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HACIA UN DESARROLLO ‘HUMANO-CENTRADO’ COMO PROPUESTA

DE MODELO PARA EL DESARROLLO HONDUREÑO:


ANOTACIONES PARA UNA REFLEXION SOBRE LOS PLANES DE GOBIERNO
DE LOS CONTENDIENTES POLITICOS EN LAS ELECCIONES GENERALES, 2021
Carlos G. Talavera Williams, MPhil (Estudios del Desarrollo)

‘Hay muchos malheridos que esperan una señal’


Ana Belén

‘No hay nada más difícil, ni tiene un éxito más dudoso,


ni es más peligroso de manejar que iniciar un nuevo orden de cosas’.
Nicolás Maquiavelo

‘Los viejos ruidos ya no sirven para hablar’


Silvio Rodríguez

La noción de desarrollo asume un cambio de una condición o situación dada a otra. Se desarrollan las
situaciones; éstas tienen un origen, un desenvolvimiento y un resultado final, que a su vez puede ser
sencillamente el inicio de un nuevo acontecer y un nuevo desarrollo. Se desarrollan los seres humanos
cuando crecen, pasando por los distintos estadios de la vida hasta llegar a la madurez adulta y finalmente
al término de la vida, ojalá aumentando su acervo cultural, intelectual, espiritual, su bienestar material, y
el de sus capacidades humanas. Aunque tarde o temprano habremos de confrontar la realidad que ‘el
cuerpo es un combate que se pierde’, se desarrolla la capacidad de adaptación a los cambios propios que
éste experimenta en su trayecto hasta el día del viaje final a ese ‘país por descubrir, de cuyos confines
ningún viajero retorna’.

Los humanos, al fin y al cabo, somos animales gregarios que tendemos naturalmente a formar grupos,
tribus o conglomerados de gentes entre los cuales los individuos escogemos hacer nuestras vidas. De igual
forma, se desarrollan los conglomerados humanos, las sociedades, las naciones, los estados; es decir, se
desarrollan también las formaciones e instituciones humanas que conforman lo que los antropólogos
llaman el ‘orden imaginado’, que a su vez conforma el marco general de las convenciones que rigen las
relaciones humanas y facilitan, o entorpecen, la convivencia en sociedad y el desarrollo social mismo. Es
evidente que aun cuando mucho de la vida de los humanos se estructure en un mundo no material del
orden imaginado, la vida real tiene un fundamento material dictado por el hecho que los individuos, fuere
como individuos o como colectivos, deben agenciarse los medios materiales para vivir y reproducir sus
vidas. Por tanto, aparejado al mundo imaginado de las formaciones sociales y sus convenciones, existen
realidades materiales sobre las cuales el trabajo y las acciones humanas ejercen transformaciones que
posibilitan el sostenimiento, reproducción y desarrollo de la vida material.

Sin pretender hacer una burda reseña de la historia universal, hay que señalar que algunos autores
encuentran la transición entre las sociedades nómadas de cazadores-recolectores y las sociedades
asentadas tras la Revolución Agrícola de hace (más o menos) 10 mil años como la transición más
significativa en el desarrollo humano, desde nuestra aparición como Homo sapiens. Esa transición marcó
la capacidad de producir los recursos y medios para vivir a partir del trabajo agrícola de forma sedentaria,
cosa obligada por el carácter no móvil de la producción agrícola, estimulando la transición entre
sociedades perennemente nómadas a lo que, en el tiempo, finalmente se desarrollaría como mundo
urbano de hoy, donde existen patrones de asentamiento espacial con tendencia a la concentración y la

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permanencia que le conceden cierta filiación territorial a nuestras vidas. Somos de, y vivimos en, un
determinado territorio y convivimos con una determinada sociedad nacional y/o plurinacional en el, y la
cual, normalmente tenemos nuestro enfoque de vida. Esto es quizá el principio elemental que da origen
a las naciones y sus Estados.

Esa transición al sedentarismo facilitó las interacciones a corta distancia que marcaron el nacimiento de
los mercados y las relaciones de intercambio que convertían a las personas en sujetos económicos, con
capacidad de demanda y oferta en el mercado, incluyendo la oferta de la fuerza de trabajo como única
mercancía para quienes no tuvieren acceso a los medios de producción. En este, como en todos los juegos
similares, la capacidad de demanda de los sujetos económicos está dictada por su capacidad de agenciarse
excedentes que intercambiar por encima de su auto-consumo, fuere que los obtuviere generando un plus-
producto por su capacidad productiva, fuere por su poderío que confiriese capacidad de acceder al plus-
producto de otros.

La observación y aplicación del incipiente conocimiento del mundo natural a los fenómenos de interés
para reproducir la vida a través de la producción agrícola eventualmente permitió el incremento en las
productividades de los cultivos que llevó a la generación de los productos excedentes que significaron no
solamente que quienes los apropiaban podían acumular, acrecentando su caudal, sino que ya no sería
necesario que la sociedad en su conjunto se dedicare totalmente a la agricultora, permitiendo la posterior
especialización de las funciones productivas y su diversificación a otros menesteres, entre los cuales
notablemente se forjaron los oficios y las artes que dieron base finalmente a la ciencia y la industria,
piedras angulares de los sistemas de producción de la Modernidad.

La aplicación del conocimiento humano impulsó el desarrollo de las capacidades productivas y creó el
sistema tecnológico y social que norma de muchas formas nuestras vidas, mismo que constituye un ‘socio-
tecno-sistema’ en el cual las dimensiones sociales y tecnológicas interactúan y se reconfiguran
continuamente. Estas han dictado, en términos generales, un sentido de desarrollo unilineal de la
capacidad productiva de la humanidad, en apariencia siempre hacia adelante, aun cuando esa tendencia
positiva al desarrollo de las fuerzas productivas esté empedrada de notables retrocesos y curtida de
profundos dilemas y riesgos que se desprenden tanto de la gestión social que de esas fuerzas productivas
se hace y de los hechos humanos, sus acciones y reacciones que conforman la historia, como de la
naturaleza y carácter intrínseco del tecno-sistema mismo. El capitalismo, han afirmado algunos
economistas, es un proceso de construcción-destrucción en el cual la innovación tecnológica de muchas
maneras sienta las pautas para la dinámica evolutiva del sistema socioeconómico, aun cuando esa
evolución esté preñada de potenciales sorpresas desagradables: La Primera Revolución Industrial, que
data de mediados del siglo XVIII, se construyó sobre el uso generalizado de los combustibles fósiles que
permitieron aprovechar la potencia del vapor a efectos de impulsar máquinas que multiplicaban la
productividad del trabajo humano. En aquel entonces nadie en su sano juicio hubiere sospechado que
hacerlo llevaría al calentamiento exacerbado del planeta que hoy día presenta los peligros derivados del
Cambio Climático.

***

La economía tiende a evaluar el desarrollo empleando indicadores del crecimiento económico, más
concretamente, de la producción y el ingreso nacional, tanto total como ‘per cápita’ (Producto Interno
Bruto, PIB, y producto interno bruto por habitante, PIB per cápita). Como ya indicado, se asume que el
desarrollo supone un cambio de una condición dada a, ojalá, una mejor, y ¿qué cosa mejor como
indicador de cambio en las condiciones materiales de vida de los individuos que el incremento en la

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producción por sujeto económico, y por tanto en el ingreso individual promedio? Pareciera lógico que
aun cuando intuitivamente el desarrollo luciría como algo más complejo que el ingreso monetario (que lo
es), este último, en una sociedad monetizada como la nuestra, es un indicador de la capacidad de
adquisición de bienes y servicios y con ello de la condición material de vida de las personas, debiendo de
formar parte de sus indicadores clave (como de hecho lo hace). Así, bajo cierta visión, el ‘desarrollo’
supone un incremento en el ingreso medio de la gente, aun cuando no sea correcto igualar el concepto
de desarrollo sencillamente al incremento en el ingreso, como se argumentará, y en todo caso, para poder
afirmar que ha habido un ‘desarrollo económico’ el cambio en el ingreso bruto deberá ser al menos mayor
que la tasa de crecimiento poblacional.

No obstante, no solamente el producto bruto total, que refleja el ingreso total, o el producto por
habitante, sino también la forma en la cual ese se distribuye entre los ciudadanos de una nación es de
importancia clave para sustentar la noción de desarrollo. Lógicamente resulta muy cuestionable que se
hable de desarrollo cuando el crecimiento económico es capturado por solo un puñado de individuos y
no beneficie a las mayorías, e idealmente a la totalidad de la población, en cuyo caso no se trata de un
desarrollo incluyente, sino, como lo hemos conocido a lo largo de nuestra historia, un ‘desarrollo
selectivo’, excluyente o sesgado, favoreciendo a unos pero no a otros. Se debe convenir entonces que el
crecimiento económico incluyente es una condición necesaria, pero no suficiente, para el desarrollo. Otras
condiciones son necesarias para poder hablar de un desarrollo real (ver adelante).

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El logro del crecimiento económico como un objetivo de desarrollo ha interesado a la economía y a la


rama de esta ciencia llamada ‘economía del desarrollo’, misma que empieza a surgir en la posguerra
(Segunda Guerra Mundial), cuando el tema empieza a reconocerse de importancia. Para ese momento,
las naciones se dividían en tres grandes campos. El primero incluyó (principalmente) a los países
capitalistas de industrialización avanzada, que se llamaron ‘países del Primer Mundo’, o ‘Primer Mundo’.
De éstos, EE UU había surgido como el líder sin rivales al ser el verdadero ganador de la Segunda Guerra
Mundial, pues la infraestructura de su economía no estaba destruida como sí lo estaban la de Europa y
Japón, y en muchos respectos fueron los EE UU quienes reconformaron e inicialmente financiaron el
‘orden mundial’ que emergió tras la última gran guerra mundial.

Se llamó ‘Segundo Mundo’ a los países que habían instaurado el socialismo, fuere por procesos
revolucionarios propios que tumbaron las estructuras políticas heredadas de la época feudal, o por
incorporación a las esferas de influencia de la gran potencia socialista, la entonces Unión de Repúblicas
Soviéticas Socialistas (URSS) a la cual posteriormente se le sumaría la China Comunista. Cabe destacar
que contrario a las predicciones y prescripciones de los teóricos del socialismo y del comunismo, fueron
países con menores grados de desarrollo de las fuerzas productivas los que empezaron a experimentar
transformaciones revolucionarias que daban al traste con las relaciones de producción pre-capitalistas y
capitalistas. Los procesos revolucionarios en Occidente sucumbieron al ímpetu de las guerras mundiales,
y se vieron comprometidos especialmente en la lucha contra el fascismo que llevó a estrategias de alianzas
con las fuerzas capitalistas no-fascistas; en gran medida, no obstante, los movimientos obreros en Europa
occidental habrían de crear las bases políticas para los actuales partidos socialistas europeos cuyas luchas
reformistas dieron fundamento al Estado de Beneficencia que se asocia con las sociedades más
desarrolladas y socialmente más avanzadas conocidas en la actualidad.

Finalmente, restaban todas las demás naciones llamadas ’Tercer Mundo’ que se caracterizaban por ser
formaciones económicas capitalistas poco desarrolladas, fuertemente dependientes del sector primario

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(agrícola) para la producción de sus alimentos y sus productos de exportación principales, como también
fuertemente dependientes del Primer Mundo (o del Segundo Mundo en algunos casos) como fuente de
crédito e inversión, destino comercial principal, como también fuente de bienes industrialmente
manufacturados e insumos clave para el desarrollo propio de su capacidad productiva.

Estas naciones tenían un pasado colonial y formaciones políticas endebles. Sus grados de desarrollo eran,
en general, bajos y persistían índices elevados de pobreza aunados a una fuerte concentración de la
riqueza; muchas de estas naciones habrían de experimentar procesos políticos insurgentes y
revolucionarios que gestaron, en el Asia, el África y América Latina uno de los principales escenarios de la
confrontación ‘Este-Oeste’ o la llamada ‘Guerra Fría’ y dando lugar a una división ideológica entre las
naciones de ese campo. Aun cuando se impulsó una doctrina de no-alineación bajo la idea de los ‘Países
No Alineados’ (con las potencias occidentales u orientales), las filiaciones e influencias en ambas
direcciones eran evidentes.

***

Los países de Segundo Mundo, especialmente la URSS, pero posteriormente la China y otras naciones
asiáticas dieron notables saltos cualitativos en su condición de desarrollo, pasando de economías de base
primaria, agrícola, a convertirse en potencias industriales en relativamente poco tiempo. Para la URSS,
tras su formación, la supervivencia del emergente modo de producción socialista y su organización social,
política y económica suponía demostrar la superioridad de ese sistema de cara al capitalismo, cosa que
se pretendió hacer con especial ímpetu bajo el régimen estalinista, mediante una economía centralmente
planificada, (en principio) no dominada por el mercado sino por el plan; la nacionalización y/o
colectivización de las unidades de producción agrícolas e industriales; y valoración solo nominal de la
moneda y su empleo como referencia de valor pero no como denominación de cambio real.

No obstante, para responder a las demandas reales de la población y los objetivos del socialismo era
necesario el logro de la industrialización. Las demandas internas se desprendían del pueblo soviético que
ponía sus esperanzas en una transformación social que le permitiría mayor bienestar como consumidores
y productores de bienes y servicios. Ello obligaba al desarrollo de una capacidad industrial de bienes de
consumo para responder a sus demandas, como también la creación de un régimen de empleo pleno. Las
demandas externas se desprendían de la Guerra Fría y la confrontación con las potencias capitalistas de
Oeste; obligaban al desarrollo del aparato industrial con énfasis en la industria pesada, los implementos
militares y bélicos, y los bienes capitales requeridos para hacerlos, en detrimento de la capacidad de
producción de bienes de consumo. Se gestaba un conflicto inmanente entre ambas demandas, cosa que
finalmente terminó abonando al colapso del socialismo real.

Los logros del sistema soviético, que tuvieron un fundamento en el rápido desarrollo de la base de ciencia
y técnica de la URSS, permitieron que esa nación se llegase a establecer pronto desde su creación como
el segundo poderío militar en el planeta y un actor central en la carrera espacial, entre otros.
Indudablemente hubo un desarrollo en múltiples respectos de la sociedad soviética por lo que el
experimento del socialismo en la URSS durase. Los logros de la industrialización en buena medida se
fundamentaron en una extracción sistemática de valor del campesinado, cuyo producto fue empleado
como su medio de financiación de la industrialización. Se debe recordar que la URSS creada posterior a
la revolución de 1917 tenía solo un muy escaso proletariado, la mayoría de la población siendo campesina,
y por tanto, la revolución rusa tuvo que crear no solo un partido político del proletariado, sino el
proletariado mismo.

