Está en la página 1de 24

See discussions, stats, and author profiles for this publication at: https://www.researchgate.

net/publication/342819933

Actualidad del debate sobre la transición democrática en España

Chapter · July 2018

CITATION READS
1 312

1 author:

Julio Pérez Serrano


Universidad de Cádiz
169 PUBLICATIONS   197 CITATIONS   

SEE PROFILE

Some of the authors of this publication are also working on these related projects:

CiviPol-Civil Society Organisations and Policy Making in the EU View project

The Building of the Francoist Regime in Andalusia View project

All content following this page was uploaded by Julio Pérez Serrano on 18 June 2021.

The user has requested enhancement of the downloaded file.


Primeras (1-20) 27/8/1956 11:50 Página 3

SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA


TRANSICIONES POLÍTICAS CONTEMPORÁNEAS
Singularidades nacionales de un fenómeno global
Primeras (1-20) 27/8/1956 11:50 Página 5

CARMEN GONZÁLEZ MARTÍNEZ


(coord.)
(ed.)

Transiciones políticas
contemporáneas
Singularidades nacionales
de un fenómeno global
Primeras (1-20) 27/8/1956 11:50 Página 6

Primera edición, 2018

González Martínez, Carmen (coord.)


Transiciones políticas contemporáneas. – Madrid : FCE, Red
Columnaria, 2018
425 p. ; 23 x 17 cm – (Colec. Historia)
Contiene: índice onomástico
ISBN: 978-84-375-0783-5
1. Republicanismo – Historia – Siglos XIX-XX 2. Democracia
3. Ciencia política – Filosofía I. Levi, Giovanni, pról. II. Rodríguez
Ganuza, Javier, índice III. Ser. IV. t.

LC JC421 Dewey 321.86 H772r

Columnaria I. Comprender las dinámicas


de los Mundos Ibéricos (19247/PI/14).
Fundación Séneca. Agencia de Ciencia y
Tecnología de la Región de Murcia.

Hispanofilia III La influencia ibérica en su


contexto político, siglos XVI-XX
(HAR2014-52414-C2-1-P)

Distribución mundial

© 2018, Carmen González Martínez (coord.)


D. R. © 2018, Fondo de Cultura Económica de España, S.L.
Vía de los Poblados, 17, 4º - 15; 28033 Madrid
www.fondodeculturaeconomica.es
editor@fondodeculturaeconomica.es
Fondo de Cultura Económica
Carretera de Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
www.fondodeculturaeconomica.com
Diseño de portada: Muta–re, Procesos Editoriales y de Comunicación
Ilustración de portada:

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra


–incluido el diseño tipográfico y de portada–,
sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico,
sin el consentimiento por escrito del editor.
ISBN: 978-84-375-0783-5
Depósito Legal: M-?????-2018
Impreso en España . Printed in Spain
Primeras (1-20) 27/8/1956 11:50 Página 7

SUMARIO

Introducción. Una propuesta metodológica y transnacional para el estu-


dio de las Transiciones contemporáneas. CARMEN GONZÁLEZ MAR-
TÍNEZ (Universidad de Murcia) .............................................................. 9

Primera parte
ESPAÑA Y EUROPA

1. Actualidad del debate sobre la Transición democrática en España.


JULIO PÉREZ SERRANO (Universidad de Cádiz)................................... 23

2. España: ¿un modelo en la prensa francesa desde la Transición?


MARIE-CLAUDE CHAPUT (Université Paris Nanterre, Francia) ......... 41
3. Historizar el exilio español y su contribución a la democracia. BEA-
TRIZ GRACIA ARCE (Universidad de Murcia)....................................... 59
4. La democratización en Portugal: de la revolución a la adaptación
europea en el marco de las Transiciones ibéricas. GREGORIO SABATER
NAVARRO (Universidad Autónoma de Madrid)................................... 75
5. La Transición rusa «bajo la mirada de Occidente». MAGDALENA GARRI-
DO CABALLERO (Universidad de Murcia)............................................. 91
6. Hungría: las experiencias del cambio de sistema y de la construcción
de democracia. ISTVÁN SZILÁGYI (Universidad de Pécs, Hungría)..... 113

Segunda parte
AMÉRICA LATINA

7. «No calor da hora»: violencia política, izquierdas y democratización


en las páginas de un periódico liberal (Brasil, segunda mitad de los
años 1970). LUIZ FELIPE FALCÃO (Universidade do Estado de Santa
Catarina, Brasil)....................................................................................... 143

7
Primeras (1-20) 27/8/1956 11:50 Página 8

8 sumario

18. Haciendo memoria. Construir desde el olvido en El Salvador 25 años


después de la firma de los Acuerdos de Paz. GEORGINA MAGALI
MÉNDEZ DE CASTELLÓN (Universidad Don Bosco, El Salvador) y
JOSÉ RICARDO CASTELLÓN OSEGUEDA (Academia Salvadoreña de
la Historia. Universidad Don Bosco, El Salvador)............................ 163
19. Uruguay: la «Transición modelo» y sus costos (1981-1986). CARLOS
DEMASI (Universidad de la República, Uruguay) .............................. 187
10. El papel de las luchas obreras en torno a la apertura democrática de
1983 en Argentina. PABLO A. POZZI (Universidad de Buenos Aires,
Argentina) .............................................................................................. 205
11. Tensiones y conflictos en el proceso de Transición a la democracia en
Chile (1988-2000). IGOR ALEXIS GOICOVIC DONOSO (Universidad
de Santiago de Chile, Chile)................................................................. 231
12. La transformación interminable. El caso difícil de la democratización
en México. KAROL DERWICH (Universidad Jagellónica, Polonia) .... 261
Índice general ............................................................................................... 281
1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 23

1. ACTUALIDAD DEL DEBATE SOBRE LA TRANSICIÓN


DEMOCRÁTICA EN ESPAÑA1

JULIO PÉREZ SERRANO


Universidad de Cádiz

Un arma de doble filo

El proceso de cambio de régimen que experimenta España tras la muerte


de Franco ha sido objeto de una investigación histórica abundante, rigu-
rosa y cada vez más plural. No obstante, como es bien sabido, las cien-
cias sociales no son para nada ajenas a los planteamientos ideológicos de
quienes las cultivan. La historia no se limita a dejar constancia de los
acontecimientos del pasado, sino que construye marcos interpretativos
que están influidos por las prácticas, las creencias y los valores del his-
toriador. Que escribir la historia es una práctica social –algo que admite
poca réplica– implica que el historiador no puede escapar a su propio
habitus, entendido como el conjunto de esquemas generativos a partir de
los cuales percibe el mundo y actúa en él.2 Esto no constituye ninguna
novedad y, por supuesto, no cuestiona el estatuto científico de la disci-
plina ni la calidad de los resultados obtenidos, siempre y cuando estos
puedan ser contrastados y se apoyen en el análisis riguroso de las evi-
dencias documentales, en inferencias lógicas y en la construcción racio-
nal de secuencias basadas en relaciones causales.
Sin embargo, en la práctica, la inherente vocación crítica de la histo-
ria suele entrar en conflicto con la función legitimadora que, en ocasio-
nes, se le intenta atribuir. Está en el ADN de la historia la intención de
desmontar los prejuicios y las visiones míticas del pasado, aunque tam-
bién, con una lectura selectiva o sesgada de los hechos, puede servir para
dar cobertura teórica y empírica a estas mismas visiones. En otras pala-
bras, la historia puede ser un poderoso ariete contra el inmovilismo al

