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Disonancia (Cenizas #2) ✔ by anauntila

Category: Romance
Genre: 18años, amor, erotismo, erótica, ficción, mafia, pasión, pianista,
piano, romance, wattpad
Language: Español
Status: Completed
Published: 2020-10-26
Updated: 2022-12-24
Packaged: 2023-02-01 21:15:34
Chapters: 58
Words: 221,763
Publisher: www.wattpad.com
Summary: DUOLOGÍA CENIZAS - Libro II (completa). Siete meses han
pasado y lo que creían vuelto cenizas, ha conseguido resurgir gracias a una
chispa que no pensaron que se activaría. La pasión y la tensión sexual
determinará un antes y un después en las vidas de Adèle Leblanc e Iván
Otálora. Un reencuentro que no estuvo en sus planes, pues se prometieron
con la mirada no volver a verse, sin embargo, el destino volverá a hacer de
las suyas juntándolos en el lugar menos esperado. Esta vez, todo será más
intenso, más potente, con los sentimientos a flor de piel pues el rencor, el
resentimiento y el desconsuelo no han desaparecido. Nuevas consecuencias
aparecerán después del cara a cara y lo que creían que se había extinguido,
volverá a encenderse para arrasar con todo. ¿Podrán hacerle frente y ser
capaces de superar los obstáculos y los problemas que quedaron pendientes
o dejarán que el fuego los consuma por separado? _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ ADVERTENCIA Contenido adulto
(+18). Escenas sexuales explícitas, consumo de drogas, lenguaje soez. Se
trata de un primer borrador. Fecha de publicación: 19 de junio del 2021
Fecha de finalización: (en proceso) Copyright © Todos los derechos
reservados. Anastasia Untila, 2021
Language: Español
Read Count: 3,568,783
ANTES DE LEER

¡Bienvenidos y bienvenidas! 

Antes de que te sumerjas en esta apasionante historia, te advierto que no


entenderás nada si antes no lees la primera parte de la duología Cenizas. 

EUFONÍA (primer libro). Se encuentra disponible en mi perfil y se


recomienda leerlo si quieres enterarte bien de cuál ha sido el drama y por
qué hay segundo libro. 

DISONANCIA (segundo libro). Fecha de estreno: 19/06/2021

***

Una vez aclarado ese punto, pasemos a las advertencias:


1. Al igual que el primer libro, Disonancia  contiene escenas de alto
contenido sexual detallado de manera explícita, así como el uso de lenguaje
soez y escenas fuertes e intensas. Está clasificado para mayores de 18 años,
así que no me hago responsable si decides leerlo. 

2. Se trata de un borrador, la historia se corregirá una vez esté finalizada. 

3. Habrán actitudes tóxicas, posesivas, egoístas y manipuladoras (no


solamente hablo de los protagonistas). Con este libro no busco crear
enseñanzas, tan solo escribo y ya, siempre teniendo en cuenta cómo son mis
personajes. 

Si llega una escena que no te gusta o simplemente ves que para ti carece de
sentido, te pido que no des una opinión destructiva, nadie ha nacido
sabiendo escribir y yo no soy una profesional en este entorno.

Las opiniones que sean con respeto.

* * * 

Está novela está protegida bajo los derechos de autor. Queda totalmente
prohibida la reproducción, manipulación y alteración total y/o parcial,
realización de obras derivadas o nuevas obras que incluyan parte de su
contenido, en cualquier forma o por cualquier medio sin el permiso previo y
por escrito del autor de la obra.

Copyright © Todos los derechos reservados. Anastasia Untila, 2021.


BOOKTRAILER

Aquí os traigo el booktrailer oficial de Disonancia para que os hagáis una


idea de todo lo que se vendrá en este libro que es la segunda y última parte
de la historia de Adèle e Iván.

También aclaro que el booktrailer está hecho por mí (el logo que aparece al
inicio es mío).

Sin nada más que añadir, me despido y ya nos veremos el 19 de junio con el
primer capítulo.

https://www.youtube.com/watch?v=up6MS3mHdBA

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Prefacio

Disonancia: sonido que resulta poco agradable. Los intervalos disonantes


no respetan las reglas de la armonía. Es un sonido que provoca tensión en
el oído.

***

La imponente rosa yace quieta sobre la verde superficie demostrando así,


poseer una total serenidad ante la intranquila pradera.

A pesar de sus pétalos ostentar la más infinita delicadeza como también


dominar la completa elegancia, demuestra saber actuar ante una posible
amenaza.

Manchado de carmín quedará aquel que ose pensar en aniquilarla, aquel que
intente destrozarla sin miramiento, puesto que ella se defenderá, se
protegerá de sí misma si es preciso ya que no se permitirá acabar, de nuevo,
en la absoluta desdicha.
Tuvo la ocasión, tiempo atrás, de experimentar tal sentimiento,
incapacitando su avidez a seguir contemplando el día a día, aniquilando por
completo su armonía como también su firmeza, imposibilitando volver a
obsequiar su confianza con tanta simpleza.

Es por este mismo motivo que tomó la decisión a no volver saborear tal
sensación en lo que su existencia restaba, creando de esta manera un escudo
que no la hiciera volver a caer en la insufrible tristeza. No permitiría verse
rota de nuevo, no otra vez. 

Adèle Leblanc
Capítulo 1

SUR DE FRANCIA

Adèle
Dejo escapar el humo por la boca mientras acuesto la cabeza sobre el
respaldo del sofá poniéndome un poco más cómoda. No soy capaz de
contener la pequeña risa ni el suspiro que se me escapa. Es de los pocos
momentos durante el día donde logro ser completamente feliz dejando la
mente en blanco por completo.

Me duele recordar lo que sé que nunca podré recuperar y si tengo la opción


de dejar de hacerlo durante algunos minutos, lo voy a aprovechar.

Sin embargo, han pasado siete meses desde lo sucedido y nada parece haber
cambiado, el recuerdo persiste y no sé qué hacer para olvidarlo sin tener
que recurrir a las pastillas.

Mi psicólogo no para de insistir diciendo que tengo que abrirme un poco


más y contar aquello que me atormenta. Lo intenté, pero su método parece
que no está funcionando del todo bien.

Supongo que tendré que ir pidiendo cita con otro psicólogo. Esa es mi
filosofía de vida ahora, cualquier cosa que no me gusta, me deshago de ella
para conseguirme algo mejor. No hay ningún tipo de drama de por medio,
me es indiferente absolutamente todo.

Nadie puede ver lo que hay en mi interior, porque no hay absolutamente


nada.

—Tengo hambre —comenta Félix de la nada y no puedo evitar soltar una


pequeña risa.

Supongo que el efecto del porro está empezando a hacerme efecto. Estoy
relajada y tranquila mientras por mi cabeza no pasan otras imágenes que no
sean divertidas y absurdas.

Durante esas dos semanas después del último adiós y del entierro, me
dediqué a organizar la gira mundial junto a mi representante, el cual no hizo
ninguna pregunta respecto a la repentina decisión. Era mejor así, sin
preguntas, sin nada que me hiciera rememorar esos días los cuales bauticé
como días grises. Yo pedía y él me lo cumplía, así de fácil.
Otras dos semanas más tarde, ya estaba sobrevolando el atlántico rumbo a
América.

Después de otras tantas semanas dando conciertos en cada país


seleccionado, me encontré con Félix en Colombia. Nunca esperé
encontrármelo en ese hotel céntrico de la capital, pero se ve que se
encontraba ahí por un supuesto viaje de negocios. Tampoco hice muchas
preguntas.

—¿La marihuana hace que te entre el hambre? —Pregunta enarcando una


ceja—. Curioso.

—Una hamburguesa doble con extra de queso y pepinillos —me giro hacia
él y puedo ver cómo tiene los ojos cerrados pasándose la lengua por los
labios, visualizando su plato—. Yo lo veo, ¿qué quieres hacer? ¿Vamos a
comer a algún sitio o pedimos que nos lo traigan?

Me lo pienso durante unos segundos mientras suelto el humo por la boca.


Me apetece salir, me apetece que el sol me dé en la cara mientras me paseo
por la calles de Toulouse, una ciudad del sur de Francia.

Además, hace ya tiempo que no corro peligro, Renata logró capturar a


Mónica días antes de que cogiera el primer avión, por lo que ya no estoy
siendo tan vigilada a pesar de que sigo teniendo un guardaespaldas
conmigo, acompañándome cada vez que lo necesito.

Desde ese entonces ya no volví a saber de ella, me llamó para darme la


noticia y ahí se acabó la conversación por mi parte, sin embargo, ella no
dudó en hacerme una última pregunta.

—¿Querrás vengarte? —Preguntó casi en un susurro.

—¿Matarla?

Se quedó callada durante un par de segundos, pero lo confirmó con un leve


sonido. Me quedé en silencio mientras todavía estaba en mi habitación del
apartamento en Barcelona, era de noche y me encontraba totalmente a
oscuras pensando en su petición.
¿Qué sentido tiene quitarle la vida a un criminal y acabar con su castigo
para siempre?

—Déjala que se pudra en la cárcel, aislada y atada sin que tenga ningún tipo
de contacto con el exterior. Matarla sería hacerle un regalo que lo recibiría
encantada.

—Será como digas —contestó de inmediato—. Por cierto...

—Agradezco todo lo que habéis hecho por mí, pero no quiero saber nada,
no lo soportaría —la interrumpí pues me dio esa sensación de que iba a
hablarme de algo que no me apetecía escuchar.

—Lo entiendo —dijo en un tono de voz tranquilo—, sabes que puedes


llamarme para cualquier cosa que necesites.

Esa conversación ocurrió hace meses y ya no volví a saber de ella ni de


nadie de su entorno. Es mejor así, no saber nada, no importarme nada ni
nadie, no dejar que alguien se atreva a derrocar la barrera que construí esa
tarde.

»—Adèle —me llama haciendo que pestañee un par de veces—, atiende


mis necesidades. ¿Vamos o nos quedamos?

—¿Es que conoces algún sitio?

—Tengo esa facilidad —se encoge de hombros, intentando no parecer un


ególatra—. Vamos y después te invitaré a un postre, el más caro y rico que
veas.

—Claro, porque todo corre de mi cuenta.

—Eres asquerosamente millonaria —se levanta colocándose bien los


pantalones—, por 50€ no te vas a morir.

—Y tú un asqueroso aprovechado.

—Pero así me quieres —dice—, vamos, ya te he dicho que me estoy


muriendo de hambre.
Me pasa las llaves sin que me lo llegue a venir, pero a pesar del efecto del
porro, soy capaz de cogerlas en el aire sin que lleguen a tocar el suelo. Lo
miro con mala cara, pero acabo riéndome de nuevo al verle tropezar con
algo y chocándose con el marco de la puerta.

Lo apago en el cenicero y me cuelgo el bolso alrededor del hombro después


de haber metido el móvil en el interior. Cierro la puerta detrás de mí
mientras le digo a Félix que tenga la decencia de esperarme si va a ir a
comer gratis.

Nos montamos en mi Porsche de color negro minutos después. A estas


alturas he pedido que la vigilancia que tenga sea mínima y que yo no la
note, no me apetece tener a alguien siguiéndome las 24h del día cuando no
hay necesidad, al fin y al cabo, Mónica Maldonado está pudriéndose en la
cárcel a tres metros bajo tierra y envuelta en cuatro paredes de hormigón.

Es lo que me dijo la comandante cuando la capturó, que, desde hacía años,


tenía una celda exclusivamente reservada para ella. La celda VIP dijo.

—¿Dónde vamos? —Pregunto, encendiendo el motor.

Varias miradas se posan en nosotros cuando avanzamos por la ciudad lo que


hace que me sienta bien con eso. Necesito llamar la atención, que noten que
estoy aquí, que vean que me estoy comportando como si estuviera segura de
mí misma.

—No lo sé, tú eres la francesa y estamos en Toulouse.

Enarco las cejas.

—¿No dijiste que sabías de algún sitio? Félix, haz el favor de centrarte.

—Pero vamos a ver, sigues siendo tú la francesa, no yo, se supone que


estamos en tus tierras.

—Nací en Paris, gran estúpido, ¿qué tendrá eso que ver?

—Algo tendrá que ver —se limita a contestar, repitiendo mis palabras—.
Me apetece algo ligero, ya sabes, la dieta, no me puedo permitir nada
grasiento ni alto en calorías, los carbohidratos los justos.

—Ya te he dicho que me apetece una hamburguesa.

Me giro hacia un él durante un momento y veo como traga saliva.

—¿Esta es la clase de amistad que vas a ofrecerme? ¿Yo diciéndote que


estoy a dieta y tú dándome ganas de una rica hamburguesa con su carne
grasienta y apetecible, con extra de queso y pepinillos?

—O lo tomas o lo dejas —vuelvo a concentrarme en las calles de la ciudad


—. Es lo único que puedo ofrecerte, amor.

Le oigo resoplar y dejo escapar una pequeña sonrisa torcida dándome


cuenta de que se acaba de rendir.

—Qué cojones —dice, decepcionado—, estamos en el sur de Francia, a


tomar por el culo la dieta.

—Mañana la retomas.

—¿Por qué lo dices?

—Es lunes, ¿no?

Pasan unos pocos segundos cuando le oigo exclamar de manera efusiva,


acordándose de algo. Le reprendo con la mirada cuando hace el ademan de
tocarme el brazo, pero no parece darse cuenta del gesto pues su cara de
sorpresa es evidente.

—Mañana tienes el concierto, Dios, se me había olvidado por completo y


eso que soy tu invitado especial.

—¿Esta es la clase de amistad que piensas ofrecerme?

—No uses mis palabras en mi contra.

Hace que me ría de nuevo pues se comporta como si fuera un niño pequeño,
sin embargo, lo agradezco, no necesito nada más, no necesito a nadie que
no deje de atosigarme a preguntas, preocupándose cada dos por tres por
cómo estoy, no quiero que se comporten a mi alrededor como si estuviera
hecha de cristal.

Me alejé de todo el mundo, no he vuelto a hablar con mi familia desde


entonces, con Élise mucho menos. Con el paso de los días analicé mejor lo
que me dijo y no dudó en culparme de absolutamente todo, a pesar de eso,
la entendí y la comprendí perfectamente, fue demasiada información de
golpe que no pudo procesar y por consecuente, me atribuyó a mí la culpa de
la muerte de su hija y su marido.

A veces pienso que de verdad todo fue mi culpa, que nunca tuve que
haberme ido con Rodrigo aquella noche.

Niego levemente con la cabeza, eso es el pasado, un pasado el cual necesito


que esté enterrado bajo cenizas. No me interesa volver a él, no quiero que
mi cabeza retroceda el tiempo atrás y después despertarme y ver que todo
sigue tal cuál está.

Estoy bien así, o por lo menos, eso es lo que intento. Sin sentir, sin dejar
que nadie más acceda a mi corazón el cual ahora mismo se encuentra
congelado.

—Voy a usar lo que me dé la gana que por algo existe la libertad de


expresión —digo.

—Olvídalo, esta es la clase de amistad que quiero.

—Eso pensaba.

Suelta una pequeña risita y veo como se ha adjudicado la misión de


empezar a buscar una canción para animar el ambiente.

En menos de quince minutos, ya nos encontramos en el interior del bar, un


entorno industrial conservando un ambiente agradable.

Decidimos sentarnos en la barra, cada uno en un taburete alto. Después de


haber pedido las hamburguesas, Félix empieza a parlotear sobre lo que se
está viendo en la pequeña televisión que está colocado en la esquina.

—Mira, no entenderé el francés —empieza a decir—, pero esa crema no


quita las arrugas, todo es un engaño. Photoshop está hecho para aumentar
los complejos que ya sabemos que tenemos.

—Tú no tienes arrugas.

—Pero las tendré algún día y hay que estar preparado, la belleza se acaba y
tengo que encontrar aquella crema que me mantenga así un poquito más.

—¿Para contentar a los demás?

Me mira abriendo los ojos.

—No digas tonterías, cielo —niega con la cabeza y hace un sonido con la
lengua—, la opinión de los demás me resbala tres cojones y medio, la
prioridad es mi felicidad y yo soy feliz viéndome divino de la muerte.

Sonrío ante sus respuestas mientras apoyo el codo sobre la mesa juntamente
con la cabeza sobre la palma de la mano. Me concentro en Félix, sin prestar
atención a todo lo que se encuentra tras mi espalda.

—Me pregunto qué harás cuando no encuentres ninguna crema milagrosa


que te ayude —digo indiferente.

—Ya —responde al cabo de unos segundos para quedarse callado.

Cierro por un momento los ojos esperando a que siga hablando como
usualmente hace, pero su silencio hace que los vuelva a abrir, viéndole. Ha
puesto su mirada en mí, rápidamente mostrándome una pequeña sonrisa.
Frunzo el ceño ante su gesto.

—¿Qué te pasa?

—Nada, tengo hambre —niega con la cabeza—, soy impaciente para estas
cosas.
Sin darse cuenta, vuelve a mirar sobre mi hombro, levantando levemente la
cabeza. Es entonces cuando decido girarme y sin mostrar ninguna emoción,
la imagen de Iván aparece en la televisión. El volumen no está alto y
juntamente con el jaleo del bar, no se puede oír del todo bien.

»—Podría pedirle que...

Niego con la cabeza sin dejar de mirar la pantalla, su apariencia es la


misma, no ha cambiado en lo absoluto, sigue llevando su esencia tanto en
su forma de vestir como en su actitud, sin embargo, soy capaz de percibir
algo en su mirada, aunque se trate de algo mínimo.

Me fijo en el canal, se trate de uno francés, nacional y dudo mucho que la


entrevista la esté haciendo en inglés, ¿estará hablando en francés?

El sonido del plato colocado en la barra hace que parpadee un par de veces,
despertándome. Me recoloco sobre el taburete mirando la hamburguesa
frente a mí.

»—¿Estás bien?

—¿Por qué no iba a estarlo?

Agarro la hamburguesa con ambas manos y le doy un mordisco.

—Pensaba que era uno de los temas prohibidos —sigue diciendo mientras
da un mordisco a la suya—. Oh, por Dios bendito, después le daré un
aplauso al chef porque está exquisita.

Ese mismo día que me encontré con Félix en Colombia dejó que hablara
durante horas, él no dijo nada mientras me escuchaba, permitiendo que me
desahogara. Le conté absolutamente todo, desde el momento que me dio la
jeringuilla para amortiguar el dolor de muñeca que tenía hasta que me
levanté ese día en mi apartamento después de que Mónica me tuviera
secuestrada durante cinco días.

Ese día también me quedé seca de tanto llorar. "Cuando el cuerpo te pide
llorar, hazlo, no escondas esas lágrimas. Llorar está bien". Me dijo.
—Ya sabes cuáles son —me limito a decir.

—¿Tu ex no entra en esa lista?

—No me duele hablar sobre él.

—¿Y qué te duele, exactamente?

—Félix —advierto, girando la cabeza hacia él—, no hagas que me levante y


me vaya. No me apetece hablar sobre esto ahora.

—Tranquila —responde—, no quería agobiarte, simplemente... han


pasado... —no sabe cómo continuar la oración—. Han pasado meses,
Adèle, tienes que ordenar tu vida, estabilizarla.

—Mi vida me gusta tal cual está, no me hace falta nada más.

—Te equivocas —contesta rápidamente—, pero está bien, no te voy a


presionar más con eso, todo llegará a su momento. Cambiemos de tema —
se aclara la garganta y aprovecho para dar otro mordisco, llevándome una
patata frita también a la boca—, si no te duele hablar sobre el sexy de tu ex,
dime, ¿todavía sientes cositas por él?

Félix y sus malditas preguntas.

Me lo pienso durante unos segundos. ¿Sentir el qué, exactamente? ¿Amor?


Ese sentimiento ya no tiene cabida ni en mi corazón ni en mi cabeza. No
niego que lo quise, que sentí algo muy profundo por él, pero así como ese
sentimiento llegó, desapareció al cabo de un tiempo.

—No siento nada.

—¿Estás segura?

—¿Por qué quieres tanto saberlo?

—Si no sientes nada... —juega con una patata, paseándola sobre su labio—,
¿tampoco celos?
—¿Celos?

—Mírale —inclina su cabeza hacia arriba, directamente hacia el televisor,


lo que hace que vuelva a mirar a la pantalla—. Más temprano que tarde,
aparecerá en alguna portada de revista agarrado de alguna mujer
anunciando su relación.

—Que la anuncie —me encojo de hombros—. Además, ¿por qué debería


sentir celos?

—Porque lo amas.

Me quedo en silencio durante unos segundos.

—Eso ha sonado demasiado cursi de tu parte, así que haz el favor de


callarte.

—Mhm, no lo has negado.

Vuelvo a mirarle.

—Le quise —respondo—, y sentí algo muy fuerte por él, pero eso se ha
acabado, no está en mis planes buscarle, tampoco llamarle, me alegraré
cuando vea que está rehaciendo su vida ya que nunca fue mi intención que
me esperara.

—¿Por eso le dijiste todo lo que le dijiste?

—¿A qué te refieres?

—Lo culpaste y ojo que no te estoy juzgando, simplemente creo que se lo


dijiste para que no te esperara, al fin y al cabo, lo que necesitabas era
alejarte de todo el mundo.

Vuelvo a mirar la pantalla observando sus gestos a la hora de hablar.

Me centro en Félix de nuevo.


—Ese día ni siquiera pensé lo que dije, algunas cosas de las que mencioné
eran ciertas, pero otras... no. ¿Qué queríais que dijera? Me rompí, llegué a
un punto donde simplemente no pude más.

—Si yo hubiera estado en tu lugar, me hubiera tirado de un ático, todo lo


que sucedió... todo lo que viste y sentiste... fue mucho.

—No culpo a Iván, no después de todo lo que hizo por mí, pero no quiero
volver con él, no quiero volver a entrar en una vida donde me sienta
amenazada debido a su pasado. La mayoría de las cosas que Mónica hizo
fue en rencor hacia Renata.

Se limpia la comisura de los labios con la servilleta.

—Yo tan solo quiero que seas feliz y te sientas en paz contigo misma, pero
para eso debes cambiar algunas cosas de tu vida.

—Te he dicho que estoy bien así, no vuelvas a insistir con el mismo tema
una y otra vez.

Le oigo resoplar de manera leve porque sabe que no podrá convencerme.


Tampoco quiero que lo haga.

—Bueno —dice un instante después—, ya llegará la hora, solo hay que ser
pacientes. ¿Estás nerviosa por el concierto de mañana? —Cambia de tema.

—Normal —me encojo de hombros—. Será otro concierto más.

Horas más tarde, me encuentro recostaba en mi habitación con una película


sonando de fondo. Ni siquiera le estoy prestando atención, tan solo sé que
necesito estar a oscuras viendo una pantalla iluminada para que, poco a
poco, pueda empezar a sentir el cansancio en los párpados.

Hago el esfuerzo de no tomarme otra pastilla para dormir, pero sé que no


servirá de nada porque no soy capaz de dormir por mi propia cuenta.

Miro la hora. Son las 2 de la mañana y todavía sigo aquí, con los ojos
abiertos.
Lo malo de todo esto es que mañana tengo que levantarme temprano para ir
a hacer otro ensayo general junto a la orquesta para después prepararme. Se
trata de otro concierto para no sé qué acto social, tampoco le presté mucha
atención a Rafael cuando me lo explicó.

El concierto será aquí en Toulouse y la siguiente ciudad será la que esté


programada en la agenda, tampoco recuerdo de cuál se trata. Durante estos
meses, he estado funcionando en modo automático.

Le pedí a Rafael una gira mundial y la estoy haciendo junto a todo lo que
conlleva, ya sea entrevistas, firmas, hablar con los periodistas y encuentros
sociales. La estoy haciendo porque me permite desconectar ya que me
encierro en mi propia burbuja y dejo que el día pase hasta que se hace de
noche y vuelta a empezar.

Agarro el móvil que se encuentra en la mesita de noche y lo desbloqueo.


Entro en el calendario donde Rafael programa absolutamente todo en
referente a la gira y me fijo en la siguiente ciudad donde tendré el próximo
concierto la siguiente semana.

Frunzo un poco el ceño al darme cuenta de que se trata de Madrid. Me irgo


aun manteniéndome sentada sobre el colchón.

No estaba en mis planes volver a España, por lo menos, no tan pronto. No


he vuelto a pisar ese país desde que me fui. 

***

Me coloco el auricular en la oreja teniendo a mi representante en llamada.

—Te lo especifiqué y te lo dejé bien claro —empiezo a decir mientras dejo


que me retoquen el maquillaje. Tan solo falta una hora para el concierto—.
No quería ningún concierto programado para ninguna ciudad en España.

—¿No te acuerdas? —Me pregunta Rafael.

—¿Acordarme de qu...
—Antes de empezar la gira, hace meses, te dije que hubo un cambio de
última hora, el concierto que estaba programado para Lisboa finalmente se
anuló y para no perder el itinerario, fue reemplazado por Madrid, me dijiste
que te parecía bien.

—En ningún momento lo confirmé.

—Te pasé el calendario con las fechas, las ciudades y los días de ensayo y
me diste el visto bueno, ¿sigues sin acordarte? ¿Te enseño el documento
firmado?

Me quedo callada mientras dejo escapar un leve suspiro. Me acuerdo de que


me entregó el documento, pero no logro recordar los detalles de los
conciertos ni de las ciudades. Si firmé conforme estaba de acuerdo con la
planificación es que ese día no estaba plenamente consciente.

Tengo vagos recuerdos de los primeros días antes de la gira, la mayoría del
día iba prácticamente ida de todas las pastillas que consumía durante la
semana.

»—Te volveré a enviar el correo con toda la información referente a ese


concierto, ¿vale?

—¿Cuántos días nos quedaremos ahí?

—Cuatro.

—¿Y luego?

—Madrid es la última parada Adèle, después del concierto tienes


programada una entrevista con un programa importante y un encuentro
social con varios músicos de la industria —hace una pausa—. Después
tienes unas cuantas semanas de vacaciones, te las mereces, has hecho un
trabajo increíble.

—No —respondo rápidamente—. Necesito seguir tocando. ¿No hay nada


más?
—Adèle —su tono de voz luce preocupado—, llevas poco más de seis
meses tocando sin parar y viajando de ciudad en ciudad, necesitas
descansar. Cualquier tipo de artista tiene que tomarse un tiempo después de
una jornada tan larga.

—Yo no soy cualquier artista.

—No seas testaruda, por favor, no te digo que dejes de tocar, simplemente
tómatelo con más calma, ¿no tienes ganas de volver a Barcelona? Me dijiste
que estabas en un proyecto, puedes centrarte en eso. Con esta gira has
ganado lo suficiente para no volver a trabajar en un par de años —intenta
bromear—. Te tengo que colgar, tengo una llamada importante que atender,
llámame si necesitas cualquier cosa.

Cuelga un segundo después, por lo que me saco el auricular dejándolo sobre


la mesa. Me miro en el espejo que tengo en frente viendo como acaban por
dejarme preparada y lista para salir al escenario. El maquillaje es sutil, pero
elegante, concentrando toda la atención en los ojos.

Me han dejado el pelo complemente liso, teniendo la parte derecha por


detrás de la oreja, mientras que el vestuario es negro, un traje de dos piezas
dejando ver algo de escote con la espalda completamente tapada.

Las cicatrices fueron visibles durante bastante tiempo hasta que decidí
taparlas con un tatuaje que reflejara cómo me estoy sintiendo ahora mismo.
Un tatuaje grande, que abarca casi la totalidad de la espalda. No dejo que
me lo vean salvo que ya no tenga más remedio que enseñarlo.

Además, estamos a principios de abril con el inicio del calor a la vuelta de


la esquina. Evito decir que me he tatuado por las preguntas que me puedan
hacer, aunque de igual manera no las iba a responder, me incomoda
escucharlas.

La maquilladora me da el último retoque para después despedirse con una


sonrisa. Me quedo sentada delante del espejo, viéndome reflejada en él.

Estoy impecable, parezco una maldita muñeca de porcelana, inalcanzable


para muchos, aunque por dentro esté rota.
Como una rosa marchita. Una rosa negra.

Me quedo esperando en la silla hasta que, de un momento a otro, alguien


me avisa que ya se encuentra todo listo, que los músicos están colocados en
sus correspondientes lugares. Me levanto y empiezo a caminar detrás de él.

—Falta la pianista y el director de orquesta —habla a través del auricular


que tiene en la oreja—. Dos minutos y arrancamos.

El concierto tendrá una hora y media de duración donde tocaré algunas


piezas de los músicas clásicos de la historia y finalizaré con una pieza
original, compuesta por mí desde hace semanas.

Una pieza que nació durante una madrugada en la cual no podía dormir, ni
siquiera apunté las notas durante esa noche, en el momento que me senté en
la banqueta frente al teclado, mis manos empezaron a moverse solas.

La titulé días más tarde como "Cenizas". Plagada de melancolía, tristeza y


pesar. No es complicada a nivel técnico, pero el sentimiento que posee junto
a la variabilidad en el tono, hace que la sientas bajo la piel sin olvidar el
acompañamiento de la gran orquesta. Será todo un espectáculo digno de
ver.  

https://www.youtube.com/watch?v=JgiLIFjO4Ng

Saludo a unos cuantos músicos para después sentarme frente al piano el


cual está situado en primera fila junto al director. Acaricio la tapa con las
yemas de los dedos y la levanto para dejar al descubierto las 88 teclas.

Pasan unos cuantos minutos cuando observo el telón empezar a subir


dejando ver al público envuelto en una leve oscuridad debido a la tenue
iluminación del auditorio.

De pronto, soy capaz de apreciar unos ojos, que por más que quisiera, no
sería capaz de olvidarlos. Me quedo muy quieta en mi lugar mientras
intento distinguir su rostro.

No.
Cierro la mirada durante unos pocos segundos mientras me concentro en el
piano, aprieto las manos sobre mi regazo, tratando de calmarme.

No está aquí, tan solo se trata de mi imaginación, está muerta. Vuelvo a


mirar hacia el público y esta vez, en el sitio donde se supone que estaba
Jolie sentada, se encuentra una niña algo más mayor diciéndole algo en el
oído de su madre.

Trato de dejar escapar el aire de manera disimulada mientras muevo el


cuerpo, enderezando la espalda para colocar tanto las manos y los pies en su
correcta posición.

Ellos no están, nunca más me verán en ningún concierto y es algo de lo que


tengo que empezar a mentalizarme.

Empiezo a tocar las notas siguiendo la batuta del director, encerrándome de


nuevo, en mi burbuja. 

Oficialmente Adèle e Iván están de vuelta y con este libro, daremos un final
a su historia *se va a llorar de solo pensarlo* 

No tenía pensado subirlo hoy, pero5 mil estrellitas  y cuelgo el capítulo 2

Vamos que se puedeeeee

(pd. sabéis que no pido una cantidad de votos para actualizar, pero al ser
una mini maratón el mismo día, es para saber que la mayoría ha leído). 

(pd2. a pesar de que diga que es una composición original de Adèle, el


video que aparece en el capítulo no es mío ni nada por el estilo. Tan solo
sirve para que escuchéis una pieza lo más parecida posible a como
sonaba en mi cabeza). 
Capítulo 2

PHÉNIX
Iván

Envuelvo la toalla alrededor de la cadera mientras dejo escapar el aire por la


nariz. Me miro en el espejo durante unos segundos después de haberlo
limpiado levemente con la mano. Niego con la cabeza y salgo del cuarto de
baño para dirigirme al armario a ponerme un chándal cualquiera.

Lo cierto es que desde hace meses han dejado de apetecerme muchas cosas.
No recuerdo la última vez que me levanté con buen humor.

A los pocos segundos aparece Phénix por la puerta, entrando en la


habitación y colocándose directamente a mi lado, obediente. Le acaricio la
cabeza sin dejar de mirarle y le dedico una leve sonrisa. Unos días después
de que me enterara que ella se había ido de España, apareció este dóberman
de color negro a mi vida, regalo de unos amigos de Fran, el hermano de
Almudena.

Desde entonces, han pasado siete meses y lo he educado desde cachorro,


por lo que tan solo responde a mis órdenes y se muestra desconfiado ante
extraños.

En siete meses podrían haber pasado muchas cosas, sin embargo, mi vida ha
continuado cómo había sido antes de conocerla, sin ataduras, sin nada a lo
que aferrarme, sin temor a que mi corazón se vuelva débil.

Me paso una camiseta negra por encima y no cojo nada más excepto las
llaves de casa y la correa para Phénix, que se le puede observar el
entusiasmo en la mirada al saber que vamos a salir a correr a fuera.

Una vez en la calle, a pesar de que lleve la correa, no lo ato, lo dejo suelto
mientras empiezo a caminar por las calles con él a mi lado hasta que
llegamos al paseo marítimo de Barcelona.

Empiezo a trotar y le doy la instrucción de que se mantenga a mi lado, sin


adelantarme.

Es el único momento de la mañana donde me permito dejar la mente en


blanco, sin pensar en la empresa, ni en los diversos problemas, ni en mi
vida, ni en... ella.

Adèle Leblanc me sigue doliendo desde el primer día, sin embargo, he


aprendido a dejar de echarla de menos. No quiero echar de menos a alguien
que sé que nunca más volverá, porque sus palabras se siguen manteniendo
firmes en mi cabeza.

"No me vuelvas a buscar, no intentes ponerte en contacto conmigo porque


no te voy a responder".

Por lo menos esta promesa no la he roto y tampoco tengo pensado hacerlo.

Sigo corriendo sin detenerme, incluso tampoco me doy cuenta de que he


incrementado un poco más la velocidad, Phénix tampoco tiene problema en
seguirme por lo que seguimos avanzando hasta que decido bajar hasta la
playa.

Se encuentran muy pocas personas, algunas están corriendo, también hay


quiénes se han puesto a pescar y otras simplemente se han sentado sobre la
toalla en la arena, contemplando cómo el día está iniciando su curso.

Me detengo frente al mar, a unos pocos metros del agua y observo cómo
otro perro está intentando acercarse. El mío se mantiene quieto, pero en una
postura rígida, de alerta, sin embargo, noto su intención de querer
aproximarse.

—Quieto.

Con esa simple palabra, su postura ha cambiado a una sentada. El dueño del
perro me dedica una mirada para después tirar de la correa y empezar a
caminar en dirección contraria.

Me siento sobre la arena pasados unos segundos y dejo que Phénix corra
libre por la zona después de ordenarle otra instrucción.

Cuando lo vi por primera vez y supe que me lo llevaría conmigo, no tarde


ni un minuto en pensar en el nombre.

—¿Iván?
Me giro hacia la dueña de esa voz que cada vez, está siéndome más
familiar. Se trata de la hermana gemela de Paulina, Sofía. También va
vestida con ropa de deporte, así que supongo que también ha salido a correr.

—Hola.

—Te he visto a lo lejos, ¿qué tal estás? —Pregunta sentándose a mi lado


con los codos apoyados sobre las rodillas.

Me fijo en el dóberman quién ha dejado de jugar con el agua para clavar su


mirada en nosotros. Empieza a acercarse a paso acelerado hasta que se
detiene a mi lado.

—Estoy bien —me encojo de hombros, restándole importancia—, en un


rato tendré que irme a casa, tengo que cambiarme e ir a trabajar.

—Siempre pensando en trabajo —se ríe—. ¿No haces nada más divertido
aparte de reuniones y viajes de negocios?

Sofía Santos es abogada y una experta en relaciones públicas, por lo que es


la más indicada a la hora de resolver las mierdas de los inútiles que no
saben gestionar su vida ni su imagen pública, además sigue en su puesto
como directora en la empresa.

A pesar de que lleva trabajando en ARSAQ desde hace un tiempo, durante


estos meses hemos ido hablando más.

—¿El sexo cuenta?

Deja escapar una risa divertida mientras intenta acercar una mano para
acariciar a Phénix, sin embargo, el perro se aleja un par de pasos hacia
atrás, escondiéndose tras mi espalda.

—No lo sé, dime tú, ¿te lo pasas bien conmigo?

Me quedo pensando durante un par de segundos mientras le muestro una


sonrisa torcida. Follar con ella no está mal, sexo casual y pasajero
considerado una medida antiestrés. No hay sentimientos de por medio, se lo
dejé claro la primera vez que nos acostamos meses atrás.
Fuera de eso, me gusta su compañía, no es insoportable y parece entender
cuando necesito estar solo sin que nadie me atosigue, además de que no
hace demasiadas preguntas, lo último que me faltaría ahora es verme en la
obligación de responder cuando no quiero hacerlo.

—Si no me lo pasara bien contigo, no estaría pensando en las ganas que


tengo de follarte cada vez que apareces.

—Tiene usted una labia muy poética, señor Otálora.

Me quedo en silencio ante su respuesta, pero no cambio la expresión en mi


cara. ¿Cuándo es que dejaré de recordarla ante cada cosa que escucho?

—Años de experiencia —murmuro mientras me levanto para darle la mano


a Sofía—. ¿Sexo mañanero antes de ir a trabajar?

Me acepta la mano, levantándose de la arena y se pega a mi cuerpo pasando


un brazo por encima de mis hombros mientras acerca sus labios a los míos.

—¿Cuándo entenderás que tienes que dejar de preguntarme?

Me besa de nuevo y puedo notar su sonrisa cuando tira de mi labio inferior


con los dientes. En realidad, no se trataba de una pregunta donde la
respuesta tuviera que ser negativa o positiva.

Noto la caricia de Phénix sobre mi pierna tratando de imponer fuerza sin


dejar de soltar gruñidos bajos. Quiere irse. Al cabo de unos segundos, Sofía
se aparta, dando un par de pasos hacia atrás sin dejar de mirar al doberman
negro.

—Nunca le caeré bien, ¿verdad? —Intenta bromear. Su pelo corto y rubio,


cae despreocupado por sus hombros.

—No es por ti, le cae mal todo el mundo, tampoco le des mucha
importancia.

—Mientras no me muerda o algo por el estilo... —empieza a decir—, ya


sabes que esta clase de perros pueden ser impulsivos.
Le acaricio la cabeza a Phénix mientras pienso en sus palabras. ¿Acaba de
decir impulsivo?

—Aunque los dobermans sean considerados de raza peligrosa, no lo son,


todo depende de la educación que hayan recibido y te puedo asegurar que
este perro no se moverá de su posición aunque se encuentre en una
situación crítica. Siempre espera mis órdenes.

—Bueno, nunca sabes lo que podría llegar a pasar —se cruza de brazos—,
aunque si crees que lo tienes controlado, está bien, no me queda otra que
confiar en ti —sonríe de nuevo.

—No te confundas —empiezo a decir mientras voy haciendo pequeños


pasos hasta salir de la playa—. Nunca te dije que era de fiar.

—Ya lo sé, cabezón —se vuelve a reír y se coloca a mi lado—, pero de


todas maneras, transmites confianza. ¿Nos vemos en la empresa? —
Pregunta mirando el reloj de su pantalla—. Me ha surgido un imprevisto
que tengo que resolver.

—Claro.

—Ya nos veremos entonces, adiós —empieza a caminar de manera


apresurada hacia la otra dirección—. Adiós Phénix.

Tan solo recibe un ladrido en respuesta. Me quedo quieto en mi posición


mientras la observo marchar. Esos leggings apretados le quedan fenomenal
pues le marcan los glúteos de una manera estupenda.

No hay nada mejor que el sexo casual y sin sentimientos, de esta manera me
evito dolores de cabeza.

***

Normalmente cuando sé que no me voy a mover de mi despacho ya sea por


la cantidad de trabajo acumulado, Phénix suele venir conmigo y se queda
quieto a mi lado hasta que nos tenemos que ir, sin embargo, hoy me toca
estar paseándome por todo el edificio para comprobar diferentes proyectos
en marcha, además de las tres reuniones programadas para más tarde.

Suelto un suspiro mientras me masajeo la puente de la nariz esperando a


que el semáforo se ponga en verde. Otro día más, otro día siguiendo la
rutina trabajando en la empresa para llegar a casa, dormir y vuelta a
empezar. A veces me pregunto si acabaré siendo un gilipollas amargado al
estar tan enfocado en el trabajo, dejando todo lo demás a un lado, pero
después recuerdo que estar todo el día en ARSAQ me mantiene distraído.

Acelero cuando el semáforo cambia de color y me concentro en la carretera.


Después del encuentro con Sofía, me fui directamente a casa para tomarme
otra ducha, vestirme y salir subido en el Ferrari, dejando a Phénix en el
penthouse.

Pocas veces se suele quedar solo, pero cuando lo hace, se porta bien
después de que le enseñara que no podía estar rompiendo todo lo que se le
daba la gana.

Con una mano en el volante y la otra descansando sobre el reposabrazos,


continuo calle abajo, dándome cuenta de que pasaré al lado de Plaza
Cataluña, la misma plaza donde vi por primera vez a la pianista haciendo
magia en el instrumento.

Un par de semanas más y habrá pasado un año desde aquello.

Parece mentira que hayan pasado tantas cosas en tan solo un año, desde el
viaje a Ibiza, todos los encuentros que tuvimos, el poemario que le regalé
por su cumpleaños, cuando me di cuenta de que ella sería la única mujer
para mí, la violación, el secuestro, la muerte de su sobrina y su hermano y
ella desapareciendo de mi vida.

Adèle Leblanc me quemó como solo ella podía hacerlo, pero me sepultó en
cenizas cuando se fue dejándome en claro que, como ella, no habría nadie
más que pudiera ser capaz de encenderme.

Rodeo la plaza y detengo mi mirada en el mismo lugar donde hace un año


estaba colocado el piano, ahora no hay nada, pero la esencia es la misma,
sin embargo, frunzo el ceño al ver a una mujer pasear entre la multitud,
imponiendo elegancia pues su melena de color miel rebota a cada paso que
da.

Trago saliva y vuelvo a abrir los ojos intentando enfocarla, no creo que sea
ella, no puede ser ella. Visualizo un sitio libre y sin pensármelo dos veces,
detengo el coche sin perderla de vista.

Sigo observándola, esperando a que en algún momento se gire y poder ver


su rostro. Su estilo de ropa también es muy parecido, además de que esos
tacones hacen que sus piernas luzcan kilométricas.

Siento mi respiración más pesada de lo normal y no soy capaz de apartar la


mirada de aquella mujer, deseando por todos los medios que no se trate de
ella. Según tengo entendido, está haciendo una gira mundial, con lo cual es
altamente improbable que esté hoy aquí, en Barcelona.

Niego con la cabeza mientras enciendo de nuevo el motor, no debería


afectarme tanto, ni siquiera debería haber parado para comprobar que se
trataba de ella.

No es Adèle. Ella está intentando olvidar todo lo que sucedió,


incluyéndome a mí.

Me incorporo de nuevo en la carretera sin esperar a que esa mujer se dé la


vuelta. No me serviría de nada saber que Adèle se encuentra en Barcelona.
Lo nuestro acabó y, aunque nos volviéramos a encontrar, nada volvería a ser
lo mismo.

Llego a la empresa quince minutos después, dejando el Ferrari en el parking


subterráneo del edificio. Me apresuro a entrar en el ascensor, pero antes de
que las puertas se cierren, aparece Sofía vestida de manera impecable
pidiendo que la espere.

—Te vi salir del coche mientras aparcaba —sonríe y puedo observar el café
que lleva en la mano—. ¿Estás bien? Pareces distraído.
Aprieta el botón de alguna planta, haciendo que el ascensor se ponga en
marcha.

Pienso en la respuesta. ¿Estoy bien?

Mientras venía hacia aquí, no he podido dejar de pensar en la mujer de larga


melena paseando por la plaza, llegando a la conclusión de que no era Adèle,
sin embargo, pensar en la posibilidad de haberla tenido a tan solo unos
metros de distancia, me ha afectado más de lo que me hubiera gustado.

—Estoy bien —termino por decir—, simplemente estaba pensando en todo


el trabajo acumulado que hay y el cual tengo que revisar.

—Día aburrido, ¿eh?

Su falda negra de tubo junto a la camisa del mismo color que lleva no se me
pasa por alto, remarcando su pequeña cintura junto a las curvas de sus
caderas. Esta mujer es preciosa y sabe cómo caminar para llamar la
atención.

—Como todos los días —contesto indiferente.

—Después me pasaré por tu despacho —sonríe manteniendo una mirada


seductora mientras coloca una mano sobre mi pecho.

—La estaré esperando, señorita Santos —ni siquiera soy consciente del
porqué acabo de emplear el usted.

De su parte, tan solo recibo una pequeña risa mientras da un paso hacia
atrás aproximándose a las puertas que están a punto de abrirse.

—¿Desde cuándo te expresas tan formal con las mujeres con las que tienes
sexo? No me hables de usted, que tampoco tengo tanta edad —se vuelve a
reír y sale del ascensor, no sin antes añadir—: Nos vemos luego.

Me quedo en silencio viendo como las puertas se vuelven a cerrar para


dirigirme hacia la última planta sin evitar analizar la situación que acaba de
suceder.
Sí que es verdad que al principio nos tratábamos de usted cuando
empezamos a hablar, pero nunca lo hice en el sexo. La única con la que
empecé a dirigirme así fue con Adèle porque todo se basaba en el juego que
teníamos.

Suelto un suspiro profundo dándome cuenta de lo harto que estoy de esta


vida de mierda.

Me encierro en el despacho ignorando por completo a mi secretaria y me


siento en la silla apoyando la cabeza sobre el respaldo de éste.

Lo peor de todo esto es que no sé por qué me siento así, porqué dejo que me
afecte tanto, porqué no me permito avanzar, dejar de pensarla, dejar de
hacer alusión a todo aquello que me recuerda a ella.

Todo lo que dije que quería evitar, me está sucediendo porque fui un
gilipollas que se dejó cegar por el amor.

Minutos más tarde, entra Clara con la carpeta y la tablet en sus manos y sé
que mi día acaba de empezar.

—Buenos días, señor Otálora, ¿cómo se encuentra?

Empezando bien el lunes. ¿Qué clase de pregunta estúpida es esta?

—Normal —contesto—. ¿Qué tenemos para hoy?

—Dentro de una hora tiene la reunión con los accionistas para establecer las
condiciones del contrato del nuevo proyecto, más tarde, la entrevista con el
periodista respecto a su carrera y sus inicios —posa su mirada sobre la
pantalla mientras continúa diciéndome más cosas—, y por último, tendría
que revisar estos documentos —me deja la carpeta sobre el escritorio—,
para luego firmarlos.

—¿Algo más?

—¿Quiere que también le diga la planificación que tiene para mañana?


—Si hay algo importante, sí, si no, ya me lo contarás mañana a primera
hora.

Revisa de nuevo la tablet, deslizando el dedo por la pantalla.

—Para mañana no tiene programado ninguna reunión importante, de hecho,


lo tiene un poco más libre, sin embargo... —se queda callada sin dejar de
mirar la agenda.

—¿Sin embargo?

Odio cuando deja las frases sin terminar.

—Sin embargo —repite—, no se olvide que para este sábado está


programado un evento social al cual le han invitado para que asista.

Frunzo el ceño intentando recordar qué clase de evento es ese.

—¿Qué evento?

—Se trata de un baile de máscaras que organiza una pareja con influencia
en la política, bastante poderosa, cabe destacar, el objetivo de este
encuentro es realizar una subasta de diferentes objetos de valor para una
recaudación de fondos. Se realizará en Madrid el sábado por la noche.

Me lo pienso durante unos segundos.

—Diles que agradezco la invitación, pero no me interesa asistir, invéntate


algo, me da igual.

—Pero, señor...

—Nada, Clara, paso de malgastar mi tiempo rodeado de una panda de


hipócritas cuyas conversaciones tan solo se basan en la apariencia y la
superioridad, además, ¿qué pinto yo en un baile de disfraces? Cancélalo.

—De máscaras, señor —me corrige, pero fijo mi mirada en ella para que
vea que no estoy para esas tonterías—. Perdone —habla en un hilo de voz
—. De igual manera tiene una reunión en Madrid con uno de los clientes
para cerrar el acuerdo de la venta del nuevo producto. Está programada para
el viernes y no se puede aplazar.

—Volaré por la mañana y me marcharé después de la reunión. Reúne a todo


el equipo necesario y prepara todos los documentos que se van a necesitar
—concluyo.

—Por supuesto, ¿necesita otra cosa más?

—No, puedes irte.

Dice algo más, pero poca atención le presto pues me concentro en los
correos sin abrir que tengo en mi buzón de entrada, sin embargo, noto
cuando se va, cerrando la puerta detrás de ella.

Me inclino de nuevo en la silla, acostando la cabeza sobre el respaldo y no


puedo evitar que mi mente empiece a divagar, sin embargo, bloqueo el
recuerdo, no quiero seguir acordándome de aquello que no deja de
atormentarme. Abro y cierro la mirada mientras me incorporo de nuevo
concentrándome en todo el trabajo que tengo por hacer.

En ese instante, el móvil empieza a vibrar. Se trata de mi madre.

Acepto la llamada activando de inmediato el manos libres y dejo que


empiece a hablar sin dejar de mirar a la pantalla del portátil, sin embargo,
no se escucha nada.

—¿Mamá?

—Sí, espera un momento —responde un segundo más tarde y puedo notar


cómo está hablando con alguien más—. Perdona, era urgente —dice.

—¿Qué necesitas? Estoy bastante ocupado.

—¿No puedo preguntarte cómo estás? Hace días que no sé nada de ti y por
no decir que la última vez que te vi fue hace semanas.

—Estoy bien —respondo mientras cruzo las manos sin dejar de leer el
documento que tengo en frente—. No hay nada nuevo, no tienes por qué
preocuparte.

—Pero lo hago.

—No tienes por qué —repito—. Estoy bien, trabajo todo el día, me voy a
casa a dormir y vuelta a empezar al día siguiente. Todo muy aburrido.

—Deberías cambiar eso, salir a divertirte, tener una vida.

Dejo de mirar el ordenador para prestar atención a la conversación.

—¿Quién te ha dicho que no me estoy divirtiendo? Me lo paso fenomenal.

—¿Ah, sí? Felicidades, como ya no me cuentas nada, te tengo que sacar la


información por obligación ya.

—Mamá —advierto—, tampoco es para tanto.

—No me digas a qué le debería dar importancia, sigo siendo tu madre, así
que ten en cuenta con quién estás hablando.

—Tranquila, siempre lo tengo presente.

—También llamaba para preguntarte respecto a ese baile de máscaras que


está programado para el sábado.

¿Cómo cojones se ha enterado tan rápido y porqué me está preguntando


sobre esto?

—Nunca me has cuestionado respecto a los eventos sociales a lo cuales me


invitan.

—Para todo hay una primera vez —contesta—. Tu secretaria ha hablado


con la mía.

—Hace minutos le he dicho a Clara que rechace la invitación, ¿por qué te


has enterado tan rápido?

—Para que veas lo eficientes que son.


—No me interesa ir y no cambiaré de opinión, sería una pérdida de tiempo.

—Irás —concluye al cabo de unos segundos.

—No.

—No te lo repetiré —responde—. Hace meses que los medios no saben


nada de ti, ni siquiera sabes la finalidad de la recaudación de fondos. Es una
buena oportunidad para que la sociedad vea que sigues vivo, ¿en serio te lo
tengo que explicar? ¿No sabes cómo funciona esto?

—Mamá, no me hace falta aparecer en ningún evento social, la prensa sigue


estando pendiente tanto de mí como de la empresa, no dramatices.

—Antes veía tu cara en las revistas, ahora ya no. No te lo explicaré de


nuevo, Iván, haz lo que te digo.

—¿Por qué te importa tanto? Es otro evento más.

—Vendes y fabricas armas, querido, tienes que dar una buena impresión
siempre, pero para eso, tienes que salir. Lleva a Sofía contigo, por lo visto,
habéis congeniado muy bien.

—Somos compañeros de trabajo.

—Yo diría que algo más que eso —noto cómo deja escapar una pequeña
risa, pero no sé si eso ha sonado como una especie de burla o qué—. Espero
que te lo pases bien el sábado, ya me contarás.

Sin dejar que sea capaz de responder, cuelga la llamada, dejándome con las
manos cruzadas sobre el regazo con la mirada clavada en el techo.

Parece mentira que siga teniendo 32 años, sin embargo, Renata Abellán
sigue haciendo conmigo lo que le da la jodida gana.

Hago un chasquido con los dientes descolgando el teléfono que tengo en la


mesa para apretar el primer botón que me permite comunicarme
directamente con Clara.
—Localiza a Sofía Santos y dile que la quiero ver en mi despacho en cinco
minutos.

—Sí, señor —contesta a través del aparato y cuelgo el teléfono con algo
más de fuerza de lo normal.

Odio que me digan cómo y cuándo tengo que hacer las cosas.

Minutos después, Sofía aparece con una sonrisa radiante y de inmediato, su


perfume queda impregnado por toda la habitación. Cierra la puerta detrás de
ella y empieza a caminar hacia mí haciendo que su andar también se note.

—¿Me llamabas?

No niego que tanto su andar como su mirada, lucen provocadoras,


volviéndola interesante para cualquiera.

—Supongo que ya debes estar enterada —empiezo a decir—, se ve que aquí


las noticias vuelan.

—¿Qué noticia?

No se sienta en uno de los sillones de piel, sino lo que hace es rodear mi


escritorio y sentarse sobre el borde de éste dejando menos de un metro de
separación entre ambos.

—El sábado, en Madrid —enarco una ceja esperando a que me diga algo,
pero se mantiene en silencio con una cara divertida—. Déjate de tonterías,
ya sabes de lo que te estoy hablando.

—¿Qué pasará en Madrid?

Se está haciendo la que no sabe nada, cuando en realidad, ya debe estar


enterada desde hace días.

—Un evento.

—¡Oh...! El baile junto con la recaudación, ¿no?


—Sofía —advierto, harto de esa actitud de despistada.

—Lo siento, solo bromeaba —admite y puedo ver como acorta la distancia,
acercándose otro poco más hasta que siento su roce en mi pierna—. Estoy
enterada ya, de hecho, te lo iba a decir hoy. Estaría bien que fueras. Entras,
bailas, hablas con algún que otro cargo poderoso, donas algo y luego te vas.

—¿Qué pasaría si no fuera?

—No pasaría nada —admite—, pero de seguir así, tu imagen se vería


perjudicada, créeme, no eres tan solo otro empresario y proveedor más, te
has convertido en una figura pública cuya imagen debes mantener. Si sigues
rechazando asistir a más eventos de este tipo, te pasará factura. Los medios
empiezan a hablar.

—Que hablen.

—No lo entiendes, ¿no? —Se aclara la garganta—. Estamos buscando que


sigas encabezando los titulares porque eso supone un crecimiento para la
empresa, sin embargo, lo que estás consiguiendo es que la gente empiece a
especular. 

—¿Y la entrevista de la semana pasada? —Pregunto.

—No me compares hacer una entrevista, además de que fue para una
audiencia limitada por ser en francés, que asistir a un evento organizado por
otro político ricachón cuyo objetivo es una recaudación de fondos que van a
ser destinados para una buena causa.

Me quedo en silencio durante unos segundos mientras me pongo cómodo


sobre la silla sin dejar de mirarla. Sofía sigue con sus ojos clavados en los
míos sin la intención de romper el contacto visual.

Otra cosa que me gusta de ella es que es segura de si misma y eso se puede
comprobar fácilmente mientras la observas hablar.

»—Además —intenta añadir—, ¿qué más te da ir? No pierdes nada, salvo


unas cuantas horas que, sí que es verdad que podrías estar haciendo otra
cosa, pero estamos hablando de tu imagen empresarial, también es
importante que la cuides.

—Me estás convenciendo —murmuro con una pequeña sonrisa torcida.

—Ay, querido —suspira—, ¿cuándo te vas a enterar de que puedo


convencer a cualquiera sobre el tema que sea?

—Ya estoy enterado.

—¿De verdad? No lo parece —su expresión luce divertida.

Observo como arrastra levemente su mano sobre el borde de la mesa,


intentando acercase un poco más hacia mí, por lo que me echo hacia
adelante para acariciar su pierna izquierda por debajo de la falda ajustada
que lleva.

Levanto la cabeza para seguir mirándola.

—¿Has cerrado la puerta?

—He echado el pestillo desde que entré.

—Entonces, ¿por qué seguimos hablando? —Susurro.

Hago que se mueva para quedarse entre mis piernas y aprovecho para
levantarle la falda unos centímetros más, dándome acceso a la suavidad de
su piel. Sofía baja la cabeza para buscar mis labios y una vez que los
encuentra, empieza a besarme con fervor, introduciendo la lengua casi al
instante.

Suelto un gemido cuando noto como se la sube casi por completo,


sentándose de inmediato sobre mi regazo, haciendo presión directamente
sobre mi miembro.

El beso aumenta de nivel, haciéndolo más intenso y placentero y muevo mis


manos por debajo de su culo, apretándolo como a ella le gusta mientras sigo
haciendo presión en mi entrepierna.
Nunca viene mal una sesión de sexo para empezar bien el día.

—Un polvo rápido, ¿me oyes? Tengo que seguir trabajando —murmura
entre jadeos mientras me da acceso a su cuello.

Siento como se tensa cuando empiezo a besarla por debajo de su lóbulo


derecho y sé que estoy haciendo que se estremezca mientras dejo que se
imagine como en dentro de unos segundos ya estaré dentro de ella.

»—Vamos al sofá —vuelve a susurrar.

Hago lo que me dice porque ya pensaba hacerlo desde un inicio. La sujeto


desde debajo de su culo y me levanto haciendo que me rodee con sus
piernas alrededor de mi cintura. Camino por el despacho casi a ciegas, pues
me encuentro bastante ocupado siguiéndole el beso que no ha dejado de
incrementar.

Me dejo caer sobre el sofá con las rodillas separadas mientras busco el
inicio de sus bragas para jugar con el encaje y adentrar la mano en ellas.
Noto como se agita levemente al sentir mis dedos recorrer sus labios
vaginales, abriéndolos y llegar hasta su clítoris.

Deja escapar otro jadeo al sentir que no dejo de frotar mi polla en su


entrepierna.

Adentro la otra mano en su pelo rubio, tirando de algunos mechones de su


nuca con tal de controlar la intensidad del beso. Sus dos manos me recorren
el pecho sin llegar a abrirme los botones de la camisa, se va directamente
hacia mi cinturón, desabrochándolo para bajar la cremallera.

Tenso las piernas al notar como ha empezado a acariciarla y aprovecho para


meter un dedo en su interior.

Con la mano libre, busco el preservativo que me guardé esta mañana al


vestirme pensando precisamente que este momento llegaría. Me separo de
ella y se lo entrego sin dejar de jugar con su interior, pues no estoy yendo
rápido, todo lo contrario, la estoy matando con esta lentitud.
Desliza el condón con algo de impaciencia para después alzarse y frotarse
con mi longitud. Le separo las nalgas, echando las bragas hacia un lado y
hago que se deslice al completo, metiéndosela casi entera.

—Joder —jadea con la respiración algo entrecortada y echa la cabeza hacia


atrás.

Empieza a moverse segundos después, trazando movimientos circulares con


su cadera y busca de nuevo mis labios mientras profundizo el encuentro.
Acaricio su espalda por encima de la camisa que lleva apretando su piel a la
misma vez.

Por un momento, abro los ojos cuando sus labios empiezan a jugar con mi
cuello y no puedo dejar de sentir su respiración algo acelerada sobre la base
de éste mientras el movimiento se va incrementando.

El sexo me calma y lo voy a seguir haciendo con cada mujer que me dé la


gana y esté dispuesta a ofrecerme lo que necesito.

No me permito pensar en nada más y voy a olvidar por un momento dónde


estamos follando porque no me sirve de nada lamentarme por lo que he
perdido y no recuperaré.

Han pasado meses, es hora de seguir adelante y continuar con mi vida. 

Renata tan solo quiere ver el mundo arder desde la distancia jeje

Intentaré traeros un capítulo a la semana. Os pido que me tengáis paciencia


porque Disonancia no es el único libro que estoy escribiendo actualmente,
además de que tengo otros proyectos entre manos que requieren un poquito
más de atención. 

Además, cualquier duda que tengáis sobre Mónica, Ester y compañía se


resolverá a lo largo del libro, no nos apresuremos que aun quedan muchos
capítulos por delante. 

Mientras esperáis el siguiente capítulo, aprovecho para decir que también


estoy actualizando un nuevo proyecto, Jaula de Cristal (lo encontráis en
mi perfil), por si os queréis dar una vueltita por allá, me haría muy feliz de
que veáis otras perspectiva de mi escritura. 

Un beso enorme y nos vemos prontito. 


Capítulo 3

HIPNOSIS

Iván

Cierro la tapa del portátil mientras me levanto del escritorio dejando


escapar un suspiro profundo. Me posiciono en frente del gran ventanal,
dejando la ciudad mediterránea a mis pies.

Me guardo las manos en los bolsillos del pantalón y de inmediato noto a


Phénix acercarse hasta que se coloca a mi lado. Bajo la cabeza hacia su
dirección y puedo observar como no ha dejado de mirarme fijamente. Saca
la lengua después de haber hecho un sonido y no dudo en acariciarle la
cabeza. Su compañía durante estos meses ha hecho que los días pasen más
rápido, llegando incluso a perder la noción del tiempo.
Si este viernes tengo que estar en Madrid, tendrá que venir conmigo, porque
no pienso dejarlo con nadie para que lo cuide durante tanto tiempo. No
podrían hacerlo.

De un momento a otro, la conversación de ayer con mi madre hace eco en


mi cabeza. ¿Por qué debería asistir a un baile al cual no tengo ganas de ir?
No tiene el mínimo sentido.

Me vuelvo a sentar en el sillón y apoyo la cabeza sobre el respaldo de éste,


juntando las manos sobre el regazo mientras me muevo mínimamente de un
lado hacia el otro.

Será un baile de máscaras, otro evento benéfico donde ricachones de


distintos rangos y puestos se juntarán para hablar con hipocresía mientras se
lavan las manos haciendo una donación con el objetivo de dejar la
consciencia tranquila. No me apetece ir para perder el tiempo y me van a
dar igual las opiniones tanto de mi madre como de Sofía.

La prensa y los medios pueden ir y comerme los huevos si tanto les apetece
seguir indagando en mi vida privada.

No puedo evitar pensar en la pianista mundialmente reconocida. Trago


saliva cuando su rostro aparece en mis recuerdos, mostrándose inalcanzable
para todos.

Siempre se mostró inalcanzable para los demás excepto para mí.

Es imposible que un evento de tal magnitud no haya contado también con


su participación teniendo en cuenta que, durante estos últimos meses, su
nombre se ha vuelto más reconocido.

Todo lo que sé de ella es gracias a las personas que trabajan para mí, pues
después de que se marchara, hablé con Renata para decirle que la seguridad
de Adèle se iba a reforzar lo que hiciera falta y se iba a mantener aun
después de la captura de Mónica Maldonado.

No me iba a arriesgar a dejarla desprotegida.


También le pedí a mi madre que no le mencionara nada referente a mí. Era
mejor así, sin que ninguno de los dos supiera nada del otro. Desde entonces,
lo que ha hecho y sigue haciendo con su vida sigue siendo un misterio para
mí, sin embargo, en esta ocasión necesito saber si asistirá o no.

Porque en el caso de que venga, lo mejor sería no poner un pie en ese salón.

—¿Crees que vendrá? —Pregunto en voz alta mirando a Phénix.

Éste suelta un ladrido en respuesta. No es la primera vez que le hablo sobre


ella.

Necesito sacarme esta duda de la cabeza, por lo que aviso a Clara para que
venga a mi despacho. Unos segundos más tarde, aparece abriendo la puerta
delicadamente.

Phénix se pone de pie, observándola. Tampoco me pasa desapercibido la


mirada asustada de ella.

»—Siéntate —ordeno y no duda en obedecerme.

—¿Qué necesita? —Pregunta volviendo su atención hacia mí.

Tardo un par de segundos en reformular la pregunta en mi cabeza, pero


finalmente, la digo.

—Quiero que averigües si Adèle Leblanc asistirá a ese baile de máscaras —


digo y puedo observar la momentánea sorpresa en su rostro, pero vuelve a
su faceta habitual, asintiendo.

—Por supuesto, ¿lo necesita para ahora? —Le muestro una mirada cansada
y parece entender que tiene que ponerse a trabajar ahora—. Ahora lo
investigaré —muestra una sonrisa nerviosa.

Se marcha del despacho cerrando la puerta detrás de ella, pero no tarda en


aparecer de nuevo cinco minutos después con la Tablet en la mano.

»—Señor —empieza a decir—, según la lista de invitados correspondiente a


los altos cargos y las celebridades de cualquier ámbito, la señorita Leblanc
no ha sido invitada al evento.

Frunzo el ceño ante esa información ya que no es lo que me había esperado.

—¿Hay comentarios al respecto? ¿Se sabe por qué no la han invitado?

—No hay ningún artículo o cotilleo hablando del tema, supongo que se
debe a su gira, de hecho, tampoco se menciona nada respecto a ninguna
actuación de piano. Han contratado a un grupo de música para tener ese
aspecto cubierto, pero poco más.

—¿En qué país está ella ahora?

Vuelve a mirar la Tablet paseando el dedo por la pantalla.

—Según el informe del anuncio de las fechas antes de empezar la gira, esta
semana se encuentra en Lisboa, de hecho, es la última parada. La gira
finalizará en Portugal, después no se sabe a dónde irá.

Me quedo en silencio durante unos segundos con la mirada perdida hacia


ningún punto en particular.

—¿Has confirmado mi asistencia al evento? —Cuestiono.

—Todavía no —responde—, lo iba a hacer ahora antes de que usted me


hubiese llamado, ahora llamaré.

—No —contradigo—, agradece la invitación, pero diles que no iré.

—Pero, su madre... —intenta replicar, pero se queda callada en el momento


que enarco una ceja.

—No te lo repetiré, no asistiré a ese baile.

—Sí, señor —responde.

Sin decir otra palabra más abandona de nuevo el despacho, cerrando la


puerta. Vuelvo a quedarme en silencio y veo como Phénix se acerca para
colocar su cabeza en mi regazo. No dudo en acariciarle por detrás de las
orejas puntiagudas.

—¿Sabes que tu nombre te lo escogí haciéndole honor a ella? —Murmuro.

Porque Phénix, traducido del francés, significa Fénix como aquel ave de
plumaje rojo que es capaz de renacer de sus cenizas.

Me pregunto si lo habrá conseguido. Si habrá podido encontrar aquella


chispa que le haya permitido renacer para volver a ser el fuego que era
antes.

***

Horas más tarde, casi a la hora de comer, aparece Marco por la puerta con
una sonrisa de oreja a oreja, seguro que con la intención de pedirme algo.

—Buongiorno, señor Otálora, ¿cómo se encuentra? —Se puede notar la


gracia que transmite su voz.

—Déjate de gilipolleces, ¿qué quieres?

—Deberías controlar esa agresividad —comenta, sentándose en uno de los


sillones. De inmediato Phénix se acerca a él y no con cara de buenos
amigos—. Phénix, colega, dile a tu dueño que te saque más a pasear, así
aprovecha para que le dé el aire.

—Muy gracioso de tu parte —respondo sin dejar de mirar la pantalla.

—Escúchame, ¿te apetece ir a comer? Invito yo.

—¿Para qué?

—Para que dejes de trabajar durante un rato, te sentará bien —tiene la


intención de acariciar al perro, pero éste es más rápido y se acaba apartando
—. ¿Me puedes explicar porque nadie le cae bien? Ya veo de donde ha
sacado la amargura.

—¿No tienes trabajo que hacer?


—Es la hora de comer —se encoge de hombros—, va, te he dicho que
invito yo, así te cuento una cosa. ¿No te gusta el cotilleo?

—No.

—Me da igual —responde rápidamente—, a mí sí y no me cuentas nada, así


que me toca hacerlo a mí.

Y así fue como acabé en un restaurante quince minutos más tarde. El


camarero se marchó con nuestro pedido después de haber traído una botella
de agua.

—¿Qué ha pasado?

—Te la haré corta porque sé que no te gusta que me desvíe del tema y acabe
contándote cosas que no son, la verdad pienso que deberías agradecerme
por la amistad que te ofrezco, ¿crees que alguien aguantará tus ironías,
indirectas y vacíos? —Enarca una ceja.

—Marco —no puedo evitar reír—, ¿por qué cojones eres tan dramático?

—Es un estilo de vida.

—He dejado a Phénix con Clara, mejor que nos demos prisa si no quieres
que le dé un ataque.

—¿No dices que es inofensivo?

—No he dicho que me preocupe el perro, él no le hará nada, pero eso no


significa que mi secretaria probablemente se acabe desmayando cuando
tendría que estar concentrada en el trabajo —murmuro.

—¿Por qué no lo has traído contigo?

—No permiten animales aquí.

—Deberían.
—Marco —repito una vez más—, ¿quieres concentrarte? ¿Qué es eso tan
importante?

No responde de inmediato pues nos traen los platos, dejándolos enfrente de


cada uno. Empezamos a comer en cuanto se marcha.

—Me quiero casar.

Casi me atraganto con el trozo de pescado.

—¿Qué?

—Destápate los oídos, has escuchado bien, me quiero casar con Bianca,
llevamos ocho meses juntos y me he dado cuenta de que es la mujer de mi
vida.

Me mantengo en silencio procesando la información durante unos


segundos. Sabía que estaban enamorados, pero nunca creí que hasta el
punto de querer casarse.

—¿Estás seguro? —Es lo único que se me ocurre decir.

—¿Por qué no iba a estarlo? ¿No te alegras por mí? Pídele perdón a mi
corazón roto.

—No, a ver, claro que me alegro —me fijo en su cara de felicidad—,


simplemente me ha tomado por sorpresa, no pensé que sería tan pronto.

—Para el amor no existe la medida del tiempo —dice de manera profunda y


tengo que contener las ganas de mirarlo mal para no herir sus sentimientos
—. Eres el primero en saberlo, por cierto, felicidades. Te lo quería decir
porque necesito tu ayuda.

—¿En qué?

—Necesito una opinión sobre el anillo.

—No creo que sea el más adecuado para opinar sobre eso.
—No digas tonterías, mira —adentra la mano en el bolsillo interno de la
chaqueta y saca una pequeña cajita envuelta en terciopelo rojo.

La abre casi al momento dejando ver un anillo de oro blanco, delicado, con
un diamante azul en el centro, también tiene dos pequeñas piedras a cada
lado.

—Es bonito —me limito a decir.

—¿Verdad que sí? —Se muestra ilusionado—. He elegido el diamante azul


porque me recuerda a sus ojos y porque es su color favorito, ¿crees que le
gustará? ¿Crees que me dirá que no? Como me rechace creo que me
desmayaré.

—Tranquilízate, el anillo es bonito, le gustará, y no te precipites sacando


conclusiones que no son, si acepta, bien por ti y si no, lloras durante un día
entero y vuelta a empezar que la vida es corta.

—Que buenos consejos que das.

—Para que después me digas que mi amistad es una porquería.

—Nunca he dicho eso —se vuelve a guardar el anillo en la chaqueta—,


ahora necesito esperar al momento perfecto para proponérselo.

—No esperes —murmuro mientras bebo un sorbo de agua—, nunca será el


momento perfecto, eso no existe, dáselo cuando te nazca, simplemente
intenta hacerlo especial.

—También tengo que pensar en eso, ¿qué hago para hacerlo especial?

—¿Tú quieres que te ofrezca todo en una bandeja de plata? Piensa, es tu


novia, no la mía, algo se te ocurrirá.

Se quedó callado durante un momento con la mirada perdida en algún punto


por detrás de mí.

—Se me acaba de ocurrir una idea genial, ¿quieres que te la cuente?


—No hace falta —me llevo otro trozo de pescado a la boca—, ya me
contarás si acepta o no.

—Te quiero tío, no sé qué haría sin ti, ¿quieres ser mi padrino? Di que sí,
anda, no hagas que te lo suplique.

—Y es en este momento cuando me pregunto dónde tienes a tu hermano.

—A él se lo contaré más tarde —responde—, también será mi padrino, tú


eres el segundo en la lista.

—Muy bonito de tu parte —digo de manera irónica mientras me limpio la


comisura de la boca con la servilleta—, ¿cuándo tienes planeado celebrar
todo esto?

—Supongo que ya en verano, a finales de junio o principios de julio, quiero


una boda a lo grande, con muchos invitados, una tarta de cinco pisos y que
el vestido de novia se recuerde para la eternidad.

—¿Estás seguro de que os dará tiempo a organizarlo todo? Estamos a


principios de abril, además, ¿a tu novia le gustan las bodas excesivas?

—Estuvimos hablándolo una noche hace un par de meses y me contó cómo


sería su boda soñada, no te preocupes que está todo bajo control, además...
—hace una pausa, por lo que entrecierro levemente los ojos—, en cuanto a
los invitados... sabes que mi hermano Dante también participará en todo
esto y no creo que no quiera invitar a su amiga.

Sabía que me haría la pregunta tarde o temprano, quiere saber si no me


importará estar en el mismo lugar que la francesa, sin embargo, aunque siga
considerando que lo mejor es no volvernos a ver, no voy a hacer un
berrinche por esto.

A pesar de todo lo que pasó, creo que seguimos siendo dos personas adultas
que sabrán estar en el mismo espacio sin gritarse, en el caso de que Adèle
llegue a aceptar la invitación.
—No os preocupéis por mí —empiezo a decir—, que invite a quien quiera,
al fin y al cabo, es tu boda.

—¿Estás seguro? Podría hablar con Dante, seguro que él lo entenderá.

—Marco —advierto—, he dicho que no te preocupes, tampoco es que me


vaya a morir.

—¿Tienes ganas de verla?

Esta es la pregunta que más se repite en mi cabeza. ¿Quiero volver a


adentrarme en la tormenta de su mirada? Lo cierto es que no logro
encontrar una respuesta que describa lo que estoy sintiendo en estos
momento. Por un lado, me gustaría verla y saber como está, pero por otro,
sé que, si nos volvemos a ver, arderá todo y no de la manera como me
gustaría.

—No lo sé —confieso—, es algo que no sé explicar. He aprendido a dejar


de echarla de menos, ya no pienso tanto en ella como antes, pero eso no
significa que el recuero haya desaparecido.

—¿La sigues queriendo?

—Quiero que sea feliz.

• ────── ✾ ────── •

Adèle

Recuerdo que en la última conversación que tuve con mi hermano dijimos


que hablaríamos al día siguiente. Ese día nunca llegó y nunca lo haría. No
me pude despedir de él, eso también me lo arrebataron y su recuerdo no
hace más que atormentarme.

Cada vez que me despierto, lo hago con una fina capa de sudor en mi piel
pues mi mente no deja de evocar diferentes recuerdos a lo largo de nuestras
vidas. No dejo de recordarme lo que acabo de perder, torturándome hasta
que las primeras lágrimas empiezan a resbalar por mis mejillas. Llorar en
silencio se ha convertido en una costumbre.

—Adèle —me llama mi psicólogo, haciendo que vuelva a la realidad—.


¿Está segura de que desea continuar?

Todavía seguimos en Toulouse, en el sur de Francia. Me encuentro


encerrada en la habitación mientras que la imagen del doctor se proyecta en
la pantalla por videollamada. Esta fue la única manera de poder
contactarnos teniendo en cuenta mis constantes viajes debido a la gira.

—Sí —respondo, tragando saliva—. Tengo que hacerlo, necesito poder


despedirme de ellos.

A lo largo de estos meses, no he dejado de intentar recuperarme. Sesiones


largas y cansadas con tal de poder llegar a la raíz del problema, sin
embargo, nada parece haber funcionado.

Hasta que ha recomendado utilizar la hipnosis, una técnica más agresiva en


la que mi mente creará una situación lo suficientemente real donde mi
hermano y Jolie siguen vivos.

—Tiene que estar en completo silencio —empieza a explicar—, y tan solo


deberá guiarse por mi voz. Únicamente por mi voz, ¿entendido?

—Sí.

—Apague la luz de la habitación y cierre los ojos —hago lo que me pide—.


Inspire hondo y deje escapar el aire lentamente, no tenga prisa.

Hago que mis pulmones se llenen de aire para después dejarlo escapar muy
despacio. Trato de concentrarme en el sonido del aire siendo expulsado.

»—Inspire de nuevo —vuelve a decir y siento su voz un poco más lejana—,


y vuelva a soltarlo muy lentamente. Concéntrese en mi voz, Adèle. Relaje
los hombros, todo va bien, no tiene nada de lo qué preocuparse.

Repito el movimiento y cada vez siento los párpados más pesados.


»—Deje la mente en blanco y siga concentrándose en mi voz —utiliza un
tono tranquilo y calmado—. No piense en nada más, tan solo sienta el
susurro llenando la habitación.

Me imagino a mí misma en una habitación completamente blanca.

»—Vuelva a coger aire —dice—, así, suavemente. No tiene ninguna prisa,


Adèle, está dejando la mente en blanco y sigue concentrada en mi voz. No
es capaz de oír otra cosa que no sea mi voz.

La oigo lejana, como si fuera un eco.

»—Bien, ahora cuente hasta cinco —pide—, despacio, tómese su tiempo.

—Uno —empiezo a contar.

—Respire profundo cada vez que diga un número.

—Dos —siento el cuerpo más pesado, como si me estuviera costando abrir


la boca. Vuelvo a expirar lentamente, sintiendo que los hombros se van
encorvando hacia adelante—. Tres —de manera inconsciente, dejo que mi
espalda toque el sofá—. Cuatro —cada vez cuesta más pronunciar las letras
—. Cinco.

—Concéntrese en su respiración, en la manera como sus pulmones se llenan


de aire para luego dejarlo escapar lentamente. Está usted sola, no hay nadie
a su alrededor —sigue murmurando—. Cuando cuente hasta tres, se
encontrará con su hermano y su sobrina en la casa donde creció en Paris.

Es extraño, porque sigo viéndome en esa habitación blanca, sin embargo,


también puedo ver como diferentes imágenes de la casa empiezan a
aparecer. Mi habitación cuando era pequeña, la habitación de Marcel, todas
las fiestas que pasamos juntos en el comedor, mis padres viendo alguna
película sentados en el sofá. La cuna donde solía dormir Jolie cada vez que
pasaba las tardes en esa casa.

»—Escuchará mi voz en todo momento —la escucho como si se tratara de


un eco—. Uno, dos, tres.
En el momento que pronuncia el último número, también oigo un chasquido
de dedos y es entonces cuando noto una sensación extraña recorrerme
entera.

Abro los ojos y de inmediato reconozco el lugar donde me encuentro. Se


trata de mi habitación. La ventana está abierta lo que permite que las
cortinas se muevan delicadas debido a la suave corriente dando paso a los
anaranjados rayos del sol.

Me quedo unos segundos en silencio, contemplando lo que una vez fue mi


habitación durante toda mi infancia y adolescencia, todo está colocado tal
como recuerdo. El piano de pared en un rincón de la habitación, el armario
empotrado en la pared contigua, el escritorio con el portátil en el centro, la
gran pila de partituras en la estantería...

Todo está igual.

Cierro un momento los ojos mientras doy paso a una larga inspiración. El
aroma sigue siendo el mismo y contengo las lágrimas que amenazan con
salir porque soy capaz de abrazar la paz que se respira aquí.

De pronto, capto una risa brotar alegremente en alguna habitación de la


casa. Me quedo quieta durante un instante reconociendo a Jolie, es su risa,
estoy segura de ello.

Llego a la habitación de Marcel en cuestión de segundos, la puerta está


entreabierta y no dudo en entrar viendo a mi hermano y Jolie sentados sobre
la alfombra mientras la está ayudando a construir algo con las diferentes
piezas de colores.

Dejo escapar un sonido de alegría al verlos jugar ajenos a cualquier cosa.


Me llevo la mano a la boca y no puedo evitar sentir la picazón en mi mirada
mientras contengo la risa, demasiadas emociones a la vez.

—Marcel —susurro haciendo que se dé la vuelta hacia mí.

De inmediato me muestra una sonrisa y no dudo en acercarme hasta él,


arrodillándome mientras dejo que me envuelva en sus brazos. Me escondo
en su cuello, aspirando el aroma que había echado tanto de menos.

—Mi pequeña pianista —susurra mientras no deja de acariciar mi cabeza,


apretándome fuerte contra su pecho.

—Marcel —dejo escapar un sollozo—, estás aquí —me fijo en el pequeño


torbellino de ojos azules—. Jolie, mi princesa.

Me separo de mi hermano y de inmediato la sostengo contra mí, dejando


que me rodee la cintura con sus piernas.

»—Jolie... —varias lágrimas han empezado a deslizarse sobre mi mejilla


mientras no dejo de soltar pequeños sonidos equivalentes a una risa—. Mi
niña, estás aquí, estáis aquí —me giro hacia Marcel quién no ha dejado de
sonreír.

—Tía —susurra contra mi cuello.

Se me parte el corazón en dos al escuchar su vocecita, no dejo de acariciar


su cabellera, de estrecharla fuerte contra mi pecho mientras dejo varios
besos en su mejilla.

—Os he echado tanto de menos... es que no puedo, de verdad que no puedo


seguir Marcel. Todo es tan gris... tan sin vida... Dios, es que no quiero
despertar y darme cuenta de que nada de esto es real.

—Tía Adèle —murmura la niña mirándome mientras me muestra una


sonrisa. Empieza a jugar con los mechones de mi melena.

—Ahora tienes la oportunidad de decirnos todo aquello que no pudiste.

Vuelvo a respirar hondo dejando escapar el aire de manera entrecortada y


no puedo evitar sentir las lágrimas amenazar con salir con más fuerza.
Cierro los ojos durante un momento, intentando controlarlas.

—Todo fue por mi culpa —empiezo a decir—, si no me hubiera ido aquella


noche con ese hombre... ahora mismo vosotros estaríais vivos.

—Eso no lo sabes.
—Claro que lo sé —replico—, todavía seguirías conmigo —giro la cabeza
hacia Jolie momentáneamente.

—No lo sabes, Adèle, escúchame, nada de lo que pasó fue por tu culpa, no
digas eso —siento la caricia de su mano sobre mi brazo—. No pudiste
haberlo sabido, todo pasó porque tenía que pasar.

—No —empiezo a negar con la cabeza.

—Adèle... —me mira con tristeza—, no te hagas esto, necesitas seguir con
tu vida adelante, tienes que superarlo y dejar que los demás te ayuden.

—No —repito, dejando a Jolie sobre la alfombra para después ponerme de


pie. Me abrazo a mí misma—, es difícil, lo he intentado, he tratado con
todas mis fuerzas seguir adelante, pero siempre aparecéis, cada vez que me
giro aparece vuestro recuerdo para atormentarme.

—Necesitas despedirte, pequeña.

—No puedo —dejo escapar un sollozo mientras me tapo el rostro con las
manos—, para eso debería arrancaros de mi corazón y no soy capaz de
hacer eso.

—Tienes que intentarlo.

Me vuelvo a arrodillar a su lado sin poder despegar mi mirada de ellos.


Jolie me mira desconcertada mientras que Marcel intenta mostrarse fuerte.

—Necesito que me digas lo que pasó —trato de decir—, quiero que me


digas cómo moriste a manos de Mónica.

—Eso no te lo puedo decir —responde—, lo tendrás que descubrir por ti


misma.

Me quedo mirándole sin entender lo que está diciendo.

—¿Por qué no me lo puedes contar?

—Adèle —advierte.
—Dímelo —me levanto de nuevo, apartándome de él. Observo como Jolie
no deja de mirarme—. ¿Cómo quieres que lo supere si no eres capaz de
decírmelo? ¿Cómo quieres que me despida? Necesito que me lo digas.

—No me corresponde a mí contártelo.

—Marcel, por favor —empiezo a respirar con más dificultad.

—Adèle —la misma voz lejana vuelve a pronunciar mi nombre—, tiene


que despertar, ha sido suficiente por hoy.

No quiero despertar.

—No.

No quiero abrir los ojos para darme cuenta de que ellos no están a mi lado,
tiene que haber una manera de que pueda permanecer con ellos durante un
poco más de tiempo, no quiero saborear de nuevo el abandono.

—Adèle, concéntrese en mi voz —murmura de manera calmada—,


despertará cuando oiga la palabra "tres".

No.

—No me dejes, venid conmigo —pido en un momento de desesperación—,


os necesito a mi lado.

—Uno —murmura esa voz en mi cabeza y sé que el tiempo se está


agotando.

—Pequeña... —murmura Marcel y recibo una cara de pesar de su parte lo


que hace que me enfade.

—Por favor, no nos queda tiempo, venid conmigo.

—Dos.

Observo como Marcel ha levantado a Jolie en brazos, queriendo dar un paso


hacia atrás.
—Adiós, tía Adèle —pronuncia ella con su vocecita mientras mueve la
mano, despidiéndose.

Siento la mirada llena de lágrimas haciendo que no sea capaz de ver con
claridad.

—Tienes que superar el dolor —acaba por decir él y cierro los ojos cuando
también escucho ese "tres" en mi cabeza, haciendo que me despierte
sobresaltada.

Empiezo a respirar con fuerza intentando enfocar la habitación de hotel.


Félix también está aquí, mirándome preocupado sin saber muy qué hacer.

—Pido perdón desde ya —se disculpa mirando a la pantalla—, pero estabas


gritando y quería ver si estabas bien.

—No se preocupe —comenta el psicólogo—, se trata de una práctica algo


inusual para hacer en casos como éste, pero la señorita Adèle necesita poder
despedirse para avanzar. En cualquier caso, queda programada una cita para
la semana que viene a la misma hora.

No respondo, en cambio, hago un movimiento afirmativo con la cabeza.

Se dirige hacia Félix.

»—Si puede, podría permanecer en la misma habitación la semana que


viene, es bueno que la señorita Leblanc sepa que tiene un apoyo externo.

—No hay problema.

—Quiero que escriba lo que acaba de sentir en un cuaderno con todo lujo
de detalle, ¿puede hacerlo?

Vuelvo a asentir con la cabeza sin abrir la boca, no tengo fuerzas ni para
hablar.

Segundos más tarde, el doctor finaliza la videollamada después de haberse


despedido. Félix hace el favor de cerrar la tapa del portátil.
—¿Quieres hablar? —Se puede notar en su voz que no sabe qué decir
exactamente.

—No —respondo mientras me froto los ojos intentando hacer desparecer


las lágrimas—. Lo que necesito ahora es averiguar cómo murió mi hermano
y saber todo lo que sucedió en ese búnker, como fue que esa psicópata logró
capturar a Jolie.

—¿Nunca has querido saberlo hasta ahora?

—No pude —respondo—, no sé si ahora vaya a poder sentarme y escuchar


todo, pero tengo que hacerle frente a la situación, no puedo seguir así.

—¿Cuál será el siguiente paso? Digo, tienes el concierto en Madrid, ¿lo vas
a posponer?

—Nada de eso —me levanto saliendo de la habitación para irme hasta la


cocina a por un vaso de agua, Félix me sigue por detrás—, nos iremos a
Barcelona después de la parada en Madrid, no pienso cancelar el concierto.

—¿Vas a hablar con...? —Hace un chasquido con la lengua—. ¿Cómo se


llamaba esa comandante?

—Renata Abellán de Otálora —respondo—, sí, la única persona que me


podrá ayudar.

—Eh... Adèle, ¿cómo te lo digo? ¿Eres consciente que lo más probable es


que te encuentres con tu ex?

—Lo sé —digo al cabo de unos segundos—, pero eso no significa nada, lo


más probable es que ni nos veamos.

No sé lo que pasará si me llego a encontrar con Iván, pero de lo que sí estoy


segura es que será incómodo y lleno de tensión.

***

El auditorio entero se ha sumido en el completo silencio esperando mi


llegada, por lo que empiezo a caminar después de que el organizador me
haya hecho un movimiento de cabeza confirmándome la entrada.

Doy pasos lentos, haciendo que el sonido de mis zapatos se oiga a cada
pisada hasta que llego hacia el gran piano de cola, negro e imponente,
situado en el centro. Antes de sentarme, hago una leve reverencia hacia el
público quienes no dudan en dedicarme un fuerte aplauso.

Esta noche tan solo seremos el piano y yo, no habrá ninguna orquesta que
me acompañe, así que durante la siguiente hora y media me dejo llevar a
través de las diferentes piezas musicales, deleitando a los demás con el
toque que proporciono a cada una, haciéndola única.

Han pasado un par de días desde esa técnica de la hipnosis que me permitió
volver a ver a mi hermano y a Jolie, a pesar de lo que me dijo el doctor,
todavía no he sido capaz de sentarme y escribir qué emociones sentí en
aquel momento.

Lo intenté varias veces, pero en cada una de ellas acababa por romper el
papel para tirarlo con fuerza a la basura. Tampoco pude dormir durante esas
dos noches, por lo que acabé tomándome unas cuantas pastillas hasta que
conseguí hacerlo.

Necesito despedirme de ellos, pero para ello, tendré que sentarme y


escuchar todo lo que Renata tenga que decirme respecto a lo que pasó y a lo
que me negué a escuchar en su momento, porque me es imposible seguir
viviendo así.

No quiero seguir dependiendo de las pastillas, tampoco quiero seguir


tomando alcohol hasta perder la consciencia, detesto la idea de fumar
marihuana tan solo para olvidar durante unos minutos la tristeza y el dolor
que me consumen. Necesito volver a estar bien, aunque el proceso para ello
sea largo y tedioso y hasta ahora no haya conseguido ningún tipo de
resultado.

Necesito volver a ser el fuego que era antes.

Sigo tocando el piano sin dejar que ninguna pieza llegue a su fin pues unas
notas antes de que finalice, ya estoy iniciando otra siguiendo el ritmo y la
melodía, hasta que, minutos más tarde, dejo las manos quietas creando un
ambiente de tensión.

Cuento hasta tres lentamente y vuelvo a apretar las teclas eclipsando a todo
el auditorio con la parte más fuerte de la pieza la cual finaliza momentos
más tarde.

El público empieza a aplaudir con fuerza, por lo que me levanto mostrando


una gran sonrisa y vuelvo a hacer una pequeña reverencia a modo de
agradecimiento. No soy capaz de escuchar nada más a parte de los aplausos
y los silbidos.

Me obsequian con un ramo de rosas rojas y empiezo a caminar hasta que


me adentro en uno de los camerinos que dispone el teatro.

—Ha estado increíble, señorita Leblanc —empieza a elogiarme el


organizador.

Rafael también se encuentra aquí, acercándose hasta mí con una gran


sonrisa.

—¿Qué tal ha sido el último concierto? —Pregunta entusiasmado—. Un


espectáculo de 10, como siempre.

—Gracias —me limito a decir mientras coloco el ramo en un jarrón de


cristal.

—¿Ya has pensado qué harás después de que acabes en Madrid? Hoy es
viernes —comprueba algo en el móvil—. Mañana al mediodía tienes una
comida con unos cuántos músicos y directores de orquesta y después ya
nada. El domingo si quieres descansas paseándote por la ciudad y el lunes
ya te puedes marchar, ¿a qué ciudad quieres que te organice el regreso?

En ese instante, aparece Félix por la puerta vestido en su esmoquin negro y


elegante.

—¿Te puedes crees que has conseguido que me duerma en algunas piezas
por lo bien que has tocado? Felicidades francesita —me abraza y enarco las
cejas hacia él—. No me lo recrimines, míralo por el lado bueno, hipnotizas
tocando el piano, es un gran logro.

Decido ignorarlo y dirigirme hacia Rafael.

—Organiza el viaje de regreso a Barcelona.

Mi representante esboza una sonrisa.

—Que sea para dos —interviene mi amigo pasando un brazo por encima de
mis hombros, pero me deshago de su contacto.

—No soy un perchero —le advierto—. Será por unos días, no me quedaré
mucho, después ya veré a donde voy, no te preocupes por eso —sigo
diciendo.

—Está bien —responde llevándose el móvil a la oreja—, ahora me encargo.

Rafael desaparece del camerino, pero antes de que cierre la puerta, aparece
mi guardaespaldas.

—Señorita Leblanc, hay un tipo que quiere entrar para felicitarla


personalmente —empieza a decir y frunzo el ceño, no me interesa ver a
nadie.

—Dile que agradezco su intención, pero no quiero ver a nadie.

—Ha insistido, por eso he venido aquí para hacérselo saber.

—¿Cómo se llama? —Pregunta Félix.

—Daniel Duarte —pronuncia el guardaespaldas—. Me he tomado el


atrevimiento de comprobar que estuviera limpio, no tiene ningún arma y
ningún dispositivo de escucha, simplemente quiere entrar para verla.

Escuchar ese apellido me produce una extraña sensación que no sé como


explicar.
—Yo no le veo el problema a que entre, total, serán un par de minutos, le
das las gracias para no hacerle el feo y cada uno para su casa, ¿qué dices,
Adèle? —Propone Félix—. Yo me quedaré a tu lado y Raúl estará en el
pasillo, tienes que empezar a dejar atrás la desconfianza, se supone que eres
famosa, la gente quiere conocerte.

Durante todos estos meses no he dejado que ninguna persona desconocida


se me acercara.

—Está bien, déjalo pasar.

De un momento a otro, han aparecido muchas posibilidades para el futuro


reencuentro y ahora yo me pregunto en cuál de ellos será.

¡Gracias por leer y nos vemos en el siguiente!


Capítulo 4

¿UN CAFÉ?
Adèle

—¿Estás bien? —Me pregunta Félix mientras posa una mano en mi


hombro. De inmediato me giro hacia él y niego con la cabeza—. Entonces,
¿por qué pareces nerviosa?

—No lo estoy, simplemente... —no sé si contarle respecto al apellido.

Raúl, mi guardaespaldas, también pertenece al equipo de seguridad de


Renata, empezó conmigo una vez inicié la gira pues los gemelos ingleses,
los que estuvieron a mi lado siete meses atrás, se quedaron en España por
órdenes de la comandante. El caso es que me hubiera avisado si este tipo
resultaba que era Iván, pues en ese caso no le hubiera permitido pasar.

Además, lo más probable es que él se encuentre en Barcelona, no en


Madrid.

—¿Qué pasa?

—Nada.

En ese instante la puerta se abre dejando ver a un hombre alto, vestido en


traje, elegante y cuyo color de ojos es lo primero que puedes apreciar pues
mantiene un océano plagado en la mirada hasta el punto de hipnotizarte. Me
fijo en sus manos guardadas en los bolsillos del pantalón creando una
imagen difícil de pasar por alto.

—Señorita Leblanc —habla primero con una voz ronca, misteriosa e


interesante—. Una placer, Daniel Duarte —se presenta ofreciendo su mano,
pero en el momento de aceptarla la gira y planta un delicado beso sobre el
dorso de ésta.

Me quedo en silencio durante algunos segundos pues ese gesto me ha


tomado por sorpresa.

—El placer es mío, señor Duarte —devuelvo el saludo y me doy cuenta de


que me es difícil decir ese apellido en voz alta.
—Félix —él también se le ofrece la mano, dándose un apretón—, a mí
también me puedes dar un beso en la mano, si quieres, ¿no? Vale, tenía que
intentarlo —se la vuelve a esconder al ver como el tal Duarte enarca las
cejas.

—He venido por el simple deseo de querer felicitarla por tan magnífico
concierto, creo que ha dejado hipnotizado a más de uno —empieza a decir
sin dejar de mirarme.

—¿Lo ves? No solo ha sido a mí —interviene Félix con aires de grandeza,


pero giro hacia él queriendo que se calle—. Perdón.

—Se lo agradezco —me concentro de nuevo hacia Daniel cuyos ojos azules
no han abandonado los míos.

—¿Me permitiría invitarla a tomar algo?

Durante todos estos meses he rechazado cualquier petición que me han


ofrecido para salir o ir a tomar algo. Cada vez que alguien me lo
preguntaba, ya sea hombre o mujer, la imagen de Rodrigo aparecía
llevándome a recordar todo lo que sucedió después. No quiero volver a
cometer el mismo error, por lo que intento no salir sola nunca. Mi
guardaespaldas siempre está a mi lado cuando salgo por las noches y Félix
siempre anda acompañándome la mayoría de las veces.

Esta vez no ha sido diferente.

—No creo que pueda ser posible.

—Una café, ¿tal vez? Mi intención tan solo es querer conocerla un poco
más, no quiero que se asuste.

Dice que mi concierto ha dejado hipnotizado a más de uno, pero su voz


tampoco se queda atrás. Tampoco me pasa por desapercibido el inicio de un
tatuaje que tiene el cuello y parece ser que es bastante grande.

Hace que recuerde el que yo tengo en la espalda.

—No me gusta el café —respondo.


—¿De verdad? Es una pena —inclina levemente la cabeza mostrándose
desilusionado—. ¿Qué le gusta entonces?

Es como si ya hubiera tenido esta conversación.

—Pero podríamos ir igual —interviene Félix—, porque yo también estoy


invitado, ¿no? Lo siento tío, pero Adèle y yo somos un pack, a donde va
ella, voy yo, o lo tomas o lo dejas. Incluso podríamos ir a tomar un café en
el mismo restaurante del auditorio o tal vez tengan más cosas.

—Por supuesto, no hay ningún tipo de problema si la señorita está de


acuerdo —responde él mirando a Félix durante un instante.

—Claro —digo al cabo de un momento analizando la situación en mi


cabeza.

Raúl estará cerca vigilando cada uno de sus movimientos, Félix estará a mi
lado sin dejarme sola en ningún momento. No nos iremos a ningún sitio,
permaneceremos en el interior del edificio y no me quedaré más de media
hora con él. No se repetirá y no pasará nada.

—Si me permite —pronuncia él ofreciéndome el brazo.

Al principio dudo si aceptar el gesto, pero siento el leve codazo de Félix lo


que hace que reaccione. Doy un pequeño paso hacia adelante mientras
envuelvo la mano en torno a su brazo y puedo observar la sonrisa que me
regala.

No recordaba lo que era sentir nervios al estar cerca de un hombre.


Normalmente me he comportado teniendo el control de la situación y
siempre he actuado mostrando seguridad tanto en mi mirada como en lo que
decía, pero ahora no sé si es por este hombre en específico, porque ha
pasado mucho tiempo sin tener contacto con nadie o porque soy consciente
de que no podré tomarme ninguna pastilla hasta que no llegue al hotel pues
las tengo guardadas en el cajón de la mesita de noche.

Salimos del camerino y nos abrimos paso hacia el pasillo. Raúl nos sigue
por detrás después de decirle que vamos a ir a tomar un café, a su lado se
encuentra el pelinegro entrometido.

»—Dígame, señorita Leblanc —murmura Daniel—, ¿hace cuánto que toca


el piano? Supongo que deben de ser muchos años, esa técnica que posee no
se logra de la noche a la mañana.

Sí que me he podido dar cuenta de sus palabras acarameladas y no sé si su


objetivo sea endulzarme el oído para conseguir otra cosa de mí.

—¿Le parece si nos empezamos a tutear? Creo que es lo más apropiado


teniendo en cuenta de que no nos encontramos en ninguna situación formal.

—Siempre me ha parecido sexy emplear el usted en según qué situación,


pero sí así lo prefiere, puedo volver a hacerle la pregunta. Adèle, ¿hace
cuánto que tocas el piano?

Me giro hacia él en el momento que pronuncia mi nombre encontrándome


de lleno con el potente azul en sus ojos y debo confesar que ha sonado
bastante bien de lo que me gustaría admitir.

—25 años —respondo—, toco el instrumento desde que tengo uso de razón.

—Es admirable. Disfruto mucho oyéndolo, de hecho, por eso he venido


cuando me enteré de que habría un concierto en la ciudad, no me quería
perder la oportunidad.

Llegamos a la zona de cafetería la cual se encuentra vacía y nos sentamos


en la barra, cada uno en un taburete alto. Observo que Raúl y Félix se
encuentran a unos metros alejados de nosotros. El primero no ha quitado la
mirada de encima a Daniel mientras que el segundo se está haciendo el
distraído.

—¿Has venido solo? —Me atrevo a preguntar.

—¿Te refieres si he venido con acompañante? Me gusta tu curiosidad —


sonríe—, pero no, estoy solo, de hecho, tenía en mente que tú lo fueras.

—¿Cómo has dicho?


—Mi pareja.

—Sigo sin entenderte.

Sus palabras me dejan un tanto confundida y lejos de explicarme lo que


quiere exactamente, se empieza a reír al verme con las cejas arqueadas
mientras trato de entender en qué situación debería ser su acompañante.

En ese instante se acerca el camarero detrás de la barra llamándonos por


nuestros apellidos y me guardo la sorpresa al ver que también lo ha
reconocido. ¿Se puede saber quién es este tipo?

—Señorita Leblanc, Señor Duarte, ¿qué les puedo ofrecer?

—Dos copas y una botella del mejor vino que tengas, gracias.

El camarero desaparece después de haber hecho un gesto con la cabeza. Me


llevo la melena ondulada hacia atrás sin dejar de mirar al hombre que tengo
delante de mí. Todavía sigue manteniendo esa sonrisa torcida medio
divertida.

—¿Quién eres? —Termino por preguntar.

—¿No me conoces?

—Ahórrate la arrogancia, conmigo no funciona esa táctica, pero me causa


cierta curiosidad que incluso el camarero te haya reconocido. ¿Trabajas en
el auditorio?

—Te contestaré si aceptas ser mi acompañante —apoya el codo sobre la


barra, manteniendo una postura relajada.

—No voy a aceptar nada, olvídalo.

Busco el móvil en el bolsillo de la falda del vestido y lo desbloqueo siendo


consciente de su mirada puesta en mí. Entro en Internet.

—¿Qué haces?
—Se le llama buscar una solución al problema —me limito a decir—. Dado
que la mayoría parece conocerte menos yo y bajo ningún caso voy a aceptar
ese vil chantaje, Internet me podrá poner al corriente.

—Deja eso, anda —murmura.

Me doy cuenta de su intención de querer tocarme la mano con la que estoy


sosteniendo el móvil, pero antes de que lo haga, la aparto lejos de él por
auto reflejo. Daniel se percata, pero no dice nada.

»—Hagamos una cosa —empieza a decir ignorando mi reacción—. Te


explico el evento de mañana, aceptas ser mi acompañante y te digo quién
soy —propone.

—Pareces muy confiado, sin embargo, la última palabra la tengo yo —


respondo—. Me cuentas en qué consiste ese evento, me dices quién eres y
luego ya veremos si acepto o no.

En ese instante, el camarero vuelve con una botella de vino junto a dos
copas servidas. Daniel agarra las dos y me ofrece una. Las sostenemos uno
frente al otro.

—Hecho, bajo tus reglas será —murmura y hace que choquemos ambas
copas en un brindis—. ¿Te explico lo de ese evento o primero te digo quién
soy?

