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CAPITULO 1

Nació durante una de las tormentas de nieve mas duras que se recuerdan en todo el Norte
helado. Durante el parto, la madre a punto estuvo de perder la vida, y las mujeres que la
asistían durante este (entre ellas la anciana curandera del clan) se sorprendieron al ver a la
recién nacida, ya que la recién nacida, era grande…

A los cuatro años de edad, cuando aún su sonrisa tenía más huecos que dientes, al llegar el
equinoccio de primavera, el clan se preparaba para hacer las ofrendas de gracias al Dios
Gigante Ymir, y comenzar la peregrinación al templo más cercano, situado al Sur de su poblado,
al pie de las montañas Eiglofias.

Pero al llegar al templo, se dan cuenta de que algo raro pasa allí, pues una gran columna de
humo sube hasta el cielo, procedente del templo, y más raro aún, es no encontrar peregrinos
por el camino principal de entrada al templo.

Pero la incertidumbre cesa pronto, cuando un nutrido grupo de incursores, ataviados con
gruesas armaduras y cubiertos de pieles hasta la cabeza, les cae encima. Los hombres del clan,
curtidos y aguerridos, plantan cara a los incursores, y, aunque arremeten con la furia
característica de los pueblos del Norte, están en una clara inferioridad de casi 10 a 1, y eso, sin
contar, que los ruines y cobardes invasores, se valen del uso de armas a distancia impregnadas
de veneno, por lo que, a pesar de la furia Vanir, la batalla dura poco con dramático resultado.

Las mujeres, igual de valientes que los hombres, han formado un circulo defensivo en torno a
los niños y ancianos del clan, presentando batalla a los extranjeros, una vez los hombres han
caído en combate. Las más obstinadas son las primeras en morir, las menos, muren después, o
son hechas prisioneras, y, conducidas, arrastradas de sus rojos cabellos por todo el suelo, son
conducidas al campamento de los extranjeros donde son violadas y golpeadas, para,
finalmente, matarlas o, en algunos casos, encarceladas en carros prisión, construidos para
transportar cautivos.

Ella lloraba, aferrada al cuello del cuerpo sin vida de su madre. Cuando el extraño hombre de
tez oscura le habló en una extraña lengua, no solo no entendió ni una sola palabra, si no que,
intentó agarrarse con más fuerza aún al cuerpo sin vida de su progenitora.

El hombre rio primero, pero gruño después cuando la niña hacia caso omiso a sus órdenes, lo
que desencadenó su furia, separando así, a patadas, a la niña del cuerpo sin vida, aún caliente,
de su madre.

Introducida en el carro de prisioneros, y llorando sin parar, otra niña, un poco mayor que ella y
de una clara ascendencia Aesir, se le acercó y la abrazó. Era evidente que ya llevaba más
tiempo como prisionera y ya había aceptado su destino.

La comitiva puso rumbo Sur, a un incierto destino para los cautivos y, durante varias semanas y
meses, marcharon siempre al Sur. Atravesaron varios países, pero todos eran desconocidos
para los presos, y así, un día tras otro, y ya con la noción del tiempo totalmente perdida, sus
ojos se sorprendieron al ver una edificación impresionante y majestuosa que jamás habrían
podido siquiera imaginar que existiera sobre la tierra. Fueron testigos de las pirámides de
Luxur, al Norte del gran desierto de la poderosa nación de Estigia.
Los esclavos fueron vendidos sin problema alguno, ya que las mujeres y los niños norteños
eran muy apreciados por los nobles estigios, bien para sacrificios o para satisfacer sus más
primitivas necesidades.

Los niños fueron los que se vendieron a mayores precios, casi todos destinados a las casas de
gladiadores o Ludus, como se les llamaba según la tradición aquelonia y principal escuela de
mercenarios. Las niñas, en su mayoría, fueron vendidas a las casas de placer, para ser
convertidas en cortesanas. Y algunos, pero pocos, tuvieron la suerte de ser comprados por
alguna familia noble y muy rica, con la intención de ser convertidos en esclavos domésticos.

