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Category: Romance
Genre: 18años, amor, erotismo, erótica, ficción, mafia, pasión, pianista,
piano, romance, wattpad
Language: Español
Status: Completed
Published: 2020-10-26
Updated: 2022-12-24
Packaged: 2023-02-01 21:15:34
Chapters: 58
Words: 221,763
Publisher: www.wattpad.com
Summary: DUOLOGÍA CENIZAS - Libro II (completa). Siete meses han
pasado y lo que creían vuelto cenizas, ha conseguido resurgir gracias a una
chispa que no pensaron que se activaría. La pasión y la tensión sexual
determinará un antes y un después en las vidas de Adèle Leblanc e Iván
Otálora. Un reencuentro que no estuvo en sus planes, pues se prometieron
con la mirada no volver a verse, sin embargo, el destino volverá a hacer de
las suyas juntándolos en el lugar menos esperado. Esta vez, todo será más
intenso, más potente, con los sentimientos a flor de piel pues el rencor, el
resentimiento y el desconsuelo no han desaparecido. Nuevas consecuencias
aparecerán después del cara a cara y lo que creían que se había extinguido,
volverá a encenderse para arrasar con todo. ¿Podrán hacerle frente y ser
capaces de superar los obstáculos y los problemas que quedaron pendientes
o dejarán que el fuego los consuma por separado? _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ ADVERTENCIA Contenido adulto
(+18). Escenas sexuales explícitas, consumo de drogas, lenguaje soez. Se
trata de un primer borrador. Fecha de publicación: 19 de junio del 2021
Fecha de finalización: (en proceso) Copyright © Todos los derechos
reservados. Anastasia Untila, 2021
Language: Español
Read Count: 3,568,783
ANTES DE LEER
¡Bienvenidos y bienvenidas!
***
Si llega una escena que no te gusta o simplemente ves que para ti carece de
sentido, te pido que no des una opinión destructiva, nadie ha nacido
sabiendo escribir y yo no soy una profesional en este entorno.
* * *
Está novela está protegida bajo los derechos de autor. Queda totalmente
prohibida la reproducción, manipulación y alteración total y/o parcial,
realización de obras derivadas o nuevas obras que incluyan parte de su
contenido, en cualquier forma o por cualquier medio sin el permiso previo y
por escrito del autor de la obra.
También aclaro que el booktrailer está hecho por mí (el logo que aparece al
inicio es mío).
Sin nada más que añadir, me despido y ya nos veremos el 19 de junio con el
primer capítulo.
https://www.youtube.com/watch?v=up6MS3mHdBA
***
Manchado de carmín quedará aquel que ose pensar en aniquilarla, aquel que
intente destrozarla sin miramiento, puesto que ella se defenderá, se
protegerá de sí misma si es preciso ya que no se permitirá acabar, de nuevo,
en la absoluta desdicha.
Tuvo la ocasión, tiempo atrás, de experimentar tal sentimiento,
incapacitando su avidez a seguir contemplando el día a día, aniquilando por
completo su armonía como también su firmeza, imposibilitando volver a
obsequiar su confianza con tanta simpleza.
Es por este mismo motivo que tomó la decisión a no volver saborear tal
sensación en lo que su existencia restaba, creando de esta manera un escudo
que no la hiciera volver a caer en la insufrible tristeza. No permitiría verse
rota de nuevo, no otra vez.
Adèle Leblanc
Capítulo 1
SUR DE FRANCIA
Adèle
Dejo escapar el humo por la boca mientras acuesto la cabeza sobre el
respaldo del sofá poniéndome un poco más cómoda. No soy capaz de
contener la pequeña risa ni el suspiro que se me escapa. Es de los pocos
momentos durante el día donde logro ser completamente feliz dejando la
mente en blanco por completo.
Sin embargo, han pasado siete meses desde lo sucedido y nada parece haber
cambiado, el recuerdo persiste y no sé qué hacer para olvidarlo sin tener
que recurrir a las pastillas.
Supongo que tendré que ir pidiendo cita con otro psicólogo. Esa es mi
filosofía de vida ahora, cualquier cosa que no me gusta, me deshago de ella
para conseguirme algo mejor. No hay ningún tipo de drama de por medio,
me es indiferente absolutamente todo.
Supongo que el efecto del porro está empezando a hacerme efecto. Estoy
relajada y tranquila mientras por mi cabeza no pasan otras imágenes que no
sean divertidas y absurdas.
Durante esas dos semanas después del último adiós y del entierro, me
dediqué a organizar la gira mundial junto a mi representante, el cual no hizo
ninguna pregunta respecto a la repentina decisión. Era mejor así, sin
preguntas, sin nada que me hiciera rememorar esos días los cuales bauticé
como días grises. Yo pedía y él me lo cumplía, así de fácil.
Otras dos semanas más tarde, ya estaba sobrevolando el atlántico rumbo a
América.
—Una hamburguesa doble con extra de queso y pepinillos —me giro hacia
él y puedo ver cómo tiene los ojos cerrados pasándose la lengua por los
labios, visualizando su plato—. Yo lo veo, ¿qué quieres hacer? ¿Vamos a
comer a algún sitio o pedimos que nos lo traigan?
—¿Matarla?
—Déjala que se pudra en la cárcel, aislada y atada sin que tenga ningún tipo
de contacto con el exterior. Matarla sería hacerle un regalo que lo recibiría
encantada.
—Agradezco todo lo que habéis hecho por mí, pero no quiero saber nada,
no lo soportaría —la interrumpí pues me dio esa sensación de que iba a
hablarme de algo que no me apetecía escuchar.
—Y tú un asqueroso aprovechado.
—¿No dijiste que sabías de algún sitio? Félix, haz el favor de centrarte.
—Algo tendrá que ver —se limita a contestar, repitiendo mis palabras—.
Me apetece algo ligero, ya sabes, la dieta, no me puedo permitir nada
grasiento ni alto en calorías, los carbohidratos los justos.
—Mañana la retomas.
Hace que me ría de nuevo pues se comporta como si fuera un niño pequeño,
sin embargo, lo agradezco, no necesito nada más, no necesito a nadie que
no deje de atosigarme a preguntas, preocupándose cada dos por tres por
cómo estoy, no quiero que se comporten a mi alrededor como si estuviera
hecha de cristal.
A veces pienso que de verdad todo fue mi culpa, que nunca tuve que
haberme ido con Rodrigo aquella noche.
Estoy bien así, o por lo menos, eso es lo que intento. Sin sentir, sin dejar
que nadie más acceda a mi corazón el cual ahora mismo se encuentra
congelado.
—Eso pensaba.
—Pero las tendré algún día y hay que estar preparado, la belleza se acaba y
tengo que encontrar aquella crema que me mantenga así un poquito más.
—No digas tonterías, cielo —niega con la cabeza y hace un sonido con la
lengua—, la opinión de los demás me resbala tres cojones y medio, la
prioridad es mi felicidad y yo soy feliz viéndome divino de la muerte.
Sonrío ante sus respuestas mientras apoyo el codo sobre la mesa juntamente
con la cabeza sobre la palma de la mano. Me concentro en Félix, sin prestar
atención a todo lo que se encuentra tras mi espalda.
Cierro por un momento los ojos esperando a que siga hablando como
usualmente hace, pero su silencio hace que los vuelva a abrir, viéndole. Ha
puesto su mirada en mí, rápidamente mostrándome una pequeña sonrisa.
Frunzo el ceño ante su gesto.
—¿Qué te pasa?
—Nada, tengo hambre —niega con la cabeza—, soy impaciente para estas
cosas.
Sin darse cuenta, vuelve a mirar sobre mi hombro, levantando levemente la
cabeza. Es entonces cuando decido girarme y sin mostrar ninguna emoción,
la imagen de Iván aparece en la televisión. El volumen no está alto y
juntamente con el jaleo del bar, no se puede oír del todo bien.
El sonido del plato colocado en la barra hace que parpadee un par de veces,
despertándome. Me recoloco sobre el taburete mirando la hamburguesa
frente a mí.
»—¿Estás bien?
—Pensaba que era uno de los temas prohibidos —sigue diciendo mientras
da un mordisco a la suya—. Oh, por Dios bendito, después le daré un
aplauso al chef porque está exquisita.
Ese mismo día que me encontré con Félix en Colombia dejó que hablara
durante horas, él no dijo nada mientras me escuchaba, permitiendo que me
desahogara. Le conté absolutamente todo, desde el momento que me dio la
jeringuilla para amortiguar el dolor de muñeca que tenía hasta que me
levanté ese día en mi apartamento después de que Mónica me tuviera
secuestrada durante cinco días.
Ese día también me quedé seca de tanto llorar. "Cuando el cuerpo te pide
llorar, hazlo, no escondas esas lágrimas. Llorar está bien". Me dijo.
—Ya sabes cuáles son —me limito a decir.
—Mi vida me gusta tal cual está, no me hace falta nada más.
—¿Estás segura?
—Si no sientes nada... —juega con una patata, paseándola sobre su labio—,
¿tampoco celos?
—¿Celos?
—Porque lo amas.
Vuelvo a mirarle.
—Le quise —respondo—, y sentí algo muy fuerte por él, pero eso se ha
acabado, no está en mis planes buscarle, tampoco llamarle, me alegraré
cuando vea que está rehaciendo su vida ya que nunca fue mi intención que
me esperara.
—No culpo a Iván, no después de todo lo que hizo por mí, pero no quiero
volver con él, no quiero volver a entrar en una vida donde me sienta
amenazada debido a su pasado. La mayoría de las cosas que Mónica hizo
fue en rencor hacia Renata.
—Yo tan solo quiero que seas feliz y te sientas en paz contigo misma, pero
para eso debes cambiar algunas cosas de tu vida.
—Te he dicho que estoy bien así, no vuelvas a insistir con el mismo tema
una y otra vez.
—Bueno —dice un instante después—, ya llegará la hora, solo hay que ser
pacientes. ¿Estás nerviosa por el concierto de mañana? —Cambia de tema.
Miro la hora. Son las 2 de la mañana y todavía sigo aquí, con los ojos
abiertos.
Lo malo de todo esto es que mañana tengo que levantarme temprano para ir
a hacer otro ensayo general junto a la orquesta para después prepararme. Se
trata de otro concierto para no sé qué acto social, tampoco le presté mucha
atención a Rafael cuando me lo explicó.
Le pedí a Rafael una gira mundial y la estoy haciendo junto a todo lo que
conlleva, ya sea entrevistas, firmas, hablar con los periodistas y encuentros
sociales. La estoy haciendo porque me permite desconectar ya que me
encierro en mi propia burbuja y dejo que el día pase hasta que se hace de
noche y vuelta a empezar.
***
—¿Acordarme de qu...
—Antes de empezar la gira, hace meses, te dije que hubo un cambio de
última hora, el concierto que estaba programado para Lisboa finalmente se
anuló y para no perder el itinerario, fue reemplazado por Madrid, me dijiste
que te parecía bien.
—Te pasé el calendario con las fechas, las ciudades y los días de ensayo y
me diste el visto bueno, ¿sigues sin acordarte? ¿Te enseño el documento
firmado?
Tengo vagos recuerdos de los primeros días antes de la gira, la mayoría del
día iba prácticamente ida de todas las pastillas que consumía durante la
semana.
—Cuatro.
—¿Y luego?
—No seas testaruda, por favor, no te digo que dejes de tocar, simplemente
tómatelo con más calma, ¿no tienes ganas de volver a Barcelona? Me dijiste
que estabas en un proyecto, puedes centrarte en eso. Con esta gira has
ganado lo suficiente para no volver a trabajar en un par de años —intenta
bromear—. Te tengo que colgar, tengo una llamada importante que atender,
llámame si necesitas cualquier cosa.
Las cicatrices fueron visibles durante bastante tiempo hasta que decidí
taparlas con un tatuaje que reflejara cómo me estoy sintiendo ahora mismo.
Un tatuaje grande, que abarca casi la totalidad de la espalda. No dejo que
me lo vean salvo que ya no tenga más remedio que enseñarlo.
Una pieza que nació durante una madrugada en la cual no podía dormir, ni
siquiera apunté las notas durante esa noche, en el momento que me senté en
la banqueta frente al teclado, mis manos empezaron a moverse solas.
https://www.youtube.com/watch?v=JgiLIFjO4Ng
De pronto, soy capaz de apreciar unos ojos, que por más que quisiera, no
sería capaz de olvidarlos. Me quedo muy quieta en mi lugar mientras
intento distinguir su rostro.
No.
Cierro la mirada durante unos pocos segundos mientras me concentro en el
piano, aprieto las manos sobre mi regazo, tratando de calmarme.
Oficialmente Adèle e Iván están de vuelta y con este libro, daremos un final
a su historia *se va a llorar de solo pensarlo*
(pd. sabéis que no pido una cantidad de votos para actualizar, pero al ser
una mini maratón el mismo día, es para saber que la mayoría ha leído).
PHÉNIX
Iván
Lo cierto es que desde hace meses han dejado de apetecerme muchas cosas.
No recuerdo la última vez que me levanté con buen humor.
En siete meses podrían haber pasado muchas cosas, sin embargo, mi vida ha
continuado cómo había sido antes de conocerla, sin ataduras, sin nada a lo
que aferrarme, sin temor a que mi corazón se vuelva débil.
Me paso una camiseta negra por encima y no cojo nada más excepto las
llaves de casa y la correa para Phénix, que se le puede observar el
entusiasmo en la mirada al saber que vamos a salir a correr a fuera.
Una vez en la calle, a pesar de que lleve la correa, no lo ato, lo dejo suelto
mientras empiezo a caminar por las calles con él a mi lado hasta que
llegamos al paseo marítimo de Barcelona.
Me detengo frente al mar, a unos pocos metros del agua y observo cómo
otro perro está intentando acercarse. El mío se mantiene quieto, pero en una
postura rígida, de alerta, sin embargo, noto su intención de querer
aproximarse.
—Quieto.
Con esa simple palabra, su postura ha cambiado a una sentada. El dueño del
perro me dedica una mirada para después tirar de la correa y empezar a
caminar en dirección contraria.
Me siento sobre la arena pasados unos segundos y dejo que Phénix corra
libre por la zona después de ordenarle otra instrucción.
—¿Iván?
Me giro hacia la dueña de esa voz que cada vez, está siéndome más
familiar. Se trata de la hermana gemela de Paulina, Sofía. También va
vestida con ropa de deporte, así que supongo que también ha salido a correr.
—Hola.
—Siempre pensando en trabajo —se ríe—. ¿No haces nada más divertido
aparte de reuniones y viajes de negocios?
Deja escapar una risa divertida mientras intenta acercar una mano para
acariciar a Phénix, sin embargo, el perro se aleja un par de pasos hacia
atrás, escondiéndose tras mi espalda.
—No es por ti, le cae mal todo el mundo, tampoco le des mucha
importancia.
—Bueno, nunca sabes lo que podría llegar a pasar —se cruza de brazos—,
aunque si crees que lo tienes controlado, está bien, no me queda otra que
confiar en ti —sonríe de nuevo.
—Claro.
No hay nada mejor que el sexo casual y sin sentimientos, de esta manera me
evito dolores de cabeza.
***
Pocas veces se suele quedar solo, pero cuando lo hace, se porta bien
después de que le enseñara que no podía estar rompiendo todo lo que se le
daba la gana.
Parece mentira que hayan pasado tantas cosas en tan solo un año, desde el
viaje a Ibiza, todos los encuentros que tuvimos, el poemario que le regalé
por su cumpleaños, cuando me di cuenta de que ella sería la única mujer
para mí, la violación, el secuestro, la muerte de su sobrina y su hermano y
ella desapareciendo de mi vida.
Adèle Leblanc me quemó como solo ella podía hacerlo, pero me sepultó en
cenizas cuando se fue dejándome en claro que, como ella, no habría nadie
más que pudiera ser capaz de encenderme.
Trago saliva y vuelvo a abrir los ojos intentando enfocarla, no creo que sea
ella, no puede ser ella. Visualizo un sitio libre y sin pensármelo dos veces,
detengo el coche sin perderla de vista.
—Te vi salir del coche mientras aparcaba —sonríe y puedo observar el café
que lleva en la mano—. ¿Estás bien? Pareces distraído.
Aprieta el botón de alguna planta, haciendo que el ascensor se ponga en
marcha.
Su falda negra de tubo junto a la camisa del mismo color que lleva no se me
pasa por alto, remarcando su pequeña cintura junto a las curvas de sus
caderas. Esta mujer es preciosa y sabe cómo caminar para llamar la
atención.
—La estaré esperando, señorita Santos —ni siquiera soy consciente del
porqué acabo de emplear el usted.
De su parte, tan solo recibo una pequeña risa mientras da un paso hacia
atrás aproximándose a las puertas que están a punto de abrirse.
—¿Desde cuándo te expresas tan formal con las mujeres con las que tienes
sexo? No me hables de usted, que tampoco tengo tanta edad —se vuelve a
reír y sale del ascensor, no sin antes añadir—: Nos vemos luego.
Lo peor de todo esto es que no sé por qué me siento así, porqué dejo que me
afecte tanto, porqué no me permito avanzar, dejar de pensarla, dejar de
hacer alusión a todo aquello que me recuerda a ella.
Todo lo que dije que quería evitar, me está sucediendo porque fui un
gilipollas que se dejó cegar por el amor.
Minutos más tarde, entra Clara con la carpeta y la tablet en sus manos y sé
que mi día acaba de empezar.
—Dentro de una hora tiene la reunión con los accionistas para establecer las
condiciones del contrato del nuevo proyecto, más tarde, la entrevista con el
periodista respecto a su carrera y sus inicios —posa su mirada sobre la
pantalla mientras continúa diciéndome más cosas—, y por último, tendría
que revisar estos documentos —me deja la carpeta sobre el escritorio—,
para luego firmarlos.
—¿Algo más?
—¿Sin embargo?
—¿Qué evento?
—Se trata de un baile de máscaras que organiza una pareja con influencia
en la política, bastante poderosa, cabe destacar, el objetivo de este
encuentro es realizar una subasta de diferentes objetos de valor para una
recaudación de fondos. Se realizará en Madrid el sábado por la noche.
—Pero, señor...
—De máscaras, señor —me corrige, pero fijo mi mirada en ella para que
vea que no estoy para esas tonterías—. Perdone —habla en un hilo de voz
—. De igual manera tiene una reunión en Madrid con uno de los clientes
para cerrar el acuerdo de la venta del nuevo producto. Está programada para
el viernes y no se puede aplazar.
Dice algo más, pero poca atención le presto pues me concentro en los
correos sin abrir que tengo en mi buzón de entrada, sin embargo, noto
cuando se va, cerrando la puerta detrás de ella.
—¿Mamá?
—¿No puedo preguntarte cómo estás? Hace días que no sé nada de ti y por
no decir que la última vez que te vi fue hace semanas.
—Estoy bien —respondo mientras cruzo las manos sin dejar de leer el
documento que tengo en frente—. No hay nada nuevo, no tienes por qué
preocuparte.
—Pero lo hago.
—No tienes por qué —repito—. Estoy bien, trabajo todo el día, me voy a
casa a dormir y vuelta a empezar al día siguiente. Todo muy aburrido.
—No me digas a qué le debería dar importancia, sigo siendo tu madre, así
que ten en cuenta con quién estás hablando.
—No.
—Vendes y fabricas armas, querido, tienes que dar una buena impresión
siempre, pero para eso, tienes que salir. Lleva a Sofía contigo, por lo visto,
habéis congeniado muy bien.
—Yo diría que algo más que eso —noto cómo deja escapar una pequeña
risa, pero no sé si eso ha sonado como una especie de burla o qué—. Espero
que te lo pases bien el sábado, ya me contarás.
Sin dejar que sea capaz de responder, cuelga la llamada, dejándome con las
manos cruzadas sobre el regazo con la mirada clavada en el techo.
Parece mentira que siga teniendo 32 años, sin embargo, Renata Abellán
sigue haciendo conmigo lo que le da la jodida gana.
—Sí, señor —contesta a través del aparato y cuelgo el teléfono con algo
más de fuerza de lo normal.
Odio que me digan cómo y cuándo tengo que hacer las cosas.
—¿Me llamabas?
—¿Qué noticia?
—El sábado, en Madrid —enarco una ceja esperando a que me diga algo,
pero se mantiene en silencio con una cara divertida—. Déjate de tonterías,
ya sabes de lo que te estoy hablando.
—Un evento.
—Lo siento, solo bromeaba —admite y puedo ver como acorta la distancia,
acercándose otro poco más hasta que siento su roce en mi pierna—. Estoy
enterada ya, de hecho, te lo iba a decir hoy. Estaría bien que fueras. Entras,
bailas, hablas con algún que otro cargo poderoso, donas algo y luego te vas.
—Que hablen.
—No me compares hacer una entrevista, además de que fue para una
audiencia limitada por ser en francés, que asistir a un evento organizado por
otro político ricachón cuyo objetivo es una recaudación de fondos que van a
ser destinados para una buena causa.
Otra cosa que me gusta de ella es que es segura de si misma y eso se puede
comprobar fácilmente mientras la observas hablar.
Hago que se mueva para quedarse entre mis piernas y aprovecho para
levantarle la falda unos centímetros más, dándome acceso a la suavidad de
su piel. Sofía baja la cabeza para buscar mis labios y una vez que los
encuentra, empieza a besarme con fervor, introduciendo la lengua casi al
instante.
—Un polvo rápido, ¿me oyes? Tengo que seguir trabajando —murmura
entre jadeos mientras me da acceso a su cuello.
Me dejo caer sobre el sofá con las rodillas separadas mientras busco el
inicio de sus bragas para jugar con el encaje y adentrar la mano en ellas.
Noto como se agita levemente al sentir mis dedos recorrer sus labios
vaginales, abriéndolos y llegar hasta su clítoris.
Por un momento, abro los ojos cuando sus labios empiezan a jugar con mi
cuello y no puedo dejar de sentir su respiración algo acelerada sobre la base
de éste mientras el movimiento se va incrementando.
Renata tan solo quiere ver el mundo arder desde la distancia jeje
HIPNOSIS
Iván
La prensa y los medios pueden ir y comerme los huevos si tanto les apetece
seguir indagando en mi vida privada.
Todo lo que sé de ella es gracias a las personas que trabajan para mí, pues
después de que se marchara, hablé con Renata para decirle que la seguridad
de Adèle se iba a reforzar lo que hiciera falta y se iba a mantener aun
después de la captura de Mónica Maldonado.
Porque en el caso de que venga, lo mejor sería no poner un pie en ese salón.
Necesito sacarme esta duda de la cabeza, por lo que aviso a Clara para que
venga a mi despacho. Unos segundos más tarde, aparece abriendo la puerta
delicadamente.
—Por supuesto, ¿lo necesita para ahora? —Le muestro una mirada cansada
y parece entender que tiene que ponerse a trabajar ahora—. Ahora lo
investigaré —muestra una sonrisa nerviosa.
—No hay ningún artículo o cotilleo hablando del tema, supongo que se
debe a su gira, de hecho, tampoco se menciona nada respecto a ninguna
actuación de piano. Han contratado a un grupo de música para tener ese
aspecto cubierto, pero poco más.
—Según el informe del anuncio de las fechas antes de empezar la gira, esta
semana se encuentra en Lisboa, de hecho, es la última parada. La gira
finalizará en Portugal, después no se sabe a dónde irá.
Porque Phénix, traducido del francés, significa Fénix como aquel ave de
plumaje rojo que es capaz de renacer de sus cenizas.
***
Horas más tarde, casi a la hora de comer, aparece Marco por la puerta con
una sonrisa de oreja a oreja, seguro que con la intención de pedirme algo.
—¿Para qué?
—No.
—¿Qué ha pasado?
—Te la haré corta porque sé que no te gusta que me desvíe del tema y acabe
contándote cosas que no son, la verdad pienso que deberías agradecerme
por la amistad que te ofrezco, ¿crees que alguien aguantará tus ironías,
indirectas y vacíos? —Enarca una ceja.
—Marco —no puedo evitar reír—, ¿por qué cojones eres tan dramático?
—He dejado a Phénix con Clara, mejor que nos demos prisa si no quieres
que le dé un ataque.
—Deberían.
—Marco —repito una vez más—, ¿quieres concentrarte? ¿Qué es eso tan
importante?
—¿Qué?
—Destápate los oídos, has escuchado bien, me quiero casar con Bianca,
llevamos ocho meses juntos y me he dado cuenta de que es la mujer de mi
vida.
—¿Por qué no iba a estarlo? ¿No te alegras por mí? Pídele perdón a mi
corazón roto.
—¿En qué?
—No creo que sea el más adecuado para opinar sobre eso.
—No digas tonterías, mira —adentra la mano en el bolsillo interno de la
chaqueta y saca una pequeña cajita envuelta en terciopelo rojo.
La abre casi al momento dejando ver un anillo de oro blanco, delicado, con
un diamante azul en el centro, también tiene dos pequeñas piedras a cada
lado.
—También tengo que pensar en eso, ¿qué hago para hacerlo especial?
—Te quiero tío, no sé qué haría sin ti, ¿quieres ser mi padrino? Di que sí,
anda, no hagas que te lo suplique.
A pesar de todo lo que pasó, creo que seguimos siendo dos personas adultas
que sabrán estar en el mismo espacio sin gritarse, en el caso de que Adèle
llegue a aceptar la invitación.
—No os preocupéis por mí —empiezo a decir—, que invite a quien quiera,
al fin y al cabo, es tu boda.
• ────── ✾ ────── •
Adèle
Cada vez que me despierto, lo hago con una fina capa de sudor en mi piel
pues mi mente no deja de evocar diferentes recuerdos a lo largo de nuestras
vidas. No dejo de recordarme lo que acabo de perder, torturándome hasta
que las primeras lágrimas empiezan a resbalar por mis mejillas. Llorar en
silencio se ha convertido en una costumbre.
—Sí.
Hago que mis pulmones se llenen de aire para después dejarlo escapar muy
despacio. Trato de concentrarme en el sonido del aire siendo expulsado.
Cierro un momento los ojos mientras doy paso a una larga inspiración. El
aroma sigue siendo el mismo y contengo las lágrimas que amenazan con
salir porque soy capaz de abrazar la paz que se respira aquí.
—Eso no lo sabes.
—Claro que lo sé —replico—, todavía seguirías conmigo —giro la cabeza
hacia Jolie momentáneamente.
—No lo sabes, Adèle, escúchame, nada de lo que pasó fue por tu culpa, no
digas eso —siento la caricia de su mano sobre mi brazo—. No pudiste
haberlo sabido, todo pasó porque tenía que pasar.
—Adèle... —me mira con tristeza—, no te hagas esto, necesitas seguir con
tu vida adelante, tienes que superarlo y dejar que los demás te ayuden.
—No puedo —dejo escapar un sollozo mientras me tapo el rostro con las
manos—, para eso debería arrancaros de mi corazón y no soy capaz de
hacer eso.
—Adèle —advierte.
—Dímelo —me levanto de nuevo, apartándome de él. Observo como Jolie
no deja de mirarme—. ¿Cómo quieres que lo supere si no eres capaz de
decírmelo? ¿Cómo quieres que me despida? Necesito que me lo digas.
No quiero despertar.
—No.
No quiero abrir los ojos para darme cuenta de que ellos no están a mi lado,
tiene que haber una manera de que pueda permanecer con ellos durante un
poco más de tiempo, no quiero saborear de nuevo el abandono.
No.
—Dos.
Siento la mirada llena de lágrimas haciendo que no sea capaz de ver con
claridad.
—Tienes que superar el dolor —acaba por decir él y cierro los ojos cuando
también escucho ese "tres" en mi cabeza, haciendo que me despierte
sobresaltada.
—Quiero que escriba lo que acaba de sentir en un cuaderno con todo lujo
de detalle, ¿puede hacerlo?
Vuelvo a asentir con la cabeza sin abrir la boca, no tengo fuerzas ni para
hablar.
—¿Cuál será el siguiente paso? Digo, tienes el concierto en Madrid, ¿lo vas
a posponer?
***
Doy pasos lentos, haciendo que el sonido de mis zapatos se oiga a cada
pisada hasta que llego hacia el gran piano de cola, negro e imponente,
situado en el centro. Antes de sentarme, hago una leve reverencia hacia el
público quienes no dudan en dedicarme un fuerte aplauso.
Esta noche tan solo seremos el piano y yo, no habrá ninguna orquesta que
me acompañe, así que durante la siguiente hora y media me dejo llevar a
través de las diferentes piezas musicales, deleitando a los demás con el
toque que proporciono a cada una, haciéndola única.
Han pasado un par de días desde esa técnica de la hipnosis que me permitió
volver a ver a mi hermano y a Jolie, a pesar de lo que me dijo el doctor,
todavía no he sido capaz de sentarme y escribir qué emociones sentí en
aquel momento.
Lo intenté varias veces, pero en cada una de ellas acababa por romper el
papel para tirarlo con fuerza a la basura. Tampoco pude dormir durante esas
dos noches, por lo que acabé tomándome unas cuantas pastillas hasta que
conseguí hacerlo.
Sigo tocando el piano sin dejar que ninguna pieza llegue a su fin pues unas
notas antes de que finalice, ya estoy iniciando otra siguiendo el ritmo y la
melodía, hasta que, minutos más tarde, dejo las manos quietas creando un
ambiente de tensión.
Cuento hasta tres lentamente y vuelvo a apretar las teclas eclipsando a todo
el auditorio con la parte más fuerte de la pieza la cual finaliza momentos
más tarde.
—¿Ya has pensado qué harás después de que acabes en Madrid? Hoy es
viernes —comprueba algo en el móvil—. Mañana al mediodía tienes una
comida con unos cuántos músicos y directores de orquesta y después ya
nada. El domingo si quieres descansas paseándote por la ciudad y el lunes
ya te puedes marchar, ¿a qué ciudad quieres que te organice el regreso?
—¿Te puedes crees que has conseguido que me duerma en algunas piezas
por lo bien que has tocado? Felicidades francesita —me abraza y enarco las
cejas hacia él—. No me lo recrimines, míralo por el lado bueno, hipnotizas
tocando el piano, es un gran logro.
—Que sea para dos —interviene mi amigo pasando un brazo por encima de
mis hombros, pero me deshago de su contacto.
—No soy un perchero —le advierto—. Será por unos días, no me quedaré
mucho, después ya veré a donde voy, no te preocupes por eso —sigo
diciendo.
Rafael desaparece del camerino, pero antes de que cierre la puerta, aparece
mi guardaespaldas.
¿UN CAFÉ?
Adèle
—¿Qué pasa?
—Nada.
—He venido por el simple deseo de querer felicitarla por tan magnífico
concierto, creo que ha dejado hipnotizado a más de uno —empieza a decir
sin dejar de mirarme.
—Se lo agradezco —me concentro de nuevo hacia Daniel cuyos ojos azules
no han abandonado los míos.
—Una café, ¿tal vez? Mi intención tan solo es querer conocerla un poco
más, no quiero que se asuste.
Raúl estará cerca vigilando cada uno de sus movimientos, Félix estará a mi
lado sin dejarme sola en ningún momento. No nos iremos a ningún sitio,
permaneceremos en el interior del edificio y no me quedaré más de media
hora con él. No se repetirá y no pasará nada.
Salimos del camerino y nos abrimos paso hacia el pasillo. Raúl nos sigue
por detrás después de decirle que vamos a ir a tomar un café, a su lado se
encuentra el pelinegro entrometido.
—25 años —respondo—, toco el instrumento desde que tengo uso de razón.
—Dos copas y una botella del mejor vino que tengas, gracias.
—¿No me conoces?
—¿Qué haces?
—Se le llama buscar una solución al problema —me limito a decir—. Dado
que la mayoría parece conocerte menos yo y bajo ningún caso voy a aceptar
ese vil chantaje, Internet me podrá poner al corriente.
En ese instante, el camarero vuelve con una botella de vino junto a dos
copas servidas. Daniel agarra las dos y me ofrece una. Las sostenemos uno
frente al otro.
—Hecho, bajo tus reglas será —murmura y hace que choquemos ambas
copas en un brindis—. ¿Te explico lo de ese evento o primero te digo quién
soy?
—Me da igual —me tomo un sorbo de la copa. De su parte recibo una risa
—. ¿Por qué te ríes tanto?
Se equivoca, porque ahora mismo no estoy siendo yo. Estoy ansiosa por
llegar a la habitación del hotel, pero me mantengo serena porque tengo a mi
lado una copa de vino que me calma. También estoy rota, lo que hace que
no me comporte con la misma seguridad que tenía antes. Este tipo no sabe
nada, tan solo está diciendo lo que observa desde el exterior del caparazón.
—¿Cuándo sería?
—Por supuesto que no, ¿por quién me tomas? Quiero que entres de mi
brazo.
—Entonces, ¿soy un trofeo al cual presumir?
De hecho, el nombre del restaurante me suena, creo que habré ido alguna
que otra vez, pero nunca le presté atención a cómo se llamaba el chef.
—Me gusta.
—Gracias, tú también me gustas.
—¿El vino te ha empezado a hacer efecto que añades más letras donde no
toca?
Los vestidos que me ponía para todos los conciertos que he estado dando
durante estos meses se encargaba Rafael juntamente con el equipo de
esteticistas, por lo que tampoco podría utilizar alguno.
—¿Te crees que es tan fácil elegir un vestido y que me quede bien?
—¿No lo es? —Enarca una ceja—. A donde iremos, sí, tengo un amigo que
trabaja en una tienda especializada en vestidos de marca para este tipo de
eventos, no te preocupes.
—No hay problema. Entonces, ¿ya está todo decidido? Avisaré al equipo
que organiza esto que pongan un juego de cubiertos junto con una silla al
lado de mi asiento.
—Muy bien —me acabo la copa de vino—, supongo que será divertido,
escasas veces he llevado máscaras.
—Las sorpresas que te puede dar la vida —esboza una pequeña sonrisa—,
por cierto, mañana por la mañana te vendré a recoger, ¿en qué hotel te estás
hospedando?
—Dime.
—¿Nos?
—Tampoco dramatices.
—Es la verdad —se separa y vuelve a abrir la boca queriendo decir algo
más—. Pero, ¿y las máscaras y qué vestido te pondrás?
***
Esa misma noche, después de que Daniel se fuera, llamé a Rafael para
preguntarle si sabía de la existencia del supuesto baile, me dijo que algo
había oído, pero tampoco le prestó demasiada atención porque yo no había
sido invitada, además de que tenía un montón de trabajo del que ocuparse.
Finalmente, le dije que iría, pero también le pedí que no lo diera mucha
importancia haciéndolo público porque tampoco está en mis planes que los
demás sepan que he sido invitada a última hora.
—¿Estás lista? —Me pregunta Félix desde la cama sujetando el móvil con
una mano.
—Buenos días, señorita Leblanc, Félix —nos saluda Raúl desde el pasillo.
Empezamos a caminar para dirigirnos al ascensor.
—Qué quieres.
—¿Qué posibilidad?
Me puedo fijar en que tiene buen gusto para los coches pues se trata de un
Aston Martin de un color gris oscuro metalizado y ya puedo imaginarme el
ronroneo del motor.
—No nos olvidemos de las máscaras —interviene Félix desde atrás—, ay,
qué ilusión, creo que pocas veces he asistido a un baile de máscaras formal.
—¿Por qué?
—Buenos días, señor Duarte ¿en qué le puedo ayudar? —Contesta una voz
varonil segundos más tarde.
—Es algo así como su ex —responde Félix por mí—, tuvieron una relación
intensa, las cosas no salieron muy bien y al final rompieron, ahora están en
plan modo orgulloso evitándose a toda costa, por lo menos aquí la sexy
francesa sí, no sé qué es de la vida de ese hombre.
—Igualmente, señor.
Corta la llamada.
—No me las des, no es fácil pasar por una ruptura —contesta—. Oye... si
no te apetece ir a la fiesta, no hace falta que me acompañes, pensándolo
bien creo que ha sido un poco precipitado.
—Nos —corrige.
***
Se trata de un vestido largo de color negro, con una obertura hacia un lado
enseñando la longitud de la pierna mientras que la parte de arriba está
recubierta por lentejuelas negras, además de que tiene un escote bastante
pronunciado. Es de manga larga y tiene la parte de la espalda tapada.
—¿Ya estás lista? Vamos que llegamos... wow —se sorprende Félix
deteniéndose en el marco de la puerta—. Estás increíble, me siento muy
afortunado de ser tu amigo.
»—No me quites lo único que ahora mismo me funciona, tengo que seguir
manteniendo el ritmo, tengo que seguir moviéndome porque sé que, si me
acuesto en esa cama intentando superar esto, no me levantaré y acabaré por
consumirme.
—Ya lo sé —responde—, créeme que lo sé, pero tienes que entender que
seguir tomándote estas pastillas a largo plazo...
—Te las daré después del evento, ¿vale? —Me alza la barbilla con un dedo
y después se dirige hacia la puerta—. Vamos que un baile de máscaras nos
está esperando.
El restaurante de Daniel, DDac, se pronuncia así: dedac
Adèle diosa como siempre en ese vestido, que aquí abajo tenéis una
pequeña referencia.
LUCES Y SOMBRAS
Iván
Madrid siempre ha sido una ciudad digna de contemplar desde las alturas,
por ese mismo motivo fue que decidí tener un apartamento aquí también,
además de que suelo venir aquí por temas de trabajo, por lo que me salía
rentable tener otra propiedad más en esta ciudad. Ahora mismo me
encuentro en la terraza sentado sobre uno de los sofás con Phénix dando
vueltas por todo el espacio buscando algo con lo que entretenerse.
Tuve la reunión con ese cliente hará un par de horas atrás, sin embargo, a
petición de Sofía decidimos regresar a Barcelona mañana por la mañana
con tal de poder descansar esta noche de todo el trabajo acumulado durante
la semana.
—Salió hace un par de horas diciendo que quería irse de compras, supongo
que tardará en llegar, ¿por qué?
—Eres incluso más cabezota de lo que fue tu padre —dice al cabo de unos
segundos soltando un resoplido.
Con el paso del tiempo ha llegado a acostumbrarse a la idea de que nunca
más volverá. Tuvimos un par de conversaciones al respecto y en una de
ellas acabó soltando un par de lágrimas que las hizo desaparecer en el
mismo instante diciendo que llorar era para débiles.
—Lo echo de menos —confieso segundos más tarde mirando hacia el cielo
despejado—. Me gustaría que las cosas hubieran sido diferentes.
—Mamá —intento hacer que no siga hablando mientras sujeto el móvil con
más fuerza—, no sigas por ahí.
—Seguiré por donde me dé la gana, ¿qué necesitas para volver a ser feliz?
Es una pregunta trampa porque quiere que diga la única respuesta que se
podría considerar válida.
—Sí, mi comandante.
—Bien, en cuanto llegue Sofía, os vais derechito a esa fiesta para que me
mandéis una foto, os quiero ver con las máscaras puestas. Necesitas
distraerte, pasártelo bien y dejar de pensar, aunque sea por una hora.
—Nunca es tarde para hacer nada, ¿qué crees que ha ido a comprar Sofía?
—Me la puedo imaginar enarcando una ceja indignada—. Os cambiáis y os
vais, no hagas que tenga que llamarte cada diez minutos para ver si te has
ido o no.
—Sí, mamá.
—No olvides que te quiero y que siempre querré lo mejor para ti, así que no
me andes resoplando —me regaña, de nuevo—. Bien, te cuelgo, ya me
contarás y no te olvides de las fotos.
—Cómo olvidarlo.
En ese instante se oye el timbre por lo que me levanto del sofá de la terraza
y me dirijo hacia el interior del apartamento que es bastante parecido al
penthouse de Barcelona. Phénix empieza a ladrar yéndose directamente
hacia la puerta.
La abro instantes más tarde y dejo pasar a una Sofía cargada con una
pequeña caja plateada y dos de esas típicas fundas para guardar los trajes y
los vestidos, además de que viene peinada y maquillada.
»—El vestido será del mismo color —continúa diciendo—, he querido que
combinara. Va, no tenemos mucho tiempo, ya estamos llegando tarde.
—No te preocupes por eso porque ya está todo arreglado, llamé antes al
organizador y le dije que lo que sea que se supone que tenías ahora, había
quedado aplazado para otro día, por lo que nos han vuelto a asignar los dos
asientos en la mesa que ya teníamos. No han modificado nada.
—Qué fácil todo —respondo aguantando la percha por detrás de la espalda.
»—Pero es la última vez que vuelves a hacer algo así a mis espaldas, no me
gusta que hables con mi madre sin que yo esté enterado.
Se lo dejé claro desde el principio diciéndole que lo nuestro tan solo sería
sexo y nada más, sin ninguna relación de por medio, sin sentimientos, sin
nada que nos atara y el que se permita hablar con mi madre con un asunto
que no es relacionado con el trabajo, me enfada porque se pensará que
tendrá derecho de hacer lo mismo más adelante, ganándose otro tipo de
confianza que no estoy dispuesto a darle.
—Lo siento —se disculpa—, la próxima vez estarás enterado, pero todo ha
sido un poco rápido.
—Sofía, quiero que tengas claro que no quiero que haya una próxima vez,
tú y yo solo follamos, no quiero que esto vaya a más.
Ya desearía yo tener esa tranquilidad rodearme mientras respiro esa paz que
estoy ansiando desde hace semanas.
Después de casi una hora y pasadas ya las ocho, entramos con el coche por
la entrada principal de la mansión. A una velocidad lenta, me fijo en la
majestuosidad que desprende haciéndolo incluso ver como si estuviéramos
en un cuento de hadas con carruajes, princesas y bailes de época.
—La gente todavía está llegando —menciona Sofía a mi lado mirando por
el espejo retrovisor.
Los flashes de las cámaras no se hacen esperar por parte de los periodistas
que se encuentran por detrás de la cinta negra, intentando respetar la
distancia.
Entre las múltiples preguntas que me hacen, una me llama la atención, sin
embargo, Sofía hace fuerte el agarre en mi brazo diciéndome que no me
detenga.
La alfombra roja nos sigue indicando el camino hasta que llegamos también
a una puerta de doble entrada que se abre justo cuando nos acercamos. Ante
nosotros se despliega una multitud de personas cuyos rostros están
cubiertos de todo tipo de máscaras, algunas más extravagantes que otras.
Hay mesas circulares estratégicamente colocadas alrededor de una gran
pista de baile y en frente de ésta, un escenario cuyo telón permanece
cerrado ante los invitados, escondiendo lo que sea que haya detrás de las
cortinas negras.
—Señor Otálora, qué gusto que al final haya podido asistir —empieza a
hablar sujetando su máscara mediante una fina vara—. ¿Quién es su
acompañante? Victoria Duarte, querida.
—Nunca entenderé por qué tanto formalismo, he montado esta fiesta para
pasárnosla bien, coño —se empieza a reír el hombre para después continuar
con las presentaciones.
»—¿Qué crees que será? —Susurra Sofía a mi lado, haciendo más fuerte el
agarre de su mano contra mi brazo—. No me sueltes porque no es que me
guste mucho quedarme a oscuras rodeada de tantas personas.
—No te preocupes.
Segundos más tarde se oye claramente el sonido del telón abrirse por lo que
todo el mundo ha dejado de susurrar queriendo saber ya de una vez la gran
sorpresa. La multitud enmudece cuando se empiezan a escuchar las notas de
un piano, suaves, delicadas, llenando todo el espacio.
Me quedo quieto con la mirada fija en ese escenario deseando ver al artista
que se esconde detrás de la oscuridad, pues necesito que la cosa que tengo
dentro del pecho y que ha empezado a bombear más rápido de lo normal, se
calme.
Ya no es aquella eufonía que escuché ese día, ahora está mostrando ser una
perfecta disonancia sobre el escenario.
—¿Estás bien?
—No lo sé.
—Está bien.
Es lo último que escucho antes de ubicar la entrada que da directamente a la
terraza. Me muevo entre el gentío abriéndome paso y salgo a los pocos
segundos intentando respirar de manera profunda. Es como si me faltara el
aire y quisiera apoderarme de todo. La puerta se cierra detrás de mí y me
aproximo a la barandilla buscando soporte.
Está aquí.
—Está aquí.
—Joder, mamá, Adèle está aquí, acaba de tocar el puto piano frente a todo
el mundo.
—Yo no lo sabía —responde—, tan solo quería que fueras para que te
distrajeras un rato, no he planeado que os vierais si eso es lo que te
preguntas. ¿Cómo hubiera hecho algo así? Si hubiera sabido que venía te lo
hubiera dicho.
—Iván —llama mi atención—, ¿tú eres mi hijo o qué eres? No te quiero ver
dudar, deja que las cosas pasen siguiendo su curso, no lo fuerces. Deja que
el destino siga decidiendo por vosotros.
—No digas tonterías, ¿hace falta que venga hasta ahí para devolverte el
color de una colleja?
—No he venido a preguntarte eso —se acerca hasta a mí—, tan solo quiero
saber si quieres que nos vayamos a tu apartamento.
—¿Estás bien? —No puedo evitar preguntar y fijarme que nuestros rostros
siguen estando demasiado cerca.
—No pasa nada —murmuro sin saber qué otra cosa más decir. Sus ojos
siguen viéndome a través de la máscara y por un momento, me he olvidado
de todo el mundo.
En su mirada no había ningún tipo de brillo, pero con eso no puedo asegurar
nada hasta que no se quite esa máscara y la vea sin ningún tipo de
impedimento.
Puta causalidad del destino. Hace unas horas hubiera afirmado no querer
hablar con ella y dejar que la vida siguiera su curso, pero basta con que
aparezca frente a mí para desequilibrarme por completo.
»—Acaba de entrar otra vez —susurra Sofía a mi lado—, y hay parejas que
se están colocando en el centro de la pista de baile.
Segundos más tarde, Adèle se vuelve a mover esta vez para colocarse en el
centro de la pista, sin embargo, Daniel se aleja unos pasos hasta desaparecer
de su campo de visión.
—Señor Otálora.
—Señorita Leblanc.
Respondo en el mismo susurro viendo sus ojos a través de la máscara y sé
que este reencuentro acabará de manera impredecible a todo lo que había
pensado.
Bueno, ¿qué tal el reecuentro? ¿Os habéis imaginado que sería así?
