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Wiessner encontró que las conversaciones diurnas diferían mucho de las que se
realizaban a la luz del fuego. En las del día, el 34% eran quejas, críticas y chismes para
regular las relaciones sociales. Un 31% se referían a asuntos económicos, tales como la
caza para la cena, el 16% eran chistes; sólo el 6% eran historias y el resto eran otros
temas. Sin embargo, por la noche, el 81% de las conversaciones eran historias, y sólo el
7% tenían que ver con quejas, críticas o cotilleos; y el 4% era de contenido económico.
Parece imposible poder negar que el fuego además de virtudes físicas
como el calor o la luz, tiene también una mística a la cual seguimos
cautivos desde hace un millón de años, de lo contrario es muy difícil
explicar la trascendencia del “asado”. Tenemos que conservar esas
costumbres, esos rituales que nos hacen quienes somos, que nos
ayudan a entender nuestra verdadera naturaleza animal sin los ropajes
de las ideologías y las religiones. Tenemos que lograr conmover a las
nuevas generaciones, despertarlos del sueño idiota de las pantallas y
darles la llave de ese mundo oculto, el viejo mundo y no existe otra
forma que a través de las antiguas herramientas, los viejos rituales que
nos hacen humanos.
el fuego