Su destino, fue sellado con el lupanar conocido como La Casa Damaja, y durante los primeros
años allí, se le enseño el idioma de Estigia, tanto hablarlo, como escribirlo. También se le
instruyó en las costumbres del pueblo de las pirámides, y en todo lo relacionado o
concerniente a la vida de cortesana que le esperaba. También se le dio un nombre, pues el
suyo era inapropiado, aunque, nadie se lo había preguntado.

Su carácter indómito, unido a su desinterés por aprender lo que le imponían, y a la falta de


paciencia de aquellas personas encargadas de instruirla, le costó varias palizas, lo que se
traducía casi siempre en acabar siendo arrastrada por sus cabellos, a veces semi inconsciente,
hasta su jaula. Raro era el día en que no tenía un ojo, o ambos, amoratado, al igual que el resto
de su cuerpo, salpicado de moratones y magulladuras.

Y así, durante varios años, hasta que, por fin, su cuerpo floreció y, aunque sus senos aún no
habían empezado a medrar, en La Casa de Damaja, ya era el momento de ser empleada para
satisfacer a sus clientes en forma de placer. Pero para Ib Yn Assira, siendo aún una niña de 9
años, la situación era sobrecogedora y estaba aterrada.

Durante 5 años, su mente había sido educada, a base de palos y golpes para esto. Su cuerpo,
había sido decorado, con perforaciones en zonas concretas, para inducir a los clientes y
despertar sus instintos sexuales. Vestida con escasa ropa, que solo ocultaba lo imprescindible
para insinuar, y maquillada para realzar sus rasgos y ocular los moratones, era exhibido en el
gran salón de La Casa Damaja como un trozo de carne, dispuesto sobre un plato dorado, para
ser devorado sin miramiento alguno.

Ib Yn intentó pasar desapercibida, arrimándose a alguna columna o aprovechando alguna zona


con aún menos luz de la que había en el gran salón. Pero el personal encargado de velar por el
buen funcionamiento del burdel, no perdía detalle, y si se percataban de ello, y lo hacían,
rápidamente la cogían del cuello, con disimulo, pero con firmeza, o de la oreja, y la empujaban
de nuevo al ruedo.

Durante varios días, a pesar de los maltratos que recibía por intentar escaquearse, consiguió
escabullirse de tener que copular con algún cliente. Pero en el fondo, ella sabía, que, como
todas, antes o después esa suerte se esfumaría y, acabaría tirada sobre una cama o diván,
usada como un lienzo de tela, el cual, usado para secarse las manos, acaba tirado a un lado
cuando termina el propósito para el que fue empleado.

Aquella noche había un gran revuelo en de Damaja. Un comerciante Shemita, enormemtene


rico, acompañado de su sequito de confianza, estaba en Luxur en viaje de negocios, y había
decido relajarse aquella noche allí. Y como suele suceder con los hombres adinerados, cuesta
trabajo satisfacer su apetito, aunque, no obstante, el hombre se relamió nada más entrar al
Gran Salón y ver a Ib Yn bajar las escaleras que conducen a él.

Esa noche no tuvo ocasión de poner en practica sus subterfugios para zafarse de los clientes,
pues casi de inmediato, al poner un pie en el salón de la Casa de Damaja, una de las
encargadas la llamó y le dio la noticia, contribuyendo a palidecer aún más, si cabía, el níveo
rostro de la chiquilla.

El hombre, gordo por sus excesos alimenticios, retozaba sobre la cama, desnudo, como un
jabalí en un lodazar, bebiendo y comiendo todo el rato y, mientras se deleitaba con la cocina
local, por la puerta de servicio, la muchacha fue introducida en la habitación, como quien
coloca un trozo de carne cruda en la jaula de un león: Lista para ser devorada.

El hombre la devoró con la mirada. Desnudarla, no le hizo falta, ya le habían ahorrado ese
trámite, por lo que pasó a cogerla entre sus brazos, para sobarla y manosearla con sus manos
rechonchas y de cortos dedos, a la vez que con su sucia lengua recorría la anatomía de la
chiquilla.

Esta, se estremecía y temblaba, aterrada, y, de vez en cuando, un escalofrío recorría su cuerpo.