Dato importante: Renata no sabía nada, no penséis que ha ideado todo este
plan porque en ningún caso ha sido así. Ella quiere que su hijo sea feliz y
deje de preocuparse por todo durante unas horas. Además, si hubiera sido
un plan (que vuelvo a decir que no lo ha sido), ¿creéis que Iván se lo
hubiera perdonado?
Adèle
Una vez que el foco se enciende creando ese espectacular juego de luces y
sombras, dejo que mis manos se muevan solas por todo el teclado mientras
la sala se encuentra sumergida en un profundo silencio.
Antes de que pueda ser capaz de responderle, se acerca una pareja que debe
rozar entre los cincuenta o los sesenta años, conservándose bastante bien.
La mujer va elegantemente vestida sosteniendo su máscara con una mano
mientras va enganchada al brazo de su marido, envuelto en un traje
impecable de color negro y con el accesorio del mismo color.
Sus padres nos miran con los ojos llenos de brillo despidiéndose con un par
de palabras a las que tampoco hago el esfuerzo de escuchar.
Empezamos a caminar y siento a Félix colocarse a mi lado después de soltar
un par de insultos a una pareja que pasaba a su lado.
—¿Por qué hay tanta gente aquí metida? Que alguien me lo explique. Me
agobian.
—Perdón —acabo por decir instantes más tarde sin saber qué otra cosa más
decir.
Intento asimilar de que él está aquí, a menos de un metro de mí y lo único
que sé es que necesito aire y marcharme de esta fiesta lo antes posible pues
no creo que vaya ser capaz de saber que nos encontramos en el mismo
espacio después de tantos meses.
Mis ojos no abandonan los suyos por más que intente romper también el
contacto visual. Es Daniel quien consigue que reaccione cuando coloca una
mano en la parte baja de mi espalda. Escucho como se presenta y es
entonces cuando percato a la mujer que se encuentra al lado de Iván, vestida
en un bonito vestido de color rojo oscuro combinándolo también con la
máscara. Por un momento, su rostro se me hace bastante parecido al de la
secretaria de Renata.
Me siento en el primer banco que veo con la cabeza gacha mirando al suelo.
—Cállate que no estás ayudando —lo regaña Daniel haciendo que cierre la
boca de inmediato.
—No vayas por ahí —me reprende—, no estés a la defensiva, tan solo
quiero ayudarte. Puede que no conozca vuestra historia, pero no me gusta
verte tan afligida.
—El chef tiene un punto —Félix también se acerca hasta sentarse a mi lado
y rodearme con un brazo—. Dime qué necesitas y lo tendrás.
—Puede que haya cambiado de opinión o que la tal Sofía Santos le haya
convencido a última hora. Quién sabe.
—Yo te digo lo mismo que el bombón de ojos azules aquí presente, tienes
que disfrutar de la fiesta y dejar de pensar.
—Sabes lo que necesito para que sea capaz de dejar la mente en blanco —
susurro mirándole fijamente a los ojos, pero niega con la cabeza.
—No, Adèle, tienes que divertirte sin ayuda, yo estaré a tu lado en todo
momento.
—¿Se puede saber a qué os estáis refiriendo? —Pregunta Daniel, pero Félix
se queda callado.
—A nada.
—¿Te crees que no te está viendo en este momento? Seguro que está
comiéndote con la mirada, pero te vuelvo a decir que depende de ti.
Iván me sujeta más fuerte por la cintura mientras junta nuestras manos
poniéndonos en posición. Nuestras miradas siguen conectadas a la vez que
empezamos a movernos siguiendo el ritmo de la canción. Varias parejas
también han empezado a bailar y puedo notar como las luces de la sala
empiezan a desvanecerse centrando el foco en nosotros.
»—Está usted muy tensa —murmura cerca de mi oído sin dejar de bailar y
puedo notar que prácticamente me está llevando él por la pista, haciendo
que marquemos un preciso juego de pies—, puedes decirme si quieres que
te agarre con menos fuerza.
Sin embargo, el tango empieza a llegar a su parte más fuerte por lo que
enderezo la espalda haciendo que Iván me gire sobre mi propio eje.
Aprovecho para agarrarme la falda con una mano por donde tengo el corte y
marco la punta del tacón para después deslizar la pierna hacia atrás.
—La gente está aplaudiendo y aunque te estés muriendo —hace una pausa
queriendo seguir el ritmo de la canción—, no conocen tu dolor.
Aprieto la mandíbula intentando recordar cómo se respiraba. Empiezo a
sentir una fuerte opresión en el pecho lo que me impide seguir pensando
con claridad. Todos los recuerdos que había estado escondiendo en el fondo
de mi memoria, vuelven a aparecer con fuerza uno detrás de otro queriendo
torturarme de nuevo, sin embargo, intento mantenerme firme
concentrándome en el toque que me proporciona.
Su rostro se encuentra demasiado cerca del mío y trago saliva con fuerza sin
dejar de sentir la garganta seca, como si estuviera llena de arena. Observo
cómo sus ojos viajan desde los míos hasta mis labios, alternando la mirada
cada segundo y empiezo a pensar que esta canción se está volviendo eterna.
La canción termina instantes después con las últimas notas del acordeón en
su máximo esplendor, por lo que me baja con lentitud aun con su brazo
rodeando mi cintura sin permitir que el contacto visual se rompa. De
inmediato la multitud empieza a aplaudir, sin embargo, ni siquiera hago el
afán de escuchar el ruido junto a los silbidos que nos regalan.
Las luces se han vuelto a encender por toda la sala aportando ese ambiente
cálido de las lámparas de araña haciendo que todo vuelva a la normalidad,
sin embargo, parece que varias parejas tienen la intención de seguir
bailando pues no se han movido de la pista de baile.
—No creo que sea buena idea —respondo levantando levemente la cabeza.
—Solo quiero tener una conversación contigo —insiste—, para saber cómo
estás.
Le pido que me dé algo fuerte y apoyo los brazos sobre la mesa de mármol.
En ese instante aparece Félix a mi lado apoyando la espalda sobre el borde
quedando al frente de toda la multitud.
—Muy bien, hablemos entonces de lo que sea que te hayas tomado antes de
bailar con él.
Me quedo callada mientras giro la cabeza hacia él. Tiene la ceja enarcada
levemente mientras me observa como si fuera una niña pequeña a la cual
tuvieran que regañar porque acaba de hacer una trastada.
—¿Por qué te has tomado esa? —Quiere hablar un poco más alto, pero no
puede debido a todas las personas que nos rodean—. Se supone que esa tan
solo te ayuda a dormir.
Intento pellizcarme la piel y sin poderlo evitar, empiezo a soltar una risita
de burla que molestaría a cualquiera.
—Me quiero quedar aquí —murmuro abriendo los ojos y noto varios
destellos cegarme, vuelvo a intentar enfocar bajando la cabeza hacia el
suelo de manera instintiva.
—¿Está drogada?
—Será mejor que este tema me lo dejes a mí, no te hace falta saber mucho.
—¿Qué se ha tomado?
—Ahora vuelvo.
Minutos más tarde noto como a Félix querer incorporarme, por lo que trato
de mantenerme derecha notando la sensación fría de la botella sobre mi
frente. La va paseando por mi rostro lo que hace que me tranquilice
completamente.
—¿Estás bien?
—No necesito que te preocupes por mí —trato de hablar lo más clara que
puedo, pero su rostro de confusión me dice todo lo contrario. Se quita la
máscara guardándola en el bolsillo interno de su chaqueta.
Sofía también aparece a su lado queriendo saber qué está pasando. Lo que
me faltaba justo ahora, que también sea una entrometida.
—Adèle, yo creo que lo mejor que podrías hacer sería irte a descansar al
hotel, te puedo llevar yo si quieres, no es conveniente que los demás te vean
así, empezarán a hablar —sugiere Daniel, pero Iván ya ha dado un paso
hacia adelante al ver cómo vuelvo a desequilibrarme mientras trato de
agarrarme a Félix.
Intento apartarle, pero ya me ha rodeado la cintura pegándome a su cuerpo
para cargar con casi todo mi peso. Observo a Félix dar un paso hacia atrás
ofreciéndome espacio y no puedo evitar levantar la cabeza para volver a
perderme en sus ojos.
Éste le empieza a dar indicaciones las cuales no escucho pues de nuevo otro
mareo me invade haciendo que tenga que apoyar la cabeza sobre su
hombro. Siento como hace el agarre más fuerte para evitar que me caiga
pues siento el cuerpo demasiado pesado como para mantenerme en pie por
mí misma.
—No respondas a nada relacionado con ella, que piensen lo que quieran. Tú
trabajas para mí, no para nadie más.
—Está bien.
»—Entra —me pide abriendo la puerta del coche dándome cuenta de que
no se trata del Ferrari rojo.
—No sabes cuál es mi hotel —digo intentando abrir los ojos, pero la
pesadez en mis párpados me gana.
—Sí, señor.
Cortan la llamada al mismo tiempo y la curiosidad me gana queriendo saber
a quién se estará refiriendo, sin embargo, contengo las ganas de preguntar.
Empiezo a rascarme el cuello siguiendo por la piel en mi pecho pues he
empezado a sentir picazón por la zona.
—No te interesa.
Se hace el silencio.
Trago saliva abriendo los ojos en ese mismo instante y me quedo callada sin
saber qué responder a eso pues me ha tomado totalmente desprevenida.
Niego levemente con la cabeza porque no quiero que empiece a decirme
este tipo de cosas, no quiero que nada vuelva a ser como antes porque sigo
estando destruida y mi compañía no es que ahora sea de las mejores.
No quiero que esté cerca de mí porque últimamente digo las cosas sin
pensar y puede que acabe haciendo daño con esas palabras, porque ahora
mismo no puedo controlarme. Mi salud mental es un caos, un descontrol
total y mis acciones y cambios de temperamento acabarán pasando factura.
Por ese mismo motivo es que me he alejado de todo el mundo. Por eso
mismo es que estoy yendo al psicólogo porque quiero llegar a estar bien,
pero simplemente algo en mi mente me quiebra haciendo que no pueda dar
ningún paso hacia adelante, porque a cada paso que doy, retrocedo tres
hacia atrás.
Nos mantenemos en silencio y vuelvo a cerrar los ojos hasta que siento el
motor detenerse. Oigo el sonido de mi puerta abrirse y veo a Iván al pie de
ésta, manteniéndola abierta para mí. Me ofrece una mano y me ayuda a
bajar, pero en el momento que pongo un pie en el suelo, pierdo el equilibrio,
sin embargo, no permite que me caiga pues me vuelve a sujetar por la
cintura haciendo que nuestros rostros vuelvan a aproximarse.
»—¿Qué te ocurre? —Pregunta casi en un susurro y niego con la cabeza
apoyándola de nuevo sobre su hombro, de la nada, otra pequeña risa vuelve
a brotar—. ¿Puedes caminar? ¿O prefieres que te coja en brazos?
Cierra la puerta del coche para después cerrarlo y dejo escapar un jadeo de
sorpresa cuando me alza pasando su brazo por debajo de mis piernas y
sujetándome por la cintura.
—Porque quiero.
Sus respuestas son secas y frías, sin embargo, tampoco es que lo esté
culpando por ello. Empiezo a pensar que nunca merecí tener a alguien así a
mi lado, a pesar de que Iván fue mi complemento, hice que se marchara.
Hice que todo el mundo lo hiciera porque no merecen tener a alguien
inestable e impredecible a su lado.
—No te hará nada, ni siquiera se acercará a ti, así que no te preocupes por
eso.
Empiezo a dar pasos hacia la cocina para sentarme en uno de los taburetes
de la barra mientras observo a Iván desaparecer por el pasillo. Segundos
más tarde, los ladridos se hacen más presentes inundando todo el
apartamento y ante mí, se presenta un doberman de color negro, grande e
imponente quien no ha dejado de mirarme desde que ha entrado en el salón.
Intenta acercarse a mí, pero Iván se lo impide llamándolo por su nombre.
—Eso a mí me da igual.
Parece que vaya a decir algo más, pero no lo hace, por lo que después de
una última mirada, me dirijo hacia el cuarto de baño después de indicarme
que se encontraba en su habitación. Observo la única habitación del pasillo
que se encuentra con la luz encendida y entro al baño observando que
encima de la tapa del váter hay dos prendas de ropa dobladas y colocadas
una encima de la otra, además del desmaquillante sobre la mesa.
¿Por qué su pareja ha permitido que Iván me traiga aquí? ¿También vendrá
ella? ¿No hubiera sido más fácil llevarme directamente al hotel? Porque no
me gustaría despertarme y ver que se encuentra aquí, teniendo en cuenta
que esta situación se hubiera podido evitar.
Salgo del baño con el vestido, los tacones y el móvil en la mano y lo dejo
todo sobre un sillón que se encuentra situado en el rincón de la habitación.
—No.
Pd. Aquí os dejo la canción de tango que han bailado estos dos.
ROSAS Y ESPINAS
Iván
Sigo haciendo más gestos y diciéndole más palabras para hacerle entender
al punto donde quiero llegar pues con Renata hice exactamente lo mismo.
Ella no lo vio hasta que no tenía 5 meses y para ese entonces tan solo me
hacía caso a mí, a mi madre también le llegó a ladrar y a sacarle los dientes,
pero con el tiempo, le hice ver que se trataba de alguien de confianza y
poco a poco, también empezó a aceptar sus órdenes.
Con los demás, con David por ejemplo, tan solo se mantiene tranquilo
porque yo se lo he ordenado de manera específica, en cambio, con Renata
hice que el nivel de confianza traspasara un nivel más.
Lo que hice aquella vez con Renata fue darle diversas instrucciones para
indicarle que podía confiar en ella teniéndola delante.
—¿Has podido dormir bien? —Supongo que estoy esperando a que me diga
si habrá tenido pesadillas o no.
—Me he despertado un par de veces, pero sí, gracias. —Tarda unos cuantos
segundos en contestar y realmente dudo que su respuesta sea cierta—. ¿Y
tú?
Antes de que se pueda escapar, doy un paso hacia adelante para alargar el
brazo y agarrarla de la muñeca. Su reacción me deja un tanto
desconcertado, pues aparta la mano bruscamente y la esconde por detrás de
su espalda alejándose un par de pasos hacia atrás.
Vuelve a bajar la mirada, así que suavemente, coloco un dedo por debajo de
su barbilla para levantarla y hacer que me mire. No sabía que había echado
tanto de menos ese color grisáceo en sus ojos hasta que los volví a ver hoy
escondidos tras la máscara.
—Solo quiero saber cómo has estado durante todo estos meses, solo eso —
murmuro—, no volveremos a tener otra conversación si no quieres, pero
habla conmigo, háblame en francés si te sientes más cómoda.
—No quiero que me culpes —susurra y casi puedo sentir su voz quebrada a
punto de llorar—, no quiero que me lo eches en cara... que me digas que por
mi culpa tú también sufriste.
—Eso no pasará.
Sigue con los ojos cerrados sin atreverse a abrirlos, por lo que envuelvo su
mano con la otra y hago que empiece a dar pequeños pasos hasta que nos
sentamos sobre el sofá. Adèle vuelve a mirarme, pero la intercala con la
almohada que tengo justo detrás, por lo que entendiendo lo que quiere
decirme, se la paso y observo como se la coloca encima de sus piernas
desnudas.
—Así le eduqué, para que fuera desconfiado con los demás y que tan solo
me hiciera caso a mí —le explico—. Puedes acariciarlo si quieres, no te
ladrará.
Contrario a lo que creo, es ella quien empieza a decir las primeras palabras.
—Hice una gira por todo el mundo después de alejar a todos de mi lado,
necesitaba desconectar y enfocarme en la única cosa que podía hacer que
consiguiera que dejara de pensar —murmura, pero no me mira—. Las
semanas seguían pasando, pero todas las imágenes y los recuerdos me
seguían atormentando, lo siguen haciendo y es algo que no puedo controlar
aunque lo intente.
»—Recuerdo que durante varias semanas lo único que hacía era beber,
incluso ahora no soy capaz de recordar nada de lo que hice durante esos
días. Estuve desconectada y confieso que contengo el impulso de volverlo a
hacer, de beber hasta no detenerme.
»—Te quise y sentí por ti lo que nunca sentí por nadie, me demostraste que
dos personas con el mismo carácter pueden funcionar bien, pero ahora... mi
mente es un caos, Iván, mis emociones representan el perfecto
desequilibrio, no quiero que estés cerca de mí porque acabaré dependiendo
del cariño que vas a estar dispuesto a darme, acabaré dependiendo de la
única persona a la que le di mi corazón y no quiero llegar a eso, quiero
volver a ser... yo, libre, tranquila y en paz.
—¿Al final?
Me quedo mirándola a los ojos y me duele verla así y no puedo evitar que el
sentimiento de culpa me vuelva a golpear.
Bajo su atenta mirada, acerco una mano hacia la suya colocándola por
encima y le aprieto el dorso mientras acaricio su piel con el pulgar. Adèle
no hace ningún gesto, pero tampoco se aparta, así que quito la almohada de
su regazo dejándola por detrás de mi espalda y la insto a que se levante
mínimamente para acercarse a mí y envolverla en mis brazos.
—¿Estás bien? No haremos nada, solo quiero mantenerte así, aunque solo
sea por una sola vez y durante unos minutos.
—Adèle...
—No lo hiciste.
—Sh... no digas nada más, olvídate de ese día, a mí no me tienes que dar
ningún tipo de explicación, ahora mismo lo único que importa es que te
recuperes.
Sigo acariciando su espalda con las yemas de mis dedos y no puedo evitar
pensar que este momento llegará a su fin, que dentro de unas horas se
volverá a ir de mi lado y ya no volveré a tenerla entre mis brazos.
Las cicatrices son tapadas por los tallos llenas de espinas unas más largas
que otras. Varias rosas negras son puestas en lugares concretos y me fijo en
el detalle de que tan solo la rosa que está dibujada en el centro no está
marchita, el resto sí. Se le puede apreciar el detalle de los pétalos caídos y
los bordes algo más oscuros.
Por primera vez en todos estos meses, la idea para un nuevo poema me
golpea con fuerza, pues el hecho de que haya decidido tatuarse una rosa
negra tiene un significado mucho más profundo que hay que saber entender.
—Sí.
Por un momento, pienso si sería buena idea recitarle el poema Ave Fénix,
pero no quiero apresurar nada. No me gustaría que este acercamiento que
acabamos de tener la influenciara negativamente de cara al futuro. Ella ya
me ha dejado claro que no quiere que nos veamos otra vez, por lo menos no
hasta que logre estar algo mejor.
• ────── ✾ ────── •
Adèle
Me encuentro delante del espejo con las manos apoyadas sobre el mármol.
Tengo la mirada perdida y se me nota el cansancio en la cara por el hecho
de no haber conseguido dormir en las últimas dos noches. Cuando me
quedé a dormir en su casa tampoco lo logré, me quedé con los ojos abiertos
contemplando la noche pasar. Ni siquiera hice el intento de cerrar los ojos
porque no quería tener una pesadilla estando él cerca.
Ahora mismo, tan solo siento odio. Me odio a mí misma por haber llegado
hasta aquí, por haber permitido que todo esto pasara.
Félix me dijo que las blancas servían para hacerme dormir y las rojas para
hacer que me olvidara de mi alrededor durante unos instantes, cuando
sintiera que ya no podía más y necesitara adentrarme en aquel mundo donde
Jolie y Marcel seguían vivos, donde yo no conocía a los Maldonado, donde
mi familia y mis amigos estaban cerca de mí y donde Iván no me miraba
con culpabilidad en su rostro.
Es lo que sentí las veces que me miró ayer a la madrugada, a pesar de que
dijera que no, es lo que me transmitió.
Vuelvo a mirar la pastilla en mi mano. Solo será una por hoy... no estoy
haciendo daño a nadie... tan solo quiero quitarme toda esta carga de encima,
aunque sea por unos instantes.
Abro la puerta segundos más tarde encontrándome con Félix con su mirada
de querer decirme algo, pero no atreverse.
—¿Qué pasa?
—Ya, bueno, ¿y ahora qué hago? Dice que tiene que devolverte algo.
—¿El qué?
—Creo que será el último bote de pastillas que te daré, no puedes seguir así.
—No creo que eso sea verdad —dice alejándose hacia la puerta—, no tardo,
después te traeré un vaso de agua.
Observo como se agacha junto a mí apoyando sus brazos sobre las rodillas
levantadas sin dejar de mirarme. Esbozo una sonrisa ancha dejando escapar
otra leve risita.
—Estoy bien.
—No lo estás, tan solo hace falta mirarte —susurra—. ¿Qué es lo que te
estás metiendo en el cuerpo? ¿Qué clase de droga te provoca esto?
—No te importa.
—Adèle...
—No me importa.
—Podré.
—Eso no lo sabes.
—Muñeca... déjame entrar, déjame ayudarte para que vuelvas a estar bien.
Besitosss
Capítulo 8
FALSA REALIDAD
Iván
—Hola, guapo.
—Gracias, supongo —me limito a decir—, tan solo venía a devolverle una
cosa a Adèle.
—No tendrías que haberte molestado, ¿por qué no has enviado a nadie?
Según tengo entendido, eres rico, ¿no? Aprovéchate, hombre, que ahora
mismo podrías estar descansando en casa.
—No.
Suelta una pequeña risita que no hace más que ponerme más nervioso de lo
que ya estoy y sigue con su pose interceptando el camino.
—Voy a estar aquí dos minutos —empiezo a explicar sin remedio—, le doy
lo que le he venido a dar y me voy. No me quedaré si eso es lo que te
preocupa.
—¿Yo? ¿Preocupado? Para nada, no digas tonterías, pero antes tendré que
consultarlo con la que manda aquí, yo solamente soy un simple bufón que
se encuentra a sus órdenes.
—Ya veo.
—Lo sé, esperaré aquí, ¿ahora puedes hacer el favor de ir a hablar con ella?
No tengo todo el día.
—Qué agresividad chico, cálmate, ¿quieres un té de manzanilla? —No
respondo—. Vale, vale, ahora voy. No te vayas.
—Vaya, qué fuerte estás —susurra, pero vuelve a posar su mirada en la mía
alejándose—. Es preferible que no entres, no hace falta que te preocupes
por la francesa, ella está bien.
—Apártate.
—Tan solo quiero verla, no hablaré con ella —doy otro paso hacia adelante
hasta que entro por completo en la habitación—. Me aseguro de que se
encuentra bien y me marcho.
Le oigo suspirar profundamente y sé que no me podrá decir que no por lo
que cierro la puerta detrás de mí mientras le observo avanzando por el
pequeño pasillo de la habitación. Me indica que me siente en uno de los
sofás, pero niego con la cabeza mirando directamente hacia la puerta por la
que ha entrado antes.
Frunzo el ceño ante esa respuesta pues a pesar de que se haya escuchado
débil, lo he podido entender perfectamente.
—¿Está sola? —Me giro hacia su amigo, pero se encuentra distraído por lo
que repito la pregunta haciendo que espabile.
Que yo recuerde, no solía hablar en sueños por las noches. Lo hizo durante
las pesadillas, pero siempre fueron monosílabos, nunca frases completas y
acababa gritando antes de que pudiera despertarla.
No hay respuesta.
—Lo mejor sería que la dejaras sobre la cama y te fueras, solo está cansada.
—Si estuviera cansada se despertaría, pero parece que esté ida —murmuro
mientras paso un brazo por debajo de sus piernas para levantarla y dejarla
sobre el colchón.
—Desde hace siete meses —le oigo responder a mis espaldas—. Estas
pastillas que se está tomando la ayudan a tranquilizarse, aunque sea por un
rato.
—Suéltame, cavernícola.
—¿No que dices que eres su amigo? ¿Por qué coño la estás drogando? ¿Por
qué le estás dando algo que sabes que a la larga se volverá el doble de
perjudicial para ella? Se está volviendo adicta, joder.
Antes de que Félix pueda ser capaz de contestar, noto a la francesa moverse
sobre la cama mientras empieza a hablar de nuevo escuchándose
claramente.
—¿Te crees que ha sido fácil? —Enarca una ceja—. Llegó a su puto límite,
créeme cuando te digo que intentó todo antes de recurrir a las pastillas, todo
—recalca—. No podía dormir, si llegaba a cerrar los ojos, se despertaba
sobresaltada, angustiada y nerviosa. Sigue traumada, joder. Sigue yendo al
puto psicólogo, pero hay algo dentro de ella que le impide avanzar y no
hace más que destrozarla, por lo menos, con la última sesión, reaccionó
mínimamente y se irá a Barcelona a hablar con la comandante para que le
explique qué paso.
—¿Con mi madre?
—Pues creo que no está al tanto, lo decidió después de haber tenido esa
sesión —se lleva la mano a la frente—. Es que toda esta situación incluso a
mí me supera, porque no sé exactamente qué decirle o cómo ayudarla.
Intento que consuma la mínima cantidad posible de esas pastillas, porque si
se pone insoportable y las llega a querer buscarlas por su cuenta, será
muchísimo peor.
—En poco más de una hora tenemos que estar en el aeropuerto —murmura
sin dejar de verla siguiendo con la labor—, pero creo que llamaré a su
representante para decirle que se encuentra mal y que cambie los billetes o
que directamente los cancele.
—Adèle, todo está bien, ¿vale? Estás en el hotel, en tu cama. Hoy es lunes,
no me acuerdo de la hora, pero es por la mañana.
Eso no hace más que partirme un poco más el corazón al ver la confusión
en su mirada junto a su desconcierto. Decido acercarme y decirle la hora en
voz alta.
—Son casi las 11 de la mañana —murmuro y por primera vez, sus ojos se
posan sobre los míos, viéndome con el ceño fruncido como si no entendiera
porque me encuentro aquí.
—¿Qué haces aquí? —Empieza a decir con la voz débil—. Te pedí que te
marcharas.
Sigue con la cabeza escondida entre las rodillas y puedo ser capaz de sentir
su voz algo más congestionada a lo habitual.
—¿Un sueño?
—Peor.
Más lágrimas descienden por sus mejillas, por lo que acerco una mano
hacia su rostro para limpiarle la piel con el pulgar. Inclina su cabeza sobre
mi palma, cerrando los ojos en el proceso y suelta un profundo respiro.
—Te estás haciendo daño —murmuro aun sintiendo la fuerza que pone
queriendo soltarse. Su respiración está descontrolada, su pecho sube y baja
con fuerza.
Su voz suena rota, apagada, sin vida, envuelta en lágrimas que descienden
por su rostro.
—No necesito que dure para siempre —replica—, tan solo un tiempo...
hasta que...
Siento mi corazón latir con fuerza, por lo que trato de calmarme, pero me
resulta imposible cuando su cuerpo choca contra mi pecho para unir sus
labios a los míos. Me quedo quieto por un par de segundos hasta que
reacciono soltando un leve jadeo y abrazando su cintura con fuerza.
—Dime.
—Es que...
Se queda en silencio.
—Podrás.
—No quiero tener pesadillas, también me ayudan a poder dormir algo más
tranquila, me permiten descansar.
—Ya te he dicho que no sería fácil —respondo—, pero tienes que poner de
tu parte, hablarlo con tu terapeuta, porque de lo contrario, te consumirás y
después será demasiado tarde.
• ────── ✾ ────── •
Ester
No estoy loca. Ellos afirman que sí, por eso me mantienen encerrada en este
hospital de cuarta, pero no lo estoy. Tan solo me quieren mantener vigilada
para que no cometa ninguna estupidez, pero lo que no saben, es que no van
a conseguir nada manteniéndome aquí dentro, porque nada dura para
siempre, tarde o temprano saldré y todo seguirá igual que antes.
Me hace gracia que piensen que no estoy en mis cabales cuando claramente
lo estoy, simplemente que no se quieren dar cuenta de que simplemente soy
observadora porque tengo facilidad en darme cuenta de los pequeños
detalles. Se hacen llamar médicos, pero su verdadero objetivo es
mantenerme aquí el máximo tiempo posible para obtener más dinero,
porque con eso se ganan la vida.
Panda de estúpidos.
—¿Marcharme? ¿Tú has visto la seguridad que hay en todos los rincones,
sin contar las cámaras? —Susurro en voz alta mientras me levanto de la
silla y empiezo a dar pequeños pasos hasta que mi mirada se detiene en el
nombre de la institución.
"Centro especializado de ayuda profesional en Barcelona".
—Otálora —corrijo.
Eso no es verdad, tan solo estaba diciendo todo esto para hacerme cabrear,
porque en todos mis documentos oficiales tenía puesto Ester Otálora Ayuso.
Que no me tocara tanto los cojones.
Cálmate.
Me tomo dos segundos para soltar el aire por la nariz y tratar que este
individuo no me enfadara porque no valía la pena.
—No hay punto de comparación entre una ficha de este sitio de mala
muerte con el documento de identidad nacional. Háztelo mirar si no sabes
diferenciar eso —le muestro una sonrisa burlona, cosa que él también me
devuelve.
—Es usted un amor de persona, señorita Galán —vuelve a decir
devolviéndome la misma sonrisa—. Tu medicación y el vaso de agua,
trágatela, que te vea yo.
Abro la boca segundos más tarde para que me vea, para "cerciorarse" de
que me la he tragado.
Pobre ingenuo.
—¿Quién es?
Intento no emocionarme.
—¿Quieres decirme ya su nombre y dejar el misterio a un lado? Como si
tuviera solo un familiar en Barcelona.
—Álvaro Maldonado.
Creedme cuando os digo que yo escribo cada día (no tengo vida social
jajaja) y reparto mi tiempo entre los 3 bebés sin hacer diferencias, además
del tiempo que invierto en editar.
HÁBLAME
Ester
Galán.
Maldonado.
Di algo. Hazle ver que conoces a esa persona.
—Si tanta prisa tiene, que no hubiera venido —respondo de mala gana pues
odio que me estén moviendo de aquí para allá diciéndome qué hacer en
todo momento. ¿No se dan cuenta de que soy lo suficientemente capaz de
pensar por mí misma sin depender de la ayuda de nadie más?
No me gusta estar sola, suficiente tuve en las casas de acogida donde ahí me
trataban como si no existiera. Estoy harta de que se piensen de que no sirvo
para nada, de que no encajo en ningún lugar, de que nunca podré mantener
a alguien a mi lado porque acabará yéndose y dejándome sola. Iván no era
así, él siempre estuvo ahí, venía cada vez que le llamaba, cada vez que le
necesitaba, incluso estuvo ahí cuando mis padres no pudieron o peor, no
quisieron porque pensaron que no ameritaba la suficiente importancia como
para atenderme.
Pero todo se torció cuando esa pianista apareció en su vida, cuando él dijo
que ella era y sería única para él, afirmando sus sentimientos por sobre
todas la cosas. Me dolió. Lo sigue haciendo y estoy segura de que si ella
nunca hubiera existido, todo hubiera seguido su curso.
El enfermero me señala la puerta blanca y me la abre para mí, cuyo interior
sigue manteniendo el mismo color blanco y frío, con varias mesas
circulares repartidas a distancias prudentes unas de otras y sillas grises,
creando un entorno monocromático del asco.
Ninguno de los dos dice nada, por lo que nos deja solos alejándose hacia el
otro rincón de la habitación. El tal Álvaro se vuelve a sentar en la silla y me
indica con la mirada que haga lo mismo. Me posiciono frente a él y no
puedo evitar mostrarme a la defensiva, seria y con la mirada altiva.
—Mira, Ester —empieza a decir con una gesticulación de manos, las cuales
están muy cuidadas y son finas, como si fueran las manos de un pianista—,
tan solo he venido aquí para ver si estás bien porque así me lo han
ordenado. Yo tampoco sabía de tu existencia hasta hace unos días que me lo
dijeron.
—¿Quién te lo ha dicho?
—No creo que lo consigas, los que me han metido aquí han dejado bastante
claro que no iba a salir tan fácil, a no ser que me recuperara del todo, lo cual
es absurdo porque a mí no me pasa nada.
Escúchale.
—No me conoces.
—No me hace falta, sé que no le quieres hacer daño a nadie, que tan solo
quieres tener al lado a alguien que te quiera y te cuide.
Me quedo callada analizando lo que acaba de decir. Sigo sin saber quién es
este hombre y no me quedaré tranquila hasta que no me diga quién es,
porque bastante sospechoso es que se presente aquí sin más y que me diga
todas estas tonterías.
—Sería más fácil si me dijeras quién eres —digo y veo como esboza una
suave sonrisa. Me fijo en que ha juntado las manos, cruzando los dedos
entre sí.
—Demasiado misterio.
—¿Todos?
—Hace meses, una chica de piel morena y rizos abundantes me dijo que vio
a mi madre morir y que después me dio en adopción. ¿Me puedes explicar
eso? No me dijo nada más después, salvo que me prometió que me sacaría y
al final, no lo hizo. Me prometió algo y no lo cumplió. ¿Cómo quieres que
me sienta al respecto al verte a ti llegar y decirme todo esto? Es la misma
mierda de siempre.
—No lo es.
—Cállate. —Me daba igual lo que me tuviera por decir, ya estaba harta de
todo—. No me interesa. ¿Qué voy a ganar yo sabiendo mi origen? Me da
completamente igual. Según esa mujer, mi madre biológica está muerta,
posiblemente mi padre también lo esté. ¿De qué me sirve conocer ahora
todo ese pasado?
—Ester —intenta decir y puedo ver como traga saliva. Está nervioso y es
normal, supongo que no se esperaba que estuviera tan a la defensiva, ¿pero
qué quería que hiciera? Estoy harta de que siempre sea lo mismo una y otra
vez. Me prometen respuestas y no saben ni por dónde empezar—, tampoco
quiero que te molestes conmigo. Lo único que te puedo decir ahora es que
tú y yo pertenecemos a la misma familia y que en mí puedes confiar. Si
quieres salir de aquí, tan solo basta con que me lo digas y en menos de 48
horas ya estarás fuera.
—No te creo.
Escuchar aquello tan solo hace que sienta la tensión en mi cuerpo, por lo
que me pongo rígida e intento controlar las ganas de llorar.
Lo hizo durante los primeros años, no me podía creer que todo lo que me
estaban comprando, era en realidad para mí, que querían que tuviera lo
mejor que una niña de mi edad se podía merecer. Fui feliz, bastante, hasta
que llegó la adolescencia, donde los problemas empezaron y aquel cariño
que yo pensaba que me tenían, se iba esfumando con el paso del tiempo. Se
habían acostumbrado a mí, ya no era aquel juguete nuevo y aquello me
dolió porque no supe darme cuenta desde antes.
¿Quién podía? Tan solo era una adolescente que no sabía lo que quería en
realidad de lo mucho que me habían consentido. Tan solo Iván estuvo ahí,
el que nunca me dio nada que no me hubiera merecido, me trató como a una
persona más, sin tener en cuenta que yo no pertenecía a su familia.
Veo como me mira durante largos segundos, pero sin atreverse a decir nada.
Suspira profundamente.
—La verdad es que no sé qué decirte, me duele que me digas todo esto.
—¿Qué te va a doler a ti?
—Lo hace, aunque no te conozca, me duele que hayas tenido que pasar por
toda esa mierda.
—¿Por qué esa mujer me dio en adopción? Precisamente ella. ¿Cómo coño
se llama?
—Tamara.
—Te lo explicaré todo, te lo prometo —dijo—, pero antes tenemos que salir
de aquí. ¿De acuerdo?
—Está bien, pero para eso tendrás que esperar porque no seré yo quien te la
cuente.
• ────── ✾ ────── •
Adèle
Han pasado dos días desde Madrid. Dos largos días en los cuales me he
mantenido encerrada en su habitación sin la intención de salir. He llegado al
punto donde respirar se ha vuelto difícil, porque no soy capaz de
contenerme, porque estoy demasiado ansiosa, irritable y con la energía por
el suelo. Tampoco he podido dormir más de dos horas seguidas, no he
dejado de levantarme y volver a intentar dormir ha sido el completo
infierno.
No sé qué estoy haciendo, si esto va a hacer que logre estar mejor. Estoy
confiando en él, estoy haciendo todo lo que me está diciendo, pero siento
que no puedo más, que no voy a poder, que lo mejor sería que me rindiera y
que volviera a lo único que me ha estado funcionando durante todos estos
meses.
No. Empiezo a negar con la cabeza mientras trago en seco. No. No puedo
continuar así, tengo que aguantar, tengo que imaginar a mi hermano a mi
lado diciéndome que esto no es lo que le hubiera gustado. Que él hubiera
querido que siga adelante, que lo recuerdo, pero sin llegar a destruirme por
completo.
Doy un paso hacia adelante notando los hombros decaídos y apoyo la frente
sobre su pecho sin la intención de levantar los brazos. Cierro los ojos
durante unos segundos mientras intento inspirar y expirar hondo. Siento
como coloca una mano sobre mi cabeza y otra en mi espalda para atraerme
hacia su cuerpo, haciendo que ahora mi mejilla quede apoyada sobre su
pectoral. Me mantengo con la mirada escondida del mundo y lo único que
me permito escuchar es el tranquilo latido de su corazón.
—No hablé mucho —responde—, tan solo algunas frases. La entrevista fue
en inglés, supongo que pusieron subtítulos o añadieron la traducción por
encima de mi voz. ¿Por qué lo preguntas?
—Curiosidad.
—¿Cómo se titula?
—¿Entonces?
No digo nada, no sé qué decir, por lo que mantengo acostada sobre su pecho
mientras siento como los minutos van pasando. Agarro su camiseta y formo
un puño a la vez que muevo las piernas para apegarme más a él. Sin darme
cuenta, cierro los ojos, pero no soy capaz de conciliar el sueño, por lo que
me mantengo con los ojos cerrados dejando que el tiempo siga pasando.
Ni siquiera me doy cuenta del tiempo que ha pasado cuando Iván intenta
levantarse de la cama dejándome que siga acostada. Me incorporo de
inmediato, extrañada, pero él niega con la cabeza restándole preocupación.
Phénix también se ha puesto en alerta saltando del colchón y colocándose al
lado de su dueño.
A pesar de que casi no haya salido de esta habitación, sé que Iván tiene a
una persona que se encarga tanto de mantener el orden en el apartamento
como de hacer la comida, algo parecido a lo que hacía Susana, por lo que lo
más probable es que debe haber sido ella, pero he estado tan desconectada
que ni siquiera me he percatado de nada.
• ────── ✾ ────── •
Iván
Por el mismo motivo, he estado trabajando desde casa pues durante estos
últimos meses hemos tenido una serie de problemas y no me puedo permitir
el lujo de faltar. Rescato el móvil del bolsillo y me fijo en la hora, Sofía ya
debería estar cerca. Le pedí que se acercara hasta mi casa sobre a esta hora
para ver unos informes e intentar arreglar el caos que se formó en el evento
de Madrid pues los hijos de puta de los periodistas no tuvieron otra cosa
qué hacer que formar un escándalo al verme salir con Adèle de aquella
mansión.
Le conté hace tiempo lo que sucedió entre nosotros y el motivo general por
el cual nos distanciamos.
—Lo es, pero es lo que quiero hacer y ser el apoyo para ella que debí ser
desde el principio.
Por uno de los grupos de Whatsapp dije que sería un cap tranquilito y no
voy a retirar lo dicho, pero ya sabéis que a mí me gusta acabar los
capítulos en medio de toda la tensión jeje
Pd. Perdón por las posibles incoherencias, sigue siendo el primer borrador
que se corregirá una vez acabe la historia.
Capítulo 10
MINUTOS
Iván
Cruzo los brazos sobre mi pecho mientras veo a los médicos retirarse.
Desaparecen por el pasillo después de que me hayan dicho que la francesa
se encuentra en las mejores manos. Suelto un suspiro largo y pesado
dándome cuenta de que nuevo, me encuentro en el hospital y no puedo
evitar pensar que siempre he estado a su lado en todas las veces que se ha
hecho daño.
Segundos más tarde, aparece el psicólogo por otro pasillo trayendo consigo
dos cafés.
Paso la lengua por el colmillo mientras enarco una ceja, no estoy como para
estar suplicándole a que me comparta esa información.
—Confidencial será para los demás, no creo que yo entre en esa lista.
—Por supuesto.
—¿Por qué?
—Se estaba poniendo muy nerviosa, decía que la estaba viendo ahí a mi
lado. Se levantó del sillón empezando a soltar incoherencias, palabras
sueltas, lo identifiqué como un delirio momentáneo hasta que empezó a
rascarse la piel en los brazos clavándose las uñas de manera notoria. Fue
cuando me levanté para intentar acercarme, pero me esquivó empezando a
dar pasos pequeños y desiguales. No paraba de murmurar y su respiración
se volvía cada vez más acelerada.
—Necesito saber qué puedo hacer para que ella logre estar bien y que
vuelva a ser la misma que era antes.
—Habrá que vigilarla las veinticuatro horas del día y estar siempre en
alerta, no queremos que esta situación se vuelva a presentar.
—¿Qué le ha dicho?
—En todo caso, se verá una vez que se despierte después de la operación,
pero le puedo decir que deberá dormir y descansar lo que el cuerpo le pida,
volver poco a poco a las actividades normales, queda totalmente prohibido
el alcohol, estaría bien que recibiera apoyo y consultar a su médico por si
siente alguna dolencia inusual.
—Está bien.
—Está bien.
Quiero a Adèle para mí, que vuelva a decirles a todos que soy su pareja y su
apoyo incondicional, porque la quiero, porque nunca he querido a nadie
como la quiero a ella, porque estoy completamente seguro de que ninguna
otra mujer podrá remplazarla, porque ella es y seguirá siendo única.
»—¿Dónde estás?
—Por Adèle.
—No hace falta que vengas. La están operando y tardará varias horas en
despertarse.
—Lo sé, es lo que te iba a pedir, que me llamarás por si surgía cualquier
cosa.
—No te preocupes.
—¿Has dormido bien? —Pregunta mostrando una leve sonrisa. Cruza una
pierna encima de la otra percatándome de que está vestida de civil.
Me fijo en sus ojos de color chocolate siendo los míos exactamente iguales.
No hace ninguna reacción, su rostro permanece intacto esperando a que
continúe hablando.
—¿Tú cómo estás? —Pregunta y tengo que tragar saliva para evitar que se
me forme de nuevo el nudo en la garganta.
—Esa celda está siendo vigilada las veinticuatro horas del día, no tiene
cómo escaparse, pero a la mínima que intente hacer algo, lo sabremos en el
momento. Está ahí encerrada y está siendo bien atendida, no te preocupes
por ella.
»—¿Tienes sueño?
—Un poco —respondo—, ya se me pasará.
—Ven aquí. —Me insta a que me acerque a ella y recueste la cabeza sobre
su hombro.
Hago lo que me dice acercándome a ella y dejo que me pase su brazo por
encima de mis hombros mientras apoyo la cabeza sobre su pecho,
escondiéndome en su cuello. Cierro los ojos casi al instante intentando
contener el bostezo de nuevo, pero no lo consigo.
—La señorita Leblanc acaba de despertar, sus signos vitales son estables —
empieza a decir—. La operación ha ido bien y hemos podido drenar toda la
sangre, ahora lo importante será la recuperación.
—Sí, no debería haber problema, pero que sea poco tiempo, necesita seguir
descansando.
Me giro hacia mi madre dándole una mirada, ella me la devuelve sin saber
qué decir.
—Adèle —pronuncio su nombre y abre los ojos esperando a que diga algo
—. ¿Sabes qué ha pasado?
—Una enfermera acaba de estar aquí y me ha dicho que todo está en orden.
»—Soy su médico —contesta él—, y le haré unas preguntas para ver que
todo está correcto, ¿le parece bien? Ha tenido un golpe en la cabeza que ha
requerido la intervención de una operación y es necesario comprobar que no
haya tenido consecuencias graves.
—Claro.
Marquina se sienta en la silla que se encuentra a su lado y ambos quedan
uno en frente del otro. Mi madre y yo permanecemos en un rincón de la
habitación.
—He hecho una gira por varios países tocando el piano. Soy pianista de
música clásica.
—Así que, ¿durante todo ese tiempo ha ido hablando con su pareja? ¿No
han tenido problemas?
—Con mis padres no hablo desde hace un año —dice, pero no sabe explicar
el motivo—. Antes hablábamos más por videollamada, porque ellos viven
en París, pero desde hace tiempo que no nos ponemos en contacto.
—¿Sabe el motivo?
—¿Tiene hermanos?
Respecto a todos los términos médicos, pido perdón por si hay algún error,
ya lo corregiré cuando toque. Os prometo que lo he investigado, pero
siempre se me puede escapar algo.
No sé cuándo nos veremos, como que ando necesitando unas vacaciones así
que el siguiente fin de semana no estaré.
Muchos besitos
Capítulo 11
AMNESIA
Iván
—¿Por qué me recuerda a mí? Piensa que seguimos siendo pareja. ¿Su
mente ha borrado los recuerdos a partir del trauma y ha creado unos
nuevos?
—A usted no le recuerda.
Aunque por un lado sienta alivio de que su cabeza se haya dado un respiro
de tanto estrés, no podrá seguir así eternamente. El sufrimiento no se puede
ocultar así como si nada y pretender seguir con la vida, poco a poco, habrá
que intentar superarlo y Adèle tendrá que hacer justamente esto, aunque
signifique tener por delante un largo camino, tendrá que recuperar esos
recuerdos y superar la muerte de su hermano y de su sobrina.
Algún día tendrá que renacer de entre las cenizas y yo estaré ahí para
contemplarlo.
—Tiene usted razón —dice—, poco a poco tendrá que recuperar esas
lagunas mentales de la manera correcta. La amnesia se ha originado por el
golpe en la cabeza, el cerebro es algo muy delicado y no queremos que la
situación empeore —murmura y hace una pausa—. Existen tratamientos,
entre ellos, la hipnosis que resulta bastante efectiva, además de la
psicoterapia que se haría en un periodo más avanzado, en cualquier caso,
siempre con la supervisión de un profesional.
—Sí, considero que sería lo mejor dado que conozco su historial clínico y
sé cómo proceder con las sesiones. Buscarle ahora un nuevo psicólogo no le
servirá de nada porque, aunque tenga su expediente médico delante, no ha
vivido de primera mano su experiencia.
—La mejor opción que le puedo ofrecer es que improvise según lo que ella
vaya contándole porque lo más probable es que su mente se haya encargado
de buscarle una explicación lógica a todos esos recuerdos.