1 Este texto se inscribe en los proyectos «Sindicalismo y nuevos movimientos socia-

les en la construcción de la democracia: España, 1976-2012» (HAR2012-38837) y «Del


antifranquismo a la marginalidad: disidencias políticas y culturales en la Transición es-
pañola a la democracia» (HAR2016-79134-R), ambos financiados por el Ministerio de
Economía y Competitividad de España.
2 BOURDIEU, 1980, pp. 88-89.

23
1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 24

24 españa y europa

que intrínsecamente aspira cualquier sistema social, pero al mismo tiempo,


como relato identitario, es funcional al mantenimiento del consenso en
torno al sistema político y al modelo de sociedad imperantes.
En el caso de la Transición española se constata además que la produc-
ción académica ocupa un lugar secundario en un debate público, a menudo
dominado por estereotipos y simplificaciones gestados y difundidos en la
esfera política y reproducidos machaconamente por los medios de comu-
nicación. Durante las cuatro últimas décadas, la proyección ideológica de
una Transición democrática «inmaculada»3 se ha plasmado en grandes re-
latos que, llegando a adquirir en ocasiones perfiles hagiográficos, encum-
bran a ciertos actores en perjuicio de otros y conceden valor absoluto a la
consecución de determinados objetivos (la representación política o el
ingreso en la CEE), omitiendo los aspectos más polémicos, los fracasos y
las contradicciones que también jalonaron el proceso. Ha tomado forma
así una suerte de visión canónica que, con diferentes versiones que com-
parten lo esencial del relato, sustenta una valoración positiva asentada en
la idea de una Transición inédita, providencial y salvífica, entendida como
el único camino posible para salir de la dictadura evitando los riesgos de
una involución política o una nueva guerra civil.4
La propagación de un relato ideológico del pasado no es un problema
que afecte en exclusiva a la historia reciente de España. Todos los países
han gestado mitos y arquetipos nacionales tendentes a fortalecer la identidad
de sus poblaciones, legitimando así las estructuras, prácticas y valores do-
minantes. Y, en todos ellos, estas narraciones identitarias5 han sido pode-
rosas herramientas para dar cohesión a las comunidades, fortaleciendo la
unidad nacional y legitimando tanto el orden social como la homogenei-
dad cultural. El problema comienza a aparecer cuando la rigidez de estos
mitos dificulta o condiciona el progreso y la difusión de una investigación
académica basada en evidencias contrastadas. Un ejemplo muy claro de
cómo estas visiones ideológicas han invadido el espacio público está en el
gran eco mediático que alcanzaron a comienzos de siglo las obras de Pío
Moa o César Vidal, de gran tirada y dirigidas al gran público, que impug-
naban con escuálido sustento teórico y empírico los resultados de la pro-
ducción académica.6 Los historiadores, por su parte, tampoco han logrado
mantenerse siempre ajenos a los fuertes condicionantes derivados del con-
texto. Algo comprensible, dado que el historiador es hijo de su tiempo y

3Término acuñado por VIDAL-BENEYTO, 1995.


4PÉREZ SERRANO, 2004b, pp. 104-108.
5 ANDERSON, 1993, p. 285.
6 Cabe aquí reconocer la contundente respuesta que historiadores como Enrique

MORADIELLOS dieron a este revisionismo ideológico en distintos comentarios aparecidos


en la Revista de libros y en El Catoblepas.
1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 25

actualidad del debate sobre la transición democrática en españa 25

no puede dejar de hacerse eco de las valoraciones y de las inquietudes de


sus contemporáneos, aunque esto no debe ser visto necesariamente como
un síntoma de deshonestidad o falta de profesionalidad. Sin embargo,
como no podría ser de otra manera, la influencia del ambiente político y
social se ha dejado sentir a menudo en la elección de los problemas, en los
enfoques y en las interpretaciones propuestas, facilitando un cierto aggior-
namento entre el relato académico y los tópicos difundidos por ideólogos
y publicistas.

Distintas letras para una misma melodía

Lo dicho explica que, en un primer momento marcado por la necesidad


que tenían las élites políticas, sociales y culturales del posfranquismo de
legitimar la restauración de la monarquía, dominaran los relatos perso-
nalistas. Estas narrativas hacían recaer en determinados personajes (los
«protagonistas» de la Transición) la iniciativa y la buena conducción del
proceso. Se trataría de un grupo reducido de hombres de Estado, lidera-
dos por el joven monarca, que, por firmes convicciones democráticas,
diseñaron o colaboraron lealmente en la operación de ingeniería política
que hizo posible el restablecimiento de las libertades. En este panteón de
hombres ilustres, próceres de la democracia, se situarían políticos proce-
dentes del régimen, como Adolfo Suárez, arquitecto del cambio, Torcuato
Fernández-Miranda, eminencia gris de la reforma, o Manuel Fraga, pro-
motor de la derecha democrática, junto a los líderes moderados y prag-
máticos de los grandes partidos de la oposición, Santiago Carrillo y Felipe
González. A la cabeza de todos ellos, como «piloto del cambio», estaría
Juan Carlos de Borbón, la figura central y determinante de todo el pro-
ceso.7
Estos relatos tuvieron la virtualidad de dulcificar las biografías de algu-
nos de estos personajes abiertamente implicados en la gestión de la dicta-
dura, difuminando su papel en significados episodios antidemocráticos o
de abierta represión. El Fraga que dirigió la represión cuando era vicepre-
sidente y ministro de la Gobernación en el Gobierno posfranquista de
Arias Navarro quedó oculto tras su nuevo rol como líder reformista fun-
dador de Alianza Popular. Rodolfo Martín Villa, imputado en la querella
por los crímenes del franquismo, es otro caso palmario de lavado de ima-
gen en la Transición. Algunos, como José Barrionuevo, antiguo carlista
forjado en las estructuras del Movimiento, representó durante unos años
«el cambio» como ministro socialista hasta su descenso a los infiernos tras

7 El término fue popularizado por una conocida biografía del monarca (POWELL, 1991).
1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 26

