostrado. Se hallaba más
"i"to
que nunca en pleno mundo sobrenatural, ereeiendo
simui
alma' la fe'
táneamente, y ôon extrafla§ Proporciones en 8u
la esper à,.zà y el amor. Dio. de nuestros padres-.p:o-
siguió Ananías,-te ha
e conoelese$

.oorrdortad, Y vieses al z desu boea'


porqr" has dá se, testigo de los hombres'
de las cosas que has
.,ri[o y oído.) así, á medida que eI
á los ojos
enviado de Dios habla, lo pát venir se desarrolla
de Pablo, coll 8us trabaios, sus tristezas y
sus glorias.
como en otro'
Dios seflala ho;' el destino de su neófito'
el
ú"-po había án^l*do eI de sus profetas. Puesto que la
celo abrasador del ioven rabino ,iecesitu
una mieión,

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LA OBBÀ DE LOS ÀPóSTOLTiS r99

tendrá; pero no la de aplastar á Jesús, como él había so-


flado, sino la de predicarle sin desfalleeimientos y estable-
cer su reino en el universo entero; no la de ahogar la na-
eiente rglesia, sino la de ser su Apóstol más deciaiao y su
soldado más dichoso.
Pablo pareee anonadado bajo el peso glorioso con
que se le abruma. Permanece prosternado y mudo an-
te las divinas proposiciones: (ahora, pues-prosigue Àna-
nías, cuya voz toma poco á, poco algo de l" majestad
de un consagrante,-ipor qué [e detienes? Levántai", ."-
reeibe el bautismo y lava tus pecados, invoeando el nom-
bre del Seflor.» El neófito no podía resistir á, tan solem-
ne invitaeión. En Damasco, regada por las aguas freseas
del Barada, n,nca hubo, ni ayer ni hoy, oo, cr.* de im-
portancia sin esas piscinas graciosas donde, en un patio
interior, á la sombra de los mirtos y de los naranjos, baio
rosales y jazmines en flor, el hombre de oriente va á bus-
car, en abluciones frecuentes, un remedio eontra el sol que
le abrasa, Pablo se levan bó y se hizo bautizar. Este .u.-ru-
mento del bautismo, que él .o-prrurá más tarde con el se-
pulcro donde el hombre viejo se encierra con Jesucristo
para salir transformado en hombre nuevo, fué el siguo ex-
terior que solló su conversión. Después de haberlJrecibi-
do, consinbió en tomar algún alimento. El gran obrero del
Fvangelio entre las naciones quedaba alistádo en la ban-
dera del Nazareno, no tardando en deiar entrever que
será un valiente luehador.

- Durante algunos días gue pasó e' Damasco, instruyén-


dose eon los discípulos é inieiándose en las práctica, áe Iu,
vida cristiana, se le vió glorifiear á Aquel que le había tan
miserieordiosamente vencido. Si se presentãba en las sina-
gogas, era para publicar, con todo el entusiasmo de un
convertido, que Jesús era el llifo de Dios y eI MesÍas de Is-
rael (1). No intentaba demostrar su tesis; afirmaba la impre-
, -«rl 4-.r, h profesión de fe de saulo erâ la misma que ra de Nahnael
(.{r1an, r, 1r) y la de Pedro (trtat,, xYt, 16)- En ra rglesia au }.."..ir6;i;,
últimos y los primeros inscritos tienen él mi.*o críd,o, y sus yoces se ea-
cuentran siempre para formular el mismo Símbolo.

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200 MONSE§OB LE CÀUU§

sión íntima de su alma, eoriclusión lógica de lo que había


visto y sentido. Esto testimonio no podía menos de pareeer
extraflo en sus labios. Todos e< nocían su pasado, y como
se

ignoraba el milagro gue había intervenido, no podían menos


de mostrarse r.J-b*dos de un cambio tan repentino.
(iNo
es éste-decían,-aquel misrno que perseguía en Jerusa-
tén á los que iooocubrn este nombre, y que vino acá
do
los sa.-
propósito pu* eonducirlos presos á los prÍncipes de
ã".áot..?» Pero Saulo no se dejaba conmover por las legí-
timas prevenciones que en todos cnconbraba, mostrándose
cada vez má,senérgião en su testimonio, confundiendo así,
pà, lu expresió" dõ su fe, á los iudíos de Damasco,
irrita-
dos por eneontrar en é1, no un Perseguidor, sino un auxi-
liar de la Iglesia naciente.
Sin embãrgo, aquella naturaleza rica y poderosa no §e
contentaba eon ser solament
vo y conquistador. Ardor, 1o
cia. Los rumores de que era
sentimiento de su insuficien
pã, *lg,ín tiempo. Dirigióse aI desierto á sosegar su alma
à" lu. puorantô. que le habían destro zado, y á"
"-o.únes en
fortalecer su espíritu con lasllomit uciones del éxtasis,
{t).
la escuela del oo"uo Maestro que había escogiflo
ercalar en eI relato, muY conciso, de
mismo Pablo, Y del que ha-
o así, no una Primera Predica-
Sauio en las sinagogas de Da-

indica ordinariamente un espacio de


ir, ããig, ;"a forma análoga equivale, como aquí' á tres af,os'

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CAPÍTULO YII

Pablo se retira á Arabia

Época probable en que hay que colocar su permanencia en Arabia.- Razo-


nes exegéticas.-Argumento moral, necesidad del silencio al siguiente d,ía
de las grandes crisis de la vida.--iPrescindió Pablo del Cristo de la histo-
ria para no conocer sino el de la conciencia?-Oómo se obró su formación
religiosa y teológica.-Lugar donde se retiró. (Gdlatas,I, 18-f8.)

Hry en el libro de los Heehos ciertas lagunas que deben


atribuirse, sea al objeto exclusivo perseguido por eI histo-
riador, sea á su ignoraneia de detalles ó de hechos que
habrían felizmente completado su obra, si los hubiese co-
nocido. Esto podrán solamente extraflarlo los que con-
fundan la inspiración con la ciencia completa. Así, en
el punto en que nos hallamos del libro de los Elechos, y á
juzgar por el relato muy seguido de San Lueas, pareeería
que Pablo, al día siguiente de Bu eonversión, se puso á
evangelizar con tanto celo como elocuencia las sinagogas
de Damasco, hasta el momento en guo, perseguido por sue
antiguos correligionarios, debió abandonar esta ciudad
para volver á Jerusalén. Pues bien, se engaflaría el que rela-
tase así su historia. Entre su conversión y su huída de Da-
masco hay que colocar un hecho de la más alta importan-
cia, puesto que él expliea, mejor que todo, Ia independen-
cia de su apostolado y el origen directamente divino de su
misión, según él mismo nos lo advierbe.
Escribiendo á los gálabas, les dice que llamado por Ia
graeia át, vq distintamente, con los ojos del alma, al Hijo
de Dios y anunciarlo á los gentiles, no se cuidó desde luego
ni de la carne ni de la sangre, es decir, de ningún hom-
bre, pariente, amigo, doctor, discípulo del Evangelio, ni

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üONSE§OE LE CAMUS

tampoeo de los Àpóstoles que antes de ét habían sido es-


eogidos é instituídos. En lugar de ir á eneontrarlos en Je'
rusalén para instruirse y pedirles que consagrasen su aPos-
tolado, se retiró á Arabia (t), I, desde allí regresó á Damas-
eo. Solamente tres aflos después de su conversión. se Pt'e'
sentó en Jerusalén, para ver á' Pedro, y eomprobar, sin
duda, cerea del jefe del grupo apostólico que, si bien no
había sido instruído por é1, poseía, empero, su misma doc-
brina, habiendo tenido por preceptor aI misrno Maestro,
Jesucrieto. Estamos, por tanto, autorizados Para decir que
el tiempo del retiro de Pablo en alguna soledad tle Ara-
bia, fué el mismo en que Jesús se eomplació en formarlo é
instruirlo. El lugar y la importancia que el Apóstol da á
este ineidente, para probar la independencia de su Evan-
gelio, apoya nuestra suposieión. De otra parte, es rtatural
que se rmpusiera á su alma al día siguiente de su bautis-
mo un deseo inmenso de soledad y de reeogimiento. Las
grandes erisis de la vida moral reclaman, después de la
violenta sacudida que provocan, un tiempo de reposo, do si'
lencio, de aislamiento, en que la quebrantada naturaleza
se reeobra poco á poco y se reconstituye con nuevas fuerzas
y aspiraciones. Cuanto más poderosa y elevada es una na-
turaleza, mayor neeesidad tiene de esta tregua para orien-
tarse de nuevo y buscar su ideal en los antípodas del punto
donde en un prineipio lo había coloeado. Qo" un hombre
superficial y sin eonvieciones queme súbitamente lo que
había adorado y adore Io que había quemado, eso es Io or-
dinario. El hombre serio, herido por el golpe de la gracia,
se detiene: ya no obra lo malo, pero tiene necesidad de
recogerse para saber cómo hará lo bueno. Debe razonar
.r. id""s nueva§, otganizar sus fuerzas para un obieto
nuevo, y haeerse, si no con otra naturaleza, á,lo menos eon

toda Judea.

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LÀ OBRA DE LOS ÀPóSTOLES

otra manera de vivir. Pues bien, todo esto pide reflexión,


para que el alma Be pese á sí misma; silencio, para que las
voces de Io alto se hagan oir, y humilde anonadamiento,
que atraiga el socorro de Dios. Moisés, EIías, el mismo
Maestro se habían preparado á su gran misión en el reti-
ro. Pablo siguió su ejemplo.
Puede, por tanto, creerge que eI retiro en Arabia Íué
como el noviciado del futuro Após6e| 0). En la escuela de
Jesús, y bajo las eontinuas inspiraciones del Espíritu San-
to, se formó, rro sóIo en las virüudes cristianas, sino tam-
bién en la ciencia que debía convertirlo err el gran teólo-
go de la nueva religión. En el momento en que de él se
apoderó la gracia, es evidente guo, de Jesús y el Evan-
gelio, no sabía otra cosa que las odiosas calumnias que
circulaban entre sus correligionarios. Su más vivo deseo
debió ser aprender boda la verdad que había entrevisto
en su sublime conjuntor poro cuyos detalles prometían á,
§u coraz ón, ya lleno de Cristo, los más dulces consuelos.
En algunos días, ó también en algunas horas, Ananías y
los otros discípuios de Damaseo no habían podido instruir-
le más que sumariameute. Como nada le aseguraba que iba
á ser directamente iluminado por revelaciones divinas, pro'
curó ayudarse de los medios humanos que pudieran satisfa-
cer su piadosa curiosidad y seeundar su necesidad de cono-
cer más á fondo á Jesús. Mry probablemente existían desdo
aquella época, bajo Ia forma de hojas volantes, redacciones
escritas, en que la Íe de los primeros discípulos se ejerci-
taba en consignar los relatos del Evangelio oral. El que
quería predicar á Jesucristo y no le había oído duranto su
vida mortal, ponía por escrito lo que referían los Após'
toles en Ia asamblea cristiana, ó copiaba con cuidado lo
que otros redactaban. Parece bastante natural suponer
que Pablo, al retirarse aI desierto, Ilevóse consigo los do-

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UON§EfrOR, LE CÀMUS

cumentos que los discípulos de Damasco conservaban so-


bre la vida pública de Jesús.
No hay, en efecto, ol derecho de creer, con la escue-
la de Tubingia, que el gran Apóstol no conociera má,e
gue eI Cristo de la eoueiencia y que prescindiese del
Cristo de Ia historia. Esto sería olvidar singularmente
todo lo que había de positivo y de lógico en su natura-
leza,llena de súbitas percepciones, es cierto, pero no me'
nos inclinada á" razonarlo todo y principalmente su fe. En
é1 eI voas, ó la razôn, marcha á la par con el rvely.o, ó la ins'
piración; él no sacrifica los derechos de la una á los arran-
ques de la otra. Es segurÍsimo que Pablo quiso saber sobro
Jesús todo 1o que se sabía en la comunidad cristiana, y eI
Cristo espiritual resultó tanto más vivo en su alma, cuan-
to que, pãr relatos autorizados, Ie era más familiar el Cris-
to histórico. Sin duda que en sus Epístolas, apenas cita ni
las palabras ni los hechos del Maestro; pero Pedro, Juan,
Santiago, Judas, no los eitan mucho más, y, sin embargo,
sabían muy bien lo que el Maestro había hecho y había
dicho. Lo que en realidad hay es que los hombres de aque'
lla edad estaban de tal manera llenos de Jesús viviente en
su corazón, que apenas pensaban en citar á Aquel de quien
ge creÍan perpetuos y fieles portavoces.
Á -"oos de sufrir la más extrafla de las prevenciones,
debe admitirse que Pablo conoció en todos sus detalles la
vida de Jesús. Cada vez que su argumentación se presta,
con una palabra deja ver que no ignora nada. Si su pre'
dilección por el misterio de la Craz le lleva á profundizar
eI sangriento y saludable saerificio, precisa que el Maes-
tro fué condenado por los jefes del pueblo, que fué trai-
cionado de noche, Qu@ sufrió cruelmente en su pasión, que
Ios elavos atravesaron sus miembros, que murió en las
fiestas pascuales, y que, en fin, resucitó aI tercer día o). Si
trata la cuestión del celibato (2), seflala oxactamenté lo que
(l) I Cor.,I[ a; XY, l-9, 16-20; Y,7; II Cor., XIÍI,4, frm.,XY, a; Co-
l,os.rllr
14 et passün.
(2) f Cor., VII, lo, etc.

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LA OBBA DE LOS âPóSTOLES 20í-

tía Ql. Este fragmento, que tiene un parenteseo visible con


los pasajes correspondientes de Sar-rMarcos y de San Mateo,
es absolutamente idéntico con San Lucas. Pablo, tan bien
como nuestros Sinópticos, conocía el Evangelio oral. iCómo,
á quienes evangelizaba habrían com-
ción, si hubiese sido puramente teoló-
olas? Ante todo era preciso referir á
sus auditorios extraflos á la Buena Nueva Ia vida misma
de Jesús, y sólo después de haberlos así nutrido con esta
leehe de la doctrina era posible ofrecerles un alimento más
sustancial. Ahora bien, preciso era que conociera Io que
contaba á los demás.
Suponer que Pablo se eontentó con el sentimiento íntimo
que tenía de Jesús para edifrcar su propia religión, es no
tener la menor idea del hombre guo, razonando siempre
su aeto de fe, era más incapaz que ningún otro de sacrifi-
car su raz6n á las emociones de un idealismo más ó meno§
vaporoso. Para é1, el Cristo interior no podía ser otro que
el Cristo exterior, eonoeido por la Íe y saboreado por la eon'
ciencia; y cuando declara que hay que olvidar al Cristo se-
gírn Ia carne, no quiere en modo alguno hablar del Cristo
visible y tangible, sino del Cristo, rey conquistador, del
Cristo, Mesías terrestre, del Cristo que trae los bienes de
la vida presente, tal corno el iudaísmo carnal lo esperaba.
Sin embargo, de que Pablo no deseuidara ninguno tle
los medios humanos que eneontró en torno su)'o para ins-
(r) f Cor.,IX, 1t.
(2) f Cor., XI, za y sig.

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MON§EfOB LE CAMUS

truirse en el Bvangelio, no se sigue que su principal maes-


tro no hubiese sido Jesucristo: Esto sería negar Io que é1
mismo afirma; pues, según lo que nos dice en sus Epísto-
las, es evidente que entre el Maestro y el discípulo se es-
tableció un estado de unión íntima, en el eual, á través
de eomunicaciones incesantes, Aquél respondía con ilumi-
naciones sueesivas á las cuestiones múltiples que éste pro-
ponÍa con fe ardiente.
Ifno de los puntos que debieron sobre todo cautivar al
hif o de la Sinagoga, fué, sin duda, el objeto de la Anti-
gua Alianza frente á la Nueva. En lo más íntimo de sus
entraflas, Pablo era judío. Repudiar la revelación comuni-
cada á Moisés, porque él tenía en sí mismo la revelaeión de
Jesucrisbo, debió pareeerle irraeional. Plugo á, Dios ha-
eerle ver desde el primer momento cómo lo pasado se ar-
monizaba con lo presente, aquél siendo la figura y éste la
realizaeión, el uno la promesa, eI otro el cumplimiento; y
cómo Jesús, rey de los siglos venideros, había sido tam-
bién, bajo símbolos profétieos, el verdadero rey de los si-
glos pasados. Desde entonces iqué irradiaciones en la in-
teligencia de Pablo! Á la luz del Nuevo Testamento ex-
plora eI Àntiguo, I su ciencia de discípulo de Gamaliel le
eervirá para hacer toda justicia á Jesucristo. Su teología
sale, eomo de un tirón, de la relaeión que su espíritu y su
fe establecen entre el Evangelio y la Ley. Se ha hablado
de Ia preparaeión de Jesús á, la vida pública cuando pasó
cuarenta días en el desierto, con mayor razón debería
darse una importancia capital á' la preparación apos-
tólica de Pablo en Arabia. AIIí fué sobre todo donde el
Maestro trabajó eI earazôn y el espíritu del nuevo discí-
pulo, y adornó el vaso do elección destinado á los genti-
les. Cuando, en el fondo del Cesierto silencioso, el alma
Be remonta, en alas de Ia fe y del amor, hasta las es-
feras superiores más allá de las cuales comien za eL mundo
divino, Dios le deja entrever horizontes infinitos y oir el
lenguaje revelador gue explica los misterios. La historia
.de la fglesia cuenta la transformaeión prodigiosa de algu-

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LÀ OBBÀ DE LOS ÀPóSTOLES

nos santos en la soledad; mas icuán lejos estuvo todo eso


de lo que Dios reservaba al hombre asombroso llamado á
ser el más valiente eampeón del Evangelio frente al mun-
do pagano! .
;En qué lugar de Arabia buscó Pablo un asilo? No e§
fácil decirlo. Muehos han supuesto (t) que el hijo de la L"y
fué á recogerse al pie mismo de aquellas rocas sinaíticas,
donde la Ley había sido promulgada; como si, antes de
romper con el mosaísmo, hubiese querido contemplar el tea'
tro mismo cle la antigua revelación y recibir la nueva con-
trasefla cle Dios á la hunT anidad, allí mismo donde esto
Dios había antiguamente hablado á Israel detrás de una
cortina de rayos. iNo fué en aqueilas eavernas del Horeb
donde había ido á recogerse el más grande de los profetas,
Elías, huyendo de la cólera de Jezabel? (2) Y allá' vió át
Dios. Estos viejos recuerdos cooservaban algo que seducía
al nuevo discípulo del Evangelio. Puede, por tanto, encon-
trarse natural guo, tomando oI camino del desierto y hu-
yendo de la soeiedad de los hombres, Pablo hubiese ido á
ocultar las emoeiones de su corazín aI pie de aquellas eimas
sagradas donde todo hablaba de Dios, de su poder y de
su misericordia frente á, Ia humana fragilidad. Nada
'más á propósito para sumir al alma en un sobreeogimion'
to piadoso que la majestad sileneiosa de aquellas gargan-
tas sombrías y abruptas. Allá, y desde muchos siglos antes
que ol Cristianismo levantase sus monasterios y sus ora-
torios, la mano del hombre había cavado asilos profundos,
á través de las rocas de gneis y de granito que habían vis-
to pasar á Moisés, Aarón y al pueblo de fsrael. A los gren-
(3).
des servidores de Dios les gustaba de esconderse en eilos

Lightfoot, Galat,I, 17).


(2) fff Reyes, XIX, 8.
(3) En uno de ellos se retiró Elías ( III Reyes, XIX, 9).

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MON§EftOR LE CÀIIUS

iCuántos pensamientos germinaron allí, cuántas súplicae.


resonaron, cuántas lágrimas corrieron! Cuanto más se pien-
sa, en ello, menor sorprendente parece que uno de ellos"
sirviera de asilo á Pablo recibiendo, á través de los trans-
portes de su arrepentimiento y de su amor, el ovangelio
de Dios y 1, orden de ir á predicarlo á," la humanidad en-
tera. Aquellas intermitencias de clara luz y de sombrías,
tinieblas, por entre las altas montaflas que se yerguen á
pico por encima rle ios profundos barrancos; aquellas nu'
bes que de pronto suceden á las irradiaciones del cielo más
puro sobre las crestas rojizas del Diebel-Mugâ, del Deir y
del Serbal, donde algunas veces parece centellear aún la
huella de los pies de Jehová, están en completa armonÍa
con las impresiones del alma, ora aruebatada en éxtasis
ante el amor de Dios, ora triste en el hastío de sí misma.
En el mundo hay pocos sitios más imponentes que aquéI..
El corazón del hombre siente allí el esealofrío religioso de,
un terror santo. Apenas si el silencio de aquella naturale-
za salvai., y por tanto hermosa en sus horrores, es inte-
rrumpido por el canto monótono de algún peregrino, que
hace rodar, bajo los pies de su dromedario, los guijarros
que cubren eI camino y cuyos colores variados recuerdan
los capriehosos tapices de Oriente. El Dios que por allí
pasó, dejó vestigios, no solarnente de su rayo en los picos
desnudos, pero sobre todo de su sileneiosa majestad.
Sin duda que en Ia hipótesis de que Pablo hubiese ido á
oeultarse al pie del Sinaí, puede parecer extraflo verle, al
término de su retiro, subir directamente hasta Damasco,
para bajar de nuevo «lesde aIIí án Jerusalén, que había de-
jado en su carnino. Pero iquién sabe si el Seflor no Ie ha-
bía mandado inaugurar, en Ia misma Damasco, su aposto-
lado, diciéndole como á EIías: (Yete, vuélvete por tu ca-
mino, á través del desierto, hasta Damasco (1)?» áEste ca-
mino del desierto no era el más directo, el más frecuenta-
do, para subir hacia Damasco? iNo había inconveniento en

(l) III Reyes XIX, 15.

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LÀ OBRÀ DE LOS ÀPóSTOLEE

presentarso en Jerusalén antes de haberse estrenaclo en


€n otros puntos?
Si hay que buscar eI lugar de su aislamiento, no aI
sur de Palestina, sino al norte ó al este de Damasco, po-
dría entenderse que eI nuevo convertido se dirigió hacia
las tierras tan iristemente desierta§ que, más abajo de
Palrnira y más allá del Ilaurán, se extienden hacia el Eu'
frates, sin oasis, sin abrigo, sin recuerdos, sin vida, dejan-
.do en el alma Ia impresión del abandono completo, á fin
.tle mejor abrirla á las influencias de la gracia. Allá, en me-
dio de los nómadas de la Arabia desierta, habría podirlo
muy fácilmente proveer á" §u subsistencia ejerciendo §u
ofieio de cottstrucbor de tiendas. Sabido es que los pasto-
res clel desierto acampan todo el aflo, con sus rebaflos, ba'
G). En
io abrigos móviles, hechos con teiidos de Cilicia
este caso, aquellos representantes de la antigua vida ry-
briarcal f.rerór, el primer medio donde el nuevo convertido
ejereió su celo apostólico. De otra parte, leemos en los
geógrafos antiguos que Ia Auranítida, con Bostra, su ca-
lz). Aho-
[itu1, y Ia Traconítida formaban parte de-Arabia
i.a bien, esbas dos provincias eran limíbrofes de Damasco.
Quizás á ellas se reÍerÍa Pablo. AIIá se habría encontrado
en un retiro menos aislado, Porque en las llanura§ del
Ilaurán y las montaflas de Ledja había más de una ciu-
tlad importante; si bien es cierto que no faltan grutas sal-
vajes baio los onormes bloques de basalto.
Sea como Íuese, para Pablo, el desierbo con Jesús no
fué el desierto, 5r, êDcontrándose allí á solas con Aquel á'
quien amaba, rcalizô prontamente aquella transformación
radieal de su ser, que le autorizaba pal'a clecir: (Vivo aún,
ó mejor no soy yo eI que vivo, sino que Cristo vive en
6i (a).y

(r, Plinio, H.N.,YI, 32.


izi --
Estrabón, XYI, 2, rrlTolomeo, t,_tr,^26; Dión Casio, !lX,12; Jose-
fo,'8. J.r I, 4, ill Ant., XII, a, lI; y Eusebío, Onnmas., en la palabra'ropõtr11
(:l) Gal,at.r II, e0.

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CAPÍTUIO YIII

Pablo convertido predica en Damasco y en


Jerusalén

Pensamiento dominante de Pablo después de su permanencia en Àrabia, f


lo que éI llama su Euangelab.-Su predicación convencida y triunfante en
las sinagogas de Damasco.-Peligro que corre de parte de los judíos.-Su
evasión y su partida parâ Jerusalén.-Impresiones probables del viaje.-
Es sospechoso á todos en la Ciudad Santa.-Bernabé lo presenta ó loc
Àpóstoles.-La conferencia con Pedro.-Predicación á los helenistas.-
Persecución.-Partida pàrâ Cesárea y Tarso (EechosrIX, zz-zo; ff Cor.,
X[ az-sa; Galaü.,I, 18-Ig; Hech., XXII, 17-21).
De su retiro en Arabia, que parece haber durado cerca
de tres afi.os, desde el fin del aflo 33 hasta el otoflo del
aflo 36, volvió Pablo, totalmente lleno de Dios y de las
inspiraciones que había recibido. Éstas constituyen su
Eaangelio, es decir, sus miras sobre Ia religióo y más par-
ticularmente eobre la admisión de los gentiles en la Igle-
§ia.
Para los otros Apóstoles, el mundo debía hacerse prime-
ramente f udío y después cristiano. La salud no era sino pa-
ra los hijos de Abraham y los circuneiro.. Á Pablo, JesúÁ le
ha revelado desde luego que no es útil conducir el mundo
pagano á la Sinagoga para hacerlo llegar á la Iglesia, ó dar-
le la circuncisión para disponerlo al Bautismo ê). El Re-
dentor ha venido á salvar, no á los hijos de Abraham, sino.
á los hiios de Adán, y ofreee Ia salud, no á través de la
ley de Moisés, sino á.través de la Cruz. De tal suerte Qüo,
ei la Ley ha sido buena para conducir á Jesucristo, des-
pués de Él resulta inútil, y se puede sin ella alcanzar la

(t) Oalat.r I, t6; Hech.,IX, l5; XXII,2r;XXYI, U-r8.

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I,À. OBBÀ DE LOS APóSTOLE§ zLb

salud. He aquí por qué, según el Evangelio de Pablo, no


es ella lo que hay que predicar, sino la gracia, graeia que
sale de Dios Padre, el cual, por un deereto eterno, escoge
á sus elegidos; gracia que Be personifiea en el Hijo, eI cual
nace de la mujer para pagar el reseate de los culpables, y
elava en su cttJz, completamente desgarrado, en testimonio'
de nuestra libertad reconquistada,el acta vergonzosamente.
suscrita de nuestra servidumbre; graeia que se posesiona
enteramente del hombre, y lo eleva: por el aeto de fe y la
perfecta caridad, hasta la vida misma de Jesucristo, Para,
hacerlo coheredero de su gloria (t).
Todo esto constituía un conjunto armonioso y una sín-
tesis tan vasta oomo poderosa, hüI capaz de sublevar de
entusiasmo el alma del nuevo predicador. Por esto debió
dirigirse á Damasco, no menos impaeiente de llevar allá la
verdad y la salud, que Io había esbado en otro tiempo de
sembrar la persecución y l, violencia. Su corazón estaba
trabajado por el deseo de haeer conocer á Jesús. El silen-
cio del desierto no había hecho más que excitar ese deseo
ardiente de hablar en nombre del agradecimiento y de la
verdad. Reapareció, pues, en las sinagogas de Damasco,
pero esta vez ampliamente instruído de Dios, maduro por
la rneditación, poderoso por Ia pleua posesión de la luz y
de Ia earidad. Era el propio Esteban devuelto á la Iglesia.
Ya no se contenta con afirmar, deserrvuelve su ensefi.ànza,
lucha cuerpo á euerpo con sus eonbradietores y los ven-
ce (2). EI fondo de su tesis era exactamente el mismo de
los primeros días de su conversión; pet'o el desenvolvi-
miento debía ser más abundante y mejor variado. «Jesús
es eI Cristo»-decía-y la lucha se entabla en torno de
osta aÍirmación. Como su sentimiento personal de esta
(1) Epístol«,s passim.

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2t2 MON§ENOB LE CAMU§

verdad sólo tenía, en el fondo, valor indiscutible pare ét


mismo, en lugar de contentarse, como antes, con entusias-
tas deelaraeiones, le convenía apelar á argumentos toma-
'dos de la Escritura, y mostrar, por orden sucesivo, la ley
insüituída únieamente para condueir á Jesucristo, la eco-
nomía antigua convirgiendo toda entera haeia É1, á" loe
proÍetas anunciándole de edad en edad, y los últimos
acontecimientos realizados en Jerusalén estableciendo de
la manera más irresistible que Él había venido. Desgra-
eiadamente, un argumento bien fundado no asegura siem-
pre su triunfo. El hombre guarda siempre el poder de re-
sistir á la verdad, y con frecuencia le asalta la tentación,
como tlice San Juan Crisóstomo, de responder á los meio'
res silogismos con el más detestable de los argumentos, el
de la violencia. Á p"blo algo se le alcanzaba rle eso, pues
otras veees se había servido cle é1 para eon los de Jerusa-
lén. Ilaeía tres aflos que duraba la predicación (1), y en
este largo espacio de tiempo, el novel evangelista había
causado la más viva imprêsión en el pueblo. Los judíos
de Damasco, exasperados por su tesis: Jesús es el Crieto
I{iio de Dios, .o.rtpirrron para apoderarse de Ét y matarlo.
Poseyendo.el poder del número y la influeneia de la fortu-
na, se eonvinieron con el-gobernador de la eiudad (2), un lu-
garteniente de Arebas (3), re;, de Arabia, que se prestó gus-

(l)Go,l.,T,18: Hech.,IX, 2:], dice: fip.tpat Íruvaí.


(z)Algunos han supuesto que este gobernaclor era uno de los etnarcas
encargadosdegobernarálosjudíos en lasciudades en queerân muy nu-
merosos ( Ant., XVI, 7, 2; XIX, 5, 2, etc.) AquÍ, esta suposición no tiene fun-
damento, porque el gobernador de quien se trata mandaba Ia guarnición
( f I Cor., XI, 32).
(B) Se ha preguntado cómo Damasco podía estar bajo Ia jurisdicción de
Aretas, rey de Petra, en Arabia, cuando está probado que la Siria damasce-
na había sido conquistada mucho tiempo antes por Pompeyo, á continua-
ción de las guerras contra Mitridates. Muchos han supuesto que el rey ára-
be la había ocuparlo á viva Íterza, en ocasión cle su guerra con Antipas. Es
nás probable que Oalígula, recordando que en otro tiempo los emires de
Petrá habían sido los dueíos, la había puesto de gracia bajo su dominación.
Se sabe, en efecto, que este emperador puso empeflo en tratar como enemi-
g e Tibe.rio, sus favores
p enemrgos en, Tibe_rio
ento mism gPbernador
'h

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LÀ OBRÀ DE LO§ APóSTOLES 218

toso á sus deseos. Puso guardas en las puertas para dote-


ner al joven tarsense, si, de día ó de noóhe, tratába de es-
'capar; y al propio tiempo, y por toda suerte de astucias,
se procuraba saber dónde se ocultaba y atraerlo á un&
emboscada. Pero la fidelidad de la pequefla comunidad.
damascena le defendía victoriosamentã contra todog.
Cuando se vió que estaba estrechado de cerca y corría pe-
ligro de ser cogido, imaginaron bajarlo con ,yúd, de un
serón hasta el pie de las murallas, por la ventana o) de
una casa que dominaba el reeinto fortificado, ó gue so
abría en el mismo muro. tz) Se ve todavía en Damasco

14 T. IV

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2L4 MONSSNOB I,E CÂMUS

(1)t
aberturas que podrían servir á una evasión semeiante
Para Pablo, arrebatado así á las manos de sus enemigos,
comenzaba la serie de perseeuciones que en lo sucesivo le
acompaflarían durante su vida, y que con tanta elocuencia
(2).
describió en su segunda carta á los corintios
Solo, en medio de la noche, á un paso de sus enemigos'
perdido si era sorprendido, com enzó á sentir que el apos-
tolado era una obra, no solamente de entusiasmo, sino so'
bre todo de paciencia y de valor, un martirio como el det
primer predieador del Evangelio, Jesucristo. La tradieión
muestra todavía, no Iejos del cementerio cristiano, cerc&
de la vieja vía romana, un antiguo bloque de hormigón ca-
vado en forma de bóveda, donde Pablo se habría ocultado-
en el momenbo de su evasión. Es un resto de una antigua
iglesia, á Ia que, de otra parte, pudo vincularse algún im-
portante recuerdo. Pablo no tuvo que reflexionar mucho,
p"r., determinarse á tomar en seguida el camino de Jerusa-
iA". nU estaba la silla del apostolado primero y ofrcial, allí
debía pedir y obtener la consagracióu de su apostolado'
extraordinario. Comprendía gue, para hacer algo útil y
duradero, debía ver á Pedro y conferenciar con é1. Partió,
pues, para Ia Ciudad Santa, sin detenerse en evangeli-

awn Pays Bibliq., vol. II, 305 Y sig).


(2) f f Cot"., XI, 23'27.

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LÂ OBEA DE LOS ÂPóSTOLEB 2tí
zàr los lugares por donde pasaba G). su pe.samiento era
emprender nada antes de ponerse de acuerdo con el
19
Colegio Apostólico.
iQué emoeiones debieron embargar su arma, al pasar de
nuevo por el mismo camino que había seguido, ciieo af,os
l"_t-o., pero con muy diferentes disposiciones! En su ruta se
hallaba el iugar donde Jesús le hatía aterrado y transfor-
de su gloria, aquel Sinai, don- .

de Ia nueva l.y. ;Con qué


es orar y ofrecer su acción
a y cuantas lágrimas debió
io, las amenazas fanáticas,
las maldiciones que hasta entonces habÍa multiplicado!
Después, cuando se aeereó á Jerusalén,
lqué paraielo cle-
bió su alma establecer entre el Templo y'el calvario! allá
a.bajo, á' la_izquierda, el inmenso y edificio, víe-
timas en lo eueesivo superfluag -mrjertuoso
sÍmbolos que ya no tenÍa n razón de"" se
derecha, sobre la roca del Gólgota, Ia
invisible para el ojo del iudaÍsmo, pero terrible y gloriosa,
sangrient* y saludable, única viviãnh y de pi"
io", Io, si -
glos de los siglos, luminosa y adorable dulaote á" .o alma
creyente; la vieja sión desrrroeciéndoee en la sombra, la
nueva levantándose en la loz, y é1, por la gracia del
cru-
cifieado, tránsfuga de aquélla y caÃpeón de ésta! No se
necesitaba más para mantenerio en éxiasis ante la extraf,a
visión. al pasar eerca del campo donde Esteban ha sido
apedreado (2),. dedicó sin duda ún piadogo reeuerdo á
aquel
en cuya muerte había consentido. Nos parece verlo mi_
rando ora el sitio desde el cual, sentado, [rabía animado el
fanatismo de los asesinos, ora el lugar donde había caído
el noble mártir. oyó, más con-ouuJor* que nunca, la sú-

a Epístola y
olH;d"â1:

amino por el cual entró en Jerusaléu.

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216 MONSENOR LE CÀMU8

plica horoiea de la víetima en favor de sus verdugos. À


ella, quizás, debía su transformaeión religiosa. Con efu-
sión, Lesó la tierra dondle gritaba todavía la sangre del
jrrsto. De allí salía una palabra de pazy deperdón. Cuan-
do se levantó, quebra.ntado de amarqura y d" santas emo-
eiones, clebió deeir á Dios, puesta la mano sobre su cora-
z6n; (Yo le maté, pero siento aquí algo eon que hacerlo re-
vivir.)
En efeeto, etttró en Jerusalén, dispuesto á sufrirlo todo
,y á, atreverse á" todo por Ia gloria de En sí
_Jesueristo.
misma, su situaeión tenía alg cle falsa. Los amigos de an-
tes no podían ahora ser strs amigos: había defraudado sus
esperanzas. En cuanto á los eristianos, iiban á ereer en se-
goi,l, u., la sineeridad rle su eonversió, y abrir sin des-
sus brazos á aquel , ue había sido el m:1s cruel
"oofi*ora
cle sus ad.versarios? La llisboria Sagrada no nombra la casa
en que recibió hospitaliclarl. Seguramente no fué ningurra
cle tás rniembros del Sanedrín, que Io habían enviado á Da
masco en calidad de terrible inquisidor, I á quienes habría
llevado, como resultado de su misión, la nueva de que él
mismo se había hecho eristiano.
sea lo que fuese, desde los primeros días, vióse qu9 Pa-
blo no era, el mismo hombre. Buscaba la soeiedad de los
diseípulos, y quería formar parte de susas ambleas. A ello
tenía pe*feóio derecho; porque si antes habÍa sido eI ad-
,rer**.io de Jesús, eneontraba ahora, en el fondo de su
aima. Ios más poderosos motivos para seflalar su sitio
entre sus más sinceros annigos. Desgraciadamente, en
Jerusalén, apenas se había sabido nada de su visión en
el eamino d; Damaseo, y, en todo caso, más de cinco
aflos habían transcurrido sin que él hubiese dado otras
pruebas públicas de su eonversión. Sus
ãioo"t y el peligro que había eorrido en
sas ignôradas todavía en la Ciudad San
demóstrarle alguna confia,n'aa. Por tan
neeesidad de ãoosolarse con alguien, pues debía sufrir
cruelmenbe por su rompimiento con todos sus maestros 54

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LA OBRA DÚ LO§ ÁPó§TOLE§ 2L7

amigos fle otro tiempo. De ordinario no se pesa bastante


lo que hubo de heroico y de humanameute inexplicable en
la conversión de Pablo. Ifn filósofo inglés escribió un libro
para, demostrar que en ella hay un argumento deeisivo en
Íavor de la divinidatt del cristianismo (1). Su tesis es irre-
futable. Pablo, pasando á la nueva religión, sacrifica con
sus más Íntimos afectos, sus prejuicios, sus ideas más arrai-
gadas, la gloria á que tenía derecho entre los hiios do la
Sinagoga, en una palabra los triun{os más ciertos. A los
treinta aflos, era el hombre de confia:nza de su partido, y
obüenía del SanedrÍn credencizrles para la más grave de
las empl'esas. Renunciando á, todo esto (2), se obstina en
adherirse á la joven fglesia, modesto rebaflo sin conside-
raciórr públiea, sin ÍbrbuD&, y,hunranamente hablando, sin
porvenir. Por af,adidura, esta Iglesia, desconfiada, lo re-
cha,za. iQué extrafla tenacidad la cle querer entrar de to-
dos modos en ella, para vivir pobre, perseguitlo, maidito,
si no hubiese sido arrastrado por un móvil sobrenabural é
irresistible como la verdad! Se dirá QUe, para ciertas al-
mas exalüadas, los extremos se tocan, I gue, sin motivo,
cou frecuencia, por casualidad ó por eapricho, pasan do
uno á otro con el ardor del iluminismo. y pr:ecipitan sug
contradicciones sucesivas con toda la violencia de Ia cegue-
ra y lo imprevisüo de Ia sinra zót. Peto Pabio, á pesar del
fuego sagrado que arde en su corazón, no es en modo al-

_ (I) Lyttleton Obseraatiomsontheeonaersionamd, a1tostleship of St. Paul,.


London, 1727. Este trabajo muy concienzudo ha sid.o rei-pru.o nruchas ve-
ce§.
(2) El poderoso argrmento sacado de la conversión de Pablo al cristia.

nue do esto guarda la menor relación con lo que Pa-


blo en sus cartas á personas que conocían su àrigen
§uj

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2I8 JUONSEfrOB, .LE CAMU§

guno un iluminado; razona su fe, desenvuelve sus doctri-


nas, edifiea su teología con una lógica tan rigurosa, que
doede el solo punto de vista humano, aventaja infinita-
mente las más grandes y las más sólidas concepciones de
todos los filósofos. Ni el hombre ni la obra se comprende-
rÍan, si se quisiese suprimir á Jesucrisbo, que es el único
que transformó á aquél y sostiene á ésba.
En el mismo momento en que la prueba era nrás aguda
pera eI joven prosélito, Dios envió á, un hornbre que le
había conocido quizás en Tarso,-I, isla de Chipre no dis-
taba Ducho,-quizás en Damasco, quizás en fin en las si-
nagogas helenistas de Jerusalén, en la época de las grandes
luehas de Esteban. Este hombre era el levita eipriota
Bernabé, verdadero hijo de Consolación ó d,e Per,suosión,
como lo indicaba su nombre, v á quien hemos visto entre-
gar generosamente sus bienes en la comunidad cristiana.
Primeramente amigo de juventud y confidente ahora en
la angustia, Bernabé mostró para con Pablo una caridad
verdaderamente cristiana. Le tomó por la mano y lo pre-
sontó personalmente á los Apóstoles. En realidad, según
la Epístola á los Gálatas (1), que aquí hry gue tener á" la
vista para completar el relato, Pablo no conferenció más
que con dos de ellos, Pedro y Santiago, no el hiio del Ze-
bedeo, sino el pariente del Seflor. Esto no quiere decir
que en aquella fecha los otros hubiesen definitivamente
abandonado la Ciudad Santa. Sin duda, §e los podría su-
poner dispersos en Palestina, donde se fundaban entonceg
numerosas iglesias, pero más probablemente se eneontra-
ban aún todos en Jerusalén (2). Bernabé refirió que el Se-
flor se había aparecido al perseguidor en el camino de
Damasco y lo que Ie había dicho. Afirmó gue, por esta
manifestación muy cierta y realmente divina, Saulo había
(I) GaL,1,18-19.
(2) Creemos que el verdadero sentido de la frase <No ui á otro alguno
de los Apóstoles,) en la Epístola á los Gálata,s, es que trató la cuestión reli-
giosa solamente con Pedro y Santiago. Qou vió á los otros, y que ellos, por
consiguiente, estaban en Jerusalén, parece decirlo el libro de los Hechou
«Bernabé, tomándole consigo, le llevó á los Àpóstoles.»

