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es un conocido cuadro del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich. Data del
año 1818. Se trata de un óleo sobre tela que mide 74,8 centímetros de ancho por 94,8
centímetros de alto. Actualmente se conserva en el Kunsthalle de Hamburgo
(Alemania).
La obra representa a un viajero, al que se ha identificado con el propio Friedrich, 1 que
encuentra de pie en lo alto de una montaña elevada, mirando un mar de nubes que queda
debajo. El viajero se encuentra de espaldas. Viste de negro. Adelanta una pierna y se
apoya en un bastón. Se pueden ver los picos de otras montañas saliendo entre la niebla,
mientras que una cadena de enormes montañas ocupa el fondo. La gran extensión de
cielo por encima de las alturas de las montañas del fondo cubre gran parte del cuadro.
Se trata de un paisaje de la Suiza de Sajonia.2 Esta pintura también fue utilizada como
carátula del libro "El Conde de Montecristo" del escritor francés Alexandre Dumas
(padre).
Según una tradición imposible de corroborar, el personaje representado sería un cierto
von den Brincken, en cuya memoria Freidrich habría realizado la obra. Sería, pues, un
cuadro conmemorativo, del tipo de Cuadro en memoria de Johann Emmanuel Bremer,
de 1817. El fondo del paisaje se compone de varios dibujos de la llamada Suiza Sajona,
es decir, la zona montañosa en torno a Schandau, los Elbsandsteingebirge: a la izquierda
se alza el Rosenberg; a la derecha el Zirkelstein. Los estudios originales proceden, en su
mayoría, de los que Friedrich llevó a cabo en 1808 y 1813 en la zona, en esta última
ocasión durante el periodo que permaneció allí refugiado con motivo de la entrada en
Dresde del ejército napoleónico. Como de costumbre, Friedrich se mueve en dos planos,
en la dialéctica entre la realidad y el símbolo. Compositivamente, la obra se estructura
en planos paralelos sucesivos, sin transición posible, eliminados los planos medios. La
niebla, ese elemento en que el pintor veía una especie de manto místico, viene a cubrir
toda posible linealidad en el recorrido visual hacia el horizonte. Este método
característico es muy frecuente y se halla en obras como Bruma matinal en la montaña.
En el primer plano, que en Friedrich siempre posee un tono oscuro, constrastado frente a
la luminosidad del horizonte, se alza el caminante, de un infrecuente tamaño, sobre una
cima rocosa de forma triangular. Aparece de espaldas, como la mayoría de los
personajes del maestro pomerano. Esta atípica forma de representar las figuras ha
llevado a plantear diversas posibilidades interpretativas. Algunos lo contemplan como
un intento de expresar alienación, como un medio de plasmar la imposibilidad de
reconciliar al hombre con la naturaleza, dentro de un contexto histórico concreto. Otros,
sin embargo, consideran que estas figuras de espaldas ocupan una "posición
trascendental", que les sitúa fuera del contexto físico de la naturaleza en que la realidad
externa se funde con el ideal, con lo interior. Es decir, Friedrich se sitúa en la línea de
los escritores y filósofos románticos alemanes, en especial Novalis, y de otros artistas
como Runge, quienes documentaban su experiencia ante el paisaje de un modo
metafísico: cuando contemplaban el mar se sentían inmateriales, por ejemplo. Así, la
figura de espaldas de Friedrich, unida al paisaje como proyección de lo absoluto,
representa un estado en que se alcanza la unidad de la naturaleza y el espíritu en Dios.
Pero el significado alegórico global de la obra ha sido interpretado desde una
perspectiva religiosa: la Fe (rocas) que, alzándose sobre los errores terrenos (niebla),
nos eleva al dominio celeste. El Rosenberg es representación de Dios.
EL GRITO
Autor: Edvard Munch
Fecha:1893
Características:
Este cuadro resulta el gesto más expresivo del arte contemporáneo para significar el
gran desaliento que el hombre moderno sentía ante el fin de siglo y la transición al siglo
XX. Munch nos habla de sus sentimientos cuando pintó esta obra: "Estaba allí,
temblando de miedo. Y sentí un grito fuerte e infinito perforando la naturaleza". Estas
frases tremendas nos hablan de una hipersensibilidad del autor que con la realización de
este cuadro se convierte en altavoz de la angustia existencial que caracteriza el
pensamiento contemporáneo en alguna de sus facetas. La situación personal de Munch
está íntimamente relacionada con esta obra: de personalidad depresiva y traumatizado
por su relación con las mujeres, a quienes odia fervorosamente y se ocupa de retratar lo
más tétricamente posible, en el momento de pintar este cuadro acababa de sufrir el
fallecimiento de su madre. Esto le marcó terriblemente y es uno de los condicionantes
que le impulsaron a emitir este grito visceral. El simbolismo de la imagen es patente en
el rostro agitado del protagonista en primer plano, que es casi una calavera que se
aprieta el cráneo con las manos para que no le estalle. El empleo de los colores,
violentos, arqueados en agresivas bandas de color, es puramente simbólico y trata de
transmitir al espectador el agitado estado de ánimo del autor. Esta sensación se refuerza
con la presencia de dos testigos mudos, lejanos, anónimos, dos figuras negras que se
recortan al fondo de una violentísima perspectiva diagonal que agrede la visión de quien
la contempla. Las formas se retuercen y los colores son completamente arbitrarios, tan
sólo intentan expresar el sentimiento del autor y no una verdad racional. Este rasgo es lo
que incluye a Munch en la senda de otros pintores de simbolismo visionario y expresivo
en una tendencia intemporal denominada Expresionismo.
