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“CONSTRUIMOS COMUNIDAD PROMOVIENDO LA PAZ Y JUSTICIA CON LUZ Y VERDAD”

USTEDES SERÁN MI PUEBLO

1. LOS PATRIARCAS (siglos XIX -XVIII a.C)


Abrahán, Isaac, Jacob y sus hijos son los patriarcas de Israel. Con esta familia de pastores nómadas se
inicia la historia del pueblo elegido.

1.1. Abrahán e Isaac


En Mesopotamia, unos dos mil años antes de Cristo, Dios se manifestó a Abrahán,
diciéndole: deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te
indicaré. Yo haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y haré famoso tu nombre (Gn 12, 1-
2)
Abrahán y Sara, su esposa, se pusieron en marcha con sus rebaños y criados iniciando
así una larga historia.

Al llegar al país de Canaán, Dios le volvió a hablar: A tu descendencia le daré eta tierra (Gn 12,7). A
Abrahán le inquieta el hecho de ser ya anciano y no tener todavía hijos, pero Dios lo tranquilizó: levanta la
mirada al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas. Así será tu descendencia (Gn 15, 5). Dios cumplió su
promesa y Sara tuvo un hijo, Isaac, a quien Abrahán educó como heredero de la Alianza que Dios hizo con
él.

Pasados unos años, Dios puso a prueba la fe Abrahán y le ordenó ofrecer a


su hijo en sacrificio. Lo que le pedí era muy duro, pero cuando ya estaba a
punto de cumplirlo, Dios le dijo: Te colmaré de bendiciones y multiplicaré a
tus descendientes como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa (Gn
22, 17). Isaac creció y se casó con Rebeca, que tuvo dos hijos mellizos: Esaú y
Jacob.

Abrahán confió siempre en Dios: a pesar de las dificultades, confió más en la Palabra del Señor que sus
recursos personales. Por eso los cristianos lo llamamos “padre de todos los creyentes” Es venerado por
judíos, cristianos y musulmanes.

1.2. Jacob y Esaú


Jacob el hermano menor, heredó las promesas hechas a Abrahán y a Isaac,
porque Esaú le vendió el derecho que tenía como hermano mayor, e Isaac le
dio la bendición. Jacob recibió, además, la confirmación de parte de Dios: Yo
soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abrahán y el Dios de Isaac; yo daré a ti y a tu
descendencia la tierra sobre la que estás acostado. (Gn 28, 13).

Dios llenaba de bendiciones la vida de Jacob: se casó, tuvo muchos hijos y


prosperó. Un día, Dios le cambió el nombre y lo llamó Israel, dando así nombre
a toda su descendencia (Gn 35, 10-12)

1.3. José y sus hermanos


Jacob vivía en Canaán con sus doce hijos y tenía predilección por
José, el menor. Por este motivo, sus hermanos le tenían envidia. Un
día que estaban en el campo con los rebaños vieron llegar a José y
decidieron venderlo a unos mercaderes que iban hacia Egipto.
Dijeron que su padre, que estaba desolado, que lo había matado
una fiera.

En Egipto, José trabajó fielmente para un gran señor, pero, por una
falsa denuncia, fue encerrado en la cárcel. Al cabo de un tiempo,
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pudo salir de ella porque interpretó unos extraños sueños del Faraón y este, agradecido, lo nombró primer
ministro de todo Egipto.

En cierta ocasión los hijos de Jacob tuvieron que ir a Egipto a comprar trigo, porque su país padecía una
gran sequía. Ellos no reconocieron que el egipcio que les atendía era José, pero este si se dio cuenta de
que eran sus hermanos y, finalmente, se dio a conocer. Ellos se asustaron, pero José los abrazó
emocionado. Entonces, hizo que su anciano padre, Jacob, y las familias de sus hermanos se trasladaran a
Egipto. Así es como los israelitas empezaron a vivir en Egipto.

LAS DOCE TRIBUS DE ISRAEL

Genealogía de los fundadores del pueblo judío

Abrahán Sara

Rubén
Rebeca Isaac Simeón
Leví
Lea
Judá
Isacar
Zabulón
Esaú Jacob

Bilha Dan
Neftalí
Jacob tuvo doce
hijos con cuatro Gad
esposas. Zilpa Aser
De acá
provienen las José
doce tribus de Raquel
Benjamín
Israel.