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La carrera armamentista a la cual se obligaron las superpotencias en la gran confrontación de ideologías
que fue la mejor parte del siglo XX se basó en un absurdo, la idea que el aquel que tuviese ‘solo’ 5 veces
la capacidad de destrucción global estaría en desventaja ante aquel que tuviere 7. Esto llevó a la
proliferación peligrosa del armamento nuclear en una carrera por el desarrollo de nuevas y más armas
que, habiendo pulverizado una vez el planeta, serían redundantes. Desvió una cantidad considerable de
recursos fuera de las posibilidades de atención a los mercados internos emergentes, y en general, de
objetivos humanamente más significativos que un enfoque de cooperación y entendimiento entre
naciones en el planeta hubiera facilitado.

El delicado balance de las dos demandas se terminó inclinando hacia las demandas externas, en tanto la
economía centralmente planificada de la URSS vio la necesidad de priorizar la industria pesada, la industria
nuclear y el desarrollo de la capacidad bélica nuclear, la industria aeroespacial y aquella de bienes
capitales sobre los bienes de consumo. Se creaba así lo que algunos analistas han llamado la ‘economía
de la escasez’ que ha caracterizado, en buena medida, a los mercados de bienes de consumo en las
formaciones socialistas, en detrimento de las expectativas de los consumidores.

Cómo es sabido (pero poco discutido) el ‘socialismo real’ de la URSS colapsó hacia finales de los 1980s
por motivos que algunas analistas han vinculado a las limitaciones de una economía planificada donde la
producción estaba centralmente coordinada y definida, y sujeta a la llamada ‘restricción presupuestaria
suave’. En tal condición el flujo de recursos de cualquier unidad de producción no está determinado por
el balance entre los egresos de la producción y los ingresos de las ventas, sino por la asignación central de
recursos, burocráticamente establecida. Esto creaba ineficiencias intrínsecas, estimulando a esconder los
logros eficientes de las fábricas, por temor a la disminución en el flujo de recursos si se demostraba que
era posible producir más, con menos insumos. Dejaba poca o nula autonomía y capacidad creativa a los
productores mismos, que tampoco estaban incentivados a la lectura de las señales de los mercados que
geográfica o sectorialmente atendían, y menos tenían las posibilidades responder a las necesidades de
esos mercados.

A lo anterior se aunaban presiones adicionales que habrían de drenar recursos a una economía socialista
que demostraba las des-economías de las ineficiencias, por la necesidad de financiar los movimientos
insurgentes en el Tercer Mundo que emergían frecuentemente, apadrinando así la Revolución
Internacional. A las demandas de la confrontación directa pero fría (que se recalentó en ciertas instancias,
e.g. durante la crisis de los misiles en Cuba, 1962) se sumaron las de la confrontación indirecta entre
potencias que se gestaba en el escenario de las guerras calientes en los países tercermundistas que
experimentaban o habían experimentado luchas de independencia y liberación nacional, revoluciones y
transformaciones socioeconómicas que abrían espacios para la revolución socialista internacional. Estos
países y procesos tenían el apoyo resuelto de la URSS apuntalando las capacidades militares y logísticas
de sus aliados y las economías de los victoriosos, pero en muchas instancias drenando recursos vía
intercambios desiguales, ofreciendo, e.g., petróleo barato a cambio de azúcar cara.

Esto tenía su propia contraparte en la cual los EE UU y las potencias de Occidente apoyaban a la
contrainsurgencia en los mismos escenarios de confrontación en el Tercer Mundo. Ello habría de significar
otro drenaje de recursos de la economía, articulado por el mismo mecanismo, la asignación burocrática
de fondos a una industria armamentista siempre creciente, el fortalecimiento en los países en conflicto
de los ejércitos y gobiernos nacionales vistos como aliados, y la ayuda al desarrollo que serviría para paliar
los problemas estructurales que ocasionaban los conflictos en primer lugar. Así, la Guerra Fría, en
principio envolviendo los actores poderosos del Primer y Segundo Mundo, venía a actuarse en el Tercer

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Mundo. Ocurriendo a escala planetaria, fácilmente podría haberse clasificado como una suerte de Tercera
Guerra Mundial ‘dispersa’.

La pluralidad de demandas sobre la economía soviética que al final del día vendrían a significar recursos
materiales reales, no sencillos avales de consumo de la oficina central de planeación, habría de terminar
recordando a los jerarcas soviéticos que no hay almuerzo gratis tras el desplome, que fue total, pese, o
gracias a, los intentos de Mijail Gorbachov de introducir las reformas económicas bajo la Perestroika y las
reformas políticas por el Glasnost.

El otro ‘gigante’ comunista, la República Popular China (RPC, China Continental o China Comunista),
experimentó, desde mediados de los años 1970s y a la muerte de su hasta entonces principal líder Mao
Zedong, la primera gran transformación de una economía planificada y centralmente comandada a una
economía mixta de mercado con fuerte intervención estatal, gestada por un régimen político comunista,
el Partido Comunista Chino. Esto aporta a las paradojas de la economía política global: el antagonista
histórico del capitalismo entonces lo emula, llevando a cabo una cuasi revolucionaria transformación
capitalista, pero con importantes diferencias lo usaba para impulsar un crecimiento económico sostenido
y sin precedentes en toda la fase previa de gestación del socialismo chino, y que ahora catapultaba a la
China a la posición de fábrica contemporánea internacional por excelencia, potencia mercantil más grande
del mundo y primer poderío militar internacional, y le permitía llegar a la Luna, y abatir la pobreza en
menos de cinco décadas.

Desde su creación como la República Popular China en 1949 y hasta la reforma iniciada por Deng Xiaoping
en 1978, la RPC articulaba una economía centralmente planificada que seguía el modelo soviético. A
través de los primero y segundo planes quinquenales, desde 1953 se impulsó una reforma sustancial en
la capacidad productiva orientada a favorecer a la industria pesada y el desarrollo de una capacidad
industrial sofisticada, de alta intensidad en capital, en buena medida apoyados por la URSS. En el segundo
plan quinquenal inaugurado en 1958 y bautizado ‘el Gran Salto Hacia Adelante’ se abolieron las
estructuras minifundistas privadas en la agricultura, procediéndose a la colectivización de la producción
agrícola, a la vez que se empezó a propagar el modelo de las pequeñas unidades fabriles de producción
en la industria. Los resultados, no obstante, fueron contrarios a lo esperado: se experimentaron notables
descensos en la producción agrícola al punto de llegar a provocar hambruna, y los modelos de
industrialización a pequeña escala, por carecer de rigor productivo, resultaron en la pérdida notable de
valiosos recursos, generando productos caros y de mala calidad, llevando finalmente al desempleo
notable de la fuerza de trabajo, que retornaba al campo como agricultores. Ello obligó a una nueva
revisión de la política, procediéndose a recomponer los colectivos agrícolas en unidades más pequeñas y
a darles más autonomía, a la vez que a incrementar las inversiones en la producción agrícola, reanimando
la producción.

Después de la muerte de Mao en 1976 y el término de la Revolución Cultural, Deng y los nuevos líderes
chinos comenzaron reformas hacia una economía de mercado, pero con un Estado fuertemente
interventor que bajo el dominio de un solo partido, ahora en lugar de definir vía cuotas del plan la
producción, habría de guiarla empleando mecanismos de mercado. Desmantelaron las granjas colectivas
creadas en la era anterior maoísta, privatizaron las tierras devolviéndolas a las familias como unidades
básicas de producción agrícola, y liberalizaron los precios de los alimentos en el mercado.

En el plano industrial reenfocaron la economía, que había tenido una orientación principal al mercado
interno y a la autarquía en la era de Mao, para incluir también el comercio exterior como un eje principal
potenciador de posibilidades de crecimiento. La tendencia al desarrollo industrial en los sectores de la

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industria pesada y los bienes capitales fue complementada con un enfoque en la producción de bienes de
consumo que vino a realzar su oferta exportable. Los cuellos de botella derivados de las limitaciones en
la capacidad de producción de energía, en los problemas de la red vial y de transporte y las
comunicaciones fueron sistemáticamente abordados a partir del desarrollo de grandes proyectos de
inversión.

La función de planeación central dictada burocráticamente fue relajándose para abrir espacio a los
mecanismos de mercado; los gerentes de fábricas empezaron a hacerse responsables por los flujos de
recursos a sus unidades de producción y por sus ganancias y/o pérdidas. Se crearon incentivos materiales
para estimular a la gente a trabajar más, a la vez que se racionalizó el régimen general de precios en la
economía y se buscó asegurar la asignación de los puestos de trabajo a las personas en función de sus
habilidades, entrenamiento e inclinaciones. Reestructuraron las empresas paraestatales y cerraron
aquellas que ya no eran viables, lo que provocó despidos masivos en muchas instancias de gentes que
tuvieron que reubicarse. Mientras el Estado retenía la titularidad de mucha de la industria pesada y ramas
clave de la economía, se permitió el desarrollo de empresas privadas, o empresas mixtas de capital
privado y estatal, sobre todo en las ramas de los bienes de consumo.

La RPC estableció en 1980 las primeras zonas económicas especiales (ZEEs) que en sus inicios tuvieron
con un alto grado de enfoque territorial, siendo la ciudad de Shenzhen la que llegara a concentrar hasta
el 51% de la inversión extranjera directa (IED) en todo el país y el epicentro inicial del experimento, que
tras el éxito tenido, se replicó en varias otras localidades; valga notar que en sus primeros momentos la
inversión canalizada a las ZEEs provenía de ciudadanos chinos viviendo en el exterior, y de Hong Kong.
Estas pretendían atraer IED para aprovechar un significativo excedente laboral que si bien inicialmente no
muy calificado, era productivo y resultaba competitivo para operaciones de manufactura intensivas en
trabajo. La idea de establecer dichas zonas no dejó de ocasionar inicial resquemor por la experiencia de
imposición y dominación que se derivaba del pasado colonial al cual se había sometido el pueblo chino
ante potencias extranjeras, como por la noción que establecerlas sería sinónimo de negar la búsqueda del
socialismo; no obstante, sortearon el dilema indicando que, insertas dentro del marco general de la
economía socialista china, y bajo su control, el modelo de las ZEEs no imperaría sobre, sino estaría
sometido a, las reglas propias de la nación, y que su articulación se justificaba dentro de los cometidos
de desarrollo de ésta.

A diferencia de la ley ZEDE hondureña, las políticas hacia las ZEEs chinas nunca rindieron el control
territorial ni permitieron la re-escrituración del marco legal creando entes autónomos como se pretende
en Honduras; en contraste con nuestra experiencia, las zonas especiales chinas dieron importancia
central a los gobiernos municipales donde ésas se crearon, siendo entonces los municipios no solo
promotores de dichas zonas, sino también sus controladores, estando los municipios en condiciones de
crear los incentivos fiscales que atraían a las inversiones y las infraestructuras requeridas sin tener que
pasar por las decisiones del gobierno central. Debe recordarse que tras su revolución, la RPC había
articulado una política de planeación central de toda su economía, mediante la cual toda la actividad
económica de una inmensa nación como esa debía pasar por las oficinas gubernamentales de planeación,
que definían, muy al estilo soviético, la especificación, volumen y valor de la producción nacional. El
recurso a la relativa libertad local y la introducción de mecanismos de mercado en el proceso económico
habría de flexibilizar y agilizar la producción industrial y dinamizar la economía, creando mecanismos para
salvar las rigideces de la planeación central que posteriormente habrían de abonar a llevar la economía
socialista soviética al colapso.

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En el siglo XXI, China tiene una economía de mercado que permite la propiedad privada, y es un ejemplo
de un capitalismo de Estado. El gobierno domina los sectores estratégicos como la producción de energía
y las industrias pesadas, pero las empresas privadas se han expandido enormemente. Las fuentes abiertas
indican que para 2008 había cerca de 30 millones de empresas registradas en el país. Desde la
liberalización económica en 1978, China ha estado entre las economías mundiales de más rápido
crecimiento. De acuerdo al FMI, entre 2001 y 2010 el crecimiento económico anual, medido como la
variación interanual del producto interno bruto (PIB) medio, fue de 10,5 %. Su alta productividad, bajo
costo de la mano de obra y la relativamente buena infraestructura la han hecho un líder global de la
industria.

Esta nación es un claro ejemplo del crecimiento económico gestado por un conjunto de políticas públicas
que si no exentas de errores, lograron finalmente, tras incorporar elementos de mercado, salvar las
rigideces e ineficiencias de las economías de comando basadas en la planificación centralizada. Esto ha
resultado en la superación de deficiencias estructurales ancestrales con impacto en otros indicadores de
calidad de vida como el abatimiento de la pobreza. En febrero de este año (2021), Xi Jinping anunciaba la
erradicación de la pobreza extrema en la China.

No obstante, algunos analistas señalan que las reformas económicas y la adopción de la lógica de mercado
ha exacerbado la desigualdad económica, que se ha incrementado en las últimas décadas; en los años
previos a 1993, el coeficiente de Gini para la China se había mantenido bajo el nivel emblemático de 0.4
(valor sobre el cual se empieza a acusar grandes diferencias en el ingreso entre la población) mas no ha
regresado a dicho valor, conociendo un pico de 0.491 en 2008; para 2012, el coeficiente de Gini chino fue
de 0,47 (para ese mismo año, el de Honduras se registró en 0.56 y el de los EE UU 0.48 mientras que el
sueco fue 0.30). El coeficiente de Gini (G) es un indicador matemático de la simetría en la distribución del
ingreso. El valor G = 0 denota una condición donde toda la población recibe exactamente el mismo ingreso
y G = 1 aquella en la cual solo una persona recibe la totalidad del ingreso nacional. Valores bajos de G
indican mayor equidad en dicha distribución.

El ‘modelo chino’ y su evolución dista por mucho de ser perfecto, aunque haya que convenir que su
experiencia es admirable y un excelente ejemplo del impacto último que la coherencia y sostenibilidad en
la articulación de políticas públicas correctas, aunque perfectibles, aunado con la resiliencia para
adaptarse a los cambios y evolucionar conjuntamente, o dar un sólido golpe de timón y cambiar
súbitamente de rumbo, con la capacidad de continuar a largo plazo por un camino coherentemente
trazado es un elemento clave en el logro de, al menos, una forma de desarrollo vinculada al crecimiento
notable de la capacidad productiva de una sociedad, el ingreso resultante y las condiciones materiales de
vida de sus ciudadanos.

