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*
ANTOLOGÍA DE LA POESÍA ESPAÑOLA
BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA
Dirigida por, DÁMASO ALONSO
ANTOLOGÍA DE LA
POESÍA ESPAÑOLA
LÍRICA DE TIPO TRADICIONAL
por
Dámaso Alonso
SOBRE LA VALORACIÓN DE
LA POESÍA CONTEMPORÁNEA
IX
Pero los juicios sobre la poesía contemporánea carecen
de validez. Vivimos esa poesía, la sentimos, porque esas
misteriosas apetencias se producen también en nosotros.
Nuestros juicios son justos dentro del fanal de la época.
Pero son incomparables con los juicios críticos de lo pre¬
térito. Son incomparables, sencillamente porque son otra
cosa, porque no son reducibles a la misma unidad.
Si yo doy mi juicio sobre la poesía española del si¬
glo XX, tengo en seguida que decir —y lo he dicho ya
por escrito alguna vez— que hemos vivido estos años
uno de los períodos áureos de nuestra lírica. ¡ Qué modo
de sucederse las generaciones y los grupos! ¡ Qué movi¬
miento poético! : apenas una ciudad de alguna impor¬
tancia en España, sin su grupo selecto de poetas atentos
a los avances de la poesía española y muchas veces de la
mundial. ¡ Cuántas revistas, a veces nacidas en los sitios
más inverosímiles; cuántas colecciones de libros de poe¬
mas, alguna de las cuales ha pasado ampliamente el cen¬
tenar de volúmenes! Para encontrar algo semejante ten¬
dríamos que mirar al panorama poético de la España de
principios del siglo XVII. También allí —si sustituimos
las revistas por las copias manuscritas que circulaban de
mano en mano— ese hervor, esa diseminación por toda
España, ese entusiasmo.
Y una cosa curiosa: desde la implantación del moder¬
nismo (con el injerto de Rubén) hasta nuestros días, no
ha habido ningún rompimiento definitivo de la tradición
poética. Cada grupo, cada generación, trae elementos
nuevos, de modo que en cada escalón, la técnica y los
temas se modifican bastante. Pero siempre hay otros ele¬
mentos que, trasmitidos, aseguran la continuidad. Se pro¬
duce esto que a primera vista parecería imposible: entre
un poeta de la generación que llamamos modernista o
del 98, según la perspectiva que sigamos, y uno de ios
más jóvenes de los Veinte poetas reunidos hace poco en
X
antología, la diferencia es enorme. Sin embargo, no hay
un momento en que se vea producirse el rompimiento.
Lo mismo en las opiniones críticas generacionales. Por
ninguna parte (o todo lo más algún poeta aislado) estas
generaciones sucesivas han negado o execrado las inme¬
diatamente anteriores. ¡ Cuán distinta la conducta del
“modernismo-noventayocho” con relación a los escritores
de fines del siglo XIX!
Sí, un período áureo, por su abundancia, por la ferti¬
lidad, por el prurito de acercamiento al centro misterioso
de la actividad poética, por la personalidad de las voces,
este desarrollo de la poesía a lo largo de la primera mitad
del siglo XX, con dos grandes generaciones bien cono¬
cidas ya en el mundo (en los sectores del mundo que se
interesan por la poesía): la inicial, entre “modernismo”
y “98”, y la, hoy ya central, de 1927. Entre las dos,
otros grupos interesantes. Y, después de 1927, lo menos
tres nuevas generaciones españolas (la mayor todavía a
caballo entre 1936 y 1939)* que crecen hoy hacia la fama.
Pero éstas son opiniones de contemporáneo. Dirijamos
ya nuestra mirada en perspectiva histórica.
XI
que era la lírica de España, de la que se conocía apenas un
fragmento de un fragmento, porque se conocía sólo algún
aspecto de la lírica del Siglo de Oro; fuera de eso, de la
verdaderamente importante, nada más.
Sólo ahora, gracias a investigaciones y valoraciones
llevadas a cabo por la crítica de estos últimos treinta años,
hemos ganado una visión, por de pronto, mucho más com¬
pleta, y, además, creo, bastante justa, de lo que fue la
lírica española. Sólo desde nuestros días sabemos qué ad¬
mirable y completo desenvolvimiento tuvo la linca espa¬
ñola del Siglo de Oro, su intensidad, su abrasada tempe¬
ratura, sus altas metas, su individualizadora variedad. Y
sólo por investigaciones y valoraciones aún más recientes,
de estos veinte últimos años, sabemos hoy qué fue la
verdaderamente importante que en lírica se produjo en
España durante el siglo XIX. La crítica anterior a nues¬
tra época había sido incomprensiva y en cierto modo des¬
tructiva, respecto a esos dos panoramas: para el del Sigla
de Oro, porque los dogmatismos estéticos mutilaban el
bello arco de atrevidísimo desarrollo, al negarle algunas
de sus dovelas, y al malcolocarle otras; y para la misma
poesía del siglo XIX, porque la crítica de la segunda
mitad de esa época, atenta a lo brillante rotundo y formal,
desconoció o sólo reconoció a regañadientes y de un modo'
tardío, la veta de la poesía más pura, íntima, esa vena
temblorosa que comienza a brotar precisamente a media¬
dos del siglo XIX, y que, a través de Bécquer y de Ro¬
salía de Castro, fluye emocionadamente hacia nosotros.
He ahí dos reconstrucciones críticas: las de los panora¬
mas líricos del Siglo de Oro y del siglo XIX: del centro,
pues, y del final de todo el desarrollo.
Una gran casualidad iba a hacer que también fueran
los últimos años del siglo XIX y la primera mitad del
XX los descubridores del inmenso tesoro de nuestra
poesía de tipo tradicional, enraizada en las entrañas de la
XII
Edad Media. Y, coronamiento, ápice de esa casualidad,
son los hallazgos (procedentes del campo del hebraísmo
y arabismo) que nos revelan hoy un siglo más de la lírica
de España, un siglo más profundo, más metido en la
noche de la Edad Media, y anterior a cualquier otra lírica
conocida, de Europa.
Estas recientes y fundamentales variaciones de núes-
tra apreciación de las partes central, final e inicial del des¬
arrollo lírico de España son lo que permite que el crítico,
al ponerse a escribir en marzo de 1956 estas brevísimas
páginas, tenga confianza en que lo que dice es nuevo, y
mucho más completo y mucho más justo que lo dicho
por toda la crítica anterior. No por mérito suyo, del crí¬
tico. Sino porque, al escribir, está aprovechando (quizá
por primera vez en una ojeada de conjunto) esos tres
hallazgos recientes.
XIII
moderno. En cierto sentido, el primer poeta moderno
europeo.
Fondo, paisaje, representación, todo, sin embargo, era
aún italiano en Garcilaso de la Vega. Pero el germen
fecundante que había traído iba a producir una gran
trasformación. Entra ahora la nueva poesía italianizante
en el espíritu español, en un espíritu todo contrastes y
extremos. Y primero se siente arrebatada en un sentido
espiritual. En esa forma italiana vierte Fray Luis su pro-
testa contra la injusta y cruel persecución, las angustias
de sus momentos más desesperanzados, su anhelo de unión
con la Divinidad y —aunque siempre como el desterrado
que contempla de lejos— diáfanos, maravillosos “rompi¬
mientos” a través de los cuales se columbra la serena vi¬
sión beatífica. También está lleno de emoción su senti¬
miento de la naturaleza real. Y, muy importante: el pai¬
saje, clásico, italianizante aún en Garcilaso, ha desapa¬
recido; es el humilde paisaje castellano lo que está al
fondo de los versos de Fray Luis: primera valoración es¬
tética del terruño humilde (el otoño castellano, la tormen¬
ta súbita del verano en la meseta, la pobre fuentecilla...),
o cuando no, la diáfana profundidad estrellada de las
noches del Sur.
Más arrebato aún: y el metro italiano le sirve a San
Juan de la Cruz para describir los misterios de la más
alta unión, y para, a través de la sequedad de las “no¬
ches”, desembocar a la belleza de un mundo intacto y
nítido, como esmaltado por pinceles de eternidad. Con
esa belleza —revestida de palabras de hermosa precisión :
las “ínsulas extrañas”, los “ríos sonorosos”...—, evoca el
alma la hermosura sin límite de su Enamorado. O a ve¬
ces, en una especie de vuelta o giro veloz, como por gusto
del contraste, el poeta verterá, en coplas a la antigua cas¬
tellana, nuevos experimentos: porque ya no le basta para
expresar la unión la imaginería erótica en la tradición del'
XIV
Cantar de los Cantares; y en el furor de su anhelo, busca
comparaciones impredecibles, raras imágenes crueles: el
alma tras Dios, es como un halcón que se apodera de la
zahareña garza:
XV
No menos grande, Quevedo. No menor artífice de la
palabra. Y en cierto modo más novedoso en cuanto que
la trasmutación no es ya en el sentido del impulso rena¬
centista (como aún lo era en Góngora aunque éste extre¬
mase la velocidad y el alcance). En Quevedo se rompen
muchas convenciones: una fuerza naturalista y popular
quiebra en él muchas cosas. En Quevedo, entre el alto
poeta lírico y el desgarrado troquelador de gracias, hay
muchos trasvases. Siempre, siempre apretando la palabra
y el concepto, que entran como prensados en el cerebro
del lector, para sólo allí libertarse. Pero el lector —y es
muy importante— no resulta así modificado sólo en sen¬
tido estético (como en el caso de Góngora), sino en su
totalidad humana, porque el arte de Quevedo —con todo
su furor expresivo y mediante la concentración de su
pensamiento— apunta a nuestra esfera moral.
Garcilaso, Fray Luis, San Juan de la Cruz, Góngora,
Quevedo... Si dejamos aparte el primero —maravilloso
resonador de la melancolía, superación, junto con Ca-
moens, de todo el petrarquismo del siglo XVI—, todos
los demás tienen un desasosiego, un frenesí bien de Es¬
paña. Todos, extremo, anhelo último de algo. Notable,
cuán diferentes, cuán personales todos. Dovelas del es¬
pléndido arco de la lírica de España entre los dos arran¬
ques, siglo XVI, siglo XVII. Y ahora comprendemos que
la imitación italiana, la forma italiana, sirvió sólo de cau¬
ce por el que libremente fluyó para buscar su expresión
autóctona, el espíritu español.
Cuando se vuelve la vista a la literatura europea de
esos dos siglos, no se encuentra en ellos nada que se pueda
comparar. El momento lírico de Italia había pasado ya
(aunque más tarde tendrá un vigoroso renacer). Francia,
constante siempre que habrá de tener un espléndido
siglo XIX poético—, tiene también una lírica interesante
en esos dos siglos XVI y xvil: es poesía, en general.
XVI
medida, diáfana, contenida. ¡ Cuán distinta de ese pru¬
rito, ese variado anhelo de superación, de perforación, de
cima, que da su grandeza a este desarrollo lírico español
del Siglo de Oro! Buscando lírica entre los pueblos eu¬
ropeos (en esos dos siglos XVI y xvii) sólo colocaría
cerca a Inglaterra: es tema largo.
XVII
gado por aquellos días a empresas de conquista y colo¬
nización.
Al español que se pone —como yo ahora— a hacer
recuento y resumen del valor de la lírica de España, des¬
pués del susto inicial (la imitación italiana en el Siglo de
Oro) le esperan aún otros temores. Está tan divulgada
en el mundo la idea de que Castilla es tierra épica, y que
en la península lo lírico es occidental..., etc., que yo no
sé si algún día podremos desterrar tópicos tan vacíos. Lo
peor es que los mismos españoles y aun en este mismo
siglo nos hemos dedicado a propagarlos.
No nos extraña, pues, que en el siglo XIX —tan
atento, repito, a los valores realistas— no hubiera primero
comprensión para la totalidad de nuestra lírica cuando
se desconocía aún ese alto grito —tan español y al mismo
tiempo con tanto anhelo de universalidad— de la poesía
del Siglo de Oro.
XVIII
Italia, recién desaparecido Fóscolo, está llegando a sus
últimos años Leopardi, España, si contemplamos las co¬
sas con desapasionamiento, no tiene mucho que presentar.
Nuestro romanticismo es tardío, y por eso muy rebotado,
muy gastado ya. Quizá a veces nos atraen el garbo y el
señorío de Espronceda, y las animadas y coloreadas evo¬
caciones de Zorrilla; y otros poetas de segundo orden
esperan quizá una revaloración : eso es todo.
Y el siglo XIX no nos da, hacia su final, sino la poe¬
sía filosófica de Campoamor, intento generoso, no logrado,
pero muy interesante (empieza aquí, queramos o no, una
importante veta de poesía —el prosaísmo como medio de
expresión poética—, y, con intermitencias, tendrá un des¬
arrollo, cuyos últimos reflorecimientos bien evidentes son
ahora, en 1956). Al lado de Campoamor, las frías estruc¬
turas de Núñez de Arce.
Fue Núñez de Arce quien, despectivamente, habló de
los “suspirillos germánicos”. El culto don Gaspar, pontí¬
fice poético de su época, casi se rasgaba la levita —entre
indignación y desprecio— ante esos “suspirillos”.
Esos suspirillos, en su fórmula más intensa, se llama¬
ron Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro. Hoy
representan, entre todo el siglo XIX, la poesía que sen¬
timos mejor y la que más próxima consideramos a
nuestras necesidades expresivas. Sólo hoy, después de
una serie de trabajos y valoraciones de varios investiga¬
dores y críticos (es ésta la segunda novedad que anuncié
al comienzo de estas líneas), vemos cómo, entroncada por
un lado en la poesía de Heine, y por otro en la idea ro¬
mántica de la poesía popular, se forma desde mediados
del siglo XIX toda una línea de lírica que ha pasado del
estruendo y el arrebato romántico al tono menor, de la
desesperación a la suave melancolía, de los atropellos y
alocadas competencias de ritmos y rimas (¡ esas carreras
cuesta arriba y cuesta abajo como en los Djinns!), a una
XIX
modestia rítmica que prefiere el asonante, con una expre¬
sividad nueva que sabe el valor de lo indeciso, del tem-
bloroso matiz.
Que existía esta dirección heiniana era una cosa co¬
nocida por la crítica b No su continuidad m su valor.
Después de los estudios más recientes1 2, sabemos bien
cómo están en esa línea Eulogio Florentino Sanz, no sólo
con sus versiones, sino también con sus poemas originales,
Vicente Sainz Pardo, Selgas, el chileno Guillermo Blest
Gana, Ferrán y muchos otros; sabemos cómo varios de
esos poetas pueden ser agrupados en torno a la figura de
Bécquer, como prebecquerianos y postbecquerianos; sa¬
bemos, en fin, que la aparición de esta veta de poesía,
muchas veces breve, siempre menor, ligera, no insistente,
interior, intimista, es un hecho totalmente nuevo, de
una trascendencia enorme. Y he aquí cómo la atención
de nuestra mirada al posarse sobre el siglo XIX ha sido
desviada de unas puntas enterizas y brilladoras a las que
antes exclusivamente atendía, hacia este desarrollo de
algo tierno, nuevo, hacia estos deliciosos “suspinllos ger¬
mánicos”. La poesía española del siglo XX (Juan Ramón
Jiménez, Antonio Machado), saltándose a don Gaspar
Núñez de Arce, va a empalmar con esta veta de los “sus-
pirillos’b No es, exactamente, que proceda de ellos. No;
se trata sólo de afinidad, de una posición parecida ante la
expresión, de un palpitar, un matiz, una nostalgia.
XX
Acabamos de hablar del ligero matiz popular, que
mezclado con el heimano se nos revela ahora en el si'
glo xix. Peio los poetas de 1850, de lo popular apenas
si podían tener más concepto que la idea romántica de
las dos poesías (popular frente a culta), o si no las coplas
del pueblo, vivas siempre en tradición española. El tesoro
de la poesía española de tipo tradicional apenas si era
conocido por alguna de sus muestras, y nadie, nadie se
daba cuenta del fabuloso conjunto a que esas piezas per¬
tenecían.
La ciítica negaba la poesía lírica popular. La poesía
popular era solo épica (canciones de gesta y romances) j
la linca eia siempre culta. Así, con algunas restricciones^
lo propagaba Valera en su discurso de ingreso en la Real
Academia Española. De él lo aprendió Menéndez Pe-
layo, y (sin restricción alguna) categóricamente lo afirmó
en su juvenil Horacio en España. Pero una serie de casua¬
lidades que no son de este lugar (estudio hecho por él
mismo del teatro de Lope, publicación, llevada a cabo,
per otros, de los cancioneros gallego-portugueses), fueron
descubriendo ante los ojos asombrados del gran crítico
; la poesía de tipo tradicional, y con ella un tesoro de emo-
: ciones fresquísimas, virginales... ¡Menéndez Pelayo aca¬
ba de comprender que sí, que existe la lírica popular! Lo
comprende, y también su importancia en la historia de
la literatura española: porque la poesía de tipo tradicional
de la Edad Media, ya anónima, ya glosada o refundida
' y glosada (versiones a lo divino), se prolonga a lo largo
I del Siglo de Oro. A Menéndez Pidal y su escuela le tocó
el estudiar en pormenor esa veta que penetra adelgazán-
! dose por los siglos XVI y XVII.
Sabíamos que era de origen medieval, pero apenas si
poseíamos algunos testimonios que nos vinieran directa¬
mente de la Edad Media. Cuando he aquí que hace pocos
años todo se vino a coronar del modo más inesperado.
XXI
El semitista Stern publicó algunas jarchas escritas en len--
gua española, si bien con el matiz dialectal mozárabe.
Las jarchas son estrofas finales de las composiciones lla¬
madas muguasajas, usadas por los moros de España (y a
imitación suya por nuestros judíos). Estas jarchas proce¬
den, las más antiguas, de la primera mitad del siglo XI.
Es decir, de una época de la que no nos ha llegado poesía
lírica en ninguna otra lengua europea. Estas jarchas se
sitúan a la cabeza de toda la lírica española, y muchas de
ellas parecen ser el más remoto testimonio de esa veta de
tipo tradicional, que se prolonga hasta el Siglo de Oí o.
He aquí, pues, cómo es cierto que la crítica del si¬
glo XX tiene grandes novedades que contar al público
cuando habla de poesía tradicional.
Lo importante, ahora, es señalar la enorme riqueza
de este tesoro. Podemos asegurar que un conjunto seme¬
jante al que forman el Romancero y los Cancioneros pen¬
insulares ninguna otra región europea lo posee.
Y más importante aún:
El valor vivo, la capacidad de mover al hombre del si¬
glo XX, que tiene esa lírica de tipo tradicional, es enor¬
me. Esa poesía, blanca, breve, ligera, que toca como un
ala, y se aleja dejándonos estremecidos, que vibra como
un arpa, y su resonancia queda exquisitamente temblan¬
do, esa poesía “popular”, que definían los románticos, y
nuestros postrománticos también, que es la que los poetas
de tendencia intimista buscaban a mediados del siglo
XIX, tiene en la poesía de tipo tradicional castellana una
perfecta realización.
Es un emocionado tesoro. Para mí, el conjunto del
'Romancero y el Cancionero de tipo tradicional representa
tanta belleza, tanta emoción humana como todo el con¬
junto de la gran poesía del Siglo de Oro.
XXII
POESÍA CULTA DESDE LA EDAD MEDIA
XXIII
lectores del siglo XX palpitan, psicológicamente varían,
es decir, viven, estas criaturas creadas por el arte del XII.
Tras el rostro venerable del Cid —como siglos más tar-
de en el Enterramiento del Conde de Orgaz— el friso
de los rostros de sus compañeros: actitudes, modos, ros¬
tros, almas, diversas, individuales.
Rasgos semejantes debían existir en otros poemas épi¬
cos, que sólo se nos han conservado prosificados, en las
Crónicas, Esta sobriedad se alteró profundamente en épo¬
ca tardía: como lo muestran las Mocedades de Rodrigo,
poema que conservamos (aunque en mal estado): en él
dominan la exageración y la desmesura.
Teda la antigua materia épica va a dar, fragmentada,
a los romances. El pueblo retuvo así alguno de los epi-
sod'os más apasionantes de las antiguas gestas; también
hubo romances en que un poeta resumió brevemente todo
el contenido de un antiguo poema extenso.
Junto con esa materia épica de la tradición española
van a dar al romancero temas novelescos tratados ya en
una forma ya en otra en la literatura europea. En el ro¬
mancero español concurren, pues: i.°) leyendas tradicio¬
nales españolas; 2.0) narraciones internacionales.
El gran valor del romancero ha sido reconocido desde
el mismo romanticismo; y no hay absolutamente nada
que rectificar en ese alto aprecio. Las novedades que aquí
aporta el siglo XX son en especial de tipo científico, gra¬
cias a los rigurosos estudios de Menéndez Pidal (plantea¬
miento de multitud de problemas técnicos referentes a los
romances: su tradicionalidad hasta hoy, su relación con
las gestas, su fragmentación, su pervivencia en Améri¬
ca, etc., determinación de los rasgos que distinguen a
viejos y juglarescos, etc.).
No podemos olvidar el romancero artístico. Tras los
romances tradicionales, los juglarescos. Y unos y otros se
vierten sobre la gran literatura del Siglo de Oro. Los es-
1
XXIV
critores de esta época, no sólo se impregnan de toda esa
tradición, sino que la prolongan con creaciones originales.
