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NADIE ES INOCENTE

por Analía Pinto

En marzo de 1933 un hombre huye, en tren, de Berlín. Mucha gente lo hacía entonces, pero
este no es un hombre cualquiera: es Fritz Lang, el famoso director de cine. Y huye porque no
quiere formar parte de lo atroz, de lo verdaderamente degenerado, que ya no es el arte
expresionista sino el nazismo. Este hecho histórico es el punto de partida que eligió Lucía
Laragione para su obra teatral “El reino de las imágenes nítidas”, una acertada composición
entre los hechos reales y las fantasmagorías que pueblan la cabeza del aturdido Lang en su
viaje desesperado hacia París, puesta en escena por la Compañía Knuck, con la dirección de
Diego Cosin.
Así, en el inicio de la obra, vemos a Lang (interpretado por Alejandro Genusso) en el lujoso
compartimiento de un tren, donde luego de esconder dinero bajo la alfombra, es abordado por
un guarda (interpretado por Javier Maestro) que, en lo avanzado de la hora y en la confusión
de la huida, bien podría ser un adepto de las juventudes hitlerianas (de hecho, se juega con
esta ambivalencia —sin recargar las tintas— hasta el final, cuando el tren ya ha arribado a
París y el guarda levanta el brazo a modo de saludo, en lo que parece un trunco saludo nazi).
En este clima pesadillesco, onírico, fantasmagórico, por momentos policial, por momentos
grotesco, en el que los bordes entre la realidad y la ficción se borran, en los que la ilusión
escénica se reproduce incluso dentro de sí misma, transcurren los 55 minutos de la función.
La puesta teatral, sobria, cuidada, se completa además con la proyección de diapositivas con
imágenes que ilustran no sólo lo que sucede en escena sino que remiten a fotogramas de los
films de Lang (como “M, el vampiro”) y a la estética predominante en aquel período, el
expresionismo alemán, un arte “degenerado” y contrario a las ideas purificadoras y
tradicionalistas que impulsaba el nazismo y principalmente su ministro de Educación y
Propaganda, Joseph Goebbels.
Es justamente Goebbels —en la magnífica interpretación de Álvaro López— quien no sólo
prohíbe el último film de Lang, “El testamento del doctor Mabuse”, sino también quien le
pide que se haga cargo de la Cámara de Cinematografía Nacionalsocialista. Durante la tensa
entrevista, Lang mantiene un silencio perturbador mientras que Goebbels deja caer sus
palabras con milimétrica precisión. El director, sintiéndose acorralado, apela a su,
paradójicamente, carta de salvación: “tengo ascendencia judía”. Goebbels, impertérrito,
observa que ya lo sabían y, a continuación, susurra: “nosotros decidiremos quién es judío y
quién no lo es”.
Baste este pequeño fragmento como muestra de los temas que sobrevuelan sin cesar y con
profundidad cada vez mayor la obra: la hipocresía, la falsedad, el terror, el miedo, el
fanatismo, el papel del arte y de los artistas en la sociedad y en los regímenes políticos, entre
otros. En uno de los cuadros, por así llamarlos, que desfilan por la imaginación de Lang
mientras el tren lo lleva lejos de ese infierno pero, a la vez, lo sumerge cada vez más en su
propio infierno, se ve a sí mismo brindando un grandilocuente discurso tras haber aceptado el
cargo ofrecido por Goebbels. Lang, exaltado, subido a una tribuna decorada con el águila
nazi, proclama: “El papel del arte no es revolcarse con fruición en la inmundicia, su misión
nunca será reproducir la descomposición, dibujar cretinos para simbolizar la maternidad,
pintar jorobados subnormales para representar la fuerza viril...”. Y a continuación, poseído
por una fuerza ajena a sí mismo, dice: “El cambio artístico debe ser símbolo del cambio
político. Nosotros hemos vivido el impresionismo, la nueva objetividad y ahora hemos
conquistado el reino de las imágenes nítidas”. Las imágenes nítidas son aquellas que sólo
están al servicio de una causa atroz, con la que Lang no puede, como sí lo hará su mujer, Thea
von Habour (interpretada por Antonia de Michelis), pactar.
Si hay un recurso sobre el que la obra gira en torno es del teatro dentro del teatro. Dos
momentos son los que más sobresalen en este sentido: el primero, cuando el misterioso
personaje, interpretado por Alejandro Mazza, P. K. (un criminal al que recurre Lang para
conseguir los negativos de su película antes de que sean destruidos, pero también —quizás—
el propio Peter Kütler, el “vampiro de Dusseldorf”, temible asesino serial sobre el que Lang
realizó su film “M, el vampiro”) obliga a Lang y a su mujer, Thea von Habour, a representar
el momento en el que el verdadero Kütler le confiesa a su mujer que él es el asesino que todos
buscan; y el segundo cuando Thea finge su muerte frente al propio Lang para obligarlo a éste
a aceptar el cargo que le propusiera Goebbels. El teatro, del mismo modo que las “imágenes
nítidas”, es usado así para lograr fines espurios y también para dejar en claro que nadie, ni
siquiera el propio Lang, como sus propios demonios y temores se lo demuestran, que huye y
recién en 1942 podrá ver estrenada su película prohibida por Goebbels, es inocente.

Funciones: sábados, a las 21hs


Teatro Payró: San Martín 766
Informes y Reservas: 4312-5922
Entrada: $25. Descuento a estudiantes y jubilados
Para más información: www.reinodelasimagenes.com.ar

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