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LA OBBÀ DE LOS ÀPóSIOLT§ 2r9

sido por completo transformado. Afladió también que sug


animosas predieaeiones en Damasco, donde había pública-
mente glorifieado el nombre de Jesús, no deiaban ningu-
na duda sobre Ia sineeridad de su fe. Ahora bien, el que
así servía de introduetor á Pablo gozaba de gran influen'
eia en la comunidad eristiana, debida más aún á la eleva-
eión de su earáeter y á su elocueneia, que á sus recientes
generosidades para eon los fieles. El afecto que á Pablo
profesaba haeía particularmente persuasivo su lenguaje,
y aeabó por triunÍar de todas las resistencias. Pedro se
hospedaba probableurente en casa de María. madre de
Juan Marcos. Ahora bien, Marcos era pariente de Berna-
bé ttl. Por tanto, á, éste le Íué flícil haeer admitir ásupro-
tegido en Ia familia misma que era como el núeleo de la'
joven lglesia. âQué pudieron decirse Pedro y Pablo en su
primera entrevista, dos almas tan bien dispuestas para en-
tenderse, y de las euales Ia erítica más ciega quiso haeer
más tarde dos adversarios (2); el uno tan ávido de apren-
der, el otro tan autorizado para relatar? Pedro sabía Io que
le había enseflado el Cristo de la tierra; Pablo lo quo
aeababa de deeirle, en la soledad, el Cristo del cielo. Aquél
exponía los grandes hechos de la llistoria Evangélica,
éste las grandes doetrinas que de ellos resultaban, y uno
y otro estaban de aeuerdo para deducir de las obras de Je-
sús, de su muerte dolorosa, de su resurrección, la gran
idea que constituye el dogma eatólieo.
Todo induce á ereer que Pablo insistió mucho sobre la
voluntacl exDresa de Jesús, á propósito de la admisión di-
recta de los gentiles al bautismo. Esta era la misión á la
cual debía él consagrarse. Su primer deseo debió ser ex-
ponerlo lealmente al jefe de la Iglesia. En esta frase de la
Epístola de los Gálatas: (De los demás Apóstoles no vi si-
no á Santiago», mientras que deelara (haber confereneia-

(l) Colos.,IY, to.


(2) Esperamos demostrar claramente que todas las teorías que ven en
Pedro y Pablo ó dos jefes de partidos opuestos son el ataque más atrevido
á la verdad histórica y á la evidencia.

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MON§ENOTT, LE OAMU§

do eon Pedro durante quince días), áhay gue sospechar


un indicio del escaso eco que sus proposiciones relativas á
los gentiles encontraron en el pariente del Seüor, juclío
rigorista y totalmente consagrado al mosaísmo? No es pro-
bable. Pablo había querido ver y oir sobre todo al jefe; los
otros hablaban todos por su boca y Ie interesaban merlos.
Yivió, por tanto. muy fraternalmente con toda la comu-
nidad cristiaua,, ), para probar la sinceridad de su conver-
sión, §e presentó en las sinagogas de los lrelenistas y pre-
dicó animosamenbe á Jesueristo. 2Quería reempla zar allí
aquella voz elocuente de Esteban, que él había corrtribuí-
do tan cruelmente en apagar? iPrefería exponer ante un
auditorio menos judío teorías que parecían minar al judaís-
mo? Todo es posible.
Sea como fuese, la faerza de sus argumentos y eI ardor
de su palabra suscitaron pronto en Jerusalén una tempes-
tad no menos terrible que en Damasco. Sea por odio con-
tra el que debían calificar de renegado, sea por despe-
cho de ver á" sus doctores rebatidos por aquel tránsfu-
ga de Ia Sinagoga, los helenistas resolvieron tratarlo como
se había hecho con Esteban. Ni siquiera se tomaron el tra-
bajo de oeultar sus propios proyectos. En aquel tiempo, ha-
cia el fin del aflo 38, cuanto más el despotismo insensato
de Calígula se acentuaba en Roma, tanto más los procu-
radores se mostraban tolerantes en provincias; de suerte
guo, en Jerusalén, el parbido religioso creía que todo le
era permitido. Los discípulos, convencidos de que el fana-
tismo judío erà càpaz de llegar á, las últimas violencias,
quisieron determirrar á Pablo á alejarse en seguida; pero
él no era de los que retroceden fácilmente ante el peligro,
y si había consentido en huir de Damaseo para i á, ver á,
Pedro, no era de parecer, después de haberlo visto, de
abandon ar á, Jerusalén.
Fué preciso que el mismo Jesús se pusiese de parte de
aquellos(l). «Estando en oración en el Templo-dice el

(l) Hech., XX[, 17-21.

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LÀ OBRA DE LO§ ÁPóSTOLES 221

Apóstol,-fuí arrebatado en éxtasis, y le vi que me decía:


Date prisa, y sal luego de Jerusalén, porque estos no reci-
birán el testimonio que les dieres de Mí.» iSe creía Pablo
obligado á reparar el mal allí mismo donde lo había hecho?
lSuponía que su testimonio, tanto más decisivo cuanto daba
el más penoso mentís á" todo Bu pasado, acabaría por
triunfar de los que pensaban todavía como él mismo ha-
bía en otro tiempo pensado? La resprresta que dió á Je-
sús puede tener uno y otro sentido. (Seflor, dije yo, elloe
saben que yo era el que andaba por las sinagogas, metien-
do en la cárcel, y maltratando á los que creían en Ti. Y
mientras se derramaba la sangre de tu testigo Esüeban,
yo me hallaba presente, consintiendo en su muerte y guar-
dando la ropa de los que le rnatabau.)) EI Maestro reser-
vaba otro destino al discípulo. Pablo tenía que hacer
algo mejor que dejarse matar en Jerusalén: ser testigo de
Jesús entre los gentiles y el gran Apóstol del mundo
pagano. EI Seflor afladió: (Anda, QUo yo te quiero enviar
lejos do aquí hacia los gentiles.)
El ardiente discÍpulo acató esta orden, y conducido por
hermanos benévolos y abnegados, llegó hasta Ia Cesárea
marítirna(1), donde había una comunidad naciente, de la

(1) Sin razón han supuesto algunos que aquí podía tratarse de la Cesárea
de Filipo, porque Pablo (Galat.,I,2t), deja comprender que, partiendo de
Jerusalén, evangelízó á Siria y Oilicia. Mas no se deduce de este texto que
no hubiese emprendido esta evangelizaoión después de haber ido á Tar-
so. En todo caso podía muy bien haberse embarcado en Cesárea de Pa-
lestina para Tarso y haberse detenido en Sidón, en Tiro ó en Seleucia, el
puerto de Antioquía. El verbo xarínayov, por otra parte, se entiende mejor
de viajeros que haja,n hacia el mar que no de gentes que habrían subido ha-
cia la Galilea superior, del mismo modo ctrtte é{at-éoret}ray indica más exac-
tamente Ia acción de los q:ue eapid,em á alguno por un medio de transporte.
Por lo demás, el nombre Cesárea, sin otra indicación, indica siempre en
nuestros Libros Santos la Cesárea marÍtima (*).
(*) Los intérpretes convienen en que aquí se trata realmente de Cesá-

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I
UONSEfrOB LE CAUIIB

que diiimos algunas palabras á, propósito del diáeono


Felipe, que allá ee había caeado. El nuevo Apóstol, arran-
cado de esta suerte al peligro, fué probablemente eonfiado
-á un navÍo quo partía para Siria y Cilicia. En aquellas co-
marc&s debía encontrar un medio menos trabajado por el
fanatismo de loe fariseos y auditorios más tolerantee.

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I
TERCERA PARTE

EMANCIPACIÔN DE LA IGLESIA EN ANTIOQUÍA


Ô T,a IGLESIA DE LoS CBISTIANoS

CAPÍTULO PRIMERO

Una visita pastoral de Pedro


,
ildea que Pablo dejaba á Pedro al abandonar á Jerusalén.-Pazgeneral y
desarrollo de la joven Iglesia.-Causa religiosa y sobre todo política.-
Calígula quiere ser adorado de los judíos.-Pedro visitando las comunida-
des cristianas.-En Lidda cura al paralítico Eneas.-En Joppe resucita á
la caritativa dama Tabita.-Permanencia en casâ del curtidor Simón. (.ãe-
ehosr IXr Sl-4:3;)

Todo nos mueve á creer que el gran objetivo del viaje de


Pablo á Jerusalén había sido el de proponer á Pedro la cues-
tión do la evangeli zación de los gentiles. EI nuevo eonverti-
do se sentía deputado para este ministerio, pero no le conve-
nía abordar de frente todas las repugnancias y encargarse
de la direeción de la Iglesia, á la que acababa de ser admiti-
do. Se le ha atribrrÍdo á Pablo el obstinado carácter de re-
volucionario, á Io menos de reformador violento. No hry
nada de esto, y el solo hecho de haber contado como un
importante suceso Bu amonestación á Cefas (1), en una cir-
cunstancia en que todos los dereehos estaban de su parto,
prueba sufrcientemente el respeto que le tenía. Los pasa-

(l) dol,.,IÍ,tt.

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MON§EfrOIT, L.U CAtril.US

ies de sus Epístolas, en los que se supone que alude á una


lueha sorda entre él y el jefe de los Apóstoles, han sido.
muy mal eomprendido§, y no hay ningún motivo serio para
eonfundir á Pedro con los partidarios de la circuncisión.
En una institución absolutamente auboritaria tal como,
según su constitució. divina, debe ser la Iglesia, los más
prudentes y los más fuertes son, no aquellos que quieren
traer por sÍ mismos, por' §u iniciativa p.ivada, las grandes.
reformas, sino los hurnildes y los moderados que procuran
hacer aceptar sus ideas por ia auboridad jeráryuià, d";"o.
do para quien tie,e de.echo á ello el cuidado de seflalar
el tiempo, el lugar y los medios de pouerlas oficialmente-
en práetica. Nada es rnás admirable que el poder de asi-
milaeitin rápida, de preparació, prudente, de ejecución
errérgica que ha caracterizado a los sucesores de Pedro,
siempre que se ha tratado de llevar á cabo una gran
reforma en 'la sociedad eristiana. Pablo, á pesar dol
ardor de su temperamento y de la certeza de tener raz6n,
se guardó de provocar una revolución. Había hablado á
Pedro en particular; Ios sucesos producirían el conveniente
resultado. Por su parte, llegado á, Tarso(1), conenzó á,
ejercitar su celo sin ruido, pero no sin fruto. Con esta fa-
se de su vida hay que relacionar la fundación de las Igle-
sias de Cilicia, de las cuales hablaremos más tarde (2).
Su salida de Palestina permibió á la comunidad cristiana
recobrar Ia saludable paz de que desde algún tiempo goza-
ba. Segúrr toda probabilidad, esta tolerancia para la nue-
va religión se remontaba á Ia conversión misma deljoven
perseguidor. Pero hay que eneontrarle obra causa, que, por
otra parte, la historia nos indica. EI judaísmo experimenta-
ba entonces mayores inquietudes. En efecto, para é1, una
secta salida de su seno y del que no se había todavía visi-
blemente desprendido, pues los discípulos de Jesús conti-
nuaban,á pesar de sus predicaciones en apariencia poco or-
todoxas, observando la Ley y honrando eI Templo, no era.
(1) Eech.r IX, ao.
(2) Ecch, XY,23, 41.

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LA OBBA DE LO8 APó§TOLES

'más que un peligro menor, en preseneia de dos legiones


romanas y de todo un cuerpo de auxiliares, reunidos en
'Tolemaida,
baio las órdenes de Petronio, gobernador de
Siria, para ejeeutar un sacrílego eaprieho del loeo en cu-
yas manos estaba entonees la suerte del mundo.
Corría el aflo 40 de nuestra Era. El sueesor de Tiberio,
'Cayo Calígula, hijo de Germánico, después de haber per-
dido en una enfermedad, á eonseeueneia de sus disoltreiones,
enfermedad que hubiera tlebido costarle la vida, la eseasa
razón de que estaba rrrovista su cabeza de epiléptico y de
alueinado t1), se e.iereibaba en asombrar á Roma y a,l univer-
so entero con la extravaganeia tile sus deseos y la multipli-
ci«Iad de sus crímenes. Si el poder absoluto, aun disfrutado
durante largo tiempo, produce vérbigos á los hombree meior
equilibrados, ;á qué eriminales loeuras no debía exponer
al triste personaje que, debilitado ya por algünos aflos de
disimulo y de perpetuo temor, pasó súbitamente de la vi-
-da humillada á la extraordinaria categoría de seflor del
imperio romano? Calígula, salido de la oseuriclacl en que
se había eneerrado para vivir, y viendo de un golpe el
universo entero bajo su eetro, imaginó que se había con-
vertido en dios, y quiso serlo. (Los que conducen los
bueyes, las ovejas y las cabras-deeía,-no son ni toros,
ni earneros, ni maehos eabríos; son seres de una natura-
leza superior, §on hombres. Así, el que eonduee ?L to-
doslos hombres no podría ser un hombre, sino un dios.» Y
se le vió disÍrazarle de Mereurio, de Neptuno, de Apolo.
Tuvo su templo, sus saeerdotes, su estatua de oro. Des-
graciadamentã, la iclea tle ser dios no le inspiraba la idea
de ser bueno. Su divinidad se eiercitaba en sof,ar y en co-
meter las más abominables erueldacles. Por celos de his-
trión, cle retórieo. de eochero, derramaba torrentes de san-
gre. Por codieia, multiplieaba las proseripciones, y, sin
motivo alguno, hacía morir á aquellos cuya hereneia espe-
raba. Jugaba cruelmente con la virtud, el honor, las dig-

' (1) Suetonio, C. Culí.qula,L.

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MON§EfrOR LÉ CAMU§

nidades públicas, el genio, y se reía de sus sanguinarioe


triunfos. Sabido es quo el miserable había llegado á doplorar'
que el pueblo romano no tuviese más que una cabeza para
derribarla de un solo tajo (t). Todo lo que eramonstruoso sen-
taba bien á aquella naturaleza enferma, y pasaba el tiem-
po en soflarlo y en querer realizarlo. Edificar una ciudad,
ora en medio del mar, ora en un pico de los Alpes; eehar
una vía romana sobre las olas, desde Bayas hasta Puzolo,
y recorrerla á caballo como briunfador; elevar los profun-
dos valles, suprimir las albas montaf,a§, en una palabra, lo'
imposible'baio bodas las formas, le parecía eI único entre-
tenimiento digno de los dioses, y en él se ejercitaba para
probar su divinidad.
Ahora bien, un día se le dijo á este loco peligroso guo,.
si todos los pueblos de la tierra reconocían su naturaleza
superior y so arrodillaban ante sus estatuas, había ullo,
el pueblo iudío, que se negaba y se obstinaba en no
jurar por el nombre de César. La delación llegaba de AIe-
jandría, donde habían estallado disentimientos violentos
entre la población greco-egipcia y los israelitas, é iba di-
reetamente al blanco. En efecto. el furor de Calígula Íué
extremo. Dos bufones, Apeles el esealonita y Helicón eI
egipcio, cuidaron, por otra parbe, de atizarlo. Al punto so
dió orden á Petronio de ir á erigir, en eI Templo mismo'
de Jerusalén, la estatua del emperador y de haeerla ado-
rar en lugar de Jehovér". La naeión judía debía perecer has-
ta el último de sus representantes, si la orden del seflor
no se cumplía. Nada más abominable podía ser anunciado
á los hijos de Israel, y se comprende que en aquel momen-
to olvidaran todo Jo que separaba á los celadores de Moi-
sés de los discípulos de Jesueristo. Por lo demás, hay que
convenir en que su actitud fué heroiea, y no se puede me-
nos de admirar Ia energía de este pueblo exüraordinario,
siompre que su religión era amenazada. Josefo y Fi-

(t) Séneca, De fra, III, 19; Suetonio, C. Calíg., XXX; Dion Casio,
LIx.

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LÀ OBBÀ DE LOS APóSTOLES

lón o) nos lo presentan corriendo en masa ante Petronio,.


ora en Tolemaida, ora on Tiberíades, en grupos de hom-
bres y mujeres, divididos según sus edades, y haciendo-
resonar el aire con sus lamentos. Tenían cubierta de eeni-
za la eabeza, y las manos atadae á la espalda, como unos.
miserables condenados. En vano quería Petronio con-
vencerlos de la locura de resistir al seflor del mundo.
A todas estas exhortaciones, respondían: (No ![rore.
mos combatir, pero queremos morir antes de ver violada
la luy de nuestros padres.) Cuarenta días permane-
eieron en aetitud suplieante, echados en tierra, presen-
tando el cuello á la espada de los soldados romanos, tro-
gándose á sembrar sus tierras, y no queriendo otra pers-
pectiva que Ia muerte, si eI Templo debía sufrir realmente
una profanación tan odiosa. Petronio no resistió á esta
demostración de una fe que un escéptico podia no com-
prender, pero que un vérdadero romano tenía que admi -
rar. Procuró primeramente ganar tiempo encargando á los,
artistas de Sidón que fabrieaban la estatua del núevo"
dios, que nada deseuidasen para entregarle una obra
maestra. Después, acabó por determinarse á eseribir al em-
perador los obstáculos que le detenían, el hambre inminen-
te, porque el pueblo se negaba á sembrar, el levantamien-
to general del país, la muerte de toda una nación á Ia que
era preciso, no eornbatirla, sino degollarla. A riesgo de
perder su propia vida, pidió nuevas órdenes. AI mismo
tiempo, una diputación de judíos de Alejandría llegaba á
Roma, para suplicar, de su parte, al dios Calígula que re-
trunciaee á hacerse adorar en las sinagogas de Egipto. Fi
lón, más que octogenario, y uno de los hombres más dis-
tinguidos de aquel tiempo, figuraba en el número de los
embaiadores. El nos ha legado un relato conmovedor de.
esta dolorosa entrevista, en la que unos emisarios absolu-
tamente respetables por sus convicciones y sus virtudes,
tuvieron que humi[arse á, los pies de un loeo y eontar
.og * omnipotencia. Después de haberlos hecho correr de,
(l) Ant., XYIII, 2 y sig.; Legat. ad, Caiwnra, XIII-XYII.

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MON§EfOA LE CÀMUS

Roma á Campania y de Campania á, Roma, dignóse por


fin Calígula reeibirlos en la casa de Meeenas, que acababa
de unir á la de Lamia, cuyas nuevas magnifieeneias en
aquel día visitaba.
Ante aquel personaje estrambótico que se llamaba el em-
perador, de alta estatur:a, pero mal proporeionada, de tez
pálida, de ojos hundidos y feroees, que ora se eiercitaba
como un actor en tomar aires terribles, orà quería echár-
selas rle clios, vestido de un manbo pintado y esmaltado de
piedras preciosas, arrastrando un largo vestido de seda,
llevando brazaletes y ealzado de mujer, y con frecueneia
una barba de oro, agiranrlo en sus manos febriles el eadu-
eeo de Mercurio ó el rayo de Júpiter (1), se postraron tem-
blando. Desde las primeras palabras, Calígula los inte-
rrumpió reprochándoles brutalmente el no querer adorar-
le. Después de las chanzas *ág groseras, haciéndolos
correr jadeantes detrás de él de sala en sala, escuchándo-
los un momento, alejándose al instante, los despidió en
estos términos: (Pobres gentes, son más locos que malva-
dos por no saber que yo soy dios.»
Era aquella una époea extrafla, on que el mundo entero
obedeeía á un monstruo seme.jante. Así se comprende la
desesperación de los judios cuando vieron güo, á pesar de
toclas sus embajadas y súplieas, el horrible sacrilegio
sería consumado. Por toda respuesba á las prudentes re-
presentaeiones de Petronio, el emperador le hizo eseribir
la orden de suicidarse, si no quería ser degollado por el
verdugo. Al mismo tiempo, el dios desatendido haeía va-
ciar en Roma su pqopia estatua, y se proponía, yendo á
Egipto, Ilegar hasta Jerusalén para instalarla en el Santo
de los Santos. En el frontispicio del edifieio sagrado debÍa-
se inscribir: «Templo del nuevo Júpiter, el ilustre Cayo.)
Afortunadamente, eomo lo había dicho Filón, euanto más
la causa parecía estar perdida ante el emperador, tanto
más debía esperarse ganarla ante Dios. El 24 de Enero
(l) Ant., XIX, J ; Suetonio, CalCg.,L. ez; Séneca, d,e Constantio,XYLlI,
d,e Benefi,ciis, Í1,12.

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LÀ OBBÀ DE I,Og APó8TOLE§

del aflo 41, la espada de Quereas, hiriendo al miserable,


vino de repente á" salvar la vida del honrado Petronio y
á devolv", ãl ánimo al pueblo judío, librando á Roma dãl
monstruo que la oprimía.
Pero este concurso de circunstaneias, tan lleno de peli-
gros y de sorpresas, no había contribuído poeo á mantener
la paz religiosa en Palestina. La Iglesia, no obstante com-
partir las angustias del judaísmo, trabaiaba en desen-
volverse y organizarce. Yemos güo, desde esta époea, con-
taba en Judea, en Galilea y en Samaria, con muchas comu-
nidades distintas viviendo vida individual, pero formando
una sola Iglesia (t). La misma fe, Ia participación en los
mismos bienes espirituales, la obedieneia á la misma ierar-
quía, de la cual Pedro era el jefe, el Obispo, ó el Inspeetor
principal, eonstituían desde entonces esta unidad podoro-
sa que rlebía asegurar Eu vida. Para meior afirmarl* y
mantenerla, aquel á quien Jesús había confiado el euidado
y el derecho de apacentar las ovejas y los eorderos, aquel
mismo Simón Pedro, que hemos visto siempre á,la caboza
dei Colegio Apostólico, salía de vez en cuando de la Ciudad
Santa é iba á eonsagrar con su presencia y su autoridad
los desenvolvimientos progresivos del Evangelio. Quería
ver de cerca y bendecir el bien que habían hecho los otros
Àpóstoles ó Evangelisbas. Su satisfaecwn debía ser gran-
de al comprobar que en todas partes, «en Judea, en Gali-
lea, en Samaria, iba estableeiéndose, proeediendo en el
temor de Dios, y llena de los consuelos del Espíritu Santo»,
corno dice el historiador sagraclo
En el curso de una de estas excursiones pastorales fué
cuando visitó á los santos ó la comunidad de Lidda. Lidda,
la a,ntigua Lod de los hijos de Beniamín (2t, y más tarde la
Diospolis de los romanos, que la reedifiearon después de
haberla arruinado (3), era, al deeir de'Joeefo (a), una eiudad
(l)
,iiadorLa verdadera lección es fi pàu oúv érx\qoío,, y so ve que, para el histo-
sagrado, la Iglesia es tuua, conteniendo las diversas Iglesias disemi-
nadas en las tres provincias de Palestina.
(2) f Paralip., YI[I, LZ; Esd,ras II, B.3, Nehenz., XI, B4.
(:i) B.J.,II, lg, 1; IY, 8,1.-(4) ÁrA.,xI;6,2..
16 T. IV

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f,ONSEiOB LE CAUTIB

bastante grande. Subsiste hoy todavía, aunguo muy dis-


minuída, en medio de una llanura agradablemento plan-
tada de olivos y de higueras, á una jornada de Jerusalén,
en uno de los eaminos que van á, J afa, en el burgo de Lud,
en el punto de donde partía la vía antigua que conducÍa
á Cesárea. No sería imposible que hubiese sido, desde aque-
lla época, el eentro de eierta corriente inteleetual. Sabe-
mos, en efeeto, por el testimonio de los rabinos, que, Poco
tiempo después, una eseuela célebre se había establecido
en ella y era dirigida, hacia el aflo 68, por Gamaliel, el
segundo de este nombre (1). El éxito de la Buena Nueva
medio semejante se explicaría con facilidadr püos
"úo
donde quiera que el espíritu humano se oeupaba en cosag
serias, había sibio para el Evangelio.
La llegada de Pedro fué un acontecimienbo considerable
en la pequefla eomunidad, y partieularmente dichoso Paüa
un. pobre enfermo llamado Eneas. iEra del número de los
fieles, ó simplemente pariente de algún discípulo? Nada
nos autoriza á' zanjar esta cuestión. Su nombre griego
haee tan sólo suponer que era, ó de origen pagano, ó por
lo menos judío helenista. Ilaeía oeho aflos que este pobre
hombre éstaba postrado en cama, ataeado de parálisis.
La reputaeión de Pedro, coho taumaturgo, había llegado
á Lidda. Sin titubear, lo fué presentado el snfermo. Pedro,
comprendiendo que un milagro aproveeharía á Ia eausa
del Evangelio, preguntó á Jeeús, en el fondo de su cora-
z6í, y el Mirestro apoyó su parecer. «Eneas-dijo Pedro,
Soflor Jesucristo te cura;levántate, y hazte tú mismo
-el
la cama.» Al momento se levantó; había recobrado el uso
de sus miembros. Todos los habitantes de Lidda y de la
llanura de Sarona, que eomprobaron el prodigio, conclu-

(l) Lightfoot, Clú?. cenÇXYL

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LÀ OBBÀ DE LOS ÀPóSTOLE§ 23t

diligencias que hicieron cerca del jefe de los Apóstoles los


fieles de una población vecina, Joppe, actualmente Jaffa.
{fna sef,ora muy caritativa y muy apreciada de la comu-
nidad cristiana acababa de rnorir. Nada sabemos, ni de
su edad, ni de su estado. iEra viuda ó virgen, consagrada
al servicio de los pobres? Nada lo indica; pero si su nom-
bre Tabita, que significa gacela, respondiese á sus cualida-
des ÍÍsicas, obligaría á concluir que en su continente ó en
su mirada, tenía algo de la gracia nativa ó de Ia dulzura
earacterístieas de este amable animal (1). Pero, prescindien-
do de toda relación Íísiea, era eostumbre dar á las jóvenes
el nombre de las flores más bellas ó de los animales máe
encanbadores. EI rle Doreas, en particular, guo es lo mis-
mo que Tabita, era muy común entre los griegos y los ju-
díos (2). Probablemente Tabita era de farnilia helenista.
Joppe, puerto de mar abierto á todos los extranjeros, era
una ciudad muy heterogénea. Por esto el historiador nota
que Tabita se llamaba también Dorcas, según qu_e se pro-
nunclara su nombre en siro'caldeo ó en griego. La exce-
lente sefr.ora llevaba una vida enteramento consagrada á
obras buenas y limosnas. Sin temor de engaüarnos, y con
respetuosa admiraeión, podemos saludar en ella la primo-
ra manifestación histórica de la Ilermana de la Caridad.
Pero todas sus generosidades no habían doblegado Ia cruel
muerte, y la iglesia de Joppe lloraba amargamente á' la
infabigable bienhechora que aeababa de perder. El dolor
era tan general que había sido necesario, contra todos los
uso§, transformar en una especie de capilla ardiente la
sala súperior de la casa, y exponer en uua camilla el ca-
dáver lavado y perfumado de la rnadro de los pobres (3). Loe
(r) Cant.,II, 9, 17; IV, s; YII, e.
(2) B.J.,IV, 3, s. Yayyihra Rabba, sec. l9: <Tabitha ancilla Gamalie-
lis.» (Y. Lightfoot, Uhorograph. ad, ,lfattá., XVIII. Lucrecio, IY, verso 1154,
etc. Eliano, Hist. ant., XIY, tl).
(3) La sala superior ó cenáculo, según dijimos, servía de oratorio, y esta
innovación de transformarla en una especie de santuario clonde cada uno
iba á rezâr en torno del cadáver de Tabita, revela el camino inmenso que
Ios discípulos habían hecho fuera del judaísmo. Nosotros visitamos en Jafa,
uno de los sitios tradicionales á los que va unido el recuerdo de esta santa

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232 IrloNsBi'oR rrE cÀuu§

recuerdos de bondad generosa, do amable dulzura, de tier'


na caridad, dan, aun á la severa fisouomía de los muertos,
algo así como una seduetora aureola que eada uno se com-
plaeía en ir á contemplar.
Sea que algunos hubiesen deseado seneillamente ver 'á"
Pedro presidir un duelo tan grande y moderar el dolor
general, sea que otros hubiesen coneebido la vaga esperan-
za de un rnilagro, enviaron á dos hombres para decir al
iefe de los Apóstoles: (Yen, sin perder un momento.» Pe-
rlro, eonmovido por tan triste nueva, siguió á los dos emi
sarios. Llegado á Joppe , á,la casa de la difunta, se le hízo
subir á la sala superior, esta vez, sin la menor duda, eon la
segunda intención de invitarle á dar una prueba manifies-
ta de su valimiento eerca de Dios. Eneontróse allí en
presencia del más conmovedor espectáeulo. Todas las po-
bres viudas soeoruidas por Tabita se habían reunido en tor'
no tlel leeho fúnebre, como para dar un asalto decisivo á
su eorazón. Cuando entró, eomenzaron, entre lamentos y
con aquellos gestos que caraeterizan toda escena patébiea
en Oriente, á. mostrarle los vestidos, túnicas ó mantos que
llevaban y que les había heeho Dorcas, la Gacela, cuando
vivía. H"y que haber visto un duelo fúnebre en aquel país,
para comprender los ruidosos panegíricos que cada pobre
debió pronuncíar á,la gloria de su bienhechora, Sin hacerse
cle rogar, algunos improvisadores toman por turno la pâ-
labra, -rr.el eoro de las lloronas no tarda en inventar un
esüribillo. Ante el eloeuente testimonio tributatlo á" la
earidad de Ia difurrta l, del dolor universal de los fieles,

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LÀ OBBÂ D.E LOS ÂPóSTO.tES

Pedro no Be mantuvo insensible, y resolvió pedir á Dios


el milagro que, sin atreverse á flecirlo, cada uno deseaba-
Habiendo despedido á la multitud, en recuerdo sin du-
da de lo que habÍa visto hacer al Maestrto (1), se quedó
solo con la difunta, y cayendo de rodillas, oró. La ora-
ción debió ser fervorosa. Las lágrimas ardientes de los
que lloraban á su caritativa bienhechora eran razones po-
derosas que podía alegar para tlefender, délante del
Seflor, la causa de tantos desgraciados. EI Maestro le
aüendió. Pedro tuvo eonciencia de ello, y, lleno de santo
entusiasmo, miró el cadáver exclamando: «Tabiba, l"-
vántate.» Y ia muerta abrió los oios. Y, al ver á" Pedro,
Be ineorporó en el iecho, como para rendirle homenaje.
Este le tendió la mano, y ella se levantó. Pedro, llaman-
do entonces á los fieles y á las viudas, les entregó viva á
aquella á quien tanto habían llorado.
Semejante prodigio üuvo una resonancia inmensa en
Joppe, y el nírmero de los que creyeron en Jesús fué con-
siderable. La eiudad era adc.más importante. Ifna tradi-
ción antigua la suponía construída antes del diluvio. Ja-
fet la ha bría más tarde reedificado, dándoie su nombre. Su
puerto. aunque rru;r expuesto á los vientos del sudoeste
y en parte obstruído por ias arenas, había seguido siendo
largo tiempo el írnieo puerto de Palestina. Allá habÍan si -
do desembarcados los maúeriales destinados para construir
el antiguo y el nuevo Templo (z). De ailí partían los na-
víos que iban át carnbiar con Occidente las riquezas de
Oriente, y á uno cle ellos subió Jonás (3) para evitar ir á
Nínive á cumplir la misión que Dios le había impuesto.
Más de una vez saqueada y reconstruída, Joppe había pa-
sado sucesivamel)te de manos de los judíos á las cle los si-
rios; después había sido conquistada por los romanos. y ora
concedicla, ora quitada á los iudíos, según el capricho de
los seflores de Roma. En aquel nromento histórieo y des-

(1) Mare.rv, ao.


(2) IÍ Pa,ra,lip., II, 16; Ed,ra,sr III, 7.
(3) Jond,srI,,3.

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MONBOfrOÀ, Ltr CÀMUS

pués de la deposición de Arquelao, había eido anexionada á


la provincia romana de Siria. La reeiente construeión por
I[erodes el Grande del puerto de Cesár'ea no había impe-
dido que siguiese siendo uno de los centros eomerciales de
la ebsba. La mezela de todas las naciones hacía de ella un
medio poco menos que independiente en preoeneia del ju-
daísmo ienírquico. Peclro juzg6 que, enbre esta poblaeión
de marinos, de obreros, de pequeflos mercaderes, era posible
hacer eonquistas para el Evarrgelio, .v quedóse ailá algún
tiempo. Sea que los ricos judíos hubiesen hecho poco easo
de él y de su predicación, sea que hubiese querido moe-
trarso sobre todo el hombre de los pequeflos y d* los hu-
mildes, albergóse en casa de un modesto obrero, Simón el
curtidor. Quizá también, siendo la profesión de Simón re-
putada impura por el judaísmo más correeto (1), Pedro ha-
bía querido mostrar que los diseípulos del Evangelio de-
bían libertarse de escrúpulos que no son ni el fruto ni el
principio de la verdadera piedad. Los eurtidores vivían
ordinariamente relegados á un mismo barrio. Tuvieron el
honor de tener entre ellos al jefe de los Apóstoles, que.
qrizá" durante muehos meses (2), eiereió allí su ministerio.
Todavía se ensefla en Jaffa, no lejos del faro, una casa que
ocupa el sitio tradicional de aquella en que habría recibi-
do hospitalidad. Es una pequefla mezquita, construída so-
bre una antigua iglesia. En los muros muy gruesos se ven
vetustas piodras, y el adoquinado, así como las dos hiladas
inferiores del edifieio, se remontan á una fecha no menos
lejana. El manantial que se encuentra en el interior pudo
ser antiguamente utilizado para una instalación del ztt-
rrador, y ol sitio mismo, no lejos del mar, responde bas-
tante bien á las indicaciones del libro de los Eleehos ts). No

(1) Âsí, sabemos, según, Ketubboth,Ío1.77,1, que si un curtidor se casa-


ba ocultando su profesión á su mujer, ésta tenía derecho al divorcio. Y er
el tratado Kiddushin, fol. 82, 2, se dice: «El mundo no puede vivir sin cur-
lidores, pero desgraciado del curtidor!»
(2) Aquí San Lueas emplea la misma fórmula de que 'se sirvió paraindi-
car la duración de las predicaciones de Pablo en Damasco: fipepas lu.atts
(:]) N. Yoy.aux poys bibliq., vol. I, p. 170.

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LÀ OBBA DE LO§ ÂPOBTóLE§I

Peregrino.

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I
CAPITUTO II

Pedro y el centurión Cornelio

Cómo Pedro ylos otros comprendían la admisión de los paganos en la rglc-


sia.-Cornelio, centurión de la cohorte Italiana en Cesárea.--La visión
que tuvo en su plegaria.-Sus emisarios á Joppe.-El éxtasis de pedro so-
bre lacasa del curtidor.-Lo que Dios ha purificado no eB impuro.-
Pedro en casa de Cornelio.-La Pascua de Pentecostés de los gentiler.
(Eechos, X, l-48.)

según hemos indicado ya, se engaflarÍa el que atribu-


yese á Pedro y á los demás Apóstoles, aun á los más adic-
uir para siempre
gelio, I, por con-
Ían recibido Ia or-
den de instruir todas las naciones y de bautizarlas?
lNo
había prometido el Seflor aüraer á sí, una vez levantado
de la tierra, el mundo entero? ;No eran evidentes los orá-
cul«ls de los antiguos profetas sobre la transformación do-

sen entrado en masa en el reino de Dios. Entre tanto, era


preciso ser ó hacerse israelita para poder ser crietiano, eo-
mo ei la el vestíbulo obligado de la
Iglesia, y todos sus ritos, h Àola puer.ta
del reino ordad, la mieión de Moisés ha-

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LÂ OBTIÂ DE LO§ APóSI'OLES

bía sido divina, /, como tal, aprobada altamente por Je-


sús. Por tanto, á la buena fe de algunos y á los prejuicioe
naeionales de todos podía parecer difíciI admitir que su
obra no fuese más que una superfetación. Puesto que Dios.
había dicho que todo incircu.ciso debía ser excluído de su
pueblo en la Artigua .Llianza, ;cómo era posible ser admiti
do, sin la circuncisión, á formar parte de la Iglesia, en Ia
Nueva Alianza, más perÍecta que la otra? Si el Evangelio
pretendía ser como el coronamiento de la Ley, áno era por
la Ley por donde debía irse al Evangelio?
Y á pesar de las tenta[ivas animosas de Esteban y de
Felipe, á pesar de las miras expuestas por Pablo en nonr-
bre del Sef,or, se insistÍa en este argumento de 9uo, sien-
do divina la obra de Moisés, á Dios sólo cor.respondía de.
cir claramente si era necesario saerifiearla (1). De hecho,
Dios Be encargó de resolver por sí mismo torias las obje-
clones.
Había, en la Cesárea del litoral, un hornbre llamado
Cornelio, centurión de Ia cohorte dicha h ftahano. Si su
nombre no le ligaba direcbamente á la antig'ua gens Cor-
nelia,, prueba á Io menos que er.a rornano y que había sido
criado err el seno del paganismo. Sin embargo, su alma,
trabajada, como otras muchas, en aquella época, por la ne-
eesidad de una religión, habíase elevado á la concepción
de un Dios único y d" deberes personales para con Dios.
(Era-dice el historiador sagrado,.-hombre religioso, y
temeroso de Dios con toda su familia.» No hay,pruebas de
que hubiese sido atado al iudaísmo con algún siguo exte-
rior. Al eontrario, veremos que Petlro le ea'lifiea de extran-
jero (axr,ap,r,r), 1o cual, sin uúÍ'"-i.^o, quería clecir gentil.
Monoteista por prineipios y piadoso por instinto, tenía una
consideraeión particular por esta religión judía gue, pre-
dieando al Dios único, honrábale corrln eirlto tu., filial y
tan respebuoso. Además extendÍa gustoso á la misma na-
ción israeliba el seereto afecto que sentía por el mosaísmo.
(l) Por donde se ve que Ia efusión del Espíritu Santo en Pentecostés no
había dado á los Apóstoles la plena luz sobre todas las cosas.

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MONBENOB LE CAUU§

Las numerosas limosnas que distribuía entre los iudío§ me-


nos afortunados le conquistaban la estimz,,ción de todos
los demás, pues no se estaba habituado á encontrar tales
,simpatías en el extraniero opresor, y las de éste eran tan'
to más apreciables cuanto Cornelio, en calidad de coman-
dante de lu cohorte ftaliana, era, en realidad, eI primer
soldado de Roma en tierras de Palestina.
En toda legión, Ia cohorte Italiana (1) era aquella quo se
componía de voluntarios italianos, mientras que las otras
or"u" estaban formadas de soldados que se reclutaban do
(2). En
ordinario en los respectivos países de su residencia
caso de motín, se eãntaba con ella, siendo la manera de
constituirla la mejor garantía de su fidelidad. Servía, pues,
como de guarda pretoriana á los representantes de la au-
toridad de Roma. Á fines del af,o 40, aún había un procu'
rador en Palestina (B), Marcelo, eI cual debía pronto ser
reempla zado por Agripa, un rey de la eleccion del emPe-
r"do,I Claudio. Como sus predecesores, Marcelo residía ha-
(a).
bibualmente en Cesárea, la capital política de Palestina
Después de medio siglo, osta ciudad, construída con mag-
uificencia extrema por llerodes el Grande en el sitio de la
antigua torre de EÀtratón, había adquirido considerable
impút*ncia. Su puerto, perfeetamente cerrado á los vien-
tos impetuosos del me«liodía por una ancha escollera que
debníá las arenas y donde se estrellaban las olas de aque-
lla costa peligrosísima (5), era un refugio muy soliciüado de

cohorte la décima
I, 59, 64. No hanob-
tiempo del empera-
existía. Dióu Casio (LX, 24)y Sueto-
rrio (Nero., XIX) nos dicen que fué instituída en tiempo de Nerón'I.la co-
horte It*lí*on d" que aquí sô traüa es sin duda la de voluntarios italianos,
mencionad* oo"^inscipción descubierta por Gruter (Irucrí'p., p' 4$lr I)'
"o
(2) Ànt.,XIY, lO.
(3i La piesenóia de la cohorte Italiana eu Cesórea autoriza á creer, go9o
U [á-* hàcho, que la visión de Pedro tuv-o lugar antes del aío 41, fecha
del nombramiento de Agripa como rey de Judea'
(4)
iol con frecuencia caPeu
.o'"ít Siria. En nuestro Pri'

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LA OBBÀ DE LOB ÂPó§TOLES

Ios buques que freeuentaban aquellos parajes. Doeks es-


paciosos, muelles sombreados sirviendo de paseos, palacios
espléndidos, un teatro, un esta,dio, un foro, un anfiteatro,
un eonjunto de fortificaciones bien dispuestas, habían ase-
gurado la preponclerancia política á una eiudad eüo, por su
situación junto al mar, era parbieularmente apreeiada de
los romanos. La población era muy heterogéneà, eonsti-
tuída en su mayor parte por griegos, Íenieios y sirios de
toda clase. EI paganismo tenía aliá su asiento ofieial. Jo-
,sefo nos cuenta que en la entratla del puerto, el edificio
más visible por su situaeión y su magnificencia era el §e-
'ba,steum, templo de Augusto y de Roma, donde el empe-
rador y Iu ciudad estaban representar:los por estatuas eo-
losales que recordaban el famoso Júpiter de Olimpia y la
.Juno de Argos. Por tanto, es de creer guo, en los últimos
tiempos, se había fundado una eornunidad qristiana en este
medio extraflo, dontle ia idolatría y el judaísmo eorrían
parejas. Vimos que el diáeono Felipe vivía en aquella eiu-
dad, y su familia debió de haber sido un núeleo alrededor
.del eual se habían agrupado obros prosélitos. iQuién sabe
si las eircunstancias no habían puesto en contaeto á Cor-
nelio eon alguno de los discípulos del Evangelio? Veremos
á Pedro hablarle de Jesús y de str obra, eomo si nada de
esto fueso nuevo para é1. ;Quién podría asimismo deeir si,
habiendo ya entrevisto las armonías del Cristianismo, el
'Centurión, eon su alma ávida de verdad y de justicia, no
había llegado á desear un poeo más de luz para abrazar
definitivamente la nueva religión de que se Ie había ha-
blado? Este santo deseo debía tradueirse por ardientes
súplicas, y esto es quizá lo que insinúa el historiador sa-
grado, euando termina el rebrato moral del honrado sol-
dado diciendo que no cesaba de invocar al Dios verdadero,
á euyo conocimiento había llegado á olevarse.
fFn día, sobre las tres de la tarde-era el momento de
la oración para los iudíos, y Cornelio seguía sin duda sus
mer viaje á Oriente, vintos los paquebotes no poder desembarcar á los pa-
aajeros en Jaffa y dos navíos encallar el miemo día en la costa de §eleucia-

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MONS$NOR LX: CAMUS

usos-el piadoso Centurión tuvo una visión. Un ángel s&


le presentó, y, llamándolo por su nombre. le dijo: (Corne-
Iio.» El soldado romano, por muy ineapaz que fuese de
temblar ante los hombres, no pudo librarse de un vivo pa-
vor ante el mensaiero ceiestial. Pero mirándole eon más
atención, respondióle: «;Qué quieres de Dí, Seflor?» Y
dijo el ángel: «Tus oraciones y tus iimosnas han subido,
hasta amiba en el acatamiento de Dios, haeiendo memo-
ria de ti.» Las buenas obras de Cor:nelio no han precedido
su fe, sino que la harr seguido, r'ealizándolas porque creía,
no en el Mesías venido, pcro en el Mesías prometido.
(Despachzr pronto emisarios á Joppe-prosiguió el ángel
busca de un tal Simón, por stibreuornbre Pedro, el
-en
cual se hospeda en casa de otro Simórr, curtirlor, eerca del
mar; éste te dirá Io que te conviene haeer.)) Del diácono
Felipe, que debja hallarse en Cesárea, y del resto de los
Apóstoles, que estaban en Jerusalén, no se habla. EI ángel
hace que Comelio se dirija al iefe oficial del Colegio Apos-
tólico, como si solamente ei llavero de la Iglesia tuviese el
derecho, por una invitación solemne, de abrir oficialmente
la puerta á los paganos. Habiendo hablado de esta suerte,
el mensajero celestial desapareció. Sin perder un instante,
Cornelio llamó á dos de sus criados y á uno de sus solda-
dos, cuyas disposiciones religiosas conocía; contóles lo su-
cedido y los envió á Joppe.
De Cesárea á, Joppe, abravesando ora los altos acanti-
lados y las arenas del rnar, ora grandes pantanos cubier'-
tos de caflas, nosotros empleamos poco más de quince ho'
ras G). Los emisarios no pudieron hacer este camino de
una tirada. Suponiendo que la pequefla earavana hubiese
partido aquella misrna tarde, 'á" eso de las cuatro, debió
acampar cerca del l{ahr Abu Zaburah, torrente que parte
de las rnontaflas de Efraím, para emprender de nuevo la
(1) Salidos de Jaffa á las 6 de la rnafrana, llegarnos á EI-Kakón, en me-
dio de marisntas, hacia las 9 de la noche, sin haber podido servirnos de un
carruaje de tres caballos que nos precedía con los equipajes. Allá pasamos la
noche,-á cielo descubierto, para llegar, después de muchas peripecias, á las
dos del día siguiente, junto á las ruinas de Cesárea.

