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300 José Miguel Valdivia

Título IV
Cuestiones básicas
de la contratación administrativa
454. La teoría de la contratación administrativa tiene una extensión conside-
rable, que no cabría en el marco de un manual elemental como este. Por eso, los
desarrollos que siguen sólo pretenden echar un vistazo muy general a la materia,
de modo de transmitir lo estrictamente indispensable para aprehender los princi-
pios que la gobiernan y la índole de los problemas que suscita.
El título se estructura en tres capítulos, que abordan aspectos generales sobre
el papel del contrato en el derecho administrativo (capítulo 1), sus formas de
celebración (capítulo 2) y algunas cuestiones relativas a su ejecución (capítulo 3).

Capítulo 1
Introducción
455. El concepto del contrato en derecho administrativo ¿es el mismo que se
emplea en derecho privado? Una explicación de la figura no puede pasar por alto
su importancia práctica. Los aspectos jurídicos de la contratación administrativa
dan cuenta de estas dos series de problemas, vinculados al origen del contrato y
a su ejecución.

(a) Concepto del contrato en el derecho administrativo


456. Es usual concebir legalmente al contrato como un acuerdo de voluntades
que genera efectos jurídicos. Esa definición, que subraya el origen convencional
del contrato, minimiza su función económica: el contrato es la forma jurídica de
los intercambios y por eso se lo utiliza como técnica de colaboración voluntaria
entre agentes libres. Los problemas más interesantes que plantea la ejecución del
contrato en el ámbito administrativo conciernen a sus aspectos económicos.
Por cierto, también hay intercambios no voluntarios, sobre todo en derecho
público (como p. ej., la expropiación), pero su materialización pasa por la adop-
ción de actos administrativos unilaterales, cuyo régimen jurídico depende más
de las condiciones de la legalidad que de la lógica conmutativa de los contratos.
Por eso conviene mantener el origen convencional del contrato como criterio di-
ferencial. En todo caso, debe tenerse en cuenta que en derecho administrativo la
formación de los contratos depende de condiciones formales más o menos exigen-
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tes, que son muy similares a las que rigen los actos administrativos unilaterales
(procedimientos administrativos).
En comparación con el derecho privado, en derecho administrativo tal vez
conviene tomar distancia de la idea de que el acuerdo de voluntades permita per
se configurar el derecho. Aunque no es completamente impensable, debe mirarse
con reticencia la posibilidad de extender la técnica convencional más allá de la
contratación y emplearla como modo general de gestión administrativa: podría
suponer transferencia de potestades públicas (en principio indelegables) y legi-
timar sólo por el consenso soluciones extra legem o abiertamente contra legem.

(b) Importancia práctica del contrato de la administración


457. Los contratos administrativos son mecanismos de gestión administrativa.
En otros términos, junto a los actos administrativos (unilaterales), también son
medios que permiten a la administración alcanzar los fines que persigue. Me-
diante la colaboración de privados (o, incluso, de otras instituciones públicas) la
administración consigue ejecutar las misiones de que es responsable. Por ejemplo,
mediante concesiones de obra pública la administración logra mantener en buen
estado obras viales –tales como carreteras, túneles u otras– sin necesidad de cons-
truirlas o repararlas por sí misma y sin siquiera pagar por ellas (al menos en teo-
ría, porque prima facie el concesionario recupera su inversión mediante las tarifas
o peajes que recauda). Por su aptitud funcional como mecanismo de satisfacción
de necesidades públicas, el derecho administrativo se ocupa de definir condiciones
que garanticen que la ejecución del contrato sirva de modo efectivo a los intereses
públicos.
Por otra parte, en general en los contratos administrativos la administración
actúa como “cliente” (porque compra o requiere la prestación de servicios o, de
modo más abstracto, la colaboración de terceros). En este sentido, no debe pa-
sarse por alto que los contratos públicos envuelven importantes flujos de dinero
público. Para asegurar que los fondos públicos sean bien invertidos y propendan
de modo eficaz a la satisfacción del interés público, el derecho se ocupa también
de definir condiciones adecuadas de celebración de contratos.
Por cierto, la administración también puede ser proveedora de bienes o ser-
vicios. Sin embargo, para esos efectos recurre a la técnica del servicio público
(otorgando prestaciones conforme a un modelo público — por ejemplo, en los
hospitales) o, en el extremo, a la condición de empresa estatal (que actúa funda-
mentalmente conforme a contratos sujetos al derecho privado). En ambos casos,
la teoría de la contratación administrativa no ofrece un marco analítico adecuado
para comprender estos fenómenos.
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(c) Aspectos jurídicos de la contratación administrativa