—Me da igual —me tomo un sorbo de la copa. De su parte recibo una risa
—. ¿Por qué te ríes tanto?

—Me pareces interesante —se encoge de hombros dejando la copa sobre la


barra—. ¿ahora no me puedo reír o qué?

—No sabes nada de mí.

—No me hace falta. Te conozco desde hace quince minutos, pero tu


carácter y personalidad tiene algo que llama la atención.

Se equivoca, porque ahora mismo no estoy siendo yo. Estoy ansiosa por
llegar a la habitación del hotel, pero me mantengo serena porque tengo a mi
lado una copa de vino que me calma. También estoy rota, lo que hace que
no me comporte con la misma seguridad que tenía antes. Este tipo no sabe
nada, tan solo está diciendo lo que observa desde el exterior del caparazón.

—Cuéntame de ese evento —respondo al cabo de unos segundos sin apartar


la mirada.

—Será un baile de máscaras que organizan mis padres —dice y


rápidamente me despierta el interés—, con ropa de gala, ya sabes, vestidos
largos, trajes, corbatas, máscaras deslumbrantes, bailes en pareja en el
centro de la pista. La parte aburrida es que está organizada la subasta con el
objetivo de recaudar fondos para no sé qué causa, pero podemos obviar esa
parte.

—¿Cuándo sería?

—Mañana por la noche. Asistirá todo el mundo.

—¿Y yo por qué no estaba invitada?

—Te pido perdón en nombre del organizador, no sé qué ha pasado, de


hecho, yo no te conocía hasta ahora.

—¿Acabas de asistir al concierto de una pianista que no conocías?

—Espera —se vuelve a reír—, no he dicho eso. Conocía tu nombre, pero no


la cara que se escondía detrás, por eso te invito formalmente después de
haber comprobado que nadie se ha dignado a mandarte la invitación.

—Todavía no he dicho que sí.

—Cierto —pronuncia—, si llegas a asistir, tienes libertad absoluta de


sentarte delante del piano que estará colocado en medio del escenario.

—¿Me invitas tan solo para que toque?

—Por supuesto que no, ¿por quién me tomas? Quiero que entres de mi
brazo.
—Entonces, ¿soy un trofeo al cual presumir?

—No, serás mi pareja de baile —vuelve a decir—, y yo estaría encantado


de que lo fueras.

Esta conversación me está resultando siendo divertida en cierta medida,


aunque es verdad que se está tomando mucha molestia en querer que vaya a
ese baile. Ahora mismo, ya no confío en nadie, por lo que sin poderlo
evitar, por mi mente están pasando todos los escenarios negativos que se
podrían dar.

—Todavía sigues siendo un desconocido para mí —murmuro mientras me


tomo otro sorbo de la copa—. Dime quién eres.

—Un humilde cocinero —dice y disimulo la sorpresa en mi rostro pues


nunca me hubiera imaginado que se dedicara a la gastronomía.

—¿Y por eso el camarero te conoce?

—Un humilde cocinero con 5 restaurantes de estrella michelín repartidos


por el país, uno de ellos cuenta con 3, de hecho, está en Barcelona, ¿de
verdad que nunca has estado en DDac? Deberías ir, preparan unos platos
deliciosos.

De hecho, el nombre del restaurante me suena, creo que habré ido alguna
que otra vez, pero nunca le presté atención a cómo se llamaba el chef.

—Cuanta modestia —ironizo—, ¿cuántas estrellas en total? ¿Siete?

—No es por presumir, pero sí —vuelve a sonreír lo que me provoca que lo


haga yo también.

—¿Cuál es el significado del nombre?

—Daniel Duarte Arte Culinario —pronuncia orgulloso y debo admitir que


no es un mal nombre.

—Me gusta.
—Gracias, tú también me gustas.

—¿El vino te ha empezado a hacer efecto que añades más letras donde no
toca?

—De ninguna manera, he dicho exactamente lo que quería decir —


murmura—, ¿entonces qué? ¿Aceptas ser mi bella pareja de baile?

—No creo que se vaya a poder.

—Me acabas de romper el corazón —dramatiza—, por lo menos dime la


razón de tan desagradable noticia.

—¿No es evidente? El evento es mañana y no tengo nada que ponerme,


además de que es tarde de reservar una cita para la peluquería y añadir que
tampoco tengo una máscara.

—¿No tienes ningún vestido en el armario que puedas utilizar? No te


preocupes de la máscara y con el maquillaje y el peinado, tampoco pasa
nada, lo arreglamos mañana, tengo contactos que te pueden hacer un hueco.

—No tengo nada en Madrid, no vivo aquí, tengo mi piso en Barcelona,


ahora simplemente estoy de gira.

Los vestidos que me ponía para todos los conciertos que he estado dando
durante estos meses se encargaba Rafael juntamente con el equipo de
esteticistas, por lo que tampoco podría utilizar alguno.

—Nos iremos de compras —se limita a decir encogiéndose de hombros


como si fuera lo más fácil del mundo—, mañana por la mañana y antes de
comer ya tendremos todo.

—¿Te crees que es tan fácil elegir un vestido y que me quede bien?

—¿No lo es? —Enarca una ceja—. A donde iremos, sí, tengo un amigo que
trabaja en una tienda especializada en vestidos de marca para este tipo de
eventos, no te preocupes.

Me lo pienso durante unos segundos.


—Con una condición más.

—Lo que quieras.

—Mi guardaespaldas también irá, como es evidente, además de mi amigo al


cual has saludado antes.

—No hay problema. Entonces, ¿ya está todo decidido? Avisaré al equipo
que organiza esto que pongan un juego de cubiertos junto con una silla al
lado de mi asiento.

—Félix también tiene que estar en esa mesa.

—¿Sois mejores amigos o algo así?

—Amigos de toda la vida.

Tampoco le voy a decir que Félix es quien me consigue las pastillas, la


marihuana y todo aquello que le pido.

—También se lo diré, no te preocupes.

—Muy bien —me acabo la copa de vino—, supongo que será divertido,
escasas veces he llevado máscaras.

—Las sorpresas que te puede dar la vida —esboza una pequeña sonrisa—,
por cierto, mañana por la mañana te vendré a recoger, ¿en qué hotel te estás
hospedando?

Se lo piensa durante un par de segundos y me propone que le envíe la


ubicación por mensaje, por lo que al final acabo aceptando y nos
intercambiamos los números para después decirle que se lo enviaré una vez
que me encuentre en el hotel.

—Hasta mañana —acabo por decir—, y gracias por la invitación.

—Hasta mañana, Adèle —se acerca y me da un beso en cada mejilla a


modo de despedida.
Se levanta del taburete y deja un billete sobre la barra diciendo que invita él
y después se marcha. Félix no tarda ni cinco segundos en aparecer delante
de mí, sentándose en el mismo sitio donde Daniel estuvo sentado.

—Menuda conversación la vuestra, creo que he aburrido al pobre Raúl


porque le he empezado a contar mi vida y me ha dicho dos veces que por
favor me callara, ¿qué tanto os habéis dicho? ¿Qué quería? Se os veía muy
a gusto, ¿verdad que no ha pasado nada? Ya te lo dije, tiene buenas vibras el
hombre.

—Félix —interrumpo su monólogo.

—Dime.

—Mañana asistiremos a un baile de máscaras, Daniel es el hijo de la pareja


que organiza esta fiesta y nos acaba de invitar.

—¿Nos?

—Me ha invitado a mí, pero le he dicho que no iré sin ti.

—Aw —hace ese sonidito cursi mientras me da un casto abrazo—, te


quiero, eres lo mejor que tengo en esta vida llena de tristeza y desgracia.

—Tampoco dramatices.

—Es la verdad —se separa y vuelve a abrir la boca queriendo decir algo
más—. Pero, ¿y las máscaras y qué vestido te pondrás?

—Mañana iremos de compras.

***

Esa misma noche, después de que Daniel se fuera, llamé a Rafael para
preguntarle si sabía de la existencia del supuesto baile, me dijo que algo
había oído, pero tampoco le prestó demasiada atención porque yo no había
sido invitada, además de que tenía un montón de trabajo del que ocuparse.
Finalmente, le dije que iría, pero también le pedí que no lo diera mucha
importancia haciéndolo público porque tampoco está en mis planes que los
demás sepan que he sido invitada a última hora.

Contra menos supieran los demás, todo iría mucho mejor.

Antes de colgar, me recordó la comida que tenía con los músicos y


directores de orquesta y que por favor no se me olvidara ir. Al parecer hoy
iba a ser un día completo.

—¿Estás lista? —Me pregunta Félix desde la cama sujetando el móvil con
una mano.

Termino por arreglarme el pelo peinándome la melena que me llega por


debajo de los pechos y no puedo evitar acordarme de aquel momento que,
en medio de un ataque de desesperación y nervios, estuve a punto de coger
unas tijeras para cortármelo. Fue Félix quien me frenó y me hizo entender
que lo que quería hacer no arreglaría nada ni tampoco me haría sentir mejor.

Justo en ese instante una llamada entrante aparece y se trata de Daniel. Me


dice que se encuentra abajo, en las puertas del hotel y que no nos
demoremos.

—Vámonos —le digo—, Daniel ya está aquí.

—Encima nos viene a recoger para llevarnos de compras, qué buen


servicio.

—Es lo menos que podría hacer después de invitarme a un evento faltando


menos de 24 horas.

—Vamos, francesa, no es la primera vez que tienes que encontrar un


modelito faltando poco tiempo. Hay que estar acostumbradas a este tipo de
contratiempos.

—Dijo la estrella de cine —murmuro mientras me guardo la llave de la


habitación y salimos por la puerta.

—Buenos días, señorita Leblanc, Félix —nos saluda Raúl desde el pasillo.
Empezamos a caminar para dirigirnos al ascensor.

—¿Adèle? —Pronuncia la estrella de cine mirándome con una cara de


interrogación.

—Qué quieres.

—Guarda esa simpatía para el resto del día —ironiza—. Es que me he


quedado pensando en esta información. Si es un evento grande que se
celebra justamente aquí en Madrid, ¿no has pensado en la posibilidad...? —
Lanza la pregunta, pero no acaba la frase.

—¿Qué posibilidad?

—Piensa, Adèle, en esa posibilidad.

—Félix, son las 9 de la mañana y lo menos que me apetece ahora es


ponerme a pensar en lo que sea que se te haya pasado por la mente, si
quieres decirme algo, dilo.

Sin embargo, su rostro aparece en mi cabeza en el mismo instante que lo


menciona.

—¿Cuál es la probabilidad de que tu ex haya sido invitado? Al fin y al


cabo, también es una figura pública reconocida y el evento se organiza aquí
en Madrid.

No me detuve a pensar en eso hasta ahora.

»—Si supieras que asiste a ese baile, ¿irías igual?

Me quedo callada hasta que el ascensor se detiene en la planta de recepción


y abre sus puertas. No quiero encontrarme con él porque sé que mis
palabras le destrozaron en la última conversación que tuvimos, además de
que tampoco me gustaría saber lo que ha sido de su vida.

Verme cara a cara con él sería golpearme directamente con la realidad y


todavía no estoy preparada para dar ese paso, no cuando mi salud mental
está al borde del colapso. No me gustaría que me viera así, rota y destruida
y que le avivara el sentimiento de culpa, porque en ningún caso tuvo la
culpa de todo lo que pasó.

Si hay que culpar a alguien, sería a mí.

—No —me limito a contestar.

Salimos a la calle y de inmediato Daniel sale de su coche para recibirnos.

—Buenos días —nos saluda con una sonrisa.

Me puedo fijar en que tiene buen gusto para los coches pues se trata de un
Aston Martin de un color gris oscuro metalizado y ya puedo imaginarme el
ronroneo del motor.

—¿Cómo te trata la vida viendo que tienes esa preciosidad de coche? —


Empieza Félix con sus preguntas.

—Estupendamente, gracias por preguntar. Bueno, ¿nos vamos? Tenemos


muchas cosas que hacer y poco tiempo.

Nos adentramos en el Aston Martin sentándome en el asiento del copiloto


mientras que Raúl se dirige hacia el coche con el que nos seguirá detrás.
Enciende el motor a los pocos segundos y sale disparado hacia la ciudad
madrileña.

»—¿Tienes alguna idea de cómo te has imaginado el vestido? —Me


pregunta el chef.

—Simplemente que sea negro y tenga la espalda tapada, por lo demás, ya


miraré lo que haya en esa tienda —respondo.

—No nos olvidemos de las máscaras —interviene Félix desde atrás—, ay,
qué ilusión, creo que pocas veces he asistido a un baile de máscaras formal.

—Referente a eso... —empiezo a decir—, ¿te podría pedir un favor?

—Depende de la clase de favor que sea —Daniel se gira hacia mí


esbozando una sonrisa insinuando otra cosa—. Dime.
—¿Podrías averiguar si el nombre que te voy a decir está entre la lista de
invitados?

—¿Por qué?

—¿Podría ser sin preguntas? Simplemente quiero saberlo.

—Es un asunto serio entonces —responde—, está bien —dice mientras


llama a un número por el manos libres—. ¿Cuál es ese nombre?

—Iván Otálora —respondo al cabo de un momento y éste asiente con la


mirada.

—Buenos días, señor Duarte ¿en qué le puedo ayudar? —Contesta una voz
varonil segundos más tarde.

—Seré rápido ya que tenemos un poco de prisa —empieza a decir—, pero


¿podrías comprobar si Iván Otálora ha confirmado asistencia para esta
noche?

—Claro, deme un momento.

Silencia la llamada dejando que lo busque y entonces me mira durante un


segundo para después seguir concentrado en la carretera.

—¿Puedo saber qué tiene de especial ese nombre? Es empresario, ¿no? El


apellido me suena, pero no pensaba que lo conocerías.

—Es algo así como su ex —responde Félix por mí—, tuvieron una relación
intensa, las cosas no salieron muy bien y al final rompieron, ahora están en
plan modo orgulloso evitándose a toda costa, por lo menos aquí la sexy
francesa sí, no sé qué es de la vida de ese hombre.

—Gracias Félix por el resumen —suelto un suspiro.

—No te quejes que es lo mejor que he podido hacer —vuelca su atención


de nuevo en Daniel—, oye tío, si quieres te cuento la versión extendida
mientras nos tomamos unos cócteles, ¿qué me dices?
—No le hace falta saberlo.

—¿Señor Duarte? —La misma voz vuelve a llamar y Daniel conecta de


nuevo el micrófono—, el señor Otálora estaba en la lista, pero rechazó la
invitación hace un par de días, no asistirá al evento.

—Ah, muy bien, gracias, que tengas un buen día.

—Igualmente, señor.

Corta la llamada.

—Gracias —digo al cabo de unos segundos.

—No me las des, no es fácil pasar por una ruptura —contesta—. Oye... si
no te apetece ir a la fiesta, no hace falta que me acompañes, pensándolo
bien creo que ha sido un poco precipitado.

—Tonterías —responde Félix desde atrás.

—No te preocupes, me apetece ir.

—Nos —corrige.

Me giro hacia mi amigo y observo como la sonrisa no se le ha borrado de la


cara. La mayoría de las veces parece un niño pequeño queriendo llevarse
siempre toda la atención.

Al cabo de veinte minutos y después de haber aparcado ambos coches, nos


adentramos en el interior de una tienda bastante amplia, que como dijo
Daniel, se nota la especialidad en los vestidos de gala pues tiene una amplia
oferta en cuanto a diferentes colores y modelos.

***

Nos encontramos en la habitación de hotel y faltan todavía unos minutos


antes de que Daniel venga a recogernos. Al final, estuvimos casi dos horas
completas en esa tienda pues acabé probándome alrededor de diez vestidos,
ninguno me convencía hasta que el dependiente me ofreció su última
opción, la cual consiguió hacer que me viera increíble.

Se trata de un vestido largo de color negro, con una obertura hacia un lado
enseñando la longitud de la pierna mientras que la parte de arriba está
recubierta por lentejuelas negras, además de que tiene un escote bastante
pronunciado. Es de manga larga y tiene la parte de la espalda tapada.

He optado por hacerme una cola de caballo después de haberme ondulado


levemente el pelo, dejando un par de mechones sueltos alrededor del rostro.
El maquillaje simple, pronunciando las pestañas y los labios rojos
llevándose toda la atención.

Observo la máscara que reposa sobre el colchón, también es de color negro


y según donde le toque la luz, tiene un brillo que es agradable de admirar.

—¿Ya estás lista? Vamos que llegamos... wow —se sorprende Félix
deteniéndose en el marco de la puerta—. Estás increíble, me siento muy
afortunado de ser tu amigo.

Me giro y le veo vestido en un esmoquin con la camisa de color negro y la


pajarita plateada. Le sonrío en respuesta mientras me voy acercando a él
para acomodársela.

—Hoy nos lo pasaremos bien —aseguro y me quedo callada durante unos


segundos—. ¿Tienes otro bote de pastillas? —Pregunto en un tono de voz
bajo.

—Adèle, ¿no crees...? —Intenta encontrar las palabras adecuadas para


formular la pregunta, pero no lo consigue.

—No me hagas tener que repetírtelo.

—Escúchame —empieza a decir, pero ya estoy negando con la cabeza—,


no, espera, tienes que escucharme, ¿no crees que estaría bien que empezaras
a consumir menos? No quiero que después esto te pase factura.
—No puedo dormir, no soy capaz de permanecer tranquila durante varias
horas seguidas, necesito calmarme y poder descansar y lo único que me
ayuda son esas pastillas que me das —digo—. ¿Te crees que no lo sé? Sé
que todo esto es una mierda, pero dime qué quieres que haga, dime cómo.

Se queda callado mirándome con preocupación.

»—No me quites lo único que ahora mismo me funciona, tengo que seguir
manteniendo el ritmo, tengo que seguir moviéndome porque sé que, si me
acuesto en esa cama intentando superar esto, no me levantaré y acabaré por
consumirme.

—Ya lo sé —responde—, créeme que lo sé, pero tienes que entender que
seguir tomándote estas pastillas a largo plazo...

—Lo sé, intento controlarme, te lo aseguro, pero necesito tener la certeza de


que puedo acceder a ellas cada vez que lo necesito.

—Prométeme que después de que hables con Renata, intentarás dejarlas.

Me quedo en silencio pensando en eso, a pesar de que sé que ese momento


va a llegar, no estoy mentalmente preparada para escuchar todo lo que me
tenga por decir. Por un lado, una parte de mí desea poder recuperarse y
volver a ser la que era antes, pero la otra parte se niega en rotundo
queriendo seguir viviendo en las sombras.

—Te lo prometo —respondo en un susurro.

Félix suelta un pequeño suspiro y posa su mirada en mi cama. La pantalla


del móvil se ha encendido indicando la llamada entrante de Daniel, seguro
que para avisarnos de que ya se encuentra abajo.

—Te las daré después del evento, ¿vale? —Me alza la barbilla con un dedo
y después se dirige hacia la puerta—. Vamos que un baile de máscaras nos
está esperando.
El restaurante de Daniel, DDac, se pronuncia así: dedac

¿Os habéis enamorado de él? Porque yo sí ❤ ❤

Adèle diosa como siempre en ese vestido, que aquí abajo tenéis una
pequeña referencia.

El capítulo 5 sí lo dejamos para la semana que viene amores, todavía no sé


cuándo, en cuanto lo tenga listo os aviso (siempre ando activa en Twitter e
Instagram, por si queréis saber adelantos y esas cosas).
Capítulo 5

LUCES Y SOMBRAS

Iván

Madrid siempre ha sido una ciudad digna de contemplar desde las alturas,
por ese mismo motivo fue que decidí tener un apartamento aquí también,
además de que suelo venir aquí por temas de trabajo, por lo que me salía
rentable tener otra propiedad más en esta ciudad. Ahora mismo me
encuentro en la terraza sentado sobre uno de los sofás con Phénix dando
vueltas por todo el espacio buscando algo con lo que entretenerse.

Tuve la reunión con ese cliente hará un par de horas atrás, sin embargo, a
petición de Sofía decidimos regresar a Barcelona mañana por la mañana
con tal de poder descansar esta noche de todo el trabajo acumulado durante
la semana.

Desbloqueo el móvil mientras suelto un suspiro viendo la hora, son pasadas


las siete de la tarde. Entro en las redes con la intención de perder el tiempo
porque no tengo nada que hacer. Es extraña la sensación de no preocuparse
por nada relacionado con el trabajo. Phénix se acerca hasta a mí subiéndose
en el sofá para apoyar la cabeza sobre mi regazo. Empiezo a acariciarlo y de
pronto, la llamada entrante de mi madre hace que frunce el ceño.

Contesto al instante llevándome el móvil al oído.

—¿Qué pasa? —Pregunto.

—¿Esa es la primera pregunta que se te ocurre hacerme? —Me reprende—.


Iván, cuando te dije que fueras a ese baile no fue con el objetivo de que
rechazaras la invitación.

—Mamá, no me apetece ir, ¿cuál es el problema?

—¿Dónde está Sofía? —Pegunta, cambiando de tema.

—Salió hace un par de horas diciendo que quería irse de compras, supongo
que tardará en llegar, ¿por qué?

—¿Por qué no te apetece ir?

—Porque paso de perder el tiempo en una fiesta que no me aportará nada y


lo más seguro es que acabe yéndome pasada una hora. No tiene sentido.
Sofía ya ha intentado hacer que cambie de parecer y le he repetido diez
veces que no, no empieces tú también.

—Eres incluso más cabezota de lo que fue tu padre —dice al cabo de unos
segundos soltando un resoplido.
Con el paso del tiempo ha llegado a acostumbrarse a la idea de que nunca
más volverá. Tuvimos un par de conversaciones al respecto y en una de
ellas acabó soltando un par de lágrimas que las hizo desaparecer en el
mismo instante diciendo que llorar era para débiles.

Puede que ya no esté junto a ella y haya aprendido a no echarlo tanto de


menos, pero siempre llevará el recuerdo de mi padre en su memoria, porque
siempre fueron más poderosos juntos.

Eso es lo que me dijo cuando le pedí que me contara algunos detalles de su


historia una tarde, porque la idea de hacerles un libro todavía la tengo en
mente. Puede que ya no me apetezca escribir ningún otro poema, pero
narrar cómo se enamoraron y cómo fue que mi madre llegó a ser
comandante junto con todas las misiones que hizo, me mantendría ocupado.

—Soy una versión mejorada de él.

—No digas tonterías, Sebastián fue y seguirá siendo insuperable, tú eres


una combinación de ambos potenciando todas las cualidades que teníamos.

—¿Te sigue doliendo hablar de él? —Murmuro.

—No es dolor, tampoco tristeza... —responde—, es algo difícil de explicar.


Cada vez que lo menciono en voz alta me genera una sensación de calidez,
sé que nunca más volverá, pero me sienta bien mencionar a tu padre en
cualquier conversación, lo siento más cerca.

—Lo echo de menos —confieso segundos más tarde mirando hacia el cielo
despejado—. Me gustaría que las cosas hubieran sido diferentes.

—Una de las cosas que he podido comprender es que el "hubiera" no existe.


Todo pasa por un motivo y a veces el culpable es el propio destino, no
necesariamente hay que encontrar a un responsable para sentirse uno mejor.

Me quedo pensando en sus palabras dándome cuenta de que se está


refiriendo a otra cosa.

—¿Me estás queriendo decir algo?


—Que todo se solucionará a su debido momento y tarde o temprano,
tendrás esa conversación pendiente. Lo único que yo estoy buscando es que
tú estés bien y feliz, los demás me dan igual. No está bien que vivas en esta
constante amargura, tienes que volver a ser el que eras antes.

—Estoy bien así.

—A mí no me mientas, porque conmigo no te funciona —dice casi al


instante—. Te he limpiado el culo desde que tienes uso de razón, te conozco
como a la palma de mi mano y sé que ahora mismo estás apagado.

—Mamá —intento hacer que no siga hablando mientras sujeto el móvil con
más fuerza—, no sigas por ahí.

—Seguiré por donde me dé la gana, ¿qué necesitas para volver a ser feliz?

Es una pregunta trampa porque quiere que diga la única respuesta que se
podría considerar válida.

—No te voy a responder.

Se queda callada durante unos segundos e incluso puedo imaginarme la


sonrisa torcida que estará esbozando.

—En realidad, ya lo has hecho.

—No he dicho nada.

—Lo único que te pido es que no lo conviertas en una dependencia —


murmura—, una cosa es ser un complemento para el otro, pero otra muy
distinta es que ya se trate de una necesidad. No necesitas tener al lado a una
persona para ser feliz, se trata de compartir tu felicidad con esa persona.
¿Lo has entendido?

—¿Ahora eres mi psicólogo y yo no me he enterado?

—Responde a mis preguntas si no quieres que te castigue.

—No tengo diez años.


—Como si llegas a tener sesenta —su tono de voz es divertido—, ¿te ha
quedado claro?

—Sí, mi comandante.

—Bien, en cuanto llegue Sofía, os vais derechito a esa fiesta para que me
mandéis una foto, os quiero ver con las máscaras puestas. Necesitas
distraerte, pasártelo bien y dejar de pensar, aunque sea por una hora.

—Es tarde para ir —le digo.

—Nunca es tarde para hacer nada, ¿qué crees que ha ido a comprar Sofía?
—Me la puedo imaginar enarcando una ceja indignada—. Os cambiáis y os
vais, no hagas que tenga que llamarte cada diez minutos para ver si te has
ido o no.

Suelto un resoplido cansado.

—Sí, mamá.

—No olvides que te quiero y que siempre querré lo mejor para ti, así que no
me andes resoplando —me regaña, de nuevo—. Bien, te cuelgo, ya me
contarás y no te olvides de las fotos.

—Cómo olvidarlo.

Nos despedimos después de un par de minutos. Corto la llamada y dejo caer


el móvil sobre la mesita central de la terraza. ¿Se puede saber por qué me
he dejado convencer cuando tenía claro de que no me iba a mover de este
apartamento?

Phénix se levanta poniéndose de pie. Empieza a respirar sacando la lengua a


fuera sin dejar de mirarme y me pregunto con quién puedo dejarlo porque
no creo que sea muy adecuado llevarlo en un entorno donde habrá mucha
aglomeración, pero tampoco me gustaría que se quedara aquí solo.

—¿Qué hacemos contigo? —Hablo en voz alta—. ¿Te vienes a la fiesta o


mejor te quedas aquí?
Empieza a soltar varios ladridos sin dejar de jadear y me doy cuenta de que
no es necesario que David vaya con nosotros a la fiesta, por lo que se podría
quedar aquí con él durante el tiempo que estemos fuera que seguramente
será poco.

En ese instante se oye el timbre por lo que me levanto del sofá de la terraza
y me dirijo hacia el interior del apartamento que es bastante parecido al
penthouse de Barcelona. Phénix empieza a ladrar yéndose directamente
hacia la puerta.

La abro instantes más tarde y dejo pasar a una Sofía cargada con una
pequeña caja plateada y dos de esas típicas fundas para guardar los trajes y
los vestidos, además de que viene peinada y maquillada.

—Vístete —deja las fundas sobre la encimera de la isla y ante mí abre la


caja dejando ver dos máscaras perfectamente colocadas—. ¿Verdad que son
bonitas?

La mía es completamente negra manteniendo unos bordes definidos


mientras que la suya es de un color rojo oscuro tirando a granate con
diminuta pedrería incrustada en algunas zonas específicas.

»—El vestido será del mismo color —continúa diciendo—, he querido que
combinara. Va, no tenemos mucho tiempo, ya estamos llegando tarde.

—¿Cuándo has hablado con mi madre? —Pregunto mientras bajo la


cremallera de la primera funda que hay colocada sobre la mesa, pero Sofía
me detiene diciendo que ese es su vestido, por lo que compruebo lo que hay
en el segundo queriendo ver el tipo de traje que habrá escogido.

—Una hora antes de irme de compras —me sonríe.

—Le dije a Clara que rechazara la invitación.

—No te preocupes por eso porque ya está todo arreglado, llamé antes al
organizador y le dije que lo que sea que se supone que tenías ahora, había
quedado aplazado para otro día, por lo que nos han vuelto a asignar los dos
asientos en la mesa que ya teníamos. No han modificado nada.
—Qué fácil todo —respondo aguantando la percha por detrás de la espalda.

—Nos quedaremos poco tiempo si así lo prefieres —se acerca a mí hasta


que envuelve sus brazos en torno a mi cuello—, pero niégame que no
deseas verme en este vestido y bailar un par de canciones conmigo.

—No te lo niego —acaricio su cintura con la otra mano acercándola más a


mí—, quiero ver qué clase de vestido te has comprado.

Me fijo en su maquillaje, es sutil, pero ha potenciado la mirada con máscara


de pestañas dejando los labios en un color neutro. El pelo se lo ha dejado
ondulado con la raíz hacia un lado.

»—Pero es la última vez que vuelves a hacer algo así a mis espaldas, no me
gusta que hables con mi madre sin que yo esté enterado.

Se lo dejé claro desde el principio diciéndole que lo nuestro tan solo sería
sexo y nada más, sin ninguna relación de por medio, sin sentimientos, sin
nada que nos atara y el que se permita hablar con mi madre con un asunto
que no es relacionado con el trabajo, me enfada porque se pensará que
tendrá derecho de hacer lo mismo más adelante, ganándose otro tipo de
confianza que no estoy dispuesto a darle.

—Lo siento —se disculpa—, la próxima vez estarás enterado, pero todo ha
sido un poco rápido.

—Sofía, quiero que tengas claro que no quiero que haya una próxima vez,
tú y yo solo follamos, no quiero que esto vaya a más.

Poco a poco el abrazo se va deshaciendo dando un paso hacia atrás, sin


embargo, esa leve sonrisa sigue sin desaparecer de su rostro.

—Como si no lo supiera —dice—, sé que eres incapaz de volver a abrirte a


alguien, está bien, lo acepté desde la primera vez que tuvimos sexo, no te
preocupes, ¿vale? —Coge el vestido que todavía se encuentra cubierto con
la funda—. Me iré a cambiar en una de las habitaciones, ¿eso sí puedo
hacerlo, no? —Intenta bromear.
—Elige la habitación que quieras.

Cuando oigo la puerta cerrarse después de unos minutos, llamo a David


para decirle que esta vez no nos acompañará para quedarse a cuidar a
Phénix. Bajo la cabeza viendo al dóberman que se ha tumbado al lado de
mis pies, tranquilo y totalmente ajeno a todo.

Ya desearía yo tener esa tranquilidad rodearme mientras respiro esa paz que
estoy ansiando desde hace semanas.

Después de casi una hora y pasadas ya las ocho, entramos con el coche por
la entrada principal de la mansión. A una velocidad lenta, me fijo en la
majestuosidad que desprende haciéndolo incluso ver como si estuviéramos
en un cuento de hadas con carruajes, princesas y bailes de época.

Los periodistas esperan ansiosos la llegada de cada invitado con la


intención de sacar mil fotos y hacer una docena de preguntas.

—La gente todavía está llegando —menciona Sofía a mi lado mirando por
el espejo retrovisor.

Rodeo la gran fuente colocada en el centro y me detengo en frente de las


escaleras donde queda extendido una alfombra roja que finaliza hasta la
puerta de doble entrada resguardada por un par de guardas de seguridad.

Los flashes de las cámaras no se hacen esperar por parte de los periodistas
que se encuentran por detrás de la cinta negra, intentando respetar la
distancia.

—¿Preparada? —Pregunto después de haber apagado el motor y viéndola


abrir la caja que contiene ambas máscaras.

—Sí —me la entrega y veo como se coloca la suya, dejando un par de


mechones ondulados por encima.

Salgo del coche y mientras me acomodo la chaqueta del traje, el cual es


totalmente negro incluida la corbata, me encamino hacia su puerta para
abrirla.
A los pocos segundos observo al aparcacoches acercarse para llevarse el
coche hacia el parking y que no estorbe la entrada de los demás invitados.

—¡Señor Otálora! —Empiezan a gritar intentando captar mi atención.

Sofía enrolla su mano entorno a mi brazo. No duda en mostrar una sonrisa


ante las cámaras en cuanto empezamos a caminar por la alfombra.
Recuerdo que me dijo que no respondiera ninguna pregunta que me
hicieran, que ni siquiera les prestara atención. Tampoco es lo que fuera a
hacer de todas maneras.

Entre las múltiples preguntas que me hacen, una me llama la atención, sin
embargo, Sofía hace fuerte el agarre en mi brazo diciéndome que no me
detenga.

—¿Se sentará junto a su exprometida? ¿Se acercarán a saludarse?

Frunzo el ceño preguntándome qué pintará Verónica en un evento de esta


clase.

Entramos en la mansión después de que el guarda haya comprobado mi


identidad escasos segundos atrás y ante nosotros se despliega una recepción
perfectamente decorada para la ocasión. Cortinas negras y doradas sujetas
de manera impecable, un par de lámparas de araña colgando del techo
dando una luz tenue en el ambiente.

—Estoy emocionada —murmura—, puede que incluso nos encontremos


frente al evento del año.

—Es otra fiesta más.

—Eres un mata ilusiones, ¿lo sabías? —Responde divertida.

La alfombra roja nos sigue indicando el camino hasta que llegamos también
a una puerta de doble entrada que se abre justo cuando nos acercamos. Ante
nosotros se despliega una multitud de personas cuyos rostros están
cubiertos de todo tipo de máscaras, algunas más extravagantes que otras.
Hay mesas circulares estratégicamente colocadas alrededor de una gran
pista de baile y en frente de ésta, un escenario cuyo telón permanece
cerrado ante los invitados, escondiendo lo que sea que haya detrás de las
cortinas negras.

Vamos caminando a paso lento por la sala saludando a varios invitados


hasta que nos detenemos a hablar con la pareja que reconozco como los
anfitriones y los que han montado todo este espectáculo.

—Señor Otálora, qué gusto que al final haya podido asistir —empieza a
hablar sujetando su máscara mediante una fina vara—. ¿Quién es su
acompañante? Victoria Duarte, querida.

—Sofía Santos —contesta la rubia a mi lado estrechando las manos—, un


placer.

El hombre también dice dos palabras.

—Nunca entenderé por qué tanto formalismo, he montado esta fiesta para
pasárnosla bien, coño —se empieza a reír el hombre para después continuar
con las presentaciones.

—Me pregunto lo mismo —respondo esbozando una sonrisa.

—Alejandro Duarte —estrecho mi mano con la suya—, supongo que todo


el mundo debería conocerlo, pero yo lo digo igual.

—Disculpadle, a veces tiene la lengua muy suelta —empieza a decir su


mujer enrollando su mano entorno a su brazo.

—¿A veces? Yo diría que siempre —responde él riéndose a lo que se une


también su mujer.

—Espero que os quedéis hasta que finalice el evento, habrán muchas


sorpresas a lo largo de la noche, de hecho, una de ellas está a punto de
desvelarse —explica Victoria y sin querer, mi vista se posa en aquel
escenario que permanece escondido ante los ojos curiosos de los demás.

—Nuestro hijo ha traído a una invitada especial —suelta su mirado.


—Estamos deseando poder ver de qué se trata —habla Sofía esbozando una
sonrisa.

Después de varios minutos hablando de cosas triviales, la sala queda


envuelta en una profunda oscuridad dando paso a una exclamación de
asombro por parte de la multitud. No se ve nada, incluso las velas que
estaban encendidas se han apagado junto al resto de lámparas.

»—¿Qué crees que será? —Susurra Sofía a mi lado, haciendo más fuerte el
agarre de su mano contra mi brazo—. No me sueltes porque no es que me
guste mucho quedarme a oscuras rodeada de tantas personas.

Una vez me contó que no le hacía mucha gracia la oscuridad, no se trata de


una fobia como tal, pero sí que le genera cierta incomodidad.

—No te preocupes.

Segundos más tarde se oye claramente el sonido del telón abrirse por lo que
todo el mundo ha dejado de susurrar queriendo saber ya de una vez la gran
sorpresa. La multitud enmudece cuando se empiezan a escuchar las notas de
un piano, suaves, delicadas, llenando todo el espacio.

Me quedo quieto con la mirada fija en ese escenario deseando ver al artista
que se esconde detrás de la oscuridad, pues necesito que la cosa que tengo
dentro del pecho y que ha empezado a bombear más rápido de lo normal, se
calme.

No puede ser que se trate de ella.

Reconozco la melodía de inmediato tratándose de la pieza de Beethoven,


Für Elise, la misma melodía que le hice tocar aquella tarde bastantes meses
atrás para aquel reto el cual perdió equivocándose en la última nota, sin
embargo, esta vez suena diferente pues le está proporcionando un toque más
triste y melancólico.

Después de las primeras notas, justo en el momento donde llega la parte


fuerte, se enciende un único foco colocado por detrás del piano para crear
un juego de luces y sombras haciéndola ver de esta manera, una diosa
inalcanzable de la música.

[Aquí debería haber un GIF o video. Actualiza la aplicación ahora para


visualizarlo.]

Podría reconocer esa melena en cualquier lugar.

No es la misma versión que tocó aquella tarde, cualquiera podría notar la


diferencia. Se trata de una más épica, potenciando las partes graves y
realzando la discordancia entre la armonía produciendo a la vez, un sonido
agradable y desagradable al mismo tiempo pues gracias a la manera que
está interpretando la pieza, es capaz de hacer sumergir a cualquiera en los
más oscuros recuerdos y pensamientos.

Ya no es aquella eufonía que escuché ese día, ahora está mostrando ser una
perfecta disonancia sobre el escenario.

—Iván —susurra Sofía a mi lado intentando llamar mi atención—. Estás


tenso, ¿es ella?

—Sí —me limito a responder.

—¿Estás bien?

—No lo sé.

Se puede observar claramente la sombra de sus manos abarcar el teclado


entero, moviéndolas rápidamente y de manera precisa. Su cuerpo se inclina
con ímpetu cada pocos acordes al igual que su melena está rugiendo con
fuerza. El brillo de la parte de arriba de su vestido se puede apreciar gracias
al toque de la luz.

Le pregunté a Clara si Adèle había sido invitada y me dijo claramente que


no, además de que se encontraba en Lisboa, ¿qué coño está haciendo en
Madrid? Entonces recuerdo las palabras de Alejandro y Victoria.

«Nuestro hijo ha traído a una invitada especial».


¿Invitada especial? ¿Qué clase de invitación especial le ha ofrecido?

No puedo evitar pensar en las conversaciones que tuve con mi madre y


cómo no dejó de insistir en que asistiera a esta estúpida fiesta con la excusa
de querer que me olvidara de todo durante un rato y me divirtiera.

La pieza finaliza al cabo de un par de minutos y justamente en la última


nota, las luces de la sala son encendidas descubriendo a la pianista que
todavía sigue sentada en frente del piano moviendo ligeramente los
hombros. Segundos más tarde se levanta para inclinarse levemente hacia el
público que ha empezado a aplaudir con fuerza soltando varios silbidos.

No me muevo de mi posición viéndola de nuevo después de siete meses,


siendo consciente de que nos encontramos en el mismo espacio.

Es preciosa. Es lo único en lo que puedo pensar ahora mismo, a pesar de


que tenga el rostro cubierto por esa delicada máscara de color negro, soy
perfectamente capaz de reconocerla aun estando varios metros alejado. Me
fijo en su vestido, negro e imponente, simple, pero elegante, dejando que la
parte de arriba se lleve toda la atención.

Está bajando las escaleras y me doy cuenta de que abajo la espera un


hombre al cual no duda en ofrecerle su mano con tal de ayudarla,
colocándose junto a ella. No ha dejado de sonreír desde que finalizó la
pieza. Varios se han acercado para felicitarla.

—Dime qué es lo que quieres hacer —pronuncia Sofía y bajo la cabeza en


su dirección—. ¿Quieres que nos vayamos?

—No —respondo—, ve y diviértete, habla con los demás, necesito un poco


de aire.

Sofía asiente con la cabeza soltando mi brazo de su agarre y esboza una


pequeña mueca de preocupación.

—Está bien.
Es lo último que escucho antes de ubicar la entrada que da directamente a la
terraza. Me muevo entre el gentío abriéndome paso y salgo a los pocos
segundos intentando respirar de manera profunda. Es como si me faltara el
aire y quisiera apoderarme de todo. La puerta se cierra detrás de mí y me
aproximo a la barandilla buscando soporte.

Está aquí.

Me quito la máscara y me froto el rostro intentando espabilar. Me giro sobre


mi posición y me acerco al vidrio que me permite seguir viendo el interior
de la fiesta. Rápidamente la localizo y observo cómo está actuando con los
demás, está feliz, sonriendo y hablando de manera alegre o eso es lo que
quiera aparentar.

Me alejo de nuevo hacia la barandilla y busco el móvil para marcar el


contacto de mi madre. Me lo llevo a la oreja esperando que conteste.

—¿Lo sabías? —Pregunto en el mismo instante en el que acepta la llamada


—. ¿Por eso querías que viniera? ¿Lo sabías? —Vuelvo a preguntar de
manera insistente.

—Para empezar, vigila el tono conmigo —oigo como responde y contengo


de decirle una estupidez—, y en segundo lugar, ¿a qué te estás refiriendo?

—Está aquí.

—¿Quién? Iván, ¿quieres hablar más claro? ¿Qué ocurre?

—Joder, mamá, Adèle está aquí, acaba de tocar el puto piano frente a todo
el mundo.

Se hace el silencio lo que hace que el nerviosismo se me eleve al cuadrado.


Me toco el pecho por encima del traje y hago un poco de presión con la
mano.

—Yo no lo sabía —responde—, tan solo quería que fueras para que te
distrajeras un rato, no he planeado que os vierais si eso es lo que te
preguntas. ¿Cómo hubiera hecho algo así? Si hubiera sabido que venía te lo
hubiera dicho.

—Estoy nervioso —admito al cabo de unos segundos—. Ahora mismo no


sé qué hacer, no sé si acercarme a ella o seguir viéndola desde la distancia o
irme directamente fingiendo que esto nunca ha sucedido.

—Iván —llama mi atención—, ¿tú eres mi hijo o qué eres? No te quiero ver
dudar, deja que las cosas pasen siguiendo su curso, no lo fuerces. Deja que
el destino siga decidiendo por vosotros.

—No sé si quiero tener una conversación con ella —confieso, recordando


por un instante cuando bajó del escenario para encontrarse con su pareja—,
creo que me he quedado en blanco.

—No digas tonterías, ¿hace falta que venga hasta ahí para devolverte el
color de una colleja?

Me sale una suave risa mientras niego con la cabeza.

Oigo el sonido de la puerta abrirse, me giro al instante y observo que se


trata de Sofía.

—Te llamo luego, Sofía está aquí —murmuro.

—Vale, adiós, ya me contarás —responde y corta la llamada.

Me guardo el móvil en el bolsillo interior de la chaqueta y me coloco de


nuevo la máscara sin dejar de observarla.

—No me preguntes si estoy bien —empiezo a decir a la defensiva—, estoy


perfectamente.

—No he venido a preguntarte eso —se acerca hasta a mí—, tan solo quiero
saber si quieres que nos vayamos a tu apartamento.

Me quedo en silencio durante un instante.


—No —respondo lo que mi mente no ha dejado de gritar—, no voy a
permitir que me afecte por el simple hecho de que esté aquí.

—No deberías —dice y envuelve su mano en mi brazo—, ¿quieres tomar


algo? Creo que te irá bien divertirte y dejar de pensar durante un rato.

—Vale —suelto el aire por la nariz.

Me dispongo a girarme para abrir la puerta con Sofía agarrada de mi brazo,


pero en el momento que cruzamos, siento el golpe de un cuerpo en mi
costado haciendo que rápidamente la sujete con ambas manos para evitar
que se caiga.

No tardo ni dos segundos en darme cuenta de que se trata de ella.

Nuestros ojos conectan en ese mismo instante, perdiéndome de nuevo en su


tormenta característica. No puedo evitar fijarme en sus labios, rojos como el
fuego que una vez ardió.

—¿Estás bien? —No puedo evitar preguntar y fijarme que nuestros rostros
siguen estando demasiado cerca.

Adèle se da cuenta de ese detalle y de inmediato pone distancia dando un


paso hacia atrás lo que ha hecho que de un momento a otro haya empezado
a sentir frío en las manos. Me las guardo en el bolsillo sin poder dejar de
mirarla dándome cuenta de que sus ojos han perdido algo de brillo.

—Perdón —dice al cabo de unos segundos los cuales se me han hecho


eternos.

Siento de nuevo el corazón martilleándome con fuerza por lo que trato de


calmarme internamente, intentando que no se dé cuenta.

—No pasa nada —murmuro sin saber qué otra cosa más decir. Sus ojos
siguen viéndome a través de la máscara y por un momento, me he olvidado
de todo el mundo.

Me doy cuenta del acompañante a su lado y como ha colocado una mano en


la parte baja de su espalda, queriendo llamar su atención.
—Señor Otálora —empieza a decir—, señorita... —se fija en Sofía
queriendo que le diga su nombre.

—Sofía Santos —responde ella, colocándose a mi lado a lo que él le sonríe.

Observo a Adèle dar un vistazo rápido hacia mi acompañante.

—Me alegro mucho que finalmente haya podido asistir. Mi nombre es


Daniel Duarte, un placer —me estrecha la mano—. Si nos disculpáis, la
señorita Leblanc tiene que atender un asunto.

—Por supuesto —acabo por decir fingiendo una sonrisa—, no es nuestra


intención quitaros más tiempo.

Nos hacemos hacia un lado y como si se tratara de una cámara lenta, la


francesa pasa por mi lado permitiéndome saborear de nuevo la fragancia
que emana. Respiro profundamente de manera disimulada y giro levemente
la cabeza hacia atrás observando su espalda totalmente cubierta por el
vestido. No puedo evitar pensar en las cicatrices en su piel debido a lo que
le hizo Mónica en aquel búnker.

—Vamos —siento el toque de Sofía en mi hombro—, necesitas una copa.

Unos minutos más tarde nos encontramos sentados en un par de taburetes


de la barra con una copa en la mano cada uno. Estoy de espaldas a la fiesta,
totalmente ajeno a lo que ocurre a mi alrededor. Me bebo el whisky de un
trago y el camarero no tarda en servirme otro.

No ha cambiado en lo absoluto, sigue mostrándose inalcanzable para los


demás con esa mirada grisácea penetrante y su melena de color miel
abundante, sin embargo, desearía poder hablar con ella para darme cuenta si
ha conseguido superar aquello que no ha dejado de atormentarla.

En su mirada no había ningún tipo de brillo, pero con eso no puedo asegurar
nada hasta que no se quite esa máscara y la vea sin ningún tipo de
impedimento.
Puta causalidad del destino. Hace unas horas hubiera afirmado no querer
hablar con ella y dejar que la vida siguiera su curso, pero basta con que
aparezca frente a mí para desequilibrarme por completo.

¿Ese tal Daniel será su pareja? ¿Cuánto tiempo llevarán juntos?

»—Acaba de entrar otra vez —susurra Sofía a mi lado—, y hay parejas que
se están colocando en el centro de la pista de baile.

Me giro sobre el taburete aun con la copa en la mano y la veo caminando


destacando entre la multitud. Ese Duarte se encuentra a su lado y observo
como se quedan quietos al lado de unas las mesas circulares. Aprieto la
mandíbula cuando detallo que se le acerca demasiado con la intención de
decirle algo en el oído.

Segundos más tarde, Adèle se vuelve a mover esta vez para colocarse en el
centro de la pista, sin embargo, Daniel se aleja unos pasos hasta desaparecer
de su campo de visión.

No me lo pienso dos veces cuando me acabo de nuevo el contenido de la


copa y dejo el vaso sobre la barra.

—Ahora vuelvo —murmuro.

Me apresuro a moverme entre el gentío antes de que él vuelva junto a ella y


abriéndome paso entre las parejas me detengo hasta tenerla cara a cara. No
veo ningún tipo de reacción en su rostro por lo que doy un par de pasos más
hasta que permanecemos a centímetros de distancia haciendo que ella eleve
un poco la cabeza.

Vuelvo a perderme en su aroma intentando aspirar profundamente de


manera disimulada para guardármelo en la memoria y bajo su atenta
mirada, coloco una mano en la parte baja de su espalda, atrayéndola
levemente hacia mí. Observo como tensa los hombros ante mi contacto.

—Señor Otálora.

—Señorita Leblanc.
Respondo en el mismo susurro viendo sus ojos a través de la máscara y sé
que este reencuentro acabará de manera impredecible a todo lo que había
pensado.

Bueno, ¿qué tal el reecuentro? ¿Os habéis imaginado que sería así?

Dato importante: Renata no sabía nada, no penséis que ha ideado todo este
plan porque en ningún caso ha sido así. Ella quiere que su hijo sea feliz y
deje de preocuparse por todo durante unas horas. Además, si hubiera sido
un plan (que vuelvo a decir que no lo ha sido), ¿creéis que Iván se lo
hubiera perdonado?

El reencuentro ha sido una completa coincidencia fruto del destino.


Capítulo 6

GARGANTA CON ARENA

Adèle

Cuando Daniel me propuso tocar el piano durante el evento, no pude haber


pensado en interpretar nada que no fuera esta pieza pues se trata de esa que
te sumerge dentro de tus propios pensamientos debido a la incorporación de
los leves sonidos desagradables creando una melodía algo más densa para el
oído.

Una vez que el foco se enciende creando ese espectacular juego de luces y
sombras, dejo que mis manos se muevan solas por todo el teclado mientras
la sala se encuentra sumergida en un profundo silencio.

Después de dejar que la última nota cese a su voluntad, me levanto de la


banqueta adueñándome de los aplausos de la multitud. Bajo las escaleras
del escenario y observo a Daniel esperar al inicio de éstas ofreciéndome su
mano la cual acepto sin decirle nada pues soy consciente de que varias
personas se han acercado para felicitarme. No he dejado de sonreír de
manera forzada ya que es la actitud que esperan que tenga. Una artista
sonriente y agradecida con su público.

Me tenso cuando el chef se acerca demasiado, pero me relajo al instante


cuando noto que tan solo pretende decirme algo en el oído.

—Ahora se acercarán dos personas un tanto pesadas y sonrientes, no te


preocupes por ellos, son mis padres y les encanta hablar sin parar. Ya
mismo te saco de aquí.

Antes de que pueda ser capaz de responderle, se acerca una pareja que debe
rozar entre los cincuenta o los sesenta años, conservándose bastante bien.
La mujer va elegantemente vestida sosteniendo su máscara con una mano
mientras va enganchada al brazo de su marido, envuelto en un traje
impecable de color negro y con el accesorio del mismo color.

—Señorita Leblanc, ha estado increíble —empieza a decir ella para después


presentarse.

Siguen hablando por lo que me limito a sonreír añadiendo algún


monosílabo de vez en cuando manteniéndonos en esta misma posición
durante algo más de cinco minutos, pues los padres de Damián no son los
únicos en acercarse.

—Iremos a fuera —dice su hijo de repente cortando la maravillosa


conversación que estábamos teniendo—, y aprovecharé para presentar a
Adèle a los demás invitados.

Sus padres nos miran con los ojos llenos de brillo despidiéndose con un par
de palabras a las que tampoco hago el esfuerzo de escuchar.
Empezamos a caminar y siento a Félix colocarse a mi lado después de soltar
un par de insultos a una pareja que pasaba a su lado.

—¿Por qué hay tanta gente aquí metida? Que alguien me lo explique. Me
agobian.

—Porque es la fiesta del año —responde Daniel a mi lado como si fuera lo


más obvio del mundo.

—¿Cuándo empezará lo divertido? Como que me apetece bailar, ya he


fichado a unos cuantos con los que podría abrir el primer baile y los
camareros están para comérselos, muy buena elección de personal.

—Gracias, supongo, se hace lo que se puede —contesta divertido.

Es extraño porque desde que me bajé de ese escenario, no he dejado de


sentir una presión en el pecho que se me ha hecho difícil de explicar,
quitándome incluso el ánimo de querer hablar o intervenir en la
conversación que están manteniendo estos dos. Seguimos atravesando la
sala intentando esquivar a los invitados, cuando de pronto, alguien se
interpone en mi camino haciendo que choque con él, de inmediato siento
sus manos colocarse a ambos lados de mis brazos con tal de evitar mi caída.

Alzo la mirada de inmediato encontrándome con sus ojos oscuros


escondidos detrás de la máscara y puedo sentir mi respiración empezar a
congelarse en aquel mismo instante. Siento el pecho querer subir y bajar
con fuerza, pero contengo las ganas de hacer cualquier movimiento pues no
soy capaz de apartar mi mirada de la suya.

—¿Estás bien? —Me pregunta casi en un susurro.

Me doy cuenta de que nuestros rostros amenazan con acercarse un poco


más, por lo que doy un paso hacia atrás rompiendo el contacto. Intento
hacer que mi cuerpo vuelva a reaccionar.

—Perdón —acabo por decir instantes más tarde sin saber qué otra cosa más
decir.
Intento asimilar de que él está aquí, a menos de un metro de mí y lo único
que sé es que necesito aire y marcharme de esta fiesta lo antes posible pues
no creo que vaya ser capaz de saber que nos encontramos en el mismo
espacio después de tantos meses.

—No pasa nada.

Mis ojos no abandonan los suyos por más que intente romper también el
contacto visual. Es Daniel quien consigue que reaccione cuando coloca una
mano en la parte baja de mi espalda. Escucho como se presenta y es
entonces cuando percato a la mujer que se encuentra al lado de Iván, vestida
en un bonito vestido de color rojo oscuro combinándolo también con la
máscara. Por un momento, su rostro se me hace bastante parecido al de la
secretaria de Renata.

—Por supuesto —vuelve a murmurar esbozando una sonrisa algo forzada


—, no es nuestra intención quitaros más tiempo.

De manera inconsciente, empiezo a caminar pasando por su lado sin dejar


de mirar al frente mientras mantengo la mandíbula apretada. Dejo que
Daniel me guíe hasta que llegamos a una habitación donde se encuentra un
jardín interior lleno de todo tipo de flores colocadas de manera impecable.

Me siento en el primer banco que veo con la cabeza gacha mirando al suelo.

—Juraba que se podía cortar la tensión con un cuchillo —reconozco la voz


de Félix—, tantas ciudades para elegir y os encontráis aquí. Lo bueno es
que lo insinuamos y mira tú, aquí estamos con el sexy empresario pululando
por la sala.

—Cállate que no estás ayudando —lo regaña Daniel haciendo que cierre la
boca de inmediato.

—Solo quería relajar el ambiente.

—Adèle —murmura el chef poniéndose de cuclillas en frente de mí—,


mírame —no hace el amago de tocarme, por lo que se lo agradezco y alzo
levemente la cabeza—. No pasa nada, piensa que es otro invitado más a la
fiesta.

—No me digas cómo tengo que sentirme.

—No vayas por ahí —me reprende—, no estés a la defensiva, tan solo
quiero ayudarte. Puede que no conozca vuestra historia, pero no me gusta
verte tan afligida.

Me concentro en sus ojos azules.

»—Has sido invitada al evento de la temporada, acabas de tocar el piano


como los dioses frente a toda una multitud y te ves magnífica en ese
vestido, no dejes que por un hombre todo se vaya a la mierda. Diviértete,
baila y tómate una copa. La noche no ha hecho más que empezar.

—El chef tiene un punto —Félix también se acerca hasta sentarse a mi lado
y rodearme con un brazo—. Dime qué necesitas y lo tendrás.

—No lo sé —confieso al cabo de unos segundos—, no sé cómo sentirme al


saber que está aquí. No entiendo qué está haciendo en la fiesta cuando dijo
que había rechazado la invitación.

Daniel se pone de pie adentrando las manos en los bolsillos.

—Puede que haya cambiado de opinión o que la tal Sofía Santos le haya
convencido a última hora. Quién sabe.

Empecé a tener un mal presentimiento desde que me enteré la semana


pasada que la última ciudad sería Madrid y no Lisboa, como debió haber
sido desde un principio.

—Yo te digo lo mismo que el bombón de ojos azules aquí presente, tienes
que disfrutar de la fiesta y dejar de pensar.

—Sabes lo que necesito para que sea capaz de dejar la mente en blanco —
susurro mirándole fijamente a los ojos, pero niega con la cabeza.
—No, Adèle, tienes que divertirte sin ayuda, yo estaré a tu lado en todo
momento.

—¿Se puede saber a qué os estáis refiriendo? —Pregunta Daniel, pero Félix
se queda callado.

—A nada.

—Entonces, ¿qué? —Se levanta el pelinegro ofreciéndome el brazo—.


Vamos a bailar, incluso dependiendo de lo bebido que esté, puede que vaya
a hablar con el dj para que nos ponga alguna canción para perrear.

—Quieto ahí, es mi acompañante —interviene Daniel colocándose a mi


lado—, ¿me permite, señorita Leblanc?

Me ofrece envolver mi mano entorno a su brazo, por lo que acepto y le


dedico una leve sonrisa, pues lo quiera admitir o no, han hecho que la
tensión que tenía alrededor se diluya mínimamente, sin embargo, sigo
pensando que necesito esa pastilla para poder sobrellevar bien la noche.

Salimos de la habitación dejando que Félix se nos adelante y volvemos a la


sala de la fiesta, donde en el centro de la pista de baile, han empezado a
colocarse varias parejas.

Si Félix no me quiere dar esa que necesito, entonces no me queda más


remedio que acudir a otra, por lo que aprovecho para tragarme la pastilla
blanca de manera disimulada que había estado guardando en uno de los
bolsillos de la falda pensando que esta situación ocurriría. No puedo
distraerme y pasármelo bien con los miles de recuerdos golpeándome con
fuerza.

Tan solo será una, no me tomaré ninguna más.

—Depende de ti lo que quieras que suceda a partir de ahora —murmura


mientras vamos avanzando a paso lento—. Podrías olvidarte de todo por
unos minutos y dejarte llevar, también puedes emborracharte y pasártelo
bien, comer todo lo que te apetezca y tocar de nuevo el piano si así lo
prefieres. ¿Quieres que Otálora se te vuelva a acercar?
Nos detenemos cerca de una mesa circular al lado de la pista y me quedo
pensando en su última pregunta.

»—Si me dices que sí, en menos de un minuto lo tendrás en frente de ti a


punto de bailar una canción, de lo contrario, seremos nosotros quienes
estrenemos el primer baile.

—¿Cómo estás tan seguro?

Empiezo a notar el efecto de la pastilla produciéndome el conocido estado


de relajación el cual ya estaba echando de menos.

—¿Te crees que no te está viendo en este momento? Seguro que está
comiéndote con la mirada, pero te vuelvo a decir que depende de ti.

—Deja que se acerque —contesto en un susurro observando la leve sonrisa


de Daniel, quien empieza a caminar hasta desaparecer entre la multitud.

Estoy dejando que el efecto de la pastilla empiece a hablar por mí.

Me giro hacia la pista de baile empezando a caminar hasta colocarme en el


centro entre todas las demás parejas y me permito dejar de pensar durante
un momento, dejando que mi corazón lleve el rumbo de la situación por
encima de mi parte racional. Porque una parte de mí desea volver a tenerlo
delante de mí y poder perderme en sus ojos marrones.

Intento seguir manteniendo el equilibrio hasta que, segundos más tarde,


Iván se coloca delante de mí. No dejo que mi cuerpo delate ninguna
reacción, por lo que siento como da otro paso más haciendo que tenga que
levantar levemente la cabeza y puedo notar como coloca su mano en la
parte baja de mi espalda atrayéndome hacia él.

Respiro su aroma de manera disimulada y aguanto las ganas de dejar que


cargue con mi peso pues el efecto de la droga está notándose cada vez más
creando un estado de felicidad y de calma en los cuales me gustaría
quedarme a vivir por siempre.
—Señor Otálora —pronuncio casi en un susurro muy cerca de su rostro y
coloco mi mano por encima de su hombro.

—Señorita Leblanc —responde en el mismo tono.

Por un momento, consigo olvidarme de todo lo demás y puedo notar el


inicio de una canción empezar a sonar inundando toda la sala. Una
combinación entre el acordeón, el piano y un grupo de violines indicando el
comienzo de un tango.

Garganta con arena. Fácilmente reconozco el título pues habré hecho


alguna versión con el piano años atrás.

Iván me sujeta más fuerte por la cintura mientras junta nuestras manos
poniéndonos en posición. Nuestras miradas siguen conectadas a la vez que
empezamos a movernos siguiendo el ritmo de la canción. Varias parejas
también han empezado a bailar y puedo notar como las luces de la sala
empiezan a desvanecerse centrando el foco en nosotros.

»—Está usted muy tensa —murmura cerca de mi oído sin dejar de bailar y
puedo notar que prácticamente me está llevando él por la pista, haciendo
que marquemos un preciso juego de pies—, puedes decirme si quieres que
te agarre con menos fuerza.

Sin embargo, el tango empieza a llegar a su parte más fuerte por lo que
enderezo la espalda haciendo que Iván me gire sobre mi propio eje.
Aprovecho para agarrarme la falda con una mano por donde tengo el corte y
marco la punta del tacón para después deslizar la pierna hacia atrás.

Volvemos a nuestra posición inicial sintiendo como me apega contra su


cuerpo para seguir bailando, cuando de pronto, presto atención a la frase
que se escucha por toda la sala cobrando más sentido que nunca, lo que me
sorprende es que se acerque de manera peligrosa a mi cuello para
susurrármela en el oído.

—La gente está aplaudiendo y aunque te estés muriendo —hace una pausa
queriendo seguir el ritmo de la canción—, no conocen tu dolor.
Aprieto la mandíbula intentando recordar cómo se respiraba. Empiezo a
sentir una fuerte opresión en el pecho lo que me impide seguir pensando
con claridad. Todos los recuerdos que había estado escondiendo en el fondo
de mi memoria, vuelven a aparecer con fuerza uno detrás de otro queriendo
torturarme de nuevo, sin embargo, intento mantenerme firme
concentrándome en el toque que me proporciona.

Su rostro se encuentra demasiado cerca del mío y trago saliva con fuerza sin
dejar de sentir la garganta seca, como si estuviera llena de arena. Observo
cómo sus ojos viajan desde los míos hasta mis labios, alternando la mirada
cada segundo y empiezo a pensar que esta canción se está volviendo eterna.

Es demasiada tensión y no sé si podré seguir soportándola.

Vuelve a girarme sobre mi eje y en un determinado momento me alza


haciendo que dé una vuelta completa, lo que hace que tenga que colocar la
pierna derecha por encima de la suya, casi rozándole la cadera, además de
pasar mi brazo por encima de sus hombros.

La canción termina instantes después con las últimas notas del acordeón en
su máximo esplendor, por lo que me baja con lentitud aun con su brazo
rodeando mi cintura sin permitir que el contacto visual se rompa. De
inmediato la multitud empieza a aplaudir, sin embargo, ni siquiera hago el
afán de escuchar el ruido junto a los silbidos que nos regalan.

Permanecemos de pie en el centro de la pista de baile hasta que decido dar


un paso hacia atrás y empezar a caminar para esconderme entre los
invitados buscando con urgencia la necesidad de beber algo, sin embargo,
siento su mano envolver mi muñeca con la intención de detenerme.

—¿Podemos hablar? —Pregunta y puedo notar el nerviosismo en su


mirada.

Las luces se han vuelto a encender por toda la sala aportando ese ambiente
cálido de las lámparas de araña haciendo que todo vuelva a la normalidad,
sin embargo, parece que varias parejas tienen la intención de seguir
bailando pues no se han movido de la pista de baile.
—No creo que sea buena idea —respondo levantando levemente la cabeza.

—Solo quiero tener una conversación contigo —insiste—, para saber cómo
estás.

Me quedo callada analizando su petición y vuelvo a sentir un leve mareo


debido a la pastilla que me acabo de tomar minutos atrás. Se supone que me
la he tomado para sentir un poco de calma, pero la presencia de Iván no me
está ayudando en lo absoluto.

—No insistas —murmuro apartando la mano—, deberías ir con tu pareja,


seguro que debe estar esperándote.

Empiezo a caminar sin importarme nada más y me dirijo directamente hacia


la barra libre con el camarero repartiendo bebidas y cócteles a cada invitado
que se acerca.

Le pido que me dé algo fuerte y apoyo los brazos sobre la mesa de mármol.
En ese instante aparece Félix a mi lado apoyando la espalda sobre el borde
quedando al frente de toda la multitud.

—Acabo de ver vuestro baile épico —empieza a decir—, bueno, todo el


mundo lo acaba de ver y me parece que también os han grabado.
¿Comentarios al respecto? ¿Cómo te sientes?

—No quiero hablar sobre ello —respondo mientras agradezco al camarero


por mi bebida.

Me llevo la copa a los labios saboreando la amargura del alcohol y


sintiendo cómo el líquido viaja para quemarme la garganta. Abro los ojos
de manera inconsciente intentando despertarme, pues lejos de encontrarme
en ese estado de tranquilidad que estaba buscando, hace que quiera
dormirme.

—Muy bien, hablemos entonces de lo que sea que te hayas tomado antes de
bailar con él.

—No me he tomado nada.


—A mí no me mientas, ¿te crees que no sé el efecto que tienen las propias
pastillas que te doy? ¿Cuál te has tragado?

Me quedo callada mientras giro la cabeza hacia él. Tiene la ceja enarcada
levemente mientras me observa como si fuera una niña pequeña a la cual
tuvieran que regañar porque acaba de hacer una trastada.

—La blanca —contesto segundos más tarde.

—¿Por qué te has tomado esa? —Quiere hablar un poco más alto, pero no
puede debido a todas las personas que nos rodean—. Se supone que esa tan
solo te ayuda a dormir.

Intento pellizcarme la piel y sin poderlo evitar, empiezo a soltar una risita
de burla que molestaría a cualquiera.

—No tenía otra —me encojo de hombros.

—Y encima lo estás mezclando con alcohol —noto su desesperación pues


ha intentado frotarse el rostro con la máscara puesta—. De verdad que no
aprendes.

—Déjame divertirme —vuelvo a reír mientras me acabo el contenido de la


copa y lo dejo sobre la mesa.

Me giro quedando en frente de la multitud y avanzo hacia el centro con la


intención de ir hacia dónde la persona encargada de la música se encuentra.

—No tan rápido —murmura Félix a mi lado dándome el brazo—, apóyate


si no quieres caerte y montar un espectáculo. Parece que tengas 5 años.

—Me apetece algodón de azúcar —digo sin pensar—. ¿Tendrán aquí?

—No creo, no es un parque infantil.

—Deberían incluirlo en el menú —no puedo dejar de soltar risitas a cada


dos palabras que digo mientras empiezo a ver borroso a todo lo que me
rodea.
Trato de enfocar, pero soy capaz de ver el rastro que está dejando la gente
con cada movimiento que hace como si se tratara de un rayo de luz.

Me detengo de nuevo en la pista y empiezo a bailar moviendo el cuerpo


sutilmente al ritmo de alguna canción mientras permanezco con los ojos
cerrados. Por fin he podido dejar la mente en blanco, y estoy haciendo
justamente lo que me habían dicho que hiciera, que me dejara llevar y que
consiguiera divertirme.

—Adèle —oigo como me llama Félix, pero no le hago caso—, ven —


intenta rodearme el brazo, pero me aparto de él negando con la cabeza—.
Adèle, no seas testaruda, ven, vayámonos a fuera y que te dé el aire.

—Me quiero quedar aquí —murmuro abriendo los ojos y noto varios
destellos cegarme, vuelvo a intentar enfocar bajando la cabeza hacia el
suelo de manera instintiva.

Empiezo a respirar profundamente dejando escapar todo el aire para volver


a llenar mis pulmones lo que hace que esa extraña sensación vuelva a
aprisionarme el corazón. Me toco el pecho haciendo fuerza con los dedos y
no puedo quedarme de pie sin que me desequilibre. Noto la mano de Félix
apoyarse sobre mi hombro acercándose de nuevo hacia mí.

—Lo digo en serio —empieza a susurrar—, algunos ya te han empezado a


mirar, apóyate en mí, pero vámonos a fuera. Te estás empezando a agobiar
porque has mezclado cosas que no deberías haber mezclado.

Me insta a que vuelva a rodear mi brazo en torno al suyo y dejo que mi


cabeza se apoye sobre su hombro mientras empezamos a caminar mientras
dejo que él me guíe entre la multitud. Ni siquiera soy capaz de mantener los
ojos abiertos, por lo que me obligo a seguir intentando enfocar mi alrededor
sin éxito alguno.

Tan solo necesitaba tranquilizarme porque no soy capaz de controlar mis


emociones.

De un momento a otro, el ruido de la música va disminuyendo, así como la


sensación de estar rodeada de tanta gente. Unos pasos más y hace que me
sienta sobre una silla colocándose él a mi lado para evitar que me caiga
pues mi cabeza sigue apoyada sobre su brazo.

—La gente está empezando a sentarse en las mesas y os he visto a lo lejos


—es la voz de Daniel—. ¿Qué coño le pasa? Hace unos minutos se
encontraba bien.

—Estoy bien —respondo en un susurro y otra risa vuelve a brotar sin


pretenderlo.

—¿Está drogada?

—Será mejor que este tema me lo dejes a mí, no te hace falta saber mucho.

—Es mi fiesta y mi invitada, claro que quiero saberlo —responde casi de


inmediato—. ¿Qué necesita?

Siento como alguien me quita la máscara dejándome el rostro al descubierto


y entreabro los ojos dándome cuenta de que se trata del chef. Coloca una
mano en mi mejilla mientras intenta hacer que reaccione.

—¿Podrías ir a buscar una botella de agua? En unos minutos volverá a estar


mejor, simplemente necesita algo de tiempo para recuperarse.

—¿Qué se ha tomado?

—Una pastilla de color blanco —respondo sin pensar—, es muy suavecita


al tacto.

—¿No será mejor que os vayáis al hotel? No se puede mantener en pie, no


tiene sentido que siga aquí mientras fuerza el cuerpo, incluso estaría bien
que la viera un médico.

—No quiero irme.

—Por favor, tío, tan solo necesita una botella de agua.

Siento como deja escapar un largo suspiro.


—¿Aviso a Otálora? —Pregunta en un susurro, pero he sido capaz de oírlo
perfectamente.

—No lo hagas —levanto la cabeza para mirarle—, no quiero que me vea


así.

—Ahora vuelvo.

Minutos más tarde noto como a Félix querer incorporarme, por lo que trato
de mantenerme derecha notando la sensación fría de la botella sobre mi
frente. La va paseando por mi rostro lo que hace que me tranquilice
completamente.

—Tómatela —me entrega una diminuta cosa sobre la palma de mi mano


envuelta en un plástico—, es algo así como una aspirina, te ayudará a que te
espabiles y bébete toda el agua, te sentará bien.

Sin embargo, antes de que me la pueda llevar a la boca, escucho la voz de


Iván entrar en la habitación hasta que se detiene a unos pasos lejos de mí
analizando mi reacción para ver si puede acercarse o no. Aprieto el puño
escondiendo la pastilla e intento mantenerme con los ojos abiertos mientras
me pongo de pie, haciéndole frente.

—¿Estás bien?

—No necesito que te preocupes por mí —trato de hablar lo más clara que
puedo, pero su rostro de confusión me dice todo lo contrario. Se quita la
máscara guardándola en el bolsillo interno de su chaqueta.

Sofía también aparece a su lado queriendo saber qué está pasando. Lo que
me faltaba justo ahora, que también sea una entrometida.

—Adèle, yo creo que lo mejor que podrías hacer sería irte a descansar al
hotel, te puedo llevar yo si quieres, no es conveniente que los demás te vean
así, empezarán a hablar —sugiere Daniel, pero Iván ya ha dado un paso
hacia adelante al ver cómo vuelvo a desequilibrarme mientras trato de
agarrarme a Félix.
Intento apartarle, pero ya me ha rodeado la cintura pegándome a su cuerpo
para cargar con casi todo mi peso. Observo a Félix dar un paso hacia atrás
ofreciéndome espacio y no puedo evitar levantar la cabeza para volver a
perderme en sus ojos.

—La puedo llevar yo.

—No quiero irme contigo —afirmo.

—No me seas testaruda y déjame cuidarte —responde—. ¿Por dónde


podemos salir para evitar cruzarnos con los periodistas? —Pregunta
mirando directamente al chef.

Éste le empieza a dar indicaciones las cuales no escucho pues de nuevo otro
mareo me invade haciendo que tenga que apoyar la cabeza sobre su
hombro. Siento como hace el agarre más fuerte para evitar que me caiga
pues siento el cuerpo demasiado pesado como para mantenerme en pie por
mí misma.

—Dime el modelo y la matrícula de tu coche y haré que lo tengan


preparado a la salida —sigue diciendo él.

—Iván —es la voz de aquella mujer—, me quedaré en la fiesta en tu


representación por si alguien pregunta por ti, les diré que te has empezado a
encontrar mal o ya me inventaré algo. ¿Qué hago si me preguntan por
Adèle cuando me cruce a la prensa? ¿Quieres que les diga algo en
específico? Puede que alguien empiece a atar cabos.

—No respondas a nada relacionado con ella, que piensen lo que quieran. Tú
trabajas para mí, no para nadie más.

—Está bien.

—Dale algo de cenar —empieza a decir Félix—, no ha comido nada en


toda la tarde, que beba mucha agua y que se tome la aspirina que le acabo
de dar.

—¿Y tú quién eres?


—Su mejor amigo de toda la vida, ¿algún problema con eso? —Se acerca a
mí dándome un beso en la frente—. Cuando quieras que te pase a buscar,
llámame, ¿vale?

Asiento con la cabeza sin ser capaz de abrir la boca.

—¿Puedes caminar? —Me pregunta en voz baja y hago un sonido con la


garganta a modo de afirmación.

Empezamos a caminar siguiendo los pasos de Daniel pues nos está


dirigiendo hacia la salida y oigo como se están intercambiando algunas
palabras que no logro ser capaz de descifrar pues el pitido en mis oídos se
ha vuelto insoportable. Iván me sujeta de la cintura de manera firme
arrastrando mi peso y dejo que me siga llevando hasta que salimos al
exterior de la mansión.

Cierro los ojos cuando siento el aire fresco golpearme la cara.

»—Entra —me pide abriendo la puerta del coche dándome cuenta de que
no se trata del Ferrari rojo.

Me ayuda a sentarme y después me cierra la puerta. A los pocos segundos


ya se encuentra a mi lado encendiendo el motor del coche y me es
imposible no acurrarme sobre el asiento apoyando la cabeza sobre la palma
de mi mano. El coche se empieza a mover y las luces de la ciudad no hacen
más que molestarme a la vista.

—No sabes cuál es mi hotel —digo intentando abrir los ojos, pero la
pesadez en mis párpados me gana.

—No me hace falta saberlo.

Desbloquea el móvil y marca el contacto de alguien oyéndose el sonido por


todo el coche. Alguien acepta la llamada a los pocos segundos.

—Necesito que encierres a Phénix en una habitación y ya puedes irte del


apartamento, yo ahora vendré.

—Sí, señor.
Cortan la llamada al mismo tiempo y la curiosidad me gana queriendo saber
a quién se estará refiriendo, sin embargo, contengo las ganas de preguntar.
Empiezo a rascarme el cuello siguiendo por la piel en mi pecho pues he
empezado a sentir picazón por la zona.

—¿Por qué te rascas la piel? ¿Eres alérgica a algo?

—No te interesa.

Se hace el silencio.

—Te equivocas —susurra—, nunca has dejado de importarme.

Trago saliva abriendo los ojos en ese mismo instante y me quedo callada sin
saber qué responder a eso pues me ha tomado totalmente desprevenida.
Niego levemente con la cabeza porque no quiero que empiece a decirme
este tipo de cosas, no quiero que nada vuelva a ser como antes porque sigo
estando destruida y mi compañía no es que ahora sea de las mejores.

No quiero que esté cerca de mí porque últimamente digo las cosas sin
pensar y puede que acabe haciendo daño con esas palabras, porque ahora
mismo no puedo controlarme. Mi salud mental es un caos, un descontrol
total y mis acciones y cambios de temperamento acabarán pasando factura.

Por ese mismo motivo es que me he alejado de todo el mundo. Por eso
mismo es que estoy yendo al psicólogo porque quiero llegar a estar bien,
pero simplemente algo en mi mente me quiebra haciendo que no pueda dar
ningún paso hacia adelante, porque a cada paso que doy, retrocedo tres
hacia atrás.

Nos mantenemos en silencio y vuelvo a cerrar los ojos hasta que siento el
motor detenerse. Oigo el sonido de mi puerta abrirse y veo a Iván al pie de
ésta, manteniéndola abierta para mí. Me ofrece una mano y me ayuda a
bajar, pero en el momento que pongo un pie en el suelo, pierdo el equilibrio,
sin embargo, no permite que me caiga pues me vuelve a sujetar por la
cintura haciendo que nuestros rostros vuelvan a aproximarse.
»—¿Qué te ocurre? —Pregunta casi en un susurro y niego con la cabeza
apoyándola de nuevo sobre su hombro, de la nada, otra pequeña risa vuelve
a brotar—. ¿Puedes caminar? ¿O prefieres que te coja en brazos?

—Si tuviera las fuerzas suficientes, ahora mismo te mandaría a la mierda y


me iría por mi cuenta al hotel —murmuro sin ser consciente de lo que estoy
diciendo.

—Lástima que no las tengas.

Cierra la puerta del coche para después cerrarlo y dejo escapar un jadeo de
sorpresa cuando me alza pasando su brazo por debajo de mis piernas y
sujetándome por la cintura.

—Déjame en el suelo —me acurruco sobre su cuerpo.

—Cuando estemos arriba.

Empieza a caminar conmigo en brazos hasta que entramos al edificio para


esperar al ascensor.

—¿Por qué estás haciendo esto? —Susurro sobre la base de su cuello y


cierro los ojos durante unos instantes mientras me permito oler su aroma
mezclado con un perfume.

—Porque quiero.

Sus respuestas son secas y frías, sin embargo, tampoco es que lo esté
culpando por ello. Empiezo a pensar que nunca merecí tener a alguien así a
mi lado, a pesar de que Iván fue mi complemento, hice que se marchara.
Hice que todo el mundo lo hiciera porque no merecen tener a alguien
inestable e impredecible a su lado.

Subimos por el ascensor y minutos más tarde se planta delante de su puerta


para dejarme en el suelo instantes después. Introduce la llave y la abre para
mí. Camino hacia el interior el cual se encuentra totalmente a oscuras y
después de que la cierre, abre la luz descubriendo un ambiente cálido y
hogareño.
Se empiezan a oír los ladridos y rápidamente me giro hacia Iván con cara de
interrogación.

—¿Tienes un perro? —Me mira con cierta seriedad en su cara y me


arrepiento de hacerle la pregunta porque incluso puede que me lo haya
imaginado.

—Le dije a David que lo encerrara en una habitación para cuando


llegáramos, sin embargo, lo tendré que dejar salir porque no parará de ladrar
hasta que lo haga. ¿Les tienes miedo?

—No me gustan los animales —respondo encogiéndome de hombros.

—No te hará nada, ni siquiera se acercará a ti, así que no te preocupes por
eso.

Empiezo a dar pasos hacia la cocina para sentarme en uno de los taburetes
de la barra mientras observo a Iván desaparecer por el pasillo. Segundos
más tarde, los ladridos se hacen más presentes inundando todo el
apartamento y ante mí, se presenta un doberman de color negro, grande e
imponente quien no ha dejado de mirarme desde que ha entrado en el salón.
Intenta acercarse a mí, pero Iván se lo impide llamándolo por su nombre.

—Phénix, atrás y junto a mí.

El perro le obedece y retrocede colocándose junto a él.

»—Buen chico —le premia ofreciéndole algo en la palma de su mano que


Phénix no duda en aceptar.

Phénix. Es un nombre curioso para un perro.

»—Necesitas descansar —empieza a decirme caminando hacia la cocina


para abrir la nevera—, así que hoy duermes aquí y mañana te llevaré a tu
hotel. Yo me dormiré en otra de las habitaciones. ¿Qué te apetece comer?

—No tengo hambre.


—Ese amigo tuyo dijo que tienes que comer —apoya las manos sobre la
barra mirándome fijamente—, así que dime qué es lo que quieres o puedes
dejarlo en mis manos y que sea sorpresa. Mencionó algo de una pastilla,
¿exactamente qué tipo de pastilla es?

—Una aspirina para el dolor de cabeza —explico, aunque en el fondo no se


trate de eso.

—Te la tomarás después de cenar y te irás a dormir.

Me quedo en silencio viendo como abre de nuevo la nevera y saca un


tupper para meterlo directamente en el microondas. Se queda quieto delante
del aparato y después de un minuto, sirve los macarrones en un plato para
colocarlo delante de mí junto al queso rallado, una salsa de tomate y un
vaso de agua. Me entrega un tenedor segundos más tarde junto a una
servilleta.

Siento a Phénix acercarse hacia a mí con los ojos cargados de brillo y


curioso por saber qué estoy comiendo. Intento acercar una mano para
acariciarle la cabeza, pero me ladra al ver el movimiento y se aleja hacia
atrás. También hace el amago de sacarme los dientes, pero Iván reacciona
rápido y se planta delante de él haciendo que deje de gruñir. Da un paso
hacia la derecha haciendo que el perro le siga y antes de desaparecer de
nuevo hacia el pasillo, me dice que me dará algo de privacidad.

Me acabo el plato de macarrones sin nada de entusiasmo y luego me llevo


la pastilla a la boca tragándomela con la ayuda del agua. Cierro los ojos
sintiéndola descender por mi garganta e inspiro profundamente por la nariz
para soltar el aire por la boca. De un momento a otro, he empezado a
sentirme mejor.

Me levanto del taburete y me dirijo hacia el otro lado de la cocina


queriendo ordenar la mesa, pero la voz de Iván me detiene de nuevo
diciendo que lo hará él.

—Puedo hacerlo yo.


—Es mi cocina —se encoge de hombros—, en el baño te he dejado
preparado un pijama improvisado y te puedes desmaquillar. ¿Te has tomado
la pastilla?

—No soy una niña pequeña.

—Eso a mí me da igual.

Parece que vaya a decir algo más, pero no lo hace, por lo que después de
una última mirada, me dirijo hacia el cuarto de baño después de indicarme
que se encontraba en su habitación. Observo la única habitación del pasillo
que se encuentra con la luz encendida y entro al baño observando que
encima de la tapa del váter hay dos prendas de ropa dobladas y colocadas
una encima de la otra, además del desmaquillante sobre la mesa.

Acaricio el material y se trata de una camiseta corta ancha junto a un


pantalón de chándal. Decido prescindir del pantalón, pues por la noche
suelo tener bastante calor.

Me aseguro de que la puerta está cerrada y me quito el vestido y los


tacones, me paso la camiseta por encima y me desato el peinado dejando la
melena suelta creando una cascada en mi espalda. Me doy una ojeada en el
espejo y observo las leves líneas rojas en mis ojos. Me desmaquillo en poco
minutos preguntándome por qué tendrá un desmaquillante en su
apartamento, pero después recuerdo de que tiene pareja y esa podría ser la
explicación.

¿Por qué su pareja ha permitido que Iván me traiga aquí? ¿También vendrá
ella? ¿No hubiera sido más fácil llevarme directamente al hotel? Porque no
me gustaría despertarme y ver que se encuentra aquí, teniendo en cuenta
que esta situación se hubiera podido evitar.

Salgo del baño con el vestido, los tacones y el móvil en la mano y lo dejo
todo sobre un sillón que se encuentra situado en el rincón de la habitación.

Observo la cama y me siento sobre ella preguntándome si dormiré aquí o en


otra habitación, cuando de pronto, Iván aparece por la puerta aun con el
traje puesto, pero sin la corbata y con los primeros botones de la camisa
desabrochados. Mantiene las manos en sus bolsillos y no me ha quitado la
mirada de encima.

—Puedes dormir aquí —señala—, ¿necesitas algo más?

—No.

—Bien, entonces te dejo dormir.

Observo como abandona de nuevo la habitación cerrando la puerta detrás de


él y me quedo quieta sobre la cama viendo los detalles a mi alrededor. Me
meto dentro de las sábanas y apago la luz de la lámpara a mi lado haciendo
que la habitación se sumerja entre la oscuridad.

¿Qué os parecido el capítulo? Yo intento que las actitudes no sean forzadas


y que se mantengan fieles a los personajes, entonces era imposible que
Phénix se hubiera dejado acariciar por Adèle, porque es una desconocida.

Ya veremos como avanza todo esto jeje

Nos vemos la semana que viene, un besito

Pd. Aquí os dejo la canción de tango que han bailado estos dos.

[Aquí debería haber un GIF o video. Actualiza la aplicación ahora para


visualizarlo.]
Capítulo 7

ROSAS Y ESPINAS

Iván

No pude pegar ojo en toda la noche, no sabiendo que Adèle se encontraba a


tan solo unos metros de mí. Ni siquiera deshice la cama, por lo que me
quedé sentado en la terraza con Phénix encima del sofá profundamente
dormido. Aproveché para adelantar trabajo que tenía acumulado y también
leí un libro que me había traído conmigo, pero no pude pasar de las diez
páginas. No logré concentrarme en lo absoluto, por lo que al final coloqué
el libro en su sitio y seguí mirando la ciudad iluminada hasta que los
primeros rayos del sol empezaron a verse por el horizonte.

Suelto un suspiro admirando las vistas sin dejar de acariciar al dóberman


que todavía yace a mi lado. En el momento en el que me levanto, él se
despierta casi al instante soltando un profundo bostezo. Observo como se
estira para espabilarse y me mira fijamente en una posición sentada sin
dejar de sacar la lengua.
Me agacho junto a él y aprovecha para lamerme la cara. Le acaricio por
detrás de las orejas.

—Adèle es una invitada especial, no se le gruñe, ni tampoco se le ladra —


me pongo de pie y con un gesto de la mano, hace una vuelta al suelo—.
Phénix, Adèle es sí.

Sigo haciendo más gestos y diciéndole más palabras para hacerle entender
al punto donde quiero llegar pues con Renata hice exactamente lo mismo.
Ella no lo vio hasta que no tenía 5 meses y para ese entonces tan solo me
hacía caso a mí, a mi madre también le llegó a ladrar y a sacarle los dientes,
pero con el tiempo, le hice ver que se trataba de alguien de confianza y
poco a poco, también empezó a aceptar sus órdenes.

Con los demás, con David por ejemplo, tan solo se mantiene tranquilo
porque yo se lo he ordenado de manera específica, en cambio, con Renata
hice que el nivel de confianza traspasara un nivel más.

Ahora mismo, no sé si quiero hacer lo mismo con ella, estoy demasiado


confundido como para pensar con claridad, pero por el momento, haré que
el perro no le ladre ni se muestre agresivo con ella mientras esté cerca.

Decido salir de la habitación e ir hacia la cocina para hacerme un café y sin


poderlo evitar, me detengo al lado de la puerta de mi habitación. No se oye
absolutamente nada, no lo ha hecho en toda la noche y la verdad es que
juraba que tendría pesadillas y que se levantaría sobresaltada a causa de
ellas.

Retengo el impulso de entrar para observarla dormir. Lo que sí que tengo


claro es que no me gustaría dejarla marchar sin antes haber tenido aunque
sea una pequeña conversación, porque lo quiera aceptar o no, seguirá
importándome aunque pasen años sin vernos, porque no se puede olvidar a
una persona que te ha quemado la piel.

Continúo dando pasos por el oscuro pasillo observando a Phénix


adelantarse y soltar otro ladrido que resuena por toda la casa. Me apresuro
en llegar hasta donde él se encuentra y veo a Adèle de pie y apoyada en el
borde la isla de la cocina con un vaso de agua en la mano. Ordeno al
dóberman que deje de ladrar y se quede en silencio junto a mí.

Lo que hice aquella vez con Renata fue darle diversas instrucciones para
indicarle que podía confiar en ella teniéndola delante.

—¿Qué haces despierta? —Pregunto mientras me voy hacia la cafetera y


me hago un café solo con una cucharadita de azúcar.

Me mantengo de pie a un par de metros alejado de ella e intento no detallar


sus piernas pues tan solo lleva puesta mi camiseta. A pesar de la oscuridad
y de la leve iluminación que proviene de la ciudad, soy perfectamente capaz
de detallar las facciones de su rostro. Un rostro que se encuentra carente de
vida.

—He venido a por agua.

—¿Has podido dormir bien? —Supongo que estoy esperando a que me diga
si habrá tenido pesadillas o no.

—Me he despertado un par de veces, pero sí, gracias. —Tarda unos cuantos
segundos en contestar y realmente dudo que su respuesta sea cierta—. ¿Y
tú?

—Perfectamente —miento y me llevo la taza a los labios.

Nos quedamos en un silencio algo incómodo hasta que ella decide


romperlo.

—Me iré a la habitación —dice dejando el vaso encima de la mesa—,


todavía quedan unas horas para que se haga de día.

Antes de que se pueda escapar, doy un paso hacia adelante para alargar el
brazo y agarrarla de la muñeca. Su reacción me deja un tanto
desconcertado, pues aparta la mano bruscamente y la esconde por detrás de
su espalda alejándose un par de pasos hacia atrás.

—Lo siento, yo...


—No —niega con la cabeza y puedo observar arrepentimiento en su mirada
—, no quería hacerlo, suelo reaccionar así ante movimientos rápidos.

—¿Con todas las personas?

—Con todas —responde y me vuelvo a quedar en silencio sin saber qué


otra cosa más decir—. Entiendo que quieras que hablemos, pero...

Vuelve a bajar la mirada, así que suavemente, coloco un dedo por debajo de
su barbilla para levantarla y hacer que me mire. No sabía que había echado
tanto de menos ese color grisáceo en sus ojos hasta que los volví a ver hoy
escondidos tras la máscara.

—Solo quiero saber cómo has estado durante todo estos meses, solo eso —
murmuro—, no volveremos a tener otra conversación si no quieres, pero
habla conmigo, háblame en francés si te sientes más cómoda.

Me arriesgo un poco más y decido envolver su mejilla con la misma mano


que estaba aguantando su barbilla. Adèle cierra los ojos por un momento e
inclina suavemente su cara contra mi mano dejándose apoyar.

—No quiero que me culpes —susurra y casi puedo sentir su voz quebrada a
punto de llorar—, no quiero que me lo eches en cara... que me digas que por
mi culpa tú también sufriste.

—Eso no pasará.

Sigue con los ojos cerrados sin atreverse a abrirlos, por lo que envuelvo su
mano con la otra y hago que empiece a dar pequeños pasos hasta que nos
sentamos sobre el sofá. Adèle vuelve a mirarme, pero la intercala con la
almohada que tengo justo detrás, por lo que entendiendo lo que quiere
decirme, se la paso y observo como se la coloca encima de sus piernas
desnudas.

Phénix se acerca a ella en silencio y se queda mirándola durante unos


segundos para después posar sus ojos en mí. Adèle no parece hacer ningún
tipo de movimiento quedándose muy quieta mientras continúa observando
al perro. Acaricio su pelaje mientras hago un movimiento afirmativo con la
cabeza indicándole lo que quiero que sepa. Saca la lengua empezando a
jadear.

—¿Desde hace cuánto que lo tienes?

—Siete meses —respondo—, apareció en mi vida siendo un cachorro y


decidí quedármelo.

—Parece que no es muy amigable con la gente extraña.

—Así le eduqué, para que fuera desconfiado con los demás y que tan solo
me hiciera caso a mí —le explico—. Puedes acariciarlo si quieres, no te
ladrará.

—¿Le has dicho que no lo haga?

—Eres mi invitada —digo al cabo de un instante pensando en la respuesta


—, no me gusta que ladre estando en casa sin ningún motivo aparente.

El dóberman se tumba a mis pies y nos quedamos en silencio de nuevo. Me


fijo en ella y ha bajado la cabeza hacia el perro que no lo deja de observar.
Observo sus manos juntas sobre la almohada y me puedo dar cuenta del
nerviosismo que desprende pues no ha dejado de juguetear con los dedos,
retorciéndolos y rascándose la piel.

Contrario a lo que creo, es ella quien empieza a decir las primeras palabras.

—Hice una gira por todo el mundo después de alejar a todos de mi lado,
necesitaba desconectar y enfocarme en la única cosa que podía hacer que
consiguiera que dejara de pensar —murmura, pero no me mira—. Las
semanas seguían pasando, pero todas las imágenes y los recuerdos me
seguían atormentando, lo siguen haciendo y es algo que no puedo controlar
aunque lo intente.

Se queda callada por un momento y cuando pienso que posiblemente no


dirá nada más, continúa hablando.

»—Recuerdo que durante varias semanas lo único que hacía era beber,
incluso ahora no soy capaz de recordar nada de lo que hice durante esos
días. Estuve desconectada y confieso que contengo el impulso de volverlo a
hacer, de beber hasta no detenerme.

—¿Has ido al psicólogo?

—Sigo yendo, tuve una sesión hace un par de días.

—No te están funcionando —afirmo.

—No —responde—, nada me ayuda y ya no sé qué hacer, necesito poder


superar esto, necesito volver a ser la que era antes, quiero volver a tener de
vuelta la vida que tenía antes.

Muy en el fondo, esas palabras me duelen porque se está refiriendo a la vida


de antes de conocerme, pero no hago el amago de demostrarlo, porque su
dolor, ahora mismo, no se puede comparar con nada. Adèle sigue estando
rota y destruida y yo no puedo hacer nada para intentar ayudarla, porque es
algo que está en su mente y debe ser ella quien lo pueda superar sin la
necesidad de depender de alguien más.

—No sé qué decirte —murmuro—, si crees que te puedo ayudar... sabes


que estaré aquí para ti.

—Eres el menos indicado para ayudarme.

Levanta la cabeza para mirarme directamente a los ojos.

»—Te quise y sentí por ti lo que nunca sentí por nadie, me demostraste que
dos personas con el mismo carácter pueden funcionar bien, pero ahora... mi
mente es un caos, Iván, mis emociones representan el perfecto
desequilibrio, no quiero que estés cerca de mí porque acabaré dependiendo
del cariño que vas a estar dispuesto a darme, acabaré dependiendo de la
única persona a la que le di mi corazón y no quiero llegar a eso, quiero
volver a ser... yo, libre, tranquila y en paz.

—Nunca te forzaría a nada que no quisieras, lo sabes.

—Claro que lo sé —susurra—, pero no puedo confiar ni en mi mente, ni en


mis emociones. Estoy rota, destruida y en cenizas y tú no te mereces tener
este tipo de carga a tu lado porque al final...

Se queda callada, sin saber cómo acabar la frase.

—¿Al final?

—Al final me acabarás odiando.

—¿Por qué crees que te odiaría?

Puedo sentir mi respiración algo tensa, el ambiente se ha sumido en la


misma densidad. La sala sigue estando a oscuras, pero se va aclarando a
medida que van pasando los minutos indicando un nuevo comienzo del día.

—Porque te acabarías hartando de esta situación, puede que ahora estemos


teniendo una conversación como dos personas normales, pero... me dan
ataques de ira y de querer mandarlo todo a la mierda, empiezo a romper
cosas, a gritar y a desquitarme con quienes no lo merecen. Soy
impredecible, intento controlarlo con la medicación que me receta el
psicólogo, pero... —Se queda de nuevo en silencio—. Por este motivo es
que no quiero que nadie esté a mi lado.

—¿Y el tal Félix?

—Es mi amigo, no se acerca a mí durante esos momentos, a veces me


ayuda a tranquilizarme.

Me quedo mirándola a los ojos y me duele verla así y no puedo evitar que el
sentimiento de culpa me vuelva a golpear.

Bajo su atenta mirada, acerco una mano hacia la suya colocándola por
encima y le aprieto el dorso mientras acaricio su piel con el pulgar. Adèle
no hace ningún gesto, pero tampoco se aparta, así que quito la almohada de
su regazo dejándola por detrás de mi espalda y la insto a que se levante
mínimamente para acercarse a mí y envolverla en mis brazos.

Apoyo la espalda sobre la almohada y dejo que se amolde sobre mi cuerpo


mientras apoya la cabeza sobre mi pecho. Dejo escapar el aire por la nariz
de manera profunda para volver a llenar mis pulmones sin creerme tenerla
de nuevo cerca de mí. Noto como pasa su brazo por mi abdomen dejándolo
a un lado de mi cuerpo, poniéndose cómoda. Acaricio su melena con una
mano mientras coloco el otro por encima de su espalda y siento como se
tensa al momento haciendo que lo haga yo también.

—¿Estás bien? No haremos nada, solo quiero mantenerte así, aunque solo
sea por una sola vez y durante unos minutos.

—Lo sé, simplemente... —Puedo sentir su aliento haciéndome cosquillas en


la piel de mi cuello—, en mi espalda...

Sé a lo que se está refiriendo.

—¿No quieres que te toque la espalda?

—No lo sé —contesta en un susurro—. Nadie me ha tocado desde entonces,


no he dejado que nadie se acercara, ni siquiera Félix.

—¿Qué es lo que te preocupa exactamente? ¿Qué te rechace? ¿Qué sienta


desprecio? Eso no pasará —murmuro sin dejar de acariciarle la melena
mientras juego con algunos mechones—. No quiero que te preocupes por
las cicatrices, seguirás siendo tú, porque aunque estés rota y destruida,
seguirás siendo un puto imperio capaz de recomponerse.

No responde, se queda en silencio mientras siento el ritmo de su respiración


en la base de mi cuello, también he podido notar su mano haciéndose un
puño agarrando el borde mi camiseta. No quiero que se asuste, tampoco que
se vaya, pero tiene que saber que a pesar de todo, sigue siendo una mujer
fuerte que podrá ser capaz de superar absolutamente todo, aunque tal vez yo
no esté presente en ese proceso.

Sigue manteniéndose en silencio, sin embargo, siguiendo en la misma


posición, busca mi mano para llevarla en la parte de atrás de su espalda. Me
quedo muy quieto analizando su movimiento, porque no quiero hacer algo
que la acabe por alterar y por ende, que se marche enfadada. Lo último que
me gustaría ahora sería provocar una disputa entre nosotros.
Deja mi mano sobre su cuerpo y vuelve a estirar el brazo hasta dejarlo
donde estaba. Empiezo a trazar suaves caricias con las yemas de los dedos
por encima del material de su camiseta analizando su reacción en todo
momento. Se muestra tensa al principio, pero a medida que voy
acariciando, su cuerpo se va relajando más.

Aguantando la respiración, subo levemente el material hasta que acaricio la


piel notablemente erizada de su espalda. Dejo la mano quieta ahí y espero
algo por parte de la francesa, pero al sentir como deja escapar todo el aire,
continúo acariciando su piel metiendo lentamente la mano por debajo de la
camiseta.

Aprieto la mandíbula al sentir el inicio de la primera cicatriz, sigo su


recorrido dibujándola mentalmente en mi cabeza y puedo apreciar lo larga
que es, llegando casi al omoplato. Me encuentro con varias más. Líneas
desiguales, algunas individuales y otras que se van juntando hasta formar
como una especie de enredadera.

Llevo mi otra mano por debajo de su camiseta y la abrazo sin importarme


nada más. Estiro ambas manos para abarcar toda su espalda y la aprieto
contra mi cuerpo. De inmediato siento un sollozo por su parte notando
como se vuelve a acurrucar y el recuerdo de todo lo que pasó me impacta de
nuevo.

Quien empezó todo esto fue Rodrigo Maldonado y lo culminó Mónica,


nadie más. El primero está muerto, pero lo que le espera a esa bruja será
muchísimo peor porque ha hecho que la única persona que he querido caiga
en un pozo sin fondo separándome de ella.

—Desearía poder retroceder el tiempo atrás —murmura—, tendría que


haberme ido a casa, no tendría que haber ido a ese club, no tendría que
haber aceptado irme con él.

—Adèle...

—Es la verdad —responde—, de haberlo hecho, Marcel y Jolie seguirían


vivos, yo no estaría así y tú seguirías a mi lado. No entiendo porque estoy
aquí después de todo lo que te dije.
Su tono de voz ha empezado a alterarse, por lo que respondo rápido
intentando calmarla.

—Olvida lo que me dijiste, el dolor y la angustia estaban hablando por ti.


Estabas al límite, tu reacción fue completamente normal.

—No debí haberte culpado.

—No lo hiciste.

—Lo hice, también descargué mi enfado en ti.

—Sh... no digas nada más, olvídate de ese día, a mí no me tienes que dar
ningún tipo de explicación, ahora mismo lo único que importa es que te
recuperes.

Sigo acariciando su espalda con las yemas de mis dedos y no puedo evitar
pensar que este momento llegará a su fin, que dentro de unas horas se
volverá a ir de mi lado y ya no volveré a tenerla entre mis brazos.

—Decidí tapar las cicatrices —susurra al cabo de unos segundos cambiando


de tema—, no soportaba la idea de verme en el espejo y decidí hacerme un
tatuaje.

—¿Qué te has hecho?

En el momento que siento que empieza a levantarse, siento un vacío sobre


mi cuerpo, pero lo ignoro de inmediato concentrándome en ella. Me mira
durante un segundo sin ningún tipo de expresión en su rostro y se gira
quedando en un posición sentada sobre el sofá. Lleva su melena por delante
de su pecho y deja su espalda todavía cubierta por la camiseta.

Phénix se da cuenta de los movimientos y se pone de pie, pero de inmediato


lo agarro de la correa de su cuello y hago que retroceda un par de pasos
hacia atrás.

Observo como se levanta la camiseta lentamente y gracias a la tenue


iluminación del exterior puedo empezar a ver el inicio del tatuaje dibujarse
sobre su piel. Me incorporo un poco mejor sobre el sofá y detallo el dibujo
que le tapa las cicatrices.

Una enredadera de rosas y espinas.

Las cicatrices son tapadas por los tallos llenas de espinas unas más largas
que otras. Varias rosas negras son puestas en lugares concretos y me fijo en
el detalle de que tan solo la rosa que está dibujada en el centro no está
marchita, el resto sí. Se le puede apreciar el detalle de los pétalos caídos y
los bordes algo más oscuros.

También hay varias hojas dibujadas y puedo fijarme en varias cenizas


volando que nacen a partir de aquellas flores marchitas. Me duele pensar
que este tatuaje ha nacido debido a la tortura física que vivió en ese búnker.

Acerco la mano con lentitud y vuelvo a acariciar su espalda sintiendo de


nuevo las cicatrices debajo del tatuaje. Recorro cada rosa con la yema de
los dedos sin poder dejar de apreciarlo.

—¿Por qué has decidido dejar una rosa viva en el centro?

Se baja la camiseta y se pone de pie para acercarse hasta la cocina. La


observo beber agua del vaso que dejó sobre la encimera antes de sentarnos
al sofá.

—Porque el fuego resurge de las cenizas. —Se da la vuelta apoyándose


sobre el borde. Nuestras miradas vuelven a conectar—. No sé cuándo
sucederá, pero...

