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Capítulo 4

Ética y Estética

Todos los días constituimos una actitud ética y sin embargo no tenemos una
opinión propia, nuestra, sobre la ética. Por ello, suele adquirir significados vagos y se
generan mensajes manipulados, como lo es el lenguaje, de modo tal que cargamos con
cosas que no son nuestras sino que precisamente se vuelcan contra nosotros. Esto se
dificulta más aún por el sencillo hecho de que la ética es un fenómeno histórico, y que
los conceptos morales tienen continuidad y discontinuidad. Las pautas éticas sobreviven
a sus portadores, pero no solamente en cuanto el hijo al padre o el alumno al docente,
sino a lo largo de miles de años por el fenómeno llamado subordinación dialéctica que
va a ir incorporándolas en siguientes estructuras sociales, en posteriores conjuntos de
conceptos morales y de pautas de comportamiento ideal. Así es como de pronto al leer,
por ejemplo, a Platón nos sorprendemos de actitudes que en aquel entonces eran
comunes y ahora no lo son, como de otras que antes eran aceptadas y ahora
rechazamos. Sólo si entendemos el movimiento histórico y la dialéctica de la historia, en
su tesis y antítesis, estaremos en condiciones de comprender nuestra propia ética.
Cuando Bergson dice, "yo soy mi propia historia” señala con ello que nosotros
somos productos de una historia individual que a su vez se inserta en una historia social,
en la que cargamos con conceptos morales e ideológicos que nos hacen actuar de
determinada manera.
Kant, en su Crítica a la razón práctica, describe la siguiente situación. Un día un
soberano se dirige a un súbdito y le ordena que levante un falso testimonio contra un
hombre inocente. En caso de no obedecer, lo mandará a la horca.
Ya sin Kant podríamos imaginar que el súbdito, en un primer momento puede
decir: “¿Yo? ¿Testimonio falso? ¡Jamás! Eso estaría totalmente contra todo lo que he
dicho en mi vida. Aunque termine en la horca, jamás voy a levantar un testimonio falso."
Pero luego ve qué hermoso brilla el sol; después piensa en los momentos de felicidad
que pudo construir en su vida y en otros que podrá tener luego. Piensa en los seres
queridos, en la gente que le formulará preguntas y pide sus respuestas, y a quien puede
hacer lo propio, en sus proyectos realizados y siente el sabor de la lucha librada por ellos
y en sus proyectos todavía no realizados y siente el sabor del deseo de luchar por ellos,
o siente sencillamente el placer de caminar, de mirar, de tocar, de respirar, y concluye
que no puede renunciar a todo eso. Decide que sí, que va a levantar un falso testimonio.
Pero al día siguiente se encuentra con alguien que le dice: “Tanto me servían tus
palabras. Gracias a ellas pude evitar una trampa de deshonestidad." Y entonces el
súbdito siente que no puede testimoniar en falso, pues negaría toda su ideología, toda
su vida y con ello moriría en los otros que creían en él hasta entonces.
No se sabe qué decide finalmente, quizás ni siquiera tenga importancia. La
importancia reside en la pregunta formulada por Kant: ¿Qué haría uno en lugar de este
súbdito? Y ni tenemos que imaginar esta misma situación concreta, pues esta historia no
es más que una parábola sobre la libertad del hombre para elegir. Algunos podrían decir,
como efectivamente dicen: ¡qué miserable libertad es aquella en la que un hombre tiene
que decidir entre el falso testimonio y la horca! Pero no se trata de eso. Acá este hombre
debe elegir entre sus dos condiciones: el hombre particular, concreto, en su condición
de generador de proyectos, de encuentros y desencuentros, de intercambios, de
percepciones, placeres y dolores y por otro lado, el hombre como ente metafísico, en su
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condición universal, constituyente de ideas; metafísico en sentido de separarse de lo
concreto y proyectarse a lo universal. Ser partícipe en la construcción del ser.
Más allá de la historia eventual de esta anécdota imaginaria ¿Cuántas veces se
nos ofrece esta elección? Algunas veces, apenas nos damos cuenta de ello y nuestra
respuesta, nuestra decisión es casi impensada, inmediata o automática. Otras veces es
desgarradora, difícil y aquello a lo que renunciamos pesa dolorosamente, marcándonos
con ello para mucho tiempo o quizás para siempre. Algunas veces lo elegido da tanta
satisfacción que es capaz de equilibrar eso, o por lo menos suavizarlo y hacerlo
soportable; otras veces no rinde esta recompensa. Pero de todas maneras la elección
es nuestra posibilidad, nuestro deber, nuestro destino. Como dice Kierkegaard, estos son
los momentos en que el hombre está solo frente a sí mismo, cuando se elige a sí mismo,
cuando se realiza como persona. Cuando se verifica todo su discurso, toda su ideología
anterior y puede enfrentar, ya más confirmado en su identidad, la próxima elección.
Mirando hacia atrás en nuestra vida, señala el filósofo danés, nos daremos cuenta
que somos productos de una sucesión infinita de elecciones. Por supuesto, podemos
preguntar a Kant, por qué debe suceder que un déspota pueda obligar a un hombre a
semejante elección. Llevando eso a lo general podemos preguntar, por qué en una
época, en un lugar, en una sociedad las posibilidades son generadas de una u otra
manera. Las posibilidades de un individuo no son independientes de las posibilidades de
su sociedad, más bien, al contrario. Pero eso no absuelve al hombre de la
responsabilidad de su decisión. Eso es verdad en caso de un sujeto, pero también es
verdad en caso de una sociedad, cuya historia siempre es formadora de su presente, y
por eso el presente está a cargo de su responsabilidad. Renunciar a eso, es renunciar a
la condición de libertad.
El arquitecto Erich Mendelsohn se recibe en 1912, en Munich y durante dos años
proyecta y pinta decorados para teatros. Las condiciones de trabajo son cada vez más
difíciles con la situación de preguerra, llegando así a la conflagración de 1914. Será
destinado al frente ruso con su flamante diploma, en el cuerpo de ingenieros. Allá en las
trincheras del campo de batalla: ¿qué posibilidades de elección pueden darse? Es una
situación límite, sobre la cual uno diría que ya no queda ninguna alternativa, ninguna
disyuntiva para elegir.
Sin embargo las alternativas son varias. Puede uno identificarse con la causa, y
gritando matar al enemigo; se puede sentir felicidad al morir por la causa de la patria: se
puede renunciar a todo y paralizarse; se puede enloquecer: dedicarse a esperar la
muerte o directamente decidir quitarse la vida. Todas estas versiones por supuesto son
las de la muerte. En ninguna está la lucha, la creatividad. Mendelsohn encuentra esta
alternativa. En una carta a su mujer escribe desde la trinchera: "Mis esbozos son
simplemente apuntes, los contornos de ciertas visiones súbitas, aunque en calidad de
edificios aparezcan como entidades. Es importante fijar estas visiones sobre el papel, tal
como nacen en nuestra mente, puesto que toda criatura nueva lleva en sí el germen de
su potencial desarrollo y se convierte en un ser humano siguiendo un proceso de
evolución.”
En papelitos que pudo conseguir en aquellas condiciones, plasmó, efectivamente,
sus sensaciones, sus sentimientos, sus ideas. Frecuentemente sin luz, en muy pocas
líneas, terriblemente sintéticas y expresivas, porque la falta de medios en hombres
fuertes, va a promover más creatividad y en los débiles la renuncia. Con estas pocas
líneas logró expresar una fuerza dinámica y telúrica. No tienen una forma a priori, van
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haciéndose con las formas al crear. Dejan el camino abierto para ser continuados en el
movimiento y en la conformación espacial.