458. En términos muy generales, la contratación administrativa plantea dos
grandes series de problemas legales:
En cuanto a la celebración de los contratos, el derecho se ocupa de definir me-
canismos adecuados, tanto en relación con la formulación de los proyectos como
en cuanto a la selección del cocontratante. Como el contrato es el acto de pre-
visión del futuro por excelencia, una buena elección del contratante anticipa un
buen cumplimiento y tiende a minimizar los problemas de ejecución del contrato.
En cuanto a la ejecución del contrato, el derecho administrativo propende a que
el contrato satisfaga de modo efectivo el interés general. Por eso, contempla solucio-
nes especiales a los problemas que suscita la aplicación práctica del contrato.

Capítulo 2
Condiciones formales para la celebración
de contratos de la administración
459. Conforme a una regla de alcance general (cuya racionalidad es reprodu-
cida por varias reglas especiales de alcance más reducido),
“Los contratos administrativos se celebrarán previa propuesta pública, en conformi-
dad a la ley… La licitación privada procederá, en su caso, previa resolución fundada que
así lo disponga, salvo que por la naturaleza de la negociación corresponda acudir al trato
directo” (LOCBGAE, art. 9, incs. 1 y 3).
La regla muestra que los mecanismos típicos de celebración de contratos públi-
cos reconocidos por el derecho administrativo son la licitación pública, la licita-
ción privada y el trato directo. La licitación pública implica un concurso abierto a
todos los oferentes que cumplan ciertos requisitos objetivos; la licitación privada,
un concurso cerrado dirigido a ciertos oferentes predeterminados por la adminis-
tración; por su parte, el trato directo importa la selección del cocontratante de la
administración y la celebración del contrato sin previo concurso (y, por tanto, en
condiciones más flexibles).
Sin duda, la ley privilegia la licitación pública como modelo de celebración
de contratos. Así se muestra en que la licitación privada o el trato directo sólo
procedan si recurrir a estos procedimientos está suficientemente justificado en las
circunstancias (mediante “resolución fundada”). La licitación pública, en cambio,
no requiere justificación; es la regla general.
En cuanto al fondo, la preferencia del legislador por la licitación pública se
justifica por sus características. Por una parte, como procedimiento libre y compe-
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titivo, la licitación simula las condiciones de funcionamiento del mercado. De este


modo, la licitación pública recibe el prestigio del mercado, en cuanto conduciría
a una óptima asignación de recursos. El modelo legislativo reposa en la creencia
de que, orientada por el mercado mediante la licitación, la administración estaría
en condiciones de efectuar una adecuada inversión de los fondos públicos, desig-
nando al contratante más capacitado y que ofrezca mejores condiciones para el
suministro de un bien o la prestación de un servicio.
Por otra parte, en razón de esas mismas características, se asume que la licita-
ción pública presenta virtudes que reducen el riesgo de corrupción. Si la licitación
conduce a una contratación guiada por condiciones similares a las del mercado,
se asume que los recursos públicos son destinados de manera eficiente y no por el
favoritismo o cualesquiera condiciones ajenas a la ética del servicio público.
Nada de lo anterior supone excluir el recurso a modalidades de contratación
más flexibles. La licitación pública es costosa, engorrosa y lenta. Por eso, en ope-
raciones más sencillas (que involucran un menor gasto público) o en condiciones
particulares que harían inconveniente la ritualidad excesiva de la licitación pú-
blica, resulta justificable recurrir a mecanismos simplificados de contratación. En
todo caso, cuando la administración acude al trato directo o la licitación privada,
la ley exige obtener “un mínimo de tres cotizaciones previas” (Ley 19.886, art. 8,
inc. final).
460. En el ámbito del contrato de suministro, la ley ha instituido un meca-
nismo particular de contratación basado en convenios marco. Por medio de esta
figura, un organismo de la administración general del Estado (la Dirección de
Compras y Contratación Pública) selecciona mediante licitación pública a un ofe-
rente, bajo condiciones determinadas, a fin de que provea bienes o servicios a los
distintos organismos administrativos que lo soliciten (Ley 19.886, art. 30, letra d).
Así, la licitación sólo permite escoger a un oferente en función de las condiciones
contractuales que proponga, pero cada contrato se forma mediante las órdenes de
compra que los distintos servicios públicos emitan en relación al convenio marco.
Por su importancia práctica y por el papel modélico que representa para otras
modalidades de contratación, la licitación pública será objeto de un análisis por-
menorizado en lo que sigue (párrafo único).

