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VOCACIÓN, SERVICIO Y HUMILDAD.

Dijo María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.
(Lc 1,38)

Hablar de la vocación de María es adentrarnos en la entrega que, como madre de Dios,


realizó durante su vida. Tal vez de María no se hable mucho en los evangelios, pero en la
vida de Jesús, es un pilar importante para que se lleve a cabo la obra de nuestra salvación.
María, la madre de Dios, da un ejemplo de lo que debe ser la obediencia a Dios. En su
evangelio, san Lucas nos narra como María, al titularse «la esclava del Señor», hace una
entrega total de su vida para el cumplimiento de la voluntad del Padre. A partir de este
anuncio, da inicio su vocación de ser la «Madre» del Hijo de Dios para ser partícipe de obra
de salvación y se hace humilde al aceptar la voluntad Divina.

La vocación de María…

El 25 de marzo, en la liturgia, celebramos la fiesta de la anunciación a la Santísima Virgen


María, recordando como Dios manda al ángel Gabriel para anunciar lo que ya estaba
predestinado: la alegría de la encarnación del Hijo de Dios; aquello que anunciaron los
profetas. «Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14). Sin duda, la vocación de María es una de las
más complejas dentro de las vocaciones que conocemos, ser madre del Hijo de Dios, es
algo que ni María misma se esperaba, desde el saludo del ángel: «Alégrate, llena de gracia,
el Señor está contigo» (Lc 1,28). En aquel momento da inicio su vocación. Porque la
vocación es un llamado y de María no es un llamado cualquiera, es el llamado de Dios que
hace participe, a una Virgen, de los planes de salvación. Al igual que María, cada uno de
nosotros estamos llamados a responder a Dios en alguna de las vocaciones: la vida
sacerdotal ministerial, la vida consagrada o el estado laical. De este modo, tomar a la Madre
de Dios como modelo para llevar acabo alguna de estas vocaciones al servicio de Dios, es y
siempre será, lo más ideal para nosotros. En la vida sacerdotal es muy importante la vida
espiritual para poder transmitir a los demás la palabra de Dios. Por eso, en la vida de cada
ministro ordenado, se hace presente la Virgen Madre, para acompañarlos como lo hizo con
su Hijo Jesús. En estado laical, la Sagrada Familia es modelo de fidelidad, amor y fe. En la
vida consagrada, María es un modelo de santidad, siempre al servicio de Dios y de los
demás.
El servicio de María…

El servicio de María es haber estado siempre dispuesta a obedecer el mandato del Señor.
Tal vez nunca se imaginó que esto pasaría en su vida, tal vez no pasó por su mente el llegar
a ser una persona tan importante para la humanidad, pero ella siempre estuvo dispuesta a
servir a Dios con la vocación de ser madre de su Hijo, y no solamente de su Hijo, sino
también estar al servicio de las personas que rodeaban a Jesús. Leemos en los evangelios
como los discípulos de Jesús hablaban de ese gran amor de María hacia ellos y hacia las
demás personas. María siempre estuvo dispuesta al servicio de los demás y con toda
humildad y sin esperar nada a cambio, solo con la seguridad de que sus buenas obras han
sido recompensadas con las gracias ganadas y obtenidas en el cielo. María nos da una
muestra del servicio que debemos tener para ayudar y acompañar a aquellos que más nos
necesitan, ser serviciales con aquellos que sufren o pasan por una enfermedad o tribulación;
y con ello estaremos sirviendo a Dios.

La Humildad de María…

En ella podemos reconocer una total humildad al atender con un «sí» al llamado de Dios.
Cuando María le dice al enviado de Dios: «He aquí la esclava del Señor», la Madre de Dios
acepta que se cumpla la voluntad del Padre, pese a lo que pueda pasar. Ella sabía de las
consecuencias a las que podía enfrentarse, incluso estar en peligro de muerte, pero eso no le
importo, al final quiso cumplir la voluntad de Dios y enfrentar todo. La humildad de María
es una clara muestra de la respuesta que cada uno de nosotros debemos tener para atender al
llamado que Dios nos hace hoy en día. Los ministros ordenados aprenden de María, a ser
fieles a la vocación, a atender con celo a la Iglesia y a transmitir con responsabilidad el
evangelio; los laicos, a tomar el ejemplo de María en el cuidado de sus familias, a inculcar
a los suyos en valores cristianos y a fomentar la fe y la oración para seguir siendo fuente de
vocaciones; los consagrados, a esforzarse por vivir una vida santa y a realizar obras de
caridad en beneficio de los más vulnerables.

En las diferentes vocaciones, debemos ser conscientes de todo aquello que nos ayude a un
buen cumplimiento de cada una de ellas. La vocación a la que Dios nos llama siempre debe
estar acompañada de los dos pilares fundamentales que sostendrán nuestra vocación: Jesús
y María. ¡Oremos por las vocaciones!

Sem: Armando Sánchez Pérez

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