Se queda callada al observar a Phénix quedarse quieto en medio de los dos.


Me pongo en pie yo también, pero no me acerco queriendo ver qué es lo
que querrá hacer. Adèle baja la cabeza observándole y éste empieza a dar
pequeños pasos hasta que se coloca en frente de ella en una posición
sentada. No rompe el contacto visual.

Bajo mi sorpresa, la francesa se pone en cuclillas con las rodillas tocando al


suelo y alza la mano para acariciarle la cabeza. El dóberman acepta su
toque pues reconozco cuando no se encuentra a la defensiva. Deja escapar
varios sonidos y saca la lengua empezando a jadear. Segundos más tarde se
pone de pie de nuevo y se acerca a mí.

—Buen chico —le digo palmeándole la cabeza.

Por primera vez en todos estos meses, la idea para un nuevo poema me
golpea con fuerza, pues el hecho de que haya decidido tatuarse una rosa
negra tiene un significado mucho más profundo que hay que saber entender.

—Es mejor que me vaya al hotel.

Me coloco delante de ella.

—¿De verdad quieres irte?

Se lo piensa durante unos segundos.

—Sí.

Por un momento, pienso si sería buena idea recitarle el poema Ave Fénix,
pero no quiero apresurar nada. No me gustaría que este acercamiento que
acabamos de tener la influenciara negativamente de cara al futuro. Ella ya
me ha dejado claro que no quiere que nos veamos otra vez, por lo menos no
hasta que logre estar algo mejor.

—¿No quieres desayunar antes de marcharte? Es un poco pronto aún, pero


podemos preparar algo.

—No tengo hambre.

Suelto un suspiro disimulado.

—Está bien, vístete y nos vamos entonces.

• ────── ✾ ────── •

Adèle
Me encuentro delante del espejo con las manos apoyadas sobre el mármol.
Tengo la mirada perdida y se me nota el cansancio en la cara por el hecho
de no haber conseguido dormir en las últimas dos noches. Cuando me
quedé a dormir en su casa tampoco lo logré, me quedé con los ojos abiertos
contemplando la noche pasar. Ni siquiera hice el intento de cerrar los ojos
porque no quería tener una pesadilla estando él cerca.

Y después... ese abrazo... el que le enseñara el tatuaje en mi espalda... el que


me dijera todo eso en el oído...

Me agarro el pecho sintiendo mi corazón latir con un poco más de fuerza.


Esto no está bien. Yo no estoy bien, no quiero volver a tenerlo en mi vida,
no después de todo lo que pasó, de todo lo que sentí. Mis emociones ahora
mismo son un maldito huracán incapaz de controlarlo y estar cerca de Iván
tan solo aviva lo que he intentado mantener apagado.

Ahora mismo, tan solo siento odio. Me odio a mí misma por haber llegado
hasta aquí, por haber permitido que todo esto pasara.

Suelto una respiración profunda mientras adentro los dedos en mi melena


apretándome la sien. Ojalá pudiera gritar y hacer desaparecer todo lo que
me reconcome, poder estar bien y permitir hacer volver a aquellos que
alejé.

Echo un vistazo al bote que se encuentra delante de mí con las pastillas


rojas. Durante todo el día de ayer, después de que Iván me trajera al hotel,
intenté no tomarme ninguna y lo conseguí, así que si me tomo una hoy... tan
solo una, no tiene porqué pasar nada. Coloco una en la palma de la mano
observándola.

Félix me dijo que las blancas servían para hacerme dormir y las rojas para
hacer que me olvidara de mi alrededor durante unos instantes, cuando
sintiera que ya no podía más y necesitara adentrarme en aquel mundo donde
Jolie y Marcel seguían vivos, donde yo no conocía a los Maldonado, donde
mi familia y mis amigos estaban cerca de mí y donde Iván no me miraba
con culpabilidad en su rostro.
Es lo que sentí las veces que me miró ayer a la madrugada, a pesar de que
dijera que no, es lo que me transmitió.

Vuelvo a mirar la pastilla en mi mano. Solo será una por hoy... no estoy
haciendo daño a nadie... tan solo quiero quitarme toda esta carga de encima,
aunque sea por unos instantes.

Hazlo. Me anima mi subconsciente y es lo que hago tragándome la pastilla


segundos más tarde. Cierro los ojos esperando a que haga efecto cuando un
par de golpecitos en la puerta del baño me distraen. Los abro de nuevo
mirándome en el espejo y escondo el bote con las pastillas en unos de los
cajones del mueble.

Abro la puerta segundos más tarde encontrándome con Félix con su mirada
de querer decirme algo, pero no atreverse.

—¿Qué pasa?

—A ver, no quiero que te pongas nerviosa, simplemente que ha tocado a la


puerta, yo he abierto y ahora está esperando en el pasillo.

—Pero si en dos horas tenemos que estar en el aeropuerto.

Esa había sido la planificación, el domingo para descansar o hacer lo que


quisiera y al día siguiente volvíamos a Barcelona.

—Ya, bueno, ¿y ahora qué hago? Dice que tiene que devolverte algo.

—¿El qué?

—No soy adivino, querida.

—Dile que te lo dé y ya está, no entiendo cuál es el problema.

—Posiblemente quiera verte.

De manera involuntaria, apoyo la mano sobre la pared intentando mantener


el equilibrio, gesto el cual Félix parece darse cuenta pues me agarra por el
brazo posando su índice en mi barbilla con tal de buscar mi mirada.
»—¿Estás bien?

—Perfectamente —respondo casi al instante abriendo los ojos con tal de


espabilarme.

—Creo que será el último bote de pastillas que te daré, no puedes seguir así.

—Me quitas las pastillas y ya te puedes largar de mi lado, con o sin tu


ayuda, sabes que podré conseguirlas en otra parte.

—Vale, calmémonos porque no nos conviene alterarnos, ¿cuál ha sido esta


vez? ¿La roja?

—La pastilla de la felicidad —respondo soltando una risita y de pronto veo


a Jolie jugando en un parque con su padre ayudándola a montar una torre
con las ramitas de los árboles—. No me las quites —susurro—, no hasta
que me encuentre mejor.

—Ese es el problema, cielo, que nunca te encontrarás mejor si decides


seguir así.

Me insta a que empiece a caminar y hace que me siente en el suelo con la


espalda apoyada a los pies de la cama. Apoyo la cabeza sobre el colchón
mientras miro por la ventana.

»—Ahora vengo, le diré a tu hombre que no estás disponible en estos


momentos.

—Él no es nada mío —murmuro—, es de otra.

—No creo que eso sea verdad —dice alejándose hacia la puerta—, no tardo,
después te traeré un vaso de agua.

—No quiero nada.

—No seas terca.

Sale de la habitación dejando la puerta abierta y vuelvo a apoyar la cabeza


sobre el colchón cerrando los ojos al mismo tiempo. Empiezo a reír sin ser
consciente de ello cuando otro recuerdo divertido me llega a la cabeza.
Marcel y Jolie intentando hacer un bizcocho de chocolate ensuciando toda
la cocina durante el proceso.

¿De qué me sirve dejar las pastillas si en la mierda de realidad en la que


estoy sumergida ahora, no soy capaz de verlos? Conseguí estar más cerca
de ellos cuando el psicólogo me practicó la hipnosis, pero soy consciente de
que no siempre querrá hacerlo, ¿pero y si se lo propusiera de tal manera
para que aceptara?

Me froto el rostro mientras deslizo las piernas sobre la alfombra. Giro la


cabeza hacia la puerta y la imagen borrosa de Iván aparece en mi campo de
visión. Al principio dudo de que se trate de una imaginación mía, pero
intento enfocarlo dándome cuenta de que está aquí de verdad.

Ahora mismo no sé lo que es real de lo que no lo es.

Observo como se agacha junto a mí apoyando sus brazos sobre las rodillas
levantadas sin dejar de mirarme. Esbozo una sonrisa ancha dejando escapar
otra leve risita.

—¿Qué haces aquí? —Logro preguntar.

—He insistido en pasar cuando tu amigo me dijo que te encontrabas mal.

—Estoy bien.

Sin darme cuenta, apoyo la cabeza sobre su hombro.

—No lo estás, tan solo hace falta mirarte —susurra—. ¿Qué es lo que te
estás metiendo en el cuerpo? ¿Qué clase de droga te provoca esto?

—No te importa.

—¿Quieres dejar de decir tonterías? No estás bien y no puedes curarte si tú


misma no pones de tu esfuerzo para conseguirlo. ¿Por qué no me dejas
ayudarte?

—No empieces de nuevo, ya te lo dije, no puedes ayudarme.


—Puedo, pero tú no quieres.

Levanto la cabeza posando mi mirado en la suya.

—¿Te crees que no lo estoy intentando? Tú no sabes nada. No me digas lo


que tengo que hacer, ¿me oyes? Tú no sabes absolutamente nada de lo que
estoy sintiendo en estos momentos.

—Te equivocas, lo sé perfectamente y no estoy diciendo que no lo estás


intentando, lo haces, pero necesitas tener a alguien al lado para que te
ayude. ¿No te das cuenta? No puedes hacerlo sola, Adèle, poco a poco,
aunque creas que consumiendo esa mierda vas a estar mejor, sucederá todo
lo contrario. Déjame estar a tu lado.

Me quedo en silencio analizando sus palabras. La cabeza me ha empezado a


doler y la habitación entera está dando vueltas. Mueve su mano lentamente
hasta que la coloca a un lado de mi mejilla juntando también nuestras
frentes. Puedo ser capaz de sentir su respiración tranquila, sin embargo, mi
mente ahora mismo se encuentra en una dualidad que no estoy siendo capaz
de controlar.

»—Déjame entrar de nuevo —susurra—. Déjame hacer por ti lo que


debería haber hecho desde el principio.

Empiezo a negar con la cabeza intentando contener las lágrimas.

—No quiero que vuelva a pasar —respondo en el mismo tono—. No lo


podría resistir.

—Adèle...

—No quiero llegar a depender de ti ni de nadie —agarro su muñeca


envolviendo mi mano en ella—. Necesito hacer esto sola.

—¿Quién te ha dicho que permitiría que eso llegara a pasar? Cualquiera


necesita tener a su lado a un apoyo que la empuje a seguir en caso de ser
necesario —empieza a decir—. No puedes pretender que te vea así y que no
intente hacer nada para ayudarte.
—Seré una carga.

—No me importa.

—No podrás conmigo.

—Podré.

—No quiero dejarte entrar para que después te marches.

El temor está ahí, porque no quiero volver a querer a nadie si no tengo la


certeza de que no se irá de mi lado. Mi familia lo era todo para mí y de un
momento a otro, los perdí sin que yo lo pudiera evitar. No quiero volver a
sentir.

—¿Quién te ha dicho que me marcharé?

—Eso no lo sabes.

Se queda callada durante unos segundos para después separar levemente la


cabeza hacia atrás. Su mano aún permanece en mi mejilla.

—Muñeca... déjame entrar, déjame ayudarte para que vuelvas a estar bien.

Mi mente no deja de repetirme que no lo haga, que despierte, que siga


como hasta ahora, sin embargo, mi corazón... ese me grita que acepte, que
lo deje entrar nuevamente a mi vida. 

No os olvidéis de votar amores

Besitosss
Capítulo 8

FALSA REALIDAD

Iván

Doy un par de golpecitos a la puerta de la habitación del hotel donde se


encuentra hospedada y espero durante unos segundos hasta que ésta se abre
de par en par, descubriendo al tal Félix quien levanta un brazo para colocar
la mano sobre el borde de la puerta. Enarco la ceja preguntándome por qué
coño estará poniéndome esa cara de perversión, pero me limito a no hacer
muchos comentarios.

—Hola, guapo.

Me quedo de pie en el pasillo y con las manos en los bolsillos.

—Gracias, supongo —me limito a decir—, tan solo venía a devolverle una
cosa a Adèle.
—No tendrías que haberte molestado, ¿por qué no has enviado a nadie?
Según tengo entendido, eres rico, ¿no? Aprovéchate, hombre, que ahora
mismo podrías estar descansando en casa.

¿Por qué tiene que hablar tanto?

—Pasaba por aquí.

—Ya, claro —responde utilizando un tonito que da a entender que no me ha


creído—. ¿Y... qué has venido a traer?

—¿Me dejas pasar?

—No.

Suelta una pequeña risita que no hace más que ponerme más nervioso de lo
que ya estoy y sigue con su pose interceptando el camino.

—Voy a estar aquí dos minutos —empiezo a explicar sin remedio—, le doy
lo que le he venido a dar y me voy. No me quedaré si eso es lo que te
preocupa.

—¿Yo? ¿Preocupado? Para nada, no digas tonterías, pero antes tendré que
consultarlo con la que manda aquí, yo solamente soy un simple bufón que
se encuentra a sus órdenes.

—Ya veo.

—No te muevas de aquí —me señala con el dedo índice a modo de


advertencia—, hablaré con ella, a ver qué dice. Puede que no quiera verte,
lo sabes, ¿no?

Me quedo en silencio esperando a que se vaya, pero por lo visto, no tiene


ninguna intención por hacerlo.

—Lo sé, esperaré aquí, ¿ahora puedes hacer el favor de ir a hablar con ella?
No tengo todo el día.
—Qué agresividad chico, cálmate, ¿quieres un té de manzanilla? —No
respondo—. Vale, vale, ahora voy. No te vayas.

Empieza a caminar después de darse la vuelta y suelto un suspiro cuando le


veo entrar en una de la habitaciones pues la puerta sigue estando abierta de
par en par. Me quedo esperando en el pasillo sintiendo el móvil en el
bolsillo interno de la chaqueta y todavía me sorprende que se lo haya
podido dejar en mi piso y ni siquiera me haya preguntando por él.

Me lo encontré hará un par de horas sobre el sillón que se encuentra en mi


habitación. Estaba sin batería, sin embargo, podría haber utilizado otro
teléfono para contactarme o simplemente haberse acercado hasta mi puerta
para devolvérselo. Lo que más me extraña de todo esto es que haya pasado
casi un día entero desde que estuvo en mi casa. ¿No se habrá dado cuenta
de que se lo había olvidado?

Le veo aparecer de nuevo cerrando esa puerta y me pregunto cuánto más


tendrá que hacerme esperar.

—Malas noticias —empieza a decir—, la señorita no se encuentra


disponible en estos momentos. Dame lo que sea lo que hayas traído y ya te
puedes ir, disculpa las molestias.

—¿Se encuentra mal? —Pregunto de inmediato dando un paso hacia


adelante. Félix me detiene colocando una mano en mi pecho.

—Vaya, qué fuerte estás —susurra, pero vuelve a posar su mirada en la mía
alejándose—. Es preferible que no entres, no hace falta que te preocupes
por la francesa, ella está bien.

—Apártate.

—Hazme caso —insiste—, no te podrá atender, tan solo necesita descansar


y no ver a nadie.

—Tan solo quiero verla, no hablaré con ella —doy otro paso hacia adelante
hasta que entro por completo en la habitación—. Me aseguro de que se
encuentra bien y me marcho.
Le oigo suspirar profundamente y sé que no me podrá decir que no por lo
que cierro la puerta detrás de mí mientras le observo avanzando por el
pequeño pasillo de la habitación. Me indica que me siente en uno de los
sofás, pero niego con la cabeza mirando directamente hacia la puerta por la
que ha entrado antes.

Me acerco a paso lento y me quedo quieto intentando escuchar algo, pero


no logro ser capaz de oír nada hasta que su voz débil me sorprende.

—No quiero dejarte entrar para que después te marches.

Frunzo el ceño ante esa respuesta pues a pesar de que se haya escuchado
débil, lo he podido entender perfectamente.

—¿Está sola? —Me giro hacia su amigo, pero se encuentra distraído por lo
que repito la pregunta haciendo que espabile.

—No hay nadie más con ella.

Que yo recuerde, no solía hablar en sueños por las noches. Lo hizo durante
las pesadillas, pero siempre fueron monosílabos, nunca frases completas y
acababa gritando antes de que pudiera despertarla.

Giro el pomo de la puerta despacio y me encuentro con una habitación casi


a oscuras con Adèle de rodillas en el suelo y apoyando la cabeza sobre el
borde de la cama. Mantiene los ojos cerrados y observo su respiración un
poco más acelerada de lo normal. Niega rápidamente con la cabeza
mientras intenta decir algo más.

Me arrodillo junto a ella intentando despertarla. Coloco una mano en su


mejilla para acunar su cabeza y hacer que se despierte, porque dudo mucho
que se haya quedado dormida en esta posición.

—Adèle —pronuncio su nombre—, despierta, ¿me oyes?

No hay respuesta.

—Lo mejor sería que la dejaras sobre la cama y te fueras, solo está cansada.
—Si estuviera cansada se despertaría, pero parece que esté ida —murmuro
mientras paso un brazo por debajo de sus piernas para levantarla y dejarla
sobre el colchón.

—¿Por qué insistes? Tú nunca me has insistido —vuelve a pronunciar aun


con los ojos cerrados y no puedo evitar que la preocupación me invada
todavía más.

—Dime qué es lo que se ha tomado —pregunto sin dejar de mirarla. Me


siento junto a ella y le aparto el par de mechones de su rostro—. Es como si
estuviera viviendo en una realidad paralela en su cabeza, dime qué coño le
has dado.

—Antes que nada, vigila el tonito conmigo —responde un tanto enfadado


—, y en segundo lugar, has dicho que entrarías un segundo y después te
irías. ¿Por qué sigues aquí?

—Porque claramente ella no está bien, gran idiota —respondo sintiendo el


cabreo porque no es capaz de contarme nada—. ¿Cuánto tiempo lleva así?
Porque supongo que no será la primera vez.

Se queda callado fijando su mirada en Adèle. Observo como traga saliva y


no tardo en comprender lo que está sucediendo. Vuelvo a posar mi mirada
en ella para observarla. Está con el ceño fruncido, mueve la cabeza cada
pocos segundos, negando mientras trata de mantener la conversación en su
cabeza. Coloco otra vez la mano en su mejilla.

—Desde hace siete meses —le oigo responder a mis espaldas—. Estas
pastillas que se está tomando la ayudan a tranquilizarse, aunque sea por un
rato.

—Está drogada, maldito hijo de la gran puta —respondo con un evidente


tono de cabreo mientras me levanto y le agarro por el borde del cuello de su
camiseta—. No disfraces la mierda que le has dado diciendo cuatro
gilipolleces.

—Suéltame, cavernícola.
—¿No que dices que eres su amigo? ¿Por qué coño la estás drogando? ¿Por
qué le estás dando algo que sabes que a la larga se volverá el doble de
perjudicial para ella? Se está volviendo adicta, joder.

—Que me sueltes —vuelve a decir tirando con fuerza de mis manos. Le


suelto dando un paso hacia atrás y le observo ajustarse la camiseta—. ¿Te
piensas que no las hubiera conseguido en otro sitio y que sean el doble de
fuertes? Tú no sabes nada y tan solo estás viendo lo que tienes delante sin
saber lo que hay detrás.

—Pues ilumíname y explícame entones en qué coño la está ayudando. ¿Tú


ves que esté bien? —La señalo con el brazo extendido—. Evidentemente
que no y si sigue tomando esa mierda, acabará destrozándola por completo.

Antes de que Félix pueda ser capaz de contestar, noto a la francesa moverse
sobre la cama mientras empieza a hablar de nuevo escuchándose
claramente.

—No me dejes, no te vayas, dijiste que no te marcharías —murmura


retorciéndose sobre el colchón—, por favor, no me dejes sola...

—Adèle —intento llamarla—, despierta, Adèle, estoy aquí. —Miro a su


amigo de nuevo—. ¿Cuánto tardará en irse el efecto? ¿Cómo consigo
despertarla?

—Vale, mira, te lo voy a decir. Siempre se ha despertado sola después de un


rato de haberse tomado la pastilla, no es una droga fuerte como tal, lo sigue
siendo, pero el contenido es a base de unas plantas que ahora mismo no me
voy a poner a explicártelo —dice—. A ella le decía que era de lo peorcito
que podría encontrar jamás para que desista de la idea de ir a comprarlas
por su cuenta. Sigue siendo una puta mierda, sí, pero por lo menos sé que
no son tan perjudiciales para ella.

—Pudiste no habérselas dado desde el principio.

—¿Te crees que ha sido fácil? —Enarca una ceja—. Llegó a su puto límite,
créeme cuando te digo que intentó todo antes de recurrir a las pastillas, todo
—recalca—. No podía dormir, si llegaba a cerrar los ojos, se despertaba
sobresaltada, angustiada y nerviosa. Sigue traumada, joder. Sigue yendo al
puto psicólogo, pero hay algo dentro de ella que le impide avanzar y no
hace más que destrozarla, por lo menos, con la última sesión, reaccionó
mínimamente y se irá a Barcelona a hablar con la comandante para que le
explique qué paso.

—¿Con mi madre?

—¿Conozco yo a más comandantes? Pues claro que con tu madre, estúpido


—responde, tenso—. Piensa que sabiendo cómo murió su hermano o como
secuestraron a la niña, pueda entenderlo y llegar a pasar página. Por un lado
la entiendo, es decir, necesita respuestas, pero por otro... no quiero que eso
la acabe rompiéndola por completo.

—¿Qué dice el psicólogo?

—Pues creo que no está al tanto, lo decidió después de haber tenido esa
sesión —se lleva la mano a la frente—. Es que toda esta situación incluso a
mí me supera, porque no sé exactamente qué decirle o cómo ayudarla.
Intento que consuma la mínima cantidad posible de esas pastillas, porque si
se pone insoportable y las llega a querer buscarlas por su cuenta, será
muchísimo peor.

—Antes de hablar con Renata debería consultarlo con el psicólogo, tener


otra sesión antes y que le aconseje qué hacer. ¿Tenéis algo frío aquí? Tiene
la piel caliente.

Oigo a Félix hacer un sonido con la garganta a modo de afirmación y sale


de la habitación sin llegar a cerrar la puerta del todo. Me siento hacia el otro
lado de la cama y sin poder resistirme, le acaricio el rostro delicadamente
mientras observo la angustia que desprende sus facciones.

Me gustaría poder ayudarla y ser el apoyo que parece estar necesitando,


pero tampoco me gustaría que ella llegara a depender del cariño que estoy
dispuesto a darle. ¿Cómo ayudas a alguien que no quiere que le ayuden? ¿A
alguien que está emocionalmente roto?

Quiero que sane, pero que lo haga bien.


Su amigo vuelve a aparecer en la habitación con una botella de agua y una
servilleta. Enrolla la botella fría con ésta y se acerca hacia la francesa quien
no ha dejado de soltar incoherencias desde el último comentario claro que
dijo. La coloca sobre su frente y la pasea para llegar también a sus mejillas.

—En poco más de una hora tenemos que estar en el aeropuerto —murmura
sin dejar de verla siguiendo con la labor—, pero creo que llamaré a su
representante para decirle que se encuentra mal y que cambie los billetes o
que directamente los cancele.

Me quedo pensando en eso durante algunos segundos.

—Podéis venir conmigo en mi avión, al fin y al cabo, el destino es el


mismo.

—Puede que Adèle no quiera.

—Siempre he respetado todas sus decisiones —empiezo a decir—, pero no


creo que ahora mismo se encuentre en una posición lúcida como para
protestar. Saldremos cuando haya recuperado la consciencia y se encuentre
mejor.

—Vale, vale —se rinde levantando las manos—, tú mandas. Te concedo el


honor de ser el adulto responsable.

Me genera curiosidad como en esta situación siga siendo capaz de sacar su


gracia a relucir. Antes de que pueda decirle algo, Adèle vuelve a hablar, por
lo que mi atención se desvía de inmediato en ella.

—No me toques, no quiero que te vuelvas a acercar a mí.

Muy en el fondo sé que esa conversación que está teniendo dentro de su


cabeza no está siendo real, que todo es fruto de su imaginación debido a la
pastilla que se había tomado, pero eso no significa que no me cueste
escucharla decir estos comentarios porque no puedo evitar imaginarme a mí
siendo el receptor.
Sin verlo venir, la francesa abre los ojos incorporándose de inmediato de la
cama sin dejar que su respiración se calme, pues mueve los hombros
rápidamente como si se hubiera despertado de una pesadilla. No me acerco,
mantengo una distancia prudente mientras dejo que recobre la consciencia.

Es Félix quien se acerca de nuevo sentándose a su lado mientras le pide que


le mire y se concentre en él. Puedo ser capaz de observar sus ojos perdidos
por la habitación buscando algo sin dejar de soltar incoherencias envueltas
en un susurro.

—Adèle, todo está bien, ¿vale? Estás en el hotel, en tu cama. Hoy es lunes,
no me acuerdo de la hora, pero es por la mañana.

Eso no hace más que partirme un poco más el corazón al ver la confusión
en su mirada junto a su desconcierto. Decido acercarme y decirle la hora en
voz alta.

—Son casi las 11 de la mañana —murmuro y por primera vez, sus ojos se
posan sobre los míos, viéndome con el ceño fruncido como si no entendiera
porque me encuentro aquí.

—¿Qué haces aquí? —Empieza a decir con la voz débil—. Te pedí que te
marcharas.

Observo el movimiento de sus piernas para acercar las rodillas al pecho y


abrazarlas colocando a la vez la cabeza sobre éstas. Parece que quisiera
esconderse del mundo por unos segundos intentando separar lo que es real
de lo que no.

—Déjanos solos —murmuro hacia su amigo quien parece no entenderlo


pues intenta reprochar, pero con una mirada basta para que haga lo que le
digo. Cierra la puerta detrás de él y me acerco de nuevo hacia la tormenta
de emociones que todavía no se ha movido de su posición—. ¿Has tenido
una pesadilla?

Quiero que empiece a hablarme. Tarda algunos segundos que a mí se me


hacen eternos, pero finalmente lo hace.
—No.

Sigue con la cabeza escondida entre las rodillas y puedo ser capaz de sentir
su voz algo más congestionada a lo habitual.

—¿Un sueño?

—Peor.

Nos volvemos a quedar en silencio.

—Háblame, cuéntame lo que sea que hayas sentido.

—Necesito que me digas que eres real —susurra alzando la cabeza y


observo sus mejillas rojas y empapadas en lágrimas que han caído envueltas
en un silencio ensordecedor. Contengo las ganas de secarle el rostro con el
pulgar—. Que eres tú de verdad.

—Lo soy —respondo—. ¿Por qué piensas que podría no serlo?

—Porque mi cabeza es un caos —murmura sin dejar de mirarme—, porque


mi mente te dijo que te marcharas, pero ahora mi corazón me pide lo
contrario. Porque Marcel ha estado aquí y me ha parecido tan real que ahora
mismo no soy capaz de distinguir nada, porque pienso que de un momento
a otro volverá a entrar por esa puerta, pero sigue habiendo algo que me grita
que eso no pasará porque está muerto.

Más lágrimas descienden por sus mejillas, por lo que acerco una mano
hacia su rostro para limpiarle la piel con el pulgar. Inclina su cabeza sobre
mi palma, cerrando los ojos en el proceso y suelta un profundo respiro.

—Tienes que dejarlas —susurro—, piensas que te ayudan, que lo mantienes


todo bajo control, pero estás muy equivocada, muñeca...

Suelto esa palabra sin querer y en el momento en que lo hago, me


arrepiento de inmediato pues Adèle reacciona alejándose y saltando de la
cama con la mirada asustada.
—Me acabas de decir que eres real —se agarra la cabeza con ambas manos
tirando de varios mechones—. ¡Yo no quería verte a ti! Yo solo quería jugar
con Jolie, ver a mi hermano... ¿Dónde están?

Empieza a buscar por la habitación soltando algunos sollozos mientras trata


de ahogar los quejidos. Se rasca la piel de los brazos, con fuerza,
clavándose las uñas para dejarse algunos arañazos marcados. Me acerco a
ella sin importarme nada más y la agarro por las manos para detener su
deseo de hacerse daño. Trata de imponer fuerza, queriendo soltarse, pero se
lo impido rodeándola con mis brazos para pegarla a mi pecho.

—Te estás haciendo daño —murmuro aun sintiendo la fuerza que pone
queriendo soltarse. Su respiración está descontrolada, su pecho sube y baja
con fuerza.

—Los quiero a ellos conmigo, quiero que te vayas, que desaparezcas de mi


cabeza, ¡no me estoy tomando las putas pastillas para verte a ti! Los
necesito a ellos conmigo.

Su voz suena rota, apagada, sin vida, envuelta en lágrimas que descienden
por su rostro.

—Tienes que darte cuenta, amor —susurro besando su cabeza—, no están y


no puedes hacer nada para traerles de vuelta. Las pastillas te funcionarán
por un tiempo, pero dejarán de hacerte efecto porque tu cuerpo se
acostumbrará a ellas, nada dura para siempre.

—No necesito que dure para siempre —replica—, tan solo un tiempo...
hasta que...

—¿Estés mejor? —La interrumpo—. No te recuperarás si sigues


dependiendo de ellas.

—No estoy dependiendo de ellas, simplemente me tomo una cada poco


tiempo, cuando necesito sentirlos conmigo.

Su cuerpo ahora mismo es un huracán de emociones, no puede mantener el


control. Segundos antes estaba infringiéndose dolor, sin embargo, ahora
parece estar más calmada.

—Eres dependiente a la felicidad momentánea que te da al tomarte una.

—¡Deja de repetírmelo! —Grita soltándose de mi agarre—. Deja de


decirme lo que tengo que dejar de hacer, ¡no necesito que te preocupes por
mí! No quiero que me insistas, estaré bien.

—¿Cuándo te he insistido? —Pregunto, confundido e intentando hablar sin


perder la paciencia—. ¿Ahora está mal que quiera verte bien? Abre los ojos,
Adèle, lo último que haría sería perjudicarte, me conoces, soy real, el único
quien estará dispuesto a hacer todo por ti, joder, aunque eso signifique
quemarme en el proceso.

No responde, se mantiene callada sin dejar de mirarme y observo sus ojos


cristalizados. De un momento a otro, el poema se me viene a la cabeza.

»—Aunque ahora mismo estés apagada y tu corazón camine envuelto en


cenizas y oscuridad, encontrarás aquella chispa que significará tu
resurrección, porque eres el puto Ave Fénix, Adèle. ¿Me oyes? El puto Ave
Fénix que superará su dolor.

Siento mi corazón latir con fuerza, por lo que trato de calmarme, pero me
resulta imposible cuando su cuerpo choca contra mi pecho para unir sus
labios a los míos. Me quedo quieto por un par de segundos hasta que
reacciono soltando un leve jadeo y abrazando su cintura con fuerza.

No me permito dar el siguiente paso, me quedo quieto, sin intentar abrirme


paso dentro de su boca pues no quiero que reaccione mal. No mantenemos
así durante un segundo más hasta que sus labios abandonan los míos
lentamente. No dejo que se separe de mí, así que junto nuestras frentes
mientras muevo la mano por su espalda, acariciándola por encima de la
ropa.

»—Sigues bajo los efectos de la pastilla —susurro comprendiendo que


posiblemente se haya tratado de un impulso debido a la tensión del
momento.
Adèle no dice nada, confirmando la teoría, pero bajo mi sorpresa, empieza a
hablar.

—Posiblemente —responde—, pero por lo menos sé que ahora eres real —


se separa un poco para mirarme a los ojos—. Quiero decirte algo.

—Dime.

—Si te dejo entrar... si dejo que te conviertas en un apoyo para mí... —


empieza a decir—. Quiero que me prometas que no dejarás que se convierta
en una dependencia, que me hablarás y me dirás las cosas de frente, como
siempre lo has hecho, sin ablandarte.

—No hace falta que me pidas prometértelo, lo sé.

—No —niega con la cabeza—. Prométemelo, prométeme que no te


ilusionarás y que no me dejarás cuando las cosas se compliquen, porque lo
harán. Necesito que lo tengas claro, porque no soportaría hacerte daño de
nuevo.

—Cállate, joder, ¿cuántas veces te lo tengo que decir? No es necesario que


recuerdes ese momento, me dolió, me alejaste de tu lado sin querer saber
nada más de nadie, pero te entendí, lo sigo haciendo y no te estoy
reprochando nada. No hay punto de comparación y tuviste la reacción que
necesitaste tener.

—No quiero que me odies, prométemelo.

Dejo escapar el aire por la nariz mirando por encima de su hombro. Sé lo


que tengo que hacer y también sé que deberé mantener mi corazón apagado
mientras ella esté cerca, porque aquí lo importante es que se recupere y
vuelva a renacer y si después quiere volver conmigo, lo hablaremos, como
siempre hemos hecho.

—Te lo prometo —murmuro y siento como se relaja casi al instante. Siento


frío cuando se separa dando un paso hacia atrás, pero no digo nada. Me
meto las manos en los bolsillos— ¿Quieres que nos vayamos a Barcelona
hoy?
—¿Nos?

—Podéis venir en mi avión y saldremos cuando tú me digas. Tu amigo ya


debe haber hablado con Rafael.

—Es que...

—Quiero mantenerte vigilada, porque si decides dejarte ayudar, debes saber


que las pastillas tendrán que parar.

Se queda en silencio.

»—Tienes que tenerlo en cuenta —continúo diciendo—, es el primer paso y


será complicado, pero lo que hacen tan solo es crearte una falsa realidad
durante unos minutos y nunca podrás superarlo si te aferras a esa felicidad
momentánea.

—No podré dormir...

—Podrás.

—No quiero tener pesadillas, también me ayudan a poder dormir algo más
tranquila, me permiten descansar.

—Ya te he dicho que no sería fácil —respondo—, pero tienes que poner de
tu parte, hablarlo con tu terapeuta, porque de lo contrario, te consumirás y
después será demasiado tarde.

Se lo piensa durante algunos segundos y puedo reconocer la angustia en su


mirada al pensar que ya no podrá seguir tomándolas.

»—Te quedarás una temporada conmigo en mi casa, si estás de acuerdo.


Necesitas tener a alguien al lado que esté pendiente de ti y no cometas
ninguna estupidez.

—Está bien —dice finalmente.

No será fácil, soy consciente de ello y tenerla en mi casa, durmiendo a unos


metros de mí, me matará, pero querer que sane sus heridas me puede más,
por lo que no podré hacer otra cosa que mantener el control a raya.

• ────── ✾ ────── •

Ester

No estoy loca. Ellos afirman que sí, por eso me mantienen encerrada en este
hospital de cuarta, pero no lo estoy. Tan solo me quieren mantener vigilada
para que no cometa ninguna estupidez, pero lo que no saben, es que no van
a conseguir nada manteniéndome aquí dentro, porque nada dura para
siempre, tarde o temprano saldré y todo seguirá igual que antes.

Me hace gracia que piensen que no estoy en mis cabales cuando claramente
lo estoy, simplemente que no se quieren dar cuenta de que simplemente soy
observadora porque tengo facilidad en darme cuenta de los pequeños
detalles. Se hacen llamar médicos, pero su verdadero objetivo es
mantenerme aquí el máximo tiempo posible para obtener más dinero,
porque con eso se ganan la vida.

Panda de estúpidos.

Me encuentro en la sala del recreo o ese es el nombre que le suelen dar a la


típica habitación grande y blanca donde enfermos mentales se pasean
aburridos diciendo incoherencias mientras que otros hacen manualidades o
se ponen a cantar canciones. Suelto un suspiro profundo preguntándome
cuándo es que saldré de este manicomio y me podré ir a casa.

Tres putos meses llevo aquí metida. ¿No ha sido suficiente?

Te podrías marchar cuando quisieras.

Por lo menos durante todo este tiempo no he estado sola, siempre la he


tenido a ella quien no se ha ido de mi lado ni un solo segundo.

—¿Marcharme? ¿Tú has visto la seguridad que hay en todos los rincones,
sin contar las cámaras? —Susurro en voz alta mientras me levanto de la
silla y empiezo a dar pequeños pasos hasta que mi mirada se detiene en el
nombre de la institución.
"Centro especializado de ayuda profesional en Barcelona".

Un maldito circo, eso es lo que es.

Montar un escándalo, formar el caos. Irte sin ser vista.

—Un plan ambicioso, pero tendríamos que pensarlo un poco mejor.

Sigo cruzada de brazos mientras doy pasos por la amplia habitación


esquivando a todos los demás que no hacen más que estorbarme.
Pobrecitos, siento pena por ellos. Ni siquiera son capaces de distinguir la
realidad, seguro que sus familias ya deben haberse olvidado de ellos.

—¿Ester Galán? —Chasqueo la lengua al escuchar mi nombre ser


pronunciado por el mismo tipo encargado de entregar las pastillas.

Hay que medicarse, dicen, órdenes de vuestro psiquiatra.

Me acerco a él con el ceño levemente fruncido pues sabe perfectamente que


ese no es mi apellido.

—Otálora —corrijo.

—En tu ficha pone Galán.

Eso no es verdad, tan solo estaba diciendo todo esto para hacerme cabrear,
porque en todos mis documentos oficiales tenía puesto Ester Otálora Ayuso.
Que no me tocara tanto los cojones.

Cálmate.

Me tomo dos segundos para soltar el aire por la nariz y tratar que este
individuo no me enfadara porque no valía la pena.

—No hay punto de comparación entre una ficha de este sitio de mala
muerte con el documento de identidad nacional. Háztelo mirar si no sabes
diferenciar eso —le muestro una sonrisa burlona, cosa que él también me
devuelve.
—Es usted un amor de persona, señorita Galán —vuelve a decir
devolviéndome la misma sonrisa—. Tu medicación y el vaso de agua,
trágatela, que te vea yo.

Agarro la pequeña pastilla blanca con los dedos y me la coloco en la lengua.


No rompo contacto visual con el enfermero, no le gusta que lo haga pues
una vez casi se la lie en la habitación. Fue una experiencia divertida.

Me acerco el vaso de agua y antes de beberme un sorbo, escondo la pastilla


rápidamente en el interior del labio superior, haciendo que no se note en lo
absoluto. Supongo que la práctica hace al maestro.

Abro la boca segundos más tarde para que me vea, para "cerciorarse" de
que me la he tragado.

Pobre ingenuo.

Después de haberlo comprobado y que me deje cerrar la boca, hago deslizar


la pastilla hasta tenerla por debajo de mi lengua.

—Siempre cuidando de mí —respondo, irónica.

—Es nuestro trabajo —contesta en el mismo tono—. Tienes una visita


programada para hoy.

—Prefiero ahorrármelo, no me apetece ver a mis padres, me tienen harta.

—No se trata de tus padres.

Eso activa mi curiosidad porque nadie se ha dignado a visitarme desde que


me ingresaron. Nadie.

—¿Quién es?

—Dice ser familiar tuyo.

Intento no emocionarme.
—¿Quieres decirme ya su nombre y dejar el misterio a un lado? Como si
tuviera solo un familiar en Barcelona.

—Álvaro Maldonado.

Hola amores, para las lectoras nuevas:

No hay día de actualización, subo el capítulo cuando lo tengo listo y eso


puede ser una vez a la semana o cada dos (cómo ha pasado ahora).
Actualmente tengo 3 libros activos (Bellator, Jaula de Cristal y éste), pido
paciencia, siempre se puede esperar a que el libro esté más avanzado.

Creedme cuando os digo que yo escribo cada día (no tengo vida social
jajaja) y reparto mi tiempo entre los 3 bebés sin hacer diferencias, además
del tiempo que invierto en editar.

Para las que no lo sabían:

Bellator se estrena el 10 de agosto, será la historia de Renata y Sebastián


(los padres de Iván), en mi Ig podéis encontrar más información. Estará tan
solo en Booknet y será bajo suscripción.
Será una bomba de historia pues tendrá acción, dramas familiares,
ambiente militar, romance y erotismo. El libro ya se encuentra en mi perfil
de Booknet.

Y también podéis leerme en Jaula de Cristal, pues también tengo grandes


planes para ese libro y se vienen cositas.

Un beso y nos vemos pronto


Capítulo 9

HÁBLAME

Ester

Repito aquel nombre en mi cabeza tratando de pensar si lo he oído antes y


niego con la cabeza sin darme cuenta. No me suena y menos que se trate de
un posible familiar mío, pero después caigo en cuenta de que soy adoptada
y que posiblemente tenga familia a la cual nunca he visto antes, pero eso
sigue sin explicarme su apellido.

Galán.

Maldonado.
Di algo. Hazle ver que conoces a esa persona.

Cierto, todavía sigo teniendo al enfermero a un metro de distancia de mí


esperando a que diga algo. Me aclaro la garganta, pero antes de que pueda
ser capaz de abrir la boca, él vuelve a hablar instándome a que me mueva.

—Vamos, te está esperando en la sala de visitas, ha dicho que tiene algo de


prisa.

—Si tanta prisa tiene, que no hubiera venido —respondo de mala gana pues
odio que me estén moviendo de aquí para allá diciéndome qué hacer en
todo momento. ¿No se dan cuenta de que soy lo suficientemente capaz de
pensar por mí misma sin depender de la ayuda de nadie más?

El hombre vestido con su uniforme blanco se queda callado sin atreverse a


responderme y sé que, en parte, ve que tengo razón. Me están tratando
como si fuera una muñeca de trapo, inservible, inútil, que se encuentra
encerrada aquí porque se piensan que tengo algo grave cuando en realidad
no es así. Por lo menos siempre tengo a mi lado a esas personas que sé que
no me abandonarían jamás, que estarán a mi lado tanto en las buenas como
en las malas, o por lo menos, eso es lo que me dicen cada noche antes de
que me duerma.

No me gusta estar sola, suficiente tuve en las casas de acogida donde ahí me
trataban como si no existiera. Estoy harta de que se piensen de que no sirvo
para nada, de que no encajo en ningún lugar, de que nunca podré mantener
a alguien a mi lado porque acabará yéndose y dejándome sola. Iván no era
así, él siempre estuvo ahí, venía cada vez que le llamaba, cada vez que le
necesitaba, incluso estuvo ahí cuando mis padres no pudieron o peor, no
quisieron porque pensaron que no ameritaba la suficiente importancia como
para atenderme.

Pero todo se torció cuando esa pianista apareció en su vida, cuando él dijo
que ella era y sería única para él, afirmando sus sentimientos por sobre
todas la cosas. Me dolió. Lo sigue haciendo y estoy segura de que si ella
nunca hubiera existido, todo hubiera seguido su curso.
El enfermero me señala la puerta blanca y me la abre para mí, cuyo interior
sigue manteniendo el mismo color blanco y frío, con varias mesas
circulares repartidas a distancias prudentes unas de otras y sillas grises,
creando un entorno monocromático del asco.

En una de esas mesas, hay un hombre sentado dándome la espalda y me


puedo fijar en su cabello de color cobrizo y medio rizado. En menos de dos
segundos, gira la cabeza en nuestra dirección al escuchar mis pasos
aproximarse. Se pone de pie sin dejar de mirarme mientras me muestra una
pequeña sonrisa. Frunzo el entrecejo extrañada porque estoy segura de que
no había visto a este tío en mi vida.

—Ester —me llama el enfermero—, ya conoces las reglas, yo estaré por


aquí y recordad que el tiempo es limitado.

Ninguno de los dos dice nada, por lo que nos deja solos alejándose hacia el
otro rincón de la habitación. El tal Álvaro se vuelve a sentar en la silla y me
indica con la mirada que haga lo mismo. Me posiciono frente a él y no
puedo evitar mostrarme a la defensiva, seria y con la mirada altiva.

—¿Quién eres? —Pregunto—. Me han dicho que eres mi familiar, pero


ahora quisiera preguntarte si vienes por parte de mi familia biológica,
porque no creo que tengas nada que ver con los Otálora.

—Es algo complicado de explicar.

¿Y ya está? Entonces, ¿para qué había venido?

—Eso no me explica qué estás haciendo aquí o cómo me has encontrado.

Me fijo en su rostro, en su mirada de ojos oscuros, pero suave, como si no


estuviera involucrado en toda esta mierda. ¿Y si tan solo ha venido para
reírse de mí?

—Mira, Ester —empieza a decir con una gesticulación de manos, las cuales
están muy cuidadas y son finas, como si fueran las manos de un pianista—,
tan solo he venido aquí para ver si estás bien porque así me lo han
ordenado. Yo tampoco sabía de tu existencia hasta hace unos días que me lo
dijeron.

—¿Quién te lo ha dicho?

—Eso no te lo puedo decir, tiempo al tiempo, pero quisiera poder ayudarte a


salir de aquí.

—No creo que lo consigas, los que me han metido aquí han dejado bastante
claro que no iba a salir tan fácil, a no ser que me recuperara del todo, lo cual
es absurdo porque a mí no me pasa nada.

—Yo no creo que te pase nada.

—Tú no sabes nada —responde, brusca—, no sabes absolutamente nada y


todo lo que he sufrido. Si has venido tan solo para hacer la gracia, ya te
puedes marchar, porque yo contigo no tengo nada de lo que hablar.

Me dispongo a levantarme y a perderlo de vista, pero la voz que siempre


está a mi lado y me aconseja qué hacer, me detiene.

Escúchale.

Me quedo quieta, con las manos apoyadas sobre la superficie de la mesa y


mirando al pelirrojo fijamente. Me vuelvo a sentar al cabo de unos
segundos.

—En mí puedes confiar y si te digo que creo en ti cuando aseguras que


estás bien, es porque lo estás.

—No me conoces.

—No me hace falta, sé que no le quieres hacer daño a nadie, que tan solo
quieres tener al lado a alguien que te quiera y te cuide.

Me quedo callada analizando lo que acaba de decir. Sigo sin saber quién es
este hombre y no me quedaré tranquila hasta que no me diga quién es,
porque bastante sospechoso es que se presente aquí sin más y que me diga
todas estas tonterías.
—Sería más fácil si me dijeras quién eres —digo y veo como esboza una
suave sonrisa. Me fijo en que ha juntado las manos, cruzando los dedos
entre sí.

—Cuando me contaron sobre ti y me dijeron quién eras en realidad, me


sorprendió y mucho. Lo sospechaba, pero cuando me lo afirmaron, era algo
que no me podía creer del todo.

—Demasiado misterio.

—No es mi intención liarte ni nada por el estilo —responde con el mismo


tono de voz calmado, el cual a mí ya me ha empezado a molestar—,
simplemente que no quiero soltarte toda la información de golpe porque es
demasiada y bastante complicada para interiorizar. Primero tendría que
sacarte de aquí y luego te lo podría explicar todo con detalle.

—¿Crees que no soy lo suficientemente madura como para entenderlo?


Tampoco debe ser para tanto. Si dices ser mi familiar, podrías contármelo
todo ahora y se acabó el asunto, porque ya me estáis estresando todos.

—¿Todos?

—Hace meses, una chica de piel morena y rizos abundantes me dijo que vio
a mi madre morir y que después me dio en adopción. ¿Me puedes explicar
eso? No me dijo nada más después, salvo que me prometió que me sacaría y
al final, no lo hizo. Me prometió algo y no lo cumplió. ¿Cómo quieres que
me sienta al respecto al verte a ti llegar y decirme todo esto? Es la misma
mierda de siempre.

—No lo es.

—Cállate. —Me daba igual lo que me tuviera por decir, ya estaba harta de
todo—. No me interesa. ¿Qué voy a ganar yo sabiendo mi origen? Me da
completamente igual. Según esa mujer, mi madre biológica está muerta,
posiblemente mi padre también lo esté. ¿De qué me sirve conocer ahora
todo ese pasado?

—¿De verdad no quieres saberlo?


—Eres tú quien se empeña en retrasarlo, si me quieres decir algo, está bien,
dilo, pero no juegues conmigo porque suficiente he tenido hasta ahora.
¿Sabes de qué murió mi madre?

—Eso sí que no lo sé, no me han contado esa parte.

Dejo escapar una sonrisa de incredulidad. Entonces, ¿de qué me está


sirviendo todo eso si al final él tampoco conoce la historia completa?

Lo sabe, pero no te lo quiere decir, de momento.

—Creo que ambos estamos perdiendo el tiempo, tú no conoces la historia


completa y a mí tampoco es que me interesa saberla. ¿A qué has venido
exactamente? ¿A decirme que me vas a sacar de aquí? No te molestes, estoy
bastante cómoda rodeada de paredes blancas y de enfermeros que no paran
de amargarme la existencia.

Quédate en silencio y escúchale.

—Ester —intenta decir y puedo ver como traga saliva. Está nervioso y es
normal, supongo que no se esperaba que estuviera tan a la defensiva, ¿pero
qué quería que hiciera? Estoy harta de que siempre sea lo mismo una y otra
vez. Me prometen respuestas y no saben ni por dónde empezar—, tampoco
quiero que te molestes conmigo. Lo único que te puedo decir ahora es que
tú y yo pertenecemos a la misma familia y que en mí puedes confiar. Si
quieres salir de aquí, tan solo basta con que me lo digas y en menos de 48
horas ya estarás fuera.

—No te creo.

—Tu madre biológica, Ester también se llamaba, fue mi tía, la hermana de


mi padre, así que tú y yo somos primos. La persona que me ha contado todo
esto no es precisamente de la familia, pero sí que es alguien de confianza.

Esa información hace que me quede en silencio sin dejar de mirarle


fijamente.
»—Tan solo quiero sacarte de este manicomio y que vengas con nosotros, a
tu casa, de la que nunca deberías haberte ido.

Escuchar aquello tan solo hace que sienta la tensión en mi cuerpo, por lo
que me pongo rígida e intento controlar las ganas de llorar.

—Lo dices como si me hubiera escapado, ¿crees que yo he pedido esta


vida? ¿Rodeada de casas de acogida? ¿Familias que nunca me quisieron?
¿Todas las burlas, los castigos y las humillaciones que recibí? Cuando por
fin pensé que había encontrado a una pareja que de verdad parecía que iba a
quererme, al cabo de los años, todo se fue enfriando. Me lo daban
absolutamente todo, pero no me dieron la única cosa que les pedía y era su
cariño.

Me acuerdo perfectamente de aquel momento. Tenía 10 años, estaba sola en


aquella habitación rodeada de mesas, sillas y niños jugando sin prestarme la
mínima atención, cuando de pronto, me dijeron que me preparara porque
me iba a vivir con una pareja que acababa de aceptarme. Sentí una felicidad
que no me cabía en el pecho, porque de verdad creía que todo iría bien.

Lo hizo durante los primeros años, no me podía creer que todo lo que me
estaban comprando, era en realidad para mí, que querían que tuviera lo
mejor que una niña de mi edad se podía merecer. Fui feliz, bastante, hasta
que llegó la adolescencia, donde los problemas empezaron y aquel cariño
que yo pensaba que me tenían, se iba esfumando con el paso del tiempo. Se
habían acostumbrado a mí, ya no era aquel juguete nuevo y aquello me
dolió porque no supe darme cuenta desde antes.

¿Quién podía? Tan solo era una adolescente que no sabía lo que quería en
realidad de lo mucho que me habían consentido. Tan solo Iván estuvo ahí,
el que nunca me dio nada que no me hubiera merecido, me trató como a una
persona más, sin tener en cuenta que yo no pertenecía a su familia.

Veo como me mira durante largos segundos, pero sin atreverse a decir nada.
Suspira profundamente.

—La verdad es que no sé qué decirte, me duele que me digas todo esto.
—¿Qué te va a doler a ti?

—Lo hace, aunque no te conozca, me duele que hayas tenido que pasar por
toda esa mierda.

—¿Por qué esa mujer me dio en adopción? Precisamente ella. ¿Cómo coño
se llama?

—Tamara.

Poco a poco, el recuerdo de la prisión en la CMFE va apareciendo y ese


nombre cada vez se hace más claro en mi cabeza.

—Todavía no me has respondido —le recuerdo—. Quiero saberlo y quiero


saber también porqué tú conoces todo esto, ¿se puede saber quién te lo ha
explicado?

—Te lo explicaré todo, te lo prometo —dijo—, pero antes tenemos que salir
de aquí. ¿De acuerdo?

Dejo escapar un largo suspiro cansada de todo esto y el que no me quieran


decir nada, sin embargo, prefiero escucharle fuera y en libertad, que
encerrada en este manicomio.

—Está bien —acepto—, pero querré saber la historia completa, nada de


ocultarme detalles. Quiero saber todo incluida la muerte de mi madre.

—Está bien, pero para eso tendrás que esperar porque no seré yo quien te la
cuente.

• ────── ✾ ────── •

Adèle

Han pasado dos días desde Madrid. Dos largos días en los cuales me he
mantenido encerrada en su habitación sin la intención de salir. He llegado al
punto donde respirar se ha vuelto difícil, porque no soy capaz de
contenerme, porque estoy demasiado ansiosa, irritable y con la energía por
el suelo. Tampoco he podido dormir más de dos horas seguidas, no he
dejado de levantarme y volver a intentar dormir ha sido el completo
infierno.

No sé qué estoy haciendo, si esto va a hacer que logre estar mejor. Estoy
confiando en él, estoy haciendo todo lo que me está diciendo, pero siento
que no puedo más, que no voy a poder, que lo mejor sería que me rindiera y
que volviera a lo único que me ha estado funcionando durante todos estos
meses.

No. Empiezo a negar con la cabeza mientras trago en seco. No. No puedo
continuar así, tengo que aguantar, tengo que imaginar a mi hermano a mi
lado diciéndome que esto no es lo que le hubiera gustado. Que él hubiera
querido que siga adelante, que lo recuerdo, pero sin llegar a destruirme por
completo.

Me llevo las manos a la cabeza mientras intento contener las lágrimas. Me


duele. Siento como si me estuvieran martilleando la sien sin descanso
tratando de que el dolor no se pare. Empiezo a respirar con más dificultad
mientras me dejo caer al suelo apoyando la espalda sobre la pared. Junto las
rodillas a la altura del pecho y apoyo la cabeza sobre ellas.

Ni siquiera me percato del ruido de la puerta siendo abierta cuando el perro


se me acerca sin dejar de jadear. Iván aparece casi al instante para agarrarlo
por la correa y apartarlo de mí.

—Tan solo quería venir a avistarte, pero Phénix se ha adelantado —se


intenta disculpar, pero no digo nada—. He contactado con tu psicólogo —
empieza a decir—, estará aquí dentro de una hora.

—No quiero hablar con nadie.

—Tienes que hacerlo.

—He dicho que no —respondo y levanto la cabeza para mirarle—, y no me


hagas tener que repetírtelo.

—Adèle —intenta decir con voz calmada—, si no pones de tu parte, nada


de esto funcionará. Intento ayudarte porque quiero que estés bien, pero no
conseguirás nada si no te sigues tratando. No hablarás con Renata hasta que
el psicólogo diga lo contrario.

Me pongo de pie y noto a Phénix hacer un movimiento sin dejar de


mirarme, pero lo ignoro completamente y me enfoco en el hombre que
tengo delante de mí y que me ha aguantando durante dos largos días sin
chistar o decir una sola palabra a pesar de todos mis arrebatos debido a que
me he quedado sin las pastillas.

Doy un paso hacia adelante notando los hombros decaídos y apoyo la frente
sobre su pecho sin la intención de levantar los brazos. Cierro los ojos
durante unos segundos mientras intento inspirar y expirar hondo. Siento
como coloca una mano sobre mi cabeza y otra en mi espalda para atraerme
hacia su cuerpo, haciendo que ahora mi mejilla quede apoyada sobre su
pectoral. Me mantengo con la mirada escondida del mundo y lo único que
me permito escuchar es el tranquilo latido de su corazón.

—Gracias —suelto en un suave susurro.

—No tienes porqué agradecerme nada —responde en el mismo tono—, te


dije que te iba a ayudar, tú misma me has dejado ser un apoyo para ti y eso
es lo que estoy haciendo.

—Estoy cansada, me siento débil, es como si no tuviera la suficiente fuerza


para moverme, pero a la misma vez, no soy capaz de cerrar los ojos.

Se queda en silencio y de un momento a otro, siento como me levanta en


brazos para dejarme sobre la cama. Su cama que se encuentra en su
habitación. Él mismo me lo dijo e insistió, que querría que me quedara aquí
mientras él se quedaba en otra habitación del apartamento. Desde hace dos
días que no ha salido y nos hemos mantenido los dos solos encerrados aquí,
pues Félix dijo que se quedaría en mi piso y que lo encontraría arreglado
cuando volviera.

Hace que apoye la cabeza sobre la almohada mientras él también se acuesta


a mi lado pasando un brazo alrededor de mi cuerpo, instándome a que me
ponga cómoda sobre su costado.
El perro también se sube de un salto para tumbarse a los pies de Iván.

—Si te digo la verdad, no entiendo mucho de la alteración del sueño y no


quisiera decirte algo que pudiera afectarte —empieza a decir—, pero intenta
cerrar los ojos y tratar de dormir, yo no me moveré de aquí. Por lo menos
hasta que llegue tu doctor y hables con él. Establece un control en tu mente,
no dejes que juegue contigo.

Me quedo callada con los ojos entreabiertos fijándome en la suave brisa de


verano moviendo las cortinas blancas. Las persianas no están del todo
bajadas por lo que el ambiente en la habitación conserva una tenue
iluminación. Estiro levemente el cuello hasta posar la nariz sobre la base del
suyo, aspirando el aroma que desprende. El mismo aroma que había echado
tanto de menos.

—Estuve en Toulouse la semana pasada —murmuro a la misma que vez


que que siento su caricia por mi espalda siguiendo las cicatrices con la
yema de los dedos—, te vi por la televisión, en un canal nacional, ¿estabas
hablando en francés?

—No hablé mucho —responde—, tan solo algunas frases. La entrevista fue
en inglés, supongo que pusieron subtítulos o añadieron la traducción por
encima de mi voz. ¿Por qué lo preguntas?

—Curiosidad.

Nos quedamos en silencio de nuevo y me concentro en el latir de su


corazón el cual suena acompasado. La verdad es que no había sido
curiosidad, de alguna manera, su voz varonil, aunque no tan grave, hace que
deje la mente en blanco, consigue que me relaje por unos instantes.

»—¿Podrías... continuar hablando? —Dejo caer la pregunta, algo tímida.

—¿Quieres que te recite un poema? —Pregunta y siento como tensa


levemente el brazo, aunque no deja de acariciarme la espalda.

—Como prefieras, simplemente que escucharte hablar... me es relajante —


confieso.
—Tengo un poema que te escribí, pero nunca te lo llegué a recitar —dice.

—¿Cómo se titula?

—Ave Fénix —responde y de inmediato Phénix levanta la cabeza sacando


la lengua en el proceso, sin embargo, vuelve a acostarla sobre la cama. Es
entonces cuando caigo en cuenta del porqué eligió ese nombre, pero no digo
nada—. No es erótico ni nada del estilo.

—¿Entonces?

De un momento a otro, me surge la extraña necesidad de querer saber más.

—Te lo recitaré —dice tratando de no explicarme nada más—, y después


sacarás la conclusión tú misma.

—Está bien —respondo mientras suelto el aire.

Se toma unos pocos segundos antes de empezar a hablar.

—Moribundo corazón que camina envuelto en cenizas y oscuridad —


empieza a recitar y me puedo dar cuenta de que se trata de las mismas
palabras que utilizó la otra noche, sin embargo, no digo nada y dejo que
continúe con el poema—. Busca juntar las piezas rotas con la esperanza de
retroceder el tiempo atrás —hace una pausa—. Martiriza su cuerpo en
busca de libertad, anhelando la paz en su tormenta interior, anhelando la
razón de su risa y de su bondad.

Intento mantener los ojos abiertos mientras me concentro en su voz y en el


poema que me está recitando, pero sintiendo el cuerpo pesado junto a la
suave caricia que me ofrece además de la suave brisa colándose a través de
las cortinas, hace que cada vez se me dificulte más mantenerme despierta.

»—Lágrimas azabache manchando su piel, implorando piedad y


compasión, sintiendo el vacío en su recóndito ser —vuelve a hacer otra
pausa mientras analizo las metáforas sin poder evitar sentir como la
garganta se me cierra—, mientras se condena a su propia destrucción.
Diversas imágenes de Marcel junto a mi sobrina aparecen con fuerza
golpeándome los recuerdos por lo que mi cuerpo se tensa sin querer
mientras cierro los ojos evitando que lágrimas empiecen a salir. Intento
contenerlas.

»—Apagado el fuego, muerte a la vida, al recuerdo y a la pasión. Muerte a


todo lo que tuvo sentido.

Se queda en silencio sin dejar de demostrarte de que sigue aquí, a mi lado,


sin la intención de marcharse. La caricia de su mano me reconforta y trato
que las imágenes de Jolie y de Marcel no hundan de nuevo.

»—Búscala y encuéntrala, embriágate con aquella chispa que significará


tu resurrección —vuelve a hacer una pausa para darle más profundidad al
poema—, como aquel Ave Fénix superando su dolor.

No digo nada, no sé qué decir, por lo que mantengo acostada sobre su pecho
mientras siento como los minutos van pasando. Agarro su camiseta y formo
un puño a la vez que muevo las piernas para apegarme más a él. Sin darme
cuenta, cierro los ojos, pero no soy capaz de conciliar el sueño, por lo que
me mantengo con los ojos cerrados dejando que el tiempo siga pasando.

No puedo seguir así, no puedo seguir destrozándome y que mi cuerpo pague


las consecuencias. Tengo que ser fuerte y salir de este pozo, por mí, por mi
familia, por Marcel y Jolie, por... él, pero sobre todo, por mí.

Ni siquiera me doy cuenta del tiempo que ha pasado cuando Iván intenta
levantarse de la cama dejándome que siga acostada. Me incorporo de
inmediato, extrañada, pero él niega con la cabeza restándole preocupación.
Phénix también se ha puesto en alerta saltando del colchón y colocándose al
lado de su dueño.

—¿No has oído que picaban a la puerta?

A pesar de que casi no haya salido de esta habitación, sé que Iván tiene a
una persona que se encarga tanto de mantener el orden en el apartamento
como de hacer la comida, algo parecido a lo que hacía Susana, por lo que lo
más probable es que debe haber sido ella, pero he estado tan desconectada
que ni siquiera me he percatado de nada.

—Pues la verdad es que no.

—Ven —extiende la mano hacia mi dirección con la intención de agarrarme


la mía. Dudo al principio, pero se la acabo aceptando—, también tienes que
salir de estas cuatro paredes. Tu psicólogo acaba de llegar, por lo que
estaréis más cómodos en el despacho.

Ni siquiera me da tiempo a responder cuando ya nos encontramos en la sala


principal. Reconozco a la mujer cuyo nombre sigo sin recordar y a su lado
se encuentra el doctor con el que llevo ya meses haciendo terapia.

—Adèle —me saluda dándome la mano en cuanto me ve—, me alegra


volver a verla. El señor Otálora ya me ha puesto al corriente de todo.

—¿Todo? —Le echo una mirada mientras aparto mi mano de la suya.

—No pasa nada, ¿de acuerdo? —Vuelve a decir el doctor—. Si quiere,


podemos empezar, ¿le parece? Así me contará todo lo que ha pasado
durante estos últimos días.

Hago un movimiento afirmativo con la cabeza dándome cuenta de que me


esperará una sesión bastante larga e intensa.

• ────── ✾ ────── •

Iván

Veo como el doctor cierra la puerta del despacho después de haberle


indicado donde de se encontraba y dejo escapar un largo suspiro mientras
me masajeo el cuello

—Señor —me llama Alicia—, ¿quiere que le traiga algo?

—Necesito algo que me despierte —digo—, un café si no te importa, estaré


aquí en el sofá.
Ella asiente y se retira hacia la cocina mientras yo me dejo caer sobre el
sofá de color beige apoyando la cabeza sobre el respaldo. No voy a negar
que ha sido difícil y algo cansado pues tener bajo tu cuidado a una persona
que ha pasado por un infierno y que debido a eso se ha vuelto dependiente a
las drogas te acaba consumiendo, sin embargo, tengo que seguir porque sé
que al final habrá valido la pena.

Por el mismo motivo, he estado trabajando desde casa pues durante estos
últimos meses hemos tenido una serie de problemas y no me puedo permitir
el lujo de faltar. Rescato el móvil del bolsillo y me fijo en la hora, Sofía ya
debería estar cerca. Le pedí que se acercara hasta mi casa sobre a esta hora
para ver unos informes e intentar arreglar el caos que se formó en el evento
de Madrid pues los hijos de puta de los periodistas no tuvieron otra cosa
qué hacer que formar un escándalo al verme salir con Adèle de aquella
mansión.

El interfono no tarda en dar señales de vida y Alicia de inmediato se acerca


para comprobar quién es.

—Se trata de Sofía Santos, señor, ¿la hago pasar?

—Sí —respondo y al cabo de pocos segundos se acerca con la taza de café.

Las puertas del ascensor se abren y Sofía aparece vestida de manera


impecable, con un traje de color plateado, pantalones oscuros y camisa en la
misma tonalidad. Va sutilmente maquillada y me puedo dar cuenta del corte
de pelo pues lo lleva un poco más corto y totalmente liso.

Se acerca hasta a mí dejando el bolso en el sillón contiguo para después


sentarse a mi lado.

—Hola —me saluda con una pequeña sonrisa y le devuelvo el gesto.

—¿Quieres tomar algo? —Niega con la cabeza—. Bien, ¿tienes esos


informes? —Deja la carpeta que ha sacada del bolso—. Ocupémonos de
esto y después ya veremos qué hacer con las noticias que están circulando
por las redes.
—He empezado a ocuparme de eso —responde—, no quiero que te
preocupes por ese tema, pero sí, lo podemos comentar después. ¿Cómo se
encuentra?

Me fijo en su mirada de color verde y puedo observar la preocupación


tintada en su rostro. Sofía también nos acompañó en el avión e intentó
mantener una distancia prudente de la francesa, más que nada porque no
quería que se llegara a malinterpretar las cosas y que se pudiera ocasionar
un conflicto.

—No lo sé —confieso—, por un momento parece estar bien y al segundo


sus emociones se vuelven un caos haciendo que se desestabilice.

Le conté hace tiempo lo que sucedió entre nosotros y el motivo general por
el cual nos distanciamos.

—Debe ser difícil.

—Lo es, pero es lo que quiero hacer y ser el apoyo para ella que debí ser
desde el principio.

—La quieres, ¿verdad?

Me quedo en silencio mientras siento mi corazón bombear con un poco más


de fuerza, pero antes de que pueda ser capaz de decir algo, unos gritos se
escuchan desde el otro lado del pasillo. De inmediato me levanto al darme
cuenta de que se trata de Adèle, sin embargo, antes de abrir la puerta del
despacho, ésta es abierta por el médico cuyo rostro luce preocupado y
asustado haciendo que la negatividad me invada.

—Hay que llevarla al hospital, llamar a una ambulancia —empieza a decir


hablando de manera atropellada—. He intentando calmarla, pero no daba de
sí.

—¿Qué cojones ha pasado? —Pregunto alzando la voz mientras me adentro


hacia la habitación.
La busco con la mirada y empiezo a ver negro cuando la detallo
inconsciente en el suelo.

Por uno de los grupos de Whatsapp dije que sería un cap tranquilito y no
voy a retirar lo dicho, pero ya sabéis que a mí me gusta acabar los
capítulos en medio de toda la tensión jeje

Nos vemos en el siguiente capítulo amores

No os olvidéis de votar, besossss

Pd. Perdón por las posibles incoherencias, sigue siendo el primer borrador
que se corregirá una vez acabe la historia.
Capítulo 10

MINUTOS

Iván

Cruzo los brazos sobre mi pecho mientras veo a los médicos retirarse.
Desaparecen por el pasillo después de que me hayan dicho que la francesa
se encuentra en las mejores manos. Suelto un suspiro largo y pesado
dándome cuenta de que nuevo, me encuentro en el hospital y no puedo
evitar pensar que siempre he estado a su lado en todas las veces que se ha
hecho daño.

Me muerdo la mejilla interna quitándome esa idea de la cabeza. Me levanto


de nuevo del asiento mientras coloco las manos en mis caderas sin dejar de
dar pequeños pasos en círculos porque me es imposible quedarme quieto.
Estiro el cuello sobre ese pasillo por donde los médicos han desaparecido y
me pregunto cuándo despertará, porque desde que la encontré inconsciente
en mi despacho, no ha vuelto a abrir los ojos.
Actué de inmediato llamando a una ambulancia para que viniera lo antes
posible, pues no quería llevarla yo mismo porque sé que las lesiones en la
cabeza son delicadas.

Segundos más tarde, aparece el psicólogo por otro pasillo trayendo consigo
dos cafés.

—Siéntese. —Le digo mientras me entrega el café el cual acepto—. Ahora


me contará lo que ha pasado ahí dentro y por qué ha tenido semejante
reacción.

Le veo suspirar levemente y se sienta en uno de los sofás. Yo también lo


hago dejando un metro de separación. Acerco el café a los labios
saboreando la amargura y disfrutando del olor que tiene.

—Como comprenderá, es confidencial, señor Otálora, no le puedo contar de


lo que hablo con mis pacientes.

Paso la lengua por el colmillo mientras enarco una ceja, no estoy como para
estar suplicándole a que me comparta esa información.

—Confidencial será para los demás, no creo que yo entre en esa lista.

—Le ruego que no insista. La señorita Leblanc ha sido mi paciente desde


hace dos meses en los cuales ha habido avances, pocos, pero lo has habido.

—No ha tenido ningún jodido avance, bájese de la nube en la que se


encuentra. Si hubiera tenido algún avance, ahora mismo no estaríamos en el
hospital, ¿no le parece?

Se levanta de manera dramática y se puede reflejar la molestia en su


semblante.

—¿Disculpe? Tampoco le voy a permitir que me hable de esta manera. El


caso de Adèle es complicado, no es algo que se pueda solucionar de la
noche a la mañana. Lo mejor sería que me fuera, ya le pediré a su médico
de que me avise en cuanto despierte.

Tiene la intención de marcharse, pero le detengo.


—Espere —murmuro sin llegar a ponerme de pie—. Discúlpeme, han sido
demasiadas cosas, no se vaya. Verá, yo no soy un tipo cualquiera, sé que la
relación que hay entre un médico y su paciente es algo privado, pero dadas
las circunstancias y sabiendo donde nos encontramos, quisiera saber lo que
ha pasado para poder estar al corriente y actuar como es debido.

—Pensé que la señorita Adèle no tenía pareja. Nunca le mencionó. —Se


vuelve a sentar.

—Y no la tiene —respondo—, por lo menos no de manera oficial. Uno de


los motivos de nuestra ruptura fue precisamente por lo que pasó meses
atrás, pero ella sigue siendo importante para mí.

—Ya comprendo. Que sepa que estamos manteniendo una conversación de


manera extraoficial —dice.

—Por supuesto.

—La sesión empezó bien —comienza a decir—. Le hice unas preguntas


para aligerar el ambiente pues estaba muy nerviosa. He de confesar de que
estaba hablando menos de lo normal, de todas maneras, seguí escuchando lo
que me decía hasta que empecé a introducir de manera imperceptible las
preguntas que me interesaban para poder continuar con la terapia. Era como
si estuviera contestando de manera automática.

—¿Cómo se golpeó la cabeza? —Pregunto diciéndole de manera indirecta


de que vaya al grano—. ¿Qué fue lo que le preguntó?

—Quiso que volviéramos a repetir la hipnosis, pues la semana pasada se la


practiqué y consiguió ver a su hermano y a su sobrina. Lo quiso intentar de
nuevo hoy, pero me negué viendo el estado de ánimo en el que se
encontraba, no era recomendable. No dejó de insistir, le dije que podía
contarme lo que quisiera saber de su hermano, empezó a hacerlo. No paraba
de repetir el nombre de su sobrina y fue ahí cuando me empecé a preocupar.

—¿Por qué?
—Se estaba poniendo muy nerviosa, decía que la estaba viendo ahí a mi
lado. Se levantó del sillón empezando a soltar incoherencias, palabras
sueltas, lo identifiqué como un delirio momentáneo hasta que empezó a
rascarse la piel en los brazos clavándose las uñas de manera notoria. Fue
cuando me levanté para intentar acercarme, pero me esquivó empezando a
dar pasos pequeños y desiguales. No paraba de murmurar y su respiración
se volvía cada vez más acelerada.

—¿Después se golpeó la cabeza?

—Sí —responde—. No me dio tiempo a detenerla, estaba demasiado


alterada.

Trago saliva al imaginar la escena en mi cabeza mientras me doy cuenta de


lo realmente destruida que está y es aquí cuando me entra la duda si la
mejor opción sería internarla en un centro para que la traten como es
debido.

—¿A qué se debió ese nivel de alteración? —Pregunto—. Porque minutos


antes estaba bien.

—Desde hace meses que no lo está —responde casi en un susurro mientras


clava su mirada al suelo—. Ha experimentado varias experiencias
traumáticas que le han dejado secuelas graves, posiblemente la haya visto
bien desde fuera, emocionalmente indiferente, pero el cerebro funciona de
manera impredecible.

Me quedo callado dándome cuenta de la gravedad de la situación.

—Necesito saber qué puedo hacer para que ella logre estar bien y que
vuelva a ser la misma que era antes.

—Es complicado, no le voy a mentir. Es un proceso extremadamente largo


teniendo en cuenta por lo mucho que ha pasado la señorita Leblanc, pero no
es imposible. Hay que darle tiempo, más sesiones, técnicas que vayan
subiendo de intensidad para llegar a la raíz de todo y lograr neutralizar el
trauma.
—Traumas, en plural —corrijo.

—Habrá que vigilarla las veinticuatro horas del día y estar siempre en
alerta, no queremos que esta situación se vuelva a presentar.

—Permanecerá en mi casa el tiempo que sea conveniente, ya sea días,


semanas o meses e intentaré estar al pendiente.

—Como mínimo, dos sesiones a la semana y tendrá que seguir las


indicaciones al pie de la letra —sigue diciendo—. Ahora no será tan
complicado tratarla porque se encuentra aquí en Barcelona, antes lo
hacíamos todo por videollamada, pero no era del todo eficiente, además de
que se encontraba trabajando en su gira.

—Las que sean necesarias —murmuro mirando de nuevo hacia la puerta de


doble entrada ubicada en el pasillo—. ¿Cree que lo mejor sería que siga
tocando el piano? Hizo el tour precisamente para eso, para intentar
desconectar y no pensar en todo lo que había pasado.

Todavía recuerdo días atrás cuando la vi subida en aquel escenario en


Madrid. El juego de luces y sombras que nos regaló mientras interpretada
Für Elise en una versión más dramática y emotiva. Parecía como si en
aquel momento no estuviera pensando en nada más y simplemente, eran el
piano y ella.

—Creo que seguir tocando el instrumento la podría ayudar, según lo que me


ha estado contando sobre él.

—¿Qué le ha dicho?

Se gira hacia frunciendo levemente la frente y me doy cuenta de que no


quiere contarme en detalle respecto a las sesiones que ha compartido con
Adèle, sin embargo y bajo mi sorpresa, sigue hablando.

—Destrozó el piano que tenía en su apartamento, descargó todo lo que


sentía mediante gritos y golpes de bate sobre el teclado y otras partes del
instrumento, pero al parecer no fue suficiente. En la psicología a eso se le
determina un ataque de ira mediante el cual el paciente explosiona
reaccionando de forma violenta. No es lo más recomendable, se debería
evitar pues hay diferentes ejercicios que pueden ayudar a ello.

—¿Por qué sigue tocándolo, entonces? ¿Por qué lo destrozó?

—Señor Otálora... —intenta advertirme—, en ese tema sí que no me voy a


adentrar, pero le puedo decir que para ella el piano fue la primera ficha del
dominó antes de dejarla caer y que se produjera consecuencia tras
consecuencia, sin embargo, por alguna extraña razón que todavía
desconozco se niega a dejar de tocarlo. Argumenta que, sentándose en
frente del teclado, se encierra en una burbuja que la permite desconectar de
su alrededor. Todavía tenemos que llegar a esa parte.

Me acomodo sobre el sofá cruzando una pierna encima de la otra mientras


ambos nos quedamos en silencio y no dejo de pensar en todo lo que me ha
dicho. ¿Sabrá sobre las pastillas que consumía? No dejo de darle vueltas
sobre la gran posibilidad que hay de que ese golpe en la cabeza debido al
ataque de histeria que le dio sea fruto de esas pastillas de los cojones.

Que se haya debido a los efectos secundarios de la abstinencia donde el


nerviosismo tiende a aumentar, junto con el insomnio y la inquietud.

Antes de que le pueda preguntar, aparece el médico a la sala de espera. De


inmediato me levanto para acercarme a él.

—¿Está bien? ¿Podemos pasar a verla?

—No será posible en las próximas horas —empieza a decir—. Acaba de


entrar a quirófano para operarla de urgencia. Tiene un traumatismo
intracraneal. Hay una acumulación de sangre dentro del cráneo debido a la
ruptura de un vaso sanguíneo y está haciendo presión en el cerebro.

Empiezo a respirar de manera profunda mientras abro y cierro los ojos ya


que no me esperaba recibir esta clase de noticia.

»—Pero han sido rápidos trayéndola de inmediato al hospital, confiamos en


que todo saldrá bien.
—¿Y si no sale bien? —Pregunto—. En todas las operaciones existen
riesgos, ¿cuáles son en este caso?

—El riesgo es mínimo —responde—, porque en este caso, se ha podido


localizar la sangre y procederemos a crear un pequeño agujero en el cráneo
y utilizar la succión para extraer la sangre líquida. Lo que sí tomaría más
tiempo sería la recuperación que dependerá de la señorita Leblanc, no se
sabe con exactitud, pero podría tomar meses hasta que vuelva a estar
recuperada del todo.

—¿Cuáles serían las siguientes medidas? ¿Le tendrán que recetar


medicación? —Pregunta el psicólogo a mi lado.

—En todo caso, se verá una vez que se despierte después de la operación,
pero le puedo decir que deberá dormir y descansar lo que el cuerpo le pida,
volver poco a poco a las actividades normales, queda totalmente prohibido
el alcohol, estaría bien que recibiera apoyo y consultar a su médico por si
siente alguna dolencia inusual.

Me quedo callado con lo brazos cruzados encima del pecho.

—¿Cuánto durará la operación? —Cuestiono.

—Ya la están interviniendo. En una media hora saldrá de la sala de


operaciones y en las próximas horas despertará de la anestesia, así que les
sugiero que se vayan a casa, en todo caso les avisaremos. Es usted su
pareja, ¿no? —Asiento con la cabeza—. Le avisaremos con el teléfono de
contacto que proporcionó al principio al ingresar a la señorita Leblanc.

—Está bien.

—Cuidaremos de ella —responde despidiéndose de nosotros para


desaparecer de nuevo por el pasillo.

Me quedo de pie en medio de la sala de espera observando ese pasillo sin


darme cuenta de que el hombre a mi lado intenta llamar mi atención.
Parpadeo rápidamente hacia él, girando la cabeza. Tiene el móvil en la
mano.
—Señor Otálora, yo me tengo que ir, avíseme en cuanto tenga noticias de
Adèle. Prepararé las sesiones y empezaremos una vez que ya se encuentre
mejor.

—Está bien.

Después de una última mirada se dirige hacia la salida dejándome solo en la


sala. Me siento de nuevo sobre el sofá apoyando la cabeza sobre el respaldo
y cierro los ojos en el proceso mientras me froto el rostro con ambas manos.

No quiero que la historia se vuelva a repetir, no quiero que haya más


hospitales, ni mas heridas, ni más presión, quiero que todo vuelva a ser a lo
que era antes, cuando nuestra única preocupación consistía en saber cuándo
volveríamos a follar. Quiero volver a perderme entre sus piernas mientras la
beso como si no hubiera un mañana, a adentrar la mano en su melena
tirando de varios mechones. Quiero salir con ella a comer, cenar y pedir que
nos traigan el desayuno en algún hotel exótico. Empezar a ver alguna
película para terminarla en la cama en medio de jadeos y caricias.

Quiero a Adèle para mí, que vuelva a decirles a todos que soy su pareja y su
apoyo incondicional, porque la quiero, porque nunca he querido a nadie
como la quiero a ella, porque estoy completamente seguro de que ninguna
otra mujer podrá remplazarla, porque ella es y seguirá siendo única.

Desbloqueo el móvil llevándomelo al oído después de haber apretado el


contacto de mi madre. Espero paciente hasta que responde a los pocos
segundos, sin embargo, cuando acepta la llamada, me quedo en silencio
sintiendo el nudo en mi garganta empezar a formarse.

—¿Estás bien? —Pronuncia al ver que me estoy quedando callado—. Dime


qué ha pasado.

Trago saliva intentando que ese nudo se vaya.

»—¿Dónde estás?

—Estoy bien —respondo—, estoy en el hospital, pero yo estoy bien.


—¿Por qué estás ahí?

—Por Adèle.

—¿Qué le ha pasado? —Se puede notar la preocupación en su voz—.


Espera, voy para allá.

—No hace falta que vengas. La están operando y tardará varias horas en
despertarse.

—He dicho que vengo.

Ni siquiera me deja responder cuando ya ha colgado la llamada.

Alejo el móvil mirando las llamadas recientes y observo el contacto de


Sofía. Se fue hacia la empresa porque tenía trabajo que hacer, pero ha
pedido que la avise de las novedades pues se preocupó por la francesa
cuando la vio inconsciente en el suelo. Aprieto para llamar y espero hasta
que contesta.

—Hola —responde—, dame unos segundos que estoy con un informe —


dice y puedo escuchar el ruido de varios papeles moviéndose entre si—.
Vale, ya. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo se encuentra?

—Está bien. —Tampoco es que me apetezca contarle todos los detalles—.


Todavía la están atendiendo, así que supongo que en las siguientes horas ya
estaremos en casa. Tan solo te llamaba para comentarte respecto a la
reunión que teníamos programada para hoy con ese cliente.

—Me puedo encargar perfectamente, no hace falta que la aplaces.

—Lo sé, es lo que te iba a pedir, que me llamarás por si surgía cualquier
cosa.

—No te preocupes.

Después de intercambiar unas cuantas palabras, cuelgo la llamada


guardándome el móvil de nuevo en el bolsillo. Cierro momentáneamente
los ojos mientras apoyo la cabeza sobre el respaldo y sin darme cuenta el
sueño me vence hasta que noto el peso de una persona dejarse caer a mi
lado. Abro los ojos de inmediato parpadeando varias veces seguidas y me
doy cuenta de que se trata de Renata.

—¿Has dormido bien? —Pregunta mostrando una leve sonrisa. Cruza una
pierna encima de la otra percatándome de que está vestida de civil.

—¿Dónde están tus orangutanes? —Pregunto refiriéndome a sus


guardaespaldas.

—Abajo, en la recepción. Les he dicho que esperaran ahí —dice—. Ahora


cuéntame, ¿qué ha pasado con Adèle? ¿Cómo es eso de que la están
operando?

—Por un hematoma intracraneal, se le ha acumulado la sangre y tienen que


sacarla. El médico me ha dicho que la operación no es muy complicada.
Veremos cuándo despierte.

Me fijo en sus ojos de color chocolate siendo los míos exactamente iguales.
No hace ninguna reacción, su rostro permanece intacto esperando a que
continúe hablando.

»—Estaba en una sesión con su psicólogo cuando de pronto se ha


empezado a alterar, se ha tropezado y se ha dado un golpe en la cabeza con
el borde de la mesa quedándose inconsciente de inmediato —murmuro.

—¿Qué más ha dicho?

—Que deberá guardar reposo porque la recuperación con este tipo de


golpes suele ser de meses.

—¿Tú cómo estás? —Pregunta y tengo que tragar saliva para evitar que se
me forme de nuevo el nudo en la garganta.

¿Cómo estoy? Hecho una puta mierda.

—Estoy harto —empiezo a decir—, pero no de ella ni de sus problemas,


estoy harto de todo lo que ha pasado. ¿Era mucho pedir tener una relación
como una pareja normal sin toda esta mierda de los Maldonado? De no ser
por ellos, Adèle estaría bien, feliz y conmigo.

—Eso no lo sabes. La vida puede llegar a ser impredecible.

—La vida puede ir y comerme los huevos.

En ese mismo instante siento como me da una colleja en la parte de atrás de


mi cabeza.

—Esa boca —me regaña y ruedo los ojos en respuesta—. Yo no te he


educado así —continúa diciendo y se queda callada durante un par de
segundos—. Todo pasa por algo, no sabes qué hubiera pasado si Maldonado
no hubiera llegado a aparecer. No tiene sentido que te lamentes ahora por el
y si hubiera. En estos casos, hay que saber afrontar esas consecuencias nos
guste o no.

—¿Mónica sigue encerrada entre esas cuatro paredes de hormigón?

—Esa celda está siendo vigilada las veinticuatro horas del día, no tiene
cómo escaparse, pero a la mínima que intente hacer algo, lo sabremos en el
momento. Está ahí encerrada y está siendo bien atendida, no te preocupes
por ella.

—A veces pienso de ir y hacerle una visita —confieso—, estar cara a cara


para gritarle todo lo que ha hecho y que se de cuenta de que es un puto
monstruo sin corazón, pero me arrepiento casi al instante porque no sabría
como actuaría el momento donde la tuviera delante.

—No merece la pena ir —dice—, no vale la pena. Permanecerá encerrada


hasta el fin de sus días porque tiene una lista de crímenes como para aburrir.
Yendo tan solo conseguiría ponerte nervioso.

Me quedo en silencio mientras contengo un bostezo cruzándome de brazos.


Me he podido dar cuenta de que durante las últimas noches no he podido
dormir muy bien.

»—¿Tienes sueño?
—Un poco —respondo—, ya se me pasará.

—Ven aquí. —Me insta a que me acerque a ella y recueste la cabeza sobre
su hombro.

—Mamá, en menos de dos semanas voy a cumplir 33 años, no soy ningún


niño pequeño.

—¿Y eso a mí me tiene que importar? He dicho que vengas aquí.

Hago lo que me dice acercándome a ella y dejo que me pase su brazo por
encima de mis hombros mientras apoyo la cabeza sobre su pecho,
escondiéndome en su cuello. Cierro los ojos casi al instante intentando
contener el bostezo de nuevo, pero no lo consigo.

—¿Por qué no duermes? ¿Qué ocurre?

—No lo sé —murmuro con los ojos cerrados tratando de que el sueño no


me venza. Cruzo una pierna encima de la otra poniéndome cómodo. Me
pierdo en el olor de mi madre y sin quererlo, empiezo a rememorar mi
infancia—, pero creo que me vendría bien dormir durante un día entero.
Tengo el cuerpo echo una mierda.

—No hace falta que me lo digas, se te nota.

—Gracias por los ánimos —susurro esbozando una pequeña sonrisa.

—De nada —responde casi en el mismo tono—, duérmete, no me moveré


de aquí.

Ni siquiera hace falta que me diga nada más cuando la inconsciencia se va


apoderando de mí haciendo que pierda la noción del tiempo. De un
momento a otro, ni siquiera noto cuando intenta despertarme y para lo que
ella han sido unas horas, yo los he sentido como si hubieran sido solamente
minutos. Abro los ojos parpadeando varias veces seguidas y me doy cuenta
de que he acabado con la cabeza apoyada sobre su regazo y con su mano
acariciándome delicadamente la cabeza.
Me levanto tratando de despertarme rápidamente al ver que el médico con
el que he hablado antes se encuentra delante de nosotros.

—La señorita Leblanc acaba de despertar, sus signos vitales son estables —
empieza a decir—. La operación ha ido bien y hemos podido drenar toda la
sangre, ahora lo importante será la recuperación.

—¿Podemos pasar a verla?

—Sí, no debería haber problema, pero que sea poco tiempo, necesita seguir
descansando.

—Está bien —contesta Renata—, no nos demoraremos mucho tiempo.

El médico nos indica el número de habitación en la cual se encuentra y


después se marcha de la sala de espera desapareciendo de nuevo por el
pasillo. Me giro hacia a mi madre quien se ha levantado del sofá y observo
su mirada preocupada puesta en mí.

No me dice nada, simplemente se limita a seguir observándome mientras


me insta a que empiece a caminar. En pocos minutos nos encontramos
delante de la habitación 310 cuya puerta permanece cerrada. Doy un par de
golpecitos esperando una respuesta que no llega y la abro entrando hacia el
interior.

Observo a Adèle postrada en la cama mirando directamente hacia la


ventana cuya persiana se encuentra medio cerrada y aquí es donde me
pregunto cómo cojones debo proceder. Renata es la primera en hablar.

—¿Cómo te encuentras, querida? —Pregunta con amabilidad mientras se va


acercando a ella.

La francesa gira la cabeza despacio posando su mirada en ella y esboza una


pequeña sonrisa mientras niega con la cabeza.

—Como si me hubieran tirado un piano encima —responde algo cansada,


pero soy capaz de percibir cierto alivio. La sigo mirando extrañado de que
no esté alterada ni nada por el estilo. Sus ojos se posan en los míos y me
pide de un gesto que me acerque. Le hago caso sentándome a su lado,
permaneciendo en el borde de la cama—. Estaré bien, no te preocupes —
sonríe agarrándome de la mano mientras me da un suave apretón a la vez
que cierra por un segundo los ojos.

Me giro hacia mi madre dándole una mirada, ella me la devuelve sin saber
qué decir.

—Adèle —pronuncio su nombre y abre los ojos esperando a que diga algo
—. ¿Sabes qué ha pasado?

Se lo piensa durante algunos segundos y asiente con la cabeza. Siento un


alivio interno de inmediato.

—Me tropecé —empieza a decir—, y me di un golpe en la cabeza, ya no


me acuerdo de nada más.

—¿Sabes que estabas haciendo en aquel momento? ¿Con quién estabas


hablando? —Pregunta Renata y puedo sentir la alarma en su tono de voz.

—Con Rafael —dice, segura—, estábamos organizando un evento, no sé si


me dijo el día.

Me levanto de la cama frotándome el rostro con una mano mientras suelto


un suspiro pesado. Esto no tendría que estar pasando, me cago en la puta.
Me vuelvo a girar hacia Adèle enseñándole una pequeña sonrisa mientras
coloco una mano en su mejilla. Inclina su cabeza en dirección a mi mano
mientras sus ojos grises permanecen fijados en los míos.

—Avisaré al doctor, ¿vale? Para que te vea.

—Una enfermera acaba de estar aquí y me ha dicho que todo está en orden.

—Prefiero asegurarme —me acerco dándole un beso en la frente y me


dirijo hacia la puerta no sin antes pedirle a Renata que hablemos durante
unos segundos—. Algo va mal —susurro—, ese golpe en la cabeza ha
afectado a su memoria. No está alterada, tampoco estresada, se mira
cansada, pero hay algo en su mirada que ha cambiado. Llamaré a su
psicólogo y le haré venir, que la vea, necesito que me diga lo que cojones
esté pasando porque a nosotros nos recuerda, a su representante también.

—Hazlo —responde—. Yo me quedaré con ella.

Media hora más tarde, el psicólogo, cuyo apellido he descubierto que es


Marquina aparece, por el pasillo ajustándose el botón de su traje. Dejó todo
después de que le dijera que había problemas con la memoria de Adèle. El
doctor también está al corriente y ha aceptado que Marquina entre a la
habitación haciéndose pasar por el médico con tal de que le haga las
preguntas necesarias para evaluar su estado.

—¿Qué tal está? —Me pregunta antes de entrar en la habitación.

—Sigue igual, aparentemente está bien, tranquila y no recuerda haber


tenido la sesión contigo antes del golpe, por eso quiero que le preguntes
exactamente qué es lo que recuerda, porque me da la impresión de que ha
perdido la memoria.

—¿A usted le recuerda? —Inquiere.

—A mí sí, a mi madre también y eso es lo que me preocupa.

Asiente con al cabeza abriendo la puerta y entra a la habitación. Renata


sigue con ella, a su lado y se aleja un par de pasos hacia atrás al ver al
psicólogo entrar. Se acerca a mi lado manteniéndose en silencio.

—Señorita Leblanc —habla Marquina—. ¿Cómo se encuentra? ¿Sabe quién


soy?

Ella niega con la cabeza.

»—Soy su médico —contesta él—, y le haré unas preguntas para ver que
todo está correcto, ¿le parece bien? Ha tenido un golpe en la cabeza que ha
requerido la intervención de una operación y es necesario comprobar que no
haya tenido consecuencias graves.

—Claro.
Marquina se sienta en la silla que se encuentra a su lado y ambos quedan
uno en frente del otro. Mi madre y yo permanecemos en un rincón de la
habitación.

—Cuénteme. —Su tono de voz es tranquilo, agradable, sin pretender


alterarla—. ¿Recuerda lo que ha hecho el verano pasado? No tenga prisa en
responder.

Ella frunce el ceño tomándose unos cuantos segundos antes de contestar.

—He hecho una gira por varios países tocando el piano. Soy pianista de
música clásica.

—¿Hace cuánto que toca el piano? —Sigue preguntando.

—Desde hace 26 años —responde en un tono seguro—, nunca he dejado de


tocarlo, siempre me ha acompañado.

—¿Y cuánto tiempo ha durado esa gira? ¿Ha ido sola?

—Sí —contesta, dándome una fugaz mirada—. Mi novio no pudo


acompañarme por temas de trabajo, así que he estado unos seis meses
viajando de ciudad en ciudad dando conciertos. Rafael, mi representante, sí
ha venido conmigo.

—Así que, ¿durante todo ese tiempo ha ido hablando con su pareja? ¿No
han tenido problemas?

Vuelve a fruncir el ceño mientras mira momentáneamente hacia el techo,


sin embargo, le vuelve a contestar.

—Eh... que yo recuerde, no hemos tenido ninguna discusión muy grande,


puede que alguna que otra pelea tonta, pero a las horas ya lo habíamos
arreglado, supongo que por el hecho de estar separados —dice—. ¿Por qué
me está preguntando esto?

—Preguntas rutinarias, señorita Leblanc, no se preocupe, estoy


comprobando que su cabeza esté funcionando perfectamente —explica.
—Yo estoy bien —reclama—, me sigue doliendo la cabeza, pero es
soportable.

—Comprendo, ¿y su familia? ¿Ha hablado con ellos?

—Con mis padres no hablo desde hace un año —dice, pero no sabe explicar
el motivo—. Antes hablábamos más por videollamada, porque ellos viven
en París, pero desde hace tiempo que no nos ponemos en contacto.

—¿Sabe el motivo?

—Pues... no se lo sabría decir con seguridad, es lo que pasa siempre que


vives tanto tiempo lejos de tu familia, que acabas perdiendo el contacto.

—¿Tiene hermanos?

Trago saliva temiendo la respuesta.

—No, soy hija única.

Pobre de mi bb Adèle, pero la trama debe continuar, sin embargo, tendrá el


final que amerite.

Respecto a todos los términos médicos, pido perdón por si hay algún error,
ya lo corregiré cuando toque. Os prometo que lo he investigado, pero
siempre se me puede escapar algo.

No sé cuándo nos veremos, como que ando necesitando unas vacaciones así
que el siguiente fin de semana no estaré.

¡PASAROS POR BELLATOR EN BOOKNET! Perdón la emoción jeje, pero


ese libro está siendo tremenda joyita, ahí le rezamos a Renata y a
Sebastián.
Sin nada más que añadir, me despido.

Muchos besitos
Capítulo 11

AMNESIA

Iván

Me quedo en silencio viendo cómo lo dice tan segura como si su hermano


nunca hubiera existido en su mente. Trago saliva esperando que, de alguna
manera, lo niegue, pero ese momento no llega. Marquina tampoco dice
nada, se queda observándola mientras asiente con la cabeza porque ahora
sería un error contarle de que, en realidad, sí tuvo un hermano.

—Comprendo. —Acaba por decir mientras se levanta del asiento—. Ahora


sería mejor dejarla descansar, señorita Leblanc, ¿le parece? Continuaremos
la conversación otro día, cuando usted se encuentre mejor.

—¿Ocurre algo? —Pregunta ella algo tímida.

—No se preocupe —sigue diciendo en un tono amable con tal de evitar


alterarla—, simplemente que ahora lo mejor sería que descansara después
de la operación que ha tenido.
Adèle asiente levemente con la cabeza mientras la vuelve a apoyar sobre la
almohada y me regala una mirada fugaz pidiéndome en silencio que me
acerque, sin embargo, ahora lo que me interesa saber es la opinión médica
de su psicólogo y que me diga cómo proceder ante esta situación, porque
ahora mismo, no sé qué hacer. Siento una presión en el pecho que me
impide pensar con claridad, además del dolor de cabeza que es como si
tuviera una aguja directamente incrustada en la sien.

Le pido a mi madre que se mantenga a su lado mientras Marquina y yo


salimos de la habitación para dirigirnos hacia la sala de espera la cual se
encuentra vacía.

—La situación es crítica —me dice—. La señorita Leblanc ha sufrido una


pérdida de memoria disociativa originada por los acontecimientos
traumáticos que ha acumulado a lo largo de estos meses. Es como si su
mente hubiera creado una realidad desde cero donde su hermano nunca ha
existido y, por lo tanto, nunca aconteció su muerte, lo mismo ocurre con su
sobrina.

Empiezo a procesar esa información.

—¿Por qué me recuerda a mí? Piensa que seguimos siendo pareja. ¿Su
mente ha borrado los recuerdos a partir del trauma y ha creado unos
nuevos?

—Dentro de la amnesia disociativa existen diferentes tipos, entre ellos se


encuentra la selectiva, donde la mente tan solo borra los recuerdos
directamente relacionados con el acontecimiento estresante de cualquier
fecha, dejando intactos otros y creando nuevas situaciones para que su línea
cronológica siga teniendo sentido para ella. Es decir, a usted le recuerda, a
la comandante también, pero su mente se ha encargado de ocultar aquellos
recuerdos malos para reemplazarlos por otros nuevos creados por ella
misma.

—A usted no le recuerda.

—A mí me ha conocido justamente para tratar estos traumas, entonces


como su mente se ha encargado de ocultarlos, también lo ha hecho
indirectamente conmigo porque yo no he participado en ninguna otra
actividad en su vida. ¿Lo entiende?

Suelto un suspiro profundo mientras me masajeo el puente de la nariz


asintiendo con la cabeza de manera afirmativa.

—Joder —suelto y avanzo por la sala de espera dando pasos pequeños—.


Me cago en la puta —susurro intentando que no se me oiga. Me vuelvo a
girar hacia Marquina—. ¿Cómo procedemos a partir de aquí? Dígame qué
cojones debo hacer para que los vuelva a recuperar.

Aunque por un lado sienta alivio de que su cabeza se haya dado un respiro
de tanto estrés, no podrá seguir así eternamente. El sufrimiento no se puede
ocultar así como si nada y pretender seguir con la vida, poco a poco, habrá
que intentar superarlo y Adèle tendrá que hacer justamente esto, aunque
signifique tener por delante un largo camino, tendrá que recuperar esos
recuerdos y superar la muerte de su hermano y de su sobrina.

Algún día tendrá que renacer de entre las cenizas y yo estaré ahí para
contemplarlo.

—Tiene usted razón —dice—, poco a poco tendrá que recuperar esas
lagunas mentales de la manera correcta. La amnesia se ha originado por el
golpe en la cabeza, el cerebro es algo muy delicado y no queremos que la
situación empeore —murmura y hace una pausa—. Existen tratamientos,
entre ellos, la hipnosis que resulta bastante efectiva, además de la
psicoterapia que se haría en un periodo más avanzado, en cualquier caso,
siempre con la supervisión de un profesional.

—¿La continuará tratando usted?

—Sí, considero que sería lo mejor dado que conozco su historial clínico y
sé cómo proceder con las sesiones. Buscarle ahora un nuevo psicólogo no le
servirá de nada porque, aunque tenga su expediente médico delante, no ha
vivido de primera mano su experiencia.

Me quedo pensando durante algunos segundos si esta sería la mejor opción,


como dice Marquina, es mejor que la francesa se siga tratando con él ya que
conoce qué debe decir o hacer en todo momento, sin embargo, eso no me
frenará de hacerle una rigurosa investigación para saber si tiene algún trapo
sucio escondido bajo la manga.

Mientras me encontraba en la sala de espera y aún no tenía noticias de


Adèle, aproveché el momento cuando se fue a comprarse un café y vi la
grabación de la cámara de seguridad instalada de manera imperceptible en
el despacho. Una vocecita en mi cabeza no dejaba de repetirme que lo
comprobara y así lo hice descubriendo que, los hechos habían sucedido tal
cual me había explicado Marquina después. Cuando Adèle se tropezó y se
golpeó la cabeza, el psicólogo se encontraba a un par de metros de ella y no
le dio tiempo a intervenir para evitar el golpe.

—Está bien —digo—. Lo que me interesaría saber ahora es saber cómo


tengo que actuar delante de ella, además, tiene cicatrices en la espalda,
supongo que ya lo debe saber —asiente con la cabeza—. ¿Cómo se supone
que le voy a explicar eso cuando le pregunte?

—La mejor opción que le puedo ofrecer es que improvise según lo que ella
vaya contándole porque lo más probable es que su mente se haya encargado
de buscarle una explicación lógica a todos esos recuerdos.

—¿Existe la opción de que no sepa la respuesta?

No me creo que todo sea así de fácil.

—Existe —responde—, por eso usted y sus cercanos tratarán de


explicárselo de la mejor manera posible, eso sí, su círculo de familiares y
amigos deberá conocer de antemano la situación de la señorita Leblanc. No
nos podemos arriesgar a que alguien le suelte la verdad sin tener ningún
tipo de tacto porque no sabemos cómo podrá reaccionar. En algunos casos,
las consecuencias han sido irreversibles.

Trago saliva mientras sigo recibiendo toda esta información de golpe.

—Es decir —me aclaro la garganta—, no decirle ningún tipo de detalle


relacionado con los recuerdos que ha borrado y que sea ella que me diga de
manera indirecta lo que sabe para poder responder en consecuencia.
—Exactamente. Una vez que sea dada de alta y se encuentre mejor,
procederé a seguir con las sesiones para tratar su amnesia —hace una pausa
—, porque usualmente ocurre que el propio paciente va teniendo flashes de
esos recuerdos pasados que ha borrado y necesita saber qué está pasando.
En esos casos hay que ir con cuidado y lo mejor sería que quien esté a su
lado, tenga un carácter fuerte para poder sobrellevar la situación de Adèle
porque no será fácil.

—Lo entiendo, me mantendré al pendiente —aseguro y añado a


continuación—: Cuando recupere la memoria, ¿recordará todo lo que ha
vivido ahora?

—Sí —responde—. Será un momento de tensión, no se lo voy a negar,


porque sentirá que su cabeza será un completo caos mientras trate de
reordenar todos los sucesos y acomodar los nuevos, pero sí, lo recordará
todo. 

Me guardo las manos en los bolsillos mientras empezamos a caminar hacia


la habitación.