El hombre, ebrio de su propio ego, interpretaba estos como síntomas de placer y su libido
empezaba a aumentar, al igual que el tamaño de su miembro, lo que satisfacía al hombre,
quien, colocando las manos sobre los hombros de la niña (que ya le sacaba casi una cabeza al
mercader), la empujó con la intención de hacerla arrodillarse, para quedar cara a cara con su
miembro viril. Ib Yn opuso resistencia, sin saber que aquello aún gustaría más al comerciante,
quién, sabiendo que allí podría hacer lo que quisiera con su trozo de carne, abofeteo con la
mano abierta el rostro de Ib.

Ella, acostumbrada a recibir palos, ni pestañeó al recibir el impacto, y al hombre le gustó tanto
la reacción que, sonriente, pasó a volver a golpearla, pero esta vez con el puño, haciendo que
la chica se tambaleara y cayera de bruces al suelo, donde, colocándose el hombre encima,
colocó sus manos en su esbelto cuello y comenzó a apretar y a dejar caer su peso sobre sus
brazos, haciendo que en pocos segundos, la chica comenzara a notar la falta de oxígeno,
haciendo esto que su rostro fuera, poco a poco, cambiando de color.

Intentó zafarse, pataleando y usando sus manos para intentar soltarse de la asfixia, o quitarse
al hombre de encima, pero era demasiado peso para ella, y, mientras su vista empezaba a
nublarse, podía ver a un hombre sonriente que le decía “tranquila, me causa incluso más
placer follar a una muerta”. Sus manos, retorciéndose y buscando alguna forma de escapar,
toparon con el cáliz metálico en el que el mercader había estado bebiendo su caro vino y, como
un acto reflejo, golpeó repetidamente al hombre en el lateral de su cráneo, hasta que cayó a su
lado, dejando un rastro de sangre encima de su cuerpo desnudo.

Rápidamente, corrió a esconderse, pero, aún desorientada, o quizás sin ninguna otra
posibilidad, solo acertó a ocultarse detrás de las cortinas que cerraban el gran ventanal que
había en la habitación.

Pasadas unas horas, el personal de la Damaja entró a la habitación y se encontraron la


dantesca situación.
Por suerte, o quizás por desgracia para Ib Yn, el mercader estaba vivo, grave pero vivo, y su
escondite (solo alcanzó a meterse detrás de las cortinas), fue rápidamente descubierto. Cuando
la encontraron, le ataron una soga al cuello y fue arrastrada hasta una jaula, no sin antes
ablandar un poco sus carnes con una ración de garrotazos.

Cuando el mercader sanó lo suficiente, dirigió su ira contra La Casa de Damaja, la cual, para
aplacar esta, cedió a las pretensiones del rico comerciante y anunció que su esclava, sería
sacrificada a Set.

Y, mientras tanto, Ib Yn seguía recluida en una jaula, sin que se le permitiera salir de ella,
privada de la luz del sol, del aire fresco, e incluso del contacto con cualquier otro ser, a
excepción de las ratas que le mordisqueaban su cuerpo al quedarse dormida.

CAPITULO II

Los clérigos de Set fueron tajantes en ese asunto: No era el momento indicado para un
sacrificio común, pues, lo que marcaba el culto a Set, era esperar hasta la próxima luna llena, y
arrojar el tributo al rio Styx, para ser devorada por los cocodrilos (también sagrados al ser
reptiles).

Así pues, Ib-Yn tendría que aguardar para morir, y el mercader shemita aguardar para ver
consumada su venganza. Pero, al igual que el sol no espera a nadie en su transcurrir diario, la
fruta comprada en Luxur, para venderla en Shem, tampoco podía esperar más. Así que el
comerciante tuvo que marcharse sin esperar a ver el espectáculo, confiando, eso sí, en la
palabra de que la esclava sería sacrificada como se le había prometido.

Y así habría sido, de no ser, porque en la ciudad estigia de Sukhmet, se pagaba una gran
cantidad de oro por todos aquellos esclavos que, bien por un motivo u otro, sus amos quisieran
deshacerse de ellos, y que serían empleados para la lucha a muerte entre ellos, en un
espectáculo importado de la cercana Argos

Tras varios demoledores días de viaje, encerrada en un carromato enjaulado, cruzaron el


yermo páramo que separaba Luxur de Sukhmet.

Con apenas el agua y comida justa, y bajo un sol abrasante, Ib-Yn llegó a su nuevo hogar: La
Casa de Fieras.