El énfasis en el crecimiento económico y la producción industrial bajo el actual socio-tecno-sistema en su


experiencia concreta implica que el modelo productivo chino gasta mucha energía y es ineficiente y
contaminante, pues depende en sensible medida del carbón mineral (hulla), un combustible fósil y por
tanto generador de gases de efecto invernadero (GEIs) para la producción de más del 70 % de la energía
que utiliza; China rebasó en 2013 a Estados Unidos como el mayor importador de petróleo y en la
actualidad está indicado como uno de los países con mayores problemas de contaminación atmosférica
en el planeta, y de ser el mayor emisor de dióxido de carbono, el principal GEI responsable del
calentamiento global. El crecimiento económico y la industrialización de efectos ambientales no mitigados
han dañado el medio ambiente, como también ocurrió en el caso de la URSS, donde las consideraciones
ambientales nunca tuvieron sensible gravedad específica, y como había ocurrido en las naciones
industrializadas del Primer Mundo desde la primera Revolución Industrial. En materia de derechos

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humanos, la disidencia opositora al régimen chino lo ha caracterizado como una dictadura represiva y de
mano dura, cosa que no deja de ser manifiesta en ocasiones múltiples, en tiempos recientes mejor
ilustradas por los conflictos engendrados en la provincia de Hong Kong y el manejo del tema uigur. En
1989 se registró el incidente en la plaza de Tian’anmen que dejo entre 200 y 2000 muertos.

***

En el Tercer Mundo de la posguerra, y como consecuencia de la observancia del gradual pero sostenido
decaimiento en los términos de intercambio entre los países del Primer Mundo y ése, manifiesto en que
crecientemente se requería un mayor número de unidades de producción agrícola para la compra de un
bien de manufactura industrial (ej., un tractor) se estableció como elemento de política pública
internacional la estrategia de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), en gran medida
acuñada por los técnicos estructuralistas de la Comisión de Naciones Unidas para América Latina (CEPAL).

Esta apuntaba a acelerar el ritmo del desarrollo económico haciendo que nuestros países, con una muy
endeble base industrial puesto que habían tenido principalmente modelos agropecuarios, extractivistas y
de enclave como los rectores de sus economías, y debiendo importar la mayoría de sus bienes
manufacturados de consumo, entrasen en un proceso de industrialización sustitutiva para producir
localmente esos bienes de consumo (y bienes capitales, ej. máquinas y máquinas-herramienta). Se
reconoció como parte de esta estrategia la teoría ‘de la industria infantil’ que planteaba que si bien los
países que se embarcasen en la ISI podrían adquirir las capacidades industriales vía compra de equipos,
fábricas y tecnología en general a los países primermundistas, no podrían más que esperar a desarrollar
la experiencia operativa de dicha capacidad industrial con el tiempo para volverse eficientes en su uso;
por tanto, siendo inicialmente menos eficientes que los países de industrialización más madura, no
podrían competir vía precios con los productos primermundistas. Por ello se crearon barreras arancelarias
que habrían de imponer impuestos de introducción a aquellos productos cuya producción local se desease
proteger, y otras formas proteccionistas para la industria infantil.

Los preceptos y práctica del modelo ISI habían comenzado a aplicarse por las dificultades de
abastecimiento desde la Primera Guerra Mundial, aunque su fase más intensa se produjo en el período
posterior a la Gran Depresión que inició en 1929 y redujo notablemente tanto la disponibilidad de
importaciones como la demanda de los productos de exportación de estas naciones. La ISI duró hasta la
primera mitad de los ‘70s en Latinoamérica, y tuvo especial auge en un período en que los gobiernos
latinoamericanos propiciaron una mayor participación del Estado en la economía, con el florecimiento de
las doctrinas keynesianas del Estado intervencionista, que encontraron un importante rol para ése en el
impulso de la industrialización como corolario de las tesis estructuralistas, que posteriormente impulsaron
la tendencia desarrollista de los años 60s, cuando en algunos países se logró avanzar en la segunda etapa
de producción de bienes duraderos, se generó una nueva industria con tecnología moderna e IED, aunque
con cierta dependencia de insumos importados. Contrario a la experiencia china, esta producción estuvo
focalizada a la sustitución de importaciones para suministro de los mercados internos.

La ISI contribuyó a diversificar la capacidad industrial de la región y a atender sus necesidades de bienes
de consumo y una parte de los bienes intermedios y de capital con producción interna. Estuvo
acompañada tanto de IED como de inversiones locales, incluyendo los estados nacionales, y de
transformaciones productivas con base en tecnología que en el mejor de los casos envolvieron la
participación del capital social e intelectual latinoamericano, creando así estímulos para el desarrollo de
la capacidad educativa, especialmente en ciencias e ingeniería. El desarrollo industrial conllevó al
incremento del empleo industrial y técnico y los ingresos, que contribuyeron a desarrollar una clase media

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que a su vez ampliaría los mercados internos. Se logró reducir la dependencia de los mercados extranjeros
y se potenció el nacimiento de nuevos sectores industriales nacionales en la pequeña, mediana y gran
industria.

La visión estructuralista señalaba la dependencia establecida entre los países tercermundistas y los
primermundistas, donde los últimos eran fuente primaria de lo requerido por los primeros en aspectos
clave, incluyendo los bienes industriales de consumo, el financiamiento, la tecnología y el saber hacer, y
los mercados que compraban sus productos primarios agro-extractivos, pero que sistemáticamente
perdían valor. Esta dependencia era la consecuencia de un ‘desarrollo’ histórico construido
primordialmente sobre los intereses de los actores externos a tales países, desde la conquista al enclave:
un desarrollo exógeno, es decir, generado desde fuera por actores externos sin un enfoque de vida en
estos territorios, que si bien habían transformado la América precolombina en colonias y posteriormente,
en repúblicas neocoloniales, engendraban un desarrollo dependiente y sujeto a los intereses prioritarios
de los actores externos, no los de los actores internos a estas sociedades. Si nuestros países habrían de
romper la dependencia, necesitaban mayor autonomía y acceso a los bienes de capital y la capacidad
técnica para la producción local de lo importado. Esto podría pagarse con los ahorros de los capitales que
antes debían ser utilizados para la importación de productos industriales.

El cambio tecnológico y el desarrollo de las capacidades productivas en áreas de más alto valor agregado
se consideraron una fuerza dinámica fundamental en la ISI, que motivó la búsqueda de transferencia de
tecnologías en capacidades de punta, pero que propendía al incremento de las productividades de todos
los factores productivos, desde la agricultura hasta la naciente industria de punta. La estrategia se
complementaba con el impulso de grandes economías de escala que abarataren los costos y permitieren
mayor competitividad, cosa que en muchas instancias obligaba al apoyo estatal, especialmente a las
empresas de mayores capitales. En éstas, el Estado jugaría un rol como inversor clave y director a través
de empresas nacionales estatales y paraestatales en áreas estratégicas como energía, comunicaciones y
telecomunicaciones, puertos, producción a escalas mayores de bienes de consumo, educación técnica y
científica, y similares de relevancia a la industrialización.

Las teorías modernas del crecimiento endógeno fueron diseñadas para lograr una persistencia del
crecimiento a largo plazo y sugieren que para poderse sustentar como un verdadero desarrollo, ése debe
generarse desde dentro de un país, una sociedad o una región, es decir, ser un desarrollo endógeno
conducido por actores locales, con un enfoque de vida en dichos países, sociedades o regiones, actuando
en pos de sus intereses, no los de entes externos, como prioritarios, aun cuando dichos entes externos
puedan participar de la economía nacional. Entre otras funciones, el control de la transferencia externa
de los capitales producidos por las inversiones extranjeras es un elemento clave, pero existen muchas
otras consideraciones de relevancia en el delicado juego de intereses entre los actores nacionales y los
supranacionales. La visión de desarrollo endógeno también tiende a cuestionar las visiones que centran
el desarrollo en el crecimiento económico y tiende a ver el fenómeno del desarrollo como algo
multidimensional, como se aborda adelante.

En la experiencia latinoamericana, la ISI no fue una política simétricamente aplicada. En algunos países
fue más acentuada que en otros, mientras que en otros su adopción, o su intento, se dio en momentos
posteriores. Hasta cierto punto se dio una diferenciación geográfica en la articulación de la estrategia.
Fueron los países entonces más avanzados en sus reformas políticas y sociales y con un mayor grado de
industrialización de base, Méjico en el norte y Argentina, Brasil, y Chile del Cono Sur, los que profundizaron
más en la estrategia y obtuvieron los mayores beneficios. Méjico había pasado por un período de
nacionalismo y revolución ferviente que, entre otras cosas, dio tierra a los campesinos y nacionalizó una

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serie de bienes y recursos como la industria ferroviaria, minera y petrolera. Congruentes con los preceptos
del modelo, se plantearon propósitos de crecimiento hacia el mercado interno mediante una eficiente
sustitución de importaciones, cosa que implicó desarrollar la demanda interna, realizar una reforma
agraria e impulsar la industria nacional. La agricultura, en especial en los países del Cono Sur, se benefició
de la aplicación de nuevas tecnologías y formas de producción de la tierra, ampliando su productividad y
la disponibilidad de alimentos, y creando la base para el desarrollo significativo de un mercado interno,
antes oculto por la pobreza imperante en nuestras sociedades. Los países de América Central y el Caribe
y los andinos, en cambio, a la postre no lograron consolidar la estrategia de ISI, manteniéndose (con obvias
variaciones entre países) rezagados a seguir con el modelo primario-exportador; no modernizaron de
forma más generalizada su agricultura ni impulsaron más vigorosamente la ISI misma, y por tanto no
lograron desarrollar una clase media más vigorosa y con mayor capacidad de demanda.

En general, aun cuando se conocieron variantes en las políticas específicas articuladas en estos países, el
paquete ISI envolvió un fuerte elemento de intervención estatal en la economía, el Estado siendo no solo
rector económico sino también inversor, especialmente en proyectos de mayor envergadura y de
importancia central como los servicios públicos y la infraestructura, la promoción de la transferencia de
tecnologías de sustitución de importaciones, y los intentos por abatir la pobreza y expandir, vía capacidad
adquisitiva, los mercados internos empezando por la implementación de reformas agrarias y la
modernización de la agricultura. Estas medidas estuvieron apuntaladas por la generación de un clima
proteccionista en la economía, con sustento en la teoría de la industria infantil, que cobró forma en un
conjunto de aranceles a la importación de los productos de sustitución industrial. Así, estos países
lograron vigorizar el desarrollo de una clase media, con un mayor poder adquisitivo y apuntalaron un
mercado interno amplio que significó un mejoramiento objetivo en las condiciones de vida de sus
poblaciones.

***

En Honduras, la década de los 1970s vino a representar la culminación de un proceso de transformaciones


estructurales y modernizaciones de la economía que había empezado en la última parte de los años 1950s.
Esto envolvió la diversificación de la agricultura buscando disminuir la dependencia en dos productos
primarios de agro-exportación, los bananos y el café. Se realizaron inversiones fuertes en infraestructura
física, carreteras, puertos, telecomunicaciones y centrales hidroeléctricas. Se invirtió en el desarrollo
institucional público a través de la creación de paraestatales como la Corporación Nacional de Inversiones
(CONADI), que habría de liderar el proceso de industrialización bajo patrocinio estatal, la Corporación
Hondureña de Desarrollo Forestal (COHDEFOR), a cargo del manejo y el desarrollo de los recursos
forestales nacionales, y la Corporación Hondureña del Banano (COHBANA) que en principio habría de
administrar las políticas de producción y exportación bananera, establecer vínculos de coordinación entre
los productores de bananos y las empresas multinacionales que habían controlado la actividad desde
inicios del siglo XX y proveer asistencia técnica al creciente número de productores nacionales de la fruta.
El Instituto Hondureño de Mercadeo Agrícola (IHMA) habría de controlar el sistema de precios de los
productos agrícolas y participar en su mercadeo.

Las políticas desarrollistas perseguidas en la primera mitad de los años 1970s reflejaban la filosofía de la
‘orientación hacia adentro’ de la CEPAL, que en el caso hondureño, tomaron cuerpo en un proyecto de
desarrollo nacional formulado como una política oficial del Estado bajo el régimen militar reformista de
Oswaldo López Arellano, en el cual el gobierno habría de jugar un papel dinámico en el estímulo de un
crecimiento económico balanceado y en el desarrollo social. Se planteaba la sustitución de importaciones
pero también la industrialización para la exportación de productos intensivos en recursos naturales, como

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el papel, el cemento y el aceite de palma y sus derivados; la reforma agraria habría de modernizar la
agricultura y ayudar a desarrollar un mercado interno fuerte por la incorporación del campesinado
marginalizado al uso de la tierra y la producción con orientación de mercado, no solo de subsistencia; un
programa de gestión comercial acertada de los recursos forestales completaba las tres piedras angulares
de las intenciones reformistas.

El proyecto reformista logró canalizar recursos financieros externos -provistos por las instituciones
financieras internacionales, que también jugaron un papel en la concepción del proyecto desarrollista-
hacia la modernización agrícola y el desarrollo infraestructural generando empleo, un producto nacional
ampliado y tendiendo a mejorar los perfiles de distribución del ingreso. En la segunda mitad de esa
década, las cifras del BCH indicarían que el PIB habría crecido a una tasa anual del 8.8%, la producción
agrícola e industrial a 8.5 y 8.7%, las exportaciones, estimuladas por términos de intercambio más
favorables a 9.8% y el PIB per cápita a 4.6% mientras que el cociente de deuda a PIB se mantuvo en 36.5%.

El saldo neto del proceso, sin embargo, no fue totalmente positivo y a la postre demostró ser insostenible
desde la perspectiva económica y política. Muchas de las inversiones hechas, especialmente a través de
la CONADI en la industria nunca operaron o encontraron limitaciones derivadas de la burocracia y la
corrupción, que finalmente hicieron a la corporación fracasar. Las inversiones grandes, que requerían
mercados grandes, hallaron limitaciones en los mercados nacionales pobres puesto que no se había
logrado reducir notoriamente los índices de pobreza urbana y especialmente rural; una moneda local
sobrevalorada ayudaba poco a darle competitividad a las exportaciones. La incapacidad de operar
rentablemente dichas inversiones y el incremento en las tasas de interés que se experimentó
internacionalmente al estallido de la crisis de la deuda externa en los años 1980s habría de contribuir a
una deuda externa inflada.