»—Iré a hablar con el médico que la ha estado atendiendo para explicarle la


situación. De ser necesario, habría que hacerle algunas pruebas para estar
seguros de mi diagnóstico o descartar otro tipo de lesiones que no se hayan
podido ver a simple vista.

—Está bien —murmuro casi en un susurro y veo como da media vuelta


para dirigirse hacia el lado contrario del pasillo.

Sigo caminando hasta que me detengo delante de su habitación y me quedo


en silencio al darme cuenta de la conversación que están teniendo ella y mi
madre.

Mierda, Renata es inteligente, se habrá podido dar cuenta de lo que está


pasando y no creo que haya cometido el error de empezar a hablar sin medir
lo que estaba diciendo. Me mantengo en mi posición sin moverme mientras
trato de entender sus murmullos, sin embargo, me arrepiento casi al instante
y doy un paso hacia adelante mientras doy un par de golpecitos a la puerta,
ganándome su atención.
A decir verdad, estoy nervioso, no quiero decir nada que la pueda afectar
porque en su cabeza, nosotros dos seguimos estando en esa relación que
inició ocho meses atrás.

—¿De qué hablabais? —Pregunto intentando parecer normal mientras me


acerco a Renata quien se levanta de inmediato del sillón.

—De cómo te cambiaba los pañales de pequeño, ¿de qué crees que
podíamos estar hablando? —Responde ella en un tono medio divertido,
pero con evidente burla—. Supongo que querréis hablar, os dejaré un
momento solos mientras me voy a por un café, pero recuerda de que Adèle
tiene que descansar —me advierte señalándome con el dedo—. Adiós,
querida —se despide de ella esbozando una pequeña sonrisa la cual la
francesa le devuelve.

Me mantengo en silencio mientras me siento en el borde de la cama a su


lado y envuelvo su mano en la mía, entrelazando nuestros dedos en el
proceso. Hacía mucho tiempo que había olvidado cómo me hacía sentir su
toque. 

No ha apartado su mirada de la mía.

—¿Cómo estás? —Susurro.

—Teniendo en cuenta de que me acaban de hacer un agujero en la cabeza,


creo que estoy bien —responde y puedo ser capaz de notar de que, a pesar
del golpe, no está estresada ni tampoco alterada.

—¿El médico ha estado aquí? ¿Te ha dicho cuando te daría el alta?

—Mañana —dice—. Quieren tenerme bajo observación esta noche para


comprobar que estoy bien —intenta contener un bostezo, pero no lo
consigue.

—¿Tienes sueño?

Parpadea varias veces para intentar enfocarme.


—Creo que sigo sedada, siento el cuerpo muy pesado —contesta y empieza
a tratar pequeños círculos con su pulgar sobre mi piel. Bajo la mirada hacia
nuestras manos entrelazadas e intento hacer desaparecer el nudo en la
garganta que se ha empezado a formar.

—Para mí seguirás teniendo el peso de una pluma.

—Como me sigas haciendo más bizcochos, yo creo que no. Quieres hacer
que engorde y no sabes cómo conseguirlo.

La nostalgia me golpea con fuerza al recordar aquel momento en su casa en


plena madrugada cuando me dijo que tenía hambre. Todavía sigo teniendo
esa escena grabada en mi cabeza. Esbozo una pequeña sonrisa al recordar lo
perdida que se encontraba en su propia cocina y como acabé haciendo aquel
bizcocho de limón en tiempo récord.

En aquel tiempo era feliz y ni siquiera me había dado cuenta de ello.

—Me gusta tener de donde agarrar, es más placentero, ¿sabes?

—¿Para mí o para ti?

—Para ambos —respondo mientras me doy cuenta de que lo más probable


es que algún día quiera tener sexo y no sé si eso sea una buena idea.

Intentaré improvisar sobre la marcha como ha dicho Marquina que haga,


además de avisar a su círculo más cercano y su familia para que estén
enterados de la situación porque lo que menos me gustaría es que a alguien
se le escapase el mínimo detalle que pudiera hacer que Adèle empeorara.

Puedo llegar a ser paciente, sobre todo con ella, pero que nadie intente
tocarme las pelotas más de lo necesario porque dudo mucho que esté de
humor para seguirle la gracia.

• ────── ✾ ────── •

Adèle
Observo el piano de cola en mitad de la sala y me pregunto desde hace
cuánto que está aquí porque que yo recuerde, hace dos días no estaba.
Avanzo a paso lento mientras oigo los ladridos de Phénix resonar por toda
la casa y frunzo levemente la frente al sentir un pinchazo de dolor en la
cabeza, por la zona donde me operaron.

Hace una hora que me dieron el alta en el hospital, por lo que acabamos de
llegar al penthouse y lo primero que se puede apreciar es el instrumento
colocado en un rincón con la vista puesta hacia los grandes ventanales,
dejando la ciudad a nuestros pies.

Termino por acercarme y me doy cuenta de que es totalmente nuevo,


además de que está recién montado. Me giro hacia él algo confundida y le
pido en silencio que me explique el por qué, teniendo en cuenta de que yo
no vivo aquí.

—Me pareció buena idea de que también tengas donde tocar estando aquí
—se acerca a mí esbozando una suave sonrisa en el rostro—. ¿Te gusta? —
Pregunta mientras me rodea por la cintura haciendo que me gire.

—¿Me estás pidiendo que pase más tiempo aquí? —Me vuelvo a girar hasta
que nuestros rostros quedan uno en frente del otro. Paso los brazos por
encima de su cuello y aprovecho para apretarme contra él. Le noto tensarse,
pero enseguida se relaja cuando empiezo a acariciar el pelo de su nuca.

—¿Te lo he pedido? —Se hace el que no sabe.

—No de manera oficial —respondo—. En realidad, nunca hemos hablado


de esto.

Me percato cuando tensa la mandíbula tragando saliva al instante y pasa


una mano por mi espalda hasta que la posa en mi cintura. Acerca su boca a
mi oído.

—Señorita Leblanc —susurra con esa voz ronca y casi al instante siento el
calor en mi entrepierna—, no me provoque —dice cuando me pego un poco
más contra él, notando su miembro por encima del material.
—¿Le preocupa que no pueda acabar lo empezado? —Contraataco
mirándole directamente a los ojos.

Los ladridos de Phénix se siguen escuchando queriendo llamar la atención


de su dueño, por lo que, segundos más tarde, Iván se aparta de mí, no sin
antes responderme.

—Por el momento, preocupémonos de tu recuperación —dice para después


darme un casto beso en los labios y apartarse.

Observo como se lo lleva a la cocina para que le pueda dar de comer.


Aprovecho para dirigirme hacia el sofá y sentarme en él apoyando con
cuidado la cabeza sobre el respaldo. Cierro los ojos segundos más tarde
dándome cuenta de que se respira algo extraño en el ambiente, pero que no
logro ser capaz de adivinar el qué. Me muevo un poco más, frotando la
espalda en el proceso para quitarme esa sensación molesta que tengo, pero
no lo consigo.

Abro de nuevo la mirada mientras adentro una mano por debajo de la


camiseta, poniéndome enseguida de pie al notar gruesas líneas sobre mi
piel.

Hasta que caigo en cuenta de que me las hice hace meses cuando intenté
escapar del club de Maldonado. No me di cuenta cuando atravesé una pared
de cristal y aterricé sobre esos mismos cristales rotos.

—¿Adèle? —Oigo como pronuncia mi nombre como si estuviera


intentando tantear el terreno—. ¿Estás bien?

Asiento levemente con la cabeza mientras saco la mano por debajo de la


camiseta y me acerco a él.

—Es extraño porque por un leve momento me había olvidado de cómo me


había hecho estas cicatrices —murmuro—, pero después lo recordé.

—Estarás cansada —dice mientras pasa una mano por mi melena—, ¿no
quieres ir a dormir un rato?
Quiero negar con la cabeza, algo que me dice que no vaya, que no me
duerma, sin embargo, lo acabo haciendo igual. Empiezo a caminar hacia la
habitación sintiendo un mareo momentáneo, pero intento que no se me note.
Respiro de manera profunda cuando mi cuerpo toca el colchón sintiendo
como se amolda perfectamente y es como si hubiera estado cargando con un
gran peso durante años.

Iván dice algunas palabras más que no logro comprender. Un instante


después cierra la puerta de la habitación dejándome sola y en silencio.
Demasiado silencio. Los ojos cada vez me pesan más, no logro ser capaz de
aguantarlos abiertos hasta que finalmente, consigo dormirme.

Si alguien me preguntara qué se siente al dormir, les diría que es la mejor


sensación del mundo porque incluso te permite viajar a través del tiempo
haciendo que incluso las horas, te parezcan un chiste.

No sé cuánto tiempo habré dormido, cuántas horas habrán pasado, lo que sí


estoy segura es que poco a poco voy recobrando la consciencia
despertándome casi en la misma posición en la que me dormí, sin embargo,
mi ropa es diferente. Llevo puesta una camiseta básica encima aun llevando
las braguitas negras de encaje.

Me froto el rostro mientras dejo escapar un largo bostezo dándome cuenta


de que Phénix se encuentra a mi lado, subido en la cama. Levanta la cabeza
al sentir que me muevo y empieza a jadear sacando la lengua a fuera. Le
acaricio por detrás de las orejas y de repente, eso me lleva a preguntarme
desde hace cuánto que Iván lo mantiene a su lado.

Me levanto de la cama aun con esa pregunta rondándome en la cabeza y me


dirijo hacia el baño. El perro me sigue obediente sin soltar ningún ladrido.

Me miro al espejo observando el caos en mi cabeza. El pelo enredado,


mechones mal colocados con un poco de friz haciendo que luzca
descuidado, además de sentirlo sucio. Me hago un moño mal hecho y me
fijo con más detalle en las ojeras que tengo, como si no hubiera dormido en
años. Me toco la cara con la yema de los dedos dándome cuenta de lo pálida
que estoy. Frunzo el ceño intentando entender por qué tengo un aspecto tan
descuidado y tan... triste. Abro el grifo y me mojo la cara con agua fría.
Minutos más tarde salgo de la habitación, con Phénix adelantándose, para
dirigirme hacia la cocina encontrándome con Iván sentado en uno de los
taburetes de la isla. Me siento a su lado colocando los codos sobre el
mármol. Está concentrado en el móvil mientras toma el café a pequeños
sorbos, aunque me he podido fijar en la mirada de reojo que acaba de
hacerme.

Apoyo la barbilla sobre la palma de la mano mientras sigo esbozando una


pequeña sonrisa. Me fijo en la pantalla del móvil, son imágenes de
habitaciones, un hotel tal vez y me pregunto qué estará buscando, así decido
acabar con mi curiosidad.

—¿Se puede saber qué estás buscando?

—Es un sorpresa —responde y ni siquiera hace el amago de mirarme.

—Sabes que no me gustan.

—Lo sé.

—¿Entonces?

—Entonces, ¿qué? —Enarca una ceja a la vez que gira su cuerpo en


dirección al mío.

Crea un hueco entre sus piernas para arrastrar mi taburete hacia él y hacer
que la distancia sea mínima. Coloca la palma de su mano sobre mi muslo, al
principio de manera delicada, bajo la cabeza contemplando el gesto y me
puedo dar cuenta de que parece como si estuviera tanteando mi reacción,
queriendo saber, de alguna manera, si su toque llega a tensarme, cosa que
no sucede.

—Estás extraño —murmuro acercándome mi rostro al suyo. Oímos el


ladrido del dóberman queriendo llamar la atención, pero Iván no parece
querer hacerle caso.

—Define extraño.
Escondo los labios hacia adentro durante algunos segundos mientras trato
de pensar cómo decírselo exactamente, sin embargo, me decanto por no
pensar tanto y soltárselo directamente.

—Es como si temieras acercarte —susurro—, como si quisieras asegurarte


de que no pasa nada antes de tocarme como tan solo tú sabes hacerlo.

Apoyo mi mano por encima de la suya haciendo un poco de presión para


que se dé cuenta de que no pasa nada. Intento hacerle saber que, estando a
su lado, me siento cómoda porque sé que él no haría nada que no quisiera.

»—Pasó hace muchos meses —le digo y me doy cuenta de cómo aprieta la
mandíbula poniéndose tenso. Me acerco para darle un caso beso en los
labios—. No pasa nada —sigo diciendo casi en un susurro—, tú puedes
tocarme, lo sabes.

Sin romper el contacto, subo la mano por su brazo hasta que le rodeo los
hombros acercándome un poco más.

—Lo sé —responde al cabo de unos segundos y de un movimiento, algo


delicado, pero rápido, pasa su brazo por debajo de mis piernas para dejarme
sobre su regazo—, simplemente...

—¿Qué? —Susurro, queriendo que continúe hablando, pero aparta la


mirada—. Dímelo...

—Tan solo quiero que estés bien —me mira—, porque... —se vuelve a
quedar callado, tragando saliva. No consigue terminar la frase.

—Dime qué te ocurre —insisto—, yo estoy bien, mírame, todo está bien, no
tienes nada de lo que preocuparte.

—Adèle... —susurra mientras apoya su frente sobre la mía, cierro los ojos
casi al instante y puede sentir como la tensión va creciendo. Suelta una
profunda respiración—. Olvida lo que he dicho, ¿vale?

Aquello hace que sienta un leve pinchazo en la cabeza.

—No te quedes callado —sigo insistiendo—, algo te pasa, te conozco.


—¿Ahora no me puedo preocupar por mi mujer? —Separa nuestras frentes
y noto su característica sonrisa forzada—. Ya me ha quedado claro que
seguimos siendo fuego, si me dices que estás bien, de acuerdo, no tengo
más remedio que creerte.

—Te odio —digo divertida.

—Mentira —contesta en el mismo tono y se le puede notar algo más


relajado—, me amas.

—No se lo voy a contradecir, señor Otálora, ahora dígame de qué se trata


esa sorpresa.

Se lo piensa durante algunos segundos.

—Francia —se limita a decir y enarco una ceja.

—Francia es algo grande, creo que deberías especificar más.

—Costa mediterránea —sigue dándome pistas y entrecierro los ojos


tratando de adivinar qué podría ser.

—Dime más.

—Casinos, yates, hoteles y mucho lujo.

—¿Escapada romántica? —Pregunto emocionada.

—Algo así.

—¿A dónde?

—Se lo acabo de decir, señorita Leblanc —contesta en su tono vacilón.

Tardo en averiguar, más de lo que me gustaría, el sitio con las pistas que me
ha dado hasta que finalmente, me voy cuenta de a dónde quiere que
vayamos.
—Mónaco —respondo, adivinando la respuesta e Iván asiente con la cabeza
—. ¿Cuándo nos vamos?

—Nos lo tomaremos con calma, ¿vale? Simplemente para salir de


Barcelona, cambiar aires y disfrutar de la costa mediterránea durante unos
días. Nos vendrá bien desconectar, recuerda que te acaban de operar.

—Estoy bien, no me pasará nada.

—Contacté con tu médico y me dijo que no pasaba nada siempre y cuando


el objetivo fuera para que te relajaras, ¿de acuerdo? A la mínima que te
encuentres mal, te subo al avión y regresamos a casa.

—Paranoico.

—Cállate —responde mientras me acaricia el muslo—. Nada de fiestas, ni


de música muy alta, es un viaje para desconectar, ir a la playa, tomar el sol
y estar en completa tranquilidad.

—Muy bien, me gusta el plan —respondo bastante entusiasmada—.


¿Cuándo nos vamos?

—Este fin de semana.

No os olvidéis de votar amores, nos vemos en el siguiente, besitosss


Capítulo 12

MONTECARLO

Iván
Me giro hacia Adèle quien se encuentra boca abajo sobre una tumbona
disfrutando del sol de la tarde en la terraza de nuestra habitación. Tan solo
tiene puesta la parte de abajo, por lo que la espalda se encuentra totalmente
al descubierto. Se puede apreciar con detalle su tatuaje, pero lo que más me
entristece es que se lo haya tenido que hacer para tapar las cicatrices.
Intento no pensar en ello.

Está con la cabeza hacia el otro lado, por lo que no la puedo ver, pero me
imagino que estará con los ojos cerrados tratando de descansar y disfrutar
de la calidez del ambiente.

Cuando pensé en hacer este viaje, lo hice con la idea de tener un par de días
de tranquilidad y sin ningún tipo de preocupación, sin el ruido de los
medios, de la empresa, ni de nada. Supongo que ya era hora de dejar atrás el
caos, el estrés y los nervios y dejar de pensar simplemente en la rutina que
me tocaría hacer una vez que pisara mi despacho.

Dos días de desconexión, así es como lo quiero llamar.

Sigo observándola, pasando la mirada por su cuerpo y me alegra que por lo


menos, las pesadillas hayan cesado. Durante estos dos días, antes de llegar a
Mónaco, ha podido dormir bien y durante toda la noche. Por otra parte, me
angustia saber que esto ha sido debido a su pérdida parcial de la memoria.

Suelto un suspiro sin hacer mucho ruido. ¿Cuándo acabará el sufrimiento?


¿Cuándo será verdaderamente feliz? ¿Cuándo lo seremos?

No sé lo que pasará una vez que logre despertar y recupere esos recuerdos
que ella misma se ha encargado de ocultar, pero de lo que estoy seguro es
de que no será un momento agradable, porque conociéndola, se alterará,
gritará y empezará a romper cosas a niveles inimaginables. Por el momento,
seguiré las indicaciones de su psicólogo y me limitaré a seguirle el juego a
la francesa.

No puedo hacer más que tratar de que esté tranquila hasta que las sesiones
con Marquina empiecen y poco a poco, sus recuerdos traumáticos vuelvan a
ella para poderlos tratar bien.
A los pocos segundos, Adèle gira la cabeza hacia mi dirección abriendo los
ojos en el proceso y me pilla mirándola. Sonríe casi al instante, dejando
salir su lado pícaro.

Lo cierto es que he echado de menos tenerla así, sin nada que la atormente
y no he podido evitar imaginarme como hubiera sido nuestra relación si los
hijos de puta de Maldonado no se hubieran entrometido. ¿Todo hubiera
salido bien? ¿Hubiéramos seguido juntos?

—¿Qué haces mirándome? —Suelta ella en un tono divertido mientras se


deja apoyar sobre sus codos. Trago saliva al ver como su melena cae sobre
sus pechos, tapándole los pezones.

Más de una vez ha querido tener sexo, pero le he ido poniendo excusas
porque siento que, de alguna manera, sabiendo de su condición, me estaría
aprovechando de ella y no quiero bajo ningún concepto que me coja rencor
por ello cuando recupere la memoria. Sin embargo, no sé cuánto tiempo
más podré seguir esquivándola porque para ella es normal follar cada vez
que tenemos ganas de saciarnos uno del otro.

Porque se supone que somos insaciables.

—¿No puedo? —Le devuelvo la pregunta.

—No.

—¿Por qué no?

—No mires si sabes que no haremos nada —responde y puedo notar cierto
resentimiento en su tono de voz—, porque no haces más que calentarme
cuando me miras así.

—¿Así cómo?

—Así, ¿te lo tengo que explicar?

Adèle es atrevida, es una de las características que le pude notar durante las
primeras veces que nos vimos, sobre todo en esos días en Ibiza. Por lo que,
no duda en ponerse de pie y caminar hacia mí para sentarse a horcajadas
sobre mi regazo. Pasea las yemas de sus dedos por mis brazos sin dejar de
pasar la mirada por mi abdomen hasta que se detiene en mis ojos.

Trago saliva al notar cuáles son sus intenciones cuando hace presión con
sus piernas para acercarse a mi entrepierna. Apoyo mis manos sobre sus
muslos y le aprieto la piel sin dejar de mirarla. Si no nos detenemos ahora,
no podré parar, pero la francesa es la tentación hecha mujer y sabe
perfectamente como seducir teniendo en cuenta que sabe cómo disfrutar y
hacer disfrutar de un buen sexo.

»—¿Seguirás diciéndome que no? —Arrastra la pregunta con su tono de


voz seductor y se inclina hacia mi cuello esparciendo suaves besos sobre mi
piel. Me mantengo callado aguantando la respiración, pero su pecho me
distrae completamente cuando hace que su melena caiga en cascada sobre
su espalda—. Si me haces tener que rogarte por sexo... —empieza a decir
esparciendo besos por mi pecho—, te ataré a la cama, me tocaré delante de
ti y disfrutaré como nunca mientras me ves teniendo el mejor orgasmo de
mi vida.

Vuelvo a tragar saliva viendo como está tomando el control de la situación


sin despeinarse y pienso en lo que me acaba de decir, cerrando los ojos
durante unos instantes.

No la estoy obligando, jamás lo haría, pero... si le digo que no... Ahora


mismo no es la misma Adèle, la mujer que tengo sentada cerca de mi
entrepierna está viviendo una realidad paralela donde piensa que seguimos
siendo pareja.

Una pareja que folla mucho.

»—¿Qué dices, mi vida? —Murmura embelesándome mientras siento como


se va acercando cada vez más a mí. Basta con que me roce mínimamente
para mandar mi autocontrol a la mierda.

La agarro suavemente del cuello acercando sus labios a los míos y adentro
la lengua perdiéndome en su aroma. Adèle deja escapar un leve jadeo
mientras arquea la espalda queriendo frotarse con mi miembro el cual está
empezando a ponerse duro.
Acaricio su espalda entera con ambas manos mientras busco el nudo de las
braguitas de su bikini. Desato ambos lados para dejar caer al suelo la
prenda. Siento su sonrisa sobre mis labios y me escondo en su cuello para
empezar a jugar con su piel, dejando suaves mordidas. Noto su mano bajar
por mi abdomen y me tenso cuando me la envuelve mientras adentra su otra
mano en la parte baja de mi cuello, estirando de varios mechones para hacer
que la mire.

»—¿Te gusta? —Acerca su intimidad hacia la mía y puedo sentir el roce de


sus pliegues por mi largura, activándome de inmediato.

Nueve meses desde la última vez que follamos. Nueve largos meses sin
sentirla, sin oír sus jadeos pidiéndome más, sin adentrar mis manos en su
melena, sin acariciar su espalda, sin apretar la piel de sus muslos, sin
morderla, sin pasar la lengua por todo su cuerpo.

Nueve meses sin disfrutar de un buen sexo.

—Tú me gustas, toda tú —respondo.

Ni siquiera sé cuantos minutos pasan cuando se levanta levemente para


posicionarse sobre la punta del pene. No me da tiempo a decirle nada
cuando se desliza despacio provocando que deje escapar un sonoro gemido
ante la sensación placentera.

Aprieto sus nalgas, masajeándolas cuando termina de deslizarse por


completo.

»—El condón —susurro mientras se va adaptando a mi tamaño pues al estar


en esta posición vertical, la sensación de invasión es mucho más extrema,
profunda, pero a la vez, placentera.

—Olvídate del puto condón —responde algo agresiva y es entonces cuando


empieza a moverse.

Me olvido de todo lo demás y procuro encerrarnos en una burbuja dejando


el mundo atrás. Tan solo somos ella y yo follando bajo el incipiente
atardecer al aire libre. Mi respiración se va volviendo más acelerada, al
igual que la suya a medida que las embestidas aceleran pues ella no duda en
combinar diferentes velocidades haciendo círculos con su cadera.

Sigo acariciando su espalda sintiendo las cicatrices y me limito a dejar que


me siga follando como a ella le gusta. No se detiene en comerme a besos,
esparciendo mordidas por mi cuello sin dejar que sus manos se queden
quietas, pues me agarra de los hombros con algo de brusquedad a medida
que el orgasmo se va formando.

—Nunca me cansaré de decírtelo —susurro sobre su labios mientras hago


que me mire. Sus caderas se siguen moviendo furiosas mientras yo empujo
las mías levemente a su compás—, eres única. Única y solamente para mí.

La agarro por la parte de atrás de su cuello para verla explosionar


quedándome con su mirada de puro placer, sin embargo, antes de que me
corra dentro de ella, coloco ambas manos por debajo de su culo para
levantarla y salir de ella. Adèle me mira algo desconcertada, pero su mirada
cambia cuando me ve envolver la erección haciendo movimiento verticales
para liberar todo el semen.

Mi respiración se encuentra algo agitada y me sorprendo cuando me doy


cuenta de que esta simple partida me ha dejado algo cansado pues desde
hacía mucho tiempo que no disfrutaba de algo así. Supongo que al tenerla
lejos durante todos estos meses me ha pasado factura.

Apoyo la cabeza de nuevo sobre la tumbona mientras la observo a contraluz


del sol del atardecer. Deberíamos irnos a la ducha, sin embargo, estoy lo
suficientemente cómodo aquí para no moverme durante los próximos
minutos a pesar de que la parte baja de mi estómago esté echo un asco. La
francesa me mira con su color tormenta en los ojos y empieza a pasar las
yemas de sus dedos por mis brazos.

—¿Por qué has hecho eso? —Me pregunta casi en un susurro.

—¿El qué?

Se acerca de manera peligrosa hacia mi oído.


—No correrte dentro de mí —susurra lo que me produce un escalofrío por
todo el cuerpo—. Sabes que me cuido, además de los exámenes que me
hago.

Ahora mismo no sé si está hablando ella de verdad o el personaje que su


mente acaba de crear.

—No me quiero arriesgar —me limito a responder sin decirle exactamente


por qué pues quiero saber lo que recuerda sobre el bebé que nunca tuvimos.

—Está bien, como quieras.

—¿Te has enfadado?

—Parece que no me conocieras —dice esbozando una sonrisa—, no me voy


a enfadar por esto, es tu decisión, además, a mí tampoco me gustaría repetir
esa experiencia, suficiente tuve con vivirlo una vez.

—¿A qué te refieres?

—¿Cómo que, a qué? —Enarca una ceja—. Cuando me practicaron el


aborto en la clínica, tú estuviste esperándome en la sala de espera, ¿no te
acuerdas?

En realidad, nunca acudió a la clínica. Hice que le practicaran el aborto en


el hospital después de sacarla de aquel jodido búnker porque la hija de puta
mayor de los Maldonado le dio por secuestrarla.

—Por supuesto que me acuerdo, pensaba que te estabas refiriendo a otra


cosa —respondo.

—¿Vamos a darnos una ducha?

—¿Sigue siendo un no? —Pregunto casi al instante. Adèle se queda callada


preguntándose a qué me estoy refiriendo con la pregunta, por lo que me
aclaro la garganta—. Los hijos, ¿siguen siendo un no para ti?

La veo soltar un disimulado suspiro mientras se lo piensa, sin embargo,


puedo intuir la respuesta.
—Phénix es nuestro hijo.

Esbozo una sonrisa al pensar en el dóberman que se encuentra con David en


otra habitación. Había sido incapaz de dejarlo en el apartamento durante
varios días, por lo que, al final, decidimos traerlo con nosotros y que
estuviera al cuidado de David solamente las horas que necesitáramos.

—Ya me entiendes. —Le acaricio las piernas.

—¿Tú quieres tener un hijo? —Me devuelve la pregunta lo que me pilla


algo desprevenido. Me quedo en silencio durante varios segundos sin saber
qué responder.

—No me importaría tener uno si es contigo —susurro mirándola a los ojos


—, sin embargo, también puedo entender si tú no quieres tenerlos,
simplemente... no lo sé, ¿no te gustaría formar una familia en un futuro?

—¿Contigo?

Dejo escapar una sonrisa torcida.

—¿Crees que dejaría que lo hicieras con otro? ¿Cuántas veces te he dicho
que te quiero solamente para mí?

Una parte de mí está disfrutando de tener esta conversación con ella, la otra
parte... me está diciendo que posiblemente nada de esto sería real una vez
que Adèle recuperara la memoria.

—Eso ha sonado un poco tóxico de tu parte, ¿y si llegara a enamorarme de


otro?

Aquella pregunta hace que dude por unos segundos, sin embargo, no se lo
demuestro. El futuro puede llegar a ser imprevisible, por lo que,
posiblemente llegue el día donde Adèle se enamore de otro y decida crear
un futuro con esa persona. ¿Me dolería? Por supuesto que sí, pero jamás le
impediría que fuera feliz.

—Eso no pasará —sigo respondiendo en el mismo tono que ella.


—¿Cómo estás tan seguro?

—Lo estoy.

—Dime por qué —susurra acercándose de nuevo hacia mí. Su boca se


encuentra muy cerca de la mía, por lo que trago saliva mientras desvío la
mirada de sus labios a sus ojos.

—Porque tú y yo somos el complemento del otro, no se olvide de eso,


señorita Leblanc —me quedo callado durante un instante mientras trato de
calmar el fuego a nuestro alrededor—, sin embargo, jamás le impediría que
busque la felicidad en otra parte, si así lo desea.

Sé que con Adèle he encontrado ese complemente del que hablaba mi


madre, lo mismo que encontró ella con Sebastián, mi padre, sin embargo,
por encima de todo, preferiría que estuviera lejos de mí si con ello logra
alcanzar aquella felicidad que necesita.

Con ella he aprendido a dejar de ser egoísta y dejar de pensar solamente en


mí, porque estoy tan jodidamente enamorado de ella que no me perdonaría
que viviera infeliz a mi lado.

Sus labios tocan los míos, al principio de manera suave, delicada, hasta que
adentra su lengua en mi boca y hace que el beso aumente de intensidad.
Suelto un gemido cuando vuelvo a sentir sus caderas balancearse hacia
adelante, por lo que vuelvo a bajar las manos hacia su culo para masajear
sus nalgas. Cuando pienso que vamos a volver a follar sobre la tumbona,
esta vez con el anochecer de fondo, Adèle hace todo lo contrario pues se
levanta dejándome con las ganas.

—Vamos a la ducha —susurra poniéndose de pie y sin darse cuenta, me


regala unas vistas majestuosas de su cuerpo.

—Como usted ordene —susurro escondiéndome de nuevo el miembro


dentro del bañador mientras la veo caminar hacia el interior de la
habitación.
Antes de que entre, se queda quieta apoyando su mano sobre el borde de la
ventana.

—¿Señor Otálora?

Giro el cuerpo hacia su dirección.

—Dígame.

—No me importaría formar una familia con usted —murmura para luego
irse hacia el cuarto de baño.

Oigo el sonido del agua empezar a caer. Me levanto de la tumbona y


empiezo a caminar hacia la ducha mientras trato de hacer desaparecer la
sonrisa de idiota que acaba de aparecer en mi rostro.

Con esto tan solo me acaba de demostrar que seguirá siendo única en mi
vida, o por lo menos, eso es lo que me gustaría pensar.

• ────── ✾ ────── •

Adèle

Iván apaga el motor delante del restaurante. Gira su cabeza hacia mí para
mirarme durante unos segundos.

—Estás preciosa —susurra y observo como se muerde el labio inferior para


luego soltarlo de manera provocadora.

En la ducha no me hizo mucha falta convencerle para tener sexo de nuevo


pues en cuanto le empecé a besar por el cuello, de inmediato sentí su cuerpo
rendirse para rodearme con ambos brazos. Me agarró del culo para subirme
sobre sus caderas y dejar que mi espalda se apoyara sobre el mármol
mientras el agua templada caía sobre nosotros.

—¿Se supone que te tengo que dar las gracias? —Pregunto mientras dejo
que me acaricie el muslo por encima de la tela del vestido.
Decidí ponerme un vestido de seda de color plateado, pero unos tonos más
oscuros que resaltara con mi tono bronceado de piel. El pelo me gustó que
fuera suelto con un par de ondas que me hice y el maquillaje, algo muy
básico que remarcara la forma almendrada de mis ojos.

—Hay muchas maneras de dar las gracias.

—Me gustaría saber cuáles tienes en mente.

—Quisiera dejar que me sorprendiera, señorita Leblanc —deja escapar una


sonrisa—. Se me hace más divertido.

—Por suerte acabo de tener algunas ideas. —Me coloco un mechón de pelo
detrás de la oreja—. ¿En Mónaco habrá alguna Sex Shop?

Iván reacciona como me había esperado que lo hiciera. Me limito a sonreír


de manera pícara mientras abro la puerta y salgo del coche. El aparcacoches
espera de manera paciente a que mi acompañante también se baje para
entregarle las llaves. Se disculpa con él por el minuto que ha perdido y nos
encaminamos hacia la entrada del restaurante.

Frunzo el ceño al no sentir su mano rodear la mía por lo que la busco y


entrecruzo nuestros dedos. Él me mira algo sorprendido al principio, pero
relaja el semblante casi al instante. Seguimos avanzando detrás del
camarero que nos estaba esperando en la recepción del restaurante hasta que
nos señala una mesa para dos, decorada con un ramo pequeño de flores
silvestres en el centro de la mesa.

Le agradezco cuando tiene el gesto de colocarme la silla y le veo sentarse a


mi lado. Nos quedamos en silencio durante algunos instantes sin apartar la
mirada uno del otro.

—¿Qué? —Murmuro queriendo romper el hielo.

—¿No puedo mirarte? —Sonríe.

—Claro que puedes —respondo, pero sin querer, vuelvo a fruncir el ceño.

—¿Qué ocurre?
—Nada.

—Adèle... —pronuncia mi nombre queriendo que siga hablando, sin


embargo, es una sensación extraña que no logro definir del todo bien. Me
coloco una mano en la cabeza de manera instintiva—. ¿Estás bien? ¿Te
duele?

—Sí, sí, no te preocupes, estoy perfectamente. —Le sonrío.

En ese momento, el camarero se vuelve a acercar para tomarnos la orden.


Tardamos un par de minutos en decidirnos por los platos, hasta que
finalmente lo hacemos y se vuelve a marchar, no sin antes que Iván también
le pida un botella de agua pues según las indicaciones del médico, no es
recomendable ingerir alcohol después de un traumatismo en la cabeza.

—Tan solo quiero asegurarme de que te encuentras bien —murmura—, no


me gustaría llevarte a un hospital otra vez.

Esas palabras me producen una sensación extraña, como si las recordara en


otra ocasión, sin embargo, intento no hacerle mucho caso.

—Estamos de vacaciones, no quisiera estropearlas —intento bromear, él no


parece entenderlo, pero me sigue la gracia un instante más tarde.

—Yo sigo esperando a que me cuentes ese divertido interés en querer ir a


una tienda de juguetes eróticos.

—Para divertirnos en la cama, ¿para qué otra cosa puede servir ese tipo de
tienda?

—Me gustaría saber que tienes en mente.

—Si te lo digo perdería la gracia.

—Creo que podré vivir con ello —murmura intentando convencerme—.


Seguiré insistiendo por el resto de la noche hasta que me lo digas, no tengo
problema con eso. Puedo llegar a ser muy paciente.

—¿Cuánto del uno al diez?


—Un cincuenta.

—Un cinco, entonces. —Me burlo de él.

—Un cincuenta se refiere por encima del diez, Adèle.

—Me gusta cuando pronuncias mi nombre de esa manera.

—¿De qué manera? —Trata de hacerse el despistado, pero conoce


perfectamente de qué manera.

Nos quedamos callados cuando el camarero llega con nuestra bebida para
después entregarnos los entrantes. Unos deliciosos champiñones
caramelizados en soja junto a una ensalada griega de patatas y olivas
especiadas. Miro la comida sintiendo de repente un hambre voraz. Se
vuelve a ir una vez se ha asegurado de que no nos falta nada.

—Todavía no me has contestado —pronuncia él mientras clava un


champiñón con el tenedor y se lo lleva a la boca—. ¿Cómo es la manera
que te gusta que susurre tu nombre?

—No existen las palabras para explicarlo —me llevo otro champiñón a la
boca y casi cierro los ojos disfrutando del sabor que tiene—, pero me
encanta tu voz ronca, seductora y sexy, supongo que por eso me gusta
cuando pronuncias mi nombre y más cuando me tratas de usted diciendo mi
apellido.

Iván se limita a sonreír mientras seguimos comiendo los entrantes.

—Dime lo que sea que compraremos en esa sex shop.

Decido jugar un poco con él.

—Siempre me ha atraído la idea de tener un trío —empiezo a decir mientras


que voy observando su reacción. No le está haciendo mucha gracia—, ¿no
te gustaría cumplir esa fantasía?

—¿Qué tiene que ver eso con una tienda erótica?


—Responde primero.

Se rasca la nuca mientras se aclara la garganta.

—A ver —vuelve a aclararse la garganta—, tampoco es que me desagrade


la idea, pero ¿qué tipo de trío sería?

—Tú, yo y otra persona más, ¿no sabes cómo son los tríos?

—No te burles de mí —se queja—, evidentemente que sé cómo funcionan,


he tenido la oportunidad de ganar experiencia, el caso es que puede haber
dos opciones. ¿Hombre o mujer?

—Hombre —respondo sin pensar.

—¿Hombre?

—Sí, tú, yo y otro hombre. ¿Qué dices?

—¿Dónde queda la exclusividad?

—Pensaba que las tres reglas quedaban en el olvido, señor Otálora.

—El tema del sexo es algo complicado y delicado, no me hace mucha


gracia la idea de compartirte y...

—Doble penetración. —Le interrumpo.

El pobre casi se atraganta.

—Y mucho menos ver como otro te está follando, es que me niego


rotundamente —empieza a negar con la cabeza lo que provoca que me ría
de la situación—. ¿Te parece divertido? ¿Entonces cómo sería? Mientras yo
te follo, el gilipollas ese estaría encima de mí metiéndotela por el culo, no,
Adèle, me niego.

—Cálmate, por eso tenemos que ir a la tienda, para comprar el juguete


apropiado para eso.
Nos quedamos en silencio durante varios segundos mientras observo como
la expresión en su rostro se va relajando.

—¿Alguna vez lo has intentado? —Me pregunta, curioso.

—No, a la vez no, por eso me gustaría probarlo.

—Tendremos que comprar también lubricante y condones —se lleva un


trozo de patata a la boca mientras noto como cruza una pierna encima de la
otra por debajo de la mesa. Aquello me da a pensar, sin embargo, no digo
nada y me limito a seguir con la cena—, aunque si te llega a doler al punto
de no poder soportarlo, pararemos.

—Lo sé.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo?

—¿Y por qué no? Tengo la extraña sensación de que no hemos mantenido
relaciones sexuales desde hace una eternidad y no sé el por qué. Le echo de
menos, señor Otálora, así que limitase a callar y a complacerme.

Iván se pasea la lengua por el labio inferior para después llevarse la copa de
vino a los labios. Eso me hace dar un vistazo a la copa de agua que tengo al
lado y decepcionarme por no encontrar ni una gota de alcohol a mi
disposición. Frunzo de nuevo la frente y no puedo evitar sentir la urgente
necesidad de beberme un trago de lo que sea para calmar la sed.

»—El médico dijo que no era recomendable, pero tampoco me lo prohibió.

—¿A qué te refieres? ¿Al alcohol? No, Adèle, tendrás que seguir las
indicaciones hasta la próxima revisión médica, no me quiero arriesgar a que
después haya consecuencias.

Consecuencias.

Él sigue hablando, diciéndome los motivos por los que no sería


recomendable ingerir alcohol, sin embargo, aquella palabra se ha posado en
mi cabeza como un huracán. Decido ignorar la sensación, sin embargo, no
logro ser capaz de quitarme la idea de que hay algo extraño a mi alrededor,
como si no tuviera que estar aquí, que no me estuviera permitido relajarme
ni tampoco disfrutar.

»—¿Me has oído?

La voz de Iván me devuelve por momento a la realidad. Asiento con la


cabeza dándole a entender que sí mientras trato de calmarme. Estoy bien,
me encuentro bien, seguramente todo se deba al golpe a la cabeza. Tengo
que dejar de darle vueltas a este tema, no preocuparme tanto. Seguiré las
instrucciones del médico y pronto estaré totalmente recuperada.

—Perfectamente.

Me sorprende cuando envuelve su mano en la mía, entrelazando nuestros


dedos y empieza a acariciarme la piel con su pulgar.

—Mañana por la mañana podemos ir a dar un paseo por esa tienda erótica,
a ver qué encontramos —me dice—, ahora estará cerrada —murmura
mirando la hora en el reloj.

—Me gusta el plan.

—Es un buen plan —confiesa y puedo notar el brillo pícaro en sus ojos.

Me encuentro entre emocionada y asustada, pero mucho más emocionada.

Maratón 1/3

El capítulo 13 y 14 salen a lo largo de esta semana, no sé qué días


exactamente, estaré avisando por twitter

Muaks y nos vemos en el próximo


Capítulo 13

SEX SHOP

Iván

Me cruzo de brazos sobre el pecho mientras la detallo arrugando la nariz al


observar todos los tamaños y larguras de dildos que la tienda puede ofrecer.
Ni siquiera me hubiera imaginado que algún día acabaría aquí con la
intención de comprar un juguete para mi novia.

Novia.

Aquella palabra suena muy extraña en mi cabeza, porque, al fin y al cabo,


ella no logra recordar la historia que nos persigue y por todo lo que hemos
pasado. Puede que Adèle siga pensando que seguimos siendo pareja, pero
soy muy consciente que una vez que despierte, la realidad me golpeará
fuertemente en las pelotas.
—¿Qué te parece este? —Pregunta enseñándome un juguete de silicona del
color de la piel y podría asegurar que se parece bastante a mi miembro.
Frunzo el ceño al darme cuenta de que posiblemente haya acertado con el
tamaño, sin embargo, tampoco quiero que busque romperse.

—Lo importante es que tú te sientas cómoda, no olvides que será tu primera


vez, tampoco es cuestión de que te rompas.

—No me romperé, no seas dramático —responde y lo vuelve a colocar a su


sitio para fijarse en otro—. ¿Y este?

Este es más sofisticado de un color liliáceo.

»—Creo que tiene un vibrador incrustado —continúa diciendo mientras lo


va examinando, incluso puedo percatarme del rosado que se le ha
incrustado en las mejillas. Sonrío sin poderlo evitar—. Me gusta la idea de
que lo tenga, podría ser divertido.

—Creo que la palabra que buscas es placentero —murmuro y no puedo


evitar imaginarme la secuencia de escenas en mi cabeza, ella disfrutando
por doble mientras grita desesperada al sentir la intensidad del orgasmo—.
¿Alguna vez has tenido un squirt?

—Muy pocas veces. ¿Por qué? ¿Pretendes hacer que llegue a ese punto?

Deja ese juguete de nuevo en su sitio y empieza a caminar a paso lento


mientras sigue mirando el estante.

—Se dice que todo es más intenso, como si la burbuja del placer te
explotará directamente en el interior de tu cuerpo.

—Conozco la sensación. —Se detiene para girarse y mirarme con esa


sonrisa de suficiencia—. Dos veces, la primera sucedió muchos años atrás,
estaba con un hombre e hizo que lo sintiera multiplicado por cien, la
segunda me lo provoqué yo misma, todo fue antes de conocerte. Estaba en
la cama, aburrida y empecé a tocarme hasta que, de un momento a otro,
eché las sábanas a perder.
Me quedo en silencio tratando de imaginármela desnuda en su cama, con la
bata puesta, desabrochada y con el pelo hecho un desastre mientras intenta
llegar a ese punto de máximo placer y no puedo evitar sentir cierta calidez
rodeando la punta de la polla.

—¿Y no quieres estar dispuesta a sentir un tercero provocado por mí?

—¿Te excita pensar en eso? —Pregunta acercándose de manera peligrosa


hacia mí. Ha cogido otro dildo del estante y no duda en restregarlo de
manera disimulada por mi pantalón hasta rozar levemente mi entrepierna.

Aprieto la quijada al ver que está jugando conmigo como le da la puta gana
sin detenerse a pensar en las futuras consecuencias que esa acción podría
tener.

—Bastante —respondo y siento como hace un poco más de presión


justamente en aquel punto.

—¿Cómo pretendes conseguirlo?

Miro con disimulo a nuestro alrededor percatándome de que la tienda


tampoco es que esté muy vacía, sin embargo, a Adèle no le parece
importarle. Esbozo una sonrisa hacia su descaro.

—¿Harás que te lo tenga que explicar?

—Posiblemente, ya sabe, señor Otálora, su voz es mi perdición, podría


hacer lo que quisiera conmigo siempre y cuando no deje de hablarme.

—Eso es bueno saberlo, señorita Leblanc —murmuro y cuando menos me


lo espero, da un paso hacia atrás para enseñarme el juguete, esta vez de
color rosa, que por lo visto también incluye un vibrador que funciona a
través de un mando a distancia.

—¿Qué te parece este? —Vuelve a preguntar.

—Coge el que quieras —respondo, algo impaciente pues aquel simple roce
ha hecho que me encienda en cuestión de segundos, sin embargo, trato de
disimularlo—, porque de todas maneras quien te lo meterá y sacará seré yo,
tú tan solo te limitarás a sentir —murmuro muy cerca de su oído, pero sin
llegar a tocarla.

Puedo notar la emoción y la lujuria en su mirada.

Minutos más tarde y después de haber pagado todas las cosas que Adèle ha
decidido comprar, salimos de la tienda. Phénix de inmediato reacciona en
cuanto nos ve moviendo la lengua y la cola de manera animada. David se
encuentra a su lado, sujetando de la correa. Nos estaba esperando a varios -
bastantes- metros de la entrada.

Me fijo en la hora en la pantalla del móvil mientras David me pasa la correa


y empezamos a caminar por la misma calle por donde habíamos subido
antes hasta aquí, cuando de repente, una llamada entrante aparece. Me fijo
en el número, se trata de mi madre.

—Mamá —contesto mientras agarro a Adèle de la mano con la misma con


la que estoy sujetando a Phénix de la correa, quien se encuentra en medio
de los dos. David nos sigue desde unos metros más atrás—. ¿Ocurre algo?

—¿Debe ocurrir algo para que decida llamar a mi hijo?

—No, por supuesto, pero me extraña porque casi siempre sueles llamar
cuando pasa algo importante.

—Te lo contaré cuando llegues a Barcelona —murmura al cabo de unos


segundos.

—¿Qué ha pasado?

—Es sobre Ester y el centro donde estaba internada —miro a Adèle de


reojo y está distraída mirando a lo lejos de la calle. No puedo evitar
imaginarme lo peor.

—¿Qué ha pasado?

—Tan solo te he llamado para que supieras que hay un pequeño problema
con ella, sin embargo, tampoco es mi intención hacer que arruines tus
vacaciones junto a Adèle. Te lo contaré con más detalle cuando vuelvas, por
el momento, me estoy encargando yo, ¿de acuerdo?

—Está bien —contesto con la intención de que la francesa no se dé cuenta


del tema de la conversación—. Hablaremos más tarde.

Lo mejor hubiera sido que no me hubiera llamado para decirme aquello,


teniendo en cuenta de que tampoco me iba a decir algo relevante, porque
ahora mismo me encuentro algo nervioso al no dejar de pensar en Ester y en
el posible problema en el cual se haya metido, sin embargo, tampoco me
puedo molestar con ella porque mi madre siempre ha sido así, no le gusta
tomar a los demás por sorpresa, por lo que siempre intenta advertirme de
todo lo que sucede, sea bueno o malo.

—Ni se te ocurra volver. —Me advierte—. No ha pasado nada del todo


grave, tan solo te quería avisar para que no te tome por sorpresa después.

—Lo sé, mamá, no pasa nada, no te preocupes.

—Pasároslo bien, ¿vale? Ya me contarás lo que hayáis hecho —contesta y


trato de sacarme de la mente la imagen de Adèle y yo teniendo sexo en la
terraza del hotel.

—Claro. —Me despido y Renata no tarda en cortar la llamada.

Me guardo el móvil en el bolsillo y seguimos caminando por las calles de


Mónaco.

—¿Era Renata? —Pregunta Adèle y dejo escapar un sonido afirmativo de la


garganta—. ¿Qué te ha dicho?

—Simplemente quería saber cómo nos estaba yendo. —Giro la cabeza


hacia ella—. No ha pasado nada grave.

—Tenemos que hacer actividades —dice, de repente—, ya sabes, lo que se


suele hacer en este tipo de viajes, ¿o qué es lo que quieres que le contemos
a tu madre? ¿Qué estamos planeando tener una sesión de sexo intenso?
No puedo evitar reírme mientras paso la correa hacia la otra mano y coloco
un brazo por encima de sus hombros para acercarla a mí. También le doy un
beso en la cabeza disfrutando de la sensación.

—¿Qué tipo de actividades? —Me interesa saber.

—No lo sé, amor, alquilar un yate y pasear por la costa mediterránea, hacer
una excursión, ir de compras, probar diferentes comidas, ir a bailar y un
largo etcétera, ¿por dónde quieres empezar? Hay muchas opciones.

Tardo en responder mientras pienso en cada una de las cosas que me acaba
de decir. Seguimos avanzando calle abajo y me doy cuenta de que me
gustaría hacer todos los planes que acaba de decir aprovechando el tiempo
que nos quede, porque, aunque suene egoísta, quiero tener unos días de
tranquilidad a su lado. Un descanso que le permita desconectar de todo y de
todos.

—Tengo hambre. —Le digo—. ¿Te apetece ir a desayunar? Te dejo elegir


cafetería.

—Hay algunas cafeterías donde no permiten la entrada a animales.

—Tendremos que buscar alguna donde si lo permitan, además, Phénix no se


moverá de su sitio a menos que yo se lo diga.

Adèle desbloquea el móvil para buscar alguna cafetería cercana que cumpla
con la característica y que, a poder ser, lleguemos hasta ahí andando porque
la sensación de volver a caminar por las calles como una pareja que no se
puede dejar de tocar, hace que sienta una emoción extraña dentro de mí.

—Tengo curiosidad en saber cómo lo educaste —murmura mientras sigue


mirando la infinita lista—, de hecho, no recuerdo si me lo contaste alguna
vez. —Me lanza una mirada a modo de interrogante y vuelve a hablar—.
Phénix tiene siete meses y se supone que yo también estuve ahí, pero... —
frunce el ceño—, no recuerdo cuando era cachorro —murmura,
deteniéndose.
Me fijo en su mirada, ésta se encuentra levemente desconcertada mientras
trata de entender por qué no logra recordar algo que, en realidad, no hizo y
no estuvo ahí. Me muerdo la lengua sin que ella lo note pensando en algo
que la calme, pero no se me ocurre nada más que acercarme para darle un
beso en la frente tratando de que no le dé tanta importancia.

Trato de mantener la calma porque recuerdo cuando Marquina, su


psicólogo, me dijo que habría preguntas que simplemente no tendrían
respuesta, pero que su propio cerebro se encargaría de buscar alguna
explicación lógica.

—Han pasado muchos meses, estuviste ahí, ¿no te acuerdas? —Murmuro


mientras intento volver a emprender la marcha. Phénix nos mira impaciente
pues quiere seguir avanzando—. Todo fue cuestión en educarlo desde los
primeros días que llegó a casa para que se fuera acostumbrando a las
órdenes.

Seguimos caminando y puedo percibir su silencio haciéndose presente.

—Posiblemente tengas razón y hayan pasado muchos meses —responde


finalmente—, de todas maneras, me sorprende que sea un perro tan
obediente y disciplinado.

—Me tiene como dueño —trato de bromear para aligerar el ambiente.

—Habló el arrogante.

—Dijo la egocéntrica.

La francesa me mira con una ceja levantada mientras me lanza una sonrisa
torcida.

—No vaya a ser que al final me masturbe yo sola delante de ti después de


haberte atado a la cama, no me caliente, señor Otálora.

Le lanzo la misma sonrisa mientras paso mi brazo por su cintura apretando


levemente su costado con los dedos. Adèle se mantiene en silencio ante el
gesto.
—Si te soy sincero, creo que lo disfrutaría —respondo—, es todo un
espectáculo verla correrse, señorita Leblanc y no me importaría presenciar
dicho momento.

—¿Siempre tienes una respuesta a todo?

—Casi siempre, pocas veces me has dejado completamente sin palabras que
ni siquiera supe qué responder.

—Fíjate que me ha picado la curiosidad —dice y vuelvo a soltar otra


sonrisa recordando aquella vez cuando la dejé conducir por primera vez el
Ferrari. Me calló la boca sin dudarlo cuando negoció una partida de sexo
sobre su piano si yo la dejaba sentarse delante del volante.

—¿Dónde está esa cafetería? ¿Ya has elegido alguna que te guste? —
Cambio de tema.

—Nos estamos dirigiendo ahí, en un pocos minutos habremos llegado, pero


no pienses que no me he dado cuenta de que me acabas de cambiar de tema,
dímelo.

—¿Qué me das a cambio?

—Nada.

—Entonces no te lo diré. —Juego con ella.

—Sí me lo dirás.

—¿Cómo me vas a obligar?

—Se me ocurren muchas maneras —responde algo indignada, pero a la vez,


con un tono divertido.

—Me gustaría saberlas.

—¿Qué me darás a cambio? —Me devuelve utilizando mis mismas


palabras y no puedo evitar dejar escapar una risa haciendo que incluso
Phénix se gire hacia nosotros.
—Depende de lo que quieras.

—Eso es algo complicado, me apetecen muchas cosas.

—¿Cómo qué, por ejemplo? —Trato de hacer que hable.

—Algo que tenga chocolate y también me apetece algo de fruta, tal vez una
tarta con crema y que encima tenga fruta bañada en sirope, puede que
también me pida un zumo de naranja, recién exprimido, por supuesto.

Todo aquello me desconcierta.

—Espera, ¿te estabas refiriendo al desayuno?

—Desde el principio —responde en un tono burlón—, ¿por qué? ¿Qué te


creías?

—Algo menos calórico.

—¿Me estás diciendo que no tienes hambre? —Enarca una ceja.

—Sí, pero no precisamente de la tarta con frutas —admito mientras le lanzo


una mirada, ella hace lo mismo.

—Ah, ¿no? ¿Y se puede saber de qué tienes hambre? —Pregunta con un


aire seductor.

—Tú puede que entres en la lista.

—¿Puede?

—Puede —repito en su mismo tono.

En aquel instante, Adèle se detiene delante de una cafetería cuya fachada


me recuerda a un establecimiento propio de los años 60.

»—Me gusta —pronuncio en voz alta refiriéndome a la cafetería.

—Es porque tengo buen gusto —responde ella.


—De eso no le quepa la menor duda, señorita Leblanc.

Entramos en el interior del pequeño edificio, pues me he podido dar cuenta


de que cuenta con dos plantas y de inmediato, Phénix se muestra
entusiasmado con el ambiente, sin embargo, lo mantengo sujeto a mi lado
pues la cafetería tampoco es que se encuentre vacía. Adèle se dirige a una
de las mesas y me siento a su lado dejando que el dóberman se tumbe a mis
pies, al lado del sofá de color de piel sintética de color rojo. David también
entra ya que se lo indico, pero se mantiene unas cuantas mesas alejados de
nosotros.

Esperamos un par de minutos para que nos atiendan y cuando viene la


camarero, Adèle aprovecha para pedir todo aquello que le ha entrado por
los ojos y que le gustaría probar. No puedo evitar mostrar una pequeña
sonrisa al verla feliz pidiendo cual niña pequeña mientras sigue mirando la
carta.

La chica se va después de apuntar todo lo que hemos pedido llevándose la


carta con ella. Aprovecho para pasar el brazo por detrás de sus hombros y
colocarlo sobre el respaldo del sofá. Ella me mira, poniéndose cómoda y
puedo notar como cruza una pierna encima de la otra.

—¿Ahora me contarás cuál fue aquella vez que te dejé sin palabras? —
Insiste a que le responda, sin embargo, me quedo en silencio queriendo
aumentar el suspense.

Eso pasó antes de que Maldonado apareciera, entonces lo debe recordar


perfectamente, sin embargo, quiero tantear el terreno queriendo saber lo que
recuerda antes de cagarla por completo. Adèle sigue mirándome a la
expectativa de que le explique lo que quiere saber, por lo que esbozo una
sonrisa torcida y direcciono mi cuerpo hacia el suyo.

—A ti te encanta conducir. —Empiezo a decir y ella se limita a asentir con


la cabeza haciendo que me tranquilice levemente—. ¿Te acuerdas cuándo te
sentaste en el Ferrari? La primera vez.

Hace un gesto con la cara que me resulta adorable mientras trata de pensar
en aquel momento. Al principio me mantengo callado esperando a recibir
alguna reacción de su parte que no tarda en llegar.

—¿Aquella vez te dejé sin palabras? —Pregunta, asombrada.

—¿Por qué te impresiona tanto? ¿Te acuerdas de lo que me dijiste?

Antes de que pueda responder, la camarera se vuelve a acercar para poner


sobre la mesa todo lo que hemos pedido y no puedo evitar darme cuenta de
su sonrisa coqueta hacia Adèle. Giro la cabeza hacia ella, pero no parece
darse cuenta debido a que se encuentra embobada admirando la porción de
la tarta Sacher. Ella se retira segundos más tarde y la francesa vuelve a
posar su mirada en mí.

—Creo que recuerdo la respuesta épica que te di.

—Dilo —pronuncio esbozando una leve sonrisa.

—Tú me follas sobre mi piano y yo conduzco tu coche —murmura.

—Con eso me dejaste mudo, por lo que tan solo me limité a ofrecerte el
asiento del conductor para dejarte que lo condujeras, de hecho, creo que has
sido la única persona a quien se lo he dejado conducir.

—¿Crees?

—Has sido la única —repito mientras me llevo la taza de café a los labios,
dándole un sorbo y de repente una idea se me cruza por la mente—.
Deberíamos echar una carrera.

—¿Lo dices en serio?

—¿Tengo pinta de estar bromeando? Además, podríamos apostar otra vez


—pronuncio recordando aquella vez que apostamos cuando tuvimos sexo a
la vez que ella tocaba Für Elise en el piano—. Tú, yo, Porsche contra
Ferrari en un circuito cerrado. ¿Qué me dices, muñeca?

—Aquella vez fue divertido.


—Perdiste. —Le recuerdo con la intención de herir su orgullo, pero lo que
gano es un leve golpe en el hombro de su parte—. Pero escúchame,
perdiste, pero disfrutamos los dos, así que no pasa nada por admitirlo.

—Cállate, porque esta vez te ganaré.

—Lo dudo, ahora estamos en mi territorio y no olvides que a mí me encanta


ganar.

—No te lo pondré fácil.

—No quiero que me lo pongas fácil —respondo—, quiero que me muestres


tu lado más competitivo, algo me dice de que lo tienes.

—Lo tengo —asegura—. Si gano yo...

No puedo evitar esbozar una sonrisa cuando me lo dice y me limito a


asentir con la cabeza, aceptando el reto, porque de lo contrario, si resulto
ser el perdedor, tendré que hacerlo yo.

• ────── ✾ ────── •

Álvaro Maldonado

Dejo escapar el humo del cigarrillo por la boca mientras mantengo mi vista
a lo lejos admirando aquella cafetería propia de los años 60. Me encuentro a
unos treinta metros, lo suficientemente cerca para no perderlos de vista,
pero lo bastante lejos para no llamar su atención. No tengo ni puta idea de
lo que estarán hablando, ni siquiera me interesa pues lo más probable es que
estén teniendo alguna de esas conversaciones cursis y estúpidas típicas de
los enamorados. Lo importante es saber en todo momento donde se
encuentran, sobre todo él, don perfecto Iván Otálora pues la francesita me
da bastante igual.

—¿Cuándo me vas a decir qué estamos haciendo aquí? —Pronuncia Ester a


mi lado, supongo que harta de estar encerrada en el interior del coche.
Tal como le prometí, la saqué de aquella clínica mugrienta y ahora se
encuentra conmigo desde hace un par de días. No me fue muy difícil
sacarla, pues como familiar directo que soy y, además, siendo mayor de
edad, con un documento firmado y algunos miles de euros invertidos con
alguna que otra amenaza de muerte, le dieron el alta a mi prima sin
protestar manteniendo la boca cerrada.

Eso es lo que hace el dinero, mover al mundo a tu voluntad.

—Quiero ver qué es lo que hacen. —Me limito a decir.

—Eso ya me lo has dicho —responde—, la pregunta es por qué. ¿Qué vas a


conseguir con ello? No están haciendo nada, es un simple viaje de
enamorados.

—Todo detalle cuenta.

—¿Para qué? ¿Cuándo vas a decirme cuál es el puto plan?

—Cuidado —advierto—, no olvides quién te ha sacado, yo no estoy en


contra de ti, recuérdalo, al fin y al cabo, queremos lo mismo.

—¿Y qué es? —Enarca una ceja, poniéndome a prueba.

Me limito a sonreír de manera torcida mientras vuelvo a posar la vista hacia


aquella cafetería. Nos encontramos en un punto en específico que me
permite tener controlada la única salida que tiene.

—Acabar con Iván Otálora, ¿qué más podría ser? Al fin y al cabo, te ha
destrozado la vida.

—Él no, ella —añade.

—La francesa se incluye en el mismo saco. Los Otálora tan solo han sido
un grano en el culo para nuestra familia —sigo diciendo—. Tienen a mi
madre encerrada vete a saber en qué clase agujero sin la opción de pagarle
una fianza hasta el juicio y quieren que me quede de brazos cruzados sin
hacer nada.
—¿Cuándo la vas a sacar?

—Pronto —respondo—, aunque yo tan solo me limito a obedecer sus


órdenes, Mónica tiene un plan de escape.

—Me imagino que no me lo dirás —asegura.

—Imaginas bien, ni yo me lo sé al detalle, simplemente estoy siguiendo lo


que me dejó indicado siete meses atrás.

—Espera. —Suena confundida—. ¿Me estás queriendo decir que tu madre


quiso que la atraparan? ¿Lo tenía todo planeado?

—A ver, cualquier plan tiene ese margen de error, pueden salir


complicaciones porque siempre hay imprevistos, pero Mónica ha sabido
pensar en casi todos los escenarios.

—¿Casi?

—Tiene una mente brillante, pero no es Dios, algunos detalles se le


escaparon, no quiso acabar encerrada, pero cuando pasó, lo tenía en cuenta,
por lo que ya tenía pensado un minucioso plan para escapar de aquella
pocilga y volver a ponerse en el podio.

—¿Sacarme de la clínica era parte del plan? ¿Ya lo teníais previsto? —


Pregunta.

—Sí.

—Entonces, ¿ahora cuál sería el siguiente paso?

—Quitarnos de en medio a Iván porque es el punto débil de Renata —


murmuro—. Conseguido esto, empezará la verdadera diversión.
Maratón 2/3

El capítulo 14 lo subiré el domingo por la noche (h. española), siempre


actualizo a la noche y aviso de cuándo en mis redes (aviso para las nuevas
lectoras que llegan ).

Nos vemos en el siguiente, chau y muchos besos


Capítulo 14

INDOMABLE

Iván

Me encuentro en la cama con los ojos tapados pues a Adèle le ha apetecido


añadir ese toque de emoción improvisando con una corbata, por lo que
estoy acostado con la espalda sobre el cabecero todavía vestido, cuando de
pronto, empiezo a escuchar el inicio de una canción desconocida para mí,
aunque sí puedo darme cuenta de la melodía pues es una bastante sensual.

Ella no pronuncia palabra alguna, por lo que yo también me mantengo en


silencio cuando de pronto, siento la cama hundirse con su peso. Está
gateando con la intención de querer subirse en mi regazo. No puedo evitar
acariciar sus piernas desnudas con mis manos y noto un fino material
cubriéndola, suave al tacto. Tengo la intención de enderezar la espalda para
poder clavar mis yemas en su piel, pero me lo impide cuando coloca una
mano en mi pecho para detenerme.

—Encaje. —Me limito a decir cuando tiro del dobladillo del conjunto que
lleva puesto. Podría jurar que se trata de algún camisón corto para dormir
pues la suavidad de la seda lo delata.

—Me lo he puesto exclusivamente para ti —murmura con la voz ronca y


noto como deposita un beso sobre la base de mi clavícula. El aroma de su
pelo recién lavado me confunde queriendo adentrar la nariz en él.
—¿Exclusivamente?

—Sí, porque de lo contrario hubiera subido desnuda a la cama, pero tendrás


el privilegio de quitármelo si te apetece.

—Me apetece —respondo sin dudar—. ¿Qué clase de pregunta es esa?

Sigue esparciendo besos por mi piel haciendo que mi cuerpo empiece a


reaccionar y de manera inconsciente, levanto la pelvis con la intención de
frotarme con su intimidad pues las ganas que tengo de adentrarme en ella
van en aumento.

—Ni se te ocurra quitarte la venda de los ojos —advierte—. Te la quitas y


la partida se acaba.

—¿Por qué? —Jadeo en respuesta queriendo perderme en su cuello, pero de


nuevo, no me deja moverme.

—Porque te lo digo yo, limítate a obedecer.

Me gusta la Adèle dominante en la cama, es una faceta suya que me pone a


cien, por lo que dejo que haga lo que quiera conmigo.

—La próxima vez, me tocará a mí hacer el papel de dominante —respondo


casi en un susurro cuando clava su entrepierna contra la mía,
produciéndome una sensación extremadamente placentera y difícil de
describir.

—¿Qué te parece ambos? —Sugiere y aprovecha para agarrarme de ambas


manos para colocarlas en su cintura. Descifro que quiere que se lo quite
lentamente.

—¿No te va el papel de sumisa?

—Única, insaciable e indomable —susurra soltando varios jadeos en el


proceso cuando siente mis manos recorrer toda su espalda. Me permite
enderezar la mía y aprovecho para perderme en su cuello—. Tú mismo lo
dijiste, se supone que soy las tres, cada característica por igual.
Sonrío sobre su piel recordando la primera vez que se lo dije. Las tres
palabras esa misma noche y en este mismo orden.

—Te podría susurrar otras tres palabras mientras te follo —susurro en su


oído y sé que le acabo de mover todo por dentro—. Se supone que sigo
siendo poeta, no creo haber perdido la riqueza lingüística.

—Yo tampoco lo creo —jadea en respuesta—. Sorpréndame, señor Otálora.


—Me pide al cabo de unos segundos.

Noto como su cadera va haciendo círculos variando la presión y me da la


sensación de que ambos nos acabaremos corriendo por el puro roce
desenfrenado de nuestros cuerpos, por lo que dejo de moverme y empiezo a
recorrer el camisón con los dedos, yendo directamente por los tirantes para
dejarlos caer por sus hombros con lentitud.

Mis ojos siguen tapados, no estoy viendo una puta mierda, sin embargo,
estoy disfrutando como nunca, además de que, si quiere jugar a la doble
penetración, el juego previo es de suma importancia para que no le haga
daño el anal.

—Es usted fuego —susurro la primera palabra. Desciendo las manos hasta
colocarlas sobre sus nalgas y empezar a moldearlas a mi gusto. No dejo de
jugar con su cuello para subir hasta sus labios y volver a bajar. Adèle
responde soltando varios gemidos mientras siento como aprieta los muslos
estirándome del pelo en el proceso—. Fuego y cenizas —sigo murmurando
y le quito por completo el camisón tirándoselo hacia no sé dónde.

Tengo su cuerpo completamente desnudo sobre mí y de un momento a otro,


ella ha empezado a hacer lo propio con mi ropa, arrojándola en el suelo, a
un lado de la cama. No me es difícil seguir en la oscuridad pues tengo su
cuerpo tan grabado en mi memoria, que es como si estuviera viéndola a
plena luz del día.

Los besos van en aumento, al igual que las caricias. Minutos más tarde ya
me encuentro en igualdad de condiciones y de pronto, siento como estira el
brazo durante unos segundos buscando algo. Reacciono mínimamente al
sentir como recorre la polla de silicona sobre mi abdomen. 
—Primero tú —susurra sobre mis labios buscando alzarse sobre mi
erección.

Bajo una mano entre ambos y, sin dejar de besarla, guío la punta hacia su
entrada. Adèle deja escapar varios gemidos al querer deslizarse
completamente hasta el final. Se queda en esta misma posición durante
varios segundos para adaptarse. Muevo la pelvis de manera consciente
queriendo jugar, es un movimiento bastante leve, pero sé que ella lo debe
estar sintiendo al mil, por lo que sigo trazando pequeños círculos con la
cadera para crearle un mayor nivel de placer.

Ella se empieza a mover, lento al principio, pero va incrementando de


velocidad a medida que el orgasmo se va formando en su interior, al igual
que el mío, pues tenerla encima de mí, variando la presión como le da la
jodida gana, además de que no poder verla, hace que lo sienta todo con
muchísima más intensidad.

—¿Cuál es la tercera palabra? —Demanda saber en medio de jadeos, sin


embargo, tan solo me limito a sonreír pues no tengo en mente decírsela
precisamente ahora.

—No seas impaciente —respondo.

Adèle no contesta, pero lo que hace me deja atónito pues detiene el


movimiento de su cadera interrumpiendo el orgasmo que se iba formando.
Frunzo el ceño sin saber lo que está haciendo pues la jodida venda en los
ojos hace que me impaciente todavía más. De pronto, siento sus labios
sobre los míos, besándome como si la vida le fuera en ello. Adentra la
lengua y siento su cuerpo pegarse todavía más a mi pecho produciéndome
un escalofrío por toda mi piel.

La abrazo rodeando su cintura e intento seguir moviendo la pelvis para


aliviar la molestia que me acaba de dejar.

»—¿Se puede saber qué estás haciendo conmigo? —Pregunto en un susurro


después de haber separado nuestros labios.
—Quererte —responde y empiezo a oír el sonido de un plástico siendo
abierto. Lo más probable es que se trate del envoltorio de un preservativo
—. Querernos —sigue murmurando mientras noto como se aleja levemente
para deslizar el látex sobre mi erección—. Disfrutar el uno del otro, estamos
haciendo lo que haría cualquier pareja.

No respondo, me mantengo callado deseando que esas palabras fueran


reales. 

Ella aprovecha mi silencio para bajarse de mi regazo y acostarse boca arriba


sobre el colchón, sus movimientos la delatan. Me agarra de la mano para
guiarme entre sus piernas y todavía con los ojos vendados, me las apaño
para acercar su entrepierna a mi erección palpitante suplicando entrar de
una jodida vez en ella.

• ────── ✾ ────── •

Adèle

Coloco las piernas a cada lado de su cintura e Iván me acerca un poco más a
él agarrándome por las caderas, aun con la poca iluminación de la
habitación, puedo ver su torso trabajado perfectamente. Me acomodo mejor
sobre la cama y sin decirle nada, agarro su erección con una mano para
guiarla y dar paso a la penetración anal.

Dejo escapar el aire cuando siento la punta rozarme levemente y de


inmediato, Iván se da cuenta de mi intención pues impone un poco de
fuerza al querer controlar el movimiento. Me alza un poco más las caderas
para adoptar una mejor posición y trago saliva cuando empuja levemente la
pelvis queriendo entrar.

—Déjame mirarte —susurra con esa voz ronca que tiene sabiendo que es
mi perdición e intento seguir relajada al sentir otro empuje más de sus
caderas.

—Todavía no —murmuro entre jadeos y aprovecho para alargar el brazo y


agarrar el pene de silicona. Me lo llevo a la boca durante unos segundos
para después echarle caer un poco de lubricante encima.
Lo vuelvo a dejar sobre la cama cerca de mí y no puedo evitar soltar otro
gemido cuando Iván vuelve a empujar sus caderas, esta vez, llegando un
poco más profundo.

Pocas veces he tenido sexo anal, casi nunca dejo que me lo hagan pues para
mí es necesario tener un mayor nivel de confianza ya que es clave estar
relajada porque de lo contrario, puede llegar a doler.

Abro un poco más las piernas y no puedo evitar seguir acariciando mi


cuerpo, masajeo los pechos rozando los pezones erectos y llego hasta el
clítoris para trazar un par de caricias en movimientos circulares. Echo la
cabeza hacia atrás cuando empieza a mover las caderas de manera suave,
aunque sin detenerse y logro ser capaz de escuchar jadeos escaparse de su
boca.

—Adèle... —gime mi nombre—. Quiero mirarte, déjame verte, joder.

—Aun no —respondo casi en un susurro sintiendo un placer inusual


instalarse en mi cuerpo.

Agarro de nuevo el juguete erótico y lo restriego por mis labios vaginales.


Iván todavía no se da cuenta de que ya estoy con el juguete en la mano,
pero lo hace cuando me lo ubico en la vagina y me lo empujo hacia el
interior haciendo que suelte un jadeo algo más elevado.

No puedo evitar apretar levemente las piernas ante la sensación de ambas


invasiones y arqueo la espalda al sacarlo y volverlo a meter.

»—Mírame —susurro y no tarda ni dos segundos en desatarse la corbata y


tirarla sin ningún tipo de preocupación.

No deja de moverse, empujando las caderas levemente para que me vaya


adaptando a su tamaño y observo como parpadea rápidamente a la poca
iluminación. Me sonríe de manera torcida al tenerme a su merced y siento
un calor invadirme cuando echa la vista hacia abajo para ver el juego de
ambos movimientos.
No duda en agarrar el dildo y variar él la velocidad, por lo que me limito a
subir las manos por encima de la cabeza para dejar que siga haciendo magia
conmigo, porque a este paso, no dudaré en ver pronto las estrellas.

—Fuego, cenizas y resurrección —murmura al cabo de unos segundos y


siento como poco a poco, va incrementando la velocidad lo que hace que el
orgasmo en mi interior se vaya construyendo rápidamente por la intensidad
de ambas penetraciones.

Cuando de pronto, todo en mí estalla llevándome a un punto de máximo


placer que jamás hubiera imaginado que llegaría a tener. El cuerpo entero
me tiembla y me es imposible calmar la respiración junto al bombeo de mi
corazón. Estoy completamente saciada y siento el cuerpo extremadamente
pesado mientras no dejo de esbozar una sonrisa de satisfacción.

Iván se tumba a mi lado saliendo de mi interior y deja el juguete a un lado.


Acerca su cabeza para esconderse en mi cuello y permanecemos en esta
posición en silencio durante algunos minutos, ni siquiera podría decir
cuanto tiempo pues el orgasmo, que me ha hecho arruinar completamente
las sábanas, me ha dejado extremadamente cansada, sin fuerzas siquiera
para levantarme de la cama.

—¿Adèle?

—¿Mhm? —murmuro sin poder tampoco entreabrir los labios.

—Je t'aime —susurra en un perfecto francés lo que hace que abra los ojos,
sin embargo, antes de que sea capaz de decir nada, acerca sus labios a los
míos para callarme con un beso.

***

Miro por la pequeña ventana del jet privado admirando el reciente


despegue. La mano de Iván está envuelta en la mía y no tardamos en
alzarnos en el aire rumbo a Barcelona.

Al día siguiente después de haberle hecho una visita a la tienda erótica y


haber disfrutado de todo lo que habíamos comprado por la noche, nos
dedicamos a hacer turismo por la ciudad y visitar algunos puntos de interés,
además de alquilar un yate y pasar la mayor parte del día debajo del sol y
nadando en el agua cristalina. 

Todavía recuerdo lo que me susurró en el oído después de la partida de sexo


en nuestra habitación del hotel y no puedo evitar sentir una emoción extraña
recorrerme el pecho pues el que lo dijera precisamente en francés hizo que
me revolviera todo.

—¿Por qué en francés? —Pregunté algo curiosa por saberlo.

—Porque eres francesa —se limitó a decir y pude sentir su sonrisa en mi


piel, contagiándomela.

—¿Cómo sería en catalán? —Quise saber al recordar que él había nacido en


Barcelona donde una de las lenguas oficiales, era el catalán. 

—T'estimo —respondió mientras se volvía a acomodar sobre mi pecho.

Había descubierto que me gustaba que me lo dijera, sin embargo, pude


percibir una sensación extraña la segunda vez que me lo volvió a decir,
como si una misteriosa melancolía le acompañara. Ni siquiera sabía el por
qué, pero no podía evitar apreciarla.

—Je t'aime aussi, monsieur Otálora —dije segundos más tarde y noté como
dejaba escapar el aire contenido, tranquilizándose.

«Yo también le quiero, señor Otálora».

—Quiero que me prometas algo —murmuró después de habernos quedado


en silencio por unos instantes.

Aquello me extrañó, sin embargo, quería saber aquello que quería que le
prometiera, por lo que me quedé en silencio esperando a que hablara. No
tardó en hacerlo.

»—Prométeme que esto no se apagará —murmuró todavía escondido en mi


cuello. Pude sentir el aliento de su respiración hacerme cosquillas en la piel,
por lo que me limité a moverme levemente sobre la cama para ponerme más
cómoda. Pasé un brazo por detrás de sus hombros, acercándole un poco más
a mí.

—¿Qué quieres decir con esto? —Pregunté algo extrañada. Fruncí


levemente la frente al no entender lo que quería decir con aquello.

—Prométemelo —susurró abrazándome un poco más fuerte—. Quiero que


sigamos siendo fuego, que no se apague.

Aquello hizo que mi corazón se hiciera un poco más pequeño ante sus
palabras.

—Te lo dije una vez y te lo volveré a decir —ronroneé—. Eres el único a


quien podría querer, con quien podría plantearme un futuro, quien me
acepta como soy sin reclamarme y quien no me limita. ¿Por qué piensas que
esto se podría acabar?

—Prométemelo —volvió a decir acariciando su nariz por mi piel.

—Te lo prometo —aseguré y aproveché para darle un beso en la frente.

No volvimos a tocar el tema, ni en la ducha ni cuando nos fuimos a dormir


un par de horas más tarde. Me giro hacia él viendo como está concentrando,
mirando algo en el móvil y me quedo admirando su perfil. ¿Por qué
pensaría que nuestra relación se podría acabar? Aquello todavía me sigue
haciendo ruido, sin embargo, intento dejarlo pasar pues supongo que
cualquiera puede llegar a tener una crisis de inseguridad que necesite de
alguien para asegurarle que todo irá bien.

El ladrido del dóberman hace que vuelva a la realidad.

—Phénix —advierte Iván aun con la mirada en el móvil, sin embargo, el


perro vuelve a lanzar otro ladrido obteniendo la atención de su dueño, quien
se levanta para ir a ver qué sucede.

Los veo interactuar y no puedo evitar esbozar una pequeña sonrisa ante la
escena pues Iván ha empezado a acariciarle y jugar con él. De repente, la
imagen de un niño pequeño jugando con ellos aparece y me sorprende lo
real que se puede llegar a ver. Es cierto lo que le había dicho, que no me
importaría formar una familia con él, no ahora, pero posiblemente dentro de
unos años, cuando yo me sintiera preparada, cuando ambos lo estuviéramos.
Planearlo cuando llegara el momento.

Un niño de ojos grises sentado a mi lado viéndome tocar el piano con Iván a
un par de metros admirando la escena.

Podría llegar a ser bonito, que fuéramos una familia con un niño querido y
planeado.

De un momento a otro, me acuerdo del aborto que quise que me practicaran


y no puedo evitar que una idea extraña empiece a rondar por mi cabeza, sin
embargo, la imagen de Iván sentándose a mi lado me distrae. Está
sonriendo, mostrando una momentánea felicidad.

—¿Ocurre algo? —Me pregunta.

—Nada, simplemente los viajes me dan sueño —murmuro, bostezando sin


querer.

—Puedes dormir en la pequeña habitación de atrás, estarás más cómoda en


la cama, yo tengo que contestar algunos correos y verificar algunas cosas
que me han mandado.

—Tu hombro me parece más cómodo —suelto y acurruco la cabeza,


cerrando los ojos en el proceso.

Puedo imaginarme su sonrisa torcida y él también se acomoda en la butaca


apoyando la cabeza sobre el respaldo. Ni siquiera me doy cuenta cuando me
pierdo en la inconsciencia, durmiendo plácidamente.

***

Los siguientes días transcurrieron en la completa monotonía. Después de


aterrizar en Barcelona por la mañana, nos fuimos directamente al
apartamento de Iván. Al día siguiente fui a que me revisara el médico que
me había atendido y me dijo que todo estaba bien, que siguiera
manteniendo reposo evitando que tuviera algún episodio de estrés y que
acudiera a él en caso de ser necesario o si empezara a sentir un dolor de
cabeza insoportable.

Lo que me extrañó, sin embargo, fue que Iván me dijera que para la semana
que viene tenía programada una sesión con el psicólogo. No entendía para
qué si yo siento que me encuentro perfectamente.

—Adèle, por favor, no rechistes, simplemente es para asegurarnos. Será una


conversación normal, nada de lo que te tengas que preocupar. —Me dijo
una vez que nos encontrábamos en la cama.

—No quiero ir —dije—. No entiendo para qué, yo me siento bien.

—Puede que por fuera te encuentres bien, pero no podemos obviar el hecho
de que te hayas dado un golpe en la cabeza. Solamente será una hora,
después haremos lo que tú quieras —Intentó convencerme.

—¿Lo que yo quiera?

—Cualquier cosa que me pidas —aseguró lo que hizo que mostrara una
sonrisa—. Esa mirada me da miedo.

—Has dicho lo que yo quiera —le recordé.

—Sí, pero...

—Nada de peros, te diré lo que haremos después de la sesión con el


psicólogo.

La sesión se programó para el lunes, un par de días después de Sant Jordi y


aquello tan solo hizo que recordara que el cumpleaños de Iván cae
justamente el 23 de abril, un sábado, es el día internacional del libro y la
diada de Sant Jordi. Faltaban dos días para aquello y había entrado en
histeria pensando qué es lo que podríamos hacer, pues según tengo
entendido, a Iván tampoco es que le gusten las fiestas enormes como había
sido mi caso cuando organicé mi fiesta de cumpleaños a las afueras de
Gerona, cuando él me regaló el poemario con los veinte poemas que
escribió para mí.

Ahora la interrogante es qué podría regalarme. ¿Qué se le regala a un


hombre que podría conseguir lo que quisiese tan solo con decirlo?

Algo que fuera simbólico, algún detalle que se recordara, algo personal.
Observo las ochenta y ocho teclas del piano frente a mí y empiezo a tocar
alguna melodía improvisada. Empiezo a jugar con los diferentes acordes en
el instrumento que se encuentra en medio del salón del penthouse de Iván.

Una pieza musical inspirada en él, en nosotros, algo que simbolice el fuego,
algo explosivo, podría regalarle eso, ofrecerle un espectáculo privado,
rememorar la partida que hicimos meses atrás. Una cena que nos acompañe
también, algo de vino, nosotros dos solos, algo íntimo.

Iván cumplirá 33 años el 23 de abril y nosotros nos conocimos por primera


vez cuatro días más tarde, cuando su empresa cumplió cincuenta años desde
que la fundaron el 27 de abril. Supongo que podría preparar eso, pedirle a
Alicia, la mujer que viene a limpiar y la que se encarga mayoritariamente de
la cocina, prepare una cena romántica, que él venga y se lo tome por
sorpresa, no felicitarle durante aquel día hasta la noche, cuando fuera el
momento.

—¿Qué haces? —Me pregunta él, haciendo que vuelva a la realidad pues
seguramente estaba embobada con las manos en el teclado pensando en
todos estos detalles. Me giro hacia él, observándole en el sofá con un libro
en la mano.

Me pregunto de donde nacerá su pasión por la literatura. No me acuerdo de


que me lo hubiera comentado.

—Jugando con el piano —me limito a contestar esbozando una sonrisa—.


Tengo un proyecto en mente, lo estuve hablando con Rafael, preparar un
concierto enseñando todas las piezas musicales compuestas por mí.
Supongo que se haría aquí en Barcelona, aunque todavía no hemos hablado
de ello.
—¿Ya tienes alguna melodía creada?

—Sí —respondo—, pero no te la enseñaré hasta que no esté finalizada,


tengo que ajustar algunas notas, hacerla perfecta.

—¿Sería como una especie de disco?

—Algo así. —Me levanto de la banqueta para sentarme junto a él. Iván pasa
su brazo alrededor de mi cintura para acercarme más a su cuerpo—. Quiero
que sean doce piezas musicales, cada una cuenta con un título,
evidentemente. Voy escribiendo las partituras poco a poco, no es algo que
necesite ser trabajado ya. Lo empecé a hacer cuando inicié la gira, creo que
te lo dije.

—Posiblemente, de hecho, me acabo de acordar —murmura, esbozando


una pequeña sonrisa—. ¿Me ensañarás alguna cuando la acabes? No se
olvide que yo le recito cada poema nuevo que creo.

—Hace tiempo que no me recitas ninguno. —Le recuerdo—. Así que ya


puedes ir poniéndote las pilas, la última fue en mi cumpleaños y de eso casi
ha pasado un año.

—No es mi culpa que te hayas ido de gira.

—¿Has escrito alguno más?

—Sí —responde—, tengo alguno por ahí guardado.

—¿Y a qué esperas? —Cuestiono levantando una ceja.

—Al momento adecuado.

—Espero que llegue pronto, entonces.

—Yo también —responde.

—Me gustaría quedar con mis amigas —digo, de repente, cambiando de


tema—. Me da la sensación de que hace mil años que no las veo, echo de
menos tener una tarde de chicas.
—¿Tus amigas?

—Claro —aseguro y su tono de voz me extraña—, ¿hay algún problema?


También me apetece ver a Dante, posiblemente venga su hermano también.

—No hay ninguno —dice e ignoro su mirada algo nerviosa.

—¿Por qué no quedamos todos? —Sugiero—. Sería divertido, no quiero ir


a ningún restaurante, algo informal, podría ser aquí. Necesito socializar,
hablar, no me lo tomes a mal, pero me gusta salir, hablar, pasármelo bien.
¿Te parece mal que los invite aquí?

—¿Quiénes serían todos?

—Mis amigas, Dante, Marco, no sé si Félix estará por aquí, la última vez
que lo vi fue hace muchos meses atrás cuando... —Me quedo callada,
recordando que lo vi cuando me proporcionó la jeringuilla que contenía la
droga para hacer que me desapareciera el dolor durante unas horas cuando
Verónica me aplastó la mano y tenía el evento en Madrid—, cuando me lo
encontré en un bar de Barcelona, debería llamarlo para ver por donde anda,
no sé si tú quieras llamar a tus amigos.

—Podría llamar a Fran junto a su hermana, Almudena. Fran es mi editor, a


veces me publica los poemarios cuando tenga ganas de publicarlos.

—Que vengan, cuántos más seamos, mejor.

—¿Segura? Se supone que deberías mantener la calma con estas cosas, te


acaban de operar.

—Vuélvemelo a repetir y te quedas sin follar conmigo, mi vida —advierto


con una encantadora sonrisa.

—¿Con quién más se supone que podría tener sexo?

—Con nadie más —aseguro—, por eso te lo digo, no me calientes la


cabeza, no me gusta seguir encerrada en casa, necesito diversión, a no ser
que quieras que salgamos de fiesta, eso sería peor.
—No —responde rápidamente negando con la cabeza—, invita a los que
quieras, pero tómatelo con calma, ¿vale?

—Gracias. —Le doy un pequeño beso en los labios—. Mañana vendrán.

—Mañana es viernes —dice con seguridad.

—Exactamente.

Viernes, 22 de abril y el sábado sería su cumpleaños.

El problema radica que necesitaría estar sola cuando compusiera su pieza


pues Iván se da cuenta de los detalles y sabe cuándo estoy tocando alguna
melodía clásica conocida y cuando estoy improvisando o componiendo, por
lo que tendría que ser rápida y prepararla cuando él estuviera trabajando.

Esotan solo me dejaba mañana, casi el día entero, hasta que vinieran por la
noche. Por lo menos cuento con algo de ventaja y es que ya tengo alguna
idea de lo que quiero hacer, título incluido.

Maratón 3/3

¿OS HA GUSTADO? Jeje, perdón, la emoción. Para esta semana han sido
estos 3 capítulos donde han pasado cosas interesantes. Dejadme vuestras
opiniones.

El capítulo siguiente no sé cuando llegará, quiero darle un poco de


atención a Jaula de Cristal porque mi Ria no se merece menos.

Mil gracias por leerme, os amo


Capítulo 15

DIAMANTE NEGRO

Adèle
Me mantengo en silencio mientras veo las teclas del piano pensando cómo
sería mejor cuadrar el siguiente compás para iniciar la repetición y seguir
con el clímax de la pieza que estoy componiendo. Mantengo la partitura en
frente de mí y no tardo mucho tiempo en probar algunos acordes. No me
falta casi nada, sería añadir algunos más, darle una repasada final por si
hiciera falta reestructurar algo y dar la pieza por finalizada.

Compruebo la hora en la pantalla bloqueada del móvil e Iván no debería


tardar en llegar pues me dijo que sobre la seis estaría en casa, justo a tiempo
para recibir a los invitados de esta noche.

Ayer nos dedicamos a ponernos en contacto con todos, de hecho, fue Iván
quien se encargó, insistiendo en ello. No me quejé, dejé que lo hiciera. Al
final, me dijo que vendrían Fran, su hermana Almudena, mis amigas,
Dante, Marco y su prometida Bianca, Félix dijo que no podía venir por un
tema personal y quedamos en que nos llamaríamos otro día.

Me aplaudo mentalmente cuando vuelvo a tocar la pieza entera sintiendo la


emoción que desprende y no puedo evitar sentir cierta melancolía al
escucharla. Se trata de una melodía fuerte, con un estribillo que te puede
llegar a conmocionar y, que nada más escucharla, pretendo evocar lo que
define nuestra relación: una combinación de fuego, pasión y poder.

Vuelvo a tocarla de nuevo para comprobar que todas las notas se encuentran
en su sitio y aprovecho para memorizarla por completo, lo cual no se me
dificulta en absoluto. Una vez que acabo, me quedo quieta admirando el
instrumento y me doy cuenta de lo mucho que he disfrutado este proceso,
como de un simple acorde, he podido llegar a crear toda una pieza envuelta
en una agradable armonía.

Me acuerdo de lo que me dijo nada más conocernos, hará casi un año atrás,
cuando insinuó que yo había demostrado ser una perfecta eufonía sobre el
escenario, que había podido transmitir, a través del piano, lo que estaba
sintiendo en aquel momento.

No creo que se lo vaya a confesar nunca, pero me gusta las palabras que
utiliza para definirme. Me encanta cuando adopta su modo poético lo que
me lleva a pensar que necesito un título. Tenía alguno en mente, pero
conociendo ahora como es la pieza, dudo que aquel hubiera funcionado.
Necesito algo más potente, una sola palabra que nos caracterice a ambos y a
nuestra relación.

En aquel momento, sin embargo, las puertas del ascensor se abren e Iván se
encamina hacia el interior. Mantiene el móvil pegado a la oreja hablando de
manera calurosa con alguien mientras deja la chaqueta del traje sobre el
respaldo del sofá. Me doy cuenta de la partitura y la escondo entre las
demás para luego cerrar la tapa del teclado y dirigirme hacia él. Cuelga al
cabo de unos segundos.

—¿Qué ha pasado? —pregunto mientras dejo que envuelva sus brazos


entorno a mi cintura para pegarme a su cuerpo—. Se te nota la frustración a
kilómetros.

—Cosas de la empresa, nada de lo que te tengas que preocupar, ¿estabas


tocando el piano? —pregunta, cambiando de tema.

—Sí, desde hace un rato.

—¿No quieres tocar nada para mí?

—¿Me está usted proponiendo que le dé un concierto privado, señor


Otálora? —Me separo de él levemente para levantar la barbilla y mirar esos
ojos bañados en chocolate.

—Un concierto privado —responde, alzando las cejas—. No estaría nada


mal.

Aquellas palabras hacen que arrugue la frente mientras siento un pinchazo


en la cabeza que intento disimular, sin embargo, él parece darse cuenta.

—¿Qué pasa? ¿Te duele?

No entiendo esta sensación, no es la primera vez que lo suelo tener y no


estoy segura de que sea debido a la operación, se supone que han pasado
días de ello. De repente, me acuerdo cuando Iván me dijo que tendría la cita
con el psicólogo, su insistencia para que fuera. ¿Será que está ocurriendo
algo y se está negando a decírmelo?

—Sí, estoy bien, solo ha sido otro pinchado en la cabeza, no te preocupes.

—¿No quieres que te vea un médico? Estos últimos días los has tenido de
seguidos —responde, recordándome lo que ha pasado durante esta semana
en la cual parecía que los pinchazos no cesaban.

—No te preocupes —aseguro—, no me encuentro mal, solo me dura unos


segundos y después ya estoy bien, lo más probable es que sea por la
operación.

Iván me mira no muy convencido, pero no dice nada más. Le veo acercarse
hacia la nevera para buscar algo y sacarse una cerveza fría. Me quedo
mirando que le da un buen sorbo, no sé si segundos o puede que, minutos.
El caso es que Iván se da cuenta y noto cuando empieza a acercarse a mí
mostrando su sonrisa torcida que supone mi perdición.

—No tardarán en llegar —murmura pasando los brazos por detrás de mi


espalda mientras posa su mirada en mí—. ¿Qué quieres hacer mientras
tanto? —Noto su aliento a cerveza y no puedo evitar arrugar la nariz para
dar un paso hacia atrás.

—Vete a lavarte los dientes o a comerte un chicle de menta y no te rías —


reprendo—, no es divertido. Menudo olor me acaba de llegar —digo
mientras me froto la nariz con la mano.

—Perdona, no era mi intención —responde para después llevarse un chicle


a la boca—. Todavía no me has contestado.

—¿A qué?

—¿Qué quieres hacer mientras los esperamos?

Me quedo pensando durante unos segundos.

—Jugar al parchís. —Guardo la risa al haber podido observar la reacción de


Iván, se le puede apreciar la decepción nada más verle, por lo que segundos
más tarde suelto a reír—. ¿Ajedrez?

—¿Es en serio? —pregunta, sorprendido y yo no dudo en asentir con la


cabeza.

—O podríamos hacer algo en la cocina, tú sabes cocinar, ¿por qué no


preparamos algo?

—Yo sé no morir de hambre, además, ¿Alicia no ha dejado algo preparado?

—Seguramente —respondo—, tampoco le he prestado mucha atención.

Finalmente, acabamos en el sofá después de comprobar los aperitivos que


ha dejado preparados. Iván está acostado boca arriba a lo largo de éste
mientras que yo me encuentro encima suyo, con nuestros pechos pegados y
mi cabeza encima de su corazón, permitiéndome escuchar los latidos. Nos
mantenemos en silencio durante lo que parece ser un buen tiempo y las
caricias que me regala en los brazos, consiguen relajarme.

A veces me da la sensación de que los silencios son necesarios en cualquier


relación que tengas, que no existen los incómodos cuando te encuentras a
gusto con la persona a tu lado, que simplemente se trata de compartir esa
tranquilidad sin la necesidad de hablar pues basta con mirarla a los ojos y
darte cuenta de que puedes permitirte dejar la mente en blanco.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —murmuro de repente. Mi mejilla


todavía sigue apoyada sobre su pecho y él no duda en acariciarme la
melena, jugando con algunos mechones.

—No tienes que preguntarme eso para hacerme una pregunta. —Puedo
imaginar la sonrisa que está esbozando.

—¿Cuál es la palabra que nos podría definir como pareja?

Se queda en silencio, pensando.

—¿Por qué?

—¿De dónde ha salido esa curiosidad?


—Supongo que de mi madre —responde—, siempre fue una persona muy
curiosa, de hecho, lo sigue siendo, trata de saciarla al momento, aunque sea
de manera disimulada para que no lo notes, al fin y al cabo, no es alguien
que se abra fácilmente con los demás.

De repente, se me viene una conversación a la mente y frunzo el ceño al


pensarlo, pues no es algo que recuerde haber hablado recientemente: «¿Vas
a hablar con...? ¿Cómo se llamaba esa comandante?». Palabras de Félix,
¿cuándo tuve una conversación con él respecto a Renata? Además, ¿por qué
habíamos hablado de ella? Me acuerdo de que le respondí: «Renata Abellán
de Otálora, la única persona que me podrá ayudar».

Ni siquiera me doy cuenta de la caricia de Iván sobre mi espalda con tal de


llamar mi atención. Me despierto casi al instante, parpadeando rápidamente
mientras levanto la cabeza para verle.

—Perdón, ¿me estabas diciendo algo?

—¿Estás bien? Te he notado extraña. —Aprovecha la cercanía para rozar su


nariz con la mía y cierro los ojos durante un instante ante el contacto. Ni
siquiera sé si decirle lo que acabo de pensar, posiblemente no sea nada y se
trate de mi imaginación.

—Sí, muy bien —sonrío mientras vuelvo a apoyar la mejilla sobre su pecho
—. Todavía no me has respondido, ¿cuál piensas que podría ser aquella
palabra que nos defina?

Hace un sonido con la garganta como si lo estuviera meditando.

—Hay muchas —susurra—, pero creo que la más acertada sería «fuego»,
aunque eso ya lo sabes. ¿Por qué me lo preguntas?

—Porque yo también soy curiosa —respondo—. ¿No hay otra?

Deja escapar otro sonido sin cesar la caricia en mi espalda, por encima de la
ropa. Noto que mueve sus caderas levemente haciendo que yo también lo
sienta. Me mantengo en silencio mientras dejo que piense, no tarda mucho
en responder.
—Cuando pienso en nosotros siempre se me viene a la cabeza un diamante
negro —murmura y permanezco atenta a su explicación—. Tú misma lo
dijiste, el negro es tu color, el mío también. Aunque simbolice el mal y lo
desconocido, yo lo veo como algo elegante, con poder, serenidad también,
el negro es el color que representa la elegancia por excelencia y si sumamos
un diamante a la ecuación, es lo que nos define —hace una pausa—, un
diamante negro —repite—, inalcanzable, brillante y con poder.

Esbozo una sonrisa ante la explicación y no puedo evitar pensar en el título


de la pieza musical: Diamante negro.

Levanto de nuevo la cabeza para acercar nuestro labios y darle un beso.


Iván reacciona de inmediato profundizándolo y me dejo llevar por sus
caricias. Sigo notando el leve movimiento de sus caderas y me doy cuenta
de la presión que ha empezado a ejercer en mi punto más sensible. Sin
quererlo, dejo escapar un pequeño jadeo sobre sus labios antes de que
hubiera adentrado su lengua para empezar el insaciable juego.

De un momento a otro, junto a un rápido movimiento, consigue agarrarme


por debajo de mi culo para darme la vuelta y quedar encima de mí, entre
mis piernas. Sus labios siguen sobre los míos, sin la intención de separarse
hasta que, instantes más tarde, va ralentizando el ritmo para que nuestras
frentes queden juntas. Noto su respiración algo agitada, al igual que la mía,
por lo que vamos calmándonos. Él sigue entre mis piernas, presionando en
mi entrada y me he podido dar cuenta de que no seguirá hasta que no le
diga que puede hacerlo. Ni siquiera me acuerdo en qué momento empezó a
hacer eso, pues desde siempre le dije que confiaba en él como en nadie más.

Se deja caer sobre mi cuerpo y apoya la cabeza sobre mi pecho. Aprovecho


para pasar las manos por su espalda y abrazarlo. Nos quedamos en esta
posición durante unos minutos más hasta que decido romper el silencio.

—Diamant noir —pronuncio el título en francés y dejo escapar un suspiro


—. Me ha gustado tu explicación.

—Sigo siendo poeta, muñeca, se me da bien la lengua.


Incluso sin verlo, me he podido dar cuenta de la sonrisa pícara que acaba de
esbozar pues claramente ha querido referirse a otra cosa.

—Tengo constancia de ello, señor Otálora, no hace falta que me lo jure —


respondo en el mismo tono sin dejar de acariciarle la espalda con las yemas
de mis dedos—. Que no se te olvide que dentro de un par de horas vendrán.

—¿Quiénes?

—No te hagas el que no sabes. Mis amigos junto a los tuyos.

—Yo estoy muy bien aquí —responde mientras se acomoda un poco más
sobre mi cuerpo, aspirando de manera notoria por la nariz—. Hueles muy
bien.

—No me cambies el tema.

—Estoy diciendo la verdad —se ofende—, echaba de menos estar así,


contigo y... —De repente, se queda callado lo que hace extrañarme.

—¿Y...? —Quiero que continúe la frase—. ¿Lo echabas de menos? Lo dices


por lo de la gira, ¿no?

—Sí —responde al cabo de unos segundos como si lo hubiera dudado—. Se


me han hecho eternos los meses que hemos estado separados.

Me quedo en silencio, sin saber muy qué decir, no obstante, me mantengo


en la misma posición sin detener la caricia.

Al cabo de unas horas, las puertas del ascensor se abren y las primeras en
llegar son mis amigos, Arabella, Rebecca y Dante. Me extraña no ver a
Laura, sin embargo, me levanto para ir a recibirlos, feliz y con los brazos
abiertos. La castaña es la primera en acercarse para darme un abrazo.

—¡Tía, Dios mío! ¡¿Pero tú sabes el tiempo que hace que no nos vemos?!
Meses, ¿te has dado cuenta? Meses —repite, queriendo hacer énfasis para
dejarlo claro.
—Tenemos que ponernos al día —respondo mientras dejo que Arabella
también me abrace con el mismo entusiasmo.

—Joder si tenemos que ponernos al día —continúa Rebecca al mismo


tiempo que Dante también se acerca esbozando una sonrisa—. ¿Tú ves
bonito que me tenga que enterar de tu vida por las noticias y las páginas de
cotilleo? Yo, siendo amiga de la pianista famosa, tengo que buscarme la
vida porque tú no te has dignado a llamarnos.

—Reb, cálmate —respondo mientras la vuelvo a abrazar—. He estado muy


ocupada, pero ya estáis aquí, ¿no? No te quejes tanto y vamos a aprovechar
el tiempo. Por cierto, ¿dónde está Laura? ¿No ha podido venir?

—Ahora te contaré, no ha pasado nada grave, simplemente que ya no está


viviendo en Barcelona.

Después de que Iván también los saludara, nos sentamos en el sofá dejando
la mesa central con todo el aperitivo y las bebidas. Dante no dudó en
sentirse como en su casa mientras empezaba a contarnos qué tal le estaba
yendo en su nuevo catering, pues había decidido en empezar de cero aquí
en la ciudad y dejar su vida en Italia. Minutos más tarde, aparecieron dos
personas, amigos de Iván a quienes presentó como Fran y Almudena, el
primero era su editor, quien sacó los dos poemarios y la segunda, su
hermana. Según Iván me había contado, eran muy buenos amigos.

—¿Almudena Marín? ¿La modelo? —pregunta Rebecca asombrada. Se


levanta casi al instante después de ver a la rubia asentir con la cabeza y
corre a saludarla efusivamente.

Intercambian unas palabras, nos acabamos saludando entre todos y


Almudena no duda en dirigirse hacia mí, queriendo comprobar algo.

—Por fin tu novio me ha dejado conocer a la musa que le ha permitido a su


inspiración no morir —sonríe.

—Gracias por ello —comenta Fran—, Iván es una fábrica de billetes


cuando quiere —bromea y me doy cuenta de que mis amigos miran la
situación con una ceja levantada pues no saben de lo que estamos hablando.
—Escribo poemas —se adelanta Iván, aclarando la situación—, tengo un
par de libros bajo la editorial que dirige Fran. Pobre de aquel quien lo grite
a los cuatro vientos.

