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JULIÁN MARÍAS

HISTORIA DE LA
FILOSOFÍA

32.a E D I C I Ó N

PROLOGO DE
XAVIER ZUBIRI

EPILOGO DE
JOSÉ ORTEGA Y GASSET

Biblioteca de la
Revista de Occidente
Calle Milán, 38
MADRID
Primera edición: 1941
Trigésimo segunda edición: 1980
II. EL POSITIVISMO DE COMTE

PERSONALIDAD.—Auguste Comte nació en 1798 y murió en 1857.


Pertenecía a una familia católica, monárquica y conservadora;
pero él tomó pronto una orientación inspirada por la Revolución
francesa. Colaboró con Saint-Simon, de quien se separó luego,
y se familiarizó con los problemas sociales. Fue alumno de la
Escuela Politécnica de París, y en ella adquirió una sólida for-
mación matemática y científica. Después fue repetidor en la Es-
cuela hasta que las enemistades le hicieron perder el puesto. Pu-
blicó muy joven una serie de Opúsculos sobre la sociedad, muy
interesantes, y Juego emprendió la gran obra de seis gruesos
volúmenes que tituló Cours de philosophie positive. Luego escri-
bió un breve libro de conjunto, el Discours sur l'esprit positif, el
Catéchisme posiíiviste y su segunda obra fundamental, Systéme
de potinque positive, ou Traite de sociologie, instituant la reli-
gión de l'Humanité, en cuatro tomos. El Cours se publicó de
1830 a 1842, y el Systéme, de 1851 a 1854.
La vida de Comte fue difícil y desgraciada. En su vida pri-
vada fue infeliz, y nunca logró la menor holgura económica, a
pesar de su indiscutible genialidad y de su esfuerzo. En sus últi-
mos años vivía sostenido por sus amigos y partidarios, sobre
todo franceses e ingleses. Auguste Comte tiene caracteres de des-
equilibrio mental, que en algún momento se acentuaron mucho.
Al final de su vida tuvo un profundo amor por Clotilde de
Vaux, que murió poco después, y esta pérdida contribuyó a aba-
tirlo.
1. La historia
LA LEY DE LOS TRES ESTADOS.—Según Comte, los conocimientos
pasan por tres estados teóricos distintos, tanto en el individuo
como en la especie humana. La ley de los tres estados, funda-
mento de la filosofía positiva, es a la vez una teoría del cono-
El positivismo de Comte 339

cimiento y una filosofía de la historia. Estos tres estados se


llaman teológico, metafísico y positivo.
El estado teológico o ficticio es provisional y preparatorio.
En él la mente busca las causas y principios de las cosas, lo más
profundo, lejano e inasequible. Hay en él tres fases distintas:
el fetichismo, en que se personifican las cosas y se les atribuye
un poder mágico o divino; el politeísmo, en que la animación
es retirada de las cosas materiales para trasladarla a una serie
de divinidades, cada una de las cuales representa un grupo de
poderes: las aguas, los ríos, los bosques, etc.; y, por último, el
monoteísmo, la fase superior, en que todos esos poderes divi-
nos quedan reunidos y concentrados en uno, llamado Dios. Como
se ve, la denominación de estado teológico no es apropiada; se-
ría preferible decir religioso o tal vez mítico. En este estado
predomina la imaginación, y corresponde —dice Comte— a la
infancia de la Humanidad. Es también la disposición primaria
de la mente, en la que se vuelve a caer en todas las épocas, y
solo una lenta evolución puede hacer que el espíritu humano
se aparte de esta concepción para pasar a otra. El papel histó-
rico del estado teológico es irreemplazable.
El estado metafísico o abstracto es esencialmente crítico, y
de transición. Es una etapa intermedia entre el estado teológico
y el positivo. En él se siguen buscando los conocimientos abso-
lutos. La metafísica intenta explicar la naturaleza de los seres,
su esencia, sus causas. Pero para ello no recurre a agentes sobre-
naturales, sino a entidades abstractas que le confieren su nombre
de antología. Las ideas de principio, causa, sustancia, esencia,
designan algo distinto de las cosas, si bien inherente a ellas, más
próximo a ellas: la mente, que se lanzaba tras lo lejano, se va
acercando paso a paso a las cosas, y así como en el estado
anterior los poderes se resumían en el concepto de Dios, aquí
es la Naturaleza la gran entidad general que lo sustituye; pero
esta unidad es más débil, tanto mental como socialmente, y el
carácter del estado metafísico es sobre todo crítico y negativo,
de preparación del paso al estado positivo: una especie de crisis
de pubertad en el espíritu humano, antes de llegar a la edad
viril.
El estado positivo o real es el definitivo. En él la imagina-
ción queda subordinada a la observación. La mente humana se
atiene a las cosas. El positivismo busca solo hechos y sus leyes.
No causas ni principios de las esencias o sustancias. Todo esto
es inaccesible. El positivismo se atiene a lo positivo, a lo que
está puesto o dado: es la filosofía del dalo. La mente, en un
largo retroceso, se detiene al fin ante las cosas. Renuncia a lo
340 Historia de la Filosofía

