Está en la página 1de 2

La producción literaria de Franz Kafka

Franz Kafka es el creador de una obra literaria ligada a sus problemas existenciales, pues en sus novelas y relatos aparece,
consciente e inconscientemente, un mundo evidentemente ligado a sus circunstancias personales. Su enorme sensibilidad, su
introversión y timidez, unidas a la inseguridad que se acrecienta con la figura de un padre tosco y enérgico, fueron el
terreno abonado para un escritor obsesionado con la escritura. Su proceso de creación fue muy tortuoso y autoexigente y
explica el escaso número de obras publicadas en vida: La condena (1912), que escribió en una sola noche, En la colonia
penitenciaria (1914), La metamorfosis (1915), Carta al padre (1919), un relato de carácter autobiográfico, y las
colecciones de relatos Contemplación (1913) y Un médico rural (1919) son las más importantes. El resto es obra póstuma
que verá la luz gracias a su amigo y albacea literario Max Brod, que hizo caso omiso de su petición de destruir su obra tras
su muerte. Dentro de su obra póstuma están sus tres grandes novelas: El proceso (1925), El castillo (1926) y América
(1927), las dos últimas inconclusas.
La escritura de Kafka es de naturaleza parabólica y enigmática. En ella resulta paradójico el tono impasible de la
narración frente al horror de los hechos narrados. En cuanto a la temática, son reiterativos el tratamiento del conflicto
generacional entre padres e hijos, la imposibilidad de realizarse como ser individual en una sociedad gobernada por
el azar y la relación alienante del hombre con un poder absurdo. Este último tema tan típicamente «kafkiano» alcanza
su cénit en el relato En la colonia penitenciaria (1914), donde se practica un procedimiento judicial y una ejecución
bárbaros e inhumanos. No es extraño, pues, que a raíz de este relato se señale que Franz Kafka fue un profeta que
presagió el espanto del totalitarismo fascista y comunista que arrasó Europa en los años cuarenta.
Durante 1914 compuso Kafka El proceso, novela que no fue publicada hasta 1925, un año después de su
muerte. El proceso es una de las novelas de Kafka más comentadas e influyentes, pues responde por entero a las
características más destacadas de su producción narrativa. Dispuesta más o menos convencionalmente en diez
capítulos, El proceso desarrolla el tema de la existencia humana sometida a unas leyes desconocidas; todos los
personajes se mueven sometidos al respeto y fidelidad a tales leyes; y el protagonista central se halla así
encerrado en un laberinto vital cuya única salida será la muerte. Al empleado de banca Josef K. se le arresta el
día de su treinta cumpleaños, aunque se le permite seguir acudiendo a su trabajo hasta ser convocado a un primer
interrogatorio. Como en la sala repleta por un público que jalea o vitupera sus declaraciones no puede distinguir
al juez ni a los funcionarios de justicia, Josef K. se dedica a buscar su auto de procesamiento por salas y
oficinas; pero la situación le acarrea continuos trastornos personales y profesionales, y decide contratar a un abo-
gado. Habiendo contactado también con el capellán de la cárcel, éste parece darle la clave del asunto, pero se la
expone por medio de una parábola cuya moraleja no logra entender el protagonista. La novela se cierra el día del
trigésimo primer cumpleaños de Josef K., cuando se le vuelve a arrestar y se le invita a quitarse la vida: él,
impertérrito, decide no ahorrarle trabajo a las autoridades que velan por su caso y que se vean obligadas a
ajusticiarlo.
Las posibles lecturas de El proceso son múltiples: dejando a un lado el tema de la burocracia como maquinaria im-
placable y ajena a todo control, podemos señalar el de la culpa y su expiación, que aparece con frecuencia en su obra
y en la de otros escritores expresionistas de aquella época. El pensamiento de Kafka parece responder en este
sentido a un escepticismo nihilista: la culpa está en el interior mismo del hombre y del sistema social, sin que haya
salida alguna.