—Tan amable —ironiza Almudena. Rebecca se acerca a su lado y, de


manera disimulada, trata de obtener más información, pues los demás se
han centrado en la pareja que faltaba.

El hermano de Dante junto con su novia, Bianca.

—¡La diversión acaba de llegar, queridos! —alza la voz de manera


escandalosa levantando dos bolsas del supermercado—. Un tentempié, me
podéis dar las gracias después.

Bianca se muestra alegre a su lado y no deja de sonreír mientras se presenta


ante los demás. Minutos más tarde, nos acabamos sentando alrededor de la
mesita central que, ahora se encuentra más llena, mientras seguimos con la
conversación animada. Rebecca, con Arabella a su lado, se han sentado
junto a la modelo. Su hermano se encuentra a su lado. En el otro sofá,
Dante, Marco y Bianca mientras que nosotros hemos decidido ocupar el
sillón, el único sitio libre que quedaba, él sentado, mientras que yo casi en
su regazo, con un brazo por encima de sus hombros.

Rebecca empieza a decirme que a Laura le han ofrecido una muy buena
oportunidad en un conservatorio en Berlín y que, desde hace meses, está
viviendo en la capital alemana. Según las pocas veces que ha hablado con
ella, le ha dicho que le está yendo muy bien. Almudena también nos cuenta
un poco respecto a su vida como modelo y que ahora está pensando en
dejarlo para centrarse en otra cosa, pues ha estado muchos años entregada a
este mundo y siente que ya es hora de dejar que las cámaras y los medios se
centren en la nueva generación.

Seguimos hablando de varios temas y no puedo evitar sentirme satisfecha


por haber decidido llamarlos. Echaba de menos disfrutar por unas horas de
una buena compañía. Lo único que he notado es que Iván se ha mantenido
algo callado, afirmaba de vez en cuando y soltaba alguna que otra
ocurrencia. Giré la cabeza hacia él en un par de ocasiones y se mostraba
ajeno a la conversación hasta que se daba cuenta y posaba su mirada en la
mía.

Le preguntaba en silencio qué le sucedía y él negaba levemente con la


cabeza, restándole importancia. Lo mismo acaba de hacer ahora, está tenso,
lo puedo notar y lo extraño de todo, es que no lo está por mí sino por los
demás. Frunzo un poco la frente preguntándome qué le pasa, no obstante,
no es algo que le vaya a preguntar ahora, por lo que intento no pensar en
esto y dejarlo para cuando se vayan.

—Muy bien, gente —se pronuncia Marco, aclarándose la garganta y no


duda en agarrar la mano de su prometida, pues me he podido dar cuenta del
anillo de compromiso que reluce en su dedo anular—. Ya sabéis que Bianca
y yo nos vamos a casar y, como no nos podemos aguantar las ganas, hemos
decidido adelantar la boda. Estáis todo invitados, por supuesto, nada más
faltaría, no quiero que la diversión falte y Adèle —dice, dirigiendo su
mirada hacia mí—, que no te cortes si quieres tocar el piano en la boda,
nadie te lo impedirá.

—Me lo pensaré —respondo con una sonrisa—, puede que os sorprenda.

—¿Y qué os ha llevado a adelantarla? —interviene su hermano—. Que, por


cierto, muy bonito de tu parte, soy tu hermano, pero me sigo enterando el
último.

—No dramatices que serás el padrino.

—¿Y yo? —pregunta Iván intentando hacerse el ofendido.

—Que sí, pesado, joder, que yo seré el protagonista, callaros ya —se queja
—. Lo que os decía, que pensábamos hacerla en junio, pero mayo nos
parece el mes perfecto, ya sabéis, en plena primavera, ni mucho calor, ni
mucho frío... todo saldrá a las mil maravillas. —Le da un beso en la mejilla
a Bianca y ella sonríe encantada.

—Ya tenemos todos los preparativos listos —comenta ella—, así que no
vimos necesario esperar más.
Siguen diciendo más cosas sobre la boda que finalmente se llevará a cabo a
mediados de mayo, por lo que faltan un poco más de dos semanas para el
gran de día. No puedo evitar esbozar una sonrisa ante la alegría que
emanan, pero me sorprendo cuando Marco nos dedica esa pregunta.

—¿Vosotros para cuándo? No quiero morir antes de veros en el altar


diciendo el «sí, quiero».

—Ay, las bodas —se emociona Rebecca—, yo quiero ir a todas, disfruto de


la fiesta sin comprometerme, todos salimos ganando.

El salón se inunda a risas y pensando que no van a seguir con el tema,


Marco vuelve a insistir una vez más. Iván no duda en callarle la boca.

—Una palabra más y te saco a patadas de mi casa. —Las risas no cesan.

—Qué agresividad, chico, no te recordaba así —se ofende—. De igual


manera, el día que nos deis la noticia me haré el sorprendido igual, ¿vale?
Que no falte el confeti, que alguien se lo apunte.

Noto la caricia de Iván por detrás de mi cintura, sigue estando tenso y yo


sigo sin entender la razón, por lo que lo único que hago es tratar de hacerle
ver que no pasa nada. Hago que me mire aprovechando que los demás
siguen hablando sobre cómo será la supuesta pedida de mano.

—Te noto extraña —susurro cerca de su rostro haciendo que me miré.


Observo que traga saliva.

—Estoy bien.

—Te conozco —respondo—, algo te pasa, ¿qué es?

—¿Podemos hablarlo luego? —Me quedo callada asintiendo con la cabeza.

Las horas siguen pasando sin darnos cuenta a medida que la cosa se va
poniendo más interesante, pues el alcohol no ha podido faltar y cuando
sumas la bebida junto a la buena compañía, las risas se van volviendo más
constantes. Con la música de fondo y, después de haber pedido unas pizzas,
Dante ha propuesto jugar al «yo, nunca» y hasta que no hemos entrado al
territorio erótico, no se ha cansado. Incluso Iván se ha animado un poco
bebiendo en algunas ocasiones.

Yo no bebí, por lo tanto, tampoco jugué, se extrañaron al principio, pero les


dije que me estaba tomando unas pastillas recetadas por el médico y no
siguieron preguntando, tampoco me apetecía ponerme a explicar que me
habían operado debido a un golpe en mi cabeza porque fui torpe, no había
más.

Entrada la madrugada, decidieron que ya era hora de marcharse.

—Tenemos que quedar otro día —empieza a decir Rebecca, pasada de


copas mientras se acerca a mí para envolverme con sus brazos—, pero
quedar de verdad, como antes, han sido muchos meses sin saber nada de ti y
te he echado mucho de menos.

—Yo también a vosotras, tengo que ponerme al día con Laura también, así
que la llamaré mañana supongo.

—Se alegrará de oírte, pero está un poco enfadada, yo te aviso, no le ha


gustado que te apartaras de nosotras tan bruscamente.

—Estuve de gira. —Frunzo el ceño—. Tenía mucho trabajo por hacer y


hace poco más de una semana que he vuelto.

—Sí, sí, si yo te entiendo, de todas maneras, lo mejor sería que hablaras con
ella, sabes que no le gusta cuando alguien corta el contacto tan
abruptamente.

Vuelvo a fruncir levemente la frente al oír lo que me está diciendo Rebecca


pues parece como si yo hubiera elegido apartarme de ellas cuando en
ningún momento ha sido así.

—La llamaré —aseguro.

—Ya nos contarás, ¿vale? —Me vuelve a abrazar—. Pásate por el


conservatorio un día de estos, les darás una bonita sorpresa a los profesores
y al director, han estado al tanto de tu gira mundial.
—Lo haré —sonrío.

Después de las despedidas y prometernos que nos vamos a volver a ver


pronto, el silencio vuelve a reinar en la instancia. Iván se encuentra
recogiendo las copas y los platos vacíos y no dudo en acercarme a él por
detrás de su espalda para envolver los brazos alrededor de la cintura.

—Recogeremos mañana —susurro con la mejilla pegada a su espalda.

—¿Y encontrarlo mañana con moscas y toda clase de insectos? —pregunta


en un tono divertido—. No, gracias.

—Exagerado.

—Ayúdame a recoger y no te quejes tanto. —Aprovecha para darse la


vuelta y quedar frente a mí. Mis brazos siguen alrededor de su cintura y no
duda en agachar la cabeza levemente para darme un casto beso en los
labios.

—Eres un mandón —le reprendo después de que se haya separado para ir


hacia la cocina y dejar los platos en la pica.

Empiezo a hacer lo mismo hasta todo queda perfectamente ordenado y


limpio. Le agarro de la mano y nos dirigimos hacia nuestra habitación para
cambiarnos de ropa, lavarnos los dientes y meternos en la cama. Iván apaga
la luz al cabo de unos segundos y pasa un brazo por detrás de mi espalda
para que apoye la cabeza sobre su hombro, cerca de su pecho. Nos
quedamos en silencio durante unos minutos hasta que decido romperlo.

—¿Te ha gustado?

—Ha sido entretenido —responde—, tus amigas son divertidas y si Marco


se junta con su hermano, no hay quien los soporte, pero ha estado bien,
necesario de vez en cuando, ¿cómo te lo has pasado tú?

—En realidad... quería preguntarte algo —me quedo callada, esperando a


que diga algo, pero su silencio me confirma que quiere que continúe
hablando—. Te he notado tenso —empiezo a decir—, durante la mayoría
del tiempo y quería saber la razón, si me lo quieres decir.

Deja escapar un profundo suspiro y me da la sensación de que es como si


no encontrara las palabras para decir aquello que le ocurre. Empiezo a
acariciar su pecho con las yemas de mis dedos, de manera lenta, pausada,
queriendo que disfrute de mi toque.

—No es nada, Adèle, simplemente que hoy he estado cansado por todo el
trabajo en la empresa.

—¿Seguro? —pregunto, queriéndome asegurarme, pues algo me dice que


posiblemente haya algo más detrás.

—Sí, no quiero que te preocupes por nada, ¿de acuerdo? —Me da un beso
en la frente.

—Hoy es tu cumpleaños —digo recordándolo con la intención de cambiar


de tema pues no hubiera conseguido nada si hubiera seguido insistiendo.

—Es otro día más, no tiene nada de especial —susurra. Levanto la cabeza
para mirarlo para que vea mi asombro y desconcierto—. No me mires así
—se ríe—, pero no es lo mismo cumplir dieciocho que treinta y tres. El
tiempo de celebrarlo ya ha pasado.

—Tonterías. —Me vuelvo a acostar sobre su pecho—. Ningún cumpleaños


es malo para celebrarlo, además, abrir los regalos también tiene su emoción.

—Tú eres mi regalo —murmura y hace que sienta cierta calidez en las
mejillas—, así que no es necesario que me compres nada.

—¿Y si ya lo tengo envuelto?

—Entonces lo abriré y te querré aún más, pero ningún regalo te podrá llegar
a superar, muñeca.

—Eso me acaba de sonar a una apuesta.


—Es una realidad que no puedes cambiar, te quiero a ti porque para mí,
seguirás siendo única.

Me aferro a su cuerpo un poco más mientras disfruto de las palabras que me


dice, sin embargo, no puedo evitar siento cierto malestar en mi interior,
como si algo no estuviera funcionando bien. Decido ignorarlo, tratar de no
pensar en ideas que probablemente no tengan nada que ver.

—Yo también te quiero —respondo en el mismo tono.

—Buenas noches, amor.

—Buenas noches, Iván.

Cierro los ojos y consigo dormirme en pocos minutos mientras trato de


hacer desaparecer este mal presentimiento.

Hola Sé qué ha pasado más de un mes y medio desde la última


actualización, pero como ya sabréis, EUFONÍA SALDRÁ EN FÍSICO
POR NOVA CASA EDITORIAL

Durante estos meses he tenido muchísimo trabajo lo cual ha hecho que no


tenga ese tiempo para escribir (además de mis otras actividades, recordad
que estudio y trabajo), pero al ser mi primer libro en físico, quiero que salga
todo bien, espero que lo podáis comprender.

A partir de ahora (ya que el proceso de Eufonía está casi finalizando, el


libro saldrá este año ), las actualizaciones volverán a ser semanales y si
voy bien de tiempo, alguna que otra semana, tendremos dos capítulos.

Dicho esto, espero que os haya gustado el capítulo y nos vemos en el


siguiente la semana que viene
Capítulo 16

JOYEUX ANNIVERSAIRE

Iván

Durante los siete meses en los cuales Adèle estuvo de gira, me enfoqué en
el trabajo al punto de encerrarme en mí mismo y no querer saber nada de
los demás. Las únicas personas que aguantaron mi carácter fueron Marco,
Sofía y mi madre, por supuesto. Aproveché, durante este tiempo que estuve
rodeado por la soledad que ella me había dejado, en averiguar la historia de
Renata y Sebastián, mis padres. Las palabras de la francesa todavía se
repetían en mi cabeza: «Deberías escribirlo tú», refiriéndose al libro
contando por todo lo que habían pasado y cómo llegaron a enamorarse.

Por lo tanto, además del trabajo, también me enfoqué en la escritura de una


ficción romántica ambientada en la Barcelona de los años ochenta y basada,
de manera mayoritariamente parcial, en hechos reales. Le conté la idea a
Renata, al principio le costó aceptarlo pues no quería desempolvar los
recuerdos que tenía guardados, pero finalmente accedió.
Recopilé todos los datos desde su punto de vista y junté las piezas que me
faltaban para tener el de papá. Quería contar la historia desde la perspectiva
de ambos y, finalmente, lo logré. Lo titulé Bellator, haciendo honor al
apodo que mi padre había decidido ponerle. Conté todo lo que me había
explicado la comandante, desde cómo se conoció con papá, la historia
detrás de los Maldonado, de Ester y cómo llegó a ser comandante. Gracias a
ella, conseguí adentrarme en la cabeza de mi padre y sentirlo muchísimo
más cerca.

Ahora mismo me encuentro en la CMFE y, cada vez que pienso en este


sitio, no puedo evitar acordarme de que tengo escrita su historia con su
respectivo punto final, guardada en mi portátil, sin la intención de que algún
día vea la luz. Ni siquiera mi madre se ha visto capaz de leerla porque,
aunque lo niegue, mi padre sigue estando en su corazón, clavado como si
fuera una espina que la hace daño cada vez que lo recuerda.

Salgo del Ferrari cerrando la puerta con no demasiada fuerza y avanzo por
el parking subterráneo del cuartel. Renata me ha llamado hace una hora
diciéndome que teníamos que hablar.

Después de regresar de Mónaco, hablé con ella respecto a lo que tenía que
decirme sobre Ester: que se había escapado. En aquel momento dejé
escapar un suspiro de frustración pensando que nunca nos dejaría en paz, al
igual que los Maldonado, pues desde que en 1982 mi padre conoció a la
hermana de Héctor Maldonado, la rivalidad entre ellos empezó a partir de
entonces manchando las siguientes generaciones.

Estoy hasta la polla de los líos familiares, lo único que quiero es vivir en
paz y feliz junto a mi mujer, pero, por lo visto, hasta que no me encargue de
solucionar todo este desastre, nadie nos dejará en paz.

Avanzo por los pasillos encontrándome con varios soldados y me detengo


hasta la puerta del despacho donde se refleja el cargo de mamá:
«Comandante Renata Abellán de Otálora». Antes de entrar, no obstante,
Paulina, su secretaria, me detiene.

—Señor Otálora, buenos días, ¿cómo se encuentra? —me saluda,


levantándose de su silla para acercarse a mí.
—Hola —respondo—, muy bien, gracias, ¿está la comandante adentro?

—Sí, de hecho, le está esperando —se queda callada sin dejar de mirarme.
Enarco levemente una ceja preguntándome qué más me querrá decir—. Le
deseo un feliz cumpleaños, si me permite decírselo.

—Paulina —sonrío—, no hace falta que me trates de usted. Gracias


nuevamente. —El que sean tan idénticas, me llega a desconcertar
levemente.

Me adentro en el despacho, ignorando al soldado plantado al lado de la


puerta y la cierro por detrás de mí. La veo sentada detrás de su escritorio
con los codos sobre los reposabrazos y la mirada perdida hacia la ventana,
admirando el amanecer. Gira la cabeza al cabo de unos segundos,
esbozando una pequeña sonrisa. Aprovecha para levantarse y acercarse a mí
para darme un abrazo.

Renata nunca fue una mujer que demostrara su cariño a la ligera y que lo
esté haciendo ahora me sorprende gratamente. Le acepto el abrazo y apoyo
la barbilla sobre su hombro.

—Felicidades —me desea y me aprieta un poco más contra ella—. Quiero


que sepas que te quiero, ¿de acuerdo? Aunque no te lo diga muy a menudo,
no quiero que lo olvides, ¿queda claro? De lo contrario, tremendo regaño te
llevarás.

Dejo escapar una suave risa ante sus palabras, al fin y al cabo, su esencia
siempre seguirá intacta. Se separa a los pocos segundos y vuelve a sentarse
frente al ordenador. Yo hago lo mismo en uno de los sillones delante de su
escritorio.

—¿Sobre qué querías hablar? —pregunto mientras me acomodo mejor.

—Sobre Ester —dice—. La hemos encontrado, sin embargo, no creo que lo


más conveniente sea hacerle saber que sabemos dónde se encuentra.

—¿Dónde está?
—Sigue en la ciudad. La localizamos ayer junto a Álvaro Maldonado, no
hemos visto ningún tipo de signo de violencia ni nada por el estilo, incluso
Ester ha salido sola a la calle, así que pensamos que lo mejor sería
permanecer lejos, observando, a la espera de que hagan cualquier
movimiento —explica—. Yo voy a estar informada en todo momento.

—Algo traman —murmuro—. En algún momento van a hacer algo y


Mónica conseguirá escaparse. No me creo que no tenga un plan de escape
en mente. Sabes cómo es, la conoces, no se quedará tranquilita en su celda
cumpliendo condena —hago una pausa—, tampoco me creo que Álvaro
esté actuando solo y con Ester encima, hay alguien detrás.

—Hemos barajado la posibilidad, por eso queremos mantenernos cerca y


sin levantar sospecha para ver si descubrimos algo más —responde—. No
ha sido fácil encontrarlos, así que no deben andar sospechando nada.

—Simplemente quiero estar prevenido —confieso—, no me gustaría que


volviera a suceder. Quiero estar preparado ante cualquier escenario y que
Mónica no llegue a escaparse porque si lo llegara a hacer, desataría el caos
y no pienso que Adèle pague las consecuencias.

—Lo sé, estaremos alerta, quieras o no, ahora soy yo quien va un paso por
delante de ellos —se limita a decir—. ¿Cómo se encuentra? —cambia de
tema, queriendo saberlo.

—Está bien, más tranquila, sigue sin recordar ni a su hermano ni a su


sobrina, así que el día que lo haga... será tenso.

Siendo sincero, no quiero que llegue ese día, no quiero tener que presenciar
como se desmoronará delante de mí, verla sufrir de nuevo... Niego
levemente con la cabeza, intentando que el pensamiento se desvanezca.

Tengo la leve sospecha de que está recordando algo, pequeñas cosas que le
parecen extrañas, no obstante, parece como si no me lo quisiera decir. Lo
pude notar durante estos días que estuvo en mi casa, se quedaba quieta, con
la mirada fija hacia ningún punto en particular. Alega que es debido al
golpe en la cabeza y a la operación, pero algo me dice que, poco a poco,
está volviendo a recuperar sus recuerdos.
—¿Piensas que podría apartarte de nuevo? —pregunta Renata
devolviéndome a la realidad. Me quedo mirándola, intentando no pensar en
eso, porque si la primera vez me dolió, no me quiero imaginar lo que
sentiría una segunda.

—Espero que no —murmuro—. Creo que lo que ahora necesita Adèle es


tener a alguien a su lado que la ayude a salir de ese pozo oscuro en el cual
se encuentra. Da igual que ahora parezca estar mejor, sigue siendo un
engaño, una alusión de su mente. Adèle todavía sigue rota.

—Ten cuidado con ello —me advierte—. No te estoy diciendo que no la


ayudes, pero tienes que saber que no será fácil, porque recuperarte de una
recaída así... es sumamente difícil.

—Quiera aceptarlo o no, me necesita —aseguro.

—Acuérdate de lo que te dije días antes del evento en Madrid. —Me mira,
asegurándose de que me acuerdo—. Déjala que ella lo decida, quédate a su
lado y ayúdala, pero jamás la fuerces. Esta es la parte complicada que te
estoy diciendo con la que debes tener cuidado.

—No te preocupes por mí, sé lo que tengo que hacer.

—Eres mi hijo —sonríe mientras se encoge levemente de hombros—. No


pretendas que no quiera cuidarte.

—Papá también estuvo ahí cuando lo necesitaste —le recuerdo mientras


retrocedo meses atrás en mi memoria, cuando me contó que, debido a lo
que pasó con los Maldonado, también quiso apartarse de todo el mundo. No
puedo evitar pensar que la historia se está repitiendo de nuevo, que por todo
lo que está pasando Adèle, también lo vivió mi madre.

Renata esboza una sonrisa triste al recordarlo.

—Debería leerme lo que sea que hayas escrito —pronuncia—. Quien me lo


iba a decir, también tengo un hijo escritor.

—Tan solo tienes que pedírmelo, sabes que lo tienes a tu disposición.


—El asunto es ese —declara—, tengo que hacerlo —se queda callada
durante unos segundos—. Lo haré cuando esté preparada.

Me levanto del sillón y me acerco hasta ella para abrazarla. Permanecemos


en esta posición durante algunos minutos y puedo sentir su respiración
acompasada. No está alterada, no le duele tanto como antes hablar sobre su
historia, sin embargo, también la entiendo. No debe ser fácil leer y
rememorar en primera persona todo lo que sucedió, pues el libro se narra
desde los 1985 hasta el 2010, más o menos. Veinticinco años de historia
contados en un documento de texto.

—Quiero bajar a ver a Mónica —pronuncio, algo serio mientras doy un


paso hacia atrás, separándome de ella.

—No creo que sea necesario que lo hagas —responde—. Está encerrada, no
puede escaparse, ¿por qué quieres hablar con ella?

—Mamá, por favor, no lo discutas —pido y adentro las manos en los


bolsillos del pantalón—. Simplemente quiero verla.

—Está bien —acepta, finalmente—, pero yo también bajaré contigo y con


un soldado más. Cualquier precaución es poca.

—Como quieras.

Renata se levanta de su escritorio y procede a avisar a Paulina de que cierre


el despacho y no deje entrar a nadie. Minutos más tarde, nos encontramos
bajando por el ascensor hacia una de las plantas subterráneas. Según lo que
tengo entendido, Mónica Maldonado se encuentra encerrada en una celda
que ha sido diseñada exclusivamente para ella, por lo que, como bien dice
la comandante, pocas probabilidades tiene de escaparse, antes de que
suceda, todo el mundo tiene órdenes directas de disparar a matar si se le
ocurriese intentar algo.

Avanzamos por unos cuantos pasillos y hay soldados vigilando en los


puntos estratégicos, además de las cámaras, visibles en cualquier esquina.
Al llegar a una puerta, ni siquiera hace falta que Renata hable para que el
guardia que está custodiándola, la abra para dejarnos pasar. Me fijo en mi
entorno, es un puñetero laberinto lo mires por donde lo mires, necesitaría un
mapa para poder salir de aquí, pues nunca había bajado a este nivel, de
hecho, poco he pisado la CMFE.

La siguiente puerta se abre con la detección de retina únicamente de Renata


y pasamos a una sala cuyas paredes son de hormigón. Hay cuatro soldados
posicionados en cada esquina y cuatro cámaras enfocando a la mujer
encerrada en una estructura cubica de vidrio. No tiene nada a su alrededor,
salvo un colchón, la almohada y un inodoro en un rincón.

Está sentada y, con las piernas cruzadas, imitando una posición de yoga.
Mantiene los ojos cerrados, no obstante, eso no le impide esbozar una
sonrisa para después abrirlos lentamente.

—Mi querida comandante se ha dignado a bajar —empieza a decir—, y no


ha dudado en traerse a su cachorro que resulta que hoy está de cumpleaños.
—Sigue en su posición, sin la intención de levantarse.

Renata no dice nada y yo tan solo me milito a observarla, dándome cuenta


de que, si su intención sea escapar, realmente lo tendrá difícil. La
comandante no exageraba cuando me decía que estaba bien vigilada.

—Déjate de gilipolleces —hablo claro. No dudo en acercarme hasta ella


quien se levanta, posicionándose a mi nivel.

Puedo incluso apreciar el sonido de las cámaras haciendo zoom hacia


nosotros, no obstante, ningún soldado parece hacer ningún tipo de
movimiento.

—Me ofendes, querido —murmura—, mi intención es buena, que no te


queda duda. Estoy arrepintiéndome por mis pecados, ya verás que pronto
tendré un pase directo al cielo —se burla esbozando una sonrisa ladeada—.
Nunca quise hacer daño a tu noviecita, pero... ¿Qué culpa he tenido yo?
Que no se hubiera metido en medio, al final, está pagando por unas
consecuencias que pudo haberse evitado.
Aprieto los puños intentando canalizar la rabia que me están produciendo
aquellas palabras. Un pase directo al cielo mis cojones, esta mujer seguirá
de vip a tres metros bajo el infierno. Que no me toque mucho las pelotas
porque no sé lo que sería capaz de hacerle si la llegara a tener delante de mí
y sin ningún obstáculo de por medio, por todo lo que hizo en el pasado y lo
que ha hecho ahora.

—¿Disfrutas estar diciendo todo esto? —cuestiono, arqueando una ceja—.


¿Quién te ha hecho tanto daño para desear tanto sufrimiento a los demás?

La veo sonreír con cierta burla en sus facciones, lo está disfrutando, le


proporciona placer, de lo contrario, no me puedo explicar qué es lo que
consigue ella de todo esto, a pesar de estar encerrada bajo tierra y tener
vigilancia las veinticuatro horas, parece que ni siquiera le esté afectando.

—Nací así —responde—, mala, despiadada, cruel, insensible... ¿quieres que


siga? Me puedo pasar todo el día hablando de mí, ah, sí, súmale narcisista
—sonríe de nuevo, mostrando los dientes y es entonces cuando noto que
algo cambia en su mirada, es leve, no obstante, sus ojos me hacen entender
otra cosa—. De todas maneras, ¿para qué has venido? Entiendo que esto no
es una visita de cortesía, incluso me sorprende que Renata se mantenga tan
callada —murmura, mirándola directamente—. ¿Qué tal, mi comandante?
¿Todo bien?

—Simplemente he bajado para comprobar que sigues aquí y que difícil lo


tendrás para escapar.

—Oh, querido, no me subestimes, ¿te crees que no he pensado en ello?


Cualquier mente brillante tiene un as bajo la manga, que no se te olvide y
¿sabes lo primer que haré cuando salga de esta ratonera? Hacerle una visita
a tu querida noviecita, una charla de chicas, creo que nos vendría bien
ponernos al día.

Me acerco sin querer escuchar más hasta que me posiciono delante de ella,
intento que no se me note que sus palabras me están afectando más de lo
que me gustaría porque, sé que, en el fondo, no podrá salir de aquí, no sin
antes pasar por Renata y todo el CMFE, acabaría con varias balas en el
pecho antes que poner un pie fuera del perímetro.
—Intenta acercarte a ella y acabaré contigo —pronuncio en un tono
bastante grave, amenazante, serio, para que se le meta de una puta vez en la
cabeza que, como trate de joderme de nuevo, no dudaré en enterrarla yo
mismo.

—Qué miedo —responde, burlándose—, ¿tan importante es ella para ti?


¿Qué pasaría si la perdieras?

—Nada, porque no pasará.

—Estás muy confiado.

—Date cuenta a quién estás amenazando, yo no soy cualquiera, me jodiste


una vez, no esperes hacerlo de nuevo.

Mónica se queda callada, no responde, sin embargo, no deja de mirarme


con obvia suficiencia, creyéndose superior a mí, invencible, creyendo que,
aun estando encerrada dentro de la CMFE, piensa que todavía puede ganar,
sin comprender todavía que todo el mundo tiene un punto débil, que podría
destrozarla apretando en el punto estratégico. Mónica Maldonado sigue
creyendo que, a su lado, soy un gilipollas que no sabe de la vida ni de
estrategia cuando la realidad es muy diferente.

—Que no te sorprenda el día cuando recibas una llamada avisándote de que


me he escapado —responde—, ese día escóndela bien, que no la encuentre,
porque como la vuelva a tener a mi merced, ya podrás ir olvidándote de tu
pianista.

—Lo único que te voy a decir es que no te conviene jugar con fuego —
advierto—, a no ser que te quieras quemar —respondo, finalizando la
conversación mientras doy un paso hacia atrás para dirigirme fuera de la
habitación.

Me quedo un par de minutos en el pasillo a la espera de que Renata salga,


que lo hace cerrando la puerta detrás de ella para emprender la marcha
conmigo a su lado.
—Mónica Maldonado tiene que morir —digo sin ningún tipo de duda en mi
voz—. La has oído, si llega a escapar, seguirá siendo un grano en el culo.

—No escapará.

—¿Y si lo hace? Sus superioridad y el que se crea invencible, aun estando


atrapada en esa celda mortal, me tiene hasta los cojones. La quiero fuera del
mapa antes de que sea capaz de dar un solo paso.

—Piensa, Iván. —Detiene su andar para girarse y mirarme fijamente. Está


enfadada, se le puede apreciar sin mucha dificultad y aquí es cuando me
pregunto de qué habrá hablado con Mónica durante esos dos minutos que la
estuve esperando—. La matamos y empezará una guerra, ¿te crees que no
tiene contactos fuera? Habla de esta manera porque sabe que tiene gente
que la ayudará, no podemos cometer el error de matarla con el riesgo de que
otro ocupe su lugar. —Vuelve a emprender la marcha hasta llegar al final
del pasillo. Me apresuro a alcanzarla y subimos de nuevo hacia la planta
cero—. Sé que sus palabras te han afectado, pero, en este caso, tienes que
dejar tus sentimientos a un lado.

—No quiero que se vuelva a repetir.

—No lo hará, está vigilada, no se escapará —vuelve a asegurar—. Que no


te haga creer lo contrario con lo que diga, Mónica podrá decir lo que quiera,
pero ahora mismo se encuentra en clara desventaja.

Me quedo pensando en sus palabras y en la conversación que acabamos de


tener con la criminal más peligrosa del país y sé que precipitándome para
asegurar de que no se desate la catástrofe, sería un movimiento estúpido. En
este caso mi madre tiene razón, hay que enfriar el corazón y dejar de lado
los sentimientos.

• ────── ✾ ────── •

Adèle

He decidido ponerme algo ligero, un vestido de seda, de color negro, con la


espalda al descubierto dejando ver mi tatuaje y con el pelo recogido en un
moño suelto dejando algunos mechones ondulados cayendo
despreocupados.

Supongo que ya debe estar sospechando de que le he preparado algo, no


obstante, dudo mucho que sepa exactamente qué es, eso sí que lo he
mantenido bastante en secreto. He dejado que una iluminación tenue decore
la estancia creando un ambiente cálido y agradable. La cena está lista y yo
estoy sentada delante de la mesa con una copa de vino tinto en la mano,
esperándole. Las puertas del ascensor no tardan en abrirse al cabo de unos
minutos después de la hora a la que dijo que llegaría y puedo apreciar su
sonrisa al verme.

—¿Todo esto es para mí? —pregunta dejando sus cosas sobre la isla de la
cocina para acercarse lentamente sin dejar de mirarme.

—Para los dos.

Coloca su mano sobre el reposabrazos y la otra en la mesa, aprisionándome


y puedo notar el desvío de su mirada hacia mis labios.

—¿Cuál es el motivo de la fiesta? —pregunta en un susurro y puedo notar


su inminente cercanía hacia mi boca demostrando su intención de querer
besarme.

—Como si no lo supieras —respondo y hago que la tensión creada entre


nosotros no disminuya, pues no hago el amago de destruir la distancia que
nos separa. Puedo ser capaz de rozar mi nariz con la suya, sin embargo, esta
sensación me está generando demasiadas emociones como para
desaprovecharla ahora—. Joyeux anniversaire, Iván —le felicito en francés.

—Merci beaucoup, mademoiselle Leblanc —responde sin elevar el tono en


un perfecto acento. Siento las mejillas calientes y los labios me han
empezado a picar ante la falta de contacto, por lo que, coloco ambas manos
sobre sus hombros haciendo que él se levante para sentarme encima de la
mesa y posicionarse entre mis piernas—. ¿Cuándo tienes pensado besarme?
—pregunta pasando su nariz por mi mejilla, acariciando suavemente mi piel
mientras deja escapar leves jadeos.
Abro las piernas de manera sutil, permitiéndole adentrarse un poco más
hasta notar el bulto de su entrepierna en la mía. Su mano se mantiene en mi
mejilla para apartarme la melena hacia un lado y esconderse en mi cuello
aprovechando para jugar con mi piel. Le concedo el acceso inclinando
levemente la cabeza y ahogo un gemido ante la sensación que me
proporciona.

—La cena —le recuerdo.

—Olvídate de la puta cena —responde algo alterado mientras intenta


apretarme más contra él. Necesita aliviarse, lo puedo sentir, al igual que yo
—. Es mi cumpleaños, deberías cumplirme el capricho de besarte.

—Pídemelo —murmuro sobre la base de su cuello—. Pídeme que te bese y


lo haré para que te lo grabes en la cabeza.

—Es una oferta tentadora.

—¿A qué esperas para aceptarla?

—A tenerte deslizándote sobre mi polla, lentamente, sin dejar ni un


centímetro de distancia entre los dos —susurra—. Te pediré que te bese
mientras te recito Tentación, ahora eres tú quien debe aceptar.

Sus manos no dejan de acariciarme, de apretar mi piel calmando esa tensión


que todavía nos envuelve. Aprovecho para adentrar las mías por debajo de
su camiseta para quitársela y lanzarla al suelo. Su torso queda expuesto
frente a mí y le acaricio la espalda sin evitar clavarle las uñas. Me acerca un
poco más hacia el borde de la mesa con la intención de encenderme todavía
más mediante las caricias de nuestros sexos por encima de la ropa.

—Acepto —respondo en un susurro cerca de su oído y no duda en


levantarme para que le envuelva la cintura con mis piernas y empezar a
caminar por el salón, sentándose sobre el sofá, conmigo a horcajadas sobre
su regazo.

—Hay que respetar la tradición —ronronea poniéndose cómodo mientras


levanta la pelvis a mi encuentro—. Déjame recitarte el poema mientras te
follo —sigue diciendo sin abandonar la caricia en mi espalda.

Ni siquiera hace falta que me diga más cuando ya he empezado a quitarle el


cinturón para desabrochar sus pantalones dejando su miembro entre los dos.
Me inclino levemente hacia adelante para frotar mi intimidad por su
longitud provocándole varios jadeos. La cercanía se siente, nuestros labios
permanecen inquietos para encontrarse, sin embargo, no romperé la
distancia hasta que no me lo pida, hasta que no me pida que lo bese.

—Sería muy feo de nuestra parte romper la costumbre —susurro sin dejar
la caricia en su miembro intentando controlar mi respiración.

En el momento que noto su mano bajar para sujetarse el miembro, su voz


ronca empezando a recitar el poema, me produce escalofríos.

—Tentación —murmura el título y me preparo mentalmente para lo que se


vendrá—. Tentación que me sumerge con su encanto y divinidad, que me
provoca quemarme con sus labios cargados de maldad —recita la primera
estrofa y tengo que cerrar los ojos al sentirle apartar mis bragas hacia un
lado, entrando delicadamente. Contengo la respiración ante la sensación que
me provoca—. Maldad envuelta en pecado —sigue diciendo—, maldad
tentadora, maldad que incita a la oscuridad.

Trago saliva ante la invasión y siento sus manos abrirme levemente las
nalgas para hacerlo incluso más profundo y que nuestras pieles se lleguen a
tocar. Aprieto la piel de sus hombros, clavando las uñas para canalizar el
que tenga aún que acostumbrarme a su tamaño. Arqueo la espalda haciendo
un movimiento circular con mi caderas.

—Oscuro cual negro azabache, cual tormenta opacada por una mirada a
punto de ser saciada —murmura empezando a moverse lentamente para que
lo sienta. Me sujeta la cintura con su brazo alrededor y dejo que él lleve el
ritmo—. Labios repletos de anhelo y afán, labios que reclaman, que piden
ser dormidos debido a la lujuria incrustada —continúa diciendo mientras
incrementa la velocidad de las embestidas.

Permanezco con los ojos cerrados y mi pecho se encuentra pegado al suyo,


dejando que el placer se vaya acumulando en la parte inferior de mi vientre.
El hecho de que nuestros labios todavía no se hayan tocado me provoca un
deseo casi imposible de explicar, incrementando la inquietud en mi cuerpo.

—Hasta que vuelvan a despertar con la tentación a punto de explotar —


continúa recitando—, un deseo que arde, que quema —murmura
controlando el movimiento de mis caderas, saliendo y entrando casi al
completo—, pero que solo logra ser calmado por aquellos labios cargados
de pecado —arrastra la última palabra casi en un susurro mientras
permanece escondido en mi cuello intentando controlar los gemidos que no
dejan de brotar de su garganta.

El poema acaba de finalizar y con él, las embestidas incrementan de nivel


haciendo que tenga la sensación de estar viendo las estrellas pues la caricia
en mi clítoris no ha cesado desde que empezó a recitarlo. Le abrazo un poco
más fuerte y no paro de acariciarle la barbilla con mis labios, provocándole,
queriendo que me pida besarlo de una buena vez.

No dejo de provocar la tentación que nos envuelve jugando con su


inquietud y me doy cuenta de que acaba de abrir los ojos, su mirada luce
incluso más oscura y mantiene su boca entreabierta. Mi mano se encuentra
en su mejilla y no he abandonado sus ojos, diciéndole en silencio lo que
espero que me pida.

—Bésame, Ad... —murmura y ni siquiera le da tiempo a pronunciar mi


nombre cuando ya he juntado nuestros labios en un suave impacto. Me abro
paso en su boca para iniciar el adictivo juego de lenguas y me permito
besarlo con ferocidad aprovechando su distracción para mover las caderas
en círculos.

Lo único que se logra escuchar en la estancia es el golpeteo de nuestras


pieles junto a las respiraciones aceleradas y, sin dejar de besarle, siento la
explosión producirse que no ha tardado en llegar, produciendo el fuerte
temblor de mis muslos. Iván sigue moviéndose hasta que, segundos más
tarde, deja escapar un sonido de satisfacción mientras aún todavía en mi
interior.

Me separo levemente de él clavando mi mirada en la suya y percibo su


sonrisa torcida de «acabo de tener un orgasmo».
—Qué bonito regalo de cumpleaños —murmura y no duda en mover
mínimamente la pelvis para que lo sienta. Sonrío en respuesta mientras alzo
su barbilla con mi dedo índice.

—¿Quién te ha dicho que esto ha sido tu regalo?

—No tenías por qué comprarme nada.

—No lo he hecho.

—¿Entonces?

—Déjame salir y te lo enseñaré —respondo haciendo referencia a que


todavía me encuentro en su interior y con su brazo alrededor de mi cintura
impidiendo que haga ningún movimiento.

—Estoy bastante cómodo así, la verdad —contesta y tengo que aguantar las
ganas de soltar una pequeña risa—. Dime qué es y me lo pensaré.

—Esto no funciona así, mi vida.

—¿Cómo se dice «mi vida» en francés? —pregunta, cambiando de tema.

—¿Para qué lo quieres saber?

—Limítate a responder.

Guardo silencio entrecerrando los ojos para hacerle ver que no me gusta
que me ordenen nada, no obstante, no dudo en cumplirle la petición
solamente porque se trata de su cumpleaños.

—Ma vie —respondo.

Iván se limita a sonreír mientras vuelve a mover las caderas y espero que
sea consciente de que ambos acabamos de tener un orgasmo demoledor y
que todavía sigo sintiendo el pálpito en mi cavidad como resultado, lo que
hace que cualquier movimiento lo sienta multiplicado por mil.
—Tu acento me deja atontado —murmura y hace una pequeña pausa para
luego añadir—: Eres eufónica, ¿lo sabías? Da igual lo que digas o cómo lo
digas, me pondrás a cien en menos de dos segundos. —Vuelve a mover las
caderas y me abalanzo de nuevo sobre sus labios para intentar apagar el
fuego pues, de lo contrario, no me dejará enseñarle la composición en el
piano.

—Déjame enseñarte tu regalo.

—Tú eres mi regalo.

—Cuánto halago —sonrío—. ¿Estás bien?

—Perfectamente —responde—. ¿Qué es?

—Déjame salir.

—Dime qué es y te dejaré salir. —Vuelve a moverse mínimamente y tengo


que morderme la lengua para no dejar escapar ningún sonido pues sé que,
podría ser capaz de iniciar otra partida sobre el piano.

—Diamant noir —murmuro el título de la canción.

—Diamante negro —responde enarcando una ceja—. ¿Qué tiene que ver?

—Déjame sentarme en el piano y te lo enseñaré —contesto.

Observo la sonrisa de Iván porque acaba de descubrir de qué se tarda y no


tarda mucho en liberarme de su agarre. Una vez en pie, aprovecho para
colocarme bien el vestido de seda y le veo abrocharse los pantalones para
volver a posar su mirada en mí.

—¿Así es cómo se titula?

—Sí —responde y me dirijo hacia la banqueta para colocarme


correctamente frente al teclado y a los pedales—. He pensado qué podía
regalarte —empiezo a decir mientras toco una pequeña parte de la melodía
—, no quería comprarte nada y como sé que te gusta oírme tocar el piano,
supe que te gustaría saber que acabo de crear una composición original
inspirada en nosotros. —Me giro para mirarle y me doy cuenta de que se
acaba de sentar a mi lado, observando atento—. Por eso ayer te pregunté
una palabra que nos definiera.

Mi mano todavía se encuentra sobre el teclado y, sin decirme nada, me


anima a que la toque, por lo que, después de los tres segundos que siempre
espero, empiezo a hacer magia en el instrumento dejando que la armonía de
la pieza se escuche por todo el salón. Me permito no pensar, dejo que la
pieza nos envuelva a los dos mientras le demuestro, a través los acordes, lo
que nuestra relación simboliza: una combinación de fuego, poder y deseo,
un diamante negro inquebrantable.

Un diamante que espero que nada lo rompa.

Ah, bueno, pero ¿habéis visto ese poema? No tenía pensado que en este
capítulo hubiera uno, pero sabéis que yo siempre me dejo llevar por mis
personajes y tengo un poeta rebelde con labia erótica.

Espero que os haya gustado y nos vemos en el siguiente.

Un beso ❤

Aquí os dejo el poema entero.


Capítulo 17

CONFUSIÓN

Adèle

Sigo sin entender la necesidad de tener esta sesión con el psicólogo, sigo
teniendo esos pinchazos en la cabeza, pero no es algo que deba ser tratado
por esta especialidad, además, ya dije que me encontraba bien, sin embargo,
Iván insistió en que la tuviera, precisamente en su penthouse,
concretamente en su despacho donde justamente me di el golpe en la cabeza
después de haberme tropezado de manera estrepitosa.

¿Desde cuándo los golpes en la cabeza son tratados por los psicólogos? Lo
que se debería hacer, en este caso, es volver a hacerme una revisión en el
hospital con el doctor que me operó. Acepté tener esta conversación para
evitar preocuparle más de lo necesario, pero que no espere sacar unas
conclusiones que le solucionen la vida.

—Señorita Leblanc —pronuncia, volviéndome a la realidad—. Deje de


mover el pie, ¿está nerviosa?

—¿Podría llamarme Adèle? —pregunto para evitar caer en el formalismo


exagerado—. No estoy nerviosa, simplemente que no entiendo la necesidad
de tener esta conversación, no se ofenda.

—No me ofendo —sonríe—. Es algo rutinario, no se preocupe, han pasado


diez días desde que se golpeó la cabeza y simplemente me gustaría ver que
todo está bien, que no ha tenido ninguna secuela desde entonces.

—Estoy bien. —Me encojo de hombros—. ¿De qué se suele hablar en estas
sesiones?

—¿Nunca ha ido a ver a algún psicólogo?

Me quedo pensando en la respuesta, intentando hacer memoria y lo cierto es


que... no. Es decir, nunca he tenido la necesidad de tener una sesión con
alguien para contarle aquello que me preocupa. Por lo menos no algo lo
suficientemente grave para decidir haber programado una.

—No he tenido la necesidad.

—Comprendo —responde y hace una pequeña pausa antes de decir—:


Puede decirme todo aquello que le preocupe, Adèle, ¿no hay nada que la
mantenga intranquila? Puede decírmelo y veremos cómo solucionarlo para
que se sienta mejor. Si ha sentido algo, algún pensamiento que no lo haya
entendido... en estos últimos diez días, ¿no ha habido nada que la haya
alterado?

De nuevo, me vuelvo a quedar en silencio pensando en una respuesta para


darle. Me muerdo sutilmente el interior de la mejilla mientras dejo que la
mirada vaya hacia ningún punto en particular. Sí he sentido «cosas»,
diferentes pensamientos que no he sabido cómo interpretar, sensaciones
extrañas, algunas partes de conversaciones que no recordaba que hubiera
tenido...

—No sabría cómo explicarlo —confieso volviendo a posar mi mirada en la


suya—. Es complicado, pero tampoco creo que sea nada preocupante como
para que amerite tener una sesión.

—Se equivoca, cualquier detalle resulta ser importante —responde—. Se ha


golpeado la cabeza lo que le ha provocado una severa conmoción, no lo
infravalore. Ahora, cuénteme: ¿Qué tipo de sensaciones ha tenido,
exactamente? Si no sabe cómo describirlas, no se preocupe, estoy aquí para
ayudarla, empiece a hablar, lo primero que le salga, no piense.

Me vuelvo a morder el interior de la mejilla sin ser realmente consciente de


ello y trato de agrupar todas estas sensaciones con tal de responder a lo que
me está pidiendo.

—He notado comportamientos extraños de la gente que me rodea —


empiezo a decir al cabo de unos minutos—, más amables, con una mirada
de compasión, sobre todo con Iván, hace y dice unas cosas que me
confunden, intenté no darle mucha importancia, pero...
—¿Pero?

—Es extraño, me doy cuenta de ciertas cosas que al principio no sabía


encontrarles una explicación, pero él rápidamente me lo aclara todo o
intenta desviar el tema —respondo—. También puede ser que me esté
equivocando, posiblemente no sea nada y tan solo esté imaginándome cosas
que no son.

—Siga contándome —me anima el psicólogo cuyo apellido me dijo que era
Marquina—. Por este motivo viene bien que hable y diga en voz alta todo
aquello que le preocupe, así logra externalizarlo.

Me quedo de nuevo en silencio.

—También recuerdo conversaciones o partes de ella, diferentes frases,


algunas palabras, conversaciones que no recuerdo haber tenido. —Al decir
aquello en voz alta hace que empiece a conectar varias cosas, el
comportamiento no solamente de Iván, los pequeños flashes en mi cabeza,
las punzadas de dolor, las sensaciones extrañas...—. ¿Habría la posibilidad
de que me haya olvidado de algunas cosas debido al golpe? —pregunto.

Observo a Marquina tragar saliva de manera disimulada mientras intenta


esbozar una leve sonrisa.

—Dígamelo usted, ¿está teniendo esa sensación de no saber encontrar la


verdadera explicación a todo lo que le rodea?

—No lo sé. —Me llevo una mano por detrás de la nuca para rascarme la
piel, aprovecho para acomodarme la melena a un lado del pecho—. Intento
recordar lo que sea sobre todo esto que me está diciendo, pero...
simplemente... estoy en blanco, no sé qué espera que le diga.

—Quiero que me diga justamente eso, todo lo que esté pensando ahora
mismo, posiblemente se haya olvidado de algo que su mente intenta traer de
vuelta, pero que usted no lo está consiguiendo.

—¿Algo como qué?


—Respire hondo, Adèle, intente tranquilizarse para pensar con claridad, es
usted quien tiene que llegar a la conclusión, yo estaré aquí para ayudarla,
pero si no se concentra en lo que hay en el interior de su mente, no logrará
nada —hace una leve pausa—. ¿Qué es lo que recuerda que le haya
provocado más ruido durante estos días? Tómese los minutos que necesite
para pensarlo.

¿Tendrá razón el psicólogo y lo más probable es que me haya olvidado de


ciertas cosas de mi vida debido al golpe que me di? No me gustaría pensar
que sí y que nadie me lo haya dicho desde el principio, que Iván se hubiera
quedado callado para aprovecharse de la situación.

La pregunta más importante es qué partes de mi vida me habré olvidado y


la única opción para descubrir eso sería preguntarlo directamente y dejar de
jugar a las adivinanzas.

—¿Por qué no me lo dice directamente? —sugiero, fijando mi mirada en la


suya—. Dígame que he perdido la memoria, dígame exactamente qué partes
de mi vida son las que no recuerdo porque intentar adivinarlo... lo siento
mucho, pero creo que perderemos el tiempo.

—No se precipite —responde—. Le acabo de decir que se trata de una


posibilidad, ¿por qué piensa que ha perdido la memoria?

—Usted me lo acaba de decir.

—Se equivoca, Adèle —me dice—. Le acabo de repetir, de hecho, que no


es seguro y que esta sesión que estamos teniendo sirve para averiguar eso.
No tome conclusiones precipitadas.

—¿Entonces? ¿Por qué está jugando conmigo? Dígame que tan solo se trata
de m imaginación y que esta sesión, como le dije desde un principio, era
completamente innecesaria.

—Adèle...

—No. —Niego con la cabeza—. Le he dicho que estoy bien y que no me


pasa nada, ¿por qué intenta que piense lo contrario? Estoy bien, ¿no me ve?
No me pasa absolutamente nada y ahora, si es tan amable, le pediría que
marchara.

—La sesión todavía no ha finalizado.

—No me importa —respondo, poniéndome de pie—. Le repito que no me


ocurre nada y que no tiene derecho a presentarse aquí con la intención de
marearme con sus preguntas psicológicas, si veo que me duele la cabeza,
acudiré directamente con mi médico, no con usted.

Con una última mirada, hago que se levante después de haber recogido sus
cosas y le acompaño hasta el ascensor.

—Aunque ahora lo niegue... convendría que volvamos a vernos, Adèle —


murmura y, en ese instante, aparece Iván por el pasillo, preguntándose qué
ocurre—. No se preocupe, señor Otálora, la señorita Leblanc ha decidido
finalizar la sesión porque no se encontraba bien y la retomaremos otro día.

A Iván ni siquiera le da tiempo a responder cuando Marquina desaparece


del salón para que las puertas del ascensor se cierren, quedándonos en
silencio.

—¿Qué ha sido eso? —pregunta, acercándose a mí, pero doy un paso hacia
atrás de manera inconsciente, sorprendiéndole—. ¿Te ha digo algo que te
haya molestado?

—No, no ha pasado nada.

—Dime la verdad... —pide, intentando dar otro paso hacia mí. Esta vez, me
mantengo quieta y dejo que roce mi mejilla con el dorso de su mano—.
Sabes que puedes decirme cualquier cosa.

—Me conoces mejor que nadie —respondo, levantando la cabeza para


mirarle—, en cambio yo no sé si te conozco lo suficiente para entender lo
que está pasando.

—¿Qué está pasando?


—¡¿Quieres dejar de hacer eso?! —pregunto, exaltada—. No me desvíes el
tema, no esquives mis preguntas con otras. Desde que me di el golpe en la
cabeza te he notado extraño, sin embargo, tú... parece que ni quieras
decirme el por qué.

—No es eso, Adèle, dime qué es lo que te preocupa e intentaré ayudarte,


pero tranquilízate, ¿de acuerdo?

En ese instante, un sentimiento de arrepentimiento me invade por completo,


haciendo que tenga la necesidad de gritar, sin embargo, me quedo callada,
ahogando mi voz. Me llevo las manos al rostro para frotarme la mirada y
ver que todo sigue igual. No entiendo qué me pasa, sigo sin comprender las
palabras del doctor, diciéndome que podría haber perdido parte de mi
memoria, pero que no es algo seguro, que quería que siguiese hablando.

De pronto, siento unos brazos fuertes rodearme por detrás haciendo que mi
espalda quede pegada a su torso. Ni siquiera hago el intento de forcejear
sabiendo que no servirá de nada, por lo que me mantengo quieta apoyando
la cabeza sobre su pecho. Permanecemos así durante unos minutos hasta
que rompe el silencio.

—Si necesitas hablar o preguntarme lo que sea, puedes hacerlo —susurra y


deja apoyada la barbilla en mi cabeza—. Lo que te haya dicho Marquina...
no te cierres, ¿de acuerdo? Si no me lo quieres decir, está bien, pero no te
cierres, si no te pasara nada y estuvieras bien, como dices, no hubieras
reaccionado de esta manera.

—¿He perdido la memoria? —pregunto casi en un susurro, pero que ha


oído perfectamente debido al silencio que nos rodea.

Iván tarda en contestar lo que hace aumentar mi preocupación y mis ansias


de saber qué está pasando. Me giro hacia él, mirándole fijamente mientras
espero una respuesta de su parte la cual sigue tardando en llegar. Suelto el
aire pausadamente, tratando de calmarme pues el hecho de saber que no me
acuerdo de una pequeña parte de mi vida, me está superando.

Además, la gran pregunta sería exactamente qué no recuerdo.


—Sí —se limita a responder dejándome con ganas de saber más, sin
embargo, no sé por qué, sigo manteniéndome callada—. Por eso tienes que
seguir viendo a Marquina, él podrá ayudarte para que logres recordar
aquello que tu mente ha borrado sin querer.

—¿Sin querer? ¿Qué es lo que no recuerdo?

—No me corresponde a mí decírtelo —murmura—, tienes que entenderlo,


es un proceso complicado, lento, no puedo decirte los recuerdos que has
perdido porque acabaría pasándote factura.

—Me has mentido.

—Adèle... entiéndeme —pide mientras trata de acercarse de nuevo. Me


vuelvo a quedar quieta, dejando que coloque su mano en mi mejilla para
que le mire—. No había otra opción, me he adaptado a ti, he dejado que tú
decidieras absolutamente todo, no quería forzarte a nada, así como tampoco
podía decirte lo que estaba pasando en realidad. —Se queda callado,
esperando una respuesta de mi parte, sin embargo, ni siquiera sé qué
responder—. Háblame —ruega—, dime algo...

—Necesito un momento a solas —murmuro dando un paso hacia atrás para


romper el contacto. Intenta impedírmelo, pero le hago ver que no estoy
jugando—. Dame unos minutos —pido—, por favor.

Parece considerarlo hasta que, al final, retrocede un paso dándome espacio.

—Me iré a dar una ducha —murmura—, ¿necesitas algo más?

Niego con la cabeza y me dirijo hacia el sofá dándole la espalda. Al cabo de


unos segundos, se escuchan sus pasos alejarse por el pasillo, dejándome
sola en medio del salón. Planto los pies sobre el colchón levantando las
rodillas y apoyo la frente encima, escondiéndome de todo cuanto me rodea.
Lo peor de todo esto es saber que he perdido unos recuerdos que me
pertenecían, pero que sigo sin saber exactamente cuáles son. Cierro los ojos
durante un momento intentando pensar.
Me planteo la posibilidad de ir hacia atrás a través de lo que sé para buscar
cualquier cosa que me resulte extraña, pero no puedo evitar escapar una
sonrisa cargada de incredulidad al darme cuenta de que no serviría de nada
si no sé lo que estoy buscando.

Le recuerdo a él, también recuerdo a su madre, recuerdo mi carrera como


pianista, mis amistades, recuerdo a mis padres, mi infancia en París, cuando
Rafael me contactó seis años y firmé el contrato que me convirtió en una
pianista internacionalmente reconocida. ¿Se puede saber qué es aquello que
he olvidado? Mi vida parece ir bien, con un trabajo estable, una familia que
me quiere y una relación de ensueño. ¿Qué es lo que se supone que tendría
que ir mal?

Observo mi móvil en la mesita central, pues lo dejé aquí cuando me fui con
Marquina al despacho y el nombre de Laura aparece de repente en la
pantalla iluminada. Me olvidé por completo de llamarla cuando dije que lo
haría. Acepto la llamada, llevándomelo a la oreja y no hablo de inmediato,
ya que se puede notar la tensión que nos envuelve.

—Hola... ¿querías hablar conmigo? —Soy capaz de notar la incomodidad y


la indiferencia en su tono de voz.

—Quería saber cómo estas —respondo—, no sabía que te habías ido a


Alemania.

—Ya, bueno, han pasado muchos meses y he tenido algunos cambios en mi


vida —se limita a decir y no creo que tenga la intención de seguir
contándome más.

—Siento no haberte llamado —murmuro—, estos meses han sido...


complicados. —Ni siquiera sabría decir si sería correcto utilizar la palabra
«complicado», ahora mismo, no estoy segura de saber nada. ¿Quién me
puede asegurar que todo lo que sé ahora es real, que no me estoy
imaginando nada?

Podría existir la perfecta casualidad de que se trate de un sueño, de que no


esté siendo consciente ahora mismo y que esté tratando de despertar de
alguna manera.
—No eres la única que ha tenido unos meses complicados, Adèle.

—Lo sé —respondo al cabo de unos segundos.

—Me parece que no lo sabes —contraataca—. ¿Qué vas a saber tú si te


fuiste?

—Laura...

—No, Adèle, ¿querías hablar? Ahora me vas a escuchar. —Se le puede


apreciar el enfado en su tono de voz y ni siquiera me da la oportunidad de
decirle nada—. Me alegro muchísimo de que hayas tenido la oportunidad
de hacer una gira, de verdad que sí, nadie te hubiera dicho nada porque, al
fin y al cabo, es trabajo y tienes que cumplir con un contrato, pero tú...
prácticamente desapareciste, nos dejaste solas, las llamadas se acabaron de
repente, cualquier intento de ponernos en contacto contigo era inútil, Dante
tampoco sabía nada y por más que quise entenderte, no lo conseguía.

Entre nosotras se produce un silencio denso y soy capaz de oír el ritmo de


su respiración acompasada, a pesar de todo lo que me acaba de decir, no soy
capaz de recordar si exactamente fue así, ¿qué motivo había tenido para
haber cortado cualquier tipo de contacto, por haberme encerrado en la
manera que Laura me acaba de decir?

—No sé qué decir —susurro, sincerándome, aunque en la mayoría de las


situaciones he tenido el control de la situación y he sabido qué decir en todo
momento, en este caso, con ella, sabiendo que mi memoria se ha visto
afectada por el golpe que me di, no soy capaz de darle la explicación que
merece—. No recuerdo exactamente por qué me distancié, yo...

—Adèle, de verdad, no me hacen falta tus explicaciones, ahora ya me da


igual, no cambiará nada —acaba por decir—. Lo hubiéramos entendido
todo, se supone que éramos amigas, sin embargo, tú... decidiste cortar
cualquier tipo de lazo e irte, sin más, ¿qué clase de amiga hace eso? Incluso
te hubiéramos ayudado con cualquier tipo de problema que hubieras tenido
porque para esto estamos, se suponía que nos ayudaríamos en todo —
recalca, de nuevo—. En fin, da igual, por lo menos te he dicho lo que
pensaba, que te vaya bien la vida.
—Laura, espera —trato de detenerla, pero no sirve de nada porque acaba de
colgar dejándome con el móvil pegado a la oreja.

Parpadeo un par de veces analizando lo que acaba de decir, entonces... no es


reciente, hace ocho meses ha pasado algo lo suficientemente grave para que
no lo recuerde y ha debido ser el motivo de que me hubiera distanciado de
ellas, pues Rebecca dijo algo parecido la otra noche: «Han sido muchos
meses sin saber nada de ti».

Me llevo las manos a la cabeza mientras dejo escapar un profundo suspiro,


calmándome. Necesito respuestas, quiero saber lo que he olvidado, por qué
me distancié de ellas, por qué accedí a hacer una gira de repente, a qué se
ha debido exactamente esta pérdida de memoria.

Sin que me dé cuenta, Iván se sienta junto a mí y, al instante, puedo notar el


aroma de su gel de ducha. Giro la cabeza en su dirección y está mirándome
fijamente, preguntándome con la mirada qué ocurre. Niego levemente
aguantando las lágrimas que han decidido aparecer, por lo que, escondo de
nuevo la cabeza entre las rodillas mientras cierro los ojos para evitar que me
vea, no obstante, noto la caricia de su mano en mi melena.

—Sé que necesitas respuestas, que estás desconcertada y que quieres que
alguien te aclare la confusión que te ha generado todo este tema —murmura
—, pero... trata de entenderlo, de ser paciente, no te puedo decir nada y
menos de golpe, sería demasiado para ti —hace una pausa—. Mañana
vendrá Marquina de nuevo, ahora que sabes mínimamente lo que te ha
pasado, el rumbo de la sesión irá diferente. Nadie quiere hacerte daño, nadie
quiere ocultarte nada, pero... simplemente tienes que confiar —vuelve a
quedarse callado, sin embargo, todavía sigo con el rostro escondido—.
¿Confías en mí, Adèle? —susurra.

El silencio nos vuelve a rodear, permanece callado con la intención de que


responda, por lo que, me giro hacia él para adentrarme en sus ojos oscuros,
quedándonos así durante, lo que parece ser, unos cuantos minutos. Ninguno
de los dos dice nada, su caricia delicada no desaparece y nuestras miradas
no tienen la intención de romper el contacto.
No puedo dejar de morderme la parte interna de mi mejilla y mi respiración
cada vez se va volviendo más irregular, los ojos empiezan a picarme, pero,
a pesar de todo, no dejo de mirarle, no dejo de repetir la pregunta en mi
cabeza: «¿Confías en mí?».

No creo que haya nadie más en quien confíe como lo hago con él.

Decido romper la distancia que nos separa para acercarme y colocar la


cabeza en su pecho con mi nariz rozándole el cuello. Él no duda en
rodearme por la cintura, abrazándome, apretándome contra él. Cierro los
ojos en aquel instante para aspirar el aroma que desprende.

—Lo hago —susurro sobre su piel—, confío en ti, pero... —me quedo
callada, tratando de calmar el ansía por querer saber la verdad—. Esperaré
—acabo por decir—, haré lo que me digas y si me pides paciencia, la
tendré, porque confío en ti y sé que siempre querrás lo mejor para mí.

Siento cómo me aprieta un poco más contra él para posar sus labios en mi
cabeza, plantando un beso largo como si se asegurara de que me encuentro
ahí junto a él. Permanezco escondida en su cuello sin dejar de aspirar el
aroma que desprende y cierro de nuevo los ojos dándome cuenta de que
Iván se acaba de convertir en mi lugar seguro, que quiero permanecer a su
lado, que no lo siento como si se tratara de una necesidad, sino de querer
compartir mi vida con la suya, formando una sola.

***

Abro los ojos, parpadeando para acostumbrarme a la oscuridad que habita a


nuestro alrededor y me froto la mirada mientras me incorporo fijándome
que se encuentra a mi lado con el portátil encima de sus piernas. Ni siquiera
me di cuenta cuando me quedé dormida en el sofá mientras Iván me seguía
abrazando, sin dejar de acariciarme la espalda. Supongo que el silencio y su
delicado toque consiguieron calmarme.

—Buenos días, Bella Durmiente —pronuncia, mirándome—. ¿Qué tal la


siesta?
—¿Buenos días? Querrás decir buenas noches —respondo dejando escapar
un bostezo sin querer—. ¿Cuánto he dormido?

—Un par de horas, solamente, ¿tienes hambre? —pregunta, cerrando el


portátil para dejarlo en la mesita que tiene al lado de la cama.

—Un poco, ¿pretender hacerme la cena?

—Porque que la hagas tú queda totalmente descartado, ¿no? —sonríe.

—Por supuesto, a no ser que quieras que te destroce la cocina.

—Prefiero evitarlo —dice y aprovecha para colocar su mano en uno de mis


muslos, apretando levemente.

—Podríamos ir a cenar fuera —propongo—, a algún restaurante del centro,


¿qué me dices? —Aprovecho para desbloquear mi móvil y buscar alguno en
Internet—. Me apetece algo vanguardista, de esos restaurantes de estrella
Michelin que emplatan para presentarlo como si fuera una obra de arte.

—¿De esos restaurantes que sirven poco, pero que cuesta un ojo de la cara?

—Esos —respondo sin dejar de mirar la lista.

—Pues vamos, entonces —acepta—, ¿ya tienes alguno en mente?

—Veamos... —murmuro, fijándome en las críticas—. Podríamos ir a DDac,


es bastante famoso, creo que he ido alguna vez hace años. —Le miro.

—¿De quién es?

—No lo sé, ¿importa? Tiene buenas críticas, aunque me parece que hay que
pedir cita, pero no creo que nos denieguen una mesa si vamos ahora.

—Dijo la pianista famosa.

—Habló el empresario multimillonario —respondo esbozando una sonrisa


—. Vamos, tengo hambre —digo levantándome de la cama para ir hacia el
armario, eligiendo un bonito conjunto de color negro con un accesorio en
dorado.

Iván me mira, acercándose también, y nos empezamos a vestir.

Recordatorio: DDac (dedac) es el nombre del restaurante de Daniel Duarte.


Antes se llamaba Damián, pero he tenido que cambiarle el nombre por
cuestiones de la trama, ya lo entenderéis más adelante.

Os he puesto un vídeo con la canción instrumental que he tenido de fondo


mientras escribía la escena entre Adèle e Iván, sobre todo, en la parte donde
se habían quedado en silencio y no podían dejar de mirarse a los ojos.

Nos vemos en el siguiente capítulo 😊


Capítulo 18

DESEQUILIBRIO

Iván

Fue necesario que lo supiera, que una parte de sus recuerdos habían sido
bloqueados y que el proceso para que volviera a estar bien sería lento y
complicado, sin embargo, nunca he dejado de pensar lo contrario porque
estoy seguro de que, tarde o temprano, el ave fénix resurgirá de sus cenizas.
Ella mismo lo dijo meses atrás, antes de que se fuera de gira, que nunca
dejaría de ser el fuego que la caracterizaba, de ser el fénix capaz de
desplegar sus alas tras su resurrección.

Necesito que lo tenga claro, que se dé cuenta de que, a pesar de todas las
dificultades, será capaz de superarlo, de que, todo lo que pasó, ya no le
genere ningún tipo de dolor. No puedo evitar pensar cuando recupere el
recuerdo de lo que le hizo Mónica en el búnker y de la muerte de Jolie y
Marcel, lo único que sé es que deberé ser fuerte, por ella, por mí... por los
dos. Soy consciente de que se volverá a romper, de que querrá esconderse
de todo el mundo, de que se cerrará, por eso deberé estar a su lado,
ayudándola, porque necesito que vuelva a estar bien, que sea ella de nuevo,
que recupere la fortaleza y su indomable carácter.

Podría ser perfectamente capaz de olvidarme de toda esta situación y dejarla


a su suerte o, tal vez, internarla en un centro especializado para que la traten
y venir a buscarla, dentro de unos meses, totalmente recuperada. Confieso
que consideré la posibilidad, pero la descarté de inmediato al recordar que
no serviría de nada, que la francesa se encerraría todavía más en ella,
además de que yo no podría dormir tranquilo, no sabiendo que la quiero,
que ella es mi felicidad y que siempre me repetí que estaría dispuesto a
hacer todo por ella.

Permanecerá a mi lado hasta que sane y, después de eso, hasta que ella así
lo quiera.

Una vez que nos bajamos del coche, me doy cuenta del nombre que reluce
bajo la denominación del restaurante: «Daniel Duarte» y no tardó ni dos
segundos en darme cuenta de que se trata del mismo tipo que invitó a Adèle
al baile de máscaras en Madrid, donde tuvimos nuestro encuentro. Aprieto
levemente la quijada al pensar que él no sabe de la pérdida de memoria de
Adèle y tan solo espero que no aparezca y se acerque a nuestra mesa.

El viernes por la noche, cuando vinieron nuestros amigos por petición de


ella, me encargué personalmente de explicarles que, quien dijera algo
inapropiado, tendría problemas conmigo. Les conté que Adèle se había
golpeado la cabeza y que, por eso, no recordaba ciertas cosas, no ahondé en
detalles, no les expliqué nada referente a lo que vivió con Maldonado, pero
les advertí que no debían explicar nada que ellos mismos no conocían a la
perfección. Todo el mundo asintió estando de acuerdo y no hicieron
preguntas, cosa que agradecí.

El que ahora estemos en su restaurante me genera nerviosismo, sin


embargo, sabiendo que los chefs de renombre no suelen pisar la sala...
Niego con la cabeza, desechando cualquier tipo de pensamiento al notar la
mano de Adèle alrededor de la mía. Bajo la cabeza y la observo mirándome,
no puedo evitar esbozar una pequeña sonrisa ladeada.

—¿Estás bien? —pregunta—. Parecías perdido en tu mundo.

Me quedo mirándola sin avanzar hacia la entrada. Si pudiera retroceder el


tiempo, lo haría o, por lo menos, que no hubiera vivido todo el sufrimiento
que Mónica le generó.

No le digo lo que esa palabra me ha generado, no quisiera que, a partir de


eso, desencadene sus recuerdos y se convierta en el derrumbe de las fichas
de dominó sin poder detenerlas. Recuerdo perfectamente lo que le dije en
aquel parking antes de que Adèle entrara en el coche de aquel tipo que la
amenazaba para llevar al hotel donde la estaba esperando Mónica.

«¿Ya soy el centro de tu mundo?», le pregunté después de que ella me


hubiera dicho que me quería a través del micrófono integrado en los
pendientes que le di. «Tampoco te creas tanto», respondió provocándome
una sonrisa. En aquel instante, no era consciente de todo a lo que nos
enfrentaríamos después.

—No es nada, no te preocupes —dije mientras avanzaba a paso lento


instándola a que hiciera lo mismo—. Tengo hambre, nada más.

Una vez en el interior del restaurante, cuya decoración se caracteriza por ser
moderna, aunque manteniendo un ambiente acogedor, nos acercamos hacia
el hombre encargado de asignar las mesas y comprobar las reservas. Se
encuentra sonriente esperando por nuestra respuesta, al cabo de unos
minutos, después de intercambiar unas cuantas palabras, nos conduce hacia
una de las mesas que ha liberado para nosotros y nos sentamos uno al lado
del otro. Le pido que nos traiga un par de copas de vino y una botella de
agua y asiente, marchándose. Otro camarero se encarga de tomarnos nota y
se marcha una vez que ha apuntado los platos que hemos pedido.

Permanecemos en silencio y la observo apoyar la barbilla en su mano, sin


dejar de mirarme. Me permite adentrarme en su mirada grisácea y pienso en
cómo hubiera sido mi vida si Adèle Leblanc no hubiera aparecido, que no
se hubiera sentado, hará exactamente un año atrás, delante de aquel piano
de cola en Plaza Cataluña, que no me hubiera detenido a escucharla, a
grabarla, a darme cuenta de la eufonía con la cual se desenvolvió cuando
tocó aquella pieza dramática y potente, dejando maravillado a todo la
multitud presente.

—Hoy se cumple un año —murmuro y capto la sorpresa en sus ojos. No


tardo en aclararlo—: Desde que te vi tocar el piano por primera vez en
aquella plaza. Exactamente un año —repito, más para mí que para ella.

—Tengo la sensación de como si hubiera pasado más —responde


llevándose la copa de vino a los labios para darle un pequeño sorbo—.
¿Solo un año? —pregunta, incrédula y toca la pantalla un par de veces para
fijarse en la fecha de hoy—. 27 de abril —pronuncia.

—27 de abril —repito, imitándola y saboreo el buen gusto que tengo para
los vinos.

—¿Se podría considerar como nuestro aniversario?

—Yo diría que sí —respondo—, al fin y al cabo, nuestra historia empezó


desde aquel día.

—¿Desde que me viste sabías que iniciaría?

—No tenía dudas, por lo menos, desde que iniciamos ese juego tentador
con las tres reglas, sabía que no te dejaría escapar tan fácil.

—¿Y si no hubiera querido jugar? —pregunta, enarcando una ceja y no


puedo evitar verla con cierta incredulidad, pues eso no se lo cree ni ella. No
se hubiera negado, no había posibilidad de que eso ocurriera.

—Tonterías —me limito a decir—, nuestro juego era demasiado tentador


como para no haberlo aceptado.

—Qué confiado.

—Una de mis tantas cualidades —respondo y, en aquel instante, el mismo


camarero que nos había tomado nota se acerca con nuestros platos. Se
marcha deseándonos buen provecho—. Después nos iremos a comer una
pizza —murmuro al ver la cantidad desorbitante de comida que hay en el
plato.

—Disfruta de la alta cocina —dice y me tengo que reír.

—Lo disfrutaría más sabiendo que acabaré con el estómago lleno —me
quejo—, aunque... —La miro, alzando una ceja—. El postre podemos
tomarlo en otro sitio, ya sabes, que tenga ese toque francés que no hace más
que enloquecerme por su sabor exótico.

Adèle sonríe, negando levemente con la cabeza pues se habrá imaginado a


qué me estoy refiriendo exactamente. Entre nosotros se instala un silencio
cómodo mientras la veo llevarse a la boca una porción de ese plato al cual
le he olvidado el nombre, por lo que, la imito, saboreando la mezcla de
sensaciones que proporciona, aunque deje famélico a más de uno, no niego
que es rico.

—Quiero preguntarte algo —dice, de repente y asiento con la cabeza para


que continúe hablando—. Quiero que me expliques exactamente lo que ha
pasado durante la gira, qué es lo que he hecho... Solamente eso, no hace
falta que me digas nada más, pero es importante —insiste—, algo ha pasado
con Laura y necesito saber qué ha sido.

Ella no vino el viernes porque sus amigas me dijeron que no estaba en


España, entonces lo más probable es que hayan hablado por teléfono. Suelto
un suspiro disimulado mientras pienso qué puedo decirle porque el
problema no sería explicarle lo sucedido durante esos meses sino contarle
qué origino a que esa gira diera lugar.

No puedo decirle nada referente a su familia, es demasiado pronto, tiene


que hablar con Marquina primero, que él guíe la conversación de tal manera
para que el impacto de la noticia no sea tan grave y que las consecuencias
no sean imposibles de controlar. La francesa sigue mirándome ansiosa por
mi respuesta, por lo que, me aclaro la garganta y enderezo la espalda,
colocando los codos en el borde de la mesa.

—¿Qué es lo que te preocupa? —Antes quiero saber qué es lo que le ha


dicho su amiga.
—Está enfadada, bastante, me ha reprochado el hecho de que haya
desaparecido sin decir nada, se ve que no las llamé durante la gira y no lo
entiendo porque... —se queda callada, sin saber cómo continuar—. Se
supone que nunca hemos perdido el contacto, que siempre nos hemos
explicado todo, pero teniendo en cuenta que he perdido algunos de mis
recuerdos... —Se nota que todavía no lo ha acabado de asimilar del todo—.
Quiero saber por qué me distancié de ellas, qué es lo que les hice para que
Laura haya acabado tan enfadada, incluso Rebecca me dijo que había
dejado de hablar sin razón.

Esta situación no me está gustando pues, conociéndola, no parará hasta que


no sepa la verdad, es como si el volcán hubiera empezado a erupcionar,
avisándonos de la  próxima catástrofe. ¿Cómo se logra calmar a un volcán?
No puedo evitar recordar la historia de mis padres, ¿cómo logró mi padre
calmarla cuando mi madre dejó que erupcionara? «Manteniéndome a su
lado sin dejar de hablarle, que supiera en todo momento que me encontraba
junto a ella, que se concentrara en mi voz». Sus palabras me golpean con
fuerza dándome a entender que soy el único que podrá ser capaz de
calmarla.

—Adèle... —susurro—, antes de que te diga nada, tienes que entender que
antes deberás hablar con tu psicólogo, el proceso es complicado y no
quisiera echarlo todo a perder diciéndote algo que podría ser perjudicial
para ti.

—¿Tan grave es? —Me quedo callado y mi silencio es lo que necesita para
darse cuenta de que sí—. ¿Por qué piensas que no podré soportarlo? ¿Qué
ha pasado para que hayamos llegado a esta situación? Soy fuerte, Iván, me
parece que soy perfectamente capaz de superar cualquier cosa.

Siento una pequeña punzada en mi corazón al recordar lo que sucedió en su


habitación casi ocho meses atrás, donde nos dijimos el último adiós
mientras Adèle se iba rompiendo a cada segundo que transcurría, donde
creía que había perdido el sentido de la vida. «No, mi amor, te rompiste una
vez y por eso decidiste alejarte de todo el mundo.

—No te voy a mentir diciéndote que no sucedió nada, de lo contrario, no


estaríamos teniendo una conversación sobre esto —empiezo a decir—. Pasó
algo grave y ese hecho te marcó, por eso no lo recuerdas, pero yo no puedo
ser quien te lo diga y no insistas, ¿de acuerdo? Sé paciente, es lo único que
te voy a pedir. Se arreglará, estoy seguro de ello, pero no te presiones a ti
misma, ¿está bien?

Permanece en silencio durante unos segundos hasta que abre levemente la


boca para decir algo.

—Quiero programar una sesión con Marquina, entonces —murmura—,


para mañana, si puede ser posible. ¿Él sabe lo que ha pasado?

Esta vez, quien se queda en silencio soy yo al darme cuenta de que acaba de
establecer el día para que el volcán erupcione, una cuenta atrás que no
podré detener, no ante su determinado carácter.

—Está bien —respondo, dándole un sorbo al vino.

—¿De verdad?

—Sí, ¿esperarías más tiempo si te lo pidiera? —La veo negar lentamente


con la cabeza y logro ser capaz de entenderla, pues no sé lo que yo haría si
estuviera en su lugar, posiblemente estaría igual de ansioso y desesperado
por conocer la verdad—. Estaré a tu lado durante la sesión —informo—.
¿Estás de acuerdo con ello?

—No tengo problema, pero... ¿para qué quieres estar ahí? ¿Temes que me
pueda pasar algo? —pregunta esbozando una diminuta sonrisa con la
intención de restar tensión al ambiente. De nuevo, me mantengo en silencio
durante unos segundos y observo la expresión de su rostro, que ha pasado a
ser una más seria—. Te preocupa —concluye—, te preocupa que pueda
reaccionar mal, que enloquezca.

—No quiero que te pase nada —me limito a decir—, si no quieres que esté
a tu lado, me lo puedes decir, lo entenderé.

—No es eso, solo que...


Antes de que sea capaz de terminar lo que iba a decir, aparece Daniel
Duarte en nuestro campo de visión y, por inercia, aprieto la quijada
temiendo que diga algo que acabe estropeando todo. Ni siquiera sé lo que
sabe o lo que no, pero él mismo fue quien presenció y dio lugar a que nos
reencontráramos, por lo que, espero que no diga nada referente al baile de
las máscaras pues Adèle cree que fuimos al evento como pareja, que nos
invitaron a los dos y que no fue por separado. Además, ni siquiera sé si la
francesa lo recuerda o no.

—Si me hubieras llamado, os habría hecho unos platos especiales solo para
vosotros —empieza a decir mientras se sienta en una de las sillas vacías.
Observo a Adèle de reojo, está frunciendo ligeramente el ceño denotando
confusión, pero Daniel continúa hablando, sin darse cuenta de ello—. ¿Qué
tal os va la vida? Me alegro de veros juntos, la última vez no...

—Daniel —interrumpo, rápidamente—, gracias, no queríamos molestarte.

—¿Molestarme? Tonterías, tenéis como amigo a un chef famoso,


aprovechaos de mí, os dejo.

—Perdona, pero... —interviene Adèle—, ¿te conozco? ¿Eres el dueño de


este restaurante?

Daniel la mira confundido, pero antes de que pueda intervenir, él no duda


en hablar.

—¿Tan rápido te has olvidado de mí? —pregunta mientras intenta mostrarse


ofendido en plan gracioso. Al no obtener respuesta por parte de la francesa,
su expresión cambia a una más seria—. El evento en Madrid —continúa
diciendo—, el baile de máscaras, te invité a última hora, ¿no te acuerdas?

—Daniel —le interrumpo y, de inmediato, me mira.

—A ver, sé que no hemos compartido una amistad larga y duradera, pero no


ha pasado ni un mes desde el baile de máscaras, ¿en serio no te acuerdas?
—vuelve a preguntar posando su atención en ella.
—Lo siento —murmura ella—, hace poco me di un golpe en la cabeza y
creo que he olvidado ciertas cosas y a personas, por lo visto, pero ¿no
fuimos juntos al evento? —pregunta mirándome directamente y no puedo
evitar soltar un suspiro ante esta nueva situación, sin embargo, Daniel no
tarda en intervenir.

—¿Te dolió?

—¿El qué? —pregunta.

—El golpe en la cabeza, ¿te dolió?

—¿Qué clase de pregunta es esa?

Si la intención de Daniel fue restarle importancia a todo esto, lo ha


conseguido pues he podido observarla esbozar una sonrisa.

—Acabé en el hospital —responde—, así que, supongo que sí, algo dolió.

—Odio los hospitales, ¿a ti te gustan?

Adèle se queda pensando y vuelvo a tragar saliva, joder, me cago en mi


puta vida, parece como si estuviéramos en constante peligro por caminar a
ciegas en un campo de minas.

—Pues... no, no creo que haya alguien a quien les guste —contesta y vuelvo
a respirar con normalidad. Tengo que finalizar esta conversación a la de ya
y supongo que deberé hablar con el chef para explicarle de manera general
lo que ha pasado, no quisiera que dijera algo que termine por estropear
todo.

—Bueno, pareja, os tengo que dejar bajo mi decepción —dice,


levantándose de la silla—. Este restaurante no se dirige solo y es un placer
que os hayáis dignado por fin a aparecer por aquí, ya era hora. Ya
hablaremos, os invitaré a merendar, hago unos postres de lujo.

—Gracias por la invitación, Daniel —respondo y le dirijo una mirada,


haciéndole ver que más tarde querré hablar con él, este no duda en asentir
con la cabeza.
Después de la última despedida, se marcha, dejándonos solos.

—¿Qué ha sido eso? —no tarda en preguntar—. ¿Por qué se ha alegrado de


vernos juntos? ¿No lo estábamos?

De nuevo, no sé qué responder, por lo que, antes de inventarme toda una


historia, decido ir con la verdad, pro lo menos, en lo que a esa pregunta
respecta.

—Es algo complicado, pero... hubo unos meses donde estuvimos separados
—respondo con algo de cautela.

—¿Te refieres a la gira? Tenías que quedarte en Barcelona por la empresa,


¿se está refiriendo a eso?

—Adèle.

—¿Quieres explicármelo? Porque esto no hace que confundirme más, según


lo que ha dicho, pareciera como si hubiéramos roto.

—Dijiste que serías paciente.

Cierra los labios y se echa hacia atrás. Me puedo fijar en la sorpresa en su


rostro.

—Es eso, entonces —murmura, bajito—, ¿por qué rompimos? ¿Cómo fue
que nos reencontramos? ¿Por qué no te afecta? —sigue preguntando,
notándose la desesperación en su tono de voz.

—Lo hablaremos cuando lleguemos a casa, ¿de acuerdo?

—¿Cuál es el problema de hablarlo ahora?

—Porque no creo que a los demás les interese escuchar nuestros problemas
—respondo haciéndole ver que todavía nos encontramos el salón con todos
los demás comensales a nuestro alrededor—. Cuando lleguemos a casa,
hablaremos.
—¿Para qué me sigas diciendo que sea paciente? Prefiero hablarlo
directamente con Marquina, en ese caso.

—Entiendo que quieras comprenderlo, de verdad que sí, pero no te dejes


entrar en la desesperación, cuanto más ansiosa te pongas, será peor, ¿no lo
entiendes?

• ────── ✾ ────── •

Adèle

Me mantengo en silencio ante su explicación tratando de calmarme porque


sé que no voy a conseguir nada diga lo que diga. Es una sensación extraña,
por un lado, soy consciente de que no me acuerdo de algunas cosas, pero
por otro, no logro saber cuáles son exactamente haciendo que la sensación
me parezca sumamente confusa.

No dejo de mirarle y sé que han pasado más segundos de lo debido, sin


embargo, no soy capaz de decir nada. Pensé que no me afectaría, que podría
ser paciente y esperar hasta hablar con el psicólogo, pero no puedo, no dejo
de escuchar a la vocecilla en mi cabeza taladrándome una y otra vez con lo
mismo, que tengo que saber la verdad, que necesito saberla, que no puedo
seguir viviendo bajo las sombras.

—Iré al baño —murmuro mientras me levanto.

—Adèle...

—No —interrumpo lo que sea que había querido decir, ahora mismo, no
estoy para escuchar a nadie—. No te preocupes que no me escaparé.

No le doy tiempo a contestar cuando ya he emprendido la marcha hacia el


baño, segundos más tarde, después de haber cruzado casi todo el
restaurante, me encierro en uno de los cubículos, sentándome en la taza del
váter y apoyo los codos sobre las rodillas. Ni siquiera sé cuánto tiempo
permanezco en esta posición, tampoco sé si pasan segundos o, incluso,
minutos. Intento dejar la mente en blanco, pero no puedo parar de repetirme
que nada es real, que no estoy viviendo en una realidad que mi mente ha
decidido construir para mí, que me aterra aquellos recuerdos que han
decidido desaparecer.

Suelto el aire despacio, repito de nuevo la acción dejándolo escapar


lentamente y abro la puerta, cerrándola al instante detrás de mí. Apoyo las
manos sobre el borde de la mesa y observo mi imagen en el espejo. No
tardo en preguntarme por qué mi mente decidió bloquear los momentos que
viví y cómo ha sido que he llegado a este punto. Me mojo las mejillas,
notando la sensación fría de inmediato y cierro los ojos de nuevo.

«Tienes que ser fuerte», no tardo en decirme. ¿Fuerte? ¿Cómo quiero


pretender ser fuerte cuando no conozco mi vida en su totalidad? Abro la
mirada apreciando el color grisáceo en mis ojos y las palabras de Iván
vuelven a hacer eco en mi cabeza: «Tienes que ser paciente».

Debo serlo, no me queda otra opción, al igual que también tengo que
disculparme con él y decirle que no tiene la culpa de nada. Esbozo una
sonrisa incrédula, ¿por qué acabamos descargando nuestra molestia con
aquellos que tan solo quieren ayudarnos?

Decido salir del baño e ir de nuevo con el poeta, no obstante, una vez que
llego a la sala donde se encuentran los comensales, en una de los
ventanales, soy capaz de apreciar el reflejo de una persona mirándome
fijamente. Me acerco unos pasos más entrecerrando la mirada y siento que
algo dentro de mí ha empezado a romperse.

Noto una punzada de dolor en la cabeza cuando me doy cuenta de que se


trata de Mónica Maldonado. No puedo dejar de observar su reflejo quien no
deja de mirarme mientras está esbozando una sonrisa ladeada y empiezo a
sentir como si alguien me hubiera dado un golpe directamente en el
corazón. Contengo el jadeo mientras me centro en volver a respirar y tengo
el instinto de abrazarme a mí misma a la vez que cierro los ojos.

No veo nada, tampoco soy capaz de oír a nadie cuando, de repente, el


lloriqueo de una niña pequeña hace que despierte por completo dejando que
una lágrima se resbale por mi mejilla. Diferentes imágenes me golpean con
fuerza y no puedo evitar caerme de rodillas al suelo ante la intensidad que
denota todo lo que pasó en aquel búnker, desequilibrándome por completo.
Lo último que noto son unos brazos alrededor de mí, abrazándome con
fuerza.

#miedo #terror #pánico

Esto no es un simulacro, así que, el siguiente capítulo estará potente.


Capítulo 19

NO ME DEJES

Ester

Desde que se presentó en el centro psiquiátrico aquella tarde, siempre ha


intentado aparentar una semblante tranquilo, que se le notara que llevaba las
cosas bajo control, no obstante, lo primero que pensé de él por la sensación
que me dio, era que se trataba de un psicópata con aires de grandeza y
egocentrismo.

No me equivoqué, siempre decía que las cosas o se hacían a su manera o no


se hacían, por ese motivo es que ni me molestaba a ponerme a pelear con él,
no valía la pena, no si con eso posiblemente acabaría con un dolor de
cabeza insoportable porque Álvaro Maldonado no era una persona que
tendiera a razones. No le gustaba razonar, tampoco escuchar opiniones
ajenas. Por ese simple motivo fue que empecé simplemente a observar lo
que hacía, ver qué decisiones tomaba e intentar escuchar con quién hablaba
o, por lo menos, aquello fue lo que la voz en mi interior me había
aconsejado.
Por esa y más razones, me había sorprendido cuando recibí una llamada de
su parte hará unos minutos atrás y lo que menos me esperé, fue que
empezara a explicarme sobre la francesita. Me había contado ciertas cosas,
pero bajo en ninguna circunstancia fue algo relacionado sobre sus planes o
lo que sea que tuviera pensado hacer. Álvaro, mi primo, según él, se
comportaba como si yo fuera un fantasma a su lado y lo cierto era que no
me gustaba en lo absoluto, por eso me sigo manteniendo en silencio
esperando a que me cuente el motivo real detrás de su llamada.

—Ha recuperado la memoria —dice y tan solo me limito a levantar las


cejas levemente sin saber qué decir. Me había comentado algo de que la
había perdido debido a un golpe en la cabeza, pero no tenía idea en qué
nivel se encontraba.

—¿Cómo?

—Tan solo le hizo falta verme, el caso es que necesito que hagas algo por
mí —dijo y esbocé una sonrisa incrédula. Este es el motivo real detrás de la
llamada, que le haga un favor. Lo peor de todo esto es que no me puedo
negar. «Sí puedes». No, no puedo, no si no quiero acabar con un tiro en la
frente. Me amenazó con eso, me dijo que u obedecía o ya me podría
despedir de todo cuanto conociera—. Me da igual cómo lo hagas, pero
quiero que te vuelvas a acercar al señorito Otálora para que le coloques un
programa espía en su móvil que nos permitirá mantenerlo vigilado.

—¿Por qué no le envías un virus? ¿Tu equipo no es capaz de hackear su


móvil?

—Ester, haz lo que te digo —responde—. Estoy confiando en ti, deberías


apreciarlo, además, tienes la oportunidad de volver a acercarte a él, ¿por
qué no la quieres aprovechar?

«Tu primo no ha resultado ser muy inteligente». Me parece que no.

—Porque me detesta —respondo, haciéndosela corta—. Si me acerco a él


por el motivo que sea, sospechará y estará más alerta, más de lo que está
ahora, no creo que sea muy buena idea lo que me estás diciendo.
—¿En qué momento te he dicho que seas tú quien se acerque? —Siempre
hace lo mismo, darle la vuelta a sus palabras en base a mis respuestas—.
Como si se lo pides a su vecina, me da lo mismo, el caso es que necesito
tenerle vigilado, ¿está claro?

—Tampoco hace falta que me hables así. ¿No se supone que somos familia?
Tú mismo me lo dijiste, eres mi primo, entonces, o empiezas a comportarte
como tal o no voy a hacer una mierda.

Se hace el silencio y tan solo logro escuchar su respiración acompasada en


el otro lado de la línea.

—Está bien —responde—, perdóname, no quería hablarte así —hace otra


pequeña pausa y dudo si creerle o no—. Entonces... ¿podrás hacerlo?
Porque una vez que Iván caiga y consiga que Renata esté fuera de juego, mi
madre podrá dar inicio a su plan de escape.

—Considéralo hecho —respondo.

—Bien, sabía que podía contar contigo. —Pocos segundos más tarde,
cuelga la llamada dejándome con el móvil todavía en la oreja.

De nuevo, aparece esta sensación de que me está utilizando, de que no


pretende acercarse a mí, que no le importo en lo más mínimo y que lo único
en lo que soy buena es para hacerle favores, aun así, ni siquiera he sido
capaz de decir «no», porque sigo teniendo la firme idea de que logrará
apreciarme tarde o temprano.

Abro de nuevo la lista de contactos y decido llamar a Verónica, supongo


que es hora de mantener una charla entre amigas.

• ────── ✾ ────── •

Iván

La veo caminar lentamente por la sala ganándose la curiosidad de varias


mesas y me puedo dar cuenta de que no ha dejado de mirar a través del
vidrio, entonces no dudo en preocuparme y empezar a pensar lo peor. Me
apresuro en ir hacia a ella y a la mínima que la veo con la intención de
caerse al suelo, la envuelvo entre mis brazos evitando su caída.

Daniel no tarda en aparecer a mi lado, diciéndome al oído que vaya hacia su


despacho para acostarla en el sofá. Asiento con la cabeza y me dispongo a
irme, dejándolo a él para calmar a sus clientes.

Ni siquiera sé qué ha podido pasar, la dejé irse al baño, sabía que estaba
disgustada, pero no al punto de llegar hasta esta situación. La aprieto
levemente contra mi pecho y noto al chef colocarse delante de mí para
señalarme el camino. No tardamos en llegar a su despacho y observo el sofá
de color beige que se encuentra pegado a la pared.

—¿Crees que ha sido una bajada de tensión? —empieza a preguntar—.


¿Qué le traigo? ¿Un zumo con mucho azúcar? ¿Llamo mejor a una
ambulancia?

—Despertará, dale tiempo, pero sí estaría bien alguna bebida, necesita algo
fresco —respondo—. Antes de irte, quiero que sepas algo —le detengo—.
Adèle ha perdido la memoria, parte de ella, no recuerda que han matado a
su sobrina y a su hermano, así que, te agradecería que no digas nada cuando
despierte, porque no sé lo que ha pasado y no quiero pensar que la haya
recuperado, no ahora, no así.

Daniel se queda sorprendido ante mis palabras, pero tan solo se limita a
asentir con la cabeza para desaparecer segundo después del despacho.

Me fijo en la francesa y no dudo en arrodillarme a su lado para agarrarla de


la mano. Mantiene los ojos cerrados y soy capaz de observar el pequeño
movimiento en sus párpados indicando que no tardará mucho en abrirlos.
Me muerdo el interior de la mejilla sin dejar de mirarla y darme cuenta de
que lo peor está a punto de suceder. Una vez que abra los ojos, ya no habrá
vuelta atrás.

Coloco una mano sobre su mejilla y acaricio su piel de manera delicada.


«Por favor, sé fuerte», le digo en silencio, sin abrir la boca. «Eres el ave
fénix, resurge, joder». Necesito que lo sepa, que lo haga, que no se destruya
más, que consiga resurgir de las cenizas para volver a ser el fuego que era
antes.

El movimiento en sus párpados se intensifica y con ello, el de su cabeza


también, girándola de un lado a otro mientras intenta hacer profundas
respiraciones para luego dejar escapar el aire. Abre los ojos a los pocos
segundos acostumbrándose a la luz mientras se frota el rostro con una mano
y, cuanto me enfoca, se levanta rápidamente tomando una postura
defensiva.

—Adèle —intento llamarla, pero ella empieza a negar con la cabeza.

—Me dijiste que no se escaparía —empieza a hablar y no logro comprender


a qué se refiere—. Llámala, ¡llámala, joder! —Se acerca a la ventana y no
duda en tirar de la cortina para ocultarse—. ¿A qué estás esperando?
Llámala. —Puedo apreciar varias lágrimas en su mirada.

Saco el móvil del bolsillo trasero del pantalón y se lo enseño en alto para
que lo vea, no obstante, trato de acercarme a ella para contenerla y evitar
que se haga más daño.

—Necesito que me digas a quién debo llamar.

Adèle se aparta bruscamente para agarrarse de la cabeza con ambas manos,


convirtiendo aquellas lágrimas en un llanto difícil de detener. Se deja caer
de rodillas al suelo sin dejar de llorar de manera desconsolada, haciendo
que mi corazón se fragmente al verla de esta manera.

—¿Por qué...? —trata de decir en medio de la respiración descontrolada—.


¿Por qué habéis dejado que se escapara? ¿Por qué vuelve a doler tanto? Por
qué... joder. —Esconde su rostro entre sus manos y me dejo caer junto a
ella, dejando que me abrace y se esconda en mi cuello.

• ────── ✾ ────── •

Adèle
Varios recuerdos me golpean con fuerza haciendo que reviva todo, cada
golpe, cada impacto, cada lágrima... Cuando me clavaron una aguja en el
cuello haciendo que despertara en aquella habitación subterránea, los azotes
que recibí en la espalda, las horas que estuve de pie, los segundos que
conté... las veces que me quise morir al pensar que no saldría viva de ahí...

Intento contener el llanto, trato de calmarme, pero no puedo, no lo consigo,


no cuando más imágenes se rebobinan para hacerme vivir de nuevo aquel
infierno, aquellos días que no dejan de atormentarme.

Mis respiraciones son profundas queriendo conseguir más aire porque la


sensación de ahogo no desaparece, todo lo que creí que había dejado atrás,
ha vuelto con más fuerza para volverme prisionera de mi propia mente. Me
aferro a él, clavo mis uñas en su piel, abrazándole fuerte porque, ahora
mismo, necesito que sea mi ancla, que esté junto a mí sin importarle nada ni
nadie más.

—No me dejes —susurro—, por favor, no lo hagas, no me sueltes —insisto


sin permitir que nuestros cuerpos se separen. Le abrazo un poco más fuerte,
rodeándolo por el cuello mientras siento más lágrimas caer por mis mejillas.

—No lo haré, estoy aquí. —Siento sus brazos rodearme un poco más fuerte
mientras me deja sobre su regazo—. Tranquila, no me iré de tu lado —
susurra sin dejar de acariciarme la espalda, pero no puedo dejar de notar las
cicatrices sobre la piel, por lo que, no puedo evitar retorcerme ante su toque
—. Perdón, yo no pretendía... —Ni siquiera puede acabar la frase cuando
deja de tocarme la espalda.

Nos volvemos a quedar en silencio y su caricia ha pasado a mi melena. No


puedo separarme de él, sin embargo, aquellos recuerdos no dejan de
golpearme, intento cerrar con fuerza la mirada, quiero dejar la mente en
blanco, pero el simple esfuerzo hace que una punzada de dolor en la cabeza
aparezca, una tras otra, sin detenerse, sin permitir que pueda recuperarme
de la anterior para volver a acribillarme.

Ni siquiera sé cuántos segundos transcurren, tampoco sé si se han


convertido en minutos, pero no nos movemos de esta posición, no deja de
acariciarme lentamente la cabeza sin permitir que haya ninguna separación
entre ambos y puedo notar el cosquilleo en mi piel debido a su respiración
acompasada.

—Háblame, Adèle —pide en un tono muy bajito—, háblame en francés, si


quieres, pero dime algo —insiste al ver mi intención de permanecer en
silencio—. Necesito que me digas a quién quieres que llame, qué es lo que
quieres que pregunte.

No respondo, no quiero que se vuelva real, no quiero pensar que Mónica


Maldonado está suelta, que se ha escapado y que irá directamente a por mí
o lo que es peor aún, a por mi familia. Me separo de él al pensarlo, al
imaginármelo siquiera.

—Llama a tu madre, pregúntale si Mónica sigue encerrada —le pido


rápidamente—. No podéis permitir que se escape, ¿me oyes? No puede salir
de esa prisión, no quiero que me siga haciendo daño, que siga haciéndoselo
a los demás.

—¿Por qué piensas que se ha escapado? —pregunta mientras se lleva el


móvil al oído después de haber marcado el número de la comandante.

—Porque la acabo de ver.

Observo la sorpresa en su rostro, pero no tiene tiempo de preguntarme nada


ya que Renata acaba de aceptar la llamada.

—Necesito que compruebes algo —dice sin dejar de mirarme—, es urgente.


No, no puedo esperar. Es sobre Mónica Maldonado, ¿sigue en su celda? —
Sus pupilas viajan por mi rostro y no tardo en cerrar los ojos al sentir la
caricia de sus dedos en mi mejilla—. No te lo puedo decir —sigue hablando
con su madre—. No, no ha pasado nada grave, mañana vendré y te lo
contaré todo, ¿está bien? —se queda de nuevo callado sin detener el
movimiento de su pulgar sobre mi pómulo consiguiendo, por extraño que
parezca, que me tranquilice—. ¿Está ahí? De acuerdo, gracias, mamá, te lo
explicaré en cuanto pueda. Sí, la llevaré conmigo, sabes que necesita
respuestas, de acuerdo, adiós. —Cuelga la llamada y se guarda el móvil en
uno de los bolsillos.
—¿No se ha escapado? —pregunto sintiendo mi corazón empezar a
comprimirse ante la respuesta que me pueda dar, pero al ver que la
conversación con la comandante no lo ha alterado, me confirma que
Mónica sigue ahí, siendo vigilada las veinticuatro horas del día.

—No se ha movido de su celda —pronuncia y se queda callado durante


algunos segundos comprobando la expresión en mi rostro—. Tienes que
decirme lo que hayas visto exactamente.

Intento hacer memoria, pero la mirada de Mónica es lo único que logro


distinguir con claridad y que ha hecho que logre recuperar aquellos
recuerdos que estaban bloqueados. Trato de mantener los ojos abiertos, pero
no puedo evitar sentir cierto cansancio empezar a abrazarme haciendo que
mi respiración se vuelva más acompasada, con los hombros más decaídos.

—No lo sé —suelto un suspiro—, ahora mismo... llévame a casa, por favor.

—¿Te duele la cabeza?

Ese dolor al que Iván se está refiriendo no se compara con el que estoy
sintiendo en este preciso instante pues pareciera que tuviera un torbellino en
mi cabeza tratando de ordenar lo que se me había sido quitado, con lo que
yo creía que sabía. Al mínimo intento de viajar al pasado a través de las
lagunas, siento un pinchazo en la zona de la nuca, matándome.

Iván no tarda en levantarse al darse cuenta de la dificultad que he empezado


a tener de un momento a otro incluso para hablar. Siento la mirada empezar
a llenarse de lágrimas, amenazando con salir, pero me las ingenio para no
derramar ninguna porque estoy harta de estar rodeada de esta sensación de
destrucción.

«No quiero seguir rompiéndome». No puedo dejar de repetir la misma frase


una y otra vez, no obstante, la imagen de Jolie no tarda en aparecer
reviviendo, de nuevo, lo que se suponía que había enterrado o, por lo
menos, cuando pensaba que lo había hecho.

—Necesito dormir —respondo con la voz algo apagada y no tardo en


observar mi alrededor—. ¿Dónde estamos?
—En el despacho de Daniel —responde ayudándome a levantarme y, en
aquel instante, oímos su voz adentrarse en el espacio.

—Es mi propia cocina y me ha costado media vida para encontrar una


simple botella de agua —murmura y me la entrega sin obviar la sonrisa
compasiva que me ha dedicado—. Espero que te encuentres mejor, aunque
sería mejor que te viera un médico para que te asegures.