Encerrada en una jaula, sin apenas espacio para nada, más allá de dormir, su vida transcurriría,
a partir de este momento, entre la jaula y el área de entrenamiento (una plaza redonda de fina
arena blanca, de dimensiones y características similares a la zona de los combates reales).

Su rutina, a grandes rasgos, se limitaba a ser despertada, como los demás esclavos, arrojándole
agua fría, antes incluso del amanecer. Entrenar hasta la extenuación, para volver, al anochecer,
a la jaula, donde tomaba un exiguo plato de gachas, hasta quedarse dormida, agotada, hasta el
día siguiente. Y todo esto, aderezado con una receta propia de la Casa de Fieras… brutales
palizas para quienes se las ganaran. Ib-Yn solía concursar (y ganar) bastante a menudo.

Pasaron los años, y con estos, los entrenamientos (y las palizas) empezaron a intercalarse con
los combates en el coliseo. Al principio, y dada la escasa edad de los esclavos, se hacían con
armas de madera o attrezzo, para, después, combates a primera sangre, luego quien quedara
fuera de combate, y por último, a muerte.

Ib-Yn creció robusta, como todo vanir, y, pese a la herencia propia de su pueblo, exhibía una
altura y fortaleza poco comunes, lo que le daba una clara ventaja en el combate, pese a que, en
algunas ocasiones, ser tan alta le perjudicaría, pero no lo suficiente como para morir en la
abrasadora arena del coliseo.

Y así, pasaban los años en Sukhmet, 10 para ser más exactos, desde que Ib-Yn llegara a la casa
de fieras. Viviendo cada día, casi, como si fuera el último, y ajena a todo lo que se cocía tras los
muros del recinto amurallado.

Hacía poco tiempo que acababa de cumplir sus 18 años, aunque, ese dato, a Ib-Yn le daba un
poco igual, ya que, para ella, solo era otro año más viviendo como un pájaro enjaulado.

Y ese día en concreto, el coliseo estaba bastante vacío, a excepción de la zona de palcos, donde
se podía ver a los espectadores más ricos y pudientes de Sukhmet (entre ellos, los
pertenecientes a la nobleza setita).

Ib-Yn no se percató de este hecho, pero al poco tiempo, observado, vio otros indicios que le
hicieron sospechar que algo pasaba. A la falta del público raso, se le unía la elevada presencia
de guardias en el lugar del espectáculo, siendo la cantidad de guardias presentes muy superior
a la normal para este tipo de eventos, y por si esto fuera poco, se podía escuchar a la
muchedumbre, fuera del recinto, armando un escandalo considerable… “debe de ser algún tipo
de festividad” fue lo primero que pensó.

Los combates se sucedieron a medida que el sol avanzaba en su ritual diario, y cuando,
alcanzando casi el medio día, la temperatura en el coliseo era sofocante y, la arena abrasaba los
pies descalzos de los esclavos, fue el turno de Ib-Yn.

Saltó al terreno, como de costumbre, provista de una lanza de madera con la punta de bronce,
y su ya típico atuendo, más bien escaso, para divertimiento del público, pues en caso de ser
alcanza, no la protegería lo más mínimo.

Ib-Yn abrió los ojos de par en par, sorprendida al ver quien sería su rival en esta ocasión. Frente
a ella, otra mujer también de rasgos nórdicos. Aunque más baja que ella, la otra mujer, de
cabellos dorados como sol al amanecer de un día de verano, era bastante más robusta. Y,
aunque los brazos y muslos de Ib-Yn eran poderosos y musculosos, los de la otra mujer eran
descomunales... más que piernas parecían columnas argoseanas.

Comenzó el combate, y ambas mujeres danzaron en torno a la arena circular, midiéndose,


estudiándose meticulosamente antes de lanzarse en busca de sangre. Estuvieron así durante
unos segundos, aunque para Ib_yn parecieron una eternidad, intentando encontrar algún
punto débil o vulnerabilidad en su rival.

Sin embargo, unos fuertes golpes procedentes del exterior acapararon la atención de todos los
presentes en el coliseo. Y aunque las dos mujeres no se quitaban ojo de encima ni bajaban la
guardia, eran conscientes de que algo estaba sucediendo.