—De cómo te cambiaba los pañales de pequeño, ¿de qué crees que
podíamos estar hablando? —Responde ella en un tono medio divertido,
pero con evidente burla—. Supongo que querréis hablar, os dejaré un
momento solos mientras me voy a por un café, pero recuerda de que Adèle
tiene que descansar —me advierte señalándome con el dedo—. Adiós,
querida —se despide de ella esbozando una pequeña sonrisa la cual la
francesa le devuelve.
—¿Tienes sueño?
—Como me sigas haciendo más bizcochos, yo creo que no. Quieres hacer
que engorde y no sabes cómo conseguirlo.
Puedo llegar a ser paciente, sobre todo con ella, pero que nadie intente
tocarme las pelotas más de lo necesario porque dudo mucho que esté de
humor para seguirle la gracia.
• ────── ✾ ────── •
Adèle
Observo el piano de cola en mitad de la sala y me pregunto desde hace
cuánto que está aquí porque que yo recuerde, hace dos días no estaba.
Avanzo a paso lento mientras oigo los ladridos de Phénix resonar por toda
la casa y frunzo levemente la frente al sentir un pinchazo de dolor en la
cabeza, por la zona donde me operaron.
Hace una hora que me dieron el alta en el hospital, por lo que acabamos de
llegar al penthouse y lo primero que se puede apreciar es el instrumento
colocado en un rincón con la vista puesta hacia los grandes ventanales,
dejando la ciudad a nuestros pies.
—Me pareció buena idea de que también tengas donde tocar estando aquí
—se acerca a mí esbozando una suave sonrisa en el rostro—. ¿Te gusta? —
Pregunta mientras me rodea por la cintura haciendo que me gire.
—¿Me estás pidiendo que pase más tiempo aquí? —Me vuelvo a girar hasta
que nuestros rostros quedan uno en frente del otro. Paso los brazos por
encima de su cuello y aprovecho para apretarme contra él. Le noto tensarse,
pero enseguida se relaja cuando empiezo a acariciar el pelo de su nuca.
—Señorita Leblanc —susurra con esa voz ronca y casi al instante siento el
calor en mi entrepierna—, no me provoque —dice cuando me pego un poco
más contra él, notando su miembro por encima del material.
—¿Le preocupa que no pueda acabar lo empezado? —Contraataco
mirándole directamente a los ojos.
Hasta que caigo en cuenta de que me las hice hace meses cuando intenté
escapar del club de Maldonado. No me di cuenta cuando atravesé una pared
de cristal y aterricé sobre esos mismos cristales rotos.
—Estarás cansada —dice mientras pasa una mano por mi melena—, ¿no
quieres ir a dormir un rato?
Quiero negar con la cabeza, algo que me dice que no vaya, que no me
duerma, sin embargo, lo acabo haciendo igual. Empiezo a caminar hacia la
habitación sintiendo un mareo momentáneo, pero intento que no se me note.
Respiro de manera profunda cuando mi cuerpo toca el colchón sintiendo
como se amolda perfectamente y es como si hubiera estado cargando con un
gran peso durante años.
—Lo sé.
—¿Entonces?
Crea un hueco entre sus piernas para arrastrar mi taburete hacia él y hacer
que la distancia sea mínima. Coloca la palma de su mano sobre mi muslo, al
principio de manera delicada, bajo la cabeza contemplando el gesto y me
puedo dar cuenta de que parece como si estuviera tanteando mi reacción,
queriendo saber, de alguna manera, si su toque llega a tensarme, cosa que
no sucede.
—Define extraño.
Escondo los labios hacia adentro durante algunos segundos mientras trato
de pensar cómo decírselo exactamente, sin embargo, me decanto por no
pensar tanto y soltárselo directamente.
»—Pasó hace muchos meses —le digo y me doy cuenta de cómo aprieta la
mandíbula poniéndose tenso. Me acerco para darle un caso beso en los
labios—. No pasa nada —sigo diciendo casi en un susurro—, tú puedes
tocarme, lo sabes.
Sin romper el contacto, subo la mano por su brazo hasta que le rodeo los
hombros acercándome un poco más.
—Tan solo quiero que estés bien —me mira—, porque... —se vuelve a
quedar callado, tragando saliva. No consigue terminar la frase.
—Dime qué te ocurre —insisto—, yo estoy bien, mírame, todo está bien, no
tienes nada de lo que preocuparte.
—Adèle... —susurra mientras apoya su frente sobre la mía, cierro los ojos
casi al instante y puede sentir como la tensión va creciendo. Suelta una
profunda respiración—. Olvida lo que he dicho, ¿vale?
—Dime más.
—Algo así.
—¿A dónde?
Tardo en averiguar, más de lo que me gustaría, el sitio con las pistas que me
ha dado hasta que finalmente, me voy cuenta de a dónde quiere que
vayamos.
—Mónaco —respondo, adivinando la respuesta e Iván asiente con la cabeza
—. ¿Cuándo nos vamos?
—Paranoico.
MONTECARLO
Iván
Me giro hacia Adèle quien se encuentra boca abajo sobre una tumbona
disfrutando del sol de la tarde en la terraza de nuestra habitación. Tan solo
tiene puesta la parte de abajo, por lo que la espalda se encuentra totalmente
al descubierto. Se puede apreciar con detalle su tatuaje, pero lo que más me
entristece es que se lo haya tenido que hacer para tapar las cicatrices.
Intento no pensar en ello.
Está con la cabeza hacia el otro lado, por lo que no la puedo ver, pero me
imagino que estará con los ojos cerrados tratando de descansar y disfrutar
de la calidez del ambiente.
Cuando pensé en hacer este viaje, lo hice con la idea de tener un par de días
de tranquilidad y sin ningún tipo de preocupación, sin el ruido de los
medios, de la empresa, ni de nada. Supongo que ya era hora de dejar atrás el
caos, el estrés y los nervios y dejar de pensar simplemente en la rutina que
me tocaría hacer una vez que pisara mi despacho.
No sé lo que pasará una vez que logre despertar y recupere esos recuerdos
que ella misma se ha encargado de ocultar, pero de lo que estoy seguro es
de que no será un momento agradable, porque conociéndola, se alterará,
gritará y empezará a romper cosas a niveles inimaginables. Por el momento,
seguiré las indicaciones de su psicólogo y me limitaré a seguirle el juego a
la francesa.
No puedo hacer más que tratar de que esté tranquila hasta que las sesiones
con Marquina empiecen y poco a poco, sus recuerdos traumáticos vuelvan a
ella para poderlos tratar bien.
A los pocos segundos, Adèle gira la cabeza hacia mi dirección abriendo los
ojos en el proceso y me pilla mirándola. Sonríe casi al instante, dejando
salir su lado pícaro.
Lo cierto es que he echado de menos tenerla así, sin nada que la atormente
y no he podido evitar imaginarme como hubiera sido nuestra relación si los
hijos de puta de Maldonado no se hubieran entrometido. ¿Todo hubiera
salido bien? ¿Hubiéramos seguido juntos?
Más de una vez ha querido tener sexo, pero le he ido poniendo excusas
porque siento que, de alguna manera, sabiendo de su condición, me estaría
aprovechando de ella y no quiero bajo ningún concepto que me coja rencor
por ello cuando recupere la memoria. Sin embargo, no sé cuánto tiempo
más podré seguir esquivándola porque para ella es normal follar cada vez
que tenemos ganas de saciarnos uno del otro.
—No.
—No mires si sabes que no haremos nada —responde y puedo notar cierto
resentimiento en su tono de voz—, porque no haces más que calentarme
cuando me miras así.
—¿Así cómo?
Adèle es atrevida, es una de las características que le pude notar durante las
primeras veces que nos vimos, sobre todo en esos días en Ibiza. Por lo que,
no duda en ponerse de pie y caminar hacia mí para sentarse a horcajadas
sobre mi regazo. Pasea las yemas de sus dedos por mis brazos sin dejar de
pasar la mirada por mi abdomen hasta que se detiene en mis ojos.
Trago saliva al notar cuáles son sus intenciones cuando hace presión con
sus piernas para acercarse a mi entrepierna. Apoyo mis manos sobre sus
muslos y le aprieto la piel sin dejar de mirarla. Si no nos detenemos ahora,
no podré parar, pero la francesa es la tentación hecha mujer y sabe
perfectamente como seducir teniendo en cuenta que sabe cómo disfrutar y
hacer disfrutar de un buen sexo.
La agarro suavemente del cuello acercando sus labios a los míos y adentro
la lengua perdiéndome en su aroma. Adèle deja escapar un leve jadeo
mientras arquea la espalda queriendo frotarse con mi miembro el cual está
empezando a ponerse duro.
Acaricio su espalda entera con ambas manos mientras busco el nudo de las
braguitas de su bikini. Desato ambos lados para dejar caer al suelo la
prenda. Siento su sonrisa sobre mis labios y me escondo en su cuello para
empezar a jugar con su piel, dejando suaves mordidas. Noto su mano bajar
por mi abdomen y me tenso cuando me la envuelve mientras adentra su otra
mano en la parte baja de mi cuello, estirando de varios mechones para hacer
que la mire.
Nueve meses desde la última vez que follamos. Nueve largos meses sin
sentirla, sin oír sus jadeos pidiéndome más, sin adentrar mis manos en su
melena, sin acariciar su espalda, sin apretar la piel de sus muslos, sin
morderla, sin pasar la lengua por todo su cuerpo.
—¿El qué?
—¿Contigo?
—¿Crees que dejaría que lo hicieras con otro? ¿Cuántas veces te he dicho
que te quiero solamente para mí?
Una parte de mí está disfrutando de tener esta conversación con ella, la otra
parte... me está diciendo que posiblemente nada de esto sería real una vez
que Adèle recuperara la memoria.
Aquella pregunta hace que dude por unos segundos, sin embargo, no se lo
demuestro. El futuro puede llegar a ser imprevisible, por lo que,
posiblemente llegue el día donde Adèle se enamore de otro y decida crear
un futuro con esa persona. ¿Me dolería? Por supuesto que sí, pero jamás le
impediría que fuera feliz.
—Lo estoy.
Sus labios tocan los míos, al principio de manera suave, delicada, hasta que
adentra su lengua en mi boca y hace que el beso aumente de intensidad.
Suelto un gemido cuando vuelvo a sentir sus caderas balancearse hacia
adelante, por lo que vuelvo a bajar las manos hacia su culo para masajear
sus nalgas. Cuando pienso que vamos a volver a follar sobre la tumbona,
esta vez con el anochecer de fondo, Adèle hace todo lo contrario pues se
levanta dejándome con las ganas.
—¿Señor Otálora?
—Dígame.
—No me importaría formar una familia con usted —murmura para luego
irse hacia el cuarto de baño.
Con esto tan solo me acaba de demostrar que seguirá siendo única en mi
vida, o por lo menos, eso es lo que me gustaría pensar.
• ────── ✾ ────── •
Adèle
Iván apaga el motor delante del restaurante. Gira su cabeza hacia mí para
mirarme durante unos segundos.
—¿Se supone que te tengo que dar las gracias? —Pregunto mientras dejo
que me acaricie el muslo por encima de la tela del vestido.
Decidí ponerme un vestido de seda de color plateado, pero unos tonos más
oscuros que resaltara con mi tono bronceado de piel. El pelo me gustó que
fuera suelto con un par de ondas que me hice y el maquillaje, algo muy
básico que remarcara la forma almendrada de mis ojos.
—Por suerte acabo de tener algunas ideas. —Me coloco un mechón de pelo
detrás de la oreja—. ¿En Mónaco habrá alguna Sex Shop?
—Claro que puedes —respondo, pero sin querer, vuelvo a fruncir el ceño.
—¿Qué ocurre?
—Nada.
—Para divertirnos en la cama, ¿para qué otra cosa puede servir ese tipo de
tienda?
Nos quedamos callados cuando el camarero llega con nuestra bebida para
después entregarnos los entrantes. Unos deliciosos champiñones
caramelizados en soja junto a una ensalada griega de patatas y olivas
especiadas. Miro la comida sintiendo de repente un hambre voraz. Se
vuelve a ir una vez se ha asegurado de que no nos falta nada.
—No existen las palabras para explicarlo —me llevo otro champiñón a la
boca y casi cierro los ojos disfrutando del sabor que tiene—, pero me
encanta tu voz ronca, seductora y sexy, supongo que por eso me gusta
cuando pronuncias mi nombre y más cuando me tratas de usted diciendo mi
apellido.
—Tú, yo y otra persona más, ¿no sabes cómo son los tríos?
—¿Hombre?
—Lo sé.
—¿Y por qué no? Tengo la extraña sensación de que no hemos mantenido
relaciones sexuales desde hace una eternidad y no sé el por qué. Le echo de
menos, señor Otálora, así que limitase a callar y a complacerme.
Iván se pasea la lengua por el labio inferior para después llevarse la copa de
vino a los labios. Eso me hace dar un vistazo a la copa de agua que tengo al
lado y decepcionarme por no encontrar ni una gota de alcohol a mi
disposición. Frunzo de nuevo la frente y no puedo evitar sentir la urgente
necesidad de beberme un trago de lo que sea para calmar la sed.
—¿A qué te refieres? ¿Al alcohol? No, Adèle, tendrás que seguir las
indicaciones hasta la próxima revisión médica, no me quiero arriesgar a que
después haya consecuencias.
Consecuencias.
—Perfectamente.
—Mañana por la mañana podemos ir a dar un paseo por esa tienda erótica,
a ver qué encontramos —me dice—, ahora estará cerrada —murmura
mirando la hora en el reloj.
—Es un buen plan —confiesa y puedo notar el brillo pícaro en sus ojos.
Maratón 1/3
SEX SHOP
Iván
Novia.
—Muy pocas veces. ¿Por qué? ¿Pretendes hacer que llegue a ese punto?
—Se dice que todo es más intenso, como si la burbuja del placer te
explotará directamente en el interior de tu cuerpo.
Aprieto la quijada al ver que está jugando conmigo como le da la puta gana
sin detenerse a pensar en las futuras consecuencias que esa acción podría
tener.
—Coge el que quieras —respondo, algo impaciente pues aquel simple roce
ha hecho que me encienda en cuestión de segundos, sin embargo, trato de
disimularlo—, porque de todas maneras quien te lo meterá y sacará seré yo,
tú tan solo te limitarás a sentir —murmuro muy cerca de su oído, pero sin
llegar a tocarla.
Minutos más tarde y después de haber pagado todas las cosas que Adèle ha
decidido comprar, salimos de la tienda. Phénix de inmediato reacciona en
cuanto nos ve moviendo la lengua y la cola de manera animada. David se
encuentra a su lado, sujetando de la correa. Nos estaba esperando a varios -
bastantes- metros de la entrada.
—No, por supuesto, pero me extraña porque casi siempre sueles llamar
cuando pasa algo importante.
—¿Qué ha pasado?
—¿Qué ha pasado?
—Tan solo te he llamado para que supieras que hay un pequeño problema
con ella, sin embargo, tampoco es mi intención hacer que arruines tus
vacaciones junto a Adèle. Te lo contaré con más detalle cuando vuelvas, por
el momento, me estoy encargando yo, ¿de acuerdo?
—No lo sé, amor, alquilar un yate y pasear por la costa mediterránea, hacer
una excursión, ir de compras, probar diferentes comidas, ir a bailar y un
largo etcétera, ¿por dónde quieres empezar? Hay muchas opciones.
Tardo en responder mientras pienso en cada una de las cosas que me acaba
de decir. Seguimos avanzando calle abajo y me doy cuenta de que me
gustaría hacer todos los planes que acaba de decir aprovechando el tiempo
que nos quede, porque, aunque suene egoísta, quiero tener unos días de
tranquilidad a su lado. Un descanso que le permita desconectar de todo y de
todos.
Adèle desbloquea el móvil para buscar alguna cafetería cercana que cumpla
con la característica y que, a poder ser, lleguemos hasta ahí andando porque
la sensación de volver a caminar por las calles como una pareja que no se
puede dejar de tocar, hace que sienta una emoción extraña dentro de mí.
—Habló el arrogante.
—Dijo la egocéntrica.
La francesa me mira con una ceja levantada mientras me lanza una sonrisa
torcida.
—Casi siempre, pocas veces me has dejado completamente sin palabras que
ni siquiera supe qué responder.
—¿Dónde está esa cafetería? ¿Ya has elegido alguna que te guste? —
Cambio de tema.
—Nada.
—Sí me lo dirás.
—Algo que tenga chocolate y también me apetece algo de fruta, tal vez una
tarta con crema y que encima tenga fruta bañada en sirope, puede que
también me pida un zumo de naranja, recién exprimido, por supuesto.
—¿Puede?
—¿Ahora me contarás cuál fue aquella vez que te dejé sin palabras? —
Insiste a que le responda, sin embargo, me quedo en silencio queriendo
aumentar el suspense.
Hace un gesto con la cara que me resulta adorable mientras trata de pensar
en aquel momento. Al principio me mantengo callado esperando a recibir
alguna reacción de su parte que no tarda en llegar.
—Con eso me dejaste mudo, por lo que tan solo me limité a ofrecerte el
asiento del conductor para dejarte que lo condujeras, de hecho, creo que has
sido la única persona a quien se lo he dejado conducir.
—¿Crees?
—Has sido la única —repito mientras me llevo la taza de café a los labios,
dándole un sorbo y de repente una idea se me cruza por la mente—.
Deberíamos echar una carrera.
• ────── ✾ ────── •
Álvaro Maldonado
Dejo escapar el humo del cigarrillo por la boca mientras mantengo mi vista
a lo lejos admirando aquella cafetería propia de los años 60. Me encuentro a
unos treinta metros, lo suficientemente cerca para no perderlos de vista,
pero lo bastante lejos para no llamar su atención. No tengo ni puta idea de
lo que estarán hablando, ni siquiera me interesa pues lo más probable es que
estén teniendo alguna de esas conversaciones cursis y estúpidas típicas de
los enamorados. Lo importante es saber en todo momento donde se
encuentran, sobre todo él, don perfecto Iván Otálora pues la francesita me
da bastante igual.
—Acabar con Iván Otálora, ¿qué más podría ser? Al fin y al cabo, te ha
destrozado la vida.
—La francesa se incluye en el mismo saco. Los Otálora tan solo han sido
un grano en el culo para nuestra familia —sigo diciendo—. Tienen a mi
madre encerrada vete a saber en qué clase agujero sin la opción de pagarle
una fianza hasta el juicio y quieren que me quede de brazos cruzados sin
hacer nada.
—¿Cuándo la vas a sacar?
—¿Casi?
—Sí.
INDOMABLE
Iván
—Encaje. —Me limito a decir cuando tiro del dobladillo del conjunto que
lleva puesto. Podría jurar que se trata de algún camisón corto para dormir
pues la suavidad de la seda lo delata.
Mis ojos siguen tapados, no estoy viendo una puta mierda, sin embargo,
estoy disfrutando como nunca, además de que, si quiere jugar a la doble
penetración, el juego previo es de suma importancia para que no le haga
daño el anal.
—Es usted fuego —susurro la primera palabra. Desciendo las manos hasta
colocarlas sobre sus nalgas y empezar a moldearlas a mi gusto. No dejo de
jugar con su cuello para subir hasta sus labios y volver a bajar. Adèle
responde soltando varios gemidos mientras siento como aprieta los muslos
estirándome del pelo en el proceso—. Fuego y cenizas —sigo murmurando
y le quito por completo el camisón tirándoselo hacia no sé dónde.
Los besos van en aumento, al igual que las caricias. Minutos más tarde ya
me encuentro en igualdad de condiciones y de pronto, siento como estira el
brazo durante unos segundos buscando algo. Reacciono mínimamente al
sentir como recorre la polla de silicona sobre mi abdomen.
—Primero tú —susurra sobre mis labios buscando alzarse sobre mi
erección.
Bajo una mano entre ambos y, sin dejar de besarla, guío la punta hacia su
entrada. Adèle deja escapar varios gemidos al querer deslizarse
completamente hasta el final. Se queda en esta misma posición durante
varios segundos para adaptarse. Muevo la pelvis de manera consciente
queriendo jugar, es un movimiento bastante leve, pero sé que ella lo debe
estar sintiendo al mil, por lo que sigo trazando pequeños círculos con la
cadera para crearle un mayor nivel de placer.
• ────── ✾ ────── •
Adèle
Coloco las piernas a cada lado de su cintura e Iván me acerca un poco más a
él agarrándome por las caderas, aun con la poca iluminación de la
habitación, puedo ver su torso trabajado perfectamente. Me acomodo mejor
sobre la cama y sin decirle nada, agarro su erección con una mano para
guiarla y dar paso a la penetración anal.
—Déjame mirarte —susurra con esa voz ronca que tiene sabiendo que es
mi perdición e intento seguir relajada al sentir otro empuje más de sus
caderas.
Pocas veces he tenido sexo anal, casi nunca dejo que me lo hagan pues para
mí es necesario tener un mayor nivel de confianza ya que es clave estar
relajada porque de lo contrario, puede llegar a doler.
—¿Adèle?
—Je t'aime —susurra en un perfecto francés lo que hace que abra los ojos,
sin embargo, antes de que sea capaz de decir nada, acerca sus labios a los
míos para callarme con un beso.
***
—Je t'aime aussi, monsieur Otálora —dije segundos más tarde y noté como
dejaba escapar el aire contenido, tranquilizándose.
Aquello me extrañó, sin embargo, quería saber aquello que quería que le
prometiera, por lo que me quedé en silencio esperando a que hablara. No
tardó en hacerlo.
Aquello hizo que mi corazón se hiciera un poco más pequeño ante sus
palabras.
Los veo interactuar y no puedo evitar esbozar una pequeña sonrisa ante la
escena pues Iván ha empezado a acariciarle y jugar con él. De repente, la
imagen de un niño pequeño jugando con ellos aparece y me sorprende lo
real que se puede llegar a ver. Es cierto lo que le había dicho, que no me
importaría formar una familia con él, no ahora, pero posiblemente dentro de
unos años, cuando yo me sintiera preparada, cuando ambos lo estuviéramos.
Planearlo cuando llegara el momento.
Un niño de ojos grises sentado a mi lado viéndome tocar el piano con Iván a
un par de metros admirando la escena.
Podría llegar a ser bonito, que fuéramos una familia con un niño querido y
planeado.
***
Lo que me extrañó, sin embargo, fue que Iván me dijera que para la semana
que viene tenía programada una sesión con el psicólogo. No entendía para
qué si yo siento que me encuentro perfectamente.
—Puede que por fuera te encuentres bien, pero no podemos obviar el hecho
de que te hayas dado un golpe en la cabeza. Solamente será una hora,
después haremos lo que tú quieras —Intentó convencerme.
—Cualquier cosa que me pidas —aseguró lo que hizo que mostrara una
sonrisa—. Esa mirada me da miedo.
—Sí, pero...
Algo que fuera simbólico, algún detalle que se recordara, algo personal.
Observo las ochenta y ocho teclas del piano frente a mí y empiezo a tocar
alguna melodía improvisada. Empiezo a jugar con los diferentes acordes en
el instrumento que se encuentra en medio del salón del penthouse de Iván.
Una pieza musical inspirada en él, en nosotros, algo que simbolice el fuego,
algo explosivo, podría regalarle eso, ofrecerle un espectáculo privado,
rememorar la partida que hicimos meses atrás. Una cena que nos acompañe
también, algo de vino, nosotros dos solos, algo íntimo.
—¿Qué haces? —Me pregunta él, haciendo que vuelva a la realidad pues
seguramente estaba embobada con las manos en el teclado pensando en
todos estos detalles. Me giro hacia él, observándole en el sofá con un libro
en la mano.
—Algo así. —Me levanto de la banqueta para sentarme junto a él. Iván pasa
su brazo alrededor de mi cintura para acercarme más a su cuerpo—. Quiero
que sean doce piezas musicales, cada una cuenta con un título,
evidentemente. Voy escribiendo las partituras poco a poco, no es algo que
necesite ser trabajado ya. Lo empecé a hacer cuando inicié la gira, creo que
te lo dije.
—Mis amigas, Dante, Marco, no sé si Félix estará por aquí, la última vez
que lo vi fue hace muchos meses atrás cuando... —Me quedo callada,
recordando que lo vi cuando me proporcionó la jeringuilla que contenía la
droga para hacer que me desapareciera el dolor durante unas horas cuando
Verónica me aplastó la mano y tenía el evento en Madrid—, cuando me lo
encontré en un bar de Barcelona, debería llamarlo para ver por donde anda,
no sé si tú quieras llamar a tus amigos.
—Exactamente.
Esotan solo me dejaba mañana, casi el día entero, hasta que vinieran por la
noche. Por lo menos cuento con algo de ventaja y es que ya tengo alguna
idea de lo que quiero hacer, título incluido.
Maratón 3/3
¿OS HA GUSTADO? Jeje, perdón, la emoción. Para esta semana han sido
estos 3 capítulos donde han pasado cosas interesantes. Dejadme vuestras
opiniones.
DIAMANTE NEGRO
Adèle
Me mantengo en silencio mientras veo las teclas del piano pensando cómo
sería mejor cuadrar el siguiente compás para iniciar la repetición y seguir
con el clímax de la pieza que estoy componiendo. Mantengo la partitura en
frente de mí y no tardo mucho tiempo en probar algunos acordes. No me
falta casi nada, sería añadir algunos más, darle una repasada final por si
hiciera falta reestructurar algo y dar la pieza por finalizada.
Ayer nos dedicamos a ponernos en contacto con todos, de hecho, fue Iván
quien se encargó, insistiendo en ello. No me quejé, dejé que lo hiciera. Al
final, me dijo que vendrían Fran, su hermana Almudena, mis amigas,
Dante, Marco y su prometida Bianca, Félix dijo que no podía venir por un
tema personal y quedamos en que nos llamaríamos otro día.
Vuelvo a tocarla de nuevo para comprobar que todas las notas se encuentran
en su sitio y aprovecho para memorizarla por completo, lo cual no se me
dificulta en absoluto. Una vez que acabo, me quedo quieta admirando el
instrumento y me doy cuenta de lo mucho que he disfrutado este proceso,
como de un simple acorde, he podido llegar a crear toda una pieza envuelta
en una agradable armonía.
Me acuerdo de lo que me dijo nada más conocernos, hará casi un año atrás,
cuando insinuó que yo había demostrado ser una perfecta eufonía sobre el
escenario, que había podido transmitir, a través del piano, lo que estaba
sintiendo en aquel momento.
No creo que se lo vaya a confesar nunca, pero me gusta las palabras que
utiliza para definirme. Me encanta cuando adopta su modo poético lo que
me lleva a pensar que necesito un título. Tenía alguno en mente, pero
conociendo ahora como es la pieza, dudo que aquel hubiera funcionado.
Necesito algo más potente, una sola palabra que nos caracterice a ambos y a
nuestra relación.
En aquel momento, sin embargo, las puertas del ascensor se abren e Iván se
encamina hacia el interior. Mantiene el móvil pegado a la oreja hablando de
manera calurosa con alguien mientras deja la chaqueta del traje sobre el
respaldo del sofá. Me doy cuenta de la partitura y la escondo entre las
demás para luego cerrar la tapa del teclado y dirigirme hacia él. Cuelga al
cabo de unos segundos.
—¿No quieres que te vea un médico? Estos últimos días los has tenido de
seguidos —responde, recordándome lo que ha pasado durante esta semana
en la cual parecía que los pinchazos no cesaban.
Iván me mira no muy convencido, pero no dice nada más. Le veo acercarse
hacia la nevera para buscar algo y sacarse una cerveza fría. Me quedo
mirando que le da un buen sorbo, no sé si segundos o puede que, minutos.
El caso es que Iván se da cuenta y noto cuando empieza a acercarse a mí
mostrando su sonrisa torcida que supone mi perdición.
—¿A qué?
—No tienes que preguntarme eso para hacerme una pregunta. —Puedo
imaginar la sonrisa que está esbozando.
—¿Por qué?
—Sí, muy bien —sonrío mientras vuelvo a apoyar la mejilla sobre su pecho
—. Todavía no me has respondido, ¿cuál piensas que podría ser aquella
palabra que nos defina?
—Hay muchas —susurra—, pero creo que la más acertada sería «fuego»,
aunque eso ya lo sabes. ¿Por qué me lo preguntas?
Deja escapar otro sonido sin cesar la caricia en mi espalda, por encima de la
ropa. Noto que mueve sus caderas levemente haciendo que yo también lo
sienta. Me mantengo en silencio mientras dejo que piense, no tarda mucho
en responder.
—Cuando pienso en nosotros siempre se me viene a la cabeza un diamante
negro —murmura y permanezco atenta a su explicación—. Tú misma lo
dijiste, el negro es tu color, el mío también. Aunque simbolice el mal y lo
desconocido, yo lo veo como algo elegante, con poder, serenidad también,
el negro es el color que representa la elegancia por excelencia y si sumamos
un diamante a la ecuación, es lo que nos define —hace una pausa—, un
diamante negro —repite—, inalcanzable, brillante y con poder.
—¿Quiénes?
—Yo estoy muy bien aquí —responde mientras se acomoda un poco más
sobre mi cuerpo, aspirando de manera notoria por la nariz—. Hueles muy
bien.
Al cabo de unas horas, las puertas del ascensor se abren y las primeras en
llegar son mis amigos, Arabella, Rebecca y Dante. Me extraña no ver a
Laura, sin embargo, me levanto para ir a recibirlos, feliz y con los brazos
abiertos. La castaña es la primera en acercarse para darme un abrazo.
—¡Tía, Dios mío! ¡¿Pero tú sabes el tiempo que hace que no nos vemos?!
Meses, ¿te has dado cuenta? Meses —repite, queriendo hacer énfasis para
dejarlo claro.
—Tenemos que ponernos al día —respondo mientras dejo que Arabella
también me abrace con el mismo entusiasmo.
Después de que Iván también los saludara, nos sentamos en el sofá dejando
la mesa central con todo el aperitivo y las bebidas. Dante no dudó en
sentirse como en su casa mientras empezaba a contarnos qué tal le estaba
yendo en su nuevo catering, pues había decidido en empezar de cero aquí
en la ciudad y dejar su vida en Italia. Minutos más tarde, aparecieron dos
personas, amigos de Iván a quienes presentó como Fran y Almudena, el
primero era su editor, quien sacó los dos poemarios y la segunda, su
hermana. Según Iván me había contado, eran muy buenos amigos.
Rebecca empieza a decirme que a Laura le han ofrecido una muy buena
oportunidad en un conservatorio en Berlín y que, desde hace meses, está
viviendo en la capital alemana. Según las pocas veces que ha hablado con
ella, le ha dicho que le está yendo muy bien. Almudena también nos cuenta
un poco respecto a su vida como modelo y que ahora está pensando en
dejarlo para centrarse en otra cosa, pues ha estado muchos años entregada a
este mundo y siente que ya es hora de dejar que las cámaras y los medios se
centren en la nueva generación.
—Que sí, pesado, joder, que yo seré el protagonista, callaros ya —se queja
—. Lo que os decía, que pensábamos hacerla en junio, pero mayo nos
parece el mes perfecto, ya sabéis, en plena primavera, ni mucho calor, ni
mucho frío... todo saldrá a las mil maravillas. —Le da un beso en la mejilla
a Bianca y ella sonríe encantada.
—Ya tenemos todos los preparativos listos —comenta ella—, así que no
vimos necesario esperar más.
Siguen diciendo más cosas sobre la boda que finalmente se llevará a cabo a
mediados de mayo, por lo que faltan un poco más de dos semanas para el
gran de día. No puedo evitar esbozar una sonrisa ante la alegría que
emanan, pero me sorprendo cuando Marco nos dedica esa pregunta.
—Estoy bien.
Las horas siguen pasando sin darnos cuenta a medida que la cosa se va
poniendo más interesante, pues el alcohol no ha podido faltar y cuando
sumas la bebida junto a la buena compañía, las risas se van volviendo más
constantes. Con la música de fondo y, después de haber pedido unas pizzas,
Dante ha propuesto jugar al «yo, nunca» y hasta que no hemos entrado al
territorio erótico, no se ha cansado. Incluso Iván se ha animado un poco
bebiendo en algunas ocasiones.
—Yo también a vosotras, tengo que ponerme al día con Laura también, así
que la llamaré mañana supongo.
—Sí, sí, si yo te entiendo, de todas maneras, lo mejor sería que hablaras con
ella, sabes que no le gusta cuando alguien corta el contacto tan
abruptamente.
—Exagerado.
—¿Te ha gustado?
—No es nada, Adèle, simplemente que hoy he estado cansado por todo el
trabajo en la empresa.
—Sí, no quiero que te preocupes por nada, ¿de acuerdo? —Me da un beso
en la frente.
—Es otro día más, no tiene nada de especial —susurra. Levanto la cabeza
para mirarlo para que vea mi asombro y desconcierto—. No me mires así
—se ríe—, pero no es lo mismo cumplir dieciocho que treinta y tres. El
tiempo de celebrarlo ya ha pasado.
—Tú eres mi regalo —murmura y hace que sienta cierta calidez en las
mejillas—, así que no es necesario que me compres nada.
—Entonces lo abriré y te querré aún más, pero ningún regalo te podrá llegar
a superar, muñeca.
JOYEUX ANNIVERSAIRE
Iván
Durante los siete meses en los cuales Adèle estuvo de gira, me enfoqué en
el trabajo al punto de encerrarme en mí mismo y no querer saber nada de
los demás. Las únicas personas que aguantaron mi carácter fueron Marco,
Sofía y mi madre, por supuesto. Aproveché, durante este tiempo que estuve
rodeado por la soledad que ella me había dejado, en averiguar la historia de
Renata y Sebastián, mis padres. Las palabras de la francesa todavía se
repetían en mi cabeza: «Deberías escribirlo tú», refiriéndose al libro
contando por todo lo que habían pasado y cómo llegaron a enamorarse.
Salgo del Ferrari cerrando la puerta con no demasiada fuerza y avanzo por
el parking subterráneo del cuartel. Renata me ha llamado hace una hora
diciéndome que teníamos que hablar.
Después de regresar de Mónaco, hablé con ella respecto a lo que tenía que
decirme sobre Ester: que se había escapado. En aquel momento dejé
escapar un suspiro de frustración pensando que nunca nos dejaría en paz, al
igual que los Maldonado, pues desde que en 1982 mi padre conoció a la
hermana de Héctor Maldonado, la rivalidad entre ellos empezó a partir de
entonces manchando las siguientes generaciones.
Estoy hasta la polla de los líos familiares, lo único que quiero es vivir en
paz y feliz junto a mi mujer, pero, por lo visto, hasta que no me encargue de
solucionar todo este desastre, nadie nos dejará en paz.
—Sí, de hecho, le está esperando —se queda callada sin dejar de mirarme.
Enarco levemente una ceja preguntándome qué más me querrá decir—. Le
deseo un feliz cumpleaños, si me permite decírselo.
Renata nunca fue una mujer que demostrara su cariño a la ligera y que lo
esté haciendo ahora me sorprende gratamente. Le acepto el abrazo y apoyo
la barbilla sobre su hombro.
Dejo escapar una suave risa ante sus palabras, al fin y al cabo, su esencia
siempre seguirá intacta. Se separa a los pocos segundos y vuelve a sentarse
frente al ordenador. Yo hago lo mismo en uno de los sillones delante de su
escritorio.
—¿Dónde está?
—Sigue en la ciudad. La localizamos ayer junto a Álvaro Maldonado, no
hemos visto ningún tipo de signo de violencia ni nada por el estilo, incluso
Ester ha salido sola a la calle, así que pensamos que lo mejor sería
permanecer lejos, observando, a la espera de que hagan cualquier
movimiento —explica—. Yo voy a estar informada en todo momento.
—Lo sé, estaremos alerta, quieras o no, ahora soy yo quien va un paso por
delante de ellos —se limita a decir—. ¿Cómo se encuentra? —cambia de
tema, queriendo saberlo.
Siendo sincero, no quiero que llegue ese día, no quiero tener que presenciar
como se desmoronará delante de mí, verla sufrir de nuevo... Niego
levemente con la cabeza, intentando que el pensamiento se desvanezca.
Tengo la leve sospecha de que está recordando algo, pequeñas cosas que le
parecen extrañas, no obstante, parece como si no me lo quisiera decir. Lo
pude notar durante estos días que estuvo en mi casa, se quedaba quieta, con
la mirada fija hacia ningún punto en particular. Alega que es debido al
golpe en la cabeza y a la operación, pero algo me dice que, poco a poco,
está volviendo a recuperar sus recuerdos.
—¿Piensas que podría apartarte de nuevo? —pregunta Renata
devolviéndome a la realidad. Me quedo mirándola, intentando no pensar en
eso, porque si la primera vez me dolió, no me quiero imaginar lo que
sentiría una segunda.
—Acuérdate de lo que te dije días antes del evento en Madrid. —Me mira,
asegurándose de que me acuerdo—. Déjala que ella lo decida, quédate a su
lado y ayúdala, pero jamás la fuerces. Esta es la parte complicada que te
estoy diciendo con la que debes tener cuidado.
—No creo que sea necesario que lo hagas —responde—. Está encerrada, no
puede escaparse, ¿por qué quieres hablar con ella?
—Como quieras.
Está sentada y, con las piernas cruzadas, imitando una posición de yoga.
Mantiene los ojos cerrados, no obstante, eso no le impide esbozar una
sonrisa para después abrirlos lentamente.
Me acerco sin querer escuchar más hasta que me posiciono delante de ella,
intento que no se me note que sus palabras me están afectando más de lo
que me gustaría porque, sé que, en el fondo, no podrá salir de aquí, no sin
antes pasar por Renata y todo el CMFE, acabaría con varias balas en el
pecho antes que poner un pie fuera del perímetro.
—Intenta acercarte a ella y acabaré contigo —pronuncio en un tono
bastante grave, amenazante, serio, para que se le meta de una puta vez en la
cabeza que, como trate de joderme de nuevo, no dudaré en enterrarla yo
mismo.
—Lo único que te voy a decir es que no te conviene jugar con fuego —
advierto—, a no ser que te quieras quemar —respondo, finalizando la
conversación mientras doy un paso hacia atrás para dirigirme fuera de la
habitación.
—No escapará.
• ────── ✾ ────── •
Adèle
—¿Todo esto es para mí? —pregunta dejando sus cosas sobre la isla de la
cocina para acercarse lentamente sin dejar de mirarme.
—Sería muy feo de nuestra parte romper la costumbre —susurro sin dejar
la caricia en su miembro intentando controlar mi respiración.
Trago saliva ante la invasión y siento sus manos abrirme levemente las
nalgas para hacerlo incluso más profundo y que nuestras pieles se lleguen a
tocar. Aprieto la piel de sus hombros, clavando las uñas para canalizar el
que tenga aún que acostumbrarme a su tamaño. Arqueo la espalda haciendo
un movimiento circular con mi caderas.
—Oscuro cual negro azabache, cual tormenta opacada por una mirada a
punto de ser saciada —murmura empezando a moverse lentamente para que
lo sienta. Me sujeta la cintura con su brazo alrededor y dejo que él lleve el
ritmo—. Labios repletos de anhelo y afán, labios que reclaman, que piden
ser dormidos debido a la lujuria incrustada —continúa diciendo mientras
incrementa la velocidad de las embestidas.
—No lo he hecho.
—¿Entonces?
—Estoy bastante cómodo así, la verdad —contesta y tengo que aguantar las
ganas de soltar una pequeña risa—. Dime qué es y me lo pensaré.
—Limítate a responder.
Guardo silencio entrecerrando los ojos para hacerle ver que no me gusta
que me ordenen nada, no obstante, no dudo en cumplirle la petición
solamente porque se trata de su cumpleaños.
Iván se limita a sonreír mientras vuelve a mover las caderas y espero que
sea consciente de que ambos acabamos de tener un orgasmo demoledor y
que todavía sigo sintiendo el pálpito en mi cavidad como resultado, lo que
hace que cualquier movimiento lo sienta multiplicado por mil.
—Tu acento me deja atontado —murmura y hace una pequeña pausa para
luego añadir—: Eres eufónica, ¿lo sabías? Da igual lo que digas o cómo lo
digas, me pondrás a cien en menos de dos segundos. —Vuelve a mover las
caderas y me abalanzo de nuevo sobre sus labios para intentar apagar el
fuego pues, de lo contrario, no me dejará enseñarle la composición en el
piano.
—Déjame salir.
—Diamante negro —responde enarcando una ceja—. ¿Qué tiene que ver?
Ah, bueno, pero ¿habéis visto ese poema? No tenía pensado que en este
capítulo hubiera uno, pero sabéis que yo siempre me dejo llevar por mis
personajes y tengo un poeta rebelde con labia erótica.
Un beso ❤
CONFUSIÓN
Adèle
Sigo sin entender la necesidad de tener esta sesión con el psicólogo, sigo
teniendo esos pinchazos en la cabeza, pero no es algo que deba ser tratado
por esta especialidad, además, ya dije que me encontraba bien, sin embargo,
Iván insistió en que la tuviera, precisamente en su penthouse,
concretamente en su despacho donde justamente me di el golpe en la cabeza
después de haberme tropezado de manera estrepitosa.
¿Desde cuándo los golpes en la cabeza son tratados por los psicólogos? Lo
que se debería hacer, en este caso, es volver a hacerme una revisión en el
hospital con el doctor que me operó. Acepté tener esta conversación para
evitar preocuparle más de lo necesario, pero que no espere sacar unas
conclusiones que le solucionen la vida.
—Estoy bien. —Me encojo de hombros—. ¿De qué se suele hablar en estas
sesiones?
—Siga contándome —me anima el psicólogo cuyo apellido me dijo que era
Marquina—. Por este motivo viene bien que hable y diga en voz alta todo
aquello que le preocupe, así logra externalizarlo.
—No lo sé. —Me llevo una mano por detrás de la nuca para rascarme la
piel, aprovecho para acomodarme la melena a un lado del pecho—. Intento
recordar lo que sea sobre todo esto que me está diciendo, pero...
simplemente... estoy en blanco, no sé qué espera que le diga.
—Quiero que me diga justamente eso, todo lo que esté pensando ahora
mismo, posiblemente se haya olvidado de algo que su mente intenta traer de
vuelta, pero que usted no lo está consiguiendo.
—¿Entonces? ¿Por qué está jugando conmigo? Dígame que tan solo se trata
de m imaginación y que esta sesión, como le dije desde un principio, era
completamente innecesaria.
—Adèle...
Con una última mirada, hago que se levante después de haber recogido sus
cosas y le acompaño hasta el ascensor.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta, acercándose a mí, pero doy un paso hacia
atrás de manera inconsciente, sorprendiéndole—. ¿Te ha digo algo que te
haya molestado?
—Dime la verdad... —pide, intentando dar otro paso hacia mí. Esta vez, me
mantengo quieta y dejo que roce mi mejilla con el dorso de su mano—.
Sabes que puedes decirme cualquier cosa.
De pronto, siento unos brazos fuertes rodearme por detrás haciendo que mi
espalda quede pegada a su torso. Ni siquiera hago el intento de forcejear
sabiendo que no servirá de nada, por lo que me mantengo quieta apoyando
la cabeza sobre su pecho. Permanecemos así durante unos minutos hasta
que rompe el silencio.
Observo mi móvil en la mesita central, pues lo dejé aquí cuando me fui con
Marquina al despacho y el nombre de Laura aparece de repente en la
pantalla iluminada. Me olvidé por completo de llamarla cuando dije que lo
haría. Acepto la llamada, llevándomelo a la oreja y no hablo de inmediato,
ya que se puede notar la tensión que nos envuelve.
—Laura...
—Sé que necesitas respuestas, que estás desconcertada y que quieres que
alguien te aclare la confusión que te ha generado todo este tema —murmura
—, pero... trata de entenderlo, de ser paciente, no te puedo decir nada y
menos de golpe, sería demasiado para ti —hace una pausa—. Mañana
vendrá Marquina de nuevo, ahora que sabes mínimamente lo que te ha
pasado, el rumbo de la sesión irá diferente. Nadie quiere hacerte daño, nadie
quiere ocultarte nada, pero... simplemente tienes que confiar —vuelve a
quedarse callado, sin embargo, todavía sigo con el rostro escondido—.
¿Confías en mí, Adèle? —susurra.
No creo que haya nadie más en quien confíe como lo hago con él.
—Lo hago —susurro sobre su piel—, confío en ti, pero... —me quedo
callada, tratando de calmar el ansía por querer saber la verdad—. Esperaré
—acabo por decir—, haré lo que me digas y si me pides paciencia, la
tendré, porque confío en ti y sé que siempre querrás lo mejor para mí.
Siento cómo me aprieta un poco más contra él para posar sus labios en mi
cabeza, plantando un beso largo como si se asegurara de que me encuentro
ahí junto a él. Permanezco escondida en su cuello sin dejar de aspirar el
aroma que desprende y cierro de nuevo los ojos dándome cuenta de que
Iván se acaba de convertir en mi lugar seguro, que quiero permanecer a su
lado, que no lo siento como si se tratara de una necesidad, sino de querer
compartir mi vida con la suya, formando una sola.
***
—¿De esos restaurantes que sirven poco, pero que cuesta un ojo de la cara?
—No lo sé, ¿importa? Tiene buenas críticas, aunque me parece que hay que
pedir cita, pero no creo que nos denieguen una mesa si vamos ahora.
DESEQUILIBRIO
Iván
Fue necesario que lo supiera, que una parte de sus recuerdos habían sido
bloqueados y que el proceso para que volviera a estar bien sería lento y
complicado, sin embargo, nunca he dejado de pensar lo contrario porque
estoy seguro de que, tarde o temprano, el ave fénix resurgirá de sus cenizas.
Ella mismo lo dijo meses atrás, antes de que se fuera de gira, que nunca
dejaría de ser el fuego que la caracterizaba, de ser el fénix capaz de
desplegar sus alas tras su resurrección.
Necesito que lo tenga claro, que se dé cuenta de que, a pesar de todas las
dificultades, será capaz de superarlo, de que, todo lo que pasó, ya no le
genere ningún tipo de dolor. No puedo evitar pensar cuando recupere el
recuerdo de lo que le hizo Mónica en el búnker y de la muerte de Jolie y
Marcel, lo único que sé es que deberé ser fuerte, por ella, por mí... por los
dos. Soy consciente de que se volverá a romper, de que querrá esconderse
de todo el mundo, de que se cerrará, por eso deberé estar a su lado,
ayudándola, porque necesito que vuelva a estar bien, que sea ella de nuevo,
que recupere la fortaleza y su indomable carácter.