PÁRRAFO ÚNICO. LA LICITACIÓN PÚBLICA


461. La licitación pública es un concurso abierto a todos interesados (que
cumplan ciertas condiciones objetivas) en formular ofertas a la administración
para la provisión de bienes o la prestación de servicios. Este concurso se canaliza
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mediante un procedimiento administrativo reglado, compuesto de varias etapas


(sección 2), que suele dar origen a disputas (sección 3). Ahora bien, más allá de
los aspectos procedimentales, importa conocer también los principios que rigen
la licitación (sección 1).

Sección 1. Principios que rigen la licitación


462. Conforme a la LOCBGAE,
“El procedimiento concursal se regirá por los principios de libre concurrencia de los
oferentes al llamado administrativo y de igualdad ante las bases que rigen el contrato”
(art. 9, inc. 2).
De aquí se sigue que los principios fundamentales de la licitación son el de
libre concurrencia e igualdad de los oferentes, al que cabe vincular –en un plano
formal– el de estricta sujeción a las bases del concurso.

(a) Libre concurrencia


463. El principio de libre concurrencia imprime a la licitación pública su espí-
ritu competitivo (que es el propio del mercado, cuya lógica se reputa emular). La
licitación es un concurso, vale decir, un certamen en el que deben poder participar
distintos agentes, sin que ninguno tenga per se una condición preferente para ad-
judicarse el contrato.
Este principio cobra especial importancia en el diseño de las bases de la licita-
ción, que deben elaborarse de modo que –sin perjuicio de las singularidades del
mercado de que se trate– puedan presentarse todos los interesados que satisfagan
condiciones objetivas e igualitarias de acceso. Luego, en principio, las bases no
deben establecer barreras de entrada que no guarden relación con el objeto del
contrato. En su caso, las condiciones restrictivas impuestas a los oferentes pueden
ser estimadas contrarias al principio y, por consiguiente, ilegales.
En razón de la filiación ideológica de este principio, en algunos casos se ha
provocado la intervención del Tribunal de Defensa de la Libre Competencia res-
pecto de operaciones licitatorias; la procedencia de este medio de control no es
cosa pacífica (cf. § 569).

(b) Igualdad de los participantes


464. El principio de igualdad se explica por sí mismo. Los oferentes se encuen-
tran en pie de igualdad frente a la administración, al tenor de las reglas del juego
que presiden el certamen (esto es, las bases). La igualdad de los participantes su-
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pone que la decisión del concurso no debe estar teñida de favoritismos ni prejui-
cios respecto de ninguno de ellos, sino que debe ser precisamente fruto del juego
del mercado (que permitiría identificar la oferta más conveniente).
De aquí que la totalidad de las actuaciones del procedimiento deban ser idén-
ticas para todos los oferentes, sin que se admitan tratos diferenciados en favor
o en perjuicio de ninguno. Así, por ejemplo, cualquier modificación a las bases
del concurso debe ser puesta en conocimiento de todos ellos (de donde deriva,
posiblemente, la denominación de “circulares” de los actos que las enmiendan o
aclaran). Igualmente, la administración licitante no debe entrar en conversaciones
con ninguno de los oferentes, a menos de hacerlo con todos ellos.
El principio de igualdad tiene incluso proyecciones posteriores a la licitación. En
efecto, las eventuales modificaciones al contrato que se hubiere celebrado también
podrían defraudar este principio (porque si todos los oferentes hubieran sabido a
tiempo que la cantidad de obra a ejecutar sería mayor, por ejemplo, quizás hubieran
hecho una oferta distinta). Por eso se explican los límites legales a las prórrogas y
modificaciones unilaterales o convencionales al contrato de la administración.

