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ciencia moderna
Peter J. Bowler
e Iwan Rhys Moras
Traducción castellana de
Joan Soler
CRÍTICA
Barcelona
La revolución darwiniana
plantas, los animales y los seres humanos era que Dios creó de forma
directa sus antepasados originarios. A los naturalistas de la época cier-
tamente les satisfacía explotar esa idea para así justificar la explora-
ción científica del mundo natural. Al fin y al cabo, eran críticos que
prevenían contra el materialismo de la nueva ciencia promovida por
Galileo, Descartes y Newton. Si había que considerar el mundo ente-
ro como una máquina gigantesca, la única manera de preservar un pa-
pel para el Creador era recalcando que la máquina necesitaba un Dise-
ñador sensato e inteligente. Aunque no creyeran en el Jardín del Edén,
los naturalistas del siglo x v i i podían recurrir a una «teología natural»
en la cual el estudio de los seres vivos pondría al descubierto la obra
de Dios. El «razonamiento basado en el diseño» pretendía convencer
a los escépticos de que la mejor explicación de la existencia de es-
tructuras complejas como los seres vivos era un Dios que, en la analo-
gía utilizada por William Paley, las creó igual que un relojero diseña
un reloj (véase cap. 15, «Ciencia y religión»).
Un destacado defensor de esta idea fue el naturalista inglés John
Ray, cuyo Wisdom o fG od Manifested in the Works o f Creation [Sabi-
duría de Dios manifestada en la obra de la Creación] apareció en 1691
(Greene, 1959). Ray se valió de la estructura del cuerpo humano, en
especial el ojo y la mano, para sostener que existen complejos meca-
nismos diseñados de manera exquisita cuyo fin es facilitamos los ins-
trumentos necesarios para dirigir nuestra vida. De todas formas, no
creía que el mundo hubiera sido creado sólo en beneficio nuestro.
Cada especie animal tiene sus propias estructuras concebidas para
permitir a los individuos ganarse el sustento y disfrutar de su vida en
un entorno determinado. Así pues, el razonamiento basado en el dise-
ño se centraba en la adaptación de la estructura a la función. Dios no
sólo es sensato sino también benevolente, pues da a cada especie exac-
tamente lo que necesita para vivir en el lugar donde la ha creado. El ra-
zonamiento presupone una creación estática, en la que las especies y
sus entornos permanecen igual que cuando fueron creados. Se ha di-
cho a menudo que Darwin dio la vuelta al argumento cuando puso de
manifiesto que la adaptación es un proceso en el que las especies se
acomodan a medios cambiantes.
La idea de Ray de un mundo diseñado no careció de aplicaciones
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¿Precursores de Darwin?
Los naturalistas para quienes el universo era una creación divina con-
sideraban — habida cuenta de la detallada naturaleza de su trabajo—
que ésta estaba llena de imprecisiones, las cuales aumentarían a medi-
168 Panorama general de la ciencia moderna
tas inmigraron desde zonas no afectadas por la catástrofe. Para sus se-
guidores británicos, no obstante, la idea de las creaciones sucesivas
era irresistible. La historia del Génesis habría sido modificada para in-
cluir una serie de creaciones milagrosas en el transcurso de la historia
de la tierra (Gillispie, 1951). Aquéllos alababan la Natural Theology
[Teología natural] (1802) de William Paley, que volvía a plantear el
«razonamiento basado en el diseño» mediante la analogía del reloj y
el relojero, y se consideraban a sí mismos modificadores de esa idea
tradicional en vista de los nuevos conocimientos derivados de los res-
tos fósiles. William Buckland hizo su aportación a una serie conocida
como los Bridgewater Trealises [Tratados de Bridgewater] — cuyo co-
metido era promover la teología natural— , valiéndose de su volumen
para demostrar cómo todas las especies que constituían cada pobla-
ción sucesiva estaban adaptadas a las condiciones reinantes. Al presu-
mir que la tierra se estaba enfriando poco a poco para que el entorno
cambiara paso a paso hasta llegar a ser el que tenemos en la actuali-
dad, explicaba por qué hacía falta que las creaciones de Dios desapa-
recieran periódicamente a fin de dejar sitio a poblaciones nuevas que
se asemejaban más a las criaturas que hoy conocemos.
En Alemania, un desafío más innovador al materialismo estaba re-
lacionado con el movimiento romántico en las artes y el idealismo en
filosofía. Los idealistas creían que el mundo material es una ilusión
creada por las impresiones sensoriales en nuestra mente, y como el
mundo es algo ordenado, las leyes de la naturaleza han de representar
algún principio ordenador de la realidad primordial que sea la fuente
de esas impresiones. Tanto si a este principio ordenador lo llamamos
Dios como si aludimos a él con un término más abstracto como el
«Absoluto», la consecuencia es que la aparente complejidad de la na-
turaleza oculta un patrón subyacente más profundo. Inspirados en esas
creencias, un grupo de naturphilosophen (filósofos de la naturaleza)
intentaron explicar que los agrupamientos ordenados entre las espe-
cies revelados por la taxonomía conformaban precisamente un patrón
así. Este punto de vista fue importado a Gran Bretaña por Richard
Owen, que hizo un uso creativo del mismo en su concepto del arque-
tipo definidor de la forma básica de cada grupo taxonómico importan-
te (Rupke, 1993). El arquetipo de los vertebrados de Owen, propuesto
174 Panorama general de la ciencia moderna
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Lage sse se.
quetipo era sustituido por el antepasado común a partir del cual diver-
gían los diversos miembros del grupo en el transcurso de la evolución.