—No hace falta —contesto llevándome la botella a los labios para beberme
un trago. De inmediato, siento el líquido frío por mi garganta, de pronto,
recuerdo la imagen de las pastillas que me proporcionaba Félix. Cierro los
ojos, haciéndola desaparecer. No puedo volver a caer en lo mismo.

—Gracias por todo, Daniel —murmura Iván, mirándole y este no tarda en


negar con la cabeza.

—Que va, no ha sido nada, de hecho, estaba pensando en que salierais por
la puerta del servicio porque, a pesar de que he tratado de callar a los
comensales, algunos han reconocido a la pianista francesa. Lo digo por si os
queréis evitar escuchar comentarios o cosas de esas.

—Es lo que te iba a pedir, llevarlo con discreción.

—No te preocupes, entonces, cuando querías, os estaré esperando fuera —


continúa diciendo para posar su mirada en la mía—. Tienes mi número,
llámame cuando quieras y vendré para prepararte algo de comer.

—Me gustaría —contesto esbozando una leve sonrisa—, gracias.

—No es nada.

Después de una última mirada, vuelve a marcharse del despacho


dejándonos solos y no tardo en notar la mano de Iván sujetando la mía
haciendo que clave mi mirada en la de él. Nos quedamos en esta posición
durante algunos segundos y no puedo evitar soltar un suspiro por la boca,
luego de haber separado levemente los labios.
Me está demostrando, una vez más, que da igual lo que pase, da igual la
clase de infierno en el que nos encontremos, que él no se marchará de mi
lado, que, a pesar de todo, seguirá siendo mi complemento, simbolizando el
fuego, las cenizas y mi resurrección.

—Vamos, te llevaré a casa —susurra y no tarda en empezar a caminar hasta


salir del despacho de Daniel.

Pocos minutos más tarde y después de haber salido por la puerta trasera del
restaurante, me abre la puerta del copiloto haciendo que me siente, él no
tarda en hacerlo y escucho el leve ronroneo del motor. Trato de mantener
los ojos abiertos, pero se me dificulta todavía más al sentir su mano en mi
muslo, apretándome levemente la piel. Trago saliva al sentir que me estoy
muriendo de sed otra vez, a la vez que no puedo seguir con los ojos
abiertos.

—Duérmete, Adèle —susurra y noto su mano en mi frente queriendo que


apoye la cabeza sobre el respaldo del asiento. Me dejo guiar por él y no
tardo en dormirme.

***

Abro los ojos notando el mullido colchón bajo mi cuerpo y puedo darme
cuenta de que todavía es de noche, por lo que, tan solo habrá pasado unas
pocas horas. Me froto el rostro despertándome por completo y me dirijo al
salón al ver la luz proveniente las lámparas de la cocina. El dóberman no
tarda en acercarse queriendo que le acaricie la cabeza y es lo que hago,
recibiendo un sonido satisfactorio de su parte, sin embargo, se vuelve a
separar pasados unos segundos al oír el silbido de Iván.

Sigo caminando, descalza, hasta que llego a la sala de estar y me lo


encuentro en el sofá trabajando con el portátil sobre su regazo, que no tarda
en cerrarlo al darse cuenta de mi presencia después de que Phénix haya
dejado escapar un ladrido. Me fijo en la hora, ni siquiera son las doce de la
noche, por lo que no habré dormido mucho, no obstante, me he quedado
profundamente dormida. Es de aquellas veces que el sueño me ha parecido
como si hubiera pasado solamente minutos.
—¿Cómo estás? —me pregunta algo preocupado y no tardo en negar con la
cabeza para acercarme a él, sentándome a su lado.

Acuesto la cabeza sobre su pecho mientras paso un brazo sobre su


abdomen, cerrando los ojos en el proceso para aspirar el aroma de su piel.
Él me devuelve el gesto pasando el suyo por detrás de mi espalda e intento
no tensarla al notar las cicatrices que me cubren.

Noto el sofá hundirse ante la llegada de Phénix a nuestro lado, no se quiere


separar de Iván pues, durante este par de días, ha estado con David en su
apartamento quien ha cuidado de él.

—Ni siquiera sé qué responder a eso —susurro mientras me acurruco un


poco más—. Creo que es demasiado, todo lo que ha pasado... el golpe, la
pérdida de memoria... no lo sé, Iván, tampoco sé lo que necesito.

—Si crees que lo mejor sería alejarte durante el tiempo que necesites, está
bien —responde—, sabes que te apoyaré en todo lo que decidas, pero... —
se queda callado y puedo intuir lo que iba a decir.

—¿Pero? —le animo a seguir.

—No quiero que suene egoísta por mi parte —confiesa—, y tampoco


quiero que lo veas como una dependencia.

—No lo estoy viendo de esta manera —respondo, sincerándome—. Lo


único que veo es a una persona que está dispuesta a quedarse al lado de la
que ama sin importarle nada más, a apoyarla incondicionalmente, a
entenderla... —acabo por decir mientras levanto un poco la cabeza con tal
de mirarle—. Estoy en la mierda de nuevo, vuelvo a estar destruida, sin
embargo... quiero pensar que podré superarlo, sin la ayuda de las pastillas,
sin beber... tampoco quiero olvidar lo que pasó, pero necesito que deje de
dolerme y sé que contigo a mi lado... podré sobrellevarlo un poco mejor.

Vuelve a abrazarme para acercarme hacia su pecho después de haberme


besado la frente.
—No quiero que dudes de ti —dice—, y tampoco quiero que pienses que
me iré de tu lado, ¿en qué cabeza cabe que voy a estar dispuesto a no
apoyarte? Te quiero, joder, te quiero más de lo que piensas.

Levanto de nuevo la cabeza queriendo mirarle, a adentrarme de nuevo en la


oscuridad que la envuelve mientras me doy cuenta de lo que acaba de decir.
Me acerco un poco más y acabo por unir nuestros labios en un casto beso,
delicado, suave, sin prisa, sin la intención de hacer desaparecer la cercanía
que nos une.

—Quiero hablar con Renata —digo, volviendo a apoyar la cabeza sobre su


pecho—. Antes de golpearme la cabeza dije que hablaría con ella, quiero
saber lo que ha pasado con Marcel, cómo Mónica secuestró a mi sobrina...
Necesito entender lo que ha pasado, creo que solo así podré dar un paso
hacia adelante.

—Hablaré con ella, lo organizaré.

—Gracias.

—No tienes por qué darlas —responde en un susurro—. Creo que es


necesario, que lo sepas, que entiendas lo que sucedió.

Nos quedamos en silencio otra vez mientras asiento levemente con la


cabeza y permanecemos en esta posición hasta que logro cerrar los ojos
queriendo que, esta noche, las pesadillas no me consuman, que logre dormir
sin despertarme, descansar durante, al menos, unas horas sin el temor a
volver a vivir su muerte.

Trago saliva mientras hago desaparecer el pensamiento y, gracias a su


caricia, consigo quedarme profundamente dormida.

Los amo, fin.


El siguiente capítulo (que espero tener esta semana porque ya lo estoy
escribiendo), ya es el 20, omg, un poco más y ya casi la mitad de la historia
y todavía faltan un montón de cosas por contar

No se olviden de dejar su votito y comentar

Como siempre, nos vemos en el siguiente y dejo como sugerencia seguirme


en Twitter (anauntila_), soy bastante activa por allá y siempre estoy dando
adelantos y cositas

Un beso muy grande, muacks


Capítulo 20

UNA MILÉSIMA DE SEGUNDO

Adèle
No quise esperar más, Iván lo entendió y no dudó en contactar con
Marquina, sin embargo, por problemas personales no pudo venir al
penthouse, por lo que, propuso en tener una sesión por videollamada, pues
le había puesto al corriente de la situación y tampoco quiso posponerlo más.

Me acuerdo que terminé durmiéndome en su pecho mientras me mantuvo


abrazada a él, ni siquiera sentí cuando me cargó en brazos para llevarnos a
su habitación y dejarme acostada sobre la cama. Por lo menos, no tuve
ninguna pesadilla, sin embargo, no pude evitar despertarme alguna que otra
vez durante la noche. Comprobaba la hora y volvía a dormirme sobre su
pecho, también sentía a Phénix levantar la cabeza comprobando que no
ocurría nada.

Pude dormir. Todavía sigo sin creérmelo y es algo que quiero preguntar
pues, tras varios meses, ha sido la primera vez que he dormido sin revivir lo
que pasó en aquel búnker.

Me encuentro esperando, en su despacho, a que el psicólogo acepte la


llamada y debo confesar que estoy nerviosa, sintiendo el corazón empezar a
bombear más fuerte de lo normal. Todavía me sigo haciendo a la idea,
asimilando, que acabo de recuperar aquellos recuerdos más dolorosos
después de haberla perdido debido a un golpe en la cabeza.

Recuerdo perfectamente aquella escena, me puse nerviosa, bastante,


Marquina solo intentaba ayudarme, sin embargo... no me podía calmar, no
podía contener la respiración acelerada, la inquietud en mi cuerpo, notaba
calor y frío a la vez y un leve mareo invadirme. No era la primera que había
tenido un episodio así, durante la gira había sentido algunos más, pero
nunca me alteré al punto de caerme y golpearme.

De un momento a otro, acepta la llamada con su imagen ocupando la


pantalla completa. Percibo una pequeña sonrisa a modo de saludo y no tarda
en empezar a hablar.

—Buenos días, Adèle, ¿qué tal se encuentra? —pregunta, queriendo


controlar la situación. Lo puedo notar, ya que percibe mi nerviosismo.
Dejo escapar un suspiro pensando en la respuesta, ni siquiera sé si tengo
una lo suficientemente clara para que exprese todo lo que está ocurriendo
en mi interior. «¿Cómo estoy realmente?» Destruida, es lo que le dije a Iván
anoche, rota, destruida y en cenizas, por eso quiero resurgir de una maldita
vez de ellas, volver a estar bien, aunque me cueste y el camino sea difícil de
seguir porque si no llego a estar bien conmigo misma, tenderé a la propia
destrucción, volviéndome inestable.

—No lo sé —confieso esbozando una leve sonrisa y, de inmediato, siento la


mirada empezar a picarme mientras trato de llorar. No quiero llorar, no
quiero derramar ninguna lágrima más, no quiero representar ninguna
debilidad, pero... joder, trago saliva intentando que el nudo en mi garganta
se disipe.

Marquina se queda callado y sé, por su mirada, que quiere darme espacio,
por lo menos, con el silencio. Quiere darme un tiempo para que demuestre
que, a pesar de estar negándolo, tengo la respuesta a su pregunta.

Me quedo mirándole mientras me muerdo el labio y no ha apartado su


mirada de la mía.

—No retenga las lágrimas —murmura—, llorar está bien, es una forma de
liberar cualquier tipo de sentimiento que hemos ido acumulando sin evitar,
una manera de descargarla cuando sentimos que ya no podemos más.

—Como empiece a llorar, no me podré detener —confieso lo más clara que


puedo para que me entienda.

—Se detendrá cuando usted así lo sienta, no es algo que podamos controlar.

Me muerdo el interior de la mejilla al oír sus palabras y una lágrima cae


rápidamente sin poderla detener, le sigue otra y, segundos más, ya estoy
limpiándome las mejillas. Nos quedamos en silencio, no me permito alzar la
voz, tampoco a abrir los labios porque sé que, de hacerlo, empezaría el
llanto y no quiero llegar a ese punto, no obstante, no lo consigo cuando las
lágrimas no se detienen y dejo escapar pequeños jadeos después de haberme
tapado la cara con las manos.
—De todas las veces que ha llorado delante de mí, ahora se está
permitiéndome desahogarse —continúa diciendo él, en un tono bajo—.
Déjese llevar, no se enconda, tampoco piense, no es fácil superar lo que ha
pasado y lo está haciendo lo mejor que puede, ¿de acuerdo? —No
respondo, trato de limpiarme las mejillas con las manos queriendo que la
imagen de mi sobrina inconsciente en el suelo desaparezca de una vez—.
¿En qué está pensando ahora mismo?

—Quiero que me diga qué es lo que debo hacer para que no me duela tanto
—suelto en el mismo instante en el que acaba de hablar. No puedo evitar
agarrarme la piel de la mano con las uñas tratando de canalizarlo todo hacia
ese punto.

—No hay una fórmula exacta —responde—, todo depende de usted, para
eso necesito que me diga qué es lo que está pensando en estos momentos,
qué recuerdos le llegan, qué siente cuando lo vuelve a revivir... tiene que
haber cierta comunicación, Adèle, tiene que abrirse, en este caso, tiene que
hacerlo conmigo, ¿lo entiende? —hace una pequeña pausa—. Es la única
manera para que deje de doler.

Me aclaro la garganta con la intención de que el nudo que tengo


desaparezca y me pongo derecha haciendo que la espalda toque el respaldo.
Me quedo pensando en sus palabras y no tengo de repetir las últimas que
acaba de decir: «es la única manera», «tiene que haber comunicación...».
Durante los meses que tuvimos las sesiones, a pesar de que le había contado
todo lo que sabía, seguía sin ser capaz de abrirme completamente, algo me
lo impedía y no estaba entendiendo el por qué.

—Siento rabia —confieso—, ellos no deberían haber muerto, pero mi


familia es y sigue siendo mi punto débil y no dudaron en utilizarlo, Jolie
solo tenía cuatro años... —No puedo evitar que otra lágrima, esta vez
solitaria, se deslice por mi mejilla. Vuelvo a tragar saliva intentando
contenerme—. Estoy enfadada, molesta y cabreada, sobre todo porque eso
no debió haber pasado y si... —me quedo callada al momento de darme
cuenta de lo que iba a decir.

—¿No quiere acabar la frase?


—No sirve de nada arrepentirse por los actos de uno mismo.

—En eso tiene razón, sin embargo, no creo que sea bueno tampoco
guardarse ese tipo de cosas, al fin y al cabo, el arrepentimiento funciona
como un modo de desahogo. ¿De qué se arrepiente, Adèle?

—Tengo la sensación de que tengo la culpa, pero a la vez... no creo


merecerme todo lo que pasó.

—Es que no se lo merece, tenga en cuenta de que usted sigue siendo la


víctima y no tiene por qué pensar lo contrario.

Esta conversación ya la tuvimos tiempo atrás y me dijo exactamente lo


mismo que me está diciendo ahora, pero, por el motivo que sea, necesito
volverlo a escuchar y entender que la culpable no soy yo, tampoco Renata y
mucho menos Iván, la culpable sigue siendo Mónica Maldonado y el que
esté pagando ahora por todo lo que ha hecho, permaneciendo bajo la mira
de Renata, me causa cierto alivio.

—¿Lo puede repetir?

—Deje de pensar que usted ha tenido la culpa, no es así y no lo será en


ningún momento. Decidió divertirse aquella noche y nadie tiene por qué
juzgarla por haberse ido con aquel hombre. Que Rodrigo Maldonado haya
sido una mierda de persona, perdón por la palabra, no la convierte en la
culpable, tampoco en la responsable de lo que sucediera en el búnker.

—No tuve ninguna pesadilla anoche —digo al cabo de unos segundos—, y


es algo que me sorprende, siempre las he tenido, desde aquel día, jamás
cesaron.

—¿Por qué le preocupa?

—Porque no he hecho nada para dejarlas de tener.

—Las pesadillas suelen ocurrir debido al estrés o a la ansiedad, que no las


haya tenido durante una noche no significa que ya no vuelvan más,
posiblemente se haya debido a la fatiga mental, no obstante, para dejarlas
de tener completamente, convendría realizar una serie de ejercicios que la
podrían ayudar. Le mandaré una lista en un correo electrónico.

Me quedo callada, asintiendo con la cabeza mientras pienso que tal vez
podrían volver, cosa que no quiero.

—¿Puedo hacerle una pregunta?

—Pregunte sin dudar —me muestra una sonrisa con la intención de


tranquilizarme.

—¿Se acuerdo cuándo me practicó la hipnosis?

—Sí, ¿qué sucede con ello?

—Quisiera volverlo a intentar —contesto, yendo directamente al punto y


espero pacientemente por su respuesta. Sé que, debido a lo que pasó la
última vez, no quiero volverlo a repetir, pero... necesito despedirme de ellos
—. No me lo niegue —insisto—, necesito verlos, aunque sea por última vez
para decir en voz alta el adiós que nunca me atreví a pronunciar.

El psicólogo se lo piensa durante largos segundos.

—Después de unas sesiones, todavía no se lo puedo asegurar.

—Está bien, gracias.

Unos veinte minutos más tarde, después de que me haya hecho más
preguntas para que le siguiera contando cómo me sentía, finalizamos la
sesión y Marquina procede a cortar la videollamada dejando la pantalla
negra, por lo que, la bajo lentamente sin poder evitar observar la ciudad que
se encuentra delante de mí. Cierro los ojos al instante, apartando la cabeza
mientras intento que el recuerdo de esa llamada, meses atrás, se vaya. La
primera vez que me llamaron cuando me amenazaron que dispararían a
Susana, por lo que, eché las cortinas evitándome que siguieran teniéndome
en su mira.

Salgo de su despacho segundos más tarde y me dirijo hacia el salón. Me


encuentro a Iván en la cocina preparando algo y, al instante, la curiosidad
me gana, acercándome a él. Phénix no tarda en acercarse hacia mí al oír mis
pisadas.

El poeta no me ha quitado el ojo de encima desde que aparecí por el salón.

—¿Estás bien?

—Sí —respondo mientras le presto atención al dóberman, acariciándole por


detrás de las orejas.

Él no dice nada más, entendiendo que ahora no quiero hablar, no obstante,


una vez me siento en uno de los altos taburetes que se encuentran frente a
él, empiezo a explicarle toda la conversación con la cual se muestra atento y
no me interrumpe hasta que no termino de hablar.

—Nadie dijo que sería fácil, pero si le pones esfuerzo, no dudo en que
podrás salir de esta. Sabes que yo estaré a tu lado, que no te dejaré —
murmura, mirándome y me acuerdo de la conversación que tuvimos ayer,
cuando le pedí que no lo hiciera.

Asiento levemente con la cabeza y apoyo la cabeza sobre mi puño sin dejar
de mirar lo que sea que esté preparando. Cambio el tema interesándome por
su faceta culinaria y no tarda en explicarme la receta. También me dice que,
cuando no tiene nada que ver, suele ponerse a cocinar por aburrimiento.
Esbozo una sonrisa ante sus palabras, pues me produce cierta calidez
cuando me deja conocerle un poco más, aunque sea alguna de sus
curiosidades.

Siempre he tenido la idea de que nunca se llega a conocer realmente a una


persona porque, aunque pase toda la vida, habrá algo que me seguirá
sorprendiendo, pero con estos simples detalles... es extraño, ya que, si él
pretenderlo, me permiten adentrarme un poco más en su corazón.

Un poco menos de una hora más tarde, nos encontramos dirigiéndonos


hacia el Cuartel Militar de las Fuerzas Aéreas, el territorio de Renata y el
lugar donde se encuentra Mónica Maldonado encerrada. Sigo con la mirada
clavada al frente intentando que esa información no me afecte en lo más
mínimo.
Renata no tardó en contactar a su hijo diciéndole que, si quería hablar con
ella, debería ser en su despacho porque no puede abandonar el cuartel con
todo el trabajo que tiene.

Noto los dedos de Iván acariciar sutilmente la piel de mi muslo y me fijo en


el movimiento de su mano. Me giro hacia él, mirándole, quien no tarda en
devolverla durante unos segundos antes de volver a fijar su atención a la
carretera.

—Estás preocupada —afirma y no contesto para hacerle entender que sí—.


No te pasará nada.

—No me digas eso —digo rápidamente mientras recuerdo sus mismas


palabras meses atrás, prometiéndome que no dejaría que nadie me tocara,
pero que, al final, no fue así—. Perdón, es que... no quiero que me prometas
nada, que me asegures que todo estará bien y que no me pasará nada.

Noto que aprieta la mandíbula, pero vuelve a relajar el rostro casi al


instante, sin embargo, ha hecho más fuerte el agarre de su mano contra el
volante.

—Hice todo por cumplir aquella promesa —murmura—, pero...

—No digas nada —le interrumpo—, no te estoy culpando.

—No hace falta que lo hagas cuando ya me lo estoy haciendo a mí mismo


—susurra mientras sigue con la mirada clavada hacia adelante. Me quedo
en silencio durante unos segundos dándome cuenta de que acabamos de
entrar en el territorio del cuartel, por lo que, antes de acercarnos a la entrada
principal, le indico que detenga el coche—. Estamos a unos minutos de
llegar.

—Iván —pronuncio a modo de advertencia—, para el coche.

Hace lo que le digo y lo detiene después de haberse apartado levemente de


la carretera desierta de doble sentido, situándonos al borde de esta. Apaga el
motor casi al instante lo que hace sumergirnos en un silencio algo denso.
No tardo en abrir la puerta para salir del Ferrari y espero hasta que él haga
lo mismo, quien me sigue mirándome con el ceño fruncido.

—Deja de culparte —murmuro—, pasó lo que tenía que pasar y no puedes


hacer nada para cambiarlo, sí, eso me jodió, pero quiero que sepas que todo
lo que dije, no era verdad. —Me fijo que va avanzando lentamente hasta
situarse en el lado del copiloto para apoyarse sobre la puerta cerrada
cruzándose de brazos—. Nada era verdad... —repito, acordándome de todo
lo que le dije casi ocho meses atrás—. Necesito que lo sepas.

—No te disculpes —me advierte.

—Iván...

—No —vuelve a decir, pero se queda callado inmediatamente después sin


dejar de mirarme, no obstante, vuelve a abrir la boca—. ¿Sabes la
incertidumbre que me genera asegurarte cualquier cosa por mínima que
sea? —confiesa—. ¿Prometerte algo...? —Chasquea la lengua girando la
cabeza hacia un lado rompiendo el contacto visual.

Decido acercarme a él para colocarme entre sus piernas y apoyo mi índice


bajo su barbilla queriendo que me mire.

—Nunca quise dejarte —susurro—, eres el amor de mi vida, mi


complemento, jamás pensé que mi partida te afectaría tanto y lo siento por
eso.

—He dicho que no quiero que te disculpes —pronuncia colocando su mano


en mi mejilla con su pulgar muy cerca de la comisura de mis labios.

—Pero yo sí quiero hacerlo —reprendo y hago una pequeña pausa mientras


me adentro un poco más en la oscuridad de sus ojos—. No hemos tenido la
oportunidad de hablar sobre esto y realmente quiero hacerlo, así que déjame
decirte que nada de lo que dije era cierto, que nunca me arrepentí de
conocerte, aunque te hice creer que sí y que de verdad de agradezco por no
haberte rendido, que me moviste a todo el mundo con tal de encontrarme y
que, sin ti, Mónica hubiera acabado conmigo, así que, gracias por hacer lo
que hiciste por mí.
Observo que aprieta levemente la quijada y me puedo dar cuenta de que
posiblemente le haya dejado sin palabras, pero era algo que necesitaba
decirle, algo que mi interior estaba gritando para que lo hiciera salir de una
vez.

—Nunca estuvo en mis planes rendirme —murmura y siento su pulgar


acariciarme la mejilla de manera suave—, ni cuando las horas continuaban
pasando y no había rastro de ti.

Esbozo una pequeña sonrisa ante sus palabras, reiterando con la mirada
todo lo que le acabo de decir.

—No soy una persona cursi ni empalagosa, sabes lo que siento por ti, así
que no te acostumbres a esto que te voy a decir.

—Soy todo oídos, señorita Leblanc —pronuncia intentando, en cierta


manera, hacer desaparecer la tensión de hace unos segundos
devolviéndome, además, su característica sonrisa ladeada.

—Je t'aime, monsieur Otálora —le suelto en francés contestando a lo que él


me dijo ayer por la noche.

Apoya su mano en la parte baja de mi espalda y no duda en juntar nuestras


frentes para quedarnos en esta posición durante varios segundos. Cierro los
ojos al sentir la suave caricia de su toque y dejo que mis brazos descansen
sobre sus hombros, rodeándole el cuello para dejar que cargue con una
pequeña parte de mi peso.

«¿Te llegarás a cansar de él?». La pregunta que todo el mundo me hacía


aparece de repente y frunzo levemente el ceño al darme cuenta de que lo
más probable es que no, porque una vez aquella persona simboliza ese
factor complementario para uno mismo, es difícil que otra llegue a quitarle
el puesto, además, soy de enamorarme una vez, me lo pensé dos veces
cuando le entregué a Iván mi corazón, no me iba a arriesgar a que lo hiciera
cenizas.

—Vámonos, Renata nos está esperando —murmura después de haberme


dado un beso en la cabeza.
Me deja abierta la puerta del coche y me adentro en él oyendo, segundos
más tarde, el sonido del motor puesto en marcha. Avanzamos por el camino
de tierra y no tardamos en llegar a la entrada del cuartel de las Fuerzas
Aéreas, por lo que, una vez Iván ha presentando la debida identificación,
nos abren paso hacia el parking subterráneo para que un par de soldados
nos dirijan directamente hacia el despacho de la comandante.

Su secretaria, Paulina, nos saluda en cuanto nos ve y nos avisa de que ya


podemos pasar. El magnate cierra la puerta detrás de él en el momento que
he tomado asiento enfrente de su escritorio, sin embargo, la observo negar
con la cabeza mientras se levanta indicándome que me acerque a ella. Hago
lo que me dice y no tarda en rodearme con sus brazos, al principio esa
acción me sorprende, pero le devuelvo el abrazo de inmediato mientras noto
que se acerca a mi oído con la intención de decirme algo.

—Me alegro encontrarte un poco mejor —me dice—, me has tenido algo
preocupada durante estos días.

—Lo lamento —contesto, separándome de ella—, y gracias por recibirme


tan pronto, sé que estás ocupada dirigiendo un ejército.

—No me agradezcas —dice mientras se sienta en el sillón y posa su mirada


en su hijo—. ¿No le darás un beso a tu madre? ¿Qué clase de educación te
he enseñado?

A Iván le sorprende la pregunta provocándole que esboce una sonrisa


incrédula, pero al darse cuenta de la mirada seria de la comandante, no tarda
en hacerla desaparecer.

—A ti no te gusta mostrar afecto —asegura.

—No me viene mal de vez en cuando —responde y le observo levantarse de


la silla para dirigirse a ella para darle un beso a un costado de la frente a
modo de saludo—. Bueno, ¿qué puedo hacer por ti, querida?

Me aclaro la garganta repitiendo la pregunta en mi cabeza una vez más para


prepararme y decirla en voz alta porque, a pesar de no querer tener esta
conversación, siento que es necesario. Conocer lo que pasó y asimilar que
mi hermano nunca más volverá, al igual que Jolie y que la responsable de
sus muertes se encuentra encerrada sin posibilidad de escaparse y que
permanecerá en esa celda por el resto de sus días.

—Cuando supe lo que pasó —empecé a decir, rememorando aquella escena


—, sentía que me ahogaba, que la vida había dejado de tener sentido y que
necesitaba alejarme de todos y de Barcelona, por eso me marché, sin querer
escuchar nada más de lo que pasó, pero durante todos estos meses... —
Trago saliva, mientras me aclaro de nuevo la garganta queriendo continuar
y observo que Renata no ha dejado de mirarme atentamente—. A pesar de
todas las sesiones con el psicólogo, de todas las conversaciones, no voy a
poder pasar página hasta que no sepa cómo fue que Mónica acabó con la
vida de mi hermano, además de entender cómo trajo a mi sobrina al búnker
cuando ambos se encontraban en París.

Me quedo callada esperando su respuesta, ni siquiera me he dado cuenta de


que había empezado a mover el pie rápidamente hasta que Iván no ha
colocado su mano en mi pierna, frenándome. Por un lado, mi parte más
sensible me suplica no escuchar lo que me va a decir la comandante, pero la
parte racional, aquella que desea conocer cada detalle, me exige que tenga
la mente abierta y escuche cómo fue que se dieron los sucesos con tal de
ponerle fin al dolor que sus muertes todavía me causan o, por lo menos, eso
es lo que me gustaría que pasara.

No tener más pesadillas, no levantarme por las noches añorando su


ausencia, no quiero más pastillas que me hagan olvidar, tampoco tragar más
alcohol para obligarme a divertirme. Quiero poder continuar con mi vida
sabiendo que ellos no volverán. Me gustaría ir a París para visitarles donde
se encuentran enterrados, uno al lado del otro, y no volver a recaer en la
tristeza al pensar que están ahí por mi culpa.

Quiero pasar página sin olvidarles, sin que su ausencia me siga


consumiendo. No quiero echarme a llorar cada vez que los recuerdo, cada
vez que remoro alguna escena de años atrás, cuando estábamos juntos en la
capital francesa. Quiero que su recuerdo me haga esbozar una sonrisa y que
su imagen no me siga atormentando.
—Es cierto que la captura de Mónica Maldonado fue difícil y tuvo grandes
consecuencias, en este caso, para tu familia, además de que fuiste una de las
más afectadas. ¿Estás segura de que querrás oír lo que te voy a decir?

Me lo pienso durante algunos segundos preguntándome de nuevo, si es la


decisión correcta, si no obtendré el resultado contrario a lo esperado, que
me hunda en vez de permitirme salir hacia adelante.

—Quiero saberlo —respondo.

Renata junta las manos, entrecruzando los dedos, y las deja sobre su
escritorio sin dejar de mirarme.

—Después de perder la comunicación contigo, intentamos por todos los


medios volver a acceder a la ubicación de los pendientes, sin embargo,
Mónica había previsto el movimiento y no tardó en desactivarlo haciendo
que, de esta manera, nos resultara más difícil rastrearte, además de que
acabaste bajo tierra lo que dificultó por completo el rescate.

—Me acuerdo de que me los dejó puestos —murmuro.

Esta vez, Iván es quien prosigue hablando, por lo que giro la cabeza con tal
de mirarle.

—En cierta manera, lo supimos ya que el micrófono todavía seguía


emitiendo una pequeña frecuencia que no podíamos volver a activar porque
Mónica se había encargado de ello.

—Tamara Bertrán —susurro en voz alta acordándome de la mujer de piel


morena y cabello rizado que se consideraba su mano derecha.

—La mantuvimos encerrada durante varias semanas, pero logró escaparse


justo en el momento que sucedió el secuestro —continúa diciendo la
comandante—. Pasaban las horas y nada parecía dar resultado porque, a
pesar de disponer de tecnología avanzada, no podíamos dar contigo. Iván
decidió avisar a tu familia para que estuvieran al tanto por si ocurriera
cualquier cosa, insistió que se quedaran en París, pero no quisieron y los
puedo entender perfectamente, al fin y al cabo, ningún padre puede
permanecer de brazos cruzados sabiendo que su hija se encontraba en
peligro, sin tener en cuenta la distancia que nos separaba. Con todas las
medidas de seguridad, tus padres y tu hermano se subieron al avión
mientras que Élise junto a la niña, se quedaron encerradas en su
apartamento con un grupo de mis soldados vigilándolas.

—Todo se salió de control —interviene Iván y puedo notar la caricia en mi


espalda preparándome para lo que vaya a decir a continuación—. Después
de un par de horas, durante el traslado del aeropuerto hacia las instalaciones
de ARSAQ, interceptaron al vehículo matando a los hombres que les
acompañaban dejando a tus padres solos, en medio de la carretera después
de haber presenciado la muerte de Marcel.

Dejo escapar un suspiro profundo mientras cierro los ojos bajando la


cabeza. Ninguno de los dos dice nada permitiéndome asimilar la situación y
no puedo evitar imaginármelo a cámara lenta viendo el dolor reflejado en
los ojos de mis padres, asustados, enfadados y angustiados convirtiéndose
aquel día en el peor de sus vidas. Ni siquiera me había tomado el tiempo al
pensar que yo no soy la única que está sufriendo, que mis padres perdieron
a un hijo, a su nieta y que vieron a su hija ser maltratada tanto física como
psicológicamente, que Élise perdió a su marido, a quien consideraba como
el amor de su vida, y a su pequeña niña.

Me muerdo el interior de la mejilla tratando de calmarme y asiento con la


cabeza queriendo que Renata siga explicándome.

—Al mismo tiempo, en París, entraron en el apartamento de Élise, matando


de igual manera a mis hombres. Durmieron a ambas y se llevaron a la niña
hasta que despertó en el búnker, encerrada —se queda callada durante un
segundo para darme tiempo, no obstante, necesito que siga hablando—. Mis
hombres hicieron todo cuanto pudieron, Adèle, en ningún momento se
rindieron, pero...

—No digas más —la interrumpo—, por favor. —De nuevo, noto la cercanía
de Iván e intenta poner una mano sobre mi hombro, pero me alejo
levemente para esconderme de sus miradas, tapando mi rostro con ambas
manos—. Tan solo necesito un momento.
—Tómate el tiempo que necesites —murmura Renata.

Miles de imágenes aparecen otra vez reflejando todo lo que acaba de decir
la comandante y no puedo evitar imaginarme el descontrol que se originó
por mi causa porque se supone que mi familia era mi punto débil. Mónica lo
sabía, no fue difícil intuirlo y lo utilizó para doblegarme a mí, pero ni
siquiera bastó ya que ni le tembló el pulso cuando ordenó que acabaran con
ellos.

—Necesito que me asegures una vez más que Mónica no podrá escapar, que
permanecerá encerrada hasta que se muera y que no volverá a ver la luz del
sol.

—Hemos preparado esa celda específicamente para ella, porque sé que es


peligrosa y conozco lo que es capaz de hacer, por eso el espacio donde se
encuentra está condicionada y creada específicamente para ella para evitar
que se escape —explica—. Cualquier plan que haya pensado, no podrá
hacerlo, los soldados que se encuentran custodiándola tienen ordenes
directas de no mantener comunicación con ella. Hay cuatro cámaras
vigilándola sin perder el objetivo, además de que me he asegurado que no
haya ningún punto ciego. No se escapará y, si lo llegara a hacer, tampoco
podrá ir muy lejos porque a la mínima que intente algo, he dado la orden de
disparar a matar.

Sus palabras me logran calmar y verla tan segura de que Mónica no tiene ni
la más mínima opción de escaparse me proporciona cierta tranquilidad.

—¿Podría verla?

—No —interviene Iván de inmediato lo que hace que me gire hacia él.

Renata lo ignora dirigiéndose a mí.

—¿Hay alguna razón?

—Has dicho que la mantienes vigilada también con las cámaras, me


gustaría ver el vídeo si no hay problema con eso, no me estaba refiriendo a
bajar.
Se lo piensa durante un par de segundos, sopesándolo, al final, abre la
pantalla del portátil que queda conectado con la del televisor, por lo que,
solo me basta girarme para quedar de frente.

—No tienes por qué hacerlo —murmura Iván a mis espaldas.

—Quiero verla —me limito a decir pues siento una extraña necesidad de
comprobar con mis propios ojos que de verdad se encuentra ahí, encerrada,
sin la posibilidad de escaparse.

La pantalla, dividida en cuatro, cobra vida con la imagen de Mónica


Maldonado desde los cuatro ángulos de la habitación. Me doy cuenta de los
soldados, cada uno en una esquina diferente y, en el centro, una celda
totalmente transparente para no perder de vista ninguno de sus
movimientos. Me fijo en la mujer que se encuentra dormida sobre el fino
colchón cuando, de pronto, abre los ojos poniéndose derecha.

Se pone de pie y empieza a caminar en le interior de esa celda dando pasos


pequeños y en círculos. No puedo dejar de verla, de analizar su
comportamiento y me vuelvo a asegurar de que no hay manera de escapar
de ahí porque si lo llegara a hacer, yo sería la primera a quien buscaría, no
tengo duda de ello.

Mónica sigue dando pequeños pasos cuando, de un momento a otro, se


detiene, todavía de pie y lentamente va alzando la cabeza enfocando hacia
una de las cámaras. Me estremezco ante su mirada y puedo observar la
sonrisa torcida que esboza, como si supiera que me encuentro aquí,
mirándola a través de una pantalla.

Giro la cabeza rompiendo el contacto y le pido a Renata que quite la


imagen.

—¿Estás bien? —Asiento levemente con la cabeza y procedo a levantarme


de la silla, Iván no tarda en ponerse en pie al igual que su madre—. Espero
que esta conversación te haya servido y te ayude a poder superarlo, pero
recuerda, no te fuerces, Adèle, sé lo que conlleva la muerte de un familiar,
al principio sientes el deseo de querer irte junto a él, pero, con el paso del
tiempo, aprendes a vivir con su ausencia encontrando la cercanía que
necesitas en base a los momentos vividos a su lado.

—Lo tendré en cuenta, gracias, Renata —pronuncio mostrándole una


pequeña sonrisa.

No tardamos en abandonar su despacho subiéndonos al Ferrari al cabo de


unos minutos. Me giro hacia Iván cuando me doy cuenta de que no tiene
intención de arrancar.

—Estoy bien —le digo y no tarda en mirarme.

—Necesitas olvidarte de este tema, hacer otra cosa, distraerte. —Todavía


me sigue sorprendiendo que me conozca tan bien. Asiento con la cabeza,
haciéndole entender que sí—. Podríamos hacer lo que haría cualquier pareja
normal —murmura encendiendo el motor para abandonar el cuartel.

—Somos normales.

—Te equivocas, tú y yo somos superiores.

Sonrío al escucharlo y niego con la cabeza.

—Me parece muy mal que se crea mejor al resto, señor Otálora —murmuro
mientras esbozo una sonrisa pues, sin darse cuenta de ello, ha conseguido
que deje de pensar en esa mujer.

—Cuanta ironía desprenden sus palabras, señorita Leblanc —refuta—.


Nunca he dicho que me considere mejor a los demás, pero no me puedes
decir que somos normales, tan solo hace falta mirarnos para ver que no es
así.

—Ah, ¿no? ¿Y qué somos, entonces?

—Hay muchas palabras que nos definen —sigue diciendo sin apartar la
mirada de la carretera pues estamos cerca de incorporarnos en la ciudad.

—Dime una.
—Inalcanzables podría ser la primera.

—¿Y la segunda?

—Poderosos no estaría mal.

Se detiene en un semáforo, aprovechando para mirarme y me puedo fijar en


el desvío de sus ojos hacia mis labios. Nos quedamos en esta posición hasta
que oímos el pitido de un coche por detrás, pues ya ha cambiado a verde.
Iván no tarda en romper el contacto visual para avanzar.

—Dime otra.

Sin embargo, en una milésima de segundo, un vehículo impacta


directamente en el Ferrari y lo último que veo es la mirada asustada del
poeta girándose hacia mí antes de perder el conocimiento debido al dolor
que me proporciona la colisión.

El siguiente capítulo queda para la semana que viene.


Capítulo 21

MOTIVO DE VISITA

Narración omnisciente (3ª persona)

«Antes del impacto».

Álvaro Maldonado sentía que no podía dejarlos en paz, no quería, no


sabiendo que su madre se encontraba todavía encerrada, por lo tanto, haría
lo que fuera para que ella tuviera la oportunidad de escapar y, para ello, era
necesario actuar.

Se enteró, gracias a los contactos que tenía que, a su vez, tenían más
contactos, que Iván Otálora iría al cuartel para hacerle una visita a la
comandante. Tenía que ser rápido y ágil, así que pensó que el primer
movimiento sería crear el caos y qué más acertado que planear un accidente
de coche. Un impacto en su precioso Ferrari de aquel rojo potente que lo
dejara fuera de juego durante unos días, además de que Renata estaría al
pendiente de él.

Gracias a ese accidente, Ester había propuesto que Verónica hiciera una
visita al hospital mostrándose arrepentida por todo lo que había pasado y
afectada por el mal estado de Iván, ya había hablado con ella y había
aceptado en ayudarles, por lo que, ella aprovecharía para introducir el
programa en el móvil del magnate con tal de espiarle y tener todos sus
mensajes, acceder a su cámara y demás archivos que poseyera.

No era una mal plan y, siendo el primer paso, adquirían cierta ventaja para
futuros movimientos. Nada tenía por qué salir mal, tenían a la señorita
Garza amenazada, así que no tuvo ninguna otra opción más que aceptar. Al
principio mostró su negativa pues había asegurado que no quería volver a
meterse con ellos, Verónica conocía de las capacidades de la francesa y, si
sumaba a Iván en la ecuación, aquellos dos podían volverse implacables, no
obstante, como bien le había dicho Ester, no tenía opción de negarse, no si
la vida de su hermana estaba en juego.

El menor de los Maldonado decidió que la mejor opción sería que el


accidente fuera debido al golpe de una camioneta lo suficientemente grande
para amortiguar al conductor quien, tampoco tuvo más remedio que
obedecer.

Desde que el Ferrari salió del cuartel, no perdieron de vista al coche


mediante la ayuda de las cámaras de trafico que no tardaron en hackear y,
cuando Iván estuviera en el punto exacto, pues ya habían calculado la ruta
que iba a hacer, el impacto se produjo desatando, de esta manera, el caos
absoluto.
El conducto que había seleccionado Maldonado no tardó en huir entre la
curiosa muchedumbre abandonando el vehículo. Se habían asegurado que la
Policía no pudiera rastrearla, así que se habían despreocupado por aquel
detalle. Varias personas se juntaron para ayudar a la pareja malherida que se
encontraba inconsciente dentro del deportivo y, de inmediato, llamaron a la
ambulancia que no tardó en llegar a los pocos minutos.

Él estaba más grave que ella, pues el impacto se produjo en el lado del
piloto. Los paramédicos intentaron actuar rápido, no podían perder el
tiempo porque, de lo contrario, no habría nada que hacer aun llegando al
hospital. Los primeros segundos fueron decisivos, no obstante, lograron
neutralizar los golpes que habían recibido debido al impacto.

Ambos seguían inconscientes y tenían el pulso muy débil. Seguía haciendo


mucha sangre, el coche había quedado totalmente destrozado y las miradas
curiosas seguían estando presentes. Álvaro Maldonado seguía viendo todo
aquel espectáculo desde unos de los edificios, lo suficientemente cerca para
no perderse ni un detalle. Ester se encontraba a su lado, contemplando la
actuación de los sanitarios a través del vidrio.

No emitieron ningún sonido, se mantuvieron callados hasta que vieron a las


ambulancias partir hacia el hospital más cercano.

—¿Y ahora qué? —preguntó la castaña sin dejar de mirar hacia la calle,
viendo como la aglomeración estaba siendo dispersada por la Policía.

—Toca esperar.

—¿A qué?

—Estás haciendo muchas preguntas, ¿no te parece?

—Las dejaría de hacer si las respondieras y me hicieras parte del plan —


respondió ella, algo enfadada por el comportamiento que estaba teniendo su
supuesto y reciente primo—. Verónica cooperará, me he asegurado de ello,
pero quiero saber cuáles serán los siguientes pasos.

—Paciencia —se limitó a responder dejándola con la palabra en la boca.


Álvaro Maldonado sabía que no podía contarle todos los detalles ya que
tenía que seguir las indicaciones que Mónica le había dado antes de ser
capturada.

Una vez en la sala de urgencias del hospital, los doctores intervinieron


rápidamente concentrándose un poco más en el hombre que todavía yacía
inconsciente sobre la camilla. La mujer de nacionalidad francesa también lo
estaba, pero sus heridas eran menores en comparación con las de él.
Frenaron la hemorragia y lo enviaron a quirófano, a la señorita Leblanc
acabaron por curarla y la internaron en la planta de cuidados intensivos.

Pasaron horas, intentaron avisar a los familiares, pero Adèle no tenía su


familia cerca, la comandante Abellán ya se encontraba en la sala de espera
y optó por encargarse ella, así que no dudó en llamarlos y contarles el
accidente que habían tenido. No tardaron en coger lo indispensable y
subirse a un avión.

Renata colocó ambas manos en su cabeza mientras yacía cabizbaja con los
codos apoyados en sus rodillas. Cuando la avisaron en el cuartel que su hijo
había sufrido un accidente automovilístico casi se le bajó la presión, no lo
podía creer y no tardó en llegar al hospital pidiendo más información, pero,
de momento, le dijeron que no se podía hacer gran cosa, que lo único era
esperar hasta que la señorita Leblanc despertara y que su hijo saliera del
quirófano, pues le habían avisado que la operación sería complicada.

Pidió ver a Adèle, así que la acompañaron hasta la UCI junto a su hombre
de seguridad pues al ser la comandante de uno de los tres ejércitos de las
Fuerzas Armadas Españolas, siempre tenía que ir vigilada. Se sentó junto a
su cama y la observó dormir durante una par de horas, hasta que se
despertó, totalmente desorientada y con el recuerdo del impacto todavía en
su memoria.

• ────── ✾ ────── •

Adèle

Abro los ojos algo desorientada despertando de la inconsciencia y no puedo


evitar escuchar el pitido de una máquina, la que monitorea los signos
vitales, lo que me hace percatarme de que estoy tendida en una cama de
hospital encerrada en una habitación algo oscura. Intento levantar el brazo
de manera inconsciente para tocarme la cabeza, pero antes de que lo haga,
una mano me detiene con delicadeza. Se trata de Renata.

Frunzo el ceño, tratando de ordenar las diversas escenas que están


apareciendo en mi cabeza y casi al instante me acuerdo del accidente que
acabamos de tener.

—¿Dónde está? —pregunto rápidamente intentando incorporarme, pero su


toque me sigue deteniendo.

—Es mejor que no te muevas —advierte con la voz baja—. Llamaré a una
enfermera para que te revise, el accidente ha sido algo fuerte y tienes que
mantener reposo, ¿de acuerdo?

—Por lo menos dime que está bien.

—Adèle...

—Por favor. —Noto una pequeña picazón en los ojos al imaginarme a Iván
malherido manteniendo todavía los ojos cerrados sin la opción a despertar
—. Tan solo quiero que me asegures eso, que está bien —insisto y trato de
hacer a un lado el recuerdo de mi hermano—. Que despertará, que no van a
permitir que... que muera. —Incluso me cuesta decirlo, porque lo único que
me faltaría es perderlo a él también.

Renata no contesta al momento lo que me produce sentir una angustia


difícil de explicar porque, a lo mejor, intenta encontrar las palabras para
decirme que acaba de perder a su hijo, no obstante, lo que dice a
continuación me relaja, aunque sea una mínima parte.

—Todavía sigue en el quirófano —dice—, tenía heridas más graves, el


choque lo ha afectado en mayor medida y están intentando hacer todo lo
posible para no perderlo ya que ha perdido una cantidad considerable de
sangre. —A medida que lo va diciendo, puedo notar que está intentando
que no se note el nudo que tiene en la garganta porque, al fin y al cabo,
sigue siendo su madre—. No se puede hacer nada salvo esperar.
—¿Cuánto tiempo llevan operándolo?

—No es la primera operación que le practican, pues en julio del año pasado
también tuvieron que intervenir debido al impacto de una explosión, el caso
es que está delicado, no te voy a mentir —explica y tengo que hacer
memoria pues en julio fue cuando sucedió mi secuestro por parte de Mónica
—. Espero que todo salga bien.

—Saldrá bien.

Renata esboza una pequeña sonrisa mientras niega levemente con la cabeza,
como si no quisiera hacerse falsas esperanzas.

—Lleva cuatro horas en el quirófano, intento ser positiva, pero... —Aparta


la mirada y noto que levanta una mano hacia su mejilla para presionar por
debajo del ojo—. No sé qué hare si no sobrevive, si pasa algo... si ya no
vuelve a abrir más los ojos, quiero creer que todo saldrá bien, pero tampoco
quiero hacerme falsas ilusiones porque de lo contrario la caída sería peor.

—Yo necesito ser positiva —susurro más para mí que para ella—. No
quiero pensar que posiblemente no salga de esta porque estoy segura de que
sí lo hará, de que la operación irá bien y que, cuando menos lo esperemos,
ya estará abriendo los ojos. —Miro hacia ningún punto en particular—.
Todo irá bien —repito—, él despertará, tiene que hacerlo, abrirá los ojos y
todo estará bien. Es Iván, no puede irse sin antes haber luchado.

—Querida... —murmura ella en un tono muy bajo.

—Todo irá bien —insisto.

Nos quedamos en un silencio el cual se me hace eterno y, antes de que


pueda decir algo más queriendo romper el silencio, la comandante lo hace
primero.

—He llamado a tus padres —anuncia, tomándome por sorpresa—. Tenían


que saberlo. —Vuelve a mirarme—. No tardarán en llegar, mientras tanto,
iré a por la enfermera y el doctor para que te revise y ver si tienes que pasar
más tiempo ingresada en la UCI.
«Unidad de Cuidados Intensivos», no puedo evitar pronunciar en mi mente.
Asiento con la cabeza y no tardo en acomodarme sobre la cama mientras
veo a Renata desaparecer por la habitación. Me fijo en mi alrededor
dándome cuenta del silencio que se instala y no tardo en cerrar los ojos para
hacer desaparecer la incomodidad que he empezado a sentir pues, por
alguna extraña razón, estoy sintiéndome observada.

Todavía sigo oyendo el pitido de la máquina la cual hace que empiece a


sentirme nerviosa e irritada, sonido que va incrementando de volumen y
que no soy capaz de escuchar otra cosa que no sea ese constante «bip». La
enfermera no tarda en llegar rompiendo el ruido y haciendo que el sonido se
reduzca. No dejo de mirar esa pantalla mientras parpadeo tratando de
entender qué ha pasado.

—Adèle, dígame cómo se encuentra —me pregunta la enfermera. La


comandante no tarda en aparecer junto con el doctor quien sostiene una
tablet en su mano probablemente viendo mi expediente.

—Me duele —murmuro percatándome ahora del dolor en mi cabeza y parte


de mi cuerpo—, pero lo puedo soportar.

—Es debido a los analgésicos, la sensación de dolor irá subiendo de manera


gradual ya que el efecto se está desvaneciendo, en todo caso, de ser
necesario, le suministraríamos más —explica la enfermera.

—Los valores se están estabilizando, señorita Leblanc, sin embargo, me


gustaría que permanecería aquí durante esta noche teniendo en cuenta el
golpe en la cabeza que sufrió apenas dos semanas atrás —interviene el
doctor mientras mira durante un instante la pantalla observando mis signos
—.Tiene que reposar, no agitarse mucho y con unos medicamentos que le
voy a recetar, estará como nueva dentro de unos días.

—Quiero saber cómo está él —cambio de tema y no puedo evitar sentir la


mirada de Renata, sin embargo, necesito tener una opinión médica. El
doctor junta las manos dejando los brazos estirados hacia abajo—. No le
puedo dar esa información aún, señorita Leblanc.
—¿Por qué? Soy su novia —le digo, pero de inmediato niega con la cabeza
con la intención de aclarármelo.

—Todavía es demasiado pronto para tener algo certero —explica—. El


señor Otálora no ha abandonado la sala de operaciones y no quiero
prometerle nada, salvo decirle que se encuentra entre las mejores manos y
que harán cuanto sea posible para...

—Por favor... no dejéis que muera. —Dejo escapar un suspiro entrecortado,


sintiendo mi labio inferior temblar.,

El doctor me dedica una mirada compasiva.

—Insisto que se encuentra entre las mejores manos, no debe preocuparse,


no obstante, en este tipo de situaciones, es mejor mantener el corazón frío
—acaba por decir y mantengo los labios juntos, sin querer decir nada más
porque sé que, en el fondo, tiene razón, que no debo crearme falsas
esperanzas—. Procure dormir, es lo que más le ayudará ahora y la
avisaremos en cuanto salga del quirófano, ¿de acuerdo?

—Está bien —respondo.

—Bien —dice y se gira hacia Renata—. Señora Otálora, si me acompaña


fuera, me gustaría intercambiar unas palabras con usted.

La comandante asiente con la cabeza y, en pocos segundos, me vuelven a


dejar sola en la habitación. Cierro los ojos y trato de no pensar en nada,
mucho menos imaginarme a Iván postrado en una cama de hospital con
máquinas a su alrededor monitoreándole, manteniéndole con vida, que ya
no sea capaz de despertar. Siento mi pecho subir y bajar de manera irregular
y sé que tengo que tranquilizarme, que no voy a conseguir nada
alterándome.

Sigo manteniendo los ojos cerrados para intentar dormir, pero no se me


dificulta ya que, cada vez, voy sintiendo mi cuerpo más pesado.

***
En el momento en el que abro de nuevo los ojos, me doy cuenta de que no
estoy en la misma habitación, por lo que me desperezo rápidamente
observando mi entorno, no parece que siga estando en la planta de la UCI.
Sigo estando sola, no obstante, en el momento de pensarlo, Renata entra
cerrando la puerta detrás de ella.

—¿Has podido dormir bien? —pregunta.

—Lo he intentado, por lo menos. —Busco la hora con la mirada, pero me


decepciono al no encontrar ninguno en la pared—. ¿Cuánto tiempo ha
pasado?

—Solamente un par de horas —responde sentándose en el sillón que se


encuentra en una esquina de la habitación. Inquiero con la mirada a que me
diga cómo se encuentra él, si hay noticias nuevas, pero niega con la cabeza
—. Trata de mantener la calma, en cuanto hayan nuevas noticias, seremos
las primeras en enterarnos —hace una pausa—. Tus padres acaban de
aterrizar en Barcelona, no tardarán en llegar.

Giro levemente la cabeza mirando al techo mientras empiezo a sentir un


nudo en la garganta, además de mi corazón encogido debido al nerviosismo
que me genera saber que los volveré a ver después de tantos meses, pues la
última vez que hablamos fue aquel día que me desperté después de que Iván
me rescatara del bunker, cuando me desperté en mi habitación de mi
apartamento. Después de aquello, nada, ni una sola llamada, ni un mensaje
y, en parte, todo fue porque yo me alejé de todo el mundo.

No puedo evitar pensar que probablemente me sigan culpando sin decirlo


en voz alta porque, aunque no lo provoqué directamente, Marcel y Jolie
murieron porque eran mi familia, murieron porque eran mi punto débil.

Cierro los ojos dejando escapar una respiración profunda.

—Si no quieres verles, puedo hablar con ellos, pero considero, desde mi
punto de vista de madre, que deberíais mantener una conversación —me
aconseja Renata—. Están muy preocupados por ti, Adèle, quieren saber
cómo estás. Te han seguido a través de las noticias, pero no es lo mismo...
—Lo sé —digo—, no es eso, quiero verles, ya es hora, pero...

—¿Qué te ocurre?

—Han perdido a su hijo, a su nieta... —susurro sin mirarla—.


Independientemente de que Mónica fue la culpable, todo sucedió por mi
causa. —La comandante se mantiene en silencio con la intención de seguir
escuchándome—. Aunque no me lo hayan dicho, pude darme cuenta
contemplando su mirada.

—Te puedo asegurar que no te ven como la culpable.

—Eso no lo sabes.

—Bajo mi faceta de comandante de las Fuerzas Aéreas, sigo siendo madre,


Adèle —pronuncia y me atrevo a mirarla. Está esbozando una pequeña
sonrisa—. Puedo llegar a entenderlos y puedo decirte con certeza de que no
te están culpando. Lo único que quieren ahora mismo es verte bien, feliz,
mientras continuas con tu vida sin atormentarte más.

Me quedo en silencio analizando lo que acaba de decirme y no puedo evitar


fruncir el ceño.

—¿Entenderlos...? ¿A qué te refieres? —La observo morderse el labio


inferior levemente mientras niega con la cabeza—. ¿Has perdido...? —Ni
siquiera sé cómo formular la pregunta sin entrar en detalle en su vida
personal, no obstante, Renata se levanta para sentarse en la cama, a mi lado.

—A pesar de que no fue una situación similar a la que sufriste tú junto con
tus padres, también perdí a mi hijo hace muchos años —murmura lo que
hace sorprenderme en sobremanera.

—¿Iván no es...?

—Cuando me quedé embarazada en 1987 fue de mellizos —explica—.


Damián e Iván Otálora Abellán —pronuncia y puedo observar sus ojos
empezar a cristalizarse, pero lo hace desaparecer parpadeando rápidamente
—. No quiero entrar en detalles, pero en mi último mes, un par de semanas
antes de que nacieran en el abril del 88, pasó algo que lo impidió. Perdí a
mi bebé, nació muerto y, hasta el día de hoy, es algo que no he llegado a
superar —murmura y se queda callada durante algunos segundos—. Con
esto te quiero decir que, como padres, nunca vamos a dejar de querer a
nuestros hijos, tampoco los culparemos y siempre los vamos a defender de
quien sea. Yo me convierto en una leona feroz que no duda en sacar las
garras cuando hieren a mi cachorro y no dudo que tus padres no hagan lo
mismo, así que, créeme cuando te digo que ellos te siguen queriendo a pesar
de todo.

—Dios mío, Renata... —susurro y no dudo en apoyar mi mano sobre la


suya a modo de consuelo.

—No te preocupes por mí, querida —asegura—. No debió pasar, pero


sucedió, ahora no se puede hacer nada.

—¿Iván lo sabe?

—Sí —responde—. No sé si te lo ha contado, pero ha escrito un libro


sobre... —se aclara la garganta—, mi vida, es decir, mi historia junto con la
de Sebastián, su padre. —Esbozo una sonrisa recordando aquel momento
donde se lo sugerí, al final, sí escribió la historia—. Yo no he leído el libro,
todavía, quiero hacerlo, pero cuando llegue el momento adecuado.

—¿Cómo se titula?

—Bellator —responde y me apunto mentalmente la tarea de buscarle el


significado, sin embargo, Renata se adelanta con la traducción—: Significa
«guerrera» en latín.

—¿Me dejarías leerlo? —pregunto—. Si no es mucho atrevimiento, al fin y


al cabo, es tu historia, no quisiera meterme...

—No hay problema —me interrumpe, asintiendo con la cabeza—. Cuando


despierte mi hijo, no dudes en pedírselo, seguro que le gustará conocer tu
opinión.
Le muestro una sonrisa algo triste pues resulta imposible no mantener la
esperanza de que todo salga bien y pueda abrir los ojos.

En aquel instante, oímos un par de golpes suaves en la puerta y una


enfermera no tarda en entrar acompañada de mis padres. Aguanto las ganas
de soltar más lágrimas al ver a mi madre triste y con el semblante
preocupado. Se acerca a mí para plantar un beso delicado en mi cabeza.

—Mi niña —susurra en francés—. Mi Adèle...

—Os dejaremos solos —pronuncia la comandante y no tarda en despedirse


para dejarnos solos en la habitación.

Al principio nadie tiene la intención de pronunciar palabra alguna, pero a


medida que van transcurriendo los segundos, mi madre no puede evitar
acercarse a mí para abrazarme procurando no hacerme daño. Me envuelve
entre sus brazos haciendo que apoye la cabeza sobre sobre su pecho y me
permito cerrar los ojos al sentir su aroma envolverme.

No sabía cuánto había echado tanto de menos aquel aroma. Ningún olor se
compara como el de mamá.

Mi padre también se acerca posicionándose al otro lado de la cama y se une


al abrazo, quedándonos así durante, lo que parece ser, unos cuantos
minutos.

—Lo siento tanto —me atrevo a murmurar—, no debí alejarme, no debí...

—Tranquila —me corta mamá—. No es necesario que te disculpes, lo


entendemos perfectamente, necesitabas tu espacio y no es nuestra intención
decirte nada al respecto.

—¿Estás bien? —interviene papá mientras contempla mis vendajes, más el


de mi cabeza—. ¿Cómo ha sido ese accidente?

Hago memoria, recordando que no fue la culpa de Iván, sino de aquella


furgoneta que impactó directamente en nosotros tal vez queriendo pasar
rápido y no se dio cuenta de que el semáforo ya había cambiado de color.
—Pues... me acuerdo de que el semáforo había cambiado a verde e Iván
arrancó, avanzando despacio, pero, de un momento a otro, sentimos el
choque —explico—. Todo fue muy rápido, no lo vimos, me parece que el
otro conductor tampoco nos vio. Me desperté en el hospital y él todavía
sigue en el quirófano.

—Ay, hija, Dios mío, por lo menos estás bien, heridas superficiales o ¿los
médicos te han dicho algo más? ¿Qué tal está tu cabeza? ¿Qué se sabe de
Iván?

—Leónore —advierte mi padre ante las preguntas insistentes de mamá.

—Déjame preocuparme por mi hija. —Vuelva de nuevo su atención en mí


acariciándome el hombro—. ¿Segura de que estás bien?

—A mí no me ha pasado nada grave, todo ha sido superficial, la cabeza


también la tengo bien. Me han dicho que tengo que permanecer un poco
más de tiempo ingresada para asegurarse, luego me podrán dar el alta.

—Saber eso me tranquiliza —responde dejando escapar un leve suspiro—.


La comandante nos ha contado muy poco sobre el estado de su hijo, pero
cree que se pondrá bien.

—Eso espero.

—Hay que mantener la esperanza, hija —me anima papá.

—Lo mejor será que te dejemos descansar, ya hablaremos una vez que te
den el alta y estés en casa. Sigues viviendo en tu apartamento, ¿no?

En realidad, es un poco más complicado que eso porque no me acuerdo la


última vez que pisé mi casa, desde que regresé a Barcelona, la mayoría de
los días los he pasado con Iván, no obstante, asiento con la cabeza porque la
llave la sigo teniendo conmigo.

—Trata de dormir, cielo —continúa diciendo mientras aprovecha para


darme un beso en la frente—. Estaremos fuera, cerca.
—Prometedme que me avisaréis cuando Iván esté fuera del quirófano. No
me dejéis fuera de esto.

Intento convencerlos con la mirada porque no podría soportar saber que no


ha podido sobrevivir, sin embargo, prefiero enterarme.

Antes de que mi madre pueda decir algo, Renata entra después de haber
abierto la puerta con algo de brusquedad. Está agitada y no tardo en
relacionarlo con la operación.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

—Lo están trasladando a una habitación, sigue inconsciente, no saben


cuándo despertará, pero lo importante es que lo hará.

—Quiero verle —pronuncio la primera ganándome la mirada de mis padres.

—De ninguna manera, tienes que permanecer acostada.

—Mamá, no era una petición —contesto—. Que traigan una silla de ruedas,
pero necesito verle y estar con él. —Miro a Renata, pidiéndole en silencio si
puede hacer algo.

—Déjame hablar con los médicos, veré que se puede hacer.

Bastan tan solo unos minutos para que un enfermero entre a la habitación
con una silla de ruedas delante de él. Mis padres siguen sin mostrarse muy
convencidos, tampoco los puedo culpar, pero ahora mismo necesito estar a
su lado porque, aunque parezca extraño, siento su voz llamarme
pidiéndome que me acerque.

No tarda en ayudarme para alzarme de la cama y sentarme en la silla


mientras coloca las bolsas en alto debido a que todavía sigo teniendo la vía
intravenosa en la mano. Avanzamos por el pasillo para dirigirnos hacia la
planta de abajo y no transcurre mucho tiempo hasta que nos detenemos
frente a su habitación.

Necesito verle, pero, a su misma vez, sé que me va a doler verle


inconsciente y con las vendas rodeándole el cuerpo.
—Nosotros estaremos en la cafetería —murmura mi madre mostrando una
leve sonrisa. Renata asiente con la cabeza.

No obstante, antes de que el enfermero pueda abrir la puerta de la


habitación, se oyen un par de voces al final de pasillo pues, la comandante
ha querido que su equipo de seguridad se mantuviera cerca de su hijo y no
dejara pasar a nadie sin su autorización previa.

Me fijo intentando enfocar mejor y no tardo en darme cuenta de que se trata


de Verónica.

Opiniones del capítulo aquí ¿Qué tal esa conversación entre Renata
y Adèle?

Por si os los preguntabais, sí, tiene conexión con Bellator (disponible sólo
en Booknet bajo suscripción). Pediría no hacer spoilers, por favor 😊

Antes de acabar el año, seguro que tenemos el capítulo 22 (prendamos


velitas para el 23 también 🕯).

EL 25 DICIEMBRE SUBIRÉ UN EXTRA DE NAVIDAD EN ESTE


MISMO LIBRO Una vez que lo suba, ya aclararé en la línea temporal en
la que estarán. Aparecerán Iván y Adèle y no sé si alguien más.

Sin nada más que decir, nos vemos en el siguiente capítulo


Capítulo 22

RIESGO

Adèle

Ni siquiera recuerdo la última vez que vi a Verónica, pero estoy segura de


que fue hace bastante. Sigue manteniendo el mismo aspecto, con su pelo
corto, rozándoles los hombros y totalmente negro en un alisado perfecto.
Parece que no se quiere mover y, por lo poco que estoy oyendo, insiste en
querer entrar para ver a Iván.

Trago saliva mientras me froto la muñeca de manera inconsciente al


recordar cuando me aplastó la mano con la tapa del piano, aunque ahora
pueda tocarlo sin dificultad, todavía no me puedo sacar de la cabeza el
temor a volver a sufrir algún daño y que ya no pueda volver a sentarme
delante del instrumento. Sigo mirándola, pensando qué es lo que debería
hacer, si dejarla pasar y hablar con ella para ver las intenciones que tenga
detrás o pedir que se marche, no obstante, la curiosidad me gana.
—¿Podrías dejar que pase? —lanzo la pregunta sin mirar a Renata, pues sé
que se ha dado cuenta de la presencia de la pelinegra desde el primer
instante—. Quiero saber para qué ha venido o si tiene algo que decirme.

—¿Estás segura?

—¿Se puede saber quién es esa chica? —interviene mamá, algo


preocupada.

No tardo en explicarle muy por encima de quien se trata mientras Renata


avanza hacia sus hombres, después de que le haya asegurado que sí, para
que la dejen pasar. El sonido de sus tacones se va escuchando con más
claridad a medida que se va acercando hacia nosotros hasta detenerse a un
par de metros de mí, dejando distancia.

—Buenos días —pronuncia Verónica mientras me mira fijamente y, justo en


aquel instante, puedo percibir algo en su mirada que no sabría explicar bien
qué es. Frunzo el ceño levemente mientras le devuelvo el saludo—. ¿Crees
que podamos hablar a solas? —deja caer la pregunta mientras se fija en mis
padres y en Renata quien acaba de llegar.

—Podemos ir a la sala de espera —murmuro mientras miro por detrás de su


espalda y me doy cuenta de su nerviosismo al tener a la comandante a mi
lado—. Como comprenderás, no creo que puedas entrar en la habitación
para ver...

—No he venido a ver a Iván —susurra y puedo observar su cambio de peso


de un pie a otro—. He venido para hablar contigo, es importante.

—Ve —murmura la comandante—. Estaré dentro de la habitación.

Mis padres también aprovechan para bajar hasta la cafetería, por lo que nos
quedamos Verónica y yo en la planta con los soldados en cada esquina
vigilando, si quitar un ojo de encima a la pianista, aunque ahora no sé si
seguirá ejerciendo como músico, no después de todo lo que tuvo que hacer
según la denuncia que le puse.
—Detrás de ti —la animo a avanzar y no tardo en intentar seguirla por
detrás, aunque con cierta dificultad al ir en silla de ruedas.

—¿No quieres que te ayude? —pregunta al no oír movimiento. Me quedo


mirándola durante unos segundos para después fijarme en mi mano derecha
la cual lleva la vía conectada—. Vamos, déjame ayudarte, no creo que
tengas muchas fuerzas para tirar de la silla.

No respondo, por lo que me limito a dejar que me empuje para llegar hacia
el interior de la sala, acondicionada con varios sofás y sillones, también me
fijo en la decoración, luz tenue, alguna que otra planta y varios cuadros en
la pared.

Verónica me deja enfrente del sofá de color blanco mientras aprovecha para
sentarse después de haber dejado el bolso en la mesita de vidrio.

—¿Qué me quieres decir? —pregunto, queriendo saciar mi curiosidad.


Observo que cruza una pierna encima de la otra, juntando las manos y me
doy cuenta de su nerviosismo. No sabe cómo empezar la conversación—.
¿Verónica?

—¿Cómo se encuentra él? —cuestiona ella rápidamente mientras posa su


mirada en la mía. Me quedo observándola durante un instante, alzando
levemente las cejas—. He visto en las noticias que ha sido un accidente
bastante grave.

—Todavía no ha despertado, acaba de salir del quirófano, espero que, en


cuanto lo haga, esté bien.

—Por lo menos la operación ha ido bien.

—Gracias a los médicos —murmuro—. ¿Por qué has venido? —cambio de


tema queriendo llegar al punto de la conversación—. Siento si estoy siendo
brusca, pero como recordarás, nuestro último encuentro tampoco fue el
mejor de todos.

—Respecto a eso... —se aclara la garganta—. Quiero aprovechar para


disculparme contigo y decirte que sigo estando arrepentida por lo que te
hice, no estuvo bien, me dejé llevar por el impulso y tú te llevaste la peor
parte.

—Verónica, ha pasado mucho tiempo, no tiene caso que...

—Déjame terminar —me interrumpe—, por favor. —Asiento con la cabeza,


dejando que continúe—. No te estoy pidiendo que me perdones, como
dices, han pasado muchos meses y tampoco quiero obligarte, tan solo
quiero que sepas que de verdad estoy arrepentida y que, desde aquel
momento, después de hablar con mi hermana, comprendí que lo mejor sería
ir a terapia para controlar estos impulsos.

—Me alegro por ello.

—Ahora estoy mejor, me ha ayudado y, en parte, también te lo debo a ti,


aunque sucedería de la peor manera posible. ¿Cómo tienes la mano ahora?
¿Tienes secuelas de lo que sucedió?

Miro un momento mi mano izquierda que yace encima de mi regazo y trago


saliva al recordar todo lo que sucedió después de aquel incidente con
Verónica: cuando me inyecté la droga de Félix, cuando la forcé también en
el búnker, las operaciones... Me parece un milagro que la pueda seguir
moviendo sin sentir ningún tipo de temblor.

—Estoy bien —respondo—, puedo seguir tocando el piano.

—Leí las diferentes noticias con respecto a tu gira. Vi muchos vídeos, sobre
todo en las redes sociales, felicidades por ello, estuviste increíble.

—Muchas gracias —sonrío levemente y no puedo evitar pensar que es


como si estuviera hablando con otra persona, pues la Verónica que recuerdo
era muy diferente a la que tengo delante sentada—. ¿Tú sigues tocando el
piano?

—¿Te refieres si sigo siendo profesora? —Niega con la cabeza—. No, lo


sigo tocando para mí, pero muy pocas veces. Dejé de dar clases desde el
momento que dieron la sentencia, pero estoy bien con ello, es decir... creo
que me he dado cuenta de que realmente no era lo mío. Eso me ha
permitido ver diferentes opciones, hacer cursos, formarme en otra
especialidad, poder trabajar de ello... Estoy bien así —responde.

—¿Sigues hablando con Ester? —me atrevo a preguntar sin dejar de


observarla. En el momento que he pronunciado su nombre su expresión ha
cambiado lo que me ha hecho extrañarme.

—Precisamente de ella te quería hablar. —No respondo, queriendo que me


siga explicando—. No es casualidad el que me haya presentado aquí, no lo
iba a hacer, de hecho, tampoco te tendría que estar contando esto, pero... —
Mira hacia el otro lado, pero después vuelve a girar la cabeza—. No me
gusta que me amenacen, menos que intenten poner en riesgo a mi hermana,
por eso quiero decírtelo, porque Renata sabrá qué hacer.

—¿Quiénes?

—Ester ha hablado conmigo pidiéndome, aunque su tono era más bien una
exigencia, que, si no hacía lo que me dijera, le iban a hacer daño a mi
hermana, después me entregó esto. —Me enseña un USB, dándomelo—. El
plan era entrar en la habitación de Iván e introducir el programa que viene
en esa cosa dentro de su móvil, no me han dicho las intenciones, tampoco
sé lo que harán después, pero... debéis tener cuidado, no dudo que este
accidente se haya tratado de algo casual.

—¿Por qué te estás poniendo en riesgo?

Niega levemente con la cabeza mientras deja escapar una diminuta sonrisa.

—Quedaría en mi consciencia si dejara que os hicieran daño por mi culpa


—responde—. Creo que estoy haciendo bien en decírtelo, no dudo que ellos
ahora sepan que me encuentro en el hospital, así que estarán esperando a
que ese programa espía funcione. Supongo que ya sabréis lo que hacer con
lo que te acabo de decir, pero, eso sí, no me gustaría que nada le pasara a mi
hermana, eso sí que no me lo perdonaría.

Miro una vez más el dispositivo USB que tengo en la mano y no tardo en
idear el siguiente movimiento porque no pienso permitir que me declaren la
guerra en mis narices.
—Iremos un paso por delante de ellos —aseguro refiriéndome a los
Maldonado, porque no puede ser nadie más quienes hayan provocado el
accidente de coche—. Gracias por decírmelo y no te preocupes por tu
hermana, ahora hablaré con Renata.

Observo la expresión de alivio que me regala y no tarda en ponerse en pie.

—Ester está segura de que yo no te he dicho nada —dice—, así que, tan
solo te pediría que, por si las cosas se lleguen a complicar, que me avises al
momento.

—Renata os pondrá custodia, ya sabemos lo que tenemos que hacer, no


quiero que te preocupes y, una vez más, te agradezco lo que acabas de
hacer.

—Antes no lo hubiera hecho —confiesa—, porque mi hermana sigue


estando por encima de quién sea, pero ahora... Supongo que he cambiado a
mejor. —Se encoge de hombros—. Como te acabo de decir, no quiero que
estéis en mi remordimiento. Por todo lo demás, espero que seáis felices, no
sé si nos volveremos a ver, pero te lo digo por si acaso —sonríe—. Se nota
que os queréis mucho, así que, intentad luchad por vosotros, ¿vale?

Ni siquiera me da tiempo a contestarle cuando ya ha salido de la sala de


espera marcando sus tacones a cada pisada. No tarda en desaparecer de mi
campo de mi visión y sus palabras no dejan de repetirse en mi cabeza. Salgo
también de la habitación dirigiéndome hacia el pasillo y, de inmediato,
localizo a uno de hombres para que me lleve hasta la habitación de Iván.

Cuando nos encontramos delante, da un par de golpecitos en la puerta y no


tarda en abrirla.

—Comandante, la señorita Leblanc —anuncia y recibe un movimiento de


cabeza por parte de Renata.

Cierra la puerta detrás de él, pero yo no he dejado de ver el cuerpo


malherido y vendado de Iván. Al instante, siento una extraña picazón en mi
mirada, trato de hacerla desaparecer, pero no lo consigo y mucho menos
cuando mi mirada se posa en su rostro. Tiene varios puntos por encima de
la ceja, los pómulos morados, además de que también se encuentra
entubado.

Renata me acerca para dejarme a un lado de su cama y no tardo en cogerle


de la mano tratando de ser lo más delicada posible.

—Ahora vuelvo —murmura ella y oigo el sonido de la puerta, dejándonos


solos.

Se me cruza por la mente la idea de subirme a la cama para acostarme a su


lado, pero la deshecho de inmediato al observar las vendas que le cubren el
torso. Las palabras de Verónica vuelven a aparecer y el sentimiento de ira
no tarda en invadirme pues, de nuevo, todo ha sido por culpa de los
Maldonado. Si no son capaces de dejarnos en paz, no me importará desatar
la maldita guerra que me piden para ponerles fin de una buena vez.

Es suficiente, joder, tiene que haber un límite, ¿hasta cuándo durará toda
esta mierda? Yo necesito recuperarme, dejar de pensar, no preocuparme por
nadie más, Iván y Renata también. Todo el mundo necesita un jodido
respiro, pero, por lo visto, no quieren que lo tengamos.

—Te necesito a mi lado, ¿me oyes? —murmuro llevándome su mano hasta


mis labios con tal de dejar un suave beso sobre su piel—. Necesito que
despiertes, que abras los ojos porque, sin ti, no podré enfrentarme a ellos.
—Dejo escapar un suspiro profundo mientras me hago a la idea de que
todavía nos falta un largo camino por delante—. No te voy a dejar, voy a
estar a tu lado porque juntos es cuando somos más fuertes —murmuro
repitiendo las mismas palabras que él mismo me dijo tiempo atrás—.
Porque seguimos siendo fuego y no tengo la intención de que se apague,
porque me niego a que nada más se vuelva cenizas, incluida yo.

Ni siquiera me he dado cuenta de que he bajado la cabeza para acercar su


mano hacia mi mejilla. Cierro los ojos sin evitar soltar otro suspiro y dejo
escapar una leve sonrisa mientras trago saliva, intentando deshacer el nudo
que se acaba de formar en mi garganta. «Necesitamos paz», repito en
silencio.
—Vas a estar bien —aseguro volviendo a abrir los ojos para verle—, todo
estará bien. —Trato de hacérmelo entender a mí primero. —Acerco una
mano hacia su mejilla de manera delicada y apoyo las yemas en su piel en
una suave caricia—. Quédate conmigo, ¿me oyes? Estarás bien, despertarás
y todo volverá a la normalidad.

Ni siquiera sé por qué sigo hablando, posiblemente no pueda oírme. Sigue


inconsciente e intubado, no creo que pueda escuchar a nadie, pero... está la
absurda necesidad de hacer que note que estoy a su lado, que estoy bien y
que tan solo quiero que despierte.

Acerco mis labios a su mano para darle un último beso y me marcho de la


habitación en busca de Renata pues no puedo olvidarme de las palabras de
Verónica porque antes de hacer cualquier paso, tengo que asegurarme que,
todo lo que me ha dicho, es verdad. No voy a arriesgarme e ir a ciegas.

La ubico a los pocos segundos, ya que se encuentra en la sala de espera con


el teléfono en su oído dando voces. Una enfermera no tarda en acercarse
para darle un toque de atención a lo que Renata se disculpa de inmediato.
Me detengo a un par de metros de ella y espero hasta que finalice la
conversación.

—Nada de eso, capitán —sigue hablando—, que aumenten la seguridad del


perímetro, no pienso permitir que se escape, ¿me he expresado con la
suficiente claridad? Que entienda que, como lo piense siquiera, me
suplicará de rodillas que acabe con ella.

Aprieto la mandíbula al darme cuenta de que están hablando de Mónica


Maldonado y no puedo quitarme de la cabeza la imagen de esta mañana,
cuando miró directamente a la cámara, como si supiera que la estaba
observando. Intento que el pensamiento desaparezca mientras contemplo a
la comandante finalizar la llamada para guardarse el móvil en uno de sus
bolsillos. De inmediato, fija su atención en mí.

—¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas que llame al doctor?

—No, tranquilo —me apresuro a decir—. Te quería hablar sobre Verónica.


—¿De qué habéis hablado? —Aprovecha para tomar asiento.

—Me ha dado esto. —Le entrego el dispositivo USB—. No sé si sea


verdad, pero... La tienen amenazada, por eso ha venido, porque el plan era
adentrarse en la habitación de Iván para encontrar su móvil y conectarlo. No
sé si se trate de algún programa espía, el caso es que... —No acabo la frase
al contemplar a Renata llevarse un dedo sobre sus labios, indicando que me
calle.

—Ahora vamos un paso por delante de ellos —me interrumpe y no ha


dejado de observarlo lo que hace que me desconcierte—. Lo conectaremos
a su móvil y dejaremos que crean que nos están escuchando. —Trato de
responder, pero nuevamente me indica que me quede en silencio, entonces
me percato de que tal vez tenga un pequeño micrófono integrado. Ni
siquiera sabía que eso era posible—. Suárez —llama a uno de sus hombres
quien no tarda en acercarse—, mándalo para que lo analicen, quiero el
informe completo.

—Por supuesto, mi comandante.

No tarda en marcharse y otro ha pasado a ocupar su lugar, pues Renata ha


hecho que el pasillo entero quede vigilado por sus soldados.

—¿Qué ha sido eso?

—Precaución —se limita a responder—. Quiero asegurarme antes de dar


cualquier paso y no dudo que Maldonado no hubiera previsto que Verónica
los traicionaría, posiblemente fue parte del plan desde el inicio, en todo
caso, prefiero saberlo.

Me quedo en silencio, analizando lo que acaba de decir.

—Quiero que se acabe —susurro, sin darme cuenta, sin embargo, Renata no
tarda en colocar su mano sobre mi muslo en señal de apoyo—. No puedo
más, necesito que llegue a su fin.

—Haré que prioricen la orden de búsqueda contra Álvaro y Ester, según lo


que sabemos, ahora es Álvaro quien da las órdenes —dice—. Ahora quiero
que te centres en recuperarte, ¿de acuerdo? Déjamelo todo a mí, trata de
descansar y recobrar fuerzas, aprovecha también que tus padres se
encuentran aquí, habla con ellos, poneos al día. Poco a poco, tienes que
dejar que ese capítulo de tu vida quede atrás, no puedes seguir anclada en
esos meses.

Asiento lentamente con la cabeza y me toma por sorpresa cuando noto sus
labios posarse de manera delicada sobre mi cabeza, pues nunca me hubiera
esperado que Renata hubiera tenido un gesto maternal como ese. Me quedo
en silencio sin saber qué decir, no obstante, me regala una última mirada
para luego marcharse y dejarme sola en la sala de espera. Un enfermero no
tarda en llegar para acompañarme hacia mi habitación pues alega que
necesito descansar y no hacer demasiado esfuerzo. No respondo, me limito
a dejar que empuje la silla para llevarme por el pasillo y no tarda en
convertirse en algo habitual durante los siguientes días.

***

Han pasado un par de días desde que ingresamos al hospital y un día desde
que me dieron el alta asegurando de que ya me encontraba fuera de peligro,
no obstante, no he querido abandonar el hospital pues Iván todavía sigue
inconsciente en la cama y no tengo la intención de separarme de su lado
hasta que no abra los ojos.

Renata viene cada vez que dispone del tiempo ya que, con la orden de
captura contra Ester y Álvaro, lo ha tenido bastante complicado. En cuanto
al dispositivo USB que Verónica trajo, consiguieron detectar el programa y
no han tardado en conectarlo a su móvil, no obstante, se han asegurado de
que sea uno falso y difícilmente detectable por ellos. La comandante se ha
asegurado de hacerles caer en la trampa y, de esta manera, hacerlos salir de
su escondite para poder capturarlos al fin. Me ha asegurado de que no tenía
de qué preocuparme y que me concentrara en mi propia recuperación junto
a la de su hijo.

—Cuídale —me dijo—. Mantente a su lado, aunque siga dormido, estoy


segura de que siente que te encuentras con él.

Asentí con la cabeza mientras le aseguraba de que no me separaría de él.


Mis padres todavía se encuentran en Barcelona, de hecho, no han querido
irse por más que les dijera que ya me encontraba bien, por lo que, se están
hospedando en un hotel y no se separan de mí en ninguna circunstancia.

Me encuentro en su habitación sentada cerca de su cama con el portátil


encima de mi regazo. Cada pocos minutos, alzo la mirada para contemplar
que se encuentra en la misma posición sin mostrar ninguna respuesta. Se
mantiene con los ojos cerrados y esa máquina conectada le permite seguir
respirando, pues todavía no puedo hacerlo por sí solo. Le he continuado
hablando, incluso he traducido al francés algunos versos de sus poemas
para ver cómo quedaría.

Sonrío al recordar todos los momentos en los cuales me los recitó y no


puedo evitar acordarme de todos los correos electrónicos que compartimos.
Minimizo el documento, pues desde que Renata me dijo que había escrito
su historia, no he podido dejar de pensar en ello, así que pedí que me
trajeran el ordenador de Iván para empezar a leer el manuscrito.

Abro el correo electrónico con la cuenta de Miguel Duarte y me fijo en la


cantidad de mensajes que hay siendo yo la principal destinataria, no
obstante, no tardo en fijarme en la pestaña que se encuentra a la izquierda,
en la sección de borradores, hay uno no enviado y me lo pienso durante
unos segundos antes de ver de qué se trata. Me vuelvo a fijar en Iván y a la
pantalla que tiene al lado que mide sus pulsaciones. Me muerdo levemente
el labio y me sorprende cuando observo que se trata de un correo que es
para mí, pero que nunca lo recibí.

Decido ver de qué se trata, pues la curiosidad me gana.

Asunto: Ave Fénix (borrador)


De: Miguel Duarte
Fecha: miércoles, 26 de julio del 2020
Para: Adèle Leblanc

«Han pasado dos semanas desde el último adiós. Me sigue doliendo y no


dejo de pensar en ello ni un segundo, sin embargo, entiendo que ahora la
vida debe continuar. No te he llamado, tampoco te he enviado ni un solo
mensaje, estoy haciendo justamente lo que me has pedido, alejarme de ti,
porque te entiendo y no te culpo por ello. Jamás lo haría.

Un último adiós, la última ficha del dominó y un último poema, el cual


permanecerá en este correo que no te enviaré».

Miguel Duarte

Me acuerdo del poema, el que me recitó semanas atrás después del baile de
máscaras en Madrid. Lo releo de nuevo y no tardo en imaginarme cómo se
debió sentir después de mi partida y cómo, de alguna manera, logró
continuar y dejar atrás todo lo que había pasado.

Cierro los ojos durante un instante y los vuelvo a abrir para cerrar todas las
pestañas y dejar el MacBook encima de la mesita al lado de la cama. Me
recuesto sobre el sillón haciendo que la cabeza descanse sobre la superficie
mullida y me concentro en dejar atrás todos los recuerdos de meses atrás.
Tengo que hacer lo que me ha dicho Renata, superarlo, dejar caer la página
para comenzar una nueva. No puedo vivir encerrada en el pasado.

Pienso de nuevo en el correo electrónico acordándome del poema y el


tatuaje en mi espalda se hace presente, me lo hice justamente para tapar las
cicatrices de lo que sucedió. A lo mejor, no las debí recubrir con tinta o, a lo
mejor, sí. Que se trate justamente de ello, intentar buscar alguna manera
para superarlo, tapar las cicatrices, pero no borrarlas, las sigo notando en mi
espalda, pero están recubiertas por rosas negras.

De un momento a otro, siento movimiento en la cama de Iván, por lo que no


tardo en abrir los ojos para ver que se está moviendo inquieto mientras la
máquina no ha dejado de pitar, haciendo que médicos y enfermeros se
presenten en la habitación.

—¡Código azul! —grita uno, haciendo que me aparte y no tardo en


ponerme la mano en el corazón y apretar con fuerza la camiseta.

«Quédate conmigo, por favor».


El siguiente capítulo queda para el año que viene Jsjs

Nah, mentira pero no tan mentira, lo empezaré a escribir y espero tenerlo


para la siguiente semana.

¡FELIZ AÑO NUEVO! Todavía queda casi un día, pero ya aprovecho


y os lo digo. Que se cumplan todos vuestros deseos y a por un 2022 lleno de
sorpresas

Os quiere,
Anastasia
Capítulo 23

DESORIENTADO

Iván

Las luces están apagadas y me cuesta identificar mi entorno. Ni siquiera sé


cómo he acabado aquí, ni cuántos días han pasado, todo me duele y me
siento totalmente desorientado. Los segundos van transcurriendo y, poco a
poco, soy capaz de percibir que me encuentro en mi sofá, en el penthouse.
Trato de levantarme, pero una mano me lo impide y, al momento, me
sobresalto, no obstante, su voz intenta tranquilizarme.

Su voz, la de Adèle, no podía ser otra.


—Muñeca...

—Trata de relajarte —me dice en el mismo tono de voz, aunque no puedo


evitar fruncir el ceño—. Estoy aquí.

—No te he oído entrar —cambio de tema—. ¿Cuándo has llegado?

—Hace no mucho —responde, mirándome y me doy cuenta de su intención


de mantener cierta distancia—. ¿No quieres ir a la cama? Estarás más
cómodo ahí.

—Algo te ocurre. —Levanto sutilmente la mano para colocarla encima de


su mejilla, pero hace un movimiento con la cabeza que me sorprende—.
Dime qué es.

—Creo que lo mejor sería que lo habláramos en otro momento, cuando


estés más recuperado... No debería haber venido.

—¿Qué estás diciendo? —me alarmo—. ¿Hablar sobre qué?

—Iván...

—Dímelo.

La habitación sigue envuelta en una total oscuridad, no obstante, soy capaz


de apreciar su rostro preocupado gracias a la luz de la ciudad que se cuela a
través de los grandes ventanales. Algo no va bien, lo puedo sentir y la
reacción de la francesa acaba por confirmármelo. Trato de obviar el dolor
en mis costillas e intentar relajarme, porque no me gusta no estar enterado
de lo que está pasando y que, al parecer, es grave.

—Te acompaño hasta tu habitación. —Intenta levantarse, pero se lo impido


agarrándola de la muñeca—. Podemos hablarlo en otro momento, no tiene
por qué ser ahora. Recupérate, primero, acabas de salir de una operación,
después hablaremos con calma.

—Para empezar, si querías hablarlo más tarde, no deberías haberme dicho


nada —reclamo—. Qué es lo que pasa, ¿por qué no me lo puedes decir
ahora? ¿Tan grave es? —Noto una sensación molesta en la garganta, quiero
obviarlo, pero no puedo, así que al final dejo escapar una pequeña tos,
tratando de aclarármela.

—Vete a la cama —me pide—. Duerme, trata de descansar, te prometo que


después hablaremos.

Se produce un silencio incómodo entre ambos y, lentamente, deshago el


agarre de su muñeca para ponerme en pie. Dejo escapar un leve jadeo
debido a las heridas en mi abdomen, sin embargo, tampoco quiero darle
mucha importancia, no cuando esta sensación de incertidumbre todavía me
acompaña.

Permanezco delante de ella sin decir una sola palabra hasta que, decido
romper el silencio con la intención de ponerla a prueba. La conozco,
conozco su mirada, no puedo ocultarme lo que se cuece en su interior por
mucho más tiempo, a mí no.

—¿Vienes conmigo? —Se trata de una simple pregunta que me insinuará lo


que está pasando. Trago saliva y los segundos que transcurren se me
vuelven eternos. Sus ojos no abandonan los míos, no obstante, parece que
no tenga la intención de decirme nada ya que sus labios siguen juntos. Me
aclaro la garganta antes de decir—: Si tu intención es dejarme, dímelo —
murmuro tratando de convencerme de ello para, después, hacer una
pequeña pausa—. Tranquila, no pienses que no podré soportarlo.

Adèle da un paso hacia adelante rompiendo el contacto visual y soy capaz


de oír su suspiro algo profundo. Cierro los ojos mientras deseo despertar de
esta pesadilla, pero tal parece que no funciona, pues lo siento como si fuera
demasiado real, como si estuviera pasando de verdad y no dejo de
preguntarme qué habrá pasado para que hayamos llegado hasta este punto.

—¿No piensas que sería lo mejor? —pregunta, de repente.

—¿Lo mejor para quién? —Vuelvo a intentar contener la tos tocándome el


pecho—. Porque no lo sería para mí —hago una pausa para girarme y
ponerme delante de ella—. Si quieres irte, hazlo, no te lo pienso impedir,
pero... —me quedo en silencio al sentir la garganta oprimida, como si me
costara respirar.
—¿Iván? —Se agacha a mi lado y me pone una mano en el hombro—.
Déjame ayudarte... —Paso un brazo por sus hombros y la sensación de
mareo me invade al no poder respirar con normalidad.

Empiezo a toser bruscamente mientras trato de apoyarme en ella, no


obstante, ni siquiera sé por qué me ha empezado a doler tan de repente.
Necesito cerrar los ojos, tumbarme y descansar, pero también la necesito a
ella a mi lado... No, no la necesito, no quiero necesitarla, no quiero llegar a
depender de su cercanía, pero... joder. Toso nuevamente y por más que
intente aclararme la sensación de molestia, no se va, permanece intacta lo
que hace que no pueda mantenerme derecho.

—No quiero que te vayas —susurro y, al instante, me arrepiento de haberlo


dicho en voz alta, sin embargo, una vez que vuelvo a sentir el mullido sofá
bajo mi cuerpo, empiezo a sentir muchas más voces.

¿Estaré volviéndome loco?

—Por favor, quédate conmigo —me pide y es lo último que recuerdo antes
de sentir una fuerte opresión en el pecho.

• ────── ✾ ────── •

Adèle

No me han dejado quedarme en la habitación con él. Por más que les he
insistido, me han pedido que me retire para que los dejara ocuparse de Iván
ya que, de un momento a otro, había dejado de respirar. Me coloco la mano
fría en la frente y cierro los ojos durante un instante mientras dejo escapar
el aire de manera pausada.

La comandante aparece de repente tocándome el hombro y abro los ojos


para observar su cara de preocupación. Ni siquiera me lo pienso dos veces
cuando la abrazo atrayéndola hacía mí y me escondo en su cuello. Renata
me corresponde al instante colocando una mano en mi cabeza. Tardo un par
de segundos en darme cuenta de que probablemente a ella no le gusten las
muestras de cariño tan constantes.
—Perdón, no quería... —me disculpo y trato de encontrar las palabras
adecuadas, pero ni siquiera sé qué más decir. No puedo pensar en otra cosa
que no sea en Iván y el grupo de médicos que se encuentra a su alrededor.

—¿Qué ha pasado? —pregunta y la observo cruzarse de brazos.

—Estaba con él y... de repente, dejó de respirar o el corazón... no lo sé muy


bien, la máquina empezó a pitar y aparecieron los médicos. Me han pedido
que salga de la habitación.

—Vamos, siéntate —me anima a seguirla, pero niego con la cabeza


manteniéndome con la mirada clavada hacia la puerta de su habitación—.
En estos casos no se puede hacer nada más que ser pacientes. Iván
despertará tarde o temprano.

—¿Cómo lo sabes?

Se encoge de hombros mientras esboza una leve sonrisa para intentar


mantener la calma.

—Soy su madre —se limita a decir—. Además de que él es fuerte, sabe


que, si se va sin despedirse, me encargaré de traerle de vuelta para darle un
buen regaño.

Quiero creer que sí, que todo irá bien, que Iván despertará, se recuperará y
todo irá bien a partir de ahora, porque él es fuerte y no se puede morir,
porque si lo llega a hacer sin despedirse... Justo en este instante, la puerta de
su habitación se abre y sale su médico guardándose las manos en los
bolsillos.

—El señor Otálora está bien, lo hemos conseguido estabilizar —se adelanta
a decirnos al ver mi intención de preguntarle al respecto.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Renata—. ¿Qué es lo que le ha


provocado...? ¿Exactamente qué ha sido?

—Una parada cardiorrespiratoria por una obstrucción de la vía aérea. Su


corazón dejó de funcionar por unos pocos segundos, pero como les he
dicho, lo hemos conseguido estabilizar. —Siento como una especie de
alivio al escuchar las palabras del doctor, sin embargo, todavía no ha
logrado despertarse, lo que hace que me vuelva a preocupar—. Lo
mantendremos vigilado, de todas maneras, he pedido que le hagan una
prueba para comprobar que todo esté bien.

—¿Cuándo despertará? —me atrevo a preguntar.

—No lo sabemos con certeza, todo depende del señor Otálora. Bien podría
ser de aquí a unas horas, días o incluso semanas. Lo importante es que se
mantenga estable y que no presente ningún tipo de problema. —Nos
quedamos en silencio durante un instante—. Si me disculpan, tengo más
pacientes que atender. Pueden pasar a verle si lo desean, pero les
recomiendo que también vayan a descansar, una enfermera las mantendrá
informadas, así que no deben preocuparse.

—Gracias, doctor —contesta Renata.

El médico se retira a los pocos segundos y nos volvemos a quedar en


silencio.

—¿Quieres entrar ahora? —pregunto.

—Sí, pero no podré quedarme durante mucho tiempo ya que tengo que
atender unos cuantos asuntos. ¿Tú te quedarás aquí?

Le respondo que sí, que no tengo nada más que hacer y que no me supone
ningún tipo de problema, de todas maneras, insiste que, si necesito
descansar, que no dude en marcharme a casa. Asiento con la cabeza en su
dirección y nos adentramos en la habitación para verle de nuevo en la
misma posición en la cual le dejé. Mantiene los ojos cerrados y tiene una
expresión totalmente relajada.

La comandante avanza hacia su cama para cogerle de la mano de manera


delicada, no duda en acercarse un poco más para darle un beso en la frente.
Se queda durante unos pocos minutos más diciéndole algo, para luego
marcharse de la habitación cerrando la puerta detrás de ella. De nuevo, el
entorno se sumerge en un completo silencio y lo único que se logra
escuchar es el pitido de la máquina que indica las pulsaciones de su
corazón.

Me siento en el sillón, al lado de su cama, donde he permanecido hasta


ahora, y me dedico a mirarle dormir. Ni siquiera sé si hablarle, decirle algo
más, no sé si estará escuchándome, si sabrá que me encuentro a su lado, que
no me he ido durante estos dos días. Me cruzo de piernas mientras apoyo el
codo sobre el reposabrazos para, a su vez, apoyar la barbilla sobre mis
dedos en un simple roce.

El correo electrónico, ese el cual no me envió y que sigue en borradores en


su bandeja de entrada, vuelve a aparecer en mi mente. Las primeras líneas
no se me han borrado de la cabeza, además del poema, ese en el cual me
pide que resurja de las cenizas como el ave fénix que soy. Quiero que me lo
vuelva a recitar, como solo él sabe hacerlo y que lo haga mientras me
mantengo abrazada a él, en su cama, en la mía, lo cierto es que me da igual.
Necesito que todo vuelva a estar bien, tanto él como yo.

***

No despertó, después de que Renata se marchara, me quedé en su


habitación durante toda la tarde hasta que llegó la noche. De hecho, me
quedé un par de veces dormida sobre aquel sillón y vino una enfermera a
pedirme que lo mejor sería que me marchara a casa. Permanecí en silencio
durante unos largos minutos mientras pensaba a dónde podría ir. Desde que
pisé Barcelona, no he ido a mi apartamento, tampoco sé si Félix sigue ahí,
pues la última vez que lo vi fue hace un par de semanas antes de que
perdiera la memoria, por lo tanto, no creo que sepa nada.

Podría llamarle, ver dónde está, quiero regresar a mi piso, ver de nuevo a
Susana, hace muchos meses que no me hablo con ella, no le he contado
nada y merece saber todo lo que ha pasado.

Veo la hora en la pantalla del móvil. 23:18 h. Todavía me encuentro en su


habitación, por lo que, no dudo en acercarme para plantar mis labios sobre
su frente y depositarle un suave beso sobre su piel. Cierro los ojos durante
unos segundos mientras aprovecho para apoyar la mía y juntarlas.
—Ni se te ocurra hacer que tu corazón deje de latir en mi ausencia, ¿está
claro? —susurro importándome bien poco que no logre oírme—. Volveré,
simplemente... necesito dormir, descansar. —Me sorprendo cuando muevo
levemente los hombros de manera inconsciente y oigo los huesos crujir
debido a que he estado en la misma posición durante varias horas—. Quiero
que me prometas algo —sigo murmurando mientras le agarro de la mano—:
que haremos lo que esté en nuestra mano para volver a estar bien, ¿te
acuerdas? La pianista francesa junto al magnate-poeta, dónde nuestra única
preocupación era cuándo volveríamos a tener sexo. Quiero volver a esa
época, donde no nos importaba nada ni nadie... Prométeme que despertarás,
que haremos que el tiempo retroceda.

Me quedo en silencio esperando algo, algo que sé que no llegará, no


obstante, intento que eso no me afecte porque sé que, tarde o temprano,
abrirá los ojos y yo estaré ahí para verle.

***

Uno de los hombres del equipo de seguridad de la comandante tuvo la


amabilidad de llevarme a casa después de que la misma Renata se lo
ordenara al enterarse que quería irme, pues no iban a permitir que lo hiciera
sola. Durante el camino, aproveché para llamar a Félix, quien no tardó en
contestar la llamada. Estuvimos hablando durante unos minutos en los
cuales no dejó de preguntarme dónde había estado durante estas semanas y
por qué no le había llamado. Cuando le dije que estaba de camino hacia mi
apartamento, se calló enseguida y se alegro de que por fin nos volveríamos
a ver.

Ahora me encuentro en el ascensor, subiendo hacia la última planta y no


puedo evitar sentirme algo nerviosa pues, fue hace meses, desde que inicié
la gira, que no he vuelto a entrar ahí.

No tardo en avanzar por el pasillo y ni siquiera me hace falta picar al timbre


cuando Félix ya me ha abierto la puerta para dejar que entre y envolverme
en un abrazo levántandome del suelo.

—Yo también me alegro de verte —murmuro con algo de dificultad, no


obstante, no tarda en dejarme de nuevo al suelo para que recupere el aire.
—¿Dónde has estado? Me cago en la puta, ni una llamada, nada, he tenido
que investigar por mi cuenta para enterarme cómo estabas. Por cierto,
¿cómo estás? He visto las noticias, menudo accidente, eh, ¿cómo está el
sexy poeta? ¿Todavía no ha despertado? De haberlo hecho estarías junto a él
y no aquí.

—Félix. —Aparece Susana por el pasillo y no tardo en girarme hacia ella.


No ha cambiado en lo absoluto, sigue como siempre, aunque ahora está
algo nerviosa y no la puedo culpar—. No la abrumes, dejemos que se ponga
cómoda.

—Susana... —la llamo y no sé si ir a abrazarla, sin embargo, ya lo hace ella,


envolviéndonos en uno fuerte. Me permito cerrar los ojos dándome cuenta
de lo mucho que la había echado de menos—. ¿Cómo estás? Dios, siento no
haberte llamado, por lo menos un mensaje... lo que pasa... es que...

—No hace falta que digas nada, Adèle, ahora estás aquí, ¿no? Eso es lo
importante —contesta mientras lo deshace para darme un repaso de pies a
cabeza—. ¿Segura que estás bien? ¿No te duele nada?

—Me dieron el alta hace un par de días, según los médicos, estoy bien, no
me duele nada. La peor parte se la ha llevado Iván.

—¿Sigue en el hospital? —pregunta—. Espera, ¿quieres tomar algo? ¿Un


té? Podrías cambiarte de ropa por algo más cómodo. Tu habitación sigue
intacta y tu ropa está organizada. Me tomé la molestia de hacerlo al saber
que habías vuelto a la ciudad.

—Siento no haberte llamado —me disculpo, de nuevo. Susana niega con la


cabeza, restándole importancia.

Me dirijo hacia mi habitación y cierro la puerta detrás de mí. Enciendo la


luz de la lámpara de la mesita de noche y la estancia no tarda en recobrar un
ambiente cálido. Todo está ordenado, limpio, sin un pizca de polvo en
ningún mueble. La última vez que estuve aquí, fue el verano pasado y
todavía sigo sin hacerme a la idea de que hayan pasado tantos meses.
Aprieto la mandíbula al visualizarme tumbada en esta misma cama, hecha
un ovillo mientras el recuerdo de Jolie no dejaba de atormentarme. No
podía dejar de pensar en todo lo que había pasado en aquel búnker y el
recuerdo del entierro no dejaba de aparecer, de hecho, todavía sigo
acordándome de todo lo que sucedió.