Permanecerá a mi lado hasta que sane y, después de eso, hasta que ella así
lo quiera.
Una vez que nos bajamos del coche, me doy cuenta del nombre que reluce
bajo la denominación del restaurante: «Daniel Duarte» y no tardó ni dos
segundos en darme cuenta de que se trata del mismo tipo que invitó a Adèle
al baile de máscaras en Madrid, donde tuvimos nuestro encuentro. Aprieto
levemente la quijada al pensar que él no sabe de la pérdida de memoria de
Adèle y tan solo espero que no aparezca y se acerque a nuestra mesa.
Una vez en el interior del restaurante, cuya decoración se caracteriza por ser
moderna, aunque manteniendo un ambiente acogedor, nos acercamos hacia
el hombre encargado de asignar las mesas y comprobar las reservas. Se
encuentra sonriente esperando por nuestra respuesta, al cabo de unos
minutos, después de intercambiar unas cuantas palabras, nos conduce hacia
una de las mesas que ha liberado para nosotros y nos sentamos uno al lado
del otro. Le pido que nos traiga un par de copas de vino y una botella de
agua y asiente, marchándose. Otro camarero se encarga de tomarnos nota y
se marcha una vez que ha apuntado los platos que hemos pedido.
—27 de abril —repito, imitándola y saboreo el buen gusto que tengo para
los vinos.
—No tenía dudas, por lo menos, desde que iniciamos ese juego tentador
con las tres reglas, sabía que no te dejaría escapar tan fácil.
—Qué confiado.
—Lo disfrutaría más sabiendo que acabaré con el estómago lleno —me
quejo—, aunque... —La miro, alzando una ceja—. El postre podemos
tomarlo en otro sitio, ya sabes, que tenga ese toque francés que no hace más
que enloquecerme por su sabor exótico.
—Adèle... —susurro—, antes de que te diga nada, tienes que entender que
antes deberás hablar con tu psicólogo, el proceso es complicado y no
quisiera echarlo todo a perder diciéndote algo que podría ser perjudicial
para ti.
—¿Tan grave es? —Me quedo callado y mi silencio es lo que necesita para
darse cuenta de que sí—. ¿Por qué piensas que no podré soportarlo? ¿Qué
ha pasado para que hayamos llegado a esta situación? Soy fuerte, Iván, me
parece que soy perfectamente capaz de superar cualquier cosa.
Esta vez, quien se queda en silencio soy yo al darme cuenta de que acaba de
establecer el día para que el volcán erupcione, una cuenta atrás que no
podré detener, no ante su determinado carácter.
—¿De verdad?
—No tengo problema, pero... ¿para qué quieres estar ahí? ¿Temes que me
pueda pasar algo? —pregunta esbozando una diminuta sonrisa con la
intención de restar tensión al ambiente. De nuevo, me mantengo en silencio
durante unos segundos y observo la expresión de su rostro, que ha pasado a
ser una más seria—. Te preocupa —concluye—, te preocupa que pueda
reaccionar mal, que enloquezca.
—No quiero que te pase nada —me limito a decir—, si no quieres que esté
a tu lado, me lo puedes decir, lo entenderé.
—Si me hubieras llamado, os habría hecho unos platos especiales solo para
vosotros —empieza a decir mientras se sienta en una de las sillas vacías.
Observo a Adèle de reojo, está frunciendo ligeramente el ceño denotando
confusión, pero Daniel continúa hablando, sin darse cuenta de ello—. ¿Qué
tal os va la vida? Me alegro de veros juntos, la última vez no...
—¿Te dolió?
—Acabé en el hospital —responde—, así que, supongo que sí, algo dolió.
—Pues... no, no creo que haya alguien a quien les guste —contesta y vuelvo
a respirar con normalidad. Tengo que finalizar esta conversación a la de ya
y supongo que deberé hablar con el chef para explicarle de manera general
lo que ha pasado, no quisiera que dijera algo que termine por estropear
todo.
—Es algo complicado, pero... hubo unos meses donde estuvimos separados
—respondo con algo de cautela.
—Adèle.
—Es eso, entonces —murmura, bajito—, ¿por qué rompimos? ¿Cómo fue
que nos reencontramos? ¿Por qué no te afecta? —sigue preguntando,
notándose la desesperación en su tono de voz.
—Porque no creo que a los demás les interese escuchar nuestros problemas
—respondo haciéndole ver que todavía nos encontramos el salón con todos
los demás comensales a nuestro alrededor—. Cuando lleguemos a casa,
hablaremos.
—¿Para qué me sigas diciendo que sea paciente? Prefiero hablarlo
directamente con Marquina, en ese caso.
• ────── ✾ ────── •
Adèle
—Adèle...
—No —interrumpo lo que sea que había querido decir, ahora mismo, no
estoy para escuchar a nadie—. No te preocupes que no me escaparé.
Debo serlo, no me queda otra opción, al igual que también tengo que
disculparme con él y decirle que no tiene la culpa de nada. Esbozo una
sonrisa incrédula, ¿por qué acabamos descargando nuestra molestia con
aquellos que tan solo quieren ayudarnos?
Decido salir del baño e ir de nuevo con el poeta, no obstante, una vez que
llego a la sala donde se encuentran los comensales, en una de los
ventanales, soy capaz de apreciar el reflejo de una persona mirándome
fijamente. Me acerco unos pasos más entrecerrando la mirada y siento que
algo dentro de mí ha empezado a romperse.
NO ME DEJES
Ester
—¿Cómo?
—Tan solo le hizo falta verme, el caso es que necesito que hagas algo por
mí —dijo y esbocé una sonrisa incrédula. Este es el motivo real detrás de la
llamada, que le haga un favor. Lo peor de todo esto es que no me puedo
negar. «Sí puedes». No, no puedo, no si no quiero acabar con un tiro en la
frente. Me amenazó con eso, me dijo que u obedecía o ya me podría
despedir de todo cuanto conociera—. Me da igual cómo lo hagas, pero
quiero que te vuelvas a acercar al señorito Otálora para que le coloques un
programa espía en su móvil que nos permitirá mantenerlo vigilado.
—Tampoco hace falta que me hables así. ¿No se supone que somos familia?
Tú mismo me lo dijiste, eres mi primo, entonces, o empiezas a comportarte
como tal o no voy a hacer una mierda.
—Bien, sabía que podía contar contigo. —Pocos segundos más tarde,
cuelga la llamada dejándome con el móvil todavía en la oreja.
• ────── ✾ ────── •
Iván
Ni siquiera sé qué ha podido pasar, la dejé irse al baño, sabía que estaba
disgustada, pero no al punto de llegar hasta esta situación. La aprieto
levemente contra mi pecho y noto al chef colocarse delante de mí para
señalarme el camino. No tardamos en llegar a su despacho y observo el sofá
de color beige que se encuentra pegado a la pared.
—Despertará, dale tiempo, pero sí estaría bien alguna bebida, necesita algo
fresco —respondo—. Antes de irte, quiero que sepas algo —le detengo—.
Adèle ha perdido la memoria, parte de ella, no recuerda que han matado a
su sobrina y a su hermano, así que, te agradecería que no digas nada cuando
despierte, porque no sé lo que ha pasado y no quiero pensar que la haya
recuperado, no ahora, no así.
Daniel se queda sorprendido ante mis palabras, pero tan solo se limita a
asentir con la cabeza para desaparecer segundo después del despacho.
Saco el móvil del bolsillo trasero del pantalón y se lo enseño en alto para
que lo vea, no obstante, trato de acercarme a ella para contenerla y evitar
que se haga más daño.
• ────── ✾ ────── •
Adèle
Varios recuerdos me golpean con fuerza haciendo que reviva todo, cada
golpe, cada impacto, cada lágrima... Cuando me clavaron una aguja en el
cuello haciendo que despertara en aquella habitación subterránea, los azotes
que recibí en la espalda, las horas que estuve de pie, los segundos que
conté... las veces que me quise morir al pensar que no saldría viva de ahí...
—No lo haré, estoy aquí. —Siento sus brazos rodearme un poco más fuerte
mientras me deja sobre su regazo—. Tranquila, no me iré de tu lado —
susurra sin dejar de acariciarme la espalda, pero no puedo dejar de notar las
cicatrices sobre la piel, por lo que, no puedo evitar retorcerme ante su toque
—. Perdón, yo no pretendía... —Ni siquiera puede acabar la frase cuando
deja de tocarme la espalda.
Ese dolor al que Iván se está refiriendo no se compara con el que estoy
sintiendo en este preciso instante pues pareciera que tuviera un torbellino en
mi cabeza tratando de ordenar lo que se me había sido quitado, con lo que
yo creía que sabía. Al mínimo intento de viajar al pasado a través de las
lagunas, siento un pinchazo en la zona de la nuca, matándome.
—No hace falta —contesto llevándome la botella a los labios para beberme
un trago. De inmediato, siento el líquido frío por mi garganta, de pronto,
recuerdo la imagen de las pastillas que me proporcionaba Félix. Cierro los
ojos, haciéndola desaparecer. No puedo volver a caer en lo mismo.
—Que va, no ha sido nada, de hecho, estaba pensando en que salierais por
la puerta del servicio porque, a pesar de que he tratado de callar a los
comensales, algunos han reconocido a la pianista francesa. Lo digo por si os
queréis evitar escuchar comentarios o cosas de esas.
—No es nada.
Pocos minutos más tarde y después de haber salido por la puerta trasera del
restaurante, me abre la puerta del copiloto haciendo que me siente, él no
tarda en hacerlo y escucho el leve ronroneo del motor. Trato de mantener
los ojos abiertos, pero se me dificulta todavía más al sentir su mano en mi
muslo, apretándome levemente la piel. Trago saliva al sentir que me estoy
muriendo de sed otra vez, a la vez que no puedo seguir con los ojos
abiertos.
***
Abro los ojos notando el mullido colchón bajo mi cuerpo y puedo darme
cuenta de que todavía es de noche, por lo que, tan solo habrá pasado unas
pocas horas. Me froto el rostro despertándome por completo y me dirijo al
salón al ver la luz proveniente las lámparas de la cocina. El dóberman no
tarda en acercarse queriendo que le acaricie la cabeza y es lo que hago,
recibiendo un sonido satisfactorio de su parte, sin embargo, se vuelve a
separar pasados unos segundos al oír el silbido de Iván.
—Si crees que lo mejor sería alejarte durante el tiempo que necesites, está
bien —responde—, sabes que te apoyaré en todo lo que decidas, pero... —
se queda callado y puedo intuir lo que iba a decir.
—Gracias.
Adèle
No quise esperar más, Iván lo entendió y no dudó en contactar con
Marquina, sin embargo, por problemas personales no pudo venir al
penthouse, por lo que, propuso en tener una sesión por videollamada, pues
le había puesto al corriente de la situación y tampoco quiso posponerlo más.
Pude dormir. Todavía sigo sin creérmelo y es algo que quiero preguntar
pues, tras varios meses, ha sido la primera vez que he dormido sin revivir lo
que pasó en aquel búnker.
Marquina se queda callado y sé, por su mirada, que quiere darme espacio,
por lo menos, con el silencio. Quiere darme un tiempo para que demuestre
que, a pesar de estar negándolo, tengo la respuesta a su pregunta.
—No retenga las lágrimas —murmura—, llorar está bien, es una forma de
liberar cualquier tipo de sentimiento que hemos ido acumulando sin evitar,
una manera de descargarla cuando sentimos que ya no podemos más.
—Se detendrá cuando usted así lo sienta, no es algo que podamos controlar.
—Quiero que me diga qué es lo que debo hacer para que no me duela tanto
—suelto en el mismo instante en el que acaba de hablar. No puedo evitar
agarrarme la piel de la mano con las uñas tratando de canalizarlo todo hacia
ese punto.
—No hay una fórmula exacta —responde—, todo depende de usted, para
eso necesito que me diga qué es lo que está pensando en estos momentos,
qué recuerdos le llegan, qué siente cuando lo vuelve a revivir... tiene que
haber cierta comunicación, Adèle, tiene que abrirse, en este caso, tiene que
hacerlo conmigo, ¿lo entiende? —hace una pequeña pausa—. Es la única
manera para que deje de doler.
—En eso tiene razón, sin embargo, no creo que sea bueno tampoco
guardarse ese tipo de cosas, al fin y al cabo, el arrepentimiento funciona
como un modo de desahogo. ¿De qué se arrepiente, Adèle?
Me quedo callada, asintiendo con la cabeza mientras pienso que tal vez
podrían volver, cosa que no quiero.
Unos veinte minutos más tarde, después de que me haya hecho más
preguntas para que le siguiera contando cómo me sentía, finalizamos la
sesión y Marquina procede a cortar la videollamada dejando la pantalla
negra, por lo que, la bajo lentamente sin poder evitar observar la ciudad que
se encuentra delante de mí. Cierro los ojos al instante, apartando la cabeza
mientras intento que el recuerdo de esa llamada, meses atrás, se vaya. La
primera vez que me llamaron cuando me amenazaron que dispararían a
Susana, por lo que, eché las cortinas evitándome que siguieran teniéndome
en su mira.
—¿Estás bien?
—Nadie dijo que sería fácil, pero si le pones esfuerzo, no dudo en que
podrás salir de esta. Sabes que yo estaré a tu lado, que no te dejaré —
murmura, mirándome y me acuerdo de la conversación que tuvimos ayer,
cuando le pedí que no lo hiciera.
Asiento levemente con la cabeza y apoyo la cabeza sobre mi puño sin dejar
de mirar lo que sea que esté preparando. Cambio el tema interesándome por
su faceta culinaria y no tarda en explicarme la receta. También me dice que,
cuando no tiene nada que ver, suele ponerse a cocinar por aburrimiento.
Esbozo una sonrisa ante sus palabras, pues me produce cierta calidez
cuando me deja conocerle un poco más, aunque sea alguna de sus
curiosidades.
—Iván...
Esbozo una pequeña sonrisa ante sus palabras, reiterando con la mirada
todo lo que le acabo de decir.
—No soy una persona cursi ni empalagosa, sabes lo que siento por ti, así
que no te acostumbres a esto que te voy a decir.
—Me alegro encontrarte un poco mejor —me dice—, me has tenido algo
preocupada durante estos días.
Renata junta las manos, entrecruzando los dedos, y las deja sobre su
escritorio sin dejar de mirarme.
Esta vez, Iván es quien prosigue hablando, por lo que giro la cabeza con tal
de mirarle.
—No digas más —la interrumpo—, por favor. —De nuevo, noto la cercanía
de Iván e intenta poner una mano sobre mi hombro, pero me alejo
levemente para esconderme de sus miradas, tapando mi rostro con ambas
manos—. Tan solo necesito un momento.
—Tómate el tiempo que necesites —murmura Renata.
Miles de imágenes aparecen otra vez reflejando todo lo que acaba de decir
la comandante y no puedo evitar imaginarme el descontrol que se originó
por mi causa porque se supone que mi familia era mi punto débil. Mónica lo
sabía, no fue difícil intuirlo y lo utilizó para doblegarme a mí, pero ni
siquiera bastó ya que ni le tembló el pulso cuando ordenó que acabaran con
ellos.
—Necesito que me asegures una vez más que Mónica no podrá escapar, que
permanecerá encerrada hasta que se muera y que no volverá a ver la luz del
sol.
Sus palabras me logran calmar y verla tan segura de que Mónica no tiene ni
la más mínima opción de escaparse me proporciona cierta tranquilidad.
—¿Podría verla?
—No —interviene Iván de inmediato lo que hace que me gire hacia él.
—Quiero verla —me limito a decir pues siento una extraña necesidad de
comprobar con mis propios ojos que de verdad se encuentra ahí, encerrada,
sin la posibilidad de escaparse.
—Somos normales.
—Me parece muy mal que se crea mejor al resto, señor Otálora —murmuro
mientras esbozo una sonrisa pues, sin darse cuenta de ello, ha conseguido
que deje de pensar en esa mujer.
—Hay muchas palabras que nos definen —sigue diciendo sin apartar la
mirada de la carretera pues estamos cerca de incorporarnos en la ciudad.
—Dime una.
—Inalcanzables podría ser la primera.
—¿Y la segunda?
—Dime otra.
MOTIVO DE VISITA
Se enteró, gracias a los contactos que tenía que, a su vez, tenían más
contactos, que Iván Otálora iría al cuartel para hacerle una visita a la
comandante. Tenía que ser rápido y ágil, así que pensó que el primer
movimiento sería crear el caos y qué más acertado que planear un accidente
de coche. Un impacto en su precioso Ferrari de aquel rojo potente que lo
dejara fuera de juego durante unos días, además de que Renata estaría al
pendiente de él.
Gracias a ese accidente, Ester había propuesto que Verónica hiciera una
visita al hospital mostrándose arrepentida por todo lo que había pasado y
afectada por el mal estado de Iván, ya había hablado con ella y había
aceptado en ayudarles, por lo que, ella aprovecharía para introducir el
programa en el móvil del magnate con tal de espiarle y tener todos sus
mensajes, acceder a su cámara y demás archivos que poseyera.
No era una mal plan y, siendo el primer paso, adquirían cierta ventaja para
futuros movimientos. Nada tenía por qué salir mal, tenían a la señorita
Garza amenazada, así que no tuvo ninguna otra opción más que aceptar. Al
principio mostró su negativa pues había asegurado que no quería volver a
meterse con ellos, Verónica conocía de las capacidades de la francesa y, si
sumaba a Iván en la ecuación, aquellos dos podían volverse implacables, no
obstante, como bien le había dicho Ester, no tenía opción de negarse, no si
la vida de su hermana estaba en juego.
Él estaba más grave que ella, pues el impacto se produjo en el lado del
piloto. Los paramédicos intentaron actuar rápido, no podían perder el
tiempo porque, de lo contrario, no habría nada que hacer aun llegando al
hospital. Los primeros segundos fueron decisivos, no obstante, lograron
neutralizar los golpes que habían recibido debido al impacto.
—¿Y ahora qué? —preguntó la castaña sin dejar de mirar hacia la calle,
viendo como la aglomeración estaba siendo dispersada por la Policía.
—Toca esperar.
—¿A qué?
Renata colocó ambas manos en su cabeza mientras yacía cabizbaja con los
codos apoyados en sus rodillas. Cuando la avisaron en el cuartel que su hijo
había sufrido un accidente automovilístico casi se le bajó la presión, no lo
podía creer y no tardó en llegar al hospital pidiendo más información, pero,
de momento, le dijeron que no se podía hacer gran cosa, que lo único era
esperar hasta que la señorita Leblanc despertara y que su hijo saliera del
quirófano, pues le habían avisado que la operación sería complicada.
Pidió ver a Adèle, así que la acompañaron hasta la UCI junto a su hombre
de seguridad pues al ser la comandante de uno de los tres ejércitos de las
Fuerzas Armadas Españolas, siempre tenía que ir vigilada. Se sentó junto a
su cama y la observó dormir durante una par de horas, hasta que se
despertó, totalmente desorientada y con el recuerdo del impacto todavía en
su memoria.
• ────── ✾ ────── •
Adèle
—Es mejor que no te muevas —advierte con la voz baja—. Llamaré a una
enfermera para que te revise, el accidente ha sido algo fuerte y tienes que
mantener reposo, ¿de acuerdo?
—Adèle...
—Por favor. —Noto una pequeña picazón en los ojos al imaginarme a Iván
malherido manteniendo todavía los ojos cerrados sin la opción a despertar
—. Tan solo quiero que me asegures eso, que está bien —insisto y trato de
hacer a un lado el recuerdo de mi hermano—. Que despertará, que no van a
permitir que... que muera. —Incluso me cuesta decirlo, porque lo único que
me faltaría es perderlo a él también.
—No es la primera operación que le practican, pues en julio del año pasado
también tuvieron que intervenir debido al impacto de una explosión, el caso
es que está delicado, no te voy a mentir —explica y tengo que hacer
memoria pues en julio fue cuando sucedió mi secuestro por parte de Mónica
—. Espero que todo salga bien.
—Saldrá bien.
Renata esboza una pequeña sonrisa mientras niega levemente con la cabeza,
como si no quisiera hacerse falsas esperanzas.
—Yo necesito ser positiva —susurro más para mí que para ella—. No
quiero pensar que posiblemente no salga de esta porque estoy segura de que
sí lo hará, de que la operación irá bien y que, cuando menos lo esperemos,
ya estará abriendo los ojos. —Miro hacia ningún punto en particular—.
Todo irá bien —repito—, él despertará, tiene que hacerlo, abrirá los ojos y
todo estará bien. Es Iván, no puede irse sin antes haber luchado.
***
En el momento en el que abro de nuevo los ojos, me doy cuenta de que no
estoy en la misma habitación, por lo que me desperezo rápidamente
observando mi entorno, no parece que siga estando en la planta de la UCI.
Sigo estando sola, no obstante, en el momento de pensarlo, Renata entra
cerrando la puerta detrás de ella.
—Si no quieres verles, puedo hablar con ellos, pero considero, desde mi
punto de vista de madre, que deberíais mantener una conversación —me
aconseja Renata—. Están muy preocupados por ti, Adèle, quieren saber
cómo estás. Te han seguido a través de las noticias, pero no es lo mismo...
—Lo sé —digo—, no es eso, quiero verles, ya es hora, pero...
—¿Qué te ocurre?
—Eso no lo sabes.
—A pesar de que no fue una situación similar a la que sufriste tú junto con
tus padres, también perdí a mi hijo hace muchos años —murmura lo que
hace sorprenderme en sobremanera.
—¿Iván no es...?
—¿Iván lo sabe?
—¿Cómo se titula?
No sabía cuánto había echado tanto de menos aquel aroma. Ningún olor se
compara como el de mamá.
—Ay, hija, Dios mío, por lo menos estás bien, heridas superficiales o ¿los
médicos te han dicho algo más? ¿Qué tal está tu cabeza? ¿Qué se sabe de
Iván?
—Eso espero.
—Lo mejor será que te dejemos descansar, ya hablaremos una vez que te
den el alta y estés en casa. Sigues viviendo en tu apartamento, ¿no?
Antes de que mi madre pueda decir algo, Renata entra después de haber
abierto la puerta con algo de brusquedad. Está agitada y no tardo en
relacionarlo con la operación.
—Mamá, no era una petición —contesto—. Que traigan una silla de ruedas,
pero necesito verle y estar con él. —Miro a Renata, pidiéndole en silencio si
puede hacer algo.
Bastan tan solo unos minutos para que un enfermero entre a la habitación
con una silla de ruedas delante de él. Mis padres siguen sin mostrarse muy
convencidos, tampoco los puedo culpar, pero ahora mismo necesito estar a
su lado porque, aunque parezca extraño, siento su voz llamarme
pidiéndome que me acerque.
Opiniones del capítulo aquí ¿Qué tal esa conversación entre Renata
y Adèle?
Por si os los preguntabais, sí, tiene conexión con Bellator (disponible sólo
en Booknet bajo suscripción). Pediría no hacer spoilers, por favor 😊
RIESGO
Adèle
—¿Estás segura?
Mis padres también aprovechan para bajar hasta la cafetería, por lo que nos
quedamos Verónica y yo en la planta con los soldados en cada esquina
vigilando, si quitar un ojo de encima a la pianista, aunque ahora no sé si
seguirá ejerciendo como músico, no después de todo lo que tuvo que hacer
según la denuncia que le puse.
—Detrás de ti —la animo a avanzar y no tardo en intentar seguirla por
detrás, aunque con cierta dificultad al ir en silla de ruedas.
No respondo, por lo que me limito a dejar que me empuje para llegar hacia
el interior de la sala, acondicionada con varios sofás y sillones, también me
fijo en la decoración, luz tenue, alguna que otra planta y varios cuadros en
la pared.
Verónica me deja enfrente del sofá de color blanco mientras aprovecha para
sentarse después de haber dejado el bolso en la mesita de vidrio.
—Leí las diferentes noticias con respecto a tu gira. Vi muchos vídeos, sobre
todo en las redes sociales, felicidades por ello, estuviste increíble.
—¿Quiénes?
—Ester ha hablado conmigo pidiéndome, aunque su tono era más bien una
exigencia, que, si no hacía lo que me dijera, le iban a hacer daño a mi
hermana, después me entregó esto. —Me enseña un USB, dándomelo—. El
plan era entrar en la habitación de Iván e introducir el programa que viene
en esa cosa dentro de su móvil, no me han dicho las intenciones, tampoco
sé lo que harán después, pero... debéis tener cuidado, no dudo que este
accidente se haya tratado de algo casual.
Niega levemente con la cabeza mientras deja escapar una diminuta sonrisa.
Miro una vez más el dispositivo USB que tengo en la mano y no tardo en
idear el siguiente movimiento porque no pienso permitir que me declaren la
guerra en mis narices.
—Iremos un paso por delante de ellos —aseguro refiriéndome a los
Maldonado, porque no puede ser nadie más quienes hayan provocado el
accidente de coche—. Gracias por decírmelo y no te preocupes por tu
hermana, ahora hablaré con Renata.
—Ester está segura de que yo no te he dicho nada —dice—, así que, tan
solo te pediría que, por si las cosas se lleguen a complicar, que me avises al
momento.
Es suficiente, joder, tiene que haber un límite, ¿hasta cuándo durará toda
esta mierda? Yo necesito recuperarme, dejar de pensar, no preocuparme por
nadie más, Iván y Renata también. Todo el mundo necesita un jodido
respiro, pero, por lo visto, no quieren que lo tengamos.
—Quiero que se acabe —susurro, sin darme cuenta, sin embargo, Renata no
tarda en colocar su mano sobre mi muslo en señal de apoyo—. No puedo
más, necesito que llegue a su fin.
Asiento lentamente con la cabeza y me toma por sorpresa cuando noto sus
labios posarse de manera delicada sobre mi cabeza, pues nunca me hubiera
esperado que Renata hubiera tenido un gesto maternal como ese. Me quedo
en silencio sin saber qué decir, no obstante, me regala una última mirada
para luego marcharse y dejarme sola en la sala de espera. Un enfermero no
tarda en llegar para acompañarme hacia mi habitación pues alega que
necesito descansar y no hacer demasiado esfuerzo. No respondo, me limito
a dejar que empuje la silla para llevarme por el pasillo y no tarda en
convertirse en algo habitual durante los siguientes días.
***
Han pasado un par de días desde que ingresamos al hospital y un día desde
que me dieron el alta asegurando de que ya me encontraba fuera de peligro,
no obstante, no he querido abandonar el hospital pues Iván todavía sigue
inconsciente en la cama y no tengo la intención de separarme de su lado
hasta que no abra los ojos.
Renata viene cada vez que dispone del tiempo ya que, con la orden de
captura contra Ester y Álvaro, lo ha tenido bastante complicado. En cuanto
al dispositivo USB que Verónica trajo, consiguieron detectar el programa y
no han tardado en conectarlo a su móvil, no obstante, se han asegurado de
que sea uno falso y difícilmente detectable por ellos. La comandante se ha
asegurado de hacerles caer en la trampa y, de esta manera, hacerlos salir de
su escondite para poder capturarlos al fin. Me ha asegurado de que no tenía
de qué preocuparme y que me concentrara en mi propia recuperación junto
a la de su hijo.
Miguel Duarte
Me acuerdo del poema, el que me recitó semanas atrás después del baile de
máscaras en Madrid. Lo releo de nuevo y no tardo en imaginarme cómo se
debió sentir después de mi partida y cómo, de alguna manera, logró
continuar y dejar atrás todo lo que había pasado.
Cierro los ojos durante un instante y los vuelvo a abrir para cerrar todas las
pestañas y dejar el MacBook encima de la mesita al lado de la cama. Me
recuesto sobre el sillón haciendo que la cabeza descanse sobre la superficie
mullida y me concentro en dejar atrás todos los recuerdos de meses atrás.
Tengo que hacer lo que me ha dicho Renata, superarlo, dejar caer la página
para comenzar una nueva. No puedo vivir encerrada en el pasado.
Os quiere,
Anastasia
Capítulo 23
DESORIENTADO
Iván
—Iván...
—Dímelo.
Permanezco delante de ella sin decir una sola palabra hasta que, decido
romper el silencio con la intención de ponerla a prueba. La conozco,
conozco su mirada, no puedo ocultarme lo que se cuece en su interior por
mucho más tiempo, a mí no.
—Por favor, quédate conmigo —me pide y es lo último que recuerdo antes
de sentir una fuerte opresión en el pecho.
• ────── ✾ ────── •
Adèle
No me han dejado quedarme en la habitación con él. Por más que les he
insistido, me han pedido que me retire para que los dejara ocuparse de Iván
ya que, de un momento a otro, había dejado de respirar. Me coloco la mano
fría en la frente y cierro los ojos durante un instante mientras dejo escapar
el aire de manera pausada.
—¿Cómo lo sabes?
Quiero creer que sí, que todo irá bien, que Iván despertará, se recuperará y
todo irá bien a partir de ahora, porque él es fuerte y no se puede morir,
porque si lo llega a hacer sin despedirse... Justo en este instante, la puerta de
su habitación se abre y sale su médico guardándose las manos en los
bolsillos.
—El señor Otálora está bien, lo hemos conseguido estabilizar —se adelanta
a decirnos al ver mi intención de preguntarle al respecto.
—No lo sabemos con certeza, todo depende del señor Otálora. Bien podría
ser de aquí a unas horas, días o incluso semanas. Lo importante es que se
mantenga estable y que no presente ningún tipo de problema. —Nos
quedamos en silencio durante un instante—. Si me disculpan, tengo más
pacientes que atender. Pueden pasar a verle si lo desean, pero les
recomiendo que también vayan a descansar, una enfermera las mantendrá
informadas, así que no deben preocuparse.
—Sí, pero no podré quedarme durante mucho tiempo ya que tengo que
atender unos cuantos asuntos. ¿Tú te quedarás aquí?
Le respondo que sí, que no tengo nada más que hacer y que no me supone
ningún tipo de problema, de todas maneras, insiste que, si necesito
descansar, que no dude en marcharme a casa. Asiento con la cabeza en su
dirección y nos adentramos en la habitación para verle de nuevo en la
misma posición en la cual le dejé. Mantiene los ojos cerrados y tiene una
expresión totalmente relajada.
***
Podría llamarle, ver dónde está, quiero regresar a mi piso, ver de nuevo a
Susana, hace muchos meses que no me hablo con ella, no le he contado
nada y merece saber todo lo que ha pasado.
***
—No hace falta que digas nada, Adèle, ahora estás aquí, ¿no? Eso es lo
importante —contesta mientras lo deshace para darme un repaso de pies a
cabeza—. ¿Segura que estás bien? ¿No te duele nada?
—Me dieron el alta hace un par de días, según los médicos, estoy bien, no
me duele nada. La peor parte se la ha llevado Iván.
Me froto el rostro con ambas manos y me fijo en los grandes ventanales, los
cuales se encuentran descubiertos dejando pasar la luz nocturna hacia el
interior. Alcanzo el mando que se encuentra encima de la mesita y aprieto el
botón que hace que las cortinas se deslicen con lentitud, haciendo que me
esconda del mundo.
«Tengo que dejar de pensar», me repito una y otra vez mientras avanzo por
el pasillo y me encuentro con Félix sentado en el sofá con la mirada clavada
en el móvil mientras que Susana ha empezado a preparar algo para comer.
—Pero ya no lo soy.
—Por supuesto, nadie ha tocado nada y todas tus cosas siguen en el mismo
lugar donde las dejaste.
—Cierto es.
Tengo que empezar a decir las cosas por su nombre, analizar todo lo que ha
pasado y buscar una solución que me garantice seguir con mi vida sin
pensar en todo lo que me hizo aquella mujer. Buscar alguna manera de
superarlo sin llegar a sentirme culpable. Por lo menos, el corazón ya no me
duele tanto y el recuerdo de su muerte ya no me provoca querer irme con
ella también.
***
Contrario a lo que creí que haría esta mañana, me visto con otro atuendo
cómodo y salgo hacia la sala de estar para ver a mis padres en la isla de la
cocina. Están conversando con Susana, quien les está preparando un café.
Se giran hacia mí en el mismo instante en el que me oyen avanzar hacia
ellos.
—Hija —me saluda mamá mientras se levanta para venir a darme un casto
abrazo—. No te encontrábamos en el hospital, preguntamos y nos dijeron
que te habías ido a descansar a tu casa, así que decidimos no molestarte y
venir a verte por la mañana. ¿Cómo te encuentras? ¿Has podido dormir
bien?
—¿Sobre qué?
—Yo me retiro, así les dejo que puedan hablar con más calma —murmura
Susana después de haber preparado el desayuno.
—Te hemos visto por Internet, las diferentes actuaciones que has hecho y
has estado asombrosa en cada una de ellas —se enorgullece ella—. ¿Cómo
has estado? ¿Qué tal la mano?
No obstante, tampoco les quiero pintar todos estos meses de color de rosa.
Me encojo de hombros sin saber qué decir mientras dejo escapar un leve
suspiro.
—Ya no hablamos tanto con ella, muy raramente y solo cuando ella así lo
quiere —explica papá—. Ya no es la misma y todo lo que pasó le sigue
doliendo.
—¿Y vosotros?
Susana aparece casi al instante pues se trata del teléfono de casa, sin
embargo, le indico con la mirada que ya me encargo de atender yo. No sé de
quién se trata, incluso pienso en no contestar, pero sé que, si lo evito,
volverán a llamar.
Primer capítulo del año , por cierto El siguiente queda para la semana que
viene, ya lo ando escribiendo.
BAJO MI PIEL
Iván
«Por lo menos, déjame despedirme...». Esas palabras no dejan de dar
vueltas en mi cabeza. No me gustaría irme sin antes haberme despedido, sin
haberle dicho todo lo que tengo guardado en mi corazón, sin haberla besado
por última vez. «Déjame quedarme para despedirme», aunque sean unos
minutos, tan solo unos segundos... Necesito verla por última vez, también a
mi madre, decirle que no me ha perdido, que siempre estaré a su lado.
Dejo escapar una leve risa y no puedo evitar ponerme un poco sentimental.
—¿Y si no logro despedirme? No quiero irme sin haber hablado con ellas.
—Tú no vas a morir, ¿me oyes? —pronuncia en un tono suave, incluso está
sonriendo de manera torcida—. No puedes hacerle eso a tu madre, me
perdió a mí, también a tu hermano, no permitas que te pierda a ti también.
—¿Tú luchaste?
—Por supuesto, hice todo cuanto pude para quedarme, no funcionó, pero lo
intenté, no me rendí.
—¿Cómo sabes cuándo llega ese momento? Cuándo tienes que luchar.
—No hay una ciencia exacta, simplemente llega, lo sientes, es como si
alguien te estuviera empujando por detrás para que abras los ojos.
—Sí.
—¿Es una locura que piense en el matrimonio? —suelto a la vez que giro la
cabeza para mirarle.
—No lo es si amas a esa persona. Tienes que casarte por amor, porque
ambos queréis de verdad, no se puede tomar a la ligera.
—¿Por qué elegiste ese anillo para mamá cuándo le pediste que se casara
contigo?
—Lo tuve claro desde que vi el color de sus ojos, marrones, casi negros,
como dos piedras preciosas que, a pesar de su oscuridad, mantenían ese
brillo que resplandecía cada vez que la luz los tocaba. Cuando pensé en la
posibilidad de casarnos, el diamante negro apareció en mi cabeza.
Por ese motivo, cuando Adèle me preguntó qué palabra podía definirnos, no
dudé en decirle que lo hacía un diamante negro. Fuerte, resistente a
cualquier golpe, brillante, elegante... De hecho, en cuanto lo dije en voz
alta, recordé el anillo de mamá guardado en su caja de terciopelo negro y
una idea se me cruzó por la cabeza.
—¿De verdad?
—Cásate con ella —murmura y aprovecha para esbozar una leve sonrisa—.
¿De qué sirve esperar cuándo lo tienes tan claro? Proponle matrimonio y
hazlo con el anillo que le regalé a tu madre.
—Me lo dijo ella misma tiempo atrás. No es una mujer que se comprometa
ni que busque formar una familia. A mí no me importa esperar el tiempo
que haga falta.
—¿Y si nunca quiere? No puedes dirigir tu vida en base a los deseos de otra
persona por más que la ames con todo tu ser. Si tú quieres casarte con ella,
pregúntaselo, no perderás nada intentándolo, piensa que el «no» ya lo
tienes.
Escucho una leve risa brotar de su garganta mientras aprovecha para girarse
y mirarme fijamente.
—Hijo, le estás dando muchas vueltas, pensaba que eras más seguro de ti
mismo.
—Quiero agua —susurro con la voz débil—, por favor. —El mínimo
esfuerzo por hablar me provoca un dolor considerable—. ¿Cuántos días han
pasado?
Dudo por un momento de que no se trate de otro sueño, quiero pensar que
de verdad he despertado, aunque el inminente dolor por todo mi cuerpo me
lo acaba por confirmar.
—¿Y mi madre?
Cierro los ojos por unos instantes y siento un pequeño temblor en el cuerpo
al recordar de nuevo el accidente. De repente, oigo el sonido de la puerta
abrirse y sus inconfundibles pasos.
—Lo siento, mamá —susurro contra su oído y mantengo los ojos cerrados
mientras intento aspirar su aroma. Ni siquiera sabía cuánto lo había echado
de menos.
—Minutos atrás.
—¿Mayor brevedad?
—Por supuesto, a no ser que quiera que sea yo quien vaya a buscarla.
—Quédate quieto —advierte y vuelvo a esbozar otra sonrisa—, ahora iré,
procura seguir con los ojos abiertos para cuando llegue.
—¿Cuándo llegará?
—Esa leve molestia podría significar algo peor, no quiero que te lo tomes
como si fuera un juego. ¿Te duele el cuello?
Renata me mira como si no me creyera del todo, pero le hago saber que
estoy bien y que ya no se tiene por qué angustiar, que la operación ha
pasado, que acabo de despertar y que ya no tendría por qué dolerme nada.
—Ella aceptó y estuvieron unos quince minutos dentro de la sala. Hice que
uno de mis hombres la mantuviera vigilada en todo momento, no te alteres,
pero parecía que quería decirle algo importante, al final, resultó que Ester,
tu querida prima, la amenazó e hizo que Verónica trajera con ella un USB
para instalarte un programa espía en tu móvil.
—Mamá...
—No dejaré...
—Da igual lo que te diga, ¿no? —interrumpe lo que iba a decir y asiento
con la cabeza sutilmente diciéndole con la mirada que no me moveré de su
lado y que, si hace falta salir al campo de batalla, es lo que haré.
—Sí, mamá.
—Háblame, Adèle —pido, casi en un susurro, sin dejar que nuestros ojos se
separen. Ella sigue sin decirme nada, sin embargo, su inminente cercanía
me hipnotiza cuando coloca la palma de su mano sobre la mía. Cierro los
ojos cuando se acerca un poco más para juntar nuestras frentes—. Háblame
en francés —reitero.
—¿Hablar sobre qué? —me altero levemente al recordar el sueño que tuve
porque ahora dudo de que haya sido real o no.
Y que el tiempo empiece a contar una vez que haya apoyado su cabeza en
mi pecho, volviéndose eterno. Un minuto para cerciorarme de que acabo de
despertar y la tengo a mi lado, donde reine el silencio y solo se escuchen
nuestras respiraciones. Quiero un minuto para encerrarnos en nuestra
burbuja y que nadie nos moleste, donde dejemos la mente en blanco y la
caricia en su piel sea la protagonista en la pista de vals. Quiero ese minuto
con ella, no pido nada más.
«Ella no quiere casarse», me digo, pero tal vez... dar otro tipo de paso.
No se esperaba aquello.
Anastasia
Capítulo 25
HERIDAS INTERNAS
Adèle
Una vez que le dieron el alta, casi una semana después de que hubiera
despertado, nos fuimos a casa, a su penthouse. Lo trajeron en silla de ruedas
hasta el aparcamientodel hospital y David lo ayudó a subirse al Audi, en la
parte trasera del vehículo. Yo me senté a su lado mientras escuchaba el
sonido del motor encendido.
Después de unos cuantos minutos y que nos adentráramos entre las calles
de Barcelona, noté su cabeza apoyada en mi hombro.
Además, tampoco cambiaría mucho pues casi todo el mes de abril lo hemos
pasado juntos. Desde que regresé de Barcelona hasta ahora, no me he
separado de Iván, por lo que, empezar a vivir juntos como una pareja
normal que hace planes por las noches y se queda algún fin de semana
encerrados en la habitación, no me parecía tan mal.
—De hecho, tengo una pregunta. —Decidí jugar un poco con él—. Si no le
supone problema contestarla...
—¿Qué haces?
Aprovecho para cerrar la nevera y girarme hacia él pasando los brazos por
encima de su cuello. Niego con la cabeza.
—No hace falta que me digas que soy una inútil en la cocina, lo sé, pero el
caso es que me gustaría hacerlo a mí. Recuerda que tú eres el enfermo y el
que debe mantener reposo, no yo. —Él me mira alzando una ceja, divertido
—. No entiendo cuál es el chiste, el médico te lo dejó bien claro.
—No te creo.
—Deberías.
—No me pidas eso —murmuro sin dejar de mirarle—. ¿Cuántas veces has
estado ahí para mí y me has ayudado? No digas nada y déjamelo a mí, ¿está
bien?
—Estoy...
—No digas que estás bien porque no lo estás. —Acerco una mano hacia su
mejilla y acaricio su piel con el dorso. Cierra los ojos al instante—. Somos
compañeros de piso —murmuro queriendo aligerar la tensión en el
ambiente—, y los compañeros de piso se ayudan, así que no me seas terco.
—Compañeros de piso y amantes —acaba por decir mientras rodea mi
cuerpo con sus brazos para acercarme un poco más hacia él. Me escondo en
su cuello y nos quedamos en esta posición durante unos segundos—.
Hueles bien —susurra contra mi oído y puedo notar su nariz pasearse por
mi rostro, aunque también la adentra en mi pelo.
Se separa un poco de mí sin soltarme para mirarme a los ojos. Puedo notar
el leve enrojecimiento alrededor de su pupila confirmándome que lleva días
sin dormir. Tenía la pequeña sospecha de ello, pero cada vez que se lo
preguntaba, no paraba de repetirme que se encontraba bien.
—¿Entonces, por qué...? —trato de decir, pero no veo venir que ha acortado
la distancia plantando sus labios sobre los míos para besarme. Le sigo el
juego por unos segundos, pero me aparto al darme cuenta de lo que acaba
de hacer—. Iván Otálora Abellán, vuelve a callarme con un beso o...
—Una hora.
—Te doy veinticuatro horas para que consigas hacer que te bese. Si resisto
hasta mañana a esta misma hora, gano yo y me dirás eso que te estás
callando, además de hacerle una visita a Marquina. ¿Trato? Que sepas que
no te puedes negar.
—Nada de peros.
—¿Qué? —pregunto.
—Salado.
Al oír eso, observo que esboza una sonrisa torcida mientras apoya una
mano sobre el borde de la isla. Se gira hacia mí y puedo imaginarme lo que
está pensando ahora mismo.
—Hay que cortar las verduras —susurra—. Me puedes pedir ayudar en caso
de que no sepas.
—Depende.
—De qué tan grave sea —contesto mientras quito el corazón del pimiento y
lo dejo a un lado. Empiezo a hacer tiras sin dejar de pensar en lo que me
acaba de preguntar—. Sin embargo... antes de alejarme intentaría
solucionarlo, hablar... No volveré a irme sin antes haber hablado contigo —
murmuro recordando esa vez en mi apartamento, cuando le pedí que se
fuera y rechacé volver a encontrarnos.
Deja la cuchara encima del mármol para volver a mirarme y no soy capaz
de definir lo que esconden sus ojos. Una mezcla de sentimientos
contradictorios unos con otros.
—Eso es lo que quiero saber —responde—. ¿Qué podría pasar para que me
dejes?
—Me quieres demasiado para llegar a eso, además, si llegas a sentir algo
más por otra mujer, me lo dirías antes de hacerme daño engañándome —
sonrío y él también lo hace—. ¿Lo ves? No hay necesidad de que te
preocupes. —Me muerdo el labio sin darme cuenta al percatarme de que la
apuesta sigue su curso—. ¿Cuál es tu razón?
Un segundo después de que Iván apague el fuego, las puertas del ascensor
se abren dejando entrar a David junto con Phénix, pues se ofreció a sacarlo
a pasear antes de que a mí me diera la curiosidad por abrir la nevera.
—Lo digo —responde y veo que empieza a poner dos platos en la barra de
la isla. Phénix no deja de dar vueltas alrededor hasta que Iván también le
sirve su plato de comida—. Quieto —pronuncia en voz alta y clara para que
el perro no se lance a comer, por lo que espera de manera paciente
observando con detenimiento la pieza de pollo junto con todo lo demás.
Iván le coloca el último ingrediente y se aleja un par de metros—. Ya.
—Es increíble —me atrevo a decir mientras veo que sirve el arroz en
nuestros platos—. ¿Te costó mucho adiestrarlo?
—No, pero...
—Vale, sí quiero.
Él se empieza a reír y no duda en ir hacia uno de los armarios para sacar dos
copas.
Me pongo un poco más cómoda en el sofá sin dejar de mirar la pantalla del
televisor. Sugerí empezar una serie cualquiera porque sabía que, si me
quedaba en silencio con él, empezaría con algunas de sus técnicas de
seducción y me apetece poco perder la apuesta, por lo que, durante las
próximas horas, tendré que buscar cualquier cosa que me mantenga con la
mente ocupada.
—¿Qué ocurre?
—Tengo sueño.
—¿Y por qué no te vas a la cama? —respondo, sabiendo hacia dónde quiere
ir a parar.
—Ni hablar.
—Y yo no pienso perder.
Iván me mira con una ceja levantada y, en el momento que se pone de pie,
Phénix se acerca hacia él, tumbándose a su lado. Me sorprende cuando
alarga el brazo para que le coja de la mano. Le miro, sin moverme del sofá.
Me levanto también del sofá y me alejo unos cuantos pasos de él. Observo
que coloca ambas manos en los dos lados de la cintura y no puede evitar
reír.