El pintor noruego se encontraría caminando en una colina desde la que se contemplaba
la ciudad de Oslo, cuya silueta borrosa se adivina en el fondo. La figura del primer
plano mira hacia el espectador con las manos sobre los oídos, y la boca abierta en
un gesto de angustia existencial que resalta su soledad. En cuanto al color rojo del
cielo, podría deberse a la erupción de un volcán situado en Indonesia, cuyos efectos se
pudieron contemplar durante meses a lo largo y ancho del mundo.
EL HOMBRE DE VITRUVIO
En su Studio (Real Academia de Venecia), también conocido como El hombre de
Vitrubio, Leonardo da Vinci realiza una visión del hombre como centro del Universo al
quedar inscrito en un círculo y un cuadrado. El cuadrado es la base de lo clásico: el
módulo del cuadrado se emplea en toda la arquitectura clásica, el uso del ángulo de 90º
y la simetría son bases grecolatinas de la arquitectura. En él se realiza un estudio
anatómico buscando la proporcionalidad del cuerpo humano, el canon clásico o ideal de
belleza. Sigue los estudios del arquitecto Vitrubio (Marcus Vitruvius Pollio ) arquitecto
romano del siglo I a.c. a quien Julio Cesar encarga la construcción de máquinas de
guerra. En época de Augusto escribió los diez tomos de su obra De architectura, que
trata de la construcción hidráulica, de cuadrantes solares, de mecánica y de sus
aplicaciones en arquitectura civil e ingeniería militar. Vitrubio tuvo escasa influencia en
su época pero no así en el renacimiento ya que fue el punto de partida de sus intentos y
la justificación de sus teorías. Su obra fue publicada en Roma en 1486 realizándose
numerosas ediciones como la de Fra Giocondo en 1511, Venecia o la de Cesare
Cesarino en 1521, Milán, dedicada a Francisco I. Parece indudable que Leonardo se
inspiró en el arquitecto romano.
El hombre de Vitrubio es un claro ejemplo del enfoque globalizador de Leonardo que se
desarrolló muy rápidamente durante la segunda mitad de la década de 1480. Trataba de
vincular la arquitectura y el cuerpo humano, un aspecto de su interpretación de la
naturaleza y del lugar de la humanidad en el "plan global de las cosas". En este dibujo
representa las proporciones que podían establecerse en el cuerpo humano (por ejemplo:
“la proporción aúrea”). Para Leonardo, el hombre era el modelo del universo y lo más
importante era vincular lo que descubría en el interior del cuerpo humano con lo que
observaba en la naturaleza.
En junio de 1816, la fragata francesa Méduse partió de Rochefort, con rumbo al puerto
senegalés de Saint-Louis. Dirigía un convoy compuesto por otras tres embarcaciones: el
buque-bodega Loire, el bergantín Argus y la corbeta Écho. El Vizconde Hugues Duroy
de Chaumereys había sido asignado como capitán de la fragata pese a haber apenas
navegado en 20 años.5 6 La misión de la fragata era la de aceptar la devolución británica
de la entonces colonia de Senegal bajo los términos de franceses de la Paz de París. El
gobernador francés designado para Senegal, el Coronel Julien-Désiré Schmaltz y su
esposa, Reine Schmaltz estaban entre los pasajeros.
En un esfuerzo por lograr hacer un buen tiempo, la Méduse se adelantó a las otras naves,
pero debido a su velocidad fue al garete y se desvió de su curso 100 kilómetros (62 mi).