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LA OtsEA DE LOII .{,PóSTOLtr§ 241

Ínarcha el día siguiente y llegar á Joppe hacia mediodía.


Era aquella la hora misma en que Dios, en un éxtasis en-
al jefe de los Apósboles, iba á eomp)etar lo que ha-
-viado
bía tan felizmente preparado la visión ,là Co.nelio. Pedro
aeababa de subir á la plataforma de la casa en que se al-
bergaba: para ponerse en. oraeión. Era la hora de sexta, y
todo fiel sabía cual era el homenaje debido á, Dios antes
de la cornida. En oriente y sobr.e todo en Ios países en que
la lluvia no escasea, como en Jaffa, en Jero.rlér, en Na-
plusa, las azoteas está, ligeramente convexas para mejor
rechazar Ia humedad. En el lenguaje eomún, se les asinri-
la á una bóveda, ;,' cuando el hisboriador sagrado nos di.
ce que Pedro estaba sobre la d,oma (1), entiende indicar
que oraba al aire libre y no en el departamento superior
de la easa (2). Los orientales apênas temen ,l sól del
mediodía, sobre todo cuando se trata de entregarse á,
la oración oficial. Desde la azotea del eurtidor, pedro
podía contemplar el ancho mar:-el espeetáeulo cle las
grandes fuerzas de Ia naturalr:za eleva al hombre á,
Dios-ó, según su devoeión, orar rruelto el rostro hacia
Jerusalén (3). Pero el transporte religiosc del alma no su-
prime las necesidades clel cuerpo. EI Apóstol estaba, sin
duda, en ayunas y extenuado de fatiga. sintió hambre
muy viva. Pues bien, mientras preparaban la comida, sobre-
vínole un éxtasis. Semejante estado moral supone el alma
libertada momentáneamente de la envoltura terrestre y
vivienrlo fuera de las impresiones del mundo materiai.
Tiene fiia Ia rnirada en el rnundo de las cosas invisibles y
se halla plename,be dispuesta á recibir las divinas
-u,ri-
festaciones. Sobre su cabeza, Pedro vió los cielos rasgados
hasta sus profundidades. De ellos baiabaalgo, á manúa de

(1) Traducimos literalmente la frase szr le d,ôme, que se aiustacon exac-


titud éil rtt ôôpo.-N. del T.
á,
con é1, han creíd,t que aquí se trata-
reunían también para tezat La dis-
rfectanrente seflalada en los Libros
27; Lwc., XIf, B, etc.).

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242 Mí,T\SEfrOR, LE CA}ÍUB

un gran lienzo atado por los cuatro cabos, que una mano
inuúiblo descolgaba hácia la tierra. Ahora bien, en aquel
mantel, así levantado en Íorma de vaso cuadrangular, 8e'
hallaban todos los cuadrúpedos y los reptiles que viven
en la tierra y las aves que vuelan por los cielos. fJrra
voz diio enbonces: (Pedro, Ievántate, mata y come') P-e
dro exclamó: (No haré tal, Seflor, pues jamás he comido'
cosa profana é inmunda.» Pero la voz afladió: (Lo que
Dios ia purificado, no Io llames tú profano.) Esto se repi-
tió por ti.es veces, y el vaso se t'emontó aI cielo, donde"
desapareció.
Pedro se preguntó al instante el significado de §eme-
jante visión. Elabía tenido hambre, y quiá su repugnan-
ãi, uo comer alimentos profanos le había llevado á un es-
tado de inanición que habíale producido el desfalleci-
miento y el éxbasis. Dios le deeía, pües, que había -sido'
suprimida, en Io sucesivo, toria clasifieación entre anima-
les- puros é irnpuros, ;r Quo esta parte de la L"l mosaica
debia desvane.árr" uoi" Ia luz vivifi,eadora del Evangelio
y al soplo más ret'rigerante de la nueva L"y. Pero Ia visión
ieoÍa un alcance más elevado. El alma del Apóstol sentía
un hambre mucho más violenta que Ia dei cuerpo. Llama-
ba con torlas sus fuerzas el desenvolvimiento del reino de
Dios aquí bajo, y la visión respondía sobre todo á" este
grito dã t, o*toolez,a superior. La eruz ha suprimido Io
po.o y lo impuro entre las rà,aàs humanas, rnejol aún que
ãntre-los animalos, y todos los hombres, unidas las manos
en un apretón fratemal, pueden proclamar su perfecta
igualdad en el Calvario. Pedro no lo comprendo todavía,'
p**o Ios acontecimientos se lo harán palpar muy pronto.
En efecto, en tanto que;eliscurría entre sí sobre el sen'
tido real de la celestu -rr'if"stación, Ios emisarios de Cor-
nelio, después de mucho buscar, llegabarr á la puerta- del
curtidor Si^ór, y preguntaban, en alta Yoz, en la calle, si'
se aloiaba allí otro-siÃón, por sobrenombre Ped1o. Dpsde
lo alto de la casa, el Apóstol podía oirlos; Pero, absmto eu
sus meditaciones, parece, segúu el relato sagrado, que no'

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LA OBBÀ DT LOS APóSTOLE§

oyó realmente sino la voz interior del Espíritu Santo, que.


le decía: «Mira, ahí están.tros hombres que te busean. Le-
vántate, baja y vete con ellos sin el menor reparo, porque.
yo Boy el que los ha enviado.» Pedro, postrado hasta en-
tonces en aetibud de orar, se levantô y presentóse á los que.
preguntaban por é1. «Yedme aquí-les diio-yo soy aquel
á quien buseáis; lcuál es el motivo de vuestro viaje?) Los
emisarios le respondieron: «El centurión Cornelio, varón.
justo y temeroso de Dios, estimado y tenido por tal de to-
da la nación iudía, recibió aviso del cielo, por mediación
de un santo ángel, para gue te enviara á llamar y escucha-
se lo que tú Ie digas.) Esta eategóriea invitaeión que, en
otras circunstaucias habría deseoneertadg por completo á
Pedro, pareeióle muy natural. Estaba' relaeionada de un
modo harto .visible con lo que aeababa de sueecler en la
azotea para no responder á ella favorablemente. Para po.
ner desde luego en práetiea lo que Dios aeababa de reve-
larle, Pedro, sin pensar ya en que sus interlocuüores eran
gentiles, los introdujo, á pesar do ser totalmente impuros-
á los ojos del judaísmo, en la easa donde se alojaba, para
que eompartiesen eon él la hospitalidad que le había si.
do coneedida.
Al día siguiente, partió con ellos para Cesárea, acom-
paflándole algunos de los hernranos que estabau en Joppe.
Deseaban vivamente eecoltarle y quizá, también verloque.
sucedería. El trayeeto se dividió, como Ia primera vez, en
dos partes, y Cornelio no vió realizarse en él y en los su-
yos la rniserieordia de lo alto, sino hasta después de cua-
tro días de espera. EI ardiente neófito había calculado de
antemano la hora en que llegaría el visitante extraordina-
rio á, quien esperaba, f, tanto para honrarlo somo para
que su visita fuese útil también á otros, había reunido en
su morada á" sus parientes y á sus amigos. Conocida es la so-
lemne etiqueta que se guarda en Oriente en las reuniones"
á que asiste un personaje distinguido, y nuestra vivaeidad
meridional se admira singularmente del sileneio y de la
inmovilidad que transforma en otras tantas estatuas á una

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MONSENOR LI] OÀMUS

veintena de hombres sentados en su diván. Tan pronto eo-


mo á través de ias puertas abiertas del departamento de
honor, Cornelio vió que Pedro penetraba en el patio de su
casa, corrió á su eneuentro, I, postrándose á sus pies, con
el rosbro pegado al suelo, pareció, no sólo eumplir con un
deber de cortesía, sino rendirle, una especie de homenaje
reservado á,\a diviniclad. Mas Pedro le levantó dieiendo:
«Álzate, QUo yo no soy más que un hombre como tú.» Y,
hablarrdo familiarmente con éi, entró en la sala de receP-
ción. A pesar de ser numerosa la eoncurreneia, Pedro no se
sintió cohibido, sino güe, dirigiéndose á todos, les habló en
los siguientes términos: ((Yosotros sabéis que á un iudío
su religión (t) le prohibe iuntarse ó allegarse á un extran-
jero. Pero Dios me 'ha mostrado, también a mí(21, que á
ningírn hombre he de consideral cotrto común ó inmundo.
Por lo 9u€, lrrego que he sido llamado, he venido sin difi-
cultad. Ahora os pregunto, lpor qué me habéis llamado?»
Pedro no ignoraba Ia aparición del ángel á Cornelio, pues
se había enterado de ella por los emisarios del Centurión;
pero, tanto para la edifieación de la asamblea como para
la satisÍaeción personal de su huésped, quería haeerle re-

(I) La palabra àléprov parecer.ía suponer que había en la Ley de Moisés


una prohibición categórica sobre este punto. No era así1 solamente las pres-
cripciones rabínicas, quc habían acabado por tener fuerza de ley, denuncia-
ban como aboruinables ciertas relaciones enbre judíos y paganos, tales como
dormir baio el mismo techo, comer en la misma mesâ. iAcaso los judíos de
Jerusalén no se habían abstenido de entrar en el pretorio de Pilato por te-
rnor de contaminarce? (Juan, XVIII. 28.) Los autores profauos nos ense-
f,an con que escrúpulo se conformabau los de la dispersión á estas prescrip-
ciones. ;Quién ignora el pasaje de Tácito (Hist.rY, tr): «Adversus omnes alios
hostile odium, separati epulis, discreti cubilibus...» ó los versos de Juvenal
(§ar., XIV, IoB):
Non monstrare vias, eadem nisi sacra colenti,
Quaesitum ad fontem solos deducere verpíjs.
De que algunos hicieran caso omiso de semejante prescripción, no se dedu-
ce que no fuese universalmentg admitida. El gjgmplo del mercader Ananías
en lâ corte de Izates, rey de À{liabena (Ánt., XX, 2, 4), nada prueba, porque
no dstá probado que aquel no fuese cristiano.
(2) La expresión xàpot alude visiblemente á las revelaciones concedidas
á Pablo sobrõ la vocación de los gentiles, y de las cuales Pedro había sido
.advertido sin provecho. En lo sucesivo ya no duda.

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I
lr

LA OBBÀ DE LOS ÀPó§TOLES

petir públicamente la manifestaeión eelestial que había te-


nido lugar en su casa.
(Cuatro días hace hoy-respondió el Centurión1ue
yo estaba orando en mi casa, á la hora nona, cuando he
aquí que un varón G), vestido de blaneo, se me puso delan-
te, I me dijo: Cornelio, tu oración ha sido oída, y Be ha
heeho meneión de tus limosnas en la presencia de Dios.
Envía, pues, á Joppe , y haz venir á Simón, por sobrenom-
bre Pedro, el eual está alojado en casa de otro Simón, el
curtidor, cerea del rnar, el cual venido te hablará. Al pun-
to, pues, envié por ti, _y tú me has heeho Ia gracia do ve-
nir. Ahora, pues, henos aquí, delante de Dios, para escu-
char cuanto el Sefior te haya mandado decirnos.» Mués-
trase aquí Cornelio realmente soldado, en la elaridad, la
decisión y la lealtad que son la nota característica del len-
guaje militar. Tomando entonces Pedro la palabra, diio en
tono solemne que revelaba la emoción de su alma: «Sí,
acabo verdaderamente cle conocer que Dios no haee acep-
ción d.e personas, sino que en cualquiera nación, el que le
teme y obra bien, merece su agrado.) Mucho ha tardado
el Apóstol en desechar sus prejuicios israelitas y penetrar-
se de esta verdad; pero hoy, ante la doble manifestaeión
ceiesbial y las piadosas disposiciones de su auditorio, des-
vanecidas sus últimas dificultades, proelama categórica-
rnento que todo hornbre virtuoso, sea cual fuese su raza,
puede entrar en la Iglesia, y que la salud está á la dispo-
sieión de quien desea obtenerla.
I)o otra parte, en esta teoría nada hay que Íavorezca el
indiferentismo religioso. Afirrna Pedro la indiferencia de
la nacionalidad y no la de la religión, la del nacimiento y
no la de la fe. Por Io demás, no predica sino aquello que
recuerda haber oído predicar á Jesús, sintiendo no haber-
lo entoncos comprendido sufrcientemente. La vocación de
(1) geles t
sin
na, les ha
(*) algún
querub en los
al trono de Jehová (fsaías, VI, G).-N. del T.
16 T. IY

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MONSENOB LE CAIIU§

to.» En efeeto, Dios no había dejado á los iudíos en la ig-

ino la fusión de las ràzas rehabilitadas


de los sacrif,cios, y la paz do la salud
hombres de buena volontad por Aquel
que quita los peeados del mundo, Jesucristo? (Este-ex-
pecl.ojes el Seflor de todos.» Ciertamente, Ét tu
"ir-,

número de los vasallos feliees de su reino.


(Vosotros no ignoráis como se han realizaclo las promo-
sas divina§, comenzando por Galilea, después del bautis'
mo de Juan, hasta Ia Judea entera. Yosotros sabéis como

mezclados directamente on ellos, àno probaba el interés

(l) Yéase vol. 1[ p. 392, nota.-N. del T.

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LÂ OBRÂ D.ts I,OS ÂPóSTOLE§ 247

bras. Las medirá, sin embargo, según er alcance religioso


de
sus oyentes, que poco antes eran politeístas, á quienes
r no
conviene precipitar de nuevo
"o.ou
mostrará eobre todo la humanidad
viejos u..ór".. En Jesús I
como envuelta por Dioe
y elevada á un grado de santiclad y d" p
rios. De la divinidad,no ha dicho .irro ,rra
c_omo un grito á su ardiente fe: «3Jesús
do y de todos!» Y con habilidaá y prudencia, deja
al
i,stante este orden de ideas, p"urodo á, bo.quejar á grrrr-
des rasgos la historia de ia
uPí-p-.osigue,-Dios esraba""iirrid*d mesiánica.
.oo Él; y nosotros somos
testigos de todas.la.s eoga! q"9 hizo u, país de Judoa y
"i en una cr..z;
en Jerusalén. Quitáronle la vida, eolgándóle

fetas, gue cualquiera que cree e, É1, recibe en virtud de


su nombre Ia remisión de los peeados.) La religión nueva
eonsiste, puos, en creer en un Drediador que qu"ita el peca-
do de sus fieles. Este Mediador es juez robururo, eI ünieo
que puede reconocer á los suyos para recompensarlos. Na-
da más cierto que su mediación. HabÍanla predicho los
Profetas, y Él mismo la ha afirmado,
-*rdando á todoe
sus apóstoles que hicieran de ella el punto capital de su
enseflanza. Lhora bien, no podía engaflarse n1 engaflar át
los demás, porque el fondo dr su naturaleza era l, bon-
dad, la sabiduría, la santidad. Basta, para convencerse de
aeguirle en los diversos períodos de su vida pública.
"_11o,
2No tenía, por otra parte, en su mano el poder de bios, al
obrar sus milagros? ;Podía Dios apoyar á
"" falsario?si ãllas
día, sobre todo, sancionar su vida, v su doctrina,
ipo-
no eran conformos á la iusticia y á,la verdad, permitiendo
el mayor de sus milagros, su reÊurrección? puõs bien, Dios

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248 MONEEN'OB LE CÀMUS

lo resucid al tercer día, bastante tarde para que su muer'


te constase con toda certeza, basbante prouto para que tlo
se clesesperase de sus promesas. En seguida mostróle vivo
á los fieles. La multitúa no mereeía este favor, pero los
predestinados, los verdaderos amigos, lo obbuvieron, yr en-
i.rro,, con el Resucitado en aquellas reiberadas relaciones
de la virJa común y de la intimidad que habían tenido con
Él antes cle su muerbe. El mismo que está hablando po-
rJría deeir eüo, entre estos testigos, é1 obtuvo un sitio cle
honor. E" àt acento de su alma, puede iuzgarse desu con-
voncimiento.
Todo hàce suponer, en efecto, que Pedro se pueo á desen-
volver, con su acostumbrado calor, Ia magnífica tesis con-
vertida en Evangelio oral, y de la que había comenzado
por haeer un ,rrúirrto resumen. EI auditorio estaba sub
yugado por eu palabra de fuego, y, Ios corazones, prepa!'a-
ilo. d"tau lutgã tiempo por humanas virtudes, abríanse
por sí mismos áL^ gr^cia divina. EI eielo no resistió á los
ardientes deseos de los que querían entrar en el nuevo rei-
no. Tomando de repente la iniciativa, indieó á Pedro que
no faltaba sino .ooÀr-rr la obra de misericordia y dar á
los paganos el abrazo fra
Apóstol hablaba, descendió
dosa asamblea. Aquello fué
ios gentiles. Al decir de Ped
,,u1". que Ia caracberizaron fueron los mismo§ que se habían
(1). Los fieies cle
prodoàido en otro tiempo en Jerusalén
i* eircuncisión, que habían llegado con el Apóstol, que-
daron asombrados ante aquel espectáculo. iluego ya no
eran perros aquellos gentiles sobre los cuales el -Espíritu
Srnto se dignaba baiar y permanecer! Realmento, los ineir-
cuncisos se habían puesto á hablar en lenguas nuevas, ala-
bando á Dios con palabras desconocidas é inusitados acen-
tos. No era, ya po.iÉle disputarles el dereeho de entrar en el

Parece concluyente Ia frase que va á emplear en seguida: Spirítunn


(1)
.\anctum aece,perwntíicut et raos. Cómp. cap. XI, 17, üodavía más categó-
rico.

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LÀ OBBA DE LOS ÂPó§TOLE§

Reino, después de ver quo en éI se instalaball con todas


las pr"rrog*tivas -de los obreros de la hora primera En
toncãs Peãro exclamó: «2Quién puede negar el agua del
bautismo á los güe, como nosotro§, han recibido también
ei Espíritu Santo?» ;Acaso el bautismo del Espíritu no
.oir"r'ior al bautismo del agua? Y, supuesto que el cie-
"rr.
Io habia eoneedido aquéI, ipodía éste ser denegado por los
hombres? Dios, forzaba, pues, la trtano á Pedro, asegu-
rárrdole, según el hermoso Pensamiento de San Juan Cri-
sóstomo, con el milagro veriÊcado entre aquellos gentiles,
urr argumento sin réplica ante los judíos de Jerusalén.
aQué podía temer en Io sucesivo, toda Yez que la plena
justifleación de su conducta bahía sido escrita por Ia ma-
Do divina? Pedro ordenó bautizar á los nuevos discípulos
en nombre det Sef,or Jesucristo.
No los baúizó él mism o, quizá, para obligar á ios cir-
cuncisos llegados de Joppe á clar la mano á la grande y
decisiva innovación. De otra parte, el bautismo que en-
tonces fué administrado no debía producir ni Ia ablución
del pecado ni la gracia, pues seguía á la inÍusión del Es-
píritu Santo; todo lo más podía ser el símbolo de latrans-
formación que exteriormente tt) iba á, sufrir la vida de
Cornelio y de todos los suyos. Aquellos generosos neófitos
se sumergieron en el agua lustral para hacer entender que
habían muerto completamente para, el mundo y que esta-
ban dispuestos á, no vivir en adelante sino para Jesucristo.
Grande era la dicha de todos. Los nuevos hermanos
supliearon al Apóstol que no los afligiese con unâ marcha
preeipitada. Cedió Pedro á sus deseos y quedóse algunos
días en casa de Cornelio (2). Así, el Nazareno extendía su
mano sobre los hiios de Roma para tomar posesión de
ellos, y los vencedores del mundo comenzaban á arrodi-
llarse ante el Crucificado. Por primer discípulo entre ellos,

(1) Claro está que el bautismo de agua imprimió carácter y produjo un


aumento de gracia y virtudes Sobre este pasaje véase Santo Tomrís, Jwn-
rna, ?heol., 3.n, g. 69, 4, ad 2; A.72r 6, ad 3.-N. del T.
(2) Eechos, X,48.

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IIONEENOR LE CAMT]S

no escogió Jesús ni á un filósofo, ni á un orador, ni á un


político, sino á un soldado. La lealtad, la generosidad, ia
fuerza de carácter exigida por la profesión de las armas,
son virtudes prcparatorias del heroísmo de la vida cris-
tiana. De los cuatro eenturiones mencionados en nues-
tros Evangelios ó en el libro de los Hechos, no se dice
nada que no sea honroso y consolador (l). EI de Cesárea
Parece haber sido el tipo del hombre honrado . a juzgar
Por que San Lucas disefla de sus
virt ue era digno de mandar el bata-
llón al asalto de la Ciudad de Dios
I :" preparaba á, forzar piadosarnente las puertas de la
rglesia. No fué solamente de noble ràza, poó. pertenecía
al primer pueblo del mundo y quizás á la familia rnás ilus-
tre de este pueblo: fué sobre todo un gran eorazón. No se
ha notado bastante el ánimo y lu buenã intención con que
reunió en torno suyo á sus parientes y á sus amigos para
que fuesen testigos' de su acto de fs en el Evaogelio, y
asociárselos, si posible fuese. Este hombre había apetecido
laluz para los suyos tanto eomo para sÍ mismo, y la obtu-
vo según sus deseos. Lo que no había tal vez previsto era
9uo, detrás de sí, estaba toda la gentilidad, en espera cle
güê, para ir á" la fglesia, le abriese una breeha en eI ju-
claísmo legal, por la que, en su seguimiento, tanto en
Oriente como en Occidente, se precipitó entusiasta y ge-
nerosa. Poco tiempo después de estos sucesos, Jesús tenÍa
diseípulos, no sólo entre los paganos de Antioquía, sino
también entre los de Roma y en el palacio mismo de los
Césares.

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CÀPITULO III

Pedro, de regreso á Jerusalén, justifica su conducta

Sentimientos que debió experirnentar viviendo con gentiles'-Cómo §e apre-


ció su conducta en Jerusal én.- Los d,e la circuncisión.-Pedro se defien-
de.-Todo Io que se ha hecho, Dios lo ha hecho.-su respuesta impone
silencio á unos y llena de entusiasmo á otros. ( Hechos, XI, l-I3).

Difícil es darse cuenta de las impresiones, ó mefor, de


las sorpresas que un judío tal como el Apóstol Pedro de'
bió experimentar durante eI tiempo que vivió en compa-
Aía cle unâ familia de origen pagano. Ideas, costumbres,
lenguaie, prácticas, todo ãru or"vo, si no extrafi'o, para éI'
Veiaaá es-que Ia gracia de Io alto irradiable en las almas
Ia
/, que por ãste l^io superior, eI predicador se sentía ded:.-
misma iamilia que los convertidos; pero la gracia l-o
truye la natur aleza. Fuera de Ia luz común á los hijos del
Evangelio, icuán diferente era todo entre ellos y éll-Pe-
dro, cã, su buen sentido y su rectitud de aldeano galileo,
debió do apreciar los elementos buenos y malot gr_u había
en aquell^s ,ar^s fuerbes y generosas de la gentilidad,.las
corles, á pesar de no haber recibido la revelación divina,
llevaban ão el corazón nobles cualidades y reales virtudes'
EI pagano era sensual, pero generoso; lleno de supersti-
pero doseoso de hallar la verdad; violento y dulce;
"io"".,
hombro y niflo; antítesis completa del judío, 9uê, correcto
eegún la. Ley, mostrábase por todas partes egoísta,, o.rqu-
Ilo-so, sin miÁericordia, sin corazón. Por más que sufriese in'
teriormente, el Apóstol no pudo abstenerse de hacer entre
los Buyos y los gentiles un paralelo en el cual correspon-
día á éstos eI mãyor número de méritos. Entonces Pedro
recordó muchas fruses del Maestro, las cuales, eomo sepul-

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MONSEfrOB LE CAMTI§

tadas en el olvido, en el fondo de su alma, subían de nue-


vo á,la superficie, imponiéndose con su evidencia, y en las
que Jesús había mosbrado su prefereneia para con los prr-
blicanos, los pecadores y los paganos. Cuanto más de cer-
ca lo estudiaba todo, tanto más comprobaba que la repro-
bación de unos y lu elección de otros serian la últinra
palabra de lo por venir y lu gran lección preparada al
mundo por la,jrrsticia de Dios. Lo cierto es quê los lazos
que unieron á Pedro con la familia de Cornelio fueron ur)a
Íeliz preparación de su apostolado entre los gentiles y le
proporcionaron quizá, relaciones en Roma. donde áconteci-
mientos imprevistos debían pronto procurarle ocaeión de
ejercer su minrsterio.
Entre tanto Ia nueva de lo que aeababa de suceder en
Cesárea se había rápidamente extendido en Jerusalén. Los
Apóstoles y los hermanos anuneiábanse mutuamente, con
sentimientos diversos, Qüe los paganos habían acogido la
palabra de Dios. Buen número de ellos, sobre todo entre
los helenistas, debieron alegrarse. En la obra de Pedro,
veían la obra de Esteban, el universalismo evangélieo que
acababa de triunfar. YeÍan además el mundo abierto á la
actividad apostólica, y gustosos, en la perspectiva de se-
mejante conquista, saerificaban sus últimos preiuieios iu-
daicos. Obros, que el historiador sagrado llama los d,e la
circuncigión, y gue, más adietos á Moisés que á Jesucris-
to, constituyeron uno de los graves peligros de la Iglesia
primitiva, estaban descontentos. En otra parte 'difimos
cuál era su origen y cuáles sus tendeneias (t). En eeta fla-
grante violaeión de la L"y, denunciaban un sacrilegio.
lAeaso no había rJistinguido el mismo Dios, en el mundo
manchado por el peeado, lo puro de lo impuro, al hiio de
Abraham de los hijos de las naciones? Entrar en relacio-
nes familiares, íntimas y sobre todo religiosas, con aque-
llos que no eran de Dios, ino era pisoüear la religiOn do
Moisés y hacerse criminal? Por esto, en su tenaz cegue-

(l) Véase pág. 130.

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LÁ OBBA DE LOS APó§TOLU§

dad, mostrábanse dispuestos á hacer ó deiar que se hieie-


se el proceso del jefe rnismo de los Apóstoles. ,De estos
falsos hermanos, que eneontraremos siempre, exciusivistas,
porfiados y violentos, camarilla temible, irradiando desde
Jerusalén á Galaeia, en Corinbo, en Roma, ;, doquiera el
elemento judío apoyará sus prebensiones, puede muy bien
deeirse que eran, sólo en apariencia, miembros de la joven
Iglesia. Lo que earacteriza al verdadero fiel, rro es ni el
nombre, ni las prácticas exteriores, ni la invocación: «Se.
flor, Sef,o. (1),» sino la conformidad del eorazón con el
Evangelio. La màyor parte de aquellos sacerdotes que,
después de la eleceión de los diáconos, habían aceptado el
Evangelio(2), sin renunciar quizás á sus funciones en el
Ternplo, debieron ser el alma de este partido, desde en-
tonces tan extraf,amente obstinado en defender los cadu-
eados derechos del ritualismo judío. Quería el Evangelio
en la Ley, 5r, para mantenerlo en ello, á todo se atrevÍa,
aunque sc opusiese á las preseripeiones más explícitas de
Jesús. No hay que asociarle rri col Juan, ni eon Pedro, ni
con Santiago, ni con otro alguno de los Apóstoles. Su au-
toridad le venía de sí mismo. Sus miembros se recome.-
daban por su eondición, su ciencia, quizá, su fortuna, pero
sobre todo por su eelo por la Ley. Es posible que alguien,
entre los fieles, lt;jza también entre los Apóstoles, hubiese
sufrido alguna vez su influencia; pero suponer que este
partido hubiese jamás domi.ado la lglesia, sería un error
y una injustieia. Causó un verdadero daflo, sin llegar i
ir,ponerse. I{o conocemos los nombres de sus jefes. La
aetitud que adoptan en esta ocasión prueba claramente
que no tenían eoneieneia, ni de la humiidad que convenía
á los'vercladeros fieles, ni de la importaneia qúe debía dar-
- se á las práctieas de la nueva religión. Con alguna imper-
tinente presuneión piden aljefe de la Iglesia cuentas de
su conducta en maberia absolutamente religiosa, y, no sin
aerimonia, le haeen cargos por haber entrado en casa de
T(2) Eech.
u"t.,yrr,zr.
Vf,?.

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XONSEfrOE IJE CÀMU8

Ios paganos y haber recibido hospitalidad. Si no Ie repro'


'chan el que haya administrado el bautismo y abierto las
puertas de Ia Iglesia á los incircuncisos, es sin duda por-
que no conocen toda la importancia del hecho. Tal es eI
partido irreeonciliable, que aparece aquí por vez primera,
y. al que será preciso tarde las Pll.abras;nér-
ii.igillosmás
d,e l,a circuncis'ión. Entre.
grcas y seyeras de Pablo tÍ
tanto, incapaz de tratar con miramiento á cualquiera que
parezca romper con Moisés, levanta hoy lavozeontra Pe-
dro, exelamando: «iCómo has entrado en casa de personas
incircuncisas, y has comido con ellos?» Una tradieión muy
anbigua dice que Cerinto fué uno de los que con más ar-
dor formuló esta recriminación.
Es de creer guo, detrás cle estos falsos diseípulos del
Evangelio, se aglupaban tímidamente, pero profunda-
mente afligidos, aigunos verdaderos creyentes sometidos
á su influe,ncia. No reclamaban públicamente, pero cuchi-
cheaban preguntándose eómo Pedro legitimaría su con-
ducta. apiadóse éste de sus escrúpulo§, y mostrando para
con.Ios débiles una deferencia que no deshonra iamás á"
Ios fuertes, come nzó,-sin inmutarse, la narración ordenada
de lo que había ocurrido en Cesárea.
«Esiaba yo en la ciudad de Joppe en oración-dijo- y
yr en éxtasis una visión de cierta co§a que iba descendien-
do, á manera de gran lienzo descolgado del cielo por las

á la casa on que esüaba yo hospedado tres varones, quo

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LÂ OBBÀ DE IJOB ÁPO§TOLE§

or&n onviados á mí de Cornelio. Y me drjo el Espíritu,


que fuese con ellos sin escrúpulo alguno. Yinieron asimis-
mo estos seis hermanos que me acompaflan, y entramos en
casa de aquol varón (1), el cual nos contó eomo había vis-
üo en su pasa (2) á un ángel, gue se le había presentado di-
eiendo: Envía á Joppe, ! haz venir á Simón, por sobre-
nombre Pedro, quien te dirá las cosas necesarias para tu
salvación y la de toda tu familia. Habiendo yo, pues, oD -
pezado á hablar', descendió el Espíritu Santo sobre ellos,
como descendió al principio sobre nosotros. Entonees me
acordé de 1o que decía el Seflor:-Juan á la verdad ha
bautizado con agua, mas vosotros seréis bautizados con el
Espíritu Santo.-Pues si Dios les dió a eilos la misma
gracia, y del mismo modo que á nosotrosr Quo hemos creí-
«io en nuestro Seflor Jesueristo, iquién era yo para oponer-
me al designio de Dios?»
La argumentación era irresistible. En Ia clistribución
de sus dones, Dios no distingue entre judíos y paganos, y
.éstos han tenido como aquéllos su Pentecostés;
iquerrá el
hombre arrogarse eI dereeho de ir eontra los designios del
cielo? El Seflor ha pedido á los paganos, no la circunci-
sión, sino la fe, para darles el Espíritu Santo; ãcon qué tí-
tulo, Pedro hubiese sido más exigente para administrarles
el bautismo de agua, que es inferior al bautismo en el Es-
píritu? Pues bien, si debió bautizar y admitir en la Igle-
sia á aquellos á quienes Dios acababa de aceptar por hi-
jo., y que desde entonces eran sus propios hermanos, con
mayor razón estaba autorizado para recibir entre ellos
hospitalidad. Nada más lógico y más concluyente.
Por esto se nos diee guo, después tle haber hablado Pe-
dro, todos se eallaron. Podían haber negado los hechos
alegados, poro aIIí estaban para mantenerlos los seis hom-
bres que habían ido de Joppe á Cesárea y de Cesárea á,
(1) Pedro no lo nombra; no hace resaltar ninguno de sus títulos, ningu-
ra de sus virttides. Todo esto sería inútil á su tesie, que debe apoyarse úni-
eomente en lo que Dios ha hecho, no en el mérito de los hombres. Sin em-
bargo, emplea, para designarle, el término de distinción roa dr.ôpós,
(2) Esto hacía imposible toda superchería.

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UONSEfrOB LE CÂ![U§

Jerusalén. En conseeuencia, los partidarios exagerados de


la Ley, orefirieron guardar sileneio, esperando reanudar la
discusión más adelante y en circunstancias menos desfa-
vorables. Los otros, gue, influídos por instigadores y sin
conocer los detalles, habíanse turbado con sobrada ligere-
za", paaaron al punto de la desconfi a,\zà al entusiasmo. Se
les abrían nuevos horizontes. Comenzaron, puos, á glorifl-
car al Sefior, que dirigía con tanta misericordia el des-
arrollo progresivo de su Iglesia, y decían: (iluego tam-
bién á los gentiles les ha concedido Dios la penitencia pa-
ra alcanzar la vida!>>

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I
CAPITULO IV

en práctica en Antioquía
El mismo tema puesto
después de
fuera de Jerusalén
Predicación evangélica Chipre'-En
la isla de
la costa t"titálnn pr
-En á un centurión romano'
que Pedro Ua Uautizaclo 1e,-21).
primicias d" I";;;ilidad. ( Hechos,xI,

satén á una parte


Yimosquelaper§ecuciónlevantadadespuésdelmar-
tirio de Esteban hat uda los más ar-
de los Predicadores rlest'ina' y tY'ldo
dientes. Predicaron anatismo fudío'
se vieron acosados eran
á F";;;; Entre los dos países' Ias relaciones cos-
pasaron naves en la
hoy contioú"o por
rnuy fr".o""i"t-, , t''
ta Y Por caravanas os la verdadera
Fenicia o Paí's
( '?'YrÉ
e de §us prrncrpa-
'etimología de su n
Ies ciudades, Sidór l3rlT {""'ilfil,
había sidoPrimer o- tirrn* co-
o,lta,,
í*-ti,"rrobàj*,.Po 1r. La lengua que
r"'oiti* de ras ren
T,iri:"i1t,HJ;"
,"*ítãl'"ioo
guas Ío'*aba qo9
Li'
con eI hebreo de los (2i'
airt'entes dialectos
;i'*à idi;;;"t:
bros s*"to.-ll fot dos pueblos habían
estado
Àdemás de esbe parerrbesto'

i5#"r' t''tl"" ;; Iús;::::


.unidossiempreporinteresescomunes,vloscent'rosco.
*".
ry ::""",":;
«i"'oo^ grec de
"t"tiU"'
*rti',Ti'-N' der r' '

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258 UONSEiÍOB I,E CÀUUS

á los f udíos cosmopolitas cuyo genio mercantil no perdía


ocasión de hacer fortuna. En las principales ciudades, Tiro,
Sidón, Berita, Biblos, Arad, había sinagogas. AllÍ comen-
zaron á anunciar el Evangelio los predicadores expulsa'
dos de Jerusalén, siendo de suponer que no fué infructuo-
sa su labor, pues Pablo saludará más tarde, por lo menos
en Tiro y en Sidón (1), florecientes comunidades cristia-
nag.
En condiciones análogas se hallaba Ia isla de Chipre.
Aunque separada del continente por un brazo de mar, no"
dejaba de mirar haeia la eosta fenicia, por sus puertoe
más freeuentados, y de mostrarse unida á Ia madre patria
por sus más caras tradiciones. Sabido es que, por su con-
figuraeión, el norte de esta isla carecía de abrigo seguro
para las embarcaeiones. Prolongábanse allí las montaflas en
dunas mu.)r altas y rojizos acantillados hasta las orillas del
mar. Por el contrario, al oriente y mediodía, sus numero-
sas bahías estaban pobladas de ciudades ricas y eomercia-
les. Á Salamina, Cicio, Amatonta, Pafos, arribaban diaria-
monte naves de la costa fenicia. Desde el tiempo de los
macabeos, habíanse establecido allí numerosos judíos {z).
Bajo Ilerodes, se desarrolló su influencia, y tomaron par-
te muy activa en la explotaeión de las uiinas de cobre
(3). Sá-
emprendida por este rey, con permiso de Augusto
bese también que á prineipios del segundo siglo de nues-
tra era creyéronse bastante fuertes para levantarse con'
tra los cipriobas; acaudillados Por un tal Artemio, hicie-
ron grandísima matanza, y Adriano se encargó de casti-
garlos. Pues bien, los portadores de la Buena Nueva pre'
dicaron en la isla, eomo habían predicado á lo largo de la
costa fenicia.
Creciendo siempre sü ardor, dirigieron sus miradas á la
misma capital de Siria, Antioq ría, á, donde se llegaba fá"
cilmente, ora desde X'enicia, ora desde Chiprer por el puer-

(r) Eeehos, XXL 3-4, y XXVII, s.


(2) f Ma,c., XV, za.
(:]) Ant., XYI. 41 6.

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IJA OBBÀ DE LO§ APó§TOLTS

to entonees muy animado de Seleucia. La gran ciudad,.


edifieada por Nieator aI pie del monte Silpio y en las ri-
beras del Orontas, era uno de los eentros de Oriente en
que había más iudíos, los cuales disÍrutaban de importan-
tes privilegios desde los Seleucidas, que habÍan rivalizado-
eon los Tolomeos de Egipto en atraerse, á faerza de fa.ro-
res, á aquellos semitas, preciosos auxiliares de su poltti-
ea G). Los emperadores romanos habían saneionado y au-
mentado sus prerrogativa. {2), de suerte que en Antioquía,-
lo miemo que en Alejandría, los judíos tenían un alabar'
co ó magistrado, y, bajo la jurisdiceión de un eonsejo de
setenta ancianos, como reeuerdo del Saneclrín, gobenrá-
banse según sus propias leyes (3). Las investigaeiones que
hemos hecho en el emplazamiento de Ia antigua . ciudad
nos han indueido á ereer güo, como en Alejarrdría, también
oeupaban la parbe oriental de la ciudad, ó el cuartel edi-
fieado por Calinieo. No lejos de allí, eerca de la puerta ae-
tual de San Pablo, había creado su protector Agripa un"
vasto arrabal para secundar sin duda su rápido desenvol-
vimiento. Cuenba Josefo que Herodes, deseoso de eorres-
ponder á la benevoleneia de los antioqueflos para con sus
naeionales, había hecho construir, en esta misma dirección,
la prolongación de un soberbio corso, empedrado de már-
mol blaneo y adornado de pórtieos en cada uno de sus la-
dos. Esta hermosa ealle atravesaba Ia eiudad de un extre-
mo á otro (a). Yense todavía los restos, desde la puerta de
San Pablo hasta la entrada de la moderna Antakieh. Pro-
tegidos así por todos, estaban los judíos en Antioquía eo-
mo en su propia casa. Elabíales sido devuelta y guarda-
ban euidadosamente una parte de los vasos sagrado§, arre-
batados en otro tiempo por Epifanes del Templo de Jeru-
salén (5). Dos querubines dorado§, procedentes también de
la Casa de Dios para adornar el triunfo de los opresores,
(l) Ant., XlI,3, t; B. /., VIr, 3,3; C. Ápion\II, 4.
(2) 8.J., VII, 3, 3. Comp. VII, o, 2.
(3) Filód, in Xla.ee. §., X.
(4) Ant., XYI, 5, A
(5) 8.J., \rrr, 3, 3.