Y con ello se proyectó también Mendelsohn a tiempos posteriores a la guerra.
Sabía, con esta sabiduría de los hombres creativos, que la vida sigue y claudicar es
dejarse morir. Efectivamente, después de la guerra estos mismos “papelitos" serán
expuestos en Cassirer, París.
En estos croquis, de proyectos imaginarios, “no existen las leyes externas. Todo
lo que la voz interior no rechaza está permitido" utilizando las palabras de von Hartmann.
Si bien estos proyectos no existen, las leyes externas, sirven en cambio para generarlas:
demoliendo las que imperan o seleccionado de ellas las que valen, según las nuevas
condiciones reconstruyéndolas en una sintaxis diferente, enriqueciendo con estas
nuevas ideas, en una palabra generando nuevas leyes para expresar nuevos tiempos.
Los gestos y las formas de estos proyectos imaginarios no pasaron por el tribunal
de la funcionalidad, de la pragmaticidad, de lo posible, determinado y controlado por la
técnica y la tecnología, sino que se encargan de generar demandas hacia nuevas
funciones internas y externas y también de estimular la misma respuesta tecnológica.
Entre ellos se puede ver proyectos de fábricas, silos, distintos edificios industriales,
estudios cinematográficos, templos, escuelas, almacenes, estaciones de ferrocarril y
observatorios astrofísicos.
Su proyecto y posterior construcción de la torre astrofísica u observatorio llamado
Einsteintur, o torre Einstein (entre 1820 y 1824) es la continuación orgánica de los
proyectos imaginarios y también de su lucha por la vida durante los tiempos trágicamente
difíciles. Una colisión fértil entre la expresión de las pasiones y la racionalidad como
medio de realizarla. Dinámica y fuerza al mismo tiempo. Todo construido en tiempos
sumamente difíciles donde la realización de la obra necesitaba mucha inventiva, mucho
amor, mucho esfuerzo y mucha creatividad.
Con todo ello logró realizar una de las obras más ricas de la arquitectura. Su
simbología es múltiple; lo más obvio, su referencia a un submarino, cuyo periscopio está
espiando, investigando los secretos de los cielos. Pero podríamos pensar en la palabra
Einstein, que por otro lado también es pronunciable como "Einstein", o sea, una sola
piedra, como si fuera un monolítico, un menhir neolítico, un monumento fálico. Su forma,
que emerge desde la entrañas de la tierra, erguida y potente, también nos hace pensar
en eso. Pero si vemos la composición interior podemos profundizar más esta simbología.
Por un sistema de espejos, lo captado desde el cielo, va a ir descendiendo hacia abajo.
Como el semen fertiliza la tierra en sentido metafórico, este saber va a fertilizar lo oscuro,
los laboratorios el subsuelo, donde estas informaciones —semen— serán elaboradas.
Estos laboratorios, en una extensión horizontal, tienen un sistema de climatización
pasiva por el sencillo hecho de ser albergados dentro de la tierra. La entrada al
observatorio marca una fuerte concavidad, también claro referente a lo femenino.
Protuberancias convexas y huecos cóncavos organizan la masa del edificio en un
movimiento sensual pero al mismo tiempo funcional. Todo es un amplio gesto de vida,
que mediante la colisión entre lo femenino y lo masculino, entre lo vertical y lo horizontal,
entre lo expresivo y lo racional, entre lo geométrico y lo quimérico, lo blando y lo recto,
se conforma en palabras arquitectónicas, que simbolizan el placer de la indagación, de
la búsqueda por el saber como placer sexual.
Sólo con actitud creativa, como por ejemplo la de Mendelsohn, puede surgir las
nuevas alternativas; sólo cuando uno no espera pasivamente las alternativas de los
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otros, sino que se convierte en creador participante de ellos.
Las alternativas no se regalan, no se determinan desde lo de afuera, ni siquiera
se eligen en un archivo acumulado por otros tiempos u otras sociedades, sino que son
generadas por el hombre, por el sujeto y por su entretejido con los otros. Estas
alternativas deben ser atravesadas con la acción, con resultado positivo o negativo.
Como una constante dialéctica de ensayo y error. Así se formarán los valores, como se
verá posteriormente.
Homero en el Ulises dice: “El hombre siempre acusa a los dioses, y se dice que
todos los males devienen de ellos, aunque los hombres sufren por sus lamentables
pecados, incluso hasta después de la muerte." Parece que ya Homero sabía que el
hombre es el dueño de su destino, de las alternativas creadas por él mismo y de sus
resultados.
Cuando Aristóteles se refiere al hombre en la tempestad (en sentido literario y
metafórico de la palabra) habla sobre la fuerza determinante que procede desde afuera
y se dirige hacia el hombre, a cuya causa el hombre no contribuye con nada.
Aparentemente en este caso no podemos hablar sobre autonomía, y con ello, lo
sucedido, la acción humana, pierde su carácter ético. Pues se impone y no se elige. Sin
embargo es muy difícil, si no imposible, imaginar una situación totalmente carente de la
participación generadora, responsable y particular del hombre y totalmente carente de
alternativas, por mínimas o limitadas que sean, el hombre no puede llegar nunca a una
situación de total ausencia de lo ético. Si bien no puede parar la tempestad, no por ello
deja de ser un ente ético. Pues, como en el ejemplo sobre los proyectos imaginarios o la
Torre de Einstein de Mendelsohn, le queda a todos los hombres la posibilidad de cómo
responder a la tempestad. ¿Subsumiéndose, renunciando a todo, eliminándose
identificándose, luchando, generando, creando? El mismo Aristóteles comenta en su
Ética: “El hombre, en efecto, tiene el poder de producir o crear. Y, entre otras cosas, él
produce, a partir de ciertas causas o principios originarios, sus hechos y acciones."
Esta acción no deviene de ningún fenómeno existente fuera del hombre. Sólo el
hombre puede producirla. Y en última instancia, la tempestad (en todos los sentidos
posibles) no hace otra cosa que provocar la respuesta. Y esta respuesta la dan aquellos
que están internamente posibilitados para ello.
Sirva como ilustración un párrafo del poeta simbolista húngaro del comienzo de
nuestro siglo, Endre Ady: "Sólo nacieron grandes cosas, cuando se animaron los
valientes. Y si fueron cien veces valientes. También sacudidos por la tempestad, cien
veces."
Y aquí surge otro fenómeno que me interesa tratar. ¿Cuál, entre las reacciones
(frente a la tempestad, frente a cualquier fenómeno exógeno) va a ser avalada,
reconocida, premiada, o rechazada, castigada, juzgada y marginada por la sociedad?
¿Cómo se articula aquello que el hombre produce como acción frente a un fenómeno,
con el conjunto de la§ pautas de comportamiento ideal, o sea, con el espíritu de cuerpo?
Su reacción ¿va a ser la reiteración de modelos y esquemas ya preestablecidos,
aprobados o no? Por supuesto, la respuesta del hombre es inmensamente compleja y
su amplitud abarca desde el extremo en que el hombre es un mero recipiente y
reproductor de las pautas, llegando con ello a la negación de lo existente, hasta el otro
extremo, es decir, cuando alguien no reconoce nada que previamente fue elaborado por
su mundo, y si reconoce algo lo hace sólo para destruir, caso que también conduce a la
completa negación de lo existente. Entre estos dos polos, se producen infinitas
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variedades. En una u otra proporción el hombre va a ir conjugando lo pautado con aquello
que surge de las "grandes cosas de los valientes".