2. EL ÉXODO (siglo XIII a .c)


Consecuencias para nuestros primeros padres
Los descendientes de Jacob crecieron hasta convertirse en un pueblo numeroso. En Egipto ya nadie
recordaba el origen de aquel pueblo extranjero y el faraón los sometió a esclavitud.

2.1. Moisés
Moisés era un niño hebreo que, adoptado por la hija del faraón, creció como príncipe de Egipto. Ya mayor,
sufría viendo cómo se maltrataba a los hebreos. Un día, por defender a un israelita, mató a un soldado
egipcio y tuvo que huir a tierras lejanas.

En su nueva vida como pastor de ovejas, Dios le salió al encuentro de la siguiente manera: Moisés
descubrió en el monte una zarza que ardía sin consumirse. Desde el fuego oyó una voz<. Yo soy el Dios de
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tu padre Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. (…) Yo te envío al faraón para que saques de Egipto
a mi pueblo (Ex 3, 6-10), y le aseguró su protección.

2.2. LA PASCUA
Moisés volvió a Egipto y se presentó al Faraón, que se negó a
dejar en libertad a los hebreos y endureció aún más su trabajo.
Entonces Dios envió sobre Egipto desgracias terribles, pero el
corazón del faraón no cedía.

Un día Dios ordenó que los israelitas celebraran la fiesta de la


Pascua y que marcaran las puertas de sus casas con la sangre
de un cordero. Aquella noche la desgracia cayó sobre todas las
casas de Egipto, excepto sobre las que estaban señaladas. Finalmente, el faraón cedió y ordenó a los
Israelitas que se marcharan inmediatamente hacia el desierto. Empezaba así el éxodo del pueblo judío.

Al llegar al mar Rojo, que les cortaba el paso, descubrieron que por detrás se acercaba el ejército egipcio.
Entonces, Moisés extendió su bastón y un viento muy fuerte separó las aguas del mar hasta abrir un
camino seco delante de ellos. Cuando todo el pueblo había pasado al otro lado, el mar se cerró de y cubrió
a los egipcios.

2.3. La Alianza del Sinaí


Los israelitas tenían por delante un desierto inmenso. Nos han traído a este desierto para hacer morir de
hambre a toda esta gente (Ex 16, 3), se quejaban. Pero Dios alimentaba con el maná: una especie de capa
de escarcha y harina que cubría el campamento cada amanecer, Asimismo, bandadas de codornices los
sobrevolaban al atardecer.

Avanzando por el desierto llegaron al pie del monte Sinaí. Una nueve espesa, con truenos, relámpagos y
un sonido intenso de trompeta, cubrió la cumbre de la montaña. Allí Dios transmitió a Moisés los diez
mandamientos y otras normas para organizar el pueblo y rendir culto a Dios. Si el pueblo cumplía la ley,
Dios lo guiaría y lo protegería: sería su pueblo. Haremos todo lo que el Señor ha dictado (Ex 19, 8),
respondieron. Y ofrecieron sacrificios en un altar como sello de la Alianza de Dios con Israel.

Dios llamó de nuevo a Moisés al Sinaí para entregarle los mandamientos escritos sobre piedra. Pasaban
los días y no regresaba: la gente pensó que había muerto y que Dios los había abandonado. Entonces
fundieron con metal la figura de un becerro y le ofrecieron sacrificios.

Cuando Moisés regresó, se indignó porque el mandamiento principal de la Alianza era adorar
exclusivamente a Dios y los israelitas lo habían desobedecido para adorar a un ídolo hecho con sus manos.
Como consecuencia de su idolatría, los israelitas tendrían que permanecer cuarenta años en el desierto y
solo sus hijos entrarían en Canaán. Aun así, Dios no abandonó a su pueblo: lo alimentaba, le enseñaba a
cumplir las leyes de la Alianza y lo guiaban por medio de Moisés.