Miro el reloj nuevamente y faltan todavía veintiún horas para que la maldita
apuesta concluya. Ni pensé que sería tan complicado, no obstante, no soy de
las que se rinden y llegaré hasta el final. Además, el premio es que me diga
eso que se está guardando y no me quedaré sin saberlo.
Creo que siento tranquilidad cuando ellos están bien o, por lo menos, no
están en ningún drama fuerte.
Veremos eso que se tiene guardado Iván, ¿qué creéis que puede ser?
Aunque eso... únicamente lo veremos si Adèle gana jsjs Velitas para que
pase 🕯
VEINTICUATRO HORAS
Adèle
—Iván...
—Por favor, Adèle —suplica y no tardo en sentir sus labios sobre los míos
mientras adentra su mano en mi cabello—. Solo tienes que prometérmelo
—insiste y vuelve a abrazarme, como si se asegurara de que no me voy a
ninguna parte.
Él no tarda en cerrar los ojos, como si no hubiera pasado nada. Siento los
pasos de Phénix acercarse para subirse a la cama y se acomoda rápidamente
sin molestarnos. La habitación vuelve a sumirse en un profundo silencio a
excepción del ruido de la noche colándose por la ventana levemente abierta.
***
Creo estar sintiendo algo en mi cara que no sabría cómo definir, como si
fueran muchos besos húmedos a la vez. No tardo en abrir los ojos para ver
de que se trata y, al instante, me percato de que es Phénix quien se
encuentra encima de la cama lamiéndome la mejilla. La aparto sin éxito
mientras trato de incorporarme y no dejo de reír ante su insistencia.
Creo recordar que dijo que la tregua acababa al despertar, por lo que, la
apuesta sigue en pie y está utilizando sus trucos para hacer que caiga ante
él.
—¿Tienes calor? —Alzo una ceja haciendo que Phénix se baje de la cama.
—No, ¿por qué? —Aparta la sartén dejando que aprecie mejor sus
abdominales marcados—. Puedo ponerme una camiseta, si lo prefieres.
—Póntela.
Niego con la cabeza mientras me levanto de la cama. Esto será más difícil
de lo que me imaginaba.
—No perderé.
—Te las podría haber pasado yo —respondo mirándole a los ojos y tratando
de no pasear la mirada por sus abdominales.
—No funciona así —digo, pero tal parece que no quiere seguir hablando de
ello—. Me pediste que no muriera —susurro y él no tarda en mirarme—.
¿Qué ha pasado en ese sueño?
—Yo siempre me porto bien, no diga... —me quedo callada cuando observo
que tira de mi taburete para que quede entre sus piernas. «Mentalízate,
Adèle, solo es un cuerpo, no tiene nada de especial».
—No está funcionando, ¿de verdad es lo mejor que sabes hacer? —Ni
siquiera sé por qué acabo de decir eso cuando es evidente que he estado a
punto de caer.
Miro nuevamente el reloj y son pasadas las tres de la tarde, por lo que,
faltan unas seis horas para que la dichosa apuesta acabe. Ya no es por saber
eso que me tiene que decir, ahora es por orgullo y querer llegar hasta el
final.
—Que falta menos de seis horas para que esta tortura acabe.
—Ni lo sueñes.
—No...
—Je ne perdrai pas —le repito que no caeré, pero basta que lo pronuncie
para que él suelte un sonido de satisfacción indicando que acaba de
correrse.
—Vete a la mierda.
—¡Que te vayas de una vez! —alzo la voz notando las mejillas calientes y
no tardo en ponerme de pie mientras veo que no deja de reírse—. Eres un
idiota arrogante y que sepas que pienso hacerte ¡exactamente lo mismo! —
Ni siquiera debería frustrarme porque sabía a lo que me enfrentaría una vez
que acepté las condiciones de la apuesta. Al ver que se sigue riendo, le
lanzo una almohada que esquiva desapareciendo por el pasillo.
Necesito aire fresco, por lo que salgo a la terraza y me tomo unos minutos
para tratar de calmarme después de la experiencia que acabo de vivir.
Nunca me había visto en la situación de mirarle sin yo poder hacer nada
debido a una estúpida apuesta. ¿Me ha encendido? Muchísimo. ¿He logrado
resistir? Sí y seguiré resistiendo hasta que finalice. Tan solo son unas horas,
puedo aguantar unas horas más y averiguar esa pregunta que tiene que
hacerme.
—¿Ocurre algo?
—Ni te pienses que voy a caer en ese absurdo juego de la espuma en el ojo.
Apáñatelas.
—Cállate y no me lo recuerdes.
—Me voy a ir antes de que cometa alguna locura —digo, dejando escapar
un suspiro.
—Por favor, puedes cometer todas las locuras que quieras, no te lo voy a
impedir.
• ────── ✾ ────── •
Iván
Salgo del cuarto de baño sin importarme estar dejando gotitas a mi paso.
Intento hacer el mínimo ruido, por lo que, cuando la veo abrir un armario de
los de arriba para tratar de alcanzar algo, aprovecho la oportunidad de oro
para ir a ayudarla. Me coloco detrás de ella y estiro el brazo para tratar de
alcanzar el paquete de azúcar. Adèle se tensa de inmediato al sentir mi
cuerpo apoyarse directamente en su espalda.
—¿Qué... qué coño estás haciendo? —Su voz tiembla y no puedo evitar
sonreír ante esa reacción. En otras circunstancias, se hubiera girado para
provocarme con esa mirada imponente que tiene, pero ahora... no sabe
cómo quitarme de encima sin sentir la caricia de mi pene en su piel cubierta
por esos pantaloncillos de estar por casa.
—Sí, que te quites. —No se gira porque sabe que, si lo hace, la tensión
aumentaría a niveles desorbitantes. Estaríamos cara a cara y muy cerca uno
del otro y no creo que pueda resistir a no pasar sus manos por mi torso.
—Me gusta verte enfadada, te ves incluso más sexy acompañada por esa
tormenta que tienes en tu mirada —sigo diciendo mientras coloco una mano
en su cintura, apretando levemente la piel—. Si quieres que pare, lo haré,
tan solo tienes que decírmelo. —Voy en busca de su cuello y aparto la
melena hacia un lado para depositar un suave beso sobre su piel. Al instante
percibo su reacción y sonrío ante la hazaña—. Dime que quieres que me
detenga y lo haré.
Posiblemente sea cruel, pero no voy a dejar que llegue al orgasmo hasta que
sus manos no estén sobre mi cuerpo y su boca comiéndome la mía. Deberán
faltar unas tres horas para que la apuesta finalice y ya he pasado mucho
tiempo sin sentir su caricia sobre mi piel. Es hora de volver a la normalidad.
—Te odio —pronuncia y estampa su boca sobre la mía para buscar mis
labios de manera desesperada.
—Me amas —rectifico mientras coloco mis manos en sus caderas para
subirla sobre la encimera. Ella abre las piernas y no tardo mucho en quitarle
esos pantaloncillos que no han dejado de provocarme desde que se los puso
esta mañana.
Espero que no se note que estoy disfrutando como nunca con esto.
Deja escapar un profundo suspiro mientras se lame los labios y busca los
míos de nuevo haciendo que retroceda y tenga que cargarla con ambas
manos, profundizando el encuentro. Intento controlar la respiración ante la
potencia que emana procurando seguir quieto en su interior.
Sonrío ante la victoria y alzo su culo para hacer que me recorra otra vez.
Busco con la mirada la isla de la cocina y la apoyo de nuevo muy cerca del
borde. Ella abre un poco más sus piernas dándome total acceso y no dudo
en acelerar el movimiento de mi pelvis llenando la estancia con sus
gemidos. Sonrío ante el sonido que me regala y que ninguno jamás se le
podrá comparar.
—Me amas.
Este capítulo entra en mi lista de capítulos favoritos.
Iván
Observo las gotas resbalarse por el vidrio, algunas más rápidas que otras,
como si estuvieran compitiendo para ver quien llega a la línea de meta.
Cierro los ojos durante un instante mientras intento concentrarme en el
sonido de la lluvia y no en el hecho de que estoy en el interior del Audi con
David conduciéndolo. La francesa me lo dejó bien claro después de la
partida que tuvimos encima de la isla de la cocina.
—Me da igual haber perdido —dijo, aún con la respiración algo agitada—.
La visita a Marquina no es negociable. No me puedes impedir preocuparme
por ti.
—Y no te lo impido.
Lo llamé al día siguiente para concretar una cita en cuanto tuviera un hueco
en su agenda. No tardó mucho en dármela, el lunes mismo, si me parecía
bien, por lo que, ahora, estoy de camino a su consulta, ya que le iba
imposible trasladarse él hacia mi apartamento. No me quejé, es uno de los
mejores psicólogos, además de que me había hecho el favor de atenderme
lo más rápido posible.
El resto del fin de semana nos lo pasamos encerrados en casa, no quise salir,
Adèle no logró convencerme por más que lo intentara, por lo que, acabamos
haciendo todo aquello que proponíamos. Fue divertida la serie que nos
vimos a modo de maratón, también las películas que le recomendé ver, de
aquellas que tenía que ver sí o sí por lo menos una vez en la vida. También
cocinamos, incluso preparé un postre mientras la francesa solo se limitaba a
mirar. Quisiera aceptarlo o no, era un desastre en la cocina y no quería tener
más accidentes.
—Le estaré esperando aquí, señor —me comenta y asiento con la cabeza
dejándole que se sienta en la sala de espera.
Dejo escapar un sonido incrédulo mientras niego con la cabeza y dejo que
mi espalda se apoye contra el material de cuero.
—Ni siquiera sé por dónde empezar. —Él se queda callado, sin dejar de
mirarme—. Tuve un accidente de coche hace una semana y poco y creo
que... —hago una pequeña pausa mientras intento que la imagen de Adèle
rodeada de sangre desaparezca—. Tengo pesadillas, casi no duermo bien,
no me puedo quitar esa imagen de la cabeza y me aterra salir a la calle con
Adèle, sobretodo si es en coche.
—¿Cómo fue ese accidente? —Me quedo en silencio, sin embargo, sé que
se lo tengo que contar—. Tenemos que empezar por el principio, el
accidente ha desencadenado las pesadillas, así que tendremos que llegar a la
raíz para ver cómo lo podemos solucionar.
Trago saliva sintiendo la garganta seca de repente.
—¿Tienes agua?
—La misma.
—¿Cómo es esa pesadilla?
Siento rabia. Muchísima. Quiero acabar con todo y ponerle fin de una vez.
En el transcurso del camino, tengo una llamada entrante del móvil nuevo,
pues el mío todavía se encuentra en las manos de Renata debido al plan
absurdo de Ester y Álvaro Maldonado. A veces me entran ganas de
buscarlos por mi cuenta para meterlos bajo rejas y que estén encerrados
durante una buena temporada porque nadie me ha tocado los cojones tanto
como ellos y toda su puta familia.
Hice que tan solo mis contactos principales tuvieran mi nuevo número, por
lo que, cuando veo que quien me está llamando es Marco, contesto
llevándomelo al oído.
—¿Qué? —pregunto.
—No empieces.
—Marco.
—Dime.
—Quería ver qué tal te iba la vida, para variar. —A veces me lo imagino
diciendo eso mientras se encoge de hombros—. Ya sabes, sales del hospital,
intento verte, pero me dicen que tienes que descansar. Que, oye, no me
enfado, entiendo que nuestros estilos de vida tengan años luz de diferencia,
pero, yo que sé, ¿me vas a negar la entrada siempre que estés en medio de
un problema? Recuerda que soy tu amigo, qué coño amigo, soy tu mejor
amigo. El único que tienes, en realidad.
—Ha ido bien —digo, indiferente—, nada del otro mundo. La semana que
viene tal vez tenga que volver a ir.
—¿Seguro?
—No, de hecho, te llamaba para decirte que estaré con mi madre y luego
veré a Marco. No sé a qué hora llegaré. ¿Tú estás en casa?
—Tengo a tus hombres vigilándome las veinticuatro horas del día, ¿piensas
que he podido salir sola sin que ellos se den cuenta? —dice en un tono
irónico—. Además, Cristian ha venido a buscarme.
Eso lo compruebo una vez que la mujer que se encarga de la casa me abre la
puerta y lo primero que veo es a mi amigo instalado en el sofá del salón. Me
pregunto qué pacto habrá hecho para llegar antes que yo y ver a mi madre
sonreír ante lo que sea que le esté diciendo, pues Renata no es que sea una
persona agradable y sonriente con la que poder mantener una conversación
banal.
Asiento con la cabeza y sigo a mi madre por detrás hasta que nos
encerramos en su habitación. Una habitación grande con una cama
matrimonial en el centro y unas vistas impresionantes de la ciudad. Ella se
sienta en uno de los sillones cruzando una pierna encima de la otra y no
tardo en hacer lo mismo, quedando uno enfrente del otro.
—Estoy bien.
Decido empezar por el principio, cuando tuve esos dos sueños mientras
estuve inconsciente en el hospital.
—Me acuerdo cuando me contaste las pesadillas que tenías o las secuelas
que te quedaban después de una misión. Sé que se puede remediar con el
tiempo y tras largas conversaciones, pero... ¿siempre es así? Que yo
recuerde, nunca me ha pasado nada similar y no sé cómo hacer para volver
a la normalidad cuanto antes.
La sonrisa que muestra no deja de reflejar una tristeza escondida cada vez
que lo recuerda. No dice nada, se levanta del sillón para acercarse hacia la
mesita de noche que se encuentra al lado de su cama. Vuelve con la
pequeña caja de terciopelo y ya me puedo imaginar de lo que se trata. La
coloca delante de mí, encima de la mesa redonda y se vuelve a sentar.
—Este anillo es para Adèle, para ninguna otra mujer más —murmura
cruzando una pierna encima de la otra—. Por eso me lo has mencionado,
¿no? Quieres proponerle matrimonio.
—¿Tienes miedo?
—Tal vez. —Renata alza las cejas a modo de pregunta. Quiere saber a qué
le tengo—. No lo sé, mamá, a lo mejor no quiero que se vaya. Hace poco
hemos empezado a vivir juntos, ¿por qué acelerar las cosas con un
matrimonio? —Ella no dice nada, pero no deja de mirarme—. A lo mejor
tan solo quiero casarme con ella porque presiento que después será
demasiado tarde. A lo mejor ya no habrá ninguna otra oportunidad más,
porque cada vez que me voy a la cama, sueño cómo yace en su propio
charco de sangre manteniendo los ojos abiertos, sin vida. A lo mejor...
—Tranquilízate, ¿de acuerdo? Tienes ese anillo en tus manos, dime para
qué lo quieres.
—¿Para qué?
—Porque quiero casarme con ella. —Renata mantiene sus ojos en los míos,
quiere que siga hablando—. Porque la quiero, porque no me imagino
enamorado de nadie más, porque ella es única y mi complemento, porque
sin ella, siento que algo me falta. Quiero casarme con ella porque quiero
pasar el resto de mi vida a su lado.
Posiblemente sea lo más cursi que haya dicho en mi vida, pero es así, no
puedo encontrar otras palabras que definan lo que estoy sintiendo por la
francesa ahora mismo. No paro de repetirme que la he encontrado, que he
encontrado a mi compañera para lo bueno y lo malo, ¿por qué debería
atrasarlo más?
—Lo sé.
—No te confíes.
La última pregunta provoca que suelte una risa sincera mezclada con
nerviosismo.
—Pues por eso mismo, eres el padrino y tienes contacto directo conmigo,
además de que...
—Completamente.
—No lo dudo.
—Por cierto... —empieza a decir y levanto ambas cejas para que continúe
—. Que cuando te diga que sí y ya estéis comprometidos... que sin
problema te puedo organizar la boda. Tú me dices y empezamos.
Horas más tarde, las puertas del ascensor se abren dejándome paso hacia el
interior del penthouse el cual se halla en un silencio absoluto. Adèle todavía
no ha llegado, por lo que, después de quitarme la chaqueta, me siento en el
sofá para contemplar las vistas hacia la ciudad y esperar que venga para
cenar juntos.
Me fijo en el piano ubicado en el rincón del salón y no puedo evitar
imaginarme a la francesa tocando alguna pieza. Hace tiempo que no lo
hace, pues la última vez fue en mi cumpleaños, cuando compuso esa pieza
la cual tiene como título la joya que tengo guardada en el bolsillo de la
chaqueta. Alargo el brazo y sostengo la pequeña caja de terciopelo negro
entre mis dedos.
Esbozo una pequeña sonrisa sin querer mientras pienso en un lugar seguro
para esconder el anillo. No sé cuándo, tampoco de qué manera, pero se lo
preguntaré, le pediré que se case conmigo.
Padre nuestro que estás en el cielo, yo solo pido que se lo pregunte y que
todo salga bien, amén.
Adèle
Rodeé sus hombros con mi brazo y empecé a jugar con las hebras de su
nuca, agarrando algunos mechones con los dedos mientras dejaba que
hiciera lo que quisiera en mi cuello.
No pude más y me subí sobre su regazo, dejando una pierna en cada lado de
su cuerpo. Iván se relajó sobre el sofá haciendo que su pelvis se levantara a
mi encuentro. Me mordí el labio inferior ante la sensación que me
proporcionaba.
Aquella noche llegué dos veces al orgasmo: el primero bajo la luz de la luna
y el segundo en nuestra cama, cuando sintió que la ropa empezaba a
estorbarnos. El tercero vino de regalo en la ducha, después de haber
controlado la respiración y recuperado las fuerzas.
Voy mirando los escaparates de las tiendas sin dejar de pensar en su cuerpo
debajo del mío y no puedo evitar morderme el labio inferior. Llevamos unos
minutos caminando por La Roca, que se trata de una especie de pueblecito
con las tiendas más exclusivas de las grandes marcas.
—¿Te puedo hacer una sugerencia? —Me quedo callada esperando a que
siga hablando—. ¿No has pensado en uno rojo? Largo, que te marque la
cintura y podemos mirar uno que tenga la espalda cubierta.
—No, está bien —respondo, pensando en eso—. Puede ser con la espalda al
aire.
—¿Estás segura? —Noto que gira la cabeza hacia mí, por lo que, hago lo
mismo.
—¿Cómo cuáles?
—¿En todos?
—Claro, sobretodo en el sexo, ahí mi imaginación vuela —responde y no
puedo dejar de sonreír, nerviosa, preocupada de que alguien lo haya oído.
Por un momento, se me olvida que, detrás de nosotros y a varios metros,
está David con otro hombre de seguridad, siguiéndonos—. No la recordaba
tan tímida, señorita Leblanc.
—¿Quieres jugar?
—Me lo suponía.
—¿Quieres dejar de decir eso? ¿Hasta cuándo se supone que dura el juego?
—Efectivamente.
***
Tan solo ha pasado una hora desde que Iván decidió que era buena idea
jugar con un vibrador en mi interior en un espacio público. Él tiene el
mando, entonces estoy a su completa merced porque no sé ni con qué
frecuencia ni con qué intensidad hará que me tiemble las piernas. Después
de mirar algunas tiendas, me decidí entrar a una donde vi que tenían
algunos vestidos en los maniquíes que me llamaron la atención.
—No me gusta.
Dejo el vestido donde estaba y doy otro repaso por la tienda buscando algo
que, a lo mejor, se me haya escapado. De repente, una mujer entra a mi
campo de visión esbozando una sonrisa educada.
—Sí, necesitaría un vestido de fiesta. ¿Tenéis algo que sea de color rojo,
largo y con la espalda...? —me quedo callada durante un segundo al sentir
el vibrador y no tardo en mirar a Iván, quien se encuentra sonriendo y
pasando la mirada por la tienda de manera distraída.
—Sí, exactamente.
—Una boda.
—Perfecto, pasen por aquí y enseguida vuelvo.
Me giro hacia el poeta a quien veo intercambiar unas palabras con David.
Le entrega la correa de Phénix y salen de la tienda.
No sé cuándo vaya a acabar el juego, pero no niego que está resultado ser
divertido, aunque exasperante, pues con las sutiles vibraciones que genera,
es como si solo me hiciera cosquillas en el clítoris para luego parar y volver
a comenzar, dejándome con ganas de más.
—No queda mal, me gusta que sea sencillo, pero elegante —digo—. ¿Tú
qué dices? —Iván vuelve a recorrerme con la mirada, por lo que aprovecho
para dar una vuelta mientras tiro la melena hacienda adelante para dejar que
contemple cómo queda mi espalda—. ¿Te gusta?
Durante la siguiente hora, me pruebo los otros cinco vestidos sugeridos por
la mujer, todos muy similares entre sí, aunque cada uno tiene sus detalles
que hace que me cueste decidirme por uno, sin embargo, no puedo dejar de
ver el último, el que tengo puesto ahora mismo. Sin mangas, con un escote
de corazón dejando que la mayor parte de la espalda esté al descubierto. La
falda no es tan ceñida y, aunque tenga una obertura en la pierna derecha, el
tul que hay por encima, hace que se equilibre con el resto del vestido y sea
el más adecuado para una boda.
—No hay problema. Si me esperan, puedo traerle una opción que creo que
se le ajustaría perfecto. Si me confirma la talla, volveré en unos minutos.
Me vuelvo a girar hacia la chica y, después de decirle la talla que usa Iván,
se marcha dejándonos solos. Me giro hacia él, bajándome del pedestal
circular y doy un paso hacia adelante, sin embargo, en ese mismo instante,
aprieta el botón del mando a distancia haciendo que aguante la respiración
durante un segundo al sentir el vibrador dentro de mí. Lo mantiene apretado
lo que me obliga a juntar las piernas para ejercer presión sobre la zona con
tal de aliviar la sensación, pero no funciona.
—Claro, gracias.
—He traído esta corbata. ¿Le convence el color? Es la más parecida que
tenemos en tienda, si desea otra tonalidad, deberá pedirla para que la
traigamos.
—Perfecto, muchas gracias. No creo que tardemos, tan solo quiero ver
cómo quedaríamos conjuntados.
Junto las piernas con fuerza y las manos me empiezan a picar por querer
tocar y acariciar algo, lo que sea, con tal de aliviar la presión. Me muerdo el
labio inferior buscando no dejar escapar ningún jadeo, pero me resulta
imposible mantener la boca cerrada, sobretodo si la mirada del magnate no
tiene intención de abandonar la mía.
—Una vez me dijiste que yo era única para ti, ¿qué te hace pensar que tú no
lo eres para mí? —murmuro intentando que la voz me salga lo
suficientemente clara.
Me fijo de nuevo en nuestra imagen delante del espejo. Yo con el vestido y
unos cuantos mechones ondulados por delante del escote. Él detrás de mí,
con la mano escondida en el bolsillo, completamente de negro y con el
detalle de la corbata en color rojo.
Nos quedamos en esta posición durante, lo que parece ser, un minuto hasta
que la dependienta se acerca a nosotros para preguntarnos cómo vamos. Al
instante, la burbuja se rompe y no tardo en parpadear rápidamente para
volver de nuevo al mundo real.
Una vez en la caja, Iván no tarda en sacar la cartera, pero, antes de que sea
capaz de decir nada, me mira alzando una ceja.
—Deberíamos tener una sola cuenta de banco y dos tarjetas, ¿qué te parece?
—propone y observo la cifra en la pantalla seguidamente de Iván pasando
la tarjeta para hacer el pago—. Así nos evitaríamos esta situación. Lo que es
mío es tuyo y viceversa, al fin y al cabo, somos compañeros de piso —sigue
diciendo, manteniendo esa sonrisa torcida en sus labios.
—¿Es en serio? —pregunto no vaya a ser que se trate de una broma, sin
embargo, a pesar de la sonrisa y su mirada divertida, puedo notar la
seriedad en el asunto.
—Está bien —acepto, dándome cuenta de que tiene razón, sin embargo, él
me mira alzando las cejas—. Lo de compartir la cuenta, está bien, no te lo
voy a discutir.
Una vez en el interior del coche y después de que David haya encendido el
motor, noto la mano de Iván envolverse alrededor de la mía y no tardo en
mirarle, está comprobando que me he abrochado el cinturón. Acaricio su
mejilla de manera delicada.
—No nos pasará nada —susurro y asiente levemente con la cabeza. En ese
momento, siento la vibración del móvil y se trata de Susana. No tardo en
contestar—. ¡Hola! ¿Qué ocurre, algo va mal?
—Si puedes, sí... Espero que no haya problema, tampoco quiero molestarte
—responde.
—Sí, señor.
El Audi gira a la derecha en el próximo semáforo y no tarda en avisar al
otro hombre de seguridad, que nos sigue por detrás en otro coche, que
haremos una rápida parada en mi edificio. Minutos más tarde, indico que se
adentre en el parking subterráneo. Una vez que nos bajamos del vehículo,
Iván ordena que se queden esperando cuidando a Phénix también.
El vestido de Adèle:
Capítulo 29
Adèle
—¿Locura? —pregunta ella en una sonrisa incrédula—. ¿Es una locura que
esta sea la mejor manera para llamar tu atención? Como alguien haga un
movimiento, voy a disparar y me dará igual todo. Entrad —ordena, pero
sigo sin poder moverme—. ¡Entrad, joder!
Está pasando otra vez, otra vez... Me cuesta respirar, no puedo hacer que
mis pulmones funcionen como deben. Está pasando... Cierro los ojos
durante un segundo mientras intento espabilar. Susana no tiene nada que
ver, ella es buena, lo ha sido durante todos estos años, no merece estar
pasando por esto, no lo merece.
—No le hagas daño, por favor, libérala, ella no tiene nada que ver. Nos
tienes aquí, déjala que se marche —intento decir, desesperada.
—Cállate.
—Dime qué es lo que quieres —murmura—. ¿Me quieres a mí? Estoy aquí,
delante de ti, podemos hablar. No es necesario que hagas esto. —Ester no
ha dejado de mirarle, pero no dice nada—. Entiendo que...
—Nunca me has ayudado —se queja con la voz temblorosa—. Desde que
apareció Adèle en tu vida, yo dejé de existir para ti.
—No es verdad.
—¡Claro que lo es! —vuelve a gritar causando que Susana tiemble ante el
miedo que debe estar sintiendo—. Dejé de ser importante para ti, empezaste
a gritarme, ya no me tratabas como antes. Me habías olvidado y ni se te
ocurra negármelo.
—Mientes.
—¿Por qué haría eso? —Intenta acercarse a ella de nuevo, pero niega con la
cabeza de inmediato apuntándole al pecho—. No me harás daño —asegura
Iván sin dejar de mirarla a los ojos. Phénix intenta ladrar de nuevo, pero lo
sujeto de manera firme por el collar—. Me quieres, yo también a ti, no me
harás daño. Ester, por favor, dame el arma y podremos hablar —susurra
levantando la mano para que se la entregue.
—¿Por qué estás tan seguro? Tú me lo has hecho a mí cuando decidiste que
era buena idea follar en tu despacho con esa.
—Dame el arma —insiste, otra vez, pero Ester niega con la cabeza—. No
hablaremos a no ser que me la des. No conseguirás nada con esto, no te
sentirás mejor, te lo aseguro.
—No lo sabes.
—Ni se te ocurra decir una sola palabra, hija de puta —responde a la vez
que se limpia la mejilla con la palma de su mano—. No sabes cuánto te
odio. Si no hubieras aparecido en mi vida, yo seguiría con mi familia, ¿no te
das cuenta? No eres capaz de querer a nadie más que a ti, eres una egoísta
que quiere que todo el mundo le rinda pleitesía. ¡El mundo no gira a tu
alrededor! ¡Métetelo de una puta vez en la cabeza!
Ester tan solo necesita que la quieran, que alguien se preocupe por ella,
pero, antes, tiene que aprender a quererse a ella misma.
Segundos más tarde, suelta una risita inundando el espacio y las lágrimas se
acumulan en mi mirada. Empiezo a negar con la cabeza mientras me froto
el rostro con las manos.
—Había otra persona viviendo aquí, ¿qué has hecho con él? —insisto,
dando otro paso hacia adelante, sin embargo, la mano de Iván hace que
retroceda.
Sin embargo...
—No, no, no, no, no, ¡joder! ¡No! —exclamo y no tardo en acariciarle la
mejilla con la mano manchada de sangre—. Por favor, no... —imploro,
deseando que esto no sea más que otra pesadilla.
Siento la mirada llena de lágrimas que me impiden ver con claridad, por lo
que, me froto la cara con el antebrazo importándome bien poco que tenga
maquillaje en los ojos. Mis manos no dejan de temblar y el recuerdo de
Jolie tirada en el suelo, en esta misma posición, aparece de nuevo. Iván no
tarda en acercarse a mí, agachándose para quedar a mi altura. Empieza a
hablar, su boca se está moviendo, pero no le escucho, no entiendo lo que me
está diciendo. Mantiene los ojos abiertos, sus labios no dejan de moverse,
seguramente también esté gritándome, pero sigo sin oírle porque, en lo
único que puedo pensar ahora mismo es en Jolie y Marcel. Bajo de nuevo la
cabeza y el sollozo de mi garganta no tarda en hacerse presente. No puede
ser que haya muerto, no puede ser que, de un momento a otro, su corazón
haya dejado de latir.
Noto que alguien intenta tirar de mi brazo para ponerme de pie, pero niego
rápidamente con la cabeza porque no quiero dejar a Félix solo, no obstante,
siento su mano alrededor de mi mejilla, haciendo que le mire.
—Deja de hablar —me advierte Ester—. No digas nada más a no ser que
quieras que tu sirvienta le haga compañía a tres metros bajo tierra —
pronuncia de manera atropellada volviendo a apuntar a Susana.
Decido girarme hacia ella, avanzando unos cuantos pasos para enfrentarla
porque no pienso permitir que esta loca siga suelta por mi casa, matando a
todo aquel que le dé la gana. Estoy harta de que esta familia de psicópatas
siga haciendo cuánto les plazca sin atenerse a las consecuencias de sus
actos.
Intento mirar, necesito ver qué está pasando, ¿por qué Susana ha gritado?
No puede ser que Ester haya disparado, no puede ser, no... Joder, no puedo
más, bajo la cabeza y noto varias gotas caer contra el suelo procedentes de
mis lágrimas.
Iván
Tan solo han bastado diez segundos para que todo se sumerja en el
descontrol absoluto. Cuando han abierto la puerta, lo primero que he hecho
ha sido envolver a Adèle entre mis brazos para evitar que sufra cualquier
posible daño. La Policía acaba de entrar sin pensárselo dos veces haciendo
que Ester se sorprenda y apriete el gatillo mientras apuntaba al muslo de
Susana. La acaban de inmovilizar contra el suelo después de quitarle el
arma de las manos y no han tardado en comprobar que no haya nadie más
en el apartamento.
—No hay nadie, señor. —Se acerca otro guardándose el arma en el cinturón
—. La ambulancia está preparada, tenemos que dejar pasar a los
paramédicos para que se lleven a los heridos al hospital.
—Que pasen.
—Susana, estoy aquí, ¿me oyes? —Su voz está rota y puedo apreciar la
desesperación en su cuerpo—. Te pondrás bien, no puedes morir, ahora te
llevarán al hospital, no me alejaré de tu lado. No te dejaré.
—Por favor, apártese, deje que el médico la vea —dice uno y no tardo en
acercarme a la francesa de nuevo quien niega con la cabeza de manera
frenética.
Renata se centra en hablar con el capitán, poniendo orden, pero ni siquiera
soy capaz de acercarme a ellos, no con ella en medio de todo este escenario
y con la sangre manchando el suelo. Giro la cabeza hacia su amigo a quien
lo están metiendo en una bolsa negra y no puedo evitar suspirar de manera
pesada. Tengo que sacarla de aquí, no puede volver a romperse pues no creo
que pueda soportarlo de nuevo.
Sin poder aguantarlo más, decido acercarme para levantarla del suelo. Me
duele verla así y su voz no deja de romperme el corazón en otros mil
pedazos más, como si ese diamante negro inquebrantable se acabara de
agrietar dentro de ella. Intenta mover los brazos para evitar que la toque y
se aleja un par de metros escondiéndose de los ojos de todos los demás.
Renata se acerca a ellos para acabar de hablar y, minutos más tarde, cierran
la puerta dejándonos solos.
—Todavía no.
MANCHADA DE SANGRE
Adèle
Me encuentro con la mirada perdida mientras no dejo de sentir pinchazos en
la cabeza como si fueran pequeñas agujas clavándose en la sien. Noto la
sequedad en mis mejillas debido a las lágrimas que no dejaron de brotar al
ver a Félix tirado en el suelo, sin vida. En aquel instante comprendí que la
vida seguirá siendo impredecible, que no podemos controlarla, mucho
menos imaginarnos lo que pasará. Esta mañana cuando me desperté, ni
siquiera hubiera pensado que acabaría con la ropa y las manos manchadas
de sangre. Una sangre tan oscura como el carmín tiñéndose de negro.
Nada está bien, ¿por qué...? Ahogo un sollozo sin querer pensando que todo
acaba de torcerse en tan solo unos minutos. Yo estaba bien, por lo menos,
intentaba conseguirlo, las sesiones con Marquina me estaban ayudando,
sentía que podía llegar a superarlo, poco a poco, sin prisa, a mi ritmo... Sin
embargo, ahora... Ni siquiera entiendo qué ha pasado exactamente, ¿por qué
me he encontrado de repente con Ester después de tanto tiempo sin verla?
¿Por qué a mí? ¿Por qué a nosotros?
Dejo escapar un largo suspiro mientras pienso qué hacer, necesito tener la
mente ocupada, no puedo darme el lujo de dejarla en blanco porque, de lo
contrario... No, no quiero pensar en ella, tampoco en mi hermano, no quiero
derramar más lágrimas, no quiero que la tristeza me invada de nuevo. De un
momento a otro, siento el peso a un lado del sofá y reconozco a la
comandante al apoyar una mano en mi espalda, sin embargo, me aparto casi
al instante porque no quiero que note las cicatrices en mi piel. La miro
después de unos segundos con sus dos manos encima de su regazo.
—Adèle, no creo que sea buena idea... —intenta decir, pero niego con la
cabeza.
—No puedo más, necesito que esto se acabe, quiero que toda su familia me
deje en paz, tengo que decírselo, me hierbe el deseo de gritarle todo cuánto
me ha arrebatado, lo que he sufrido por ello... Han sido meses de no saber
qué hacer con mi vida, ahogándome en alcohol, en pastillas que me
ayudaban a dormir porque yo no era capaz de hacerlo porque en el
momento que cerraba los ojos... —Siento una lágrima deslizarse por mi
mejilla y no tardo en limpiarla con fuerza con el dorso de la mano—. Las
pesadillas han llegado a consumirme, Renata —confieso—. Quiero que vea
lo que ha ocasionado, lo que sigue haciéndonos. Casi matan a Iván, Félix
está muerto, Susana está en el hospital y... y... —Rompo a llorar otra vez,
sin poder detener las siguientes—. No puedo más —logro decir en un
sollozo—. Quiero que se acabe.
—Ve a ducharte —me dice—. No saldrás así y mucho menos dejarás que
ella te vea de esta manera.
—No lo sabes.
—No puede —respondo mientras niego con la cabeza—. ¿Qué más podría
hacer? —pregunto, alejándome levemente para mirarle de nuevo—. Está
encerrada, no puede escaparse, no puede tocarme, no puede hacer nada
salvo escucharme porque tampoco le dejaré que me diga nada.
***
A cada metro que avanzamos, siento el corazón bombear con más fuerza de
la debida y me pregunto si ha sido buena idea llegar hasta aquí. La última
vez que la vi, tal como me dijo Iván, fue meses atrás en ese hotel cuando
me obligó a que le tocara un par de piezas en el piano. Luego de eso, me
dejaron inconsciente y desperté atada en una silla a varios metros bajo
tierra. No puedo evitar cerrar los ojos y recordar el olor a humedad y a
encierro debido a la poca ventilación del lugar, los gritos que oía varias
veces al día, la vez que me dejaron encerrada manteniéndome en pie
durante varias horas. Cuando me ataron las manos del techo y Mónico hizo
que contara... las veces...
«No pienses en eso», me regaño mentalmente al observar que cada vez nos
vamos acercando. David detiene el motor a los pocos segundos y no tardo
mucho en bajarme del vehículo para buscar aire que no sabía que necesitaba
con tanta urgencia.
—Sí, señor.
—Dime que estás segura, todavía puedes decir que no —susurra y puedo
notar la caricia de su pulgar sobre el dorso de mi mano.
—No te preocupes.
—Lo hago.
—Pues no lo hagas.
—Iván —reprende la comandante después de que las puertas del ascensor
se cierren—. Vuelvo a oír alguna palabra y te quedas fuera.
—Parece mentira que te tenga que seguir dando lecciones sobre relaciones
de pareja.
—Inteligente, guapo, pero con una arrogancia que habría que hacértela
mirar —sigue diciendo y aprovecha para darse la vuelta, dejándole con la
palabra en la boca, al notar que ya hemos llegado a la planta
correspondiente—. Tenemos que ir a mi despacho antes de bajar a donde se
encuentra Maldonado.
Antes de que sea capaz de decir nada, noto que se sienta en uno de los
sofás, invitándome a colocarme a su lado para agarrar mi mano entre las
suyas y empezar a plantar suaves caricias con las yemas de sus dedos. Nos
quedamos en esta posición hasta que decido romper el silencio.
—Es la verdad —contesto rápidamente, sin darle tiempo a decir nada más
—. Si no fuera por mí, Ester ni siquiera hubiera entrado en mi apartamento,
ya la oíste...
—Nada de esto es culpa tuya, métetelo en la cabeza —me interrumpe—.
Has sido la víctima en toda esta mierda, no la culpable. En todo caso, la
culpa la tienen los ineptos que no han sabido vigilarla y no se han dado
cuenta de que escapó para dirigirse a tu piso. Puedes culpar también al
imbécil de Álvaro que la dejó libre aun sabiendo de su enfermedad mental.
Con Mónica hazlo también, que fue la mente maestra detrás de todas las
atrocidades que cometió —hace una breve pausa—. Culpa a quien quieras,
Adèle, pero no a ti, jamás pienses eso.
—¿Lo que yo quiera? —Me aseguro de que asiente con la cabeza—. Muy
bien.
—Qué agradable sorpresa —murmura todavía con los ojos cerrados y las
manos descansando sobre su abdomen, no obstante, no tarda mucho en
erguir la espalda. Lo primero que hace es fijar sus ojos oscuros sobre los
míos y puedo reflejar la sorpresa en su semblante—. Vaya, vaya —
murmura, arrastrando las vocales—. Ni en mis mejores sueños hubiera
imaginado que te vería delante de mí con esa expresión de cachorrillo
asustado. ¿Qué tal te han ido estos meses? Cuéntame, quiero saberlo todo.
—¿Piensas que podré llegar a perdonarte algún día? —Me siento en la silla
colocada delante de la celda de vidrio. Cruzo una pierna encima de la otra,
sin dejar que sus ojos me atormenten y no dudo en alzar levemente el
mentón—. ¿Después de lo que hiciste? Ni siquiera te muestras arrepentida
y, para perdonar, deberías empezar por eso.
Intento por todos los medios que el temblor no se note en mi voz pues, con
su sola presencia, hace que varias imágenes de aquellos días en el búnker
aparezcan de la nada, invadiendo mi mente. No puedo dejar que me domine
con el simple recuerdo, no quiero que lo haga.
—Los monstruos no tienen corazón —le recuerdo—, así que dudo mucho
que os podáis arrepentir.
—¡No digas ni una sola palabra! —grito haciendo que el sonido retumbe
por toda la estancia. Me levanto con rapidez de la silla dejando que caiga y
que el ruido del metal contra el suelo ahogue mi voz rota—. Cállate... —Me
dejo caer de rodillas intentando por todos los medios no llorar frente a ella
—. ¿Quién te ha hecho tanto daño para mostrar esa indiferencia por la vida
humana?
—Lo que quiero saber es cómo te sentirías si a tu hijo le llega a pasar algo
parecido a lo que yo viví por tu culpa y la de Rodrigo.
»No he vuelto a ser la misma después de lo que viví en ese club —sigo
diciendo sin dejar de mirar esos ojos oscuros—. El recuerdo de Rodrigo
intentando doblegarme... entrando y saliendo con fuerza, desgarrándome...
Intento no pensar en ello, pero cada vez que entro en algún bar y siento las
miradas masculinas sobre mi cuerpo... Ya no es como antes, antes me
gustaba ser el centro de atención y que me miraran, pero ¿ahora? Ahora
siento miedo que vuelva a pasarme lo mismo. Ya no puedo quedarme a
solas con ningún hombre que acabe de conocer y no sé si algún día lo
lograré hacer, volver a ser la misma. —Me quedo en silencio durante un
instante—. Eso es lo que Rodrigo me hizo.
—Mi más sentido pésame por hacer que tu actividad sexual disminuyera.
—Llevo años siendo así, ¿crees que ahora cambiaré o algo por el estilo
porque tú me lo digas?
—Fue más divertido torturarte —se aclara la garganta y puedo observar que
ha intentado esconder la tos—. Piénsalo, mientras sigas con vida, seguirás
con la amenaza sobre tu cabeza, no podrás sentir ningún tipo de paz, tu
querido novio tampoco, así que Renata seguirá con el corazón apretado
porque no soporta que su hijito viva angustiado. Toda causa tiene su
consecuencia y tú eres una pieza clave en toda esta historia.
—¿Y eso implica que, personas que no tienen nada que ver, acaben
pagando por los problemas que viviste en el pasado? ¿Incluida una pequeña
niña de cuatro años?
—¡Tú qué vas a decir si eras una cría cuando aquello pasó! —grita Mónica
y puedo observar la rabia en su rostro.
Besitos
Capítulo 31
OLOR A MAR
Iván
Dejo que su cabeza se apoye suavemente sobre el colchón del sofá situado
en el despacho de Renata. En el momento que vi que le costaba mantener el
equilibrio, supe que la conversación la estaba afectando más de lo que ella
hubiera imaginado. Entré sin pensármelo dos veces y pude cogerla en
brazos para sacarla de ahí. No por nada dije que no estaba de acuerdo con
que tuviera este encuentro, la conozco, sabía que se alteraría al punto de que
le bajaría la tensión y acabaría desmayada.
—¿Saber el qué?
—Me dijo que tenía que encaminar la conversación de tal manera para que
le acabara diciendo que fue Rodrigo quien mató a Héctor y no Renata.
—¿Por qué?
Adèle se queda callada, sin dejar de mirarme.
—No tenías por qué aceptar si no querías hablar con Mónica, has acabado
desmayada.
—Lo que más me molesta es que haya tenido que enterarme ahora. ¿Por
qué te ha pedido que le dijeras eso a Mónica?
***
—Estoy ocupada. —Es lo primero que dice en un tono bastante serio lo que
hace que enarque las cejas, sorprendido. Supongo que ya sabrá que estoy
enterado de la situación.
—¿Qué ocurre?
—¿Por qué le has pedido a Adèle que hable con Mónica? —pregunto
dejándome de rodeos—. Te dijo que ya no quería hacerlo, ¿por qué has
tenido que insistir? Además, ¿qué es eso de que Rodrigo fue quien disparó?
—No tengo tiempo ahora para contestar a tus preguntas, ¿podemos hablarlo
más tarde?
Me quedo en silencio durante unos segundos intentando entender qué coño
está pasando y por qué mi madre se está comportando de una manera tan
distante, no obstante, no vuelvo a insistir y cuelgo la llamada asegurándome
de que no dudará en llamarme en cuanto tuviera un momento.
No dejo de mirarla preguntándome qué tan fuerte debe ser su corazón para
seguir soportando golpe tras golpe. A pesar de la fuerte tormenta intentando
tumbarla, se sigue levantando una y otra vez tratando de no quedarse
anclada a la tristeza y esa es una de las muchas cosas que admiro de ella.
Adentro las manos en los bolsillos del pantalón e intento dejar de pensar en
lo que ha pasado esta mañana, sin embargo, no puedo evitar recordarme de
la conversación entre Adèle y Mónica.
Minutos más tarde, llega una enfermera y empieza a toquetear los tubos
mirando hacia las dos pantallas mientras veo que Adèle se levanta de la
cama para darle espacio. Mantiene una corta conversación con ella y, al
cabo de unos momentos, abandona la habitación para dirigirse hacia mí.
—No me pidas eso, tan solo... no quiero hablar del tema —murmura
mientras se dirige hacia la sala de espera para sentarse en uno de los
sillones. Hago lo mismo, colocándome a su lado. Nos quedamos en silencio
durante unos segundos hasta que vuelve a hablar—: Quiero que me
mantengas informada respecto a Ester y todo el asunto de los Maldonado y,
si puedo ayudar en algo, también quiero que me lo digas. No me mantengas
al margen. —Me mira—. No lo hagas con la idea de querer protegerme,
quiero estar al corriente.
Me mantengo con los brazos cruzados a la altura del pecho sin dejar de
mirarla. Hay algo diferente en su expresión, en el tono de sus palabras,
como si lo que hubiera pasado no hubiera producido ningún corte profundo
en su herida. Cuando vi a Ester por primera vez en su apartamento
apuntando a Susana, lo primero que pensé fue que Adèle se volvería a
romper para encerrarse de nuevo durante un buen tiempo, sin embargo,
tengo la sensación de que no está siendo así.
Alza su cabeza de nuevo buscando mis ojos y deja que una tímida sonrisa le
acaricie el rostro.
—Lo es.
***
—¿El qué?
—«A casa». —Desde que hemos empezado a vivir juntos, han sido pocas
veces las que lo ha dicho lo que ha permitido darme cuenta del detalle
generándome una interesante calidez dentro del pecho—. Suena a que
tendremos un futuro.
Esta vez, siento su leve apretón alrededor de mi mano. Giro la cabeza para
intentar apreciar su mirada teñida de sombras más que de luces y me
percato del intento de una sonrisa.
—No hace falta que me lo jures —respondo dejando escapar una tímida
sonrisa—. Me parece bien, cuando estés lista, cuando lo estemos, sin prisa.
—Sin prisa —repite dejando que el mar ahogue el silencio entre ambos—.
Quería dejarlo claro porque no me gustaría que después empezaran los
malentendidos o discusiones que se podrían haber evitado. Muchas parejas
rompen por eso, porque uno de los dos quiere tener niños y el otro no y lo
entiendo, es decir, no puedes obligar a nadie a tener un hijo.
