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I. Introducción
1. Sobre el populismo
La referencia al populismo es siempre polémica. El significado polisémico de la
palabra, en el límite con el equívoco (*1), permite connotar a fenómenos disímiles
y -en el extremo- opuestos.
Cuando el término se utiliza como una referencia para el debate jurídico la
dificultad se amplifica, pues a la indocilidad conceptual del fenómeno se le agrega
su proyección a un ámbito (el derecho) que no es su reducto natural (la
politología)
Las definiciones sobre populismo remiten al ‘sujeto’ predominante de la política, a
una específica ‘forma’ de intervención en esa actividad y/o a los ‘contenidos’ de
esa intervención (*2)
Una definición ‘subjetivista’ es la de Incisa, para quien “pueden ser definidas como
populistas aquellas fórmulas políticas por las cuales el pueblo, considerado como
conjunto social homogéneo y como depositario exclusivo de valores positivos,
específicos y permanentes, es fuente principal de inspiración y objeto constante
de referencia” (*3)
Una definición ‘formalista’ es la de Di Tella, según la cual el populismo “es un
movimiento en el cual: a) hay un apoyo de masas movilizadas pero aun poco
organizadas autónomamente; b) existe un liderazgo fuertemente anclado en
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2. Sobre el constitucionalismo
Si entendemos por constitucionalismo al proceso de organización de los Estados
Nacionales por medio de Constituciones escritas –compiladas o conformadas por
diferentes documentos- sancionadas como expresión de la soberanía del pueblo,
que reconocen los derechos de sus habitantes y estructuran el poder público
sobre la base de la división de funciones, la independencia orgánica y la
responsabilidad de los gobernantes (*7), es claro que –más allá de registrar
valiosos antecedentes históricos- la referencia remite al advenimiento de las
llamadas “revoluciones burguesas” (siglos XVII y XVIII), que provocan el
derrocamiento de las monarquías absolutas (Inglaterra y Francia) y el inicio de la
descolonización en América (EE.UU) (*8)
El término constitucionalismo está cargado de valoración, dado que no sólo alude
a un aspecto descriptivo (la organización de los Estados por medio de un orden
jurídico coronado por la Constitución) sino también –y fundamentalmente– a una
técnica organizativa al servicio de la libertad y dignidad humanas (no se trataría de
‘cualquier’ orden jurídico ni de cualquier Constitución, sino de un orden valioso
(*9)). Lo dice el Preámbulo de la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 1789: “Los representantes del pueblo francés, constituidos en
Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los
derechos del hombre son las únicas causas de las desdichas públicas y de la
corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer, en una declaración solemne,
los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, con el fin de que esta
declaración, constantemente presente ante todos los miembros del cuerpo social,
les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes; con el fin de que los actos del
poder legislativo y los del poder ejecutivo, pudiendo a cada instante ser
comparados con el objeto de toda institución política, sean mejor respetados; con
el fin de que las reclamaciones de los ciudadanos … deriven siempre en el
mantenimiento de la Constitución y en la felicidad de todos...”
El constitucionalismo ha recorrido un largo camino y atravesado distintas etapas,
que no deben interpretarse en clave de confrontación sino de complementación:
el primer constitucionalismo, o constitucionalismo liberal, que arraiga con las
revoluciones burguesas, se caracteriza por el reconocimiento de los derechos
civiles, aquellos que expresan de modo más inmediato y tangible la dimensión
individual y libertaria del ser humano (vida, integridad física, honor, privacidad,
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II. Debates
1. El debate sobre el significado de la constitución
A. Constitución formal y material
La primera etapa o generación del constitucionalismo, el constitucionalismo liberal,
tuvo sus detractores desde el inicio de su expresión histórica concreta.
El conservadorismo y el socialismo, cada uno según sus razones, manifestaron su
desconfianza en la supuesta capacidad transformadora y moralizante del
constitucionalismo liberal y no sería descabellado encontrar en el pensamiento de
Joseph de Maistre (1754-1821) y de Ferdinand Lassal, más conocido por Lassalle
(1825-1864), los argumentos de cargo que hoy asumirían –respectivamente- dos
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natural que estudia objetos materiales (*24) sino que es una ciencia social. Y las
ciencias sociales no buscan la consistencia de sus fórmulas (como lo hacen las
ciencias formales) ni la comprobación de sus teorías en la realidad (como lo hacen
las ciencias naturales) sino que priorizan las descripciones y explicaciones
cualitativas (*25).
Por ello, si la racionalidad en una ciencia formal se expresa en la consistencia de
sus fórmulas y en una ciencia natural se traduce en la verificación de sus teorías,
la racionalidad en una ciencia social (como la ciencia política) se traduce en el
abandono apriorístico de la exactitud o la unanimidad. El paradigma de la ciencia
social es la falta de paradigma o –visto de otro modo- la crítica constante sobre el
paradigma vigente.
