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ENVEJECIENDO CON GRACIA

por la Rev. Claudell County

En el hinduísmo, la vida de una persona se divide en cuatro


etapas: estudiante, cabeza de la familia, retirado y ascético (que
pasa el resto de la vida que le queda dedicándose a lo sagrado).
He estudiado esto desde mis primeros días en un ashram de
yoga, pero nunca lo he aplicado a mí misma.
Alguien me dio un libro que tenía una referencia a la primera
y la segunda mitad de la vida. La primera mitad era la “etapa
de hacer”: el realizador, el que produce y alcanza metas. Luego
llegaba la “etapa de ser”: el meditador, mentor y filósofo. Me
preguntaba: ¿Acaso estas etapas se aplican a mí?
Poco tiempo después, mi médico me dijo: “Cuando las personas
llegan a la vejez, sus cuerpos...”. (No escuché una sola palabra
luego de eso). ¿Anciana? ¿Se estaba refiriendo a mí? Imposible.
Aunque cumpliría 70 años en mi próximo cumpleaños, todavía
me sentía fuerte y servía a los demás con alegría.
Comencé a contemplar el envejecimiento.
Un buen amigo me preguntó quién sería si no amarrara mi valor
a ser ministra, profesora, consejera o músico. Estos roles me
habían definido y me habían dicho qué hacer y qué no hacer
cada día ¿Quién sería yo si ya no servía a otros de estas maneras?
(¡Quizás había olvidado mi ser verdadero como hija amada de
Dios!)
Comencé una nueva búsqueda de identidad.
Al mirar el envejecimiento, observé mis creencias y sentimientos
sobre la muerte y la vida más allá de la muerte. ¿Me sentía
cómoda al pensar que mi cuerpo moriría? ¿Cuánto tiempo me

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quedaba para vivir y cuántas cosas podía hacer durante ese
tiempo? ¿Cuántos libros podía leer y cuántos viejos amigos
podía visitar? Sentí temor. Estudié la literatura relacionada a
vivir por más tiempo: perder peso era la prioridad número uno
para prevenir las enfermedades del corazón, la diabetes, el cáncer
y la demencia. Observé mi peso y mi salud con honestidad. ¿Qué
había hecho? Me sentí deprimida y confundida.
Afrontar la realidad fue algo dolorosamente necesario para hacer
los cambios debidos y llegar a la paz en mi interior. Aun así, no
tenía soluciones, ni
palabras y tampoco
respuestas. Abrí mi
corazón para recibir
guía. Era el único
camino que me
quedaba por recorrer.
Necesité encontrar la
paz y un verdadero
sentido de mí misma.
Meditando contemplé
lo que la vida podía llegar a ser. ¿Qué necesitaba hacer? Las
palabras llegaron... tan solo hay que SER... todo será revelado en el
momento adecuado... no puedes hacer que algo ocurra... no tienes
nada que HACER. SER... un momento apacible a la vez.
Desde entonces, he aprendido a caminar con suavidad hacia
lugares desconocidos sin sentir un miedo paralizante. He
recibido empujoncitos y los he seguido. Cada día me libero
del pasado y reduzco la cantidad de mis posesiones. Me he
observado a mí misma... solamente siendo yo misma, y eso
me ha liberado para ser feliz. En algún punto de esta travesía,
teniendo paz en mi corazón, dejaré ir todo lo que he sido y seré
todo lo que YO SOY. Y eso será la Gracia —un regalo de Dios.
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