Está en la página 1de 2

Tristán e Isolda

• ¿Qué crees que habrá sucedido entre Tristán e Isolda?


• ¿Cómo te imaginas que eran el lugar y la época en que vivieron?

Solo había pena y dolor en el reino de Cornualles. Solo había lágrimas y lamentos. Como todos los años,
había llegado Morholt el mensajero de Gormond, rey de Irlanda, a pedirle al rey Mark el pago de
un tributo a cambio de la paz.

Hasta que llegó Tristán. Era el sobrino del rey Mark y venía a Cornualles, luego de haber sido educado
como el más noble de los caballeros. Era capaz tanto de blandir la espada o de montar con gran
destreza como de tocar el arpa de un modo exquisito. Le habían inculcado además los más estrictos
principios de todo caballero: socorrer a los débiles, proteger a los indefensos, pelear contra la
injusticia...

—Si lo vences, Cornualles será libre y te haré mi heredero —le prometió su tío.

Pero Morholt era un guerrero formidable, fuerte como diez hombres. Jamás había sido derrotado en un
combate singular.

Tristán lo esperó en un claro del bosque, bajo la luz incierta del amanecer. No se amedrentó cuando la
gigantesca figura de Morholt avanzó hacia él a todo galope. Pero Tristán era ágil y logró esquivar una y
otra estocada hasta que consiguió herir a su rival en la pierna. Solo cuando Morholt se desplomó, Tristán
vio el hilo de sangre en su costado. "Era un corte que Morholt le había hecho, un tajo pequeño, pero
mortal, pues la daga estaba emponzoñada". No tardó mucho Tristán en sentir el efecto del veneno.
Consumido por fiebres que nadie podía sanar, Tristán le pidió a su tío un último favor: un barco para
hacerse a la mar, solo con su espada y su arpa, para que el azar o el destino decidieran su suerte. Y fue
tal vez el destino el que lo llevó, luego de días y noches a la deriva, hasta las costas de Irlanda. Allí lo
encontraron moribundo unos pescadores que lo llevaron ante la reina, esposa de Gormond y hermana de
Morholt, y ante su hija Isolda, la única con el poder de curar sus heridas.

Pocos días después y gracias a las pócimas secretas de Isolda, Tristán volvió a abrir los ojos y lo primero
que vio fue el rostro de la princesa Isolda, bella entre las bellas, que le sonreía. Tristán creyó hundirse en
el azul de aquellos ojos, en el dorado de aquella cabellera, en el rojo de aquellos labios. Tal vez por eso
no se atrevió a revelar su nombre. Tal vez por eso decidió agradecer los cuidados de la reina enseñándole
a Isolda con su arpa los misterios de la música. Y tal vez por eso decidió partir lo antes posible y regresar
a Cornualles.

Su tío lo recibió con honores. Pero no todos se alegraron con su llegada. Un grupo de cortesanos
envidiosos del cariño que el rey sentía por su sobrino le exigía al rey Mark un heredero legítimo.
"Acorralado por sus reclamos, el rey buscaba el modo de mantener la armonía y de no romper la promesa
de nombrar sucesor a Tristán".

—Esta mañana —dijo al fin— una golondrina se ha posado en mi hombro y ha dejado sobre él este
cabello rubio. Solo puede pertenecer a la doncella más hermosa del mundo. Si la encuentro, me casaré
con ella.

Pero la lealtad de Tristán hacia su tío era mayor que su ambición de ocupar el trono. Por eso, sorprendió
a todos al responder:

—Mi señor, ese cabello pertenece a la princesa Isolda, la hija de tu enemigo. Seré yo quien vaya a
buscarla y quien la traiga para que se case contigo.
La alegría de ver nuevamente a Tristán se desvaneció enseguida en el bello rostro de Isolda en cuanto
supo quién era en realidad aquel joven gentil que le había enseñado a tocar el arpa y al que ella no había
podido olvidar. Escuchó a Tristán pedir su mano en nombre de un rey que no conocía y que no amaba.
Escuchó a su padre aceptar esa unión y alabar las ventajas de esa alianza. Y escuchó a todos hablar de
su pronta partida. Y no dijo nada. Solo la reina comprendió el silencio de su hija. Por eso, llamó en secreto
a Brengain, la doncella de Isolda, que acompañaría a la princesa en su nueva vida.

—No quiero que Isolda sea desdichada junto a un hombre que no ama —le explicó—. Por eso, lleva una
pócima con un filtro de amor tan poderoso que nadie en este mundo puede resistir. El hombre y la mujer
que lo beban juntos se enamorarán perdidamente uno de otro y no podrán separarse ni un instante sin
sufrir un inmenso dolor. Debes servírselo a mi hija y a su futuro esposo la noche de bodas. Al cabo de
tres años, su efecto se desvanecerá, pero confío en que en ese tiempo habrá nacido un afecto de verdad
entre ellos.

Lo cierto es que por equivocación Tristán e Isolda bebieron juntos aquella pócima. Y de inmediato un
amor poderoso se les enredó en los corazones. Poco importó que a los pocos días se celebrara la boda
de Isolda y el rey Mark. El corazón de la princesa tenía otro dueño y, a pesar de sus esfuerzos, ni ella ni
Tristán podían ocultarlo. Torturado por los celos, el rey Mark desterró a Tristán de su reino.

Ciegos a todo aquello que no fuera su pasión, Tristán e Isolda no podían separarse. Por eso, Tristán se
ocultó en el bosque e Isolda, protegida por las sombras, se encontraba con él a escondidas.

Poco duró aquella felicidad. El rey, con el alma envenenada por los intrigantes, condenó a muerte a los
enamorados. Tristán logró rescatar a Isolda y juntos huyeron al bosque donde los esperaban el hambre
y las privaciones, pero también el amor. No estaban a salvo, sin embargo.

El rey los perseguía y no tardó en hallarlos en una cueva, dormidos, uno junto al otro, pero separados por
la espada desenvainada de Tristán. El rey Mark al verlos así dudó. Tal vez los había juzgado mal. Tal vez
se había dejado llevar por las habladurías. Por eso, quiso dejar una señal de reconciliación. Entonces,
quitó con cuidado la espada de Tristán y colocó la suya en el mismo lugar. Al despertar, Tristán e Isolda
comprendieron aquel gesto y lloraron abrazados. Sabían que lo mejor era que Isolda regresara a la corte
con su esposo. El mismo Tristán la llevó hasta allí en sus brazos.

Tristán puso su espada al servicio de otros señores y al tiempo una herida fatal apagaba su vida.

—Solo deseo ver a Isolda por última vez —suplicó—. Que icen en el barco las velas blancas si logran
traerla a mi lado.

Y aunque su mensaje desesperado llegó a oídos de la reina, que zarpó de inmediato a su encuentro,
alguien que quería separarlos una vez más izó en el barco las velas negras. Y Tristán murió e Isolda ya
no quiso seguir viviendo. Y muchos los lloraron. Y todavía hoy los recuerdan. Y hasta el viento cuando
pasa por el bosque de Cornualles parece repetir sus nombres, como un lamento.

Versión de Liliana Cinetto

También podría gustarte