El talón de Aquiles del experimento reformista se encontró en las consideraciones políticas,


especialmente en las implicancias derivadas de la reforma agraria, que empezaban a desafiar la base de
poder de las élites tradicionales hondureñas entre hacendados y productores agroindustriales. Las leyes
de reforma agraria de 1972 y 1975 habían definido una parcela de tierra de menos de 4 hectáreas como
minifundio e insuficiente para alimentar a una familia, mismo que la ley buscaba eliminar. Los objetivos
de redistribución de tierras se fijaron en 600,000 hectáreas para 120,000 familias campesinas para los
primeros 5 años de reforma. Se propendía a la organización colectiva de los productores agrícolas. Aun
cuando las leyes de reforma agraria habían sido generosas con los techos permitidos para la producción
de agro-exportaciones, se limitó la cantidad de tierra en únicas manos para la ganadería. En la práctica, la
reforma afectó la tierra en manos privadas solo de forma marginal pues los gobiernos prefirieron ampliar
la frontera agrícola que abiertamente antagonizar con los hacendados, aunque estos últimos
reaccionaron con hostilidad al proceso, y el ritmo de la reforma habría pronto de menguar: para 1992, 30
años desde el inicio de la reforma agraria, se habría alcanzado tan solo la mitad de los objetivos
inicialmente establecidos para 5 años.

Un segundo factor político de importancia para el fracaso del proyecto reformista desarrollista de López
Arellano fue su falta de rendición de cuentas ante los actores sociales que apoyaban el experimento, que
incluían sectores progresistas de la empresa privada, el movimiento obrero y el movimiento campesino,
y las movidas sucias y corruptas de su gestión. El régimen cayó en 1975 después del ‘destape’ del
escándalo bananero conocido como ‘Bananagate’ cuando se conoció que la United Fruit Co. intentaba
comprar la voluntad del régimen para reducir el impuesto al banano exportado. El ‘momentum
desarrollista’ creado por el régimen reformista se transfirió a las organizaciones sociales hondureñas en
virtualmente todos los sectores, engendrando expectativas –positivas entre la mayoría de la población

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que vio una oportunidad de progresar vía acceso a la tierra y al empleo, negativas entre los sectores más
conservadores que encontraron que sus posesiones peligraban. Estimuló la respuesta activa de las
organizaciones sociales que buscaban participar en la formulación de políticas públicas y su
implementación en tanto se abrieren espacios para tal participación, o de otra forma luchaban en defensa
del derecho de participar y aspirar a lograr lo que el régimen prometía como beneficios del desarrollo.
Las intenciones desarrollistas lideradas por el Estado engendraron una tradición de respuestas filiales de
la sociedad civil hacia el gobierno, especialmente entre los sectores sociales no gubernamentales. Este
proceso creó una tradición de organización, movilización y expresión que trascendió la vida efímera del
reformismo que vino a significar una suerte de ‘otra cara de la democracia hondureña’, una democracia
anterior, y posterior, a la democracia electorera, misma que, aun cuando puede ser fuertemente
influenciable por los partidos políticos no está acuerpada en ellos, una ‘otra democracia hondureña’ que
fluye y refluye bajo el atractivo de inductores selectivos, o bajo la fuerza de la represión selectiva.

***

La doctrina convencional neoliberal actual sostiene que la operación libre de las fuerzas del mercado es
un requisito básico para el logro de la productividad que demandan las necesidades del desarrollo, y que
los incrementos en la productividad resultarían a partir del aliento que la competencia le habría conferido
a la innovación con fundamento en las ‘ventajas comparativas’ de los actores en el mercado. Así, cada
actor económico distinto, especializándose en su propia capacidad, habría de producir bienes y servicios
a costo óptimo. Para ello, argumentaron, eran necesario eliminar las barreras al libre comercio,
impuestas principalmente en la forma de aranceles, impuestos, controles y tasas cambiarias fijas o
controladas (orientadas a proteger la industria infantil, misma que, bajo el argumento neoliberal, se
habría ‘dormido en sus laureles’ fallando en lograr las eficiencias que requería, y demandando por tanto
una suerte de protección eterna) y remover la injerencia del Estado en la operación del mercado y la
provisión, argüida ineficiente, de servicios sociales o públicos, como la energía, el agua, educación y la
salud, reduciendo así notablemente las funciones del Estado… y por tanto de su tamaño, y presupuesto,
y los niveles de tributación necesaria para hacerlo funcionar. En su forma ‘químicamente pura’ e inicial, el
neoliberalismo argumentó que la evolución natural del Estado ante el mercado habría de ser hacia su más
pequeña expresión (en empleados y presupuesto).

Las ganancias a obtener por la operación libre de los mercados, argumentaban los neoliberales, son
superiores niveles de ingreso derivados de una más eficiente distribución de los recursos, mayores índices
de ahorro impulsando mayor inversión, y por tanto mayor actividad productiva, mayor ingreso y más
crecimiento económico sostenido, conduciendo a tasas de crecimiento sostenido en la economía por
mucho tiempo. Con dicho modelo, la población pobre, de haberla, habrá salido de la pobreza,
incorporándose al mercado con capacidad de demanda, en tanto los bienes de la productividad
incrementada que alimenta al desarrollo sean de su acceso. El ‘desarrollo’ en esta luz se construía como
una profecía auto-cumplida.

Los años 1980s marcaron el cambio de doctrina hacia las prácticas inspiradas en la visión neoliberal a nivel
mundial. En Centroamérica la crisis política desprendida de los procesos revolucionarios que se vivían
entonces de muchas maneras frenó la articulación completa de los nuevos preceptos, aunque se empezó
a hablar de ‘estabilización’ como una etapa previa a la adopción plena del Ajuste Estructural. El paquete
de políticas se resumía en un documento presentado por la embajada de los EE UU en 1981 llamado
‘Reaganomics para Honduras’ que indicaba que la reducción en el gasto público, un incremento en las
tarifas y precios de los servicios públicos, congelamientos salariales, la restricción en la circulación

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monetaria, el incremento en los impuestos directos e indirectos y el control de las importaciones habrían
de ser las nuevas normas de gestión macroeconómica nacional.

Los gobiernos de esa época intentaron inducir la IED a partir de concesiones fiscales y la promoción del
modelo maquilador con relativo poco éxito, en tanto la convulsión política regional, en la cual Honduras
jugaba en cierto momento el papel de anfitrión a la contrarrevolución alentada desde los EE UU, como la
reticencia de los gobiernos liberales de la época a la altamente impopular devaluación de la moneda
nacional, necesaria en ojos de la nueva doctrina, jugaron papeles adversos a tales objetivos. La década de
los años 1980s ha sido considerada por muchos analistas como una ‘década perdida’ para los objetivos
del desarrollo. El crecimiento del PIB per cápita fue negativo para todo el periodo, aun cuando hubo una
tendencia leve a la recuperación en la segunda mitad de la década. Los indicadores de distribución del
ingreso tendieron a manifestar el ‘trickle up’ o ‘escurrimiento hacia arriba’, contrario al efecto de ‘trickle
down’ o ‘escurrimiento hacia abajo’ esperado, que formaba la base de la justificación socioeconómica de
la nueva doctrina, señalando que los beneficios de la liberalización de la economía se medirían en el
incremento de la actividad económica derivada de la mayor eficiencia que la gestión neoliberal haría de
la economía.

A través de la Ley para el Ordenamiento Estructural de la Economía la administración Callejas adoptó las
medidas del Ajuste Estructural que recomendaban las IFIs, compelidas entre otros factores por los
desequilibrios externos que se originaban con el alto a las transferencias de efectivo indicadas como
medio de presión para inducir la devaluación de la moneda. Las medidas adoptadas incluyeron la
reducción en los aranceles de importación y la eliminación total de las exenciones de éstos; la derogación
de las leyes de incentivos a las industrias pequeñas y medianas y cooperativas que las libraban del pago
del impuesto sobre la renta; la liberalización de los precios y las tasas de interés bancarias y la adopción
de tasas variables sobre depósitos y créditos; la oficialización de la devaluación de la moneda; incremento
en los impuestos sobre la renta y ventas, con un fuerte carácter regresivo. Los impactos de la adopción de
las medidas se hicieron sentir especialmente por la población asalariada y la maltrecha clase media, que
vio sus ingresos reales disminuir en tanto la devaluación de la moneda disparó el costo de las
importaciones y los tibios incrementos salariales se sostuvieron por debajo de la inflación.

Otras acciones importantes del Ajuste Estructural envolvieron las modificaciones a los regímenes que
regulaban la propiedad de la tierra y los incentivos para usarla, siendo quizá la modificación al régimen
legal agrario a través de la Ley de Modernización Agrícola, orientada a asegurar la tenencia privada de la
tierra el más impactante. Esta ley redujo la definición de minifundio de 4 a 1 hectáreas mientras que no
modificó la definición de latifundio, a la vez que permitió y estableció la titulación individual de lo que
antes eran parcelas colectivas, así distribuidas a los grupos campesinos beneficiarios de la Reforma
Agraria, e hizo de los títulos de propiedad documentos negociables bajo justificación que esos deberían
de servir como respaldo a los créditos, los cuales los beneficiarios de la reforma se obligarían a pagar,
contra hipoteca, en veinte años. Los servicios de extensión técnica para la agricultura e insumos agrícolas,
antes provistos por el Estado, pasarían a realizarse por entes privados.

Las medidas que en el marco de las políticas macroeconómicas neoliberales han sido implementadas en
el país desde los años 1990 han trastocado no sólo el funcionamiento del aparato estatal, sino la misma
propiedad pública; han resultado, por ejemplo, en la privatización, o en la autorización del lucro privado
por la vía de las concesiones de buena parte del sistema de generación de energía eléctrica,
telecomunicaciones, aeropuertos, facilidades portuarias, infraestructura turística, plantas industriales y
agroindustriales y demás activos una vez en manos del Estado a través de sus empresas estatales y
paraestatales, o han abierto la posibilidad de tal privatización en sectores clave antes considerados

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jurisdicción estatal y pública, como la del sector eléctrico y de comunicaciones, y la educación superior. A
través de la privatización de los activos del Estado, el naciente régimen neoliberal de los años 1990
distribuyó, entre un puñado de allegados al presidente de turno en lo que los economistas anglosajones
llaman el ‘crony capitalism’ (capitalismo de los amigotes) los espacios económicos de la nación y una serie
de activos productivos inicialmente impulsados por el Estado a través de la CONADI que hubieren estado
mejor manejados a partir de subastas públicas abiertas que incluyesen compromisos de desempeño
económico, social y ambiental eficientes, y que abriesen espacio a la participación de otras formas
corporativas, como las empresas colectivas y/o cooperativas. Se creaba así la nueva élite neoliberal
hondureña acunada en el muy exclusivo ‘Club de Coyolito’. La característica principal de los desarrollos
industriales que sustentan la base del poder económico de la nueva élite es que son mayormente
intensivos en capital y, con excepción de las actividades agroindustriales que ofrecen mayores
oportunidades de empleo, aunque principalmente estacional, como la caña de azúcar, pocas unidades de
producción bastan para cubrir las demandas del mercado nacional, mismo que, en ciertos rubros, sigue
aportando protección vía aranceles o cuotas de importación, manteniendo los precios nacionales por
encima de los del mercado internacional, dando pie con ello al argumento neoliberal mismo de la
‘dormida sobre los laureles’ de la industria infantil.

Cabe destacar que ha sido el fallo de la empresa pública, bajo un manejo clientelista, el que vino a justificar
la tesis de mayor eficiencia de la iniciativa privada, que con resultados muy dudosos en el sentido técnico,
económico y social de la eficiencia, ha esgrimido el neoliberalismo. De muchas maneras, la promesa
neoliberal de una economía más eficiente con la desregulación del control de los mercados y con la
privatización de los activos y algunas de las funciones centrales de los Estados debería manifestarse en
que las ganancias de la eficiencia significasen menores precios. Deberían manifestarse también en un
Estado más magro y más eficiente. Las evidencias cosechadas en el país desde la implementación del
Ajuste indican lo contrario: los precios de los servicios antes provistos por el Estado han incrementado, y
el aparato estatal se ha hecho más grande y menos eficiente. Por tanto, se puede hablar también de un
fallo, bajo un manejo clientelista, de la empresa privada y de la reforma estatal. En la opinión de algunos
analistas, Honduras ha patentizado cómo el manejo clientelista y corrupto del Ajuste Estructural ha
desvirtuado las ventajas que sus defensores le atribuyen y ha significado resultados socioeconómicos
pobres, cuando no indeseables, en contraste, por ejemplo, con la experiencia chilena, donde su adopción
vino a significar, aun con altibajos, tasas de crecimiento del ingreso real per cápita mucho superiores a las
nuestras, y aun cuando el modelo neoliberal habría de revelar las tremendas limitaciones e impactos en
las expectativas de una sociedad más hecha a las necesidades de los humanos, que son mayores que las
del capital industrial, comercial y financiero, como solo los hechos políticos recientes en esa nación ponían
de manifiesto.

Muchas de las medidas específicas del Ajuste Estructural hondureño llevaron a decisiones desacertadas,
como fundamentar crecientemente la producción de energía en opciones térmicas que dependen de la
azarosa conducta de los precios del petróleo, que desaprovechan el potencial de generación a partir de
los recursos naturales y que dejan una clara huella ambiental justamente cuando el mundo está
despertando a la conciencia de la importancia de controlar los impactos sobre el entorno de sus
actividades productivas; la provisión, por empresas oligopólicas, de malos servicios de telefonía celular
cuando, bajo un esquema distinto, éstos pudieron haber sido eficientemente provistos por un solo
monopolio estatal, que bien manejado pudo haber satisfecho las necesidades de los consumidores y
significar una fuente de ingresos al erario público, abriendo la puerta a disminuir las contribuciones
impositivas necesarias para el funcionamiento del aparato estatal. En la actualidad, el plus-producto
generado por dichas actividades bajo gestión oligopólica privada significa una fuga de capitales, en tanto
la participación extranjera en la provisión de servicios como la distribución eléctrica, el manejo de la

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infraestructura vial y otras compromete la participación poco transparente y no poco controversial de
entes extranjeros que lógicamente quieren repatriar sus utilidades; de igual forma el fundamento de la
riqueza de las nuevas élites hondureñas también se encuentra en las actividades de servicios a éstas
transferidas, que antes eran monopolio estatal, y cuyas ganancias, de haberse conservado como tal,
podrían estar ayudando a financiar la inversión nacional en obras de servicios tangibles para la nación,
como hospitales y demás centros de atención de la salud, escuelas, universidades y centros de
investigación y desarrollo tecnológico; en cambio esas ganancias terminan sumándose al caudal
financiero exportado por la nueva élite en la forma de utilidades remitidas como ahorros o inversiones al
extranjero, habida cuenta del muy pobre clima favorable para la inversión nacional, dentro de lo cual se
cuenta la altísima injerencia burocrática improductiva en la formación y activación de nuevas empresas.
La banca es otro sector que ha reportado altas tasas de ganancia y que, con la liberalización, ha obtenido
carta abierta para hacer lo que mejor desee con sus ahorrantes, desde la modificación antojadiza de las
tasas pasivas y activas de intereses, hasta el robo descarado de fondos depositados en sus cuentas si esos
‘no trabajan’.

