Está en la página 1de 3

1.

Crátilo
¿Alguna vez se habrá preguntado alguien por el testimonio de los que no escriben?
Digo, sobre qué será de él. Pues constituye un peso ingrávido en la balanza. Y no me
refiero meramente a los ágrafos, sino, en sentido amplio, al testimonio de todos aquellos
que no se decidieron nunca a abrirse a los demás. Para comunicarles lo que en el fondo
pensaban. Confesar lo que los torturaba en la fibra más íntima de su ser. Pienso en mi
madre. Y en la madre de mi madre. Tantas mujeres que vivieron en el erial del fascismo
católico o después, a las que se puede aplicar con pleno derecho el dicho de la
procesión se lleva por dentro. No sacarlo. Algunos, ni tan siquiera de la forma más
externa e indirecta, como bajo la forma mínima de erguir un índice discordante, al modo
de Crátilo. Nunca se decidieron. Bien sea por lo dicho o bien por un sentimiento
fulminante de sinsentido y nulidad ante la perspectiva de hacerlo. Un acabado
descreimiento hacia la posibilidad de cualquier tipo adecuado de receptor, lo cual podría
autoformularse así: No me van a entender. Lo van a malinterpretar todo. Pues todo se
deformará como en la más grosera atracción de espejos, mi intimidad indescifrable.
Aquello que amo se degradará y desfilará como en un corro de carnaval en el infierno
de sus conciencias. Quizá este último sea mi caso. ¿A caso no estoy pensando en mi?
Porque es lo positivo lo que constituye la realidad y a fin de cuentas permanece.
Lo verbalizado en vez de lo no-verbalizado. La palabra queda. Lo que no, bajo las
ruedas. No la cría más famélica y necesitada es la que más llora, logra amamantarse y
sobrevivir, sino la que de hecho se decide a hacerlo, a llorar. ¡Pero cómo me atreveré yo
a reprochar los lloros, alguien cuya demanda infinita desde la cuna hizo enfermar a su
madre!. Sigo. Se trata del testimonio de los que escriben o dicen. Aunque el testimonio
de los que sí dice, escriben sea por contraparte el fruto de las almas más falsas, pero
convencidas, decididas, sumándose a un cúmulo conformado por el fruto de la más
acabada falta de honestidad, una forma de adaptación a tal cúmulo… y el silencio
testimonial, por el contrario, sincero. Borrones de mierda como el vellocino de oro de la
Historia, hacia el que se proyecta la idolatría, sepultando un silencio cargado de
contenido. El de tantas personas que no han hablado, que no han querido hablar, porque
no pudieron hacerse con el ánimo, por tener demasiado respeto a aquello inexpresable.
Por tenerlo por algo absoluto. Todo lo frustrado. También podría ser la voz de todo lo
silenciado, de aquella naturaleza aplastada bajo las potencias superpesadas de lo
anunciado, de lo gritado… a la que no deja desarrollarse.
Yo he sido durante toda mi vida una de esas personas… Y al destruir este escrito
al final continuaré siéndolo. Porque, en el caso de compartirlo ¿no dejaría al momento
de serlo? Esto es, un representante del testimonio de los que no escriben. Aunque, ¿no
parece que pretendo erigirme como un representante suyo? No. En ningún caso. Dejaría
de serlo. Ya no lo soy ahora.
Pero todo esto encierra consigo también una cruz. ¿No es todo este
descreimiento respecto de la posibilidad de comunicación también la manifestación del
mismo individualismo solipsista que con tanta vehemencia he condenado para mis
adentros? ¿Un atentado en toda regla contra el ser social que tanto pretendo defender?
Hace dos años esbocé un ensayo de centenares de páginas al que titulé provisionalmente
Monstruos de la subjetividad o Yo demoníaco, en el que criticaba duramente el
individualismo de varios autores desde Calderón de la Barca hasta Franz Kafka, en

1
cuanto al los más propiamente estetas, mas principalmente a filósofos, Malebranche,
Fichte, Max Stirner, Kierkegaard, Nietzsche, Heidegger… entre otros, fue antes de
meterme en el grado de filosofía, el cual quemé hace unos años en el interior de una
casa en ruinas cercana a un centro comercial en un paso esporádico por Castellón. No
querría descubrirme como un superviviente de tales cenizas.
¡Permítaseme una última palabra sobre esto! ¡A modo de última defensa! Una
paradoja. En plena Alemania nazi, un ser antisocial, diametralmente opuesto a los
valores sociales del Drittes Reich, es decir, un comunista, aislado dentro de tal
régimen… ¿No sería por ello de hecho el ser más social que quepa imaginar? ¿Frente al
imperio que se manifiesta por contra como lo antisocial en sentido absoluto? Porque el
antisocialismo era el axioma fundamental de la ideología nazi, por encima del racismo.
El odio a los desposeídos.
Tengo la sensación de no haber logrado expresar ni una sola de las cuestiones
que me proponía. ¡Al infierno! ¡Así queda¡! No voy a tocar nada.

2
2. Ciudad fantasma

También podría gustarte