A diferencia de las ciencias ideales y las ciencias naturales, las ciencias sociales
estructuran sus ‘fórmulas’ sobre la base del consenso. El consenso se construye
aceptando la diferencia, defendiendo la igualdad, renunciando a la imposición y
privilegiando el diálogo. Contrariamente, en las ciencias físicas el consenso es –
hasta cierto punto- irrelevante, porque el metal no habrá de conmoverse frente a
una arenga y se dilatará –inexorablemente- si se le acerca una fuente de calor; y
habrá de hacerlo -con la misma contumacia y puntualidad- cada vez que
repitamos la experiencia Por ello, aunque en ambos casos hablemos de “leyes”,
está clara la diferencia entre una “ley física” (como la ley de gravedad) cuya
modificación no depende de nuestra voluntad y una “ley social” (como la ley de
alquileres) que podemos modificar con sólo levantar el brazo en el Congreso.
resignar su propio progreso si con ello lograra que los demás no progresen más
que él (*32)
En términos de construcción social, parece claro que si dominara el altruismo la
coacción no sería virtualmente necesaria; si dominara la envidia la construcción
social sería virtualmente imposible y si dominara el egoísmo, como proclama el
liberalismo, la construcción social sería posible corrigiendo los excesos mediante
un sistema de controles institucionales.
Pero más allá de los beneficios que puedan derivarse de la técnica de la división
del poder como herramienta heterónoma para evitar la acumulación por medio de
una ingeniería de recelo institucional en base a controles horizontales (inter-
orgánicos) y verticales (gobierno-sociedad) eficaces, nunca deberá olvidarse cual
es su presupuesto (el hombre egoísta). Se trata de una construcción que -aunque
conveniente, necesaria y/o hasta, en el extremo, imprescindible- no debe implicar
el abandono de la búsqueda de un cambio profundo, sustantivo y duradero como
es el cambio personal.
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En nuestro criterio, en el juicio por jurados los representantes del saber técnico
se encargan de controlar que el camino hacia la decisión se encuentre
balizado conforme a reglas procesales previas y precisas (debido proceso
adjetivo), y los representantes de la opinión popular se encargan de construir
una conclusión sensata sobre la base del sentido común (debido proceso
sustantivo).
¿Qué es lo que hace suponer que una respuesta popular sea más adecuada
que una respuesta profesional unipersonal (o colegiada, pero de un número
reducido de magistrados) al momento de resolver un conflicto?. En nuestra
opinión, existen tres fundamentos de convalidación:
1°) La teoría de la ‘distancia justa’, originada en el juicio estético pero aplicable
al juicio moral, enseña que aquellos que se ubican ‘a la distancia justa’ -ni muy
cerca ni muy lejos- del acontecimiento que deben jugar, están en mejores
condiciones de emitir una opinión imparcial (se suele citar el caso del juicio de
los espectadores sobre la representación teatral del “Otello” de Shakespeare:
el marido celoso está ‘demasiado cerca’ del drama; el experto en escenografía
‘demasiado lejos’) (*44). En el caso de la resolución judicial de un conflicto
(especialmente en materia penal) la unipersonalidad del juzgador ‘concentra’
irremediablemente cualquier desenfoque sobre la ‘distancia justa’ (en el
sentido en que su mirada sobre el ‘tema dicendum’ no puede ser compensada
por otras miradas)
2°) La teoría del ‘margen de error’ enseña que en el ámbito del conocimiento
social, donde no rige el tipo de ley propio de las ciencias fisico-matemáticas
(caracterizada por su inexorabilidad, como la ley de gravedad), existe una
relación inversa entre el número de personas que participan en la deliberación
previa a tomar una decisión y el margen de error en que tal decisión pueda
incurrir.
3°) La teoría del ‘valor epistemológico de la construcción de consensos’,
enseña que el proceso deliberativo previo a la toma de decisiones posee un
efecto positivo, no sólo en términos de la ‘calidad del resultado’ de la decisión
final sino en términos del aprendizaje que en los constructores de ese
consenso se desarrolla, medido en parámetros tales como ‘buena fe’ y
‘tolerancia’ (*45). El efecto multiplicador de esta experiencia derrama sus
beneficios cívicos sobre la comunidad toda, permitiendo ‘construir ciudadanía’.
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B. Nuestra opinión
Sin negar el carácter irreversible de la globalización y afirmados en la necesidad
de la pervivencia de los Estados-Nacionales, entendemos que no todas las formas
de relacionamiento internacional son necesariamente positivas ni necesariamente
nocivas.
Llamaremos formas puras de relacionamiento estatal a aquellas en las que
dominan la libre determinación y la igualdad de los Estados (globalización
igualitaria) y formas impuras de relacionamiento estatal a aquellas en las que
dominan las vinculaciones jurídicas o fácticas que consagran (o convalidan)
asimetrías (globalización desigualitaria).