26 españa y europa

ser condenado como promotor de los GAL. Estas y otras metamorfosis


fueron posibles gracias a la difusión de un relato que hacía recaer sobre las
espaldas del llamado «bunker» (los continuistas del régimen) todo el peso
simbólico del franquismo, al tiempo que resituaba a «aperturistas» y
«reformistas» en el terreno de la democracia.
Este enfoque que otorga, tácita o explícitamente, a las élites del fran-
quismo el «mérito» de haber hecho posible la democracia ha tendido a
desdibujar los límites que separan los intereses y las convicciones, la nece-
sidad y la virtud. El relato dominante presenta esta reorientación como
fruto de una auténtica vocación democrática, latente durante la dictadura,
que busca el momento propicio para hacer evolucionar el régimen hacia
un sistema de libertades políticas. Sin embargo, a tenor de los hechos, es
más verosímil pensar que estos dirigentes del franquismo detectaron la
presión de una parte de la sociedad organizada y la utilizaron para preser-
var su poder. A la vista de la trayectoria de estos personajes, a menudo
oscurecida o difuminada en lo referido a sus antecedentes franquistas, es
fácil comprobar que su predisposición negociadora obedeció más a la cre-
ciente movilización democrática de sectores activos de la oposición que a
una súbita reconversión ideológica de la que, en la mayor parte de los
casos, no existen antecedentes que la avalen. Esto no significa que, una vez
iniciado el camino de la reforma, no hubiera exdirigentes franquistas, v.g.
el propio Adolfo Suárez, que acabaran valorándola, reconociendo sus
bondades, haciendo suyos los valores del sistema constitucional y defen-
diéndolo con más entereza si cabe que algunos antiguos opositores.8
Un segundo relato se sitúa aparentemente en las antípodas del ante-
rior. Se trataría de una interpretación de corte funcionalista que rescata la
vieja teoría de la modernización.9 De acuerdo con ella, sus divulgadores
explican la Transición como el producto de los profundos cambios eco-
nómicos y sociales que trajo consigo el desarrollismo en los años 60. Los
procesos de urbanización e industrialización, el crecimiento de las clases
medias, la apertura al turismo o el desarrollo de nuevas pautas de con-
sumo de masas habrían provocado la obsolescencia del sistema político,
generando la necesidad del cambio democrático. Tal demanda, identifi-
cada por los dirigentes más conspicuos del régimen, los habría movido a
diseñar una estrategia reformista tendente a eliminar los obstáculos polí-
ticos e institucionales que impedían el pleno desarrollo de la moderniza-
ción liberal.10

8 Como pudo comprobarse en todo lo concerniente al golpe cívico-militar del 23 F

de 1981.
9 GERMANI, 1962.
10 Véase un desarrollo de esta teoría, con referencias explícitas al papel desempeñado

por las élites reformistas en el caso español, en HUNTINGTON, 1991.


1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 27

actualidad del debate sobre la transición democrática en españa 27

Los ministros vinculados al Opus Dei, en cuanto que promotores del


desarrollismo, serían los principales beneficiarios de esta narración, que les
atribuye en última instancia la puesta en marcha del proceso democratiza-
dor. Más allá de que esto pueda resultar chocante, estas interpretaciones
adolecen casi siempre de un notable determinismo mecanicista, que con-
sidera la democracia una derivada inevitable del libre mercado, obviando
que la modernización y la dictadura han ido de la mano en otros muchos
casos, como el Chile de Pinochet o la China de Deng Xiaoping.11 Más
plausible resultaría interpretar lo acaecido en España desde 1959, el de-
sarrollismo, no como la causa eficiente de la democracia, sino como el
momento en que se gestan las condiciones de posibilidad12 para que se
produzca una acción colectiva contra la dictadura. Esta acción colectiva
erosionó la estabilidad del régimen y, al mismo tiempo, generó una cultura
política de oposición en amplios sectores de la sociedad. Y es ahí donde
está el tuétano de la democracia, no en la tímida liberalización económica,
limitada por el interés de las grandes corporaciones dominadas por la
banca.
Un tercer relato, de carácter populista, es el que atribuye al «pueblo
español» el éxito del proceso de cambio político, aunque lo que se le reco-
noce es muy cuestionable que pueda ser considerado un valor objetivo. La
imagen más difundida es la de un pueblo que demuestra su madurez y su
moderación, su pragmatismo y su responsabilidad al apoyar mayoritaria-
mente y sin fisuras las iniciativas del Gobierno, rechazando las propuestas
extremistas y aislando a los sectores más críticos con la reforma. La realidad
es que este relato atribuye a los ciudadanos un papel pasivo y subalterno
en el proceso de cambio político, al tiempo que minimiza el protagonismo
real que las minorías activas tuvieron mediante la autoorganización y la
acción colectiva, impulsando movilizaciones y acciones de protestas en
pro de la democracia. Esta relectura es especialmente perversa, ya que
ensalza como campeones de la democracia a los sectores más desmovili-
zados, a los que, atenazados por el miedo o imbuidos por los tópicos del
franquismo sociológico, no movieron un dedo ni arriesgaron nada por
hacerla real, mientras que condena al ostracismo a quienes lucharon efec-
tivamente por ella.
Los defensores de estos tres grandes relatos escenificaron en numero-
sas ocasiones y de forma apasionada sus discrepancias en la esfera política
y en los medios de comunicación. Sin embargo, estas visiones comparten
mucho más de lo que las separa. Es más, convergen en lo esencial, ya que

11 PÉREZ SERRANO, 2016, p. 83.


12 Extrapolando esta noción kantiana, acuñada en la esfera del conocimiento, al ám-
bito de la praxis.
1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 28

28 españa y europa

todas afirman el papel protagónico de las élites reformistas del régimen en


el restablecimiento de las libertades, un proceso que, incorporando los
aportes del segundo y del tercer relato, habría comenzado ya a gestarse en
el segundo franquismo, fruto de las nuevas condiciones económicas, so-
ciales y culturales que harían posible más tarde la Transición.