3. LOS JUECES (Siglo XIII – IX a .C)


Pasados cuarenta años desde la salida de Egipto, Moisés pudo divisar el país de Canaán desde un monte,
poco antes de morir. Los israelitas lloraron mucho su muerte.

3.1. Josué
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Josué sucedió a Moisés al frente de Israel y mandó a los israelitas que cruzaran el rio Jordán para entrar en
Canaán, precedidos por el arca de la Alianza. Nada más pisar la Tierra Prometida, renovaron
solemnemente la Alianza.

La primera ciudad que conquistaron, con la ayuda portentosa de Dios, fue Jericó, cuyas murallas se
derrumbaron con el sonido de las trompetas y los gritos de los soldados. Después de Jericó, los israelitas
ocuparon una tras otra, las ciudades de Canaán, con cierta facilidad.
Y así, los descendientes de Abrahán, Isaac y Jacob se instalaron fijamente en la tierra que Dios les había
prometido hacía siglos.

3.2. Las doce tribus de Israel


El pueblo de Israel se dividía en doce tribus.
Cada tribu o grupo de familia era
descendiente de uno de los hijos de Jacob
y ocupaba una parte del país, sin que un
jefe único mandara sobre todas ellas.
Pero los israelitas caían con frecuencia en
la tentación de adorar a los dioses
cananeos, olvidando el mandato principal
de la Alianza. Cuando esto ocurría, los
pueblos vecinos los dominaban.
Entonces Dios elegía alguien para
defender a las tribus. Uno de ellos, Gedeón,
que venció a los madianitas con un
pequeño ejército; otro fue Sansón, con cuya
fuerza y astucia pudo derrotar a los filisteos.
Cuando los israelitas veían claro que era el
Señor quien los salvaba, volvían a adorarlo
y a vivir en paz. A esos jefes elegidos por el
pueblo se los llamó Jueces.

4. LA MONARQUÍA (SIGLO XI-VI A.C)


Pasado un tiempo, Israel quiso tener un rey que lo gobernara, como tenían los otros pueblos. Dios aceptó
su petición.

4.1. Saúl, David y Salomón


Samuel, un profeta de Dios, ungió la cabeza de Saúl con aceite,
como señal de la elección de Dios para ser el rey de su pueblo. Saúl
fue un gran guerrero, muy admirado. Pero su corazón se apartó
poco a poco de Dios.

Entonces Samuel ungió al joven David para que lo sucediera. Este


se puso al servicio de Saúl, y se hizo famoso al vencer a Goliat, un
terrible guerrero enemigo. Cuando Saúl murió, David fue coronado
como rey de Israel.
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David fue rey durante muchos años y convirtió a Israel en una nación importante. Estableció la capital en
Jerusalén y mandó trasladar allí el arca de la Alianza. Dios le hizo la promesa de que su descendencia reinaría
siempre en Israel y de que su reino sería eterno.

Sucedió a David su hijo Salomón, famoso por su sabiduría. Construyó un gran templo en Jerusalén para
guardar el arca de la alianza y ofrecer sacrificios a Dios. Era el lugar más sagrado de Israel, signo de la
presencia de Dios entre su pueblo.

4.2. Los reinos de Israel y de Judá


Al final Salomón se apartó de Dios y, a su muerte, el reino se dividió: el Reino de Israel al Norte y el Reino de
Judá al Sur. Los reyes de Israel y de Judá se alejaban a menudo de la ley de Dios y arrastraban al pueblo con
su ejemplo. Para denunciar las injusticias y mover a Israel a la fidelidad a la Alianza, Dios enviaba profetas que
hablaban en su nombre. De esta época son los profetas Elías, Eliseo e Isaías.

4.3. Exilio de Babilonia (Siglos VI a.C.-d.C)


 Judá vivía de espaldas a la Alianza, sin atender a los profetas, en
La destrucción especial a Jeremías.
de Jerusalén  En el año 587 a. C., el rey babilonio Nabucodonosor destruyó
Jerusalén y su templo, y desterró al rey y a la mayoría de la
población a Babilonia.
 Los infortunios movieron a los israelitas a darse cuenta de que no
habían sido fieles a su Alianza con Dios.
Babilonia
 Animados por el profeta Ezequiel, se arrepintieron, empezaron a
honrar a Dios y recopilaron historias de su pueblo.
 Pasados cincuenta años, los persas conquistaron Babilonia.
El retorno  El rey Ciro permitió a los israelitas regresar a Jerusalén.
 Estos reconstruyeron el templo y la ciudad, y renovaron la Alianza del
Sinaí.