que es vano intentar conocer, y busca solo las leyes de los fenó-
menos.
RELATIVISMO.—El espíritu positivo es relativo. El estudio de
los fenómenos no es nunca absoluto, sino relativo a nuestra
organización y a nuestra situación. La pérdida o la adquisición
de un sentido —dice Comte— alteraría nuestro mundo comple-
tamente, y nuestro saber de él. Nuestras ideas son fenómenos no
solo individuales, sino también sociales y colectivos, y dependen
de las condiciones de nuestra existencia, individual y social, y
por tanto de la historia. El saber tiene que aproximarse incesan-
temente al límite ideal fijado por nuestras necesidades. Y el fin
del saber es la previsión racional: voir pour prévoir, prévoir
pour pourvoir, es uno de los lemas de Comte.

2. La sociedad
EL CARÁCTER SOCIAL DEL ESPÍRITU POSITIVO.—Comte afirma que
las ideas gobiernan el mundo; hay una correlación entre lo men-
tal y lo social, y esto depende de aquello. El espíritu positivo
tiene que fundar un orden social, quebrantado por la metafísi-
ca crítica, y superar la crisis de Occidente. Comte hace una
aguda teoría acerca del poder espiritual y el temporal. La cons-
titución de un saber positivo es la condición de que haya una
autoridad social suficiente. Y esto refuerza el carácter histórico
del positivismo; dice Comte que el sistema que explique el pa-
sado será dueño del porvenir. De este modo, en continuidad
histórica y equilibrio social, puede realizarse el lema político
de Comte: ordre et progrés; orden y progreso. Y el imperativo
de la moral comtiana —que es una moral esencialmente social—
es vivir para el prójimo: vivre pour autrui.
LA SOCIOLOGÍA.—Comte es el fundador de la ciencia de la so-
ciedad, que llamó primero física social y luego sociología. Comte
intenta llevar al estado positivo el estudio de la Humanidad co-
lectiva, es decir, convertirlo en ciencia positiva. Y esta sociolo-
gía es, ante todo, una interpretación de la realidad histórica. En
la sociedad rige también, y principalmente, la ley de los tres
estados, y hay otras tantas etapas: en una domina lo militar,
que llega hasta el siglo xn; Comte valora altamente el papel de
organización que corresponde a la Iglesia católica; en la época
metafísica corresponde la influencia social a los legistas; es la
época de la irrupción de las clases medias, el paso de la sociedad
militar a la sociedad económica; es un periodo de transición,
crítico y disolvente, revolucionario; el protestantismo contribu-
ye a esta disolución. Por último, al estado positivo corresponde
El positivismo de Cointe 341