Las medidas neoliberales han llevado al otorgamiento a puerta cerrada de concesiones para la explotación
de los recursos naturales, cómo los minerales, y han privatizado el bosque y las ganancias de su
explotación, a la vez que han socializado los impactos negativos de su mal manejo por la vía de la
deforestación y la degradación ambiental que implica; han cambiado leyes, restringiendo el acceso de los
productores rurales pobres a la tierra, postergando y concentrando el desarrollo productivo del campo
mientras pocos latifundistas mal usan extensiones grandísimas de tierra; han abierto las puertas para la
privatización de las playas, líneas costeras, e islotes del territorio nacional; han redefinido los esquemas
impositivos usualmente en formas regresivas, alivianando las cargas tributarias de los que más tienen y
recargándolas por la vía de la imposición directa a los compradores.

El zarpazo más reciente del paquete neoliberal se encuentra en la iniciativa de las llamadas ‘zonas de
empleo y desarrollo económico’ o Zede que se incuba en la propuesta del economista Paul Romer ante lo
que él reconoce como ‘estados fallidos’, es decir, aquellos en los cuales la estructura estatal es totalmente
endeble y sujeta al manoseo político y corrupto tan conocido en nuestra experiencia republicana, misma
en la cual, por tanto, el ciudadano común y el inversionista bien intencionado sencillamente no pueden
confiar pues es totalmente incapaz de proveer una justa y eficiente administración de la justicia. Se
necesita entonces la creación de zonas especiales dentro del territorio nacional que posean autonomía
administrativa, política y judicial, con capacidad de crear sus propias instituciones de control y regulación
social que de hecho se constituyen como estados dentro del Estado y contradicen el espíritu de la
Constitución de la República que propende a la defensa del territorio nacional como una sola unidad. Esa
es modificada al antojo de los actores políticos que las impulsan para hacer el proyecto Zede ‘legalmente’
viable. Contrario a la experiencia china y la de varias otras naciones en vías de desarrollo, que han
encontrado en la estrategia de atracción de la IED a zonas especiales una herramienta para la venta de
mano de obra y el incremento del ingreso nacional pero sin comprometer la soberanía ni la capacidad
‘dirigista’ de los estados nacionales, en Honduras claramente se rinde la soberanía y el control último de
lo que en dichos espacios sucede, con el agravante que se ponen en riesgo los derechos de propiedad en
los entornos de las zonas así establecidas, en tanto en cualquier momento, con fundamento en la ilegítima
ley de las Zedes, sus propietarios pueden decidir expandirlas mediante expropiación forzosa a los terrenos
aledaños.

Las medidas neoliberales, en resumen, han impactado a los actores envueltos en, y formas de distribución
social de, los beneficios de la propiedad, titularidad y uso de los recursos naturales, el territorio nacional,
la actividad productiva y los espacios económicos de la Nación. La sensación que prevalece es que el saldo

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de ello no es mejor que en la ‘vieja ortodoxia’ del Estado intervencionista que a un momento dado
reconoció en sus funciones un papel clave como rector e inductor del desarrollo nacional, mismo que
infelizmente acabó traicionando producto de la corrupción y la influencia que los intereses personales de
los actores políticos centrales han tenido en el muy poco participativo ‘drama del desarrollo nacional’,
intereses que han sido más importantes que los objetivos del desarrollo, y de Honduras misma.

***

Una transformación nacional será imposible sin un diálogo amplio y franco que establezca un plan de
ataque frontal y decidido a la pobreza rural y urbana, que disminuya los niveles de vulnerabilidad
económica, social, política y ambiental que se asociación con ella y a la vez la engendran, y que dinamice
la economía nacional, entre otros, modificando las dinámicas de competencia abyecta, o de colusión
oligopólica, para ampliar los espacios de participación en la actividad productiva a actores económicos
emergentes. Los hondureños necesitamos identificar y atacar nuestras prioridades, y aprender a cooperar
inteligentemente en lugar de competir abyectamente, para ampliar nuestras capacidades como nación.
La Estrategia para la Reducción de la Pobreza ya proveería uno de los marcos de referencia más
importante en el primer tema, aunque el desempeño de ésta, plagado por demandas conflictivas entre la
inversión en ejecución de proyectos orientados al abatimiento de la pobreza y el gasto asociado al
cumplimiento político-clientelista de las promesas de campaña, al igual que los problemas vinculados con
una pobre capacidad de ejecución de proyectos de las municipalidades a través de las cuales se
instrumentalizaba la ERP, amerita claro conocimiento y evaluación pública para la toma de decisiones
sobre las potenciales rectificaciones que su implementación sostenible y eficaz necesitaría. Estrictamente
hablando, la principal promesa de campaña debería ser el abatimiento de la pobreza y la promoción de
un desarrollo nacional, humano e incluyente.

No obstante la necesidad de mejorar la efectividad de la inversión pública en proyectos orientados a la


reducción de la pobreza, es particularmente urgente abordar los seculares problemas derivados de los
derechos de propiedad y uso de los recursos, como de la insostenibilidad ambiental, económica y social de
las formas en las cuales actualmente se usan los recursos, principalmente la tierra, pero también el agua,
el bosque y los recursos minerales, y de igual manera, los espacios o sectores económicos de la nación.
Los problemas desprendidos de esto se yerguen como obstáculos importantes al cometido principal de
la ERP, y reflejan precisamente los ‘desajustes que el Ajuste no ajusta’. Esto toca tanto el régimen de
derechos como las formas en las cuales en efecto se usan los recursos, que están de muchas maneras
vinculados.

Es notorio que la Constitución de la República garantiza el derecho a la propiedad privada, ‘en su más
amplio concepto de función social’ pero el marco legal nacional define dicho concepto, en las pocas leyes
en los cuales lo hace (p.ej. la que regula la tenencia de la tierra agrícola), lo hace con criterios de extensión
de la tierra, no de valor agregado y productividad socioeconómica que la tierra engendra según se use.
Quizá lo potencialmente arbitrario de este criterio se ejemplifique considerando que la ley Norton, que
modificó la Ley de Reforma Agraria de 1974, redujo de 4 a 1 hectáreas la extensión del minifundio, sin
más ‘ton ni son’ aparente. El tema del significado social de la propiedad industrial, por ejemplo, no está
siquiera sugerido.

La recomposición del aparato productivo nacional que resultó de la adopción de las medidas del Ajuste
Estructural en el país desde inicios de los 90s vino a significar el ‘nuevo crecimiento económico’ de
Honduras en esa época, que produjo:

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 Beneficios incrementados para los pocos exportadores nacionales en nuevas y tradicionales
actividades de agro exportación, para quienes el abaratamiento relativo de los costos locales por la
devaluación de la moneda abrió nuevas oportunidades de exportación y de obtención de las utilidades
de allí derivadas, abriendo también, para la población asalariada, principalmente la rural, nuevas
oportunidades de ingresos. Cabe destacar, no obstante, que dichos beneficios también han estado
sujetos a los azarosos impactos de las oscilaciones de los precios de dichos productos en el mercado
internacional y de los impactos de fenómenos climáticos que, como el Huracán Mitch y subsiguientes,
afectan la productividad.

 Beneficios vía salarios y rentas asociados al desarrollo de la maquila, para la nueva población obrera
que ésta vino a crear, y para los inversores de la propiedad raíz que rentan la infraestructura física
que alberga a la maquila. Esta ha abierto un importante nuevo espacio de ingresos para una parte de
la población laboral formal, especialmente mujeres jóvenes por ser ese segmento laboral el que
mejores perspectivas de empleo tiene, que también se entrena en una disciplina fabril. No obstante,
la maquila está internacionalmente distribuida entre los varios países para los cuales los impactos
cambiarios del Ajuste Estructural vinieron a ofrecer mano de obra más barata que en sus países de
origen, y por tanto su instalación en un país dado es altamente contingente al costo local de la mano
de obra, y por tanto, a los factores cambiarios de la moneda nacional. Es conocida por moverse entre
países en función de eso. Es de baja intensidad técnica, y sólo se articula localmente la parte más
intensiva en trabajo de una cadena de producción, importa la totalidad de sus insumos, tiene altas
prebendas fiscales, y genera pocos empleos más calificados, por lo que ha tenido relativamente poca
integración con el resto de la economía, y el tesoro, nacional. Al igual que el sector exportador de
bienes de producción local, la maquila revela su vulnerabilidad a los choques, particularmente a los
económicos, como demuestra su actual contracción a consecuencia de la crisis financiera neoliberal y
de la demanda en los mercados de destino.

 Un estímulo las actividades comerciales, el sector servicios y la producción de bienes industrialmente


manufacturados, sectores que han significado nuevas actividades de crecimiento, acumulación y
concentración de capital con una orientación al mercado nacional. Así, han surgido nuevos, y viejos
fortalecidos, inversionistas criollos y capital transnacional regional y de más afuera, algunos de los
cuales saltaron de las actividades comerciales al sector industrial y de servicios, y que son sectores
que tienen a concentrar cantidades significativas de capital y poder político. Las actividades
productivas en dicho nuevo crecimiento van desde la generación de energía eléctrica y la manufactura
de bienes de consumo básico, a la industria de la construcción; desde los servicios bancarios y la
telefonía celular, al turismo; desde los ‘moles’ comerciales de ‘alto nivel’ hasta franquicias de comidas
rápidas, únicas que en su sector gozan de todo tipo de exenciones impositivas.

El efecto del ‘escurrimiento’ de los beneficios del ‘nuevo crecimiento económico’ se hace sentir con una
asimetría geográfica y socioeconómica importante. Geográficamente, el crecimiento se ha concentrado
en la zona del Valle de Sula y en ciertas áreas de la llanura atlántica hondureña, ciertas áreas del sur y,
menormente, la zona central incluyendo la capital. Los beneficios económicos a las regiones en la periferia
de dicho ’corredor de desarrollo’ han sido tibios, probablemente asociados a centros urbanos más
grandes cercanos a las áreas de crecimiento de algunas actividades agro-exportadoras. En muchos otros
lugares, los más recónditos de los espacios económicos nacionales, no ha llegado.

Socioeconómicamente, el crecimiento ha aumentado las filas de la clase trabajadora y abierto algunas


posibilidades para la clase media, a la vez que ha abierto una nueva fuente de acumulación de capital para
la clase alta. De hecho, se puede afirmar que se ha consolidado una endeble clase media nacional en

18
buena medida por dichos desarrollos, aun cuando ésta continua existiendo rodeada de amplios cinturones
de pobreza urbana, a la vez que la propiedad del capital se ha concentrado en un círculo más cerrado de
inversionistas que han recibido los beneplácitos de la transferencia de los espacios económicos de la
nación en las áreas aquellas en las cuales, desde ‘la Cena del Ajuste’ llevada a cabo por Callejas Romero
en los tempraneros 1990s, la casta política decidió privatizar las actividades de servicios como la telefonía,
la generación y distribución eléctrica, los puertos y carreteras antes propiedad y bajo manejo de, el Estado,
y a quienes se les transfirió una serie de inversiones en actividades industriales que había impulsado la
extinta y manoseada CONADI.

La distribución del ingreso en Honduras ha seguido una evolución regresiva en las últimas décadas; para
2010 el 10% de la población más rica recibe 39 veces el ingreso del 10% de la población más pobre; el 20%
más rico de la población nacional representa más de la mitad del consumo nacional, mientras que el 20%
más pobre, solo accede al 5% de este. Por su poca integración geográfica, los efectos benéficos del ‘nuevo
crecimiento económico’ se han sentido muy poco o casi nada sobre los productores del campo y la
población rural, más allá de un aumento muy marginal en la demanda de alimentos.

El crecimiento, si bien ha abierto nuevos puestos de trabajo, también ha estimulado la migración campo-
ciudad particularmente de la población joven que busca mejores oportunidades; de hecho, las zonas de
crecimiento económico son también zonas de alto crecimiento poblacional, con tasas casi el doble de la
media nacional. Esto impone nuevos retos a áreas como Choloma, Villanueva y demás zonas de nueva
concentración poblacional asociada a la maquila que, especialmente en el Valle de Sula, han carecido de
adecuadas herramientas de planificación urbana, apropiada provisión y capacidad de expansión de los
servicios públicos, y oportuna gestión de riesgos. La población migrante interna que es atraída a estos
llamados ‘polos de desarrollo’ que no logra una colocación laboral, suele integrarse a la ‘pobrería urbana’,
viviendo en condiciones de marginalidad y de alto riesgo.

A la vez en este escenario resulta casi irónico que Honduras tiene desarrollos legales de importancia para
ampliar el potencial del sector social de la economía, mayormente informal. Ha sido sujeto de mucho
apoyo y ha logrado la consolidación de una serie de alternativas de economía popular y social que tienen
un papel importante que jugar en la generación de ingresos de mucha gente que no encuentra opciones
laborales en el sector formal –y que opta por no migrar. No obstante, el sector informal pareciese carecer
de más dinamismo, en buena medida debido a su aislamiento y relativa atomización, y una lógica de
competencia abyecta que le permea desde el sector formal, que impide ver las posibilidades de ganancias
sistémicas a partir de una verdadera cooperación entre unidades de producción en aspectos estratégicos
como el suministro de materiales, la intermediación comercial, la gestión administrativa, la
mercadotecnia, el desarrollo técnico y tecnológico que impulsa la productividad, etc., áreas en las cuales
los programas de apoyo al sector, mayormente orientados a proveer crédito y capacidades
administrativas, han hecho poca mella. Si bien juega un importante papel produciendo bienes
manufacturados de consumo popular, necesita incrementar su capacidad de innovar, producir
eficientemente para lograr un crecimiento que debería mantener su estructura de red sectorial de
unidades económicas de escala media y baja, apuntando a fundamentar posteriormente su crecimiento
y desarrollo, y ampliando su potencial generador de empleo, a partir de la exportación de bienes
manufacturados de alto valor agregado.