Son formas puras, en el sentido descripto:
a) La inter-estatidad, entendida como la vinculación entre dos o más Estados que
se tratan como iguales y no crean una escala de decisión que los suplante en
algún sentido. La juridización de las relaciones de inter-estatidad da origen a
un sub-sistema del derecho internacional, el derecho inter-estatal,
tradicionalmente reconocido como derecho de co-existencia o de cooperación.
b) La supra-estatidad, entendida como la vinculación entre dos o más Estados
que, tratándose como iguales, crean (o adhieren a) una escala de decisión que
los suplanta en algún sentido y que se encuentra en relación de supra-
ordenación con respecto a ellos (vgr: OEA, ONU). La juridización de las
relaciones de supra-estatidad da origen a un sub-sistema del derecho
internacional, el derecho supra-estatal, enfocado a temas humanitarios y al
progreso de la comunidad internacional. En esta forma de vinculación
internacional, la transferencia de competencias y/o de jurisdicción de los
Estados a favor de órganos supranacionales -que se crean a través de la
suscripción de instrumentos multilaterales- es factible.
c) La ultra-estatidad, entendida como la transferencia, normalmente gradual, de
la soberanía estatal a un sujeto jurídico internacional no estatal. La juridización
de las relaciones de ultra-estatidad da origen a un sub-sistema del derecho
internacional conocido como derecho comunitario, derecho de integración por
antonomasia, en virtud del cual los Estados resignan crecientemente su
soberanía (vgr: Comunidad Europea).
En la inter-estatidad, la supra-estatidad y la ultra-estatidad, los Estados se
relacionan de un modo igualitario, pues hasta el grado de subordinación que se
genera a favor del entre supranacional (en el segundo caso) o de cesión
voluntaria de la soberanía (en el tercer caso) debe ser uniforme para todos los
Estados intervinientes. En los dos primeros casos (inter-estatidad y supra-
estatidad) a diferencia del tercero (ultra-estatidad), las relaciones entabladas entre
los Estados no procura disolverlos ni convertirlos en entes no soberanos; en todo
caso, procura transformar la soberanía nacionalitaria en una soberanía ampliada
(*57)
Son formas impuras, en el sentido descripto:
d) La trans-estatidad, entendida como la extensión de la capacidad decisional de
un Estado sobre la capacidad decisional de otro Estado derivada de una relación
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III. Conclusiones
CITAS
partir del caso argentino”, en Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL), “Tratados internacionales de protección a la inversión y regulación de
los servicios públicos”, Colección documentos de proyectos, Santiago de Chile,
febrero de 2011, pág. 44 y ss.; “Las demandas contra la República Argentina en el
CIADI y la jurisdicción nacional”, en El Derecho, Suplemento de Derecho
Constitucional, Buenos Aires, edición del martes 20 de setiembre de 2011, pág. 1
y ss.
(*59) En materia de Derecho Administrativo la preocupación por la inserción de
normas e interpretaciones exógenas sobre el derecho nacional es puesta de
manifiesto en: KINGSBURY, Benedict, KRISCH, Nico y STEWART, Richard, “El
surgimiento del derecho administrativo global”, LL.M. International Legal Studies,
Facultad de Derecho New York University, 68 Law and Contemporary Problems,
15 (Summer/Autumn 2005), trad. Gisela Paris y Luciana Ricart.
(*60) La existencia de un derecho de la convencionalidad conlleva un control
judicial de convencionalidad La doctrina del control de convencionalidad, por la
cual se propugna el deber de los jueces de todo Estado parte de la Convención
Americana de Derechos Humanos de controlar la compatibilidad de su
ordenamiento jurídico interno con la Convención, tuvo su formulación inicial en
ocasión de fallar la Corte Interamericana de Derechos Humanos el caso
“Almonacid Arellano c/Chile”, el 26 de setiembre de 2006
(*61) ROSATTI, Horacio, “El llamado ‘control de convencionalidad’ y el ‘control de
constitucionalidad’ en la Argentina”, en La Ley, Suplemento de Derecho
Constitucional, lunes 13 de febrero de 2012, pág. 1 y ss.
(*62) Es recomendable la lectura del dictamen del Procurador General de la
Nación Argentina en la causa “Acosta, Jorge Eduardo y otros s/recurso de
casación”, del 10 de marzo de 2010.
(*63) ¿El juicio por jurados resultaría violatorio del art. 8, inc 2. h) de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos en la medida en que dispone
que “toda persona tiene derecho… de recurrir el fallo ante juez o tribunal
superior”?
¿Los sistemas de casación serían incompatibles con el principio de independencia
judicial que involucra –como dijo la Corte Interamericana de Derechos Humanos in
re “Apitz Barbera y otros (Corte Primera de lo Contencioso Administrativo) vs.
Venezuela”, del 5 de agosto de 2008- el derecho de los jueces de baja instancia a
no verse compelidos a evitar disentir con el órgano revisor de sus decisiones, “el
cual, en definitiva, sólo ejerce una función judicial diferenciada y limitada a atender
los puntos recursivos de las partes disconformes con el fallo originario" (párrafo
84)?
(*64) “El dualismo proclama que el Derecho Internacional y el Derecho interno
constituyen dos órdenes jurídicos separados e independientes, lo que implica que
las normas jurídicas internacionales resultan aplicables al Estado soberano sólo
cuando una norma del ordenamiento interno así lo hubiera establecido”
ACKERMAN, Mario, FERRER, Francisco, PIÑA, Roxana y ROSATTI, Horacio
(Directores), “Diccionario Jurídico”, ed. Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2012, t. II.
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