Frente a El proceso, cuya complejidad no impide una lectura relativamente fácil, El castillo es la obra más difícil de
Kafka. Uno de los problemas que plantea es el de su discontinuidad: incluso los capítulos sobre cuya disposición
definitiva no hay dudas se nos presentan como retazos descriptivos donde alternan impresiones y reflexiones de tono
aforístico a los que tan dado fue Kafka –por ejemplo, En la construcción de la muralla china—. El castillo, obra
profunda y simbólica donde las haya, auténtica metáfora de la existencia contemporánea, invita por tanto a una
lectura fragmentada y pausada, a una reflexión continua sobre los complejos aspectos que trata. El castillo es una
novela póstuma, publicada en 1926, dos años después de la muerte del escritor, aunque su escritura se inició hacia
1922. El protagonista, el agrimensor K. llega una tarde a un pueblo gobernado por un mítico conde que vive en un
castillo sobre una colina. El agrimensor quiere establecerse para siempre en las tierras del conde y ejercer su
profesión. Pero las dificultades con que tropieza desde el principio superan todo lo esperado. Por una parte, el
castillo se revela poco a poco a los ojos de K. como la sede de una monstruosa y hostil burocracia, donde
innumerables cuadrillas de señores y funcionarios, jerárquicamente ordenados, mueven noche y día la maquinaria
de la administración del pueblo según leyes que frecuentemente ofenden la razón y la moral humanas. Por otra
parte, los habitantes del pueblo, que aceptan como cosa natural las absurdas leyes del castillo, alejan a K. de sus
casas, le esquivan como si fuera un loco o un niño que puede dañarles inconscientemente y se envuelven en una red
de alusiones, gestos y sonrisas, que él como forastero no llega a comprender. Sin embargo, K. se aferra a todo con
indómita tenacidad, con los ojos siempre fijos en el castillo, o mejor, en uno de los muchos señores que viven en él,
Klamm, el cual representa para K. la irresistible fascinación del castillo. Pero todos los caminos que sigue son una
equivocación. Cuando Frieda, la joven a quien ha seducido y con quien quiere casarse, lo abandona, K. siente que
no conseguirá nunca su objetivo. Cansado y soñoliento, la misma noche en que Frieda lo deja, entra casualmente en
una habitación de la posada donde los señores se alojan cuando bajan del castillo al pueblo, y allí precisamente, por
primera vez, un funcionario le habla con benevolencia y se ofrece a ayudarle; pero K. duerme y no oye. Aquí la
novela se interrumpe. Debía terminar con una escena en la que K., extenuado por los esfuerzos, moribundo, ante
todo el pueblo, recibe del castillo la noticia de que, a pesar de no tener derecho, está autorizado a quedarse en el
pueblo y a trabajar en él.
Esta novela simboliza la lucha del ser individual por integrarse en la sociedad enfrentándose a los obstáculos
que se lo impiden. Esta empresa es una tarea titánica, dada la desproporción existente entre el individuo aislado y la
sociedad, que acaba por desgastar y destruir al ser humano. La novela es el relato de la aventura del hombre que
quiere trascender su propia persona y fundirse en la comunidad, es la aventura del judío que lucha para ser
asimilado por el pueblo en que reside y es, ante todo, la aventura del agrimensor K., la de un hombre que combate
rudamente por una profesión y un hogar, por un puesto en la sociedad, desde el cual alcanzar la plenitud personal.
En 1915 publicó Kafka su novela corta La metamorfosis, sin duda su obra más leída tanto por su brevedad y fácil
lectura —frente a otros relatos— como por lo significativo de su argumento, temática y estilo, de los que La
metamorfosis es una excelente muestra.