En síntesis, el ‘nuevo crecimiento’, si bien ha traído el poco progreso económico del cual los hondureños
podemos dar cuenta en las últimas décadas, no ha sido de la extensión económica ni geográfica suficiente
para absorber el excedente laboral urbano y rural. Ha tenido una tendencia de concentración geográfica
y social significativa, con un fuerte sesgo urbano, mientras que los procesos de cambio que se han dado

19
en las áreas rurales, que han abierto pocos nuevos puestos de trabajo en actividades agro- y acuo-
exportadoras, en minería, y en la agroindustria más tradicional, como la azucarera, palma africana, café,
etc., igualmente han estado geográfica y socialmente concentrados –quizá con la notable excepción del
café- y no son suficientes para absorber la oferta de trabajo de una población principalmente joven y
creciente.

***

Por otro lado, el triángulo destructivo de la forestaría migratoria irresponsable, la ganadería extensiva de
ladera y la agricultura de subsistencia están agotando el bosque, drenando las laderas, erosionando el
suelo, secando los acuíferos y azolvando los ríos de Honduras, con ello agotando la productividad de los
recursos naturales, e incrementando la vulnerabilidad natural y económica de la población que de estos
depende, y la de todos. Esto ha favorecido más bien el incremento de la pobreza como consecuencia de
estrategias de producción económicamente ineficientes, laboralmente excluyentes y de significativos
impactos ambientales negativos.

La ausencia de un actor social responsable por el cuido de la regeneración de un bosque talado y el


incentivo que provoca a un dueño de bosque cambiar su uso, habitualmente a la ganadería extensiva,
llevan a la deforestación, la de erosión del suelo y sus impactos asociados. Esto suele suceder con la
agricultura de subsistencia como un eslabón intermedio en la sucesión de uso, en tanto el campesino,
usualmente contratado para cortar el bosque, es frecuentemente pagado mediante arreglos aparceros
que le dan la oportunidad de usar la tierra deforestada durante unos cuantos ciclos de cosecha para hacer
su milpa, y lo hace con técnicas tradicionales degradantes de la fertilidad y causantes de erosión del suelo,
porque no le queda de otra. Hacerlo así, aunque no es racional económica y ambientalmente, a corto plazo
es racional para él o ella, fuere porque carece de los recursos de conocimiento de la existencia de formas
alternativas de hacer producir la tierra, porque cree carecer de los recursos para usar sosteniblemente la
tierra, pero principalmente porque carece de la tierra, o de cualquier otro arreglo no aparcero con quien
sí la tiene, que le dé un acceso a ésta que a largo plazo pueda mantener, y que le brinde la seguridad que
invertir en cambiar su forma de producir no es sinónimo de perder.

La sucesión de uso sembrando pasto, costo aparcero del campesino para con el propietario, no es más
benigna con la tierra y el agua que la anterior, pero no sólo eso: la ganadería extensiva de ladera, porque
ocupa mucho espacio para pocas vacas y usualmente malos pastizales, limita la posibilidad de un uso
sostenible por quienes la necesitan para producir alimentos, o para emplearse en actividades más
gananciosas que le engendren los ingresos que le permita comprarlos. El porcentaje de tierra no sólo de
vocación agrícola, sino también de ladera, empleado en las actividades ganaderas extensivas sigue siendo
altísimo en el país, mientras, hectárea por hectárea, la ganadería extensiva genera menos valor agregado
que la misma agricultura de subsistencia.

Se puede argumentar que existe pobreza no solamente porque los pobres carecen de la propiedad de los
recursos, sino porque carecen de acceso a las oportunidades sostenibles de uso de los recursos, mientras
que quien sí tiene la oportunidad de usarlos, por poseerlos, los mal usa, cuando no los abusa o destruye,
asegurando su riqueza personal a costas de perpetuar la pobreza de los demás. El concepto de ‘función
social’ debe ser ‘desempacado’ con más claridad, en base no sólo a las cantidades de un recurso tenidas,
sino a cuán bien se emplea en función de criterios de productividad y capacidad de generación de valor
agregado y empleos, como también como mecanismos de respuesta a prioridades sociales, como abatir
la pobreza y empujar el crecimiento económico rural y el desarrollo humano de su población.

20
La necesidad de abrir nuevos horizontes económicos a través de la democratización y racionalización de
las funciones productivas tiene al centro de su propósito el tema de la función social de la propiedad. En
el contexto rural, ello debería significar:

 La generación de un régimen de incentivos y penalidades tendientes a modificar la base técnica de la


ganadería, propiciando una transición de la ganadería extensiva a la intensiva, estabulando a las vacas
y creando una mayor demanda de empleo rural para el mantenimiento de los hatos ganaderos. Ello
podría significar un reajuste de los costos productivos en el sector de lácteos y de producción cárnica,
que es de esperar sería absorbido por los mecanismos de incremento en los precios de estos
productos, aunque deben indicarse que una ganadería intensiva también es sinónimo de una
ganadería más productiva, con lo cual el indicado reajuste de costos podría resolverse a sí mismo. La
efectiva limitación de los derechos de propiedad, cuando los ganaderos rehúsen modificar sus
prácticas productivas, debería ser parte integral de las medidas a implementar.

 La abolición de la figura de los contratos madereros a corto plazo que permiten que los madereros
corten, muchas veces de forma ilegal, el bosque, pero que principalmente permite que se extraiga
madera, tanto de bosques nacionales como ejidales y privados, sin asumir la responsabilidad social
del cuido de la regeneración. La ‘forestería migratoria’ debería ser abolida, creando un régimen de
incentivos y el ordenamiento legal necesario para que la industria forestal desarrolle sus propios
bosques, los siembre, cuide, madure y coseche para volver a sembrar, estableciendo así un régimen
productivo forestal asentado y sostenible, y eliminando la práctica que a la fecha es responsable, en
buena parte, por la gradual destrucción de la cobertura forestal nacional. Los terrenos de vocación
forestal que actualmente no se encuentran en un uso más productivo deberían ser reasignados a las
poblaciones rurales para tal uso, o preferentemente para un uso combinado con técnicas de
agroforestería que permitieran aprovechar sosteniblemente los productos del bosque y producir
alimentos.

 Detener la extensión de la frontera agrícola mediante un profundo cambio en los sistemas de


producción de la agricultura de subsistencia, dejando atrás los sistemas productivos basados en roza,
tumba y quema, y adoptando métodos orgánicos, ecológicos y sostenibles, que a su vez son más
productivos y por tanto, deberían permitir aumentar la cantidad y diversidad de la producción de las
parcelas agrícolas, la oferta mercadeable de éstas y los ingresos familiares de los campesinos.

 Articular una reforma agraria integral pero flexible, que permita acceso a la tierra, o a los beneficios
de su uso sostenible, a quien no la tiene, fuere por la vía de la redistribución directa por expropiación
de la tierra ociosa –particularmente de los propietarios que se negaren a ponerla en buen uso- fuere
por asegurar los derechos sostenibles de uso, a plazo seguro, para los productores, fuere por la vía de
la redistribución creadora de empleos sostenibles en el campo, a través de arreglos equitativos de
producción conjunta campesinos-propietarios de la tierra, particularmente cuando los campesinos a
los cuales ésta pueda haber sido asignada no pudieren garantizar sostener su apropiado uso.

 Desarrollo, fortalecimiento y consolidación del sector social rural de la economía, potenciando la


producción cooperativa y las formas de asociación voluntaria y estratégica a niveles primarios y
secundario para la acción conjunta de los productores, desde la producción individual de pequeños
parceleros bajo formas de cooperación conjunta con similares productores para el acceso a los
mercados de insumos y productos, crédito, tecnología apropiada y demás beneficios sistémicos, hasta
la producción asociativa directa, bajo propiedad cooperativa en emprendimientos más grandes,

21
emulando los ejemplos de las empresas asociativas y cooperativas que en el país sí han funcionado y
limpiando los que no han funcionado.

***

En el sector urbano es imperativo fundamentar un crecimiento y redistribución del ingreso derivado del
sector industrial y servicios a partir de ‘aprender a cooperar para aprender a competir’: generar empleos,
producir mayor valor agregado, abrir la redistribución del ingreso ampliando la capacidad de producción
y consumo, desarrollar las capacidades y la apropiada productividad de los factores industriales, y
propiciar la desconcentración geográfica y social del ingreso y el capital mediante:

 La potenciación de un desarrollo integral y competitivo del sector social urbano de la economía,


dando un empuje decidido no sólo a la capacidad productiva individual, sino a la asociación estratégica
de la micro, pequeña y mediana empresa, en sectores productivos, comerciales y de servicios,
ampliando su capacidad técnica, su organización para el abordaje de problemas que tienen mejores
soluciones cuando las unidades de producción actúan conjuntamente, como en la provisión de
suministros, la intermediación comercial de sus productos, el cambio tecnológico, el desarrollo de
productos, etc., fortaleciendo así su competitividad y su habilidad creadora de empleos. El plantearse
retos concretos de sustitución de importaciones en productos y áreas que muestren potencial
económico para ello podría abrir nuevos derroteros productivos para este sector, particularmente en
las áreas de mayor intensidad de manufactura que puedan articularse a partir de la provisión nacional
de insumos (e.g., confección de ropa y zapatos, transformación industrial de la madera, producción y
transformación de alimentos, producción de materiales de construcción y demás identificables a
partir de un análisis completo de posibilidades y necesidades) o en aquellas que tienen una
contribución clave que hacer en el desarrollo de la capacidad industrial local (e.g. actividades de
metalmecánica).

 Una idea que merece estudio es la de crear ‘parques maquileros pequeño-industriales’ en los cuales,
bajo fomento municipal, áreas dadas puedan ser adecuadas como galpones industriales que provean
espacios techados que puedan ser acondicionado para instalar líneas de producción y áreas de
bodegaje de materias primas y productos terminados, servicios como agua, electricidad y
saneamiento, y ante todo, el apoyo clave de ingenieros industriales, químicos, mecánicos y similares
según los giros productivos envueltos que provean servicios de soporte técnico a varios pequeños
productores a la vez, compartiendo así entre múltiples productores los servicios más especializados
de la asistencia técnica que usualmente están proscritos por sus costos para los productores
individuales.

 El estímulo a la inversión privada del sector inversor tradicional, propiciando el necesario clima de
estabilidad, cooperación, claridad y transparencia en las reglas de juego, el acceso a créditos y
estímulos a la repatriación de capitales, el entrenamiento y educación de la mano de obra y demás
acciones para ampliar la capacidad e incentivos del sector para invertir en su país.

 El desarrollar capacidades, crear estímulos y abrir espacios a esquemas de cooperación y co-inversión


entre el sector privado y el sector social, y ente las unidades de producción urbanas y las rurales,
identificando oportunidades de negocios y otras formas de colaboración de interés complementario
y beneficios mutuos.

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 Crear regímenes competitivos de retribución salarial, donde el precio del salario refleje escaseces
reales y estimule a la capacitación y el incremento de la productividad de la mano de obra.

 El establecimiento de un efectivo y funcional, transparente e inteligente sistema de regulación, que


prevenga y controle los excesos monopólicos y oligopólicos, asegure la tendencia a precios
competitivos y resguarde la calidad de los bienes y servicios ofrecidos en el mercado.

 El fomento de un programa sólido de investigación, desarrollo e innovación en las universidades


nacionales, especialmente en las públicas, apuntando a fomentar el desarrollo sostenido de la
capacidad tecnológica nacional, y a crear en los educandos un espíritu emprendedor.

***

Podemos apreciar que, bajo la perspectiva económica, el desarrollo tiende a ser visto como crecimiento
económico en tanto los indicadores econométricos suelen tener preminencia en su análisis. Esta visión,
mientras correctamente alude a la importancia en la mejoría de las condiciones materiales en la vida
social, puede tender a hacer de esa mejoría el cometido central del desarrollo y convertirlo entonces en
uno centrado en el capital, habida cuenta que el crecimiento económico se sostiene en la reproducción
del capital. Es también evidente que la visión del desarrollo centrado en el capital no ha sido una exclusiva
de la óptica neoliberal, en tanto las visiones keynesianas y socialistas han tendido a propugnarlo, aunque
con distintos énfasis. Varios autores y analistas señalan que hay serios riesgos en esto pues una visión
capital-centrada del desarrollo puede fácilmente perder de vista la importancia de otras dimensiones del
acontecer humano que impactan en la calidad de vida y la condición misma del desarrollo, que se admite
es un fenómeno multidimensional y debe ser apreciado como tal.

Bajo la óptica capitalista, y especialmente en su expresión neoliberal, el desarrollo se ha construido


tradicionalmente a la sombra de beneficios diferenciados para actores económicos diferenciados, cosa en
la cual el progreso tecnológico, al concentrar las capacidades productivas, inevitablemente conlleva la
concentración de la riqueza asociada al empleo de dichas capacidades en la economía real. Como se ha
visto, los países socialistas y de capitalismo de Estado tampoco han estado exentos a una concepción
capital-centrada del desarrollo y la carrera por el logro de la capacidad de producción de bienes capitales
tuvo importancia preminente en sus propias experiencias de desarrollo.

El énfasis en el crecimiento material cuantitativo puede fácilmente llevar al olvido de la importancia de la


calidad de vida, y a dar desmedida relevancia a la elevación de la productividad, tendencia por demás
manifiesta en la evolución de la tecnología a lo largo de la historia.

En las relaciones entre el Tercer Mundo y los países del Primer y Segundo Mundo, esto ha tomado cuerpo
en el dominio que una élite de ‘expertos’ tecnocráticos ha ejercido sobre los primeros y sus sociedades
dependientes. Los tecnócratas actúan como los agentes de la transferencia tecnológica y financiera al
Tercer Mundo y se caracterizan por ser capaces de disfrazar las consideraciones políticas como cosas
técnicas, llevando a la irremediable conclusión que no hay más opción que seguir sus designios,
profundizando la dependencia como algo inevitable. Un excelente ejemplo de ello se encuentra en el
tema de la transferencia tecnológica, fenómeno dominado por la preponderancia de la tecnología ‘de
mundo desarrollado’, misma que por provenir de los países de capitalismo avanzado tiende a ser intensiva
en capital y poco demandante de mano de obra, siguiendo la evolución tecnológica y la dotación de los
factores de producción en esos países. Esto, aparte de perpetuar el mito que nuestras naciones requerirán
siempre la participación de actores de ‘mundo desarrollado’ para su progreso tecnológico, desvía el

23
enfoque en la generación local de opciones tecnológicas propias, resulta en la adopción de técnicas
inapropiadas e impacta negativamente las expectativas de empleo.