Romancero artístico: garbo y picardía de Lope, lumino-
sas y coloreadas visiones de Góngora, malicioso desgarro
y activísima y entrecruzada malicia conceptual de Que-
vedo...
XXV
externo seguía una imperiosa pauta interior. Reduzcá¬
moslo todo a un puro esquema cuasi geométrico:
Sólo vemos ya dos enormes vetas, y en cada veta
dos ramas.
La primera veta es la de tipo tradicional. Tiene dos
ramas: la narrativa (cantares de gesta y romancero) y la
lírica (cancionero de tipo tradicional).
La veta tradicional penetra (con sus dos ramas) pode¬
rosamente, en el Siglo de Oro. Las alusiones a elemen¬
tos de tipo tradicional (sobre todo romances y canción-
cillas) son tan frecuentes en esta época que prueban que
esa poesía estaba en la memoria de todos. El Siglo de
Oro prolonga —de muchos modos— la poesía de tipo
tradicional (el teatro vuelve a tratar las leyendas de nues¬
tra historia, o desenvuelve dramáticamente breves can¬
ciones ; los poetas cultos glosan de nuevo viejos villan¬
cicos, o los vuelven a lo divino; o inventan nuevos ro¬
mances, de tipo morisco, etc.). A través del siglo XVIII,
llegado el romanticismo, la poesía narrativa de tipo tra¬
dicional se pone de moda entre los eruditos (y así dentro
de esa tradición se producen nuevos poemas y dramas).
La crítica científica desde fines del siglo XIX y en lo
que va del XX, vuelve a tratar estos temas, y origina
con ello un nuevo reflorecimiento (cancionero y popu-
larismo poético en la generación de 1927, etc.). Se puede
decir que, en cierto modo, la veta tradicional de nuestra
poesía se prolonga hasta hoy.
La segunda veta es la de la poesía culta. Tiene una
rama épico-narrativa que se manifiesta principalmente en
dos momentos: uno el de los poemas medievales de cle¬
recía; otro, el de la épica culta. Al innegable interés de
la rama épico-narrativa supera, sin posible duda, el de la
rama lírica. Hemos prescindido, por no tener aún una
visión histórica, de enjuiciar lo contemporáneo (aunque no
negaremos que nuestra impresión provisional es que la
1
XXVI
lírica española de la primera mitad del siglo XX ha de
tener una importancia extraordinaria en las futuras histo-
rias de nuestra poesía). Prescindiendo, pues, de lo contem¬
poráneo, y registrando el interés de la (hasta hoy poco
valorada) línea intimista del siglo XIX, nuestra atención
entre las distintas épocas de la lírica culta se ve irremisi¬
blemente atraída por el desarrollo lírico del Siglo de Oro,
y admirada de la grandeza, de la altura e ímpetu del
anhelo, de la intensidad de la fuerza expresiva, de la
portentosa variedad, de la personalidad de cada voz.
XXVII
glo XIX es inferior a la francesa y a la italiana, y a la
inglesa y a la alemana. Pero durante el siglo XVI y XVII,
no hay un desarrollo lírico en Europa que se pueda com¬
parar al frenesí hacia lo absoluto, a la rotura de límites,
al anhelo espiritual, o al frenesí de vida humana, con eí
que España se lanza, una vez más, a su doble alta em¬
presa : expresarse a sí misma y verterse hacia Dios.
XXVIII
/
INTRODUCCIÓN
por
XXXI
llanos. Estamos a mediados del siglo XIII, en pleno apo'
geo de la lírica trovadoresca en Cataluña y de la galaico'
portuguesa. La política de Alfonso no parece satisfacer
mucho a les gallegos; sin embargo, él usará la lengua
gallega para escribir sus cantos mariales y resolverá pro-
blemas de poesía provenzal2. A su vez, escribirá muchas
de sus cantigas en zéjeles, forma que deriva del mundo
poético arábigO'andaluz.
Compliquemos un poco más el problema y pensemos
con toda lógica que si Alfonso el Sabio tiene que elevar
a lengua historial, jurídica o científica la lengua vulgar
o romance, es porque esa lengua ha llegado ya a su ma¬
durez, y que los castellanos que hacía más de un siglo que
oían el Poema del Cid no cantarían sus penas o sus amo¬
res en una lengua extraña, que además ignoraban. Sin
embargo, esas cancioncillas de los castellanos no alcanza'
ron el fervor cortesano hasta la segunda mitad del si'
glo XV, y por esto carecemos de espléndidos cancioneros
como los galaico'portugueses, por ejemplo, en los que se
reúnen más de dos mil cantigas. Tal riqueza ha hecho que
los eruditos dirigiesen su atención hacia esa poesía y des'
atendiesen durante muchos años el estudio de la caste'
llana, en la que tampoco se podía estudiar gran cosa, puesto
que sólo nos quedaban dos o tres poemillas y algunas
referencias en las crónicas o en obras literarias puras. Me'
néndez Pidal ha podido escribir recientemente: “A prim
cipios del presente siglo dominaba la creencia de que Cas'
tilla no había tenido lírica primitiva: Castilla era el solar
de la poesía épica, mientras la lírica era sólo gallegO'por'
tuguesa; las producciones de esta lírica del Noroeste pe'
ninsular durante los siglos XIII y XIV estaban abundante'
mente documentadas en los cancioneros, donde, además
XXXII
de muchas imitaciones de la lírica provenzal, encontrá¬
bamos unas quinientas cantigas de amigo, indudable¬
mente inspiradas en cantos populares de aquellas tierras;
por el contrario, de Castilla nada conservan esos siglos,
en los cuales se da el hecho bien significativo de que los
poetas castellanos escribían sus obras líricas en gallego.
Peí o contra esta negación de una lírica castellana expuse,
en 1919, una réplica tradicionalista” 3.
Menéndez Pidal, fiel a su tesis tradicionalista, re-
constiuyó toda esa lírica perdida basándose en referencias
de las crónicas como ya veremos— y en los cantarcillos
de los siglos XV y XVI. Suponía, con toda lógica, que
esos cantaleólos utilizados por un Gil Vicente o un Lope
de Vega obedecían a una tradición innegable, ya por la
forma, ya por la temática, y hasta por la función que
desempeñaban en el drama. Todo parecía confirmar la
existencia de una corriente lírica paralela a la galaico-
portuguesa. A pesar de todo, los testimonios reales se¬
guían siendo muy escasos y nuestra poesía tradicional
seguía teniendo para los estudiosos un papel muy secun¬
dario. Era la Cenicienta de las líricas románicas.
Sin embargo, los arabistas vinieron a soplar en el
) rescoldo de una tesis que había expuesto ya Julián Ribera
en 1915 cuando afirmó que ciertas formas estróficas y
ciertos temas de la lírica occidental procedían de los ára¬
bes andaluces4. Más tarde, el mismo Menéndez Pidal
i insistió en esta tesis y allegó más razones y más testi-
■ monios en virtud de los cuales es innegable que la estrofa
XXXIII
conocida con el nombre de zéjel, inventada por Mucád"
dam ben Muafa, el Ciego, que vivía en Cabra a fines del
siglo IX, y utilizada insistentemente por Aben Guzmán
(f en i i 6o), había sido imitada por los poetas proven-
zales, gallego-portugueses, italianos y españoles. Y aun-
que estos trabajos de Menéndez Pidal se han divulgado
muchísimo en los últimos años, convendrá que recordé'
mos qué es un zéjel5.
XXXIV
Frente a la poesía aristocrática de las casidas árabes,
escrita en una lengua llena de artificios y dificultades6,
el zéjel se caracteriza por lo contrario: por el uso de la
lengua vulgar, callejera (incluso con la admisión de voces
románicas '), y por su forma, que constituía una novedad
extraordinaria: una serie de trísticos monorrimos, se-
guidos de un verso más cuya rima es igual a la de un
markaz o estribillo inicial, markaz que da también el
tema a desarrollar. He aquí un ejemplo español, nada
A a ( estribillo
Estribillo \
B b
1
A a
( j
A a \ copla
Copla <
A a
f )
B b
A a 1 estribillo
Estribillo ^
1 B b
XXXV
menos que de Lope de Vega, uno de los mucnos ejemplos
que podrá encontrar el lector en nuestra selección:
¡ Ay, Fortuna:
cógeme esta aceituna! Estribillo
Aceituna lisonjera,
verde y tierna por defuera Mudanza 1.a
¡ Ay, Fortuna:
cógeme esta aceituna !
¡ Ay, Fortuna:
cógeme esta aceituna ! [N.° 455 de la
selección]
Advirtiendo que la interjección árabe ya, del comienzo, era muy usada
.por los cristianos de entonces, muy empleada en el Poema del Cid, y
,que el verso segundo, tú un ha^mo tú un penato, lo entendían por
igual los moros cordobeses que cualquier español de entonces ignorante
del árabe, pues el arabismo hazino, triste, había penetrado en el ro¬
mance, donde conservó algún uso hasta el siglo xv.” R. Menéndez
Pidal, Poésía árabe y poesía europea, pág. 25.
XXXVI
Esta fórmula poética se difunde tan poderosamente
por todo el Oriente, que aún hoy se cantan zéjeles reli¬
giosos escritos nada menos que por Aben Arabi Mohidin
(1165-1240), el célebre místico de Murcia. De cómo el
zéjel ha podido penetrar en occidente, da abundantes
referencias Menéndez Pidal, a cuyas magistrales páginas
remito al lector interesado en estas cuestiones.
Si los trabajos de un romanista de la talla de Menén-
dez Pidal, inclinándose a favor de la tesis de Ribera, obli¬
garon a rectificar muchas opiniones, un descubrimiento
sensacional vino a confirmar una de sus tesis más que¬
ridas : la existencia real de una lírica autóctona anterior
a los más viejos testimonios conocidos. (En 1919 afir¬
maba que tanto la lírica galaico-portuguesa como la cas¬
tellana debían de tener una misma raíz común —véase
más adelante—, y los descubrimientos posteriores parecen
darle la razón.) Es el famoso hallazgo de las jaryas (es¬
cribiremos siempre jarchas) mozárabes8. Pero, antes de
seguir adelante, conviene hacer un breve paréntesis.
XXXVII
En el siglo XV, cierto poeta, que parece ser el Mar¬
qués de Santillana, escribe un delicioso villancico en el
cual intercala hasta cuatro cantarcillos de tipo tradicional.
Dice así una estrofa: ♦
XXXVIII
Pela ribeyra do río
cantando ía la virgo
d’amor:
—Quen amores ha
como dormirá,
¡ ay hela frol! 10
Si viniese ahora,
ahora que estoy sola,
ola, que no llega la ola,
ola, que no quiere llegar. (Edic. de I. y J. Mille
pág. 237.)
XXXIX
así canta y así llora
entre celos y deseo:
“No duermen mis ojos,
madre, ¿qué harán?
Amor los desvela,
¿si se morirán?” I2.
XL
popular en el mundo arábigo andaluz paralela a la lírica
mozárabe. De ahí el hallazgo de muwassahas con jarchas
no mozárabes u.) Por otra parte, los grandes poetas judeo¬
españoles imitaron en hebreo la muwassaha árabe. El
extraordinario descubrimiento de muwassahas hebreas
que terminan con jarchas mozárabes hecho por S. M.
Stern ha sido considerado, y con razón, como uno de los
más notables acontecimientos de la erudición contem¬
poránea. Las primeras lecturas, muy defectuosas, de Stern
fueron mejoradas y completadas por arabistas y romanis¬
tas españoles. Luego García Gómez publicó y descifró
veinticuatro jarchas de muwassahas árabes 14 bis. Hoy se
conocen ya hasta medio centenar de estas jarchas, que
comienzan por plantear difíciles problemas filológicos,
puesto que al ser copiadas en lengua árabe o hebrea, su
interpretación no siempre resulta muy fácil. Con todo,
“un nuevo día amanece en el campo de la investigación
filológica, tanto literaria como científica”, dice Menéndez
Pidal15.
Y no deja también de ser extraordinario el que mu¬
chas de estas jarchas puedan fecharse con cierta exac¬
titud. Hasta ahora, la más antigua es de un foseph el
Escriba, el cual celebra en una muwassaha a Samuel ben
Negrella, visir del rey de Granada, y a su hermano Isaac,
muerto en 1042. (Es decir: el primer poemita lírico es
nada menos que cien años anterior al Poema del Cid.)
14 Ibidem.
14 bis Al'Andalus, XVIII, 1952, págs. 57-127. Otras jarchas de mu¬
wassahas árabes fueron publicadas después por Stern (Les chansons
mozárabes, Palermo, 1953, págs. 51-59); pero ni sus transcripciones ni
sus traducciones llegan sino a unas poquitas palabras evidentes. García
Gómez tiene (en el momento de corregir estas pruebas) a punto de pu¬
blicarse su libro sobre las jarchas mozárabes de muwassahas árabes, que
ha de ser de excepcional importancia.
15 Cantos románicos andalusíes, pág. 199.
XLI
Vienen después los dos grandes poetas hebreos, Mose ben
Ezra (io6o?-i 140?) y Judá Leví (nacido hacia 1070.),
que no desdeñaron —como harían después un Góngora
y un Lope— las humildes cancioncillas populares.
Y del mismo modo que hemos podido comprobar la
tradicionalidad de un poemita levísimo usado por Aíras
Nunes y el Marqués de Santillana (o Suero de Ribera),
con Jas jarchas debió de ocurrir algo semejante, puesto
que un poeta llamado Todros Abulafia (1247-1306) ter¬
mina una muwassaha con una jarcha que siglo y medio
antes ya había copiado Judá Leví, conservando incluso
los profundos arcaísmos.
Este descubrimiento de las jarchas obliga a los es¬
tudiosos a volver los ojos a la lírica castellana, ya que la
jarcha de Joseph el Escriba es nada menos que el primer
poemita europeo escrito en una lengua vulgar, y bastante
anterior a los más viejos poemas provenzales.
Pero con ser esto algo ya de por sí extraordinario, lo
interesante es otro hecho: la correspondencia temática y
formal entre las jarchas y los villancicos castellanos pos¬
teriores, sobre todo con los que IVIenendez Pmal damo
“cantares de amigo”. Ya S. M. Stern observó que casi
todas las jarchas eran lamentaciones amorosas puestas en
boca de una doncella, y las relacionaba con esos canta.es
de amigo, parecidos a las famosas cantigas de amigo
gallego-portuguesas. Dámaso Alonso comprobó inmedia¬
tamente estas correspondencias. Así, por ejemplo, com¬
para la jarcha n.° 9 de Judá Leví,
Vayse meu corachón de mib.
¿Ya, Rab, sí se me tornarád?
¡Tan mal meu doler li-l-habib!
Enfermo yed, ¿cuando sanarád? [N.° 1]
XLII
Vanse mis amores, madre,
luengas tierras van morar;
yo no los puedo olvidar.
¿Quién me los hará tomar? 16. [N.° 361]
XLIII
castellanos aparecen claramente como tres ramas de un
mismo tronco enraizado en el suelo de la Península his¬
pánica» Las tres variedades tienen aire de familia incon¬
fundible, y, sobre todo, las tres tienen su mayor parte,
y la mejor, con un doble carácter diferencial común: el
ser canciones puestas en boca de una doncella enamorada,
y el acogerse la doncella, confidentemente, a su madre»
Además se confirma que en ese conjunto tripartito la
forma andalusí se asocia más íntimamente con el villan¬
cico castellano que con la cantiga galaico-portuguesa” 19.
Es decir: una lírica de tipo nacional ha podido servir
de sustrato a dos ramas —la gallego-portuguesa y la cas¬
tellana—, cuya fortuna ha sido bien diversa. Mientras
los opulentos Cancioneiros derrochaban lujosamente sus
cantigas y ejercían una influencia considerable hasta bien
entrado el siglo XV, Menéndez Pidal se veía obligado
a reconstruir penosamente toda una lírica. El gran maes¬
tro podía encontrar numerosos testimonios en las Cróni¬
cas que aludían a los cantos con que recibían las ciudades
a los reyes o caudillos triunfadores20, pero tenía que acu¬
dir a un modesto auto del siglo XVI o a Lope de Vega
para dar con un testimonio poético que corroborase la
cita cronística:
XLIV
Des cuand mío Cidiello viénid,
j tan buona albischara !,
como rayo de sol éxid
en Wadalachyara 21.
XLV
Tan viejos como los “carmina triunfaba”, o quizá
más, debieron de ser los plantos, los cantos fúnebres,
cuya difusión es tan extraordinaria, que aún hoy se pue¬
den oir entre los gallegos o los sefarditas de Tánger. Me-
néndez Pidal y J. Filgueira Valverde24 han recogido
abundantes pruebas de la existencia en los siglos me¬
dios de estos cantos, prohibidos repetidas veces por la
Iglesia española desde el Concilio de Toledo hasta el
siglo pasado. Alfonso X ordenó también que los clérigos
se retirasen de los entierros cuando “oyessen que darían
gritos o endechassen” 25. Sin embargo, Filgueira recuer¬
da a este propósito que en la muerte de San Fernando
(1252), plañe o endecha su mismo hijo Alfonso, el que
había de prohibir estas manifestaciones26. Covarrubias,
bastantes años después —1611— testimonia la existencia
XLVI
de estos plantos o endechas: “Este modo de llorar los
muertos se usaba en toda España, porque iban las mu¬
jeres detrás del cuerpo del marido, descabelladas, y las
hijas tras el de sus padres, mesándose y dando tantas
voces, que en la iglesia no dejaban hacer el oficio a los
clérigos; y así se les mandó que no fuesen. Pero hasta
que sacan el cuerpo a la calle están en casa lamentando
y se asoman a las ventanas a dar gritos cuando le llevan,
ya que no se les concede ir tras él, y dicen mil impei-
tmencias
Todo esto quiere decir que la bellísima endecha que
cantaron las damas cananas a la muerte de Guillén Pe-
raza en 1443 [n.° 7] responde también a una corriente
de poesía tradicional (de una tradición universal, por otra
parte), aunque por desgracia los plantos que conocemos
sean más literarios, quiero decir cultos, que populares,
como el Planto por la muerte de la Trotaconventos, por
ejemplo, en el que no es difícil encontrar alguna expre¬
sión de tipo tradicional:
¡ Ay, mi Trotaconventos, mi leal verdadera!
Muchos te seguían biva, ¡ muerta yases señera!
¿Do te me han levado? ¡Non sé cosa certera. ^
Nunca torna con nuevas quien anda esta carrera .
XLVII
luego a par del lecho una que debía de ser mujer del
difunto, cargada de luto, y con ella otras muchas mr-
jeres; la cual iba llorando a grandes voces y diciendo:
Marido y señor mío, ¿a dónde os me llevan? ¡A la
casa triste y desdichada, a la casa lóbrega y oscura, a la
casa donde nunca comen ni beben! ” 29.
La misma antigüedad y la misma tradición universal
acusan las fiestas primaverales, las marzas y las mayas,
de tan prolongada vida en la cultura europea. Tampoco
se han podido encontrar cancionciilas anteriores al siglo
XVI, pero su existencia es segura. Recuérdese lo que se
afirma en una estrofa del Libro de Alexandre:
XLVííí
¿Y los enamorados? Como es natural, también can-
taban, quizá más que nadie. En la breve Razón feita
d’amor, el escolar dice :
XLIX
Del siglo XIII, y aquí sí que caminamos fuera de las
reconstrucciones, se nos ha conservado una muestra de
lo que debieron de ser los cantos de veladores o centme--
las. Es el famoso cantar de vela de Berceo:
L
Cuando llegue la luna llena
iré a Santiago de Cuba,
iré a Santiago.
En un coche de aguas negras
iré a Santiago.
Cantarán los techos de palmeras»
Iré a Santiago.
LI
que menciona la de Calvi arabi ( el rrabé gritador con Ja
su alta nota: / ¡Calbi garabil va taniendo la su nota ),
cantarcillo que todavía recordarían Salinas y otros a fines
del siglo xvi36.
Tendrá que llegar el Humanismo y después el Rena¬
cimiento con su exaltación de lo Natural para que estos
cantarcillos sean admirados e imitados por los cortesanos.
Si el Marqués de Santillana calificaba de ínfimos a los
poetas “que sin ninguna regla, orden ni cuento” hacían
esos cantares, medio siglo más tarde todo el mundo los
cantaba, los glosaba y los divinizaba. Al mismo tiempo
■que se ensalzaban los refranes, se glosaban los romances
viejos e interesaban hasta los juegos de niños, la lírica
:popular y tradicional salta de los campos y de las calles
'Y se enseñorea de la Corte. Fueron los músicos de la
Corte de los Reyes Católicos los que volvieron de nuevo
los ojos hacia estas breves fórmulas poéticas. Todo pa¬
rece nacionalizarse de nuevo. El mejor conocedor de la
música española, H. Anglés, a quien debemos tanto y tan
excelente estudio, ha podido escribir al frente del Cancio-
iñero musical de Palacio estas palabras: “De la música
conservada se deduce, asimismo, que a pesar de que nues¬
tros compositores conocían el estilo de la escuela franco-
neerlandesa, prefirieron seguir con su tipismo nacional,
el cual tendía siempre al expresivismo dramático, valién¬
dose de formas musicales simplicísimas. Quizá en el gé¬
nero de la música profana la simplicidad de medios téc¬
nicos es aún más sorprendente. El repertorio que hoy
ofrecemos señala que así como el poeta pretendió ex¬
presar su pensamiento, profundamente amoroso y fina¬
mente delicado, con verso sencillo, avaro de palabras y
LII
generoso de sentimiento, así el compositor sabe encontrar
efectos de emotividad sorprendente con acordes natura¬
les, aparentemente arcaicos, que acompañan una melodía
tradicional típicamente hispánica. El sustrato popular que
rezuman tantos villancicos y romances castellanos de la
presente colección, unido a la simplicidad de formas con-
trapuntísticas, es lo que forma contraste con el repertorio
profano de la canción amorosa de las Cortes de Borgoña
y de Francia” '7.
