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Noticia de un secuestro

Gabriel García Márquez

Noticia de un Secuestro

Antes de entrar en el automóvil miró por encima del hombro para estar segura de
que nadie la acechaba. Eran las siete y cinco de la noche en Bogotá. Había
oscurecido una hora antes, el Parque Nacional estaba mal iluminado y los árboles
sin hojas tenían un perfil fantasmal contra el cielo turbio y triste, pero no había a
la vista nada que temer. Maruja se sentó detrás del chofer, a pesar de su rango,
porque siempre le pareció el puesto más cómodo. Beatriz subió por la otra puerta
y se sentó a su derecha. Tenían casi una hora de retraso en la rutina diaria, y
ambas se veían cansadas después de una tarde soporífera con tres reuniones
ejecutivas. Sobre todo Maruja, que la noche anterior había tenido fiesta en su
casa y no pudo dormir más de tres horas. Estiró las piernas entumecidas, cerró los
ojos con la cabeza apoyada en el espaldar, y dio la orden de rutina:

—A la casa, por favor.

Regresaban como todos los días, a veces por una ruta, a veces por otra, tanto por
razones de seguridad como por los nudos del tránsito. El Renault 21 era nuevo y
confortable, y el chofer lo conducía con un rigor cauteloso. La mejor alternativa
de aquella noche fue la avenida Circunvalar hacia el norte. Encontraron los tres
semáforos en verde y el tráfico del anochecer estaba menos embrollado que de
costumbre. Aun en los días peores hacían media hora desde las oficinas hasta la
casa de Maruja, en la transversal Tercera N° 84A-42 y el chofer llevaba después
a Beatriz a la suya, distante unas siete cuadras.

Maruja pertenecía a una familia de un tiempo. Su responsabilidad mayor


intelectuales notables con varias en Focine era ocuparse de todo lo
generaciones de periodistas. Ella que tenía que ver con la prensa.
misma lo era, y varias veces Ninguna de las dos tenía nada que
premiada. Desde hacía dos meses era temer, pero Maruja había adquirido
directora de Focine, la compañía la costumbre casi inconsciente de
estatal de fomento cinematográfico. mirar hacia atrás por encima del
Beatriz, cuñada suya y su asistente hombro, desde el agosto anterior,
personal, era una fisioterapeuta de cuando el narcotráfico empezó a
larga experiencia que había hecho secuestrar periodistas en una racha
una pausa para cambiar de tema por imprevisible.
Hernandez Portillo Luis Fernando
Hernandez Portillo Luis Fernando

Fue un temor certero. responsable de la amarillo lo rebasó, lo dos asaltantes estaban


Aunque el Parque operación vigiló aquel cerró contra la acera también armados con
Nacional le había primer episodio real, izquierda, y el chofer metralletas y pistolas. Lo
parecido desierto cuando cuyos ensayos, tuvo que frenar en seco que Maruja y Beatriz no
miró por encima del meticulosos e intensos, para no chocar. Casi al pudieron ver fue que del
hombro antes de entrar en habían empezado mismo tiempo, el Mercedes estacionado
el automóvil, ocho veintiún días antes. Mercedes estacionó detrás descendieron otros
hombres la acechaban. detrás y lo dejó sin tres hombres.
Uno estaba al volante de El taxi y el Mercedes posibilidades de reversa.
un Mercedes 190 azul siguieron al automóvil de Actuaron con tanto
oscuro, con placas falsas Maruja, siempre a la Tres hombres bajaron del acuerdo y rapidez, que
de Bogotá, estacionado distancia mínima, tal taxi y se dirigieron con Maruja y Beatriz no
en la acera de enfrente. como lo habían hecho paso resuelto al alcanzaron a recordar
Otro estaba al volante de desde el lunes anterior automóvil de Maruja. El sino retazos dispersos de
un taxi amarillo, robado. para establecer las rutas alto y bien vestido los dos minutos escasos
Cuatro, con pantalones usuales. Al cabo de unos llevaba un arma extraña que duró el asalto. Cinco
vaqueros, zapatos de tenis veinte minutos todos que a Maruja le pareció hombres rodearon el
y chamarras de cuero, se giraron a la derecha en la una escopeta de culata automóvil y se ocuparon
paseaban por las sombras calle 82, a menos de recortada con un cañón de los tres al mismo
del parque. El séptimo era doscientos metros del tan largo y grueso como tiempo con un rigor
alto y apuesto, con un edificio de ladrillos sin un catalejo. En realidad, profesional. El sexto
vestido primaveral y un cubrir donde vivía Maruja era una Miniuzis de 9 permaneció, vigilando la
maletín de negocios que con su esposo y uno de milímetros con un calle con la metralleta en
completaba su aspecto de sus hijos. Había silenciador capaz de ristre. Maruja reconoció
ejecutivo joven. Desde un empezado apenas a subir disparar tiro por tiro o su presagio.
cafetín de la esquina, a la cuesta empinada de la ráfagas de treinta balas en
media cuadra de allí, el calle, cuando el taxi dos segundos. Los otros

