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Isabel Allende
--¿Qué es esto?--preguntó .
--La pá gina deportiva del perió dico--replicó el hombre sin dar
muestras de asombro ante su ignorancia. La respuesta dejó
ató nita a la muchacha, pero no quiso parecer descarada y se
limitó a inquirir el
--A ti te busco--le gritó señ alá ndola con su lá tigo enrollado y
antes que terminara de decirlo, dos hombres cayeron encima de
la mujer atropellando el toldo y rompiendo el tintero, la ataron
de pies y manos y la colocaron atravesada como un bulto de
marinero sobre la grupa de la bestia del Mulato. Emprendieron
galope en direcció n a las colinas.
gobierno, tal como tomaron tantas otras cosas sin pedir permiso,
pero al Coronel no le interesaba convertirse en otro tirano, de
ésos ya habían tenido bastantes por allí y, ademá s, de ese modo
no obtendría el afecto de las gentes. Su idea consistía en ser
elegido por votació n popular en los comicios de diciembre.
--Si después de oírlo tres veces los muchachos siguen con la boca
abierta, es que esta vaina sirve, Coronel--aprobó el Mulato.
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—La joven dice que el bebé es tuyo —dijo Riad Halabí con ese
tono suave que usaba cuando estaba indignado.
—Eso no se puede probar, turco. Siempre se sabe quién es la
madre, pero del padre nunca hay seguridad —replicó el otro
confundido, pero con ánimo suficiente para esbozar un guiñ o de
picardía que nadie apreció .
—Está bien. ¿Y tú ? —Yo pago con el oro que tengo enterrado. El
juego fue lo má s emocionante ocurrido en el pueblo en muchos
añ os. Toda Agua Santa, hasta los ancianos y los niñ os se juntaron
en la calle. Las ú nicas ausentes fueron Antonia Sierra y Concha
Díaz. Ni el Teniente ni Tomá s Vargas inspiraban simpatía alguna,
así es que daba lo mismo quien ganara; la diversió n consistía en
adivinar las angustias de los dos jugadores y de quienes habían
apostado a uno u otro. A Tomá s Vargas lo beneficiaba el hecho de
que hasta entonces había sido afortunado con los naipes, pero el
Teniente tenía la ventaja de su sangre fría y su prestigio de
mató n.