(c) Estricta sujeción a las bases


465. El propósito igualitario recién mencionado tiene un correlato formal par-
ticularmente fuerte, que se traduce en el respeto riguroso a las condiciones de la
licitación, definidas normalmente en las bases del concurso, y que configura un
tercer principio de la licitación. Resumiendo este entendimiento, que ha dado
origen a una jurisprudencia muy nutrida, una regla aplicable al contrato de sumi-
nistro (pero de alcance generalizable) dispone:
“Los procedimientos de licitación se realizarán con estricta sujeción, de los partici-
pantes y de la entidad licitante, a las bases administrativas y técnicas que la regulen” (Ley
19.886, art. 10, inc. 3).
En circunstancias que el principio de no formalización es una constante de
los procedimientos administrativos, en el campo licitatorio la observancia de las
formalidades es marcadamente rigurosa (esto es, “estricta”). Por cierto, en casos
extremos la jurisprudencia muestra un espíritu de compromiso entre la observan-
cia de la ritualidad procedimental y las finalidades sustantivas a que sirven las
formalidades de licitación.

Sección 2. Etapas de la licitación


466. En cuanto procedimiento administrativo, la licitación consta de varias
etapas concatenadas entre sí. En términos muy esquemáticos, la licitación pública
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supone ante todo la definición de las reglas del juego que presidirán el concurso,
que son publicadas y pueden ser objeto de precisión mediante respuestas a las
cuestiones que levanten los interesados. Luego, las fases más salientes del concur-
so son la recepción de las ofertas, su apertura y posterior evaluación, previa a la
adjudicación del contrato.

(a) Preparación de las “bases” de licitación


467. Las bases de licitación (llamadas en otras tradiciones “pliegos”) configu-
ran las reglas del juego a que se sujeta la licitación, y que determinan el alcance
del contrato en proyecto. Una definición legal cuyo contenido es tendencialmente
generalizable las concibe como:
“Documentos aprobados por la autoridad competente que contienen el conjunto
de requisitos, condiciones y especificaciones, establecidos por la Entidad Licitante, que
describen los bienes y servicios a contratar y regulan el Proceso de Compras y el contrato
definitivo. Incluyen las Bases Administrativas y Bases Técnicas” (Reglamento de la Ley
19.886, art. 2 N° 3).

Como se advierte, las bases tienen una importancia mayor en el procedimiento


licitatorio, pues: (i) determinan las condiciones formales y sustanciales que deben
respetarse en el procedimiento de licitación en particular (pudiendo considerarse
como una especie de “reglamento” de cada licitación); (ii) expresan la materia
sobre la cual la administración se propone contratar y, entonces, predeterminan
el contenido que deben reunir las ofertas, respecto del objeto del contrato; y, por
último (iii) normalmente contienen un proyecto del contrato que se ha de celebrar,
y por eso suele verse en ellas, al menos en germen, la “ley del contrato”.
En el derecho chileno, las resoluciones que aprueben las bases, así como las
que las modifiquen, deben eventualmente ser objeto de mecanismos de control
preventivo de legalidad (toma de razón; cf. §§ 545 y ss.).