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—Arranque, Ángel —le por los andenes, como


gritó al chofer—. Súbase sea, pero arranque.

Ángel estaba petrificado, aunque de puesto un anillo de diamantes y mucho más tarde. Sólo percibió
todos modos con el taxi delante y el esmeraldas que hacía juego con los desde su escondite el ruido
Mercedes detrás carecía de espacio aretes. instantáneo de los cristales rotos, y
para salir. Temiendo que los enseguida un grito perentorio casi
hombres empezarían a disparar, Dos hombres abrieron la puerta de encima de ella: «Por usted venimos
Maruja se abrazó a su cartera como Maruja y otros dos la de Beatriz. El señora. ¡Salga!». Una zarpa de
a un salvavidas, se escondió tras el quinto disparó a la cabeza del chofer hierro la agarró por el brazo y la
asiento del chofer, y le gritó a a través del cristal con un balazo sacó a rastras del automóvil. Ella
Beatriz: que sonó apenas como un suspiro resistió hasta donde pudo, se cayó,
por el silenciador. Después abrió la se hizo un raspón en una pierna,
—Bótese al suelo. puerta, lo sacó de un tirón, y le pero los dos hombres la alzaron en
disparó en el suelo tres tiros más. vilo y la llevaron hasta el automóvil
—Ni de vainas —murmuró Beatriz estacionado detrás del suyo.
—. En el suelo nos matan. Fue un destino cambiado: Ángel Ninguno se dio cuenta de que
María Roa era chofer de Maruja Maruja estaba aferrada a su cartera.
Estaba trémula pero firme. desde hacía sólo tres días, y estaba
Convencida de que no era más que estrenando su nueva dignidad con el Beatriz, que tiene las uñas largas y
un atraco, se quitó con dificultad los vestido oscuro, la camisa duras y un buen entrenamiento
dos anillos de la mano derecha y los almidonada y la corbata negra de los militar, se le enfrentó al muchacho
tiró por la ventanilla, pensando: chóferes ministeriales. Su antecesor, que trató de sacarla del automóvil.
«Que se frieguen». Pero no tuvo retirado por voluntad propia la «¡A mí no me toque!», le gritó. Él
tiempo de quitarse los dos de la semana anterior, había sido el se crispó, y Beatriz se dio cuenta de
mano izquierda. Maruja, hecha un chofer titular de Focine durante diez que estaba tan nervioso como ella, y
ovillo detrás del asiento, no se años. Maruja no se enteró del podía ser capaz de todo. Cambió de
acordó siquiera de que llevaba atentado contra el chofer hasta tono.

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—Yo me bajo sola —le dijo—.


Dígame qué hago.

El muchacho le indicó el taxi.

—Móntese en ese carro y tírese en


el suelo —le dijo—. ¡Rápido!

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Las puertas estaban abiertas, el motor en una posición tan incómoda que
en marcha y el chofer inmóvil en su casi no podía respirar. Al lado del
lugar. Beatriz se tendió como pudo en chofer había un hombre que se
la parte posterior. El secuestrador la comunicaba con el otro automóvil a
cubrió con su chamarra y se acomodó través de un radioteléfono primitivo.
en el asiento con los pies apoyados El desconcierto de Maruja era mayor
encima de ella. Otros dos hombres porque no sabía en qué automóvil la
subieron: uno junto al chofer y otro llevaban —pues nunca supo que se
detrás. El chofer esperó hasta el golpe había estacionado detrás del suyo—
simultáneo de las dos puertas, y pero sentía que era nuevo y cómodo,
arrancó a saltos hacia el norte por la y tal vez blindado, porque los ruidos
avenida Circunvalar. Sólo entonces de la avenida llegaban en sordina
cayó Beatriz en la cuenta de que como un murmullo de lluvia. No
había olvidado la cartera en el asiento podía respirar, el corazón se le salía
de su automóvil, pero era demasiado por la boca y empezaba a sentir que
tarde. Más que el miedo y la se ahogaba. El hombre junto al
incomodidad, lo que no podía chofer, que actuaba como jefe, se dio
soportar era el tufo amoniacal de la cuenta de su ansiedad y trató de
chamarra. calmarla.