Fue entonces cuando los gritos de la plebe, que entraban como un torrente de agua indómito,
sacó a las mujeres de su estado, teniendo que mirar, casi perplejas, como la turba iracunda
acuchillaba a todo aquél que se interponía en su camino.
Los primero en caer fueron los guardias que intentaron frenar su avance y, cuando estos
cayeron, fueron, uno a uno, pasando a cuchillo a los nombres y ricos que se agolpaban en las
escalinatas, buscando una forma de huir, cual rata que huye de un barco que zozobra.

Un par de hombre, ebrios de sangre, bajaron a la arena. Una mezcla de cólera y lujuria se
dibujaba en sus rostros y sus sonrisas evidenciaban turbias intenciones.

Las dos mujeres no lo dudaron ni un segundo. Se alinearon una junto a la otra y atacaron. Una
con la espada sajaba brazos, piernas, cuellos, mientras que la otra, con su lanza, ensartaba a
todo el que se le cruzaba por delante, haciendo un espeto de carne humana, listo para la
hoguera.

Consiguieron salir, cubiertas de sangre, del recinto, y corrieron. Corrieron desorientadas, pues
no conocían la ciudad, y para ellas, era un laberinto de casas blanqueadas con cal, de calles
estrechas y donde casi todos los edificios eran iguales.

Corriendo, evitando en lo que pudieron cruzarse con gente, pero cuando lo hacían, muchos las
ignoraba, y otros preferían cambiarse de sitio o de dirección para evitarlas, hasta llegar a una
calle mucho más amplia, con palmeras a los lados y donde se podía distinguir al fonde de la
misma una gran pirámide: La Gran Pirámide de Neth At.

Después de una acalorada discusión, acordaron seguir la idea de Ib-Yn, y acercarse al edificio,
para subir sus escaleras y, desde allí, intentar vislumbrar las puertas o puerta de salida de la
ciudad.

Cuando llegaron a la escalinata de la Gran Pirámide, vieron que cientos de cuerpos se apilaban
en las escaleras de estas, fruto de una gran contienda entre la turba y la guardia que
custodiaba dicha pirámide.

Aún quedaban en pie un pequeño y agotado grupo de guardias, heridos su mayoría, por lo que,
no les costo gran esfuerzo deshacerse de ellos.

Subieron por unos de los lados de la pirámide, y justo cuando se dieron cuenta de que sería
muy complicado llegar a la cúspide de la misma, se percataron también de que había una
entrada que daba acceso al interior de la misma.

Entraron con pies de plomo, alertada por un par de voces que emergían del fondo de la
pirámide.

Gladius (la Aesir de pelo rubio) tomó una tea en su mazo zurda para iluminar el camino y, tras
unas cuantas escaleras de bajada y atravesar los dinteles de varias puertas, llegaron a una
cámara, de enormes proporciones, donde dos guardias se afanaban en cargar todo el oro que
podían, pues ante sus ojos, se extendían millones de monedas de oro, además de joyas y otras
exquisiteces.

Los dos hombres, concentrados en completar su tarea a la mayor brevedad posible, no se


dieron cuenta de las dos figuras que se acercaban a sus espaldas, siendo ensartados, mientras
sus voces se ahogaban en un charco de su propia sangre.

Las mujeres se sonrieron cuando encontraron un carro tirado por caballos, que habían dejado
allí los guardias, para poder sacar el botín de la ciudad, y así, felices y contentas, pero alertas,
se pusieron en marcha con un carromato cargado hasta las trancas con todo lo que pudieron
expoliar del tesoro de la Gran Pirámide.
Tras dar varías vueltas, perdidas, consiguieron finalmente dar con las puertas de salida Norte
de la ciudad.

La carnicería producida por la revuelta de las clases más pobres y modestas de la ciudad,
también había hecho estragos en ese lugar (tiempo más tarde, Ib-Yn descubrió que los motivos
de la revuelta fueron años y años de escasez de alimentos, altos impuestos y unas condiciones
de vida muy similares a la esclavitud, para una población, más numerosa, y que en realidad,
eran los que sustentaban la ciudad con su sudor), por lo que no tuvieron demasiada dificultad
para huir de la ciudad y poner rumbo Norte.

