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cuerpo una novísima Patología del diencéfalo que puede poner en revisión
muchos conceptos considerados, hasta hace poco, como definitivos.
Nuestro espíritu, es cierto, no está encerrado en las dimensiones del
espacio y del tiempo. De un modo que todavía no comprendemos, el espí-
ritu es capaz de evadirse de la continuidad física. De aquí que ciertas acti-
vidades del alma puedan acusar modificaciones anatómicas, así como funcio-
nales, de los tejidos y de los órganos. Sin embargo, lo que llamamos
espíritu, continúa inseparable del cuerpo; es decir, del mundo físico. Es de
continua experiencia para los médicos que las condiciones geoclimáticas,
así como los alimentos, y especialmente ciertos estados patológicos de los
órganos y los humores del cuerpo producen modificaciones profundas en
las funciones del espíritu. Basta que el plasma sanguíneo quede privado de
ciertas sustancias químicas para que las más nobles aspiraciones del alma
se desvanezcan. Cuando la glándula tiroides, por ejemplo, cesa de segre-
gar la tiroxina en los vasos sanguíneos, ya no hay ni inteligencia, ni senti-
do del mal, ni sentido de 10 bello, ni hasta sentido religioso. El aumento o la
disminución del calcio produce en ocasiones un desequilibrio mental. Esta-
mos acostumbrados a observar que la personalidad se desintegra bajo la in-
fluencia perniciosa del alcoholismo crónico. Es clásico el experimento de
Mr. Collum que demuestra la influencia de los elementos químicos sobre la
sique: consiste en que, suprimiendo completamente el manganeso de la ali-
mentación en una rata, ésta pierde el sentido maternal. Por el contrario,
cuando se suministra un extracto de glándula pituitaria, la pro lactina, a ra-
tas vírgenes, adoptan estas a jóvenes ratas, construyen nidos para ellas y
las rodean de cuidadosas asistencias. También estamos los médicos acostum-
brados a ver en la práctica diaria que los sentimientos son profundamente
influídos por ciertas enfermedades. Veamos varios ejemplos: un ataque lige-
ro de encefalitis letárgica puede producir como consecuencia una transfor-
mación de la personalidad. Cuando el treponema pálido comienza a actuar
en el cerebro es frecuente observar que la inteligencia del enfermo se ilu-
mina con los resplandores del genio. Las nuevas drogas empleadas con fines
perversos para arrancar confesiones irresponsables son una prueba más que
confirma cuanto decimos.
Por consiguiente, el estado del espíritu se halla también condicionado
por el cuerpo. El alma y el cuerpo se conjugan en el estado de salud del
hombre en una perfecta armonía. Cuando nos encontramos con un pensa··
miento enfermo, o los sentimientos se hallan desequilibrados por insanas
pasiones, el funcionamiento de los sistemas organizados de la vida han de
verse seriamente amenazados, conforme hicimos notar más arriba al hablar
de la evidente influencia de los elementos del soma sobre nuestra función
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remedio para su mal, y ninguno ve sino la muerte, que con ésta piensa gozar
del todo a su Bien. Otras veces da tan recio, que eso ni nada no se puede hacer
que corta todo el cuerpo; ni pies, ni brazos, no puede menear; antes si está en
pie, se sienta como una cosa transportada, que no puede ni aúnresolgar; sólo
da unos gemidos, no grandes, porque no puede más».
' ... este llevar Dios e! espíritu y mostrarle cosas tan excelentes en estos arro-
bamientos, paréceme a mí conforme mucho a cuando sale un alma de! cuerpo,
que en un instante se ve en todo este bien. Dejemos los dolores de cuando se
arranca, que hay poco caso que hacer de ellos ... Estando en esta consideración,
dlóme un ímpetu grande, sin entender yo la ocasión; parecía que el alma se me
quería salir del cuerpo, porque no cabía en ella ni se hallaba capaz de esperar
tanto bien. Era ímpetu tan excesivo, que no me podía valer, y, a mi parecer, di·
ferente de otras veces, ni entendía qué había el alma, ni qué quería, que tan
alterada estaba. Arriméme, que aun sentada no podía estar, porque ia fuerza
natural me faltaba toda".
Con esta transcripción, sólo hemos querido recoger aquellos pasajes que
más se acomodan, ciertamente, con nuestro punto de vista en esta de-
licada cuestión. No examinamos el capítulo XVIII y otros más, porque esto
nos llevaría muy lejos. Sin embargo, ese capítulo XVIII que trata de la Unión
con el Ser Amado tiene una tónica bien distinta, más optimista y confor-
table. La Santa se recrea en el gozo que le proporciona esa unión extática.