Como ya hemos visto, la determinación de lo bueno y lo malo, se realiza desde la
sociedad. Vivir en comunidad, a lo largo y a lo ancho de la historia, y de la sociedad
humana, tiene innumerables versiones, variedades. La fórmula elegida por una sociedad
no debería descalificar o perjudicar a la fórmula constituida por la otra. Pero todas las
fórmulas sirven para operar, modificando o conservando, sobre la realidad sociocultural
de un sistema determinado. Este fenómeno participa en la definición de la estructura
social y establece la ideología imperante, mediante la cual sus miembros eligen o no,
identificarse con el sistema, lo aceptan (o no), y en caso necesario, lo imponen sobre
otros sistemas. Por medio de esta ideología y la elección entre la reacción afirmativa o
negativa, se desempeñan los roles económicos, sociales, políticos, culturales, etc.
Y éste es el sustento estructurante para determinar qué es lo bueno y qué es lo
malo. En cuanto consideramos las expresiones culturales también como símbolos de
una realidad estructural socioeconómica, las reglas éticas también son simbolización de
necesidades, pretensiones, programas surgidos a partir de los recursos existentes, de la
naturaleza dada y la posibilidad del hombre de valerse de ellos.
Es sumamente interesante comparar dos obras arquitectónicas, provenientes de
muy distintos tiempos y de muy distintas sociedades. Ellas son el Partenón del Acrópolis
en Atenas y la Casa del Consejo de los Dogón.
El Acrópolis se levanta sobre la ciudad ática, a unos 156 m, cumpliendo así el
papel del espacio sagrado y también panópticum, o sea ser visto desde todas partes y
ver desde allá hacia todas partes, como un control y organizador espacial. Y eso debe
ser función del espacio religioso y no del espacio público (por ejemplo, ágora), pues el
discurso sobre el bien y el mal, lo permitido y lo prohibido, genera mucho más amplio y
profundo efecto por lo sagrado que por lo cívico. Critias, según cita Lukács, ya en el siglo
III a. de C. escribe lo siguiente:
Así la fuerza de la ley protege de la acción violenta,
Pero lo que la mala voluntad no se atreve a hacer a la luz,
Lo intenta secretamente, y lo consigue a menudo.
Por eso, creo yo, un hombre prudente imaginó con sabiduría,
Un temor para el linaje de los hombres,
Un terror para los malos, aun cuando hagan
Su mal secretamente, o sólo lo imaginaran:
Así les dio la fe en los dioses.
Enseñó que hay un ser por encima del género humano,
Floreciente en su fuerza eternamente joven e inagotable,
Que oye y ve con el propio sentido interno,
Y vela por el derecho. No hay palabra del hombre, ni acto que no pueda oír o ver,
"Por eso",
les conmina, "aun cuando pienses secretamente en el mal te ven los dioses. Pues
su ser todo es
Razón.”
Ese “negocio" con el mundo sobrenatural, precisamente porque allá surge lo
inexplicable para el hombre, es manipulado por los dueños del poder. Este fenómeno,
entre otros, toma forma arquitectónica y urbanística, no carente tampoco del lenguaje
escultórico e incluso pictórico.
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El lugar, ya con una historia antiquísima de fortaleza, se va a ir transformando en
un conjunto de templos y espacio de culto a lo largo de siglos, para que en el siglo V,
después de la guerra contra los persas y la destrucción completa del lugar, sea
reconstruido con una urgencia e inversión asombrosa por Pericles, con los edificios de
los Propileos, el Partenón, el Erection y el templete de Nike Atenea.
Tras subir una escalinata con bastante pendiente y zigzagueante —lenta y serena
procesión— atravesamos los Propileos como una puerta purificadora. Dejamos las
inseguridades, las angustias, los cuestionamientos afuera y entramos al recinto sagrado,
puros y entregados.
Al entrar, el griego de aquellas épocas no tenía un libre desplazamiento en el
lugar. Su circulación fue preestablecida de tal manera que nunca pudo ver desde el frente
el Partenón, sino siempre en escorzo. Ver frontalmente hubiera significado poder
observar uno de los lados en su perimetraje, determinado por la sucesión de columnas
e intercolumnios. Con ello se establece el juego de lleno y vacío, alternado y equilibrado.
Sin el ritmo uno a uno no podría haber una imposición, ya que el lleno rechaza y el vano
invita.
El hombre, viendo este ritmo entre el rechazar y el invitar, tendría que elegir por
su propia cuenta qué es lo que quiere hacer. Pero sus arquitectos, Ictino y Callicrate,
respondiendo con brillo a la demanda del poder ateniense, lograron evitar esta
posibilidad, imponiendo el escorzo constantemente. De esta circulación ritual no se podía
salir. De tal manera que las columnas acusan en la percepción del concurrente,. una
aceleración del ritmo, debido a que ya no hay una alternación uno a uno de lleno y vacío,
o sea, columna e intercolumnio, sino que los vacíos serán cada vez más cortos en la
vista perspectivada, se agotan y desaparecen, dejando lugar con ello a la conformación
visual del muro. Y el hombre está condenado a estar afuera; no puede entrar, no puede
acceder, no puede participar. Como el hombre no puede llegar al Olimpo, lugar de los
dioses y semidioses exclusivamente, tampoco puede entrar en el espacio interior del
Partenón. Su destino es el eterno vagar y no el llegar, es el ser excluido y no incluido.
La estatuaria del Partenón, analizada en otro capítulo, es el discurso de la
invencibilidad del poder griego en general, y de los atenienses, en particular; pintando
todo eso con colores fuertes, paré que desde lejos recuerde todo el mundo el mensaje.
Más allá de -este circuito ritual preestablecido está el Erection. Con orden jónico, fue
realizado por Fílocle, más o menos contemporáneamente con el Partenón. Hacia el sur,
se agrega al templo la pequeña logia de las cariátides, sobre un nivel elevado, con seis
figuras femeninas que funcionan como sistema de sostén de la techumbre, en cuanto a
estructura pero que también tienen, como razón de estar allá, el mostrar un eterno
castigo como posibilidad a aquellos que no cumplen la ley. El conjunto de la Acrópolis es
el símbolo del discurso del poder, de su voluntad de perpetuarse, de imponerse.
La otra obra para analizar, y con ello comparar con el Partenón, es una Casa de
Consejo de los Dogón, uno de los pueblos el Africa negra, más ricos en historia y en
creación artística. Territorialmente se hallan en la parte septentrional del actual Mali y ya
desde la época correspondiente a la Edad Media europea, disponía de una civilización
muy destacada, con centros culturales y políticos.
Sus esculturas de madera, sus máscaras, su arquitectura y sus conceptos sobre
el desplazamiento por el territorio, expresan una constante lucha por la supervivencia en
esta área semirrocosa, cuasi desértica y su voluntad de conservar y defender sus
costumbres, sus tradiciones, su estructura socioeconómica y su religión, como forma
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ideológica y simbólica de esta estructura.
La Casa del Consejo es el espacio del máximo poder político y religioso. Aquí,
todavía estas dos funciones no logran separarse. Por ello el mensaje de la obra tiene
que dirigirse, al mismo tiempo en dos direcciones. Referirse al mundo real, existente y
también al mundo sobrenatural, desde donde desciende el aval y el amparo hacia el
poder terrenal.
Ubicándose sobre cierta altura natural, como panópticum, dispone de planta
rectangular y una techumbre alta, de material vegetal, cumpliendo con ello la función de
una climatización pasiva y también para monumentalizar el lugar. Por sistema de sostén
murario tiene columnas-troncos antropomorfizadas. Hombres y mujeres con
desesperada tensión luchan contra la gravedad del peso del techo, retorciéndose,
esforzándose, hinchadas sus cavidades internas, sus formas gritan por la permanente
contracción y crecimiento coartado. Flagelados y marcados por el látigo llevan encima
los signos de la pertenencia a la tribu; no pueden irse; por ello aceptan esta horrible
existencia. No pueden irse porque están signados, y en otro lugar, en otra tribu no serían
nada. Otra tribu sería la nada. La no existencia. El cuerpo humano es el que sostiene
aquí el edificio, y más allá de ello, el poder del Consejo.