Otros idealistas, entre ellos el naturalista suizo Louis Agassiz —que
acabó siendo uno de los padres fundadores de la biología americana— ,
se centraron en el desarrollo del embrión humano como ejemplo de
cómo se desplegaba el modelo de la Creación (Lurie, 1960). Al parecer,
el embrión se desarrollaba a partir de una sustancia uniforme simple del
óvulo fertilizado, que poco a poco adquiría las estructuras más comple-
jas que necesitaba para convertirse en adulto. Por entonces se creía co-
múnmente que las estructuras nuevas se añadían de una manera que re-
cordaba la jerarquía taxonómica: el embrión humano atravesaba fases
en las que se parecía a un pez, a un reptil y a un simple mamífero, antes
de incorporar los rasgos finales que lo definían como ser humano. Pero
ésta era también la secuencia plasmada en el ascenso de la vida revela-
do en los restos fósiles, y para Agassiz ese paralelismo debía de ser el
modo como Dios nos dice que nosotros, los seres humanos, somos el
objetivo de su creación. Aquí un elemento de la vieja cadena del ser se
deslizó sigilosamente de nuevo en el pensamiento de los naturalistas,
aunque Agassiz era muy consciente de que del tronco principal saldrían
muchas ramificaciones. Al igual que Owen, también hizo lo posible por
rechazar una interpretación evolutiva de su modelo. Cada especie era un
elemento diferenciado del plan divino y había sido creada de manera so-
brenatural en el momento adecuado.
Estos modelos de la historia de la vida fueron clave para la mayo-
ría de los argumentos que precedieron a la publicación de El origen de
las especies. No obstante, estudios posteriores han puesto de mani-
fiesto que la cosa no acaba ahí. Se estaban discutiendo alternativas
más radicales, a veces en el seno de la comunidad científica pero tam-
bién entre legos interesados. En Francia, Cuvier fue cuestionado por
Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, que proponía una interpretación ma-
terialista del concepto de arquetipo (Appel, 1987): preveía una forma
de transmutación basada en saltos, o transiciones repentinas, en virtud de
las cuales una especie podía transformarse en otra instantáneamente
gracias a la aparición de «monstruosidades» capaces de sobrevivir y
reproducirse. En Gran Bretaña, las ideas de Geoffroy Saint-Hilaire,
junto con las de Lamarck, fueron apoyadas por radicales que querían
La revolución darwiniana 177
Durante los siguientes veinte años, ésta fue la teoría que exploró
Darwin en todas sus ramificaciones. Siguió trabajando con criadores
de animales. Se carteó con un sinnúmero de naturalistas, a los que
sondeó respecto a cuestiones detalladas sin revelar su verdadero pro-
pósito. Emprendió un estudio a gran escala sobre los percebes, a la sa-
zón un grupo poco conocido, que le ayudó a entender cómo podía es-
tablecerse una correspondencia entre la evolución ramificada y la
jerarquía taxonómica. Este estudio también le hizo ver que, en nume-
rosas ramas del árbol de la vida, la evolución adaptativa había dado lu-
gar a parasitismo y degeneración. Quizá inevitablemente, habida cuen-
ta de su origen en el principio de Malthus, no era ésta una teoría de
progreso inevitable — mejor adaptado a un entorno determinado no
significa «más apto» en un sentido absoluto— . De cualquier modo, al
final Darwin sí creyó que se habían producido animales superiores, y
en última instancia la propia especie humana. La lucha tendía a poner
en marcha la mejora, al menos algunas veces, punto de vista que a la
larga se incorporaría al «darwinismo social». No obstante, Darwin
procuró no vincular su teoría al modelo lineal de progreso. No había
ninguna línea principal de evolución, y las tendencias más adaptativas
La revolución darwiniana 185
Humanos
PKDIGREE OF MAN.
’ SkeUtons q f the
Graftorí, Oka nq. Ch i^f -a nzee . G o r i t j .a , . M an.
serie de libros sobre las capacidades mentales de los animales y los se-
res humanos en los que trató de reconstruir la secuencia exacta en que
se sumaron las nuevas facultades. Utilizó la teoría de la recapitulación
para representar el desarrollo mental del niño humano como modelo
de la evolución completa de la vida animal. Aunque a finales del siglo
xix los descubrimientos de fósiles pondrían en entredicho ese modelo
lineal de la evolución (véase Bowler, 1986), éste influyó muchísimo
en las ideas de dicho período. Finalmente lo puso patas arriba Sig-
mund Freud, que reconoció que a la mente racional quizá a menudo le
resulte imposible controlar los instintos animales ocultos en el in-
consciente (Sulloway, 1979).
Conclusiones
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204 Panorama general de la ciencia moderna