Seguimos caminando por la playa con extrema lentitud, dejando que el olor
a mar me tranquilice y no puedo quitarme de la cabeza las palabras que
acaba de decir: «No me importaría formar una familia contigo». A pesar de
ya haberlas oído, no puedo quitarme la pequeña sonrisa del rostro.
Recuerdo a la Adèle que conocí un año atrás cuando respondió con un
rotundo «no» a la idea de ser madre, cuando decidió abortar por ese mismo
motivo: que no se sentía preparada, que no quería traer un niño al mundo si
no le iba a dar toda la atención que se merecía, sin embargo, después llegó
Mónica y todo se fue a la mierda.
—Mil.
—¿El qué?
—Sí —murmura y, antes de que sea capaz de decir algo más, continúa
hablando—: No lo supe en aquel momento, siempre creí que lo había
matado yo, apreté el gatillo, estaba delante de él, vi como se caía de
rodillas, pero mi bala tan solo le hizo un rasguño en el lado derecho del
abdomen. Fue Rodrigo quien apuntó al corazón, pero Mónica no lo vio a él
ya que se encontraba alejado por unos cuantos metros.
—Preocúpate por tus asuntos. —Mi madre siempre ha sido una mujer
directa—. Con Ester encerrada y con Álvaro siendo interrogado por la
Policía, tan solo es cuestión de tiempo hasta que su red criminal caiga por
completo. No creo que Álvaro estuviera al mando, es un crío todavía.
Seguiremos investigando, por el momento, limitaos a manteros lejos de
todo esto.
Francesa: «Cerdo».
DE CAMINO AL ALTAR
Adèle
Me siento delante del espejo asegurando el nudo de la toalla y me fijo en el
vestido perfectamente colocado sobre la cama, ese vestido rojo que elegí
expresamente para la boda de Marco y Bianca. Desvío la mirada hacia mi
reflejo observando la melena mojada que hace que sienta las gotas
recorriéndome la piel.
Tan solo han pasado tres semanas desde que Ester se presentó en mi casa
con el arma apuntando hacia Susana. Tan solo dos desde que incineramos a
Félix dejando que su familia se llevara las cenizas con ellos para poder
esparcirlas en uno de los sitios favoritos que tenía. Ese acantilado que me
había enseñado una vez con la luz del faro dando vueltas en lo alto del
cielo. No pude llorar, ni siquiera fui capaz de decir unas últimas palabras,
me quedé en silencio mientras observaba a sus padres lamentar la pérdida
de su hijo, desconocedores por completo de la causa que había acabado con
su vida.
Susana, después de que le dieran el alta del hospital, expresó que necesitaba
un tiempo lejos de la ciudad, por lo que optó irse al pueblo donde vivían sus
padres para quedarse una temporada con ellos. La entendí, no intenté
detenerla, no después de lo que había pasado debido únicamente a que me
conocía. Si Susana nunca se hubiera cruzado en mi camino, no hubiera
acabado en manos de Ester.
Con una última sonrisa, dejé que se marchara y me prometió que, algún día,
no sabía cuándo, nos volveríamos a poner en contacto.
Esa noche, cuando volvimos del paseo por la playa después de haber estado
en el hospital, le susurré a Iván que no me sentía con las fuerzas suficientes
para asistir a la boda de Marco. Mi cabeza, en aquel momento apoyada
sobre su pecho, no daba para más. No quería llegar ahí y dejar que los
demás se impregnaran del aura negra que me acompañaba. Iván se quedó
callado ante mis palabras y no dejó que su caricia sobre mi brazo se
acabara.
—Iván... —intenté decir, haciéndole ver que no tenía por qué preocuparse
por mí.
Recordé que Dante me había dicho que él se encargaría de llevar los anillos
para dárselos a su hermano. No obstante, no me parecía bien que Iván no
estuviera ahí presente.
Una hora más tarde, después de que me hubiera puesto el pijama y estuviera
envuelta entre las sábanas, Iván llamó a Marco para decirle que, al final, no
podríamos ir. Le empezó a explicar las razones y hubo un momentáneo
silencio que duró relativamente poco hasta que el italiano empezó a alzar la
voz. Le pedí que activara el altavoz.
—A mí no me mandas a callar.
—¿Estás seguro?
—Tenemos que estar ahí en tres horas —murmura él, sacándome de mis
pensamientos—. Marco ha insistido en llegar antes para las fotos, ya sabes,
soy su segundo padrino en la lista, resulta que yo también tengo que entrar
en el cuadro de la cámara.
—No te gusta que te hagan fotos. —Recuerdo una vez, tiempo atrás, que
me dijo que no se le daba bien posar ante las cámaras, que siempre salía
muy serio en la imagen.
—Qué buena suerte la mía que mi novia sí sepa posar —pronuncia con
diversión aparente en su rostro mientras se va acercando hasta mí. Su
mirada encuentra la mía en el espejo y noto que ha colocado una mano
sobre la mesa dejando la otra descansando sobre el borde de mi silla.
—Lo que estoy diciendo —hace una pausa con la intención de darle más
dramatismo al asunto— es que tengo suerte de que seas mi pareja. —
Observo el recorrido de sus ojos, bajando con una lentitud abrasadora hasta
llegar a mi clavícula, fijándose en las pocas gotas todavía en mi piel—. Esta
noche seré yo quien te quite el vestido o ¿prefieres que te acueste sobre la
isla de la cocina y me meta entre tus piernas con él todavía puesto? —Me
doy cuenta de la mirada hambrienta detrás de sus palabras y puedo sentir la
inmediata calidez obligándome a juntar los muslos.
—Ha costado una fortuna —imito su mismo tono de voz—, no querrás que
se arruine.
—Tendría mucho cuidado, aunque... también podría comprarte otro en este
mismo color —susurra haciendo que la tensión se vuelva palpable—.
¿Sabías que el rojo es mi color favorito?
Tengo los labios levemente abiertos y dejo escapar sin querer esos ruiditos
que parecen encenderlo todavía más. Mi lado racional no está funcionando
en este momento, no con sus dedos trazando círculos alrededor de mi
clítoris. Muevo las caderas para suplicarle en silencio que no se detenga,
que no me deje con las ganas.
Iván levanta mi pierna con su mano libre para que le rodeé la cadera y, sin
dejar de besarme, puedo sentir la toalla todavía a su alrededor. Dejo escapar
un pequeño gruñido y se la arranco para dejarla caer al suelo. Noto su
sonrisa contra mis labios mientras me deja sentir la dureza de su miembro.
Su mano todavía sigue ahí, torturándome.
—No dejes que llegue al orgasmo, no así —pronuncio sobre sus labios
mientras trato de mover las caderas, sin embargo, me mantiene sujeta con
su mano aprisionando la parte baja de mi espalda—. Iván... —Cierro los
ojos ante la entrada de su índice y la presión que hace con su pulgar no me
ayuda a pensar con claridad.
Aprovecho para bajar una mano entre ambos y noto su inmediata reacción
ante la caricia que le ofrezco a su miembro. Está a punto de explotar, sin
embargo, sigue queriendo contenerse. No quiere dejar el juego a medias.
—No pude haber elegido a mejor compañera para jugar —murmulla con
voz ronca y tengo que tragar saliva ante la intensidad que está resultando
tener esta partida.
—Ni se te ocurra cerrar los ojos —ordena—. Hasta que no me corra dentro
de ti... no los cierres.
Ni siquiera puedo mantener los labios juntos debido a los jadeos que me
provoca. Aprieto las manos alrededor de sus brazos y dejo que siga
golpeando contra mi interior mientras hago el esfuerzo de mantener los ojos
abiertos, sin romper la intensidad de su mirada que no deja de envolverme.
—No los cierres —me advierte, una vez más, en tan solo un hilo de voz. Él
sigue moviéndose y puedo notar mi interior envolviéndole con fuerza
mientras no abandono su mirada. No dejo de mirar esos ojos mientras su
cuerpo sigue arremetiendo contra el mío mientras sigo con la espalda contra
la pared—. Háblame en francés —pide intentando retener el gemido, no
obstante, no lo consigue.
***
Cada detalle se encuentra en su lugar, no hay nada que sobre, tampoco que
falte. Las rosas blancas que han escogido adornan cada banco de madera y
el altar, donde se encuentra Marco pacientemente esperando junto al cura,
es una fantasía envuelta de flores blancas pequeñas hojas verdes. Nos
encontramos en plena naturaleza, en la propiedad de los padres de Bianca
pues, al haber cambiado la fecha a tan solo unos días de la boda, tuvieron
que improvisar y trasladar la ceremonia al jardín que han decorado
perfectamente para la ocasión.
Observo a Dante feliz, con una sonrisa que dudo mucho que hoy se le borre
del rostro, y a Marco a su lado, aunque con un atisbo de nerviosismo en su
mirada. Faltan tan solo unos minutos para que la novia haga su camino
hacia el altar y que murmuren sus votos para pronto convertirse en marido y
mujer. El italiano me lanza una dichosa mirada mientras trata de mantenerse
serio, pero no lo consigue, pues el hecho de ser el padrino número uno y
saber que será el encargado de entregar los anillos, lo mantiene ardiente en
alegría.
Iván se encuentra al lado de mi amigo con las manos juntas por detrás de su
espalda y con una leve sonrisa en su rostro. En el momento que se da cuenta
de mi mirada en él, no tarda en devolvérmela para mantenerla puesta en mí
durante largos segundos. Me permito fijarme en él y en lo bien que le queda
el traje negro, el único toque de color lo tiene la corbata que combina en la
misma tonalidad que mi vestido rojo.
Todavía recuerdo nuestro encuentro de esta mañana, tan solo han pasado
unas pocas horas, pero aún soy capaz de sentir la calidez entre mis piernas
cada vez que pienso cuando se deslizó al suelo, con la espalda apoyada en
la pared mientras seguía unido a mí. Trago saliva de manera disimulada y
tengo que romper el contacto visual ante la intensidad que su sola mirada
consigue provocarme.
Giro la cabeza hacia ella y no tardo en fijarme en sus labios rojos. Dante ha
invitado tanto a la violoncelista como a Rebecca que se encuentra a su
derecha. También intentó contactar con Laura, pero ella desde el principio
dijo que no podría venir. No pidió más explicaciones y ella no volvió a
llamar. Todavía recuerdo la llamada que tuvimos hará más de un mes y
medio, un día después del cumpleaños de Iván. Dije de volverla a llamar,
todavía sigo con esa idea en mi cabeza, pero por algún motivo u otro,
siempre acabo aplazando la llamada, no sé si sea por miedo a enfrentarme a
lo que me tenga que decir o por otra cosa.
—Quiero ver cuándo llegará Bianca —susurro. La multitud se encuentra
sentada a la espera de que la música empiece a sonar para que la novia haga
su entrada triunfal.
Ella no sabe lo que pasó en aquel búnker y sigue creyendo que Enrique la
trató mal sin razón aparente cuando la realidad fue que él quería alejarla de
él para que no acabara entre las garras de Mónica. No le he dicho nada y
tampoco planeo hacerlo pues, al igual que él, prefiero saber que se
encuentra lo suficientemente alejada de toda esta mierda.
—¿Por qué?
Antes de que sea capaz de contestar, la música empieza a sonar y, con ella,
los invitados no tardan en ponerse de pie para recibir a la novia que viene
acompañada del brazo de su padre por detrás de las damas de honor.
Todas las miradas se centran en ella mientras que sus ojos están fijos en
Marco. La sonrisa en su rostro delata la felicidad que debe estar sintiendo
por dentro y puedo apreciar la impaciencia en su caminar, pues el brazo de
su padre hace que no se adelante a él ni tampoco a la melodía de los
violines.
Pocos segundos más tarde, Bianca llega a Marco después de que su padre se
la haya entregado a él. Las sonrisas no desaparecen y, después de los
violines hayan acabado la pieza, el cura empieza a pronunciar las palabras
del discurso. Todos los ojos están fijos en cada uno de sus movimientos y
no tardo en darme cuenta de la intención del italiano de querer agarrar la
mano de su futura mujer, ella acepta encantada regalándole una fugaz
mirada.
—Creo que voy a llorar —susurra Rebecca abanicándose los ojos con las
manos—, y no quiero arruinar el maquillaje.
Iván
Los aplausos hacen que vuelva a la realidad y giro levemente la cabeza para
ver que Marco y Bianca se están comiendo la boca delante de todo el
mundo y sin ningún tipo de poder. Es ella quien retrocede mínimamente
para dar cierre al primer beso de recién casados y no tardo en unirme a la
conmoción de los aquí presentes.
—Cuando uno tiene pareja, ¿se olvida de la diversión que supone conocer a
otras personas?
—Y la ducha.
—¿Cómo qué?
—No lo sé, dímelo tú. —Me fijo en la pequeña arruga en su frente que
acaba de aparecer. Siempre la misma reacción cuando no comprende algo.
Niego con la cabeza mientras acerco mis labios a su sien para depositar un
pequeño beso—. Estoy jugando —intento aclarar—. Vamos, no creo que
Marco haya escatimado en presupuesto para montar la fiesta.
• ────── ✾ ────── •
Adèle
Tal como había dicho Iván, el italiano ha conseguido que esta fiesta sea
propia de la realeza. En el mismo terreno donde ha acontecido la
ceremonia, a tan solo unos metros, ha hecho que, tanto las mesas como la
pista de baile, queden envueltas con decoración propia de un cuento de
hadas. Flores blancas de diferentes tamaños ornamentan cada mesa, luz
amarilla proporcionando calidez a todo el espacio, la pista de baile la
conforma una gran plataforma negra ubicada en el centro manteniendo a
todas las mesas circulares alrededor. Cada detalle ha sido pensado y ha
conseguido que la celebración se vuelva digna de recordar hasta dentro de
unos años.
—Quiero la tarta, ¿cuándo se supone que van a cortar la tarta? —se queja
Rebecca llevándose la copa de champagne a los labios.
—Ni siquiera han tenido el primer baile como pareja —responde Arabella a
su lado.
—Nunca.
Uy, UY
¿Estoy oyendo campanas de boda?
EUFONÍA Y DISONANCIA
Adèle
Esbozo una pequeña sonrisa haciendo caso a su petición y cruzo una pierna
encima de la otra mientras dejo que mi espalada toque la fría madera. Al
instante, siento la caricia de sus dedos sobre mi hombro desnudo mientras
dejamos que el silencio nos siga acompañando. Su mirada busca adentrarse
en la mía y no tarda en conseguirlo mientras permanecemos encerrados en
una burbuja que se acaba de levantar a nuestro alrededor.
Me fijo en el recorrido que hace por mi rostro hasta llegar a mis labios y
permanece ahí durante largos segundos, ni siquiera me doy cuenta de su
mano apoyada en mi brazo queriendo romper la distancia existente entre
nosotros.
—Ya —sigue diciendo sin entender al punto al cual quiero llegar—. ¿Cuál
es el problema?
—No me digas esas cosas —advierto sin dejar de sentir su caricia por mi
piel.
—Oh —se limita a decir—. ¿Estás descartando tener sexo justo aquí?
—Eres un pervertido.
—Tu pervertido favorito, dirás. —La risa del poeta se deja escuchar en el
momento que recibe un golpe en su hombro de mi parte—. Me ha dolido,
ahora tendrás que recompensarme, menos mal que tengo una mente
creativa.
«Disonante», repito esa palabra en mi cabeza. Todavía sigo sin creerme que
hayan pasado tantas cosas desde la primera vez que nos vimos. Tan solo ha
sido un año y pocos meses, sin embargo, pasé de ser esa eufonía, que
escuchó en medio de Plaza Cataluña, hasta convertirme en una perfecta
disonancia cuando destruí el piano en mi apartamento. Todo empezó y
acabó con ese instrumento, con mis manos en el teclado, desahogándome a
través de la melodía.
—Yo creo que no —sigue riéndose mientras niega con la cabeza—. Incluso
podría decir que esta cita acaba de entrar en el ranking de las mejores que
hemos tenido.
—¿Estás considerando este momento como una cita? —Enarco una ceja.
—¿Por qué está siendo la mejor? —me atrevo a preguntar y observo el leve
movimiento de su mano hacia el interior de su chaqueta.
—Creo que la respuesta dependerá de ti —susurra y no puedo quitar la
mirada de lo que sea que está escondiendo.
—He estado semanas con esta idea en mi cabeza —empieza a susurrar sin
dejar de mirarme a los ojos—. Semanas guardando esta caja en el bolsillo
de mis chaquetas. Cada vez que te miraba, me preguntaba cuándo sería el
momento idóneo para preguntártelo o qué palabras utilizar, pero... —hace
una pequeña pausa—. Iba a esperar más, no sé cuántos días, tal vez algunas
semanas más, pero ahora en la boda... No he podido dejar de imaginarme
que eras tú quien cruzaba ese pasillo para llegar hasta a mí.
—Lo digo en serio, puede que tengas mi corazón en tus manos, pero yo
sigo siendo mía.
Esas palabras envueltas con esa voz ronca suya no hacen más que
provocarme un escalofrío que me recorre entera y, al instante, noto la
conocida calidez entre mis muslos al imaginármelo en mi interior, entrando
con una lentitud abrasadora.
***
—Por eso quiero la tarde de chicas, para que me cuente los detalles.
—No quiero compartirte, gran idiota —respondo—. Creo que tuvimos una
conversación similar cuando estuvimos en Mónaco.
—Joder, por fin —exclama Rebecca pasando por nuestro lado, sin embargo,
en cuanto nos ve, se coloca a mi derecha—. Espero que ese amigo tuyo con
dotes de chef haya hecho una tarta digna para hacerle una foto y
enmarcarla. Por cierto, ¿qué con Arabella? —Me codea el brazo mientras
levanta las cejas varias veces—. No se han comido la boca, pero ganas no
les faltan. Creo que él se lanzará primero, no tengo pruebas, pero tampoco
dudas.
—Le dije a Bianca que la segunda porción sería mía, me voy, no vaya a ser
que me la quiten.
—No voy a desvelar mis planes, tendrás que ser paciente y esperar.
—Odio las sorpresas —murmuro con una sonrisa.
—Supones bien.
***
El tiempo transcurrió sin que nos diéramos cuenta hasta que sentí que ya no
podía más. En cuanto le dije a Iván que ya había tenido suficiente, nos
despedimos de los recién casados y nos subimos a su Ferrari negro para
irnos a casa.
—¿Qué tan cansada estás del uno al diez? —me pregunta mientras el
ascensor sigue subiendo.
—Siete, tal vez. Lo único que sé es que quiero quitarme el vestido, los
zapatos y el maquillaje.
—Por supuesto.
—¿Qué ocurre? —logro decir, pero niega con la cabeza esbozando una sutil
sonrisa.
—Un minuto —susurra muy cerca de mis labios sin dejar de mirarme a los
ojos—. Concédeme un minuto mientras vuelvo a imaginarme ese futuro que
nos espera.
Asiento con la cabeza mientras dejo que la burbuja nos rodeé para
encerrarnos en ese futuro cada vez más próximo. El silencio nos abraza con
fuerza permitiéndome sentir su tranquilo corazón y no puedo evitar pensar
que me pertenece, que lo tengo en mis manos, que estoy enamorada de él y
que pronto se convertirá en todo lo que nunca me imaginé que sucedería.
Dejo que ese minuto nos deleite con su serenidad mientras vuelvo a repetir
las palabras en mi cabeza: «Mi mujer, mi complemento, pero también mi
amante y mi mejor amiga». Me acaba de convertir en su todo y el anillo que
reluce en mi mano no para de confirmarme lo evidente.
Nunca pensé que llegaría a este punto, nunca imaginé que dejaría que
alguien entrara. No lo busqué, pero una vez que nuestras miradas se
encontraron, a partir de ese momento, supe que ya nada sería igual. Poco a
poco, dejé que su presencia me envolviera, dejé que su aroma me
embriagara mientras iba ganándose mi corazón hasta apoderarse de él. Me
ha asegurado en varias ocasiones que yo le quemé, pero él también lo hizo
conmigo. Lo que empezó como un juego, se convirtió, lentamente, en una
relación llena de fuego, comunicación, intensidad y amor.
Ahora solo falta que llegue la boda y que durante el camino no muera nadie
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Adèle
—No digas disparates —murmura con la voz ronca apretándose contra mí.
Sonrío ante la provocación y se me escapa un leve jadeo al sentir el roce de
sus yemas muy cerca del límite de mis pantalones cortos para dormir—.
Estoy aquí, dispuesto a ofrecerte el mundo, un polvo mañanero no me
supone ningún tipo de problema si con eso consigo dejarte satisfecha.
—Ah, era eso. —Su cara se relaja al instante—. ¿Por qué no lo has dicho
antes?
Siento una vergüenza difícil de explicar instalada en mi interior mientras
observo que se baja de la cama. Mis ojos se pasean hambrientos ante su
potente erección, escondida en su bóxer, queriendo salir. Iván se queda
mirándome con una sonrisa torcida clavada en el rostro.
—Vamos al baño a no ser que quieras que me cuele entre tus piernas
dándome igual el aliento mañanero. —Aquello me hace espabilar
poniéndome de pie al instante mientras dejo escapar una pequeña risa.
—«Una rosa, ya no negra, sino roja —susurro uno de los versos después de
juntar nuestras frentes cubiertas por una fina capa de sudor mientras
permanezco unida a él. Como el fuego que resurge de las cenizas, de negro
a rojo—. ¿Eso es lo que sientes al mirarme?
Inclino la cabeza para buscar sus labios y empezar a besarle con fervor, no
obstante, no dudo en levantar mi cuerpo para abandonar la unión haciendo
que se me escape un sonido de la garganta.
***
Esas palabras me hicieron sentir cosas. No me dio tiempo a decir nada más
cuando abandonó la habitación y, a los pocos segundos, los ladridos de
Phénix empezaron a resonar por toda la casa robándome una sonrisa.
Minutos más tarde, ambos se tuvieron que marchar y entonces recordé las
palabras de Iván a Rebecca: «Yo no estaré, así que podéis hacer lo que
queráis, pero, intentad no destrozarme nada». Ni siquiera le había
preguntado dónde estaría porque me extrañaba que tuviera que hacer algo
durante un domingo, así que supuse que me lo diría él cuando volviera.
—He intentado llamarla, varias veces, pero de las pocas veces que me
respondió, me decía que tenía que salir o que estaba ocupada. Así que, no,
tampoco sé gran cosa. Solamente eso, que vive en Berlín y parece que le
está yendo bien.
—No quería que las cosas hubieran acabado así y no sé si hablar con ella
arreglaría algo, la última vez... —Me quedo en silencio al recordar que, la
última vez que la llamé, tenía la memoria trastocada y esa conversación
tampoco había acabado bien. Se sintió traicionada, aparté a todo el mundo
sin razón aparente. A lo mejor, si me hubiera abierto con ellas... estaríamos
las cuatro juntas—. Quiero hablar con ella, pero no quiero hacerlo con un
móvil de por medio.
—Vete a Berlín unos días y le haces una visita. Podrá ignorar tus llamadas,
pero no si te presentas delante de su puerta —murmura Rebecca, alzando
ambas cejas—. No te preocupes por la dirección, déjamelo a mí.
—No es mal plan, incluso podríamos ir las tres —propone—. Dejamos que
habléis a solas, porque necesitáis vuestro momento, y luego volvemos a
unir el cuarteto. Me sabe mal que no estemos al completo, aunque más lo
hace sabiendo que Laura está enfadada.
—Adèle, de verdad que no hace falta... —intenta decir, pero niego con la
cabeza.
—Quiero hacerlo, sois mis amigas, siempre habéis estado en las buenas y
en las malas y merecéis conocer el por qué de mi actitud.
Dejo escapar el aire lentamente mientras viajo a través del tiempo
recordando el momento exacto donde inicié la gira y no les dije que me iba.
Retrocedo un poco más y empiezo a contarles a rasgos generales lo que viví
en los meses anteriores, todo lo que pasó después de encontrarme con
Rodrigo Maldonado la primera vez, cuando caí en su trampa y me metí en
la boca del lobo, las consecuencias de eso, tanto las físicas como las
psicológicas y de las cuales todavía no me he recuperado.
Llego a la muerte de Jolie, les explico cómo me sentí cuando la tuve en mis
brazos mientras su alma abandonaba su pequeño cuerpo. No puedo evitar
las lágrimas, dejo que se deslicen por mis mejillas mientras les explico lo
que sucedió al día siguiente, cuando me desperté en mi cama y Élise, mi
cuñada, me culpó por la muerte de su familia.
—Me hubiera gustado que las cosas hubieran sido diferentes —pronuncio
al cabo de unos minutos, después de haberme tranquilizado. Arabella me
ofrece un pañuelo y se lo agradezco con la mirada—. Tal vez no debería
haberme ido, tal vez debería haberme apoyado en vosotras, en mis padres...
No haberme alejado de él.
Nos quedamos en esta posición más tiempo del que puedo contar. En
silencio, abrazadas y con caricias perezosas en mis brazos. Phénix continúa
tumbado a mis pies, como si me dijera que él tampoco se va a ir de mi lado.
—No los conoces, bueno, yo tampoco los conocía, me senté junto a ellos y
empezamos a hablar. Una cosa llevó a la otra y... bueno, dijeron que querían
probar algo diferente en la cama. Sexo sin compromiso, tal vez repitamos
algún día.
—¿Qué pensar ni qué coño? Eso no se piensa, surge. —Le guiña un ojo y,
al instante, se escandaliza—. ¿Qué tal con el chef? No me digas que ahí no
hubo miradas porque las hubo.
—Ya era hora, ay, Dios mío, otra boda, con lo que me gustan a mí —
comenta Rebecca.
Iván
«La mejor compañera que pude haber elegido», repito en mi mente las
palabras que le dije dándome cuenta de que no hay mayor verdad que esa.
Me fijo un poco más abajo, a sus pies, y compruebo que Phénix también se
encuentra con los ojos cerrados. Últimamente lo he encontrado varias veces
cerca de Adèle, volviéndose su nuevo lugar favorito para dormir.
—El problema es que tú no eres una princesa. —Eleva las cejas, esperando
a que diga lo que en realidad es—. Eres la reina de la ironía y, como tal, no
creo que te guste que te traten como a un ser indefenso necesitado de la
ayuda de un príncipe corriente.
—Su labia no hace más que sorprenderme, señor Otálora. —Es lo único que
dice antes de que el capitán anuncie de que acabamos de llegar a la capital
francesa.
***
—No se preocupe, señor. —Ni siquiera hace falta que entre en detalle pues
conoce el protocolo que tiene que seguir cuando tengo que hacer cualquier
viaje—. ¿Que el dóberman permanezca en mi habitación?
—La última vez que estuve en París me hospedé en este mismo hotel en
una de las habitaciones donde de este pasillo —explica sin dejar de mirar la
estructura de hierro—. De hecho, tú y yo apenas estábamos iniciando
nuestro juego y me acuerdo de que, después del concierto que tuve, volví a
la habitación, eché las cortinas, me acosté en la cama y me toqué pensando
en ti. —Gira levemente la cabeza para mirarme. Sus manos se encuentran
apoyadas sobre la barandilla.
—¿Te tocaste con estos mismos espejos delante de ti? —murmuro cerca de
su rostro.
—Sí.
—¿Un espectáculo ofrecido por usted? —No creo habérselo dicho nunca,
pero me encanta cuando es capaz de seguirme el juego sin avergonzarse en
lo más mínimo.
—¿Qué?
***
Tengo sus dedos entrelazados entorno a los míos mientras vamos paseando
por una de las calles de la capital francesa con Phénix a nuestro lado. Adèle
insistió en que diéramos un paseo romántico por las calles de la ciudad y al
día siguiente hacer la visita a sus padres, una comida, pues ya estaban
enterados de que vendríamos.
—Creo que nunca te pregunté cómo acabaste en España —dejo caer sin
acelerar el paso—. Lo asumí por tu carrera de pianista, pero nunca me lo
has contado.
—En realidad, tampoco hay mucho qué contar —responde—. Seis años
atrás, tal vez un poco más, conseguí trabajo en un crucero como pianista de
sala, ahí conocí a Dante, por cierto, era ayudante de chef. Estuve un par de
meses ahí hasta que apareció Rafael y me ofreció un contrato que no pude
rechazar. Me convertí en su pianista estrella y siempre le estaré agradecida
por haber confiado en mí. Desde entonces, no he dejado de esforzarme para
convertirme en la mejor.
—¿Crees que la ambición es mala?
Sonrío recordando la única vez que me dijo que tenía que apañármelas yo
solo, que él no interferiría porque de hacerlo, me tomarían menos en serio.
—Nada —respondo—. Era algo que tenía que ocuparme yo. Les demostré
mis capacidades y mi mente estratégica para los negocios. Cuando les callé
la boca, empezaron a verme como lo que era, no el hijo mimado del
presidente de la junta, sino como a un potencial trabajador que sabía lo que
hacía y que era el heredero de toda la fortuna Otálora. Me gané su respeto
porque me lo trabajé, hice que me vieran como a un líder que sabía lo que
hacía y, desde entonces, se ha mantenido así. Nadie se ha atrevido a
levantarme la voz, aunque saben que pueden compartirme cualquier opinión
que tengan. Siempre he sido abierto a escuchar las sugerencias.
—Sí que estuviste mal, más que nada porque los motivos eran fuera del
trabajo, pero tampoco me voy a meter, al fin y al cabo, es tu familia y tu
empresa —contesta—. ¿Qué se sabe de Ester?
No quería pensar que todo aquel circo podría formar parte de un plan. No
quería pensar que Álvaro se había dejado atrapar para poder entrar en las
instalaciones de las Fuerzas Aéreas y estar más cerca de Mónica. No quería
pensar nada de eso, por lo que, la única vez que le compartí esa
preocupación a Renata, hace casi una semana atrás, me dijo que ya había
previsto ese factor y me repitió que no tenía que preocuparme por nada.
Quisiera tener un respiro, uno que durara lo suficiente para poder planificar
mi boda y llevarla a cabo. Uno donde Adèle consiguiera cerrar las heridas
todavía abiertas de su interior y dejar de aferrarse a lo que vivió, que
avance, permitiéndole a su corazón sanar.
No han pasado ni tres meses desde que nos volvimos a ver en Madrid, en
aquella fiesta de máscaras. Tres meses en los cuales no me daba tiempo a
afrontar algo cuando ya estaba metido en otra mierda. A veces pienso que
me gustaría que todos los problemas desaparecieran o que nunca hubieran
existido. ¿Adèle y yo estaríamos juntos si no hubiera pasado nada en todo
este año? Me hago esa misma pregunta antes de cerrar los ojos sin obtener
respuesta alguna.
Nada.
—Por mí, nos casamos mañana, pero entiendo que quieras hacer las cosas
bien —respondo—. ¿Qué tienes en mente?
—Por supuesto que quiero hacer las cosas bien. ¿Ya se lo has dicho a
Marco? Necesitaremos su ayuda.
Aún recuerdo cuando les dijo a los medios que yo era su pareja. Ese
término proveniente de sus labios no deja de ponerme cachondo y lo cierto
es que me encanta cuando marca territorio, cuando le hace saber el mundo
que soy suyo. Su prometido.
Adèle tan solo se limita a esbozar una sonrisa torcida, sutil, dejando
entrever el siguiente paso. No tardamos en llegar a las puertas del hotel. No
dice nada más y con su mano alrededor de la mía, me guía hasta los
ascensores para dirigirnos a nuestra habitación, no sin antes haber dejado a
Phénix en la de David.
***
—Ha pasado mucho tiempo, sí. —Ni siquiera me da tiempo a decir nada
más cuando observo a su padre viniendo hacia mí para darme un apretón de
manos. No dudo en corresponderle el gesto.
—¿Cómo estás, muchacho? Mucho tiempo sin verte —sonríe mientras baja
los ojos hacia Phénix—. Uy, ¿a quién tenemos por aquí? —Se agacha para
verlo, no obstante, no intenta tocarlo. Observo la situación dándome cuenta
de que posiblemente sepa tratar con ellos.
—Voy contigo.
—Una de las mejores razas que pueden existir, estos perros son muy leales,
a pesar de tener su carácter. Oye, ¿por qué estás tan tenso? —pregunta, de
repente—. ¿Quieres pedirle la mano a mi hija y no sabes cómo hacerlo? —
bromea, pero al ver que no me estoy riendo, cambia la cara a una más seria,
inexpresiva—. ¿Se lo has pedido? ¿A ti nadie te ha enseñado modales?
Deberías haber venido hasta aquí para preguntármelo a mí. Ni pienses que...
—Phénix.
«La niña del vestido rojo». Como aquella que vi muchísimos años atrás,
cuando tan solo era un niño de nueve años justamente... en París. Me giro
hacia Adèle abriendo levemente los ojos, desconcertado. La niña tocó el
piano, lo tocó en aquel recital de Navidad y no pude apartar la mirada de
ella desde que puso un pie en el escenario. Aquel recuerdo quedó clavado
en mi memoria y nunca volví a saber de ella, hasta hoy.
Un beso.
Capítulo 36
MÁSCARA DE FUEGO
Narración omnisciente
Se puede apreciar el desconcierto en el rostro de la pianista después de que
su prometido le hubiera hecho esa pregunta respecto a esa imagen
enmarcada. Lo poco que recuerda, es a ella dirigiéndose hacia ese piano en
mitad del escenario para interpretar una de las piezas que habían elegido sus
profesores para el recital de Navidad. Incluso sus padres, en la mesa
presentes, se han quedado callados para dejar que su hija responda. Habían
colgado esa fotografía para preservar ese día pues su pequeña pianista, con
tal solo cinco años, había hecho magia arriba de aquel escenario.
Decidieron inmortalizar el momento con una imagen de ella al lado del
instrumento y con su vestido de color rojo. Se podía apreciar su sonrisa con
esos dientes pequeñitos y el brillo en sus ojos.
—Sí —responde él—. Recuerdo que no quería ir, pensaba que me aburriría,
prefería quedarme en el hotel, pero mis padres no me dejaron. Me llevé un
cubo de rubik para entretenerme, no dejé de girarlo durante todo el
concierto hasta que... —sonríe de nuevo sintiendo de pronto la calidez en
sus mejillas. Nunca se había sentido tan cohibido, tal vez porque las
miradas de sus padres siguen sobre él, atentos—. Después no supe nada,
nos fuimos del auditorio y yo seguí en mi mundo. Pasaron los años y no
volví a pensar en esa noche —explica volviendo a admirar el cuadro
mientras no deja de sentir la explosión de sensaciones en su interior.
La mesa estalla en risas suaves mientras Adèle clava su mirada hacia sus
padres, sintiendo la responsabilidad de ser ella quien dé la gran noticia.
—Se supone que iba a ser algo así como una sorpresa. Ni siquiera sé por
qué han empezado los rumores cuando nosotros no hemos dicho nada. —La
pianista se gira hacia su prometido, clavando su mirada grisácea en la suya
mientras arquea las cejas esperando alguna posible explicación.
—Para callar los rumores basta con salir a hablar —responde el empresario
—. Una imagen en las redes sociales confirmándolo debería ser suficiente,
no pienso grabar ningún vídeo —advierte esto último mirando a su mujer.
***
Quería quitársela, arrancársela sin contar hasta tres para poder llevarla al
límite de una vez. Quería que confesara todo cuanto sabía, todo lo que su
memoria se había empeñado a guardar bajo llave. Una llave cuyo candado
era impenetrable.
Cuando Adèle pronunció esas palabras, cuando dijo que quería verse con
Mónica para decirle todo lo que le había quitado, pensó que era una idea
espantosa, que no tenía sentido alguno pues aquello tan solo lograría que
Mónica se divirtiera con ese sufrimiento. Un sufrimiento que ella misma le
había ocasionado. Iba a responder en aquel preciso instante, que no se lo
aconsejaba, no obstante, algo se encendió dentro de ella. Podía hacer que
Adèle le dijera lo que necesitaba para producir una mínima grieta en
Mónica, aunque para ello tuviera que conseguir que la conversación
alcanzara cierto nivel de tensión. A partir de ahí, sería todo más fácil,
torturarla mentalmente hasta dejarla en la más absoluta oscuridad. La
misma que habita en su interior, aunque esta oscuridad sea mucho más
profunda.
Una vez que la pianista pronunció aquellas palabras, que fue Rodrigo quien
mató a su marido, observó que algo se rompía en el rostro de la mujer que
le había quitado tanto en el pasado, una grieta minúscula dentro de ella al
darse cuenta de que el culpable de su muerte fue alguien de su propia
familia, no de Renata, como creyó durante todos estos años.
«Años». Una palabra que esconde la vida misma, que puede atesorar los
momentos más bellos, así como los más trágicos. Ha pasado mucho tiempo
desde que la comandante juró que la atraparía, sobre todo cuando modificó
aquel informe para que el mundo creyera que Mónica había muerto pues
quería encargarse personalmente de ella. Quería atraparla para encerrarla en
el pozo más oscuro para que pasara ahí el resto de su existencia. Hizo que
esa habitación, cuyas paredes de hormigón camuflaban cualquier tipo de
sonido, se convirtiera en una suite presidencial destinada a la mayor
criminal jamás conocida, quien arrebataba cualquier rastro de felicidad y
pureza por donde pasara.
Se lleva una mano en la frente para masajearse levemente la sien. Hace dos
días tuvo una conversación con Mónica donde intentó despojarla de la poca
cordura que le queda. Sus palabras se convirtieron en cuchillos afilados que
fueron directamente a su corazón. No deseaba que las heridas que ella
misma le había provocado se curaran, tampoco que se cicatrizaran. Quería
que la sangre continuara deslizándose por su cuerpo para poder seguir
regodeándose con su sufrimiento.
«Venganza». Una cruda y real venganza. Por todo lo que hizo, todo lo que
le quitó, por las muertes que provocó. Renata Abellán, la actual comandante
de las Fuerzas Aéreas Españolas, se encontraba esbozando una pequeña
sonrisa torcida que sabía a una victoria amarga. Se prometió que la
encerraría y la haría sufrir y, después de tanto tiempo, está finalmente
degustando esa oscuridad que dejó que creciera en su interior. La oscuridad,
por fin libre, que está jugando alrededor de Mónica Maldonado, apretándola
para acabar de asfixiarla por completo.
Niveles más abajo, en esa suite presidencial, encerrada en esa prisión hecha
de cristal, la muerte se encuentra bailando delante de los ojos de Mónica
tentándola a aceptar su mano y, de esta manera, acabar con la tortura. ¿De
qué sirve seguir respirando esta monotonía mezclada con el dolor? Lo que
está haciendo es elevarle el ego a Renata sabiendo que se encuentra a su
merced. Tan solo queda ella, no hay nadie más. Su marido murió trece años
atrás, Rodrigo pronto cumplirá el año, Álvaro ha fracasado en su misión de
sacarla de este infierno. No hay nadie más a quien poder recurrir.
¿Se arrepiente? ¿Lamenta todo lo que hizo desde que se puso, por primera
vez, esa máscara envuelta en llamas ardientes? Desde que sus padres fueron
asesinados, vio rojo, el fuego la cubrió, vistiéndola con sus mejores galas y
dejó que la sed de venganza le nublara el juicio. Hoy, ese rojo se está
apagando, volviéndose casi negro, algo sin vida, en penumbra.
Mantiene los ojos cerrados mientras su cuerpo permanece acostado sobre
ese colchón duro, totalmente en silencio, siempre en silencio, un silencio
que intenta que no la acabe por enloquecer del todo. Durante estos meses,
ese silencio la ha acompañado hasta el punto haber podido pensar en
muchas cosas. Una de ellas, en no dejar que Renata saboree el triunfo de su
muerte. No le daría el gusto a que la comandante, a quien conoció primero
como sargento, bailara sobre su tumba.
Quiere aceptar la invitación de la muerte para bailar con ella hasta dejar que
sus pies sangren. Para ello, debe ocuparse antes de unos asuntos, dejar todo
en regla. Dejar que Álvaro salga de este cuartel de pacotilla y pueda hacer
su vida.
***
De hecho, días atrás, acordaron reunirse con Marco para comentar todos
estos detalles y empezar con la planificación del gran día. El italiano les
comentó que tenía muy buenos contactos y no sería problema cumplir con
todos sus deseos.
Su hijo y su nieta.
Su hermano y su sobrina.
—¿Quieres hablar? —Las palabras salen segundos más tarde, una vez sus
cuerpos se han encajado como si se trataran de dos piezas de puzle
definiendo a la perfección lo que uno simboliza para el otro.
—No lo sé, quiero hablar, pero... —se queda callada durante un instante,
buscando las palabras que mejor definan cómo se está sintiendo por dentro
—. Siento algo en la garganta, un nudo. Me ha dolido saber que Élise no
quiere verme, lo entiendo, sin embargo... no sé si debería insistir, pero
también pienso que es una mala idea, que cuando la persona no quiere
hablar, es mejor no forzar el encuentro.
—Es cierto —responde él—, pero también es verdad que necesitáis hablar.
Dale tiempo, el que necesite, nadie tiene el mismo proceso de superación,
tal vez ella requiera más, no puedes forzarla.
Él nunca dejaría que su mujer, cuya rosa roja ahora habitaba en su interior,
se marchitara, que sus pétalos se volvieran negros de nuevo. Ya había
pasado por eso y no soportaba la idea de verla sufrir otra vez, no mientras él
pudiera evitarlo. Sabe el tipo de mujer que tiene a su lado, una mujer cuyo
carácter fuerte e indomable resulta intimidante para los demás, sin olvidar
que su personalidad arrogante y egocéntrica puede producir discordia en
una primera impresión, sin embargo, él, como su igual, quiso adentrarse
hasta que conoció su parte tierna, romántica algunas veces, vulnerable, esa
parte insaciable y cargada de pasión.
Se había enamorado de ella por cómo era, sin disfraces de por medio. Adèle
Leblanc era una mujer que no le importaba mostrar su innegable carácter
mientras reservaba su sensibilidad para quienes podían traspasar esa
barrera. Y él lo hizo encantado. Porque vio que ella valía la pena, encontró
a su complemento, alguien que no lo opacaba, pero tampoco lo hacía
sentirse inferior. Alguien con el mismo carácter que Iván, su igual, que
podía agarrarlo de la mano y decir con seguridad que era su pareja, no por
lo que poseía, sino porque sentía orgullo de tener a alguien como él a su
lado, por lo que era.
La amaba como nunca amó a nadie, con esos defectos que la hacían
humana y sus virtudes, que representaban un complemento para él.
Muchos besitos
Anastasia
Capítulo 37
Adèle
Rodeo el borde del vaso, haciendo círculos con el dedo, mientras mantengo
la cabeza apoyada en la palma de mi mano intentando que los nervios
desaparezcan. Me repetí, durante el vuelo después de abandonar París, que
no tenía por qué ser complicado, que Laura lo acabaría entendiendo, pero al
estar aquí, sin dejar de darle vueltas a las dos conversaciones que tuvimos
por teléfono, me genera inseguridad pensar que existe una posibilidad de
que me cierre la puerta en la cara después de decirme que no quiere saber
nada de mí.
Arabella y Rebecca llegaron a Berlín unas horas después de mí, por lo que
acordamos dormir en un hotel e ir a hablar con Laura al día siguiente, pues
según la investigación previa de la violinista, sus contactos le dijeron que
hoy no saldría de casa, pues se tenía que quedar ensayando en casa para el
próximo concierto que daría en uno de los principales auditorios de la
ciudad.
Iván y Phénix se han quedado en el hotel, tal vez hayan salido a dar un
paseo, le dije que le llamaría en cuanto terminara.
—Tal vez —me sincero—. No lo sé, la verdad. Quiero hablar con ella,
pero... ¿y si no me perdona?
—Laura no tiene nada de lo que perdonarte.
—No le sigas dando más vueltas —murmura mirándome con cierta tristeza,
tal vez siga enfadada conmigo y no me lo quiera decir. Echa hacia atrás su
melena pelirroja mientras estira un brazo sobre la mesa, buscando mi mano
—. Laura lo entenderá, estoy segura de ello, ya sabes como es ella, no le
gusta quedarse al margen. Sí, deberías habérselo contado y ella hubiera
puesto el mundo patas arriba para defenderte, pero nadie es perfecto, Adèle.
Necesitáis esta conversación —esboza una pequeña sonrisa—, echo de
menos estar las cuatro juntas.
—¿Qué tipo de dudas? Ah, no, no, nada de dudas, hemos venido aquí para
hacer las paces las cuatro y volver a ser el Cuarteto de Divas, nada de
echarse para atrás, ¿entendido?
—Hace meses que no hablo con ella —murmura la castaña, distraída, pero
se gira hacia Arabella—. ¿Y tú?
—La última vez que intenté llamarla fue para felicitarle el Año Nuevo, pero
no me respondió, así que... dudo que ahora conteste al móvil. Podríamos
intentarlo, no perderemos nada. —Coloca el móvil encima de la mesa
después de haberlo desbloqueado y busca su contacto. No tarda en
llevárselo al oído y yo me limito a quedarme callada mientras me doy
cuenta de que, si no fuera por mí, no estaríamos en esta situación.
—Laura, sí, soy yo, ¿qué tal estás? —murmura la italiana. Casi no se le
nota el acento al hablar—. No, no quería nada en particular, simplemente
saber qué tal te va todo. —Se mantiene callada durante pocos segundos
escuchando su respuesta y sé, por la expresión en su mirada, que quiere
decirle que nos encontramos aquí, cerca de ella, y que la queremos ver.
—No quería decirle eso, después se pensará que somos unas acosadoras por
haber averiguado donde vive cuando se lo podríamos haber preguntado.
—Que vamos a tener una conversación y que nos espera con un bizcocho
de naranja con chocolate.
***
—¿Qué? —suelta segundos más tarde, cruzando miradas unas con otras.
Arabella parece querer decir algo, pero mantiene los labios juntos, sin la
intención de soltar palabra alguna—. Alguien tiene que romper el hielo.
Bueno, Laura, cuéntanos, ¿cómo te va la vida en Berlín? ¿Alguna novedad?
—No duda en recostar la espalda de nuevo mientras se lleva el trozo a la
boca, saboreando el propio dulzor del chocolate acompañado de la
pincelada del aroma a naranja—. Joder, qué rico está, tendrás que pasarme
la receta.
Y así ha sido como hemos acabado con una porción en cada uno de
nuestros platos mientras Rebecca ya está yendo por la segunda ración.