Esta unión tan perfecta de simplicidad musical y
poética es asombrosamente perseguida por los vihuelistas;
españoles del siglo xvi, cuyas canciones son tan bellas
que, aun prescindiendo de la parte musical —lo que es
dejar la letra en sus puros huesos—, la poesía es sorpren¬
dente. Por eso afirmó en 1554 el ciego Fuenllana : “Fue'
mi intención poner la letra, porque me parece que la letra
es el ánima de cualquier compostura, pues aunque cual¬
quier obra compuesta de música sea muy buena, faltán¬
dole la letra parece que carece de verdadero espíritu” 38.
El famoso Cancionero musical de Palacio, publicado
por primera vez por F. Asenjo Barbieri39, viene a ser
para nuestra lírica tradicional lo que un Cancioneiro para
la gallego-portuguesa. Aunque muchas de sus 225 can¬
ciones profanas no sean tradicionales, sí, en cambio, se
puede demostrar la tradicionalidad de otras muchas. Pon¬
dré un solo ejemplo: el delicioso villancico
LUI
Del que podemos ofrecer todas estas notas:
a) Cinco versiones a lo divino: tres de Fray Arm
brosio Montesino 40, una de cierto anónimo autor del
Cancionero de nuestra Señora (Barcelona, 1591)41 y otra
de Santa Rosa de Lima (i586'i6i7), que dice así:
Toca la queda,
mi amor no viene,
algo tiene en el campo
que le detiene.
LIV
Si la noche hace escura
y tan corto es el camino,
¿cómo no venís, amigo?
La media noche es pasada
y el que me pena no viene;
mi desdicha lo detiene... [N-° *39]
Tañen a la queda;
mi amor no viene:
algo tiene en el campo
que le detiene.
A la queda tañen,
espadas quitan;
con su esposo cena
quien tiene dicha.
Al salir del día
mi amor no viene;
algo tiene en el campo
que le detiene.
¡ Qué mal hizo en irse
tan de mañana,
si a la media noche
venir pensaba!
Cena, esposa y cama
no me le vuelven;
algo tiene en el campo
que le detiene 43. 1^.° 2^5l
LV
f) Un recuerdo literario de Lope de Vega en La
Dorotea: Bel. “Estar triste Dorotea y no ir a los toros...,
algo tiene en el campo que le duele” 44.
g) Una seguidilla recogida por Rodríguez Marín
que todavía se canta por Andalucía y que reza así:
LVI
esas correspondencias, bien conocidas por los estudiosos),
como en este caso, por ejemplo:
LV1I
venecieron la exangüe poesía cortesana con el filtro gene-
roso de la canción popular, Gil Vicente es, sin disputa, el
mayor de todos”, según Menéndez Pelayo 47. (Por cierto
que no deja de ser curioso el que portugueses o extreme -
ños, como veremos, muestren en pleno petrarquismo una
extraordinaria afición a los villancicos castellanos, como
se ve en Sá de Miranda y más tarde en un Andrade
Caminha, Montemayor o Camoens.)
Paralelamente, el gran Cancionero general de 15 n
lanzará a los cuatro vientos toda una corriente de villan¬
cicos de tipo cortesano, algunos de los cuales obtendrán
gran éxito popular, puesto que en los pliegos sueltos figu¬
rarán, al lado de los romances o cancioncillas, numerosos
testimonios de un Sánchez de Badajoz o de un Comen¬
dador Escrivá, por ejemplo. Estos pliegos sueltos, que
dan entrada, en muchos casos, a una literatura plebeya,
apicarada o procacísima, ayudaron también a divulgar
bellísimas cancioncillas, como las que estudió Margit
Frenk Alatorre en el Cancionero de galanes 48, del que
pueden leerse en nuestra selección unos ejemplos tan deli¬
ciosos como los núms. 173-180.
Pero serán los vihuelistas y polifonistas los que en
pleno Renacimiento contribuirán con más esfuerzos, y con
más ejemplos de extraordinaria belleza, a mantener este
fervor por la cancioncilla de tipo tradicional. Hacia 1550
están en pleno vigor tres grandes corrientes poéticas: la
romancenl, la tradicional y la petrarquista. El famoso
Cancionero de romances de Amberes, los sonetos y villan¬
cicos del mejor polifonista —Juan Vásquez— y la pri¬
mera edición de Garcilaso se llevarán muy pocos años de
diferencia 49. No es extraño, pues, que veamos a Camoens
LVIII
| glosar el villancico tradicional que comienza “Irme quie-
i ro, madre, / a aquella galera", ni a Montemayor, Andra-
; de Caminha y Santa Teresa glosar o convertir a lo divino
i el conocido “Véante mis ojos" [núms. 401 y 4°7]* n* a
j San Juan de la Cruz dar saltos de gozo en una Navidad
1 cantando “Si amores me han de matar, / agora tienen lu¬
gar", y escribiendo en liras la más alta y arrebatada poe¬
sía española de todos los tiempos. Los vihuelistas y poli-
fonistas, desde Luis Milán a Esteban Daza, pasando por
el extraordinario Juan Vásquez, nos dejarán otro bellí¬
simo Corpus de canciones. Al m.smo tiempo, los drama¬
turgos —como habían hecho los de la generación ante¬
rior— continuarán la ya vieja costumbre de intercalar can-
I cioncillas en sus piezas dramáticas, como harán Lope de
Rueda y los anónimos autores de los Autos editados por
L. Rouanet. Costumbre que alcanzará su más alto grado
de expresión en el teatro de Lope de Vega.
LIX
Es la generación de 1560, tan aficionada al roman-
cero, a Garcilaso y a cantar con la vihuela o la guitarra 50r
la que llevará a sus últimas consecuencias las tres direc¬
ciones que he señalado anteriormente. En los poemas de
Góngora no ha sido difícil, ni mucho menos, el hallazgo
de ritmos y villancicos tan populares como los siguientes:
LX
otras veces son tradicionales los estribillos o villancicos
■(como en la canción del Caballero de Olmedo o la que
principia “Velador que el castillo velas”, considerada por
Covarrubias en 1611 como “vieja”'), y las glosas, lo¬
pescas ; pero en otros casos toda la canción sería tradi¬
cional, ya que ha sobrevivido en la tradición oral, como
la famosa de las “avellanicas”, recogida en Salamanca
por Torner y en la Rioja por Schindler:
LXI
del siglo XVII. Hasta los villancicos religiosos seguirán
las nuevas corrientes musicales e irán poco a poco aleján¬
dose de lo tradicional. A lo sumo conservarán alguna
expresión cercana a las fórmulas viejas, pero nada más.
Basta hojear rápidamente los ejemplos que reúne Cejador
y Frauca en sus volúmenes de La verdadera poesía caste-
llana para ver qué lejos estamos ya de un Francisco de
Ávila o de un Lope de Vega 55. A partir de la segunda
mitad del siglo XVII esta poesía quedará olvidada por los
cultos, hasta llegar al siglo XIX, en que se vuelve de
nuevo los ojos a la poesía popular.
Sin embargo, esto no quiere decir que la canción tra¬
dicional, una vez perdido el fervor cortesano, desapare¬
ciese íntegramente, puesto que en ese caso lo tradicional
sería muy escaso y no existiría. A lo sumo cabría hablar
de una moda tradicionalizante que recreó e inventó nu¬
merosas cancioncillas desde la segunda mitad del siglo XV
a la primera del siglo XVII56. Pero lo cierto es que nadie
LX1I
se ha molestado en reunir en un Corpus bien organizado
toda esa lírica y cotejarla con las canciones vivas hoy en
distintas regiones españolas. Cuando esto se ha hecho, los
resultados no dejan de ser sorprendentes. El musicólogo
Eduardo M. Tomer, en su índice de analogías... ha
demostrado —y trabajando fuera de España y lejos de
importantes fuentes de información— que muchas de
las letras que se cantaron en el siglo XVI pueden oírse
aún en distintas regiones españolas; incluso en algún
caso le ha sido posible reconstruir la letra de alguna can-
ción viejísima, conocida sólo fragmentariamente, como
ésta, por ejemplo:
Rey don Alonso,
rey mi señor,
rey de los reyes,
el emperador.
Cuatro monteros
del rey don Alonso,
cuatro monteros
mataren un oso.
Rey don Alonso,
rey mi señor,
rey de los reyes,
el emperador 58. í^-0
llanescas.)
57 Véase la nota 34.
58 Indice citado, n.° 154. (La canción procede de Hoyocasero (Avila)
y se canta en una danza.)
LX11I
meros, que, con su música correspondiente, figuran en el
famoso tratado De Música del ciego Salinas 59, el amigo
de Fray Luis de León, y los vv. 5-8, que aparecen así en
El Cortesano de Luis Milán:
Tres monteros
matan el oso,
monteros son
del rey don Alonso60.
LXIV
Uno.— No hay tal andar como andar a las dos
y veréis al hijo de Dios
que por nos salvar a nos
sangre quiso derramar.
a lo profano:
variantes :
LXV
con la misma letra64. Y debo advertir que el citado
Vocabulario permaneció inédito hasta bien entrado el
siglo actual, por lo cual no es posible pensar en una fuente
escrita.
Y del mismo modo que los romances emigraron con
los españoles, estas cancioncillas debieron de sufrir la
misma suerte. F. López de Gomara, el célebre historiador,
cuenta en su Historia de las Indias 65 que en los apuros
de Pizarro en el Perú, y cuando le abandonaban los prin-
cipales de su ejército, “cantaba Francisco de Carvajal:
LXVI
Caminad, señora, Camina, María,
si queréis caminar, si puedes andar,
que los gallos cantan, ya los gallos cantan,
cerca está el lugar. cerca está el lugar 69.
[N.° 218]
69 Obra cit., pág. 66. Todavía se canta por Castilla esta copiar
—Arrea, calesero.
—No quiero arrear.
Cuando los gallos cantan
cerca está el lugar.
LXVII
¡ Pásesme, por Dios, barquero,
de esotra parte del río;
duélete del dolor mío ! 71.
Para no aburrir al lector amontonando papeletas so-
bre este villancico, le remito a la muy erudita nota de
Margit Frenk Alatorre en su prólogo del Cancionero de
galanes 72, donde verá la sorprendente vida de esos tres
versillos y su no menos poderosa divulgación.
LXVIII
no podemos hacer otra cosa que resumir brevemente es¬
tos trabajos, que deberá siempre consultar el lector inte¬
resado en estas cuestiones.
La protagonista será siempre la doncella enamorada,
con todo el cortejo de sentimientos comunes, de confiden¬
cias a la madre ", encelada o desdeñada, que pasa las
noches en vela, como aquella que exclama :
Estas noches atan largas
para mí
no solían ser así. [N.° 46],
comenta: "A ti sola te sufriera villancico que entrara con madre, por¬
que en fin la tienes y eres tan niña; pero no a unos barbados, cuando
comienzan: ‘Madre mía, mis cabellos...’” (La Dorotea, Act. II, esc. V.)
LXIX
Ni son menos frecuentes las quejas de las niñas more'
nitas, ni las de las malcasadas, o las protestas de las que
no quieren malmaridar, como la de Gil Vicente:
Ojos morenicos,
irm’he yo a querellar
que me queredes matar. [N.° 41]
Dejadme llorar
a orillas del mar ,7.)
LXXI
Frecuentes fueron también las canciones de ‘‘moli¬
no”, con ejemplos muy graciosos y finos, y tampoco de¬
bemos olvidar la calidad lírica de algunos pregones:
Véase también HenrÍQUEZ UreÑa, ob. cit., págs. 136, 235, 298 y 300.
LXXII
Y como en la literatura española se llegan a “divini¬
zar" hasta las jácaras que cantaban las hazañas de picaros
tan ilustres como Escarramán, nada tiene de extraño que
desde el siglo XV se conviertan a lo divino numerosos
villancicos populares. Desde Álvarez Gato a Francisco
de Ávila, pasando por Santa Teresa, Horozco o Ledesma,
abundan los autores que divinizan los villancicos profa¬
nos Sü. Si la letra no se aprovechaba, servía por lo menos
el “tono”. De ahí esas indicaciones que se leen con fre¬
cuencia de: “Otras al tono de Envídrame mi madre / por
agua / a la fuente frida”; “Otra canción al tono de Si
mis amores me han dejado...” (Ni se tiene ningún temor
a utilizar el tono de canciones bastante procaces: “Otro
villancico al tono de Mi marido anda cuitado; yo juraré
que está castrado” 81.)
Pero esto no quiere decir que desde un principio no
se cultivase con independencia el villancico culto religioso
con la estructura popular o tradicional. Precisamente una
de las muestras más viejas del género, la canción para
callar al Niño, de Gómez Manrique, está escrita en forma
de zéjel:
Calladvos, Señor,
nuestro Redentor,
que vuestro dolor
durará poquito. [N.° 335]
LXXIII
Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno,
j Qué glorioso que está el heno
porque ha caído sobre él!
Bartola y su amigo
bailan el domingo;
al drongolondrán 83.
LXXIV
incumbe ahora8S. Sí, en cambio, señalar el acierto de
Romeu Figueras al agrupar y clasificar un buen número
•de estas cancioncillas. De haber extendido su estudio a
los pliegos sueltos, hubiera podido escribir un capítulo
¡ extraordinario para la historia de la poesía española. De
todas formas lo conseguido es suficiente, ya que ha des¬
lindado muy bien un campo de otro. Porque es evidente
•que una canción tabernaria y tan procaz como la que
principia “Dale si le das”, del Cancionero musical de Pü'
lacio, o la que nosotros incluimos como muestra en la
selección “Por beber, comadre, / por beber” [N.° 59] no
presenta las mismas características internas que la llama¬
da canción tradicional. Con todo, yo no me atrevería a
afirmar que no fueran creaciones como las otras y que no
se divulgasen entre medios muy cortesanos y hasta muy
religiosos (recuérdese lo dicho a propósito de ciertos “to¬
nos” procaces), puesto que Fray Ambrosio Montesino sa¬
bía muy bien la que comenzaba
-
La zorrilla con el gallo
mal han barajado 86.
LXXV
sión, de una graciosa monotonía, se remansa en continuas
repeticiones”, como en este ejemplo tan bello:
87 La primitiva poesía Urica española, ed. cit., pág. 260. Véase tam¬
bién La poética del paralelismo, de E. Asensio, incluida en Poética y
realidad en el cancionero peninsular de la Edad Media, Madrid, 1957,
págs. 75 y sigs., y J. Romeu Figueras, El cantar paralelístico en Cata¬
luña, en Anuario musical, t. IX, 19S4.
\
LXXVI
«de versos, y otro que responde, variándolo, bien con un
riguroso paralelismo, bien por el simple encadenamiento
de tomar como primer verso el último oído; proceso que
exige aptitud de improvisación, o, por lo menos, de varia¬
ción en los cantores, y que tiene su paralelo coreográfico
en el “coger puntos” de la danza. En cambio, el sistema
castellano sólo exige del coro que repita periódicamente,
sin variación alguna, el estribillo, encomendando a una
personalidad aislada su glosa” ss.
En efecto, si se observa bien la bella canción galaico-
portuguesa que hemos copiado, se notará que su parale¬
lismo obedece a un ritmo de danza. Son, en realidad,
canciones de danza llamadas bailadas encadenadas. “La
danza, pues, fue uno de los elementos más decisivos en
la formación del paralelismo verbal perfecto del cósante
culto” &9; lo que no sucedió con los villancicos, aunque
también se bailaron, como algunos que aparecen en el
célebre Llibre Vermell del siglo XIV, que contiene can¬
ciones de peregrinos y danzas religiosas en latín y en
lengua vulgar catalana 90.
Al ser el villancico la parte que el coro entonaba 91,
se comprende con facilidad que calase más hondo y ter-
LXXVII
minase por persistir aislado en la memoria popular y
que muchas veces se emancipase, de tal modo que ya
nos parezca hoy un poemita íntegro y con vida propia^
Esto es lo que sucede con los ya citados:
A la mal casada
déla Dios placer,
que la bien casada
no lo ha menester 93.
LXXVIII
Por eso afirmaba Correas: “De refranes se han fun¬
dado muchos cantares, y, al contrario, de cantares han
quedado muchos refranes, como todos son estribillos de
Villancicos y Cantarcillos viejos” ’4.
Para terminar, y para que esta introducción quede
menos incompleta, deberemos mencionar, aunque muy
brevemente, un aspecto del que todavía nada hemos di¬
cho. Me refiero a la versificación de esos villancicos, tan
bien estudiada por Henríquez Ureña en su conocida y
trabajada obra. Como estas cancioncillas obedecen a un
ritmo musical, es lógico que la acentuación no sea tan
rígida como en los casos estrictamente literarios. Hen¬
ríquez Ureña llama “versificación acentual” a “aquella
que deriva su carácter peculiar de acentos y no adop¬
ta el principio del número igual de sílabas” 95. Al ser
94 En su Arte grande, Madrid, 1903, pág. 258. En el prólogo al
Cancionero llamado “Flor de enamorados’’, Valencia, 1954, dicen A. Ro-
drÍguez-MoÑino y Daniel Devoto : “Los refranes andan por la poesía
española desde sus comienzos, tan fundidos con la lírica y con el tea¬
tro, que es posible llegar a preguntarse si no habrá mucho de verdad
en la vieja teoría de Joaquín Costa, que consideraba los refranes como
la primera manifestación de la poesía popular. Sea como fuere, el
refrán —con su viejo sentido de “estribillo”— nos lleva a considerar el
papel preponderante de la música en toda esta poesía.” (Págs. XLII-
XLIV.) Quizá, en efecto, se cantasen algunos refranes. En un ]uego
trobado por ABC que se halla en el Cancionero de Herberay (edic. de
C. V. AUBRUN, Bordeaux, 1951) termina cada letra con una canción y
un refrán. En casi todos los casos el refrán es dicho, pero en un caso
(pág. 193 b) se lee:
El refrán es de cantar
ante qu’el seso refuya
y quien quiera redarguya:
"Porfía mata venado,
que no montero cansado”.
LXX1X
poesía cantada, la dislocación acentual puede llegar has¬
ta los últimos límites, como ocurre en la famosa canción
del baile del “polvico” :
Pisaré yo el polvico,
atán menudico;
pisaré yo el polvo,
atán menudo %. [N.° 423l
A la hembra desamorada
a la delfa le sepa el agua. [N.° 278]
LXXX
Enemiga le soy, madre,
a aquel caballero yo:
mal enemiga le só. [N.° 66]
Dentro en el vergel
moriré.
Dentro en el rosal
mataren’ han. [N.° 443
LXXXI
Este esquema suele ser el más frecuente en las glosas
de tipo culto, pero abundan mucho también esquemas
muy irregulares, como estos dos:
LXXXII
cico de la glosa, puesto que conservan una entrañable
intimidad conceptual y sentimental; la glosa “es esclava
fiel del villancico”; pero anota seguidamente que estas
glosas “pueden dividirse en dos grandes grupos: i) las
que constituyen una versión ampliada del villancico, y
2) las que constituyen, frente a éste, una unidad aparte.
Lo que llamo Versión ampliada del villancico’ surge, ya
por un despliegue de éste, cuyos elementos se repiten y
amplían, uno tras otro, ya por un desarrollo que parte
por lo general del primer verso del villancico. ...Puede
hablarse, en cambio, de 'entidad aparte’ cuando se rompe
el cordón umbilical, o sea la dependencia textual. La glo^
sa puede entonces colocarse en el mismo nivel del villarn
cico y complementarlo, prolongándolo o dialogando con
él, o bien puede enfrentar al villancico una narración que
lo explique” 9S. Véanse los siguientes ejemplos:
Gentil caballero,
dédesme hora un beso,
siquiera por el daño
que me habéis hecho.
Venía el caballero,
venía de Sevilla;
en huerta de monjas
LXXXI1I
limones cogía,
y la prioresa
prendas le pedía:
siquiera por el daño
que me habéis hecho. [N.° 87]
LXXX1V
ADVERTENCIA
LXXXV
hay unas diferencias abrumadoras; diferencias que pro¬
ceden de dos distintas tradiciones: la cancioneril y la
castellana. (Esos villancicos se encontrarán en el segun¬
do volumen de esta serie.)