Pasados unos días, casi sin agua y sin comida, la suerte les sonrió de nuevo, pues se cruzaron
con una caravana de nómadas que, a lomos de camellos (era la primera vez que veían esta
criatura), les prestó auxilio (a cambio de unas monedas) y les indicó el camino hasta el Oasis de
Khajar, punto de paso obligado para toda caravana que cruza el desierto y, donde sin duda,
podrían contratar o agregarse a alguna caravana con un destino de interés para las jóvenes.

Cuando llegaron a dicho Oasis, tardaron unos días en dar con una caravana que tuvieran un
destino que les interesara (dado que Ib-Yn había logrado convencer a Gladius, de que lo mejor
sería llegar al océano y de ahí, buscar un trasporte para llegar a las costas de Vanaheim). Allí,
durante las noches que pasaron, se relacionaron con extraños, nómadas en su mayoría,
quienes, al amparo de las llamas de una hoguera, les fueron contando maravillas y rarezas del
mundo que las rodeaba, y de como los barcos surcaban los mares, mientras que las caravanas
de mercaderes cruzaban los países para comerciar.

Así, finalmente, dieron con un comerciante turanio que, a cambio de 200 monedas de oro por
cada una, accedió a dejar que las mujeres se unieran a su caravana, con destino a Zingara,
donde las mujeres esperaban poder dar con un barco que las pudiera acercar a las costas
vanires del Océanode Oeste.

La caravana viajó sin incidente alguno y, tras pasar semanas o meses viajando, llegaron a
Cordava, la capital zíngara, donde esperaban poder contratar o comprar pasaje en algún barco
que zarpara hacia las costas vanires, y evitar así adentrarse por los frondosos bosques pictos.

Tras varias semanas viviendo entre los zíngaros (lo cual a Ib-Yn le encantó, principalmente la
costumbre de las mujeres zíngaras de usar pantalones, como los hombres, así como otras
costumbres propias de aquel país), encontraron a un capitán que, previo pago, estaría
dispuesto ha llevarlas al lugar indicado.

Se hicieron a la mar, aún siendo una mala época, dado que era temporada de tormentas, pero
esto era algo que no atribulaba al capitán del bajel, pero debería de haber hecho….

Olas de hasta 10 varas de altura sacudían al barco como si de un cascarón se tratase, haciendo
que varios de sus tripulantes perdieran la vida al precipitarse por la borda. Las velas rajadas por
el viento, y las que no, partieron el mástil que la sujetaban y por último, el timón rompió,
dejando al barco a la deriva, durante varios días…

Pero después de toda tormenta, viene la calma, o al menos, una tensa calma… La tripulación
(la que quedaba) decidió amotinarse dadas las malas praxis de aquel temerario capitán, y,
mientras discutían que debía hacerse, iniciaron las reparaciones del barco. Mientras tanto, Ib-
Yn miraba con preocupación todo lo que ocurría a su alrededor, ideado formas para evitar los
posibles escenarios que, en su cabeza, se iban dibujando como alternativas de lo que podría
suceder, y, mientras tanto, Gladius afilaba su espada, pensando en que ya era hora de sajar y
cercenar.

Finalmente, la tripulación llegó a un acuerdo, y quisieron renegociar el contrato con las


mujeres, el barco continuó navegando hasta arribar a la primera costa que vislumbraran. Al
llegar a tierra firme, cuando ambas mujeres se encaminaron hacia el bote de remos, que
aguardaba para llevarlas hasta la playa, un garrote, recio, soltó un crujido al estamparse sobre
la cabeza de Iby, haciendo que, primero, todo le diese vueltas, para acto seguido desplomarse
inconsciente sobre la cubierta del esquife.

Al abrir sus ojos, lo primero que ven estos, es un lugar yermo y desértico, y conforme va
recobrando la conciencia, se percata de que se encuentra crucificada, sin sus posesiones, y con
lagunas en sus recuerdos.

No se sabe muy bien, pero pasados unos días, despierta en la habitación de una humilde casita
en la ciudad de Zamora, donde, al parecer, fue llevada tras ser rescatada por los habitantes de
aquella casa.

Tras explicarle un poco la situación, le entregan una llave para que pueda salir de allí, buscarse
y labrarse una nueva vida, e incluso la posibilidad de escapar de aquel lugar.

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