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MON§EÍIOB LE CÀMUB

habían dado su nombre á una de las puertas de la ciudad,


(l)- Era, p9'
En Antioquía había más de una sinagoga
tanto, muy natural que se pensase en predicar allí la
Buena Nueva.

gión que era para todos; mas, por grande que fuese 8u ce-
É, .,o habÍan recibido orden de inaugurar semejante a.pos-
que en un pnncl-
a, los judíos. Un
en jerárquico insti-
tuído por, el Maestro, fué el que, después de haber conte-
nido íPablo, impidió también el que éstos intentasen el
paso deeisivo v minasen, sin autorización explícita, el mu-
*o secular que. había lreeho de Israel un pueblo aparbe. En
vano comprendían que se les abrían los brazos y que subía
á sus labios el grito de su cotazôn, para invitar á todas las
criaturas al eonocimienbo de Jesucristo; el deber les exi'

vorsalista. Este punto capital no ha sido observado sufi-


cientemente por Ia crítica moderna. Por vez primera y de
un modo formal, son desmentidas aqui las teorías que pre'
[enden mosbrarnos, en Ia naciente Iglesia, dos corrientes

(l) Dícese que en el aflo 39 d.e J.-C., en un c_ontcto entre dbs facciones,
fuerôn incendiadas las sizagogas de la ciudad. Yéese Malala, libro X; y
Fasti saari, P. 261), n.' 1579.

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r,A OBBÀ DA LOg ÂPóSTOLE§ 261

dente (1). Los precursores de Pablo no evangelizaron á los


griegos hasta después que Pedro hubo evangelizado y bau-
tizado á un romano y su familia. Jamás se ha invocado
mejor el argumento: posthoc, ergo propter hoc.
Aquellos ardienbes predicadores de ideas más amplias
quo las gue dominaban en Jerusalén, pertenecían.todos á
la clase de los judíos helenistas. [Iabían vivido en perpe-
tuo contacto con los paganos. A los hombres de prejuicios
'serles
y de miras estrechas, nada puede mrís útil quo ha-
llarse mezclados á los más diversos pueblos, 9i, sostener
todas las doebrinas y eneontrar en su,camino todos los
€rrores. Al salir del estrecho cÍrculo en que vivían en la
eberna rutina de una vida estacionaria ó egoísta, apren-
den á considerar libremente la verdad. Aquéllos, habiéndo-
Ia por fin conocido y abrazado, querían generosamonte di-
fundirla. Procedían unos de esta isla de Chipre que acaba-
mos de describir, donde el humillante espectáculo de las
pasiones viles de la hurnanidad debÍa inspirar á toda alma
honesta el deseo de una rehabilitación universal. Llega-
ban otros de aquella costa de África, donde, entre Egipto
y Cartago, había sido fundada Cirene, más de seis siglos
antes de Jesucristo, por una colonia griega, en una fértil
lneseta que baja en terraplenes hasta eI mar. Después de
Ia muerte de Alejandro, había pasado Cirenaica al domi-
nio de los reyes egipcios, que habían atraído á los ludíos
aseguráncloles toda suerbe de ventajas. Como Alejandro,
suponían que esta raza inteligente, activa, religiosa, ami-
ga do la autoridad y fiel á sus juramentos, sería un buen
ejemplo entre gentes sin moralidad, turbulentas, de mala
fu, y dispuestôs siempre á conspirar. Por ,otra parte, es
probable 9ua, por dinero, se organízaban fácilmente los ju-
.díos en una especie de policía secretaQ). Loe romanosha-
bíanlos conservado con todas sus prerrogativa§.en Cirenai-
ca, unida al gobierno de la isla de Creta. Al lado do estos
cireneos y de estos cipriotas, debió de haber también sirios
(1) Eechos, Xf, lg.
(2) Y. Josefo, C. Api,an.rTI, +; Ant.rXIYrZ,2.
17 T. IY

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MON§E§OB LE CAMUS

y asiáticos, frutos benditos de la predicación de Esteban ó


(1). Deseaban to-
ãe Pablo en las sinagogas de Jerusalén
clos ellos imitar el celo y hacer que prevaleciesen las ideas
de los que los habían ganado para el Evangelio. No cono-
cemos sus nombres. Todo lo que se puede eonieturar, e§
que Lucio, llamado el cirineo, Manahén, hermano do le-
ch" d" Herodes Àntipas, y Simón el Negro, de quien ha-
blaremos más tarcle, foutoo los prineipales de entre ellos'
Bernabé estaba todavía en Jerusalén, y Pedro no podía
hallarse entonces en Antioquía, por más que se ha soste-
nido lo contrario, según el testimonio mal comprendido de
(2). Si, al clecir que fundó esta
ciertos autores eclesiásticos
ilustrp Iglesia, se da á entender que la gobernó, ó también
que jeráryuicamente la organizó más tarde, nada tenemos
q"" ãu;"tar; suponer que fué de los primeros en(3).anunciar
Err"ngelio, es imposible de toda evidencia
"tliEI"tauditotio aI cual se dirigieron los predieadores, for-
(a)-nada habría habido
mábanlo, ro los judíos helenisbas
do sorprendente en esto, pues ellos mismos pertenecían á"
esta catego*ía de judíos,-sino los griegos, es deeir, los
paganos ã lo. gentiles. En medio de su población frívo-
(1) Eechos,Il, to; VI, 91IX, ?9.
iri Eusebio, Chron.; S. Jerónimo, Yir. ill.,Í; S' León el Grande, Epís-
tola 96.
(,3) No se ve, en efecto, en-qué se apoyt la opinión que pretendg m_ez-
.triet nombre de Pedro con los orígenes de la Iglesia de Antioquía. Los
hechos suscitan aquí las más insuperables dificultades. Si Pedro hubiese
àoperad,o á la funãación de Ia primera Comunidad antioquef,a, su. nombre
debãría haber sido por lo menoi pronunciado en estas circunstancias. Aho-
xarte, la misión confiada á Bernabé de
mente
tarde,
mbién
según
lestina y en Jerusalén.
lo.s manuscritos, á excepción de dos
ÀÀ7zos. Bsa lección es absolutamente
esis entre el p.év del vers. 19 y el ag del
aca, árabe, copta, etripica, como tam-
Eusebio ( E.8.,
ontinuación del
lección, aquí se

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LA OBBÀ
"'
la, turbulenta, vol_uptuosa, antioquía contaba con algu-
nas almas trabajadas por la inquietud y el deseo de la .ãr-
d:9' De aqu faeilidaá con que àran aco-
gidos los inn ra que fuese.o-pro.udencia.
Esta vez los o eran altivos oi boili.iosos,
sino modestos y buenos. En su alegría dulee y tranquila,
en su mirada inspirada, en su misteiioso rengrá;", dejàban
adivinar el ineomparable tesoro eneerrado .o su ,l-r.
rnstóseles á que hablaran, se expliearan, enseflaran el se-
creto de su dicha, y ellos tuvieron la gran caridad de ha-
cyr 19 que se les pedía. Habiendo hablado primeramente
al oído, gritaron muy pronto desde los tejadôs. Así comen-
aque-lla predieaeión tÍ toda criatura,, qr" el Maestro ha-

bía profetizado y descrito.
Estaba con ellos Ia mano del seflor. RemovÍan las al-
mas, turbábanlas santamente, y arrojando en todqp p*rtes
la semilla, veían nacer frutos abundánfus. Fué, áfecto,
considerable el número de los que creyeron y se "f eonvir-
tieron. Saludemos en ellos las primicias de la gentilidad y
la prim_era rglesia, nacida fuera de la sinagoga, en una
tierra de libertad.

T
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CAPÍTULO V

Bernabé, enviado á Antioquía, aprueba el movimiento


universalista y va á buscar á Pablo á Tarso
para asegurar el éxito

que
D ica-
En-
xL
22-125.)

La nóticia de estas conversiones de gentiles causó en


Jerusalén una impresión de gran sorpresa en unos y de
vivo descontento en otros. Resultaba cada Yez más evi-

fuese sangre que por sus venas corría. El Templo, la


IaÉ

Ciudad Saotr, Ia Tierra promebida, iban, püo§, á perder su


razón de ser. Esto era duro para muchos judíos, imas qué

adorar en espíritu y en verdad, más bien en 8u alma que


en un templã, y á formar un reino sin otras fronteras que
las del -oldo Lir-o, eon eI distintivo de una admirable

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LÀ OBBA DE LO§ ÀPóBTOLES

unión en una misma f" y una misma earidad, en la comu-


nidad de unas mismas esperanzas.
Entre los discípulos, lós meior penetrados de las pala-
bras del Maestro: «Instruid á todas las naciones (1)», salu-
daban con entusiasmo este glorioso porvenir, y ponían de
buen grado á la Iglesia en estos caminos, anehos eomo la
caridad del Padre celestial. Los judíos obstinados clama-
ban contra semejante eseándalo. Estaban aferrados á su
eterna tesis de que, por el pecado, todo fué manchado en
el mundo, hombres, bestias y seres inanimados; oue plugo
á Dios escoger para sí una sola raza de la humanidad, al-
gunas categorías entre las bestias, determinados días del
aflo, una comarca en el mundo, y que esta elección les ha-
bía comunicado una pureza inalienable. No tener en cuen-
ta esta antigua fe de fsrael, equivalía á rematar en here-
j" y apóstata. Entre los dos campos flotaban buen número
de indecisos que temían la novedad, aunque Íuertemente
conmovidos por el éxito que Dios parecía asegurarles. Re-
solviéronse á estudiar más de cerca el asunto enviando al
instante á un sujeto de conÍianza que Io examinara todo, y
que diera después cuenta de su misión. Fué delegado Ber-
nabé, uno de los corazones más animosos de la Iglesia pri-
mitiva.
Bernabé tenía ciertamente relaciones con ios nuevos
predicadores de Antioquía, pues era judío helenista como
ellos y compatriota de los de Chipre. La elección era, por
lo tanto, excelente, I del todo adecuada ála nueva direc-
eión que imprimía Dios á su Iglesia. àI{o había sido Ber-
nabé el protector de Pablo convertido, y q,izá,s el parti-
dario de sus ideas universalistas? Espíritu muy abierto,
alma generosa, se reconocÍa en él bastante prudencia para
no tolerar ninguna temeridad, y bastante dulzura y habi-
lidad para no contristat á los antioqueflos, chocando in-
tempestivamente con ellos. Los Apóstoles guer'ían evitar
toda división entre la nueva comunidad de Antioquía y la

(1) Maí,XXYII, 19.

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IION§EÍOB LE CAMOS

de'Jerusalén. Bernabé, después de pesarlo todo bien, de-


bía dar ofieialmento á aquélla, si Ia creía digna, §u título
de filiación y, por deeirlo así, su reeonocimiento canóni-
co, animándola en su rápido crecimiento. Recorrió todo eI
país hasta Antioquía, siguiendo sin duda paso á paso las
huellas de los predicadore§, si no por Chipre, por lo menos á
Io largo de la ãosta Íenicia, y comprob"oão to,l"* partes
"o
que aquéllos habían trabajado realmente por la gloria de
Dios. Pero donde su obra le sorprendió más parbicularmen-
to y le lleoó de grandÍsimo consuelo, Íué en Ia capital de
Siria. Yió allí, brillante é irreeusable, Ia gracia de 1o alto
eobre Ia joven Iglesia. Los dones celesbiaies habían consa-
grado esta maravillosa conversión de los gentiles (1). Allí
había pasado, sin duda, algo análogo á las clivinas mani-
festaciones que habÍan revelado el dedo de Dios en el bau-
tismo de Cornelio y de su familia en Cesárea. Puesto que
eI cielo continuaba manifestando tan claramente su volun-
tad, y abriendo las puertas de su reino á" eualquiera que
quería entrar, no habÍa más que seguir el irresistible movi-
miento. Era la hora de instruir á todas las naciones y bauti-
zarlae en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Con su naturaleza recta y su ardiente fe, comenzóBet-
nabé por manifestar públicamente su satisfacción por lo
que se había hecho, y sobre todo su alegr'ía por 1o que
Dios querÍa hacer. Exhortó á la ioven comunidad á" man-
tenerse, según sus resoluciones, unida al Seflor con un co-
razón firme y estable. Este h'ijo de consola,c'àón ó de erhor-
tación, como asÍ era Ilamado (2), tuvo buenas palabras pa-
ra todos. Ee propio de los varones de Dios compietar, con
el ejemplo de sus virtudes, ia demostración de las verda-
des que anuncian. De esta suerte la joven comunidad vió
aerecentarse rápidamente sus proporciones.

(l) Puede esto deducirse de las primeras palabras del vers. 23: Q*i...
cu,m uid,isset graü'iam Dei, gaaissws est,.
(2) Es natural relacionar eI sobrenombre de Bernabé, uiôs rapoxltfioeo», da,-
do al entusiasta levita deChipre (Hechos,IV,36), y eI verbo rroperóÀer, del
que se sirve aquí el historiador para caracterízar su acción benévola yper-
suasiva sobre la joven comunidad de Antioquía.

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LÀ OBBÀ DE LOS ÀPóETOLES 267

IFna vez entrado en los caminos que Dios le mostraba,


Bernabé sólo pensó en desplegar toda la actividad de que
€ra capa z. Con la modestia y la abnegación que form"b?l
el fonáo de su noble carácter, se consideró ineapaz de di-
rigir por sí solo la gran campafla que, comenzan«lo por un
apostolado restringido, debía tener Por resultado la evan-
gelización del mundo enbero. Pensó entonces en Pablo, á
quien, recién convertido, había presentado á la Iglesia de
Jerusalén, Y que á la sazón vivía en Tarso con 8u familia,
esperanclo corr Ia más viva impaciencia ser oficialmente lla-
mado á la misión que Dios le reservaba. I{o ignoraba to- "
do lo guo, en el aima de esbe ioven, había de ardor para
la gloria del Maestro, de caridad para con el mundo ex-
traviado, y de elocuencia para hacer triunfar la causa que
en él tendría su abogado. Ahora bien, Ia causa de los gen-
tiles era la misma que la Providencia le reservara el día de
su conversión. En sus eonfidencias de Jerusalén, Pablo ha-
bía eiertamente revelado á su protector las miras del cielo
sobre este particular.
De Antioquía á Tarso hay tres días de marcha. Berna-
bé determinóse á presentarse allí sin demora. Debió de se-
guir la vía romana, cuyos vestigios se ven aún. Pasando
Àucesivamente por Bag raz, el desfiladero de Betán y Ale'
iandreta, rodeó la ribera oriental del golfo, siguiendo un
camino que se confunde con la playa cuando no e§tá abier'
to en Ia roca. Por Iso, Mopsuesta y Adana, llegó á la gran-
d" y hermosa ciudad de Tarso. 2-Entró por Ia vieia puerta
romana que nosotros encontramos todavía en pie, si b_ien
despojad" a" sus antiguos ornamentos? Es p*o6able. Irna
hornacina que mira al mediodía, vacía hoy, eneerraba en-
tonces la divinidad tutelar de Ia eiudad. Aquel dios de pie-
dra, como también eI soldado romano que montaba la
guardia baio la bóveda arqueada que subsiste todavía, vie-
ron pasar con mirada igualmente indiferente á aquel judío '
cipriota que llegaba á toda prisa, recogida la túniea, cu-
bierto de polvo y bondón en mano. iQuién hubiese §ospe-
chado entonces la misión, hostil al viejo estado de cosas y

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I
}ÍON§EftOE LE CÀMUS

fatal al paganismo, que Bernabé iba á llenar? Todo indu-


ee á, creer que el decidido diseípulo eneontró á, Pablo en
casa de su padre (t). Algunos han supuesto que en ella
eontinuaba la misma vida de reeogimiento y du meditación
que había llevado en Arabia. Piensan otros que se ejerci-
taba en discurrir eon Ios maestros de la eiencia pagana pe-
ra mejor combatirlos, cuando la hora cle la lucha llegara"
Sobre este punto, no nos da ninguna indieaeión el histo-
riador sagrado. Difícil €s, sin embargo, representarse al
ardiente convertido resignándose á" vivir en Ia inaeeión,
después de haber heeho resplandecer tan valientemente su
eelo en Damasco y en Jerusalén, sobre todo cuando se re-
euerda que su permaneneia en Tarso duró quizás más de
un aflo. Para aquella alma llena de Jesueristo, no era ya
tiempo de oeuparse en bellas letras, ó en filosofía pagana.
A semejanbes trabaios, er adelante poeo en armonía con
sus santas preocupaciones, había debido entregarse en otra
époea de su vida, en su juventud. iPor qué no habría sido
el apóstol de su país y el fundador de aquellas Iglesias de
Cilicia, que visitó más tarde(2), para eonfirmarlas en la fe
y la obediencia á los preceptos de los Apóstoles y de los
aneianos? Cuando las eircuntaneias ó la malicia humana
eondenan ai reposo á las almas generosas, éstas se consue-
lan trabajando, con menos esplendor sin duda, pero easi

(1) Es muy lastimoso que la tradición no haya indicado con seguridad el


lugar donde nació y vivió el gran Apóstol. lNn Tarso se nos mostró dos si-
tios, tan poco recomendables el uno como el otro por argumentos serios. El
uno está en casâ del agente consular de América, donde se ha hallado re-
cientemente tlentro de un pozo una lápida de mármol, bon restos de una
inscripción relativa á Pablo. No han sabido decirnos, ni siquierá aproxima-
damente, su contenido. Eace algunos aflos que este mármol fué robado al
propietario. En el interior, la casa tiene todo el aspecto de un viejo congen-
to. El pozo, que puede exarninarse bajando á é1 una gran linterna, es no-
table por su hermosa y sólida construcción. En el otro sitio vimos un&
mezquita, que oeupa seguramente el asiento de una vetusta iglesia. En su-
ma, no sólo no se encuentra en Tarso una reliquia autorizada de Pablo,
ipero ni siquiera hemos visto allí una iglesia levantada en sll honor! Espe-
ramos que las excavacion'ês recientemente emprendidas darán algún satis-
factorio resultado. Tarso fué en otro tiempo unâ ciudad harto floreciente
pâra que no haya importantes ruinas enterradele.
(2') Eechos, XY, +1. Comp. Çalat.rIr2L.

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LA OBBÀ DE LO§ APó§TOLE§

siempre con provecho efectivo: pâra el triunÍo de la verdad.


Sería muy duro tener que sacrificar, por los eaprichos de'
los malos y de los enemigos de la luz, un aflo siquiera de.
vida, cuando se considera Ia obra que Dios espera de nos-
otros y el poco tiempo que nos eoncede para realizarla.
Los dos amigos debieron de alegrarse al eneontrarse de'
nuevo. De buen grado nos Ios representamos, en la azotea,
de la casa de Pablo, conversando largamente sobre los gra-
ves sucesos acaecidos tanto en Antioquía como en Cesá-
rea, y sobre el cambio que se obraba en las ideas de los.
discípulos en Jerusalén. Tiene un encanto indecible Ia
conversación sobre las pintorescas plataformas de las ca-
sas de Tarso, cuando la brisa de la tarde las regala con loe
frescos perfumes de los rosales, de los jazmines y de los
naranjos en flor. EI panorama es espléndido, Ia luz dulce y
la calma profunda. Al norte de la vasta llanura, y eomo
inmenso terraplen que Ia resguarda, el Tauro yergue sus
nevadas cumbres, blancas y rosadas bajolos resplandoresdel
sol poniente, en tanto guo, más abajo, sus sombrías estri-
baciones dibujan en el cielo azul una larga serie de capri-
chosas y profundas escotaduras, eomo escaleras cortadas á
medida por gigantes. De una de ellas naee eI Cidno, que
precipita sus aguas glaciales en un lecho muy desigual,
por entre fértiles eampiflas, y, después de haber atravesa-
do eI asiento desierto de la vieja ciudad, va á, perderse en
las lagunas del Regma, estanque del antiguo puerto, quo
Ios aluviones han invadido. En todas partes crece esplén-
dida la vegetación, y tan sólo algunos minaretes logran
dominar el vasto y gracioso bosquecillo que oculta á Tarso
en una cuna de verdor. Bajo aquel cielo puro, en medio de
una atmósfera embriagadora, ante aquella hermosa natu-
raleza, bastan pocas palabras para lanzar al alma á esfe-
ras donde eneuentra pronto á Dios y su htz. Bernabé,
hombre poderoso en la persuasión, no necesitó hacer gran-
des esfuerzos para ganar á Pablo á una causa de Ia que
había sido eI primero y el más ardiente promovedor. Sus
palabras caian eõmo aeei& sobre la liama para avivarla.

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UONsEfrOB LE CÀMUS

Al anuneio de tan felices nüevas, que llevaban muy na'


turalmente consigo la invitación, tan impaeientemente es-
perada, de pone, -uoos á la obra, parécenoe ver la fiso'
nomía del joven de Tarso, iluminarse, sus oios levantarse
al cielo, sus manos cruzarse sobre eI pecho, en seflal de
acción de gracias. Era la hora de Dios y Ia suya. Levan'
tóse diciendo: (Ileme aquí, estoy dispuesto.»
Jesús había enviado á los Apóstoles y los discípulos, de
dos en dos, á anunciar el reino de los cielos. De Tarso par-
tieron también, dándose la mano, los dos predicadores, di'
rigiéndose á Antioquía. La brecha estaba abierta, y eI
jefes
ioven ejército á cuyo esfuerzo era debida, reclamaba
auborizados para seguir adelante. Pues bien, Ios dos hom'
bres que la Providencia les enviaba, se completaban mu'
tuamente. Si Pablo era entonces de un ardor excesivo,
Bernabé podía templarlo por una benévola longanimidad.
Separados, podrían haber comprometido el éxito de tan
peligrosa campafla- _ Sosteniéndose mutuamente, debían
asegurar sln sacudidas muy violentas la emancipaeión de'
finitiva de la Iglesia cristiana. No sin alguna impaciencia
se les esperaba en Antioquía; no sin un santo entusiasmo
llegaron los viaieros allá.
La mies del Padre de familia, madura en el campo de la
humanidad por siglos de sufrimiento, de sequía, de esté-
riles aspiraciones se les aparecía, no ya limitada á una
ciudad ó una provincia, sino tan vasta como eI mundo.
Soplaba la gracia de Dios en sus almas un valor ind.oma-
ble y deseos de sacrifieios no menos grandes que la mise-
ria de Ia humanidad. Era eI caso de repetir viéndolos apa-
(t). An-
recer: iQuom pulchri ped,es eaangeliza,ntiurn bona!
tioquía había visto llegar, después de un siglo sobre todo,
triunfaclores y seflores sanguinarios; llegábanle, por fin,
salvadores.

(t) Isaía* LII' z.

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CAPITULO VI

Antioquía evangelizada por Pablo y Bernabé

ântioquía en el siglo primero de nuestra era.-Topografia probable de otro


tiempo.-Oarácter de su población muy mezclada.-Llegada de Pablo á
aquel medio.-Donde se formaban sus auditorios.-Resultado conso-
lador de semejante apostolado. (Hechos, XI, 25 26).

La ciudad donde entraron Pablo y Bernabé era en


aquel entonces una de las más hermosas y ricas del mun-
do. EI vasto paralelógramo donde se asentó, encuéntrase
todavía dibuiado muy claramente entre eI Silpio al sur y
-el Orontas aI Norte. Su extensión era de cuatro kilóme-
tros de largo por dos de ancho, sin contar la montafla.
Viejos muros romanos, restaurados por Justiniano, sefla-
lan en un largo surco de ruinas su caprichoso perímetro.
A partir de Ia puerta de San Pablo, elévanse en zigzag
hacia la cresta del Estauro, descienden y remontan en
.cremallera á través del barranco de las Puertas de Hierro,
enlazan la antigua ciudadela y corren á la cima del Silpio,
hacia occidente, á una altura de trescientos metros hasta
la extremidad del Orocasiades, de donde, por una súbita
traspuesta, bajan de nuevo á la llanura. Restos de torres
cuadradas seflalan la sucesión de los principales puntos de
defensa, espaciados en un ámbito de quince kilómetros,
comprendiendo en él Ia parte destruída, pero fá"cil de vol-
ver á hallar, que costeaba el río. Este cordón fortificado,
que á distancia produce el efecto de una frágil cinta do
hilo, no medía menos de cinco metros de ancho por dieci-
siete de alto. Servía de escalera para subir á,la acrópolis.
EI sitio donde fué la,,yjeja Antioquía, si bien muy desda-
-S, sigue siendo de I& más grandiosos. En el prqueflo

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IIONSEfrOE LE CÀMUS

valle donde erece una vegetación exuberante, sin ayuda


de la mano del hombre, tiende el Orontas sus rápidas-
aguas y derrama una frescura que la brisa, soplando regu-
larmente en aquellas gargantas anchas y profundas, impi-
de que sea insalubre. Bajo el cielo puro, la sombría mon-
tafla, surcada de lÍneas rojizas, se escalona en roeas calcí'
reas que eI rayo parece haber quemado, y donde se abren,
como en una inmensa colmena, algunas grutas, especie de
tumbas, gue, durante dieeiocho siglos, algunos solitarios
no han cesado de habitar. En días de borrasca, los torren-
tes que descienden de aquellas alturas en innumerables-
cascadas agrietan el suelo, y eorriendo á través de los an-
chos y profundos canales que surcan las calles de Ant'io-
quía moderna, van á preeipitarse al r'ío, después de haber
exhumado los tesoros escondidos de la ciudad antigua.
Àntioquía, desde que fué edificada por Seleuco Nicator,
ha sufrido por lo menos dos temblores de tierra cada siglo.
De esta suerte ha sido enterrada periódicamente baio sus
propias ruinas por capas vivientes. Nada más frecuente,
ahondando en el suelo, que encontrar piedras preciosas,
brazaletes, perlas, obietos de oro, obras de arte, en unzr
palabra, toda clase de recuerdos de una riea y hermosa
civilizacl6o tt).
En medio de espaciosos jardines, algunos eipreses, naci-
dos en las ruinas, sobresalen entre grupos de almendros,
de mirtos ó de laureles, y pareeen velar sobre este sepul-
cro tantas veces abierto para tragar á los que se atreven á
edificar allí sus moradas: ;l eue, á pesar de los trastornos
periódicos del suelo, floreeerá de nuevo el día en que la
barbarie musulmana le permita vivir.
Tres reyes habían construído la soberbia capital. El
primero, Seleueo Nicator, que transportó allí la ciudad
de Antigonia, echó desde luego sus fundamentos cerc&
(1) Eu Antioquía sorprendiónos una tempestad que no duró menos de
veinticuatro horàs. Los relárnpagos, los truenos, una lluvia diluviana
causaban estragos. Después, asistimos á la paciente rebusca de los habitan-
tes de la ciudad en las arenas removidas por1las aguas bajadas del monte
con la abundancia furiosa y la devastadora rapidez de verdaderos torrente&,

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LÀ OBBÀ DE LOS ÂPóSTOI,ES

.del río, donde está la moderna Antioquía, y transformó la


montafla en acrópolis, Iopolis, como segunda ciudad que
debía proteger la primera. Creeiendo siempre la población,
edificó Calinieo una nueva ciudad hacia oriente, que so
juntó inmediatamente á las otras dos, siguiendo la mon-
tafla que le servía de poderosa defensa al mediodía, mien'
tras que al norte era protegida por el río. Finalmente,
Antioeo III el Grande, ó quizás, Antioco IY EpiÍanes,
quiso fundar una cuarta ciudad al lado de las otras tres, y
formar así una Tebrápolis Abrió en el Orontas un brazo
artifieial, indieaclo ya al Norte por una pequefla corriente
de agua, el aetual Nahr-e1-Koassich; y en la isla así for-
rnada esbableció la eiudad nuevâ con su palacio real. Nada
más grandioso que este grupo de cuatro eiudades, conser-
vando cada una sus primitivas defensas, y, sin embargo,
encerradas juntas en un recinto general erizado de formi-
dables fortificaciones. Había allí, armoniosamente utiliza-
rlos, torrentes, el Onopnietas ó Firmino y el Toiba, picos
abruptos, montes allanados, un río, una isla, inmensas
avenidas adornadas de columnatas, como en Gerasa ó en
Palmira, y más bellas que las de Samaria, palaeios, tem-
plos, basílicas, arcos de triunfo, teatros, hipódromos, edi-
ficios públicos de toda suerte. Restos de estas espléndidas
conetrucciones, sobre todo hacia oriente, eubren todavía
el suelo de una inmensa sábana de mármoles blancos ex-
traflamente mutilados, y donde , de vez en cuando, el Onop-
nietas y el Orontas, saliendo de madre, se complacen en
exhumar eolumnas porfiroideas ó espléndidos sarcófagos.
En estas ruinas, QUê, por todas parbes, emergen del
suelo á signifieativas elevaciones, iamás se han emprendi-
do excavaciones serias. Los üurcos consumen su energía
en haeer imposible estos trabajos; de suerte que para re-
eonstituir la ciudad antigua, teatro importante de nues-
tros orígenes cristianos, queda tan sólo el recurso de pe-
dir á la historia y á Ia imaginación lo que hace tiempo
que debiera haber sacado á la luz del día con mayor cer-
teza el azadón de los buscadores.

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274 MONSENOR Í,8 CÀMUS

Sabido es qúe las ciudades griegas, eonstruídas de or-


dinario al pie de una acrópolis, se parecen easi todas por
la distribución regular de eus monumentos en el flaneo de
la montafl.a, en torno del foro y entre dos ó tres ealles
principales, que debían facilitar la eircunvalaeión en sen-
iidor áirr"r.oã. Así fueron Atenas, Corinto, Esmirna, Éf.-
so. En la eima de la moutafla forbificada, edificaban el
templo del dios proteetor de la ciudad; en las pendientes,
los santuarios de algunas divinidades privilegiadas: Pan,
Yenus, Eseulapio, Marte y Baco; más abajo, Ios teatros, etr
anfiteatro; hacia el eentro de la ciudad, el Íoro, las basí-
licas, los edificios públieos, los palaeios. Así fué construída
A ntioquía, según los antiguos. EI templo de Júpiter Ce-
rauno coronaba las cumbres de la acrópolis hacia ponien-
te, allí clonde Seleueo había fundado á Iopolis. El águila
que lleva el rayo eB uno de los símbolos que se encuentra
con más Írecuencia en las medallas de Antioquía. En los
flancos del Silpio, algunas ruinas indican aún que estaban
allí agrupados los santuarios de otrae divinidades tutela-
res. Todas tuvieron allí su sitio, incluso Caronte, ol sinies-
tro nauta de los fnfierno§. Su gigantesca cabeza, esculpi-
da en uno de los abruptos picos, dominaba por completo
la ciudad. Era, según se creía, un talismán efreaz para
ah'uyentar Ia'peste. El terrible barquero de la Estigia, de-
biendo alguna benevoleneia á sus devotos, mostrábase me'
nos apresurado en llamar á su barca á los que veneraban
su horrorosa imagen.
En Ia parte baja del monte, encontramos los sitios pro-
bables del anfiteatro y del teatro que precedía al templo
de Baco. Tiberio había colocado allí las colosales estatuas
de ios Dioscuros de caballos blancos, Amfión y Zeto, imi'
tación del toro Faruesio, la obra eolosal de Apolonio y de
Tauriseo de Tralles. Doe grandes calles paralelas atravesa-
ban la ciudad de oriente á oeeidente. La una, llamada de
Tiberio, era la menos hermosa, tocaba aI teatro y al anfi'
teatro, extendiéndose casi á todo lo largo del Pie de la
montafla. La otra, con el nombre do Gran Avenida de los

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LÀ OBBÀ DE LOS APóSTOLDS 275

Pórtieos, había sido terminada por Herodes el Grande,


según hemos dicho en otra parbe. Era de mueho la más
ancha y la más adornada de la ciudad, y medía cuatro
kilómetros de largo. Era el sitio de reunión de los desocu-
pados, de los paseantes, del gran mundo, el centro de una
febril agitación. Por ella pasaban los carros que iban al
eirco, los soberbios caballos del desierto que piafaban so-
bre las losas de mármol, Ios esclavos llevando en literds á
sus amos ahítos, y las mujeres exhibiéndose á, la puesta-
del sol con todo el lujo y la coquetería de las hijas de Orien-
te. Ifna tercera calle, que bajaba del pie de la montafla
por la puerta del Medio donde Tiberio había hecho instalar
á Rómulo y Remo amamantados por la loba, cortaba las
otras dos en ángulo recto, bajo arcos de triunfo de euatro
caras, cubiertos de esculturas y de estatuas. Atravesaba
el ágora para terminar en el NinÍ'eo, en las orillas del río.
AIIí, baf o el edificio semicircular, en medio de flores y de
aguas que caían en easeadas, ante fas estatuas de las nin-
fas y de los dioses, recitaban versos algunos poetas. En el
á,gora, agitábanse los mereaderes y el bajo pueblo, tratan-
do sus negocios en confusa mezela Ce lenguas de Oriente
y Oeeiderrte. En la basílica de César, administrábase jus-
tieia, en tanto que algunos retóricos enseflaban la eloeuen-
cia en el Museo reeonstruído por Tiberio. Las agadezas con
que esmaltaban sus lecciones hacían fortuna en aquella ciu-
dad maliciosa y Írívola. Yeíase errantes, aeá" y allá,, en las
ered,ras ó salas de los baflos, á algunos filósofos sin diseí-
pulos. Los orientales viven más de impresiones que de ra-
zonamiento. Aquella poblaeión voluptuosa y ruidosa pre-
fería igualmente á todo, los teatros y los juegos públieos.
En esto se encerraban sus grandes predileceiones. Apasio-
nábase por un aetor, un bestiario, un cochero, I no vacila-
ba en amotinarse en honor suyo. Tenía necesidad de Ia re-
ligión, porque la religiosidad estaba en sus instintos de ra-
zai y la había escogido según sus gustos, adoptando el
culto dol placer. Sus alegres heteras, conducidas por los
más honorables habitantes de la ciudad, iban eon frecuenr

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276 }IONSEÉOR, LE CAMUS

.cia á Dafne para venerar á Apolo y celebrar infames mis-


,terios baio mirtos y laureles. Las fiestas de Baco y d9 Y"-
nus, ó de Maiuma, autorizaban las exhibiciones más inde-
centes, durando semanas enteras la orgía. Bajo un clima
delicioso, la vida íácil lleva á la inmoralidad, y la mezcla
de razas á la más eseandalosa eorrupeiór-r. Según nos dieen
los historiadores y los satíricos griegos y latinos, . Antio-
quía valía poeo más ó menos Io que Corinto. Los extran-
iàros que iÉao allí no tardaban en sufrir la influencia
de
iur .ottombres sirias, y sabemos que la misma Roma 8e
quejaba amargamente de que en ella se enerYa§en sug
soldados.
Àliábase esta depravación de costumbres con un gusto
'universal por todas las supersticiones. Ifna cultura inte-
lectual más brillante que seria, era insuficiente para Pre-
:sofvâr de una credulidad ciega y obstinada á la clase al-
ta. Antioquía era la víetima eiega y voluntaria de todos
los hechiceros. Sabido es que eI mismo Germánico, en
aquel extraflo medio ambiente, no resistió á la suges-
tiàn general por los amuletos y los talisman"r. Á la puer-
ta de-los templos, ante los altares de las encruciiadas, al-
gunos magos, rodeados cle numerosa multitud, euchichea-
Úa,o .r, secretos, y algunos charlatanes caldeos vendían
remedios infalibles para coniurar el viento aquilón, las fie-
bres, los mosquitos y los escorpiones. Junto á' innumera-
bles termas dãnde, con el luio más refinado, la ciudad en-
tora iba á buscar, según expresión de Apolonio de Tiana,
en el abuso de los brnos prolongados, la deerepitud de
una veje z preco4 había hisbriones que daban representa-
ciones grotestas y obscenas, toeadores de flauta que §o
entregaban á, danzas lascivas, y cantores gUo, con_numen
sie*pte insolento, Ya que no espiritual, recitaban las cho-
."urr".Íus más g*o."t*.. A través de este mundo de ocio-
.sos, de eharlatãnes, de libertinos, de devotos, de presumi-
dos, de curiosos, ür hormiguero activo 8e ocupaba de
nogocios, de comercio, de transacciones de toda espe:ie, y
,ecÉabu en esta mezcla eaprichosa de lisonja y de barbarie,

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IJÀ OBBA DE LO§ ÂPóSTOLES

do espíritu malicioso y de tontería, de prodigalidad y de


egoísmo, de lujo y de plaeer, Ia nota grave del trabaio y
de la especulación, que acaba de pintarnos al vivo ãste
.medio tan extraflamente compuesto.
Era, en efecto, prodigioso el movimiento comereial en la
vasta meürópoli de Siria. Por hermosas vÍas, del Norte,
del Mediodía y sobre todo de las orillas del Eufrates, lle-
gaban allí caravanas numerosas y ricamente cargadas. IIn
enjambre de ágiles embarcaciones, yendo y volviendo de
antioquía á Seleucia, eambiaba productos de oriente y de
occidente, y transformaba la eapital de Siria en vastó al-
maeén. En este tráfico internacional, el elemento judío
desempef,aba, como siempre, un papel muy importante.
De buen grado se aceptaban sociedades comerciales con
los hijos de rsrael, para llevar á buen término las más difí-
'ailes transacciones. Los judíos habían acabado por tener en
nus manos una parte de la forbuna pública, y era preciso
contar con ellos. Aunque vivían en un barrio aparte, y su
régrmen era poco menos que autónomo, mezclábanse con
Ia burguesía ó con Ia muchedumbre para explotarlos.'por
lo tanto, es lógico suponer que los primeros predicadores
clel Evangelio, confundidos desde luego con ellos, puclie-
ràrl muy Íácilmente enbrar en relaciones con la población
anüioqueflu y anunciarle la palabra divina. Por grande que
fuese el rebajamiento del nivel moral, aún había almas
generosas que buscaban ia verdad, llenas de admiraeión
por la virtud. En el fondo de todo oriental, hu,r siempre
aquella neeesidad de religión de que hemos habládo, y
ôo"
las prácticas supersticiosas sólo satisfaeen incompleta-àn-
te. Entre los mismos griegos, no era raro encontrar cor.a-
zones disgustados del culto de la materia, que contenían as-
piraciones rnás elevadas que el grosero politeísmo importa-
do de Ia madre patria á las oriilas del orontas, donde ,o
había ni poetas ni artistas que lo idealizaran. Solamente
,que unos y'otros, absorbidos por el tumulto de la vida
bulliciosa, arrastrados por el torbellino de los placeres
más embriagadores, sin guía para busear la }uz dãl cielo,
18 T. IV

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MONSEfrOR LE CÁMUS

vivían y morían perdidos entre la multitud. EI fuego do


Nehemias, mezetrao con eI barro, esperaba un rayo de sol
para eneenderse. Este rayo bendito le llegó al fin por el'
Evangelio.
Deã'pués de haber atravesado los largos arrabales de la
ribera derech, y el puente sobre el orontas, quizás 9l ql"
subsiste todavía, paUto entró en la eapital de Siria, donde
eneontró ciertamente algo de Tarso su patria, con un&
mezela de razas más eonsiderable, una corriente intelec-
tual menos desarrollada y la más cíniea eorrupeión. Ber-
nabé debió do eondueir á su amigo aI barrio judío. Ila-
biéndolo presentado á, Ia pequef,a Iglesia de AntioquÍa,
como en otro tiempo á Ia de Jerusalén, púsole al eorriente
de lo que se había heeho y de lo qu€ se debía haeer. EI
nuevo soldado de Jesucristo no deseaba otra cosa que to-
mar parte al momento en la lueha empeflada'
los dos amigos, y ?ô-
aQué medios de a,eción eseogieron
oro d"b"mos rePresentarnos esta primera evangelizaeión
de la gentilidrãt ioonde tuvo lugar I qoa ineidentes ofre'
ció? Fálta en el historiador sagrado la respuesta á" estas
preguntas. Sin duda los dos Apóstoles hablaron en las si-
nagogas; pero àconcurrian -á' ellas
-ri"ro, os,
proséIit ô eran admitidos tam
mezelarse eon la Poblaeión
eI pueblo baio, é inaugurar mode
tienda del mereader ó en el taller del obrero, á' tra'
"o'1"
vés de las relaeiones ordinarias del negocio y del trabajo?
haber
Es posible; pero la población de Antioquía Pa-rece
sido muy toierant"Lo punto á doetrina§, y nada -no'
im-
pide .rpoo", 9uo, despué ado el terreno
tlgooo.àíur, Pablo se arrie en las conver-
.rãioo", del ágora, á disert de las termas'
Lr:" la columãata de las bas lle de los Pór-
tiJos,y en frn,á,presentarse-quizás hasta L escuela de loe
:1Io hizo uo Éf"to'
retóricos. En todo caso, .u,bãoro. que así
y en Atenas. La tradición ha seflalado una calle, llamada'
áel Saogóo, donde, no lejos de1 templo de todos los dioses,,

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LÀ OBBÀ DS LOS ÂPó§TOLES 279

(1). Este es quizás


predicó Pablo oficialmente el Evangelio
ól ritio en que fué edifieada más tarde la iglesia llamada
,o\,aú,, es deãir, antigua. Así, al lado de los ídolos de los
falsos dioses, en el centro mismo de la eiudad, abrió muy
pronto el palenque donde llamó á los paganos Parâ conven-
cerlos y convertirlos. Por el contrario, el lugar donde re'
unía á los discípulos consagrados ya por eI bautismo, era
la gruta de que habla Teodoreto, y que puede verse
torlavía cerca de las ruinas del eonvento de San Pablo.
Por largo tiempo, sobre todo en días de persecución, Ios
fieles de Antioquía gustaron de reunirse en ella, siendo
dieha gruta uno de los pocos recuerdos auténticos de una
época tan gloriosa (2).
Bernabé, por su parte, prodigóse liberalmente en esta
primera campafla, y su palabra, llena de unción y de po-
der, eontribuyó â asegurar el buen éxito. Los dos ami-
gos prediearoó un aflo entero en medio de la joven Iglesia,
y eI número de Ios proséIitos que hieieron es ealificado de
m;ultitud conaeniente (t7xo, traús) ô satis/actori,a por el his-
toriador sagrado. No sabemos que se hubieee puesto tra-
bas al ardor de su eelo. Esta tolerancia de los antioqueflos
eontrastaba singularmente con eI fanatismo f udío que
acababa de levantar una nueva persecución en Jerusalén.