Hemos sido muy avaros en las anotaciones, limitán¬
donos casi exclusivamente a dar la procedencia de las
distintas canciones. Hemos preferido —dado el destino
de estos volúmenes— sacrificar notas y no textos, ya
que los Cancioneros de tipo tradicional no abundan mu¬
cho ni están muy al alcance de los lectores no especia¬
listas.
D. A. y J. M. B.
LXXXVI
POEMAS ANÓNIMOS
1
3
4
En Cañatañazor
perdió Alman$or
ell atamor.
Serranilla de la Zarzuela
Yo me iba, mi madre,
a Villa Reale:
errara yo el camino
en fuerte lugare.
Siete días anduve
que no comí pane,
cebada mi muía,
carne el gavilán.
Entre la Zarzuela
y Darazután,
alzaba los ojos
hacia do el sol sale;
viera una cabaña,
della el humo sale.
Picara mi muía,
fuime para allá;
perros del ganado
sálenme a ladrar;
vide una serrana
del bello donaire:
—“Llegaos, caballero,
vergüenza no hayades;
mi padre y mi madre
han ido al lugar.
4
mi carillo Minguillo
■es ido por pan,
ni vendrá esta noche
ni mañana a yantar;
comeréis de la leche,
mientras el queso se hace.
Haremos la cama
junto al retamal;
haremos un hijo,
llamarse ha Pascual;
o será arzobispo,
papa o cardenal,
o será porquerizo
de Villa Real.
¡ Bien, por vida mía,
debéis de burlar!"
Los COMENDADORES
¡ Los comendadores,
por mi mal os vi!
Yo vi a vosotros,
vosotros a mí.
5
Al comienzo malo
de mis amores,
convidó Fernando
los comendadores
a buenas gallinas,
capones mejores.
Púsome a la mesa
con los señores:
Jorge nunca tira
los ojos de mí.
¡ Los comendadores,
por mi mal os vi!
Los comendadores
de Calatrava
partieron de Sevilla
a hora menguada,
para la cibdad
de Córdoba la llana,
con ricos trotones
y espuelas doradas.
Lindos pajes llevan
delante de sí.
¡ Los comendadores,
por mi mal os vi!
6
vieron sus amores
a una ventana i
a doña Beatriz
con su criada.
Tan amarga vista
fuera para sí.
| Los comendadores,
por mi mal os vi!
Desqu’ellos oyeron
aquella nueva,
la respuesta dieron
d’esta manera :
—“Idos, madre mía,
en hora buena;
que la noche es larga
y placentera:
cenaremos temprano,
iremos dormir.”
¡ Los comendadores,
por mi mal os vi!
7
y los cuatro gozan
de gustos sin fin.
¡ Los comendadores,
por mi mal os vi!
Y luego en entrando
solo a una cuadra,
vido con sus ojos
su afrenta clara.
Pasó el pecho a Jorge
de una estocada,
y a Beatriz la mano
dejóla cortada,
y luego furioso
se salió de allí.
8
] Los comendadores,
por mi mal os vi!
Habló el hermano :
—“Aquí me tenéis;
mi señor Hernando,
vos no me matéis;
a mi hermano Jorge
ya muerto le habéis.
La suya os perdono,
si dejáis a mí.”
¡ Los comendadores,
por mi mal os vi!
Dijo la cuitada
con gran recelo:
—“Vos, amores míos,
tenedme duelo,
pues ya veis mi mano
per ese suelo.”
La triste, tendida
sobre su velo,
bien junta con Jorge,
degollóla allí.
¡ Los comendadores,
por mi mal os vi!
9
que Fernando, dicen,
el qu’es Veinticuatro,
había muerto a Jorge
y a su hermano,
y a la sin ventura
doña Beatriz.
¡ Los comendadores,
por mi mal os vi!
10
10
Esto de su miedo la noche despierta,
de día no oso ponerme a la puerta;
así que, mesquina, viviendo, soy muerta
y no soterrada.
11
Desfecha
Si d’ésta escapo
sabré qué contar;
non partiré dell’aldea
mientras viere nevar.
11
12
Ojos de la mi señora,
¿y vos, qué habedes?:
¿por qué vos abaxades
cuando me veedes?
13
14
12
A los quince ¿qué fará?
Esto notar se debrá
por quien la praticará:
non es de maravillar.
15
La ira de Dios
agora me levase,
porque non pasase
tal vida por ves.
De tanto deseo,
e tal soledat,
que, ¡pardiós!, yo creo
morir en verdat,
16
17
18
¡ HagÁdesme, hagádesme
monumento d’amores, eh!
13
19
20
21
14
aunque envíe mensajeros,
otra cosa no diré:
creceré y dárselos he.
22
Levantéme, oh madre,
mañanica frida,
fui a cortar la rosa,
[la rosa] florida.
Malo es de guardar.
Levantéme, oh madre,
mañanica clara,
fui cortar la rosa,
la rosa granada.
Malo es de guardar.
Viñadero malo
prenda me pedía;
dile yo un cordone,
dile yo mi cinta.
Malo es de guardar.
15
Viñadero malo
prenda me demanda,
dile yo un [cordone,
dile yo una banda.
Malo es de guardar.]
23
Pingúele, respinguete,
j qué buen San Juan es éste!
Fuese mi marido
a Seo del Arzobispo;
dejárame un fijo
y fallóme cinco,
j Qué buen San Juan es éste!
Dejárame un fijo
y fallóme cinco;
dos hube en el Carmen
y dos en San Francisco,
j Qué buen San Juan es éste!
24
16
25
26
27
17
Minno amor tan lozano»
firiós’ vuestro velado;
venno a ver cómo vos vay.
28
El galán y la galana
ambos vuelven ell agua clara,
mano a mano.
29
30
18
31
32
33
34
19
35
al campo de flores
iban a dormir.
Mal penan a mí.
36
Si lo dicen, digan,
alma mía,
si lo dicen, digan.
37
20
33
39
40
Madre, la mi madre,
el mi lindo amigo
moricos de allende
lo llevan cativo;
cadenas de oro,
candado morisco.
¡ Ay, que non era,
mas ay, que non hay
quien de mi pena se duela!
21
41
Ojos morenicos,
irm’he yo a querellar
que me queredes matar.
Quejarm’he de mí
que ansí me vencí,
que desque os vi
me aquejó el pesar
que me queredes matar.
42
22
No daré causa que muera
por tener fe tan entera;
mas todo ío que él espera
acabará
con tanta mala vida como ha.
43
No puedo apartarme
de los amores, madre,
no puedo apartarme.
44
DENTRO en el vergel
moriré.
Dentro en el rosal
matarm’ han.
Yo m’iba, mi madre,
las rosas coger;
hallé mis amores
dentro en el vergel.
Dentro en el rosal
matarm’ han.
45
23
Prendióme el merino,
tráeme mal herido:
niña, y atendedme.
Prendióme el Jurado,
hame lastimado:
niña, y atendedme.
46
47
Allá se me pusiese
do mis amores viese,
antes que me muriese
con este dolor.
Allá se me aballase
do mi amor topase,
antes que me finase
con este rencor.
24
48
Señora de nn vida,
¿por qué sois desconocida?
Só mozo.
Y aborriste de vencida,
y mi muerte ya es venida;
y soy mozo.
Señora, la mi señora,
que mi fe siempre os adora.
Soy mozo.
Y no viéndo’s cada hora
mi vida se empeora.
Soy mozo.
Y la tristeza en mí mora,
porque sois peor que mora.
Só mozo.
49
25
50
51
Rodrigo Martínez
a las ánsares, ¡ahé!,
pensando qu’eran vacas
silbábalas : ¡ He!
Rodrigo Martínez,
atán garrido,
los tus ansarinos
liévalos el río, ¡ ahé!
Pensando qu’eran vacas
silbábalas : ¡ He !
Rodrigo Martínez,
atán lozano,
los tus ansarinos
liévalos el vado, ¡ahé!
Pensando qu’eran vacas
silbábalas : ¡ He !
52
26
53
Yo me iba, mi madre,
a la romería;
por ir más devota
fui sin compañía...
So ell encina.
Halléme perdida
en una montiña;
echéme a dormir
al pie dell encina...
So ell enema.
A la media noche
recordé, mezquina;
halléme en los brazos
del que más quería,
so ell encina.
Pesóme, cuitada,
de que amanecía,
porque yo gozaba
del que más quería
so ell encina.
54
Sol sol gi gi A B C,
enamoradico vengo
de la sol fa mi re.
27
Iba a ver, mi madre,
a quien mucho amé,
íbame cantando
lo que os diré :
Sol sol gi gi A B C,
enamoradico vengo
de la sol fa mi re.
55
28
“Madre, ¿para qué nací
tan garrida,
para tener esta vida?
56
57
29
Estando así dudando
por ver si recordaría,
dijo: —“Ya estoy descansando,
“dejadme, señora mía”.
Bien velaba aunque dormía,
pues me oyó.
¿Si le recordaré yo?
58
59
30
60
61
PASÉ1SME ahora allá, serrana,
que no muera yo en esta montaña.
62
Perdí la mi rueca
y el huso non fallo;
si vistes al[lá]
al tortero andar.
Perdí la mi rueca
llena de lino,
hallé una bota
llena de vino;
si vistes al[lá]
al tortero andar.
Perdí la mi rueca
llena d’estopa;
de vino fallara
llena una bota;
si vistes al[lá]
al tortero andar.
Hinqué mis rodillas,
dile un besillo,
bebí un azumbre
31
más un cuartillo;
si vistes al[lá]
al tortero andar.
Vino mi marido
y diome en la toca.
¡ Ay de mí, mezquina,
y cómo estoy loca!
Si vistes al[lá]
al tortero andar.
Caíme muerta,
ardióse el estepa,
vino mi marido,
[diome so la ropa.
Si vistes al[lá]
al tortero andar.]
63
64
65
El mi corazón, madre,
robado me le hane.
32
Dos ojos vinieron
y en mi alma llamaron,
los mios los abrieron
y allá los entraron:
señores se alzaron
del corazón, madre;
robado me le hane.
66
67
33
/
yo no puedo, ni podrán,
aunque más me lo entenderán.
68
69
34
”cata qu’en el monte hiela,
”qu’en el monte hiela”—.
70
Corazón, yo te despido
de cuanto bien te he quesido;
pésame el que te he servido,
y más del que serviría.
Corazón, sigue tu vía,
que yo seguiré la mía.
Corazón desmesurado,
contra mí te has rebelado;
anda, ve desatinado.
35
busca otra compañía.
Corazón, sigue tu vía,
que yo seguiré la mía.
71
72
Endechas
Parióme mi madre
una noche escura.
36
cubrióme de luto,
faltóme ventura.
Cuando yo nascí,
era hora menguada,
ni perro se oía,
ni gallo cantaba.
Ni gallo cantaba,
ni perro se oía,
sino mi ventura
que me maldecía.
Apartaos de mí,
bien afortunados,
que de sólo verme
seréis desdichados.
Dixeron mis hados,
cuando fui nascido,
si damas amase
fuese aborrecido.
Fui engendrado
en signo nocturno,
remaba Saturno
en curso menguado.
Mi lecho y la cuna
es la dura tierra;
crióme una perra,
mujer no, ninguna.
Muriendo, mi madre,
con voz de tristura,
púsome por nombre
hijo sin ventura.
Cupido enojado
con sus sofraganos
el arco en las manos
me tiene encarado.
Sobróme l’amor
de vuestra hermosura,
sobróme el dolor,
faltóme ventura.
37
73
Daqueste partir
sin duda procede,
partiendo, morir;
la vida bien puede,
mas no que no quede
con voz el querer:
que no puede ser.
Perder yo la vida
podrá ser, por cierto,
mas si sois servida
contatme por muerto;
mas no ser incierto
de vuestro querer:
que no puede ser.
74
38
De mujeres sois la flor,
de los amores Tamor,
de las primores primor,
que todos dolores sana.
¿Quién os hizo tan galana?
75
39
—Mas maldita sea la hembra
que de los hombres se fía,
porque aquella es engañada
la que en palabras confía.
De velar venía.
76
77
78
40
no descubra el día
los nuestros placeres
Cata que los gallos,
según me parece,
dicen que amanece.
79
Ojuelos graciosos,
que os estáis riendo
del que está muriendo.
80
Lleva un pastorcico
cubierto el cuidado
de muy enamorado.
81
EnviÁRAME mi madre
por agua a la fuente fría:
vengo del amor herida.
41
Dejo el cántaro quebrado,
vengo sin agua corrida;
mi libertad es perdida
y el corazón cativado.
[ Ay, qué caro me ha costado
del agua de la fuente fría,
pues de amores vengo herida!
82
83
Cuatro monteros
del rey don Alonso,
cuatro monteros
mataron un oso.
Rey don Alonso,
rey mi señor,
rey de los reyes,
el emperador.
42
84
Si tantos halcones
la garza combaten,
por Dios que la maten.
La garza se queja
de ver su ventura
que nunca la deja
gozar del altura;
con gozo y tristura
así la combaten :
por Dios que la maten.
85
Y LA mi cinta dorada,
¿por qué me la tomó
quien no me la dio?
86
87
Gentil caballero,
dédesme hora un beso,
43
siquiera por el daño
que me habéis hecho.
Venía el caballero,
venía de Sevilla;
en huerta de monjas
limones cogía,
y la prioresa
prendas le pedía :
siquiera por el daño
que me habéis hecho.
88
Isabel, Isabel,
perdiste la tu faja;
héla por do va
nadando per el agua.
¡Isabel, la tan garrida!...
89
No sé qué me bulle
en el calcañar,
que no puedo andar.
Yéndcme y viniendo
a las mis vacas,
no sé qué me bulle
entre las faldas,
que no puedo andar.
No sé qué me bulle
en el calcañar,
que no puedo andar.
90
No me habléis, conde,
d’amor en la calle:
44
cata que os dirá mal,
conde, la mi madre.
91
92
Viniendo de romería
encontré a mi buen amor;
pidiérame tres besicos.
luego perdí la color.
Dicen a mí que lo he de amor.
Perdida traigo la color,
todos me dicen que lo he de amor.
93
45
¡ Ay, que era casado!
J Mal me ha mentido !
Digas, marinero
del cuerpo garrido,
¿en cuál de aquellas naves
pasa Fernandico?
[ Ay, que era casado!
J Mal me ha mentido !
Puse mis amores
en Fernandico.
¡ Ay, que era casado!
¡Mal me ha mentido!
94
95
46
serranica de Aragón,
el alma y el corazón.
96
97
98
47
99
100
101
102
48
cuando la niña y el caballero
ambos se iban a bañar!
Que me dirán mal,
caballero, queráisme dejar,
que me dirán mal.
103
Ojos morenos,
¿cuándo nos veremos?
Ojos morenos,
de bonica color,
seis tan graciosos,
que matáis de amor.
De amor, morenos,
¿cuándo nos veremos?
104
Si el pastorcico es nuevo
y anda enamorado,
si se descuida y duerme,
¿quién guardará el ganado?
—Digas, el pastorcico,
galán y tan pulido,
¿cuyas eran las vacas
que pastan par del río?—
—Vuestras son, mi señera,
y mío es el suspiro.—
Si se descuida y duerme,
¿quién guardará el ganado?
105
49
— ¡ Si pluguiese a Dios del cielo
y a su madre, Santa María,
que no fueses tú mi hijo,
porque yo fuese tu amiga! —
Esto dijo y lo maldijo
la mala madre al buen hijo.
Por amores lo maldijo
la mala madre al buen hijo.
106
107
50
108
109
110
LINDOS ojos habéis, señora,
de los que se usaban agora.
111
De las dos hermanas, dose,
válame la gala de la menore.
51
La mencr es más galana,
más hermosa y más lozana;
a quien quiere, mata y sana :
válame la gala de la menore.
De las dos hermanas, dose,
válame la gala de la menore.
112
Caballero aventurero,
salga la luna por entero,
salga la luna, y vámonos luego.
Salga la luna, el caballero,
salga la luna, y vámonos luego.
113
— ¡ Ah, hermosa,
abríme, cara de rosa!
52
114
115
—Deja ya tu soledad,
pastor chapado,
pastor garrido.
—¿Cómo la podré dejar?
Que estoy llagado,
que estoy herido.
—Deja ya tu soledad,
que vives desesperado.
—Antes vivo descansado
y en ella quejo mi queja.
—Pues deja tanto llorar,
no pierdas tu buen sentido.
—¿Cómo lo podré dejar?
Que estoy llagado,
que estoy herido.
116
—Cobarde caballero,
¿de quién habedes miedo?
53
que tenéis otro amigo.
—¿Y deso habedes miedo?
Cobarde caballero,
¿de quién habedes miedo?
117
118
119
Su lunar en su mejilla
lindo es a maravilla:
creo qu’en toda la villa
54
no hay más linda labradora.
¡ Matadora!
120
LlamÁisme villana;
yo no lo soy.
Casóme mi padre
con un caballero;
a cada palabra
“Hija de un pechero”.
Yo no lo soy.
Llamáisme villana;
yo no lo soy.
121
122
No me firáis, madre,
yo os lo diré:
mal d’amores he.
Madre, un caballero
de casa del rey,
siendo yo muy niña,
pidióme la fe;
dísela yo, madre,
55
no lo negaré.
Mal d’amcres he.
No me firáis, madre,
yo os lo diré:
mal d’amores he.
123
Caballero de mesura,
¿do venís la noche escura?
¿De dónde venís- amores?
Bien sé yo de dónde.
124
125
Que no me desnudéis,
ameres de mi vida;
que no me desnudéis,
que yo me iré en camisa.
Entrastes, mi señora,
en el huerto ajeno,
cogistes tres pericas
del peral del medio,
dejaredes la prenda
d’amor verdadero.
Que no me desnudéis,
que yo me iré en camisa.
126
127
128
57
129
130
131
58
132
133
134
Vos me matastes,
niña en cabello,
vos me habéis muerto.
Riberas de un río
vi moza virgo.
Niña en cabello,
vos me habéis muerto.
Niña en cabello,
vos me matastes,
vos me habéis muerto.
135
59
Manda pregonar el rey
por Granada y por Sevilla
que todo hombre enamorado
que se case con su amiga:
qu’el amor me quita el sueño.
136
137
138
60
Las flores que han nascido
del tiempo que os he servido,
derribólas vuestro olvido
y disfavores.
Que todos se pasan en flores,
mis amores.
139
140
BesÁme y abrazóme,
marido mío,
y daros he’n la mañana
camisón limpio.
141
61
Alta estaba la peña,
riberas del río;
nace la malva en ella,
y el trébol florido.
142
143
144
62
145
146
Soy serranica,
y vengo d’Extremadura.
¡ Si me valerá ventura !
Soy lastimada,
en fuego d’amor me quemo i
soy desamada,
triste de lo que temo;
en frío quemo,
y quémome sin mesura.
¡ Si me valerá ventura!
147
148
Falalalanlera,
de la guarda riera.
63
Cuando yo me vengo
de guardar ganado,
todos me lo dicen:
“Pedro el desposado”.
A la he, sí soy
con la hija de nostramo;
qu’ esta sortijuela
ella me la diera.
Falalalanlera,
de la guarda riera.
Viene la cuaresma,
yo no como nada:
ni como sardina,
ni cosa salada;
de cuanto yo quiero
no se hace nada;
migas con aceite
hácenme dentera.
Falalalanlera,
de la guarda riera.
149
Yo me soy la mcrenica,
yo me soy la morena.
64
Soy la sin espina rosa,
que Salomón canta y glosa :
nigra sum sed formosa,
y por mí se cantará.
150
151
152
65
153
Libérame Domine
a labiis iniquis
et a lingua dolosa erue me.
¡ Lenguas malas!
Corten espadas afiladas
lenguas malas.
154
66
155
156
Zagaleja de lo verde,
graciosica en el mirar,
quédate adiós, vida mía,
que me voy deste lugar.
Zagaleja de lo verde,
graciosica en el mirar,
quédate adiós, vida mía,
que me voy deste lugar.
157
67
De aquel ciruelo te dije,
no se te olvide.
158
Viuda enamorada,
gentil amigo tenéis:
por Dios, no le maltratéis.
159
De iglesia en iglesia
me quiero yo andar
por no malmaridar.
160
68
161
69
162
No quiero ni estimo
ser favorecido;
de amores me eximo,
qu’es tiempo perdido
servir a Cupido
en Ingalaterra,
pues otros mejores
tengo yo en mi tierra.
163
70
El último día
quedastes muy tristes,
y os humedecistes
en ver que partía
con el agonía
de tantos pesares.
Cuando te acostares
y cuando recuerdes,
¡ ay, hagan los cielos
que de mí te acuerdes!
Tengo confianza
de mis verdes ojos,
que de mis enojos
parte les alcanza.
Ojos de esperanza
y de buen agüero,
por quien amo y quiero
los colores verdes:
¡ ay, hagan los cielos
que de mí te acuerdes!
Un solo momento
jamás vivir supe,
sin que en ti se ocupe
todo el pensamiento.
Mis ojos, si miento,
Dios me dé el castigo,
y si verdad digo,
mis ojuelos verdes,
¡ ay, hagan los cielos
que de mí te acuerdes!
71
164
Besábale y enamorábale
la doncella al villanchón;
besábale y enamorábale,
y él metido en un rincón.