Me froto el rostro con ambas manos y me fijo en los grandes ventanales, los
cuales se encuentran descubiertos dejando pasar la luz nocturna hacia el
interior. Alcanzo el mando que se encuentra encima de la mesita y aprieto el
botón que hace que las cortinas se deslicen con lentitud, haciendo que me
esconda del mundo.

Me siento un poco más protegida si sé que nadie tiene la opción de estar


mirándome.

Minutos más tarde y después de haberme puesto un pijama, me dirijo al


baño para hacerme una trenza y dejarla por encima de mi pecho. Apoyo las
manos en el borde la mesa y me miro frente al espejo. Todo sigue igual,
nada ha cambiado, no tendría por qué sentirme de esta manera, no obstante,
las distintas imágenes no tardan en acumularse provocándome que cierre
los ojos y aparte la mirada de mi reflejo.

«Tengo que dejar de pensar», me repito una y otra vez mientras avanzo por
el pasillo y me encuentro con Félix sentado en el sofá con la mirada clavada
en el móvil mientras que Susana ha empezado a preparar algo para comer.

—No te molestes —empiezo a decir, sentándome en uno de los taburetes—.


No tengo hambre.

Deja de hacer lo que tenía entre manos y me mira con un semblante


preocupado.

—Has adelgazado —asegura y tampoco sabría decirle si es así.


Posiblemente lo haya hecho pues pasé por un periodo de tiempo donde a
veces se me olvidaba comer—. ¿Ahora estás comiendo bien?

Me pongo a pensar en la situación actual de mi vida. ¿Comer bien? Lo


intento, pero no porque lo quiera sino porque casi siempre tengo a alguien
que me recuerda hacerlo, de hecho, no soy capaz de cuidar de mí misma a
no ser que tenga a alguien al lado para que lo haga por mí.
—Trato de hacerlo —respondo y noto a Félix acercarse. Se sienta a mi lado
y dejamos a Susana delante de nosotros—. ¿Qué has hecho durante estos
días?

—¿Días? Ya llevo un par de semanas viviendo en este cuento de hadas que


es tu apartamento —se aclara la garganta—. Verás, es una historia algo
graciosa pues, cuando me presenté aquí por primera vez, esta señora de aquí
no me reconoció de primeras, así que le tuve que explicar de manera
detallada cómo te había conocido y decirle cosas de ti que solo ella
conociera. A los cinco minutos me reconoció y ya me dejó entrar, pero sí,
no te niego que me ha ofendido un poco. Se supone que yo soy de los que
no se olvidan.

—Han pasado muchos años, no me puedes culpar por no dejar entrar a


desconocidos —se intenta disculpar.

—Eh, que ya no soy un desconocido.

—Lo fuiste en su momento.

—Pero ya no lo soy.

—¿Cuánto tiempo llevas cuidando del piso? —pregunto con la intención de


poner fin a su pequeña discusión. Susana vuelca su atención en mí.

—Pues... prácticamente desde que te fuiste. Me pediste que lo cuidara —me


recuerda, sin embargo, no logro ubicar ese momento—. Venía una vez por
semana para ver que todo estuviera bien y hacía una limpieza profunda dos
veces al mes.

—¿Todo sigue en su sitio?

—Por supuesto, nadie ha tocado nada y todas tus cosas siguen en el mismo
lugar donde las dejaste.

Eso me hace pensar en el poemario que tengo guardado en uno de los


cajones de la mesita de noche. No me lo llevé conmigo, no quería. Cuando
decidí que nuestra historia había llegado a su fin, tenía que dejar atrás todo,
incluidos los regalos que me hizo. Los dejé aquí, porque tampoco fui capaz
de deshacerme de ellos.

—¿Cómo se encuentra él? —interviene Félix—. ¿Todavía no ha


despertado?

Empiezo a explicarles por encima lo que ha ocurrido y el paro respiratorio


que ha tenido esta tarde. Se muestran atentos y, a la vez, preocupados.
Vuelven a preguntarme si estoy bien y sé hacia dónde quieren ir a parar,
pues los dos conocen todo lo que ha pasado con Jolie, sin embargo, no
quiero hablar sobre ella ahora, tampoco quiero ahondar en más detalles.
Estoy bien y eso es lo único que cuenta.

Transcurre un poco menos de una hora en la cual he hecho que cambiemos


de tema y hablar de algo más trivial, dando a entender que ya fue suficiente
por hoy.

—Creo que me iré a dormir —murmuro viendo la hora en el reloj—.


Necesito una ducha también.

—¿Ya? —protesta mi amigo cuyo pelo sigue manteniendo esa tonalidad


morada—. ¿No te quieres sentar conmigo y vemos Harry Potter?

Sonrío levemente hacia él.

—Otro día y nos hacemos una maratón —propongo.

—Vale, pero lo hacemos, eh, que no se te olvide.

—No se me va a olvidar porque me lo estarás recordando cada vez que se te


presente la oportunidad.

—Cierto es.

—Buenas noches —me despido y, un par de minutos más tarde, ya he


cerrado la puerta de mi habitación.

Compruebo que las cortinas siguen cerradas y no me lo pienso mucho


cuando empiezo a quitarme la ropa para dirigirme hacia la ducha. El agua
empieza a correr y me permito cerrar los ojos al sentir la calidez de las
miles de gotas cayendo por mi piel.

Tengo que empezar a decir las cosas por su nombre, analizar todo lo que ha
pasado y buscar una solución que me garantice seguir con mi vida sin
pensar en todo lo que me hizo aquella mujer. Buscar alguna manera de
superarlo sin llegar a sentirme culpable. Por lo menos, el corazón ya no me
duele tanto y el recuerdo de su muerte ya no me provoca querer irme con
ella también.

Después de haberme puesto el pijama, me escondo entre las sábanas y, en el


mismo instante en el que mi cabeza toca la almohada, me permito cerrar los
ojos mientras me repito que debo descansar, que por ese motivo me he ido
de su lado, porque necesitaba acostarme y no estar rodeada de ese ambiente
de hospital.

Tan solo deseo no tener más pesadillas.

***

Contrario a lo que creí que haría esta mañana, me visto con otro atuendo
cómodo y salgo hacia la sala de estar para ver a mis padres en la isla de la
cocina. Están conversando con Susana, quien les está preparando un café.
Se giran hacia mí en el mismo instante en el que me oyen avanzar hacia
ellos.

—Hija —me saluda mamá mientras se levanta para venir a darme un casto
abrazo—. No te encontrábamos en el hospital, preguntamos y nos dijeron
que te habías ido a descansar a tu casa, así que decidimos no molestarte y
venir a verte por la mañana. ¿Cómo te encuentras? ¿Has podido dormir
bien?

—Léonore —pronuncia papá también acercándose para darme un beso en


la frente—. Deja que responda una pregunta a la vez.

—Estoy bien —les aseguro rompiendo el contacto visual al instante pues


ellos saben cuándo estoy mintiendo. No es que haya dormido tan mal, pero
sí me he levantado varias veces debido a varios recuerdos que llegaban—.
Después iré al hospital.

—Antes crees que... ¿podríamos hablar? —pregunta mamá.

—¿Sobre qué?

—Simplemente hablar, ponernos al día —sonríe—, te prometo que no nos


tomará mucho tiempo, pero sí nos gustaría decirte un par de cosas.

—Está bien —acepto.

—Yo me retiro, así les dejo que puedan hablar con más calma —murmura
Susana después de haber preparado el desayuno.

—¿Dónde está Félix? —Normalmente ya debería estar dando vueltas a mi


alrededor, no es de los que se despierten muy tarde.

—Ha salido, no ha dicho dónde y tampoco sé cuándo volverá. —Asiento


levemente con la cabeza y dejo que Susana se marche.

El ambiente se vuelve a teñir de un silencio que no sabría cómo clasificar,


no obstante, mi madre es la primera que decide romperlo empezando por
aquel tema que sabía que sacaría, pero que todavía no sé si estoy preparada
para hablarlo con ellos.

—Te hemos visto por Internet, las diferentes actuaciones que has hecho y
has estado asombrosa en cada una de ellas —se enorgullece ella—. ¿Cómo
has estado? ¿Qué tal la mano?

Sin ser consciente, bajo la cabeza hacia mi mano izquierda, todavía se


percibe la sutil cicatriz que ha quedado después de la operación. No me
duele, desde que el fisioterapeuta se ocupó de mi recuperación, he
presentado muy poca molestia, simplemente tengo que seguir haciendo los
masajes y calentar muy bien las manos antes de cualquier actuación.

—Bien, es decir, puedo tocar el piano sin problema.


—¿Qué tal las chicas? Cuéntanos, cariño, queremos saber cómo te va —se
sigue interesando mamá y tengo que reprimir el impulso de suspirar porque
sé que a ella no le gustaría verme antipática, no después de todos estos
meses donde no les llamé ni una sola vez. En parte, se los debo—. Pronto
nos iremos y no me gustaría despedirme sin haber hablado antes contigo.

No obstante, tampoco les quiero pintar todos estos meses de color de rosa.

—Mamá —la llamo con la intención de ordenar en mi cabeza todo este


tiempo—, si me pides saber cómo he estado, te lo puedo decir, pero
tampoco quiero que después te lo tomes a mal. —Ella asiente con la cabeza
—. Lo he pasado mal, demasiado, ha sido... estos meses... ni siquiera sé
cómo explicarlo para que lo entendáis, pero... —me quedo en silencio
durante un par de segundos, frunciendo el ceño—. He intentado hacer de
todo con tal de superarlo o, por lo menos, intentar pasar página. He bebido
hasta el cansancio, hasta el punto de que ya no recordaba lo que había
hecho la noche anterior, empecé a tomar unas pastillas que me ayudaban a
olvidar...

—¿Pastillas? —se desconcierta ella—. Adèle...

—Te ruego que no me digas nada —advierto—. Me has pedido contártelo y


lo estoy haciendo. Precisamente quise hacer una gira para olvidarme de
todo lo que había pasado en esta ciudad, el piano me ayudaba por
momentos, pero nunca era suficiente, por eso empecé a recurrir a... otras
cosas.

—No deberíamos habernos alejado de ti —interviene papá, pero niego con


la cabeza.

—Yo me alejé —afirmo—, me alejé de todo el mundo. Pensaba que me iría


bien estar sola durante un tiempo, funcionó al principio, pero luego... todo
se volvió oscuro, ni siquiera me reconocía.

—Estás hablando en pasado. —Asiento con la cabeza—. ¿Qué ha pasado


ahora?
—Tampoco te lo sabría explicar —confieso y me doy cuenta de que, desde
que volví a recuperar mis recuerdos, todo ha ido diferente—, pero te puedo
decir que estoy algo mejor que hace unos meses.

—¿Iván tiene que ver con eso?

Me encojo de hombros sin saber qué decir mientras dejo escapar un leve
suspiro.

—Me ha ayudado bastante, siempre ha querido lo mejor para mí y lo sigue


haciendo.

—Te quiere, cariño —sonríe mamá—. Me alegro de que él esté a tu lado.

—¿Cómo está Élise? —pregunto, cambiando de tema y puedo observar el


rostro de mi madre—. ¿Ocurre algo con ella?

La última vez que la vi fue en mi habitación después de que yo me


despertara tras haber vivido todo lo que me hizo Mónica en el búnker.
Desde entonces, no he vuelto a saber nada de ella y tampoco me interesé
por enterarme. Supongo que debí hacer las cosas diferentes, al fin y al cabo,
ella ha perdido tanto a su hija como a quien consideraba como el amor de su
vida. No le guardo rencor por culparme, me enfadó que no me entendiera en
su momento, pero con el paso de los días lo comprendí.

Cada uno reacciona de diferente manera al dolor, cuando el corazón ya no


puede más, ni siquiera te preocupas por saber si lo que estás diciendo está
bien o mal, porque el dolor es tan grande, que te acaba dominando.

—Ya no hablamos tanto con ella, muy raramente y solo cuando ella así lo
quiere —explica papá—. Ya no es la misma y todo lo que pasó le sigue
doliendo.

—¿Y vosotros?

Se produce un silencio y me doy cuenta de que no les he preguntado ni una


sola vez cómo se encuentran ellos. Unos padres que han presenciado el
sufrimiento de sus dos hijos de primera mano y no han podido hacer nada
para evitarlo. Transcurren varios segundos en los cuales ninguno de los dos
parece que vaya a responder, incluso mi madre ha apartado la mirada
levemente, no obstante, el ruido de una llamada entrante inunda el espacio.

Susana aparece casi al instante pues se trata del teléfono de casa, sin
embargo, le indico con la mirada que ya me encargo de atender yo. No sé de
quién se trata, incluso pienso en no contestar, pero sé que, si lo evito,
volverán a llamar.

Decido contestar y la voz que se escucha al otro lado es la última que me


hubiera imaginado oír.

—Adèle —susurra, débil.

Es él, está despierto.

Holis ¿Qué tal el capítulo?

Primer capítulo del año , por cierto El siguiente queda para la semana que
viene, ya lo ando escribiendo.

Un poco más y ya entramos en el ecuador de la historia, ¿tenéis ganas de


llegar al final?

Nos leemos en el siguiente, amores, se me cuidan


Capítulo 24

BAJO MI PIEL

Iván
«Por lo menos, déjame despedirme...». Esas palabras no dejan de dar
vueltas en mi cabeza. No me gustaría irme sin antes haberme despedido, sin
haberle dicho todo lo que tengo guardado en mi corazón, sin haberla besado
por última vez. «Déjame quedarme para despedirme», aunque sean unos
minutos, tan solo unos segundos... Necesito verla por última vez, también a
mi madre, decirle que no me ha perdido, que siempre estaré a su lado.

No me quiero morir, no quiero hacerlo, no dejando mi vida a medias, no


quiero que me lleguen a echar de menos, pero si llegara a suceder... Si los
médicos no pudieran hacer nada más para salvarme, me gustaría que, por lo
menos, tener eso, una despedida, un último adiós.

Ni siquiera sé si estoy siendo consciente de que estoy tumbado en una


camilla de hospital, el tiempo aquí funciona de distinta manera y lo que
parece ser un sueño teniendo la sensación de estar a punto de despertar, ya
se ha convertido en un ciclo repetitivo.

No hay absolutamente nadie y no sé si todas las personas que han aparecido


han sido producto de mi imaginación por seguir dormido o de verdad estoy
muerto y estoy intentando buscar esa luz de la que tanto hablan. La luna no
se ha movido de su posición desde que llegué, una luna llena
resplandeciente que se ha encargado de proporcionarme un poco de luz. La
noche no ha avanzado, todavía no he visto la luz del día y tampoco sé
cuándo lo vaya a hacer, a lo mejor ya no tengo la oportunidad de volver a
casa, que me quedaré aquí durante el resto de mi existencia.

Me froto el rostro para luego apoyar los brazos sobre la barandilla de la


terraza mientras admiro, en plena oscuridad, a una Barcelona durmiente.
Después del accidente, tan solo recuerdo despertar aquí, en mi apartamento,
completamente solo. Tardé bastante en darme cuenta lo que estaba pasando
en realidad hasta que apareció mi padre para explicármelo. Eso es lo único
bueno que me ha pasado, que he podido ver a mi padre a quien he podido
abrazar, tocarle de verdad. También vi a Adèle y no me acuerdo si su
intención fue dejarme porque después de aquello, ya no recuerdo nada más.

—Nunca me cansaré de contemplar este escenario —murmura detrás de mí


para luego colocarse a mi lado. Sonrío levemente en su dirección asintiendo
en respuesta—. Me permito dejar de pensar durante algunos minutos, ¿no te
sucede eso también? Me acuerdo de que nunca le tuviste miedo a las
alturas.

Dejo escapar una leve risa y no puedo evitar ponerme un poco sentimental.

—Me hubiera gustado tenerte conmigo más tiempo —confieso, casi en un


susurro—. Hago ver que no me afecta, porque no quiero ver a mamá mal,
pero... sí lo hace. —Noto que gira la cabeza hacia mí, no obstante, yo
permanezco con la mirada hacia la ciudad—. Ojalá que no te hubieras
muerto, que no te hubieras ido de nuestro lado y, aunque lo niegue o le quite
importancia, sí me dueles, papá —termino por decir mirándole a los ojos.
Esos ojos de un azul cielo que consiguieron enamorar a Renata.

—La muerte es impredecible e inevitable —murmura al cabo de unos


segundos—. No se puede hacer nada contra ella más que intentar superar la
pérdida del ser querido. Forma parte de nosotros: nacemos, vivimos todo
cuánto se nos permite vivir y luego llega la despedida.

—¿Y si no logro despedirme? No quiero irme sin haber hablado con ellas.

—Tú no vas a morir, ¿me oyes? —pronuncia en un tono suave, incluso está
sonriendo de manera torcida—. No puedes hacerle eso a tu madre, me
perdió a mí, también a tu hermano, no permitas que te pierda a ti también.

—No está en mi mano...

—Claro que lo está —contradice—, hay que luchar hasta el final.

—¿Tú luchaste?

—Por supuesto, hice todo cuanto pude para quedarme, no funcionó, pero lo
intenté, no me rendí.

—Yo no quiero morir.

—No lo permitiré —asegura pasando un brazo por encima de mis hombros


—. Eres mi hijo, tienes que seguir hasta el final, ¿entendido?

—¿Cómo sabes cuándo llega ese momento? Cuándo tienes que luchar.
—No hay una ciencia exacta, simplemente llega, lo sientes, es como si
alguien te estuviera empujando por detrás para que abras los ojos.

—Quiero despertar —pronuncio mirando de nuevo hacia la ciudad—. No sé


cuántos días han pasado, pero creo que han sido bastantes, quiero abrir los
ojos y volver a mi realidad. —En este mismo instante, se me viene algo a la
cabeza que me deja pensando—. ¿Soy yo quien controla este sueño?

—Sí.

—¿Y por qué no puedo verla ahora?

—¿Te refieres a la pianista francesa? —pregunta y asiento con la cabeza—.


Supongo que en el fondo sabes que vas a despertar y ya no quieres verla de
nuevo por aquí, sino una vez que abras los ojos en el hospital. —Se queda
callado durante un instante—. La quieres, has encontrado a tu
complemento, así como yo lo hice con tu madre —afirma.

—Eso parece —sonrío—. Me gustaría llegar con ella a más —pienso en


voz alta.

—¿A qué te refieres?

—¿Es una locura que piense en el matrimonio? —suelto a la vez que giro la
cabeza para mirarle.

Desde que nos volvimos a reencontrar en Madrid durante aquella fiesta de


disfraces, llegó un momento, un día, donde se me pasó por la cabeza verla
vestida de blanco caminando hacia el altar. Fue tan solo una idea, una
imagen que me creé sin tener ningún motivo detrás. Lo imaginé y, desde
entonces, no he podido sacármelo de la cabeza porque sí, me gustaría
casarme con ella ya que, si no es con ella, no será con nadie, porque la
tengo tan metida bajo mi piel, que no puedo imaginar mi vida sin Adèle
Leblanc a mi lado.

—No lo es si amas a esa persona. Tienes que casarte por amor, porque
ambos queréis de verdad, no se puede tomar a la ligera.
—¿Por qué elegiste ese anillo para mamá cuándo le pediste que se casara
contigo?

Renata me lo contó mientras estaba escribiendo el borrador de Bellator.


Recuerdo que se quedó mirando un punto fijo del fuego ardiendo mientras
me explicaba por qué Sebastián le había pedido matrimonio con un anillo
que tenía un diamante negro como protagonista, no obstante, también
quiero oírselo decir a él, que me explique lo que sintió en aquel momento y
cómo reaccionó la comandante.

—Lo tuve claro desde que vi el color de sus ojos, marrones, casi negros,
como dos piedras preciosas que, a pesar de su oscuridad, mantenían ese
brillo que resplandecía cada vez que la luz los tocaba. Cuando pensé en la
posibilidad de casarnos, el diamante negro apareció en mi cabeza.

Por ese motivo, cuando Adèle me preguntó qué palabra podía definirnos, no
dudé en decirle que lo hacía un diamante negro. Fuerte, resistente a
cualquier golpe, brillante, elegante... De hecho, en cuanto lo dije en voz
alta, recordé el anillo de mamá guardado en su caja de terciopelo negro y
una idea se me cruzó por la cabeza.

—Lo tiene guardado —murmuro refiriéndome a Renata—. Ya no lo utiliza,


pero lo tiene guardado como su tesoro más preciado. —Me giro para
observar la reacción de mi padre, quien se encuentra sonriendo, intentando
que no lo note—. No creo que nunca te vaya a olvidar, fuiste su primer
amor.

—Lo sé, ella también lo fue para mí.

—¿De verdad?

—Sí —asegura—, desde la primera vez que la vi en el cuartel, cuando me


asignaron, por aquel entonces, a la sargento Abellán para que me diera la
visita por las instalaciones y su armamento. —Me acuerdo cuando Renata
me contó cómo se conocieron y las sensaciones que Sebastián le provocó la
primera vez que se vieron a los ojos—. Es algo difícil de explicar, pero...
sentí como una especie de atracción hacia ella que no pude ignorar a la
ligera. A partir de aquel momento, nunca dejé de buscarla, aunque lo hiciera
de manera inconsciente.

—Me acuerdo de las primeras miradas entre Adèle y yo. —Rememoro la


segunda vez que la vi tocar el piano en el aniversario número cincuenta de
ARSAQ, luego en el viaje a Ibiza... Desde que la conocí, nunca he dejado
de adentrarme en esos ojos cuya tormenta predomina en su totalidad—. Lo
que más me sorprende es que esas miradas no han desaparecido y sigue
viéndome con los mismos ojos.

—Cásate con ella —murmura y aprovecha para esbozar una leve sonrisa—.
¿De qué sirve esperar cuándo lo tienes tan claro? Proponle matrimonio y
hazlo con el anillo que le regalé a tu madre.

—Adèle no quiere casarse.

—¿Y tú qué sabes? A lo mejor quiere, pero no lo sabrás hasta que no se lo


preguntes.

—Me lo dijo ella misma tiempo atrás. No es una mujer que se comprometa
ni que busque formar una familia. A mí no me importa esperar el tiempo
que haga falta.

—¿Y si nunca quiere? No puedes dirigir tu vida en base a los deseos de otra
persona por más que la ames con todo tu ser. Si tú quieres casarte con ella,
pregúntaselo, no perderás nada intentándolo, piensa que el «no» ya lo
tienes.

—Tampoco me gustaría que se alejara.

Escucho una leve risa brotar de su garganta mientras aprovecha para girarse
y mirarme fijamente.

—Hijo, le estás dando muchas vueltas, pensaba que eras más seguro de ti
mismo.

—Y lo soy, pero este tema... sé que no es uno de sus favoritos.


Sin embargo, el recuerdo del viaje a Montecarlo aparece de repente, cuando
me dijo que no le importaría formar una familia si es conmigo. De todas
maneras, ni siquiera sé si lo dijo a modo de broma o la amnesia estaba
hablando por ella. La francesa es una mujer impredecible lo mires pode
donde lo mires.

—Míralo por esta perspectiva: yo conseguí casarme con tu madre y su


carácter indomable sigue intacto —comenta con una sonrisa—. Se supone
que ambos sois iguales, que os entendéis, no creo que Adèle se aleje de ti
por una simple pregunta.

Me quedo callado por unos segundos analizando todo lo que acaba de


decirme. ¿Casarme con Adèle? Suena incluso como algo irreal, que no
pasará.

—Me lo pensaré —acabo por decir.

—Pero tampoco lo hagas demasiado, es importante que lo dejes fluir —


aconseja y coloca una mano en mi hombro—. Ahora, es hora de que te
vayas, suficiente tiempo has pasado conmigo. Tienes que despertar, Iván.

—Ojalá hubiera alguna manera de que vengas conmigo, de que mamá te


vea, aunque sea por unos minutos.

—Ya me despedí de tu madre en su momento —sonríe, aunque puedo


apreciar la momentánea tristeza en su mirada—, todavía es pronto, pero
cuando le llegue su hora, estaré aquí, esperándola.

—Te quiero, papá —murmuro y no dudo en rodearle con mis brazos


cerrando los ojos en el proceso.

—¿Desde cuándo eres así de sentimental? —bromea correspondiendo el


gesto—. Yo también te quiero, no lo olvides —dice al cabo de unos
segundos—. ¿Estás listo para volver?

—Me ha gustado hablar contigo.


Noto un último apretón y frunzo el ceño al darme cuenta de que ha sido más
fuerte de lo normal, como si alguien estuviera dándome una descarga. Trato
de ver qué sucede, pero en el momento que intento separarme de Sebastián,
noto otro apretón que me hace sentir mi corazón latir con fuerza.

He dejado de sentir a mi padre, ya no hay nadie a mi alrededor y tampoco


soy capaz de escuchar nada salvo el pitido de algunas máquinas y varias
voces hablando a lo lejos. Médicos, probablemente. Abro los ojos,
desorientado.

—Las constantes se han estabilizado —pronuncia una voz femenina que no


logro identificar. Intento abrir la boca, pero tengo la garganta sumamente
seca, al igual que los labios—. Señor Otálora, ¿sabe dónde se encuentra? —
Noto la luz de una linterna apuntarme directamente a las pupilas—. No
debe preocuparse, ya ha pasado lo peor.

—Quiero agua —susurro con la voz débil—, por favor. —El mínimo
esfuerzo por hablar me provoca un dolor considerable—. ¿Cuántos días han
pasado?

—Déjeme ayudarle a incorporarse —me dice mientras noto el respaldo de


la camilla empezar a subir, además de que me recoloca la almohada para
ponerme más cómodo—. Ingresó al hospital el martes por la tarde y hoy ya
es viernes, han pasado poco más de tres días —dice mientras veo que me
acerca un vaso de agua junto con una pajita en su interior—. ¿Recuerda qué
ha pasado?

Me tomo el tiempo necesario para hidratarme y el recuerdo del impacto de


otro vehículo contra el Ferrari aparece de repente, tensándome.

—Tuvimos un accidente, pero no iba solo, ¿dónde está...?

—Si se refiere a su acompañante, ella está bien, tuvo heridas superficiales.


—Oír eso me tranquiliza.

—¿Dónde está? Necesito verla.


—Le pediría que no se alterara, acaba de despertar tras una larga operación
y precisa descansar. La señorita Leblanc no se encuentra en el hospital en
estos momentos, desconozco cuándo vendrá.

Dudo por un momento de que no se trate de otro sueño, quiero pensar que
de verdad he despertado, aunque el inminente dolor por todo mi cuerpo me
lo acaba por confirmar.

—¿Y mi madre?

—Le diré que ya puede pasar —responde y se marcha de la habitación,


dejándome solo.

Cierro los ojos por unos instantes y siento un pequeño temblor en el cuerpo
al recordar de nuevo el accidente. De repente, oigo el sonido de la puerta
abrirse y sus inconfundibles pasos.

—Iván —me llama, acercándose a mí para darme un abrazo intentando no


hacerme daño—. Estás despierto —lo dice como si no se lo creyera—. No
vuelvas a hacer algo así, ¿está claro? Han sido tres días en los cuales no
sabía si despertarías.

—Lo siento, mamá —susurro contra su oído y mantengo los ojos cerrados
mientras intento aspirar su aroma. Ni siquiera sabía cuánto lo había echado
de menos.

—Ahora céntrate en recuperarte, ¿qué te ha dicho la enfermera?

—Que Adèle no está en el hospital, ¿dónde está?

—Se ha ido a su apartamento para ducharse y dormir, de hecho, no se ha


ido de tu lado desde que ella despertó. Quería permanecer aquí, pero la
convencimos para que se fuera a descansar y que durmiera en una cama.

—¿Podrías pedirle que viniera?

Renata suelta un suspiro bastante profundo para que me dé cuenta de que no


está muy de acuerdo.
—Quiero que te lo tomes con calma, ¿está claro? La voy a llamar y decirle
que has abierto los ojos, pero ten presente que necesitas descansar.

—Descansaré después de verla —respondo y no tardo en ganarme una


mirada de su parte mientras busca su contacto en la pantalla del móvil.

En cuanto se lo lleva a la oreja, no dudo en alargar el brazo como puedo y


pedirle que me lo entregue. Renata acepta pues no le queda más remedio y
me lo acerco a la oreja para esperar a que acepte la llamada. No tarda en
hacerlo y, antes de que pueda ser capaz de decir algo, me adelanto.

—Adèle —susurro y puedo notar su sorpresa. Pasan algunos segundos en


los cuales no dice nada y empiezo a dudar de que se trate de otra persona—.
Dime algo, aunque sea...

—Perdón, perdón, Dios, es que... —Me tranquiliza escuchar su voz y


notarla tan sorprendida. Aprieto un poco más el móvil con la mano—. No
me lo esperaba, ¿cuándo has despertado?

—Minutos atrás.

—¿Y lo primero que se te ocurre es llamarme? —Puedo imaginarme su


sonrisa al otro lado de la línea—. Qué impaciente ha resultado ser usted,
señor Otálora.

—Si quiere, podríamos finalizar la conversación ahora con la condición de


que se presente en el hospital a la mayor brevedad posible, señorita
Leblanc.

—¿Mayor brevedad?

La sutil sonrisa en mi rostro no desaparece y soy plenamente consciente de


que mi madre está presenciando toda la escena, pero lo cierto es que me da
igual porque ni siquiera pensé que llegaría a despertarme después del
accidente que tuvimos. Soy capaz de recordar el humo a nuestro alrededor,
los airbags desinflándose, sus ojos cerrados, la sangre y después, nada.

—Por supuesto, a no ser que quiera que sea yo quien vaya a buscarla.
—Quédate quieto —advierte y vuelvo a esbozar otra sonrisa—, ahora iré,
procura seguir con los ojos abiertos para cuando llegue.

—Por supuesto, señorita Leblanc, descuide.

Espero a que ella corte la llamada, pero se produce un silencio de pocos


segundos en los cuales parece que vaya a decir algo, sin embargo, no dice
nada más y la finaliza dejándome con el móvil todavía en el oído. Dejo
escapar un suspiro algo profundo y se lo devuelvo a mi madre.

—¿Cuándo llegará?

—Pronto, no me ha dicho exactamente cuándo. —Muevo levemente el


cuello para aclararme la garganta lo que hace que mi madre se preocupe al
instante—. Estoy bien, una leve molestia.

—Esa leve molestia podría significar algo peor, no quiero que te lo tomes
como si fuera un juego. ¿Te duele el cuello?

—Muy poco —respondo—. A lo mejor porque he estado entubado durante


estos días, me recuperaré, no quiero que te preocupes.

Renata me mira como si no me creyera del todo, pero le hago saber que
estoy bien y que ya no se tiene por qué angustiar, que la operación ha
pasado, que acabo de despertar y que ya no tendría por qué dolerme nada.

—Bien, pero a la mínima que sientas algo, llamaré a alguna enfermera o al


mismo médico para que te revise —enfatiza—. No quiero volver a pasar
por lo mismo.

—Ni yo que lo pases.

Puedo apreciar el movimiento de su boca con tal de morderse levemente el


interior de su mejilla. Me acuerdo cuando me lo contó, que se trataba —de
hecho, lo sigue siendo— de una de sus manías cuando algo le generaba
angustia y que no era capaz de controlar. No le gusta improvisar, Renata
Abellán necesita conocer absolutamente todo para llevar a cabo la estrategia
más adecuada.
—¿Te acuerdas de Verónica? —pregunta y no puedo evitar fruncir el ceño,
pues es la última persona en la que podría haber pensado. Asiento con la
cabeza, dejando que continúe hablando—. Se ha presentado aquí hace un
par de días alegando que quería ver cómo estabas, aunque acabó hablando
con Adèle.

—Adèle se podría haber negado a hablar si no quería —interrumpo.

—Ella aceptó y estuvieron unos quince minutos dentro de la sala. Hice que
uno de mis hombres la mantuviera vigilada en todo momento, no te alteres,
pero parecía que quería decirle algo importante, al final, resultó que Ester,
tu querida prima, la amenazó e hizo que Verónica trajera con ella un USB
para instalarte un programa espía en tu móvil.

—Espera. —Niego rápidamente con la cabeza, procesando la información


—. ¿Dónde está mi móvil ahora?

—Lo tengo yo —responde—. Es lo que te iba a decir, que no quiero que te


preocupes, tan solo te lo he dicho para que estés informado, pero la
situación está bajo control y tú no tienes por qué encargarte de nada.

—Mamá...

—No —reitera—. Déjame hacer mi trabajo, ¿de acuerdo? Soy la


comandante de Las Fuerzas Aéreas, tengo contactos, gente que puede hacer
que este problema se resuelva de una vez por todas. No quiero que te metas,
no sabiendo que han ido a por ti y que podrían volver a hacerlo.

—No dejaré...

—He dicho que tengo controlada la situación, no intentes pelear conmigo


—contesta en un tono bastante serio, pero su rostro se suaviza al instante.
Aprovecha para apoyar su palma sobre mi mano—. Habéis sufrido bastante
y por algo que empezó hace muchísimos años, deja que lo acabe yo, no
quiero que sigáis pagando por las consecuencias.

Nos quedamos en silencio durante unos segundos y yo no puedo dejar de


observar a mi madre quien luce decaída. Por un instante, recuerdo todo lo
que me contó respecto a lo que había pasado con Mónica Maldonado y no
puedo evitar sentir tristeza por todo lo que tuvo que pasar. Todas las caídas,
los momentos de debilidad, donde sentía que ya no podía más... Mi madre
sufrió por su causa y no es justo que tenga que acabarlo ella sola.

—No me pidas que me aparte, no lo haré —aseguro, bastante convencido


—. Eres mi madre, ¿cómo quieres que te deje sola? Casi me matan, lo sé,
pero eso no significa que me vaya a esconder y dejar que...

—Da igual lo que te diga, ¿no? —interrumpe lo que iba a decir y asiento
con la cabeza sutilmente diciéndole con la mirada que no me moveré de su
lado y que, si hace falta salir al campo de batalla, es lo que haré.

—Eres mi madre. —Me encojo de hombros—. Siempre te brindaré ayuda,


aunque no la quieras recibir y me repitas cada dos por tres que eres
perfectamente capaz de encargarte tú sola.

—Es que soy perfectamente capaz de encargarme y solucionarlo por mi


cuenta —responde, aunque con una leve sonrisa en su labio—. Tú céntrate
en recuperarte, te puedo mantener informado, pero ni se te ocurra hacer
ningún tipo de movimiento sin autorización del doctor, ¿está claro?

—Sí, mamá.

Me mira por última vez antes de abandonar la habitación para ir a atender


una llamada, por lo que, aprovecho para cerrar los ojos durante un instante
con tal de aliviar la molestia que las luces me provocan. El choque entre
ambos coches aparece de nuevo en mi mente, intento hacer desaparecer la
sensación de angustia y de no saber qué hacer, pero el olor a polvo todavía
es muy reciente.

Abro los ojos de nuevo intentando enfocar mi entorno y observo a través


del vidrio. Mi madre todavía se encuentra a pocos metros del pasillo, a lo
lejos, está de espaldas mientras sigue hablando con alguien. De repente,
dejo de escuchar y me centro en el sonido de la máquina que tengo al lado y
que mide mis constantes vitales. No escucho nada más, solamente el pitido,
pero... otra vez, el sonido de las ambulancias a lo lejos, el ruido de la gente
acercándose, gritos pidiendo ayuda...
De pronto, su voz inunda la habitación. Esa voz inconfundible que podría
reconocer en cualquier parte. De inmediato, dirijo mi mirada hacia la puerta
buscándola y la encuentro en el marco de esta, mirándome como si no se
pudiera creer que estoy despierto. Se acerca hacia mí con extrema lentitud
sin dejar que nuestros ojos se separen y me permito apreciar su semblante el
cual no sabía que había echado tanto de menos. Seguimos en silencio e
incluso el tiempo parece que se haya detenido.

Necesito oírla, quiero oír su voz.

—Háblame, Adèle —pido, casi en un susurro, sin dejar que nuestros ojos se
separen. Ella sigue sin decirme nada, sin embargo, su inminente cercanía
me hipnotiza cuando coloca la palma de su mano sobre la mía. Cierro los
ojos cuando se acerca un poco más para juntar nuestras frentes—. Háblame
en francés —reitero.

—Tu m'as manqué —susurra al cabo de unos segundos y logro entender lo


que acaba de decir, que me ha echado de menos—. Je pensáis que tu ne
réveillerais pas —sigue diciendo y niego de inmediato con la cabeza, sin
embargo, continúa hablando—, pero una parte de mí sabía que abrirías los
ojos tarde o temprano, que no te irías sin despedirte.

—No creo que me hubieras permitido irme de tu lado —corrijo.

—Cierto —sonríe y se separa levemente. Aprovecha para sentarse a un lado


de la cama quedando uno enfrente del otro—. Deberías descansar.

—Acabo de despertar —respondo frunciendo el ceño.

—Y te acaban de operar, no deberías estar haciendo tanto esfuerzo.

—No me supone un gran esfuerzo hablar contigo, incluso podría... —trato


de decir, pero me quedo callado ante la mirada de la francesa—. Estoy bien,
¿de acuerdo? —Intento no tensar la mandíbula al recordar de nuevo las
voces a mi alrededor, pidiendo ayuda. En lugar de eso, ahogo un bostezo,
pero me doy cuenta de que ha sido una mala idea.
—Tienes que dormir —insiste y acerca su mano hasta mi rostro,
acariciándome la piel con el reverso de sus dedos—. Podemos hablar luego.

—¿Hablar sobre qué? —me altero levemente al recordar el sueño que tuve
porque ahora dudo de que haya sido real o no.

—Sobre lo que tú quieras —responde y no tarda en percatarse de mi


reacción—. ¿Ocurre algo?

—Podrías tumbarte a mi lado.

—No creo que sea buena idea...

—Estoy bien, no me pasará nada —repito—, tan solo... —Ni siquiera sé


qué palabras emplear para pedirle que no se vaya de mi lado y que no
parezca como algo desesperado. El sueño que tuve vuelve a hacerse paso en
mi cabeza—. Tan solo quiero un minuto —murmuro.

Y que el tiempo empiece a contar una vez que haya apoyado su cabeza en
mi pecho, volviéndose eterno. Un minuto para cerciorarme de que acabo de
despertar y la tengo a mi lado, donde reine el silencio y solo se escuchen
nuestras respiraciones. Quiero un minuto para encerrarnos en nuestra
burbuja y que nadie nos moleste, donde dejemos la mente en blanco y la
caricia en su piel sea la protagonista en la pista de vals. Quiero ese minuto
con ella, no pido nada más.

—De acuerdo —acepta y supongo que se habrá dado cuenta a lo que me


estoy refiriendo, pues no es la primera vez que se lo pido.

Me muevo levemente en la cama para hacerle espacio y no tarda en


acostarse a mi lado teniendo cuidado con los cables que me rodean. A los
pocos segundos, apoya su cabeza a un lado de mi hombro con extrema
delicadeza y cierro los ojos cuando deja su mano encima de mi pecho, justo
a la altura donde se encuentra mi corazón.

—Un minuto —susurra y puedo sentir el roce de sus labios en la base de mi


cuello.
Aprieto la piel de su brazo de manera suave y permanecemos en esta
posición, en silencio, sin nada que nos interrumpa, sin permitir
preocuparnos por nadie más. Un minuto que, con el paso de los segundos,
se va volviendo eterno. El anillo con el diamante negro en el centro aparece
de repente y la imagen de Adèle con él en su dedo anular se abre paso.

«Ella no quiere casarse», me digo, pero tal vez... dar otro tipo de paso.

—¿Adèle? —susurro y ella me responde con un sonido imperceptible,


queriendo que hable—. Ven a vivir conmigo.

Ella levanta su cabeza casi al instante con la intención de clavar su mirada


en la mía.

No se esperaba aquello.

Buenas, buenas, me ha encantado este capítulo, no me escondo. Hay


algunas frases/párrafos que merecen su buen post-it

Por otro lado, os iba a comentar algo referente a Bellator. Daré un


comunicado por allá en febrero (sugiero que estén pendientes a mis redes).

El capítulo 25 ya está organizado, solo me falta escribirlo jsjsj No sé


cuando lo tendré, como muy tarde la semana que viene, a lo mejor está
antes. Será surprise

Un besazo enorme. Os ama,

Anastasia
Capítulo 25

HERIDAS INTERNAS

Adèle

Dejó que me lo pensara, no me apresuró, tampoco me insistió de nuevo. Me


dejó el tiempo que necesitaba para poder darle una respuesta respecto a lo
de irnos a vivir juntos. No pude responderle al momento, me había quedado
en blanco pues no me había esperado que me lo dijera en aquel preciso
instante mientras el silencio nos abrazaba.
Iván siguió unos cuantos días más en el hospital por orden del médico,
todavía no podía darle el alta pues querían comprobar que la operación
hubiera salido bien y que no diera ningún tipo de complicación. Durante
esos días, intentaba pasar el mayor tiempo posible con él, hablamos de
muchas cosas, volvimos a compartir otro minuto más y ni siquiera hizo falta
que ninguno de los dos dijera nada para quedarnos callados después de que
hubiera apoyado mi cabeza sobre su pecho.

El tiempo continuaba pasando y el poeta se encontraba cada vez mejor,


todavía tenía que seguir con la medicación y mantener bastante reposo,
pero, por lo menos, pidió que le trajera el portátil. Aquella tarde fue la
primera vez que me senté junto a él y le vi escribir. No me contó
absolutamente nada, simplemente que le apetecía dejar que su mente jugara
con las letras y las metáforas para crear otro poema. Me mantuve a su lado
con un libro en la mano, leyendo y observando de reojo su cara de
concentración.

Una vez que le dieron el alta, casi una semana después de que hubiera
despertado, nos fuimos a casa, a su penthouse. Lo trajeron en silla de ruedas
hasta el aparcamientodel hospital y David lo ayudó a subirse al Audi, en la
parte trasera del vehículo. Yo me senté a su lado mientras escuchaba el
sonido del motor encendido.

Después de unos cuantos minutos y que nos adentráramos entre las calles
de Barcelona, noté su cabeza apoyada en mi hombro.

—¿Estás bien? —pregunté en un susurro mientras dejaba que se


acomodara. Entonces se me vino a la cabeza de que era la primera vez que
Iván salía del hospital después del accidente.

—Lo estoy, ¿por qué lo preguntas? —respondió, pero su tono de voz me


estaba diciendo otra cosa.

—Lo podemos hablar cuando lleguemos a casa.

—¿Hablar de qué? —Con esa pregunta, levantó la cabeza con tal de


mirarme y pude apreciar cierto temor en sus ojos. En aquel instante, no supe
entender lo que rondaba por su cabeza.
Me quedé en silencio sin dejar de mirarle, entonces, sabía que necesitaba
que cambiara el tema, por lo que aproveché para decirle la respuesta que
estaba esperando sobre la propuesta que me hizo días atrás. Esa respuesta
que me tuvo pensando en ella durante un par de noches. No pude parar de
darle vueltas y encontrar algo que me hiciera echarme hacía atrás, algo que
me dijera que todavía no era el momento. No encontré nada.

Además, tampoco cambiaría mucho pues casi todo el mes de abril lo hemos
pasado juntos. Desde que regresé de Barcelona hasta ahora, no me he
separado de Iván, por lo que, empezar a vivir juntos como una pareja
normal que hace planes por las noches y se queda algún fin de semana
encerrados en la habitación, no me parecía tan mal.

—¿Te acuerdas de la pregunta que me hiciste?

—Cómo olvidarla, señorita Leblanc —respondió mientras volvía a apoyar


su cabeza en mi hombro mientras aprovechaba para colocar la palma de mi
mano sobre su muslo—. ¿Ya tiene una respuesta?

—De hecho, tengo una pregunta. —Decidí jugar un poco con él—. Si no le
supone problema contestarla...

—Soy todo oídos.

—Me preguntaba si sería en mi cama o en la suya.

Pude imaginarme la sonrisa que esbozó al oír aquello y supuse, debido al


momentáneo silencio, que estaría pensando en una respuesta que hiciera
que yo sonriera también. No me equivoqué.

—¿De manera oficial? En la mía, pero no me supondría problema conque


nos divirtiéramos en la suya, ya sabe, resulta interesante explorar otros
terrenos.

—¿Y el tema de la comida? —seguí preguntando—. Espero que sepa que


me gusta comer bien y que podría tener hambre a cualquier hora del día.
—Cómo olvidarlo —contestó mientras levantaba su cabeza de nuevo para
mirarme. Pude apreciar ese brillo característico en sus ojos marrones—. No
quiero que se preocupe, nada más faltaría que dejara que se muriera de
hambre, ¿por quién me toma?

—Tengo una última pregunta.

—Estaré encantando de contestarla.

—¿Su apartamento tiene suficiente espacio para incluir mi vestidor? —Alcé


una ceja mientras dejaba que mi sonrisa torcida predominara durante la
conversación—. Le hago saber desde ya que me gusta vestir bien y cuento
con una gran variedad de prendas.

Me sostuvo la mirada sin permitir que el contacto se perdiera y pude notar


que alzaba una mano para dejarla en la base de mi cuello, rodeándolo. Por
un momento, nos habíamos olvidado de que David se encontraba a poco
más de un metro, conduciendo.

—Entre esa variedad... —empezó a susurrar y no dudó en acercarse a mi


oído para acabar lo que había empezado a decir—, ¿incluye su colección de
lencería? Tengo entendido que esas prendas suelen ser caras y sería una
completa lástima que no tuvieran su lugar en el vestidor.

—¿Entonces si tiene espacio? —insinué casi en el mismo tono—. Porque


de ser así, sí me gustaría irme a vivir con usted, señor Otálora.

—Repítalo —murmuró y sentía que sus labios se encontraban más cerca de


los míos.

—Quiero irme a vivir contigo. —Dejé de emplear el «usted» y se lo dije lo


más claro que pude. Él se limitó a sonreír sin decirme nada mientras juntaba
nuestras frentes.

—Te quiero —susurró y no pude evitar sentir cómo el corazón se me


encogía un poco más.
Desde aquello, ha pasado poco más de un día. Todavía tengo que ver
cuándo empezaré a trasladar todas mis cosas al penthouse de Iván y ver qué
voy a hacer con mi apartamento y con Susana. Ha trabajado para mí
alrededor de seis años y no me gustaría despedirla, entonces lo mejor sería
que me sentara para hablar con ella y ver qué hacer.

Ahora me encuentro en la cocina con la nevera abierta de par en par viendo


qué puedo cenar. Ni siquiera me hace falta girarme para darme cuenta de
que Iván se encuentra detrás de mí con la intención de rodear mi cintura con
sus brazos mientras apoya su mandíbula en mi hombro.

—¿Qué haces?

—No te lo sabría decir exactamente —respondo—. Es una de aquellas


veces que parece que tienes hambre, pero tan solo es aburrimiento, así que
vas abriendo la nevera cada cinco minutos para comprobar que todo sigue
en su sitio y que, por más que duela, ver que no ha aparecido ningún tipo de
postre.

—¿Quieres que te prepare algo?

Aprovecho para cerrar la nevera y girarme hacia él pasando los brazos por
encima de su cuello. Niego con la cabeza.

—No hace falta que me digas que soy una inútil en la cocina, lo sé, pero el
caso es que me gustaría hacerlo a mí. Recuerda que tú eres el enfermo y el
que debe mantener reposo, no yo. —Él me mira alzando una ceja, divertido
—. No entiendo cuál es el chiste, el médico te lo dejó bien claro.

—Ha pasado una semana —intenta explicarse, no obstante, no dejo de


mirarle con mi ceja levantada—. Estoy bien.

—No te creo.

—Deberías.

—Dame una razón.


—Porque te lo digo yo. —Aprovecha para relamerse los labios—. Además,
somos compañeros de piso, deberías de tener un poco más de fe en mí, no te
hará daño.

—Eres un idiota irresponsable —murmuro y no me doy cuenta cuando he


empezado a acariciarle sus hebras en la zona de la nuca—. Podríamos salir
—digo al cabo de unos segundos y la idea parece que no le ha gustado
mucho, pues arruga levemente la frente tensando la mandíbula.

Una de las cosas que he podido notar es que se ha negado rotundamente a


hacer cualquier tipo de actividad en el exterior, durante toda la semana nos
hemos quedado encerrados en casa y ni siquiera lo he podido convencer
para que salgamos a dar un paseo. Una noche, traté de sacar el tema y
pedirle que hablara con alguien pues me he podido dar cuenta de que no
está bien, sin embargo, me lo ha negado en repetidas ocasiones.

—Estoy bien aquí.

—¿No te apetece tomar aire fresco? No estarás solo, yo voy contigo.

—Adèle —advierte—, no insistas, por favor.

Debido a la cercanía, siento su corazón acelerado y puedo notar sus pupilas


empezar a bailar. Está asustado, no quiere salir porque todavía tiene muy
reciente el accidente y no quiere arriesgarse a pasar otra vez por lo mismo, a
exponerse.

—No me pidas eso —murmuro sin dejar de mirarle—. ¿Cuántas veces has
estado ahí para mí y me has ayudado? No digas nada y déjamelo a mí, ¿está
bien?

—Estoy...

—No digas que estás bien porque no lo estás. —Acerco una mano hacia su
mejilla y acaricio su piel con el dorso. Cierra los ojos al instante—. Somos
compañeros de piso —murmuro queriendo aligerar la tensión en el
ambiente—, y los compañeros de piso se ayudan, así que no me seas terco.
—Compañeros de piso y amantes —acaba por decir mientras rodea mi
cuerpo con sus brazos para acercarme un poco más hacia él. Me escondo en
su cuello y nos quedamos en esta posición durante unos segundos—.
Hueles bien —susurra contra mi oído y puedo notar su nariz pasearse por
mi rostro, aunque también la adentra en mi pelo.

—Habla con Marquina —murmuro refiriéndome a mi psicólogo—. No


puedes quedarte siempre encerrado, tendrás que salir tarde o temprano.
Entiendo que te sea difícil, créeme que lo entiendo, pero no puedes seguir
así.

—No dejo de verte a mi lado y la sangre brotar de tu cabeza, la confusión,


el polvo, la gente acercándose...

—Tienes que hablar con él —insisto pues soy consciente de que yo no


puedo ayudarle, aunque eso no significa que me apartaré de su lado—.
¿Quieres que le llame yo para organizar una sesión?

Se separa un poco de mí sin soltarme para mirarme a los ojos. Puedo notar
el leve enrojecimiento alrededor de su pupila confirmándome que lleva días
sin dormir. Tenía la pequeña sospecha de ello, pero cada vez que se lo
preguntaba, no paraba de repetirme que se encontraba bien.

Me quedo en silencio esperando su respuesta el tiempo que sea necesario


hasta que le observo mover levemente la cabeza en señal de afirmación.
Sigue herido, aunque sea por dentro, las heridas no desaparecerán por arte
de magia.

—¿Te puedo preguntar algo? —dice, de repente. Me quedo en silencio


esperando a que hable, pero sus labios no se han vuelto a mover.

—¿Qué pasa? —insisto.

—Es igual —sonríe, restándole importancia y se separa de mí, alejándose


—. Me dijiste que tenías hambre, ¿no? Podemos hacer dos cosas: o nos
ponemos a cocinar o pedimos algo para...
—¿Por qué no me lo dices? —interrumpo ignorando por completo el tema
de la comida—. No te quedes a medias, puedes decirme cualquier cosa, lo
sabes.

—Muñeca, no es nada, ¿de acuerdo? No te preocupes.

—¿Entonces, por qué...? —trato de decir, pero no veo venir que ha acortado
la distancia plantando sus labios sobre los míos para besarme. Le sigo el
juego por unos segundos, pero me aparto al darme cuenta de lo que acaba
de hacer—. Iván Otálora Abellán, vuelve a callarme con un beso o...

—Pero sí te encanta que te calle con un beso —me interrumpe—, además,


adoras mis besos, no te puedes resistir a ellos.

—¿Cuánto tiempo? —inquiero, alzando una ceja.

—¿Cuánto tiempo, para qué?

—¿Cuánto tiempo piensas que puedo estar sin besarte?

Se lo piensa durante unos segundos.

—Una hora.

—Te doy veinticuatro horas para que consigas hacer que te bese. Si resisto
hasta mañana a esta misma hora, gano yo y me dirás eso que te estás
callando, además de hacerle una visita a Marquina. ¿Trato? Que sepas que
no te puedes negar.

—Es una apuesta interesante, señorita Leblanc, pero...

—Nada de peros.

—¿No quieres ponerlo un poco más difícil? —comenta mientras se apoya


sobre el borde de la encimera—. ¿Tienes miedo?

—No digas tonterías. A ver, ¿qué es?


—Veinticuatro horas sin tocarme ni besarme y yo podré utilizar todos mis
trucos para provocarte. —Se acerca hacia mí levantando su mano con la
intención de acariciarme la mejilla, pero no lo hace, la deja en el aire y a
poca distancia de mi piel. Trago saliva de manera imperceptible—. Y si
gano yo, si al final no te resistes... Follaremos en tu Porsche con el sonido
del mar de fondo.

—Me subestimas, mi vida —digo intentando convencerme mientras trato


de ignorar mi imaginación—. Te piensas que no me podré controlar y se me
hará imposible resistirme a ti, pero ¿sabes qué? Te equivocas —acabo por
susurrar muy cerca de sus labios y noto su reacción inmediata, sin embargo,
él me enseña una sonrisa torcida la cual le devuelvo—. Trato hecho. —Alzo
la mano y le doy un apretón para acabar de cerrar la apuesta.

—Veinticuatro horas a partir de ya —dice mientras inicia el temporizador


en la pantalla de su móvil.

Nos quedamos mirándonos el uno al otro.

«Diez segundos transcurridos».

—¿Qué? —pregunto.

—Nada, te ves adorable —sonríe.

—Ni siquiera sé cómo hemos acabado apostando.

—La última vez que lo hicimos, perdiste —me recuerda mientras se


empieza a reír. La escena del baile junto a esa canción aparece en mi mente
y tengo que contener las ganas de sonreír para que no vea que, en realidad,
no me importó perder ante él.

—Vamos a cocinar. —Ignoro su comentario y abro de nuevo la nevera


esperando encontrar algo nuevo que no haya visto diez minutos atrás.

«Un minuto transcurrido».

—¿Ha aparecido algo? —murmura y puedo sentir su cercanía en la parte de


atrás. Parpadeo rápidamente tratando de ignorar su olor y me concentro de
nuevo en buscar los ingredientes—. Además, ¿qué te apetece? ¿Dulce o
salado?

—Salado.

—Lástima —chasquea la lengua—. Pensé que sería divertido utilizar


chocolate. —Su voz envuelta en ese tono grave hace que me sea difícil
obviar la palabra que acaba de utilizar—. Ya sabes, el sirope de chocolate le
da el toque a cualquier postre. ¿Qué te parece?

Me giro hacia él cerrando la nevera de nuevo y no dejo de repetirme que no


puedo tocarlo porque, de lo contrario, perdería la apuesta nada más
empezarla y no me da la gana.

—¿Tienes arroz y champiñones? —pregunto, alzando la ceja. Él sigue en su


misma expresión de arrogancia y seducción—. Me apetece risotto, ¿sabes
hacerlo?

—Algo sé —responde y da un paso hacia adelante para alcanzar el paquete


de arroz de la alacena. Abre la nevera y coloca sobre la encimera los
ingredientes restantes—. Podemos preparar el mejor risotto que hayas
comido en tu vida.

—Un buen risotto cremoso y en su punto... —murmuro—. Tengo las


expectativas altas, espero que seas capaz de cumplirlas.

Al oír eso, observo que esboza una sonrisa torcida mientras apoya una
mano sobre el borde de la isla. Se gira hacia mí y puedo imaginarme lo que
está pensando ahora mismo.

—¿Alguna vez te he defraudado? —pregunta jugando con la doble


intención. Se acerca a mí de manera peligrosa y doy un paso hacia atrás
inconscientemente—. Me parece que ya conoces mis técnicas o ¿tengo que
refrescarte la memoria?

Su mano sigue en la encimera y la cercanía de su cuerpo no se me pasa


desapercibida. Tengo que seguir mirándole a los ojos porque si bajo hasta
sus... labios, me olvidaré de la apuesta y no puedo dejar que lleguemos a
eso cuando no han pasado ni diez minutos desde que la cuenta atrás inició.
«Contrólate, joder, no es tan difícil». Sí que lo es y no sabía cuánto hasta
ahora. Maldito poeta irresistible con dotes de chef.

—Dime en qué puedo ayudarte —murmuro buscando cambiar de tema.


Necesito tener la mente y las manos ocupadas.

—Hay que cortar las verduras —susurra—. Me puedes pedir ayudar en caso
de que no sepas.

—Sé tocar el piano —empiezo a decir mientras me posiciono delante de la


tabla de cortar y el cuchillo, observando las verduras que ha sacado de la
nevera—, no tiene que ser tan difícil cortar una simple verdura.

—Muy bien, ya puedes empezar. —Coloca un pimiento rojo, acabado de


lavar, delante de mí. Me quedo observándolo, analizando cómo empezar—.
En cuadrados no muy grandes, pero tampoco pequeños, se tiene que notar
cuando lo mezclemos con el arroz.

De manera paralela, Iván ha empezado a dar vueltas por la cocina y, en


pocos segundos, ya está encendiendo el fuego para colocar una sartén
encima. Vuelvo a mirar el pimiento y me armo de valor para darle el primer
corte. Si necesita que sean cuadraditos... tengo que cortarlo a la mitad para
hacer tiras y cortarlo en cuadrados después.

Me mentalizo de que no tiene por qué suponerme un problema, de que es


fácil pues se supone que tengo manos ágiles, he tocado piezas abarcando
casi todo el teclado, manejar un cuchillo debería ser algo similar.

—¿Hace cuánto que no pisas una cocina?

—No me distraigas —digo alzando el cuchillo y apuntándolo con él. Iván


deja escapar una suave risa.

—A no ser que quieras matarme, baja eso y sigue con el pimiento.

—No podría matarte —digo en un tono de voz suave mientras me


concentro de nuevo en la verdura—, se supone que eres mi complemento,
no podría...

—¿Y alejarte? —pregunta, de repente. Me giro para mirarlo a los ojos.


Antes de que pueda contestar, sigue hablando—: En este punto de nuestra
relación, si pasara algo, cualquier cosa, ¿te alejarías?

—Depende.

—¿De qué depende? —sigue preguntando sin dejar de atender la comida.

—De qué tan grave sea —contesto mientras quito el corazón del pimiento y
lo dejo a un lado. Empiezo a hacer tiras sin dejar de pensar en lo que me
acaba de preguntar—. Sin embargo... antes de alejarme intentaría
solucionarlo, hablar... No volveré a irme sin antes haber hablado contigo —
murmuro recordando esa vez en mi apartamento, cuando le pedí que se
fuera y rechacé volver a encontrarnos.

—¿Qué es lo que te haría alejarte? —indaga.

—Iván... ¿de verdad quieres que tengamos esta conversación? No me iré,


no me alejaré. Me has pedido irme a vivir contigo y he aceptado. A estas
alturas, ¿qué puede pasar para que te deje?

Deja la cuchara encima del mármol para volver a mirarme y no soy capaz
de definir lo que esconden sus ojos. Una mezcla de sentimientos
contradictorios unos con otros.

—Eso es lo que quiero saber —responde—. ¿Qué podría pasar para que me
dejes?

—A ver —digo al cabo de un instante mientras vuelvo a concentrarme en


mi tarea—, supongo que una infidelidad sería lo peor que podría pasar,
porque daría igual que habláramos e intentaras disculparte, no me gusta que
me engañen ni que me tomen por estúpida. Podría llegar a perdonar pasado
un tiempo, pero las cosas ya no volverían a ser lo mismo, la confianza se
perdería y nuestra relación se rompería definitivamente —explico y
amontono el pimiento troceado en una esquina de la tabla. Giro la cabeza
para mirarle, pero no dice nada, no obstante, antes de que pueda preguntarle
algo, él lo hace primero.

—¿Piensas que puedo llegar a serte infiel?

Decido aligerar la inexplicable tensión que se ha formado en el ambiente.

—Me quieres demasiado para llegar a eso, además, si llegas a sentir algo
más por otra mujer, me lo dirías antes de hacerme daño engañándome —
sonrío y él también lo hace—. ¿Lo ves? No hay necesidad de que te
preocupes. —Me muerdo el labio sin darme cuenta al percatarme de que la
apuesta sigue su curso—. ¿Cuál es tu razón?

Continuamos hablando sin dejar de preparar el risotto y espero su siguiente


instrucción.

—Yo tampoco podría perdonar una infidelidad —responde mientras me


indica que corte los champiñones de la misma manera—, cuando se pierde
la confianza, ya no hay vuelta atrás, es muy difícil volver a confiar en
alguien que ha jugado contigo de manera consciente. Antes prefiero que me
digas que ya no estás enamorada de mí antes que verte en brazos de otro.
Ambas situaciones me dolerían, pero no tanto como la segunda, esa me
rompería —susurra, sin mirarme, pero lo hace a los pocos segundos,
clavando sus ojos chocolates en los míos—. No abandones al pobre
champiñón, sigue cortando.

—Oui, chef —respondo sin querer en francés volviendo a la labor de


inmediato.

—Sin darte cuenta, me sigues demostrando que eres la eufonía


personificada que escuché el primer día —murmura, tomándome por
sorpresa—. Me pones cachondo cada vez que hablas en francés.

—Es bueno saberlo —contesto riéndome y acabo por trocear el último


champiñón—. Entonces, ¿ahora qué hay que hacer? —pregunto
refiriéndome al arroz.
Él sigue cocinando mientras que yo voy preguntándole cosas que podrían
parecer obvias, pero que a mí me causan curiosidad. No dejo de pensar en
la apuesta pues, como haya el mínimo toque por mi parte, voy a perder y yo
no soy de las personas a quienes les guste perder, además, teniendo en
cuenta de que soy bastante curiosa, no me quiero quedar sin saber eso que
quería decirme y que no se ha animado a hacerlo.

«Tiempo transcurrido: una hora».

Un segundo después de que Iván apague el fuego, las puertas del ascensor
se abren dejando entrar a David junto con Phénix, pues se ofreció a sacarlo
a pasear antes de que a mí me diera la curiosidad por abrir la nevera.

Los ladridos, del dóberman impaciente, se empiezan a escuchar pues que


seguro habrá olido la comida antes de llegar. Iván se acerca hasta él
agachándose para empezar a acariciarle quien se muestra eufórico por ver a
su dueño. Desde hace una semana, debido a que el magnate no quiere salir a
la calle, es David quien se encarga de pasear a Phénix.

—¿Necesita algo más, señor? —pregunta David.

—No, puedes marcharte —responde—, y gracias por hacerte cargo —sigue


diciendo a la vez que se pone de pie para seguir con la conversación.

Esta vez, soy yo quien se agacha y Phénix no tarda en rodearme queriendo


jugar. Intento apartar la cara para evitar que me lama entera, pero casi no lo
consigo por su rapidez y agilidad. Empiezo a reír disfrutando del momento
y ni siquiera me he dado cuenta cuando David ya se ha ido.

—Vamos, el risotto dejará de estar cremoso y después me echarás la culpa a


mí.

—Tampoco soy tan mala, no digas eso.

—Lo digo —responde y veo que empieza a poner dos platos en la barra de
la isla. Phénix no deja de dar vueltas alrededor hasta que Iván también le
sirve su plato de comida—. Quieto —pronuncia en voz alta y clara para que
el perro no se lance a comer, por lo que espera de manera paciente
observando con detenimiento la pieza de pollo junto con todo lo demás.
Iván le coloca el último ingrediente y se aleja un par de metros—. Ya.

Una vez dada la instrucción, Phénix se lanza a comer.

—Es increíble —me atrevo a decir mientras veo que sirve el arroz en
nuestros platos—. ¿Te costó mucho adiestrarlo?

Él se lo piensa durante un instante.

—No fue fácil —responde—, pero lo importante es no perder la paciencia


ni la constancia. No puedes esperar a que te haga caso los primeros días.
Todo es cuestión de trabajo y no perder la calma, pues no cualquiera tiene la
capacidad de entrenarlo. —Antes de sentarse, Iván se queda observando al
dóberman comer y no se separa de su lado hasta que no ha acabado todo el
contenido del cuenco. Una vez hecho, se sienta a mi lado y empezamos a
cenar—. ¿Te apetece una copa de vino?

—Ni pienses que me vas a emborrachar para que pierda la apuesta.

—¿Te llegas a emborrachar tomándote una simple copa de vino? —sonríe.

—No, pero...

—No te estoy obligando, Adèle, si no quieres, no pasa nada —dice.

—Vale, sí quiero.

Él se empieza a reír y no duda en ir hacia uno de los armarios para sacar dos
copas.

—¿Cuál prefieres? ¿Tinto o blanco?

—Blanco, que sea seco. ¿Tienes Chardonnay? —pregunto acordándome del


sabor que tiene y que acompaña perfecto a la cremosidad del arroz.

—No sabes cocinar, pero entiendes de vinos, me gusta —pronuncia—. Sí,


tengo.
«Tiempo transcurrido: dos horas y media».

Me pongo un poco más cómoda en el sofá sin dejar de mirar la pantalla del
televisor. Sugerí empezar una serie cualquiera porque sabía que, si me
quedaba en silencio con él, empezaría con algunas de sus técnicas de
seducción y me apetece poco perder la apuesta, por lo que, durante las
próximas horas, tendré que buscar cualquier cosa que me mantenga con la
mente ocupada.

—¿Adèle? —pregunta, distrayéndome. Trago saliva al girar la cabeza hacia


él pues mantiene una postura relajada que te invita a subir a su regazo y
apoyar la cabeza sobre su pecho.

«Nada de tocar ni besar, esa es la apuesta», me digo, muy a mi pesar. Dejo


escapar un suspiro de manera disimulada para enfrentarle.

—¿Qué ocurre?

—Tengo sueño.

—¿Y por qué no te vas a la cama? —respondo, sabiendo hacia dónde quiere
ir a parar.

—¿No vienes conmigo? Podemos acabar de mirar el capítulo en la cama. —


Me mira, sonriendo y niego con la cabeza de manera instintiva—. No te
haré nada, ni siquiera me acercaré a ti, así que no te preocupes.

—Dormiré en otra habitación.

—Ni hablar.

—No voy a perder.

—Deja de pensar en la apuesta —dice—, no pienso dormir sin ti.

—Y yo no pienso perder.

Iván me mira con una ceja levantada y, en el momento que se pone de pie,
Phénix se acerca hacia él, tumbándose a su lado. Me sorprende cuando
alarga el brazo para que le coja de la mano. Le miro, sin moverme del sofá.

—No seas testaruda, no te morderé. Dame la mano y nos vamos a la cama.

—¿Me ves la cara de estúpida? —me río—. Ya sé lo que pretendes y


déjame decirte que no lo conseguirás.

Me levanto también del sofá y me alejo unos cuantos pasos de él. Observo
que coloca ambas manos en los dos lados de la cintura y no puede evitar
reír.

—Me estoy replanteando esto de la apuesta.

—Ni se te ocurra, ya lo hemos firmado de manera verbal. No puedes


romperla.

—¿Me pones a prueba? —Se acerca hacia mí de manera peligrosa y doy un


paso atrás buscando alejarme de su cercanía.

—No me pongas a prueba tú a mí.

—Muy bien —dice, de repente, sonriendo—, me voy a la cama.

Se gira hacia el pasillo y entra hacia nuestra habitación dejándome con la


palabra en la boca. Phénix se queda mirándome sin saber qué hacer
exactamente, pues él entra con nosotros a no ser que Iván le indique que se
quede en el salón, pues ahí también tiene una cama.

Miro el reloj nuevamente y faltan todavía veintiún horas para que la maldita
apuesta concluya. Ni pensé que sería tan complicado, no obstante, no soy de
las que se rinden y llegaré hasta el final. Además, el premio es que me diga
eso que se está guardando y no me quedaré sin saberlo.
Creo que siento tranquilidad cuando ellos están bien o, por lo menos, no
están en ningún drama fuerte.

Veremos eso que se tiene guardado Iván, ¿qué creéis que puede ser?
Aunque eso... únicamente lo veremos si Adèle gana jsjs Velitas para que
pase  🕯

Un asunto importante respecto a Bellator: Debido a diversos motivos, no


continuaré en Booknet, por lo tanto, la segunda parte que está pendiente por
escribir, lo haré en Wattpad. Es decir: Bellator (historia completa en un
único libro) se irá a Wattpad a finales de marzo.

Publiqué el comunicado ayer tanto en Instagram como en Twitter, si queréis


saber más, lo podéis encontrar sin problema.

Un beso enorme y nos vemos en el siguiente capítulo.


Capítulo 26

VEINTICUATRO HORAS

Adèle

¿Pierdo ante su encanto o me mantengo firme con la idea de ganar la


apuesta? No he dejado de preguntármelo desde que me fui a la cama
después de haberme puesto el pijama. «Resiste», me repito cada vez que
giro la cabeza para verle dormir o, por lo menos, con los ojos cerrados.
Dejo escapar un suspiro siendo consciente de que no tengo que tocarlo, no
como a mí me gustaría. Niego con la cabeza mientras apoyo mi antebrazo
sobre la frente, será un día largo, tan solo han pasado cuatro horas desde
que inició y todavía falta toda la noche y gran parte del día.

No puedo dormirme, por lo menos, no aquí, cerca de él, porque tengo la


bendita costumbre de acercarme a su cuerpo para dejar apoyada la cabeza
cerca de su cuello. Me gusta su olor y que me rodeé con sus brazos, no
obstante, si quiero ganar, tendré que mantenerme alejada.

—¿Estás despierto? —susurro, pero no da señales de vida, por lo que, con


lentitud, me levanto de la cama.

Phénix también se encuentra profundamente dormido en su cama, así que


procuro hacer el mínimo ruido cuando salgo de la habitación, cerrando la
puerta detrás de mí. Estiro los brazos hacia arriba notando el sonido de
algunos huesos crujir e intento enfocar para habituarme a la oscuridad de la
noche. Enciendo una luz muy tenue proporcionando a la estancia esa
calidez que me gusta y me fijo en la hora: 01:07 a.m. Nunca había sentido
que el tiempo avanzara con tanta lentitud.

Observo a mi alrededor y mi mirada se topa con el piano situado en un


rincón de la sala, cerrado y con las teclas cubiertas por la tapa. Ese piano
que de repente apareció en los tiempos donde yo había perdido la memoria.
Lo cierto es que no ha pasado mucho desde aquello y no he tenido la
oportunidad de tocarlo como a mí me gusta, interpretando las piezas más
rápidas y complicadas.

Me acerco hacia el gran instrumento y me siento delante de él, abriendo la


tapa con delicadeza y observo las ochenta y ocho teclas brillantes,
representando el ying y el yang, una combinación de blancas y negras,
naturales y sostenidas, que regalan una perfecta melodía cuando se sabe
cómo combinarlas entre sí.

Todavía me acuerdo de ese primer correo electrónico que recibí donde me


dijo que yo estaba dictando la melodía y que, a través del instrumento, era
capaz de expresar aquello que estaba sintiendo, como si el piano me
permitiera desahogarme y hablar a través de él. Acaricio una tecla blanca
con las yemas de mis dedos con cuidado de no despertar a ninguno de los
dos y visualizo en mi cabeza una partitura de Tchaikovsky, El cascanueces.
Ni siquiera sé el motivo por el que he pensado en esa pieza, pero al saber
que la he tocado infinitas veces en recitales de ballet y conciertos en épocas
navideñas, hace que quiera volver a subirme a un escenario para encerrarme
en mi burbuja y hacer lo que más me gusta. Supongo que podría hablar con
Rafael y ver qué es lo que tiene para mí.

Quiero resurgir de las cenizas y volver a ser Adèle Leblanc, la pianista de


renombre.

De repente, empiezo a oír los ladridos de Phénix, algo desesperados y no


tardo ni dos segundos en abrir la puerta de la habitación viendo a Iván
moviendo su cabeza nervioso. Está teniendo una pesadilla. La primera que
logro apreciar, aunque estoy segura de que para él han sido más.

El dóberman se acerca ansioso queriendo despertar a su dueño y no tardo en


sentarme a un lado de la cama con la intención de hacerlo.

—Iván —pronuncio mientras le agarro por los hombros tratando de


tranquilizarlo, pues no deja de moverse, inquieto, balbuceando palabras que
no logro entender—. Despierta, estoy aquí. —Le toco la mejilla deteniendo
el movimiento brusco de su cabeza—. Estoy aquí —repito, acercando
nuestras frentes y, en ese instante, siento sus brazos rodearme el cuerpo para
abrazarme fuerte.

—No quería hacerte daño, no quería —empieza a decir de manera


apresurada y dejo que me suba a su regazo para esconderse en mi cuello—.
Te vas a poner bien, no puedes morir...

—Tranquilo, estoy aquí —susurro, cerca de su oído—. Estoy bien, no estoy


herida, estoy bien.

—No puedo perderte —dice, al cabo de unos segundos y se me encoge el


corazón al sentir la desesperación en su tono de voz. A la mierda la apuesta,
llamaré a Marquina para que le vea. No puede seguir así—. Prométemelo.

—Iván, estoy bien, estoy aquí —repito para tranquilizarlo y no tarda en


colocar su mano en mi mejilla para que le vea. Tiene la mirada perdida,
asustada y sus ojos no dejan de reflejar angustia.

—Prométemelo —vuelve a decir acercando su nariz a la mía pues no quiere


hacer que el contacto desaparezca—. Prométeme que no te perderé, que no
morirás.

Acaricio su frente con las yemas de mis dedos y siento mi corazón


levemente acelerado por las palabras que me acaba de decir. ¿Está soñando
que muero? ¿Por eso me hace prometerle que no le dejaré, que no moriré?

—Iván...

—Por favor, Adèle —suplica y no tardo en sentir sus labios sobre los míos
mientras adentra su mano en mi cabello—. Solo tienes que prometérmelo
—insiste y vuelve a abrazarme, como si se asegurara de que no me voy a
ninguna parte.

—Está bien, te lo prometo —respondo casi en un susurro y, al instante,


siento el alivio en su cuerpo.

—Duerme conmigo, no te vayas —dice y tira de mí hasta notar el colchón


bajo mi cuerpo y su brazo entorno a mi cintura—. Olvídate de la apuesta,
estamos en tregua hasta mañana por la mañana.

—De acuerdo —respondo dejándome caer a su lado.

Él no tarda en cerrar los ojos, como si no hubiera pasado nada. Siento los
pasos de Phénix acercarse para subirse a la cama y se acomoda rápidamente
sin molestarnos. La habitación vuelve a sumirse en un profundo silencio a
excepción del ruido de la noche colándose por la ventana levemente abierta.

Me quedo mirándole durante unos segundos y alargo ligeramente el cuello


para darle un beso en la frente. El accidente le ha dejado consecuencias y
tendrá que solucionarlos hablando con el psicólogo para llegar a la raíz del
problema.

No tardo en dormirme también, haciendo el sueño me venza.

***
Creo estar sintiendo algo en mi cara que no sabría cómo definir, como si
fueran muchos besos húmedos a la vez. No tardo en abrir los ojos para ver
de que se trata y, al instante, me percato de que es Phénix quien se
encuentra encima de la cama lamiéndome la mejilla. La aparto sin éxito
mientras trato de incorporarme y no dejo de reír ante su insistencia.

—Le di la misión de despertarte, ¿ha funcionado? —pregunta Iván entrando


con una sartén en la mano y dejando a su paso un olor inconfundible a
tortitas. También me he podido fijar que viene sin camiseta dejando al
descubierto su torso definido.

Creo recordar que dijo que la tregua acababa al despertar, por lo que, la
apuesta sigue en pie y está utilizando sus trucos para hacer que caiga ante
él.

—¿Tienes calor? —Alzo una ceja haciendo que Phénix se baje de la cama.

—No, ¿por qué? —Aparta la sartén dejando que aprecie mejor sus
abdominales marcados—. Puedo ponerme una camiseta, si lo prefieres.

—Póntela.

—Después de desayunar —responde esbozando una sonrisa y no me da


tiempo a decir nada más cuando ha desaparecido hacia el pasillo.

Niego con la cabeza mientras me levanto de la cama. Esto será más difícil
de lo que me imaginaba.

—Que alguien me explique cómo he acabado aceptando esta clase de


apuesta —murmullo mientras hago la cama—. Veinticuatro horas sin
besarle y teniendo que aguantar sus constantes provocaciones. Dime,
Phénix. —Me agacho delante de él—. ¿Conseguiré ganar? ¿Tú qué dices?
—Él ladra en respuesta dándome otra lamida en la mejilla—. Así me gusta,
poniéndote de parte de mamá.

—¡Te estoy oyendo y no pongas a Phénix a elegir! —grita Iván desde la


cocina.
—¡Tarde! Ya lo ha hecho —me rio y hago mis necesidades rápidamente
para después cambiarme de ropa e ir a su encuentro—. Él se pone del lado
de los ganadores, no lo culpes.

—Tremenda decepción se llevará cuando pierdas.

—No perderé.

—Sí, lo harás —contesta mientras me sirve las tortitas bañadas en sirope de


chocolate—. Toma, desayuna, algo me dice que se convertirá en tu postre
favorito. —Procede a sentarse junto a mí con su plato delante, no obstante,
se ha dejado las fresas y no tarda en alargar el brazo dejando que su pecho
se acerque a mi rostro de manera peligrosa—. Perdón, me gustan las tortitas
con fresas.

—Te las podría haber pasado yo —respondo mirándole a los ojos y tratando
de no pasear la mirada por sus abdominales.

—No te quería molestar.

—¿No lo has hecho a propósito con la intención de que lo mande todo a la


mierda y te bese? —lanzo la pregunta llevándome un trozo lleno de
chocolate a la boca.

—Por supuesto que no, jamás se me ocurriría.

—Ajá. —Seguimos desayunando hasta que decido preguntarle respecto a la


pesadilla que ha tenido—. ¿No quieres hablar de lo de anoche?

—¿Hay que hablarlo? —Aprovecha para beber un trago del zumo de


naranja—. Tuve una pesadilla, no pasa nada, las dejaré de tener de aquí a un
tiempo.

—No funciona así —digo, pero tal parece que no quiere seguir hablando de
ello—. Me pediste que no muriera —susurro y él no tarda en mirarme—.
¿Qué ha pasado en ese sueño?

—No quiero hablar de eso, por favor —contesta y vuelve a su plato—.


Sigamos como hasta ahora, ¿de acuerdo? Necesito dejar de pensar en ello.
Hablaré con Marquina, te lo prometo, pero no me pidas que te lo cuente.

Me quedo en silencio durante unos instantes y asiento sutilmente con la


cabeza.

—De acuerdo —acepto—. Le quería hacer una pregunta, señor Otálora.

—Dígame, señorita Leblanc. —Me mira, sonriendo.

—¿Acepta hacerme tortitas cada mañana al despertar? Le han salido


espectaculares. —Me llevo otro trozo a la boca, saboreándolo.

—Si se porta bien, tal vez.

—Yo siempre me porto bien, no diga... —me quedo callada cuando observo
que tira de mi taburete para que quede entre sus piernas. «Mentalízate,
Adèle, solo es un cuerpo, no tiene nada de especial».

—Pero no me importa cuando se porta mal en la cama, ahí puede hacer


conmigo lo que quiera —pronuncia con voz ronca y no puedo evitar
humedecerme los labios ante la sensación cálida.

Me repito mentalmente que no está funcionando, que sus encantos no están


haciendo efecto en mí, pero... joder, ¿a quién quiero engañar? «Ni se te
ocurra besarlo», me regaña mi subconsciente y enderezo la espalda al
instante.

—No está funcionando, ¿de verdad es lo mejor que sabes hacer? —Ni
siquiera sé por qué acabo de decir eso cuando es evidente que he estado a
punto de caer.

—Ah, ¿no? Me lo parecía. —Se aleja con lentitud hasta volver a su


posición—. ¿De verdad no quiere besarme? —Niego con la cabeza y él
sonríe—. Me costará más de lo previsto hacerla caer.

—Ni con tres camiones.

—Eso ya lo veremos —responde, creyéndose que tiene todas las de ganar.


***

Cuando no aparece él a molestarme, siento que podré hacerlo, que seré


capaz de aguantar, pero cada vez que me dice algo subido de tono o que
tiene doble intención y encima lo hace sin camiseta, me da la sensación de
que perderé, que me dará igual todo y le besaré como si no hubiera un
mañana.

Miro nuevamente el reloj y son pasadas las tres de la tarde, por lo que,
faltan unas seis horas para que la dichosa apuesta acabe. Ya no es por saber
eso que me tiene que decir, ahora es por orgullo y querer llegar hasta el
final.

—¿Estás pensando en algo en particular? —me pregunta, distrayéndome.

Después de comer, Iván se tuvo que encerrar en el despacho para atender un


asunto importante, mientras que yo me quedé en el salón divirtiéndome con
Phénix hasta que vino David para llevárselo a pasear. Luego de eso, Iván
apareció en el salón —todavía sin camiseta— sentándose delante de mí y
no ha hecho más que lanzarme miraditas creyendo que me van a hacer
efecto o algo por el estilo.

—Que falta menos de seis horas para que esta tortura acabe.

—¿Tortura? —se ríe volviendo a la pantalla de su portátil. Ni siquiera sé lo


que está haciendo—. Tiene fácil solución, muñeca, tan solo tienes que
besarme y todo habrá acabado.

—Ni lo sueñes.

—Es mejor imaginarlo —responde y me mira de nuevo. Trago saliva,


preparándome para lo que sea que me vaya a decir—. Tú encima de mí,
entrando con lentitud mientras coloco mis manos en tus caderas, dejándome
llevar por tu movimiento. Solo... imagina el placer que me provocas cuando
has entrado completamente y empiezas a moverte en círculos, muy
lentamente...

—Cállate... —susurro sintiendo las mejillas encendidas.


—¿Por qué? Ahora viene la mejor parte. —Deja el portátil a un lado y no
duda en colocar una mano en su entrepierna, por encima de la ropa y sin
dejar de mirarme. Trago saliva mientras noto la tensión en mis piernas, sin
saber cómo colocarlas ya que no quiero que sepa lo que me está provocando
en este momento—. Tú encima de mí —vuelve a decir y veo que adentra la
mano para sacarse el miembro y empezar a masturbarse con lentitud sin
apartar la mirada.

—Iván... —advierto con voz temblorosa mientras trato de ignorar la


sensación cálida en mi interior. Es como sentir sus dedos masajeándome el
clítoris sin permitirme llegar al orgasmo.

—No te quedes callada —susurra mientras acelera el movimiento de su


mano—. Háblame como solo tú sabes hacerlo, en francés, quémame si
quieres. Puedes hacer conmigo lo que quieras, Adèle —sigue diciendo con
la voz ronca mientras deja escapar gemidos entrecortados—. Lo que
quieras... —repite de manera débil mientras le veo cerrar los ojos echando
la cabeza hacia atrás.

«Resiste, resiste, resiste». Maldito idiota. ¿Cómo ha acabado


masturbándose delante de mí? Observo su cara de satisfacción y no puedo
evitar imaginarme yendo hacia él para subirme a su regazo y acabar lo que
ha empezado. Cruzo las piernas intentando aliviar la presión, pero no sirve
de nada porque me acaba de encender como nunca.

—No voy a perder —murmuro, tratando de convencerme mentalmente.

—¿Segura? —pregunta en medio de otro jadeo y no puedo dejar de ver el


movimiento de su mano alrededor de su miembro—. Tan solo... ven...
Podrías estar disfrutándolo incluso más que yo, muñeca.

—No...

—Háblame —pide y puedo notar que está llegando a la cercanía del


orgasmo, que está a nada de sentir el clímax envolverlo.

—Je ne perdrai pas —le repito que no caeré, pero basta que lo pronuncie
para que él suelte un sonido de satisfacción indicando que acaba de
correrse.

—Joder —suelta sin dejar de mover la mano, aunque ahora ya con


movimientos más lentos—. Ojalá que me hubieras masturbado tú, porque
no hubieras dejado que nada se desperdicie —susurra con la mirada perdida
debido a la excitación—. Creo que me iré a la ducha, ¿vienes conmigo?
Aunque un baño... no suena nada mal.

—Vete a la mierda.

—Al contrario, mi vida, me parece que te estoy ofreciendo el paraíso —


murmura con un aire de orgullo mientras se levanta del sofá sin molestarse
a guardarse de nuevo el miembro—. ¿Estás segura de que no quieres venir?
Mi polla y yo te estamos echando de menos.

—¡Que te vayas de una vez! —alzo la voz notando las mejillas calientes y
no tardo en ponerme de pie mientras veo que no deja de reírse—. Eres un
idiota arrogante y que sepas que pienso hacerte ¡exactamente lo mismo! —
Ni siquiera debería frustrarme porque sabía a lo que me enfrentaría una vez
que acepté las condiciones de la apuesta. Al ver que se sigue riendo, le
lanzo una almohada que esquiva desapareciendo por el pasillo.

Necesito aire fresco, por lo que salgo a la terraza y me tomo unos minutos
para tratar de calmarme después de la experiencia que acabo de vivir.
Nunca me había visto en la situación de mirarle sin yo poder hacer nada
debido a una estúpida apuesta. ¿Me ha encendido? Muchísimo. ¿He logrado
resistir? Sí y seguiré resistiendo hasta que finalice. Tan solo son unas horas,
puedo aguantar unas horas más y averiguar esa pregunta que tiene que
hacerme.

De un momento a otro, oigo su grito provenir del cuarto de baño. Me está


llamando y no sé si ir para ver qué es lo que sucede. Ahora mismo no me
fío de él: a lo mejor tan solo quiere que le vea completamente desnudo y
rodeado de espuma o puede que de verdad le haya pasado algo. Respiro
profundamente y espero a que me llame de nuevo.

—¡¿Puedes venir?! —vuelve a preguntar asegurándose de que le estoy


escuchando.
Me acerco hasta la puerta que se encuentra entreabierta, pero no entro,
permanezco en el pasillo.

—¿Ocurre algo?

—¿Por qué no entras? Creo que se me ha metido espuma en el ojo y no


encuentra la puta toalla.

Esbozo una sonrisa mientras niego con la cabeza.

—Ni te pienses que voy a caer en ese absurdo juego de la espuma en el ojo.
Apáñatelas.

—¿Quieres que me quede ciego? No te estoy mintiendo.

—Tienes treinta y tres años y yo no soy tu madre. ¿Quieres que llame a


Renata? Seguro que ella arregla la situación en dos segundos con regaño
incluido.

—Tenía que intentarlo.

—Sé más innovador la próxima vez. —Seguimos hablando con la puerta de


por medio. Por lo menos, no estoy viendo su cuerpo definido por lo que la
tentación es menor.

—¿Cómo lo acabo de ser minutos atrás? Niégame que no estabas deseando


subirte a mi regazo y hacer el trabajo por mí. —Me quedo en silencio, sin
saber qué decir—. Tu silencio me lo acaba de confirmar.

—Cállate y no me lo recuerdes.

—Te lo recordaré cada vez que pueda.

—No se puede hablar contigo.

—¿Cómo que no? Conmigo puedes hablar y follar.

—Me voy a ir antes de que cometa alguna locura —digo, dejando escapar
un suspiro.
—Por favor, puedes cometer todas las locuras que quieras, no te lo voy a
impedir.

• ────── ✾ ────── •

Iván

No oigo contestación por su parte, por lo que, me limito a esbozar una


pequeña sonrisa mientras acabo de aclararme todo el jabón. Nunca pensé
que sería tan divertido hacer este tipo de apuestas con ella, supongo que
deberíamos ponerlo más en práctica.

La pregunta que le iba a hacer todavía se pasea por mi cabeza, aunque lo


cierto es que no sabría si clasificarlo como una pregunta. Quería ir un poco
más allá, tantear el terreno. No es fácil plantearle una propuesta de
matrimonio a una persona que te ha dicho que casarse ahora mismo no es su
prioridad. «Nunca sabes cuándo llega el momento, simplemente llega, sin
pensarlo». ¿La mejor opción sería preguntárselo sin más? Aunque primero
debería ir a hablar con Renata para explicarle la situación y que me
entregue el anillo del diamante negro.

«Lo que deberías hacer primero es salir de casa». Gracias, no lo había


pensado. Desde que sucedió el accidente no he podido dormir bien y me
aterra el hecho de poner un pie en la calle. Tengo que solucionarlo, de lo
contrario, no ganaré nada quedándome encerrado. Cierro los ojos con
fuerza mientras trato de hacer desaparecer la imagen de Adèle llena de
sangre y gritos a su alrededor. A ella no le puede pasar nada, no puede
morir.

Me froto le rostro con algo de brusquedad mientras intento dejar de pensar


en la pesadilla que tuve por la noche. «Eso no pasará, no pasará, no tiene
por qué pasar». Me quedo quieto dejando que las gotas de agua sigan
resbalándose por mi cuerpo hasta que, de pronto, cierro el grifo. Tengo que
pensar en otra cosa, en algo que me distraiga y, ahora mismo, lo que tengo
entre manos, es la apuesta la cual voy a ganar. Vuelvo a sonreír dándome
cuenta de que, pierda o no, la pregunta se la voy a hacer igual.
Salgo de la ducha envolviendo una toalla alrededor de mi cintura y, de
repente, se me ocurre una idea la cual podría utilizar para que la francesa
caiga. Ni siquiera me molesto en secarme el cuerpo, es verano, hace calor y
yo estoy muriéndome por ir a abrazarla por detrás. No hemos acordado
nada de que yo no pudiera tocarla, es ella quien tiene que poner resistencia,
no al revés.

Salgo del cuarto de baño sin importarme estar dejando gotitas a mi paso.
Intento hacer el mínimo ruido, por lo que, cuando la veo abrir un armario de
los de arriba para tratar de alcanzar algo, aprovecho la oportunidad de oro
para ir a ayudarla. Me coloco detrás de ella y estiro el brazo para tratar de
alcanzar el paquete de azúcar. Adèle se tensa de inmediato al sentir mi
cuerpo apoyarse directamente en su espalda.

—¿Qué... qué coño estás haciendo? —Su voz tiembla y no puedo evitar
sonreír ante esa reacción. En otras circunstancias, se hubiera girado para
provocarme con esa mirada imponente que tiene, pero ahora... no sabe
cómo quitarme de encima sin sentir la caricia de mi pene en su piel cubierta
por esos pantaloncillos de estar por casa.

Lo cierto es que me gustaría arrancárselos.

—Ayudarte, ¿necesitas alguna cosa más?

—Sí, que te quites. —No se gira porque sabe que, si lo hace, la tensión
aumentaría a niveles desorbitantes. Estaríamos cara a cara y muy cerca uno
del otro y no creo que pueda resistir a no pasar sus manos por mi torso.

—Podrías pedírmelo un poco más amable, no te cuesta nada —ronroneo


acercándome a su cuello y puedo observar sus manos sobre el mármol
totalmente estiradas e inquietas.

—No te conviene enfadarme, estás avisado.

—Me gusta verte enfadada, te ves incluso más sexy acompañada por esa
tormenta que tienes en tu mirada —sigo diciendo mientras coloco una mano
en su cintura, apretando levemente la piel—. Si quieres que pare, lo haré,
tan solo tienes que decírmelo. —Voy en busca de su cuello y aparto la
melena hacia un lado para depositar un suave beso sobre su piel. Al instante
percibo su reacción y sonrío ante la hazaña—. Dime que quieres que me
detenga y lo haré.

Bajo un poco más la mano que tenía en su cintura y la adentro en esos


pantaloncillos de algodón tanteando su intimidad. Ella arquea la espalda
levemente al sentir mi mano fría, pero no dice nada, así que continuo hasta
encontrar su clítoris y jugar con él. Vuelve a moverse después de dejar
escapar un sutil jadeo y eso no hace más que encenderme todavía más al
tener su culo acariciando mi entrepierna.

—¿Quieres que me detenga? —pregunto cerca de su oído provocándole un


escalofrío con mi voz.

—N-no... —Sus manos siguen en la encimera y no tiene intención de


sacarlas de ahí, por lo que me dejo de tonterías y adentro un dedo por su
cavidad, muy lentamente y dejando que sienta todo lo que no ha podido
sentir desde la última vez que tuvimos sexo.

Posiblemente sea cruel, pero no voy a dejar que llegue al orgasmo hasta que
sus manos no estén sobre mi cuerpo y su boca comiéndome la mía. Deberán
faltar unas tres horas para que la apuesta finalice y ya he pasado mucho
tiempo sin sentir su caricia sobre mi piel. Es hora de volver a la normalidad.

—Adèle, tócame... —pronuncio en un susurro y con la voz ronca. Ella


separa un poco las piernas proporcionándome más acceso y no puedo evitar
esbozar una sonrisa torcida ante la imagen que me regala—. No te resistas,
no vale la pena.

—Cállate... —jadea echando la cabeza hacia atrás.

—Has perdido, admítelo. —Intenta hacer un sonido de negación, pero no lo


consigue ya que le meto otro dedo haciendo que no pueda resistirlo más—.
Bésame...

—No... —vuelve a soltar otro gemido y sé que está llegando a su límite


pues no puede dejar las manos quietas sobre el mármol. Quiere tocarme, lo
sabe, pero no lo quiere admitir, mucho menos perder.
—Bésame o me detendré. —Le doy un ultimátum y dirijo la otra mano por
debajo de su camiseta para encontrarme con sus pechos. Empiezo a jugar
con uno, torturando su pezón erecto. La tengo totalmente acorralada y tan
solo le falta girarse para unir nuestros labios y seguir jugando—. ¿No me
crees capaz? —Ralentizo el movimiento de mis dedos ganándome su
inmediata reacción y, cuando por fin estoy a punto de sacarlos, su cuerpo se
gira contra el mío para acabar cara a cara—. Hola, amor —sonrío.

—Te odio —pronuncia y estampa su boca sobre la mía para buscar mis
labios de manera desesperada.

—Me amas —rectifico mientras coloco mis manos en sus caderas para
subirla sobre la encimera. Ella abre las piernas y no tardo mucho en quitarle
esos pantaloncillos que no han dejado de provocarme desde que se los puso
esta mañana.

Sus manos no dejan de tocarme, ansiosa, y no tarda en quitarme la toalla de


la cintura dejándome sin nada. Una partida de sexo rápido e intenso. Me
gusta.

Aprieto la mandíbula cuando noto sus manos acariciarme la polla para


conducirme hacia su entrada. Sin dejar de besarla, la acerco hasta el borde
de la encimera y, con movimientos ágiles, tanteo su intimidad húmeda,
expectante por sentirme de una buena vez.

—Acabas de perder, dilo —murmuro después de haberme separado


sutilmente de ella y dejar que haga lo que quiera en mi cuello. Me encanta
jugar sucio y no me importa demostrárselo.

—No estoy para tus tonterías, o follamos ahora o me encierro en la


habitación para llegar al puto orgasmo por mi cuenta —expresa y puedo
notar la rabia en su mirada.

Sin que se lo espere, ubico su entrada y me adentro en ella de una estocada


limpia provocando que suelte un pequeño grito ante la invasión, sin
embargo, contrario a lo que ella ha creído, no me muevo, me mantengo
quieto dentro de ella mientras recorro su rostro con las yemas de mis dedos.
—Dilo y follaremos como Dios manda —susurro cerca de sus labios
aprovechando para morderle el inferior. Ella busca mover sus caderas en
busca de fricción, pero no lo consigue ya que la mantengo sujeta sobre la
encimera—. Tan solo tienes que decirlo, amor.

Espero que no se note que estoy disfrutando como nunca con esto.

Deja escapar un profundo suspiro mientras se lame los labios y busca los
míos de nuevo haciendo que retroceda y tenga que cargarla con ambas
manos, profundizando el encuentro. Intento controlar la respiración ante la
potencia que emana procurando seguir quieto en su interior.

—He perdido —susurra dándome castos besos entre cada palabra—. Tú


ganas, así que, muévete.

Sonrío ante la victoria y alzo su culo para hacer que me recorra otra vez.
Busco con la mirada la isla de la cocina y la apoyo de nuevo muy cerca del
borde. Ella abre un poco más sus piernas dándome total acceso y no dudo
en acelerar el movimiento de mi pelvis llenando la estancia con sus
gemidos. Sonrío ante el sonido que me regala y que ninguno jamás se le
podrá comparar.

Ninguno de los dos dice nada, no obstante, no dejo de mirarla mientras la


penetro con fuerza provocando que arquee la espalda ante la acumulación
de placer en la parte baja de su vientre. Sus piernas no tardan en empezar a
temblar debido a la intensidad del orgasmo, no obstante, no detiene la
caricia de sus manos en mi espalda.

—Joder... —susurro, cerca de su oído mientras noto el pálpito de su interior


demostrándome una vez más que se trata de la mejor sensación jamás
vivida.

—Te odio —vuelve a decir mientras trata de controlar su respiración.

Niego con la cabeza y coloco una mano en su mejilla para aprovechar y


juntar nuestras frentes.

—Me amas.
Este capítulo entra en mi lista de capítulos favoritos.

Nos vemos la semana que viene, amores, un beso.


Capítulo 27

UNA LLUVIA EN PLENA PRIMAVERA

Iván

Observo las gotas resbalarse por el vidrio, algunas más rápidas que otras,
como si estuvieran compitiendo para ver quien llega a la línea de meta.
Cierro los ojos durante un instante mientras intento concentrarme en el
sonido de la lluvia y no en el hecho de que estoy en el interior del Audi con
David conduciéndolo. La francesa me lo dejó bien claro después de la
partida que tuvimos encima de la isla de la cocina.

—Me da igual haber perdido —dijo, aún con la respiración algo agitada—.
La visita a Marquina no es negociable. No me puedes impedir preocuparme
por ti.

—Y no te lo impido.

Lo llamé al día siguiente para concretar una cita en cuanto tuviera un hueco
en su agenda. No tardó mucho en dármela, el lunes mismo, si me parecía
bien, por lo que, ahora, estoy de camino a su consulta, ya que le iba
imposible trasladarse él hacia mi apartamento. No me quejé, es uno de los
mejores psicólogos, además de que me había hecho el favor de atenderme
lo más rápido posible.

Se lo comenté a Adèle, ella tan solo se limitó a mirarme mientras sentía su


mano en mi mejilla sin dejar de acariciarme la piel con su pulgar. También
le dije que quería ir solo, que no hacía falta que me acompañara. Al
principio me lo rebatió, dijo que no entendía la razón, no obstante, lo acabó
comprendiendo, sin embargo... no le he dicho que la razón real es que no
quiero que se vuelva a subir a un coche conmigo. Yo podría aguantar otro
golpe, pero ella... ella no.

El resto del fin de semana nos lo pasamos encerrados en casa, no quise salir,
Adèle no logró convencerme por más que lo intentara, por lo que, acabamos
haciendo todo aquello que proponíamos. Fue divertida la serie que nos
vimos a modo de maratón, también las películas que le recomendé ver, de
aquellas que tenía que ver sí o sí por lo menos una vez en la vida. También
cocinamos, incluso preparé un postre mientras la francesa solo se limitaba a
mirar. Quisiera aceptarlo o no, era un desastre en la cocina y no quería tener
más accidentes.

También hemos follado, mucho, después del momento en la cocina, propuse


tomar un baño largo y lleno de burbujas. Dejé que apoyara su espalda en mi
pecho y nos quedamos en silencio durante, al menos, otro minuto más.
Cerré los ojos durante un instante mientras dejaba que ella me acariciara el
brazo con sus uñas en movimientos muy lentos y delicados.
No quiero vivir sin ella. No me imagino a ninguna otra mujer a mi lado.
Quiero a la francesa de larga melena despertándose en mi cama cada día
durante el resto de su vida.

Ni siquiera me doy cuenta de que estoy manteniendo el puño apretado y


aguanto la respiración cada vez que pasamos un semáforo en verde. Le dije
a David que evitara la calle donde sucedió el choque. Minutos más tarde, se
adentra en un aparcamiento subterráneo y no tardamos mucho en llegar
hasta la consulta de Marquina.

—Le estaré esperando aquí, señor —me comenta y asiento con la cabeza
dejándole que se sienta en la sala de espera.

Cierro la puerta detrás de mí y Marquina no tarda en levantarse para ir y


darme la mano a modo de saludo.

—Señor Otálora —sonríe y me indica con la mano que me siente en el sofá.

—Nos podemos tutear, no tengo problema. —Observo que se sienta en su


sillón colocando una libreta en su regazo.

—Está bien, pues comencemos, ¿cómo te encuentras?

Dejo escapar un sonido incrédulo mientras niego con la cabeza y dejo que
mi espalda se apoye contra el material de cuero.

—Ni siquiera sé por dónde empezar. —Él se queda callado, sin dejar de
mirarme—. Tuve un accidente de coche hace una semana y poco y creo
que... —hago una pequeña pausa mientras intento que la imagen de Adèle
rodeada de sangre desaparezca—. Tengo pesadillas, casi no duermo bien,
no me puedo quitar esa imagen de la cabeza y me aterra salir a la calle con
Adèle, sobretodo si es en coche.

—¿Cómo fue ese accidente? —Me quedo en silencio, sin embargo, sé que
se lo tengo que contar—. Tenemos que empezar por el principio, el
accidente ha desencadenado las pesadillas, así que tendremos que llegar a la
raíz para ver cómo lo podemos solucionar.
Trago saliva sintiendo la garganta seca de repente.

—¿Tienes agua?

—Claro. —Se levanta para entregarme un vaso de agua que no dudo en


acabarme de un trago—. Será difícil, no te lo voy a negar, pero supongo que
prefieres volver a estar bien que seguir teniendo esas pesadillas. —Asiento
con la cabeza—. Dime, ¿cómo ocurrió ese accidente?

Me toco la frente al recordar de nuevo el impacto, el ruido que se produjo y


el olor después de que los airbags empezaran a desinflarse. Me acuerdo del
dolor que sentí y que no sabía exactamente de dónde provenía, la sangre
manchando la ropa y los gritos de la multitud que no dejaba de llegar para
ver qué había pasado. «Cuéntalo, desde el principio». Vuelvo a cerrar los
ojos durante unos cuantos segundos.

—Tomate el tiempo que necesites —murmura el psicólogo e intento detener


las ganas de llorar, sorbiéndome la nariz.

—Íbamos hablando, ella estaba en el asiento del copiloto, yo iba


conduciendo hasta que me detuve en un semáforo en rojo. No teníamos
prisa, todo fue normal, pero cuando se puso en verde... —me quedo de
nuevo callado, viviendo esa escena otra vez en mi cabeza—. Avancé sin
acelerar demasiado y cuando estuvimos en medio del cruce, noté el impacto
en el lado izquierdo de mi coche. Un poco más y estaría muerto.

—¿Qué pasó después?