Diferentes tiempos, diferentes culturas, diferentes pueblos. Pero en los dos se da
el mismo fenómeno: el edificio como expresión de un poder y su voluntad de perpetuarse,
y en ambos se valen del cuerpo humano de una u otra manera, para emitir su mensaje
sobre su capacidad de imponerse, controlar, castigar, premiar, contener o marginar.
En estas culturas, o en cualquier otra, cuando se cambian las condiciones dadas
y las relaciones dentro de la estructura existente, aunque más lentamente, surgen
cambios en la ideología, como sistema adaptativo, junto a lo concreto de la existencia
social. Por eso la ética de una época y de una sociedad va a ir cambiando lenta pero
permanentemente, imponiendo las nuevas reglas morales-éticas desde los dueños del
poder y paralelamente, reproduciéndose estas mismas reglas, por los componentes de
la sociedad.
Podríamos decir que la rotura de la ley, de las reglas, de la interdicción, es
realizada por muy pocos, pero deseada por más. Esta diferencia se da debido al hecho
de que no todo el mundo que está disconforme con lo existente puede o se anima a
nombrar esta disconformidad y a cambiarlo. Pero frente a quienes realizan o sólo desean
los cambios, está la enorme e inmóvil masa que les tiene pánico, quizás por el mismo
motivo por el que los hombres y mujeres dogones sostienen la techumbre. Y con ello ya
entramos en el tema sobre el pecado y sobre lo malo.
Los límites y el castigo por su franqueo, aseguran la contención de estos deseos,
con doble sentido: uno para preservar a la sociedad humana, pues sin reglas y leyes
ésta no existe; otra es la represión y la subordinación. Sin ética no podríamos sobrevivir,
existir y funcionar como humanos; sin ello no existiría la cultura, la sociedad, pero sin su-
constante reformulación y cambio tampoco podría perdurar la comunidad humana, en el
estado y el lugar en que se halla. La petrificación de las pautas y su inmovilidad causan
achatamiento, postración e impotencia.
La obra artística, independientemente de en que tendencia histórica e ideológica
se la ubique, representa esta ambigüedad tan necesaria, dinamizante y creativa, pero
también patética y penosa para el humano.
El hombre toma de su mundo el esquema cognoscitivo-ideológico y también
moral, gesto que pude oscilar desde una reiteración total hasta una completa rebeldía y
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rotura. Ser parasitario de un sistema ideológico-ético es valerse de sus reglas sin la
propuesta de ningún cambio, gozando así de sus ventajas pero pagando por ello con su
total dependencia.
Allá debe surgir la pregunta: ¿qué es lo bueno y qué es lo malo, a la luz de una
responsabilidad propia? Mirarse desde afuera, seguir la llamada de este deseo por la
lucidez, actuar como filósofo frente a la existencia, en cuanto entendemos la filosofía
como inclinación por la lucidez (Sofía: lucidez, filia: inclinación). Desde esta mirada se
puede reconocer la coincidencia entre el sujeto filósofo con el sujeto ético y también con
el sujeto estético.
¿Cómo se veía este fenómeno a lo largo de nuestra historia, cómo consideró lo
bueno y lo malo nuestra cultura? Y cuando digo nuestra cultura me refiero a la cultura
occidental, pues desde aquí y partiendo de un prácticamente no existente o ínfimo
conocimiento sobre las otras culturas, difícilmente podemos analizar sus estructuras
morales. Incluso, en América Latina, sabemos muy poco o directamente nada, sobre las
pautas éticas de las culturas precolombinas o incluso sobre las pautas de las
comunidades indígenas actuales.
El intento de esbozar un recorrido rápido siempre encierra, inevitablemente, la
superficialidad pero quizás algunos conceptos sirven para ilustrar la historicidad de la
ética, en su sorprendente paradoja. Esta paradoja de la historicidad es lo siguiente: las
pautas cambian permanentemente pero a su vez pueden sobrevivir a lo largo de miles
de años. Conociendo las de los otros tiempos, con asombro nos damos cuenta que hoy
por hoy seguimos actuando según su mandato.
En la Edad Antigua el bien era prácticamente un hecho adquirido por el
nacimiento. Esta condición no se la podía conseguir, ni se la podía perder. El ser humano
nacía con ella o no. Esta "ética genética" avaló la actitud y el comportamiento de los
designados, elegidos, o sea de aquellos que constituyeron las reglas. Y como tales
fueron incuestionables. Sólo ellos accedieron a la vida eterna, a la vida postmortem y los
otros fueron condenados a una eterna, inmutable e incondicional reproducción de estas
pautas, y al mismo tiempo, a una finitud oscura y desolada de la existencia. Alguien nacía
con el bien, como se nace con ojos azules o negros, sin poder cambiarlos. La condición
del hombre bueno (agathos), no se podía perder. La nulidad de la vida de millones en
este mundo se tradujo a la nulidad de estos millones en la vida postmortem. Más acá
también aparece la paradoja. Nunca el poder ha dejado de estimular esta nulidad en el
hombre. Antes de una manera, ahora de otra.
Si observamos las pinturas egipcias, en las pirámides del Imperio Antiguo o en las
tumbas reales del Imperio Nuevo, reconocemos esta voluntad. La gran cantidad de
esclavos y servidumbre van y vienen silenciosamente, ni felices ni infelices. Su existencia
es el servir y ser como está determinado por las normas. Es cierto que las figuras
jerarquizadas tampoco disponen de expresión en cuanto a su gesto corporal o facial,
pero en cambio su contexto señala una vida poderosa, placentera, magnificente. Los
subalternos se repiten a sí mismos, cumplen y vegetan en su obediencia. Como cosas,
lejos de tomar conciencia sobre sí mismos.
Pero las barracas trazadas en los proyectos de Aldo Rossi, arquitecto italiano de
nuestros tiempos tampoco dan otra chance al hombre. Lo que De Chirico observó con
espanto, la condición de hormiga en el hombre, Rossi se propone llevar a la realidad en
la unidad habitacional de Galaratese, cerca de Milán y él mismo reconoce que buscó los
modelos en los slum, viviendas obreras del siglo XIX, espacios degradantes para la vida
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humana. Su escuela de Fagnano Olona señala un plano rígido, una alzada austera y
controladora, un espacio sin actitud gestual, todo ordenado a priori sin la posibilidad de
participación a posteriori de parte de los chicos. Encima de todo, como tremebunda
alegoría del deber, se levanta la chimenea, puesta allá sin otra excusa que la presencia
del trabajo industrial. Como si estos alumnos, desde ya, estuvieran destinados a ser
exclusivamente obreros y subsumirse frente a esta voluntad anónima y todopoderosa. Y
para completar, en su cementerio de Módena, toma forma su concepto sobre la vida,
pero más allá de ello, sobre la finitud de la existencia humana. A cualquier ser con vida
podría espantar la idea de estar allá como muerto. Enorme plaza-patio, de rigurosa
composición renacentista y con pórticos que se parecen más al monumento funerario de
la faraona Hapchetsut o a la Exposición Universal de Roma (EUR) de Mussolini, que a
un lugar donde descansa el cuerpo ya sin alma; dominado todo, aquí también, por la
chimenea, que en lugar de hacer referencia al trabajo industrial, sirve de monumento
recordatorio, quiérase o no, de los crematorios de los campos de concentración.