165
Críeme en aldea,
híceme morena:
si en villa me criara,
más bonica fuera.
166
Salteóme la serrana
junto a par de la cabaña.
167
168
169
Lo que demanda
el romero, madre,
lo que demanda
no se lo dan.
72
170
171
172
173
EnojÁsteos, señora,
mucho más os quiero agora.
Enojásteos, señora,
cuando mi pena os decía;
mucho más os quiero agora
que a mi alma y a mi vida;
ni a mi vida, ¡ señora!
Mucho más os quiero agora.
Enojásteos, señora,
cuando mi pena os mostraba;
mucho más os quiero agora
que a mi vida ni a mi alma;
ni a mi alma, ¡ señora!
Mucho más os quiero agora.
174
73
Mis ojuelos, madre,
tanto son de claros,
cada vez que los alzo
merescen ducados,
ducados, mi madre:
valen una ciudade.
175
176
74
Mis amores los de antes
no me salieron leales,
sino falsos y con maldades,
que yo quiérolos olvidar.
177
178
Aunque me vedes
morenica en el agua,
no seré yo fraila.
75
179
180
A mi puerta la garrida
nasce una fonte frida
donde lavo la mi camisa
y la de aquel que yo más quería.
¿Por dó sabré que no me moje?
181
Montaña hermosa,
alegre y muy leda,
la tu arboleda
cómo es deleitosa.
182
184
185
186
187
77
una amorosa cadena.
Vamos a coger verbena,
poleo con hierbabuena.
188
Ya no me porné guirnalda
la mañana de San Juan,
pues mis amores se van.
Ya no me pomé jazmines,
ni guirnalda de azucena;
pornéme crecida pena
por los bosques y jardines.
Aquestos serán mis fines,
como las gentes verán,
pues mis amores se van.
189
No paséis, el caballero,
tantas veces por aquí;
si no, bajaré mis ojos,
juraré que nunca os vi.
78
Tengo el marido celoso,
suegra y cuñados conmigo,
sabe Dios, y es buen testigo,
que aun pensar en vos no oso.
Sed vos con esto medroso,
si bien me queréis a mí;
si no, con bajar mis ojos,
juraré que nunca os vi.
190
191
Ante me beséis
que me destoquéis;
que me tocó mi tía.
79
192
193
Perricos de mi señora,
no me mcrdades agora.
194
195
196
197
80
198
199
200
En esta ribera
hay lindos pradales,
son las aguas frías
y muy especiales,
las hierbas son sanas
a los animales,
y el ganado puede
hartarse a do quiera.
201
VENGÁIS norabuena,
duque mi señor,
pues venís vencedor.
202
81
203
Teresilla hermana,
de la farira rira,
hermana Teresa.
Periquillo hermano,
de la fariri runfo,
hermano Penco.
204
] A la gala de la panadera,
a la gala della,
a la gala della
y del pan que lleva!
205
Llueve menudico
y hace la noche escura:
el pastcrcillo es nuevo,
non iré segura.
206
207
De la raíz de Jesé
este lindo rosal fue;
la rosa que producié
no hay segundo que la cuadre.
83
para sacar de prisión
a nuestra primera madre.
[Bajo de la peña nace
ia rosa que no quema el aire.]
208
Pensóse el villano
que me adormecía;
tomó espada en mano,
fuese a andar por villa.
Pensóse el villano
que me adormilaba;
tomó espada en mano,
fuese a andar por plaza.
209
84
210
El amor de la doncella
que fuera discreta y bella,
para el que gozare della
será gustoso, aunque tardo.
¡ Ay, Dios, quién hincase un dardo
en aquel venadico pardo!
El amor de la casada
me satisface y agrada,
porque como está encerrada
ni la celo ni la guardo.
¡ Ay, Dios, quién hincase un dardo
en aquel venadico pardo!
El amor de la viuda
por mi casa y puerta acuda,
que no hay peligro ni duda,
si la pica sólo un cardo.
¡ Ay, Dios, quién hincase un dardo
en aquel venadico pardo!
El amor de la beata
es apacible y no mata,
que no pide oro ni plata,
mas secreto y paño pardo.
¡ Ay, Dios, quién hincase un dardo
en aquel venadico pardo!
El amor de la soltera
lo trocaré por cualquiera,
aunque vuestro dolor fuera
más que Narciso gallardo.
85
¡ Ay, Dios, quién hincase un dardo
en aquel venadico pardo!
211
Miraba la mar
la mal casada,
que miraba la mar
cómo es ancha y larga.
Descuidos ajenos
y propios gemidos
tienen sus sentidos
de pesares llenos.
Con ojos serenos
la mal casada,
que miraba la mar
cómo es ancha y larga.
212
86
213
214
— ¡ Señora la de Galgueros,
salga y baile!
—Que, i por vida de Galguericos!,
que tal no baile.
— ¡Señora la de Galgueros,
cuerpo garrido,
salga a la plaza y baile
con su marido!
— ¡Que, ¡por vida de Galguericos!,
que tal no baile.
215
216
87
217
218
Caminad, señora,
si queréis caminar,
que los gallos cantan,
cerca está el lugar.
Caminad alegre,
no dejéis de andar,
que en la diligencia
la ventura está;
caminad aprisa
para negociar,
que los gallos cantan,
cerca está el lugar.
219
Corrido va el abad
por el cañaveral.
El abad de Oriejo,
viendo que aparejo
tiene la de Alejo
88
para oír su mal
por el cañaveral,
Ella se lo oía
y le respondía
que le curaría
su llaga mortal
por el cañaveral.
Él que se lanzaba
y Alejo que entraba,
que entonces llegaba
de su higueral
por el cañaveral.
[Corrido va el abad
por el cañaveral.]
220
89
les hace regalo y fiesta;
de tal suerte los molesta
que, cogidos al desgaire,
dos a dos me los lleva el aire.
221
222
Recordad, mis ojuelos verdes,
que a la mañana dormiredes.
Recordad al dolorido
que, después que a vos vido,
de amor está herido:
que a la mañana dormiredes.
223
90
Vaisos vos a Ingalaterra,
quedóme yo en Aragón;
lleváis vos mi corazón,
conmigo queda la pena.
¡ Oh, qué tristeza es ésta !
En verme de vos partir,
quedo yo para morir.
224
Salen de Sevilla
barquetes nuevos,
de una verde haya
llevan los remos.
225
226
Preso me lo llevan
a mi lindo amor,
91
12
por enamorado,
que no por traidor.
Preso me lo llevan,
la causa no sé:
digan lo que debe,
que yo lo pagaré.
227
228
229
92
si tienes suegra celosa,
en la boda se te muera;
y tu saya dominguera
no se coma la polilla,
casadilla.
230
231
A
No me los ame nadie
a los mis amores, ¡ eh N
no me los ame nadie,
que yo me los amaré.
232
233
234
No me mires, moreno,
cuando te miro,
que se encuentran las almas
en el camino.
93
235
La que me robó mi fe
sin tocarme en el vestido,
la morena morenica ha sido,
la morená morenica fue.
236
94
237
238
239
95
Fue a Barajas Gil llamado
de las mozas del lugar,
porque dicen qu’en bailar
es hombre muy afamado.
Gran contento ha dado Gil
a las mozas de Barajas.
240
Casóme, Pascuala,
voluntad ajena,
en hora tan mala
y con tanta pena,
que tenelia buena
ni espero m es justo
forzarme el gusto
triste casamiento.
No le dé Dios a nadie
tan gran tormento.
De celos me abrasa
sin darle ocasión;
no sale de casa
fingiendo afición.
Mis regalos son
lágrimas, porfías;
las noches son días
deste sufrimiento.
No le dé Dios a nadie
tan gran tormento.
241
La del abanillo
calor tiene, madre.
96
Aire, Dios, y aire,
y podrá sufrillo.
El pecho se abrasa,
que es de amor el centro,
por fuera y por dentro
se quema la casa;
pensaba encubrillo,
échalo en donaire.
Aire, Dios, y aire,
y podrá sufrillo.
Su mismo remedio
dobla en padescer,
aire para ver
suele ser buen medio;
manto de soplillo
la congoja, madre.
Aire, Dios, y aire,
y podrá sufrillo.
242
Por un pajecillo
del corregidor
peiné yo, mi madre,
mis cabellos hoy.
Por un pajecillo
de los que más quiero
me puse camisa
labrada de negro,
y peiné, mi madre,
97
mis cabellos hoy,
por un pajecillo
del corregidor.
243
Soledad me guía,
llévanme desdenes
tras perdidos bienes
que gozar solía.
Con tan triste compañía,
¿cómo iré, cómo iré?
¡Ay, Dios!, ¿si me perderé?
Deslúmbranme antojos,
que apenas diviso
la tierra que piso
qu’es mar de mis ojos,
a buscar voy los despojos
de mi fe.
¡ Ay, Dios!, ¿si me perderé?
244
98
pero sábelo mi Dios
por cuál de los dos lo hace:
y si a vos os satisface,
a mí me sabe mejor,
y sois moledor.
Y en cuanto a mi libertad,
tenéis noble condición,
metéisme en conversación
de gente de calidad;
y, por vuestra habilidad,
vendréis a ser gran señor,
y sois moledor.
245
VENTECICO murmurador,
que lo gozas y andas todo,
hazme el son con las hojas del olmo,
mientras duerme mi lindo amor.
99
fresco, manso y bullidor
que lo gozas y andas todo,
hazme el son con las hojas del olmo,
mientras duerme mi lindo amor.
246
247
248
Resplandece el día,
crecen los amores,
y en los amadores
aumenta alegría.
¡ Alegría galana!
¿Cuándo saldréis, el alba?
100
249
250
251
A Salamanca, el escolarillo,
a Salamanca irás.
Irás a do no te vean,
ni te escuchen ni te crean,
pues a las que te desean
tan ingrato pago das.
A Salamanca, el escolarillo,
a Salamanca irás.
252
101
¿Yo qué la hago, yo qué la hice,
que de mí tanto mal dice?
253
254
255
102
que a espada y rodela
a forneira sal:
viva Portugal
y morra Castella.
256
En la cumbre, madre,
tal aire me dio,
que el amor que tenía
aire se volvió.
Quísolo mi suerte,
fragua de mis males,
que con ansias tales
llegase a la muerte;
mas un aire fuerte
así me tocó,
que el amor que tenía
aire se volvió.
257
Pensamientos me quitan
el sueño, madre.
103
desvelada me dejan,
vuelan y vanse.
Tristes pensamientos
de alegres memorias,
con escuras glorias
y claros tormentos,
vienen por momentos
a verme, madre;
desvelada me dejan,
vuelan y vanse.
Dichoso el sentido
que, desengañado,
despierta el cuidado
del pecho ofendido.
¡ Ay, que me han vencido
desdichas, madre!
Desvelada me dejan,
vuelan y vanse.
258
104
—Dime, Blas, ¿por qué camino
moveré de Gila el pecho?
—-Tárrega, si fueres hecho,
cual Júpiter, de oro fino.
—¿No ves que Amor es divino
y dádivas no querrá?
—Tárrega, por aquí van a Málaga;
Tárrega, por aquí van allá.
105
259
Hacen en el puerto
son apacible
aires de la mar
serenos y humildes.
260
Recordedes, niña,
con el albore,
oiredes el canto
del ruiseñore.
106
salí al balcone,
oiredes el canto
del rmseñore.
261
Es delicada la artesa
y las varillas y todo,
y aunque yo más lo acomodo
se caen los pies de la mesa.
Déjeme, que estoy de priesa,
y el agua tengo en el fuego,
y si no le acudo luego
se verterá por mi fe.
Déjeme cerner la harina;
no porfíe, dejemé,
que le enharinaré,
107
13 ■■
Deje que vacie el salvado
para volver a cerner;
no sea tan porfiado;
vaya, busque las de estrado,
las de garvín y copete,
que yo buscaré un bonete
y con él me entenderé.
Déjeme cerner mi harina;
no porfíe, dejemé,
que le enharinaré.
262
263
Cuando me miraban
unos ojos bellos,
mis rubios cabellos
peinados andaban;
vi que los burlaban
los traidores ojos;
por darles enojos,
venderlos quisiera.
108
Como no están peinados,
no hay quien los quiera.
Un mal caballero
rondó esta ventana;
anduve galana
todo un año entero.
Mudóse ligero;
yo, como le amaba,
mis cabellos daba
a quien más me diera.
Como no están peinados,
no hay quien los quiera.
Daba en alaballos
cuando me quería,
y yo, madre mía,
daba en acaballos;
sentí despreciallos,
descuidóme dellos.
¿Quién vio mis cabellos
que tal creyera?
Como no están peinados,
no hay quien los quiera.
264
265
266
109
267
268
EnviÁRAME mi madre
al baile, libre de amor :
cautivástesme vos, señor.
269
110
quebradas son las puentes,
mandadlas adobare.
—No tenemos dineros.
—Nosotros los daremos.
—¿De qué son los dineros?
—De cáscaras de huevos.
—¿En qué los contaremos?
—En tablas y tableros.
—¿Qué nos daréis en precio?
—Un amor verdadero.
270
Falsa me es la segaderuela,
falsa me es y llena de mal;
falsa me es la segaderuela,
falsa me es y llena de mal.
La segaderuela ingrata
que con celos fieros mata
y mil tormentos me da,
falsa me es la segaderuela,
falsa me es y llena de mal.
271
AlabÁsteisos, caballero,
gentilhombre aragonés:
no os alabaréis otra vez.
Alabásteisos en Sevilla
que teníades linda amiga,
gentilhombre aragonés :
no os alabaréis otra vez.
272
111
-—Que meted la ropa,
bella española.
—Que entrad, el extranjero,
de allende el mare.
— ¡ Aymé, que soy loco
y esta banda gane!
— ¡Ay, Dios, qué donaire
del extranjero,
que todo es vuestro!
273
274
275
En la cumbre, madre,
canta el ruiseñor;
si él de amores canta,
yo lloro de amor.
276
112
277
278
A LA hembra desamorada
a la delfa le sepa el agua.
279
280
281
ChapirÓn de la reina,
chapirón del rey.
Mozas de Toledo,
ya se parte el rey,
quedaréis preñadas,
no sabréis de quién.
Chapirón de la reina,
chapirón del rey.
282
113
283
284
285
Tañen a la queda,
mi amor no viene:
algo tiene en el campo
que le detiene.
A la queda tañen,
espadas quitan;
con su esposo cena
quien tiene dicha.
Al salir del día
mi amor no viene;
algo tiene en el campo
que le detiene.
¡ Qué mal hizo en irse
tan de mañana,
si a la media noche
venir pensaba!
Cena, esposa y cama
no me le vuelven:
algo tiene en el campo
que le detiene.
286
La niña no duerme
de amores, madre;
114
dalde sueño» airecillos,
porque descanse,
y responden los ecos
de Manzanares:
“Muera la niña,
pues matar sabe".
287
115
¡ Háganme, si muriere,
la mortaja azul!
288
PuÑALITOS dorados
son mis dos luces,
que los meto en el alma
hasta las cruces.
289
290
116
Si queréis, salid cuando el alba
a alumbrarnos salga,
que si mi esperanza
el sí vuestro alcanza,
por mostrar mi fe,
el sol cubriré
con una enramada
de gran perfición.
Si queréis que os enrame la puerta,
vuestros amores míos son.
117
Si queréis, pondré mirabeles
y lindos claveles,
la haya frondosa,
la palma vistosa,
el cidro cruel,
el sacro laurel,
que siempre conserva
la verde color.
Si queréis que os enrame la puerta,
vida mía de mi corazón,
si queréis que os enrame la puerta,
vuestros amores míos son.
291
Un cierzo indignado,
a vueltas del sol,
cualquier arrebol
dejan eclipsado;
ellos y el cuidado
que mi muerte ordena:
con el aire de la sierra *
híceme morena.
Si blanca nací
y volví morena,
luto es de la pena
del bien que perdí,
que sufriendo aquí
rigores de ausencia,
con el aire de la sierra
híceme morena.
292
118
293
Besóme el colmenero,
y a la miel me supo el beso.
294
Campanillas de Toledo,
óigoos y no vos veo.
295
Casar chiquitos
y andar rotitos
y henchir la casa
de bordoneritos.
296
297
¡ Cuitada de la mora,
en el su moral tan sola!
298
299
Estábame yo en mi estudio
estudiando la lición.
119
y acordéme de mis amores:
no podía estudiar, non.
300
301
302
303
Levantóse un viento
de la mar salada
y diome en la cara.
Levantóse un viento
que de la mar salía
y alzóme la falda
de mi camisa.
304
Mírame, Miguel,
cómo estoy bonitica:
saya de buriel,
camisa de estopica.
305
120
306
307
PANDERO, el mi pandero,
¿quién os tañerá si yo muero?
308
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310
311
312
313
Envíame mi madre
por agua, sola:
mirad a qué hora.
121
314
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316
317
318
319
122
DE DIVERSOS AUTORES
GONZALO DE BERCEO
Cantiga
320
125
noaduchos mescladizos.
¡ Eya, velar!
Vuestra lengua sin recabdo,
¡ eya, velar!,
por mal cabo vos ha echado.
¡ Eya, velar!
Non sabedes tanto de engaño,
¡ eya, velar !,
que saigades ende este año.
¡ Eya, velar!
Non sabedes tanta razón,
¡ eya, velar!,
que saigades de la prisión.
¡ Eya, velar!
Tomaseio e Matheo,
¡eya, velar!,
de furtarlo han grant deseo.
¡ Eya, velar!
El discípulo lo vendió,
¡ eya, velar !,
el Maestro non lo entendió.
¡ Eya, velar!
Don Philipo, Simón e ludas,
¡eya, velar!,
por furtar buscan ayudas.
¡ Eya, velar!
Si lo quieren acometer,
¡ eya, velar !,
¡ oy es día de parescer!
¡ Eya, velar!
¡Eya, velar! ¡Eya, velar! ¡Eya, velar!
321
126
—De que morredes, filha, a do corpo lozano?
—Madre, moiro d’amores que mi deu meu amado.
Alva e vai liero.
322
127
E eu ben vos digo que é san’ e vivo
e seerá vosc’ant’o prazo saldo.
Ai, Deus, e u é?
323
LevantoU'S’ a velida,
levantou's’ alva
e vai lavar camisas
eno alto:
vai-las lavar alva.
Levantou's’ a lou^ana,
levantou-s’ alva
e vai lavar delgadas
eno alto:
vai-las lavar alva.
Vai lavar camisas;
levantou's’ alva;
o vento Ih’as desvia
eno alto:
vaidas lavar alva.
128
NUNO FERNANDES TORNEOL
324
325
129
Do que mi ouve jurado,
pois mentiu per seu grado,
sanhuda lh’and’eu.
MEENDIÑO
326
(
130
JOAN ZORRO
327
MARTÍN CODAX
328
329
131
Al, ondas que eu vin mirar,
se me saberedes contar
por que tarda meu amigo
sen mi!
JUAN RUIZ
Cántica de Serrana
330
Cerca la Tablada,
la sierra passada,
fálleme con Aldara
a la madrugada.
A la decida,
di una corrida:
fallé una serrana
fermosa, logana
e bien colorada.
Dixe yo a ella:
—“Homíllome, bella”.
Diz: —“Tú que bien corres,
aquí non te engorres :
anda tu jornada”.
Díxome la moga:
—“Pariente, mi choga,
el que en ela posa
i
132
comigo desposa
o dame soldada”.
133
“Pues dam’ una cinta
bermeja, bien tinta,
e buena camisa,
fecha a mi guisa,
con su collarada.”
—“Serrana señera,
tanto algo agora
non trax’ per ventura,
mas faré fiadura
para la tornada”.
Díxcme la heda:
—“Do non hay moneda,
non hay merchandía
nm hay tan buen día
nin cara pagada.
“Nunca de homenaje
pagan hostalaje.
Por dinero faze
134
omne cuanto plaze:
cosa es prcvada.”
331
COSAUTE
135
Aquel árbol del bel mirar
face de mam[er]a flores quiere dar:
algo se le antoxa.
¿MARQUÉS DE SANTILLANA?
333
FERNANDO DE LA TORRE
334
Desdeñastesmé,
mas no vos desdeñaré.
137
que siempre vos serviré,
mas no vos desdeñaré.
GÓMEZ MANRIQUE
335
Calladvos, Señor,
nuestro Redentor,
que vuestro dolor
durará poquito.
Callad, fijo mío chiquito.
138
Cantemos gozosas,
hermanas graciosas,
pues somos esposas
del Jesú bendito.
Callad, fijo mío chiquito.
336
Ya se lo que quieres,
ya sé tus dulcores;
prometes plazeres,
das cien mili dolores :
de los favoridos,
de tus amadores,
el mejor librado
es el más perdido.
139
15
337
Letra
Venida es al suelo
la gracia del cielo
a damos consuelo
y gloria complida.
Nacido ha en Belén
el ques nuestro bien:
venido es en quien
por Él fue escogida.
En un portalejo,
con pobre aparejo,
servido d'un viejo,
su guarda escogida.
La piedra preciosa,
ni la fresca rosa,
non es tan hermosa
como la parida.
338
Amor, no me dejes,
que me moriré.
Que en ti só yo vivo,
sin ti só cativo;
si m’eres esquivo
perdido seré.