la época industrial, regida por los intereses económicos, y en


ella se ha de restablecer el orden social, y este ha de fundarse
en un poder mental y social. El gran protagonista de la historia
es la Humanidad, y la sociología de Comte acaba por casi divi-
nizarla y se convierte ella en religión.
LA RELIGIÓN DE LA HUMANIDAD.—Comte llegó en sus últimos
años a ideas que, si bien son extravagantes, emergen del fondo
más profundo de su pensamiento: así, la de la «religión de la
Humanidad». La Humanidad en su conjunto es el Grand-Etre,
el fin de nuestras vidas personales; por eso la moral es altruis-
mo, vivir para los demás, para la Humanidad. Y a ese Gran Ser
se le ha de tributar culto, primero un culto privado, en el cual
el hombre se siente solidario de sus antepasados y descendien-
tes, pero luego también un culto público. Comte llegó a imaginar
la organización de una Iglesia completa, cori «sacramentos»,
sacerdotes, un calendario con fiestas dedicadas a las grandes figu-
ras de la Humanidad, etc. Lo único que falta en esta Iglesia
es Dios, y, naturalmente, esto es lo que hace que no tenga
sentido religioso. Con esta idea extraña, que tenía evidentemen-
te no poco de desvarío, expresa Comte de un modo clarísimo el
papel que concede al poder espiritual en la organización de la
vida social; y busca su modelo en el poder espiritual por exce-
lencia, la Iglesia católica, en cuya jerarquía y en cuyo culto
se inspira Comte para su «religión». Y así llega el filósofo posi-
tivista a resumir su pensamiento en un último lema: L'Amour
pour principe; l'Ordre pour base, et le Progrés pour but. Ahora
vemos el sentido pleno del título completo de la Sociología de
Comte: la política, la sociología y la religión de la Humanidad
están inseparablemente ligadas.

3. La ciencia
I

LA ENCICLOPEDIA DE LAS CIENCIAS.—Comte hace una clasifica-


ción de las ciencias, que ha tenido gran influencia después, y que
interesa especialmente porque pone de relieve algunos caracte-
res de su pensamiento. Las ciencias están en un orden jerárquico
determinado, que es el siguiente:
matemática-astronomía—física-química—biología-sociología.

Esta jerarquía tiene un sentido histórico y dogmático, cien-


tífico y lógico, dice Comte. En primer lugar, es el orden en que
las ciencias han ido apareciendo y, sobre todo, el orden en
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que han ido alcanzando su estado positivo. En segundo lugar,


están ordenadas las ciencias según su extensión decreciente y
su complejidad creciente. En tercer lugar, según su independen-
cia; cada una necesita a las anteriores y es necesaria a las si-
guientes. Por último, aparecen agrupadas en tres grupos de
dos, con afinidades especiales entre sí. Las ciencias de la vida
—biología y sociología— son las últimas en salir del estado
teológico-metafísico. La sociología, especialmente, es la obra de
Comte, que la convierte en ciencia efectiva. Con esto, no solo
se llega a completar la jerarquía de las ciencias, sino que se
posee la disciplina más importante dentro del esquema comtiano
de la filosofía, definida por su carácter histórico y social.
Se observarán algunas extrañas omisiones en la enciclopedia
de Comte. Desde luego, falta en ella la metafísica, que el posi-
tivismo considera imposible, aunque, como hemos visto, la hace,
pues Comte elabora una concreta teoría de la realidad; tam-
bién falta, naturalmente, la teología; esto apenas requiere expli-
cación. Pero además, no encontramos tampoco la psicología; esta
queda disuelta entre la biología y la sociología; Comte considera
imposible la introspección, y solo cree posible la psicología ex-
perimental, que entra en la esfera de una u otra de las dos cien-
cias vitales, según se trate del individuo o del hombre en su
dimensión social. La historia y, en general, las ciencias del es-
píritu no aparecen autónomamente en la lista de Comte, porque
este estaba preso en la idea de la unidad del método,,, e insiste
en aplicar siempre el de las ciencias naturales, a pesar de su
genial visión del papel de la historia.
LA FILOSOFÍA.—¿Qué es, pues, la filosofía para el positivismo?
Aparentemente, una reflexión sobre la ciencia. Después de ago-
tadas estas, no queda un objeto independiente para la filosofía,
sino ellas mismas; la filosofía se convierte en teoría de la cien-
cia. Así, la ciencia positiva adquiere unidad y conciencia de sí
propia. Pero la filosofía, claro es, desaparece; y esto es lo que
ocurre en el movimiento positivo del siglo xix, que tiene muy
poco que ver con la filosofía.
Pero en Comte mismo no es así. Aparte de lo que cree ha-
cer, hay lo que efectivamente hace. Y hemos visto que, en primer
lugar, es una filosofía de la historia (la ley de los tres estados);
en segundo lugar, una teoría metafísica de la realidad, enten-
dida con caracteres tan originales y tan nuevos como el ser
social, histórica y relativa; en tercer lugar, una disciplina filo-
sófica entera, la ciencia de la sociedad; hasta el punto de que
la sociología, en manos de los sociólogos posteriores, no ha lle-
gado nunca a la profundidad de visión que alcanzó en su fun-
dador. Este es, en definitiva, el aspecto más verdadero e intere-
El positivismo de Comte 343