¿Dónde cabe en estas obras, dónde puede insertarse en estos lugares, cómo
puede crear y recrear a partir de estos espacios el sujeto ontocreador? El sujeto creador:
creador de su vida, de nuevas situaciones y propuestas, partícipe de su mundo y también
creador de arte. Estos espacios sólo están destinados al hombre tipo y a su nulidad. Por
un espacio en sí sólo, por supuesto nadie se convierte en nulidad, pero el espacio
representa y genera también, entre otros fenómenos, esta nulidad, allá en Italia, en
Europa, en cualquier parte del mundo, como aquí, en Argentina, en todas las
reproducciones rossianas, desgraciadamente tan frecuentes.

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Lo épico, lo ético

Las epopeyas del mundo clásico tenían el vacías y delirantes se convierte en su propio
fundamental objetivo de argumentar, ideo- parásito, se atrapa en un solo factor: él mismo.
logizar los acontecimientos que sucedieron en el Con eso se condena a la soledad, a la riqueza
camino de un pueblo hacia la conformación sin placer, víctima de sus objetos acumulados,
como una nación. Con esta literalización de la categoría a la que intenta reducir a todos los
historia se establece también el correspondiente seres humanos. Muere como un objeto entre
código ético, que marca y determina el bien y el tantos
mal socialmente convenidos. Para los tiempos John Ford, con sus westerns, también participó
modernos este medio en su forma tradicional se decididamente en la construcción épica de la
había agotado, pero adquiere nuevos recursos, realidad norteamericana, del imaginario de esta
principalmente por el cine. sociedad hacia el pasado y el presente. y del
La historia del cine norteamericano ilustra con imperativo categórico colectivo en el presente y
claridad este proceso, ya desde Griffith, con su hacia el futuro. Pero desde un paisaje rural y
Nacimiento de una nación (1915). Pocas obras dicotomizando el mundo entre los buenos y los
como el Ciudadano Kane (1940) de Orson malos, donde el Bien es sinónimo del orden y el
Welles describe con tanta voluntad y Mal. del desorden. La figura legendaria del
compromiso la conformación de la moral cowboy como justiciero, rudo y sentimental, a su
individual y social del panorama urbano e vez, carece casi completamente de matices y
industrial. Desde lo político, lo profesional y lo complejidades históricos, sociales y psicológicos
artístico bucea en las aguas profundas y difíciles para aumentar su eficacia, sin preocuparse de
de su época para encarar el tipo cultural-ético de sus alegorías monocordes y reiteradas. Su
aquel mundo en formación. Kane comienza su Pasión de los fuertes (1946) es una de las
carrera como hombre creativo y generador pero expresiones más cabales sobre esta ética banal,
sojuzgado por sus ambiciones cada vez más pero increíblemente fuerte y penetrante.

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Hay otra manera de inculcar la nulidad. Los dibujos de Fotón, diseñador belga de
nuestros tiempos, tienen como tema principal el hombrecito, carente de
autogobernación, de autodefinición y de la más mínima lucha por sí mismo, a quien
podríamos llamar Señor K. o Señor López, o de muchas otras maneras, pues el mundo
entero está lleno de estos personajes. El arte, en múltiples géneros, se preocupa de este
fenómeno ya hace muchos años. Y no sólo para generarlo como hizo el arte egipcio sino
para enfrentarlo. Kafka le muestra un espejo espantoso, Bartók señala el gigante que
puede generarse desde sus entrañas, el Pop Art se burla de ello, entre otros. ¿Qué hace
Folon? Inculca por miles de dibujos, pasteles, afiches, etc., que no hay otra condición.
Nos representa en nuestra real o imaginaria insignificancia, y reproduciéndola y
multiplicándola velozmente, nos inunda con ello, nos involucra, nos impone esta visión
sobre nosotros mismos. Aparentemente representa a este hombre de la nulidad como
quien quiere e intenta escapar de esta condición. Volando, siguiendo flechas que no
llevan a ninguna parte, intentando o atravesando muros sin aberturas, convirtiéndose en
planta o en pájaro, saltando como payaso, creando perspectivas imposibles para un
mundo aniñado. Todos estos medios sirven sólo para tener más inculcada la convicción
de que no se puede escapar de nuestra insignificancia. Estamos condenados a ello y
con esta aparente “solidaridad” no expresa otra cosa Folon que su desprecio hacia el
hombre.
Volviendo a la Edad Antigua la actitud anteriormente descripta existía tanto en
Occidente como en las religiones de Oriente.
El brahmanismo, por ejemplo, considera las tres clases de arios del siguiente
modo: brahamanes (los gobernantes, filósofos y elegidos exclusivos para ciertas
profesiones como por ejemplo, arquitectura); los chatrias (guerreros, cuya tarea reside en
imponer y defender las estructuras económicas e ideológicas consideradas necesarias
por los brahmanes), los vaisias (comerciantes, manufactureros, empleados burocráticos,
etc.), mientras los parias o sudras, los intocables fueron la gran masa subordinada y
marginada. Cualquier poder, por ser poder, y por haber partido de una estructuración
previa, obligatoriamente, inevitablemente, margina. Mas, cualquier estructuración al
mismo tiempo margina. Por ejemplo, si construimos algo con 25 bolitas blancas, todo lo
que no es bolita, lo que no es blanco o que está más allá del número 25, queda
marginado. No se puede estructurar sin marginar. Pero al mismo tiempo, al poder no le
conviene marginar, porque los marginados no están contenidos por la ley, ni por su bien,
pero tampoco para su cumplimiento.
Según las reglas del brahamanismo, el hombre, cumpliendo las reglas
correspondientes a su casta, puede renacer en su metempsicosis o reencarnación del
alma, en la misma casta, pero si no las cumple, o las hace mal, va a descender a otra
casta inferior. Pero nunca ascender. Por ello, al sudra nunca se lo podía castigar con el
descenso, por el no cumplimiento de la ley, debido a que más abajo que el sudra ya no
se podía renacer. Y no había ningún estimulante para cumplir el bien.
Frente a ello el budhismo permite el ascenso, y con ello las grandes masas de los
sudras podían proyectarse a la vida postmortem o a la vida siguiente como una
posibilidad de ser igual que el otro.
A partir de aquí ya no serán marginados por su destino, sino que serán enjuiciados
según su cumplimiento de las reglas.
Con ello podemos hablar sobre las religiones de salvación, como por ejemplo el
propio budhismo y el posterior hinduismo, la religión de Zoroastra, el judaísmo, el
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cristianismo y el islamismo, y por supuesto todas sus posteriores versiones y
derivaciones. Se llama salvación, porque cumpliendo las leyes, cualquier hombre puede
salvarse pero al mismo tiempo, con la misma posibilidad, cualquier hombre puede ser
condenado. Según la religión de salvación ningún cargo en este mundo asegura el
ascenso a la vida después de la muerte. Podríamos decir que las religiones de salvación
llegaron a democratizar la vida postmortem, donde ya no existen derechos por
nacimiento, sino derechos adquiridos con méritos.
El poder del Imperio Romano, con su lógica de poder, enfrentó violentamente al
cristianismo, fundamentalmente por esta posible igualdad postmortem y su posible
reflejo sobre este mundo. Entre sus numerosas medidas que se mueven entre la
crucifixión, la tortura, la persecución y el bienestar ofrecido a sus ciudadanos, se ubica
también una serie de medios a través de los cuales insinúa, impone, sugiere, enseña,
propone, el rechazo hacia estas religiones. Mantiene millones de plebeyos para que ellos
vayan a la provincia para mantener la Paz Romana, como sea y a costa de lo que sea,
para que la estructura política, social y principalmente económica siga funcionando
adecuadamente a las necesidades del Imperio. Los legionarios surgían de estas masas
de los proletarios (de muchos hijos) y podía suceder que durante la estadía en la
provincia que solía prolongarse a 15, 18 años, se les ocurriera mirar por sus ojos, y ver
aquello, aprender aquello que no estaba incluido, o permitido en su educación, para ser
un buen militar, buen reproductor de la ideología imperial.