4.4. El judaísmo (Siglo VI a. C. – Id. C)


La resistencia Esperando al Mesías
 Los israelitas, a pesar de estar  Al. poco tiempo, los israelitas cayeron bajo el
sometidos a Persia, llevaban ahora una dominio de Roma.
vida más pura y religiosa, y rendían culto  Para ganarse el favor de los judíos, Herodes
a Dios en su templo. reconstruyó y engrandeció el templo de
 Tras la derrota de los persas, el rey Jerusalén.
Antíoco obligó a los judíos a  Los profetas habían hablado de la futura
desobedecer los mandatos de Dios. llegada de un Mesías, que instauraría una
Muchos fueron fieles al Señor hasta la nueva Alianza en la que cabrían todos los
muerte. pueblos.
 Judas Macabeo y sus hermanos  Jesús nació en Belén, anunciado como
derrotaron al ejército enemigo. Los Mesías por Juan el Bautista
judíos recuperaron su libertad y pudieron
restaurar el culto en el templo.
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XI CONFERENCIA
LA VISITA AL SANTÍSIMO
El salmista dijo en uno de sus admirables salmos estas magníficas palabras: “Yo me alegré cuando me
dijeron vamos a la casa del Señor”.

El rey profeta tenía la necesidad de ir a la casa del Señor… ¡Nosotras estamos allí!
El techo que nos cubre, refugia su tabernáculo; los muros que nos protegen, le protegen también. Él está
en medio de nosotras para alumbrarnos y conducirnos como en antaño la nube luminosa guiaba al pueblo
hebreo en el desierto.

Una casa religiosa por ser ella la casa de Jesús Hostia, debe ser una mansión de paz, de caridad y
recogimiento.

¡Qué respeto y qué fervor debemos tener nosotras al visitar al Divino Huésped, que comparte nuestra
casa!

Cuando el amor guía nuestros pasos… ¡Cómo son de ágiles! Cuando el corazón está ardiendo… ¡Qué
medios conoce él para aproximarse al objeto de su amor!

Seamos pues creativas para multiplicar las visitas a nuestro Señor; no para dar allí un tiempo que la Regla
nos ordena emplear en el trabajo; sino para no escatimar el tiempo que tenemos y darlo libremente al
Divino Maestro.

A menudo durante el día pasamos delante de la puerta de la capilla… ¿Qué nos impide hacer una
reverencia y arrodillarnos, abrir dulcemente esta puerta que oculta nuestro tesoro y enviarle una dulce
palabra de amor?

Empleemos con santa avidez el tiempo de la visita del cuarto de hora al Santísimo; no perdamos ni un solo
minuto de esto que la Regla nos da.

La Eucaristía es un alimento para nuestra alma en medio de las ocupaciones y preocupaciones del día,
llevemos todo a Jesús en el Tabernáculo: nuestras penas, alegrías, temores, esperanzas, luchas,
defectos, victorias. Allí hay para todo entendimiento, para todos comprensión y consuelo.

Allí está el Señor para aconsejarnos en nuestras dudas, para decirnos que Él tiene en cuenta nuestros
sacrificios, que Él bendice nuestro trabajo y que Él nos dará un día la recompensa eterna.

Nuestra vida religiosa, tomó el modelo de una la cristiana sabiamente ordenada y ofrendada por la
obediencia; pero bajo esta apariencia común escondemos un alma amante del Divino Maestro, un alma
interior, viviendo de la vida de Jesús Eucaristía.
Multipliquemos nuestros actos de amor, nuestras visitas al Huésped adorado y cada vez que vayamos a
estas audiencias amorosas con Jesús en el tabernáculo, salgamos como novios, según la palabra de san
Juan Crisóstomo
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Vamos al trabajo, vamos al martirio, si hace falta. Jesús estará siempre con nosotras.
Así sea.

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