Más allá de los relatos, la historiografía

La historiografía académica ha evidenciado, sin embargo, que el cambio de


régimen ni fue mecánico ni estuvo exento de coacciones ni obedeció a
fines altruistas, sino que se desarrolló en el tiempo movido por los con-
flictos de intereses, la confrontación de proyectos y las luchas de poder
entre los diferentes actores del proceso. La noción clave de «crisis de la
dictadura» explicaría a la vez las contradicciones acumuladas por el sis-
tema después de casi cuatro décadas y los efectos transformadores de una
acción colectiva que desafiaba cada vez con mayor respaldo la legalidad
del régimen. Una crisis, entendida como momento decisivo, que se inserta
en otra de mayor calado que afectó al conjunto del sistema capitalista a
comienzos de los setenta.13 Esta conjunción pondrá en evidencia el mito
de la prosperidad material que el franquismo había cultivado como su
gran conquista en los años 60 y desencadenará el conflicto entre los dis-
tintos sectores de la élite política y social del régimen, que comienzan ya a
diseñar sus propias estrategias de supervivencia.
La muerte de Franco, como antes la de Carrero Blanco, no hizo sino
confirmar la autonomía de todos estos proyectos, a la vez que abrió una
ventana de oportunidad para la oposición,14 que pasó a convertirse en un
actor relevante por su papel como interlocutor en un eventual proceso de
negociación. Del mismo modo, el monarca se afirmará como un actor
clave, beneficiándose de la posición privilegiada que el propio régimen le
había legado, pero buscando canalizar también las aspiraciones de cambio
latentes en amplios sectores de la sociedad. Las potencias internacionales,
principalmente Estados Unidos y Alemania, junto a la OTAN y la CEE, ejer-
cieron asimismo notable influencia directa e indirecta, a través de las agen-
cias afines en la escena nacional, con la finalidad de impedir la extensión
del comunismo en el sur de Europa y de preservar a toda costa las bases
militares estadounidenses en el territorio español. La Iglesia católica por
su parte se movió entre la necesidad de conservar la situación de privilegio

PÉREZ SERRANO, 2004a, pp. 145-183.


13

Surgiría así una nueva estructura de oportunidades políticas, véase TARROW, 1997;
14

MCADAM, MCCARTHY y ZALD, 1999.


1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 29

actualidad del debate sobre la transición democrática en españa 29

que le había concedido la dictadura y los impulsos modernizadores inspi-


rados por el Concilio Vaticano II. Los empresarios, conscientes de que la
rigidez del marco nacional restringía el desarrollo capitalista, apostaron
mayoritariamente por la ampliación del mercado mediante la adhesión a la
CEE. Las clases medias, por su parte, que a la postre habrían de convertirse
en el principal soporte del nuevo sistema político,15 oscilaron entre el
miedo y el deseo de cambio.
En el ámbito político, una minoría, aunque extremadamente activa, de
la oposición propugnaba la ruptura democrática, la transformación pro-
funda de las estructuras de poder y la promoción de la justicia social. La
interacción de todos estos proyectos generó una dinámica de conflicto a
diferentes niveles y con distintos escenarios que las instancias guberna-
mentales del posfranquismo lograron encauzar por medio de la reforma
gradual del sistema, negociada con los sectores más moderados y pragmá-
ticos de la oposición. La movilización social sirvió paradójicamente a esta
oposición reformista para hacerse valer ante el Gobierno como el único
actor capaz de desactivar o canalizar institucionalmente las protestas.

Reforma política vs. ruptura democrática

Aunque en el relato canónico más difundido por la publicística se habla de


una «Transición democrática», es evidente que todo el proceso está condi-
cionado por su punto de partida autoritario y por la tutela gubernamental
de la élite posfranquista, que contó además con el monopolio de la fuerza
y el control de los grandes aparatos de Estado. La estrategia del primer
Gobierno de Adolfo Suárez, que consistía justamente en hacer desapare-
cer la ruptura democrática del horizonte de lo posible, logró su mayor
éxito con la aprobación en referéndum de la Ley para la Reforma Política,
en diciembre de 1976. La propaganda gubernamental logró situar la dis-
yuntiva entre continuismo y reforma, y la consulta se planteó en esos mis-
mos términos. La salida de la dictadura y, por ende, el restablecimiento de
las libertades quedaban así condicionados al triunfo de la reforma. Su
rechazo suponía la continuidad de las leyes franquistas, mientras que
su aceptación implicaba la deslegitimación de la ruptura democrática. El
continuismo y las alternativas democráticas que iban más allá de la reforma
quedaban, de este modo, igualados en el imaginario colectivo por su
común –aunque por razones radicalmente distintas– negativa a la reforma.
El amplio apoyo alcanzado por la ley en el referéndum iba a condicionar
ya todo el proceso, descapitalizando en términos de legitimidad democrá-

15 RODRÍGUEZ LÓPEZ, 2015, p. 353.


1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 30

30 españa y europa

tica a las fuerzas opositoras, que quedaban enfrentadas así al sentir


mayoritario de la sociedad, forzando su aceptación del marco político, los
tiempos y los procedimientos arbitrados por el Gobierno posfranquista.
No deja de ser sorprendente la escasa atención que se ha prestado al
hecho, a todas luces anómalo desde el punto de vista democrático, de que
la legalidad franquista –el régimen político a sustituir– esté presente du-
rante todo el proceso de cambio, marcando los tiempos y los límites de la
acción política y definiendo las reglas del juego, por medio del código
penal, la capacidad de consultar al pueblo en términos ventajosos y un sis-
tema electoral hábilmente diseñado.16 Por ello, y si no fuera porque con-
dicionó radicalmente el futuro político del país, la Transición podría ser
vista más como el epílogo de una dictadura que como el prólogo de una
democracia.
Para reforzar la legitimidad del proceso, estos relatos han silenciado,
marginado o deturpado los proyectos alternativos, presentando la reforma
política como el mejor, e incluso el único, desarrollo posible. Esta lectura
resulta claramente ideológica ya que supedita la interpretación del proceso
a la valoración, siempre condicionada por la estructura de poder existente,
que se hace de su desenlace, relegando a un segundo plano el análisis de las
condiciones de partida, de los intereses en juego y del papel real desempe-
ñado por cada uno de los actores. Se renuncia así a comprender el pasado
en su totalidad, lo que constituye una merma no solo por el interés que
esto puede tener en sí mismo, sino porque las fuerzas impulsoras de un
cambio no siempre acaban imponiéndose, de tal forma que, ignorándolas,
puede llegar a distorsionarse la realidad, atribuyéndosele un protagonismo
«retroactivo» a agentes que en su momento pudieron ser reacios e inclu-
so hostiles al cambio. Y eso en buena medida ha sucedido también en el
caso que nos ocupa, señaladamente con sectores de la derecha política res-
pecto a la obra constitucional.
Se ha caído así en una suerte de «realismo craso», basado en la aplica-
ción de un principium realitatis que limita, en función de un presente al
que se dota de valor absoluto, la amplia gama de posibles que contiene el
pasado, lo que en última instancia implica también restringir las opciones
que alberga el futuro. Ciertamente aquello que se ha impuesto de forma
efectiva y se transmite a través de las instituciones tiene el poder de pro-
vocar en nosotros aceptación y pasividad, al tiempo que desapego respecto
a las ilusiones y los proyectos del pasado. Los propios protagonistas pue-
den llegar a acomodar sus recuerdos a una memoria dominante, que a
veces entra en abierta contradicción con lo realmente acaecido, para así

16 Aunque ha tardado bastante en ser reconocido por la historiografía, véase SOTO

CARMONA, 2013, pp. 49-64.