Por ello, cuando los legionarios volvían a Roma, tenían que pasar bajo el arco de
triunfo, que arcaicamente desciende de las puertas purificadoras. Cuando el legionario
la atravesaba, tenía que tomar conciencia de que ahora ya estaba en Roma, o en otra
ciudad imperial, y ya no podía contener estas ideologías extrañas. Tenía que purificarse,
o sea tomar conciencia que era parte del Imperio. Sin embargo, después de que todos
pasaron por la puerta purificadora, el cristianismo, y en menor grado otras religiones, se
propagaron vertiginosamente en Roma, en la península Itálica y también en todo el
territorio imperial. La educación tenía que acudir en esta urgencia, como siempre. El
romano desde chiquitito tenía que aprender que matar a un provinciano no era pecado,
al contrario, era un mérito, porque estos provincianos eran animales, y él, romano, era
el dueño de su vida y muerte. Y si aprende que un provinciano no es un humano sino
que es un animal, y su vida no vale nada, tampoco en las provincias este mismo romano
va a tenerles piedad, solidaridad y menos que menos va a arrimarse a sus costumbres,
a sus cosmovisiones, a su ideología.

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Fantasía: travesía hacia la verdad

La Historia se escribe según los intereses de los y consciente constructor de delirios, se vale de
contemporáneos de los hechos relatados y se una comprometida revisión científica de la
interpreta según las necesidades de las historia y de su prodigiosa fantasía para romper
humanidades posteriores. El causante de todos esquemas y cegueras. Su empeño
los males es el otro y el constructor de todas las epistemológico no contradice a los medios
maravillas es quien se adueña de la historia y sus específicos del lenguaje artístico cinemato-
reales o imaginarios antecesores. La cultura gráfico, sino que amalgamándose en una
greco-romana —como una de las principales increíble capacidad simbolizante y conducta
fundantes de la llamada occidental— llega al ética, renueva no sólo los valores estéticos
presente como una pesada pero magnificente cinematográficos sino también los saberes
herencia que la privilegia frente a las otras. históricos.
Reconocer sus miserias, sus realidades Su Satiricón (1960) nos muestra una Roma
humanas e históricas cargadas de bajezas desconocida por los manuales de la Historia; nos
también, es arriesgarse a perder esta espanta el desconcierto, la carencia de una ley
aristocracia de la superioridad autoproclamada. válida para todos, la pobreza no sólo física sino
Para evitarlo, arte y ciencia perversamente se terriblemente interna, la riqueza de la rapiña, la
han aliado, desde hace milenios, solidificando animalidad de tanta inmediatez. Pero sin
historias nunca existentes de tal forma, en la embargo lo miramos con alivio y alegría: la
conciencia de las sociedades que de una u otra trayectoria del hombre no va hacia atrás, pues
manera convinieron en su aceptación. ahora el mundo es mejor, hay mejores
Nuevas ciencias y nuevas artes, surgidas de posibilidades para cada vez más gente. No
nuevas éticas, han tenido que abrir batalla para somos parásitos que despilfarramos las
revertir esta estructuración histórica e ideológica. herencias sino constructores de mejores
Nueva actitud creativa y ética en las ciencias y en condiciones de una vida más digna. Gracias
las artes han podido reencausar la relación del también a nuestra historia, conocida más
hombre del presente con la Historia. honestamente. Y en eso reside el mérito principal
Federico Fellini, insolente mago, lúcido sacrílego de esta obra.

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Esta función educativa, didáctica, en cuanto a un hecho arquitectónico, fue
cumplida con el Coliseo, el anfiteatro de Roma, o sea, la Escuela de la Romanidad. Allá
el romanito, desde chiquito aprendía todo eso, se sentía dueño de la vida y de la muerte,
mientras se olvidaba que no era otra cosa que un miserable plebeyo, usado por el poder
miserablemente, que llevaba una vida miserable, y ni siquiera existía como individuo.
¿Cómo se genera el espacio del anfiteatro, para expresar esta voluntad? Si nos
enfrentamos con un plano blanco (papel, pantalla, pared, etc.), aunque no haya nada
dibujado en la superficie, sin embargo, según la Gestalt, está determinado ante todo por
el eje vertical y el eje horizontal, que divide en cuatro campos iguales pero percibimos
con distintos valores. El campo superior a nuestra derecha es el que va a adquirir el
mayor peso; luego le sigue el campo inferior a nuestra derecha; después el campo
superior a nuestra izquierda y por último, abajo, a la izquierda. Los elementos de una
composición van a ir adquiriendo fuerza, según esta ubicación también. Un aviso, por
ejemplo, cuesta más colocado en una página impar (a nuestra derecha) que en la página
par (a nuestra izquierda). Eso no se debe a nuestra escritura, sino al sistema
psicosomático del hombre, pues en los grabados, estampas, representaciones en
general de otras culturas, con otra escritura, también se compone según esta regla, que
se llama "estructura inducida". Si un elemento se ubica sobre las mismas líneas del eje
vertical y horizontal va a adquirir mayor fuerza todavía, como sucede frecuentemente
con las imágenes renacentistas.
Las líneas imaginarias, corporeizadas en imágenes, que se ubican
diagonalmente, adquieren mucho movimiento. El punto más fuerte, por supuesto es el
punto central. Si a partir de allí trazamos rayas iguales, se establece el área de mayor
visibilidad y audibilidad, por lo que en una composición rectangular o cuadricular, los
ángulos van a excluirse o directamente marginarse.
El hecho de mandar al niño de mal comportamiento al rincón, significa que se lo
castiga con la marginación. Cuando el chico está en el rincón, en general, goza de su
“libertad" de marginado y hace lo que de otra manera no podría hacer. La señorita lo
perdona, porque si vuelve al grupo, ya debe comportarse de nuevo según las reglas.
Como vimos anteriormente, a ningún poder le conviene marginar definitivamente,
menos aún en una situación en que necesita una enorme tectonicidad o sea participación
masiva en sus proyectos, y entonces su discurso tiene que emitirse de tal manera que
llegue a todos, sin generar áreas de marginación, en este caso, rincones.
Por ello un anfiteatro, donde todo el mundo tenía que participar en aquella clase
sobre la romanidad, no podía, de ningún modo, tener ángulos. Se llama anfiteatro,
precisamente, porque es el resultado de dos (anfi) teatros, tipológicamente elaborados
por los griegos. Pero mientras que la cultura griega inserta el teatro en el paisaje y lo
hace armonizar con el suelo y, en general, con la naturaleza, Roma toma sólo el
resultado formal, y uniendo los dos, ya va a recibir el anfiteatro.
Aquí no hay ángulo de marginación, todo el mundo recibe de la misma manera,
con la misma fuerza el mensaje, la enseñanza. Eso mismo vale en la plaza de San
Pedrés/Je Bernini, en la Roma barroca, pero vale igual en caso de los estadios donde
se realizaron los monumentales festejos de los dictadores. La organización de entrada y
salida de miles de concurrentes era fabulosa, generando con ello también la feliz
sensación de pertenecer a un poder de fuerza y desenvolvimiento maravilloso.
Utiliza los órdenes dórico, jónico y corintio, más pilastras empotradas en los
sucesivos pisos, pero mientras que los griegos hacen depender un sistema de medidas
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de cada orden, y las luces de los intercolumnios son consecuencias lógicas de cada tipo
de columna, los intercolumnios de cada piso del Coliseo, son exactamente iguales.