(I) Malala, libro X: «Praedicantem illic primüm verbum in vico dicto


Singonis proximo Pantheoni.»
(2) Y. Notre Yoyage aun püys bibliques, vol.III, póg. 73 y si&

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E
CAPÍTULO YII

Persecución en Jerusalén

Ilerodes Agripa I.-Yicisitudes de su existencia.- Llega á ser rey de los ju-


díos.-Su natural perverso.-Por política, quiere agradar á sus nuevos súb-
ditos y se hace perseguidor.-Muerte de Santiago, hermano de Juan.-
Prisión de Pedro.-Su rnilagrosa evasión.-En casa de María, madre de
Juan Marcos.-Santiago, hermano del Seflor.-Desdicha de Iferodes.( Ife-
chos, XII,I-tg).

Efectivamente, en Jerusalén, el poder civil acababa de


declararse enemigo de Ia lglesia, y la situación era grave.
Sin duda que, desde el principio, los Apóstoles habían su-
Írido fa hostilidad del SanedrÍn; pero el pueblo estaba con
ellos. Más tarde, éste hízo causa común con el Sanedrín y
mató á Esteban. Sin embargo, la autoridad pública, repre-
sentada desdo el af,o 37 al aüo 41 por Marcelo y Marulo,
procuradores de Samaria y de Judea, y sobre todo por Yi-
telio y Pebronio, gobernadores generales de Siria, habíase
mantenido ajena á sus violencias, hasta que llegó á Jeru-
salén un rel, pombrado por Claudio, / Qüe, por tradición
de famili*, era menos indiÍerente que los romanos á, las
cuestiones religiosas, mostrando sobre todo un deseo nrás
vivo de agradar ár, sus nuevos vasallos.
Esbe rey era el nieto de Herodes el Grande, conocido
en la historia con el nombre de Herodes Agripa I. Su vi-
da, de las más agitadas, parece algo novelesca y es un tris-
te ejemplo del éxito guê, en días turbulentos, pueden ob-
tener los hombres más despreciables á fuerza de lrabilidad
y aurlacia. Educado en Roma con Druso, hiio de Tiberio,
disipó rápidamente en la crápula los bienes que su madre
Borenice, le había transmitido de Ia herencia de Aristóbu-

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a

LÀ OBRÀ DE LO§ ÀPóSTOLES 287

lo, su padre. Cuando Druso murió, Tiberio atribuyó su


fin prematuro á su libertinaje y echó de su corte á Agripa
y á todos los que habÍan sido cómplices de sus excesos.
Acosado por sus aereeclores, el clescendiente de flerodes
faé á, oculbarse en urr pequefi.o eastillo de Idumea, donde,
desesperado, sin recursos, pensaba suicidarse, cuando Ci-
pro, Bu mujer, hizo que se apiadase de su suerte Elerodías,
hermana del culpable disipador, unida ineestuosamente á"
su tío Herodes Antipas. La familia de los Herodes daba,
corr repugnante cinismo, ejemplo de toda clase de inmora'
lidades. Los homicidios, el ineesto y la traición llenan su
historia.
Agripa, nombrado edil de Tiberíades, cerca de los suyos,
no sopoltó largo tiempo esta situa.ción desairada que: por
otra parte, su tío tenía euidado cle hacerle sentir. El
asesino de Juan Bautista no había perdido el hábito de
beber con exceso y de llegar al insulto y también á" la
crueldad, cuando se extraviaba su razón , á,la última hora
del festír. Á consecuencia de un incidente sobrevenido en
la mesa, Agripa partió súbitamente de Tiro, donde á' la
sazón se hallaba, I refugióse al laclo de Flaco, uno de sus
antiguos amigos de Roma, elevado á gobernador de Siria.
Pero eneontró allí un adversario en su propio hermano
Àristóbulo que logró alejarlo.
Enüre tanto Tiberio había eomprendido que Druso no
había muerto en la crápula, sino envenenado por Sejano,
á quien abofeteara, habiéndose prestado Livia, la propia
muier de Druso, á ayudar al ofendido á satisÍaeer su ren-
cor. Qui zá"s el viejo emperador se moatraría menos hostil
á los que le recordasen un hijo tiernamente querido y tan
cruelmente arrebatado en la flor de su edad. Agripa, fal-
to de recursos, consideró esta hipótesis como Bu úlbima
tabla de salvaeión. Tomó á préstamo, al interés clel doce
y medio por ciento, veinte'mil dracmas de un antiguo li-
berto de su madre, y procuró embarcarse para Roma. He-
rennio Capito, gobernador de Jamnia, le hiro prender co-
mo deudor de trescientas mil dracmas que había arrebatado

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o

282 MCNSENOB, LE CÀMU§

del tesoro público, durante su permanencia en Roma, )'no


las había restituído aún. Agripa, con aquella pérfida flexi-
bilidad que constituía el fondo de su carácter, pareció r'e-
signarse; pero, llegada la noche, escapóse y ganó Àlejau-
dría, donde el alabarco de los judíos, Alejandro, consintió
en prest&r, no á é1, pues no le juzgaba digno de ninguria
confianza, sino á su esposa Cipro, que Ie había encantado
con sus dulces palabras, doscientas mil dracmas con la es-
peranza de reembolsar con creces esba suma importarrte
en días meiores. Sin embargo, tanto desconfiaba de las lo-
cas prodigalidades del príncipe, QUo sólo entregó treiuta
mil al contado, prometiendo dar el resto cuando los fugiti-
vos estuvieran en Italia.
Llegado á Puzolo, pidió Agripa una aurtiencia á Tibe-
rio, quier', or Ia roea de Caprea, procuraba ahogar sus re'
mordimientos en incalificables orgías. Ilabíale ya acogi-
do con benevolencia el emperador, cuando una carta de
I{erennio cambió súbitamente sus buenas disposiciones.
Tiberio, guÊ, toda su vida, había sido el máq severo de los
administradores, no comprendía, ni aun en el momento de
su muerte y en medio de todas sus rnaldades, que se pu-
diese defraudar el tesoro público y ganar el pleito contra
la administración imperial. Exigió que Herodes pagase
primeramente su deuda, después de lo cual consenbiría en
recibirle. Antonia, madre de Germanico y de Claudio, en
recuerdo de Berenice, en otro tiempo su amiga íntima,
adelantó entonces dinero sufieiente al príncipe judío para
regularizâr su situación. Poco después, eI samaritano Talo,
liberto de Tiberio, creyendo en Ia estrella del nieto de He-
rodes, i"gó sobre su porvenir y constituyóse en su acree-
dor único por un millón de dracmas, después de haber re-
embolsado á todos los otros prestamistas. Tiberio admitió
definitivamente á Agripa en la corte; pero como eI terrible
vieio esbaba al término de su odiosa carrera, Agripa se
apresuró ante todo de obtener eI favor de su probable su-
cesor, Calígula, poro con tan poca reserva, que un dÍa su
eochero Eutiques, acusado de haber robado unos vestidos

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,a

LA OBrtA DS LO§ ÀPO§TOI,ES

.de su amo, no encontró mejor medio de vengauza que re-


velar al emperador la imprudente impaciencia con quo
Ilerodes deãeaba su muerte y el advenimiento de Calígu-
la, en perjuicio de un nieto, que debía ser el §uce§or
naturaÍ del sirri"stro anciano. Acto continuo, Tiberio hizo
encarcelar a[ que había sido torpe siquiera una vez en §u
vida.
Emperador seis meses después, trocó Calígula las -ata-
duras de hierro de su amigo por cadenas de oro del mismo
peso, y del prisionero hizo un rey, dándole por Estados
Ia Iture" y iu Traconítida de Filipo, el Líbano y la Abile'
na de Lisanias (t). En vano su tío Antipas y §u hermana
experimentaron Ia más violenta envidia de una Íortuna
taÀ súbita y tan inesperada. Pero nada en lo sucesivo
debía impeclir sus éxitos. En tanto que el tetrarca partía
para Roma con E[erodías conbando con hacer que se- Io
concecliera también el tÍtulo de rey y destruir eI crédito
de su sobrino y cuflado, una carta de éste se le anticipó
denunciándole como enemigo del imperio. Calígula, al re'
cibirle, contentóse con preguntarle insidiosamente si tenía
provisión de armas. Antipas respondió afirmativamente
i tu perdió asÍ, creyendo recomendarso. Sin otra inÍorma-
ción, el emperador, convencido de que conspiraba contra
el imperio ãon eI parto artabán, desberrole á,las Galia§, Y
(2).
dió á,Agripa su tetrarquÍa de Galilea
Cuarrão Calígula cayó bajo el puüal de Quereas, pro_cu-
ró Herodes, con su temperamento hipócrita y. adulador,
recomendarse á Claudio, desempeflando, entre él y el Se-
nado, un papel en el que su caráctor vil nos ha sido des-
piadada*ãol" revelado por Josefo. Claudio, conYencido
ãu qo" Ie debía el imperio, colmóle de nuevos favores. Sa-
Estados. Tuvo así
-rri, y Judea fueron afl.adidas á sus
un reino más vasto que el de su abuelo, con una renta
anual de diez millones de dracmas. Talo, eI especulador
samaritano, habí&, pues, empleado bien su dinero. Es de
(r) Anú,XYIII,6, 10.
(2) .lnt.rXYTTI,7, z; B.J.r II, 9,6.

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IIONSEÍIOB, LE CÀMUS

creer, en efecto, que el rey de los judíos se ocupó entonees


en pagar sus deudas. À muehos les pareció que en su
reinado el cielo se complaeia en renovar sus favores al de-
caído fsrael. El país, poco meuos que reeobracla su inde
pendencia, esperó encontrar de nuevo en sus reyes un re-
flejo de sus antiguas glorias, quizás también á su Mesías (1).
En realidad, Agripa nada descuidó para alimentar estas
ilusiones y hacer olvidar su odioso pasado. Edificó pala-
cios, anfiteatros, pórtieos, baflos. Jerusalén vió ensancharse
§us murallas y se engranrieció con un barrio nuevo, que
recibió eI nombre de Bezeta. Tanto que Ia autoridad ro-
mana se inquietó, y Claudio ercyó deber ilamar al rey á,
la prudencia. Parocía que los iudíos no habían tenido ia-
más un príncipe más sirnpático y rnás de su agrado que
éste. Por todas parbes se le veía observante eeloso y pro-
tector oficial de la L"y (2r. Tenía sus complacencias en la
Ciudad Santa, mezelá,base err las ceremonias, ofreeía sa-
crifieios, eolgaba como ex voto, en el gazofilaciodel Tem-
plo, las cadenas de oro que le diera Calígula, cedía el paso
á los entierros ó á, las bodas que encontraba, y buscaba
así, por" todos los medios, afirmar sus sentimientos reli-
giosos. Cuentan los rabinos qlle un día, durante la fiesta
de los Tabernáeulos, como leyese el Deuteronomio en alta
yoz y de pie en el atrio del Templo, habiendo llegado al
pasaje que dice: «No podrás alzar por rey á hombre de
otra nación que no es tu hermano (3),» paróse de pronto,
;r, rêGordando su origen idumeo, se deshizo en iágrimas.
Quizás el hipócrita, formado en la escuela de Tiberio, que-
ría con esta fingida emoción sondear los sentimientos de
Bus vasallos. La multitud, satisfeeha de estos escrúpulos,
comenzó á, gritar: (No temas, Agripa, bú eres hermauo
nupstro (a).» En realidad, eorría por sus venas sangre as-
monea por su abuela Marianna, que, de parte de Hircano

Eaeres' cap. r;Epifanio Haeres, xxl, 1.


üi 1;llff1l"ro,,Í0,
(3) Deuú., XYII, 15.
(4)' Mischna, tratado Sota, YfI, e.

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LÀ OBRÀ DE LO§ ÂPó§TO],ES

ff, su abuelo, emparentaba eon los Maeabeos.. Empero


mostrábase sobre todo su hermano por su respeto áu la
L"y. É1, qu" había paàado su vida en el más desvergonza-
do libertinaje, alardeaba de exeesivamente eserupuloso
por cualquiera impureza, legal. Ni una sola vez omitía eI
sacrifieio cotidiano, cuidábase de buen grado de los
menores detalles del culto llegando hasta pagar las ofren-
das de los nazires clemasiado pobres para, curnplir sus vo-
tos (1). En el fondo, y á pesar de esbas hipócritas manifes -
taeiones, en é1 no había muerto el vieio libertino, el escép-
tico sanguinario. el loco, que había inspirado, según se
dice P), á. Calígula una parte de sus eriminales extrava .

ganeias, v Ie veremos, después de haber perseguido Ia Igle-


sia para r:leÍ'ender el mosaísmo, no resistir al placer de
uitrajar el mosaísmo para hacerse adorar.
Con un pasado tan detestable, Agripa era el hombre í
quien el partido religioso debía explobar. Á veees pa-
rece cómodo á, los príneipes maivados hacerse absolver
de sus crímenes poniendo su espada y su crédito al servi-
eio de cualquiera empresa fanática. Aquí las eircunstan-
eias se prestaban maravillosamente á este acuerdo entre
ei brazo seeular, que sólo deseaba obligar á la ,autoridad
religiosa, y esta autoridacl, que se esüremeeía de rabia
viendo la actitud independiente de los partidarios de la
nueva religión frente á la Ley. Los discípulos de Jesús
no sólo perseveraban en sus pretensiones, sino que frater-
nizaban eon los incircuncisos. 2Podía imaginarse un reto
más atrevido á las viejas ereencias y á las santas prerro-"
gativas de Israel? En vano algunos diseípulos daban mues-
tras de querer üener la barca de Pedro amarrad a á,la,
orilla, pues era evidente que izaba velas y proeuraba
haeerse á la mar en direeción à las naciones. El éxito.
universal que se atribuía á Ios predieadores de Ia nueva
doctrina hacía esta perspeetiva más desesperante para
el viejo partido judío. Hablábase vivamente de esto. La
(1) Ant., XIX,6, t;7 ,8.
(2) Dión Casio, LIX, 24.

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I
/

MONSENOB LE CÂMTI§

sorda eólera del Sanedrín, las murmuraciones del pueblo,


las públicas recriminaeiones de los más violentos, acaba-
ron por seflalar al rey lo que debía hacer, si quería, agra-
dar á todos. Teniendo que tomar el partido de los lobos
ó el de las ovejas, no desmintió sus instintos de raza, y se
hizo perseguidor. En Roma, había visto cómo so organi-
zaban la proscripción y el crimen. No era nuevo para él
,este juego terrible del despotismo pisoteando la justicia y
la vida humana. Comenzó, por tanto, la persecución, y
muchos fieles tuvieron que sufrir. Favorecer á los delato-
res, recompensar á los traidores, en una palabra haeer da-
flo, debía ser un triunfo para el regio diseípulo de Tiberio
y el amigo de Calígula.
Queliendo dar un golpe de gran resonancia, comenzó
por Santiago, hermano de Juan. Supuso quizás que el
Hifo del Trueno era Ia eabeza de la comunidad disidente.
Á to menos se le debió seflalar como uno de los más ar-
dientes promovedores de Ia predicación á los gentiles. I{í-
zole matar. Así, de los dos hijos do Zebedeo, el uno murió
el primero de todos los Apóstoles, y el otro el úItimo. San-
tiago desapareeió en el momento en que el reino de Jesús
iba á romper las trabas del judaísmo y á" tomar, con su
verdaclera Íorma, su legítimo desenvolvimiento. EI marti-
rio de este Apóstol fué, sin duda, la respuesta del Maes-
tro á la súplica de Salomé, deseando para su primogénito
una prim acía muy diferente. Juan, por el contrario, ce-
rrando el siglo apostólico, vió Ia Iglesia extendida en todo
eI mundo romano y ierárquicamente organizada. Tuvo
también su puesto de honor, pero desde otro punto de vis-
ta. En todo caso, los dos hermanos estaban á la altura del
martirio. Sufriéronlo el uno y el otro, con la diferencia de
guo, si Juan ealió sano y salvo del aceite hirviente, San-
tiago apuró la eopa de que hablara el Maestro, y fué bau-
tizado con el terrible bautismo de sangre, inaugurado por
Jesucristo (1). Fué deeapitado. Agripa, que había visto cor-

(l) Mat., XX, za.

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T
LÀ oBEA DE Los .lPóstor.Ps 287

tar la eabeza de Quereas, de Lupo y de otros muchos, so


eomplació en infligir este género de suplicio, en que los
desg.aciados .ro u-rritrbr, ú., prolongado sufrimiento sino
á cõndición de manterrer muy erguida é inmóvil la cabeza
para que ésta fuese abatida de un solo taio
(t). Según la
iey iudía, el suplicio de Santiago, condenado por- un cri-
*ão religioso, áebía ser la lapidaeión. Juan Bautista ha-
bía sido ãecapitado porque Ilerodías había pedido en un
plato su cabeza er)sangrenbada.
Causa aclmiración ver al hisboriador sagrado meneionar
en clos palabras solamentrs (:r) la muerte del primer Apó:-
tol máriir, que, por otr.a parte, es el únieo cuyo trágieo fin
seflala el libro de los Hechos. Del suplicio de Esteban nos
había suministrado más detalles (3), I sin enrbargo, san-
tiago era, no solamente uno de los Doee, sino uno de los
tres privilegiados que habían visto eI poder del Maestro
en la ,".orr".eión de la hif a cle Jairo, su gloria en la tras-
figuración y su angustia en Getsernaní. En este Eorpren-
dãnte laeoris-o, ú hay que busear quizás sino una de
ias pruebas de escrupulosa fidelidad tan frecuentes en el
-erciorado libro. El historiador quiso solamente deeirnos
lo que encontraba en sus documentos auténticos, aunque
le pareeiese incompleto. Á fines del siglo II, Clemen-
te de AleiandrÍa recogió una conmovedora tradición.
que da á,la muerte de Santiago un rasgo de s9m9i"!?"
(a). El ínÍeliz
con la de Esteban rogando por sus verdugos
que había arrastrado á Santiago al tribunal del juez, fué
áe tal manera trastornado, oyéndole rendir á Jesús el más
valiente testimonio, que al punto se declaró prosélito de
la nueva religión. conclucido aI suplieio, pidió perdón al
Apóstol. Éstã reflexionó un momento; después, tendién'
(l) En el apócrifo de Abdías, Hist. Ápost.,leemos á propósito de San-
tiago: «Cervicem spiculatori porrexit.»
(2) Eechos XI[, z: occ'íd,it... glad,io.
Sión, venérase el I rgar
igi En la iglesia armenia cismática del montesería
ao"á" Santiag"o habría sido decapitado. Difícit precisar si este sitio
corresponde íun, cárcel antigua ó á una plaza-pública.
(4) ^Eusebio transcribe en-su His; rtil"s.,Il,9, estepasaje del séptimo
libro de las Hypotyposes de Clemente de Alejandría.

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IIONSEÍOR LT CAMLr§

dole los brazos, díjole: (La paz sea eontigo,) y le dió el


beso fraternal. Poco después el verdugo-cortaba -las dos
cabezas, para demostrar á, todos que se debía respetar la
ley de Moisés y sobre todo temer á sus representantes.
El éxito obtenido por el rey Agripa antcel Sanedrín con
esbos aebos de violeneia, animóle á" continuar. Costábale
poco eomprar con la sangre de algunos hombres inofensivos
la popularidad que necesitaba su políbica. por lo demás, la
firrne aetitud de la jove, rglesia, que no se clejaba intimi.
dar', era cle todo purrbo á propósito para excitar su furor.
Persuadiósele que en adelante debía herir la cabeza. Ahora
bien, la cabeza no era santiago, sino Pedro. El rey se apo.
deró de Pedro. y lo encareeló. Para impresionar más á la
multitud: puos todo era ealculado en easa de Herocles,
qrr iso que esto fuese en el momento misrno cle la Paseua clel
aflo 44 ttl. No sólo el pueblo de Jerusalén, sino todos los
peregrinos llegados para la solemnidad fueron así testigos
del eelo desplegado por el rey en proteger la vieja religión
de rsrael eontra los iunovadores. A fin de indiear mejor la
importancia de este golpe de mano, se clecidió que el pri-
sionero fuese entregad o 6,, la custodia de cuatro piquetes,
de cuatro soldados cada uno. I.)ebía estar bafo llave hasta
después del séptimo día de las fiestas pascuales. Et plazo
concentraría naturalmente en el prisioner.o la atención de
la eiudad entera y de los extranjeros. .El solemne juicio que
preparaba Ilerodes (2), y la ejecución del prisionero, aca-
barían de impresionar muy vivamente todo el país.
Relevándose los cuatro piquetes en cada una de las
erratro vigilias de la noche, resultaba que uno solo estaba \
realmente en funciones. mientras los otros tres dormían
en el cuerpo de guardia. De los euatro hombres que vela-
ban, dos se apostaban á la puerta del calabozo y dos al

(1) Era, según el historiador sagrado, durante los dí,as en que comían el
p_anlr_tlevad_u_ra, .§_499!r, durante la semana pascual (Deut., XyI, g; Duo-
d,o, XII, 18; Mat., XXYI, l Z); pero no precisa qué día.
(2) Herodes se proponía presidir el tri
bunal juzgar á Pedro para loudenarlo á
muert ?v dürôv zÇ ÀeÇ.

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LA OBBA DE LOS ÀPóSTOLE§

interior, al lado mismo del prisionero. No era raro que éste


estuviese arado con sus eadenas á los soldados que 1o cus-
todiaban Í1, á, fin de que resultase imposible todo couato

irreparable. Necesitábase url milagro, que era pedido con


conmovedora irtsisbeucia, y que plugo á" Dios concedet á
última hora.
Era la noehe rnisma que precetlía al rlía fabal: Pedro,
quitadas las sandalias, el manto y el ceflidor, había deja-
do caer á sus pies su larga túnica, y doruría plácidametr te
como si nada tu viese que temér para el día siguiente. Dos
soldados, sentados el uno á su derecha y el otro á, su iz'
quierda. teníanlo iigaclo con una doble cadena. Probable-
mente dorurían como é1. De repente un ánge1 del Sef,or
írpareee en Ia cárcel y Ia llena de un vivo resplandor.
Apoyando fuertemente la mano en eI costado de Pedro,
lc despierbri, dicien,fo: (Levántate presbo.» Y cayéronse las
cadenas de las manos del cautivo. «Ponte el cef,idor, y cál-
zate las sandalias,)-aflade el ángel.-Pedro lo hace )' eI
ángel agrega: (Toma tu capa, y sígueme.) Pedro le si-
guió, uo cr:eyendo en Ia realidad de su liberaciór por un
rÍngel. sino suponiendo más bien que era juguete de un
sueflo. Entretanto, ni los guardias que estaban en el inte-
rior, ni los que permanecían en Ia puerta de ia cárcel, y
por entre los cuales Íué preciso pasar, habían visbo ni oído
nada. Ifn poder superior cerraba sus ojos y sus oidos. EI
ángel y eI prisionero tampoeo Íueron detenidos por la
puerba de hierro que daba acceso á la ciudad, la cual se les
abrió por sí misma. Salidos por ella, caminaron hasta el ex-
tremo de una calie, y el ángel desapareció. Cuando Pedro
se halló solo y libre, en medio de Ia ciudad, comprendió el

I «rl V. Ánt., XYIIf, 6, ?, donde flerodes Agripa es atado á uno de sus


g,rardi*.. Séneca (Dpist. V) atude á esta costumbre: «Quemadnrodum eadem
catena et militem et custodiam copulat.» V. Plinio, (Epist. X' 65).

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MON§EfrOR LE CÀIIUS

milagro que Dios acababa de obrar en su favor, y excla-


mó, como un hombre que recobra los sentidos: (lAhora sf
que conozco que el Seflor ha enviado verdaderamente su
ángel, y librádome de las manos de Herodes y de la ex-
pectación de borlo el pueblo judío! (1).» Su primer pensa-
miento fué ir á llamar á la casa de María, madre de Juan-
Marcos, donde los fieles acostumbraban á reunirse para la
oración en común, sobre todo etr horas de angustia y de"
tribulaeión. Ora Ia cárcel de Pedro hubiese sido la forta-
leza Antonia, ora más probablemente una de las torres del'
palaeio de Herodes, es lo cierto que el ángel y el prisionero
se dirigieron haeia el interior de la ciudad, llegando no le'
jos del punto, easi central, donde Ia tradición jacobita, tanto'
más seria euarrto que está reprêBentada por una secta más
antigua, coloca la casa de María. Si bien es cierto que algu'
nos de semejantes sitios han podido perderse en el decur-
so de las edades, no puede negarse que debieron ser cono-
cidos muy exactamente en el origen y cuidadosamenbe
preservados. Éste formó parto, sin duda, del patrimonio
de la naciente Iglesia. María, tía, si no hermana de Berna-
bé (2), siguiendo el ejemplo de su generoso pariente, ha-
(3)
bía puesto á disposieión de la comunidad su propia mo'
racla, y los discípulos estaban allí como en su casa. El
título de hijo que Pedro da á Juan Marcos prueba Ia inti-
midad en que vivía con su familia.
Llegado, püos, á casa de Maíra, el Apóstol llamó á la
gr&n puerta que daba á' la galería interior del patio y á
l. calle (a). Una iovencita (5), de nombre Rodé (6), perso-
-(i) dan en este relat
d,eret, ne, veÍI. Il, etc.,
meo d
(2) es calificado de
tambi
(3)
(ni Pórtico' El tex-
tolai
(á) ta de la casa.
Com. Juan, XYIIL
Gal.,IY,22-
-17;(Ol
La vórdadera forma del nombre, tomado de la lenguagriega, es Rlw-

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LA OBBÀ DE íOS ÀPóSTOLÜS 29L

de porteros que {".'


nificaeión primera de aquel orden
empefló un papol tan importante en las cataeumbas,
aeorcóse callandito para saber quién llamaba á semeiante
hora. La comunidad crisbiana, después de la muerte de
Santiago y del arresto de Pedro, estaba bajo la impresió_n
del máã legíbimo terror. Todo debía esperarlo de parte de
los per,següidoru.. Por esto Rodé guárdase bien de abrir.
Oyu la róz del que llarna. iQué sorpresa! Es Ia de Pedro.
2Cómo engafrarse, puesto que Pedro frecuenba
la casa, y
le ha oído tantas veces hablar en Ia asamblea cristiana,
con aquel aeento galileo que tan fácilmente Ie descubría(1)?
Su alegría es tan grande que, perdiendo la cabeza, en Iu-
gar de abrir, entra precipitadamente para anuneiar que
Éedro está allí. «Tú estás loca), exclaman todos. Mas
como sostiene con energía que vordaderamente es é1, di-
(z).y Pedro seguía
cen con miedo: (Sin duda será su ángel
llamando á la puerta. Abren Por fi^, y, al verle, todos
quedan asombrados. EI Apóstol, temiendo con justo Tot]'
,o Ia manifestación ruidosa de su alegría después clel pri-
d,é ó frhod,/á. significa rosal, como Tamar (Thamar) significa palmet"a; s:u.'
sana (Schuschanna) lirio; etc.

zrveAp,a.

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MON§ENOR L.E CAIIUS

,üler momento de muda sorpresa, hízoles seflal de conte-


nerse. AI mismo biempo, se puso á conbarles como Dios le
había sacado de la cárcel. Cada uno pudo ver entonces
que el Sef,or no quería que fuesen exberminados todos los
suyos. Si era bueno que hubiese márüires para eseribir eu
sangre el Evangelio, convenÍa que quedasào pr.edicadores
para anuuciarlo. Si Ie plugo ver morir animosamente
á uuos, jazgo á propósito salvar á, Ios dernás. Tal era la
annouía dei plan provideucial. La asamblea manifestaba
el más vivo e,ltusi*-o. ([Iaced saber esto á Sanbiago y
á los lrermanos,» afladió Pedro, y, saliendo al punto, ale-
jóse de Jerusalén.
El Sanbiago d" quien se brata aquí es el que figura en
la lisua de los Apóstoles como iefe del tercer grupo (1), el
cual, hijo de Cleofás y de María, hermana ó más bien cu-
üada de la Yirgen Santísima, resultaba ser prirno herma-
no de Jesús (2). A la muerte tle su padre ó quizás de José,
Ol V;aa de Nuestro Seã,ot' Jesuct'isúo,vol. I, p. 456.
(z) Oreemos haber establecido clalamente en otra, parte (Vid,a d,e N. S. J.,
vol. I, p. I99) la Íiliación de esbc Santiago llamado hermq,no d,el Sefior.
Aunque piensen io contrario Orígenes, Eusebio, Gregorio Nizeno, Cirilo de
AlejaudrÍa, Sau Epifauio, San Hilario, San Ambrosio y muchos autores
eclesiásticos, ni Santiago, ni los otlos personajes llanrados hermanos y her-
manas de Je.sús, parecen haber sido hijos de José, el cual, según los citados
autores, era viudo cuando se casó con María, y los había tenido de su pri-
mera mujer, ó quizás también de lir, viuda de su hermano Cleofás, en virrud
de la ley del levirato. Nacta, en efecto, prueba esta filiación, y todo indica
que ha de haber otra. Sin duda, la hipótesis pareció buena á aquellos apo-
logistas para explicar la existencia de herruanos de Jesús, manteniendo la
integridad virginal de María. En realidad, era tan inírtil corno gratuita. La
ciencia imparcial está obligacla, ante torlo, á admitir que la opinión que
atribuye á María otros hijos además cle Jesús, hiere de frente la creencia in-
variable y universal de la Iglesia. En Oriente como en Occideute, se ha glo-
rificado siempre su perpetua virginidad. Además, para conserv&r á la pala-
bta herm,a??os su riguroso sentido, hay que hacer caso oniiso de una serie de
argumentos que prohiben tomar á Santiago y á los otros por verdaderos hi-
jos de María. Bastará reproducir uno que nos pârece perentorio. Así, es evi-
dente que cuando, en el presente vers. 17 del cap. XII, San Lucas nos ha-
bla de Santiago sin otra indicación, no puede tratarse sino de un personaje
conocido ya del lector. Ahora bien, el lector de los Eechos no conocía más
que dos hombres de este nombre, Apóstoles los dos: el uno, hermano de Juan,
muerto ya por llerodes, y, por consiguiente, fuera de discusión, y el otro,
hijo de A)feo, de quien se trata aquí. Pero este último tenía por lo menos
un hermano; porque, cuando, en la lista de los Apóstoles, San Lucas desig-
na á Judas como hertnano de Santiago, se refiere ciertamente al Apóstol de

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LÀ OBRÀ DE I,OS APóSTOLTNS

parece que é1, sus tres hermanos, sus hermanas y su ma-


dre formaron con María y Jesús una misma familia. De
aquí el título de hermano del Seflor eon que fué honrado
por la primitiva fglesia. 2Debió su elevado puesto en la
comunidarl de Jerusalén á" este glorioso parenteseo, ó á,
sus austeras virtudes, de que pronto hablaremos? Es pro-
babie. Su espíritu rigorisba y su apego al iudaísmo le re'
comendaban poco para Ia evangelizaeión exterior, Pedro
le eneargó Ia dirección de la Iglesia cle Jerusalén, deján-

este nombre, á quien ha nombrado en último lugar. Por tanto, Judas, lo


mismo que Santiago, es hijo de Alfeo ó de Cleofás, doble forma que en grie-
go tomaba indistintamente el nombre arameo Klophah. Ahora bien, la rnu-
ier de este Cleofás ó Alfeo tiene por nombre María. Se la llama hermana ó
cuüada de la Virgen Santísima, rnadre d,e Santiago el Menor (Maú., XXV[,
56; Marcos, XV, a0) y de José. En consecuencia, siendo Judas hermano de
Santiago, debe ser también hijo de esta María y de Cleofiís. Pues bien, pre-
cisamente á aquellos á quienes se llama hermanos de Jesús, se les da los
nombres de Santiago, José, Simón y Judas (Mat., X[I, 55). ,IIâbrá, que
admitir que Jesús tuvo cuatro hermanos y cuatro prinros hermanos llevan-
do exactamente los mismos nombres? Porque Simón, ó Simeón, fue también,
según la tradición primitiva lEusebio, H. 8., III, 1I) primo hermano de
Jesús y elegido, por este título, obispo de Jerusalén, ála muerte de su her-
mano Santiago. Hegesipo dice que su padre Cleofás era hermano ,de José.
iEs admisible esta persistente y absoluta identidad de los mismos'nombres
entre los miembros de dos ramas colaterales de una misma familia? Segura-
mente que no. Non sunt multiplicand,a entia praeter necessitaôetta, se dica
en teológía. Este es aquí el caso. Un solo grupo de cuatro hermanos basts
plenamente para, explicarlo todo, si el nombre dehermanos se extiende ál«is
primos hermanos, Io que no es inusitado, siempre que las circuustanciae
contribuyen á estrechar los lazos de sangre y las relaciones de familia. Este
grupo, por cada uno de sus miembros, comenzando por Santiagor y según
textos precisos, se une directamente á Cleofás y á María, su esposa, como
.á sus autores naturales. I)e ninguno de ellos se dice que fuese hijo de José
y de María; llamándolos sencillamente herm,a,nos d,e Jesús (Maú., XlI, ff ;
tVarcos, YI, 3), lo que no es absolutamente lo mismo y puede parecer que
constituye una diferencia intencionada. La solución más sencilla de una di-
ficultad, que Ia verdadera ciencia renuncia á promover en lo sucesivo, está,
por tanto, en suponer que María, mujer de Cleofás, tuvo de su marido y no
de su cuflado José (porque el texto Nlo.pta i7 roa K\torô parece indicar que si
Cleofás no vivía ya, Io que nada lo prueba, había, empero, sido esposo de su
mujer con suficiente realidad para dejarle su nombre), á Santiago, Judas,
José, Simón, y probablemente tres hijas. Muerto José, y quizás también
Cleofás, vivieron Jesús y su maclre María con la familia de su tía; y como
los niflos se educaron juntos, fueron calificados de hermanos, no siendo en
realidad más que primos (*).
(*) Yéase Duran, Lesfréres d,w Se'ignzur, en La Reaue Bibl,ique, 1908,
janvieí.-N. del T.
19 T. IV

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UONSEfrOR I/E CAUUB

dole quizrís por consejero á Juan, quien, con su natural lleno


de earidad, debía guavizar lo que había de oxcesivamente
áspero en el alma toda judía del hijo de Cleoflís. Según
apreeiación de Pablo, estos dos Apóstoles fueron junta-
mente con Pedro las columnas de la naciente Iglesia (t)-
Yeremos, en efecto, güo, desde el prineipio, la influencia
de Santiago fué muy considerable. La orden que da Pedro
aquí de ir á comunicarle lo que acaba de suceder prueba
que el primo del Seflor era ya un personaie importante.
La milagrosa evasión debió tener lugar de madrugada;
de otra suerte, la última guardia, al relevar la tercera, ha-
bría notado la desaparieión del prisionero, y habría dado
de noche el grito de alarma. Según el historiador sa-
grado, los soldados no advirtieron la evasión hasta quo
era ya de día. Entonces, consternados, desesperados, no
comprendiendo nada, inquirieron en vano lo que se había
hecho de Pedro. Elerodes, furioso de no obtener ninguna
aelaración sobre este inexplicable asunto, hizo dar tor-
mento por Io monos á los cuatro que estaban de centinela
en la última vigilia. En vano se los torturó, pues no po-
dían decir 1o que no sabían. El asunto terminó muy mal
para ellos. Fuãron enviados al suplicio. Así lo ord.rrb, la
ley romana. Los guardias eran condenados á sufrir la pe-
na de los detenidos que dejaban escapar. De aquí la des-
esperación de aquel earcelero que, en Filipos, quería darse.
la muerte, cuando Pablo y Silas fueron milagrosamonto
librados de la prisión (z). Por lo demás, no ostaba en eI
carácter de l[erodes el interesarse por unos pobres solda-
fles (3). Àmaba poco al ejército, el eual le pagaba con la
misma monoda (a). Avergon zado de su fraeaso y hastiado
de su oficio de perseguidor, aprovechó la primera ocasión
para dejar á Jerusalén marchándose á Cesárea.

(l) Glalat,Il,9.
(2) Eulwe, XYf' 27.
(S) Yéase lo que dice Filón de su crueldad (Lcgat. a,il Coiu,tn, págiua"
r034).
(4) Ant., XIX,9.

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CAPÍTULO YIII

Herodes Agripa, el perseguidor, va á, morir á Cesárea

Io que d.eterminó á Herodes Àgripa á abandonar á Jerusalén.-Extrava-


gancias de eu carócter.-Sueüa en su apotoosis.-Juegos en honor de
Claudio y querella con los fenicios.-Extrafla escena en el teatro.-Bela'
to de Josefo y de San Lucas.-La mano de Dios.-Muerte del rey impío.
maldice su memoria. (Eeclws, XII, 19-24).
-Se
àIIry que ver además, en esta precipitada partida de
Ilerodes, uL signo de turbaeión personal y secreta que el
rey habría experimentado á consecuencia de un aconteci-
mientb tan exúraordinario como Ia evasión de Pedro, atri-
buída, primeramente con reserva por los fieles, y después
más ruidosamente por el rumor público, á" una interven-
eión sobrenatural? Es bastante probable. El alma de los
perseguidores experimenta súbitos teruores que se apode'
ran de ellos, y los obligan á huir de los lugares y de los
hombres que fueron testigos de sus criminalos empresas.
Estas punzantes angustias, fruto ordinario del remordi-
miento, no eran cosa nueva en la perversa familia de los
Ilorodes. Agripa, en particular, había podido ser testigo
de los sombríos desvaríos de su tío Antipas, avergonzado
por el recuerdo de Juan Bautista decapitado. Sea como
fuese, comprendió que el papel de perseguidor tenía sus
inconvenientes. Para no continuar desempeflándolo, de-
sertó del campo de batalla, y, dejando que los judios de
Jerusalén arreglaran sus quorellas religiosas, se faé á'vivir
con los paganos de Cesárea, para pedir á una vida meno§
correcta distraceiones más agradables.
Josefo da de este traslado una, explicaeión que pudo
gervir al rey pâra disimular su despecho y ocultar su Yer-

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I
I
I

IION§EfrOB LE CÀUU§

dadera derrota. Debíase, en aquellos días, eelebrar iuegos


en Cesárea y dar fiestas públicas en honor de Claudio, que
había vuelto sano y salvo de su expedición á, Bretafla (1).
Eran esperados grandes personajes, I Agripa debía estar
allí para recibirlos (2). Sin embargo, esta diiigencia en ir á
presidir unos regocijos paganos para organizar con ellos su
propia apoteosis, al día siguiente de haber ofreeido su pro-
teceión al fariseísmo haeiéndose perseguidor, permite ver lo
que había de ineonseeuente en su alma criminal. Por 1o de-
más, tenemos otras razoues para creer que su celo religio-
so no era más que un cáleulo hipócrita, al que daba tre-
gua siempre y cuando eonvenía á su interés y á sus pa-
siones. Cuenta Josefo que er Jerusalén se murmuraba de
la facilidad escépbica con que iba de los judíos á los paga-
nos y del Templo al teatro. Ifno de los más célebres rabi-
nos de aquel tiempo, Simón, había tenido además el valor
de clenunciar esta exbraf,a eonducta ante el pueblo reunido,
y de deelarar que el rey, manehándose con el contacto de
los gentiles, no debía ser admitido en el recinto del Tem-
plo roservado por Moisés á sólo los israelitas fieles. He-
rodes era demasiado hábil para ofenderse de un ataque
violento en la forma, poro legítimo en cuanto al fondo.
Contentóse con llamar á Cesárea á aquel doetor excesiva-
mente celoso, y habiéndole heeho senbar, más muerto que
vivo, muy cerca de él en el teatro, rogóle con mucha cal-
ma que le Cilese si encontraba algo malo en la represen-
tación que se daba, y si semejantes distracciones se opo-
nían á la ley de Moisés. Por miedo y por lisonia, sin duda,
mejor que por convicción, el rigorista rabino exclamó que
no había nada reprensible y pidió perdón de su invectiva
conbra el rey, beniéndose por muy dichoso de salir tan bien

(I) Esta vuelta tuvo lugar hacia fines de Abril, en el aüo 44. (Yéase
Dión Casio, LX, 14-16, 2l-2ts). Corresponde exactamente á la indieación de
San Lucas, que parece colocar la muerte de Ilerodes poco después de Pas-
cua. Otros han supuesto que Ilerodes murió durante los juegos quinquena-
les instituídos por su abuelo en honor de Augusto y restablecidos por él en
honor de Claudio. Teníanlugar cadacinco aflos, el l.ode Agosto.
(2) Ánü.,XLX,8,2.