Si mal no me viene,
por ti se detiene;
en ti me sostiene
tu gracia y mi fe.
140
Que el que en ti se ceba,
que truene, que llueva,
no espera ya nueva
que pena le dé.
Amor, no me dejes,
que me moriré.
339
340
341
141
Arderá tanto tu gana,
que per la natura humana
querrás pagar su mangana
con muerte de malhechor.
Eres niño y has amor:
¿qué farás cuando mayor?
342
No la debemos dormir
la noche santa,
no la debemos dormir.
No la debemos dormir
la noche santa,
no la debemos dormir.
FERNANDO DE ROJAS
343
Papagayos, ruiseñores,
que cantáis al alborada,
llevad nueva a mis amores,
cómo espero aquí asentada.
i
142
La media noche es pasada
e no viene;
sabedme si hay otra amada
que lo detiene.
344
El tesoro divinal
en tu vientre se encerró,
tan precioso, que libró
todo el linaje humanal.
¿A quién quexaré mi mal,
vida mía,
sino a ti. Virgen María?
143
Tú sellaste nuestra fe
con el sello de la cruz,
tú pariste nuestra luz,
Dios de ti nacido fue.
Nunca jamás llamaré
vida mía
sino a ti. Virgen María.
¡ Oh clara virginidad,
fuente de teda virtud,
no ceses de dar salud
a toda la cristiandad!
No pedimos piedad,
vida mía,
sino a ti. Virgen María.
345
Floreció mi desventura
y secóse mi esperanza;
floreció mi gran tristura
con mucha desconfianza;
hizo mi bien tal mudanza
sin medida,
que hizo secar mi vida.
144
tanto mi pena creció
sin medida,
que hizo secar mi vida.
346
347
Apresura tu venida
porque no pierda la vida,
que la fe no está perdida.
¡ Carcelero,
no te tardes que me muero!
Bien sabes que la tardanza
trae gran desconfianza:
ven y cumple mi esperanza.
145
¡ Carcelero,
no te tardes que me muero!
348
Mi cuidoso pensamiento
ha seguido su guarida,
mas cuanto más es seguida
tiene más defendimiento;
de seguirla soy contento
por de su vista gozar:
no hay quien la pueda tomar.
146
tiene más puesto en olvido;
harto paga lo servido
en sólo querer mirar:
no hay quien la pueda tomar.
147
No quiero sino fatiga,
soy contento ser penado,
pues que quiere mi cuidado
que sin descanso la siga;
y que pene y no la diga,
pues es vitoria penar:
no hay quien la pueda tomar.
349
Ganado d'altura,
y más de tal casta,
muy presto se gasta
su mala pastura;
y en buena verdura,
y más en tal valle,
placer es guardalle.
Conviene guardalla
la cosa preciosa,
que en ser codiciosa
procuran hurtalla.
Ganado sin falla,
y más en tal valle,
placer es guardalle.
350
149
LUCAS FERNÁNDEZ
351
En esta montaña
de gran hermosura
tomemos holgura.
Haremos cabaña
de rosas y flores
en esta montaña
cercada de amores,
y nuestros dolores
y nuestra tristura
tornarse ha en holgura.
GIL VICENTE
352
150
Dicen que me case yo :
no quiero marido, no.
No será ni es nacido
tal para ser mi marido;
y pues que tengo sabido
que la flor yo me la só.
Dicen que me case yo :
no quiero marido, no.
353
354
151
355
356
152
Para dar al su amigo
en un sombrero de sirgo:
quiérome ir allá,
para ver al ruiseñor
cómo cantaba.
35/
La caza de amor
es de altanería:
trabajos de día,
de noche dolor.
Halcón cazador
con garza tan fiera,
peligros espera.
358
153
—“Ti ri ri ri rí. Queda tú aquí”.
—“Tu ru ru ru rú. ¿Qué me quieres tú?”
—“To ro ro ro ró. Que yo sola esto”.
359
360
¿CUÁL es la niña
que coge las flores
si no tiene amores?
Cogía la niña
ia rosa florida;
el hortelanico
154
prendas le pedía,
si no tiene amores.
361
362
363
155
364
365
Estábase la monja
en el monesteno,
sus teticas blancas
de so el velo negro.
¡Más,
que me matarás 1
366
¡ A LA gala, a la gala
del niño chequito, bonito 1
Santana, su agüela,
vístele la fajuela;
bonito,
la gala del niño chequito,
bonito.
CRISTÓBAL DE CASTILLEJO
367
Aquí no hay
sino ver y desear:
aquí no veo
sino morir con deseo.
Madre, un caballero
qu’estaba en este corro.
156
a cada vuelta,
hacíame del ojo.
Yo, como era bonica,,
teníaselo en poco.
Madre, un escudero
que estaba en esta baila,
a cada vuelta,
asíame de la manga.
Yo, como era bonica,
teníaselo en nada.
368
No tengo necesidad
de hacerte este favor,
sino sola la que Amor
ha puesto en mi voluntada
Y negarte la verdad
157
no lo consiente mi fe;
si no, quiéreme tú a mí,
que yo te las guardaré.
LUIS MILÁN
369
370
Yendo y viniendo
voime enamorando:
i
158
una vez riendo,
y otra vez llorando.
N’es la de mi ciego'
voluntad pequeña:
más arde mi fuego
si le añaden leña.
Vánmela añadiendo,
mis ojos mirando,
una vez riendo,
y otra vez llorando.
371
372
Aguas de la mar,
miedo he
que en vosotras moriré.
159
373
374
375
160
376
JUAN DE MOLINA
377
Muele, molinico,
molinico del amor.
—Que no puedo moler, non.
161
ALONSO DE ALCAUDETE
378
Llamábalo la doncella,
y dijo el vil:
—“Al ganado tengo de ir.”—
*
162
—“No quiero entrar en cuidado”—
dijo el vil.
Al ganado tengo de ir.
FRANCISCO SA DE MIRANDA
379
| Sola me dejaste
en aquel yermo!
¡ Villano malo, gallego!
Voime a do te fuiste,
voime no sé adonde.
El valle responde,
¡ tú no respondiste!
Moza, sola y triste,
yo, llorando, ciego;
j tú pásaslo en juego!
380
163
¡ Si a la suerte mía
pluguiese, ¡ay!, pluguiese
que viese ora el día
en que más no viese!
FELICIANO DE SILVA
381
J. FERNÁNDEZ DE HEREDIA
382
383
j El mi corazón, madre,
que robado me lo hane!
No digo que me ha dolido,
antes si me le quería
164
volver, no le tomaría:
tan bien empleado ha sido.
Quiera Dios, ya qu’es perdido
el mío. quel suyo gane:
que robado me lo hane.
384
Quiéroos de manera
que fuera mejor
sufrir mi dolor
por más que muriera,
que lo no dijera.
Mas creed que muero
por vida de los vuestros,
del bien qu’os quiero.
SEBASTIÁN DE HOROZCO
385
165
Si mi triste madre
tal cosa supiese,
con sus mesmas manos
la muerte se diese.
No hay hombre en el mundo
que no se doliese
de la desventura
que vino por mí.
Señor Gómez Anas, etc.
En cas de mi padre
estaba encerrada,
de chicos y grandes
querida y mirada.
Véome ora triste
e enajenada;
triste fue la hora
en que yo nací.
Señor Gómez Arias, etc.
386
166
Allá arriba arriba,
junto a mi logare,
viera yo serranas
cantar y baxlare,
y entre todas ellas
mi linda zagala.
¡ Aba la frol y la gala!
DIEGO DE NEGUERUELA
387
BARTOLOMÉ PALAU
388
El hombre cornudo
siempre va espantado,
y el que está desnudo
no está cobijado,
y el hombre azotado
no ha menester jubón.
Tibi ribi rabo,
tibi ribi ron,
tibi ribi rabo,
cantaba el ansarón.
167
JUAN DE TIMONEDA
389
390
Esposo y esposa
son clavel y rosa.
391
168
—Al desamado garzone
dale luego despedida,
y declara por tu vida
dónde está tu corazone.
—¿Dónd’está mi corazone?
Yo me sé adonde.
392
393
169
394
395
170
aquel decir que le quiere;
aquel sí cuando conviene
que a los dos no desiguale,
en los amores no tiene
contento que se le iguale.
396
171
17
397
Soy garri„dica
y vivo penada
por ser mal casada.
Yo soy, no repuno,
hermosa sin cuento,
amada de uno,
querida de ciento.
No tengo contento
ni valgo ya nada
por ser mal casada.
LOPE DE RUEDA
398
Canción negra
Gila Gonzalé
de la villa yama;
yo no sé, madres,
si me l’abriré.
Gila Gonzalé
yama la torre.
—“Abrímela voz,
“fija Yecnore,
“porque lo cabayo
“mojaba falcone.”
No sé yo, madrés,
si me Labriré.
172
399
400
Mimbrera, amigo,
so la mimbrereta.
Y los dos amigos
idos se son, idos,
so los verdes pinos,
so la mimbrereta;
mimbrera, amigo.
Mimbrera, amigo,
so la mimbrereta.
Y los dos amados
idos se son ambos,
so los verdes prados,
so la mimbrereta.
401
173
todo en ti es extremo,
todo en mí es amarte.
Sin saber desearte
de deseos muero,
dulce amor mío
y lo que yo más quiero.
ÁLVAREZ PEREIRA
402
JORGE DE MONTEMAYOR
403
174
LUIS DE CAMOENS
404
Madre, si me fuere,
do quiera que vo,
no lo quiero yo,
que el Amor lo quiere.
Aquel niño fiero
hace que me mueva
por un marinero
a ser marinera.
Es tirana ley
del niño señor,
que por un amor
se deseche un rey.
Pues desta manera
quiero irme, quiero,
por un marinero
a ser marinera.
175
ANTONIO DE VILLEGAS
405
El corazón se le altera
con el sueño en que se vio:
si no vio lo que soñó,
soñó lo que ver quisiera.
Hace representación,
en la peña,
de todo el sueño que sueña.
JERÓNIMO DE ARBOLANCHE
406
Si en la primavera
canta el ruiseñor.
176
también el pastor
que está en la ribera,
con herida fiera,
con grande dolor,
herido de amor.
407
No quiero contento,
mi Jesús ausente,
que todo es tormento
177
a quien esto siente;
sólo me sustente
tu amor y deseo.
Véante mis ojos,
dulce Jesús bueno;
véante mis ojos,
muérame yo luego.
DIOGO BERNARDES
408
Dejadllos ir consumiendo,
y no los vais enjugando;
paguen la culpa llorando,
del bien que perdieron viendo.
Lloren tristes, encubriendo
las quejas que tengo dellos,
que son más que mis cabellos.
178
409
PEDRO DE PADILLA
410
La sierra es alta
y áspera de sobir;
los caños corren agua
y dan en el toronjil.
Madre, la mi madre
de cuerpo atán garrido,
por aquella sierra
de aquel lomo erguido
iba una mañana
el mi lindo amigo;
llámele con mi toca
y con mis dedos cinco...
Los caños corren agua
y dan en el toronjil.
411
179
bien haya quien hizo
cadenas de amore.
Está un zagalejo
perdido por ella,
tanto que no puede
dejar de querella.
Bien haya quien hizo
cadenas de amore.
412
¿Quién no os amará,
Niño Rey del cielo,
si aquí sois consuelo,
y la gloria allá?
Quien al alma os ama,
y por vos hoy llora,
tanto cuanto os ama
a Dios enamora.
180
que el alma que os ama
a Dios enamora.
J. DÍAZ RENG1FO
413
Rayos celestiales
echan tus mejillas,
son tus lagrimillas
perlas orientales,
tus labios corales,
tu llanto es canción,
oro los cabellos,
fuego el corazón.
FRANCISCO DE OCAÑA
414
181
dígoos que Dios es nacido
esta noche de mujer.
Vi cantar y vi tañer
donde la Virgen está;
y estas nuevas hay allá.
Vi cánticos celestiales
en el pobre portalejo;
cantan la Madre y el Viejo
con los coros celestiales.
Puesto entre dos animales
todo nuestro bien está;
y estas nuevas hay allá.
FRANCISCO DE ÁVILA
415
PORTALICO divino,
¡ cuán bien pareces
con el niño chiquito, bonito,
que nos ofreces!
Dulce portalico,
lleno de mil perlas,
¡ quién pudiera haberlas
para quedar rico !
182
Tus bienes publico,
pues tan bien pareces
con el niño chiquito, bonito,
que nos ofreces.
En tu cuadra bella
yace el claro sol,
que con su arrebol
da gran luz en ella:
con tan clara estrella
cielo pareces,
con el niño chiquito, bonito,
que nos ofreces.
416
Contrahechas
En San Julián,
en somo un collado,
si me vieres oyes,
oyes si me vieras,
jugar al callado.
Saliendo al ejido,
topé unas zagalas:
quedé embebescido
mirando sus galas,
y tomando alas,
que me han levantado,
si me vieres, oyes...
183
Híceles crianza,
solté mi melena
y metíme en danza.
Dios y norabuena.
Un juego se ordena,
de chite, al callado;
oye, si me vieras...
Todas me miraron
y a todas miré;
como no hablaron,
yo también callé.
Luego barrunté
ser juego avisado;
si me vieres, oyes...
Entre ellas estaba
una zagaleta
hermosa y discreta,
zahareña y brava,
que siempre jugaba
muy al recatado;
si me vieras, oyes...
Yo, por no perder,
juguéle un suspiro,
y cogíle un miro
tornándola a ver.
Si se ha de perder,
va el resto envidado;
si me vieras, oyes...
Galán que suspira,
¿qué tiene de resto?
Corazón dispuesto
amar a quien mira;
si ello' no es mentira
quédese empezado.
Si me vieras, oyes. .
184
MIGUEL DE CERVANTES
417
Por un sevillano,
rufo a lo valón,
tengo socarrado
todo el corazón.
Por un morenico
de color verde,
¿cuál es la fogosa
que no se pierde?
Detente, enojado,
no me azotes más;
que si bien lo miras,
a tus carnes das.
418
Madre, la mi madre,
guardas me ponéis,;
que si yo no me guardo,
no me guardaréis.
185
Si la voluntad
por sí no se guarda,
no la harán la guarda
miedo o calidad;
romperá en verdad
por la misma muerte,
hasta hallar la suerte
que vos no entendéis.
Que si yo no me guardo,
no me guardaréis.
Es de tal manera
la fuerza amorosa,
que a la más hermosa
la vuelve en quimera:
el pecho de cera,
de fuego la gana,
las manos de lana,
de fieltro los pies.
Que si yo no me guardo,
no me guardaréis.
419
A LA guerra me lleva
mi necesidad:
si tuviera dineros
no fuera en verdad.
186
420
421
Cúmpleme disimular,
por acabar de acabar,
y porque el mal, con callar,
se hace mucho mayor:
conmigo traigo el dolor.
422
187
Turbada, Bélica
cayó junto al rey,
y el rey la levanta
de puro cortés;
mas como es Belilla
de tan linda tez,
la reina, celosa,
mándalas prender.
423
Pisaré yo el polvico,
atan menudico;
pisaré yo el polvo,
atan menudo.
Pisaré yo la tierra
por más que esté dura,
puesto que me abra en ella
Amor sepultura;
pues ya mi buena ventura
Amor la pisó
atán menudo.
Pisaré yo lozana
el más duro suelo,
si en él acaso pisas
el mal que recelo;
mi bien se ha pasado en vuelo,
y el polvo dejó
atán menudo.
GABRIEL DE PERALTA
424
¡ Quedito ! No me toquéis,
entrañas mías:
que tenéis las manos frías.
188
*
que si vos no lo sentís,
de sentido estáis privado.
No toquéis en lo vedado,
entrañas mías:
que tenéis las manos frías.
425
Aurora de ti misma,
que cuando a amanecer
a tu placer empiezas,
te eclipsan tu placer,
serénense tus ojos,
y más perlas no des,
porque al sol le está mal
lo que a la aurora bien.
Desata como nieblas
todo lo que no ves :
que sospechas de amantes
y querellas después
189
hoy son flores azules,
mañana serán miel.
426
LOPE DE VEGA
427
190
428
A LA gala de la madrina,
que nadie la iguala en toda la villa.
429
430
431
191
a la Torre del Oro,
barcos de plata.
En estas galeras
viene aquel ángel.
¡ Quién remara a su lado
para libralle!
Sevilla y Triana,
y el río en medio :
así es tan de mis gustos
tu ingrato dueño.
432
GALERICAS de España,
sonad los remos,
que os espera en San Lúcar
Guzmán el Bueno.
Barcos enramados
van a Triana,
el primero de todos
me lleva el alma.
433
RÍO de Sevilla,
¡ quién te pasase
sin que la mi servilla
se me mojase!
192
Salí de Sevilla
a buscar mi dueño,
puse al pie pequeño
dorada servilla.
Como estoy a la orilla
mi amor mirando,
digo suspirando:
¡ quién te pasase
sin que la mi servilla
se me mojase!
434
A LA daña dina,
a la dina daña,
a la daña dina,
Señora divina,
a la dina daña,
reina soberana.
193
435
436
Ya no cogeré verbena
la mañana de San Juan,
pues mis amores se van.
Ya no cogeré verbena,
que era la hierba amorosa,
ni con la encarnada rosa
pondré la blanca azucena:
prados de tristeza y pena
sus espinos me darán;
pues mis amores se van.
Ya no cogeré verbena
la mañana de San luán,
pues mis amores se van.
437
194
Todos. Que a mí mal ferido me ha.
Uno. Al que coge sin guarida.
Todos, que a mí mal ferido me ha.
Uno. mata de celos y envidia.
Todos. Que a mí mal ferido me ha.
Uno. Niña, guárdate del toro.
Todos. Que a mí mal ferido me ha.
Uno. Guárdate, niña, del toro.
Todos. Que a mí mal ferido me ha.
438
Mañanicas floridas
del frío invierno,
recordad a mi Niño,
que duerme al hielo.
Mañanas dichosas
del frío deciembre,
aunque el Cielo os siembre
de flores y rosas,
pues sois rigurosas,
y Dios es tierno,
recordad a mi Niño,
que duerme al hielo.
439
195
venga norabuena,
de vencer los moros,
norabuena venga:
banderas azules,
venga norabuena,
entolden la ermita,
norabuena venga,
de la hermosa Virgen,
venga norabuena,
que le dio victoria,
norabuena venga.
No hay dama en Madrid
que esclavo no tenga :
norabuena venga.
440
441
442
I
196
per aquí daréis la vuelta,
si no me muero.
443
444
197
Todos. ¿Cuándo saliredes, alba,
alba galana,
cuándo saliredes, alba?
445
Labradores de Castilla,
vení a ver a maravilla
trigo blanco y sin neguilla
que de verlo es bendición.
Ésta sí que es siega de vida,
ésta sí que es siega de flor.
446
Caminito toledano,
¡ quién te tuviera ya andado!
447
RÍO de Sevilla,
j cuán bien pareces
i
198
con galeras blancas
y ramos verdes!
448
Trébole de la casada
que a su esposo quiere bien;
de la doncella también,
entre paredes guardada,
que, fácilmente engañada,
sigue su primero amor.
Trébole, ¡ay, Jesús, cómo huele!
Trébole, ¡ay, Jesús, qué olor!
Trébole de la soltera
que tantos ameres muda;
trébole de la viuda
que otra vez casarse espera :
tocas blancas por defuera
.y el faldellín de color.
Trébole, ¡ay, Jesús, cómo huele!
Trébole, ¡ay, Jesús, qué olor!
449
Sombras le avisaron
que no saliese,
y le aconsejaron
que no se fuese
el caballero,
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.
199
450
451
452
200
Viene de Panamá.
¿De do viene, de dó viene?
Viene de ranama.
453
454
201
Tres y cuatro en un pimpollo,
que yo me las varearé.
Al agua de Dinadámar,
que yo me las varearé,
allí estaba una cristiana,
que yo me las varearé;
cogiendo estaba avellanas;
que yo me las varearé.
El moro llegó a ayudarla,
que yo me las varearé.
Y respondióle enojada:
“Que yo me las varearé;
deja las avellanicas, moro,
que yo me las varearé.
Tres y cuatro en un pimpollo,
que yo me las varearé”.
Era el árbol tan famoso,
que yo me las varearé,
que las ramas eran de oro,
que yo me las varearé,
de plata tenía el tronco,
que yo me las varearé;
hojas que le cubren todo,
que yo me las varearé,
eran de rubíes rojos;
que yo me las varearé.
Puso el moro en él los ojos,
que yo me las varearé,
quisiera gozarle solo;
que yo me las varearé.
Mas díjole con enojo:
“Que yo me las varearé;
deja las avellanicas, moro,
que yo me las varearé.
Tres y cuatro en un pimpollo,
que yo me las varearé”.
455
¡ Ay, Fortuna:
cógeme esta aceituna !
202
Aceituna lisonjera,
verde y tierna por defuera
y por de dentro madera:
fruta dura e importuna.
¡ Ay, Fortuna:
cógeme esta aceituna!
JOSÉ DE VALDIVIELSO
456
No sé qué me vi
cuando los miré,
203
H
que en ellos me hallé
y en mí me perdí.