Otra toma de la cultura griega, formal y empobrecida, con el objetivo de hacer
patente, visible y demostrable que Roma es dueño no solamente de enormes territorios,
de sus pueblos y de sus riquezas, sino también de una cultura e historia jerarquizada,
antigua y extraordinaria.
En los sótanos, bajo la arena, vivían los animales y los gladiadores, como materia
didáctica, y si hacía falta demostrar el espíritu superior del romano en los mares, era
cubierta con agua la arena y representaban batallas navales. Y para terminar el relato
de tanta maravilla, en caso de lluvia o demasiado sol tampoco eran suspendidas las
funciones (clases), sino que cubrían el Coliseo con una lona, mediante un sistema
verdaderamente habilidoso y admirable. Todo este esfuerzo para enseñar, divirtiendo al
pueblo romano, su superioridad y prepararlo bien en su condición de futuro legionario.
Sin embargo, con la religión cristiana esta educación empieza a perder valor. Lo
bueno y lo malo ya será considerado por menos gente como algo genético y la moral va
a ser el resultado de la cotejabilidad del comportamiento de uno con la ley.
Aquí empieza el hombre el ejercicio de verse igual que el otro. Sin este concepto,
sin esta proyección, como una especie de ejercicio de la igualdad del hombre, por lo
menos postmortem, el hombre no hubiera llegado a exigir, después de muchos siglos, la
democratización de la vida en este mundo. Por ello estas religiones fueron tan
aceptadas, incluso contra tortura, persecución, castigos. La Ley de la Tolerancia (Edicto
de Milán, 313), demostró que ya no era posible perseguir a todos quienes siguieron al
cristianismo.
Luego, el poder bizantino lo convirtió en religión oficial. La Iglesia se convirtió en
escucha de Dios, en la única escucha de Dios, y en el sostén mediático del poder
terrenal. Quién es el bueno y quién es el malo, o más conceptualmente, qué es el bien y
que es el mal, a partir de este momento será decidido por la Iglesia, de una u otra manera
en concordancia con la monarquía, como sistema político del feudalismo. Durante sus
trece siglos no había nada, ni estética, ni ética, ni lógica, entre otras instancias, fuera de
la continencia de las ideas religiosas.
Es éste el período en el que el valor es la renuncia y se acepta el sufrimiento como
inevitable, incluso como beneficio, y cuando la condición del hijo no se muta en la del
adulto y la autoridad ejercida sobre el hombre es la lógica consecuencia de la
insuficiencia humana para la autodeterminación. Así, el libre albedrío será formal y la
ética, es la calidad del cumplimiento.

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Un montaje de leyendas

En tos comienzos del s. V de nuestra era, los En nuestros tiempos se han hecho infinitas
romanos abandonan las islas británicas, que historias, de infinitos objetivos, con esta materia
serán invadidas dentro de cincuenta años, por prima, ante todo en el cine, en menor medida en
yutos, anglos, sajones y daneses. Arturo, un celta la novelística. También son útiles para contar
romanizado, dirige la lucha de los bretones cualquier cosa sirven para argumentar la
contra los sajones y según las crónicas de los superioridad de la raza, para convertirla en una
siglos siguientes, muere en una batalla de 596. A historia beata y pedagógica, en una historia
partir de su figura surge la mitología artúrica. Es romántica entre Walter Scott y Hollywood o en un
un mundo caótico y violento: carece de leyes divertido relato histórico pseudocientífico.
convenidas entre todos, y por ello todos van a Pero la película Excalibur del inglés John
administrar la ley según su ocurrencia y Boorman, hace una seria y creativa elección en
posibilidad. este enjambre histórico y mitológico, diría un
La lucha de Arturo no es sólo contra los montaje ético de leyendas, penetrando al núcleo:
invasores, sino ante todo por la unificación, bajo la lucha por la unificación y por la nueva ley. El
una sola ley. Este programa necesitaba una dúo Arturo-Merlín, emerge como una
voluntad férrea, impuesta por recursos militares, reinterpretación de tos antiguos dioses
pero también una amplia sabiduría sobre el alma civilizadores El valor ético de la película reside
humana y una profunda visión sobre la en mostrar, resimbolizando el mito con un bello
conformación social del hombre. Este papel, en lenguaje cinematográfico, la ineludible
el mito, le corresponde al mago Merlin, figura necesidad del hombre por la ley.
legendaria constituida por tradiciones orales.
Al adentrarnos en la mitología art úrica vemos
que durante los siglos se aumentó su
complejidad; enorme cantidad de episodios y
versiones contradictorias generaron un riquísimo
y laberíntico conjunto, cuyo principal objetivo es
más allá de relatar y con ello documentar los
sucesos, procurar una valoración nueva, pues
tos valores anteriores, juntos a la Antigüedad, se
hundieron en el pasado. Desde los albores del
feudalismo, mediante las armas y el
pensamiento, el hombre se consagra a generar
nuevas pautas morales para poder existir.
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Sin embargo, ya en los períodos clásicos del feudalismo, como en el siglo XV,
aparecen otras miradas, otras búsquedas. Picco della Mirandola en su Discurso sobre la
dignidad, elogia la filosofía que "enseña a depender de la propia conciencia más que de
los juicios exteriores". Aunque hoy ya sabemos que nuestra conciencia no es ajena
tampoco a los juicios exteriores y como diría Habermas "no somos los únicos dueños en
la casa de nuestra conciencia”. Pero en el siglo XV no se sabía eso, incluso para nosotros
también tanto tiempo falta todavía para convertir eso en un saber propio, interno y
actuante.
Con los Tiempos Modernos surge un nuevo enfoque sobre la ética. La ética del
tener. En la pintura holandesa del siglo XVII aparece el personaje que expresa este
fenómeno. Allá están en el cuadro de Halls, como beben, como comen, voluminosos,
triunfadores y poderosos. Pero cuanto Rembrandt se niega a representarlos bellos, o
sea buenos, y aparecen de una manera o de otra, pero nunca en su conveniencia, como
por ejemplo en la Ronda nocturna, pierde los comitentes.
En el siglo XVIII, en la Inglaterra ya capitalista, Shaftesbury considera que el
hombre virtuoso es aquél que no tiene deuda y aboga por un orden universal, con un
feliz equilibrio entre todos los poderes. Esta armonía universal se corporifica en la
omnipotencia del Imperio Inglés a partir del cual se declara el bien y el mal.
Pero también en este siglo sacude su ambiente el tremebundo Marqués de Sade,
que demanda por una infinita perversión de las reglas, de las leyes, del orden. Se
extrapone así al mundo y su rebeldía deja de serlo, él mismo se da cuenta que primero
necesita las leyes, las reglas y recién a partir de ellas puede transgredirlas. Un personaje
suyo, en la Filosofía en el tocador, se dirige a Satanás, en su desesperación por no poder
inventar nuevos pecados: “Mira amor mío, mira todo lo que yo hago a la vez: escándalo,
seducción, mal ejemplo, incesto, adulterio, sodomía! ¡Oh, Lucifer, solo y único Dios de
mi alma, inspírame algo más, ofrece a mi corazón nuevos extravíos, y verás cómo me
sumerjo en ellos!". Pero si esta persona como todas las de Sade se rebelan contra la
ley, no se rebelan en cambio contra la servidumbre. No quieren servir a Dios, sirven al
Diablo. No dependen del orden sino del desorden. Obedecen e igual dependen de las
estructuras, no para construirlas sino para destruirlas. Hasta podríamos sospechar que
el pecado de Sade hubiera sido ser algunas veces bueno.