—Echaba de menos estar así, las cuatro —empiezo a decir y puedo apreciar
su rápida reacción, tal vez para soltar algún comentario, sin embargo, no
tengo tiempo para eso, he venido aquí para solucionar las grietas existentes
en nuestra amistad, no para crear más. Me apresuro a hablar—: Antes de
que digas nada, quiero pedirte perdón. —La miro. Una mirada sincera,
cargada con todo lo que viví durante este último año—. No debí haber
desaparecido, debería haberme explicado, despedirme de vosotras si tanto
ansiaba un tiempo para mí sola, debí haber cogido las llamadas, los miles de
mensajes... —Junto los labios mientras intento buscar las palabras
adecuadas para seguir.
Arabella coloca su mano, pequeña y delicada, sobre una de mis rodillas a la
vez que me dedica una pequeña sonrisa en señal de apoyo.
—Es mejor así, que fluya porque después te llevas disgustos —interviene
Arabella y giro la cabeza hacia ella, mirándola. De hecho, las tres lo
hacemos—. ¿Qué?
—No, quédatelo. —Puedo apreciar un leve color en sus mejillas, muy leve
—. Es guapo, llama la atención, es chef y todo lo que quieras, pero no estoy
interesada en él.
Les empiezo a contar muy por encima el motivo que esconde detrás y que
el anillo perteneció a Renata Abellán, su madre. Las tres me miran curiosas
y Laura no tarda en felicitarme sin poderse creer del todo que, justamente
yo, haya decidido casarme después de haber nadado en dirección contraria
al matrimonio durante tanto tiempo.
Ni siquiera me doy cuenta de que las horas van desapareciendo hasta que se
puede apreciar la noche colándose por la ventana. Incluso hemos tenido
tiempo de preparar otro bizcocho mientras dejábamos que la conversación
siguiera fluyendo y no sabía lo mucho que necesitaba tener una tarde así
hasta que llegó el momento de la despedida. La violinista tiene que
madrugar mañana para un ensayo que tiene programado y no queremos
quitarle mucho más tiempo.
Además, Iván me llamó veinte minutos atrás diciéndome que iría a
buscarme y que ya se encontraba fuera, esperándome.
—Ha sido un viaje exprés —dice segundos más tarde—. Podemos vernos
mañana para enseñaros un par de cosas. Acabo el ensayo después de comer
o, incluso, podrías venir. Os puedo presentar a mis amigos. —El ascensor
no tarda en llegar hasta la planta de abajo y puedo apreciar la sombra de
Iván a unos metros de la entrada, con Phénix a su lado—. ¿Es ese el perro?
Me lo imaginaba más pequeño.
—No muerde —contesto a la vez que salimos al exterior y noto el deseo del
dóberman de acercarse a mí, pero Iván lo mantiene sujeto a su lado. No
tarda en dar unos cuantos pasos hacia nosotras, posicionándose a mi lado y,
al instante, siento su mano alrededor de la mía.
IVÁN
Recuerdo la fiesta que organizó el año pasado en una casa rural donde
invitó a, por lo menos, sesenta personas. Sonrío ante el recuerdo y lo que
sucedió después, cuando se escapó conmigo para que cumpliéramos una de
sus fantasías. Nadie la echó de menos aun tratándose de su propia
celebración. Ha pasado un año desde aquel momento y del poemario que
todavía sigue guardando en su poder, a pesar de lo que pasó y de los meses
en los que estuvimos separados.
No sabía muy bien qué regalarle este año, descarté al instante otra
recopilación de poemas pues hubiera sido poco original y repetitivo. Había
pensado en alguna joya, tal vez un accesorio, pero después recordé que se
trata de Adèle y a ella no le gusta este tipo de cosas tan superficiales y
fácilmente olvidables cuando ella misma podría ir comprarse lo que y
cuando quisiera. Además, recuerdo lo que le dije aquella misma noche: que,
si alguna vez llegaba a regalarse una joya a alguien, sería el anillo de
compromiso. Sonrío como un idiota al visualizar el diamante negro en su
mano.
Adèle es una persona «sencilla», por decirlo de alguna manera, dentro del
lujo en el cual vive, por lo que, el regalo tendría que ser algo más íntimo,
más especial teniendo en cuenta de que se trata de su vigésimo noveno
cumpleaños. Hace unos días, después de regresar de Berlín, le pregunté si
quería montar otra gran fiesta y me dijo que no, que ya lo hizo el año
pasado y que no le apetecía hacer nada, que tampoco había pensado en
organizar algo especial.
—No se me dan bien estas cosas. Me gusta hacer regalos cuando surgen y
no porque me obligue una ocasión especial.
—Ya, querido, no se puede ser bueno en todo en esta vida, algún defecto
debías tener —hizo una breve pausa—. No pasa nada, a Adèle no le
importará. Cuando organiza sus fiestas es porque le apetece pasárselo bien,
no es por los regalos, así que no te calientes mucho la cabeza, cualquier
cosa estará bien, incluso llevándola al cine o a un restaurante cualquiera.
—Por eso mismo —respondió—. Hay quien disfruta abrir los regalos y
quiere que todo salga perfecto, con la francesa no es así, en realidad, es
mucho más fácil porque no tienes que estar pensando qué regalarle. ¿Ves?
Todo tiene su parte buena.
—Esto le aportará sabor. —Colocó la salsa de soja junto con los demás
ingredientes—. Y no te olvides de bajar el fuego en cuanto la añadas, no
querrás que después sepa amargo.
—Nunca he dicho lo contrario. —Sus ojos iban vagando por las estanterías
de la comida asiática—. Tenemos que comprar velas también si quieres ese
toque romántico, aromatizadas, a poder ser. ¿Qué aroma te recuerda a ella?
Nunca había hecho algo así, que me hubiera tomado tanta molestia para
preparar una cena con pétalos, velas y postre incluido. Siempre he sido
mucho más simple buscando el camino más fácil para ahorrarme el tiempo
y el trabajo invertido, pero en este caso, con Adèle... Desde el primer
instante, siempre fue la excepción a la regla. Para ella, sería capaz de mover
el mundo de ser necesario.
Las puertas del ascensor no tardan en abrirse y la veo entrando con delicada
lentitud manteniendo a Phénix a su lado. Durante los primeros días, después
de que nos reencontramos, pensé que el dóberman no sería capaz de
adaptarse a ella, pero lo ha acabado haciendo con bastante rapidez. Acata
sus órdenes sin gruñir y se coloca junto a ella como si quisiera protegerla de
cualquier mal.
Esbozo una sonrisa torcida al haber olvidado ese factor por completo.
Decido enviarle un mensaje: «Podrías buscarme tú sin hacer trampa.
Encuéntrame, muñeca, no debe ser muy complicado». Vuelvo a mirarla
fijándome que mantiene el móvil en una mano mientras sujeta a Phénix con
la otra por la correa. Puedo apreciar la sutil sonrisa en su rostro a la vez que
está tecleando algo. No tardo en recibirlo: «La comida se enfriará, ¿de
verdad quieres jugar?».
Busco su cuello, plantando los labios ahí sin importarme que Phénix haya
empezado a soltar varios ladridos.
Nos quedamos en esta posición durante largos segundos hasta que la siento
girarse para quedar cara a cara. No tarda en rodearme por los hombros para
buscar mis labios de manera desesperada y siento, de inmediato, la reacción
que me produce, como si hubieran explotado fuegos artificiales a nuestro
alrededor. Cientos de ellos. Abarco su espalda con mis manos y me tomo el
tiempo de volver a acariciar su piel por encima del material. El beso se
intensifica de tal manera que tengo que separarme de ella para no pasar al
siguiente nivel. Coloco mi frente sobre la suya cerrando los ojos en el
proceso.
—No tendrías que haberte molestado —responde segundos más tarde y
niego levemente con la cabeza.
—¿De verdad piensas eso? —Se queda callada—. Me dijiste que no querías
organizar nada, pero eso no incluía que no pudiéramos celebrar tu
cumpleaños como es debido de una manera más... íntima.
—No te precipites, doña impaciente, iremos paso por paso. Por el momento,
tome usted asiento. —Doy un paso hacia adelante dirigiéndome hacia su
silla y le hago un gesto a la mesa. Un par de minutos más tarde, me acerco,
después de haberme ido a la cocina, aparezco de nuevo con unos cuantos
platos y los coloco delante de ella—. Bien, mademoiselle, empezaremos el
tour gastronómico por Francia.
—Estoy pensando que el amor no debería doler, pero duele, que es tan
imperfecto que puede llegar a romperte, sobre todo cuando te miro y pienso
que ya no sería capaz de vivir sin ti, Adèle.
—No quiero ser egoísta, no contigo, pero... —Hago una breve pausa al
sentir la caricia de sus yemas en mi rostro. Apoya su dedo índice sobre mis
labios, callándome.
Han pasado tres semanas desde su cumpleaños en las cuales hemos tratado
de seguir con la rutina sin desatender los preparativos para la boda. Marco
se ha tomado muy en serio la tarea de ayudarnos que, prácticamente, se está
encargando de cualquier mínimo detalle.
«Una boda al aire libre, flores por aquí y por allá, con vistas a un castillo en
ruinas», había dicho mientras nos iba enseñando imágenes y, en aquel
instante, me pregunté si debía subirle el sueldo por todo el trabajo que
estaba realizando. De hecho, me comentó en una ocasión que le gustaba el
mundo de los eventos y la organización de festividades.
Todo el mundo sabe que nos vamos a casar, ya no es un secreto para nadie
pues con una simple publicación en la cuenta de Adèle mostrando el anillo,
las notificaciones explotaron y se viralizó la noticia enseguida. Hubo
muchísimas felicitaciones, como también alguna que otra mención a
Verónica preguntándose qué había sucedido con ella. Yo no salí a dar
ningún tipo de explicación y tampoco estuve muy al pendiente de las
reacciones de la multitud.
—¿Puedo venir?
—Definitivamente no.
—¿Por qué?
—¿Quién lo dice?
—No quiero que me veas hasta que no camine hacia el altar y no quiero oír
ninguna queja al respecto.
No recuerdo la última vez que fui. Tal vez hayan pasado años pues tampoco
he sido una persona muy cinematográfica, siempre he preferido verlas en la
comodidad de mi casa ya que se trataba de una simple excusa para pasar a
lo importante. Cruzo una pierna encima de la otra desechando el recuerdo e
intento concentrarme a la película elegida por Adèle, pero la perezosa
caricia de su mano sobre mi muslo me distrae al instante.
—Déjame adivinar —sigo diciendo en voz baja—. ¿Es una de tus fantasías?
¿Follar en el cine?
—¿Por qué querría que hicieras eso? —Descruzo las piernas y me pongo de
tal manera para que le resulte más cómodo hacer lo que sea que tenga en
mente.
Su tono de voz envuelve emoción y deseo pues, a pesar de que la sala esté
prácticamente vacía, sigue tratándose de un sitio público donde alguien
podría percatarse de lo que estamos haciendo, y eso no deja de sumarle ese
punto de adrenalina al asunto.
—La fantasía era hacerle un oral a mi pareja en una sala de cine —confiesa
y observo que se limpia la comisura del labio con el dedo corazón.
—No he vuelto a hablar con Adrián, así que no, pero he ordenado que se
me mantenga informada por si pasara cualquier cosa grave.
A Ester no se le permite recibir ninguna visita sin previa autorización de la
comandante.
—Intentar que hable. Quiero entender por qué lo ha hecho —se limita a
decir y añade—: Quiero que siga encerrada, tan solo ha pasado un año,
¿piensas que es suficiente después de todo lo que ha hecho? ¿Tanto ahora
como hace más de treinta años? La quiero ver en la completa ruina,
totalmente destrozada, no permitiré que acabe con su vida, que se crea que
tenga el derecho para hacerlo.
—Muy pocos conocen que Mónica sigue viva y fue por el acuerdo que
hiciste con los otros dos comandantes. Ante el resto del mundo, Mónica
Maldonado ni siquiera existe.
Principios de septiembre. Cada vez falta menos para el gran día y todos los
preparativos están prácticamente listos, tan solo falta tener paciencia para
que llegue ese sábado 18 y poder dar el «sí, quiero» delante de nuestros
amigos y familiares.
Para el día 23 de abril subiré un extra aquí en este libro titulado: Medialuna
en el cielo francés. Quiero contar la historia de los padres de Adèle para que
veáis cómo se conocieron, cómo se enamoraron, por qué le pusieron Adèle,
cómo fue ella de pequeñita, etc.
Se tratará de un paseo rápido por su historia convertido en un capítulo extra
😊 Me dio la idea una lectora en Twitter y me pareció bien hacerla. ¿Qué os
parece? ¿Os entusiasma?
Por otro lado, la invitación de la boda Ivèle Todo el mundo está invitado
Capítulo 39
ADÈLE
—Mañana es el gran día, así que hoy quiero verte con una gran sonrisa y no
pienso aceptar un no como respuesta —murmura Dante a mi lado después
de haberme entregado la bebida—. Además, no sé quien está más
emocionado, si tú o yo. Por tu cara, diría que yo lo estoy más, pero claro, no
seré yo quien camine mañana hacia el altar. ¿Qué te pasa? Cuéntame, hoy
puedo ser tu hombro hasta esta noche. Espero que no te hayas olvidado de
tu propia despedida de soltera.
Desde que fue a ver a Ester, hará dos semanas atrás, ha estado un poco más
ausente. No me ha querido contar en detalle, yo tampoco le insistí, así que
dejamos que los días siguieran transcurriendo con normalidad mientras
esperábamos a que el día de la boda llegara.
Todavía sigo sin creerme que ya hayan pasado tres meses desde que Iván se
arrodilló ante mí, envueltos en aquel paisaje lleno de rosas rojas, y me haya
pedido que me casara con él. Confieso que, a partir de aquella noche,
teniendo en cuenta que había tenido un encuentro con Mónica Maldonado,
deseé que la tranquilidad en la que nos habíamos sumido no se viera
alterada. Sigo esperando que nada nos interrumpa, sobre todo mañana
cuando nos encontremos tan cerca de dar el «sí, quiero».
No quiero que ninguna otra gota de sangre manche mi vida otra vez, no me
gustaría volver a caer en otro abismo sin la posibilidad de poder
recuperarme. Me asusta que Mónica escape, me genera temor que sea capaz
de hacer algo justamente mañana. Por eso hablé con Renata días atrás y le
conté cómo me sentía.
—No quiero que te preocupes, querida, ¿de acuerdo? —dijo y apoyó una
mano sobre mi pierna—. Lo tengo en cuenta y te puedo asegurar que no se
escapará.
Me preguntó si quería saber lo que sucedió con Mónica, así que al final me
acabó contando el intento de suicidio. Me quedé callada, no supe qué decir
ante lo que estaba escuchando. Intenté pensar en una razón por la que
hubiera decidido llegar a ese punto, pero tampoco se me ocurrió salvo que
escondiera un motivo para así poder escapar.
—Llamar tu atención. ¿En qué nube andas perdida? Te estaba diciendo que
mañana es tu gran día y tú ni caso, ¿qué ocurre?
—¿Qué pasa?
—No estoy haciendo eso, no le deseo a nadie lo que sintió, enterarse que
has perdido a la vez tanto a tu pareja como a tu hija debe ser muy duro,
pero... No puede seguir culpándote por el resto de su vida —dice—. No
quiero sonar cruel, de verdad que no, pero no me gustaría que pensara que
únicamente ella tiene el derecho a pasarlo mal.
—No creo que se le tenga que negar la ayuda —respondo—. ¿Serías capaz
de olvidarte de tu hermano sabiendo que no se encuentra en su mejor
momento? —No contesta, por lo que añado—: Élise está mal y entiendo
que necesite tiempo, pero yo seguiré yendo detrás de ella el tiempo que sea
necesario hasta que hablemos y sepa cómo se encuentra. Es lo mínimo que
puedo hacer.
***
Tenía instrucciones específicas sobre qué ropa debía ponerme en mi
despedida de soltera, de hecho, el conjunto se encuentra preparado en la
cama desde hace horas por cortesía de mis amigas, quienes se han
encargado de absolutamente todo. «No queremos que te preocupes por
nada, ¿de acuerdo? Lo tenemos todo bajo control», me dijeron una semana
atrás, cuando me advirtieron que no hiciera planes para esta noche pues
teníamos que despedir mi estado de soltería por todo lo alto.
«Una vez en la vida, Adèle. Esta será la única vez que lo podrás celebrar,
calla y disfruta». La voz de Rebecca no ha dejado de acompañarme durante
toda la mañana repitiendo esas mismas palabras una y otra vez. Dejo
escapar una leve sonrisa mientras niego con la cabeza.
—¿Qué haces que aún no estás vestida? —se escandaliza esa misma voz
después de haber entrado en mi habitación sin haber llamado siquiera—.
Vamos, date prisa o llegaremos tarde.
Los pasos de Phénix hacen que vuelva a la realidad. Se acerca con lentitud
hasta mí para tumbarse en el suelo con la única intención de que me agache
para que le acaricie el pelaje. No tardo en cumplirle el capricho mientras me
preguntó por dónde andará su dueño.
—¿Qué habéis hecho con Iván?
—Ni siquiera nos hemos despedido, además, ¿cómo habéis podido echarlo
de su propia casa?
—Para que veas —se limita a contestar mientras me entrega el conjunto, sin
embargo, un carraspeo de garganta inunda la estancia y no tardo en dirigir
la mirada hacia ese sonido que no puede provenir de nadie más que de él.
—Se supone que es mañana cuando tenéis que impedirme el paso, no hoy.
Ni siquiera deja que acabe la frase cuando ya tengo sus labios sobre los
míos para besarme como solo él sabe hacerlo. Se separa a los pocos
segundos y no tarda en juntar ambas frentes.
***
No me gusta que me organicen sorpresas pues no suelo dejar que los demás
se encarguen de mis propias fiestas, pero con la despedida de soltera no
tuve más remedio que bajar la cabeza y no decir nada, de hecho, me
obligaron a no involucrarme. Por eso, cuando me quitaron la venda de los
ojos y vi lo que habían preparado, me quedé sin palabras, pues fue todo lo
contrario a lo que yo hubiera pensado que harían.
La sala está totalmente desierta, tan solo nos encontramos nosotras cuatro
delante de una cantidad infinita de almohadas y una pantalla gigante. «Un
cine casero», pienso mientras dejo que mis ojos recorran la mesa llena de
aperitivos y dulces. Después de varios minutos, me giro encontrándome con
tres pares de ojos ansiosos por conocer mi reacción.
—¿Por qué me habéis hecho ponerme esta ropa? —indago mientras me doy
un rápido vistazo. El conjunto es extremadamente bonito, pero no para una
sesión de cine.
—Ah —responde la violoncelista sin saber qué otra cosa decir y no puedo
esconder la risa que eso me provoca.
—A sus órdenes.
***
Laura le va explicando ciertos detalles que pasó por alto la primera vez que
la vio y, con las tres concentradas, ni siquiera se han dado cuenta de que
Iván ha empezado a mandarme unos cuantos mensajes.
Admito que ese último mensaje me ha dejado sin palabras, que por querer
jugar un poco con él no haya tenido en cuenta la posible burla. No sé qué
decirle, no quiero abrir de nuevo el chat y que me vea conectada, pero, por
lo visto, él no tarda en escribirme de nuevo. Lo leo desde la barra de
notificaciones sintiendo, de repente, unos nervios repentinos.
«Si yo te bailara, tan solo tendrías ojos para mí». No puedo dejar de leer
esas simples palabras que se acaban de envolver en un fuego prometedor y,
sin evitarlo, cruzo una pierna encima de la otra. Desde el principio, desde
ese primer correo electrónico, tuvo un efecto de deseo en mí.
—¿Se puede saber con quién estás hablando? —me regaña Rebecca
haciendo que suelte el móvil, pero sin la posibilidad de bloquearlo. En
menos de dos segundos ya lo tiene en sus manos con la intención de leer el
mensaje. Intento quitárselo, pero me lo impide—. Por «Poeta» entiendo que
es Iván, alias el prometido. —Se aclara la garganta—: «Si yo te bailara, tan
solo tendrías ojos para mí».
—¿Desde cuándo hacemos caso a las reglas? —Esta vez, las palabras de
Rebecca hicieron elevar esa sospecha al doble—. ¿Qué hora es?
—Esperad, ¿a dónde vais? ¿No se supone que iba a ser noche de películas
medio indecentes?
—Lo has elegido tú. —Ni siquiera permito que el tono de pregunta manche
esas palabras. Sus manos siguen recorriéndome las caderas al ritmo de la
canción y, lentamente, voy notando la reacción que le causo en su cuerpo.
—Si quieres oírme gemir por el resto de la noche... —dejo caer mientras
muerdo la fresa sin dejar de mirarle—, tendrás que esforzarte.
Pasea sus labios por mi cuello, cerca del oído, mientras me mantiene sujeta
a él. Sigue moviendo la cintura al ritmo sensual de la canción que
reconozco que es Don't play de Ozzie, y no tardo en sentir el incipiente
juego de sus dientes. Intento retorcerme, quiero que siga besándome de esa
manera, también trato de mantener la boca cerrada, pero la caricia seductora
de sus manos, la canción, su torso desnudo, todo él... Mantengo las manos
en sus hombros apretándole la piel.
—¿Por qué te resistes? —me susurra y siento su mano bajar hasta que
empieza a jugar con uno de mis glúteos, subiéndome la pierna para rodearle
la cintura. Con ese simple gesto dejo escapar el tan ansiado jadeo al sentir
su erección golpearme con fuerza—. Me acabas de quemar, Adèle, con ese
simple sonido... Joder.
Dirijo las manos hacia el cinturón y se lo quito sin pensármelo dos veces.
Su lengua se entrelaza traviesa con la mía y noto mi interior explotar
cuando siento sus dedos fríos tanteando mi intimidad. La música sigue
sonando, no se detiene, y la habitación queda sumida en una lujuria que nos
ha empezado a dominar, lentamente.
Sin disminuir la intensidad que nos abraza, bastan unos pocos segundos
para que Iván acabe sentado, en la silla en la cual me encontró, y conmigo
sobre su regazo con ambas piernas a cada lado de su cuerpo.
Decido seguir jugando durante unos segundos más, tal vez minutos. Ni
siquiera me doy cuenta de las manecillas del reloj, pero me las apaño para
detener el tiempo y que sienta un fuego lento recorrerlo.
Me quedo quieta sobre su miembro, dejo que pasen unos segundos para
volver a moverme y puedo sentir su impaciencia a flor de piel, exigiéndome
que acabe con el juego absurdo.
Sin esconder el ansía, busco de nuevo sus labios y, sin abandonar el ritmo
constante, empiezo a sentir la acumulación del tan ansiado placer.
Leed la notita:
Tenía escrito este capítulo desde hace un par de días, pero no lo quería subir
porque ando hasta arriba (exámenes, fin de máster y más cositas) y andaba
acumulando para empezar a actualizar cuando estuviera más libre.
Un beso enorme,
Anastasia
Capítulo 40
Lo real es irreal
.
ADÈLE
Un vestido que ha sido diseñado a mi gusto, hecho a medida y con todos los
detalles que hubiera podido imaginarme. Será el único que lleve durante la
ceremonia y la fiesta que se celebrará en el mismo recinto, al fin y al cabo,
será la única boda que viva y no me imagino verme en otro vestido que no
sea este.
Asunto: Mi fuego
De: Iván Otálora
Fecha: Sábado, 18 de septiembre de 2021 (10:24 h)
Para: Adèle Leblanc
Señorita Leblanc:
Tan solo le mandaba este correo para decirle que estaré encantado de
presenciar cuando quiera volver a poner el mundo a arder porque usted
sigue siendo fuego, mi fuego, uno que solamente yo soy capaz de encender.
Quería algo simple, pero, a su vez, envuelto en una suma elegancia colmada
de pequeñas piedras preciosas. Quería un vestido en el cual pudiera
sentirme cómoda durante el resto de la celebración, pero que me permitiera
convertirme en la reina durante el resto de la noche.
—¿Nadie os ha enseñado modales? —se queja Rebecca con sus dos manos
en las caderas, girándose al instante hacia los italianos vestidos en sus trajes
de Armani—. ¿Qué hacéis aquí?
—Nos cuentas los detalles después —habla Rebecca—. No, mejor grábalo.
—Hecho.
IVÁN
«Han pasado tres meses desde que le pedí que se casara conmigo —me digo
—. ¿Qué son unos pocos minutos?». Tal vez la eternidad envuelta en una
dulce agonía.
Asunto: Mi complemento
De: Adèle Leblanc
Fecha: Sábado, 18 de septiembre de 2021 (10:47 h)
Para: Iván Otálora
Señor Otálora:
Usted es y seguirá siendo único para mí, pues no por nada le dí el «sí» en
ese escenario lleno de rosas y espinas. Quiero que siga quemando el mundo
conmigo, quemándome a mí, incluso, porque adivine qué, usted es el único
que tiene mi corazón en sus manos. Estoy segura de que lo cuidará como si
fuera el suyo propio.
Atentamente, su complemento
Adèle Leblanc
Vuelvo a sonreír al recordar las clases de apuestas surgen entre nosotros. Tal
vez debería proponerle otra, tensar todavía más la cuerda que nos envuelve
o subir de nivel, que el riesgo se intensifique. Sería divertido, al fin y al
cabo, pierda o no, siempre acabamos follando dando igual el sitio donde
nos encontremos.
—No exageres.
—Para que veas lo que a veces tengo que hacer por ti.
Mamá.
Esbozo una sonrisa mientras me aliso unos pliegues invisibles del traje que
se encuentra perfectamente planchado. Renata Abellán puede llegar a ser
graciosa sin proponérselo.
—Sí lo pensé —confiesa, pero se queda callada, dejándome con las ganas,
por lo que me obliga a preguntárselo.
—¿De verdad?
Después de que la viera por primera vez en aquella plaza, recordé que
tocaría una pianista muy reconocida en la empresa. Hice que lo averiguaran
y no tardaron en enseñarme una imagen de la mujer en cuestión. Recuerdo
que sonreí como un idiota al darme cuenta de que se trataba de la misma.
Nunca supe si se trató de una casualidad, pero gracias a ella, conseguí que
esa mujer de larga melena y ojos grises, accediera a compartir su vida a mi
lado.
—Es inevitable.
—¿Qué asunto?
—Un asunto.
—Y es así.
—¿Entonces?
—Acabo de ver a Adèle. —Es lo primero que dice y entrecierro los ojos sin
querer, harto de escuchar lo que no puedo ver—. ¿Qué? Ah, ya, no me
mires así, pero está preciosa, que lo sepas. En realidad, todas lo están,
¿quién ha elegido los vestidos de las damas de honor?
—¿He dicho algo que...? —deja caer la pregunta, pero es interrumpido por
Marco, quien se acerca a él para pasarle un brazo sobre sus hombros.
—No quiere saber nada de mí. —Se deja caer en el sofá, a mi lado,
mientras se frota el rostro con la mano en una vaga intención de reflejar esa
melancolía que lo atormenta.
—Hay que tener paciencia —respondo—. Mucha. Y dejar fluir las cosas,
no lo apresures. Si tiene que pasar algo, pasará.
«La boda del año: Adèle Leblanc e Iván Otálora, a punto de ser marido y
mujer». Niego con la cabeza mientras abro la puerta y salgo del interior del
vehículo. Marco no tarda en acercarse, junto con su hermano y Daniel
quien, aparentemente, se acaba de integrar en nuestro círculo.
—Estás hablando con el chef y repostero más importante del país, te pediría
un poquito de respeto.
—Mi madre no suele llegar tarde y menos hoy. —Me llevo el móvil al oído
después de haber marcado su número. Espero pacientemente hasta que
conteste, pero no da ningún tipo de señal.
—¿Lo ves? No te preocupes tanto, todo saldrá bien —me anima el italiano
—. Nosotros nos vamos colocando, ¿de acuerdo? Recuerda, que no te
tiemblen las piernas, las tienes que utilizar para llegar al altar.
Las puertas se abren y empezamos a caminar por el largo pasillo. Todos los
invitados se levantan y puedo apreciar las caras de mis amigos a lo lejos,
silbando como si no hubiera un mañana.
—Todo está bien ahora —dice sin mirarme, pues sus ojos están fijos hacia
adelante, y continuamos caminando hasta que llegamos al altar. Se acerca
para darme un beso en la mejilla y, a continuación, me susurra en el oído—:
Que la felicidad no te escape de la manos, ¿de acuerdo? Vivid para
disfrutarla.
ADÈLE
—No te engañes, papá, harías el ridículo conmigo con tal de evitar que lo
hiciera sola.
No pierde otro segundo más al quitarme una parte del vestido y dejarme
únicamente con el mono lleno de pedrería. Observo el blanco material
siendo pisoteado y empiezo a sentir la escasez de aire.
Miro hacia arriba por unos segundos al darme cuenta de que la estructura de
madera pronto caerá. Quiero decir algo, intento ver la salida y exigir que no
se pierda la calma, pero la voz autoritaria de la comandante resuena por
toda la sala.
—¡Todo el mundo en fila manteniendo el orden! Hay que salir con rapidez
evitando los empujones y las pisadas.
—¿Ves a mamá? —vuelvo a decir sin poder dejar de mirar atrás lo que hace
que tropiece debido a la altura de los zapatos, sin embargo, mi padre, tal
cual me prometió, ha evitado que acabe debajo de las pisadas de los
invitados—. ¿Dónde está?
—Déjame sacarte a ti, ¿de acuerdo? No puedo perderte, no lo soportaría. —
Su brazo alrededor de mi cintura me sujeta firme elevándome cada pocos
centímetros para seguir avanzando hacia la salida.
—Hay que buscar a mamá, sacarla de ahí —imploro sin poder evitar las
lágrimas—. Por favor... —Quiero ponerme en pie, pero mi padre me lo
impide al darse cuenta del mareo que todavía me acompaña.
Sin embargo, el alma parece que vuelve a formar parte de mí cuando veo
saliendo a Iván con su madre en brazos, inconsciente.
—Lo resolveremos luego —respondo—. Ahora tenemos que ver que todo
el mundo está bien. ¿Dónde están mis padres? ¿Los has visto? —pregunto
de manera atropellada sin poder detener las lágrimas. Iván deja a la
comandante en una camilla para que la puedan atender y no tarda en
limpiarme ambas mejillas.
—Es complicado ver algo ahí dentro y la el espacio es muy amplio. Todo se
ha vuelto cenizas, hay trozos de madera cayendo, el fuego extendiéndose
cada vez más...
—¡He dicho que no! —grito y doy un paso hacia atrás—. ¿Cómo te atreves
a insinuar que mis padres están muertos? ¿Por qué lo planteas siquiera?
—Joder.
—¿Por qué hoy? ¿Por qué esto? ¿Crees que haya sido Mónica?
—Te dije que no saldría de aquí sin tu madre —murmura buscando algo
donde poder sentarse.
—Hay que llevaros al hospital, a todos... Tal vez pueda conducir. —Vuelvo
a mirar alrededor y me doy cuenta de que han llegado más ambulancias
para poder transportar al resto de los heridos. Iván tampoco se encuentra a
mi lado, sino que ha ido junto a Renata quien ha abierto los ojos e insiste en
ponerse de pie—. Perdone. —Me dirijo a uno de los bomberos—. ¿Ha
salido todo el mundo? ¿Quedan más personas dentro?
—¿Quieres dejar de ser tan testaruda? ¿Te has visto los pies? Están
sangrando —dice, serio—. Déjame cuidar de ti, sacarte de toda esta mierda.
—Estoy bien...
—Iremos.
—Adèle...
—Iván —pronuncio su nombre una vez más, pero no sirve de nada pues
rompe la unión de nuestras manos.
—Volveré, ¿de acuerdo? Quédate con tus padres —me pide, así que no
puedo evitar girar la cabeza para no verle marcharse de mi lado.
IVÁN
—¿Te han explicado el motivo del incendio? —pregunto sin dejar de mirar
hacia la carretera.
—Ha provocado heridos, unos más graves que otros, menos mal que no han
habido muertos porque no sé el impacto que le hubiera ocasionado a ella,
pero, joder, heridos, mamá, inocentes que habían asistido a nuestra boda.
—Lo sé.
—Se suponía que estaba controlado, ¿cómo se ha dejado que ese gilipollas
se introduzca tan fácilmente? Dime que lo habéis capturado.
—Para que veas que aun encerrada, puedo conseguir cualquier cosa que
quiera. —Se puede oír la queja del soldado cuando Mónica presiona un
poco más ese arma improvisada en su cuello—. Desde que me enteré de
que los señoritos se casaban, no iba a desaprovechar la posibilidad de
arruinarles la boda. ¿Ha salido bien o no?
—Perfectamente —responde—. Lo único que no entiendo, sin embargo, por
qué sigues manteniendo a mi hombre bajo tus garras. Si querías verme para
negociar, me lo hubieras dicho, simplemente. No tenías por qué haber
montado todo este espectáculo.
—Ha pasado un año desde que estoy encerrada en esta pocilga. ¿Pensabas
que iba a aguantar por mucho más tiempo? ¿No te ha parecido suficiente?
—¿No te das cuenta? —dice sin soltar al soldado a quien mantiene todavía
prisionero—. Ya he perdido todo lo que me quedaba, pero si existe la
mínima posibilidad de...
A lo mejor...
—¿Qué quieres?
—Mamá.
—A callar —exige y percibo la sutil risa de Mónica. Me giro hacia ella al
instante, sin embargo, no me atrevo a dar un paso con el rehén tan expuesto
—. ¿Querías negociar? Negociemos.
—Sabes que en cuanto pongas un pie en la calle, iré de nuevo a por ti, ¿por
qué te dejaría escapar?
—Cinco.
Lluvia de ceniza
IVÁN
Desde ahí todo cambió sin ellos darse cuenta y bastó unas pocas
conversaciones para que Sebastián decidiera atribuirle ese nombre al fusil
que Renata empezaría a utilizar. Las letras por bellator, esa palabra que
surgió por primera vez entre ellos un 3 de octubre.
—Pensaba que haría algo contra ella —murmuro recordando sus miradas.
—Le ordené que no, porque corría con una alta probabilidad de que le
rajara el cuello.
—Ten cuidado —le digo, pero de su parte tan solo recibo un arqueamiento
de cejas, como si me hubiera dicho que no necesita que le diga
absolutamente nada—. Lo digo en serio, mamá, como te pase algo...
—¿Por qué?
Segundos de silencio.
Dejo escapar un suspiro sin reducir la velocidad, una velocidad que, por
segundos, va aumentando.
Tardo en contestar.
—Lo único que sé es que Laura sigue insconsciente, pero no está grave.
Rebecca está con ella y Arabella se encuentra en otra habitación también.
—Paseo la mirada por su cuerpo hasta que llego a sus pies vendados—. No
me duelen —contesta a la pregunta que le iba a hacer ahora, como si lo
hubiera presentido—. No tanto como antes, al menos, me han dado unos
calmantes.
Acerco los labios hasta su frente para darle un delicado beso y luego junto
ambas, quedándome ahí unos largos segundos. Cierro los ojos durante un
instante con mi mano todavía en su mejilla mientras me permito imaginar
cómo habría acabado el día si la boda hubiera seguido su curso, que no
Mónica no hubiera interferido.
RENATA
Observo a Iván salir del despacho y me mantengo todavía con las manos
juntas tras mi espalda cuando el silencio se adueña del lugar. Segundos más
tarde, me dirijo hacia la zona donde todavía se encuentra Mónica sujetando
a mi soldado.
Compruebo, una vez más, que no se ha dado cuenta del microchip que tiene
implantado en la parte de atrás del cuello. Un dispositivo localizador que
ordené que se lo colocaran en el instante que aterrizó en el cuartel.
Lleva meses con él puesto, no me iba a arriesgar a que se escapara sin tener
ese as bajo la manga. Quiera o no, no tiene escapatoria, tampoco ninguna
posibilidad de sobrevivir. Está perdida y lo único que ha conseguido ha sido
cabrearme a niveles inimaginables.
—Ya sabes cómo funciona esto, bajad las armas, no lo pienso repetir —pide
y, con un movimiento de cabeza, las armas ya están tocando el suelo—. Ha
llegado la hora de la despedida, querida. Ha sido un placer que me hayas
permitido hospedarme en tu casa, pero, como comprenderás, ya estoy harta.
Esas son sus últimas palabras antes de que haya empezado a caminar con
extrema lentitud hacia la puerta del conductor.
—Quieto todo el mundo —ordeno una vez más sin dejar de apreciar cada
uno de sus movimientos.
Pero en el momento que Maldonado ha soltado al que tenía como rehén, los
armas han vuelto a las manos de mis soldados en menos de dos segundos,
justo en el instante que Mónica ha arrancado el motor para salir disparada
del cuartel. Giro la cabeza con rapidez para verla marchar y no tardo en
observar el punto blanco en la pantalla que se mueve a gran velocidad para
ir lo más lejos posible.
—Cinco minutos —anuncio, pues es el tiempo que le dije que le daría como
ventaja.
—Muy bien, señores, vayámonos de caza —murmuro una vez nos hemos
empezado a mover.
—Sí, mi comandante.
—Ya es hora de acabar con esa mal nacida —susurro más para mí que para
los demás, no obstante, sé que lo han escuchado con claridad, pues la
tensión existente en el interior del vehículo nos mantiene a todos en vilo, en
alerta máxima.
Los pocos coches que se encuentran en la carretera nos abren paso con
rapidez y no tardamos en avanzar hacia la periferia. Enciendo de nuevo la
radio.
Veintinueve.
Veintiocho.
Veintisiete...
—Treinta segundos.
—Como ordene.
Cuando antes el tiempo me pareció que corría, que iba demasiado rápido,
ahora no puedo dejar de exigirle que se acabe ya, que esos pocos segundos
que quedan se mezclen con el viento para que todo llegue a su fin, sin
embargo, parece como si hubiéramos entrado en una especie de cámara
lenta, donde los movimientos de todo el mundo hacen que desees gritarles
para que despierten. Giro la cabeza hacia el conductor: mantiene la mirada
fija hacia la carreteras y aprecio la lentitud en el pestañeo.
Los pájaros baten las alas con extrema suavidad y las hojas de los árboles se
están tomando su tiempo para encontrarse con el suelo. Es como si el
tiempo se estuviera deteniendo, incluso la Muerte ha ralentizado su
persecución, al igual que nosotros.
—Como una reina, ¿dices? —Acaba por ponerse en pie y, a pesar de las
órdenes que le exigen no moverse, ella no parece hacer caso. Ni siquiera los
está escuchando—. Deberías haberme matado cuando tuviste oportunidad.
—Con esas palabras, saca una pistola que tenía escondida y me apunta
directamente con ella—. Baja el arma, Renata, a no ser que quieras que
acabe contigo. —No respondo, sigo mirándola y eso hace que su enfado
crezca cada vez más—. No te lo volveré a decir.
Cada vez más cerca del final. Nos vemos el domingo con el capítulo 43 😊
Capítulo 43
Extraña sensación
.
ADÈLE
Tengo la sensación de haber retrocedido veinte pasos, que todos estos meses
en los que he tratado de recuperarme no hayan servido de nada. No he
podido dormir desde que regresamos del hospital, Laura todavía sigue ahí
con algunos invitados más, yo también quise quedarme, no separarme de su
lado, de hecho, me enfadé con uno de los enfermeros que me insistía que
debía descansar, que tratara de moverme lo menos posible por el vendaje
que todavía tengo en los pies. Fue Iván quien, al final, me levantó en brazos
para llevarme a casa y que pudiera descansar en nuestra cama.
No funcionó, no pude cerrar los ojos, tampoco quise, pues no podía dejar de
recordar el fuego expandiéndose con rapidez, arrasando con todo lo que
encontraba. Todavía me lo sigo imaginando, a pesar de encontrarnos casi a
oscuras, todavía puedo apreciar las chispas saltando furiosas dejando a su
paso una lluvia de cenizas. Mónica destrozó aquella iglesia sin importarle
que hubiera centenares de inocentes en el interior, no le importó los niños,
tampoco las personas mayores, hubiera dejado que todo el mundo ardiera si
con eso conseguía quitarme a mí de en medio.
O a Renata.
Hubiera dejado que doscientas personas se quemaran. Tal como yo dejé que
Rodrigo muriera entre las llamas. No habría tenido piedad y su falta de
empatía se hubiera convertido en la protagonista de la escena, de la obra
entera.
Con suaves caricias, Phénix cierra los ojos con el contacto de mi mano y no
dejo de admirar la paz que lo rodea y que, sin él pretenderlo, me va
traspasando a mí, sin embargo, las llamas vuelven a aparecer en mi mente.
Celosas, exigiendo que no deje de prestarles atención para consumir la poca
tranquilidad que me quedaba.
«No lo hagas», repite y me acurruco un poco más entre los brazos de Iván.
Me pierdo en el aroma de su perfume, al perfume de su piel. Lo tengo tan
memorizado que podría reconocerlo en cualquier lugar, incluso estando
dormida.
—¿Ahora mismo?
—Sí.
—Tal vez.
—Iván...
—No quiero pensar que acaba de morir y que ni siquiera me he podido
despedir de ella, que me acaba de dejar solo, que voy a experimentar la
misma sensación cuando me enteré de la muerte de mi padre.
—Me has pedido que te cuente lo que estoy pensando —murmura mientras
trata de buscar mi mirada. Mis ojos grisáceos impactan directamente con
los suyos oscuros, más oscuros de lo habitual. Suelta el aire de nuevo, como
si no hubiera querido decir lo que acaba de soltar—. Lo siento, es que...
—No, está bien. —Niego con la cabeza—. Todo estará bien —murmuro,
volviendo a apoyar la cabeza sobre su hombro. Él no tarda en cogerme de la
mano y empezar a jugar con el anillo de diamante negro que se encuentra
en mi dedo anular—. Si tuviéramos un hijo, ¿le entregarías el anillo para
que se lo diera a su pareja?
Pensaba que esa pregunta me descolocaría, que haría que frunciera la frente
mientras interponía cierta distancia entre ambos, pero nada de eso sucede y
tan solo me limito a buscar de nuevo su mirada mientras le regalo una sutil
sonrisa.
—Cierto, lo dije.
Las puertas del ascensor se abren y aparece Renata con dos de sus soldados,
aunque no tarda en ordenarles que ya se pueden retirar y que esperen abajo,
en la recepción. Sus miradas se encuentran, al principio tensas, pero cuando
Iván se acerca para darle un abrazo, siento mi corazón hacerse un poco más
pequeño al observar la imagen que tengo delante de mí: Renata todavía en
su uniforme, manchada de tierra y sangre, como si hubiera estado luchando
en primera linea de batalla.
Iván dejar escapar un suspiro y con eso me doy cuenta de que acaba de
soltar toda la angustia que había estado acumulando durante las anteriores
horas.
—Por una vez en tu vida, podrías dejar de lado tus comentarios, ¿no te
parece?
—¿Por qué lo haría? —contraataca ella con una sonrisa. Por lo menos, si las
cosas no hubieran salido bien, no estaría regalándonos esa sonrisa.
—Esa boca.
—Quiero saberlo.
—Más o menos —contesta Iván—. Unos más graves que otros, pero
ninguno fallecido.
—Estamos bien —acaba por decir Iván—. Eso es lo que cuenta, ya nos
ocuparemos del resto más tarde.
Renata vuelve a asentir y las puertas del ascensor no tardan en abrirse para
que, segundos más tarde, la imponente presencia de la comandante
desaparezca del penthouse. Nos volvemos a quedar en silencio y apoyo de
nuevo la cabeza sobre su pecho, quedándonos en esta posición durante
varios minutos.
***
—Tengo que llamar a Renata —murmuro, más para mí que para ellas—.
Tengo un mal presentimiento.
—No, no es eso, hay algo más —respondo mientras busco su contacto para
llevarme el móvil a la oreja.
Niego con la cabeza mientras espero que Renata conteste, pero tarda en
hacerlo. Vuelvo a intentarlo, necesito que me responda y que me asegure
que no hay nadie infiltrado en el equipo de seguridad.
—A lo mejor no es nada —empiezo a decir—. Tal vez solo sean los nervios
de la boda, pero es que no se va, no me puedo quitar estas imágenes de la
cabeza.
—Gracias.
—No lo hará. Querrá ir a por ti para ver que estás bien, pero ya me
encargaré de que no lo haga.
—Típico de él —sonrío.
—Lo sé.
Un besito y nos vemos la semana que viene con tres capítulos más (mirad el
calendario colgado en mi perfil de Ig).
Capítulo 44
Lo real es real
IVÁN
—¿Cómo lo sabes?
—De acuerdo.
—¿Crees que pueda ser verdad? —pregunta—. Que, justo en este instante,
¿haya alguien infiltrado con la idea de joderos el día?
Segundos más tarde, aparece Renata con una pistola en la mano y con eso
solo consigue aumentar los cuchicheos. Llego hasta con la intención de que
esconda el arma, pero varios empiezan a preguntar, levantarse de los
asientos, entrando en pánico.
—Calma todo el mundo —murmura ella en un tono grave, más alto, para
que se la escuche. El mismo que emplea cuando habla con sus soldados—.
Todo está controlado, así que les pido por favor que no entren en
desesperación. Nadie va a salir herido, ya nos estamos ocupando.
—¿A quién querías disparar? —No contesta, pero lo que más me enfurece
es la sonrisa cargada de burla que le sale—. ¡¿A quién coño querías
disparar?!
—Iba a hacer algo peor —murmuro en un tono muy bajo con el temor de
que se haga realidad si lo digo más alto. Empiezo a reírme sin saber qué
otra cosa más hacer—. Iba a matarnos —dejo escapar en mitad de una risa
—. A los tres. Iba a matarnos a los tres.
***
Una hora más tarde, con la amenaza resuelta y todo el mundo en sus
respectivos asientos, la música empieza a sonar. Una suave melodía que va
llenando cualquier espacio del interior, que va adueñándose de cada uno
para adentrarles en una agradable tranquilidad. Segundos más tarde, las
puertas se abren y todas las cabezas —absolutamente todas— se giran para
esperar a la única persona que va vestida de blanco, aunque portando un
anillo negro en su mano.