Ya no vivo en mí,
sino en ellos, madre:
téngolos ausentes,
verélos tarde.
457
204
458
459
No me engañarás más,
el escolarillo :
no me engañarás más.
Con adormideras
mis desvelos burlas;
das bienes de burlas,
y males de veras;
con gustos esperas,
y pesares das:
no me engañarás más.
460
FLORECICAS azules,
el verde romero,
prado de mi gusto,
color de mi cielo.
Romerito verde,
que verde os estáis,
viendo que se os pasa
la flor de la edad,
mis puertas entrad,
el verde romero,
prado de mi gusto,
color de mi cielo.
TIRSO DE MOLINA
461
Pastorcico nuevo,
de color de azor,
205
bueno sois, vida mía,
para labrador.
Pastor de la oveja
que buscáis perdida,
y ya, reducida,
viles pastos deja;
aunque vuelta abeja,
pace vuestras flores;
si sembráis amores
y cogéis sudor,
bueno sois, vida mía,
para labrador.
462
463
206
las rosas que hacen su cara
por agosto primavera!
Todos. Segadores, afuera, afuera,
dejen llegar a la espigaderuela.
464
207
Todos, Vamos, vamos,
vamos a poner ramos.
465
466
467
468
208
Mlis. 2.0 ¡ Ay, que a la vela de la ermita nueva.
Rojas y Galbarros la gala se llevan!
469
470
471
209
como a mi no me coja,
¿qué se me da a mí?
472
GASPAR DE AGUILAR
473
210
¡ Ay, cara de rosa,
ay, niña hermosa,
la desgraciada,
la mal lograda,
viuda os vea yo
a la madrugada!
474
211
la serrana de la Vera.
Dios mil años mos la guarde
la serrana de la Vera,
y la dé un galán amante,
la serrana de la Vera,
para que con ella case
la serrana de la Vera,
y para a los Doce Pare3
la serrana de la Vera.
¡ Quién como ella,
la serrana de la Vera!
475
Salteóme la serrana
juntico al pie de la cabaña.
476
#
477
La luna de la «sierra
linda es y morena.
212
CALDERÓN DE LA BARCA
478
479
Subiera Morales
en el su caballo,
la espuela de melcocha ,
y el freno de esparto.
Luneta,
átala allá de la sonsoneta.
En la calle nueva
está enamorado;
por mirar arriba
cayera en un charco.
Luneta,
átala allá de la sonsoneta.
Sogas y maromas
tiran a sacarlo:
sácanle una asadura
que habia merendado.
Luneta,
átala allá de la sonsoneta.
MORETO
480
Cojamos la rosa
de la edad veloz
antes que el invierno
marchite su flor.
Dábale con el azadoncito,
dábale con el azadón.
213
De su primavera
todos gocen hoy:
que a los verdes años
el tiempo es traidor.
Dábale con el azadoncito,
dábale con el azadón.
F. DE ROJAS ZORRILLA
481
En Valladolid, damas,
juega el rey las cañas.
INCÓGNITO
482
Aquel zagalito
de aquel pesebre
bien se le conoce
que amores tiene.
214
ccn perlas preciosas
están convidando;
y de cuando en cuando,
porque solloza,
cantan en su choza
cantos alegres:
bien se le conoce
que amores tiene.
483
484
485
215
Madre, la mi madre,
¿para qué queréis
que fíe en un tiempo
mudable y sin fe,
y penas me den
ñores y esperanzas,
si se pierden unas
y otras se engañan?
486
Aires de la sierra
que en la helada cama
os acuesta enero
y mayo os levanta,
cuando más airada
vuestra fuerza os miro,
apostad que os abraso
con mis suspiros.
487
216
¿Cómo podrá ya la fuerza
y el vivo ardor que os ofende,
si la hermosura le enciende
y la honestidad le esfuerza?
Vuestro valor no se tuerza,
pues que sufrís merecer.
Arded, corazón, arded :
que yo no os puedo valer.
Considerad la ocasión
de tan penoso cuidado,
y veréis que estáis pagado
con sola vuestra pasión.
La pena es el galardón,
no hay que esperar más merced.
Arded, corazón, arded:
que yo no os puedo valer.
488
217
JUAN DE SALINAS
489
PÚSOSEME el sol,
salióme la luna;
más quisiera, madre,
ver la noche oscura.
El que yo quería,
madre, no me quiere,
y por mí se muere
el que aborrecía.
Sin mi luz y guía
no quiere otra alguna :
más me vale, madre,
ver la noche oscura.
490
Andando en el suelo
vide un ánsar chico,
y alzando su pico
vino a mí de vuelo;
diome un gran consuelo
de verlo alear.
218
¡ Válgame Dios, que los ánsares vuelan!
¡Válgame Dios, que saben volar!
El ánsar gracioso
comenzó a picarme,
y aun a enamorarme
su pico amoroso;
mas, como alevoso,
volvióme a dejar.
¡ Válgame Dios, que los ánsares vuelan!
¡ Válgame Dios, que saben volar!
Era tan bonico
que me dejó en calma,
dando gusto al alma
su agraciado pico.
Pues era, aunque chico,
grande en el picar.
¡ Válgame Dios, que los ánsares vuelan!
¡ Válgame Dios, que saben volar!
Más quisiera yo
nunca haberle visto,
pues dulce le asisto
y cruel se huyó:
sólo me dejó
que sentir y amar.
¡Válgame Dios, que los ánsares vuelan!
¡ Válgame Dios, que saben volar!
491
Llena va de flores
la blanca niña.
219
llena va de flores:
Dios la bendiga.
Sale coronando
el prado y ribera,
cual la primavera
la tierra alegrando;
mil colores dando
al lirio y la rosa,
tan bella y hermosa
que el cielo se admira.
Llena va de flores
la blanca niña,
llena va de flores:
Dios la bendiga.
Al mundo enamora
el aspecto grave
y el olor süave
desta nueva Flora,
que excede a la Aurora
cuando más compuesta
sale, haciendo fiesta,
el Sol que la mira.
Llena va de flores
la blanca niña,
llena va de flores:
Dios la bendiga.
492
Embarcóse mi amado
yo iré a buscarle
por el mar de mis ojos,
si faltan mares.
El mar proceloso
tengo de pasar,
que no teme el mar
un pecho amoroso,
y si, de .envidioso,
su agua me anega.
220
como loca y ciega,
yo iré a buscarle
por el mar de mis ojos,
si faltan mares.
No me dan temor
mudanzas del mar
por ir a estorbar
mudanzas de amor;
que de su furor
y ciego alboroto.
Amor, que es piloto,
sabrá sacarme.
Yo iré a buscarle
por el mar de mis ojos,
si faltan mares.
221
CANCIONES JUDEO'ESP AÑOLAS
493
Malogrado muere,
malogrado ya se moría,
maique 1 a todos duele
cuando se guardan de la luz del día.
Malogrado muere
de hermosa frente,
maique a todos duele
cuando no aljadra 2 nadie de su gente.
Malogrado muere
de ojos pintados,
maique a todos duele
cuando no se casa y deja un deseado.
Malogrado muere
de cara pintada,
maique a todcs duele
cuando no trae la novia a su casa.
1 maique, aunque.
2 aljadrar, presentar.
2 alaría, ¿griterío?
corren desmandadas,
cuando se guardan de las alegrías.
Y ayujo y ayujo 4,
y ande el sol no salía,
y ande el aguíla negra
sus voces a todos daría,
las veces de mancebos y argasbas 5.
494
Ya amanece, ya amanecía;
los que los picá la muerte
no s’adormían.
Ya amanece, ya amanecía,
ya amanece, y con mucho pesare;
levantad, los maridos buenos,
para estar en sus lugares.
4 ayujo, ¡ oh!
5 argasbas, doncellas.
6 quemadas, ¿viudas?
7 jupa, nupcias.
223
495
Háganle, le hagan
vestidos con mucho pesare,
que hoy se departe
de su casa y su lugare.
Háganle, le hagan
vestidos con muchas oínas 8:
para el golpe rabioso
no halló cura ni melecina.
Háganle, le hagan
vestidos con mucho sospiro:
se van los novios chiquitos
y no crían a sus hijos.
Háganle, le hagan
vestidos con mucha alcarja 9:
se van los novios chiquitos
y vácian su casa.
496
No me echéis de la tierra
sobre su hermosa frente,
que hoy se desparte
de su casa y de su gente.
No me echéis de la tierra
sobre sus ojos pintados:
se van los novios chiquitos,
no crían sus deseados.
497
8 oínas, endechas.
9 alcarja, pena.
224
498
FuÉRAME a bañar
a orías del río,
ai encontrí, madre,
a mi lindo amigo:
él me dio un abrazo,
yo le di sinco.
Fuérame a bañar
a oría del claro,
ai encontrí, madre,
a mi lindo amado:
él me dio un abrazo,
yo le di cuatro.
499
500
Decilde a mi amor,
si bien me ama,
que traiga la muía
ande cabalga,
que yo no puedo
ir a piedé,
que yueve menudito
y me mojaré.
225
Que los mis ojos,
que morenita yo;
esilde que no puedo ir,
que se me arrastró
el chapí.
501
Ya traemos a la vaca
con los cuernos de albahaca
para bodas.
¡Ay qué lindas y qué bodas!
Ya traemos el carnero
y con los cuernos d’acero
para bodas.
¡ Ay qué lindas y qué bodas!
Ya traemos a la vaca
con los cuernos de oro y plata
para bodas.
¡ Ay qué lindas y qué bodas!
226
CANCIONES CATALANAS
502
503
227
sens pietat me fa morir.
Jo l’auré o-m costara.
504
Vostre disposició
té tanta perfecció,
que, sens dir-vos ficció,
pus bella sou que no-us dic.
505
506
228
que la que vos tant aymau
no us prehe gayre.
229
NOTAS
231
figuran cuatro romances con La trágica y lamentable historia de los
comendadores, y venganza de don Fernando (edic. de A. González Pa-
lencia, Madrid, 1947, núms. 634-638). Finalmente, Lope de Vega basa
en este cantar su drama de Los comendadores de Córdoba (edic. Acad.,
XI, prologada por M. Menéndez Pelayo). Gallardo, Ensayo, III, col. 392,
atribuye la glosa a Pedro de Lerma, pero no es atribución segura.
(Texto según Duran, Rivadeneyra, XVI, 697.)
9-15. Del Cancionero de Herberay, posterior a 1458. (Edic. de C. V.
Aubrun, Bordeaux, 1951, págs. 39, 41, 42, 43, 44, 58, 92.)
16. Se halla en un “juego trobado que hizo (Pinar) a la reyna doña
Isabel”, hacia 1495. (Cancionero castellano del siglo XV, NBAE, XXII,
pág. 560. Véase también un estribillo parecido en la canción núm. 100.)
17-19. Del Cancionero General de Hernando del Castillo. (Edic. de
Bibls. Españoles, vol. II, págs. 427, 555 y 617. El primero y el último
están calificados de “viejos”.)
20. Versión del Cancionero de Juan de Molina, Salamanca, 1527,
reeditado por Eugenio Asensio, Valencia, 1952, pág. 34. En la glosa
aparece el verso 15, que no figura en el texto del romance. Los cuatro
primeros versos de este romance se convirtieron en la canción más
glosada durante el siglo XVI, hasta el punto de poder afirmar Barbieri
que era fácil escribir todo un libro. Llegó a convertirse a lo divino
(Ocaña, Cancionero, en Gallardo, Ensayo, III, col. 1009) y hasta Lope de
Vega escribiría su comedia de La bella malmaridada. En el Cando-
ñero general (n.° 287 del Apéndice, ed. de Amberes), se encuentra ya
una protesta contra los numerosos glosadores:
¡ Oh bella malmaridada,
a qué manos has venido,
mal casada y mal trobada,
de los poetas tratada
peor que de tu marido 1
(Otro texto del mismo romance en Durán, Romancero, II, 450, n.° 1459.
posterior al de Molina.)
21. Texto en Der Spanische Cancionero des British Museum, ed. de
H. Rennert en Romanische Forschungen, X, 35.
22-23. De un precioso cancionero musical de la Biblioteca Colombina
de Sevilla, fols. 72V y 86.
24-64. Proceden todas estas bellas canciones del famoso Cancionero
musical de los siglos XV y XVI, publicado por F. Asenjo Barbieri, y
después por Higinio Anglés, La música en la Corte de los Reyes Cató¬
licos, II, Barcelona, 1947, donde se anuncia un tercer vol. Por esta
I
232
causa seguimos aún la edic. de Barbieri, donde encontrará el lector
algunas notas a diversas canciones (núms. 6, 17, 48, 50, 53, 58, 6i, 85,
98, 103, 113, 115, 127, 131, 143, 157, 171, 175, 227, 234, 237, 245,
258, 259, 263, 304, 398, 400, 401, 402, 404, 408, 410, 416, 423, 424,
427, 434, 438). Para la corrección n![lá] en el n.° 62, comp. : “Si vistes
allá el tortero andando, que perdí la rueca y el huso no hallo”, Correas,
Vocabulario de refranes, pág. 462.
65-68. Del ms. 5593 de la Bibl.a Nacional de Madrid, de principios
del siglo XVI, fols. 72, 74, 76 y 98. El n.° 65 se glosó también en el
Romancero general de 1600 (ed. cit., n.° 270). El n.° 66 figura como de
}. Fernández de Heredia en la impresión de sus obras de 1562. Véase
Rafael Ferreres, Juan Fernández de Heredia. Obras, Espasa-Calpe, Ma¬
drid, 1955.
69. Publicado por R. Foulché-Delbosc, Un “villancico" retrouvé,
en Rev. Hisp., 1905, p. 281.
70-75. Del Cancionero llamado “Flor de enamorados” de Juan de Li¬
nares (Barcelona, 1562, reedic. de A. Rodríguez-Moruno y D. Devoto,
Valencia, 1954, fols. 6, 23, 63, 92V, 97V, y 99). Las endechas, n.° 72,
se hicieron muy populares. Las imitó Andrade Cammha, y las recordó
Lope en Las famosas asturianas (edic. Acad., VII, pág. 207). Covarru-
bias, Tesoro, s. v. endecha, copia los cuatro primeros versos. Una
versión ligeramente distinta se divulgó en pliegos sueltos. (Vid. la Co¬
lección de pliegos sueltos... de V. Castañeda y A. Huarte, Madrid,
1929, pág. 31,. y en los Cancionerillos de Praga, en Rev. Hisp., LXI,
pág. 395, comienzan: “No lloréis, mi madre, / que me dais gran
pena, / bástame la mía / sin sentir la ajena.”)
76. En Coplas hechas por Diego García. Pliego suelto, s. a., en
Gallardo, Ensayo, III, col. 14.
77. De Poesías de antaño, en Rev. Hisp., XXXI, pág. 525.
78-80. Textos de O cancioneiro musical e poético da Biblioteca Pú-
blia Hortensia, edic. de M. Joaquim, Coimbra, 1950, págs. 89, 96 y 178.
(Otra glosa del villancico 78 puede verse en el Cancionero musical de
Palacio, edic. cit., n.° 413, glosa mucho más extensa. El villancico 80
continúa sólo con dos versos, que hemos suprimido: Vase este pas¬
tor / a ver su pastora...”)
81-82. Del Cancioneiro d’Evora, publicado por Víctor E. Hardung,
154. Del Libro de cifra nueva para tecla, harpa y vihuela, por Luis
Venegas, Alcalá, 1557, f. 73.
\ .
234
I55'157- Del Libro de música en cifras para vihuela, intitulado el
Parnaso, por Esteban Daza, Valladolid, 1576, fols. 102 v.°, 104 y 109 v.°
Í58-I59. De las Ensaladas de Flecha..., Praga, 1581. (Las hemos
i copiado del Catalech de Pedrell, vol. II, pág. 181.)
160. Del ms. 373 (fondo español) de la Biblioteca Nacional de Pa-
t rís, f. 138V.
161-163. Del Cancionero general de H. del Castillo, edic. cit. Apén-
dice, núms. 279, 299 y 317. La canción 162 es de 1554, cuando Felipe II
I pasó a Inglaterra.
164-169. Del Cancionero de Sebastián de HoroZco, ed. de los Bibls.
Andaluces, Sevilla, 1874, págs. 65, 108, 132, 133, 135, 139.
170-172. Glosados como villancicos viejos por P. de Andrade Ca-
minha, Poesías inéditas, Halle, 1898, págs. 229, 258 y 454.
173-180. De un precioso pliego suelto titulado Cantares de diversas
sonadas con sus deshechas muy graciosas ansí para bailar como para
tañer, s. a., estudiado por Margit Frenk Alatorre en el Cancionero de
; galanes, Valencia, 1952, págs. 60, 63, 64, 66 y 74.
181-186. De la Silva de varios romances, Barcelona, 1561. Reim¬
presión de A. Rodríguez-Moñino, Valencia, 1953, fols. 189-190. (Están
dentro de una "ensalada”. La cancioncilla 181 figura también en Autos,
farsas ..., ed. de L. Rouanet, II, pág. 22, y ya la convierte a lo divino
Fr. A. Montesino, Cancionero, Rivadeneyra, XXXV, pág. 464.)
187-188. Del Cancionero llamado Dan.Za de galanes..., recopilado por
Diego de Vera-, Barcelona, 1625. Edic. de A. Rodríguez-Moñino, Va¬
lencia, 1949, fols. Cgv y Cío.
189. Del ms. 506 de la Bibl.a Provincial de Toledo, f. 390. Se halla
también en el Cancionero de Turín, Poesie spagnole del seicento, ed. por
G. M. Bertini, Tormo, 1946, pág. 38* El estribillo se cantaba ya antes
de 1502, puesto que Lucrecia Borgia, cuando casó con Alfonso de Este,
llevaba consigo'“un libro scrito a manno de canzone spagnole da diversi
autori” y una de las canciones comenzaba precisamente “No passedes
escudero”, según nota del mismo Bertini, que remite a G. Bertoni, Roma-
nische Forschungen, XX, 1907, págs. 321 y sigs. (Sobre el cambio de
escudero por caballero vid. R. Menéndez Pidal, Sobre un arcaísmo léxico
en la poesía tradicional, en De primitiva lírica española..., Colección
Austral, pág. 138.)
190-194. Del libro De Música hbn septem, de Salinas, Salamanca,
1577, págs. 302, 321, 326, 356 y 422. (El lindo villancico “¿A quién
contaré mis quejas” se encuentra ya al final de un poema del Marqués
de Astorga en el Cancionero general, según vio R. Menéndez Pidal (La
primitiva poesía, pág. 243), que lo relacionaba con la canción del rey
don Dionís: “se a vos non for dizer.. —a quem direi o meu pesar?”.
235
21
Pero Adolfo Salazar (Poesía y música..., en Rev.a de Filosofía y Letras,
México, n.° 8, 1942, pág. 301) encuentra más parecido con un cantar
francés: “cui lirai ge mes amours / amie, se a vos non?”. Una pro¬
caz glosa a la canción 191 figura en el ms. 3618 de la B. Nacional.)
195-197. De Odarum (quas vulgo madrigales appelamus), de P. A.
Vila, Barcelona, 1571, pero nosotros las copiamos del Catalech de Pe-
drell, II, pág. 172. (La 195 se halla también en Diego Pisador, f. 6,
como “endechas canarias”. La muy bella canción 197 continúa en Pedrell
con unos versos que nada tienen que ver con ella.)
198. Del ms. 3924 de la Bibl.a Nacional de Madrid, f. 27V. (Figura
también en el Vocabulario de Correas, pág. 466, y fue glosada en dé¬
cimas por Villamediana, Antología poética, Madrid, 1944, págs. 357-8.)
199-204. De diversos autos publicados por L. Rouanet en Autos,
farsas..., vol. I, págs. 120, 326 y 422: vol. II, pág. 516, y vol. III,
pág. 256.
205. De la Comedia intitulada Tesorina, de Jaime de Huete, ed. de
U. Cronam en Teatro español del siglo XVI, Madrid, 1913, pág. 19Ó.
(Canción que ya figuraba en el Cancionero musical de los siglos XV y
XVI, donde sólo queda el primer verso.)
206-207. Figuran en el Cancionero de Nuestra Señora, Barcelona,
1591, reedic. de A. Pérez Gómez, Valencia, 1952, págs. 7 y 75. (La 207
se encuentra también en Villancicos para cantar en la Natividad de
nuestro Señor Jesucristo, hechos por Esteban de Zafra, Toledo, 1595,
4.a hoja. La versión que nosotros editamos tiene dos estrofas más, la 5.a
y la 6.a, pero en la cuarta se repiten los dos últimos versos de la tercera,
que copiamos de Zafra.)
208. Figura en la Comedia de la Zarzuela y elección del Maestre de
Santiago, de Reyes Mejía de la Cerda (ms. 4117 de la Bibl.a Nacional,
f. 156V). La damos como anónima porque ya la cita Salinas en De
Música, pág. 306:
Pensó el villano
que yo que dormía;
tomó espada en mano,
fuese andar por villa.
I
236
2i8. De una “ensalada” que comienza Entre dos claros arroyos, del
ms. 3913 de la Bibl.a Nacional de Madrid, f. 64V. (Esta misma “ensa-
lada” se atribuye a P. Liñán de Riaza en las Rimas, Zaragoza, 1876,
pág. 151. Pero la canción era ya muy vieja a mediados del siglo XVI.