No es que falten aquí los sufrimientos y penas que acompaflan a otros es-
tados extático s más perfectos; esto es, los arrobamientos y raptos, sino que
parece que cuando la visión sobrenatural es más elevada y trascendental,
entonces, quizá por el inusitado esfuerzo o por el impacto que el vuelo del
alma produce en el cuerpo, el éxtasis se desarrolla con efectos más ostensibles
en la esfera física. Ya dijimos anteriormente que no estudiábamos el éxtasis
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do. En cambio, parece más racional pensar que el pintor recogiera la inspi-
ración en su vida espiritual y en sus acaso visiones extáticas. Y que en estas
visiones encontrase los elementos formales de su pintura. Pero. aun cuando
no llegase a tener estos contactos espirituales (como algunos autores supo-
nen) tuvo, en cambio, la ocasión de encontrarse con Santa Teresa en Toledo
y tratar con ella. El Greco vivió más de 40 años después del óbito de la
Santa. Y esta circunstancia inclina a admitir la hipótesis de que El Greco
conociera a la Mística del Carmelo, o al menos, leyera su obra literaria.
Me permito exponer unas breves consideraciones que pueden arrojar
mucha luz en el sendero que hemos iniciado. El Greco llegó por pL'Ímera vez
a Toledo el año 1577. Santa Teresa, en esta fecha, ya tenía fundada su casa
conventual en la ciudad imperial. Cuando El Greco se estableció en la
ciudad del Tajo la Santa era, pues, conocida y admirada en los ambientes
religiosos de Toledo. Había hecho vaL'Ías visitas años atrás a su fundación.
y volvió a ella en Marzo de 1580. Pero el investigador de la Historia se en-
cuentra con un hecho curioso y significativo: El Greco apenas llega aTole-
do traba amistad con el presbítero y gran humanista Don Antonio de Co-
varrubias y Leiva. Puede decirse sin hipérbole que Covarrubias fué el
introductor y la amistad más sincera de El Greco en Toledo. Pues bien,
Santa Teresa nos ha dejado constancia en sus escritos de una cordial rela-
ción mantenida con Don Diego de Covarrubias, Presidente del Consejo de
Castilla, Obispo de Segovia y hermano de D. Antonio. La Santa le consul-
taba con frecuencia sobre las incidencias y dificultades que se presentaban
en la Reforma, pues no en vano fué Diego de Covarrubias uno de los cléri-
gos más distinguidos y prestigiosos en el Concilio de Trento. En cuatro de
sus cartas, las que llevan la numeración romana siguiente: LXX, C, CXXVI
Y CCXL, cita la Santa expresamente a Diego de Covarrubias, y en otras dos,
la CXXVIII y la CCXVI, habla de él encubriéndole bajo el pseudónimo de
Angel Mayor. Y dice en ellas que le favoreció mucho en su fundación de la
capital de su diócesis y en los negocios de la Reforma.
Con estos antecedentes que apuntamos, ¿se puede poner en duda que
Antonio de Covarrubias, íntimo de El Greco, conociera a Santa Teresa? Cier-
tamente no. Todos estos informes que señalamos parecen asegurar con buen
fundamento que Don Antonio de Covarrubias visitase a la Santa en las
ocasiones que ésta frecuentó su fundación toledana. Es más, hay tres car-
tas de Santa Teresa, la C, la CXXVI y la CXXVIII fechadas en Toledo,
respectivamente a 11 de Julio, 2 y 4 de Noviembre de 1576, que nombran
con gratitud e interés a Diego de Covarrubias. Todo, pOl' tanto, nos permite
suponer con bastante certidumbre que Don Antonio de Covarrubias que
había acompañado a su hermano Diego al Concilio de Trento y en el que
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Leamos este otro retazo del capítulo XXXIII de la misma obra, lleno
igualmente de interés.
Otro párrafo del capítulo XXXVIII aCUsa aún má¡: este carácter singular
de las visiones cromáticas de Teresa:
,rbame el Serror mostrando más grandes secretos ... Quisiera yo poder dar
a entender algo de lo menos que entendía, y, pensando cómo puede ser, hallo
que es imposible; porque en sólo la diferencia que hay de esta luz que vemos a
la que allá se representa, siendo todo luz, no hay comparación, porque la clari-
dad del sol parece cosa muy deslustrada».