La novela América (iniciada en 1911 y dejada inconclusa en 1912, fue publicada póstumamente en 1927) no es
de las obras más conocidas obras de Kafka. Ofrece un plan argumental y un tono narrativo más o menos
«clásicos», ajenos al resto de su producción. La historia describe el ir y venir de un muchacho de 16 años,
inmigrante de Europa, llamado Karl Rossman, en los Estados Unidos, quien fue forzado a ir a Nueva York para
escapar del escándalo de haber seducido a su sirvienta y que durante el viaje se hace amigo de un fogonero del
barco y, tras llegar a América, vive distintas peripecias en compañía de vagabundos. La novela responde a grandes
rasgos a las convenciones del género germano de la «novela de formación», siendo su tema el de la maduración
de la personalidad en un nuevo ambiente. Se da por tanto en el Kafka de América un deseo de comunicación
relativamente tradicional; un afán de reflejar el mundo como lugar donde aún son posibles las experiencias per-
sonales y de entender la literatura como modo de compartir esas vivencias.
El que se pueda contar hoy a Kafka entre los maestros de la narrativa del siglo XX se debe a su ruptura con
todas las convenciones del género de la novela: pervierte literalmente toda posible identificación con sus
personajes, arrasa todos los posibles indicios de relación causa/efecto —en todos los niveles del relato— y
rompe con la tradición realista de la novela como reproducción de una vida o como intento de
interpretación y explicación del mundo. Sus novelas y relatos no respetan las convenciones del género
narrativo, renuncian a la acción —que parece estancada y sin posibilidad de desarrollo— y ensayan unas formas de
descripción oníricas revestidas de cotidianeidad que le han ganado el calificativo de «kafkiano» a todo hecho
que, pese a su aparente normalidad, es radicalmente absurdo. Kafka nos presenta a personajes considerados
desde el extrañamiento y a los que el lector contempla desde una distancia que evita toda corriente de simpatía
tanto como de rechazo: personajes abúlicos, sin voluntad real y alienados, que parecen moverse sin plan
preconcebido, paseándose por las páginas como al azar. Es como si en su obra hubieran encontrado su mejor
acomodo la arbitrariedad y la relatividad conformadoras del pensamiento contemporáneo: no existen en ella
motivaciones lógicas aparentes; todo parece seguir unas reglas desquiciadas sobre las que nadie se pronuncia y
que nunca llegamos a conocer. Estamos ante una obra innegablemente ahistórica, pero en la cual ocupan un lugar
central el tiempo y el espacio, siempre presentes de una u otra forma: el primero, por omisión, como si la ausencia
de un tiempo cronológico les hiciese cumplir a los personajes la maldición del desconocimiento y la falta de
medida de su propio ritmo vital (no en balde la muerte aparece con frecuencia, sin pudor pero sin trascendencia,
en la obra kafkiana); el espacio, por su parte, está tratado de una forma muy particular: pese a la continua
sensación de familiaridad, el lector no puede sustraerse al ambiente de irrealidad y pesadilla en que se mueven
irrelevantemente los personajes. El tono interrogativo, la sensación de absurdo, el clima de onírica irracionalidad
se revisten en la narrativa kafkiana del misterio de un mundo escondido en formas arbitrarias e incomprensibles y
cuyo verdadero sentido se halla en su anormalidad.
Estamos, en definitiva, ante una renuncia evidente a servirse de la literatura como una forma de explicar el
mundo y, mucho más aún, de comunicación con él. Sólo la intuición, y no la razón ni los sentidos, le posibilita al
artista el acercamiento a la realidad, aunque no disponga -en principio- de los medios expresivos necesarios ni
confíe ni le sean suficientes los usuales. Como otros maestros de su época -especialmente líricos-, Kafka se ve
obligado a confiar en la intuición del lector como único lugar posible para la comunicación (de ahí que se
entregara sin reservas a la escritura de diarios y cartas, mientras que sus mejores relatos los dejó en un cajón y
pidió en su lecho de muerte que fueran destruidos). Estamos, en definitiva, ante una vanguardia que llega más
allá de lo «establecido»: sólo un pleno subjetivismo de tonos, formas y obsesiones innegablemente irracionalistas,
puede intentar arrojar algo de luz sobre las páginas del genio de Kafka.

También podría gustarte