Vid. Introducción, pág. LXVI.)
219-220. Del ms. 3915 de nuestra Bibl.a Nacional, fols. 69V y 70V.
(La 220 era una canción vieja a fines del XVI, puesto que aparece en
las Cortes de Júpiter de Gil Vicente y en El Cortesano de Luis Milán,
pág. 209, y la cantaba ya Francisco de Carvajal en el Perú, según
F. López de Gomara, Historia de las Indias, Rivadeneyra, XXII, pá¬
gina 268 b. Véase aquí Introducción, pág. LXVI.)
221-226. Proceden de los Cartapacios literarios salmantinos, editados
por R. Menéndez Pidal, Boletín de la Acad. de la Lengua, 1914, pá¬
ginas 304, 311 y 313. (Incluimos la 221, ya editada anteriormente bajo
el n.° 64. porque aquí lleva una pequeña glosa.)
227-229. Proceden de la edic. de un ms. hecha por el P. L. G. Alon¬
so Getino en Anales salmantinos, vol. II, Salamanca, 1929, págs. 352-354.
(La 227 guarda relación con la canción tan famosa de Cervantes. Vid.
n.° 423-)
230-234. Del ms. 3890 de nuestra Bibl.a Nacional, fols. 14 y 41.
235. De un ms. de nuestra Bibl.a Nacional extractado por Gallardo
en su Ensayo, vol. I, col. 1043.
236-240. De los Tonos castellanos, ms. de la Bibl.a de Medinaceli,
ed. de Paz y Melia, Series de los más importantes documentos..., Ma¬
drid, 1922, págs. 145, 146 y 147- (La canción de las naranjicas se hizo
muy popular. Vid. E. hT Tornee, índice de analogías, n. 33* Todavía
se canta hoy en Montehermoso (Cáceres) y en Hoyocasero (Ávila) en
esta forma, que para Torres Villarroel (Obras, VIII, pág. 339) ha cien
237
tradicional. La n.° 247 figura con otra glosa en el n.° 143.) En el
n.° 261, el 7.0 verso dice “mi embarazo”: hacemos la corrección (“ce-
dazo") que parece evidente.
262-263. Proceden del Cancionero de Turín, edic. de G. M. Ber-
tini, Poesie spagnole del seicento, Torino, 1946, págs. 45 y 49. (El estri¬
billo de la 262 se publicó en la Rev. Hisp., 1919, XLV, pág. 537.)
264. De la Ensalada de la Flota de H. González de Eslava. La
copiamos de los Poetas novo'hispanos, de Alfonso Méndez Planearte,
vol. I, México, 1942, pág. 49.
265-266. Figuran dentro de un “romance-ensalada” de Góngora que
principia “A la fuente va del olmo”, ed. de I. y J. Millé, págs. 238-239.
(Las dos cancioncillas fueron bastante populares y abundan las refe¬
rencias.)
267-274. Proceden de distintos bailes del siglo XVII publicados por
E. Cotarelo en su Colección de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojí'
gangas, NBAE, vol. 18, págs. 477, 481, 485, 486 y 495.
275'277* De l°s Chansonniers espagnols du XVIIe siécle, edic. de
C. V. Aubrun en el Bulletin Hispanique, t. LI, 1949, págs. 278, 288
y 364. (La glosa de la 277 es muy extensa y sin ningún interés poético.)
278-284. Las pone como ejemplos de distintas voces Sebastián de
Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid,
16x1. (Reed. de Martín de Riquer, Barcelona, 1943, págs. 42, 163, 409,
432, 629, 674 y 683.) En el n.° 279, 2.0 verso, la grafía original es “e”;
puede dudarse entre nuestra interpretación o la que sugiere M. Frenk
Alatorre : “mis amores, ¡eh!” (NRFH, XIII, 1959, pág. 361, n. 3).
i
238
313'316. También proceden del maestro Correas, pero de su Arte
grande, Madrid, 1903, págs. 271, 275, 280.
317-318. De Seguidilles anciennes, publicadas por Foulché-Delbosc
en la Rev. Hispanique, VIII, núms. 307 y 266.
319- De las Maravillas del Parnaso, de J. Pinto de Morales, Lis¬
boa, 1637. Reed. de la "Colee. Cisneros’’, Madrid, 1943, pág. 71. (Es el
estribillo de una letrilla.)
320. Cantar de veladores incluido en El duelo de la Virgen (Riva-
deneyra, VII, 117). Seguimos el texto vulgar en vista de que los estu¬
diosos no se ponen de acuerdo en la ordenación. Vid. L. Spitzer, Sobre
la cántica “Eya velar”, en NRFH, año IV, 1950, I, págs. 50 y sigs., y
J. B. Trend, Sobre el “Eya velar" de Berceo, en NRFH, año V, 1951, 2,
págs. 226 y sigs. Véase también, Germán Orduña, La estructura del
Duelo de la Virgen y la cántica “Eya velar”, en Revista de la facultad de
Filosofía y letras (Tucumán), IV, n.° 10, 1958, págs. 75 y sigs.
321-329. Hemos tenido a la vista los textos de la ed. diplomática de
Monaci (11 canzoniere... della... Vaticana, Halle, 1875, núms. 170-172,
242, 250, 438, 761, 884 y 890), y también el de las Cantigas d’amigo,
editadas por José Joaquim Nunes, vol. II, Coimbra, 1926, págs. 18, 19,
21, 71, 77, 229, 353, 441 y 446: pero no seguimos a Nunes en la su¬
presión de -ti- (que él lleva a cabo), y en algún otro pormenor.
330-331. Seguimos la edición de Ducamin, Toulouse, 1901. En la de
Cejador y Frauca, más asequible, Clás. Cast., vol. 17, págs. 60 y 265.
332. El almirante don Diego Hurtado de Mendoza, padre del mar¬
qués de Santillana, murió en 1404. En el Cancionero de Palacio (edic. de
Francisca Vendrell, Madrid, 1945) figuran algunos poemas suyos (el que
editamos, en la pág. 137). Este delicioso poema es una alegoría del árbol
del amor y por su estructura guarda íntimas relaciones con la poesía
galaico-portuguesa. (Sobre la voz cosaute, vid. el excelente estudio de
Eugenio Asensio, Los cantares par al dísticos castellanos. Tradición y
originalidad, en la RFE, XXXVII, 1953, págs. 130 y sigs.)
333. Texto según la edic. de las Obras hecha por J. Amador de
los Ríos, Madrid, 1852, pág. 461. (Pero debemos advertir que en el
Cancionero de Palacio citado más arriba figura el poemita atribuido a
Suero de Ribera, pág. 181. Las cancioncillas intercaladas tienen un tono
más arcaizante y algunas variantes de interés:
239
e non por mí,
que yo bien gelo entendí.)
un zéjel.)
336-340. Juan Álvarez Gato (m. en 1509) inicia en la poesía española
el tratamiento de temas profanos a lo divino. Incluimos tres muestras
“vueltas a lo divino” y otras dos cancioncillas sin la glosa. (Edic. de las
Obras completas hecha por Jenaro Artiles, Madrid, 1928, págs. 142, 153,
138 y 151.)
341. Figura como “desfecha” de un romance. (Edic. del Cancionero
castellano del siglo XV, NBAE, vol. 19, pág. 15.) El cantarcillo original
profano pervivía aún un siglo después, y de ello hay varios testimonios
(D. Alonso, Poesía española, Ensayo de métodos y límites estilísticos,
Madrid, 1952, pág. 231).
342. En el Cancionero de fray Ambrosio Montesino reimpreso en
Rivadeneyra, XXXV, pág. 43^* se edita en forma distinta. Nosotros
hemos seguido la que presenta Isabel Pope en su estudio sobre el
villancico que figura al frente de la ed. mejicana del Cancionero de
Upsala, pág. 38.
343. Es la conocida canción del acto XIX de La Celestina. (Vid.
Introducción, págs. LUI y sigs.)
344-350. Del Cancionero de Juan del Encina, ed. facsímil de la de
1496, fols. LXXXVIIIv.0, XCIVv.0, XCV, XCVv.0 (Pero la 349 procede
del Cancionero musical, n.° 393, y la 350 del Cancioneiro da Biblioteca
Públia Hortensia, pág. 91. Figura también en el citado Cancionero mu-
sical, n.° 240, pero con cinco estrofas más. Para la fortuna de este
villancico véanse las referencias que aduce Margit Frenk Alatorre en el
Cancionero de galanes, Valencia, 19521 págs. XXI-XXIII.)
351. De las Farsas y églogas, ed. facsímil, Madrid, 1929, f. A II.
352-364. De las Obras de Gil Vicente, Lisboa, 1562. Pero las co¬
piamos de la ed. hecha por uno de nosotros en la revista Cruz y Raya,
n.° 10, 1934, págs. 121, 149, donde el lector encontrará las referencias
1
240
a cada canción. (Allí se advierte que no todas estas cancioncillas, tan
bellas, son de Gil Vicente, sino que eran ya canciones viejas castellanas.)
365-366. Diego Sánchez de Badajoz parece que desarrolla su acti¬
vidad literaria entre 1525 y 1547. Su Recopilación en metro apareció
en 1554, muerto ya el autor. (De la Farsa del juego de cañas en la Re¬
copilación en metro, vol. II, Madrid, 1886, págs. 279 y 284.)
367-368. Obras, ed. de Domínguez Bordona, Clds. Casts., vol. 79,
págs. 60 y 141, (No podemos asegurar que fuese Castillejo el inventor
de la famosa canción “Guárdame las vacas, carillejo, y besarte he...”,
una de las más divulgadas en el siglo XVI.)
369-376. Las cinco primeras proceden de El Cortesano, impreso en
1561, pero muchos años después de morir su autor. (Reed. de la Co¬
lección de libros raros o curiosos, Madrid, 1874, págs. 91, 119, 175, 177*
220 y 224.) Las tres últimas se hallan en el Libro de música de vihuela
de mano intitulado El Maestro, 1535, reimpreso por Leo Schrade, Leip¬
zig, págs. 73, 74 y 173.
377. Del Cancionero, Salamanca, 1527, según la reimpresión de
E. Asensio, Valencia, 1952, pág. 49. (En el prólogo a este Cancionero
encontrará el lector los datos biográficos del bachiller Juan de Molina,
241
382*384- Juan Fernández de Heredia (n. h. 1485 y m. en 1562) gustó
mucho de glosar villancicos tradicionales. Sus obras poéticas aparecieron
en Valencia en 1913 en una bella y curiosa ed. de Martí Grajales. (La
canción 382 figura como anónima en el ms. 5593, f. 73, de nuestra
Bibl.a Nacional y el villancico de la 383 era todavía popular a fines del
siglo XVI, puesto que figura como cabeza de una letra del Romancero
general, ed. cit., n.° 270.)
385*386. Cancionero de Sebastián de Horozco, Sevilla, 1874, págs. 68
y 167. S. de Horozco (i5io?*i58o) fue muy aficionado a glosar canción*
cillas tradicionales (véanse los núms. 164*169, que proceden también de
su Cancionero). La vitalidad de la canción de la niña de Gómez Arias fue
extraordinaria. Consúltese el artículo de Ramón Rozzel, The song and
legend of Gómez Arias, en la Hispanic Review, XX, 1952, págs. 91
y siguientes.
387. De la Farsa llamada Artemisa, edic. de L. Rouanet, Barcelona*
Madrid, 1900.
388. De la obra dramática Caída y ruina del imperio visigótico es*
pañol, ed. de A. Fernández*Guerra, Madrid, 1883, pág. 170.
389*397. Todas parecen ser creaciones personales de Juan de Timo*
neda, muy aficionado a la lírica popular y tradicional. Los núms. 389*
394, los copiamos de las Obras, edic. de E. Juliá en Bibls. Españoles,
vol. II, Madrid, 1948, págs. 17, 206, 255, y vol. III, págs. 168 y 188.
La 395, del Cancionero llamado Enredo de amor, de 1573, reimpreso por
A. Rodríguez-Moñino, Valencia, 1951, f. viij v.°; las 396*397 pro*
ceden del Sarao de Amor, Valencia, 1561, fols. 22 y 52.
398*400. De las Obras, Madrid, 1908, vol. I, pág. 77, y vol. II, pá¬
ginas 195 y 359. La 398 se apoya en una cancioncilla tradicional, regis¬
trada por Correas en su Vocabulario, con algunas variantes y una ex¬
plicación :
Gil González Dávila llama;
no sé, mi madre, si me le abra.
Gil González llama a la aldaba;
no sé, mi madre, si me le abra.
Gil González llama a la aldaba.
—Mi fee, hija, ya no llama.
i
242
401. De las Poesías inéditas, Halle, 1898, pág. 228. (Véase más ade¬
lante, n.° 407, la glosa a lo divino de esta misma canción vieja escrita
por Santa Teresa.)
402. Se encuentra glosada por Andrade Caminha en sus Poesías iné-
ditas, pág. 397.
403. Del Cancionero, ed. de A. González Patencia en Bibls. Espa¬
ñoles, Madrid, 1932, pág. 266. Es una canción de bienvenida, a lo
divino. Recuérdese la canción de bienvenida en Fuenteovejuna, de
Lope:
Sea bienvenido,
el Comendadore.
(Rivadeneyra, XLI, pág. 636.)
243
r
de los celos, act. II; la 421, de Los baños de Argel, act. II: la siguiente,
de Pedro de Urdemalas, act. III, y la 423 del entremés La elección de
los alcaldes de DaganZo.
424. Del ms. 4072 de nuestra Bibi.a Nacional, f. 10. Gabriel de
Peralta falleció el 10 de septiembre de 1625, según se dice en el ms.
(Figuraba ya en Gallardo, Ensayo, III, col. 1142.) Peralta puede no ser
el autor, ya que el ms. es una antología de diversos autores, Monte-
mayor, Lope, Góngora, etc.
425-426. Por excepción incluimos el lindo romancillo de Góngora,
ya que parece apoyarse en una canción popular. Correas asegura (en su
Vocabulario, 153, y en el Arte grande, 443) haber oído cantar en
Salamanca t
La flor del romero,
niña Isabel,
hoy es flor azul
y mañana será miel.
Río de Sevilla,
¡ quién te pasase
sin que la mi servilla
se me mojase!
Río de Sevilla, de barcos lleno,
he pasado el alma y no puede el cuerpo.
¡ Quién te pasase...
Río de Sevilla, de arenas d’oro,
desa parte tienes al bien que adoro.
¡ Quién te pasase...
Río de Sevilla, rico de olivas,
por ti lloran mis ojos lágrimas vivas.
¡Quién te pasase...
245
Núms. 441-442, de El Conde Fernán González, Acad., t. 7, págs. 424 y
430-1. N.° 443, de Los Benavides, ibidem, pág. 533. N.° 444, de La
locura por la honra, Acad., nueva serie, t. 7, pág. 300. N.° 445, de
El vaquero de Morana, Acad., t. 7, pág. 566. N.° 446, de Las dos
bandoleras, Acad., t. 9, pág. 32. N.° 447, de Lo cierto por lo dudoso,
ibid., pág. 369. N.° 448, de PeribáñeZ y el Comendador de Ocaña,
Acad., t. 10, pág. 126. N.° 449, de El caballero de Olmedo, ibid., pá-
gina 181. Otra versión de la Canción del Caballero ha publicado Margit
Frenk Alatorre (NRFH, XII, 1958, pág. 316) procedente de un ma¬
nuscrito de A. Rodríguez-Moñino:
N.° 450, de El piadoso aragonés, ibid., pág. 262. N.° 451, de La car-
bonera, ibid., pág. 731. N.° 452, de La dama boba, Acad., nueva
serie, t. 11, págs. 620-621. Núms. 453-455, de El villano en su rincón,
Acad., t. 15, págs. 290 y 300.
456-460. Los números 456-459 proceden del Romancero espiritual,
Madrid, 1880, págs. 116, 227, 115 y 138 (los dos últimos dentro de una
“ensaladilla”); el n.° 460 se halla en el auto titulado El peregrino (Ri-
vadeneyra, 58, pág. 207).
461-470. Después de Lope de Vega, Tirso de Molina fue el autor
dramático más aficionado a la lírica de tipo tradicional. N.° 461, de
El colmenero divino, Rivadeneyra, t. 58, pág. 285. N.° 462, de El me¬
lancólico, en NBAE, t. IV, Comedias de Tirso de Molina, t. I, pág. 67.
N.° 463, de La mejor espigadera, ibid., págs. 336-7. N.° 464, de La
venganza de Jamar, ibid., pág. 453. Núms. 465-466, de Antona García,
\
246
ibid., págs. 619 y 620. N.° 467, de La peña de Francia, ibid., pág. 665.
N.° 468, de Los lagos de San Vicente, t. II, pág. 53. N.° 469, de La
Santa Juana, ibid., pág. 286. N.° 470, de La ninfa del cielo, ibid., pá¬
gina 441.
47J-4/2- La 471, del entremés de La Capeadora, y la siguiente, del
Entremés de los órganos (NBAE, vol. 18, págs. 554 y 653. El estribillo
<áe la primera canción era popular, y lo repite Rojas Zorrilla en Lo
que son las mujeres, Rivadeneyra, t. LIV, pág. 210).
473. Del Baile de la boda de Fuencarral, Rivadeneyra, XLIII, pág.
164. (La segunda parte guarda íntima relación con las endechas o plantos
judeo-españoles. Vid. Manuel Alvar, Endechas judeo'españolas, Grana¬
da, 1953.)
474'477- Las dos primeras proceden de La serrana de la Vera (ed. de
R. Menéndez Pidal y M. Goyri de M. Pidal, Madrid, 1916, págs. 10 y
151. Vid. en esa edic. las notas sobre el tema de la serrana en las
canciones populares, págs. 151 y sigs.). N.° 476, de El diablo está en
Cantillana, Rivadeneyra, vol. XLV, pág. 160. N.° 477, de La luna de
la Sierra, ibid., pág. 188.
478-479. La primera, de El acaso y el error (Rivadeneyra, t. IX,
pág- 3)- y Ia 479- de El alcaide de sí mismo (ibid., pág. 515).
480. De La misma conciencia acusa (Rivadeneyra, t. XLIX, pági¬
na 103).
481. De la comedia Don Pedro Miago (Rivadeneyra, LIV, pág. 542).
482. De las Rimas del Incógnito, Rev. Hisp., 1916. (En Cejador,
n.° 2246.)
483-486. De Las obras en verso, Amberes, 1654, págs. 477, 437,
488 y 507.
487-488. El Conde de Salinas (1564-1630), gran amigo de Góngora y
Lope, era un exquisito poeta que a ratos gustaba de recordar las viejas
canciones. Las dos glosas que publicamos son quizá las más cultas de
toda esta selección. (Gallardo, Ensayo, I, col. 151-2.) Vid. los núme¬
ros 86 y 257.
489. Texto de El doctor Juan de Salinas (i55g'iÓ43), ed. de T. Her¬
nández Redondo, Granada, 1932, págs. 156-7. Otras glosas de esa can¬
ción en el Romancero de la Bibl.a Brancacciana, Rev. Hisp., LXV, n.° 53,
y en el Romancero general, ed. cit., n.° 409. Lope de Vega escribió una
comedia titulada Púsoseme el sol, salióme la luna, Acad., IX, donde se
canta:
Púsoseme el sol,
salióme la luna;
¿quién creyera, Natalio,
tan gran ventura?
247
Vélez de Guevara, en La luna de la sierra (Rivadeneyra, XLV, pág. 189),
la transforma en :
248
INDICE DE PRIMEROS VERSOS
Números
249
Números
250
Números
251
22
Números
252
Número*
Enviárame mi madre .
Enviárame mi madre . 268
Eres niño y has amor [Fray Iñigo de Mendoza] . 341
Falalalanlera .
Falsa me es la segaderuela . 27°'
253
Números
La que me robó mi fe .
La que tiene el marido pastor . 209
La sierra es alta [Pedro de Padilla] . 4IO
Las flores del romero [Luis de Góngora] . 425
Las mañanas de abril . ,
i
254
Números
255
Números
211
Miraba la mar .
304
Mírame, Miguel .
174
Mis ojuelos, madre .
196
Mis penas son como ondas del mar
440
Molinito que mueles amores [Lope de Vega]
181
Montaña hermosa .
348
Montesina era la garza [Juan del Encina] ... .
215
Morenica, dime cuándo.
98
Morenica m’era yo .
Muele, molimco [Juan de Molina] . 377
256
Números
257
Números
258
Números
Rodrigo Martínez . 51
259
Números
261
Números
Págs.
Advertencia . LXXXV
263
Pdgs.
Notas . 231
265
*
/
Date Due
APR i; 1975
¡Mi
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5 1977.
1 WTo
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CAT. NO. 23 233 PRINTED IN U.S.A.
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Alonso, Damaso, 1898- ed. 010101 000
Antología de la poesía español
0 1163 0242690 7
TRENT UNIVERSITY
Antología de la poesía
española.
L___ 54293
DATE ISSUED TO
54293
PQ Alonso, Dámaso (ed.)
6176 Antología de la
A47 poesía española. 2. ed.,
1964 corr.
Ti«4
University