(b) Publicación de bases y llamado a licitación


468. Consiste en la convocatoria dirigida al público general para presentar
ofertas conforme a las bases que rigen el respectivo procedimiento. El llamado
debe ser publicado por medios adecuados para lograr la máxima difusión, de mo-
do que el concurso esté en condiciones materiales de atraer en la mayor medida
posible a los agentes económicos del mercado.
En algunas licitaciones tramitadas en soporte impreso las bases no son publi-
cadas sino difundidas restringidamente entre quienes las compren. Sin embargo,
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en las licitaciones sujetas a la Ley 19.886, tramitadas en soporte digital, la regla


es la publicación electrónica de las bases.

(c) Período de aclaración de bases


469. Desde que el interesado y posible oferente toma conocimiento de las ba-
ses se encuentra en condiciones de dirigirse a la entidad licitante y formular con-
sultas o solicitudes de aclaración. La administración absolverá dichas consultas
por medio de circulares aclaratorias que comunicará a todos quienes los oferentes
interesados. A pesar de la terminología, estas “circulares” deben ser aprobadas
por medio de actos administrativos resolutorios, ya que contienen precisiones o
eventuales modificaciones a las bases de licitación y, por tanto, pasan a incorpo-
rarse a ellas. En la práctica es usual que se designe a este periodo de aclaración o
redefinición de las bases como etapa de “preguntas y respuestas”.

(d) Recepción de ofertas


470. Las bases instituyen un plazo específico (con precisión horaria) para que
los oferentes presenten sus ofertas.
Normalmente, la oferta se divide en oferta económica (que dice relación con
los costos que irrogaría a la administración) y oferta técnica (que es una des-
cripción de los aspectos materiales y de logística necesarios para la ejecución del
contrato). Las bases pueden disponer que las ofertas se formulen conjuntamente
en un solo documento o separadamente, distinguiendo las ofertas técnicas y eco-
nómicas. Usualmente, junto con la oferta los oferentes deberán presentar una ga-
rantía de seriedad (que cautela la voluntad de obligarse en caso de ser escogido).
Tradicionalmente, las ofertas se presentaban en formato físico, en sobres cerra-
dos (o “plicas”). Actualmente es cada vez más frecuente el uso de medios informá-
ticos para estos propósitos.

(e) Apertura de las ofertas


471. Recibidas las ofertas, la administración, procede a revisar su contenido.
La oferta debe respetar los requisitos de las bases, pudiendo ser rechazada si no
cumple con esas exigencias. Los requisitos de admisibilidad versan sobre si las
ofertas fueron presentadas en tiempo y forma, según lo estipulado en las bases.
La apertura de las ofertas puede proceder en uno o dos pasos, según se haya
exigido ofertas conjuntas o separadas en sus aspectos técnico y económico. La aper-
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tura separada de las ofertas tiene la ventaja de preseleccionar de modo objetivo e


imparcial las ofertas que satisfagan los requerimientos técnicos, sin tomar en con-
sideración para este efecto los aspectos monetarios, que serán analizados después.
Si no se presentan ofertas, o si las que se presentaren no se estiman válidas o nin-
guna es conveniente al interés público, la licitación será declarada desierta o fallida.

(f) Evaluación de las ofertas


472. La apreciación comparativa de las ofertas es llevada adelante, por lo ge-
neral, por una comisión de funcionarios de la administración contratante, que
tiene a su cargo el análisis pormenorizado de las ofertas, en miras a asignarles
un puntaje al tenor de los factores de ponderación definidos en las bases. A cada
ítem se le adjudicará un puntaje, con el objeto de poder comparar las ofertas en
función de criterios homogéneos.