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LÀ OBBÂ DE .T,O§ ÀPóSTOL.ES

librado. El rey, por su parte, debió de reconocer que el doc-


tor tenía algún mérito al poner de acuerdo, en el Íondo de
su concrencla, á Moiséu las exhibiciones inmorales de1
"oo
teatro ó las sangrientas luchas de la arena. Para demos-
trarle su agradúimiento, le hizo un rico regalo y le envió
de nuevo á .,r. estuclios de casuística (t). Estas habilidades

todos el poco caso que hacía de los unos y de los otros y

dente. Prohibir la exportación de las cosechas desde el Lí-


barro hasta Gaza, ó solamento cargar con excesivoe dere-
chos de entrada y de salida todo 1o gue llegaba á' los
puertos de Jafa y de Cesárea, era, para 'los eomerciantes
àe Sidóu y de Tiro, una medida deãastrosa. Á n, de pre-

(l) Ant.,XÍX,7,4.
iri É" tâao tiâmpo, habían sido muy constantes las relaciones comerciaç
lesentre los dos potúlot (Iil lteyes, V, 9, ll; Esd'ras, II[ 7; Dzq',
xxYL u).

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IIONSE§OB LE C^rrUS

venirla ó hacer que cesara, resolvioron calmar al rey con


un peso capaz de halagar su amor propio. Enviósele una
embajada de paz. I[erodes quiso aprovechar las fiestas
gue iban á celebrarse, para recibirla ante todo el pueblo.
Era una oeasión de probar su alto poder y el triunfo de
su política, que humillaba así á sus orgullosos vecirros.
2Quién podría además deeir todo lo que Éabía soflado su
cabeza, no menos aecesible á las ideas más incoherentes
que la de su arnigo y maestro en punto á insania, el odio-
so Calígula? Cuando vemos á este escrupuloso observante
de la L"y en Jerusalén soflar de pronto en ir., por la más
pueril de las supereherías, á echárselas de dios en el tea-
tro do Cesárea y haeerse allí adorar, nos preguntamos si
los vicios de su juventud no habían dejado ó, su pobre
cerebro alguna vena de locura.
Era el segundo día de los juegos públicos. Los fenicios
habían ganado á su causa á Blasto, un criado que agripa
había probablemente llevado de Roma (1), r le habÍa hu.ho
su chambelán ó su hombre de confia r.za. Blasto había lo-
grado apaeiguar el enojo del rey. Se convino en que la
embajada sería recibida, y que la reconeiliación oficial se
haría en el teatro. Agripa hizo disponerlo todo en vista
do la deslumbradora exhibición que su espíritu enfermo
había soflado. Conociendo, meior que nadie, el fondo do
aquellos pueblos orientales, tan crédulos en su grosere
idolatría y tan envilecidos por su servidumbre úcular,
contaba con imponerse á su admiraeión y también á" su
adoración. Un vestido blaneo, cubierto de láminas de pla-
ta para reflejar los rayos del sol y hacer así pensar en los
luminosos habitantes del Olimpo, una actitud solemne y
digna de los antiguos héroes, un hermoso discurso perfee-
tamente cadencioso y solemnemente declamado, pareeían-
T le gue debían asegurar el éxito de su apoteosie. En efecto,

(l) su.nombre por lo menos n_os mueve ó creerlo. (v. \Tetstêin, ad loe). Era
muy común entre los romanos. Recientemente todavía, lo he uótario án un
gipo del nruseo Guimet en París. EL praefectus cuiie..lo fué un personeje
importante en la historia de la Boma iurperial. (Y. suot., Donút.rÍvr).

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T,À OBBÀ DB LO§ APó§TOLE§

desde la maflana, presentóse en el teatro con su rico tra-


i", y, para recibir ia embajada Íenicia en ptesencia de todo
Lt pueUlo, esperó allí qo" lo. rayos del sol, refleiados por
su brillante vestido, forma§en en borno suyo una esPocle
(l)'
de divina fulguración ó de nimbo eelestial
(2), á'
La orientaãión del teatro, cuyas ruinas visitamos
guinientos metros al sur de la Cesárea de las Cruzadas, de-
,trris del antiquo puerbo y cerca de las murallas de la Cesá'
rea de lferoàer, àr, de noreste á, sudoeste' La gradería
había sido cortada en las eolinas que forman, en este sitio,
un hemiciclo enteramenbe natural. Como la mayor parto
de los teatros griegos, éste e
que permítía á,,los espectado
allá del escenario, en el mov
que oÍrece en el horizonte eI
l".rr.,taba el oelarium, á" las primeras horas del día,
""
.el sol, sin incomodar á, los asistentes, abrigados por eI
muro del recinto, iluminaba directamente con sus rayos el
eseonario. Herodes había hecho lovantar allí 8u tribunal'
La comedia estaba preparada con todos 8u§ detalles' El
rey había cuidado dã ,o-derrse de cortesanos *tI -aI -co-
rriente de sus deseos y eapaces de inspirar á la multitud eI
{eliz pensamiento de procl.marle dios. Él -i.*o, en eI dis-
.orro'qoe dirigió á la ãmbaiada, nada deseuidó, ni en eI fon-
do ni óo h forma, para sumir á la concurrencia en la más

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MONEE§OE LE CÀMU§

entusiasta admiraeión y conseguir el efecto teatral que so


había propue'to. Esperaba ,o é*ito que debia hacer' épo-
ea en su vida. Después de lo cual, en lugar de escribir so-
acufladas con su efigie: EL GRAN
O DE CÉSln {t), Àabría grabado:
, / su orgullo habría quedado sa-
I imbécil Claudio, en cuyo honor
estaba de fiest^ el mundo romano, había merecidó más que
él ser elevado á la categoría de los dioses, y su paseo de
quince días por la isla de los bretores había sidã, en Bu
género, una exhibición menos ridícula que Ia suya?
En tanto que él hablaba, el grupo de los aduiadores se
puso á impuls ar á" la multitud,
-roif".tando por sus ges-
tos y sus aplausos Ia máe viva admiración. Griffibãse:
«;No es un hombre, ee un clios!» Josefo, de acuerdo con
el historiatlor sagrado, aflade que asustados por el res-
plandor fulgurante del vestido real, muchos Ln actitud
suplicante decían: (iMuésürate benévolo! Si hasta hoy te
hemos solamente respetado como hombre, en lo soeõsiro
te trataremos como un dios.) Y aflade el historiador iudÍo
que-el rey no los reprendió, sino que aceptó sus crimina-
les homenajes.
El insensato daba así la medida de su valor moral. Dios
detesta rnás aún I
Un ángel, quizás
hirió al punto al
tratar de arrebatar.al Seflo
figno. La mano de un ángel os tan terrible para ejercer la
justicia como eonsoladom p"r, produeir
-iseiieor,t"ia. Éste
hirió al culpable en el vientre í2). EI falso dios murió roÍdo
p"r l:. gusanos (3). En la helmintiasis, los gusanos, ó ascá-
(1) Tenemos medallas suyas con la inscripción: BÂ)rÀETZ MEf^>
ÂIPrIIIIÁ> tDl^oKÀr>ep. De muy buen grado se atribuía oficialmente el tí-
tulo de grande.

A
el ü:,i't&!i:
'E.Ii.,
Vlr,
3:?i
y a,
ot
(3) Log autores se han perdido en hipótesis (Bartholinus, da Morbit

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LA OBBÀ DE LO§ ÂPó§TOLES 301

rides, pueden obstruir el intestino y, pe{orándolo, deter-


m.inar urra peritonitis. El enfermo experimenta entonces-
los dolores abdominales más agudos, como los de que ha-
bla Josefo describiendo el estado del re;'' EI menor con-
tacto los exaspera. Pronto se contrae la fisonomía del pa-
ciente, sobrevienen vómitos muy dolorosos, la respiración'
se acelera, después, al quinto día, el mal parece
-ceder.
Ifn südor, bienhechor en apariencia, brota de todos los
miembros: se tiene confianza. De repente el rostro §e pone
lívido, ha llegado la muerte.
Tal parece haber sido la suerte de Agripa: Qüe llevaba
sin duda en sus entraflas los tristes frutos de una iuven'
turl desenfrenada. Josefo no habla sino de dolores abdo'
minales muy violentos. San Lucas, el historiador méd.ico,
defermina la causa diciendo que los gusanos le royeron los
intestinos (1). Según Josefo, el rey habría hecho, antes de
morir, tristes reflexiones sobre su loco orgullo. (iYuestro
dios-deeía á, sus amigo§,-§e muere!» Y reconociendo en
bibl, cap. XXII; Mead, d,e Morb. bib., cap. XY) sobre la especie precisa
d.e la enlermedad que se lo llevó. Según muchos, había muerto de phtiria-
sis, ó enfermedad pedicular (Plinio, H. N., XXYI,86). Perounà cosa es eI
gtiojo, Q\etp, otra cosa el gúsd,no, oxú)q{. De otra parte hay que pensar en
una enfermedad que acarree más rápidamente la muerte, pues el rey expiró
cinco días después.
(1) Por lo demás, es interesante
res, muy independientes el uno del
lelos. Precisan, en efecto, de común
donde había llegado poco antesl qu

yen los gusanos de que habla San Lucas, y los cinco días de sufrimientos
(ue el supone corresponden muy bien aI tiempo que uecesitaron los-gusanos
para deteiminar una peritonitis y la muerte. Josefo, mencionando la apari-
óión de un buho sobre la cabeza del rey en medio de su loca apoteosis, in-

dir cou estas fiestâs públicas.

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w2 UONSEÍOB LE CÀUUB

su mal la mano de la Providencia, parecía someterse con


reeignación. Pero Josefo, al final de su relato, ha sacrifi-
cado visiblemente la exactitud histórica al deseo de hacer

en los terradrs de las casas, para mancharlas con impu-


dencia sin ejemplo. Fueron organizados banquetes, en que
ee desbordó cínicamente la alegría pública; los convidados,
con la cabeza perfumad* y adornada de coronas, entregá-
ronge á libaciones en honor de Caronto, el barquero de los
infiernos; QUe acababa de reeibir a, tan ilustre pasajero.
Aunque esta actitud insultante, aI día siguiente de un&
.apoteosis abortada, hubiese sido exclusiva de los soldados
y de los paganos que vivÍan en Cesárea y en Sebaste, no
demostraría menos que son muy discutibles las virtudes
atribuídas á Agripa por Josefo. De ordinariola voz de la
justicia se deia oir sobre la tumba de los reyes.
Este murió á la edad de cincuenta y cuatro afi.os, des-
pués de haber reinado cuatro bajo CalÍgula y tres bajo
Claudio. Dejaba tres hijas y un hijo de diecisiete aflos,
que á Claudio le pareeió demasiado joven para, sentarlo en
el trono. Por lo demás, la política romana debió compren-
der que andaba por malos eaminos, al resucitar estas pe-
.queflas poro peligrosas realezas de Oriente, y la oeasión
pareció propicia para que ésta fuese suprimida. Judea
quedó, por tanto, bajo la inmediata jurisdicción de Roma
y fué de nuevo administrada por procuradores, salvo güo,
e.n lo espiritual, dependió de Ilerodes, reI de Calcida.
Este habÍa, en efecto, pedido y obtenido de Claudio un
poder omnímodo sobre el Templo y Bu tesoro, y al pro-

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I

LÀ OBBÂ DE LOB ÀPóSTOLEB

pio tiempo el derecho de nomb rar á,los sumos eacerdotes.


Esta separación de los dos poderes, aunque parecía ra-
ronable, oã d"bi" tener resu tados más satisfactorios. Sin
ombargo, el nuevo jeÍe religioso, por hallarse leios de Je-
rusalén, mezclóse mueho menos en las querellas de secta
'que parecían haber apasionado á su hermano Agripa, ;r,
la Iglesia de Jerusalén, sacudida un momento por la tem-
postãd, adquirió, oD Ia ealma relativa que siguió á' la
muerte def perseguidor, nueva fierza de expansión y de
desenvolvimiento. Ilerodes, rey de Calcida, usó de su de-
recho sobre eI soberano sacrificador destituyendo al sumo
eacerdote Elioneo y nombrando en su lugar á José, hiio
de Cami, hombre más insignificante y más pacífico. Con
respecto á los discÍpulos del Evangelio, parece no haberse
mostrado hostil. EI procurador, Ilegado de Rorna, Ilamá'
base Cuspio Fado, y no carecía ni de habilidad ni de ener-
gía. Corría el aío 44 de Jesucristo.

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-l
CAPITULO IX

Pedro, perseguido, lleva el Evangelio fuera de


Palestina

Dónde fué Pedro al abandonar á Jerusalén.-E1 apostolado no es solamen-


te el episcopado.-Pedro predica en Roma desde el afro 45 al aflo 4g.-In-
ducciones diversas.-No reaparece allí hasta más tarde.-Entre sus dos
permlnencias tienen lugar sus grandes misiones.-Esto basta á la tesis
católica x,responde mucho mejor á la idea que se forma de su celo de
Apóstol. (Eech,os, XII, U).

TaI fué el miserable fin del perseguidor. áQué había sido


del perseguido? Pedro desaparece en adelante del escena.
rio, donde había desempeflado, hasta entonces, el papel
principal, y el autor.del libro de los Hechos no lo condu-
cirá de nuevo allí hasta seis aflos después, en tiempo del
Concilio de Jerusalén; después de lo eual no Be hablará
más de é1. âQué hízo desde el aflo 44 al 50, en tanto que
Pablo emprendía sus grandes misiones? Faltos de indica-
eiones precisas en San Lucas, debemos aquí entrar en el
terreno de las hipótesis.
Las frases del libro de los Hechos: (Y partiendo de allí,
se fué á otro lugar (1),» no pueden significar sencillamente
que Pedro fué á, esconderse en casa de cualquier amigo
en Jerusalén ó en sus contornos. Dicen algo más que esto.
Suponen un traslado importante, un viaie, una larga au-
sencia. Dios no había librado milagrosamento al Apóstol
de las manos de llorodes para dejarle el derecho de expo-
(l) El texto: «Et egressus abiit in alium locum», parece indicar un
viaje importante. i,Pero, acaso no es sorprendente que ei nistoriador tro se-
ialase su término, siquiera con una palabra? Quizás en este silencio deses-
perante para nosotros, hay que ver otra prueba de su firmeresolución deno
decir sino lo que sabía, sin afladir nada ó las fuontes que consulta.

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I
LÂ OBBÀ DE LO§ ÀPó§TOLBS

nerse á, caer de nuevo en ellas. Si salió de casa de la madre


de Juan-Mareos, sin tomar§e ni siquiera tiempo para ir
personalmente á avisar á Santiago de su liberación, fué
porque se marchaba á toda prisa, y por largo üiempo,-de
Jerusatén. Pablo y Bernabé no lo eneontrarán en ella,
euando và;raa á llevar sus limosnas á Ia eomunidad cris-
tiana. En eI aío 44, el último día de las fiestas paseuales,
Pedro abandonó, por tanto, no sólo la Ciudad Santa, sino
también ios Estados del perseguidor.
Para sustraerse con seguridad á las pesquisas de sus
enemigos, su camino más corto era ganar, ora el desierto,
hacia Egipto ó Siria, ora el mar, por Joppe. Este último
partido,-en una époea elr que la policÍa no tenÍa los medios
de aceión y de información que en nuestros días posee, era
de mucho eI más pronto y el más prudente. Pedro tenía
relaeiones en esta eiudad, donde, recientemente aún, su
apostolado no había sido inÍructuoso. Algunos amigos de-
bieron apresurarse á ocultar allí su huída. Cada día bar-
cos mereantes se haeían á la vela desde Joppe hacia Ale-
ianclría, la costa Íenieia, las islas, Greeia é Italia. En eada
uno de estos países, Pedro estaba seguro de encontrar im-
portantes centros judíos. Partió, y sea 9uo, por una ea-
ãualidad provideneial, el navío al que había subido se di-
rigiese á Roma, sea güo, habiéndose puesto en camino sin
destino fijo, hubiese recibido de lo alto la inspiraeión de ir
á llevar á Ia capital del occidente la Buena Nueva que
otros predicaban con tanto fruto en Antioquía, la metró-
poli del Oriente, llegó á Italia y a la misma Rc,ma. Allí
debió encontrar algunos diseÍpulos que había bautizado en
Jerusalén, si, lo cual no es imposible, no los tenía Por
compafleros de viaje. Sostenido por ellos, dedicó á la pre-
dieaeión del Evangelio los aflos de aparente inacción que
separan su precipitada partida de Jerusalén y su apari-
ción en la asamblea conciliar reunida en esta ciudad, hâ-
cia el aflo 51. Creemos, por tanto, que los antiguos auto-
res eclesiásticos tenían derecho á hablar de un viaje de
Pedro á Rorra, más de veinte aflos antes de su muerte.

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I
UONSEÍOB LE CAUU§

Solamenüe que lo anticiparon en demasÍa. Ilasta la mitad


del af,o 44, no se aleja Pedro de Palestina, y dirige per-
sonalmente la naeiente Iglesia de Jerusalén. Se le
tra siempre el primero en el sitio de peligro y de"r"r"r-
honor.
Por otra parte, es dudoso que la evangelizaeión en el ex-
tranjero, aun limitada á las sinagogas, hubiese entrado en
sus miras en Samaria y aun antes
de la visi sufrió una equivoeación
al anticip viaie de Pedro á Roma,
no por esto había menos mo
Dos veces debió predicar el
perio, la primera, después d
de r[erodes en Jerusalén, la segunda, antes de su marti-
rio bajo Nerón. Entre estas dos idas de Pedro á Roma 6
estas dos tomas de posesión de la Ciudad Eberna, trans-
eurrieron cerea de veinte aflos durante los cuales prodigó
en otra parte su actividad.
sería, en efecto, tener una idea muy poeo exacta de los.
tiempos apostólicos represenüarse, á partir de la hora pre-
sente en que el Evangelio inaugura la, conquista del mun-
do, á, Pedro estacionárrdose largo tiempo en Jerusalén, erl
Àntioquía ó en Roma. No hay que confundir el apostolado
eon el episeopado. Et obispo permanece entre su rebaflo,
en su sede, para apacentar y vigilar; el apóstol viaja,
posui aos ut eatis (l), y esparce por el mundo la palabra de
Dios. He aquí por qué ningún apósbol, ni siquiera Santia-
go, fué realmente obispo en el sentido aetual de la pala-
bra. Eran todos ellos algo más, pues Jesucristo los había
instituído padres de los obispos, ó, si se quiere, obispoe de
la Iglesia universal. Cuando hubieron cumplido su misión,,
es decir, cuando se abrió el tercer período de la Iglesia
primitiva, sus poderes extinguiéronse eon ellos, menos en
Roma, donde, siendo indispensables á la unidad y al go-
bierno de la Iglesia, se trasmitieron y resumieron en una
sola cabeza,la del sucesor de Pedro, jefe de los Apóstoles-

(l) Juan, XV,16.

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IÂ OBBÀ DE LOS ÀPóSTOLES 307

Este legíüimo sucesor es el que quedó eomo vicario de Je-


sueristo. La sucesión de la primacía eomenzó y fué reeogi-
da allí donde Pedro murió mártir. Para asegurar Bu legi-
timidad, importa poco que viviera allí más ó menos tiem-
po como obispo. Aunque no hubiese ido sino para tomar, á
última hora, la direceión de la Iglesia roman&, y dar el
glorioso testimonio de su sangre, nada tendríamos que
cambiar de nuestras afirmaciones sobre la indiscutible pri-
maeía de sus sucesores, á los cuales legó mucho menos eI
episeopado cle Roma que el episeopado del mundo G). Eu
otros términos, los que han reeogido su herencia le han
sucedido en el apostolado más necesariamente que en el
episeopado. La sucesión en el apostolado era indispensable,
en sí misma, para la vida de la Iglesia; la sueesión en la
sede episcopal de Roma no lo era sino para dar testimonio.
de la legitimidad de la sueesión en el apostolado. Si, err
esbas difíciles cuestiones, ha habido divergencias de opi-
nión, el coneilio Yatieano las ha radiealmente suprimido.
La sede episcopal de Roma no interviene más que como-
signo visible, que permite á todo fiel reconocer donde está
el jefe de la Iglesia. Pero aunque Roma fuese tragada por
un súbito eataclismo, la Iglesia, ora directamente, ora por
delegados titulares. escogería un jefe para perpetuar, co-
mo en lo pasado, en Iualia ó en otra parte, la sucesión
de los Papas, y nada se habría cambiado en la admirable
economía de su gobierno. Por consiguiente, la euestión del
larguísimo episeopado de Pedro en Roma no interesa en
manera alguna al dogma católieo. Es además dudoso que
desde el punto de vista exegétieo pueda ser defendida, á
menos de admibir que Pedro, habienclo fundado h fglesia
de Roma, eonstituyóse su Obispo, salvo no residir entre
su rebaflo sino hasta quinee ó veinte aflos después. Pero,
sin hablar de las dificultades de esta hipótesis (2), áno es
(l) San Crisóstomo dice con taz6n (in Joha,n. hotn. LXXXYII) que
Pedro no fué establecido obispo de Jerusalén, porque Jesucristo le haLía
hecho obispo de toda la tierra.
-(2) 2,CgTo comprend_el que Pablo, escribiendo á los romanos, no tenga
ni una palabra para su obispo, ni una alusión á su organización bajo ãn

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MONSEfrOB LE CÀMUS

pre
,esto con el episcopado en detrimen-
to del a efi.ecer, encerrándolas en miras
más bie criturarias, las grandes figuras
de los Apóstoles? Ni Pablo, ni Pedro, ni quizás ninguno
cle los Dóce, á excepción de Santiago en Jerusalén, limi'
tós , Por lo tan-

to, huellas de
su de su ePis-

mo hasta el último momento la dirección oficial, para vin-

ción, indiear aquí en qué nos fundamos para deeir que Pg-
dro predieó en Roma hacia el euarto aflo del reinado de
'Claudio.
Notemos anbe todo, dándoles la imporiancia quo se me-
recen, dos hechos poco menos que decisivos. El primero e§
que antes del afi.o 58, fecha probable de. Ia Epísbola á los
romanos, extstía en la eapital del imperio una importan-
te congregaeión eristiana. Et segundo consiste en qu9 toda
la anbigüedad atribuye á Pedro la gloria de haber funda-
.lo coo Pablo, la Iglesia de Roma, I, on el testimonio tri-
butado á su apostolado colecbivo, da invariablemente á
Pedro una prioridad que no es tan sólo de honor, sino

dos del siglo primero, hubo en la ca-


grupo de discípulos iniciados en la
pãr, y que, más tarde, llegase á Roma sin visitar á Pedro, si estaba pre'
_iuotr, Osi" róndir homenajqá sus derechos, si estaba ausente?

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I
LA OBBA DE LOS APó§TOLE§

nueva religión, es eviderrte, pues Pablo les dirige la más


hermosa de sus Epísbolas, felicitándoles porque (su fe es co-
noeida del mundo entero (1).) Este bestimonio que el Após-
tol tributa á su aetivo eelo parece estar de aeuerdo con
algunas inclieaciones de la historia profana. lQué eran, en
efecto, las quejas de Claudio contra el desenvolvimiento
funesto de las supersticiones entraryieras (2), y las acusa-
eiones de Casio, en pleno Senado, contra los esclavos que
en masa se consagraban á los cultos entranjetos, ó, según
af,ade, á cultos que no son tales (3), sino el grito de alar-
ma del paganismo en preseneia de los progresos del Evan-
gelio? ;Ilabía algo que pudiese parecer más extraflo y más
entranjero á los politeístas romanos que la religión todo
espiritualista de Jesús? Era también para ellos tan impal-
pable, tan invisible, tan incomprensible, que la eonfundían
con el ateísmo, erterna, sücrcú, decían, aut nulla. Esta re-
ligión sin Ídolos, sin dioses de madera ó de piedra, guê,
según las declaraeiones de Casio, abrazaban en' masa los
esclavos, erà el Cristianismo. Los pobres eneontraban su
consuelo en esta doctrina, Qüê ensef,aba la fraternidad
humana y prometía á,los humildes la rehabilitación y las
alegrías de la vida futura.
AI lado del pocler público, y más enérgieamente que é1,
ino protestaba también el judaísmo en sus sinagogas,
eontra innovadores que parecían salir rle su seno, pero de
cuyas tendencias y doetrinas renegaba? Los motines que
suscitó, Ios gritos que dió, fueron harto alarmantes para
que el apaeible Claudio se inquietara por ello. Después
de haber vacilado algún tiempo entre obrar con Eeveridad
contra tanta gente, y contentarse con prohibir las reunio-
nes (a) de aquellos perturbadores del orden públieo, acabó
por expulsar, bajo el nombre de judíos, sin distinción, á los

(1) «Fid.es vestra annuntiatur in univêrso mundo.» (.Rorn.rlr B).


O) Quia externee superstitiones valescunt.» (Tácito, Annal,. XI, lõ).
(B). (Quibus diversi riüiÍs, externa sacra aut nulla sunt.» (Annal,
xIY;44).
(4) Dión Oasio, LX,6.
20 T. IV

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3r0 IIONSEfrOB LE CAMUB

(1).
defensores de la Ley y á los predicadores del Evangelio
Tendremos la prueba de ello en Corinto (2). Aquila y Priseila
eran, en ofecto, cristianos, antes que Pablo los conociese,
pues no se dice que tuviera que convertirloS. El mismo
Pedro debió ser del número de Ios expulsados, I entonees
volvió de nuevo á Palestina (31.
Y si el que provocó en Roma este rápido desarrollo de l*
joven fglesia, tan amenazador para los paganos como odio-
eo á los judíos, no fué el Apóstol, ;á quién se atribuirá es'
te honor? iL algunos discípulos bautizados por él al día si-
guiente de Pentecostés, y vueltos á Roma de donde habían
quizás salido(a), de suerte que, por ellos,si bien de una mane-
ra indirecta, Pedro sería siempre el fundador de la Iglesia
romana? Pero enbonces, 2eómo se explica que la explosión'
del descontento de los iudíos y de su odio no tuviera lu-
gar sino hasta quince ó dieciséis aflos más tarde, eoin-
cidiendo exactamente eon el tiempo en que Pedro no esta-
ba ya en Jerusalén? EI período de incubación habría sido
muy largo y la explosión muy repentina. lNo pareee más.
natural suponer que había sobrevenido en Roma un& ac-
ción nueva y particularmente poderosa; que se había pro-
ducido una nueva eÍusión del Espíritu, con un predicador
distinto de los conversos deseonocidos en el primer momerr
to; una evangelización geuerosa, emprendida en vil'tud de

(l) hresto, assidue tumultuantes, Roma expulit.».


(Suet motivo del tumulto está indicado á, través de
un er en un pâgano que, no viendo la posibilidad de
que un muerto apasionase á los vivos, convirtió á Cristo en Cresto, porque
este nombre le era nrás familiar.
(Zl Hechos, XYIII, z.
(3) Orosio,
que los judíos
poco probable
reinado de C

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LÀ OBBA DE LOS APóBTOLES 3u
principios universalistas que éstos no podían tener, y que,
resultado práctico de los últimos sucesos ocurridos ãn Je-
rusalén después de la eonversión de Cornelio, debía exei-
tar, aquí eomo en Palestina, el furor de los judíos eontra
el predicador? lAeaso no encontraremos en la misma fiso-
nomía de la Iglesia de Roma, tal eomo nos la deja entre-
ver la Epístola de Pablo, algo que reeuerda las enseflan-
zas- especiales de Pedro y la seflal misma de la mano que
la fundó? En todo caso, podemos desde ahora obseriar
que Pablo le esc.ibe con ," santo respeto, como si vene-
rase en ella la obra de un Apóstol más grande que é1. Ade-
más y sobre todo, icómo explicar que ,i una sola voz en
la antigüedad niegue á Pedro el honor de haber fundado
esta rglesia, y esto es lo que debería haber hecho, si no
hubiese sido cierto que la había evangelizadoantes cle pa-
blo? En el conjunto de testimonios que establecen la pa-
ternidad de los dos Apóstoles respecto de ella, no hay una
sola nota discrepante, conviniendo todos en coneeder á
Pedro la prioridad (1). ;Es seneillamente por deferencia á su
caüegoría entre los Àpóstoles? Pero esto sería una injusti-
cia, si Pablo hubiese predieado en Roma antes de é1. La
prioridad no es aquí cuestión de honor, sino de mérito.
Sin_ contar que á este testimonio general de los antiguos
Padres se junta la afirmaeión más explícita de Eusebio y
de san Jerónimo, que hablan del lar§o episcopado de pe-
d.o en Roma, afirmación que puede muy bien ser errónea,
si se la entiende de una permaneneia eontinua en la capi-
tal, pero guo, por el contrario, es muy exacüa, si, limitaãa
á veinte afl.os, como lo es en Eusebio, indica üan sólo que
el jefe de los apóstoles tomó posesión de Roma hacia el
aflo 45, y que volvió allí, hacia el aflo 66, para morir. Si
Pedro no llegó por prim era yez á Roma hasta después del

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312 MONSEÍOR LE CÂMUB

cautiverio de Pablo, pudo constituirse iefe de la Iglesia


que había en esta ciuclad; pero en realidad, á posar del
iesbimonio unánime de la tradición, no fué su fundador'
Ahora bien, si no fué allí entre los af,os 45 y 50, no llegó
sino hasta después de Pablo.
I[aeia el aflo 50, vémosle en eI concilio de Jerusalén. En
(1), donde, según todas las
el intervalo está en Antioquía
probabilidades, reside algún tiempo, autorizando con esba
-p"r-uo"ncia
Ia antigua tradieión de su episcopad:., 1*u'
jor, tle su enseflrnãa apostólica, en est'a ciudad (2)' En eI
*flo 5g, no está en Roma, y ni siquiera eI recuerdo de su
primera visita parece tan vivo, qu9 Pablo,_ en su Epístola,
l" .."u obligado á dedicarle t na a,lusión. Si al dirigir sus
saludos á los principales personaies de la comunidad ro-
mana, no nombra á, Pedro, es porque éste no estaba alií;
de otra suerte, esbe olvido sería inexcusable. Tampoco
estaba cuatro aflos más tarde, cuando el Apóstol de los
genbiles fué á' iustiflcarse ante César
áe lot llechos, que termina hacia el afl
I Io cuaj, si hubiese estad.o al frente de
también una laguna muy exürafla, or
que nos traza de Ia acogida hecha por Ia eomunidad cris'
tirou á Pablo prisionero, y de las controversias que éste
tuvo que sostener, solo, contra los iudíos. Cuando Pablo,
,lurroie su primera detención, escribe á Filemón, á los fie-
les,le Colosas ó de Éf..o y á los de Filipos, no menciona
á Pedroi por el contrario, seflala un despertar entre los
(3)

cristianos de Roma y un incremento de celo entre los Pre'


dicadores, Io gue supone un período antecedente de sopor
y desfallecimiento, incompatible con la presencia del iefe

misión.
(3) ÍiliP.
I T, r2'r4'.

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I
LÀ OBBA DE LOS ÀPóSTOLES 313

de los Apóstoles y poco honroso Para é1, si hubiese estado


allí. SerÍa neeesario deseonocer los generosos ardores de su
alma para admitir gue, estando presente, hubiese dejado que
la sal perdiese su sabor ó permitido que el espíritu de emu-
lación y de envidia se levantase eontra Ia evangelizaeión de
Fablo. En todo caso, éste debía por earidad seParar la cau-
sa de Pedro, si estaba entonces en Roma. de la eausa de
los espíritus inquietos, á quienes conrlena con palabras en-
cubiertas.
Lactaneio y el Liber pontifi,crtlis no están, ell consecuen-
eia, muy mal inspirados cuando dieerr que Pedro no se e§-
tableció definitivamente en Roma hasta el imperio de Ne-
rón 0). Solamente 9uo, para ser exactos y suprimir insolu'
bles dificultades, habrían debido observar' güo, clesde el
euarto af,o de Claudio, había fundado esta Iglesia, ins-
truyendo en ella, como más tarde etr las provincias del
Ponto, de Galaeia, de Capadoeia, de Asia, de Bitinia y de
Mesopotamia, á los judíos ó á los prosélitos que había bau'
tizado el día dê Penteeostés y á los que en torno de éstos
iban á agruparse. La serie de los aeoutecimientos se des-
arrolla entonees sin dificultad (z). Pedro prediea en Roma,
(t) EL Liber pontif. dice: «Hic Petrus ingressus in urbem Homam sub
Nerclne Caesare.» (Y.
(2) La teoría de un
negada por nuestros a
ma tradición romana.

vaticana con gran concur§o


reíase que la escena del Tw
lugar en Febrero. El día de
orque coincidía con lae fe'
rialia, reminiscenciadel paganismo. La fiesta de Enero existía también. Lo
que legitimaba estas dos fiestan poco menos que sinilares, era que e-n reali-
dad creíase venerar el recuerdo de una doble ensef,anza ó de un doble apo§-
tolado de Pedro en Roma.Ilabía dos puntos muy distintos en que, en con-

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I

3!4 IIONSENOR, LE CÁMUS

ha-sla que su apostolado es interrumpiclo por la agitación


ruidosa de los iudíos en sus sinagoga. y là expulãión ge-
neral de los semitas, que fué su ãor.".r.ncia. Solameote
gu€, en el momento en que todos,
iudíos y cristianos, par-
tieron para el destierro, en realiclad Ia Iglesia de Rãn,a
estaba ya fundada. Pedro, no sólo habíaãbierto el surcq
sino que había sembrado también el eampo. Terminado el
diciones muy diferentes de tiempo y de medio, pedro había evangelizacio á
los romanos. La tradición conocíà en Roma una cátedra p.irnera:"«SEDES
UBI . pETRUS,» lo que
ut Pr ius. Tal es el argume
esLrbl sus descubrirniãntos
tes. (Y. Bullet. archéolog.,Ig62, mayo y junio).
En tiempo de san Gregorio el Granàe, el presbítero Juan, habiendo ido
allí, para la reina Teodelinda, unas
ras que ardían en los santuarios más
contradas nuevâmente en Monza, y en
iro que contiene la nomencletura ge-
on la ortografía y Ia lengua de su
IUS SEDIT S. PETRUS. Esta ins-
cripción es absolutamente distinta de la que se refiere al sepulcro de Pedro
Y uario
fi álos
P o,sev
d mnov
lo, lrq n-ymphas Petri, ubi Petrus baptizabat,» etc. En el mismo lugar
donde había primitivarnente bautizado-, habÍaúe colocado y venerábase "su
cía también que Pedro, cuando su
establecido desde luego en el monte
46, 48r 86,68), pero que no tardó, á
mento eran de esperâr del furor delos
de los Pretorianos, donde estaba más
ad de la fuerza pública. Precisamente
cerca de este eampo estaba el eoemeteríum Ostrianumrllamad,o más tarde
maius, no porque sea mayor que el de calisto ó de Domitila, sino porque
era el primero por orden de antigüedad. iEs en Ia parte del cenrentelio -de
Santa Inés donde el seflor de Rossi hÀ creído encontrar las criptas ad
lUmphas Petri, ó cerca del cementerio de Priscila, como quiere su ilustre
discípulo, nuestro amigo Marucchi, y en la propiedad del senador Pudeute,
donde hay que buscar este sitio venerable? Nó nos atreveríamos á resolver
esta cuestión, pero las inscripciones sepulcrales sobre las cuales el sef,or Ma-
rucchi ha llamado nuestra atención nos inducen á creer que su iudicación es
la mós exacta. Por otra parte, esto no puede modificar en nada nuestra tesis,
porque uno y otro cementerio estaban cerca del Campo de los Pretorianos.
La tradición de una doble ida de Peclro á Roma estaba igualmente tan
bien establecida desde la más alta antigüedad, que en el siglo YI da lugar
á la más singular de las distracciones (V. Libet pontifi,calís, vol. f, p. b0, tan
notablemente editado y discutido por el presbÍtero seflor Duchesne), sufrida
por el autor del catálogo de Félix IY, que hace entrar á Pedro en Romabe-

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I.A OBBÀ D.E LO§ APóSTOLE§ 3lá

destierrs (r), reconstituyóse la comunidad, y- Pablo. Ie e§'


cribió, no como á una Íglesia que debía fundarse, sino co-
,mo á un ejército que se ha hec
que ha soportado el destierro
que reconocer altamente es qu
ó de viva Yoz, eottinuó la ob
veremos más tarde, en evangelizat otras regiones, sin Pt9-
tender despojarle ó suplantúle; y es iusto -9üe, después
de habe, tàgtao, .o,,ó é1, con §u sangre, el teatro de su
supremo apostolado, reciba, iuntamentã con é1, el título de
fundador de la Iglesia romana.
Pedro oo ,rolu"ió probable rente á Roma hasta fines del
aflo 63, para inaugurar aquella organizaciin ierárquit?. d"
las Iglesias, que t"oe .t rmiento de la obra apostóIica,
"oroo en Oriente, como veremos
y cuyo verdadero promotor
más adelante, fué san Juan. Pero no anticipemos los su-
cosog.
Basta, por el momento, haber estableeido el siguiente
dilema: ó iredro fué á,Roma antes del af,o 50, ó uo fundó la
Iglesia romana; porque desde el afio 50 al 62 no esüaba
.i tu capital aãf iLperio, siendo Pablo el qLe. dirigía
este centro cristiano. Ahora bien, según la tradición más
anbigua y más universal, Pedro fundó la Iglesia romana,,
y fiál-ánte la gobernó como obra suya; por tanto, había
ido allí antes de-l aflo 50, anticipándose, unos trece aflos,
ó la Epístola de Pablo y, diecisiete quizá,s, á su apo$ola'
do, de suorte que Pablã no hizo sino regar lo que Pedro
había plantadã. Después de esto, los veinte ó veinticinco
.aflos dá episcopado dã p"aro en Roma, piénsese de ellos
lo que se quiera {z), parecen establecer sobre todo Ia anti'
i" N..u" y declara con todo, poco d-espués, que fué veinticiuco aflos obispo
ãe esta ciudad. La afirman además dr
tradecirse, pero que todos tienen
una parte, asegurando que Ped-ro
el ltiber Pontificalis, de otra, dec
(l) Á fio". del reinado de Claud
ruando
--taJ--U Pablo escribe á los romanos, Priscila y Aquila han vuelto ó Roma'
irrdiciãn que fija en veinticinco aflos el episcopado -de Pedro en
Boma ge remonta soh;eoõe á fines del siglo IY, Ademrlg, no se la
encuentra

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3r6 lúON§EfrOIr LE CAMUS

quísima convicción de que Pedro había ido muy pronto &


la ea'pital del irnperio,
r, en este sentit{o, la crítica seria
los reeibe de muy buen grado. La explieación de estos af,os
es exacta, si se diee que Be cuentan desde e] día en que
Pedro evangelizó á Roma por prir, era yez, hasta el ái,
en que murió, incluyendo en la suma aquellos aflos duran-
te los cuales, habiendo reaparecido en Jerusalén, consa-
gróse, desde las orillas del Eufrates al Po,to Euxioo al
),
siempre legitimada por los cálculos de los que la representan. El Catalog.
anos pontífices, redactado á mediados
obispo de Roma veinticinco af,os, un
ndo muerto el zg de junio del aío 65,
stino, habría debido llegar á Roma el
r esto con su presencia y su muy ac-
tivo apostoiado en Palestina hasta la persecución de Iilerodes, que comônzó

afr,os eomo obiapo d,e esta fgksia.» San Jerónimo traduce del mismo modo el
fryaje_ de E uwebio, salvo que pone aeintrcinco donde los armenios leen aeintn,
y donde, segúrel texto griegó, parecc que Eusebio no había puesto nada. Por
otra parte, (d,e Tir. ill., cap.I). san Jerónimo no habla de úna permanencia
en AÍrtioquía, pero nos deja ver como sacaba su cuenta de veinticincoaffos:
«Secundo Claud Magnum,
Bomam_pergit, i tem;úuuit,
usque ad ultimu quo et af-
fixug 91u.ci, etc., ,i 68, que
es el décimocuar ainos. ipe
dónde gacó San Jerónimo que Pedro fué á Roma el af,o segundo y no el icr-
cêro de Claudio? Probablemente del número veintieinco que tenía á la vis-
ta. Pero la indieadón natural del libro de los Eechos que la muerte de.
"s Ahora bien, He-
Herodes sisui( de cerca á la liberación milagrosa de Pedro.
rodes murió el 4+. Pedro no podía haber idtá Roma el lB. La autorid,ad en
que ee funda el santo doctor es muy probablemente
blo-( E. E.,II, t4) refiere que Pedro fué á Roma baj
tir los errores de Simón Mago. Eusebio, que, por õ
liio, había á su vez tomado su indicación ãe San Justino. (E.E.,rr,ra.r4).
En todo caso los unos y los otros han encontrado en este último muóho má.s.
de lo que porque decir que Pedro Íuá á Roma baio claudio, no es en
-hay;
manera alguna deeir que resid,i,ó allí. Su presencia en Jerusalén haci* el
aflo 50, y en Antioquía algún tiempo después, prueba lo contrario. Lo que
resulta con bastaute limpieza de todos êstos lestimonios de la Escritura
y de la tradición combinados, eB que Pedro fun
$,oma bajo Olaudio,.hacia el aflo u o 45, y que
visitado otras muchas en Oriente, en Corintõ y
qlen-te -allí pqra administrarla á fines del reinado de Nerón. (V. Dionirio de
Corintio en Eueebio, E.D.r II,2ó).