El 2 de julio encalló en un banco de arena en la costa de África Occidental, cerca de la
actual Mauritania. La colisión se debió ampliamente a la incompetencia de De
Chaumereys, un francés emigrado quien carecía de experiencia y habilidad, pero que
habría conseguido esa comisión como resultado de un acto de favoritismo político. 7 8 9
Los esfuerzos por liberar el barco fueron infructuosos, así que, el 5 de julio, los
aterrados pasajeros y la tripulación intentaron viajar los 60 kilómetros (37 mi) que los
separaban de la costa africana en los seis botes de la fragata. Aunque la Méduse llevaba
400 personas, incluyendo una tripulación de 160, en esos botes solo había espacio para
250 de ellas. El resto de la dotación del buque -al menos 146 hombres y una mujer— se
apiñaron en una balsa apresuradamente construida de 20 metros de largo por 7 de
ancho, la cual se sumergió parcialmente una vez que fue cargada. Diecisiete miembros
de la tripulación decidieron quedarse a bordo de la Méduse. El capitán y la tripulación a
bordo de los otros botes intentaron arrastrar la balsa, pero después de sólo unos pocos
kilómetros, las amarras de la balsa se soltaron por sí solas o alguien las soltó. El capitán
dejó a los pasajeros de la balsa entregados a su suerte. La situación se degradó
rápidamente, desde la primera noche 20 hombres se suicidaron o habrían sido
asesinados, ya que para el sustento de la tripulación de la balsa sólo se les entregó una
bolsa de galletas del buque (consumida en el primer día), dos contenedores de agua
(perdidos por la borda durante las peleas) y unos barriles de vino.10
Según el crítico Jonathan Miles, la balsa arrastró a los supervivientes "hacia las
fronteras de la experiencia humana. Desquiciados, sedientos y hambrientos, asesinaron
a los amotinados, comieron de sus compañeros muertos y mataron a los más débiles."4 11
Después de 13 días, el 17 de julio de 1816, la balsa fue rescatada por la nave Argus
únicamente por suerte ya que no hubo ningún intento de búsqueda de la balsa por parte
de los franceses.12 Al momento del rescate solo habían sobrevivido 15 hombres; los
demás habrían sido asesinados o arrojados por la borda por sus propios camaradas,
muertos por inanición, o se habrían arrojado ellos mismos al mar en su desesperación. 13
Este incidente se convirtió en una enorme vergüenza pública para la monarquía
francesa, recientemente restaurada en el poder después de la derrota definitiva de
Napoleón.14 15
La pintura no tiene simetría, sino que presenta más bien un desorden intencionado
acorde con el tema representado. Varias líneas directrices (una de ellas la principal), dos
planos (primero la balsa y de fondo el paisaje), en definitiva, una estructura piramidal
sobre una base inestable (el mar).
Una línea parte del cadáver de la izquierda con las piernas en el agua y asciende hasta el
marino que agita un trapo en dirección al barco que acude al rescate. La disposición se
ajusta a la realidad histórica: los 15 náufragos de la balsa de la Méduse fueron
rescatados por el Argus. El sentido ascendente de la línea marca la sucesión de
sentimientos experimentados por los náufragos, desde la desesperación a la esperanza.
También la luz refuerza esta idea de final de la odisea con las nubes más negras a la
izquierda, y el cielo más luminoso en la lejanía y recortándose entre las cabezas de los
marinos más destacados. Finalmente, se corresponde con la mirada clásica del
espectador occidental, que "lee" la pintura de izquierda a derecha.
La balsa, levantada por las olas, se adentra oblicuamente al interior del espacio
pictórico. La figuras agrupadas, configurando una pirámide, acentúan ese movimiento
"hacia dentro".
Géricault ha reducido considerablemente el tamaño del barco rescatador en su pintura,
hasta el punto que lo representa como un pequeño punto apenas sugerido en el
horizonte. Si observamos la vela de la balsa, nos damos cuenta de que el viento sopla en
una dirección que no acerca precisamente la balsa al barco: hacia la izquierda, en
sentido contrario al de la lectura; podríamos decir que simbólicamente el viento sopla
hacia la muerte. Además tiene un efecto negativo sobre el equilibrio de fuerzas de la
escena.
Perspectiva: No hay punto de fuga, ya que las otras dos bordas de la balsa están ocultas
por los personajes que se encuentran en ella. El encuadre es frontal.
Tipo de espacio: espacio "teatral", compuesto (los personajes están dispuestos
formando una curva que se dirige a la esquina superior derecha del lienzo).
Colores: La paleta es muy reducida, va del beis al negro pasando por los tonos pardos
claros y oscuros. Consigue, de este modo, una atmósfera de tonos cálidos con colores
armonizados que produce una impresión dramática de angustia y desamparo. El color
dominante es el beis oscuro y apagado. Sin embargo, existe un elemento que se destaca
del resto por su color: se trata de la estola rojiza que lleva el anciano que sujeta un
cadáver con la mano, en la parte izquierda inferior del cuadro.
Pincelada: El romanticismo se caracteriza por una pincelada suelta y unos contornos
imprecisos, como es el caso de este lienzo.