(g) Adjudicación
473. La adjudicación es el acto terminal del procedimiento licitatorio, por me-
dio del cual el órgano competente escoge la oferta que estima más conveniente
(esto es, se elige al oferente con quien se celebrará el contrato). Según la fórmula
recogida por la ley en materia de suministros, la mejor oferta es aquella que pro-
pone “la combinación más ventajosa entre todos los beneficios del bien o servicio
por adquirir y todos sus costos asociados, presentes y futuros” (Ley 19.886, art.
6). La literatura aun discute si, concebida en esos términos, la adjudicación es
una operación de naturaleza discrecional. Normalmente, la mejor oferta es la que
obtiene mejor calificación en la fase de evaluación, pero es muy frecuente que las
autoridades pretendan reservarse para sí algún margen de maniobra y escoger una
distinta, o aun rechazarlas todas y declarar la deserción de la licitación; la juris-
prudencia ha confortado este entendimiento. En la medida que la adjudicación
siempre debe ser fundada (como todo acto administrativo, LBPA, art. 41), ese
margen de maniobra no puede ser muy significativo, pues no puede apartarse de-
masiado de los antecedentes del procedimiento, y puntualmente de la evaluación.
Por medio de la adjudicación concluye el procedimiento administrativo licita-
torio. Por eso, la adjudicación (acto terminal) se materializa por medio de resolu-
ción o decreto de la autoridad competente. Eventualmente este acto está sujeto al
control preventivo de legalidad (toma de razón).
Con todo, es usual que textos legales especiales prevean formalidades particula-
res, posteriores a la adjudicación –como la suscripción de un contrato o su reduc-
ción a escritura pública, u otros– para dar oficialmente por celebrado el contrato.
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Sección 3. Control de la licitación

474. El formalismo imperante en las licitaciones ofrece a los interesados una


justificación legal para cuestionar operaciones contractuales que presenten irre-
gularidades. Las herramientas generales del control administrativo permiten en-
frentar la ilegalidad cometida en las licitaciones o, en general, en la contratación
administrativa. Así, los procedimientos recursivos, o la función dictaminante de
la Contraloría General de la República pueden servir de cauce a las reclamaciones
que se levanten en este campo.
En principio, también ocurre algo similar en el terreno del control judicial (por
ejemplo, mediante el recurso de protección), aunque en esta precisa materia la
ley ha instituido un mecanismo particular de solución de controversias, a cargo
del Tribunal de Contratación Pública. Por su importancia, se analizan en seguida
algunos rasgos de la configuración orgánica del tribunal, su competencia y proce-
dimiento, así como la política jurisprudencial que ha venido observando.

(a) El Tribunal de Contratación Pública

475. Este tribunal es un organismo jurisdiccional creado por la Ley 19.886


con el objeto exclusivo de conocer reclamaciones suscitadas por ilegalidades co-
metidas en procedimientos de contratación administrativa. Se trata de un tribunal
colegiado integrado por tres ministros de designación presidencial, que no pro-
vienen –necesariamente– de la carrera judicial, y que duran en su cargo un pe-
riodo de cinco años (art. 22). Exceptuados los tribunales tributarios y aduaneros
(en razón de su especialización disciplinar) probablemente sea el único tribunal
exclusivamente encargado de asuntos contencioso-administrativos en el derecho
chileno (cf. § 563).

(b) Competencias del Tribunal de Contratación Pública

476. El Tribunal de Contratación Pública sólo es competente respecto de la


fase precontractual de los contratos administrativos. Inversamente, no tiene com-
petencia respecto de las vicisitudes originadas por la ejecución de los contratos
(a las cuales se aplican, salvo regla especial, los medios generales de litigación
administrativa).
La competencia del tribunal está definida por la ley en torno a las distintas
fases del procedimiento de licitación pública:
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“El Tribunal será competente para conocer de la acción de impugnación contra actos
u omisiones, ilegales o arbitrarios, ocurridos en los procedimientos administrativos de
contratación con organismos públicos regidos por esta ley.
La acción de impugnación procederá contra cualquier acto u omisión ilegal o arbi-
trario que tenga lugar entre la aprobación de las bases de la respectiva licitación y su
adjudicación, ambos inclusive” (Ley 19.886, art. 24, incs. 1 y 2).