El rol prominente que se le da a la inversión extranjera sin regulación ni dirección, y el énfasis extremado
en la distribución de los recursos productivos de la nación en manos de una minoría, aunados a la
tendencia a la privatización de las anteriores funciones estatales conlleva a bajos salarios, cortes en la
inversión pública y endeudamiento y profundización de las inequidades sociales, a la vez que la carrera
por la conquista de poder económico y político y la seguridad militar caracterizan las dinámicas de acción
de las élites, tendiéndose a gastos militares innecesarios en detrimento de las inversiones en el
abatimiento de la pobreza.

En respuesta a ello algunos analistas y humanistas han avanzado un concepto alternativo de desarrollo,
uno ‘centrado en los humanos y lo humano’ que llamaremos ‘desarrollo humano-centrado’ y que se debe
entender como un concepto holístico y multidimensional, que pretende crear un ambiente liberador para
el progreso económico, social, cultural, físico, intelectual, moral y espiritual del ser humano. Un cometido
principal de dicha noción de desarrollo sería poner al ser humano en el centro del proceso de desarrollo,
haciendo que la persona humana se convierta en el sujeto de su propio desarrollo, y no un objeto a ser
desarrollado por actores e instituciones externas. Esto requiere concienciación del ser humano y del papel
que como individuos los miembros de una sociedad tenemos que desempeñar de cara a ese objetivo,
pero a la vez empoderamiento, abandonando las actitudes de temor, impotencia, apatía y auto-negación
hacia actitudes de energía, esperanza, y auto-confianza.

El desarrollo humano-centrado da importancia principal a otros objetivos que solamente el crecimiento


económico. Sin negar la importancia del último, esta visión reclama que cómo se obtiene el desarrollo es
vital en términos de sus impactos. Para países tercermundistas, donde la dotación de factores de
producción difiere de aquella en los países primermundistas, se propugna la importancia de abandonar
los modelos de tecnificación intensiva en capital, favoreciendo las formas de producción de pequeña
escala, que demandan más mano de obra, y descentralizadas (pero idealmente coordinadas) en
segmentos sustanciales de las economías nacionales para atacar el problema de la ausencia de
oportunidades de empleo e ingresos. La erradicación de la pobreza, la reducción en las tremendas
brechas en ingresos y riqueza, la mejoría del acceso a los servicios de salud, educación, vivienda y
bienestar social son objetivos clave a lograr; lo son también el logro de un crecimiento equilibrado entre
las zonas urbanas y las rurales, la ampliación del control popular de los procesos políticos de toma de
decisiones a través de la descentralización y la participación ampliada de la sociedad civil, como el
abatimiento de la contaminación y la preservación del medio ambiente.

Las teorías del desarrollo son jóvenes, su génesis trazándose a la época de la posguerra cuando el
desarrollo desigual entre las naciones empezó a reconocerse como un problema de dimensiones
significativas; como antes indicado, las teorías del desarrollo estuvieron inicialmente informadas por las
ciencias económicas que enfatizaron la importancia de las variables macroeconómicas como la
producción, los ingresos, los ahorros y las inversiones tienen que jugar en el desarrollo. Esto llevó a
influenciar el pensamiento sobre el desarrollo con preguntas como cuáles son las condiciones requeridas
para el alcance del crecimiento económico estable, aunque pronto fue evidente que, tal cual antes
indicado, el desarrollo es un fenómeno multidimensional y por tanto es necesario nutrir su entendimiento
desde perspectivas más amplias, como la antropología, la sociología, la sicología social y las ciencias
políticas. De igual forma, se reconoce la importancia de revisar la axiología del desarrollo, es decir, los
valores y principios que inspiran las acciones por el desarrollo de forma tal que en efecto los seres
humanos, y no el capital, estén en el centro de sus objetivos y motivaciones.

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Es notorio también que un abordaje más rico de la noción y fenómeno del desarrollo lleva a valorizar no
solamente el capital financiero y los recursos económicos como la única forma de capital. La perspectiva
de los Medios de Vida Sostenibles coloca a las personas, particularmente a los pobres rurales, en el centro
de una red de influencias interrelacionadas que afectan cómo las personas buscan reproducir, sostener y
mejorar sus vidas, y la de sus hogares (familias), y por lo tanto, cómo buscan su propio desarrollo y el de
los suyos. Esta perspectiva amplía el concepto de capital, reconociendo que para estas personas el capital
está constituido no sólo por los bienes monetarios o convertibles en tales –y típicamente muy escasos en
contextos pobres- sino que incluye todos los recursos, bienes y medios de vida a los cuales tienen acceso
y que usan. Estos incluyen los ingresos monetarios y las fuentes de crédito empleadas (capital monetario,
o financiero); los recursos hídricos, edáficos, forestales, minerales, ecosistémicos y de biodiversidad,
marino-costeros, y demás recursos naturales a los cuales pueda acceder la población (capital natural); las
técnicas y tecnologías conocidas y usadas por la población (capital tecnológico); las habilidades poseídas
por la gente, sus conocimientos y capacidades, al igual que su acceso a la educación, como su estado o
condición de salud y predisposición al trabajo (capital humano); sus redes de apoyo social (capital social);
las costumbres, creencias, tradiciones, formas autóctonas de conocimiento, conciencia propia e identidad
cultural (capital cultural) ; y las edificaciones y obras infraestructurales cómo acueductos, escuelas, vías
de comunicación y demás de beneficio comunal (capital infraestructural). Es común que la pobreza
engendre un sentimiento de abandono, impotencia y desvalorización cuando los pobres se enfrentan con
los no-pobres y comparan sus condiciones de vida, tan carentes de los recursos materiales que el capital
monetario compra; no obstante cuando se aprende que hay diversas formas de capital y que algunas de
esas pueden ser abundantes para los pobres es posible una revaloración de la condición que potencia
justamente actitudes positivas y de esperanza.

***

Una dimensión extra-económica, (aunque muy cercanamente ligada a ella) de profunda relevancia para
el desarrollo humano-centrado es la política, que se puede entender como el conjunto de actividades que
dan vida y forma a los procesos de toma de decisiones en sociedad, en principio propendiendo al Bien
Común, usualmente mediatizadas por las relaciones de poder entre individuos o grupos de interés y que
afectan la distribución del acceso a los recursos y las condiciones de vida de dichos individuos y/o grupos,
por tanto a la sociedad en su conjunto. Referidos a este concepto, es notorio que el pueblo ha tenido muy
escasa o nula participación en la decisiones sobre la adopción de las medidas neoliberales en Honduras,
como, usualmente, en la totalidad de las decisiones tomadas por los actores políticos, más allá de las
llamadas ‘socializaciones’ que, normalmente de forma extemporánea, se realizan cuando las leyes ya
‘están cocinadas’ en el Congreso Nacional. Hay una notoria ausencia de una construcción consultada de
políticas públicas y los marcos legales que las hacen ley.

Estas políticas públicas y respectivos marcos legales deben construirse a partir de definir los problemas
que se pretenden atacar y plantear las soluciones racionalmente formuladas a esos, como ser socialmente
consultadas y validadas, más que sencillamente dadas a conocer, antes de su adopción. La nula
participación del pueblo, al cual la Constitución de la Republica reconoce como ‘el soberano’, no se
expresa solamente en la formulación inconsulta de disposiciones legales; en las decisiones clave de
quiénes son los nominados a candidatos a presidente, diputados y alcaldes, el pueblo, a quienes éstos
habrán de servir y representar, no tiene participación efectiva alguna. En principio el gobierno republicano
está basado en la democracia representativa, en tanto se arguye que la democracia participativa y directa
conoce severas limitaciones prácticas especialmente en sociedades y poblaciones numerosas. No
obstante, la ausencia de participación popular en la nominación de los candidatos (especialmente) a

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diputados del Congreso Nacional refleja quizá la primera y más significativa desconexión y limitación de
la democracia representativa, que refleja la notoria ausencia de espacios formales de interacción entre
los ciudadanos y sus representantes una vez electos, y más allá de los pasillos de las sedes de los partidos
políticos, que en el jolgorio pre-electoral difícilmente pueden ser vistos como formales.

Ampliar los espacios para la consulta y la interacción formal con el pueblo es por tanto una tarea urgente
de una necesaria reforma política, no sólo a través de los mecanismos del referéndum y plebiscito, mismos
que al fin y al cabo permiten sólo respuestas monosilábicas a preguntas puntuales. Por tanto, éstos no
pueden ni deben sustituir los necesarios diálogos formadores de criterios y consensos sobre los temas de
interés nacional entre el pueblo mismo, y entre éste y sus representantes, pero que sí tienen un papel
muy importante que jugar en la toma de las decisiones finales de país. Por tanto, la consulta popular, si
empleare el referéndum y plebiscito cómo únicos mecanismos, en ausencia de las necesarias
herramientas de discusión y formación de criterios, podría también convertirse en un instrumento de
coaptación política, de la cual ya el pueblo hondureño conoce bastante.

***

La continuidad de los individuos políticos en el oficio público como de sus ideas, cambios y programas
manifiestos a través de los marcos de política pública que, para bien, éstos pudieren impulsar, es un tema
central en una reforma política nacional y uno que debemos admitir, el marco constitucional de 1982 no
manejó de la mejor manera. Es particularmente importante en el caso de la continuidad en el oficio
público presidencial, tras bambalinas, el factor específico desencadenante de la crisis política hondureña
que en su versión actual se gesta desde el golpe de estado de 2009.

Nuestro período presidencial dura cuatro años y la Constitución de la República impide la re-elección de
un presidente, aun cuando las modificaciones espurias al texto constitucional la despenalizan. Este
impedimento en su momento fue introducido como un mecanismo de ‘vacuna’ contra la perpetuación en
el poder de las dictaduras. En la práctica, si bien dicho impedimento había inhibido las tendencias
continuistas, éste crea la paradójica situación que, de llegar a tener un buen gobernante como presidente,
capaz de establecer Buen Gobierno, dicho gobernante sencillamente debía entregar el mando después de
cuatro años y ‘partir sin novedad’. Así, la gestión clientelista del aparato estatal y su dinámica política
había garantizado, desde los 80s, la alternancia en el poder presidencial en formas políticamente no muy
dolorosas: ninguno de los presidentes salientes en la sucesión desde entonces ha dejado en el pueblo
hondureño un profundo sentimiento de vacío con su partida.

Sin embargo, así también se puede perder y se ha perdido la continuidad de las políticas y prácticas de un
gobierno, y de un gobernante dado, de los marcos de política nacional, cuando por ser buenos fueren de
continuidad deseable y, con ello, se engendra la interrupción, o re-direccionamiento de procesos
nacionales cuya articulación usualmente genera costos y deuda, y cuyos cambios implican pérdida de vital
tiempo-desarrollo al país, como la cosecha de los buenos resultados que de la continuidad de las acciones
se puedan abstraer. Aparte de vacunados contra dictadores, también estamos inoculados con el mal de la
carencia de derroteros políticos y acciones gubernamentales estables que puedan tener continuidad más
allá de los cuatro años del período presidencial, particularmente cuando éstas pudiesen catalizar procesos
de desarrollo humano-centrado tangibles.

En la práctica, los deberes públicos que un marco de políticas nacionales debería establecer a un
presidente entrante en Honduras sencillamente no se heredan como un mandato a continuar de
administración en administración, sino se manejan a la voluntad de quien esté en el poder. El significado

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e impacto de esto se entiende mejor cuando se entiende, por ejemplo, cómo un presidente puede decidir
abandonar, o debilitar el apoyo, a acciones de amplio interés nacional como puede ser el abatimiento de
la pobreza, por la competencia por escasos recursos de las finanzas públicas que ello puede implicar,
especialmente cuando del financiamiento de sus compromisos clientelistas de campaña se tratare. El
‘vector del mal’ de la carencia de derroteros políticos estables es la gestión clientelista del aparato estatal.
El abatimiento de la pobreza y el desarrollo nacional deberían ser las promesas prioritarias de campaña
de un presidente, no la compra de favores políticos por la vía del erario público, en formas que resultan
terminando ser socialmente malas.

Los efectos de los continuos cambios políticos que la sucesión constitucional obligan se manifiestan no
solamente en los cambios de los marcos de política y líneas de acción que un presidente pudiere impulsar,
sino también en la composición misma del aparato estatal. Cambian los partidos políticos –o sus
tendencias y movimientos- en el gobierno, cambian los presidentes, ministros, vice ministros, directores,
subdirectores, técnicos y muchos empleados de menor autoridad cada cuatro años. Al perder personal,
especialmente el buen personal, el aparato estatal pierde no sólo recursos humanos y el costo de la
inversión en su capacitación sino también una tradición de trabajo de difícil montaje, cayéndose en un
constante comenzar al inicio de cada nuevo gobierno.

Contrario a lo que sucedería en un sector privado racional, el Estado clientelista no ha podido, ni ha


querido, a estas alturas de su historia, desarrollar un régimen racional de servicio civil que garantice la
continuidad en funciones de los empleados públicos que hacen bien su trabajo. Ello sería contradictorio
con la gestión clientelista del Estado. Una ley de servicio civil existente deja en pie, por el ‘arte de la
leguleyada’ que escribe leyes ambiguas, el mecanismo para remover a los funcionarios públicos con su
sencilla indemnización laboral por despido, cuando un gobierno entrante encuentra la necesidad de
‘enchambar’ a sus activistas, como de hecho ocurre tras cada elección, con notables excepciones quizá en
los entes desconcentrados o autónomos del Estado, que son los pocos que sí han logrado sostener alguna
tradición de continuidad en funciones de sus empleados, aunque ello no necesariamente sea sinónimo de
alta eficiencia institucional en dichos entes. A veces el sectarismo político bipartidista en la sucesión llega
al criminal extremo que el partido saliente le quiere ‘hacer la cama’ al entrante con el saqueo de la
información pública.

***

La paradoja que implica la necesidad de vacunarse contra las dictaduras y los continuismos presidenciales
no deseados, aceptando a la vez la enfermedad de la carencia de estabilidad en la conducción nacional y
laboral del aparato estatal, es solucionable con la apertura de los espacios a la participación soberana del
pueblo, el último poder-dante de la sociedad, en sus procesos políticos con verdadera función de
mandato: es indispensable que la soberanía que la Constitución confiere al pueblo hondureño se
convierta no sólo en una consigna de arenga de quienes dicen representarlo, sino en una práctica activa
de su compromiso con su propio desarrollo y su reforma política, concediéndole entonces el pueblo
mandatos explícitos a sus presidentes para la ejecución del Plan Nacional de Desarrollo, y sus marcos
específicos de política pública, incluyendo un plan de reformas políticas que sustenten su mejor
articulación, y particularmente, que aseguren su continuidad más allá de los períodos presidenciales,
fijando plazos para la ejecución de las medidas de política que sirvan para marcar la pauta y evaluar el
progreso de los mandatarios y el aparato público, y creando los mecanismos mediante los cuales los
funcionarios a cargo, incluyendo al Presidente, puedan ser removidos de sus funciones por
incumplimiento. Una importante reforma constitucional, por tanto, es ‘volver soberano’ el poder y deber
de hacer el Plan Nacional de Desarrollo, asegurando que el Presidente, quien tiene el mandato

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constitucional de hacerlo, lo haga conjuntamente con el pueblo, en formas socialmente adecuadas, que
lógicamente incluirán el no tener que re-escribirlo, sino ejecutarlo y mejorarlo, si ya administraciones
anteriores lo han definido con fundamento en los consensos sociales.