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LÀ OBBÀ DE LOB ÀPóBTOLES 317

Mediterráneo, á la evangelización de los circuncisos. Orí-


genes, citado por Eusebio, dice, en efecto, que el iefe de
[or Apóstoles parece haber predicado en Oriente en las
regionLs clonde estaban agrupados los iudíos de Ia disper'
sión, (después de lo cual, yurdo á Roma, fué allí crucifiea-
(t).» Nada
do cabeza abajo, según él mismo Io había pedido
tiene de impoÁiUtu ia fundación de una Iglesia en Babilo-
nia, y hasta confiarnos demostrar que dicha fundación e§
p.obabte. Mas si se pretende que Pedro, el primrero de los'
enaiad,os del Seflor y de los nxensa'ieros del Evangelio,
puesto que era el iefe de los Apóstoles, fué el que menos
de todos ellos; si se quiere representarlo fijo en Ro-
"irlO
ma, como un obispo en su sede, durante veinticinco aflos,
no sólo se choca áe Í'rente con todas las indicaciones escri-
turarias, sino que también y sobre todo se desconoce singu-
larmente el c"rácter de devoradora actividad propio de los
hombres de Ia época apostólica. Es, en particular, un agra'
vio para el más ãcdvo-de los Apóstoles, ereer que fué eI
menos emprendedor y el más esüacionario, sin ning r_I &
utilidad, po"r las pr"rrog"tivas de sus sucesores no de-
pendían .o -ro"ra alguna de Ia duraeión de Bu episco-
pado.

(l) E. D.,III, [ 4. Comp. Epifanio, Haeres.,XXVI, 6.

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CÀPÍTULO X

Dispersión de los Apóstoles

,Ira persecución apresura la dispersión de los


D«rce.-Lote de cada uno, se-
gún la tradición.-santiago, hermano del seflor.-Juan, andrés y los
otros.-El mundo invadido por el ejército de Jesucristo. (Marcos, xy[
lõ,20).

La última yez que se hace mención del grupo apos-


tólico es á propósito de la admisión de Cornelio y de su
familia en la Iglesia (1). Hasta este momento, los Doce ha-
bían permanecido en Jerusalén, dando incesantemente
testimonio del Evangelio en el interior de las casas ó tam-
bién bajo los pórticos del Templo, y confrrmando con mi-
lagros la verdad de sus discursos (2). Después de la muer-
te de Santiago el Mayor y la detención de Pedro, en ol
momento en que el hambre desola el país, no se habla más
de ellos, y la Iglesia de Ia Ciudad Santa es gobernada por
ancianos. Esto prueba 9üo, por temor á, las violencias de
Ilerodee, y movidos también, sin duda por las declaracio-
nes de Pedro á propósito de la conversión de los gentiles,
habÍanse dispersado para ir, según la orden del Maestro,
á inaugurar Ia evangelización del mundo entero.
6lIabíalos reunido Pedro por últim a, vez, antes de aban-
donar á Palestina? ;Ifabíales eomunicado el santo y sefla
para la gran batalla que debía darse al paganismo? iAbrió
solemnemente á sus hermanos las puertas del mundo que
€ra preciso conquistar? León el Grande indicó elocuente-
mente esta escena solemne, consagrada por el arte ts). Es
(l) Eechos, XI, l.
(2) Heclus,IY, Ba; Y,42; II, 42, etc.
(3) Scmt. LXXX, 3. Rufino, E. E.r I, 9, habíacontadoantes do é1, según

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I
LÀ OBBÀ DE LO§ APóSTOLE§ :]19

rposible que la orden de avisar á santiago y á los -h.rP_r-


ãos, dad, po, pedro á los fieles reunidos en casa de Ma-
ría, no fué sino una cita Para un lugar deberminado fuera
.de Jerusalén. Si los ApóÀtoles acudieron, tanto para feli-
.eitar á su jefe milagrosamente eseapado de la muerte, co'
mo para recibir suúrdene§, aguel fué ciertanrente el sitio
,del posbrer acliós. Gustosos no§ representamos aquella su'
prema r,eunión, en que los Doce, penetrados aún de la
tendición y de la palabra ardiente de Pedro, que _Ies ha
recordado lu. bondades del Maestro, s€ sepal'an después
de abrazarse. En su frente irradia un resplandor celestial.
.Su mano aprieta enérgicamente el bastón de viajero
9o"
será .o .ryãdo ó su eetro. Para luchar eontra el enemigo
no tienen sino la fe en el Maestro que los envía, Y, sin
.embargo, se adivina que su triunfo es seguro. Pol estos
aldeanãs galileos, pobres, ignorantes, sin experieneia, será
venciclol"l prgroismo, como Goliat lo fué por David, pas-
tor de Belén.
Según Apolonio, un antimontanista de fines del siglo II,
la tradición primitiva aseguraba que los Apóstoles habían
permanecido doce aflos en Jerusalén despues de Ia_ As-
.óensión, dispersándose luego por el mundo tt). Esta fecha
no difiere mueho de la que nosotros admitimos.
;Cómo fueron repartidas las naciones? Primeramente
debió proveerse el gobierno de la Iglesia madre, la cual,
siempre á las más violentas tempestades, recla'
"=po"Àta
maba un piloto prudent" y cuya autoridad fuese incontes-
tada. Los Apóstoles designaron por unanimidad, Para esta
'Clemente
difícil misión, á Santiago, hermano del Seflor tz).
..", u"tig"a tradición, coruo se habían repartido el urundo los Apóstoles.
Yéase taíbién Eusebio, H. E.,III, f . Los antiguos martirologios colocaban
en el d.ela Separación de los
(l) Clemente de Alejandrí .,-Y! 5) c-on-
firma Transcurridos doce af,o de Jerusalén,
dispersándoos por el mundo, á fin de que nadie diga: No hemos oído la pa-
labra.»
(2) Ilegesipo, citado por Eusebio, dice: (Aruôé1çruôê fi1v'Exx\lotut pet[
t6t à,roar6\orr ô dôetrpàs tol Kuplov, r. r. À.) Idéntico testimonio encontramos en
los más antiguos martirologios romanos, los cuales seflalan el z7 de Diciem-
bre para la fiesta de la Ord,cnn'ción d,e Sanüingo pü los Ápóstol'cs.

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MONSENOR LE CÀMU§

de Alefandría precisa qüe la iniciativa de esta elección es


debida á Pedro y á los hijos de zebedeo, lo que supondría
que se hizo antes de la persecución de Herodes G). Por lo
demás, es preciso recon(lcer que todo eontribuía á que se
le apreciara en la Iglesia jerosolimitana: su vicla austera,
§u parentesco con Jesús, y una fe ardiente que, según se
decía, le había mereeido ur)a aparición u.p.áial del diviuo
Resueitaclo. En eÍ'eeto, el evangelio de los hebreos (2) cuen-
ta rlue habiendo jurado Santiago no conrer desde el ilía en
que había bebido el eáliz clel Sef,or en la Santa Cena (3)
hasta que viera á Jesús resueitado, tuvo la clieha de ver
al Maestro, el cual le dijo: (Herma.o mío, come tu pân,
porque el Hijo del Hombre se ha levantado de enbrs los
que duermen.) Su temperamenbo tranquilo, per.o enérgico,
era religioso al modo de los más severos judíos. Cuenta
Hegesipo que iamás bebió vino ni eerve za, ni comió earne,
ni se cortó el cabello. Las unciones con aeeite ó los bafloe
refrescantes parecíanle un lujo clel que se privó toda su
vida. Fué una especie de Juan Bautista, pero con un celo
que el espíritu del Evangelio había dulcificado. La influen-
eia del Maestro, conservando en esta alma, Bevera por na-
turaleza, el amor de la mortificaeión y el culto austero de
la Ley, habÍale cornunicado un gusto particular para la
oraeión y la sanüa eosturnbre de ofrecer 'sus mortifieaeio.
nes para la conversión del pueblo. Vestido siempre de li-
no, gustaba de rogar á solas en el Templo, y tan frecuen-
te era su oración, que sus rodillas se habían endurecido
como la eallosa piel de los eamellos del desierto.
El pueblo no podía deiar de estar lleno del más grande
respeto para con este santo que por sus virtudes pertene-
eía á" la vez á la antigua y á, ia Nueva alianza. Llamá-

lejandría dice: «quem in


e una expresión que res-
clio, en que fué redactado

(2) T. en San Jerónimo, De Yir. illus.,Il.


(3) Esto prueba una vez más que santiago fué hijo de alfeo y uno de
-los l)oce, porque solamente los Doee comieron la Pascua
con Jesúj.

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LA OBBA DE LO§ ÂPóSTOLE§ 321

banle el Justo, ó también la Fortaleza, del pueblo, Oblia,m.


El mismo partido jerárquico, aunque profundamente irri-
tado eontra los diseípulos de Jesús, parece haberse mostra-
do respetuoso eon é1. Hegesipo, de quien tomamos todos es-
tos detailes (1), pretende que se le perrnitía entrar en el
atrio de los sacerdotes, euando iba al Templo á orar. Sea
como fuese, reunía en sí todas las cualiclades necesar.ias
para asegurar, si realmente hubiese sido posible, la recon-
'ciliación de la Iglesia eon la Siragoga. Santiago daba, por
deeirlo así, la mano á la una v á la otra, y honraba rnuy
sineerame,te lo pasado mirando con confr.artza, lo por ve-
nir. Juzgóse, por tanto, convenie,te dejarlo en la brecha
abierba, porque, mejor que cualquier otro, podía preparar
la eapitulación de los e,ernigos del Evangelio. Según al-
gunos, fué nombrado obispo de Jerusalérr por el mismo
Jesucristo Q). Pero esto es una rnanera de expresarse que
no debe entenderse de una interveneión directa del Seflor.
Eligióle por mediación de los Apóstoles, I, á pesar del
texto de Clemente de Aleja,dría eitado poco ha, todo in-
duce á ereer que esto no fué hasta después de la muerte
de su homónimo, el hijo de Zebedeo, / on víspera de la
d-ispelsión de los Doce. De otro modo no se explicaría que
el súbito fanatismo de Ilerodes no hubiese herido al jêfe
mismo de la rglesia cle Jerusalén. De otra parte, hasta
'aquel momenbo, no había necesidad dd Pastor espeeial allí
donde todo el cuerpo apostólico y Pedro estaban presen-
tes. Yeremos más tarde á este hermano del Seflor dedi-
cándose á su obra pastoral . La figura del primer obisp. de
Jerusalén es una de las que hay que esüudiar con grÀn i,r-
terés, cuando se quiere comprender el siglo apostólieo.
Le fué dado Juan como consejero. El discÍpulo amado,
en tanto que evangelizaba las pequeflas ciudades de pa-
lestina organizando en ellas las nuevas comunidades, pa-
úece haber conservado su domicilio en la Ciudad Santa,
donde vivía al lado de María, la venerada madre que Je.
«fl ffugesipo, en Eusebio, H.E.,II, 28.
(2) Epifanio, Haeres., LXXVII; Crisóstomo, Hom. XI in f Cm., TII.

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I
UOIiSEN'OR I,E CÀMI'S

sús le eonfiara al morir. Complaeíase en el recogimiento


su alma contemplativa, y la hora de su actividad no de'
bía sonar hasta que todã. los otros hubiesen muerto. Los
hombres del pensamienbo no aparecen de ordinario sino
después de los hombres de acción, é incumbe á la filosofia
terminar sus trabajos, otganizando la gran síntesis. Pablo
no dejó de mencionarlo como una de las tres columnas de
la Iglesia que tuvo la dicha de encontrar en Jerusalén.
EI lote dL .trdrés, hermano de Pedro, habría sido des-
esperante para un alma menos firme que la suya. Dirigió-
se á aquellos escitas (1) que ni Ciro ni Alejandro habían
podido redueir, y que, bajo los diversos nombres de godo*
y de hunos, preparábanse á' invadir el mundo romano.
Lâs grandes colonias griegas de Ia ribera meridional del
Por,to Euxino, I[eraelea, Sinope, Trapezo, habrían sido'
los centros de operación con que se habría consolado de su
impotencia sobre las nómadas del norte. Los judíos le ha-
brían martirizado en Sínope; pero, milagrosa,mente cura-
do, habría vuelto á Neoeesárea, á Samosata, y de allí á'.
Jerusalén, á" forüalecer su ardor iunto áu la cuna de la
Iglesia. Poeo después, habría remontado haeia el Norte, á
Bizancio, donde habría deiado á Estaquis por obispo. F'i-
nalmente, habría muerto en Patras, aI marchar á Roma,-
donde pensaba quizás reunirse con su hermano Pedro. Po-
seemos Ia historia, muy adornada por Ia leyenda, pero en
el fondo auténtica, de su glorioso martirio. Su sublime in-
voeaeión á la cru z, eD el momento de morir, es digna de
un alma heroicamente generosa y creyente (2).
Bartolomé ó Natanael, el honrado y rudo discípulo de'
Caná, marchó á las comarcas de la India, donde, según se'

(1) Eusebio, E. E.,II, ze.


(zl Eusebio, E.8.,3, 1; Nicéf oro, H. E.,lI,:)9; Focio citando á Hesi-
quiq Cod., 269: En las Áctu apocrypha de Tischendorf, se encuentran dos
ópúsculos, rechazados por EuiebíólH. E.,TII,25) como obra de falsarios
hàrejes. En el ;gLno, Acía Andteae, léese el interrogatorio que precedió-á la
sentáncia de muerie del valiente Apóstol. En el otro, Acta An'dreae et Mat-
thiae, se encueutra }a historia de Matías salvado por Andrés, en eI momento
en que iba á ser devorado por unos antropófagos.

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I,A OBBÀ D]í LOs ÀPó§TOLES 32s.

dice, difundió el Evangelio de San Mateo. Panteno, filó-


sofo de Àlejandría, habiendo ido á' predicar á" aquellos'
lejanos países, comprobó eon sorpresa que le había prece'
dido allí la Buena Nueva. Encontró nuestro primer Sinóp-
tieo escrito en arameo, y dijéronle que lo tenían de Bar-
tolomé tt). Según una antigua tradición, eI animoso predi-
eador habría sido desollado vivo en Armenia.
Tomás dirigióse también á aquellos mismos países, ó me-
jor, según Orígenes(2), á los partos; pero otros atribuyen
esta misión á Mateo.
Éste, sin embargo, €s eitado más eomúnmente como'
Apóstol de Etiopía (3). El peaiero de Cafarnaúm habría
sido martirizado en Nadaber. Clemente de Alejandría ha-
bla de sus austeras virtudes. Su ascetismo y su profunda
abnegaeión recordaban Ia vida de los esenios (a).
Judas, Lebeo ó Tadeo, habría sido enviado por Tomás á
Abgar, rey de Edesa (5).
Simón el Celador, siguiendo la cosba septentrional de
Africa, habría llegado hasba las islas Británicrs (6); Poro'
obros, con mayor verosimilitud, le hacen predicar y morir
en Babilonia (7).
Sea lo que fuere de estas tradiciones, harto diversas
para que tengan fundamento, impónese el hecho de que,
á partir de este momento, el mundo está abierto á los he'
raldos del Evangelio, quedando cerrado eI primer ciclo del.
desarrollo de la Iglesia. Ilanse roto, en efecto, los lazos
que unÍan á los Apóstoles con Ia Tierra Santa. Doce aflos,.
y qaízá, más, se ha necesitado para conseguir este resulta'
do capital; pero queda asegurado en Io sucesivo. El pro-
yecto de repartirse el mundo para transÍormarlo, que ha-
brÍa sido una locura en hombres del pueblo, impotentes-
para hacer prevalecer Bus ideas, resultaba una falta de

(l) Eusebio, H. 8., Y, 10.


<2) rbid., rlr, r.
(3) Nicéforo, fl. E.,II, 39; Fortunato, d'e Senat., YII.
(4) Paedagog., If, 1.
(5) Eusebio, H. D.,1, 13.
(6) Nicéfoto, VIII, 3o.-(7) Beda, Retract.in Act.,I, 18.

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MONgD§OR LE CÀMUS
-
sentido para judíos a'osolubamente opuestos, por instinto,
á toda diÍusión de la verdad religiosa fuera de Jerusalén
I, más aún, á todo contacto religioso con los pagano§. Ad'
mitir que los Apóstoles obraron por cuenta propia, sería
admitir lo imposible. Su proceder es una de las pruebas
más concluyentos de la divinidad del Cristianismo. Fué
preciso que un poder superior empujara, de grado ó por
fuerza,aquellas cabezas duras, aquellos corazones estrechos,
aquellos partieularistas endurecidos, á hacer de semejante
aposbolado el supremo fin de su vida. Dios,permitiendo que
la Sinagoga y l{erodes levantasen, en su malicia,la persecu-
ción en Jerusalén, Bupo,como siempre,en el gobierno provi-
dencial del mundo, sacar bien del mal, y arroiar Íuera del
sagrado lecinto, donde había estado encerrada muchos si-
glos,la luz que el mundo tanta impaciencia esperaba. Desde
este mornento la cuestión de la evangelizaeíón de los gen-
tiles queda resuelta desde el punto de vista, no solameg'
te teórico, sino sobre todo prrÍctico. Pedro, marchándose á
las naeiones extranieras, bien que sigan siendo su prinei-
pal objetivo los judíos y sus sinagogas, da el ejemplo, I
los otros Ie siguen. Es realmente iniusta para él y tam-
bién para sus colegas la suposición de que sólo Pablo ó
Bernabé seflalaron oficialmente sus huellas en este eamino'
Pablo esperabe bodavía en Tarso Ia sef,al rle Jerusalén;
Bernabé no soflaba en evan gelízar á, Antioquía, cuando
Dios, queriendo que Pedro Íuese el promotor ordinario
de las grandes resolueiones en su Iglesia, Ie empujaba,
á pesar de todos sus prejuicios judíos, á,baut'izar á, Corne-
Iio y á los de su casa. Yímosle defender animosamente su
conducta demostrando, ante la Iglesia, que había obrado
conforme al derecho y al clebe;:, /, como consecuencia, ins-
pirar á los Doce á seguir su ejemplo. Su discurso parecía,
en realidad de verdad, transmitir á' cada uno de ellos eI
santo y sefla que él mismo había recibido: (1levá,nt'ate y
come!» Debía considerarse bueno todo lo que las circuns-
tancias iban á ofrecer al colo cle carla uno, é introducir en
ol reino de Dios todas.las almas que ardientemente lo llar

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LÀ OBBÀ DE LO§ APóSTOLES

maban, cualquiera fuese su eondieión social y su naciona-


lidad. Irabiendo la persecución precipitado los aconteci-
mientos, parece lógico suponer que todos, por celo y pü
prudeneia, salieron en aquel mornento de Jerusalén.
El silencio que guarda el libro de los Hechos sobro sus
misiones y sus trabaios no debo sorprendernos más que el
que en lo sucesivo rodeaút,la obra misma del jefe de los
Apóstoles. Pedro, en efecto, no reaparecerá sino una sola
yez, y como por accidente, en la segunda parte de los re-
latos de San Lueas, en la asamblea de Jerusalén. EI papel
'preponderante va á, pasar á Pablo, probablemente porque
las fuentes en que eI historiador so inspiró no decían nada
más de Pedro. Para el período de su vida que pasó en Pa-
lestina, Pedro tuvo amigos que resumieron los principales
incidentes. Cosa parecida sucedióle á Pablo para una par-
te de sus viajes, y estas notas diversas constituyeron los
materiales esenciales del libro de los IIechos. Cuanto á los
otros Apóstoles, que no contaron eon algún amigo que
consignara por escrito sus trabaios, se han quedado sin
historia. Injusto sería suponer gue su celo uo se maniÍestó
en real y fecunda actividad.
Fué dichoso para los heraldos del Evangelio el momen-
to aquel en que, con el eorazón encendido de caridad, oI
alma inundada de luz, eI poder divino en su. manos, salu-
.daron por yez postrera el Templo, la Ciudad Santa y los
grandes recuerdos que allÍ dejaban, para marchar á la con-
quista del mundo. No sabían á" donde iban, pero el soplo
de Dios hinchaba las velas de los bajeles eL que habian
-subido; su voz los llam aba á" través de los desiertos, de los
ríos, de las montaflas, y el Espíritu Santo, mostrándoles eI
mundo entero, pueblos bárbaros y ciudades civilizadas,

-naron.

T. IV

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I
__l
r l

CAPITULO XI

El hambre en Jerusalén

Los ernigra{os en antioquía.-Hambr. plotutirada por Agab.-r-,a


rglesia
la de Jerusalén'-Misión de Pablo y de
de Antioquía acude al socorro de
en Jerusalén.-Helena é Izates quizás discípulos
Bernabé.-Los Ancia?oos
del Evangelio.-Sus limosnas.-situación dolorosa de la Iglesia de Jeru-
salén. ( Hechos, XI, 27-30).

Con esta santa emigración se relaciona, sin duda, la


Ilegade á Antioquía de aquellos profetas de quienes habla
eI iibro de los Hãchos, y que forman una categoría aparte
-del
entre los predicadores período apostólico' De igual
modo quel en eI Antiguo Testamento, la misión de los
profetas no consistió únicamente en anunciar Io po_r wenir,
ãiro sobre todo en mover los espíritus, recordándoles los
derechos de Dios y sus propios deberes, en animar y ame-
Lazà;, en reprender y consolat, mezclando á susdiscursos,
siempre que convenía, como saución de sus amenazas ó de
sus promesas, las miras sobrenaturales que Dios les conce-
día sobre lo por venir. Así, en la nueva Ley, el don de pro-
fecía era un caüsma especial otorgado á ciertos oradores
guo, embargados por eI espíritu de Dios, hablaban á las
,l-a, oo t"-og""je particularmente inflamado, ora impe-
tuoso, ora oxtático, pu.^ Ilevarlas al amor y á" la imitación
del Seflor Jesús. Algunas veces recibían también, además
de un poder extraordinario de enseflanza, rnilagro§aê re'
velaciones sobre futuros acontecimientos, ,r este privilegio'
daba mayor autoridad á sus palabras. sin embargo_, san
Pablo no coloca ni los discursos ni las predicciones de es'
tos por encima de -toda censura; así, escribía más tarde á

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LA OBR,A DE LOS ÂPótsTOÍ,ES

los Corintios: (No haya más cle dos ó tres que hablen en
la asamblea crisbiana, y los demás juzguen G).»
La llegada de esbos predicadores de un orden aparte
debió de produeir viva sensación en la joven comunidad
de Antioquía, al evidenciar que los dones extraordinarios
pasaban del medio judío, donde eran desconoeidos y per-
seguidos , á" la nueva lglesia. Nada nos impide crcer que
los profetas, ante los paganos convertidos de Antioqrl",
Be complacieron en denuneiar severamente la infidelidad
de Jerusalén, siempre obstinada, á pesar del llamamiento
de Dios, en ce'rar los ojos á Ia luz, y enemiga irreconci-
liable de Jesús y del Evangelio. IJno de ellos, en medio
de sus diseursos, tuvo una sobrenatural intuición de las
próximas desgracias que Ia eólera celesüe reservab a á" Ia
plevaricadora eiudad, y, bajo la influencia del Espíritu
santo, predijo que un hambre grande haría estragos en eI
mundo entero y muy particularmente en Judea P). Su
nombre era hebreo (3), Agab ó agabos, con terminación
griega, y debía ser todar,ía joven, pues 1o encontraremos
de nuevo, dieeiséis aflos más tarde, en Cesárea, suplieando
á Pablo que .o suba á" Jerusalén y profebizándole de Ia
manera más dramátiea los peligros que allí eorrería. Si era
fáeil, aun sin ser profeta, saber, que el harnbre había hecho
estragos en Roma, el primer y el segundo aflo del reinado
(l) f Cor., XIV, 2g(*).
(*) El P.-Scio pone Ia siguiente nota de Estio: «Y los otros profetas di-
gân l-9 que sienten: si es_ el Espíritu de Dios el que los hace haLlar, y si lo
que dicen, es conforme ála sana doctrina.»-N. del T.

(3) Deriva d,e'agab, querid,o, como Ágapetós en griego, 6 de jagab, la,n-


gosta.

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328 MON8trÚOR LE CÂMUS

de Claudio, en 42 y 43, lo que deberminó á este emperador


á tomar medidas para lo por venir, y en particular á cons'
truir, en la desembocadura del Tiber, un puerto que per'
(1), lo era mucho me-
mitiese descargar trigo en invierno
nos prover que el azote iba á atravesar el mar y descar-
(2). De allí
gar, dos ó tres aflos más tarde, en Palestina
(3),
áebía volver atrás y desoiar á Grecia el aflo noveno de
aquel emperador, para asolar de nuevo á Roma eI aflo un-
décimo (+). Así cumplióse la profecía en Bu sentido más ge-
neral. En la aplicación particular que iba á verificar§e en
Palestina, la proÍecía resultó, para Ia Iglesia de Antioquía"
una ocasión de tesbimoniar su fllial adhesión y toda su
caridad á la Iglesia de Jerusalén. Durante los dieciocho
meses (5) que transcurrieron entre Ia predicción de Àgab

ya enbre los hombres, sobre todo entre aquellos que esta-


tan sef,alados con el signo de Cristo, ni judíos ni bárbaros,
sino solamente hermanos; los males de aquéllos eran §us
propios males, y quería aliviarlos.
según Josefo (6), el hambre devastó cruelmente á, Jeru-
salén, al final del gobierno de cuspio x'ado y aI principio
del do Tiberio Àteiandro, .judío renegado, hijo d.el alabar-
co de Ale.jandría, y desde el aflo 46 al 47 . Tan pronto co-
mo IIegó á Antioquía la triste nueva fueron enviados Ber-
nabé y" e*Uto prr* llevar á los atribulados hermanos los

(l) Suetonio, Clawd,., XX; Dión Casio,IX; Aurel. Yict., Caes., ÍY.
iz> Ant.,XX,2, ó1Euseb., E.E-,II, XI.
(3) Euseb. C
(4) Suetonio,
iul Agab y to
"Ag.ipr, muerto de
HÀ.ãaes ada devas-
t«i á JerusaÍén al del de'Ti-
berio Alejandro, 46-47. (Anú., XX, 2, 6)Y1-2).--
(6) Ànt.,ibíd. Comp. Eusebio, E. D.,II, XI, y Chroru., p. 79.

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I
LÀ OBBÀ DE LOS ÀPó§TOLES

recursos que se habían recogido (1). No estaban ya en Je-


rusalén los Apóstoles, pues el historiaclor no los menciona,
y los dos delegados depositaron sus ofrendas en manos de
los Ancianos. Estos Aneianos ó Presbí,teros, que figuran
aquí por vez primera, eran varones que tenían la experien-
eia do los aflos y servían de conseieros á la eomunidad
religiosa, en tanto que los diáconos, más jóvenes y más
aetivos, desempeflaban el ofieio de limosneros y con fre'
eueneia de predieadores. La institución de los Ancianos,
Zeqaní,m, funcionaba últilmente en las Sinagogas. Juz-
góse eonveniente introdueirla en la Iglesia. Las misma§
sinagogas se habían inspirado en la organizaeión primiti-
va del pueblo de Dios (2). Moisés había tomado al Arrciano
con toda su autoridad de jefe de familia ó de tribu, de la
tienda del nómada, donde se le encuentra todavía con su
mismo título de cheilch, y había heeho de él una de las
ruedas de su maravillosa constitución. Los Aneianos des.
empeflaron, por otra parte, un pâpel importante en calidad
de eonsejo nacional, en la mayor parte de los pueblos. EI
concurso que un gobierno puede recibir de un senado, sa-
biamente moderador de toda actividad demasiado oxube-
rante, no puede menos de aprovechar al verdadero pro-
greso. Los Apóstoles coloearon, pues, al lado de los obispos
y eon ellos, al frente de las eomunidades cristianas, un
grupo de hombres, venerables por la edad y sobre todo
por la autoridad moral, Qüe aseguran la cieneia y la pie-
dad. Parecen además haber estado tan directamente uni-
dos á los obispos, que en seguida se confunden eon ellos.
Diríase que se trataba de dos diferentes nonabres de un
mismo cargo (3), empleándose sobre todo eI de Ancianos
(l) No se ve por qué muchos exégetas han supuesto que la misión de
Bernabé y de Pablo precedió á la aparición del hambre. En toda esta parte
del relato bíblico, los acontecimientos están clasificados con la libertad á que
tiene derecho el historiador que relata una serie de hechos complejos y en-
maraiados.
(2) Éaod,o,III, t6; IY, z0; .,Ios., XXIY, 1 y 3l; I .Eeyes, YIII, 4, etcéte-
ra; Esdra,srY,6i YI,7, 14, etc.
(3) Así, Pablo, despidiéndose de los Anciamos de Efeso á quienes había
convocado en Mileto, les dice que el Espíritu Santo los había establecido

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MON§EfrOB LE CÀMU§
'en
las comunidades de origen iudío, y el de Obispo en las
de origen griego. Deberemos insistir en esba importante y
diffcil euestión, cuando sea preciso estudiar más tarde la
Iglesia erietiana en Bu perÍodo de organización. Resolver-
la en este momento sería anticiparse al desarrollo tan ma'
ravillosameute progresivo y ponderado de )a jerarquía
eatóliea. Baste saber que los Aneianos de Jerusalén, di-
rectores y vigilantes de la Iglesia madre, recibieron los
clones llevados á Antioquía, y los distribuyeron á los fielee
más necesitados.
Aquí se coloca muy naturalmente la historia de utra
mujer bienhechora, Helena de Adiabena, esposa y madre
de reyes, QUo se distinguió, durante aquella carestía, Por
su inagotable caridacl. Josefo, cor-rtando rnuv lat'gamerrto
su vida, díeenos que había abrazado Ia religión judía 'tl.
2No habría sido más exaeto decir guo, conyertida por ttn
predicador del Evarrgelio, había acloptado la religión de
Jesucristo? Hay en esta mujer una caridad que traspasa
la nota iudía, v en la historia de su conversión, algo que
hace pensar mu.y naturalmente en las dichosas conquistas
de los primeros propagadores del Evangelio (z).
Helena era hermana y esposa de Monobazes, rey de
una provincia de Asiria llamada Adiabena. El segundo hiio
que dió á su marido fué bien pronto el objeto de las pret'e-
,rencias paternales. Una voz misteriosa había profetiza-
do su porvenir. Se le llamó Izates. Moy pronto inspiró
á sus hcrmanos la más violenta envidia, y Monobazes de-
bió pensar en ponerlo en seguridad, alejándolo de su corte.
Confiólo á Abennerig, rey de Mesena. Este apreció en se-

Obispos par4 gobernar la fglesia cle Dios. Escribiendo á Tito, le encarga ins-
tituir en las diversas ciudades de Creta Ancianos cuya vida sea absoluta-
mente correctal «porque-dice-es preciso que un obispn sea irreprochable».
íY. ?ito,I, tr-7; f Timot.,III, l-7; Hechos, XX, 17, 28). Asíse explicaría qui-
zá,sla presencia simultánea de muchos obispos en una misma I.gleaia(Íi-
lip.rI.,l1 Hechos, XX, te; Santiago, Y, 14). San Pedro recomiendaálos An-
c'ianos que apacienten el rebaío y ejerzan en él el oficio de obispos, êtrwro'
r.oavrcs (f Ped,ro, Y, 2. Véase San Jerónimo in Episüolo' a.d, Iitum).
(1) Ant., XX, 2-4.
(2) Yéase Orosio, VII? 6, y Moisés de Corena, II, 35.

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LA OBRA DE LOS ÀPóBTOI,ES 331

guida sus raras cualidad€s, I, habiéndole dado su hija en


áatrimonio, le encargó la administraeión de una de sus
más importantes pro;incias. Pero el viejo Monobazes no
guería à".."od"* ,l sepulcro sin habe*itto ,ueuoriienüe
*t" hijo predilecto.
IIabiéndole llamad,o, eonfióle como principado, el paÍs
.de Carros, murió poco después. La reina eonocía sus de-
Y
ceos. Con mucha f,aÍilidad hizo pasar la eoron a á,la eabe-
za de Izates, en detrimento de un hermano mayor, que
-aceptó, sin embargo, Ia regeneia, en tanto qu9 el nuevo
rey'llegase de .o Iejrrra prorrircia. Á fin de evitar turbu-
leocirsl los otros hermanos habían sido encarcelados, y §e
trataba también de matarlos. Izates reprobó este criminal
proyecto ,, y, devuelto la libertad, efiviólos,
.habiéndoles
€on §u§ propros hijos, como rehenes, los unos á Roma, los
obros *1 iey de loÁ partos. Esta bondad de alma, es me-
nos sorprendeot" este joven príncipe, cuando se sabe
".
güo, dôsde algún tiempo, vivía muy entrega,do á pensa-
Ãientos religiãsos, y dãseoso de elevar su vida moral á la
altura de las luces sobterrturales que había recibi{o. En
eÍecto, mientras estaba en el campo de Espasina, un judío
que llevaba el mismo nombre de aquel _que había baatiza'
do á Saulo en Damasco, le había iniciado en eI eonocimien'
to del verdadero Dios. Después de haber ganado á sus
ideas religiosas á las muieres del harén. oÍreciéndoles ob-
relaeione§ con el pro-
ietos de tocador, pidió ser puesto en
pio Ízates, y le convirtió también. De suerte que, cuando
éste debió lroluet á Adiabena, no queriendo I §ePararse de
Ânanías, se lo llevó eonsigo á su "uioo.
Ahora bien, easi al mismo tiempo-era la époea en que,
,después de Ia muerte de Esteban, salidos de Palestina loe
tp*riidrrios de las ideas universalistas, comenzá,base á de-
ãir, o, poco en todas partes, que era preeiso evangelizar
á los gentiles,-otro judío había inducido también á' He-
lena, Ia ruioa madre, á adoptar la religión monoteísta. Es
de creer asimiemo que esto predicador lo había abierto
horizontes más anehos que la teología Íormalista de los

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MON§ENOR LE CAMIIB

rabinos; porque, Izates habiendo pensado hacerse circun -


cidar, su madre se opuso vivamente, y Ananías se juntó á
ella para representar al rey que se podía servir á, Dios y
agradarle.sin someterse á aquella práctica legal, por *l*
que pareeiese esencial al judaÍsmo. Semejante manera de
eonsiderar y de resolver el caso de conciencia real iaeeso
no indica que en el easuista había algo más que las miras
estrechas de un rabino judío? Juzgar superflua la circun-
cisión, si, por otra parte, se practicaba generosamente la
ley de Dios, ,no era propio de un misionero eristiano de la
eseuela de Pablo? Obro iudío, galileo de origen, y llamado
E,leazar, Ilegó entonees y mostróse partidario implacable
de la circuncisión, lo que determinó al rey timorato á eje-
eutar su primer proyecto. lPor ventura este reeién llegado
moralista no nos recuerda el partido de los discípulos judai-
zantes, obstinados eon tanto ardor en practicar, aun des-
pués del bautismo, las observancias legales y sobre todo
la circuncisión? Eleazar, misionero galileo, eB rigorista;
Ananías, QUê había oído quizás á Pablo, es partidario re.
suelto de la emaneipaeión del hombre respecto de la L.y.
Cuando la reina vió que todo marehaba á pedir de boea
en el reino de su hifo, deseó ir en peregrinación á la Ciu-
dad Santa, para adorar á Dios en su Templo, dice Josefo,
mas quizá,a tarrbién para ver de cerca á los testigos del
Evangelio y los lugares donde se obrara la gran revelación
divina. Autorizóla su hijo y hasta la acompafló duranto
muchos días, testimoniando así su profunda pena de no.
seguirla. Colmóla de riquezas, de las que hizo el mejor
uso la piadosa sef,ora. Su presencia en Jerusalén coinci-
dió, en efecto, eon la époea de la gran carestía. La gente
moría de hambre. Su buen eorazón y su real generosidad
se mostraron á la altura de la miseria pública. Sin perder
un momento, envió á sus servidores á eomprar en Alejan--
dría todo el trigo que se eneontró, é higos Becos en Chi-
pre. Cifraba toda su felicidad en ser asÍ la provideneia de.
los pobres. Informado su hijo de lo que sucedía en Judean
envió él mismo á los Jefes dnl pueblo, quizúa á, los ancia-.

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I
!

LÀ OBBÀ DB LOS APóSTOLE§


I

no.s de la Iglesia, grandes sumas de dincro para subvenir


á los padeeimientos de los más necesitados. Tzates I §u
madrã estaban unidos, por los lazos más íntimos del alma,
á la Ciudad y al pueblo a" Dios. Monobazes, gue, reivin-
dicando su dlrecÉo de primogenitura, sucedió á' 8u her-
mano menor, euidó de hacer transportar allí sus resto§'
Ilelena había construído de antemano, Para sí y para sus
dos hijos, tres sepuleros, de que Pausanias habla como de
,ou, úravilla (1). Levantábanse eu forma de pirámides, á
tres estadios de la ciudad, frente á, Írerrte de Ia torre de
las Mujeres, hoy Puerta de Damasco (z). Así, desde aque-
lla époea, Jerusalén ejercía en las almas piadosas este po-
de. ãe atraccióu que, desarrollándose en el decurso de los
siglos, se traduciú por tantas célebres peregrinaciones'
q* tendrán su heroiea generalizaeión en las cruzadas'-
iosefo que de propósito deliberado no habla jamás del
Cristianismo, ,o, deba hacer mención de Perso-
"orndo
nas que fueron cristianas, no puede impedir, Por t" i:-
eompieto testimonio, que on breveamos en esta conver§ión
de Izates, de su madrã y de su familia, y sobre todo en la
historia de sus hermosas virtudes, un elemento transfor-
mador más poderoso que el iudaísmo en decadencia. Esto
elemento ,o fué otro que eI fuego sagrado encendido Por
Jesús en el mundo. AÁi, el Evangelio comen zaba á produ-
eir sus eÍectos hasta en eI alma de los bárbaros, haciendo
germinar en ella, con la fe, las más nobles inspiraciones de la
õaridad. El rabinismo quiso reivindicar para sí como suyos
todos los miembros de esta excelente familia, Qüo en su
mayor parte vivieron en Jerusalén hasta su ruina. Eu §u
afán de consicl.erar como suyos á, tan gloriosos prosélitos,
no observó que, si éstos profesaron realmente las doctri-
nas que él les atribuye, y si el árbol Be conoce por sus fru-
tos, tales porsonajes Íueron ciertamente eristiano§, porque'

(l) Pausanias, lib. YIII, caP. 16.


iZj No sería imposible que hubiesen ocupado el sitio en -que- acaban_de
eshLlecerse los dominicos, y donde había sido edificada la basÍlica de San
.Esteban. Véase Notre Toyage awr Pays bibliqu'es, voI. I! p. 67.

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334 MONSENoR LE CAMTIS

hablaban muy visiblemente el lenguaje del Evangelio (1).


No sabemos exactamente la duración de la estancia de
Bernabé y de Pablo en la Ciudad Santa. Bien que el ob-
jeto prineipal de su visira fué llevar limosnas á la comu-
nidad, sabemos que hicieron aprobar entonces, una vez
más, sus proyectos de evangelízar á los gentiles. Tito es-
taba con ellos, y el mismo Pablo nos dirá lo que sucedió en
esta segunda visita á la Ciudad Santa{P). No creemos, en
efecto, que sea posible relaeionar con el viaje para la re.
unión conciliar, Qüe fué el bercero, lo que cuenta muy ex-
plícitamonte del segundo. Máe tarde se verán las razones
en que nos apoyamos y que nos han parecido decisivas.
Este segundo viaje de Pablo Íué motivado por una revela-
eión, la profecía de Agab, y por el estado de la Iglesia de
Jerusalén, azotada por el hambl.e, no turbada por los ju-
daizantes. Pedro, llegado de Roma, se hallaba allí con
Santiagc y Juan, y aprobaron plenamente la conducta de
Pablo y Bernabé en el asunbo dc, la evangelización de los
gentiles. Los iudaizantes perdieron el pleito en su preten-
sión de imponer la circuncisión á Tito. Las limosnas lleva-
das por los delegados de Antioquía probaban elalamente
la filial deferencia y el afecto que profesaban á, la madre
Iglesia de Jerusalén los gentiles convertidos aI .Evange-
lio. Ésta heredaba,, por tÀnto, Ios privilegios de la Sinago-
ga. En efecto, habíase visto, en todo tiempo, á los judíos
de la dispersión, ansiosos de acudir al socorro cle los de Je-
rusalén, afligidos por la guerra ó el hambre (3). Los paga-
nos convertidos Be proponían perpetuar tan respetables y
tan útiles tradieiones. Tan hermosos sentimientos fueron
debidamente apreciados y se rebomen dó á" Pablo y á Berna-
bé que los fomentasen entre los gentiles, continuando ellos

(1) Comp. Baba Bathra, LL, a; Joma,87, a; Nazir, l}r'b; Schabbaúh, 6,


8, á, en el Talmud de Babilonia, con Mat., YI, t y sig.
(2) Y. Galat.,Il, I y sig.
(3) Aún hoy dÍa, los judíos de Jerusalén viven de las limosnas de sus
hermanos esparcidos por todo el mundo. Dícese además que esto es pam al-
gunos un medio de hacer fortuna. Estas limosnas se disüribuyen siemprepor
*abeza, ( Jaluqdh) y según la dignidad ( Qeil,irnd,h).