De aquí resulta, mediante una interpretación a contrario que el tribunal ha


hecho suya, que la competencia no se extendería a las reclamaciones sobre irregu-
laridades administrativas cometidas en procedimientos de contratación distintos
de la licitación (como el trato directo o las órdenes de compra dispuestas con
fundamento en convenios marco).
Cabe tener en cuenta que las licitaciones a que se refiere la ley a propósito de
este mecanismo de control judicial son, aparte de las relativas a contratos de su-
ministro, aquellas que incidan en contratos para la construcción o concesión de
obra pública (Ley 19.886, art. 3, letra e, inc. final).
Por último, el tribunal es competente respecto de la decisión consistente en el
rechazo o aprobación de las inscripciones en el Registro electrónico oficial de con-
tratistas de la administración, a cargo de la Dirección de Compras y Contratación
Pública (art. 16).

(c) Procedimiento ante el Tribunal de Contratación Pública

477. El procedimiento ante el tribunal es aparentemente simple.


La reclamación debe recaer en actos “ilegales o arbitrarios” del procedimien-
to de licitación (entendiendo esos conceptos a la luz de la experiencia vinculada
al recurso de protección). El plazo para interponer la reclamación es de 10 días
contados desde que se toma noticia del acto impugnado. El organismo recurrido
tiene, en seguida, un plazo de 10 días para informar al tribunal al respecto. Si es
necesario abrir un término probatorio, este se extiende por un plazo de 10 días
más. Desde la citación de las partes a oír sentencia, el tribunal tiene un plazo de 10
días para emitir su fallo. En lo demás imperan las disposiciones comunes a todo
procedimiento, contempladas en el Código de Procedimiento Civil, lo que incluye
las reglas sobre el juicio ordinario (Ley 19.886, art. 27); de aquí que en la práctica
estos juicios no sean tan breves como se esperaría.
Conforme a las previsiones legales, el tribunal tiene poderes extendidos, en
gran medida análogos a los que tienen las cortes de apelaciones en el marco del
recurso de protección:
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“En la sentencia definitiva, el Tribunal se pronunciará sobre la legalidad o arbitrarie-


dad del acto u omisión impugnado y ordenará, en su caso, las medidas que sean necesa-
rias para restablecer el imperio del derecho…” (art. 26, inc. 1).

Esta sentencia es susceptible del recurso de reclamación ante la Corte de Ape-


laciones de Santiago. A su vez, contra el fallo de ésta “no procederá recurso algu-
no”, fórmula que –a pesar de su categórico tenor– no excluye el recurso de queja
ante la Corte Suprema; este último recurso sólo ha prosperado en muy contadas
ocasiones.

(d) La política jurisprudencial del Tribunal de Contratación Pública


478. La jurisprudencia del tribunal ha sido criticada en razón de su dudosa
efectividad. En efecto, el tribunal rara vez anula nada, porque tiene una concep-
ción demasiado restrictiva de sus propios poderes. Característicamente, cuando el
procedimiento licitatorio en que incide la reclamación ya ha concluido mediante
la suscripción de un contrato, el tribunal reconoce explícitamente que no puede
hacer mucho por el reclamante vencedor. En caso de comprobar ilegalidad (o
arbitrariedad) en la licitación, por lo general el tribunal acoge la acción del recla-
mante, pero no hace lugar a sus pretensiones anulatorias, limitándose a reconocer
un derecho a la indemnización de los perjuicios correspondientes.
Aunque la jurisprudencia del tribunal todavía necesite ser perfeccionada, sin
duda alguna su creación ha representado un avance en esta materia. Efectivamen-
te, era necesario dotar de mecanismos de control efectivos sobre la manera en que
la administración contrata con los particulares. Con el tiempo, la jurisprudencia
del tribunal permitirá construir un catálogo de buenas y malas prácticas en las
licitaciones, que oriente mejor tanto a las autoridades como a los particulares que
contratan con ellas.

Capítulo 3
Ejecución del contrato administrativo
479. La doctrina chilena (siguiendo orientaciones francesas y españolas) dis-
tingue dos clases de contratos públicos: los “contratos administrativos” en sen-
tido estricto, que son grosso modo aquellos celebrados en miras de satisfacer un
interés público y que están regulados conforme a normas y criterios de derecho
administrativo, y los “contratos privados de la administración”, que no guardan
una conexión tan intensa con las misiones de la administración y se rigen por el
derecho privado.

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