Eso, desde luego, plantea la pregunta de cuáles son los mecanismos mediante los cuales el pueblo, el
Soberano, ejerce su soberanía, participando del gobierno, formulando sus mandatos y evaluando los
resultados del desempeño de sus mandatarios y sus servidores públicos. Ello remite al tema de la forma
y los espacios para la participación ciudadana. Aun cuando las figuras del referéndum y del plebiscito están
tipificadas en la Constitución de la República, los constituyentes, o los reformadores de la constitución,
en su momento dejaron el mecanismo de manos atadas de muchas maneras, en tanto no se autoriza su
uso como herramienta de consulta en una serie de consideraciones del interés nacional, como los temas
impositivos, la moneda nacional, los presupuestos, y los tratados y convenciones internacionales, al igual
que las conquistas sociales, ni tampoco admite el uso del mecanismo para la modificación de los artículos
llamados pétreos, que definen, entre otros, la forma de gobierno y el álgido tema de la duración del
período presidencial. Así, bajo un supuesto de perfeccionismo legal, se petrifican convenciones que si
respondiendo a una necesidad de hace años de ‘vacunarse contra las dictaduras’, fallan en responder a
las necesidades de un mundo cambiante, aumentando nuestra vulnerabilidad política y, a la larga -pero
después de tiempo, a la pronta- poniendo en jaque nuestra gobernabilidad. Por tanto, la discusión sobre
las intenciones del legislador en su redacción de esas reformas constitucionales es un tema pendiente,
como lo es, quizá más importantemente, los alcances permisibles y no permisibles de las herramientas
establecidas y qué hacer con ellas.

Como se ha señalado arriba, el referéndum y el plebiscito son mecanismos monosilábicos de consulta,


que sólo admiten un ‘sí’ o un ‘no’, y que si usados particularmente en ausencia de espacios para una
suficiente y satisfactoria discusión nacional previa a la toma de las grandes decisiones, pueden
convertirse, se debe insistir, en mecanismos de coaptación política, no de participación verdadera. El
referéndum y el plebiscito son claramente dos formas o instrumentos de participación ciudadana, pero
son instrumentos de consulta que no permiten, pero que sí suponen, el debate. Es necesario por tanto,
considerar en una más amplia dimensión el tema de las consultas populares y la participación ciudadana
en la vida política nacional en general. Es necesario abrir y ventilar los espacios, en forma ordenada, para
la discusión previa a la toma de decisiones sobre los asuntos de interés nacional.

En principio, y con fundamento constitucional, los partidos políticos son los espacios organizacionales que
la sociedad ha creado para la participación ciudadana en la discusión y acción en torno a los temas de
interés público, pero muy poca gente asiste en efecto a las reuniones de los partidos políticos a tal fin, y
cuando lo hiciere probablemente se dé cuenta que, particularmente entre los tradicionales, los temas de
contención han sido ya debatidos y resueltos por sus cúpulas. Por tanto, en Honduras, los partidos
políticos tienden a no ser espacios cívicos de amplia discusión ciudadana y formación de consensos para
una gestión política nacional incluyente. Son maquinarias para llevar candidatos, nominados en sus
cúpulas y acuerpados en sus bases, al poder. Funcionan con una lógica clientelista: las bases proveen
activismo, la cúpulas obtienen y aportan ‘billete’; si el candidato llega al poder, las bases obtienen
chambas, las cúpulas favores, contratos y puestos clave en el aparato estatal que permiten resarcir sus
inversiones. Claramente, si de discusión analítica y formadora de consensos se trata, la ciudadanía
requiere otros espacios.

A la vez, es notable el alto nivel de organización existente entre la población nacional. En Honduras, desde
los lustradores de zapatos en la plaza central de Tegucigalpa hasta las cúpulas empresariales a nivel
nacional están organizado/as, pasando por una serie de organizaciones de base popular y comunal -

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incluyendo patronatos comunales, juntas de aguas, asociaciones de padres de familia, iglesias (con
creciente incidencia en el Estado laico, entre otras, por la ilegitimidad espiritual que ha construido la
conducta laica), y demás- organizaciones campesinas, sindicatos y gremios laborales, organizaciones
profesionales, organismos de interés sectorial, y organizaciones profesionales. En buena medida, esto
resulta de una historia política que ha distinguido a los hondureños en el contexto regional
centroamericano, y que ayuda a entender por qué en las décadas pasadas se han creado mayores espacios
de negociación social que de confrontación violenta en la solución de nuestros problemas, en contraste
con la experiencia de países como Nicaragua, El Salvador y Guatemala que, particularmente en los años
60s, 70s y 80s, pasaron por las duras experiencias de guerras civiles y donde los movimientos
organizacionales populares fueron usualmente reprimidos, no llamados a las mesas de negociación, sin
menoscabo al tener que reconocer que la represión, más selectiva, también se ha conocido en Honduras.
No obstante, la comparativamente fuerte base organizacional hondureña ha tenido la coaptación política,
bajo diversas dinámicas clientelistas, como estrategia principal de negociación, cosa que también ha
conducido a una significativa atomización de la base organizativa social, partiendo de la vieja máxima que
quien divide, vence, pero a la vez, olvidándose que quien une, vencer mejor. Peor aún, la gesta clientelista
ha acostumbrado a las organizaciones a actuar por esa misma vía y lleva a situaciones en las cuales los
beneficios que por sus luchas reivindicativas puedan obtener las organizaciones sean a expensas del Bien
Común, a expensas de las soluciones socialmente buenas. Eso diferencia el resultado final de una dinámica
clientelista del de una que no lo es.

La base organizativa propia de la sociedad hondureña es quizá su primer y más importante mecanismo
para ayudar a salvar los vacíos que para la participación popular en la gestión política dejan los partidos
políticos y para la construcción de una democracia más participativa. Esta base organizativa abre la puerta
a una participación diferenciada de distintos sectores de interés nacional a partir de sus propias
organizaciones, más allá de los partidos políticos, en la discusión de los temas de mayor interés específico
a esos mismos sectores.

Hay que reconocer que existen temas amplios en los cuales todos los hondureños tenemos un interés por
su apropiado manejo, y un riesgo si ello no se da, y por tanto somos todos, directa o indirectamente
actores concernidos, aunque, en saldo, pareciera que tenemos aún beneficios inciertos en un marco de
grandes riesgos. A la vez, estos intereses amplios tienen también una dimensión más particular; significan
temas de mayor interés específico para ciertos segmentos de la población: por ejemplo, los temas
salariales son de interés nacional, pero envuelven más específicamente a los sectores empleados y
empleadores; los temas forestales son de interés nacional, pero en el uso del bosque intervienen los
madereros, los propietarios del bosque, y los campesinos que de éste dependen, y quienes representan
los sectores primeramente afectados; la reforma agraria es del interés nacional pero también del interés
específico de los que no tienen, y los que, particularmente, tienen mucha tierra y la mal usan. Identificar
a los actores específicamente concernidos y crear espacios para su consulta, orientada a la construcción
de consensos para la mejor solución de los conflictos asociados a los temas de interés en los distintos
sectores, puede ser una forma de ordenar apropiadamente los procesos indicados. Los consensos deberán
apuntar al desarrollo de marcos específicos de política pública para sectores específicos de interés en la
búsqueda de soluciones socialmente óptimas, que se llaman ‘ganar-ganar’, y que entienden mejor los
políticos nuevos que los tradicionales.

Ello supone también el necesario flujo apropiado de información apropiada, considerando


adecuadamente los aspectos técnicos de las cosas, pero evitando que la información técnica confunda a
los decisores y esconda la dimensión política última de las consideraciones referentes a derechos y
beneficios que determinan el resultado ultimo del ‘juego de decisión’ que todo esto implica: quién gana,

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quién pierde, cómo y porqué se gana o se pierde, son preguntas fundamentales, como lo es la de si los
resultados de las decisiones tomadas, o a tomar, son ganar-ganar para todos, perder para algunos y ganar
para otros, o perder para todos. Estas no deben ser menos importantes que las consideraciones técnicas,
particularmente si las últimas llevan a una tecnocracia clientelista.

La gran virtud de una democracia verdaderamente participativa es su legitimidad política. Cuando el


pueblo tiene la posibilidad de participar en la promulgación de la ley, la ley es su ley, no solamente la de
los diputados. Cuando el pueblo apropia su ley, la quiere y la defiende. La gran potencial limitación de la
democracia participativa es que puede engendrar procesos complejos y prolongados de debate y toma
de decisiones, que si mal llevados por gobiernos y congresos torpes y/o clientelistas, puede degenerar en
‘changoneta’ inútil y paralizar procesos necesarios, particularmente en una pobre cultura cívica, no
acostumbrada a la participación.

Los detractores de la democracia participativa esconden el temor que a ésta puedan tener enfatizando
sus desventajas prácticas, imaginando un mundo en el cual nada se puede pues ‘hay que consultarlo todo,
todo el tiempo’. Uno de los grandes problemas con el clientelismo es que termina configurando
mentalidades clientelistas, que no pueden pensar de otra manera. No es necesario consultarlo todo, todo
el tiempo, en tanto los marcos de política que puedan regir para las consideraciones de interés público
establezcan claramente los principios y medidas de política sobre los cuales hay que alcanzar consensos
previos. Habrá por tanto que consultar las bases principales de los acuerdos al consensuar los marcos de
política, como también habrá que consultar en momentos importantes de la evaluación del desarrollo de
dichos marcos. Señalar derroteros claros para la articulación de los marcos de política, indicar hitos para
las evaluaciones de los progresos y problemas tenidos en su implementación, realizar procesos
transparentes de evaluación y usar los resultados para la toma juiciosa de decisiones no debería ser cosa
imposible en procesos ordenados de buen gobierno.

Cabe destacar que de muchas maneras la formulación sectorial de marcos de política es un ejercicio que
no sólo se ha hecho ya en el país, sino que se hace continuamente, como lo antes indicado sobre las
responsabilidades presidenciales sugiere: basta visitar las bodegas (que no bibliotecas, pues esas no
abundan) del aparato estatal para darse cuenta de la proliferación de múltiples marcos y documentos de
política elaborados usualmente a elevados costos como ejercicios de consultoría, algunas veces
técnicamente muy buenos, pero que normalmente han fallado en ser comunicados a, y discutidos con los
actores concernidos, no se diga con el pueblo en general, y que son muy probablemente, por tanto,
políticamente muy sesgados a favor de los intereses de los grupos minoritarios quienes los promueven.
Así se han reformado, por ejemplo los ‘sectores marco’ de energía y telecomunicaciones. Estos sectores,
de varias formas, han sido ‘privilegiados’ en el sentido que la promulgación de la ley que legitima dichas
reformas cuanto menos estuvo antecedida por el desarrollo de un marco de políticas específicas para
dichos sectores, marcos que si bien no discutidos abiertamente, por lo menos conocieron el reclamo de
algunos pocos hondureños preclaros, que conociendo sus implicancias, solicitaron y motivaron su
discusión más amplia. Así se formuló, de manera totalmente inconsulta y con base en el ‘arte de la
mandrakada política’ la Ley Orgánica de las Zedes que en la actualidad amenaza con fragmentar no
solamente el territorio nacional sino su sociedad y su integridad como nación-estado.

En otros sectores, como por ejemplo en la minería, la estrategia legislativa de quienes cabildearon ante el
Congreso Nacional los cambios al antiguo código minero fue una de ‘disparar primero, preguntar después’
pues no se desarrolló, ni mucho menos discutió con el pueblo, un marco de políticas públicas para la
minería que diese fundamento racional a la ley. Ello, como es sabido, motivó posteriormente los reclamos
por su derogación, que llevaron a su reforma. Cuando los proyectos de ley pueden volverse muy

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contenciosos por sus implicaciones, el presidente del Congreso Nacional sencillamente los engaveta. Así,
muchos proyectos de reforma legal en sectores de necesidad han dormido el sueño de los justos por años,
particularmente cuando éstos pueden tocar cosas sensibles como los derechos de propiedad y uso, los
costos, los precios, etc. Todo esto es consecuente con la percepción que ‘las leyes se hacen adentro, no
afuera’ del Congreso. Todo esto es legislación ‘estilo Honduras’.

Es claro que bajo estos procederes la democracia representativa tradicional no ha abierto los espacios
necesarios ni para que el pueblo opine apropiadamente sobre las leyes que hace el Congreso Nacional,
sobre todo antes que las haga, ni mucho menos, para que el pueblo haga ley. Es por tanto de considerar
la necesidad de una reforma complementaria a la estructura del Poder Legislativo (y que no a la estructura
republicana de tres poderes del Estado) de forma tal que, por ejemplo, con la creación de una segunda
cámara de representantes, cuyos miembros podrían ser escogidos de entre las organizaciones de la
sociedad civil, sin participación partidaria, y cuyas potestades y funciones se deberán discutir, pero que
podrían incluir la potestad de hacer y vetar leyes, se cree vía para un nuevo y más participativo espacio
de representación del pueblo en el órgano a cargo de la función legislativa en el país. Esto no es cambiar
el fundamento de una democracia representativa, es ampliarlo y legitimarlo.

Oxigenar los espacios de nominación de los candidatos a representantes, a partir de un esquema


transparente que permita, a nivel de barrios, ciudades y regiones, desde la base territorial donde la gente
vive y de donde en principio surgen los líderes políticos, y no en las cúpulas partidarias, nominarlos;
resolver de una forma socialmente óptima el tema de la financiación de la campaña política, uno de los
principales mecanismos clientelistas del proceso; y crear espacios de mayor acceso a candidaturas
independientes son temas de muy importante atención. Lo es también el secular problema del
abatimiento de la corrupción en la gestión pública y privada, al que deberá responderse mediante la
simplificación y el hacer transparentes y claros de los criterios y procesos administrativos y toma de
decisiones, el flujo apropiado de información, y ante todo, el abatimiento de la dinámica clientelista y las
expectativas de recompensas clientelistas que el sistema ha creado en las cabezas de los hondureños.

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