sante del positivismo, el que hace que sea realmente, a despecho


de todas las apariencias y aun de todos los positivistas, filo-
sofía.
4. El sentido del positivismo
Lo que más llama la atención en Comte es la importancia
que empieza por atribuirse. Tiene conciencia de una enorme,
definitiva importancia suya para el mundo, y comienza siempre
sus libros con un aire victorioso, saturado de gravedad inaugu-
ral. ¿Por qué tiene Comte tanta importancia? ¿Qué es lo que
trae con tanta gravedad entre las manos? Y véase cómo este
primer gesto solemne, casi hierático, se enlaza mentalmente con
las ceremonias finales de la religión de la Humanidad. Es me-
nester buscar el hilo que va de una cosa a la otra.
Auguste Comte está seguro de no hablar en su propio nom-
bre; su voz no es solo suya: es la voz concreta, individualizada,
dfe. la historia; por eso suena con tanta majestad. Comte está
—no le cabe duda— al nivel de su siglo. Y esto es lo que im-
porta. Estar al nivel de su siglo quiere decir estar instalado en
la filosofía positiva; y esta no es nada menos que el estado
definitivo de la mente humana. Estar al nivel de su siglo sig-
nifica, pues, haber llegado ya y no estar a mitad de camino.
Esta ciencia positiva es una disciplina de modestia; y esta es
su virtud. El saber positivo se atiene humildemente a las co-
sas; se queda ante ellas, sin intervenir, sin saltar por encima
para lanzarse a falaces juegos de ideas; ya no pide causas, sino
solo leyes. Y gracias a esta austeridad logra esas leyes; y las
posee con precisión y con certeza. Pero el caso es que esta situa-
ción no es primaria, sino al contrario: es el resultado de los
esfuerzos milenarios por retener a la mente, que se escapaba a
todas las lejanías, y forzarla a ceñirse dócilmente a las cosas.
Estos esfuerzos son la historia entera; de toda ella tendrá que
dar cuenta Comte para poder entender el positivismo como lo
que es, fielmente, sin falsearlo, de un modo positivo. Y no es
sino un resultado. Así vemos que el mismo imperativo de posi-
tividad postula también una filosofía de la historia; y esto sería
lo primero de su sistema: la ley de los tres estados. La filosofía
positiva es, ab initio, algo histórico.
tina y otra vez vuelve Comte, del modo más explícito, al pro-
blema de la historia, y la reclama como dominio propio de la
filosofía positiva. Tout est relatif; voila le seul principe absolu
—había escrito ya en 1817, siendo un muchacho—. Y en esa
relatividad encuentra, casi treinta años más tarde, la razón del
carácter histórico de la filosofía positiva, que puede explicar el
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pasado entero. Esto no es un lujo de la filosofía, algo que se


le dé por añadidura, sino, como ha sabido ver y mostrar Ortega,
lo capital de su metafísica. Comte no se hubiera tal vez dado
cuenta de esto, porque no pensaba hacer metafísica; pero no
se le escapa la importancia central de este relativismo. En él se
funda la capacidad de progreso de la filosofía positiva; y con
ello, la posibilidad de alterar y mejorar no solo la condición
del hombre, sino, sobre todo, su naturaleza. Esto es de lo más
grave que cabe decir, y, por eso mismo, no quiero hacer más que
recogerlo; un comentario suficiente llevaría a problemas que aquí
no es posible ni aun plantear.
Pero no quiero dejar de citar unas palabras de Comte, cla-
rísimas y actuales, que ponen bien de manifiesto su pensamien-
to: Hoy se puede asegurar —escribe— que la doctrina que haya
explicado suficientemente el conjunto del pasado obtendrá ine-
xorablemente, por consecuencia de esta única prueba, la presi-
dencia mental del porvenir.
Vemos, pues, que por debajo de su naturalismo científico se
encuentra en Comte, como lo esencial, un pensamiento histórico.
Y esto es lo que da su mayor actualidad y fecundidad a su filo-
sofía. Toda ella está cruzada por el problema que he intentado
precisar, donde se manifiesta su unidad más profunda. Y esta
unidad es, justamente, el espíritu positivo.

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