1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 31

actualidad del debate sobre la transición democrática en españa 31

lograr una mejor adaptación al medio social. Pero no estamos hablando de


individuos, sino de la historia, y esta nos enseña que ningún desenlace es
definitivo. Cada supuesto final no es sino un eslabón más en una cadena
incesante de acontecimientos, con desarrollos que escapan a nuestro con-
trol, por lo que en lo ideológico siempre será posible resignificar el pasado.
La historia nunca podrá escapar del todo a esta dinámica, pero puede con-
tribuir, ensanchando el objeto de la investigación, a limitar sus efectos
nocivos, aportando interpretaciones más complejas, matizadas y abarca-
doras.
Los relatos más extendidos han abusado con frecuencia de la noción de
necesidad de la Transición, en el sentido de plantear que lo que sucedió era
lo único y, por tanto, lo mejor que podía suceder. Este argumento se uti-
liza a menudo para justificar decisiones adoptadas que pueden conside-
rarse polémicas. Pero tal lógica, comprensible desde el punto de vista per-
sonal e incluso colectivo, no puede suplantar a la interpretación histórica,
so pena de que la sometamos a una racionalidad hegeliana (todo lo real es
racional, todo lo racional es real). Pero entonces ya no estaríamos hablando
de historia, sino de especulación.
Lo más cierto es que, pese a los muchos y muy poderosos condicio-
nantes contextuales, los distintos actores que participaron en la Transición
tomaron decisiones, es decir, eligieron entre distintas alternativas posibles.
Estas decisiones, como no puede ser de otro modo, tuvieron efectos y
condicionaron la evolución tanto del propio actor como del conjunto del
proceso, orientándolo en una determinada dirección. Estas decisiones se
justificaron a menudo en función de imponderables, pretendiendo evitar
así el rechazo de los colectivos afectados. Se actuó así, por ejemplo, cuando
la dirección del PCE justificó su moderación para consolidar la democracia
o cuando los firmantes de los Pactos de la Moncloa justificaron los sacri-
ficios impuestos a los trabajadores para salir de la crisis.
Esto no significa que el arco de posibles pueda ensancharse sin límite,
como se ha hecho en algún caso desde las posiciones más críticas con la
Transición. Hubo, sin duda, decisiones desacertadas o que ocultaban inte-
reses o compromisos inconfesables, pero esto no puede usarse para soste-
ner, por ejemplo, que el fracaso del proyecto revolucionario se debió a la
«traición» de los dirigentes de los grandes partidos obreros o que la renun-
cia a la lucha armada impidió el triunfo de una revolución social que se
imaginaba al alcance de la mano. La verdad es que la correlación de fuer-
zas era muy adversa para los revolucionarios, como se demostró en todas
las consultas realizadas desde 1976. Del mismo modo, es cierto que la
Transición estuvo muy condicionada por la amenaza de un golpe de
Estado, por las presiones internacionales y también por el miedo, la pasi-
vidad y la conformidad de buena parte de la sociedad española con el
curso de la reforma. Pero esto no es incompatible con el hecho de reco-
1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 32

32 españa y europa

nocer que, en general, la oposición no tuvo la capacidad de diseñar estra-


tegias políticas que, trabajando dentro de estos límites, pero con una
visión más a largo plazo, les hubieran permitido cambiar gradualmente la
correlación de fuerzas.

¿Fue consenso o miedo?

Otro de los lugares comunes en los relatos de la Transición es la alusión al


consenso, entendido como una práctica en la que dirigentes de diferentes
procedencias políticas e ideológicas logran restablecer la democracia en
España por medios pacíficos basados en el acuerdo y la negociación. Sin
embargo, la realidad de los hechos muestra que lo sucedido no respondió
en absoluto a lo que Jürgen Habermas, el gran teórico de la acción comu-
nicativa, definió como tal, ya que el consenso implica que todos los acto-
res implicados deben participar con libertad, sin trabas, en una nego-
ciación franca, transparente e igualitaria, pues solo así puede considerarse
racional y legítimo el acuerdo.17 En la España posfranquista es obvio que
tales condiciones distaban mucho de darse. El resultado fue que no todos
los actores cedieron libremente ni en igual medida, sino que cada uno lo
hizo en función de su propia posición de poder tras la muerte de Franco,
lo que en sí mismo nos impide ya hablar de consenso. Este radical dese-
quilibrio se vio además reforzado por el hecho de que la negociación se
dio bajo la forma de un procedimiento opaco que no permitió la partici-
pación ni el control de la ciudadanía.
Asimismo, la práctica del consenso instauró una cultura de la unanimi-
dad que acabó restringiendo al máximo el número de actores, lo que
implicó también la exclusión del sistema de cualquier proyecto discor-
dante, limitando la pluralidad política e ideológica realmente existente. Y
no es menos cierto que el consenso estuvo en todo momento condicio-
nado por el miedo a una involución política, plasmada en un golpe de
Estado, un riesgo real del que sucesivas intentonas se encargaron de dar
testimonio. Los actores gubernamentales utilizaron reiteradamente esta
amenaza para presionar a una oposición vulnerable, todavía objetivo de la
represión policial y parapolicial, a fin de que renunciara a aspectos esen-
ciales de sus programas, distorsionando sus identidades y minando su cre-
dibilidad. Por supuesto, no todas las cesiones fueron forzadas. En el con-
senso también operaron aspiraciones personales, cálculos más o menos
maquiavélicos y mecanismos de cooptación, integración o seducción de los

17 Estas condiciones constituyen el núcleo de racionalidad procedimental que sus-

tenta un verdadero diálogo o consenso racional, véase HABERMAS, 1987.