Junto las manos, aunque sin poder frenar el nerviosismo que cada vez se
hace más presente cuando la novia hace acto de presencia, robándose todas
y cada una de las miradas. Los fotógrafos no quieren perderse ni un solo
instante, los invitados tampoco, pues observo como varios tratan de estirar
el cuello para admirar la belleza de la novia envuelta en ese vestido
brillante, como si tuviera mil piedras pequeñas que tan solo se pueden
apreciar con la luz.
Sus damas de honor mantienen una pequeña sonrisa mientras van dejando
caer pétalos de rosa. El mismo tipo de flor que adorna su ramo. Un ramo de
un intenso color rojo haciendo juego con sus labios. No puedo dejar de
verla, dejar de recorrer su cuerpo y no puedo esperar a quitarle el vestido
con tal de seguir apreciando cada detalle, cada lunar, cada curvatura. Sin
que la distancia resulte un impedimento, sus ojos, cargados de brillo,
encuentran los míos con facilidad y no los suelta hasta que no se acerca al
altar del brazo de su padre, quien me la entrega con una sonrisa en el rostro.
—Cuídala bien —dice, aunque puedo leer implícita una clara amenaza
advirtiéndome que, si no lo hago, me dejará sin descendencia. Asiento con
la cabeza mientras le ofrezco la mano a mi todavía prometida y da un par de
pasos hasta que se coloca a mi lado.
—Presta atención —me regaña ella y no puedo evitar que se me escape una
pequeña risa mientras vuelvo a mirar al frente, observando al hombre de
avanzada edad seguir hablando.
—Si hubiera sabido que me mostrarías tu lado cariñoso por más de cinco
minutos, te habría pedido matrimonio antes —murmuro y obtengo varias
risas de los invitados.
Echo la cabeza hacia atrás para poner la distancia que antes había y no
puedo dejar de contemplar la tormenta de su mirada. Antes de que el cura
proceda con lo que iba a decir, las palabras de Marco no tardan en
escucharse por toda la iglesia provocando la risa de la mayoría.
—¡Pero no nos dejes así, hombre! —grita con las dos manos a cada lado de
su boca—. Queremos saber el chisme completo.
Giro la cabeza para enfrentarle con la mirada sin esconder la divertida
sonrisa de mi rostro. No puedo evitar negar levemente.
Asiente con la cabeza sin dejar de esbozar una sonrisa y pide que nos hagan
entrega de los anillos. Me percato del movimiento en la sala y todo el
mundo parece darse cuenta de que Phénix acaba de entrar agarrando una
pequeña cesta con los dientes donde se encuentran los anillos. No sé a quien
se le ocurrió de que sea el dóberman el encargado de esta tarea, pero no
puedo evitar mirarlo con cierta ternura.
Una vez que se coloca delante de nosotros, ambos nos agachamos para
recogerlos, no sin antes acariciarle la cabeza.
Coloco una mano en su mejilla, atrayéndola un poco más hacia mí, y dejo
que los aplausos y las exclamaciones nos envuelvan.
¿Qué os han parecido los votos? Mis niños se han casado, por fin
Un besito
Capítulo 45
Noche de bodas
.
ADÈLE
—Señora —repito y esbozo otra sonrisa, dejando que aprecie el color rojo
de mis labios.
—Mi señora —responde y tengo que tragar saliva con tal de controlarme
para no levantarme ahora mismo e ir en busca de sus labios—. Mi mujer,
también, mi amante, mi compañera... Mi complemento.
Con las copas aún en la mano, sus ojos siguen puestos en los míos mientras
acaricio el cristal con el pulgar contemplando el anillo en su mano
izquierda, el cual yo misma le he colocado.
—Ah, ¿sí? —Enarco las cejas y observo la sorpresa en sus ojos al ver mi
intención de levantarme. Me cuesta un poco maniobrar con el vestido, sin
embargo, logro retroceder unos pasos con la idea de llegar hasta la
habitación—. Creo que deberías volver a recordármelo, no estuve muy
atenta.
—Tu marido.
—¿Dónde es ahí?
Suelta una pequeña risita y da otro paso más. La cola del vestido se ha
extendido por casi todo el pasillo del avión que ya se encuentra
sobrevolando el mar mediterráneo, sin embargo, intenta no pisar el material.
—Adèle... —advierte.
—¿Te divierte?
—Está siendo usted muy traviesa y no estoy para perder el tiempo con sus
juegos encantadores.
Me giro hacia él para quedar cara a cara. Observo la sonrisa en sus labios, la
que no ha desaparecido desde que nos hemos subido al avión.
—¿Crees que sea necesario echar la llave? —pregunta arqueando una ceja.
Aprovecho para acostarme sobre la cama dejando que la mitad del vestido
caiga hacia los bordes. Apoyo la cabeza sobre una de las almohadas.
—Ven aquí —le digo sin dejar de mirarle—. Quítate los zapatos.
—¿Qué máscara?
—Madrugada —corrijo.
Pero en el momento que logro llegar al cierre con tal de bajar la cremallera
interna, la parte de arriba se desencaja dejando que mi clavícula se aprecie
un poco mejor. Iván no tarda en acariciar mi piel con las yemas de sus
dedos y tengo que cerrar los ojos cuando se acerca peligrosamente hacia
uno de mis pezones, provocando que arquee levemente la espalda.
—¿Quieres que te prometa que nunca olvidarás esta noche? —susurra cerca
de mi cuello haciendo que mueva las caderas buscando la ansiada fricción,
pero con tanta tela no me es posible—. Contesta, muñeca.
—Una muy curiosa —susurro al ver que él todavía tiene demasiada ropa
encima. Acaricio sus hombros manifestando mi siguiente paso—. Dime si
te gusta —digo muy cerca de su ropa mientras le quito la chaqueta
dejándola a un lado. Sigo con su corbata, deshaciéndola lentamente, tan
despacio que puedo sentir la picazón en las palmas de sus manos,
ordenándome en silencio que vaya más rápido—. Dímelo —sigo diciendo,
aunque él mantiene los labios juntos, sin ser capaz de abrir la boca por todas
las sensaciones que le estoy haciendo sentir, pues mi cuerpo se encuentra
muy cerca del suyo, provocándolo al máximo—. Iván...
Sus manos no tardan en alzarme para que le rodee la cintura y pueda sentir
la potente erección que no ha hecho más que reclamar nuestro encuentro.
Tal vez sea por estar veinticinco mil pies de altura en nuestra noche de
bodas provoque que lo viva de una manera más intensa.
Una respuesta con tantos significados que no se atreven a ser dichos en alto.
Esbozo una pequeña sonrisa mientras busco su labio inferior para morderlo
de manera delicada. Cada vez, voy notando como aumenta la presión a mi
alrededor, pero no le permito acabar, no dejo que llegue hasta el final y
rompo cualquier tipo de contacto. Aprovecho su aturdimiento para
empujarlo a la cama y sentarme a ahorcajadas sobre su regazo. Busco sus
labios rápidamente y trato de remplazar la caricia de antes por la fricción de
mi entrepierna en la suya.
Intenta quejarse con sus manos en mis glúteos, apretándolos con firmeza,
para demostrarme su descontento con no haberlo dejado acabar, pero no
hago más que besarlo mientras recorro su longitud lentamente, variando la
presión en cada uno de mis movimientos.
Noto su mano traviesa querer llegar hasta su miembro para dirigirlo hacia
mi entrada, pero se lo impido al instante rompiendo el beso.
—Joder... —vuelve a susurrar sin querer cerrar los ojos. Decido jugar un
poco más.
—¿Muy lento? —Niega con la cabeza—. ¿Quieres que vaya más rápido?
—Vuelve a negar y chasquea la lengua para dejar escapar un profundo
suspiro. Intenta mover las caderas, trata de tomar el control, pero impongo
fuerza dándole a entender que ahora se encuentra bajo mi voluntad—. ¿Qué
es lo que quieres, mi amor? —Esta pregunta no hace más que despertarme
un recuerdo de una partida similar que tuvimos tiempo atrás.
Al oír esas dos palabras, que sabía que lo iban a enloquecer un poco más,
agarra mi cintura con fuerza queriendo crear más fricción.
***
—Deberías saber que no me gustan —le digo mientras intento caminar con
su brazo pegado a mi cuerpo, pues me apetece poco caerme y acabar en el
hospital. Lo único que sé es que hace un sol abrasador y no puedo dejar de
oler el agua del mar, incluso puedo escuchar el sonido de las olas al
romperse en la orilla.
Segundos más tarde, he dejado de tocar el suelo y sus manos me han alzado
cual princesa.
—Solucionado.
—Eres insufrible.
—Engreído.
—Pesado.
Cicatrices
.
IVÁN
Sé que estoy despierto, sé que los rayos del sol intentan colarse por los
pequeños huecos de las cortinas, hambrientos de combatir esa oscuridad
que nos envuelve, que nos mantiene acunados entre sus brazos. También sé
que no estamos en Barcelona, pero que nos encontramos a miles de
kilómetros de distancia, rozando la costa greciana. Tan cerca del mar que, si
me llegara a apetecer, podría tirarme de cabeza al agua para darme un baño
de buena mañana.
Lo único que hago es posar mis labios de manera delicada sobre su espalda,
sobre su piel suave, para levantarme de la cama segundos más tarde y
vestirme con lo primero que encuentro. Después de pasar por el baño y,
evitando hacer mucho ruido, me siento en el sillón que se encuentra en un
rincón de la habitación y que me permite seguir apreciando a una francesa
totalmente dormida, desnuda y con su melena esparcida por ambas
almohadas. Abro la aplicación de notas del móvil e introduzco el título del
poema número he perdido la cuenta. No sé cuántos hay, tampoco me
importa, lo único que sé es que todos son de ella y para ella. Que no hay ni
uno solo que no le pertenezca.
Tengo el título claro, pero lo que más trabajo me genera es pensar en ese
primer verso que permitirá que el resto del poema fluya como deba. Voy
mirando la página en blanco y, de nuevo, recorro su cuerpo con la mirada,
ninguna otra, sola la mía. Pienso en ese detalle y una pequeña idea aparece
de repente. Empiezo a teclear: «Solo bastó una mirada». Vuelvo a leerla,
pues algo no acaba de funcionar. No basta una mirada, tiene que ser la mía,
pues ninguna otra tendrá el privilegio de admirarla tal como la estoy
observando yo en este instante.
Me fijo en su mano izquierda y veo los dos anillos, uno al lado del otro, en
el dedo anular. Anillos que yo mismo le puse. Me concentro de nuevo en la
pantalla.
Esbozo una pequeña sonrisa, pues me gusta lo que estoy leyendo, cómo ha
iniciado el poema. Vuelvo a mirarla, a apreciar sus ojos cerrados con esas
pestañas largas que tiene. Algunos mechones de su cabello descansan sobre
su rostro, dejando que los rayos del solo ilumine lo necesario para permitir
que memorice la obra de arte que tengo delante de mí.
Vuelvo a leer lo que acabo de escribir y trato de jugar con los elementos que
tengo hasta ahora y utilizo lo que le dije cuando le propuse matrimonio: que
me concediera un minuto para que me pudiera imaginar esta vida que nos
espera.
Leo los dos últimos versos y no puedo evitar que el recuerdo me invada,
cuando me enseñó su tatuaje por primera vez y me contó por qué lo había
hecho. No dejo de pensar que ha pasado muchas cosas y que, si aún se
mantiene en pie, es debido a su fortaleza, porque se ha levantado después de
cada golpe. Releo el poema desde el principio dándome cuenta de que
todavía le falta algo, unas últimas palabras para poder darle un cierre y lo
único que se me ocurre es incluirle el título, que el último verso acaba con
él.
—Verte dormir.
—¿Llegar...? —la animo a que continue, pero lo único que recibo es una
picarona sonrisa de su parte mientras se levanta de la cama, con la sábana a
un lado, dejándome admirar su cuerpo.
—Respóndeme. ¿Quieres? —Noto que abre un poco más las piernas con la
intención de buscar el roce que ligeramente le estoy ofreciendo. Es una
respuesta sencilla, un simple «sí» que me dará luz verde para hacer que se
corra aquí mismo.
—Sí.
Trazo caricias circulares sobre ese punto tan sensible y puedo notar la
humedad de su entrada, llamándome, queriendo que la sacie cuanto antes,
sin embargo, esta vez me voy a tomar todo el tiempo del mundo hasta
provocarle ese orgasmo que tanto está ansiando.
Sus manos no han dejado de acariciarme los brazos y puedo notar como ha
apoyado su palma sobre el dorso de mi mano, aquella que se encuentra
encima de su intimidad buscando a que le hunda los dedos de una vez.
***
Van a ser tres semanas divertidas llenas de sexo, alcohol, fiestas, películas,
paseos por la playa bajo la luz de la luna, experimentos en la cocina, horas
en el mar y un largo etcétera de actividades que vamos a ir ideando sobre la
marcha porque lo único que quiero ahora mismo es dejarme llevar y no
pensar en nada. Encerrarnos en una burbuja y disfrutar de nuestra luna de
miel. Quiero deshacerme de cualquier tipo de responsabilidad, ya sea
familiar o laboral y, ahora mismo, lo estoy consiguiendo, pues la mujer de
larga melena que tengo delante lo está haciendo sin mucho esfuerzo.
—Te estoy avisando. —No puedo evitar sonreír debido a la diversión que
me está generando la propia situación—. Lo que podrías hacer es venir aquí
y echarme crema en el abdomen, que me estoy quemando.
—¿Cómo olvidarlo?
—Ajá.
Aprecio la sonrisa de Adèle, pues sé cuánto le gusta que le recite cosa que
haya escrito.
Hago una breve pausa para seguir con el poema, pues sé que, ahora, con lo
que vaya a escuchar a continuación, hará que levante de nuevo la cabeza
para mirarme.
—Perderme entre la tinta oscura que esconde una historia desalmada —
susurro y, cómo había previsto, su mirada grisácea se topa directamente con
la mía más oscura. Continuo hasta llegar al punto final—. Bastaría otro
minuto más para trazar el recuerdo de tu espalda. Un lugar que no dudaría
que mis labios se posaran para besar las cicatrices marcadas.
¿Qué tal ese poema? Ya echaba de menos enseñaros más creaciones de Iván
Capítulo 47
RENATA
Me mantengo con una pierna encima de la otra y con las manos juntas sobre
mi regazo, mirándola. No he dejado de mirarla desde que me senté en la
silla colocada delante de su celda, manteniéndome en silencio y sin decir
una sola palabra esperando a que responda la única pregunta que le he
hecho, pero la cual ha ignorado deliberadamente. Tampoco se ha atrevido a
girar la cabeza. Se mantiene acostada, dándome la espalda.
—¿Te lo tengo que agradecer? —La ironía es algo que nunca se le quitará.
Dejo escapar el aire de manera disimulada mientras me levanto para
acercarme. El sonido de mis zapatos inunda el lugar por el eco que hay.
Me limito a sonreír.
—Lo cierto es que no —respondo y hago una breve pausa—. Deberías
haberlo pensado mejor.
En ese instante, pido por la radio que entre el grupo de soldados asignado
que se encargará del traslado de Mónica Maldonado. Un traslado que me
tendrá a mí al frente, pues no pienso perderla de vista ni un solo segundo.
—Encadenadla —ordeno.
—Tienes miedo —empieza a decir al mismo instante que los soldados han
empezado a caminar llevándola casi a rastras—. No tienes el suficiente
valor para matarme y la única solución que se te ha ocurrido es llevarme
vete a saber a dónde. Eres patética, Renata.
—Podrías haber sido feliz, pero seguiste los mismos pasos que tus padres
—murmuro y sé que acabo de abrir la herida—. Podrías haber hecho tantas
cosas... Héctor no estaría muerto, vuestro hijo no habría acabado así, en la
cárcel, a punto de ser juzgado por todo lo que ha hecho. Tú sola has hecho
que tu vida se vaya a la mierda. ¿Quién de las dos es aquí la patética? —Por
primera vez en mucho tiempo, observo una lágrima deslizarse por su
mejilla—. Das lástima y vas a morir sola y no te pienses que seré yo quien
acabe con tu vida, no te pienso hacer ese favor, te seguirás pudriendo hasta
que tu mismo cuerpo no resista tanta oscuridad y amargura —acabo por
decir—. Lleváosla.
Ni siquiera le permito que diga algo más, así que me quedo viendo cómo se
la llevan de la celda que hice que construyeran exclusivamente para ella.
***
Cara a cara. Dos miradas del mismo color intentando combatir para ver
quién vencerá primero, aunque una de ellas dé la sensación de ya haberse
rendido. Ni siquiera me molesto en intentar mantener una conversación
porque sé que no servirá de nada, me mantengo en la misma posición
dejando que las horas sigan su curso, pues tenemos un largo trayecto hasta
llegar el destino.
Horas más tarde, el avión aterriza en la pista la cual tiene asignada cerca del
centro penitenciario de máxima seguridad. Al instante, mis hombres no
tardan en rodearla una vez que las puertas se abren para dejar que la luz del
sol nos golpee de lleno. Mónica entrecierra la mirada pues es la primera vez
en mucho tiempo que su piel se expone a la calidez del día.
El director del centro me recibe minutos más tarde, con quien había hablado
anteriormente para ponerlo al tanto de la situación de Mónica Maldonado.
Le han preparado una de las celdas para los criminales más peligrosos cuyo
sistema de seguridad es inquebrantable y me ha asegurado que, todo aquel
que haga el mínimo intento para escapar, muere electrocutado por los rayos
infrarrojos que lo mantienen rodeado.
Le sigo por detrás hasta que llegamos a la celda de Mónica donde la meten
con no demasiada delicadeza. Ella intenta quejarse, pero tampoco le sirve
de nada. Su mirada se vuelve a encontrar con la mía, una que ha pasado de
la tristeza a la completa ira. No dice nada, se mantiene callada sin dejar de
mirarme.
—¡Mónica! Joder, ¡haz que tu corazón siga latiendo! Deja que siga latiendo
—repito entre gritos, pero lo único que recibo es una última mirada de su
parte acompañada de una sutil sonrisa, como si me estuviera diciendo que
acaba de ganar.
***
No quise permanecer ese lugar ni un segundo más y dejé que fueran ellos
quienes se encargaran del cuerpo, que yo no quería saber nada más. Me subí
de vuelta al avión y me senté en el asiento del piloto. Volé hasta Barcelona
dejando que las nubes me hicieran compañía mientras permitía que la cálida
luz del sol me golpeara en la cara.
—Se acabó —murmuro en voz baja, un dulce susurro para la persona que
ha supuesto ser mi otra mitad, mi complemento—. Mónica acaba de morir.
—No lo he dicho en voz alta hasta ahora, incluso me cuesta creerlo, que de
verdad sea cierto. «Comprobaste que ya no tenía pulso», me recuerda mi
subconsciente. Y lo hice, me aseguré hasta tres veces.
Observo la lápida donde el nombre de mi amor está escrito y contengo la
lágrima que está deseando salir con todas sus fuerzas. Cierro los ojos
durante un par de segundos y dejo de resistir.
ADÈLE
Lo que tiene Iván y que no muestra ante los demás, salvo conmigo, es su
capacidad para encontrarle un doble sentido a cualquier tipo de situación,
incluso para hacerme reír a cualquier momento del día. De aquel tipo de
personas que se esconden tras su máscara de frialdad, pero que, en realidad,
son las personas más divertidas con las que te podrías llegar a encontrar.
Dejo el cuchillo sobre la tabla de cortar y me giro para quedar cara a cara.
Me encuentro prisionera entre sus brazos, pues ha apoyado ambas manos
sobre el borde de la encimera a cada lado de mi cuerpo.
—No quiero parar —confiesa—. ¿Por qué piensas que me quiero contener?
—Su mano empieza a descender hasta que llega a una de mis piernas para
levantarla y hacer que lo rodee por la cintura. Me muerdo la lengua al sentir
de lleno el impacto—. Lo único que haría que me detuviese al instante sería
escuchar un no de tu parte.
—Es que... —Ni siquiera puedo acabar la frase, pues su otra mano se ha
colado en el interior de mis bragas para acariciar justamente ese punto que
hace que me vuelva loca.
—No estamos siendo sexualmente dependientes el uno del otro —empieza
a decir sin dejar de dibujar círculos alrededor del clítoris—. Somos unos
recién casados que están disfrutando de su luna de miel y, ahora, lo que
quiero hacer es que te olvides de esa preocupación para que pueda hacerte
el amor como es debido.
Siento como adentra el dedo corazón para empezar un bombeo intenso que
no hace más que le quiera debajo de mí, en este instante. No deja de
besarme mientras mantiene mi pierna todavía a su alrededor y con su mano
en el interior de mis bragas produciéndome fuegos artificiales. Acaba con el
beso segundos más tarde para dirigirse a mi pecho y darle la atención que se
merece. Echo la cabeza hacia atrás, mientras trato de mantenerme sujeta al
borde la encimera, y cierro los ojos al sentir la infinidad de sensaciones que
me genera.
No dice nada, tampoco sus ojos me permiten adivinar lo que hay dentro de
su cabeza. Vuelve a besarme el pecho, adentrándose cada vez más en mi
camiseta y no es hasta que empieza a descender por mi cuerpo, que me
permito cerrar los ojos de nuevo. Mi pie ahora ha pasado a posarse sobre su
hombro y puedo notar sus besos recorrer mi abdomen hasta que se detiene
delante de mi intimidad. Alza su cabeza con el único propósito de
encontrarse con mi mirada para que vea lo que va a hacer a continuación.
Baja sin mucha dificultad mis pantalones cortos, aprovechando para dejar
un recorrido de besos por mi muslo, y tira la prenda a unos metros junto con
mis bragas para dejarme totalmente expuesta a él.
—Voy a hacer lo que me has pedido, pero antes déjame seguir tocándote —
murmura, mirándome de nuevo, y no tardo en sentir su boca sobre mi
vulva, besándome con exquisito placer.
Sigo agarrando el borde con fuerza mientras me dejo llevar ante las
sensaciones que me está haciendo vivir. Su lengua se desplaza por toda la
zona sin dejar que sus manos se queden quietas, no obstante, solo estoy
notando una de ellas, pues la otra la está llevando hacia el interior de sus
pantalones de lino. Dejo escapar el aire con dificultad y no puedo evitar
seguir moviendo las caderas ante la sensación que está creciendo en mi
interior.
Se está masturbando al mismo tiempo que está intentando que vea de nuevo
las estrellas o, por lo menos, una parte de ellas, pues transcurren otros pocos
segundos más cuando noto que separa los labios de mi intimidad para
alzarse de nuevo, esta vez, con su miembro erguido acercándose a mi
humedad, impregnándose de ella.
Sonrío ante esa pregunta y asiento con la cabeza mientras no dejo de sentir
su miembro seguir paseándose. Dejo escapar un jadeo cuando empieza a
hundirse tomándose todo el tiempo para hacerlo. «Entrar a la primera y muy
lentamente», recuerdo sus palabras de escasos minutos atrás y es
exactamente lo que está haciendo. Lucho contra el deseo de pedirle que se
acabe de hundir del todo, pero eso le quitaría la diversión al juego que
surgió por primera vez entre ambos. Un juego lleno de miradas, tensión y
placer, donde cada partida se ha vuelto única y cargada de fuego.
—Te quiero —murmura sobre mis labios cuando ha acabado por entrar
completamente, deteniéndose ahí, piel con piel. Me muerdo el labio cuando
trato de hacer el mínimo movimiento para sentirle.
***
—En alargar las vacaciones. —Su tono es divertido y me regala una mirada
pícara—. Me estoy planteando comprarnos una casita aquí, ¿te gustaría?
—No estaría mal —digo y, sin darnos cuenta, empezamos a caminar hacia
el pueblo—. Nos los hemos pasado bien.
—Tendrías que llevar una falda, tal vez un vestido un poco más largo para
taparnos —sigue diciendo, ignorándome—. Hacerlo en un parque o...
tendríamos que pensarlo, pero sin duda quiero hacerlo. —Me mira y puedo
notar la cara emoción en su rostro—. Sería divertido e imagínate lo intenso
que sería el orgasmo.
—Tienes que sentarte y tocar algo —me anima Iván—. No me hagas tener
que rogártelo, al fin y al cabo, ya se ha hecho costumbre que te vea tocando
el piano en sitios públicos.
ADÈLE
—Estaré fuera el fin de semana, ¿estás seguro de que quieres que Phénix
venga conmigo? Nunca ha pasado tanto tiempo a solas conmigo.
Pero tampoco iba a quedarme sin saberlo, por eso acepté vernos, pues, a
pesar de todo, quiero que ambas estemos bien, sin este enfado o rencor de
por medio.
Nos quedamos en esta posición durante unos segundos, tal vez minutos, y
no puedo evitar sentir cierto picor en mi mirada, pues por el simple hecho
de tenerla delante de mí, está abriendo un sin fin de recuerdos.
Lo que nos acaba de separar son los ladridos de Phénix, pero no se tratan de
unos de advertencia, sino de saber si él puede confiar en la persona
desconocida que acaba de aparecer. Me agacho para acariciarle la cabeza y
le hago entender que no pasa nada, que no me hará daño y que no tiene
nada de lo que preocuparse, tal como me enseñó Iván que le dijera.
—¿Seguís juntos?
—No, no, para nada. —Niega con la cabeza, mirándome, con la intención
de quitarme esa preocupación—. Me alegro por vosotros, de verdad, de
hecho me preocupaba que no lo estuvierais. Ya sabes... —intenta buscar las
palabras—. Lo que te dije aquel día, creo que te influenció para que
rompieras la relación con él.
—Rompí con él, pero después nos reencontramos sin querer y hablamos,
nunca me culpó por lo que le dije y yo me disculpé por ello —respondo y al
ver que no contesta, sigo hablando—: Vine a París hace unos meses,
pregunté a mis padres por ti y me dijeron que te habías distanciado.
—Lo necesitaba. —Su mirada está perdida hacia adelante y no dudo que no
se esté adentrando en el pasado—. Perder a Marcel, a mi hija... me ha
destruido y no encontré la manera de salir adelante.
—Busqué ayuda cuando sentí que había tocado fondo —responde—. Había
veces que no podía soportar el silencio y no dejaba de pensar en mi hija, su
risa, los momentos de diversión que compartía con su padre. Llegué a que
el propio silencio me molestara y no podía soportarlo, incluso pensé en...
—Te dije muchas cosas. —Gira su cabeza para mirarme y puedo observa la
tristeza teñida en sus ojos—. O el hecho de haberte ignorado hasta ahora.
Me porté mal, lo confieso, y te pido perdón por ello.
—Me gustaría —respondo y soy consciente de que será la primera vez que
los visite, que me plante delante de ellos y vea su nombre grabado en la
lápida.
Seguimos caminando dejando que el silencio nos acompañe durante
algunos instantes y no tardamos mucho en llegar hasta las puertas metálicas
llenas de enredaderas de flores algo descuidadas. Trago saliva con tal de
quitarme el nudo que se acaba de instalar en mi garganta, pues la realidad
me golpea en el instante en el cual me doy cuenta de que están cerca, de que
puedo sentirlos a pesar de encontrarse en otra inexistencia.
Y, justo en aquel instante, nos detenemos delante de las dos lápidas, una al
lado de la otra. «Padre e hija». Trato de contener a mi corazón, de que no se
vuelva a romper en otros mil pedazos. Pedazos que ya pegué en su
momento después de unir todas las piezas.
—Lo siento por todo, Adèle —murmura Élise sin dejar de mirar los dos
nombres grabados en las piedras y puedo notar su mano entrelazarse con la
mía.
—Yo también lo siento —respondo—. Tal vez debí insistir un poco más, no
dejarte sola, no haberme separado de ti a pesar de tus negativas. Perdón por
no haber estado ahí cuando más me necesitabas.
—Estás ahora —susurra.
Tampoco puedo evitar cerrar los ojos por un instante e imaginarme que mi
hermano se encuentra a mi lado, diciéndome que todo estará bien, que he
conseguido —hemos— pasar página y dejar de recordarles con dolor. Que
no puedo hacer nada para recuperarlos, salvo vivir la vida que nos queda e
intentar que nuestro corazón siga adelante.
Sin decir una sola palabra, me acerco un poco más a Élise y rodeo un brazo
alrededor de su pequeño cuerpo, delgado. Ella apoya la cabeza contra mi
hombro mientras nos mantenemos en silencio delante de ellos.
Era necesaria esta conversación, pedirnos disculpas y sentir ese apoyo que,
desde el principio, no nos dimos.
Capítulo final
IVÁN
Los días han pasado en extrema calma, desde que volvimos, además de la
fiesta de bienvenida que nuestros amigos nos hicieron al volver, nos hemos
centrado en la rutina y seguir con la convivencia como hasta ahora.
Compañeros de piso, aunque con un anillo de matrimonio en el dedo anular.
—Tiene que ser importante para que nos haya pedido venir hasta aquí —
respondo y es en ese instante en el cual las puertas se abren, dándonos paso.
Minutos más tarde, después de que su secretaria nos haya permitido pasar a
su despacho, observo a Renata en su porte de comandante de ejército,
sentada en el sillón de cuero y con una mirada implacable en el rostro, no
obstante, se le suaviza mínimamente cuando nos ve entrar.
—¿Qué?
Entonces, nos empieza a contar con detalle cómo fue que Mónica acabó
quitándose la vida después de que Renata le dijera que no quería morir. Al
fin y al cabo, tampoco tenía ninguna posibilidad de escapar. Maldonado
había perdido la partida después de que la comandante le hiciera un jaque
mate. ¿Cómo se podía seguir viviendo después de eso?
Adèle se mantiene sentada en uno de los sillones con una pierna encima de
la otra, mirando fijamente a Renata. Tampoco se había esperado esa noticia,
aunque, en el fondo, sabía que se había quitado un peso de encima porque
derrumbada toda la organización criminal que dirigía Mónica, nuestras
vidas acababan de volver a la normalidad.
—Sí. Ya está. Ahora lo que procede es continuar con nuestras vidas, superar
el pasado y seguir adelante —murmura Renata.
—Sigo sin poder creerme que todo haya acabado, de que ya no... esté —
murmura la francesa a mi lado mientras nos dirigimos al parking.
Esboza una sonrisa triste y no tardo en comprender el por qué, pues esa
mujer, desde que apareció, no hizo más que destrozarle todo lo que tenía y
le arrebató a sus seres queridos, a su familia.
Atraigo su cuerpo en un abrazo cálido y dejo que apoye su mejilla contra mi
pecho, incluso me la imagino cerrando los ojos mientras dejamos que ese
minuto de silencio nos envuelva.
—De un libro infinito —acabo por decir regalándole una pequeña sonrisa
—. Sabes que siempre estaré para ti, ¿no?
Observo los dos coches aparcados, uno al lado del otro, y una idea se me
cruza por la mente. Una idea un tanto peligrosa, que incluso podríamos
acabar multados, pero que sigue manteniendo ese toque de diversión que
tanto me gusta compartir con ella.
—¿Qué idea?
—¿Y qué gana? —se interesa por saber con una ceja alzada, como si
estuviera segura de que lo hará ella.
—A ver qué te parece —empieza a decir y cruzo los brazos sobre mi pecho,
esperando—: Si gano yo, llamarás a tu editor y le propondrás que publique
el libro de la historia de tus padres.
—Porque no.
—Eso es porque tienes miedo —murmura ella—. Sabes que voy a ganar y
por eso lo rechazas, pero créeme cuando te digo que ese libro tiene el
suficiente potencial para que tu editor lo publique y lo venda como pan
caliente.
—¿Cómo?
—Hablé con ella hace unos días cuando tuve esa idea y no le pareció mal
que te lo plantearas, lo único que pidió es que cambiaras los nombres de los
personajes, pero que, con lo demás, tienes bandera verde.
—No me puedo creer que hables con mi madre a mis espaldas —murmuro
con el único propósito de molestarla.
—Prometido.
—Ganaré.
—Tres.
En menos de medio segundo, ambos hemos arrancado, adentrándonos en la
recta carretera que tenemos delante hasta llegar a la ciudad.
El semáforo se acaba de poner en verde y tan solo faltan unos minutos para
llegar a la puerta del aparcamiento.
***
En el instante en el que las puertas del ascensor se abren, Phénix nos recibe
emocionado y moviendo la cola. No puedo evitar sonreír a su encuentro y
me agacho para acariciarle con efusividad.
Vuelvo a sonreír.
—¿Me preguntas a mí? —Me giro hacia ella, rodeándolo con los brazos.
—Está bien.
—Original.
—No me digas. —Alzo una ceja esperando a que conteste, quien no tarda
en hacerlo—. Fran, hola, verás, acabo de tener una idea.
—No le hagas caso, Fran, que la idea ha sido mía —alza la voz con la
intención de llevarse el mérito.
—¿Y bien? —pregunta Adèle con cierto brillo en los ojos—. ¿Nos vemos
esta noche?
—Sí.
—¿Y dormir los dos juntos abrazados hasta que el sol despierte?
—Ningún plan te parece mal si eso significa tener que ponerme encima de
ti —dice, aprovechando para darme un beso en la mejilla. Sigue recorriendo
sus labios por mi rostro y tengo que cerrar los ojos ante su contacto.
—Definitivamente.
ADÈLE
—Iván Otálora —respondo, orgullosa—. Pero que sepas que todavía sigo
enfadada por no habérmelo dedicado.
—Lo sé. —Es lo único que digo mientras me coloco en su regazo, una
pierna a cada lado de su cuerpo—. ¿Estás preparado para mañana?
—Ya, pero es la primera vez cuando esa multitud quiere conocer al autor
detrás del libro.
—En esta posición no —susurra con cierto temor en los ojos, pero me
limito a negar con la cabeza.
—No me fío.
—No digas eso —susurra y procede a erguirse para que nuestros rostros
queden a centímetros de distancia, no obstante, ese simple gesto ha hecho
que note lo que le acabo de provocar—. Sabes que me tenéis a vuestros
pies.
Y, sin saber por qué, ese plural que acaba de utilizar me ha generado una
emoción difícil de explicar.
Todavía no sabemos qué será, pero lo que sí tendrá, sin lugar a dudas, es el
amor de unos padres que se quieren, que han luchado juntos, siempre, y que
lo cuidaremos por encima de todo.
Fin
Y, después de dos años, tras ese 5 de julio del 2020 cuando publiqué
Eufonía, acabamos de cerrar la segunda parte, Disonancia.
Acabo de poner el punto final, justo en este instante, y os puedo decir que
me recorre una sensación extraña en el pecho, entre felicidad y nostalgia.
Instagram: anauntila
Twitter: anauntila_
Procuraré estar muy activa por ambas redes y no perder el contacto. Una
vez más, gracias por estar aquí, por quienes van a continuar en este camino
con mis nuevas historias.
Besos,
Anastasia
EXTRA NAVIDAD
24 de diciembre de 1997
Narrador omnisciente
Adèle se detuvo enseguida al oír su nombre, ella no quería quedarse sin sus
regalos, había esperado mucho tiempo para que llegara el 25 de diciembre.
De un momento a otro, dejó escapar un pequeño grito cuando sintió que sus
pies ya no estaban tocando el suelo, pues su hermano mayor, Marcel, se las
arregló para cargarla y dejarla en la silla donde ya tenía delante su plato de
comida.
Desde los tres años era que Adèle había empezado con el instrumento y no
se podía negar el talento que reflejaba en cada clase y en cada pieza que
tocaba, sin duda, si se seguía esforzando y, con el tiempo, llegaría a ser una
gran pianista. Muchos de sus profesores pensaban de esta manera y lo cierto
fue que no se equivocaron en lo absoluto.
—Muy bien, cielo, ¿lista? —Léonore estaba muy emocionada por ver
pronto a su niña subida en el escenario. Desde la primera vez que la vio
sentarse al lado de su padre delante del teclado, supo que algo había
despertado en ella y que el piano se volvería su compañero de aventuras—.
Vamos a ponerte el vestido rojo.
Poco días atrás, aprovechó para comprar el vestido rojo que usaría su hija
en el concierto. El material era muy agradable al tacto a pesar del tul que
llevaba la falda y que hacía que tuviera cierto vuelo. Una vez vestida, la
peinó recogiendo todo su pelo en un moño alto dejando que algunos
mechones cayeran suaves aprovechando sus tirabuzones. Parecía una
verdadera muñequita de porcelana y no puedo evitar querer hacerle una foto
y que quedara guardada para la eternidad.
—Me gusta que brille, mami —dijo ella mientras sonreía a la vez,
tocándose el vestido.
***
Por otro lado, faltaban pocas horas para que el avión despegara y la familia
Otálora Abellán todavía no había salido de casa. No era costumbre en ellos
llegar tarde, pero el pequeño de la familia se había puesto taciturno porque
decía que ya no le apetecía viajar hasta París y asistir a ese concierto
aburrido. Su mentalidad de nueve años le pedía quedarse en casa y seguir
haciendo el puzle de dos mil piezas que había pedido que le compraran.
Era un niño que necesitaba mantener la mente ocupada, por lo que, sus
padres siempre tenían que buscarle alguna ocupación con la que poder
entretenerse, ya sea mediante la lectura, el aprendizaje de nuevas lenguas o
diferentes juegos de mesa para seguir desarrollando su capacidad cerebral.
—Vale, podemos ir a París, pero ¿hace falta que vayamos a ese concierto?
—seguía preguntando Iván mientras dejaba escapar un suspiro. Lo cierto
era que no quería malgastar ese par de horas cuando podría estar haciendo
otra cosa—. Además, van a tocar niños, incluso más pequeños que yo, ni
siquiera será un concierto de verdad.
—Tú siempre te portas bien —recordó ella mientras bajaba por las escaleras
cargando con un par de maletas para dárselas a su marido—. Tenemos que
salir —le dijo.
Sebastián Otálora la miró con cierto brillo en los ojos, pues ese conjunto de
invierno que llevaba la hacía lucir demasiado bien. También se fijó en su
hijo quien iba detrás de ella, cabizbajo. Había oído por encima que ya no le
apetecía ir a la capital francesa y podía imaginarse el motivo pues los
encuentros sociales nunca fueron de su agrado, lo mismo que le ocurría a él.
Lo cierto era que les habían invitado a asistir a ese concierto pues su mejor
amigo, Matías Vila, tenía unos amigos cuyo hijo también tocaría en ese
festival y ya no podían decir que no, además, aprovecharían para celebrar
Nochebuena en la ciudad con ellos y no había manera de que Iván se
quedara solo en el hotel.
—¿De verdad?
—Hecho.
—Tenemos a nuestro hijo detrás, vigila dónde colocas las manos, además,
tenemos prisa.
—Sí sabes que, en este caso, es el avión quien nos tiene que esperar y no al
revés, ¿verdad? Además, usted es mi mujer, teniente, ¿no me quiere dejar
tocarla?
—No estoy haciendo nada. —Enarcó una ceja, algo picarón y Renata no
dudó en mostrarle una sonrisa torcida mientras sentía su mano en la parte
baja de su espalda.
—Te sigo vigilando, ¿hace falta que le recuerde que sigo siendo una
soldado, señor Otálora? Sé utilizar un arma.
—Lo tengo más que sabido, señora Otálora —respondió—, además, las
armas que utiliza las diseño yo. —No dudó en sonreír al ver a su mujer
relamerse el labio inferior. Acababa de ganar esta batalla y nadie se lo podía
negar—. Vamos, el avión aguarda.
***
Tenía muchísimas ganas de salir a escena y tocar el piano, pero cuando vio
a todas las personas... ¿Todas ellas habían ido para verla tocar? Le generaba
cierto nerviosismo, pues no quería equivocarse en alguna nota y que sus
compañeros se rieran de ella.
—Cielo, es invierno, hace frío, además, no queda nada para que el concierto
empiece. —Se agachó su madre junto a ella, pues Marcel y su padre ya se
encontraban entre el público—. ¿Estás nerviosa?
—Pues sí... —Léonore no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa ante el
pucherito que estaba mostrando su pequeña. Era una niña preciosa y verla
con esos mofletes la derretía de ternura, no obstante, sabía que tenía que
decirle algo para calmar sus nervios.
—Dejemos que los niños disfruten de su infancia, ya tendrá tiempo para las
relaciones —respondió el empresario, haciendo que el hombre centrara su
atención de nuevo en él.
Las puertas del teatro se abrieron y la sala no tardó en llenarse, cosa que le
sorprendió porque pensaba que, al ser un concierto dado por niños de cinco
a siete años, no interesaría lo suficiente como para llenar el auditorio entero,
sin embargo, se había equivocado pues, además de las interpretaciones de
los niños, también habrá de los mayores.
No dudó en resoplar y, una vez que las luces se apagaron dejando intactas
las del escenario, aprovechó para ponerse cómodo en el asiento. Tenía a su
padre a la izquierda y a su madre a la derecha, no obstante, ambos estaban
concentrados en seguir susurrando con la persona que tenían al lado.
Faltaban escasos minutos para que empezara y no sabía cómo hacer para
que el tiempo transcurriera más rápido.
—Sí, mami.
Los esperados minutos transcurrieron con más lentitud, pues se les hizo
eternos, no obstante, la pequeña Adèle, quien lucía contenta su vestido rojo,
empezó a escuchar los aplausos al dar los primeros pasos hacia el centro del
escenario. Se sentó delante del gran piano de cola y, pasados unos
segundos, empezó a tocar la pieza que cerraría la primera parte del
concierto, que pertenecía al grupo infantil.
Ayer fue 23 de abril y, con el motivo del día del libro, os traigo este extra
muy especial ❤
NARRACIÓN OMNISCIENTE
Vincent Leblanc no perdía la oportunidad de admirarla a la distancia cada
vez que se la encontraba en los pasillos después de clases. Nunca se atrevió
a acercarse a ella ya que, de repente, se volvía tímido y patoso cuando se
encontraba con sus ojos de ese color caramelo tan bonito, como si dos gotas
de miel hubieran caído sobre ellos, a diferencia de los suyos grisáceos,
opacos y sin vida.
Lo intentó alguna que otra vez, pero no conseguía pasar del primer saludo y
cuando Léonore, con esa ternura que la acompañaba, se quedaba callada
para esperar su respuesta, él no sabía qué más decirle, por lo que daba
media vuelta para seguir con su camino y esperar a que otro día llegara al
anochecer para volver a empezar la rutina al día siguiente.
Además de las clases del instituto, también asistía a las del Conservatorio
Nacional de Música donde intentaba perseguir su sueño de convertirse en
un gran pianista. Aquel instrumento era su vida, podía encerrarse durante
horas en su habitación para deleitarse con el sonido que llenaba el espacio.
—Quiero que sepas algo —empezó a decir, nervioso. Quería pensar que
Léonore sentía lo mismo, que conocía lo que escondía su mirada, que el
brillo que descansaba en sus ojos lo estaba provocando él y nadie más. Giró
la cabeza hacia ella y se atrevió a adentrarse de nuevo en ese dulce color,
sin embargo, se quedó callado, no había encontrado las palabras adecuadas
por dónde podía empezar.
—Dime que no tengo nada entre los dientes —dijo ella buscando aligerar la
tensión. Por lo visto, lo consiguió pues su compañero dejó escapar una
pequeña sonrisa mientras negaba con la cabeza.
No se lo pensó dos veces cuando acercó sus labios y dejó que el cúmulo de
emociones explotara por fin. Meses guardando esas ganas que no dejaban
de consumirlo y, por fin, podía permitirse saborearla, adentrar su lengua
para que empezara a jugar con la de ella.
Y, ahí, con aquel cálido atardecer de fondo, se dieron el primer beso que
pronto se convirtió en un segundo, también en un tercero, continuaron hasta
que ellos mismos se obligaron a parar.
El amor que habitaba entre Léonore y Vincent era puro, tierno. Un par de
adolescentes que se enamoraron de la forma más cariñosa posible e hicieron
que sus vidas se unieran hasta llegar a formar una familia. Una familia que,
en 1988, se amplió con un pequeño miembro al cual llamaron Marcel y
cuatro años más tarde, en la madrugada del 29 de junio, llegó la pequeña
Adèle.
Lo más curioso de todo era que, con el segundo embarazo, le dijeron que
iba a ser otro niño, que Marcel iba a tener un hermanito. La sorpresa que se
llevó la madre cuando colocaron al pequeño bebé sobre su pecho y
descubrió que se trataba de una dulce niña cuya voz se oyó desde el primer
instante. La muy traviesa se escondió de tal manera que el médico no logró
identificar su sexo.
—Verás, hijo, ha habido una confusión. —No sabía qué palabras utilizar
para que lo entendiera—. ¿Te acuerdas cuándo veías a mamá con la barriga
grande? —Vio como asentía con la cabeza—. Se estaba escondiendo y
pensábamos que era un niño, pero ahora, que tu madre ya tiene a tu
hermana en tus brazos, hemos visto que es una dulce niña a quien vas a
querer mucho, ¿verdad?
NARRACIÓN OMNISCIENTE
Tanto Adèle como Iván, quien sujetaba la mano de su mujer sin perder
ningún detalle, dejaron escapar una sonrisa incrédula a la vez que sentían
sus cuerpos hincharse de alegría. Jamás se imaginaron que vivirían aquel
momento, rodeados de felicidad, al darse cuenta de que formarían, en unos
meses, una bonita familia de cuatro integrantes.
Con los recién nacidos en los brazos de cada uno de sus padres decidieron
que había llegado el momento de darles el nombre que, durante meses,
habían estado hablando.
Los mellizos ya contaban con dos años de edad y el mayor, Damián, estaba
tratando de dar sus primeros pasos para llegar hasta los brazos de su padre,
quien los iba retrocediendo poco a poco.
—Pensaba que nunca se dormirían —murmuró Iván muy cerca del cuello
de su mujer, después de que hubiera colocado sus piernas sobre su regazo
—. Daría mi vida por ellos, pero ¿la tranquilidad que se respira cuando se
duermen?
La pianista cerró los ojos al sentir la caricia de sus labios sobre su piel y no
pudo resistirse a acurrucarse un poquito más cerca de él.
—Jamás se me ocurriría.
No era mi intención hacerlo largo, así que espero que os haya gustado
• Sobre Bellator, siento muchísimo las vueltas que estoy dando con esta
historia, pero al tratarse de una precuela y ahora que no estoy conforme con
la versión actual de Eufonía y Disonancia... Bellator seguirá en pausa hasta
que ordene mi cabeza de nuevo.
Para cualquier novedad, os dejo mi Instagram: anauntila, porque 2023 se
viene cargadito y Aurora no pasará desapercibida.