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t
,. \

LÀ OBRA DE LOS ÀPóSTOLES I

mismos sus coleetas y earitativas diligencias (l). Los tiem-


pos malos que atravesaba la eiudad y los desórdenes gue
iban á seguirse hasta su definitiva ruina, tales como nin'
gún pueblo los ha conocido jamás, explican, en parte, la
constante miseria de la comunidad jerosolimitana. A par-
tir de la llegada de Cumano, hubo una serie no interrum-
pida de rebeliones y de represiones. Los ánimos estaban en
un estado inconcebible de excibación y de fiebre. Aun an-
tes de la aparieión de Ia secta de los Sicarios, manos eri-
minales destruían las aideas, incendiaban las mieses y
sembraban par doquiera Ia devastación y el espanto. Los
que hasta entonces habíanse mostrado simplemente de-
fensores acérrimos del formalismo j udío, con el nombre de
fariseos, deiábanse arrastrar aI más ciego fanatismo, has-
ta convertirse en aquellos Qenairn o Celad,ores, que se ser-
vían del puflal, cuando Bus palabras y sus eiemplos no
obtenían resultado. Querían toda la Ley eon las adicionos
que en ella había introducido la tradición rabínica. Diríase
que aquellos insensatos, habiendo desconocido la reden-
ción nacional por Jesucristo, y esperándola de un movi-
miento religioso, según una falsa interpretación de los
Profetas, soflaban en una perfección formalista que hiciese
violencia al cielo. De esta suerte sus excesos precipitaron
la catástrofe final.
Los discÍpulos del Evangelio, por grande que fuese su
espíritu de mansedumbre y de rosignación, tuvieron mu-
cho que sufrir, no pudiendo prestarse á, exigencias siem'
pre crecientes I gue, haciendo retroceder violentamente
ãl Errurgelio, tãnãírn á variar las condiciones de la Re-
dención. Perseguidos, despoiados, sin trabajo, sin recur-
sos, mal recibidos en todas partes, conocieron la miseria
bajo todos sus aspectos. Fueron mártires aquellos heroicos
ereyentes, que murieron de hambre por Ia verdad. Por
esto veremos á Pablo inquietarse vivamente por recoger
en todas partes limosnas para sustontarlos y temer siem-

(l) Gol.,fl., to.

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UONEEfIOB LE CÂUU§

pre, á pesar de eu abnegación, no llevarles sufieientes con-


suelos. Este cuadro de la vida preearia, intranquila, dolo-
rosa, de la comunidad de Jerusalén, eontrasta singular-
mente con el del feliz desarrollo que adquiría la nuev&
fglesia de Antioquía. La mano paternal de Dios so retira-
ba visiblemente de Israel y se exüendía hacia los gentiles.

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I
-I

CÀPÍTULO XII

Los cristianos en Antioquía

l{ecesidad de designar oficialmente á los discípulos del Evangelio.-L* pa-


labra CRISTIANO en su origen, su significado, sus resultados.- Camino
rápidamente recorrido por la fglesia.-Su nueyo nombre prueba que, de-
finitivamente desligada de la Sinagoga, es duefla de sí misma en lo suce-
sivo.-Conclusión del período de emancipación. (Hechos, XI, 26).

En efecto, la Iglesia de Antioquía había visto crecer


muy rápidamente el número de sus prosélitos. La mayor
parte llegábanle de poblaciones paganas, y sus heterogé-
neos grupos, que hablaban griego, siriaco ó latín, habían-
le quitado su fisonomía exclusivamente iudía de los pri-
meros tiempos. Si sus miembros tenían la misma fe que
los fieles de Jerusalén; si se amaban también unos á,
otros; si se reunían para la oración en común y Ia fracción
del pan, no es menos cierto que, de buen grado, dejaban
penetrar su real independencia respecto do la l"y mosai-
ca. Desde entonces so debió cesar de confundirlos con los
judíos. Eran de otra procedencia, de otra razà y tenían
otras aspiraeiones. Para designarlos, fué necesaria una
denominaeión especial. iQuién la inventó? La historia no
lo dice.
No fueron los iudíos, porque éstos habrían temido pro-
fanar el tíbulo de Nlesías ó de Cristo, dándolo á una secta
para con la cual aÍectaban aún más desprecio que odio.
Su fanatismo consentía en darles el nombre de Nazarenos
ó Galileos (1); jamás los hubiosen llamado d,iscípulos d,el
MesÍ,as.

(1) Hechos, XXIV, ó. Comp. Juanr I, 16; Lu,cas, XIII, z.

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7
UONSEfrOE LE CAMU8

Muehos han ereído que lo escogieron los mismos fieles'


para afirmar públicamente su origen, y se asegura que uno
de los más ilustres miembros de Ia ioven Iglesia, Evodio,
lo inven tó y comenzó á usarlo (1). Á primera vista, podría
parecer extraflo que se hubiesen atrevido á compararse de
esta suerte eon los partidarios armados de los seflores de
- este mundo, eésares, reyes, pretendientes de toda clase (2),
euando su jefe, muerto doce aflos antes, no era más que
un nombre vano para los incrédulos. Sin embargo, esto
entusiasmo de los recién convertidos se expliearía Por el
ardiente deseo gue tenían de dar á conocer á" todos, Pro'
nunciando su nuetzo título, á Aquel que llenaba sus almas,
con su amor, con su fe, con sus influeneias. Llamarse
CnrsrraNos, era, por el solo nombre, predicar á Jnsucnrs-
to. Á tomar por sí mismos una denominación,-I era Pre-
ciso determinarse pronto á ello, puesto que la Iglesia, de-
jando de ocultarse en el círeulo de los amigos, comenzaba
á vivir en pleno día,-aquellos que hasta entonees se ha'
bían llamado «Discípulos, Creyentes, Hermanos, Elegi-
dos, Santos, Yiadores,) pudieron verdaderamente com-
prender gu€, en Antioquía, estaban bastante emancipados
det judaísmo y sobre todo bastante unidos á Ia vida y á,la
persona del Maestro para llamarse eon el título de éste.
En efecbo, el título del Salvador es Cristo, mientras que
su nombre es Jesús (a). En sí nada hay que á lo dicho Be
(1) Y. I\Ialala, Cfr, , 3930,
Quizás estos autores p que §1
sido dudo por primera ía, Y si

dero nombre de su Maestro. San Epifanio (Haer., XXIX, a) dice que uno
delos nombres más antiguos de los cristianos fué el de 'leaaoiot. Tal es el
que ha tomado una de las grandes órdenes religiosas de los tiempos moder-
nos, los Jesuitas.

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t

La oBBÀ DE Los lpósrolris

oponga, y es nece§ario reconocer que la eleeeión era muy


acertada, pera haeer entender que Cristo era el pensa'
miento habitual de sus discípulos, su exclusivo afecto y
toda su vida. La divisa de Pablo: Mihi uiaere Christtts
est lt), compendiada en una sola palabra, derivada del tí-
tulo mismo que había mobivado Ia eondenación del Maes-
tro, y que constituye su eterna gloria, resultaba el santo
y sefla de las almas que luchaban por el bien, el nombre
patronímieo de los creyentes, su acüa de inalienable no-
bleza.
Con todo, si fué así, ,por qué los diseípulos no lo adop-
taron en seguid, y más comúnmente en sus diseursos y en
Bus escritos (2)? Se ha supuesto más generalmente, y eon
alguna verosimilitud, que les fué dado, ó bien ofieialmen-
te por la policía romana ó la administración civil de la
ciudad,que tenían neeesidad rle designar de alguna mane-
ra la nueva corporaeión, muy poderosa ya, ó bien eomo so-
brenombre, por la población antioquefla, dispuesta siem-
pre á mostrar su espíritu burlón, y fastidiada de eneon-
trar ineesantemente el nombre de Cristo en los labios de
los prosélitos (e). En realidad, de los dos únieos pasajes del
Nuevo Testamento en que se eneuentra, estaríamos easi
autorizados para coneluir que se tomaba en una aeepción
humillante. Agripa dice irónieamente á Pablo: «Poco fal-
ta para que me per:suadas á" hacerme cristiano (n)»; y P"-

(1) nihp,I, 2r.


izí Sólo sá ó*pi., dos veces en el Nuevo Testamento, y esto más de
quince aflos después. (Hech' XXVI, za; I Pedro,IV, 16).
(B) Tácito parece indicar eI origen malo de esta palabra: «Quos per fla-
gitia invisos, vulgus Christianos appellabat.» (Ann., XY, aa). Sabido es que
el pueblo malicios«r de Antioquía gustaba de los apodos. Amiano (Hist.,
XX[, 14) clícenos que á Juliano le llamaban Cercops, Barba de macho ca-
brío, Oto, Efialtes de los grandes trancos. (Y. Filostrato, Tita Ápoll., III,
16). Procopío, P. 8., ÍIr 8, consagra todos estos testimonios: (IeÀoÍors re raà
o,r o{to. ir o,v Ct s ê yow o t.b (*)
(4) Hechos, XXYI,28.
(*) Dice así Amiano: «Ridebaturenim ut cercops, homo brevis humeros
extentans angustos et barbam praeseferens hircinam, grandiaque incedens
tanEram Oti frater et Ephialtis, quorum proceritatem flomerus in immen-
sum tollit.»-N. del T.

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I
:340 I()NSEftOR LE CÀMIIS

d,ro, después de manifestar que este nombre ha sido dado


á los discípulos para *.urrórrles malos tratamientos, de-
elara (r) que h*y qr" aceptarlo sin avergon zarse, y dirigir-
lo á gloria de bió.. (21 xp,n,,n ós ês una palabra griega con
termfnación latina ,ro, (anus), en lugar de ,1ror, rzos, eros, !11ê
presontarían una, fisonomía más correcta. Pero en una
épo.* en que Roma había importado_ casi en todas partes,
,o* administradores y sus soldados, el uso de su len-
"ão encuéntranse, en el griego vulgy-, ya que no en. el de
gua,
Ios bueoos autores, esbas formas híbridas que, con innu-
(3)

merables neologismos, dernuestran la completa fusión en-


tre la razà con{uistadora y los pueblos conquistados. A
considerar la sola forma de la palabra, no hay mayor ra-
z6n para atribuirlo á, la administración romana que al
po"bio chancero de Antioquía. De una y otra parte se ha-
.bría dicho Xpwrtovot.
Por lo demás, si hubo mala intención en los que imagi-
naron primeramente este nombre, Dios se encargó de des-
quitarse, haciéndolo glorioso entre todos y para siempre.
Elebreo en cuanto expresa la idea de Mesías, griego en
cuanto á su esencia, y latino en cuanto á su terminación,
reeuerda, por esta triple relación, la inseripción eolocada
,sobro l^ del Crucificado, güe, también ella, tuvo la
"ibera
felizsuerte de publicar gloriosamente, en las tres lenguas
del mundo ciuiii zado,lo qoe los enemigos habían escrito
irrisoriamente. Nomen et omen. La inseripción y el nom-
bre fueron una profecía. Del mismo modo 9üo, según 1qu0-
lla, aunqoe i-aginada por el escepticifTo burlón de un
romano,lJ"sú. Í, sido realmente rey del mundo, así, se-
gún éste, de origen quizá no menos sospechoso, Ios Cnrs-

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LI\ OBR^ DE LOB ÀPóSTOLE§ 341

rraNos han resultado la ilustre familia, la viva semejanza,


la expansión indefinida del Cristo á través de las edados:
Chrí,stianus alter Christus. Quien ha querido llevarlo eon
dignidad, ha debido comenzar por doblegar su inteligen-
cia á,la fe, su voluntad á" la obediencia, §u corazón al
amor, hacer del pensamiento de Cristo su propio pensa-
miento, de sus virtudes sus propias virtudes, por mucho
que esto costase á su mala naturale zai y, magullado, que-
brantado, transformado por las violeneias que se había
impuesto, ha dado por fin el grito de triunfo: lSov cnrs-
TraNo! iCunrsuANus suM! Cuando se puede pronunciar
esta exelamación con la eerteza de que responde en nos-
otros á una sublime realidad, lo demás no importa; porque,'
á los ojos de la verdadera sabidurÍa, toda grandeza, toda
alegría, toda esperanza están en esta íntima convieción de
haber llegado á ser el hombre la representaeión viva y
una especie de personifieación auténtica de Jesucristo. En
su arrogancia y en su fe santamente inspiradas, estaba
admirable aquel intrépido mártir de Lión guo, á, todas
las preguntas de los perseguidores sobre su nombre, §u
patria, su familia, respondía invariablemente: (iCunrsrra-
NUS SUM (1)!»
lExtrafla ironía de las cosas! EI mismo nombre inven-
tado por algún soldado beodo, por polieías desorientados
ó por sofisbas burlones, pronuneiado por ellos, al azar, sin
importaneia, ó como una injuria, ha venido á ser el grito
de las santae resoluciones, la respuesta del alma á todas
las objeeiones de la carne, el honor del hombre dueflo de
sí mismo y superior á sus oprésores, el punto de partida
y el coronamiento de toda virtud como de toda eiviliza-
ción, el epíteto que va estrechamente unido á todo 1o
grande gue, durante diecinueve siglos, se ha hecho para
el triunfo de la verdad, de la justicia y cle la libertad.
Pedro escribía que debe glorifiearse á Dios en esto nom-
bre (2). iQuién podría deeir Ia serie de vietorias que é1 ha
(r) Eusebio, E. E,Y, p.2o2.
(2) f Pcd,ro,IY, t0.,
» T. IV

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MON§EÍOB I,E OÀIUB

presidido, desde eI día en que resonando en los pretorios,


ão el anfiteatro, en las hoguera§, hizo temblar los procón-
sules, dominó el rugido de las fieras y convirtió á los mis-
mos verdugos? EI hombre, débil y frágil, lo ha afrontaçlo
todo, la fuerza brutal, las seducciones del plaeer, Ios argu-
mentos de la incredulidad, y lo ha veneido todo, diciendo:
(iSov CRISTIÀNo!»> Este es el nombre que gritó aI mundo
para renegarl o, á, la soledad para poblarla, al sufrimiento
ilo*r,l p*ra mitigarlo, al aguiión de la carne para embotar-
lo; y, un àg.ado talismán, este nombre ha obrado
"o-o
prodigios en todaÁ partes. iAcaso no nos diee la historia
'
q"" dã repente resultó tan difundido y t1l poderoso, QUo
iuliano Apó.tata quiso suprimirlo (1)z Era un elocuento
"i
llamamiento á"la nueva religión, formaba los Apóstoles y
agrupaba los discípulos. Aun hoy día, repitiendo: 4i§e1'
Cnfsffn-f.fO!», nuestrOs misionerOs surcan los mares, atra-
viesan las montaflas, y hacen retroeeder el error y la
barbarie. Lo han repetido para eonsolarse ó animarse el
obrero en eI trabajo, el soldado en el camPo de batalla,.
el filósofo en sus meditaeiones. No hay meior oración fú-
nebre para los que lo han llevado eon dignidld. De- la
ehoza ál palucio, de la cuna al sepulcro, del fondo de los
valles á Ia eima de las montaffas, del pecho extenuado del
pobre á la eoronada testa de los reye., dg las eatacumbas
â la eatedral, la eruz nos recuerda que «lebemos ufanarnos
de este gran nombre y poner en éI nuesbra e§peranza.
(1Sov cãrstrn No!» Este es el grito que ha eambiado Ia
faz d,el orbe, introduciendo en él la iusticia para todos, la
bondad y l* independencia del alma, la verdadera digni-
dad humana, la fraternidad universal. Ifn pueblo jamás lo
borra impunemente de 8u constitución, y menospreeiarlo
os suieidarse.
Los apologistas de los primeros siglos jugaron, más de
una vez, con la'forma particular que, por error ó por con-
P). Eseribíase
sonancia, daban á osta palabra los paganos
(1) Juliano, EW., YII, IX; Gregor.,-Naz-, OraÜ'r III' 81'
(2) No es ságúr-o que el miâmo San Pedro no preludiara esta aproxima-

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i
LA OBBÀ DE LOS ÂPó§TOLE8

con frecuencia Chrestiani por Christiani, no siendo raro


encontrar ejemplos de esto en las piedras de los viejos ee-
menterios romanos. La confusión de Suetonio llamando
Chrestus (lt al jefe de la seeta, es tanto menos excusable,
cuanto la z de los griegos ss procunciaba como la i de los
latinos, y Cresto era un nombre muy común en Roma (2).
Per'o Cresto no era solamente un nombre de varón: err
griego, era también un adjetivo calificabivo que significaba
bueno, ercelente. En este sentido podía decir Clemente
de Aleiandría que lo9 diseípulos del Cristo (eran excelen
tes de nombre y de hecho (3). » Y Tertuliano, dirigiéndoso
á los paganos, exclamaba: (Aunque nos llamáis erróoea-
mente Cre.stianos (porque ni siquiera tenéis notieia cierta
del nombre), expresa éste suavidad y benignidad Eo
ln).»
el francés arcaieo se habÍa admitido, y se eonservã toda-
vía su forma errónea, pues se escribía Chrestien, y hoy
se dice Chrétientst.
Pero Io que da á" la aparición de este rÍombre, en las
Ienguas humanas, su incomparable importancia, es que
eomprueba la definitiva emaneipación de la Iglesia subyu-
gada hasta entonces por el judaísmo. Es el acta de naei-
ción al escribir: «ei es caso que habéis gustado ón yplorõs ô Kúpcos,D f Ped,ro,
II, :1.
(l) Ner., XVI; Claud,., XXV; Lactancio, fnstit. d,iu.rTY,8. Nada más
común que el nombre Cresto entre los judíos de Roma y entre los esclavos.
(Cicerón, Epist. fam.,II, a; Orelli, 24L4; Marcial, YlI, m; de Rossi, Rom.
sott., ttv. XXI, 4).
(z) Recuérdese, sin embargo, la controversia entre la escuela de Reu-
chlin y la de Erasmo sobre la pronunciación del griego. Adviértase también
que algunos autores no admiteo que se reÍiera á Jesús el párrafo de Sueto-
nio citado en la pág. 3r0.-N. del T.
(3) Sürorm., II, 4, LO: yryarol re eiait rol )téyovro,. Yéase Justino, Apol.
,1, IY.
(4) Apol .I//:
«Sed quum et perperam Chrestiani nuncupamur á vobie
(nam nec nominis certa est notitia penes vos), de suavitate et benignitate
compositum est.» Comp. ad Natal.rI,3.
(5) Más tarde imaginóse otra etimología de la palabra, y sê supuso que
los cristianos eran así llamados porque eran los Angidos d,el Sefr,u. (V. San
Jerónimo sobre el Salmo CY, tr; San Ambrosío, de obitw Yalent.;Tertulia-
lno, Apol. III). Teofrlacto, ad, Ántolyc., l, 12, dice explícitamente: xT.úmv
éve yporovol Ürc 1púpeflo âarov Oeo0.) (x)
xev xúroúp,e1o
(*) Esta etimología es comúnmente admitida.-En catalán antiguose de-
cía también crest'i.d,.-N. del T.

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344 IIONSE OB LE CÀMUS

miento oficial do una nueva sociedad. Por élcomienzaáfrgu-


rar en Ia historia de la humanidad, inaugurándose una era
aparte que no había tenido ni tendrá jamás otra que Ia
iguale. En una época en que se acuflaban tantas medallas
pàra conservar el recuerdo de guerras eriminales, de obras
insignifieantes y de elogios enfáticos que la adulaeión mul-
tiplicaba bajo todas las formas, la falsa justicia de los hom-
bres se desdefló de acuf,ar una en honor de la sociedad,
euya gloria, infl.ueneia y porvenir rlebían exceder á los de
todos los césares, reyes y emperadores reunidos. Por otra
parbe, Cristo reivindieaba homenaies menos v-ulgares. Los
discípulos que habían tomado su nombre cuidarían de ser
otras tantas medallas vivientes deetinadas á sacar á' luz,
y sobre todo á, poner on acción, el verdadero poder del
jefe cuyos soldados se decían. FIiciéronlo así, siendo inne-
gable que les cupo el honor de diseflar en su alma, con
ilar que en troqueles de oro y do bron"e,
las "ü.o"o.ia
virtudes y la vida de Aquel que deseaba ser honra-
do, con los mismos títulos que Dios, en espíritu y en
verdad.
Desde este momento, vendrán los iudíos á agrupar§e, §i
así lo quieren, sin privilegio espeeial de qüe no gocen los
griegos y los' bárbaros, en torno de la Iglesia crietiana.
Ésta, desprendi,ta del seno de su madre, va á" suplantarla,
vivir vida propia y atender librernente á sus gloriosos des'
tinos Su nuevo nombre prueba su existencia, revela su
autoridad é indica su bandera.
Esüe resultado capitalsólo lo logran los hiios del Evan'
gelio después de diecisieto aflos de lucha,- de plciencia
i a" fe, al lado de la Sinagoga, madrastra desconfiada y
formalista endureeida. En t n medio tan impenetrable,
es neeesario gue una serie de persecuciones haga ger-
minar y manifestarse la fuerza de «lifusión que e§ la nota
característica de la fglesia. Los primeros disentimientos,
entre judÍos palestinos y iudíos holenistas dan ocasión
á" la áección- de siete diáeonos. Éstos, escogidos eobre
todo entre los hombree de fuera, prediean ideas más

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LÀ OBBÀ DE LOS APóSTOLES

amplias que las de los palestinos. Esteban las sella


herãicamente con su sangre. Entonees salen de Jeru'
salén sus eompafleros, y, respirando con mayor como-
didad, procuran dar curso á' sus ideas universalistas.
Primeramente en Samaria y en el camino de Gaza des-
pués, Felipe oye que el Espíritu le ordena cumplir
sin tardanza las palabras del Maestro: (Seréis mis tes-
tigos on toda la Judea, y Samaria, y hasta el cabo del
mundo G),» y obedece. Otros prosiguen su obra de evan-
gelización, á, lo largo de la costa fenicia, en Chipro, I
Éasta Siria. En adelante se ven volar por todos lados las
ehispas del incendio, que Ia Sinagoga no puede circune'
cribir. Sin salir de los centros adictos al iudaísmo, se hace
mar adentro el Evangelio. Un golpe súbito de la Provi-
dencia convierte á Pablo, el perseguidor, en uno de los más
fieles discípulos de la Buena l{ueva. Al derribarle, Dios le
grita en el fondo de su cotazín que su misión consistiría
ãt evangelizar á,los gentiles, y vuelve de su retiro de
Arabia, tooo"o.ido de que debe inaugurar esta misión ein
tardanza; pero Bu proposición no encuentra eco en el grupo
apostólico- Despuée de haber conferenciado con Pedro, alé-
jase de Jerusalén, para ir á Tarso á esperar pacientemente
que el miemo Dios hable un poco más Íuerte á' aquellos
que no han querido escucharle. En todas partes, salvo en
Jerusalén, que se obstina en el parlamentarismo irreducti-
ble, se afirma la urgencia de abrir á la humanidad entera
las puertas del Reino. En eÍeeto, Dios habla á' Pedro
en la azotea de un curtidor y Ie conduce á Cesárea, Para
que dé el golpe decisivo á loe viejos muros del judaísmo.
En un abrir y cerrar de ojos, y como vuela el rayo en el
espacio, la nueva llega á, Siria. EI jeÍe de los Apóstoles
cuenta en breves palabras, para legitimarla ante los de
Jerusalén, la revolueionaria innovación de Cesárea, Qüo
otros prosiguen en Antioquía. De suerte que en lugar de
perder el tiempo en discusiones, Ia Iglesia anda. Esüo e§l

(1) Eecltos, Tr 8.

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346 IIONSE§OR LE CAMUE

provideneial, porque Jerusalén va á ser un centro inhabi-


table, una ciudad maldita, y la rglesia deberá apresurarse
á salir de allí, si no quiere permanecer entre sangre, sueie-
dades y erímenes. Dentro de sus muros no habrá sitio pa-
ra- los hijos de Dios, hasta que llegue la hora de que ãlla
misma deje de asentarse en el monte Sión.
Mas he aquí que en cambio, en la gran metrópoli de Si-
ria, entre aquellos mercaderes ó soldados, llegados de to.
das partes y dispuestos á llevarse eonsigo, á los cuatr.o
vientos del cielo, la divina semilla; en aquellas plazas pú.
blieas en que se dan eita el lujo, la frivolidad, la holgarr-^,
el espíriüu malieioso, el escepticismo y la credulidÀd; err
aquellas asambleas de retórieos y de filósofos, totahnen.
te desconeertados, se pronuncia un nombre ,uevo: Jr-
sucRrsro. Refiérese la vida y la muerte de Aquel que 1o
llevó, su resurreeción gloriosa, su ascensión triunfantã. Los
nuevos predicadores anuncian la humanidad toeando al
eielo por uno de sus miernbros, y el cielo bajado á la tierra,
es deeir, la realizaeión del sueflo de rehabilitaeión, duran-
te largos siglos aeariciado por la humanidad eaída é infe-
liz. Esta Buena Nueva haee esbremeeer de entusiasmo todas
lae almas dignas de escucharla. El ideal de la belleza moral,
de la verdad, de la bondad, no def a jamás insensible al
hombre honrado. Pues bien, este ideal que fascina el espí-
ritu y el eorazón, es Jesucristo. Aclámanle numerosos pro-
sélitos. Piden alistarse bajo su bandera, ser sus discípLlos
y sus soldados. La mano de los predieadores los sumerge
e' el agua que los reyes Seleucidas y los conquistadorós
I'omanos habían eonducido del Casio con miras muy dife-
rentes, y dejan en ellas, con el hombre vieio, su impurezà
pagana. Radiantes do Laz y de gracia, salen cle estas pisci-
nas santificadas, griegos, sirios, asiáticos, romanos, todos,
err el paternal abrazo de Pablo 6 de Bernabé, salúdanse
eomo hermanos, y, dándose la mano, constituyen la socie-
dad nueya, el pueblo eseogido, ür sacerdoeio real tt). Ia

(1) f Pedro,ll,9.

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3+7
Ln oBBÀ DE Los lrósror.us

Iglesia de Dios. Se los reconocerá en su vida casta, en §u


efe-pl* justicia, en su paciencia llena de dulzura, en §u
i"rgát"Uie caridad, en .i, du."o de ganar prosélitos. Entre
ello"s, todo diseípulo será apóstol, y eI ioven ejército
va
pronto á, intimãr aI vieió mundo que Be rinda á discre-
ãiOrr. So deÊnitiva y oficial denominación de Cmsrra-uo
eno ha sido tomadâ, por ventura, en seflal
de esPoran'
)^, oo de la lengua d" i"rrsalén, que es la de lo pasado'
sino de la leng"ua de la Gentilidad, que es la de lo por
venir?
De eeta suerte se ha cerrado solemnemente la primera
etapa de la Iglesia, en el siglo apostólico. Del cenáculo á
AoiioquÍ", eúrecho es largo. Lós Doce han resultado un
pueblo, y este pueblo qoiãre llegar á ser la humanidad y
1"o", su Pentecãstés p.r-ro"ntg en el que, sin milagro'
resuenen, en los labios de toclos, todas las lenguas del mun-
do. «1Oh Iglesia de Dios!-diremo§ con el proÍeta,*rego-
cíjate;'eo.Jocha el sitio de tú tienda, no seas escasa, haz
lrrg", tus cuerdas, y refuerza las estacas (1). De Antioquía,
el f,aís de Ia libertaà, Iama á ti eI Occidente como eI Orien-
te. Irradiarás á derech a y án izquierda, y germinará tu se-
milla en tod.os los pueblos, eo términos que las naciones
de la tierra te pãrtenecerán. No temas, el po,venir es
tuvo.)
y t, gentilidad, estéril hasta entonces Para con ?i:t,
dará grIto, de alegría, vienilo su repentina fecundidad. Su
Crerdo. es su urpã.o. Con rmor eterno, se ha compadeci-
do de ella. Su Rãdentor es el Santo de Israel. «Dámoste
gracias, 1oh Dios!-cantaútla Iglesta nueva eon clemen-
ã" de Roma (z),-porque el ,ombte de tu Cristo es invocado
sobre nosotros.» TÍtúIo de nobleza, actade bautismo, carta
de emancipación, este nombre dirá, mejgr que todo' lo que
ella es respecto de su Dios, de quien lo toma, respecto
det iudaísmo, de guien Ia separa, y resPecto de Ia huma-
(1) fsahs, LIV, z-1.
(2) .ô;;tiÀ;gt.* tibisquoniam nomen Christi tui invocatum est super
[o§.]

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MONSEfrOB LE CÀUUS

nidad, á la cual, dejando de ser nacional, abre Bu seno


maüerno.

Y pon rBTMERA ywz, nx ANrroquÍe, Los DrscÍpur,os


FUElioN LLAMADos cnrsrrENos (l)

(l) Ecchos, XI,26.

Frn nrr, Tolro cuanTo

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I

ÍNDICE
pÁcs.

Pnóroao 6

Prefacio de la primera edición


Introducción. l4

LA OBRA DE LOS APÓSTOLES


EfTINDAOIÓN DE IJA IGLESIA CRISTIANA
PRIMERA PABTE
coMrpr.Izos DE LA reLESra EN .runusg,ÉN ó r.^l TGLESIÂ
Y Los ,ruoÍos

CAPÍTULO PRIMERO
Ll uovrn ler,rsrÁ. BE BucoNsrrruyr EN EL REcoGrurENTo

Los discípulos en el Cenáculo.--DÍus de piadoso recogimiento.-


Composición de la peqdeía Iglesia.-Yacante de Judas.-Moción ofi-
cial de Pedro.-Lo que se requiere para ser prornovido al Apostolado.
y Barsabas.-Dios habla por la suerte.-Matías fué real-
-MatÍas
mente el Apóstol duodécimo. (Eechos,I, t2-26). 4L

CAPÍTUIO II
Er, PpnruoosrÉs cBrETrÁNo
La maflana de Pentecostés.- Yenida milagrosa del Espíritu San-
to.-El don de lenguas.-En qué consistió.-Razonamientos de la
multitud.-Respuesta de Pedro.-Su primer discurso apologético.
-Dios desiguó á Jesus como Mesías; los judíos le crucificaron como
criminal.-iQuién tenía razón?-Felices resultados de esta primera
predicación. ( Hechos. II, r 41). 52

CAPÍTUI,O III
Yrol, EDrx,rcÂsrg DE r,os pBMEBos cBrsrraNog
Situación prelnnderante de los Apóstoles.-fnstruyendo á los pro-
sélitosr crean la unión de los espíritus.-La Eucaristía acaba la unión

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3õ0 INDICE

PÁos.

'de los corazones.-Agapesfraternales.-Bolsa común.-Respeto ó la


ley mosaica.-Fuerza que da la vida de comunidad rigurosamente
observada.-Aumento de prosélitos.-El paganismo se suicida en Ro-
ma, mientras que la Iglesia nâ,ce en Jerusalén. (Hechosr\I, +Z-+7;
fY, sz-sr;. 74

CAPÍTULO W

PmtO r JU.nX, orspUÉs DE IJA cun.ncróx DE IIN TULLIDo, ÀBE{GAN AL


PUEBLO Y SON ENCÀRCELÀDOS

Pedro y Juan subiendo al Templo.-La Puerta Ilermosa.-El tu-


llido de nacimiento .-iEn nombre de Jesueristo d,e l{azaret, and,al
el,
general y discurso de Pedro en el peristilo de Salomón.-
-Emoción
Doble resultado: prisión de los dos predicadores y el número de los
ffeles elevado á cinco mrl. (Hechos, III-IV, a).

CAPÍTULO Y

Prono v Ju,lu DELÀNTE our, SaxrPniu

del Espíritu Santo. (Eechos,IV, 5-31). .

CAPÍTULO YI

Lr XU.ftrBÀ DE Ax.e.rVÍns t. DE S.lunl coNTRÀsTÀNDO coN I'À' Btrl/Tfi,zt


MoRÀL DE LÀ Ier,rsrl
Continuación de la vida feliz y desarrollo de la caridad entre los

CAPÍTULO VII
Por sEGIINDÀ vEz sE PBENDE Á r.os ÀpóstOr,rs e. soN LLEvÀDo§ ANTI
tl, Gnelr CoxsEJo

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Írcorcr 3õl
pÁos.

curso de Pedro.-Intervención saludable cle Gamaliel.-Su hábil mo-


ción y sus resultados.-Los azotad.os, satisfechos de haber sufrido
por Jesucristo, vanse de nuevo á predicar . ( Eechos,y, 17.42). log

SEGIINDA PARTE
PRIMEROS RESPLANDORES DE LA IGLESIA FUERA DE JERUSÀÚN
ó Ta IGLESIÂ Y LoS HELENISTAS

CAPÍTULO PRIMERO
h.rsrrrucróN or r.os DrÁconos

CAPÍTULO II
Tnvurrva DE Esrnrlr.r pÁBÀ Etr[ÂNCrpAR DEL .ruoeÍsuo r,.L rcr-ugr.e..
Es lpronEÀDo

, CAPÍTULO tII
L^ pnnircucrórv pr PtsLo oB,,rcÀ e r,l rcr,rsra cnrsrrere Á BÂLIB Dr
Jsnus.Lr,úr.r
La irritación de los fariseos encuentra un instrumento terrible en
saulo de Tarso.-Formación intelóctual y moral de este ioven.-su
familia.-El título de romano.-su doble nombre.-El
ciucradano
joven discípulo d.e Gamaliel en lo moral y en lo
físico.-No estaba
casado y no había visto á Jesús. que hàeía contra los cristianos.
-Lo
resultados de su p...u.o"ión. yrlr,
-Primeros
a;
( Hechos. r-a; xxrr,
Cd,latas, I, lB). ráo

CAPÍTULO IY
r'r rer,rsrÂ, sÂLrDÂ ot JrnuselÉx, otrREcE, poR LA rNrcrÀTrva DBL
»rÁcouo Ferrrq LÀ sÀLuD Á Lus BAtr[aBrrÀNog

_-h qou determinó al diácono Felipe ri ir a predicar en samaria.-


si allí estaban dispuestos á proclamàr á un i{esías.-papel que allí

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362 Írorcr
PÀGS.

desempeõaba simón el Mago.-su ensefranza gnóstica y pagana.-


Efectdmaravilloso de la preãicación de Felipe.-Pedro y Juan-van á
consagrar lo que el dirícono helenista ha emprendido tan bien.-Simón
quierã"o*pt"t elderecho de comulicar el Espíritu Santo.-Respues- .

t* ioaigorala ae Pedro.-Horror que el recuerdo del mago inspiró á


h Igleúa primitiva. ( Hechos, YIII, 4-2í). 163

CAPÍTULO V

B.lro LÀ rN§pIR.nCróU DE LO -aLTo, Frr,rpn ÀDMITp EN LÀ IeL Sre


Á un EuNUco PÁcANo

Las úItimas barreras legales.-Felipe y eI eunuco etíope en el cami'


no de Gaza.-La lectura ãeI capÍtulo LIII de Isaías.-Felipe dq 11r
lección de exégesis.-El bautismio, signo y conclusigf_4" la fe'- Feli-
pe continúa su apostolado universalista. (Hechas, YI[, 26'40).
17ó

CAPÍTULO YI

. Le Convsnsrór »r S-nur,o
saulo reclama plenos poderes contra los cristiauos.-Lo que le es'
pur"U, debamasco
en eI camlino de Nazaret'-
õitgá-v conducido por lamano, La cpa 9u T'
das"en la calle Reãta.-Ananías recobra la vis'
ú, recibe eI bautismo y da testimc ' ( Eeclws, IX'
i.zz; xxrr. a-to; xxÍL lo'20). 18ó'

OAPITU.tO YII
PesLo BE RETTBA Á Anerrl
Épo.* probable en que hay que s ên Arabia'
exegéticas.-Argo-eoto sileneio al
-Rároo..
.isoi."t" alí" d; h. grr"deã crisis de ó Pablo del
õ;i.t de la historia para no couocer sino el de la conciencia?-Cómo
se obró su formación religiosa y teológica.-Lugar
dond'e se retiró'
(eArnt,I, 13-18). 201

CAPÍTULO VIII

PesLo coNvEBTTDO PREDICÀ E}* D^lu.o.sco Y ult Jrnus.c.r.úx

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f
./

Írorcr
pÁos.

Pedro.- Predicación á los helenistas.-persecusión.-partida para


Cesárea XTarso. (Eechos, IX, gz-80; ff, Cor., XI, B2_aB; Galai.,I,
210

TERCERA PARTE

EMANCIPACIóN DE LA IGLESIÀ EN EUTTOqUÍE ó T,E IGLESIÂ


DE LOS CRISTIANOS

CAPÍTULO PRIMERO

Uua vrsrr  pÀsroBÀr, »r psoB,o


rdee que Pablo dejaba rí pedrir ar abandonar á Jerusalén.-paz ge-
neral y desarrollo de la joven rglesia.-causa religiosa, y
sobre tJclo
política.-calígula quiere ser adorado de los judío"s.-pedro visitando
las comunidades cristianas.-En Liddâ .r., ál prãriti*
Eneas._En
Joppe resucita á la caritativa dama Tabih.:pe.."o.o"ia
en cas&
del curtidor Simón. (Eechos,Ix, Bt-48).
zzg

CAPÍTULO Ir
Prpno y EL cnNTunrór Connruro
Perlrq y los otros comprendían ra ad.misión de los paganos
- 99:g
r§lesia.-cornelio, centurión de la cohorte rtaliana án cesárea._
en
!a
La-visión que tuvo en su plegaria.-Sus emisario. í .lãpp.._Eü=-
tesie de Pedro sobre la casa del curtidor.-r,o qr" oiã. in porin."ao
no e€ impuro.-Pedro en casa de cornelio.-La p"..o,
de pentecos-
tes de los gentiles. ( Eechos, X, t-4g). 286,

CAPÍTULO III
Ptono, DE BEeBEso Á Jrnuslr.Ér, JusrrFrcÀ Bu coNDucra
sentimientos que debió experimentar viviendo con gentiles._có_
mo se apreció su conducta eu Jerusalén.- Los de h ã,rcuncisiún._
Pedro se defiende.-Todo lo que se ha hecho, Dios io ha
hecho._su
resp 'esta impone silencio á unos y llena de entusiasmo
á ot os. ( Ei-
ehosrXlr l-18).
26L

CAPÍTULO ry
Er ursuo rpn^ punsro ur pnÁcrrc EN AurroeuÍl
Predicación evangélica fuera de Jerusalén después de Ia
muerte de
Esteban.-En la cosra fenicia.-En la isla a" cuffilÍo diõ;ír.

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L-
864 ÍNprcc
- rÁcs-

saber quo Pedro ha bautizado á un centurión romano' predican


-Al
á los griego..-p.i*i.ú. a" h gentilidad. ( Hechos, XI, 19-21). 257

CAPÍTULO Y
UNIYETiSÀ-
BrnrerÉ, ENvrÀDo ^'i AxtroquÍe, ÀPRUEBÀ EI, MOVIMIÚNTO
ÂsEeuRAE rr' Éxrttl
LrgrÀ Y YÀ Á suscÁ.n Á PAsÍ,o Á Tlnso PABA,

Diversas impresionesde Jerusalén-Bernabé es escogido para ir á


a.-sentido de esta elección'-Aprueba
se determina á generalizarla'-Su via-
ablo,-Vuelve. de con él n".
:""": i 264

CAPÍTULO YI

AxrroQuín-EvÂNGELIaADIL pon Perr'o Y BnnrurÉ

27t

CAPÍTULO YII
Prnsrcucrón rx Jrnus,a'úlr
á ser- rey
Herodes agripa l.-Vicisitudes de su existencia.-Llega
natural perverso. - Por política, quiere agradar á
a. fÀ.l"afo.]-So
su' nueyos súbrliios y *u Ér.. perseguidoi.-Iluerte de Santiago,
hermano de Jo*r.-pri.ioo de Éedrc.-su milagrosa evasión.-En
casadeMaría,madredeJuanMarcos.-santiago,hermanodelSe-
f,or._Desdicha aá n"roa"s.( Hechos, xrl r-19).
28O

OAPITULO YIII

, I[rnoors AontrL, EL PERsEGUTDoR' ve' Á MoBrR' Á OnsÁnr^e'

Lo que determin
Extravagaucias de
honor de Claudio
teatro.-Belato de Josefo Y de Sa
XIL 19-24)' 29í
rnaldicesu memoria. (Eechos.
MuertedelReyi,,pfã -S"
CAPITULO Ix
Ptono, PrBgu.ourDo, LLEvÀ rr' Ev'e'roELro FUDBI or Per'EgrrNÀ
DóndefuéPedroalabandonaráJerusulén._Elapostolradonoe§
solamente
pr lica en Roma desde el aflo 45 al
"r.pi..ãpáà.-pedro

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I
t-
TNDICE

PÂG§.

49.-Inducciones diversas.-No reaparece allí hasta más tarde.-


af,o
Entre sus dos permanencias tienen lugar sus grandes misiones.-
F,sto basta ála tesis católica y responde mucho mejor á la idea que
se forma de su celo de Apóstol. (Eechos,XII, l7).

CAPÍTUIO X
DrsprnsróN DE Los APósroÉEg
La persecución apresura la
uno, según la tradición.-Sa
drés y los otros.-El mundo i
(Marus, XVI, 15,20). 318

CAPÍTULO XI

Er ueunnt rr Jtnus.a;.Élr

rosa de la Iglesia de Jerusatéa. (Eechos, XI, 27-30).

CAPÍTULO XII
Iros cnrsrrÀNos rx alrtroQuÍ.E
Necesidad de designar oficialmente á los discípulos del Evangelio.
palabra CRISTIANO en su origen, su significad.o, sus resulta-
-La
dos.- Camino rápidamente recorrido por la Iglesia.-Su nuevo nom-
bre prueba que, definitivamente desligada de la Sinagoga, es dueia
de sí misma en lo sucesivo.-Conclusión del período de emancipa'
cíón. (EcchoqKl, 26). . . 337

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-

VICARIATO GENERAL
DE
',A

DIÓCESIS DE BARCELONA

Por lo que á Nos toca, concedemos nuestro permiso para publicarse el


libro titulado: Los OnÍennps onr, CergrrÀNrsuo, Tomo cuarto, Segunda
parte, La Obra d,e l,os Apósúoles, escrito en francés por Mons. Le Camus,
Obispo que fué de La Rochela y Saintes, y traducido al castellano por
el Dr. Don Juan B.* Codina y Formosa, Pbro., mediante que de nuestra
orden ha sido examinado y no contiene, según la censura, cosa alguna con-
traria al dogma católico y ála sana moral. Imprímase esta licencia al prin-
cipio ó frnal del libro y entréguense dos ejemplares del mismo, rubricados
por el Censor, en Ia Curia de nuestro Vicariato.

Barcelona, ll rle Septierubre de 1909.

Dl Vicqrio Capitular,
P. À.

JosÉ P.AÍ,uÀRoLA, Gob, eclco.

Por manCud,o d,e Su Seftoria,

L,rc. JosÉ M." or Ros, Páro.


^ Scrio. Can.

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Jr'

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