1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 33

actualidad del debate sobre la transición democrática en españa 33

líderes opositores. Tanto en el exilio como en el interior hubo en efecto


dirigentes que consideraron útiles las renuncias, e incluso el travestismo
político, para lograr reconocimiento, una mejor inserción y mayor liber-
tad para desenvolverse en el sistema que se estaba configurando.
La promoción del consenso en torno a la reforma política se realizó
también agitando los fantasmas de la Guerra Civil. Las élites posfranquis-
tas gestionaron muy eficazmente la memoria parcial y traumática de la
guerra construida durante el franquismo, en la que se habían socializado
la mayor parte de las generaciones que protagonizaron la Transición. Los
ideólogos y publicistas de la reforma lograron asentar la idea de que exis-
tía una estrecha relación entre los proyectos alternativos que rechazaban
el consenso y los proyectos que habían animado la II República, a los que
se atribuía la responsabilidad en última instancia de haber provocado el
enfrentamiento civil. De este modo, cualquier proyecto que cuestionara la
reforma quedaba inhabilitado y era visto por una población mayoritaria-
mente desarmada ideológicamente y muy condicionada por el miedo como
una amenaza para la paz, para la convivencia y para la frágil recuperación
de las condiciones de vida, todavía más imaginaria que real, que los espa-
ñoles habían experimentado en los años del desarrollismo.
Ya los hispanistas extranjeros desde los años 50 habían ido definiendo
una lectura de la guerra que, al tiempo que se alejaba del mito de la «cru-
zada», difundido por los ideólogos del primer franquismo, repartía culpas
y responsabilidades de forma igualitaria entre ambos contendientes. La
idea de una guerra fratricida, extremadamente cruel, no solo minusvalo-
raba el apoyo de las potencias totalitarias al bando sublevado y la compli-
cidad de los «neutrales», sino que sentaba las bases para una interpretación
moralizante de la guerra, presentada como locura colectiva. La guerra
dejaba de ser así un lastre para los vencedores y un aval para los defenso-
res de la democracia, pues ambos habrían sido por igual responsables de la
tragedia. Muy importante fue el papel desempeñado por el cine en esta
resignificación de la guerra, dada su doble condición de imagen y relato,
que lo convierte en una poderosa factoría mitográfica, idónea para confi-
gurar memorias duraderas.18 La épica franquista dio paso a un relato que
ahonda en el trauma del conflicto, presentándolo como trágico y absurdo,
aunque «necesario» para la paz y el desarrollo del país, ya que en última
instancia habría sido el antídoto que hizo posible la Transición.19 No fue
casual que esta proliferación de relatos literarios y cinematográficos sobre
la guerra, que actuaron como instrumento de socialización en los años
decisivos del cambio de régimen, coincidiese con el silencio sobre el fran-

18 SÁNCHEZ-BIOSCA, 2006; NIETO FERRANDO, 2008.


19 CUENCA TORIBIO, 1986, p. 247.
1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 34

34 españa y europa

quismo, cuyo olvido era también una condición necesaria para que fuera
viable la Transición.

Continuidad y cambio

Ciertamente, la Transición es un complejo entramado de cambios y con-


tinuidades. El punto de partida era el franquismo, una dictadura profun-
damente reaccionaria que respondió en todo momento a los intereses de
la oligarquía. El régimen estuvo basado en la concentración de poder en
una persona, en la existencia de un partido único que se solapaba con el
Estado y en la ausencia de derechos y libertades fundamentales. Encontró
en la Iglesia una fuente de legitimidad, se declaró enemigo tanto del socia-
lismo como del liberalismo e hizo de la represión uno de sus principales
instrumentos de supervivencia. El punto de llegada fue un sistema liberal
democrático, coronado por una Monarquía parlamentaria, basado en el
reconocimiento formal de los derechos y las libertades fundamentales, en
la separación de poderes y en la celebración periódica de elecciones libres
con concurrencia de partidos de distinta ideología. Con estas coordinadas,
es evidente que se produjo un cambio y que el cambio fue relevante.
Pero descendiendo a un mayor detalle se constatan también importan-
tes continuidades derivadas del procedimiento empleado para llevar a
cabo el proceso de cambio. Cabe hablar aquí de una Monarquía prevista
en la Ley de Sucesión de 1947, de un jefe del Estado designado por Fran-
co en 1969 y de unas élites políticas que continuaron ocupando puestos en
las instituciones a todos los niveles, sin olvidar la continuidad de los fun-
cionarios, tanto en la judicatura, como en las Fuerzas Armadas y de segu-
ridad. Estas continuidades marcaron, sin duda, el nuevo sistema político.
También pervivió en buena medida el franquismo sociológico, como com-
plejo de hábitos, prácticas, actitudes y mentalidades que constriñeron el
desarrollo democrático; e incluso se vio potenciado en el curso del proceso
por una apología del apoliticismo que conectaba bien con una sociedad
adoctrinada en el recelo de la participación ciudadana.20 Cabe señalar asi-
mismo que continuó la patrimonialización de lo público en manos de las
élites oligárquicas, beneficiadas por el encogimiento ante el poder y el
miedo al conflicto de la llamada «mayoría silenciosa». Respecto al exterior,
la población se movía entre una admiración acrítica hacia todo lo que
viniese de fuera, producto del complejo de inferioridad provocado por el
atraso económico y el aislamiento, y la defensa esencialista de tradiciones
atávicas como forma de preservar la propia identidad.

20 MONEDERO, 2011.
1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 35

actualidad del debate sobre la transición democrática en españa 35

Pero la peculiaridad de la Transición es que logra integrar en una ex-


traña mixtura elementos del franquismo sociológico con otros proceden-
tes de la cultura antifranquista. Esto pone en evidencia que el problema de
la oposición no es tanto lo que respalda, sino lo que sacrifica, que es parte
de esa ilusión colectiva, de esa energía social y del tejido social crítico que
se había construido con mucho esfuerzo durante la dictadura y que ter-
minó disolviéndose en buena medida por los discursos y por las prácticas
de los propios dirigentes de la izquierda. Decirle a la población que la con-
quista de las libertades democráticas sería fruto de su capacidad de auto-
organización, de su implicación en los asuntos públicos y de la movilización
social, y luego desactivar todo esto, hizo que en poco tiempo se dilapidara
el patrimonio de lucha acumulado y ocasionó una desilusión colectiva que
desarticuló las bases sociales que habían promovido el cambio. El apoliti-
cismo se abrió así paso, convirtiéndose en caldo de cultivo para que una
parte de los dirigentes políticos pudiera sentirse inmune ante la falta de
control ciudadano. Y de esos polvos vinieron los lodos de la corrupción,
el abuso y los favores políticos.

Crisis y relevo generacional

El primer problema de los relatos ideológicos que hemos revisado ha sido


considerar la Transición como un proceso modélico, al que se atribuyen
tres características esenciales: su carácter pacífico, la bondad de sus resul-
tados y constituir un ejemplo para otros países sometidos a regímenes
autoritarios. El carácter pacífico de la Transición ha sido uno de los argu-
mentos que se han considerado hasta hace bien poco irrefutables para
demostrar la superioridad del modelo. La historiografía más reciente ha
evidenciado, sin embargo, que la violencia expresa fue considerable, con
3500 actos de violencia política y más de 700 muertos entre 1975 y 1982.21
Esta violencia está presente en todo el proceso de cambio, jalonado por
grandes acciones que golpean en los momentos decisivos de la nego-
ciación: los eufemísticamente llamados «sucesos de Vitoria», en marzo
de 1976, los atentados de Atocha en enero de 1977, tras la aprobación de
la Ley para la Reforma Política, etc. A esta violencia expresa hay que
sumar la violencia latente que suponía la amenaza constante de un golpe
de Estado, lo que condicionó en todo momento el proceso de toma de
decisiones de los ciudadanos, provocando en muchos casos la autocensura
y la renuncia preventiva a ir más allá de los límites marcados por el
Gobierno.

