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El Pueblo Que Sobrevivió A Una Masacre Amenizada Con Gaitas
El Pueblo Que Sobrevivió A Una Masacre Amenizada Con Gaitas
de esas estacas filosas que utilizan los campesinos para ensartar las
hojas de tabaco antes de extenderlas al sol.
–¿A quién le toca el turno? –preguntó en tono burlón uno de los
asesinos, mientras miraba a los aterrados espectadores.
El compañero que manejaba la lista le entregó el dato solicita-
do: Rosmira Torres Gamarra. Separaron a la señora del grupo, le
amarraron al cuello una soga y comenzaron a jalarla de un lado al
otro, al tiempo que imitaban los gritos de monte característicos de la
arriería de ganado en la región. La ahorcaron en medio de un nuevo
estrépito de tambores y gaitas. Luego ametrallaron, sucesivamente, a
Pedro Torres Montes, a Marcos Caro Torres, a José Urueta Guzmán y
a un burro vagabundo que tuvo la desgracia de asomar su hocico por
aquel inesperado recodo del infierno.
Uno de los paramilitares amenazó a la muchedumbre: al que llore
lo desfiguramos a tiros. Otro levantó su arma por el aire como una
bandera y prometió que no se iría de El Salado sin volarle los sesos
a alguien.
–Díganme cuál es el que me toca a mí, díganme cuál es el que me
toca a mí –repetía, mientras caminaba por entre el gentío con las
ínfulas de un guapetón de cine.
Hubo más muertes, más humillaciones, más redobles de tambo-
res. Hacia el medio día, varios tramos de la cancha se encontraban
alfombrados por el reguero de cadáveres y órganos tronchados que
había dejado la carnicería. Entonces, como al parecer no quedaban
más nombres pendientes en la lista, los paramilitares se inventaron
un juego de azar perverso para prolongar la pesadilla: pusieron a los
habitantes en fila para contarlos en voz alta. La persona a la cual le
correspondiera el número treinta –advirtió uno de los verdugos– es-
tiraría la pata. Así mataron a Hermides Cohen Redondo y a Enrique
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