El Mercedes en que subieron a —Esté tranquila —le dijo, por encima


Maruja había arrancado un minuto del hombro—. A usted la estamos
antes, y por una vía distinta. La llevando para que entregue un
habían sentado en el centro del comunicado. En unas horas vuelve a
asiento posterior con un hombre a su casa. Pero si se mueve le va mal,
cada lado. El de la izquierda la forzó así que estése tranquila.
a apoyar la cabeza sobre las rodillas

un nudo del tránsito en el alboroto de sus


una pendiente forzada. sirenas y los pitazos
También el que la El hombre del ensordecedores eran
llevaba en las rodillas para enloquecer a
trataba de calmarla. radioteléfono empezó a quien no tuviera los
Maruja aspiró fuerte y gritar órdenes
espiró por la boca, muy imposibles que el nervios en su lugar. Y
despacio, y empezó a chofer del otro carro no los secuestradores, al
recuperarse. La lograba cumplir. Había menos en aquel
situación cambió a las varias ambulancias momento, no los
pocas cuadras, porque atascadas en alguna tenían. El chofer estaba
el automóvil encontró parte de la autopista, y tan nervioso tratando

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de abrirse paso que


tropezó con un taxi. No
fue más que un golpe,
pero el taxista gritó
algo que aumentó el

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radioteléfono dio la a buscarlas en el —En serio —dijo


orden de avanzar como bolsillo, y se dio cuenta Maruja—. ¿Son del
fuera, y el automóvil de que Maruja llevaba narcotráfico o de la
escapó por sobre la cartera abrazada. Se guerrilla?
andenes y terrenos la quitaron, pero le
baldíos. dieron el cardamomo. —De la guerrilla —
Maruja trató de ver dijo el hombre de
Ya libre del atasco bien a los adelante—. Pero esté
siguió subiendo. secuestradores, pero la tranquila, sólo la
Maruja tuvo la luz era muy escasa. Se queremos para que
impresión de que iban atrevió a preguntarles: lleve un mensaje. En
hacia La Calera, una «¿Quiénes son serio.
cuesta del cerro muy ustedes?». El del
concurrida a esa hora. radioteléfono le Se interrumpió para dar
Maruja recordó de contestó con la voz la orden de que tiraran
pronto que tenía en el reposada: a Maruja en el suelo,
bolsillo de la chaqueta porque iban a pasar por
unas semillas de —Somos del M-19. un retén de la policía.
cardamomo, que son «Ahora no se mueva ni
un tranquilizante Una tontería, porque el diga nada, o la
natural, y les pidió a M-19 estaba ya en la matamos», dijo. Ella
sus secuestradores que legalidad y haciendo sintió el cañón de un
le permitieran campaña para formar revólver en el costado
masticarlas. El hombre parte de la Asamblea y el que iba a su lado
de su derecha la ayudó Constituyente. terminó la frase.

—La estamos apuntando.

Fueron unos diez minutos eternos. Maruja concentró sus fuerzas, masticando las
pepitas de cardamomo que la reanimaban cada vez más, pero la mala posición no
le permitía ver ni oír lo que hablaron con el retén, si es que algo hablaron. La
impresión de Maruja fue que pasaron sin preguntas. La sospecha inicial de que
iban hacia La Calera se volvió una certidumbre, y eso le

causó un cierto alivio. No trató de incorporarse, porque se sentía más cómoda


que con la cabeza apoyada en las rodillas del hombre. El carro recorrió un
camino de arcilla, y unos cinco minutos después se detuvo. El hombre del
radioteléfono dijo:

—Ya llegamos.

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