21 BABY, 2013.
1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 36

36 españa y europa

En cuanto a sus resultados, es obvio que no fueron los deseables para


los que defendían la ruptura democrática o una salida revolucionaria. Sin
embargo, todos los relatos que hacen hincapié en el carácter benéfico de la
Transición dan por supuesta la superioridad ontológica de la democracia
liberal sobre cualquier otro sistema político, atribuyéndole además un
carácter universal y atemporal, en la medida en que se proyecta como
un modelo aplicable a cualquier sociedad, con independencia de sus tradi-
ciones políticas y culturales y de las condiciones específicas de su desarro-
llo. La Transición habría heredado así la omnipotencia que, en los años 50,
se habían atribuido a la modernización en el viejo paradigma funcionalista,
al que ya nadie niega su profunda carga ideológica y normativa.22 El hecho
de que la Transición se ofreciera tanto a las dictaduras militares del Cono
Sur como a los regímenes socialistas de la Europa del Este demuestra una
intención clara de afirmar la superioridad de la democracia liberal sobre
cualquier otro sistema, en línea con la teoría de los regímenes totalitarios
formulada por los ideólogos occidentales durante la Guerra Fría.23
El peso de este relato elogioso de la Transición tiene mucho que ver con
la presencia pública que todavía conserva la generación que protagonizó
ese proceso. La Transición sigue siendo por ello, en su doble condición de
historia y de memoria, un elemento fundamental del presente. Y es en este
segundo ámbito en el que la mitificación se hace más evidente, debido a la
proliferación de libros de memorias, biografías y obras de ficción, tanto
literarias como cinematográficas, que casi siempre ofrecen una imagen
nostálgica y benevolente de aquella época. No describen cómo éramos,
sino cómo nos hubiera gustado ser. Como han señalado algunos especia-
listas, la serie Cuéntame cómo pasó ejemplifica bien esta última idea.24
La generación que vivió la Transición fue una generación vitalista,
entusiasta, con mucha fuerza, con arrojo, que alcanzó pronto responsabi-
lidades políticas, pero que luego no ha sido generosa a la hora de abrir
puertas a las nuevas generaciones. Bien por miedo a que su obra pudiera
ser demolida, bien por simple apego a posiciones de privilegio, los «pro-
tagonistas» y beneficiarios del cambio de régimen han pretendido sacrali-
zar su legado que, en buena medida, no ha podido, por ello, evolucionar
de acuerdo con las exigencias de los nuevos tiempos.
Sin embargo, una nueva generación ha irrumpido en el espacio público
en el contexto de la crisis que se inició en 2008, cohesionándose en las
movilizaciones del 15-M, que han llegado a convertirse en un símbolo a la

LATHAM, 2000.
22

Véase, entre otros, FRIEDRICH y BRZEZINSKI, 1962; EBENSTEIN, 1965; TALMÓN, 1966;
23

NOLTE, 1971; ARENDT, 1974.


24 CALVO CARILLA, 2013, p. 238.
1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 37

actualidad del debate sobre la transición democrática en españa 37

vez de un cambio de ciclo y de un relevo generacional. Aunque a menudo


se agite este fantasma, esta nueva generación no impugna integralmente la
obra de la generación precedente ni condena de forma absoluta los resul-
tados de la Transición, pero se plantea ir más allá, beneficiándose de un
nuevo contexto en el que los principales condicionantes que en este texto
se han señalado ya no operan o han perdido la fuerza coercitiva que an-
taño tuvieron.
El problema es que la Transición se ha convertido en el mito fundacio-
nal de una nueva España, moderna, democrática y europeísta, cuya credi-
bilidad se ha hecho depender de la pervivencia de este metarrelato de una
Transición modélica, constituido en mito identitario. Hasta la Transición,
la historia de España había estado jalonada de conflictos civiles, proyectos
fracasados y rotundas derrotas en guerras exteriores. La débil nacionali-
zación española a la que alude una parte de la historiografía25 habría sido
la consecuencia de este frustrado itinerario, marcado por un oscilante y
poco consecuente liberalismo, por el peso desmedido de los poderes fác-
ticos, por la ausencia de un verdadero mercado nacional que generara
dinámicas de integración territorial, por la crisis de identidad derivada de
la pérdida del Imperio, lo que avivó la dinámica centrífuga de los nacio-
nalismos periféricos, y por la falta de adhesión de amplios sectores de la
ciudadanía hacia un Estado represivo e incapaz de promover proyectos
tendentes a mejorar las condiciones de vida de la población.
Los españoles de 1975 estaban muy necesitados de un gran éxito colec-
tivo que reforzara su autoestima. Y la Transición tuvo la virtualidad de ela-
borar un discurso que, minimizando los riesgos y sin requerir un gran
esfuerzo para los españoles, resultaba compatible con esta aspiración. La
identidad nacional se intentó re(ins)staurar sobre tres bases: la moderniza-
ción económica, el restablecimiento de la democracia y la integración en
Europa, logros todos ellos asociados a la Transición, que se convirtió por
ello en un auténtico mito fundacional. Los pilares materiales de este tem-
plo, que dotarían de cierta verosimilitud al discurso ideológico, serían la
democracia representativa, una organización descentralizada del Estado,
un pacto social que limitara la conflictividad y asegurara el crecimiento
económico y el compromiso con Occidente (OTAN y CEE) en la esfera
internacional. Como se ha dicho, a la moderación y a la responsabilidad
de los ciudadanos se atribuye el éxito del proyecto reformista que ha per-
mitido todos estos logros y, muy especialmente, la incorporación a
Europa, el fruto más valorado de la Transición.

25 La idea de un Estado español que había sido incapaz de dotar de una sólida identidad

nacional a sus ciudadanos fue defendida ya en los años setenta por LINZ, 1973, pp. 32-116.
Más tarde fue retomada por DE RIQUER, 1994, pp. 97-114.
1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 38