Por otro lado, es lógico que en un momento donde se agota el sistema feudal
con sus valores, con sus ideologías, con sus posibilidades interpretativas de la realidad
exterior e interior, también aparezca el fenómeno de agotamiento ético. Pero la nueva
ética ya está constituyéndose porque el nuevo poder ya se conformó y necesita la
sistematización de las pautas.
Kant en su Crítica a la razón práctica, cumple con esta tarea. En ella plantea el
rechazo hacia el bien que se hace por interés trascendental como si fuera un negocio
para salvarse en la vida eterna. Tampoco considera un acto como bien si es para para
lograr algo aquí, en este mundo, pues eso se hace con interés por lograr algo, como por
ejemplo el comerciante que pesa bien la mercadería, lo hace para no perder a los clientes
¿Quién actúa bien, qué es el bien? En el bien, dice Kant, no puede aparecer el interés.
Hay que actuar desinteresadamente, en base a la buena voluntad y el único móvil del
acto debe ser la buena voluntad, el cumplimiento del deber por el amor al cumplimiento
del deber. En su estética niega la belleza en cuanto algo nos gusta con interés. ¡Cómo
si se pudiera separar eso! Trae como ejemplo a sus padres, quienes lo mandaron a
estudiar, con mucho sacrificio, aunque de ello no tenían ningún beneficio, ningún
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provecho. Bueno, hoy por hoy, sabemos muy bien que en esta autoprolongación del
padre en el hijo, hay muchísimo interés, pero Kant todavía no podía tenerlo en
consideración. Según él, cuando alguien tiene la buena voluntad y con ello cumple el
deber, obedece al Imperativo Categórico. El Imperativo Categórico no está limitado por
ninguna condición. O sea hacer el bien por el bien y no fijarse para qué ni para quién.
Por supuesto, eso de primera instancia suena atrayente, porque con ello cada uno
se convierte en su propia autoridad moral y no espera recompensa de nadie. ¿Existe
eso? ¿Puede existir eso? ¿Si un interés no es concierne, se transforma en desinterés?
¿O sólo este interés, incorporado, ajeno a nosotros, pero que se apoderó de nosotros,
nos gobierna?
Cuando a Barbie lo enjuiciaron en 1986, él dijo que no hizo otra cosa que cumplir
bien con su deber. Organizó bien los vagones cuando tenía que mandar a animales al
matadero y también lo hizo correctísimamente cuando tenía que mandar vagones con
hombres, mujeres y niños a los campos de exterminación. “Fui educado con el Imperativo
Categórico" declaró orgullosamente. El Imperativo Categórico es la ética también de la
obediencia debida, pero también de la obediencia civil. Por un acontecimiento trágico,
doloroso, de la sociedad o de un grupo humano, todos los componentes son
responsables. Por supuesto, obviamente, no de la misma manera o no en la misma
proporción. Pero la parte que le toca a uno está bajo su responsabilidad. El concepto de
Habermas sobre la obediencia civil, se contrapone a la ideología de la del Imperativo
Categórico.
En nuestro mundo, en nuestro tiempo, conviven, mezclándose, enfrentándose,
dos éticas. Una es la ética del tener, la ética de la sociedad de consumo, la ética de
devorar sus productos y los conocimientos y actuar determinados por ellos, pero no
digerir y no elaborar. La otra ética es la responsabilidad civil, la lucha por reconocer y
reconocerse y actuar a partir de allá.
Sin caer en el relativismo ético (según el cual no hay código compartido y
compartible sino que todo vale desde un sujeto o desde un determinado grupo cultural,
social o económico) es importante reconocer que lo ético no es aquello que yo considero
como tal. A la frase de Goering: “El derecho es lo que nos place", Wittgenstein comenta:
“Incluso esto es un tipo de ética". Pues, siguiendo a Wittgenstein, lo ético es el medio de
considerar lo bueno y lo malo, y cada consideración es una proposición, como dice él,
son “coordenadas independientes de descripción" o “sistemas de medidas".
Nunca como en nuestros tiempos hubo tantos medios de convertir al humano en
el sirviente de la voluntad del otro. El Imperativo Categórico dificulta si no imposibilita la
propuesta de otros para otras alternativas. La historia, la vida social genera las
alternativas y el sujeto participa en esta generación. Para no ubicarse, acomodarse servil
y reproductoramente en la alternativa impuesta, hace falta un saber histórico y una
conciencia individual y social. Hay que saber qué es lo que se quiere. Hegel señala que
"Saber lo que queremos es muy difícil". No tenemos la fuerza de ver lo que deseamos,
lo que queremos verdaderamente. Entonces aquí falta un no y falta un sí. El no del
hombre rebelde de Camus y el sí para la construcción de una nueva alternativa.
Nunca como en nuestros tiempos el hombre ha logrado saber lo que sirve para
tomar conciencia sobre sí mismo y entonces sobre su historia y sobre su mundo. Pero,
como dice Sófocles "Amarga maldición es saber lo que es mejor ignorar". Esta maldición
es también al mismo tiempo lo que nos ayuda a vivir mejor, a construir nuestras propias
"coordenadas independientes de descripción". Jamás hemos tenido tanta posibilidad de
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ser esclavos de la no conciencia pero nunca hemos tenido tanta posibilidad de ser
constructores de una nueva conciencia. La esclavitud y la libertad abarcan en nuestros
tiempos áreas muy grandes, más claramente delimitadas y enfrentadas.
Adorno en su libro —con coautoría de Horkheimer— Dialéctica del Iluminismo así
escribe sobre el peligro de la formación de la pérdida de la autoconciencia: “La
estupidez es una cicatriz. Puede referirse a la capacidad entre las otras o a todas las
facultades prácticas e intelectuales. Cada estupidez parcial de un hombre señala un
punto en el que el juego de los músculos en la vigilia ha sido impedido más que
favorecido. Con el impedimento empezaba, en el origen, la vana repetición de los
intentos inorgánicos y torpes. Las preguntas sin fin del niño son ya el signo de un
dolor secreto, de una primera pregunta para la que no ha tenido respuesta y que no
sabe plantear en la forma adecuada. La repetición tiene algo de la obstinación alegre,
como cuando el perro salta sin fin ante la puerta que aún no sabe abrir y termina por
desistir si la manija es demasiado alta, y algo de la coacción sin esperanza, como
cuando el león se pasea infinitamente en la jaula de un lado para otro o el neurótico
repite la reacción defensiva que ya ha sido inútil una vez.
Cuando las repeticiones se agotan en el niño, la atención puede volverse hacia
otra parte y el niño está más rico de experiencia, según se dice, pero es fácil, que en
el punto en el que el deseo ha sido golpeado quede una cicatriz imperceptible, una
pequeña callosidad, en la que la superficie es insensible. Estas cicatrices dan lugar a
deformaciones. Puede crear ‘caracteres’ duros y capaces, pueden tornar estúpido, en
el sentido de la deficiencia patológica, de la ceguera y de la impotencia cuando se
limitan a estancar, en el sentido de la maldad, de la obstinación y del fanatismo
cuando desarrollan el cáncer hacia el interior. La buena voluntad se torna mala a
causa de la violencia experimentada”.
Y allá están entonces los millones bien preparados para conformar la masa,
ahora ya no para el sistema dictatorial de Auschwitz o Gulag, sino para un sistema de
alta tecnología, de grandes avances científicos, de importantísimos logros socio-
económicos, donde aparentemente si todavía no estamos en el paraíso, ya falta poco.
Pero, estos medios también hacen posibles la construcción de una nueva ética, la
ética de darse cuenta, la ética de la responsabilidad.

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