Hace Sentir Pensar

Cuando comenzó la pandemia pensaba que era una medida preventiva exagerada frente
a una enfermedad desconocida, estaba convencida que con la tecnología que hay en el
mundo en menos de un mes de confinamiento tendríamos de vuelta nuestras vidas a la
“normalidad”, cada día que pasaba decía hoy es un día menos para que encuentren la
cura, tenía la idea que el virus desconocido no se podría propagar si se mantenía a la
mayor parte de la población en las casas. Además la sola idea de trabajar desde casa a
través de una pantalla por más de un mes me ponía nerviosa, me generaba ansiedad,
siempre me gusto dejar el trabajo fuera de casa.

Cuando faltaban pocos días para el mes de estar en confinamiento, y ver que no habían
avances ni luces de encontrar una cura para el Covid-19, al contrario, cada día en las
noticias habían más medidas de resguardo que se volvían leyes, comencé a sentir que no
iba a poder ver a mis seres queridos en mucho tiempo lo que me produjo ansiedad e
insomnio, mantenía una vida social activa entre familiares y amistades y no poder verlos
de manera física me generaba tristeza, asumir que este virus del que poco se sabía nos
mantendría aislados era fuerte en todo sentido.

En mi trabajo absolutamente todo se volvió de manera virtual, cada reunión de equipo se

hacía por zoom (una plataforma que no conocía), cada coordinación con redes se
transformó en un mail y lo más importante la atención a los NNA (niños, niñas y
adolescentes) se hacía a través de video llamadas, perdiendo la privacidad que requieren
por ser un espacio garante de derechos. Con el pasar de los primeros tres meses
comencé a pensar que la situación no tenía vuelta y que la pandemia estaría
acompañándonos por mucho tiempo más, empecé a hacerme la idea que si no lograba
ordenar los espacios y los tiempos de trabajo con los tiempos de las cosas de mi casa,
terminaría colapsando.

Hubo un día que logró quitarme la ansiedad que cargaba por los primeros meses de estar
confinada, trabajando desde casa