38 españa y europa

Pero la profunda crisis política, económica y social que se vive desde


2008 ha evidenciado la fragilidad de algunos de estos pilares, lo que con-
secuentemente ha llevado a cuestionar también el discurso optimista de la
Transición modélica. La crisis, en efecto, ha quebrado las bases materiales
del proyecto de modernización y ha hecho emerger otros relatos que, con
mayor sustento empírico e historiográfico, han puesto en evidencia la rigi-
dez y el carácter ideológico de la memoria oficial de la Transición. Los
aspectos más emblemáticos del «milagro» español se encuentran actual-
mente cuestionados. El sistema político se deprecia y pasa a ser visto, por
su incapacidad para evolucionar, como un régimen (el «régimen del 78»)
basado en el turnismo bipartidista, lastrado por la corrupción política y
demasiado parecido al sistema ideado por Cánovas un siglo antes. De ahí
también que se comience a hablar de II Restauración para referirse al con-
junto del reinado de Juan Carlos I, lo que antes se rotulaba en términos
más positivos como «Transición democrática» y «consolidación de la de-
mocracia». La cuestión nacional, especialmente viva en Cataluña, muestra
el profundo desencuentro existente sobre la organización político-territo-
rial, otro de los pilares del sistema. El pacto social se ha quebrado con el
aumento del paro, la precariedad, la pobreza y la exclusión social. El opti-
mismo europeísta de los ochenta ha decaído notablemente en las nuevas
generaciones, al comprobar que la cesión de soberanía a entidades que
escapan al control democrático podía tener efectos muy negativos sobre
sus condiciones de vida y sus expectativas de futuro. Esta idea se ve refor-
zada por el hecho de que, en la esfera internacional, poco a poco vuelve a
tomar forma el mapa con el que había soñado la oligarquía germana desde
la época de Bismarck, basado en el dominio de Centroeuropa sobre una
periferia formada por la Europa meridional y los países del Este.
En este contexto han proliferado los discursos críticos sobre la Transi-
ción. Los más pesimistas le achacan ser el origen de todos los problemas
actuales, obviando que la Transición engloba solo los primeros años de las
casi cuatro décadas de reinado de Juan Carlos I, un largo periodo en el que
todos los actores evolucionaron y en el que, no cabe negarlo, también se
han producido profundos cambios en la sociedad española. En defensa de
la Transición ha renacido un discurso elogioso, que busca preservar los
logros alcanzados y evitar que se abran las heridas que, a juicio de estos,
se cerraron en 1978. Los promotores de este relato propugnan asimismo
reeditar los procedimientos (consenso y reforma) de la Transición para
salir de la crisis en una suerte de extemporánea «segunda Transición». Estas
propuestas chocan abiertamente con la posición de aquellos que ven jus-
tamente en estas fórmulas de consenso y reforma, en definitiva, de cesio-
nes y renuncias, bajo la presión de los poderes fácticos, el germen de un
modelo que se considera agotado. La forma apasionada en que se mani-
fiesta este enfrentamiento confirma que la Transición –ángel o demonio–
1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 39

actualidad del debate sobre la transición democrática en españa 39

está presente en el debate actual de forma mucho más viva e intensa de lo


que cabría esperar después de 40 años. Sería bueno que meditáramos un
poco sobre esta prolongada y, a todas luces, anómala actualidad de la Tran-
sición.

Bibliografía

ANDERSON, Benedict, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el


origen y la difusión del nacionalismo, 2.ª ed., Ciudad de México,
Fondo de Cultura Económica, 1993.
ARENDT, Hannah, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Taurus, 1974.
BABY, Sophie, Le mythe de la transition pacifique. Violence et politique
en Espagne (1975-1982), Madrid, Casa de Velázquez, 2013.
BOURDIEU, Pierre, Le sens pratique, Paris, Minuit, 1980.
CALVO CARILLA, José Luis et al. (eds.), El relato de la Transición. La
Transición como relato, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zara-
goza, 2013.
CUENCA TORIBIO, José Manuel, La guerra civil de 1936, Madrid, Espasa
Calpe, 1986.
EBENSTEIN, William, El totalitarismo, Buenos Aires, Paidós, 1965.
FRIEDRICH, Carl J. y BRZEZINSKI, Zbigniew K., Totalitarian, Dictators-
hip and Autocracy, New York, Praeger, 1962.
GERMANI, Gino, Política y sociedad en una época de transición: de la
sociedad tradicional a la sociedad de masas, Buenos Aires, Paidós,
1962.
HABERMAS, Jürgen, Teoría de la acción comunicativa, Madrid, Taurus,
1987.
HUNTINGTON, Samuel P., The Third Wave. Democratization in the Late
Twentieth Century, Norman, University of Oklahoma Press, 1991.
LATHAM, Michael E., Modernization as Ideology. American Social
Science and «National Building» in the Kennedy Era, Chapel Hill,
The University of North Carolina Press, 2000.
LINZ, Juan José, «Early State-Building and Late Peripheral Nationalism
against the State: The Case of Spain», en EISENSTADT, Shmuel N. y
ROKKAN, Stein (eds.), Building States and Nations. Analysis by
Region, vol. II, Beverly Hills, Sage, 1973, pp. 32-116.
MCADAM, Doug, MCCARTHY, John D. y ZALD, Mayer N. (eds.), Movi-
mientos sociales: perspectivas comparadas. Oportunidades políticas,
estructuras de movilización y marcos interpretativos culturales,
Madrid, Istmo, 1999.
MONEDERO, Juan Carlos, La Transición contada a nuestros padres. Noc-
turno de la democracia española, Madrid, La Catarata, 2011.
1 (21-40) 27/8/1956 11:52 Página 40

40 españa y europa

NIETO FERRANDO, Jorge, La memoria cinematográfica de la Guerra


Civil española: (1939-1982), València, Universitat de València, 2008.
NOLTE, Ernst, La crisis de los sistemas liberales y los movimientos fascis-
tas, Barcelona, Península, 1971.
PÉREZ SERRANO, Julio, «La transición española en la génesis del capita-
lismo global, 1973-2003», en Actas del IV Simposio de Historia Actual,
Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 2004a, pp. 145-183.
—, «Experiencia histórica y construcción social de las memorias. La
transición española a la democracia», en Pasado y memoria. Revista
de Historia Contemporánea, 3, 2004b, pp. 93-122.
—, «Funcionalidad y límites de la transición a la democracia como para-
digma historiográfico», en NAVAL, María Ángeles y CARANDELL,
Zoraida (eds.), La transición sentimental. Literatura y cultura en Es-
paña desde los años sesenta, Zaragoza, Visor Libros, 2016, pp. 67-89.
POWELL, Charles, El piloto del cambio: el Rey, la monarquía y la transi-
ción a la democracia, Barcelona, Planeta, 1991.
RIQUER DE, Borja, «La débil nacionalización de España en el siglo XIX»,
en Historia Social, 20, 1994, pp. 97-114.
RODRÍGUEZ LÓPEZ, Emmanuel, Por qué fracasó la democracia en
España. La Transición y el régimen del ’78, Madrid, Traficantes de
Sueños, 2015.
SÁNCHEZ-BIOSCA, Vicente, Cine y Guerra Civil Española: del mito a la
memoria, Madrid, Alianza Editorial, 2006.
SOTO CARMONA, Álvaro, «El sistema electoral: ¿Una decisión neutral?»,
en QUIROSA-CHEYROUZE Y MUÑOZ, Rafael (coord.), Los partidos en
la Transición: las organizaciones políticas en la construcción de la
democracia española, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013, pp. 49-64.
TALMON, Jacob L., Les origines de la démocratie totalitaire, Paris, Cal-
mann-Lévy, 1966.
TARROW, Sidney, El poder en movimiento. Movimientos sociales, acción
colectiva y política, Madrid, Alianza Editorial, 1997.
VIDAL-BENEYTO, José, «La inmaculada transición», en El País, 6 de no-
viembre de 1995.

View publication stats

También podría gustarte