—Mucha confusión y... dolor. Me encontraba perdido y casi no podía ver


nada. Intenté despertarla, comprobar que no estuviera muy herida, pero no
podía moverme. —Coloco una mano en mi costado de manera inconsciente
—. No tardé en cerrar los ojos, pero antes de eso, no dejaba de oír los gritos
de los demás y los pitidos de los coches. No sé si hubo más choques, si
alguien más quedó herido... lo cierto es que no sé nada.

—¿Son diferentes pesadillas o se repite la misma cada noche?

—La misma.
—¿Cómo es esa pesadilla?

Me quedo de nuevo en silencio al tener esa imagen presente en mi cabeza,


como si estuviera viviendo lo mismo una y otra vez. Clavo mi mirada hacia
el suelo, perdida, ni siquiera oigo que Marquina está llamándome. Veo a
Adèle rodeada de sangre, con los ojos abiertos y sin poder respirar. Me
agacho junto a ella para ayudarla, para hacer que vuelva conmigo, pero
nada resulta, no se mueve. Está quieta, muy quieta y su cuerpo todavía
permanece caliente, aunque manchado por su sangre.

Marquina vuelve a pronunciar mi nombre, pero yo no le oigo, permanezco


con los brazos cruzados y la mirada perdida mientras sigo visualizando esa
imagen en mi cabeza. Adèle muerta, sin vida, con los ojos abiertos y su
calidez desapareciendo. Me quedo junto a ella, con su cabeza en mi regazo
mientras los minutos siguen pasando. Ya no habrá más minutos con ella, ya
no habrá ese minuto donde nos quedábamos en silencio y dejaba que su
caricia se paseara libre por mi piel. Ya no hay nada, todo ha desaparecido y
yo no he podido hacer nada. Ha empezado a llover, la lluvia de la tranquila
primavera recoge su sangre, llevándosela con ella.

—¿Qué ocurre en esa pesadilla? —Logro escuchar y levanto un poco la


cabeza a su encuentro.

—No sé si quiero decirlo en voz alta.

—¿Por qué no?

—Porque no quiero que se vuelva real —susurro al cabo de pocos segundos


—. Siento que, si lo digo en alto, posiblemente vaya a suceder y no quiero
arriesgarme.

—De acuerdo —responde—, no me lo digas por el momento, iremos a tu


ritmo. Lo que sabemos con certeza es que has empezado a tener esa
pesadilla después del accidente. ¿Habías tenido esa sensación alguna vez?

Niego con la cabeza. Nunca había presenciado nada parecido en mi cabeza.


Las veces que ha aparecido Adèle en mis sueños era para hacerme entrar en
razón o decirme algo importante. Jamás la imaginé muerta en mis brazos.
Sigo en la consulta de Marquina durante un rato más, ni siquiera estoy
pendiente de la hora, pero llega un momento donde simplemente siento que
ya no puedo más, que no quiero responder a ninguna otra pregunta de entre
las tantas que me está haciendo. Me mantengo con la mirada perdida sin
saber cómo continuar y es algo que me enfada de sobremanera, porque
nunca en mi vida me había sentido tan vulnerable y débil.

Siento rabia. Muchísima. Quiero acabar con todo y ponerle fin de una vez.

—¿Podemos seguir otro día? —pregunto y Marquina asiente con la cabeza,


sin embargo, me detiene antes de que pueda levantarme del sofá.

—Es muy común tener pesadillas después de un evento traumático —


empieza a decir—. A veces sentimos que no lo podemos dominar, pero no
es del todo así ya que se debe encontrar el camino para poder controlarlas.
Lo mejor que podrías hacer en este caso es hablar de lo que sucede en esa
pesadilla y cambiarle el desenlace, aunque te duela hablar sobre ello, no se
consigue nada si le seguimos dando más vueltas, porque, de alguna manera,
la alimentas.

—¿Con quién debería hablarlo?

—Con una persona con la que tengas confianza, no necesariamente tiene


que ser conmigo. Lo importante es que puedas explicar qué sucede dentro
de tu cabeza y no guardártelo. —Analizo todo lo que acaba de decir,
aunque, en el fondo, ya lo supiera. Por ese motivo le pedía a Adèle que
hablara conmigo cuando acababa de tener una pesadilla—. Puedes venir a
verme la semana que viene, pero ten en cuenta lo que te acabo de decir. No
es fácil, pero, por lo menos, has hecho un gran paso viniendo aquí.

—Adèle me convenció —sonrío sin saber por qué.

—Te quiere y se preocupa por ti.

—Yo también lo hago con ella —digo—. ¿Cuándo tendréis la próxima


sesión?
—Alto ahí —sonríe—. Aunque sea tu novia, no puedo hablar de mis
pacientes. Me pongo en contacto directamente con ella.

—Claro. —Suelto un suspiro—. Nos vemos la semana que viene, entonces.

Marquina también se levanta para acompañarme hacia la puerta. Minutos


más tarde, me encuentro dentro del Q5 y David enciende el motor después
de haberle dicho que se dirija hacia la casa de mi madre. Tengo que hablar
con ella y preguntarle qué piensa de toda esta situación. Necesito su consejo
de madre.

En el transcurso del camino, tengo una llamada entrante del móvil nuevo,
pues el mío todavía se encuentra en las manos de Renata debido al plan
absurdo de Ester y Álvaro Maldonado. A veces me entran ganas de
buscarlos por mi cuenta para meterlos bajo rejas y que estén encerrados
durante una buena temporada porque nadie me ha tocado los cojones tanto
como ellos y toda su puta familia.

Hice que tan solo mis contactos principales tuvieran mi nuevo número, por
lo que, cuando veo que quien me está llamando es Marco, contesto
llevándomelo al oído.

—¿Qué? —pregunto.

—¿Tú crees que esas son formas de saludar a tu mejor amigo?

—No empieces.

—Puedo empezar lo que quiera cuando me dé la gana, nada más faltaría,


estúpido —responde y espero un par de segundos para que se calme y me
diga para lo que sea que me ha llamado—. Ahora solo falta que tenga que
pedir cita para hablar contigo.

—Marco.

—Dime.

—¿Por qué me has llamado?


Trato de concentrarme en la llamada mientras olvido que todavía sigue
lloviendo y de que acabamos de pasar un semáforo.

—Quería ver qué tal te iba la vida, para variar. —A veces me lo imagino
diciendo eso mientras se encoge de hombros—. Ya sabes, sales del hospital,
intento verte, pero me dicen que tienes que descansar. Que, oye, no me
enfado, entiendo que nuestros estilos de vida tengan años luz de diferencia,
pero, yo que sé, ¿me vas a negar la entrada siempre que estés en medio de
un problema? Recuerda que soy tu amigo, qué coño amigo, soy tu mejor
amigo. El único que tienes, en realidad.

Las palabras de Marco me hacen sonreír.

—Ahora me voy a casa de mi madre, nos podemos ver después.

—Hace tiempo que no veo a la comandante, ¿puedo ir? Espera, espera,


olvida que te lo he preguntado que capaz y me dices que no, en diez hora
estoy ahí. Nos vemos. —Ni siquiera me da tiempo a colgar la llamada, sin
embargo, me vendrá bien verle. Necesito desconectar, aunque sea por un
rato.

No puedo evitar mantenerme alerta durante el resto del trayecto y con la


respiración algo tensa. Me cuesta mirar a través del vidrio porque no quiero
volverme paranoico y pensar que cualquier coche podría acercarse más de
la cuenta, no controlar la velocidad y acabar impactando en el nuestro.
Cierro los ojos intentando convencerme de que eso no pasará.

—Señor —habla David y sé que no ha dejado verme desde el espejo


retrovisor—, en unos minutos habremos llegado. ¿No quiere llamar a la
señorita Leblanc para decirle que vendrá un poco más tarde?

—Claro —logro decir y vuelvo a desbloquear el móvil para buscar su


contacto en la pestaña de «Recientes».

Tarda relativamente poco en contestar.

—Bonjour, monsieur Otálora, supongo que me llama para decirme cómo le


ha ido en la consulta. —Su tono de voz es tranquilo y no puedo evitar
sonreír cada vez que me saluda de esa manera.

—Ha ido bien —digo, indiferente—, nada del otro mundo. La semana que
viene tal vez tenga que volver a ir.

—¿Ha pasado algo durante el camino?

—No —respondo, rápidamente—. Estoy bien.

—¿Seguro?

—Sí, señorita Leblanc, descuide.

Ella parece pensárselo durante algunos segundos.

—Vale —acepta—. ¿Estás volviendo a casa?

—No, de hecho, te llamaba para decirte que estaré con mi madre y luego
veré a Marco. No sé a qué hora llegaré. ¿Tú estás en casa?

—Tampoco —responde—. Estoy esperando a que Rafael se desocupe,


quiero hablar con él. Después ya veré qué hacer.

—¿Has ido sola?

—Tengo a tus hombres vigilándome las veinticuatro horas del día, ¿piensas
que he podido salir sola sin que ellos se den cuenta? —dice en un tono
irónico—. Además, Cristian ha venido a buscarme.

—Procura que no te pase nada —susurro.

—Lo mismo te digo —murmura y puedo imaginarme su mirada preocupada


—. Ya tengo que entrar, nos vemos por la noche, entonces.

—Iba en serio cuando te dije que no pensaba dormir sin ti.

—Me gustó ese lado pervertido, romántico y divertido durante el día de la


apuesta.
—Deberíamos apostar más después de que me des mi premio, ya es hora de
que ganes, ¿no te parece? —murmuro sin dejar de sonreír y puedo oír su
risa al otro lado de la línea.

—Te dejé ganar, no te equivoques y ya no me digas nada más porque tengo


que entrar. Después hablamos.

Cuelga sin decirme nada más y me guardo el móvil en el bolsillo mientras


me doy cuenta de que ya hemos llegado al edificio donde vive Renata.
David apaga el motor y no tardo en bajarme del coche para fijarme a mi
alrededor y ver que Marco todavía no ha llegado o tal vez sí y haya tenido
que aparcar más lejos.

Eso lo compruebo una vez que la mujer que se encarga de la casa me abre la
puerta y lo primero que veo es a mi amigo instalado en el sofá del salón. Me
pregunto qué pacto habrá hecho para llegar antes que yo y ver a mi madre
sonreír ante lo que sea que le esté diciendo, pues Renata no es que sea una
persona agradable y sonriente con la que poder mantener una conversación
banal.

—¡Iván, amigo mío! —exclama él poniéndose de pie para darme una


palmada en el hombro seguido de un abrazo. Intento no quejarme, pero se
me escapa una mueca cuando me aprieta el costado—. Perdón, perdón,
¿todavía te duele? Tremendo susto nos diste. ¿Cómo está la muñeca fran...?
Perdón, Adèle, ¿está mejor que tú?

—Estamos bien, recuperándome de las heridas y Adèle está perfectamente.


¿Cómo has llegado tan rápido?

—Estaba por la zona.

—Venid, sentaos —dice mamá—, ¿quieres tomar algo, Iván? —me


pregunta mientras se acerca a mí para comprobar cómo estoy. No deja de
mirarme a los ojos y al instante se da cuenta de que hay algo detrás—.
Marco, no te importa que te dejemos solo un momento, ¿verdad? Quiero
hablar con mi hijo de un asunto importante.
—Por supuesto que no, señora Otálora, aprovecho y hago unas llamadas —
responde con una sonrisa y luego me mira a mí—. Después hablamos tú y
yo, te tengo que contar los avances de la boda.

Asiento con la cabeza y sigo a mi madre por detrás hasta que nos
encerramos en su habitación. Una habitación grande con una cama
matrimonial en el centro y unas vistas impresionantes de la ciudad. Ella se
sienta en uno de los sillones cruzando una pierna encima de la otra y no
tardo en hacer lo mismo, quedando uno enfrente del otro.

—Dime qué ocurre —murmura yendo directa al grano.

—Estoy bien.

—A mí no me mientas —contesta y dejo escapar un suspiro mientras me


toco la frente—. También he pasado por las consecuencias de un hecho
traumático y sé lo que conlleva. Cuéntame, ¿qué te ocurre?

Decido empezar por el principio, cuando tuve esos dos sueños mientras
estuve inconsciente en el hospital.

—Me acuerdo cuando me contaste las pesadillas que tenías o las secuelas
que te quedaban después de una misión. Sé que se puede remediar con el
tiempo y tras largas conversaciones, pero... ¿siempre es así? Que yo
recuerde, nunca me ha pasado nada similar y no sé cómo hacer para volver
a la normalidad cuanto antes.

—Tienes pesadillas —asegura y asiento con la cabeza.

—Y no dejo de repetirla cada noche —susurro—. Tampoco dejo de pensar


en los sueños que tuve mientras estuve ingresado en el hospital. Soñé con
él, con papá y me pareció tan real que ahora me pregunto si de verdad tuve
esa conversación con él o solo fue producto de mi imaginación. —Renata
no ha dejado de mirarme y puedo observar la sorpresa en su mirada—.
Siento si...

—Está bien. —Niega con la cabeza y vuelve a concentrarse en mí—. ¿Qué


te dijo?
Sonrío al recordarlo.

—Que mi hora no había llegado, que tenía que despertar porque tú ya


habías perdido suficiente —digo refiriéndome a Damián y a mi padre—,
que fuiste su primer amor y lo supo desde la primera vez que te vio.
También me explicó por qué eligió el diamante negro cuando te propuso
matrimonio.

—¿Por qué fue? —pregunta de nuevo aclarándose la garganta.

—Por el color de tus ojos —respondo—. Oscuros, casi negros, pero


conservando ese brillo que los hacía inolvidables, por eso el diamante
negro.

La sonrisa que muestra no deja de reflejar una tristeza escondida cada vez
que lo recuerda. No dice nada, se levanta del sillón para acercarse hacia la
mesita de noche que se encuentra al lado de su cama. Vuelve con la
pequeña caja de terciopelo y ya me puedo imaginar de lo que se trata. La
coloca delante de mí, encima de la mesa redonda y se vuelve a sentar.

—A tu padre le gustaba bastante emplear la metáfora cada vez que se le


presentaba la oportunidad.

—De alguien habré tenido que heredar mi labia poética —murmuro


mientras dejo al descubierto el anillo con el diamante negro en el centro y
manteniendo intactos las diminutas piedras brillantes alrededor.

—Este anillo es para Adèle, para ninguna otra mujer más —murmura
cruzando una pierna encima de la otra—. Por eso me lo has mencionado,
¿no? Quieres proponerle matrimonio.

Me quedo en silencio sin dejar de admirar la joya y pienso en las palabras


que le dije en la noche de su cumpleaños: «Si llego a regalar una joya a
alguien, será el anillo de compromiso». Sonrío recordando el momento,
cuando nos habíamos escapado de su fiesta para ir a follar sobre el Ferrari y
luego surgió la conversación. En aquel instante, ni siquiera se me había
cruzado por la cabeza que estaría, casi un año después, pensando en la
propuesta.
—No lo sé —confieso—. A veces pienso que sí, pero otras... simplemente
me pregunto para qué romper la burbuja en la que estamos ahora.

—¿Tienes miedo?

Dejo escapar un suspiro largo y pesado.

—Tal vez. —Renata alza las cejas a modo de pregunta. Quiere saber a qué
le tengo—. No lo sé, mamá, a lo mejor no quiero que se vaya. Hace poco
hemos empezado a vivir juntos, ¿por qué acelerar las cosas con un
matrimonio? —Ella no dice nada, pero no deja de mirarme—. A lo mejor
tan solo quiero casarme con ella porque presiento que después será
demasiado tarde. A lo mejor ya no habrá ninguna otra oportunidad más,
porque cada vez que me voy a la cama, sueño cómo yace en su propio
charco de sangre manteniendo los ojos abiertos, sin vida. A lo mejor...

—Iván —me llama, pero no la escucho.

—A lo mejor tan solo quiero acelerar el tiempo porque este presentimiento


no se va, me consume y tan solo quiero hacerlo deprisa porque me niego a
pensar que no estará más a mi lado.

—Tranquilízate, ¿de acuerdo? Tienes ese anillo en tus manos, dime para
qué lo quieres.

—Para dárselo a Adèle.

—¿Para qué?

Me quedo en silencio durante unos segundos.

—Porque quiero casarme con ella. —Renata mantiene sus ojos en los míos,
quiere que siga hablando—. Porque la quiero, porque no me imagino
enamorado de nadie más, porque ella es única y mi complemento, porque
sin ella, siento que algo me falta. Quiero casarme con ella porque quiero
pasar el resto de mi vida a su lado.

Posiblemente sea lo más cursi que haya dicho en mi vida, pero es así, no
puedo encontrar otras palabras que definan lo que estoy sintiendo por la
francesa ahora mismo. No paro de repetirme que la he encontrado, que he
encontrado a mi compañera para lo bueno y lo malo, ¿por qué debería
atrasarlo más?

—Ahora solo falta que se lo preguntes. —Muestra una pequeña sonrisa—.


Dices que ella es tu complemento, que os entendéis, no creo que salga
corriendo cuando vea el anillo de compromiso. Decida lo que decida, creo
que es lo suficientemente madura para hablarlo contigo. A lo mejor quiere,
pero no ahora, sino un poco más adelante. En cualquiera de los casos, no lo
sabrás hasta que no hables con ella.

Observo el anillo de nuevo, admirando el brillo que emana. «Un diamante


negro: inquebrantable, brillante y con poder».

—Se lo pediré —concluyo, cerrando la tapa—. Tengo que pensar cuándo y


de qué manera.

—¿Quieres un consejo de madre?

—No me lo tienes ni que preguntar, suéltalo —digo y mantengo la caja en


mi mano sin dejar de acariciar el material suave.

—No lo prepares, cuando sea el momento de preguntárselo, lo sabrás. No


vayas con expectativas, deja que te sorprenda. Conociendo lo poco que sé
sobre ella, no creo que le guste lo extravagante ni tampoco el momento de
arrodillarse. Pregúntaselo cuando te nazca, así sea durante el desayuno,
cuando estéis viendo una película o durante la cena en un restaurante
bonito. Deja que fluya.

Me quedo pensando en sus palabras y asiento con la cabeza.

—¿Papá lo hizo en uno de esos momentos? —A pesar de saberlo, quiero


escucharlo otra vez.

Observo de nuevo su sonrisa, aunque sin esa tristeza de minutos atrás.

—Todo lo contrario —responde—. Él lo hizo a su manera y tú lo harás


cómo mejor te parezca.
—Quiero dejar de tener pesadillas antes de eso, quiero estar un poco mejor,
volver a ser yo.

—Es cuestión de paciencia.

—Lo sé.

Minutos más tarde, finalizamos la conversación después de preguntarle si


tiene alguna novedad respecto a Ester y Álvaro. Niega con la cabeza,
aunque la investigación está yendo bien pues, gracias al plan absurdo que se
les ocurrió de hackear mi móvil, han podido rastrear la procedencia de
quién ha podido programarlo. Además, la Policía se ha involucrado de
manera activa y han dado orden de captura manteniéndolos en la cabeza de
los más buscados.

—¿Qué hay de Mónica?

—Sigue ahí, encerrada, aunque durante esta última semana ha presentado


fuertes dolores. Hemos tenido que llamar a un médico para que la examine.

—No te confíes.

—No lo hago. No es un médico cualquiera, Iván, al mínimo movimiento,


procederá con lo que le he ordenado. No es mi intención que muera, ni que
se escape, sé lo que hago.

—De acuerdo —respondo y doy por hecho de que la comandante no caería


en una trampa como esa—. Iré con Marco, seguro que se tiene que estar
subiéndose por las paredes.

—Contrólalo a no ser que quieras que lo haga yo.

—Pensaba que te caía bien —digo levantándome del sillón.

—Y lo hace, no me parece mal chico, pero sigue siendo mi casa. Si queréis


hacer el idiota, que sea fuera de estas paredes.

Aquello me hace reír.


—Está bien.

Después de abandonar el apartamento de mi madre, decidimos ir a comer


algo a un restaurante de la zona y lo primero que me preguntó fue qué era lo
que había escondido con tanto misterio en el bolsillo interno de la chaqueta.
Se lo tuve que explicar, por supuesto, Marco es de aquellas personas que
necesitan obtener respuestas cuanto antes para saciar su curiosidad.

Le dije que tenía en mente proponerle matrimonio a la francesa con el anillo


de compromiso que mi padre le dio a mamá.

—Santa Madre de la Trinidad, dime cómo respirar porque se me acaba de


olvidar —exclama Marco manteniendo su esencia mientras procede a
beberse un trago largo—. No me lo esperaba, me pone feliz, pero no me lo
esperaba.

—Inhala y exhala varias veces por minuto, no es difícil.

—Ahórrate tus comentarios irónicos, ¿quieres? No te veo emocionado, ¿por


qué no estás emocionado? ¿No me digas que estás asustado? —Su modo
eufórico me está pareciendo incluso divertido—. Creo que no deberías
estarlo, ambos estáis enamorados, tipo lo que me contaste eso de que es tu
complemento y bla, bla, bla. Te dirá que sí en cuanto se lo propongas.
Comprometido con la famosa pianista, Adèle Leblanc. Qué bien suena,
¿eh? —pronuncia mientras gesticula con las manos de manera exagerada—.
¿Ya tienes alguna fecha en mente?

La última pregunta provoca que suelte una risa sincera mezclada con
nerviosismo.

—Déjame que antes se lo pregunte, ¿no te parece?

—Claro, claro, toda la razón. Es que estoy emocionado. Seré el padrino,


¿no? Evidentemente, soy tu única opción.

—Tengo más amigos.


—Tal vez, pero que sea tu «mejor amigo», solo me tienes a mí. Bueno, ¿has
pensado cómo proponérselo? ¿Te acuerdas cuándo quedamos para comer y
yo te conté mis nervios cuando se lo pregunté a Bianca? Al final, seguí tu
consejo, así que, aplícatelo.

Casi un mes atrás, cuando me dijo de ir a comer porque quería enseñarme


algo, fue para enseñarme el anillo que había elegido y que no sabía cómo
pedírselo, entonces le compartí el mismo consejo que Renata me acababa
de decir una hora atrás.

—Ya veré cuándo se lo propongo, primero quiero estar un poco mejor.

—Te refieres a las pesadillas, ¿no? Es entendible. Mejórate y luego todo lo


demás.

Continuamos hablando mientras esperamos los entrantes cuando llega su


tema de conversación favorito. Su boda. El italiano se muestra emocionado
y empieza a explicarme la organización de la celebración y lo implicado
que ha estado en todos los detalles para que no haya ningún tipo de error.

—¿Has enviado las invitaciones? —pregunto llevándome un trozo de


comida a la boca.

—Claro, desde hace semanas, ¿por qué?

—Porque no he recibido ninguna y, digo, si soy el padrino, ¿no debería


tener una?

—Pues por eso mismo, eres el padrino y tienes contacto directo conmigo,
además de que...

—Te has olvidado, ¿no?

—Completamente.

—Muy bonito de tu parte. —Me hago el ofendido.

—Pero si ya te sabes todos los detalles de dónde será, la fecha y todo, no


exageres. Sábado, 14 de mayo, nuestro gran día, la ceremonia en la iglesia
por la mañana y después al restaurante donde no inflaremos a alcohol para
aburrir. Será la boda del año —dice y me doy cuenta de que es este sábado,
que faltan cinco días para el gran día.

—No lo dudo.

—Por cierto... —empieza a decir y levanto ambas cejas para que continúe
—. Que cuando te diga que sí y ya estéis comprometidos... que sin
problema te puedo organizar la boda. Tú me dices y empezamos.

—Te gusta todo este mundo, ¿no? La organización de eventos y


festividades —sonrío.

—No te voy a decir que no.

—No es tarde para empezar a trabajar de lo que te gusta —sugiero y dejo a


Marco pensando.

Marco ha trabajado en mi empresa como contable desde hace muchos años,


nos conocimos cuando él empezó con las prácticas y yo todavía seguía bajo
la sombra de Sebastián, aprendiendo a dirigir el imperio familiar. Desde
entonces, nos hicimos buenos amigos y ha demostrado ser una persona muy
trabajadora y capaz de adaptarse a los cambios, sin embargo, puedo apreciar
su entusiasmo cada vez que empieza a hablar de cómo ha organizado y
pensado el más mínimo detalle.

—Me lo pensaré, tampoco quiero dejar mi precioso despacho en ARSAQ.


Me gusta la contabilidad, pero el tema de los eventos y demás, me lo paso
bien. —Asiento con la cabeza dejándole claro que tendrá mi apoyo decida
lo que decida.

Horas más tarde, las puertas del ascensor se abren dejándome paso hacia el
interior del penthouse el cual se halla en un silencio absoluto. Adèle todavía
no ha llegado, por lo que, después de quitarme la chaqueta, me siento en el
sofá para contemplar las vistas hacia la ciudad y esperar que venga para
cenar juntos.
Me fijo en el piano ubicado en el rincón del salón y no puedo evitar
imaginarme a la francesa tocando alguna pieza. Hace tiempo que no lo
hace, pues la última vez fue en mi cumpleaños, cuando compuso esa pieza
la cual tiene como título la joya que tengo guardada en el bolsillo de la
chaqueta. Alargo el brazo y sostengo la pequeña caja de terciopelo negro
entre mis dedos.

La imagen de Adèle caminando hacia el altar aparece de inmediato. Vestida


de blanco, con una larga cola demostrando su elegancia al caminar.

Esbozo una pequeña sonrisa sin querer mientras pienso en un lugar seguro
para esconder el anillo. No sé cuándo, tampoco de qué manera, pero se lo
preguntaré, le pediré que se case conmigo.

Padre nuestro que estás en el cielo, yo solo pido que se lo pregunte y que
todo salga bien, amén.

¿Qué tal el capítulo? *inserte ojitos*

¿A quién más le gusta las actualizaciones constantes? *vuelve a insertar


ojitos* A lo mejor, el capítulo 28 queda para este fin de semana, entre hoy y
mañana empiezo a escribirlo.

Un besazo y buen inicio de semana *muchos corazones*

Pd. Que me lo preguntáis MUCHO. Disonancia tendrá entre 50 o 60


capítulos + epílogo (más un par de extras).
Capítulo 28

BAJO LA LUZ DE LA LUNA

Adèle

—El sábado tenemos una boda —dijo en medio de la oscuridad después de


haber estado unos minutos en silencio.

Nos encontrábamos en la terraza, sentados en el sofá, e Iván había pasado


su brazo sobre mis hombros, atrayéndome hacia su cuerpo para que dejara
la cabeza apoyada en su pecho. Phénix también se encontraba con nosotros,
tumbado a nuestros pies. Cuando volví a casa, después de haber estado casi
todo el día ocupada, me lo encontré fuera, en silencio y con la mirada fija
en la luna llena. No dudé en sentarme junto a él y dejar que me envolviera.
No me esperé que lo primero que dijera fuera sobre algo relacionado a una
boda.
Levanté la cabeza para mirarle y estaba esbozando una sonrisa, por lo que
mi primera reacción fue entrecerrar los ojos preguntándome si era cierto
aquello que me había dicho.

—¿Este sábado? —pregunté.

—Sí, ¿no me crees?

—¿Quién se casa? —continué cuestionando—. A ver, sí te creo, pero


decirlo tan de repente...

—Marco y Bianca, ¿te acuerdas de ellos? Es mi mejor amigo, trabaja en mi


empresa —explicó y no tarde en darme cuenta de quienes se trataban. De
hecho, vinieron a la fiesta que organicé esa noche antes del cumpleaños de
Iván—. Además, soy el padrino, así que serás la pareja del padrino del
novio.

—Qué honor —sonreí y no tardé en notar la caricia de su mano en la parte


baja de mi espalda—. ¿Estás seguro de que es este sábado?

—Sí, ¿hay algún problema? —contestó mientras me acercaba un poco más


hacia él para adentrarse en mi cuello y empezar a depositar suaves besos
sobre mi piel.

—¿Y no te lo podría haber dicho antes? Estamos a lunes... —dejé escapar


en un susurro al sentir el cosquilleo de su barba sobre la zona de mi
clavícula—. Necesito un vestido, prepararme, avisar a mi estilista...

Rodeé sus hombros con mi brazo y empecé a jugar con las hebras de su
nuca, agarrando algunos mechones con los dedos mientras dejaba que
hiciera lo que quisiera en mi cuello.

—Al muy idiota se le olvidó enviarme la invitación, me lo ha dicho hoy —


susurró sin dejar desatendida la caricia en mi espalda. Su mano empezó a
viajar por mi costado hasta que aterrizó por debajo de mi blusa para llegar a
uno de mis pechos. Dejé escapar un leve jadeo cuando acarició mi pezón
con sus yemas frías—. Mañana vamos a comprarte uno —dijo, entre besos
—, y hablaremos con tu estilista, no creo que te niegue una visita.
—¿Y el regalo de boda? —continué preguntando con la voz muy débil
mientras empezaba a sentir la calidez en el interior de mis bragas.

No pude más y me subí sobre su regazo, dejando una pierna en cada lado de
su cuerpo. Iván se relajó sobre el sofá haciendo que su pelvis se levantara a
mi encuentro. Me mordí el labio inferior ante la sensación que me
proporcionaba.

—Lo tengo controlado —susurró y sentí sus manos en mi espalda para


desabrocharme el sujetador. Su caricia sobre mis cicatrices ya no me
molestaba. Desde la primera vez que le enseñé mi tatuaje y acarició cada
una de ellas con la yema de sus dedos, reconocí su tacto al instante y me
repetí que él nunca me haría daño. Iván es, en estos momentos, la única
persona con la que puedo ser yo.

—¿Qué tienes controlado? —pregunté en otro susurro.

Me dirigí a su cuello mientras no dejaba de mover las caderas en


movimientos circulares y extremadamente lentos buscando la ansiada
fricción.

—Todo —respondió y no tardó en quitarse el cinturón.

Aquella noche llegué dos veces al orgasmo: el primero bajo la luz de la luna
y el segundo en nuestra cama, cuando sintió que la ropa empezaba a
estorbarnos. El tercero vino de regalo en la ducha, después de haber
controlado la respiración y recuperado las fuerzas.

Voy mirando los escaparates de las tiendas sin dejar de pensar en su cuerpo
debajo del mío y no puedo evitar morderme el labio inferior. Llevamos unos
minutos caminando por La Roca, que se trata de una especie de pueblecito
con las tiendas más exclusivas de las grandes marcas.

—¿Buscas algo en particular? —me pregunta y puedo sentir la caricia de su


pulgar en el dorso de mi mano pues, nada más bajar del coche, no dudó en
agarrármela. En la otra mano lleva la correa de Phénix, quien camina al
ritmo marcado por Iván.
—Vestido, zapatos y puede que algún accesorio. Tan solo sé eso, pero no sé
qué tipo de vestido ni el color, tendré que mirar varias opciones para
decidirme.

—¿Te puedo hacer una sugerencia? —Me quedo callada esperando a que
siga hablando—. ¿No has pensado en uno rojo? Largo, que te marque la
cintura y podemos mirar uno que tenga la espalda cubierta.

—No, está bien —respondo, pensando en eso—. Puede ser con la espalda al
aire.

—¿Estás segura? —Noto que gira la cabeza hacia mí, por lo que, hago lo
mismo.

—Sí, ya no me genera esa molestia —intento explicar—. Es... diferente. —


Lo cierto es que eso lo pude entender gracias a las últimas sesiones que tuve
con Marquina—. Tengo una melena larga y abundante, igualmente me la
tapará, entonces, está bien.

Seguimos caminando a paso lento y no dejo de fijarme en las diferentes


tiendas buscando alguna especializada en vestidos de fiesta.

—«La belleza de larga melena» —murmura y me vuelvo a concentrar en


sus palabras—. Así te empecé a llamar en mi cabeza las primeras veces que
nos veíamos.

—¿Ya no me sigues llamando así?

—Ya no tanto, ahora tengo más maneras de llamarte.

—¿Cómo cuáles?

—Mi novia —empieza a decir—, la francesa traviesa, mi muñeca, mi


complemento, la pianista con la tormenta en su mirada, la musa erótica de
ojos grises... De muchas maneras. Haces que sea un hombre muy creativo
en todos los aspectos.

—¿En todos?
—Claro, sobretodo en el sexo, ahí mi imaginación vuela —responde y no
puedo dejar de sonreír, nerviosa, preocupada de que alguien lo haya oído.
Por un momento, se me olvida que, detrás de nosotros y a varios metros,
está David con otro hombre de seguridad, siguiéndonos—. No la recordaba
tan tímida, señorita Leblanc.

—Cállate, a veces no puedo evitarlo.

—¿Por ejemplo? —Alza una ceja, intrigado.

—Este tipo de cosas en público me ponen nerviosa.

—¿Cuando te hablo sucio? —inquiere.

—Todo lo que conlleve hacer algo delante de otras personas, a escondidas.

Iván se queda pensando.

—¿Y esa vez en el probador de la tienda de lencería?

—No, me refiero a hacer cosas delante de los demás. Cuando follamos en la


tienda, nos encerramos en el probador, nadie nos vio.

—Interesante —sonríe y su mirada sugiere que acaba de tener una idea


brillante.

—¿Qué? —pregunto al notar que me sigue mirando.

—¿Quieres jugar?

—No seas idiota, no quiero que llamen a la Policía.

—No es el tipo de juego que te estás imaginando ahora mismo —responde


y sigo sin darme cuenta a lo que se refiere—. Tenemos que encontrar un
baño —dice, acelerando el paso.

—Iván, ¿qué se supone que...?

—Será divertido, vamos.


Entramos a una cafetería cualquiera y no tardamos mucho en llegar al baño
de mujeres, antes de entrar, pero, busca algo en el bolsillo de su cazadora.
No aparto los ojos y, cuando veo que se trata de un pequeño estuche negro,
no puedo evitar agrandándolos pues me acaba de tomar por sorpresa.

—¿Me lo explicas? —inquiero y no tardo en sonreír al percatarme de la


diversión en su rostro—. ¿En qué momento llevas un vibrador encima?

—Nunca se sabe —responde con la máxima tranquilidad y mira hacia el


baño—. Póntelo a no ser que quieras que lo haga yo, aprovecha ahora que
no hay nadie.

Me quedo pensando en su propuesta durante un par de segundos más y


agarro el estuche, sin embargo, no me lo entrega. Arrugo la frente sin
entenderlo hasta que caigo en cuenta de que, seguramente, tenga un mando
a distancia.

—Espera, el mando es para mí.

—Me lo suponía.

—Date prisa —insiste y desaparece después de darme un casto beso en los


labios.

Noto el vibrador en mis manos. No es grande, incluso soy capaz de


abarcarlo entero con una sola mano. Entro al baño de mujeres, después de
dejar salir a una señora, y me miro al espejo durante un instante. Si lo
introduzco en mi interior dejando que Iván tenga el mando, hará que no
pueda caminar como una persona normal. No mentía cuando decía que le
gustaba jugar dejando a su imaginación volar.

Me encierro en un cubículo y me desabrocho los pantalones. Quito el


plástico del juguete y, con una pierna flexionada y apoyada sobre la tapa del
lavabo, lo introduzco con lentitud por mi cavidad. La sensación es
agradable, no obstante, sé que lo divertido vendrá más tarde, con Iván
teniendo el poder de variar tanto la velocidad como la intensidad.
Me acomodo la ropa y salgo del cubículo encontrándome de nuevo con el
espejo. Dejo escapar un suspiro sin poder esconder la sonrisa y salgo del
baño. Veo que Iván se ha sentado en una de las mesas de la cafetería
manteniendo al dóberman a su lado, sentado. Me siento en la silla delante
de él, quedando cara a cara, y observo que no ha dejado de sonreír desde
que me vio salir del baño.

—¿Ya? —cuestiona, divertido y, antes de que pueda decir nada, siento el


dispositivo vibrar en una baja intensidad proporcionándome una extraña
sensación.

—Ni siquiera te he dicho que sí —respondo aclarándome la garganta y no


puedo evitar juntar las piernas, pues con esa simple y leve descarga, me ha
dejado con ganas de más.

—¿Quieres un café? —pregunta, ignorándome—. No, espera, que no te


gusta, ¿qué le apetece a la muñeca con un vibrador en su interior?

—¿Quieres dejar de decir eso? ¿Hasta cuándo se supone que dura el juego?

—Hasta que lleguemos a casa.

—Y eso será después de comprar el vestido —murmuro, pues esta mañana,


mientras desayunábamos, dije que no nos iríamos sin el vestido y todo
cuanto necesitara.

—Efectivamente.

—Muy bien —respondo y apoyo la espalda contra el asiento, cruzando una


pierna encima de la otra—. Que comience el juego, entonces.

***

Tan solo ha pasado una hora desde que Iván decidió que era buena idea
jugar con un vibrador en mi interior en un espacio público. Él tiene el
mando, entonces estoy a su completa merced porque no sé ni con qué
frecuencia ni con qué intensidad hará que me tiemble las piernas. Después
de mirar algunas tiendas, me decidí entrar a una donde vi que tenían
algunos vestidos en los maniquíes que me llamaron la atención.

—¿Qué te parece este? —pregunto sujetando la percha en alto. Se


encuentra cerca de mí con Phénix a su lado y el mando a distancia
escondido en su mano y con la opción de pulsar el botón a su total libertad.

—No me gusta.

Entrecierro la mirada porque es la octava vez que me repite lo mismo.

—¿Lo dices porque de verdad no te gusta o simplemente quieres alargar el


tiempo?

—Jamás se me ocurriría, no digas eso —murmura y me cuesta creerle—.


Solo que... no me gusta ese tono de rojo, demasiado oscuro, además de que
es horrendo.

Dejo el vestido donde estaba y doy otro repaso por la tienda buscando algo
que, a lo mejor, se me haya escapado. De repente, una mujer entra a mi
campo de visión esbozando una sonrisa educada.

—¿Hay algo en lo que la pueda ayudar?

—Sí, necesitaría un vestido de fiesta. ¿Tenéis algo que sea de color rojo,
largo y con la espalda...? —me quedo callada durante un segundo al sentir
el vibrador y no tardo en mirar a Iván, quien se encuentra sonriendo y
pasando la mirada por la tienda de manera distraída.

—¿La espalda...? ¿Quiere que esté al descubierto? —pregunta y me vuelvo


a fijar en ella.

—Sí, exactamente.

—Si lo desean, pueden pasar a la zona de probadores. Le traeré algunas


opciones y se las puede probar. ¿Qué tipo de festividad es?

—Una boda.
—Perfecto, pasen por aquí y enseguida vuelvo.

Me giro hacia el poeta a quien veo intercambiar unas palabras con David.
Le entrega la correa de Phénix y salen de la tienda.

—Les he dicho que esperen fuera —explica.

—Ni se te ocurra hacer nada mientras me los esté probando.

—No te puedo prometer eso, amor, se supone que seguimos jugando.

La chica de antes vuelve con un vestido en sus manos y tan solo me da


tiempo a mirarle con la advertencia en mis ojos. Iván se limita a sonreír
mientras se deja caer en el sillón de terciopelo beige. Antes de que me
esconda detrás de la gruesa cortina, cruza un brazo sobre su abdomen para
apoyar el otro sobre él y enseñarme el mando de manera distraída. Me
muerdo de nuevo el labio inferior sin querer mientras me da a entender de
que él sigue teniendo el control por mucho que me disguste.

Me cambio rápidamente y me pruebo el vestido sugerido por la


dependienta. Es algo parecido a lo que tenía en mente, me gusta el color y
el material es fino, de seda, haciendo que me quede algo suelto por la parte
de la espalda. Me miro en el espejo acomodándome la parte de la cintura,
sin embargo, apoyo rápidamente una mano sobre la pared al sentir el
juguete de Iván otra vez en mi interior. Esta vez, con la intensidad un poco
más alta. Me muerdo la lengua con la intención de ahogar el gemido que se
me iba a escapar ante la sorpresa de la descarga.

No sé cuándo vaya a acabar el juego, pero no niego que está resultado ser
divertido, aunque exasperante, pues con las sutiles vibraciones que genera,
es como si solo me hiciera cosquillas en el clítoris para luego parar y volver
a comenzar, dejándome con ganas de más.

Sigo con la mano apoyada en la pared durante, al menos, unos segundos


asegurándome de que no vuelve a apretar de nuevo el botón. Me recoloco la
melena, dejándola caer por mi espalda y salgo del probador para subirme al
pequeño pedestal circular situado en el centro. No se me pasa desapercibida
la intensa mirada del magnate sobre mi cuerpo y puedo observar que ha
colocado la mano sobre su muslo, cerca de su entrepierna.

—¿Qué le parece? —pregunta la dependienta haciendo que me fije en el


espejo.

—No queda mal, me gusta que sea sencillo, pero elegante —digo—. ¿Tú
qué dices? —Iván vuelve a recorrerme con la mirada, por lo que aprovecho
para dar una vuelta mientras tiro la melena hacienda adelante para dejar que
contemple cómo queda mi espalda—. ¿Te gusta?

—No está mal —murmura, aclarándose la garganta pues no nos podemos


olvidar de que la chica sigue a nuestro lado—. Te queda fantástico.

—Me gustaría probarme los demás y después elegir uno.

—Por supuesto, no hay ningún tipo de problema. Ahora se los traigo —


sonríe ella sin dejar de mirarme—. Aunque si me permite el atrevimiento,
se ve espectacular con este, le sienta como anillo al dedo —murmura y le
devuelvo la sonrisa.

Durante la siguiente hora, me pruebo los otros cinco vestidos sugeridos por
la mujer, todos muy similares entre sí, aunque cada uno tiene sus detalles
que hace que me cueste decidirme por uno, sin embargo, no puedo dejar de
ver el último, el que tengo puesto ahora mismo. Sin mangas, con un escote
de corazón dejando que la mayor parte de la espalda esté al descubierto. La
falda no es tan ceñida y, aunque tenga una obertura en la pierna derecha, el
tul que hay por encima, hace que se equilibre con el resto del vestido y sea
el más adecuado para una boda.

—Me gusta este —pronuncio sin dejar de mirarme en el espejo mientras


sigo apreciado el sutil brillo que se refleja dependiendo de dónde le toque la
luz—. Además de que es bastante cómodo. Lo complementaría con unos
pendientes largos y ya, nada más.

—Todos los vestidos que se ha probado le quedan espectacular y este, sin


duda, podría llevarse el primer puesto. Le hace ver una clavícula muy
bonita.
—Gracias —respondo y me fijo en la mirada de Iván a través del espejo.
No deja de mirarme, contemplándome entera—. ¿Qué opinas? Tú podrías ir
en un traje negro y tener la corbata de un color parecido al vestido.

Se muerde el labio inferior y me puedo imaginar que, en lo único que estará


pensando ahora mismo, es en cómo me quitará el vestido cuando lleguemos
a casa después de la boda. Me giro quedando uno enfrente del otro y dejo
que la melena caiga hacia atrás para permitirle apreciar mi escote.

—Te ves irresistiblemente sexy —susurra y me puedo dar cuenta de que se


acaba de olvidar completamente de la dependienta—. Nos lo llevamos,
entonces.

—Perfecto —comenta ella—. ¿Desean algo más? También disponemos de


trajes para hombres, por si al señor le apetece probarse alguno.

—No hace falta —responde él sin dejar de mirarme, pero yo me limito a


sonreír.

—Claro que sí —contradigo—. Te probarás uno, quiero verte. —Me bajo


del pedestal—. Y que la corbata tengo un color parecido al vestido, si puede
ser. ¿Podría quedarme con él puesto hasta que mi novio se pruebe el traje?

—No hay problema. Si me esperan, puedo traerle una opción que creo que
se le ajustaría perfecto. Si me confirma la talla, volveré en unos minutos.

Me vuelvo a girar hacia la chica y, después de decirle la talla que usa Iván,
se marcha dejándonos solos. Me giro hacia él, bajándome del pedestal
circular y doy un paso hacia adelante, sin embargo, en ese mismo instante,
aprieta el botón del mando a distancia haciendo que aguante la respiración
durante un segundo al sentir el vibrador dentro de mí. Lo mantiene apretado
lo que me obliga a juntar las piernas para ejercer presión sobre la zona con
tal de aliviar la sensación, pero no funciona.

Me muerdo el interior de la mejilla sin dejar de sonreír y él tan solo se


limita a mirarme manteniendo pulsado el dichoso botón. Me libera en
cuanto oye la voz de la mujer aproximarse y tardo un momento largo en
volver en sí.
—Aquí lo tiene. —Se lo entrega a Iván quien se ha levantado del sillón y
observo que se acaba de guardar el mando en el bolsillo trasero. La chica le
empieza a explicar las características y el por qué debería comprárselo, sin
embargo, en lo único que puedo pensar ahora es en conseguir aliviar la
excitación que me acaba de provocar—. Si necesita que le ayude en
cualquier cosa, no dude en decírmelo.

—Claro, gracias.

Lo último que veo es a él entrando en otro probador dedicándome una de


sus sonrisas.

—He traído esta corbata. ¿Le convence el color? Es la más parecida que
tenemos en tienda, si desea otra tonalidad, deberá pedirla para que la
traigamos.

—Esta está bien, sí.

—Tome, puede ponérsela usted si quiere —murmura entregándomela y me


dedica una tímida sonrisa—. Tengo que atender a otros clientes, cuando
estén listos, me pueden avisar para prepararles los trajes en sus
correspondientes bolsas.

—Perfecto, muchas gracias. No creo que tardemos, tan solo quiero ver
cómo quedaríamos conjuntados.

La dependienta se marcha después de una última sonrisa a modo de


despedida y espero hasta que el poeta salga del probador. Minutos más
tarde, echa la cortina a un lado.

—Creo que no me ha traído la corbata —murmura abrochándose el último


botón de la camisa y, en cuanto ve que la tengo yo, no tarda en sonreírme
—. ¿Me concede el honor de ponerme la corbata, señorita Leblanc? —
pregunta dejando la plataforma a un lado.

—Por supuesto, señor Otálora —respondo acercándome a él y tengo que


controlar la respiración al oler su aroma mezclado con el perfume que
usualmente se pone. Le paso la corbata por encima de la cabeza y empiezo
a hacerle el nudo—. Te queda bien el traje, no se ha equivocado con la talla.
—Tengo que levantar un poco la cabeza para mirarle y no tardo en
encontrarme con la intensidad que emana.

—Todavía tengo el mando en mi mano, dentro del bolsillo, y no tengo


problema conque vuelvas a sentir el vibrador dentro de ti por unos largos
segundos mientras no dejo de mirarte, ¿te gustaría?

—Hazlo —respondo, casi en un susurro, cuando he acabado de hacerle el


nudo dejándosela perfecta sobre su pecho. Aprovecho también para
abrocharle el botón de la americana.

Rompe el contacto visual durante un momento para girarse y quedarse


delante del espejo. Imito su gesto posicionándome delante de él y no dejo
de observar sus ojos bañados en chocolate a través del reflejo.

Observo que introduce su mano en su bolsillo y, al instante, me provoca esa


sensación placentera que estaba buscando. La respiración se me vuelve más
pesada al no dejar de sentir el vibrador haciendo su magia, no obstante,
cuando empieza a variar la velocidad, junto con la intensidad, tengo la
impresión de que no podré aguantar mucho más.

Junto las piernas con fuerza y las manos me empiezan a picar por querer
tocar y acariciar algo, lo que sea, con tal de aliviar la presión. Me muerdo el
labio inferior buscando no dejar escapar ningún jadeo, pero me resulta
imposible mantener la boca cerrada, sobretodo si la mirada del magnate no
tiene intención de abandonar la mía.

—¿Se lo está pasando bien, señorita Leblanc? —pregunta, casi en un


susurro, con esa voz ronca que tiene y no puedo evitar que el labio inferior
me tiemble—. Déjeme confesarle que, con este juego, está consiguiendo
que piense en las mil y una posiciones que me gustaría practicar con usted
para llegar al orgasmo. Me excita ver que únicamente yo le puedo provocar
todo lo que está sintiendo ahora mismo.

—Una vez me dijiste que yo era única para ti, ¿qué te hace pensar que tú no
lo eres para mí? —murmuro intentando que la voz me salga lo
suficientemente clara.
Me fijo de nuevo en nuestra imagen delante del espejo. Yo con el vestido y
unos cuantos mechones ondulados por delante del escote. Él detrás de mí,
con la mano escondida en el bolsillo, completamente de negro y con el
detalle de la corbata en color rojo.

—Sabe usted que la quiero, ¿verdad? —pregunta en un tono de voz bajo y


trago de nuevo saliva intentando aclararme la garganta pues la sensación en
mi interior todavía continúa.

—Lo sé —murmuro—. Y le puedo asegurar que yo a usted también.

Nos quedamos en esta posición durante, lo que parece ser, un minuto hasta
que la dependienta se acerca a nosotros para preguntarnos cómo vamos. Al
instante, la burbuja se rompe y no tardo en parpadear rápidamente para
volver de nuevo al mundo real.

—Nos los llevamos. El vestido, el traje y la corbata —digo mirándola


directamente.

—Maravilloso —exclama, feliz—. Iré preparando la cuenta y una


compañera vendrá para recoger las prendas.

No tardamos mucho en cambiarnos de ropa, sin embargo, mientras estaba


en el probador, aproveché para quitarme el vibrador envolviéndolo en un
trozo de papel para meterlo de nuevo en su estuche y guardarlo en mi bolso.
No ha estado mal el juego, sin embargo, no ha hecho más que aumentarme
las ganas de llegar a casa y deslizarme con lentitud sobre su miembro.

Una vez en la caja, Iván no tarda en sacar la cartera, pero, antes de que sea
capaz de decir nada, me mira alzando una ceja.

—¿Tienes algo que decirme?

—Yo también quiero pagar.

—Deberíamos tener una sola cuenta de banco y dos tarjetas, ¿qué te parece?
—propone y observo la cifra en la pantalla seguidamente de Iván pasando
la tarjeta para hacer el pago—. Así nos evitaríamos esta situación. Lo que es
mío es tuyo y viceversa, al fin y al cabo, somos compañeros de piso —sigue
diciendo, manteniendo esa sonrisa torcida en sus labios.

—¿Es en serio? —pregunto no vaya a ser que se trate de una broma, sin
embargo, a pesar de la sonrisa y su mirada divertida, puedo notar la
seriedad en el asunto.

—Claro —responde mientras agarra las dos bolsas después de despedirnos


de la chica que nos ha atendido.

Una vez en la calle, empezamos a caminar en dirección al coche y Phénix


vuelve a las manos de Iván.

—¿Tan fácil? Perdona, es que...

—¿Qué problema hay? —pregunta—. No te estoy proponiendo ningún


disparate. Ambos tenemos una fortuna detrás, estamos juntos, estoy
perdidamente enamorado de ti y no voy a dejar entrar a ninguna otra mujer
en mi vida porque tú has ocupado ese puesto desde hace tiempo —sigue
explicando hasta que llegamos al coche. David y el otro hombre se
encargan de las bolsas y de Phénix—. A no ser que... tú no quieras. No te
estoy obligando, Adèle —deja escapar una pequeña risa—, simplemente
prefiero evitar la pregunta de «¿pagas tú o pago yo?». Tan solo es una
propuesta, no hace falta que me respondas ahora.

—Está bien —acepto, dándome cuenta de que tiene razón, sin embargo, él
me mira alzando las cejas—. Lo de compartir la cuenta, está bien, no te lo
voy a discutir.

—Mañana podemos ir al banco, entonces —concluye, feliz y no puedo


evitar sonreír.

Una vez en el interior del coche y después de que David haya encendido el
motor, noto la mano de Iván envolverse alrededor de la mía y no tardo en
mirarle, está comprobando que me he abrochado el cinturón. Acaricio su
mejilla de manera delicada.
—No nos pasará nada —susurro y asiente levemente con la cabeza. En ese
momento, siento la vibración del móvil y se trata de Susana. No tardo en
contestar—. ¡Hola! ¿Qué ocurre, algo va mal?

—Hola, Adèle, no, para nada, todo en orden, simplemente te llamaba


porque quería ver qué hacer con algunas de tus cosas.

Le pedí a Susana, días atrás y después de comentarlo con el poeta, que lo


mejor sería que ella viniera también al penthouse. No tenía el corazón
suficiente para despedirla después de haber trabajado a mi lado durante seis
años. Iván aceptó, por lo que le pedí a Susana que empezara a guardar lo
que pudiera, que en uno de estos días vendría para acabar de organizar todo.

—Claro, ¿necesitas que sea ahora?

—Si puedes, sí... Espero que no haya problema, tampoco quiero molestarte
—responde.

—No te preocupes, estoy en el coche, en veinte minutos llegaré.

—Genial, gracias, iré preparando más cajas mientras tanto.

Susana cuelga la llamada primero dejándome con el móvil todavía en el


oído. Frunzo levemente el ceño negando con la cabeza y, sin darle más
importancia, me lo vuelvo a guardar para centrarme en Iván. Se encuentra
mirando a través del vidrio, sin ningún tipo de emoción en el rostro. Aprieto
levemente su mano para que sepa que estoy aquí, a su lado. De inmediato,
gira la cabeza para verme y esboza una débil sonrisa.

—¿Quién era? —pregunta.

—Es Susana, necesita que vayamos a mi apartamento porque no se aclara


con algo. —Él se queda callado por un momento—. ¿Qué ocurre?

—Nada —sonríe tranquilizándome y, al instante, se dirige a David—.


Vamos al apartamento de Adèle.

—Sí, señor.
El Audi gira a la derecha en el próximo semáforo y no tarda en avisar al
otro hombre de seguridad, que nos sigue por detrás en otro coche, que
haremos una rápida parada en mi edificio. Minutos más tarde, indico que se
adentre en el parking subterráneo. Una vez que nos bajamos del vehículo,
Iván ordena que se queden esperando cuidando a Phénix también.

—Que suban con nosotros —digo, acercándome al dóberman que no tarda


en estirar el cuello en busca de mi caricia—. No sé cuánto tardaré, a lo
mejor ya podemos llevarnos algunas cajas a tu piso.

—Nuestro —rectifica y no tardo en dedicarle una sonrisa—. Vale, vamos.

Nos adentramos en el ascensor y, una vez ha empezado a subir hacia la


última planta, Iván desengancha la correa, dejándolo libre, aunque sin
mantener la posición a su lado.

—Deberíamos haber venido con un camión de la mudanza —murmuro.

—No hubiera estado mal.

No tardamos en salir hacia el pasillo para dirigirnos hacia la puerta de mi


apartamento. Busco las llaves y, una vez que la abro y noto el denso
silencio del interior, siento un escalofrío recorrerme la espalda, como si el
filo del cuchillo estuviera acariciándome la piel pues, lo primero que veo, es
a Susana atada a una silla con Ester apuntando su cabeza con un arma.

Que no cunda el pánico, veremos qué pasa en el siguiente capítulo que ya lo


estoy escribiendo.

El vestido de Adèle:
Capítulo 29

LA VILLANA DEL CUENTO

Adèle

No puedo moverme. La imagen de Ester apuntando a Susana en la cabeza


me ha paralizado por completo. No soy capaz de dar ningún paso, además
de que respirar ha empezado a costarme. Las llaves todavía se encuentran
en mi mano y el silencio se acaba de convertir en una trampa mortal
pensada al detalle.

Cuando me levanté esta mañana, nunca me hubiera imaginado que me


encontraría a una Susana totalmente aterrada e inmovilizada. Tampoco me
esperé que fuera Ester quien estuviera apuntándola con un arma. Su
apariencia es lamentable, totalmente descuidada y las ojeras en sus ojos
delatan la falta de sueño.

—Ester —murmura Iván intentando colocarse delante de mí y no puedo


evitar observar a Phénix quien se encuentra sin correa y en una clara
posición de ataque—. Hablemos, no cometas una locura, es conmigo con
quien quieres hablar, Susana no tiene nada que ver aquí.

—¿Locura? —pregunta ella en una sonrisa incrédula—. ¿Es una locura que
esta sea la mejor manera para llamar tu atención? Como alguien haga un
movimiento, voy a disparar y me dará igual todo. Entrad —ordena, pero
sigo sin poder moverme—. ¡Entrad, joder!

Doy un rápido vistazo a mi derecha y tanto David como el otro hombre se


han colocado contra la pared para evitar ser vistos por Ester. Mantienen su
arma en alto y no tardan en indicar que guarde silencio. Segundos más
tarde, la puerta se cierra detrás de nosotros. Phénix empieza a ladrar
mirando directamente a Ester y no duda en sacar los dientes ante la
amenaza presente en sus ojos.

—Controla al perro a no ser que quieras que me lo cargue —susurra en un


tono algo inestable y me congelo cuando baja el arma con el silenciador
incrustado para tenerlo en su punto de mira—. Contrólalo —repite, un poco
más dura.

—Phénix, conmigo. —Iván chasquea los dedos para que Phénix se


posicione a su lado. Yo sigo manteniéndome detrás de su espalda.

Está pasando otra vez, otra vez... Me cuesta respirar, no puedo hacer que
mis pulmones funcionen como deben. Está pasando... Cierro los ojos
durante un segundo mientras intento espabilar. Susana no tiene nada que
ver, ella es buena, lo ha sido durante todos estos años, no merece estar
pasando por esto, no lo merece.

Doy un paso a mi derecha, colocándome al lado de Iván quien no tarda en


girar la cabeza para mirarme para poder apreciar el terror en sus ojos.

—No le hagas daño, por favor, libérala, ella no tiene nada que ver. Nos
tienes aquí, déjala que se marche —intento decir, desesperada.

—Cállate.

—Ester, por favor, baja el arma.

—¡He dicho que te calles! —Vuelve a alzarla y, esta vez, no duda en


apoyarla contra la cabeza de Susana, quien no ha dejado de llorar,
totalmente asustada—. Si no hubieras aparecido, nada de esto estaría
pasando, ¿lo sabes? Si no te hubieras empeñado a seguir con él, tu familia
estaría viva y ¡a mí me dejarían de ver como a una loca desquiciada! Todo
esto es tu culpa, porque no pudiste cerrar las piernas cuando la estúpida de
Verónica te lo advirtió.

Intento tranquilizarme porque no me servirá de nada perder el control ante


sus gritos e incoherencias. Tengo que pensar, pensar qué palabras utilizar
para que no se altere. Phénix vuelve a ladrar e Iván no tarda en hacerlo
callar ante la inquisidora mirada de su prima. Aprovecha para dar un paso
hacia adelante para que centre su atención en él y no en mí.

—Dime qué es lo que quieres —murmura—. ¿Me quieres a mí? Estoy aquí,
delante de ti, podemos hablar. No es necesario que hagas esto. —Ester no
ha dejado de mirarle, pero no dice nada—. Entiendo que...

—¡No! —grita—. ¡Vosotros no sabéis nada! No sabes lo que es estar en una


familia que no te quiere, que no te aprecia en lo más mínimo. No sabes lo
que es encontrar a tu familia de sangre y que esta te trate como si no fueras
nada. ¡No sabéis una mierda! Yo solo... solo quería que tú me quisieras, tan
solo quería que me dieras cariño, que me ayudaras en mis momentos de
debilidad, pero tú la has preferido a ella. —No tarda en apuntarme con la
pistola mientras mantiene a Susana agarrada por el pelo, a pesar de que esté
atada a la silla—. Desde que apareciste, tan solo me has causado problemas.

—Dime qué quieres —insiste Iván, intentando acercarse, pero Ester no le


deja. Aprovecho su conversación para que Phénix se acerque a mí para
agarrarlo por su collar y que no se le ocurra saltar sobre ella—. Ya me
tienes aquí, dime qué quieres.

—No puedes dármelo, ya no, es demasiado tarde.

—¿Qué es lo que buscas conseguir de todo esto? —sigue preguntando y en


su voz no hay más que determinación y dureza—. ¿Quieres pasar el resto de
tu vida en la cárcel? Es lo único que conseguirás si disparas y yo no podré
ayudarte.

—Nunca me has ayudado —se queja con la voz temblorosa—. Desde que
apareció Adèle en tu vida, yo dejé de existir para ti.
—No es verdad.

—¡Claro que lo es! —vuelve a gritar causando que Susana tiemble ante el
miedo que debe estar sintiendo—. Dejé de ser importante para ti, empezaste
a gritarme, ya no me tratabas como antes. Me habías olvidado y ni se te
ocurra negármelo.

—Ester, eres mi prima —murmura—. Desde que llegaste, diecisiete años


atrás, nunca te he visto con otros ojos salvo como a mi prima la cual me dije
que cuidaría de ella como si fuera mi hermana.

—Mientes.

—¿Por qué haría eso? —Intenta acercarse a ella de nuevo, pero niega con la
cabeza de inmediato apuntándole al pecho—. No me harás daño —asegura
Iván sin dejar de mirarla a los ojos. Phénix intenta ladrar de nuevo, pero lo
sujeto de manera firme por el collar—. Me quieres, yo también a ti, no me
harás daño. Ester, por favor, dame el arma y podremos hablar —susurra
levantando la mano para que se la entregue.

—¿Por qué estás tan seguro? Tú me lo has hecho a mí cuando decidiste que
era buena idea follar en tu despacho con esa.

—Dame el arma —insiste, otra vez, pero Ester niega con la cabeza—. No
hablaremos a no ser que me la des. No conseguirás nada con esto, no te
sentirás mejor, te lo aseguro.

—No lo sabes.

—Claro que lo sé, ¿no confías en mí?

Ella tarda unos segundos en contestar y niega rápidamente con la cabeza


como si la estuviera confundiendo. Observo a Susana con la mirada clavada
al suelo sin ser capaz de levantar la cabeza por temor que a Ester le entre la
locura y se le ocurra disparar. Quiero que sepa que estoy con ella, que todo
saldrá bien, que no le pasará nada y todo volverá pronto a la normalidad.
—Una vez que la confianza se rompe, es muy difícil volver a recuperarla —
susurra ella, esbozando una leve sonrisa, como si no le importara nada—.
¿De qué sirve confiar si al final vas a acabar traicionada por tu propia
familia? ¿De qué sirve querer? Álvaro me prometió tantas cosas... me
prometió que al fin tendría una familia, alguien con quien poder hablar y
desahogarme, me prometió que me entenderían, pero ¿qué pasa ahora?
¿Dónde han quedado esas promesas? ¿De qué sirve que haya confiado en
él? —sigue diciendo, como si estuviera hablando sola—. Tan solo quería
que me dieran amor, ¿tan difícil era hacer eso? —pregunta en una voz
totalmente rota.

—Ester... —intento decir, pero sale de su trance apuntándome directamente


en la cabeza.

—Ni se te ocurra decir una sola palabra, hija de puta —responde a la vez
que se limpia la mejilla con la palma de su mano—. No sabes cuánto te
odio. Si no hubieras aparecido en mi vida, yo seguiría con mi familia, ¿no te
das cuenta? No eres capaz de querer a nadie más que a ti, eres una egoísta
que quiere que todo el mundo le rinda pleitesía. ¡El mundo no gira a tu
alrededor! ¡Métetelo de una puta vez en la cabeza!

—Estás cometiendo un error —sigo diciendo, ignorando sus palabras—. Yo


debería estar ahí, no Susana.

—Adèle —intenta detenerme Iván, pero no se lo permito.

—Susana no te ha hecho nada —continuo sin dejar de mirarla a los ojos—.


Es a mí a quien odias y lo entiendo, tan solo quiero que sepas que no me iré
si permites que ella se vaya. Déjala marchar, ella no tiene nada que ver en
esto y déjame ocupar su lugar.

—¿Quieres que te pegue un tiro en la cabeza? —vacila—. ¿Quieres eso?


Porque yo lo estoy deseando como nunca, no te haces una jodida idea. Sin
ti, mis problemas se acabarían, ¿te das cuenta? —hace una breve pausa—.
Sin embargo... la idea de hacerte daño... —Mueve el brazo de nuevo a
Susana provocándole que suelte un jadeo mientras cierra los ojos—. Si la
mato, te acabaría por romper del todo —murmura conservando el mismo
tono de voz—. No sé si prefiero acabar con tu vida o seguir viéndote sufrir.
—Llegas a tocarla y acabo contigo, Ester —pronuncia Iván en una clara
amenaza—. ¿Me oyes? Mírame, si la matas —me señala—, te destruyo.

—¿Qué tiene ella que la defiendes de esa manera?

Puedo apreciar la tristeza en su mirada. Sus ojos no dejan de delatar el dolor


que está sintiendo en este preciso momento y me puedo dar cuenta de que
tan solo es un pequeño pajarillo indefenso a quien le han roto las alas. Ester
tan solo necesitaba una familia que la quisiera y sigue sin poder obtenerla.
Su madre murió, la entregaron a un orfanato, cuando los Otálora la llevaron
a su casa, ya tenía diez años... No me imagino cómo debió ser su infancia,
triste, rodeada por una completa soledad.

Ester tan solo necesita que la quieran, que alguien se preocupe por ella,
pero, antes, tiene que aprender a quererse a ella misma.

—Tienes que entenderlo —responde Iván—, el amor no puede ser el mismo


para todos. No es lo mismo querer y tener aprecio a un familiar, que
buscarte una compañera de vida. No culpes a Adèle, no lo hagas, porque
hubiera aparecido o no en mi vida, mis sentimientos hacia ti no iban a
cambiar nunca. Te quiero porque eres mi prima, Ester.

Empieza a negar con la cabeza de manera frenética.

—No somos primos, me adoptaron, no tenemos lazos de sangre, ¿por qué


no puedes quererme? ¿Qué tengo que hacer para que lo hagas? —Puedo
apreciar las lágrimas queriendo salir furiosas de sus ojos, pero se las limpia
rápidamente—. Tan solo quiero volver a estar como antes, tan solo pido
eso, quiero retroceder el tiempo, por favor, Iván, no pido nada más, solo
quiero volver a estar como antes de toda esta mierda, por favor. —Las
palabras salen atropelladas de su boca, ya no está apuntando a nadie,
gesticula con la pistola todavía en su mano y puedo apreciar la mirada de
Iván sobre el arma, pensando cómo quitársela.

No sé qué hacer, tengo miedo de que, si me muevo dando tan solo un


simple paso, a Ester le dé por disparar y no puedo permitir perder a nadie
más. Me fijo de nuevo en Susana quien no ha dejado de llorar, tiene los ojos
muy rojos y las mejillas están completamente empapadas. De un momento
a otro, veo que gira la cabeza hacia el pasillo que está a varios metros de mi
posición y el cual no soy capaz de ver. No sé si me está queriendo decir
algo, por lo que, intento alargar el cuello para ver de qué se trata y puedo
apreciar una mancha negra en el suelo, brillante debido a la luz del exterior.

«No te alteres», me digo, pero no puedo dejar de sentir un fuerte pinchazo


en el corazón, de repente, pienso en Félix. Él estaba viviendo aquí, él
estaba... No. Niego rápidamente con la cabeza. Él estaba aquí, con Susana,
él estaba viviendo en mi apartamento.

—¿Qué has hecho? —murmuro mirando fijamente a Ester—. ¿Dónde está?


¿Qué has hecho con él?

Ester vuelve a levantar el arma, apuntándome, y no puedo pensar en otra


cosa que no sea a ella disparándole, dejándole tirado en el suelo como si no
fuera nadie. Doy otro paso más y siento el agarre de Iván alrededor de mi
muñeca, no obstante, ignoro su toque. Tengo que encontrar a Félix, tengo
que comprobar que está bien.

Segundos más tarde, suelta una risita inundando el espacio y las lágrimas se
acumulan en mi mirada. Empiezo a negar con la cabeza mientras me froto
el rostro con las manos.

Otra vez no.

—Había otra persona viviendo aquí, ¿qué has hecho con él? —insisto,
dando otro paso hacia adelante, sin embargo, la mano de Iván hace que
retroceda.

—Quédate quieta, joder —sisea, colocándome otra vez detrás de él, no


obstante, me libero de su agarre en un brusco movimiento. No puedo pensar
con claridad, no con su imagen martilleándome en la cabeza, sin vida, lleno
de sangre a su alrededor.

—¡¿Qué has hecho con Félix?! —grito y Ester no tarda en sobresaltarse al


oír también el potente ladrido del dóberman al colocarse delante de mí. Ni
siquiera me di cuenta de que sus nombres son prácticamente iguales.
—¡Deja de gritarme! ¡¿No ves que me estás poniendo nerviosa?! —
Mantiene el arma sujeta con las dos manos y Susana no deja de respirar de
manera irregular, cerrando los ojos con fuerza—. No dejaba de hablar, de
gritarme, yo no quería, pero... él... Ha sido su culpa, no debería de estar
aquí, yo solamente la quería a ella. —Se fija en Susana—. La quería a ella
para hacer que vinieras junto a Iván, tu amigo no debió de haber estado
aquí, ha sido su culpa, no la mía —balbucea y no tarda en mirar de nuevo
hacia el pasillo.

Alargo de nuevo el cuello, pero, al no poder ver nada, empiezo a caminar


hacia ahí, dándome igual todo lo demás. Ni siquiera presto atención a los
gritos de Iván, quien me pide que vuelva a su lado, tampoco escucho los
ladridos de Phénix, que se muestra nervioso ante todo lo que está pasando.
Tan solo quiero encontrar a mi amigo, quiero saber que está bien, que nada
de lo que está diciendo Ester es verdad, que está mintiendo para hacerme
daño.

Sin embargo...

Caigo de rodillas al suelo al ver su cuerpo tendido en el suelo, inmóvil,


inconsciente, sin vida... Las lágrimas se acumulan en mi mirada en una
rapidez sorprendente y dejo escapar un gemido sin querer lleno de dolor,
dolor por haber perdido a un amigo que me importaba, que estuvo ahí
cuando yo me encontraba en la más absoluta tristeza.

—No, no, no, no, no, ¡joder! ¡No! —exclamo y no tardo en acariciarle la
mejilla con la mano manchada de sangre—. Por favor, no... —imploro,
deseando que esto no sea más que otra pesadilla.

Siento la mirada llena de lágrimas que me impiden ver con claridad, por lo
que, me froto la cara con el antebrazo importándome bien poco que tenga
maquillaje en los ojos. Mis manos no dejan de temblar y el recuerdo de
Jolie tirada en el suelo, en esta misma posición, aparece de nuevo. Iván no
tarda en acercarse a mí, agachándose para quedar a mi altura. Empieza a
hablar, su boca se está moviendo, pero no le escucho, no entiendo lo que me
está diciendo. Mantiene los ojos abiertos, sus labios no dejan de moverse,
seguramente también esté gritándome, pero sigo sin oírle porque, en lo
único que puedo pensar ahora mismo es en Jolie y Marcel. Bajo de nuevo la
cabeza y el sollozo de mi garganta no tarda en hacerse presente. No puede
ser que haya muerto, no puede ser que, de un momento a otro, su corazón
haya dejado de latir.

Noto que alguien intenta tirar de mi brazo para ponerme de pie, pero niego
rápidamente con la cabeza porque no quiero dejar a Félix solo, no obstante,
siento su mano alrededor de mi mejilla, haciendo que le mire.

—Adèle, joder, mírame —me pide y puedo notar la desesperación en su voz


—. Ester te sigue apuntando, no juegues con fuego, por favor. ¿Me estás
escuchando? —Me quedo callada durante unos segundos, sin ser capaz de
hilar lo que me está diciendo—. Dime que sí, dime que lo entiendes —
suplica sin mover apenas los labios, casi en un susurro.

—Hay que llamar a una ambulancia —murmuro, sin dejar de mirarle.


Todavía sigo notando su mano envolviendo la mía, sin querer dejarme ir—.
Se tiene que poner bien, no podemos dejar que se siga desangrando, hay
que hacer presión sobre la herida. —Intento ponerme otra vez en rodillas,
pero él no me deja.

—Adèle... —intenta decir—. No te muevas o disparará —advierte en un


tono muy bajo y, solo en aquel preciso instante, me permito girar la cabeza
para observar a Ester con el arma todavía en sus manos.

Me quedo quieta sin dejar de mirarla, apreciando el miedo en sus ojos,


aunque no sé si sea porque acaba de matar a una persona inocente o porque
le da miedo acabar en la cárcel por el resto de su vida.

—Lo ha matado —murmuro volviendo a refugiarme en los ojos de Iván—.


Félix no tenía nada que ver, él no había hecho nada y ahora está... está... —
intento aguantar el sollozo que no tarda en escaparse de mi garganta—. Está
muerto. ¿Por qué todos a mi alrededor mueren? —pregunto, sin poder
frenar las lágrimas.

—Deja de hablar —me advierte Ester—. No digas nada más a no ser que
quieras que tu sirvienta le haga compañía a tres metros bajo tierra —
pronuncia de manera atropellada volviendo a apuntar a Susana.
Decido girarme hacia ella, avanzando unos cuantos pasos para enfrentarla
porque no pienso permitir que esta loca siga suelta por mi casa, matando a
todo aquel que le dé la gana. Estoy harta de que esta familia de psicópatas
siga haciendo cuánto les plazca sin atenerse a las consecuencias de sus
actos.

—¡¿Cuál es tu puto problema?! ¿Qué cojones quieres de mí? ¡Dime! ¡¿Qué


buscas con esto?! —empiezo a gritar sin poder detenerme. No quiero
romperme de nuevo, no quiero más heridas, no quiero más lágrimas,
necesito que se vayan de mi vida de una puta vez por todas—. ¿Por qué lo
has matado? —sigo preguntando con lágrimas empapándome las mejillas
—. No te había hecho nada, él era inocente, no tenía nada que ver aquí,
Susana tampoco tiene la culpa de que Iván te vea solamente como a su
prima. No te quiere, ¿me oyes? Nunca te va a querer como tú quieres que lo
haga, ¡supéralo ya y déjame de destrozarme la vida!

Puedo observar su mirada llenándose de lágrimas, pero ni siquiera puedo


sentir lástima por ella porque no puedo quitarme de la cabeza el cuerpo sin
vida de Félix, cuando noté su piel fría bajo mi tacto y sus ojos todavía
estaban abiertos.

—Ester, dame el arma —interviene Iván, acercándose con cuidado hacia


ella y puedo ver cierta duda en sus ojos, pensándoselo.

Sin embargo, en el preciso instante que Ester parecía empezar a ceder, la


puerta es abierta con fuerza provocando que el dóberman empiece a ladrar
con fuerza. Todo transcurre a cámara lenta e Iván no tarda en acercarse a mí
para rodearme con sus brazos para cubrirme con su cuerpo. No puedo ver
nada, él no me lo permite, pero no dejo de escuchar a varios hombres gritar
que baje el arma. Ella no hace caso cuando, de pronto, el grito de Susana
me provoca un escalofrío que me recorre entera.

Intento mirar, necesito ver qué está pasando, ¿por qué Susana ha gritado?
No puede ser que Ester haya disparado, no puede ser, no... Joder, no puedo
más, bajo la cabeza y noto varias gotas caer contra el suelo procedentes de
mis lágrimas.

Por favor, tan solo quiero despertar de esta pesadilla.


• ────── ✾ ────── •

Iván

Tan solo han bastado diez segundos para que todo se sumerja en el
descontrol absoluto. Cuando han abierto la puerta, lo primero que he hecho
ha sido envolver a Adèle entre mis brazos para evitar que sufra cualquier
posible daño. La Policía acaba de entrar sin pensárselo dos veces haciendo
que Ester se sorprenda y apriete el gatillo mientras apuntaba al muslo de
Susana. La acaban de inmovilizar contra el suelo después de quitarle el
arma de las manos y no han tardado en comprobar que no haya nadie más
en el apartamento.

—Despejado —pronuncia uno acercándose de nuevo.

—No hay nadie, señor. —Se acerca otro guardándose el arma en el cinturón
—. La ambulancia está preparada, tenemos que dejar pasar a los
paramédicos para que se lleven a los heridos al hospital.

—Que pasen.

Busco al dóberman con la mirada y me aseguro de mantenerlo a mi lado.


Acaricio su cabeza con una mano y Adèle no tarda en moverse entre mis
brazos queriendo ver qué está pasando, pero no la dejo, no quiero que vea
que acaban de herir a Susana, no obstante, cuando oye la voz de la
comandante adentrarse en el apartamento, no tarda en ponerse de pie,
buscándola con la mirada hasta que se encuentra con varios médicos a su
alrededor.

—Susana, estoy aquí, ¿me oyes? —Su voz está rota y puedo apreciar la
desesperación en su cuerpo—. Te pondrás bien, no puedes morir, ahora te
llevarán al hospital, no me alejaré de tu lado. No te dejaré.

—Por favor, apártese, deje que el médico la vea —dice uno y no tardo en
acercarme a la francesa de nuevo quien niega con la cabeza de manera
frenética.
Renata se centra en hablar con el capitán, poniendo orden, pero ni siquiera
soy capaz de acercarme a ellos, no con ella en medio de todo este escenario
y con la sangre manchando el suelo. Giro la cabeza hacia su amigo a quien
lo están metiendo en una bolsa negra y no puedo evitar suspirar de manera
pesada. Tengo que sacarla de aquí, no puede volver a romperse pues no creo
que pueda soportarlo de nuevo.

—Adèle, mírame —susurro buscando su barbilla para que me mire, pero se


encuentra con la mirada perdida hacia el grupo de médicos llevándose a
Susana en una camilla—. Por favor, mírame, se pondrá bien, ¿de acuerdo?
Están actuando rápido, han frenado la hemorragia, ahora se la llevarán al
hospital para operarla y se pondrá bien.

No sé si me está escuchando, si entiende lo que le estoy diciendo. Intento


encontrar alguna emoción en su rostro que me indique lo que está pensando,
pero no puedo, su mirada está vacía, sin embargo, no tardo en ver varias
lágrimas acumularse para empezar a descender por sus mejillas. Empieza a
llorar de manera desconsolada y no tarda en taparse la cara con las manos
para esconderse en mi pecho. La envuelvo de nuevo entre mis brazos y
apoyo la barbilla sobre su cabeza mientras acaricio su espalda
delicadamente.

Los paramédicos se acaban de llevar a Susana, Félix tampoco se encuentra


aquí y Ester, a quien acaban de esposar, la mantienen inmovilizada en una
silla sin oportunidad de que diga una sola palabra. Intenta buscar mi mirada
entre el grupo de personas paseándose por el salón, sin embargo, no se la
devuelvo.

Renata se acerca a nosotros al cabo de unos minutos.

—¿Estáis bien? Será mejor que os vea un médico.

Niego con la cabeza.

—No estamos heridos —respondo y observo la mirada de mi madre sobre


Adèle, quien todavía se encuentra sollozando—. Tengo que llevarla a casa,
necesita una ducha y dormir.
—No —contesta ella levantando la cabeza para mirar a Renata, sin
embargo, no puede evitar observar el charco de sangre a su espalda—.
¿Dónde se lo han llevado? ¿Dónde está Félix? —se alarma y se gira hacia
Ester casi al instante para aproximarse a ella—. ¿Satisfecha? —empieza a
gritar provocando que alce la cabeza para mirarla—. ¿Esto es lo que
querías? ¿Convertir mi apartamento en un matadero? ¡¿Qué pretendías?! —
Se lleva las manos a la cabeza para estirar varios mechones. Quiero
acercarme, pero Renata me lo impide colocando una mano en mi brazo—.
Si tan enferma estás de la cabeza, ¡haberte quedado en el puto psiquiátrico!
¿Por qué lo has matado? ¿Por qué has herido a Susana? —Se deja caer
lentamente de rodillas contra el suelo y las lágrimas no tardan en
acumularse en mi mirada al verla con una mano en el corazón—. Yo estaba
bien, estaba mejorando, había dejado de tener pesadillas y... y ahora... —No
puede parar de sollozar—. ¿Qué te he hecho? ¿Qué derecho tenías para
volver a romperme?

Sin poder aguantarlo más, decido acercarme para levantarla del suelo. Me
duele verla así y su voz no deja de romperme el corazón en otros mil
pedazos más, como si ese diamante negro inquebrantable se acabara de
agrietar dentro de ella. Intenta mover los brazos para evitar que la toque y
se aleja un par de metros escondiéndose de los ojos de todos los demás.

—Comandante, nos la llevamos —pronuncia el inspector refiriéndose a


Ester.

Renata se acerca a ellos para acabar de hablar y, minutos más tarde, cierran
la puerta dejándonos solos.

—Adèle... —trato de decir, pero empieza a negar con la cabeza girándose


para fijar la mirada en Renata.

—¿Dónde está Álvaro? —pregunta.

—Detenido —responde—. Se estaba dirigiendo hacia aquí cuando se enteró


de que Ester se había escapado del lugar en donde estaban. La Policía se
está encargando de capturar a todos quienes trabajaban con Álvaro
Maldonado y están intentando poner fin a toda su red de delincuencia.
—¿Ha acabado?

—Todavía no.

—Quiero hablar con ella —murmura Adèle después de unos segundos.

—¿Con Ester? —pregunto.

—No, quiero hablar con Mónica Maldonado.

El próximo capítulo es el 30, ¿en qué momento? *en shock*

¿Creéis que Adèle tendrá una conversación con Mónica? Antes de


pensar que no es una buena idea, pensad por qué lo hace, hay un motivo
detrás.

Ya hemos llegado al punto más alto de la montaña rusa, ahora es cuestión


de bajar sin miedo y llegar hasta el final *emoción*

Pd. Recordad que Bellator  se empezará a subir en Wattpad a finales de


marzo y viene con nueva portada. Pendientes a mi Instagram (anauntila) y
Twitter (anauntila_)

Un besazo y nos vemos en el siguiente que, a lo mejor, lo tengo para este


fin de semana.
Capítulo 30

MANCHADA DE SANGRE

Adèle
Me encuentro con la mirada perdida mientras no dejo de sentir pinchazos en
la cabeza como si fueran pequeñas agujas clavándose en la sien. Noto la
sequedad en mis mejillas debido a las lágrimas que no dejaron de brotar al
ver a Félix tirado en el suelo, sin vida. En aquel instante comprendí que la
vida seguirá siendo impredecible, que no podemos controlarla, mucho
menos imaginarnos lo que pasará. Esta mañana cuando me desperté, ni
siquiera hubiera pensado que acabaría con la ropa y las manos manchadas
de sangre. Una sangre tan oscura como el carmín tiñéndose de negro.

Observo el sofá situado a un par de metros de mí y no tardo en sentarme


para esconder la cabeza entre mis manos. Sin querer, observo los zapatos
cubiertos de ese mismo color y cierro los ojos para evitar recordar el cuerpo
de Félix en medio de ese charco, con los ojos abiertos, muerto.

Nada está bien, ¿por qué...? Ahogo un sollozo sin querer pensando que todo
acaba de torcerse en tan solo unos minutos. Yo estaba bien, por lo menos,
intentaba conseguirlo, las sesiones con Marquina me estaban ayudando,
sentía que podía llegar a superarlo, poco a poco, sin prisa, a mi ritmo... Sin
embargo, ahora... Ni siquiera entiendo qué ha pasado exactamente, ¿por qué
me he encontrado de repente con Ester después de tanto tiempo sin verla?
¿Por qué a mí? ¿Por qué a nosotros?

Ya no puedo más, siento que mi cabeza estallará de un momento a otro y no


podré hacer nada para evitarlo. Intento respirar hondo, respiraciones lentas
y pausadas, pero Susana no deja de aparecer en mi mente. Ni siquiera sé
dónde ha disparado, si ha llegado viva al hospital... No sé absolutamente
nada y necesito estar ahí, con ella. No tiene a nadie, sus padres murieron
muchos años atrás, tiene una hermana, pero ni siquiera está en el país y
tampoco es que tengan una gran relación. Desconozco a quién más se puede
llamar en estos casos, ¿a sus amigas? No tengo sus números de teléfono,
nunca nos hemos visto en persona.

Dejo escapar un largo suspiro mientras pienso qué hacer, necesito tener la
mente ocupada, no puedo darme el lujo de dejarla en blanco porque, de lo
contrario... No, no quiero pensar en ella, tampoco en mi hermano, no quiero
derramar más lágrimas, no quiero que la tristeza me invada de nuevo. De un
momento a otro, siento el peso a un lado del sofá y reconozco a la
comandante al apoyar una mano en mi espalda, sin embargo, me aparto casi
al instante porque no quiero que note las cicatrices en mi piel. La miro
después de unos segundos con sus dos manos encima de su regazo.

—Déjame hablar con Mónica —repito casi en un susurro mientras dejo


apoyada la cabeza en mis manos manteniendo los codos sobre las rodillas.

—Adèle, no creo que sea buena idea... —intenta decir, pero niego con la
cabeza.

—No puedo más, necesito que esto se acabe, quiero que toda su familia me
deje en paz, tengo que decírselo, me hierbe el deseo de gritarle todo cuánto
me ha arrebatado, lo que he sufrido por ello... Han sido meses de no saber
qué hacer con mi vida, ahogándome en alcohol, en pastillas que me
ayudaban a dormir porque yo no era capaz de hacerlo porque en el
momento que cerraba los ojos... —Siento una lágrima deslizarse por mi
mejilla y no tardo en limpiarla con fuerza con el dorso de la mano—. Las
pesadillas han llegado a consumirme, Renata —confieso—. Quiero que vea
lo que ha ocasionado, lo que sigue haciéndonos. Casi matan a Iván, Félix
está muerto, Susana está en el hospital y... y... —Rompo a llorar otra vez,
sin poder detener las siguientes—. No puedo más —logro decir en un
sollozo—. Quiero que se acabe.

La estancia se sumerge en un silencio algo denso mientras intento


tranquilizarme de nuevo. Ninguno de los dos dice nada hasta que noto la
mano de Renata en mi rodilla.

—Ve a ducharte —me dice—. No saldrás así y mucho menos dejarás que
ella te vea de esta manera.

—No —interviene Iván dirigiéndose a su madre—. Ni de coña se verá con


Mónica, la última vez que se encontraron cara a cara la secuestró y la tuvo
encerrada en ese jodido búnker por días destrozándola tanto física como
mentalmente. No pienso dejar que hable con ella y no es discutible.

—No hables por mí —murmuro, mirándole—. No digas si podré o no


soportarlo, necesito hacerlo y te pido que no digas nada al respecto, por
favor.
—Iván —pronuncia su madre—. Es mejor que no te metas.

Sin embargo, él no duda en agacharse para colocarse delante de mí. Aparta


un mechón para ponerlo por detrás de mi oreja mientras intenta adentrarse
en mi mirada.

—No sabes lo que te dirá, tampoco cómo reaccionará —murmura—. Te


recordará lo que pasó y utilizará las palabras adecuadas para provocarte más
dolor, más del que sientes ahora. Te destrozará, hurgará en la herida y lo
disfrutará. Adèle, joder, escúchame, no vayas, no te provoques más daño,
no cuando Susana está en el hospital.

Lo que más me da miedo ahora mismo, es ir al hospital y que me digan que


Susana no ha podido resistir a la operación o que ha muerto desangrada en
la ambulancia.

—Mírame, estoy manchada de sangre. Todo mi apartamento se ha teñido de


color rojo —susurro dando un leve vistazo al suelo lleno de pisadas—. No
puedo quedarme sin hacer nada, menos guardarme todo lo que siento en el
pecho, necesito gritárselo, que lo sepa... —Coloco mi mano en su mejilla,
acercándome y junto nuestras frentes—. No te preocupes por mí, no puede
hacerme más daño.

—No lo sabes.

—No puede —respondo mientras niego con la cabeza—. ¿Qué más podría
hacer? —pregunto, alejándome levemente para mirarle de nuevo—. Está
encerrada, no puede escaparse, no puede tocarme, no puede hacer nada
salvo escucharme porque tampoco le dejaré que me diga nada.

Él se vuelve a quedar en silencio sin dejar de mirarme y puedo notar la


preocupación en su semblante. Entiendo cómo se debe estar sintiendo,
entiendo que no quiera que vaya, que no hay necesidad de hablar con
Mónica, pero... no puedo obviar el feroz sentimiento que acaba de nacer en
m interior, el de querer ir y desahogarme delante de ella, hacerle ver la
destrucción que es capaz de causar aun estando encerrada, quiero que lo
sepa, que me vea. Jamás podré perdonarla, nunca se me pasaría por la
cabeza, pero eso no quiere decir que tenga que seguir viviendo anclada al
pasado y a todo lo que causó. Necesito llegar a superarlo, resurgir...

—Necesito que me digas que estás segura —susurra obviando la presencia


de su madre a nuestro lado—. Que no caerás delante de ella y que, una vez
estéis cara a cara, no te afectará verla. Prométeme que no te romperás, que
no te encerrarás de nuevo.

Me lo pienso durante un momento, intentando convencerme de ello, sin


embargo, aunque ahora esté asintiendo con la cabeza en un leve
movimiento, no sé lo que pasará una vez me encuentre delante de Mónica
Maldonado, no sé lo que sentiré al verla, a escasos metros de mí. Tan solo
sé que necesito hacerlo, debo tener esta conversación con ella. Marquina me
dijo en repetidas ocasiones que había algo que me impedía avanzar y no he
caído en cuenta hasta ahora.

***

Me encuentro en el interior del Q5 con Iván a mi lado y Renata en el


asiento del copiloto. David es quien ha conducido hasta el cuartel militar de
las Fuerzas Aéreas en un silencio algo incómodo que ha durado casi todo el
trayecto. Después de que Renata haya ordenado abrir la gran puerta de
metal, le indica a David que se dirija a un aparcamiento en específico que
conecta directamente con el edificio donde se encuentra Mónica encerrada.

A cada metro que avanzamos, siento el corazón bombear con más fuerza de
la debida y me pregunto si ha sido buena idea llegar hasta aquí. La última
vez que la vi, tal como me dijo Iván, fue meses atrás en ese hotel cuando
me obligó a que le tocara un par de piezas en el piano. Luego de eso, me
dejaron inconsciente y desperté atada en una silla a varios metros bajo
tierra. No puedo evitar cerrar los ojos y recordar el olor a humedad y a
encierro debido a la poca ventilación del lugar, los gritos que oía varias
veces al día, la vez que me dejaron encerrada manteniéndome en pie
durante varias horas. Cuando me ataron las manos del techo y Mónico hizo
que contara... las veces...

Intento calmarme, respirar de manera pausada. No puedo sacarme de la


cabeza aquel momento cuando sentí el látigo en mi espalda, cortándome
mientras me hacía contar cada azote.

«No pienses en eso», me regaño mentalmente al observar que cada vez nos
vamos acercando. David detiene el motor a los pocos segundos y no tardo
mucho en bajarme del vehículo para buscar aire que no sabía que necesitaba
con tanta urgencia.

—¿Estás bien? —Iván se acerca a mí, preguntando. Asiento con la cabeza


mientras observo que abre el maletero para dejar bajar a Phénix quien no
duda en acercarse a mí para que le acaricie la cabeza—. Un poco más y me
quitas el título como «dueño» —murmura mientras se agacha a su lado.

—¿No somos compañeros de piso? Aprenda a compartir, señor Otálora.

—Como la prefiera a usted teniendo en cuenta que he sido yo quien lo ha


educado, tendrá un problema conmigo, señorita Leblanc. —Me mira,
divertido.

—Supéralo, tengo un encanto natural para hacer que me ame.

—No te lo discuto —responde mientras se vuelve a poner en pie para


agarrarme de la mano—. David, quédate con él. Te llamaré cuando
hayamos acabado.

—Sí, señor.

Vuelve a mirarme mientras dejamos que la comandante avance primero


hacia el ascensor.

—Dime que estás segura, todavía puedes decir que no —susurra y puedo
notar la caricia de su pulgar sobre el dorso de mi mano.

—No te preocupes.

—Lo hago.

—Pues no lo hagas.
—Iván —reprende la comandante después de que las puertas del ascensor
se cierren—. Vuelvo a oír alguna palabra y te quedas fuera.

—No puedes impedirme entrar.

—Pues considera quedarte en silencio —responde ella en un tono algo


autoritario, dándose la vuelta para mirar a su hijo. Observo divertida la
situación sin atreverme a decir palabra alguna. Miro de reojo a Iván quien
luce con una sonrisa torcida en su rostro y Renata imita su gesto a los pocos
segundos—. La sobreprotección hacia tu pareja tampoco es buena. Si quiere
hacer algo, no te queda más que confiar y apoyarla.

—Sí, mamá —responde con la diversión en su tono de voz y no puedo


evitar sonreír. A pesar de lo que acaba de pasar, he podido dejar de pensar
en ello durante, al menos, unos segundos.

—Parece mentira que te tenga que seguir dando lecciones sobre relaciones
de pareja.

—No está mal que de vez en cuando lo hagas.

—¿Y el día que no esté? —Alza una ceja y la sonrisa se me borra de


inmediato pues, aun sabiendo que se trata de una broma sin importancia, no
me gustaría que le pasara algo a Renata—. Tienes suerte de tenerme como
madre, no lo olvides.

—Y tú de tenerme como hijo —contraataca él y no sé si habrá pensado en


la posibilidad que acaba de dejar caer su madre. Me pregunto si se habrá
dado cuenta y ha respondido aquello para evitar que lo notemos.

—Inteligente, guapo, pero con una arrogancia que habría que hacértela
mirar —sigue diciendo y aprovecha para darse la vuelta, dejándole con la
palabra en la boca, al notar que ya hemos llegado a la planta
correspondiente—. Tenemos que ir a mi despacho antes de bajar a donde se
encuentra Maldonado.

Dejo escapar un suspiro al oír su apellido, ese apellido que no ha dejado de


perseguirme por meses. Sin ser consciente de ello, empiezo a pellizcarme la
piel de la mano en el momento que las puertas del ascensor se abren para
dejarnos paso hacia el pasillo. No tardamos en llegar hacia el despacho de
la comandante el cual se encuentra cerrado bajo llave.

—Quedaos aquí un momento, no tardaré —murmura y no tarda en cerrar la


puerta detrás de ella después de que su hijo haya asentido con la cabeza.

Nos quedamos en silencio en mitad de la habitación y mis ojos se pasean


curiosos por la mesa ubicada en el rincón, perteneciente a la secretaria la
cual no se encuentra aquí. Ni siquiera me acuerdo cómo se llamaba la mujer
que resultó ser la hermana gemela de Sofía, quien trabaja como Relaciones
Públicas en la empresa de Iván.

Antes de que sea capaz de decir nada, noto que se sienta en uno de los
sofás, invitándome a colocarme a su lado para agarrar mi mano entre las
suyas y empezar a plantar suaves caricias con las yemas de sus dedos. Nos
quedamos en esta posición hasta que decido romper el silencio.

—Creo que he sido una mala amiga —empiezo a decir en un susurro. Él se


queda callado, queriendo que continúe—: Conozco a Félix desde hace años,
pero nunca me comentó nada acerca de su familia, ni siquiera me acuerdo si
le pregunté al respecto. —Dejo escapar un suspiro—. ¿Cómo te sentirías
sabiendo que tienes un hijo que ha muerto de manera injusta y nadie te
llama para decírtelo?

Aprovecho para apoyar la cabeza en su hombro al sentir la caricia de su


mano por mi muslo.

—La Policía se encargará de contactar a su familia, no te preocupes por eso.

—Me odiarán, acaban de matar a su hijo por mi culpa.

—No digas eso.

—Es la verdad —contesto rápidamente, sin darle tiempo a decir nada más
—. Si no fuera por mí, Ester ni siquiera hubiera entrado en mi apartamento,
ya la oíste...
—Nada de esto es culpa tuya, métetelo en la cabeza —me interrumpe—.
Has sido la víctima en toda esta mierda, no la culpable. En todo caso, la
culpa la tienen los ineptos que no han sabido vigilarla y no se han dado
cuenta de que escapó para dirigirse a tu piso. Puedes culpar también al
imbécil de Álvaro que la dejó libre aun sabiendo de su enfermedad mental.
Con Mónica hazlo también, que fue la mente maestra detrás de todas las
atrocidades que cometió —hace una breve pausa—. Culpa a quien quieras,
Adèle, pero no a ti, jamás pienses eso.

Su mirada busca encontrar la mía y no tarda en hacerlo para repetirme en


silencio que soy la víctima, que jamás será de otra manera.

«Eres la víctima», me vuelve a decir mi subconsciente para acabar de


convencerme del todo. ¿Lo soy? Frunzo levemente la frente pensando en la
respuesta, no debería ser complicado decirlo.

—Soy la víctima —susurro débilmente, como si me costara volverlo


realidad.

—Lo eres —contesta al cabo de unos segundos—. Y también eres fuerte


por seguir en pie a pesar de todo lo que ha pasado. Es admirable.

—Dejé que me rompieran.

—No —objeta—. No dejaste nada, te rompieron, es verdad, pero no lo


permitiste hasta que tocaron tu límite, cualquiera lo tiene, nadie es
invencible. Lo importante ahora es saber recomponerse, levantarse, poco a
poco, y seguir adelante. —Vuelve a hacer otra pausa sin dejar de mirarme
—. Es lo que estás haciendo ahora.

—¿A pesar de lo que acaba de pasar ahora con Estar?

—A pesar de eso —responde—. Tienes que resurgir de las cenizas como el


ave fénix superando su dolor —recita el verso de su poema—, y ten claro
que yo estaré ahí para verte.

—Te quiero —susurro rodeando mis brazos alrededor de su cuello y, al


instante, noto los suyos apretarme contra su pecho.
—Admítelo —empieza a decir muy cerca de mi oído lo que me provoca un
pequeño escalofrío—, soy el mejor novio que alguna vez hayas podido
tener.

Aquello me hace reír levemente permitiéndome olvidar por unos instantes


lo sucedido en mi apartamento. No dudo en alejar la cabeza para mirarle.

—¿Puedes dejar de ser un idiota por un momento? Sabes que me cuesta


decir este tipo de cosas y, cuando las digo, tu arrogancia sale a relucir como
el egocéntrico que eres.

—Soy insuperable y lo sabes. —Su sonrisa característica no ha


desaparecido de su rostro.

—Ahora tengo ganas de castigarte.

—¿Y qué es lo que te detiene? Castígame todo lo que tú quieras, lo podré


soportar —se burla.

Alzo ambas cejas admirando su nivel de confianza.

—¿Lo que yo quiera? —Me aseguro de que asiente con la cabeza—. Muy
bien.

En ese instante, la puerta se abre y Renata sale guardándose el teléfono en


uno de sus bolsillos. La conversación finaliza y nos levantamos en el mismo
segundo para ir a su encuentro. El corazón empieza a martillearme de
nuevo, frenético, y tengo que encontrar la manera de calmarme. No puedo
echarme para atrás ahora, no cuando esto me permitirá decirle todo lo que
tengo guardado y lo que me ha arrebatado. Quiero que me mire, que me vea
y observe mi corazón manchado de sangre por las muertes que ella provocó.
Que vea también que, a pesar de lo que hizo, tanto a mí como a las personas
de mi alrededor, que sigo de pie, delante de ella y que, poco a poco,
conseguiré pegar las demás piezas rotas para volver a ser aquel diamante
negro que fui alguna vez.

Cruzamos varias puertas y pasillos y me doy cuenta de que a Renata ni


siquiera le hace falta decir nada para que, los soldados que custodian las
entradas, las abran para que pasemos. Iván mantiene su mano alrededor de
la mía y nadie dice una sola palabra hasta que llegamos a otra puerta de
acero. El soldado de la derecha deja abierta la pantalla para que la
comandante pueda introducir la huella de su palma, además de un código
bastante largo. Segundos más tarde, la puerta se abre dejándome ver un
espacio bastante amplio con una celda transparente, debido a sus paredes de
vidrio, ubicada en el centro. No tardo en fijarme en las cámaras de las
esquinas que enfocan a Mónica, vigilando cada uno de sus movimientos.
Ella se encuentra acostada sobre el colchón y ni siquiera se inmuta al oírnos
entrar, es más, me parece que mantiene los ojos cerrados, sin embargo, es
ella quien rompe el silencio dejando que su voz inunde la amplia
habitación.

—Qué agradable sorpresa —murmura todavía con los ojos cerrados y las
manos descansando sobre su abdomen, no obstante, no tarda mucho en
erguir la espalda. Lo primero que hace es fijar sus ojos oscuros sobre los
míos y puedo reflejar la sorpresa en su semblante—. Vaya, vaya —
murmura, arrastrando las vocales—. Ni en mis mejores sueños hubiera
imaginado que te vería delante de mí con esa expresión de cachorrillo
asustado. ¿Qué tal te han ido estos meses? Cuéntame, quiero saberlo todo.

«Mantén la calma, no saltes sobre ella, no vale la pena», me recuerdo a mí


misma al ver esa expresión de burla en su rostro. Mantiene una sonrisa
amplia, enseñando los dientes y me pregunto si su corazón siempre ha
estado así de envenenado o si ha habido algo, una situación, un hecho, que
la ha obligado a crear esa crueldad dentro de ella.

—Quiero que os vayáis —digo sin dejar de mirar a la prisionera dentro de


la jaula—. Quiero hablar a solas con ella.

—No —salta Iván y no tardo en girar la cabeza para verle—. No te dejaré a


solas con esa víbora.

—Qué bonito cumplido —pronuncia Mónica sin apartar su mirada de


nosotros.

—Por favor —respondo ignorándola y busco ayuda en Renata quien se


encuentra con las manos juntas a la altura de su bajo vientre. Está con la
mirada seria, como si estuviera pensando cómo proceder—. No me pasará
nada, tan solo necesito quedarme unos minutos con ella, a solas.

—Está bien —concluye ella ganándose el inmediato reproche de su hijo—.


Os dejaremos solas —sigue diciendo, sin mirarle.

—¿Por qué te empeñas en seguir haciendo lo que te da la gana? —me


pregunta él demostrando su enfado, sin embargo, tan solo me limito a
esbozar una pequeña sonrisa, acercándome a él para colocarle una mano
sobre su mejilla.

—Porque estoy intentando resurgir de las cenizas y este es el primer paso


—susurro—. ¿Te acuerdas cuando me dijiste que, a pesar de estar rota y
destruida, sería capaz de recomponerme? —hago una pausa, dejando que
ese recuerdo le invada pues fue aquella noche, después del baile de
máscaras—. Déjame hacerlo.

—Entraré a la mínima que la vea hacer cualquier movimiento —dice al


cabo de unos segundos refiriéndose a Mónica. No tarda en girar la cabeza
hacia ella—. Cuidado con lo que haces o dices —advierte—, porque no te
gustará atenerte a las consecuencias.

—Deberías dejar tu desconfianza a un lado, querido, recuerda que soy yo la


que está encerrada.

—Y así continuarás por el resto de tu vida.

—Ya veremos —responde ella con toda la seguridad del mundo


produciéndome un escalofrío que logro contener. En su mirada no hay más
que burla, sonrisas ladeadas y palabras llenas de veneno.

Renata e Iván no tardan en abandonar la sala cerrando la gran puerta de


metal detrás de ellos, por lo que, nos sumergimos en un silencio que espero
lograr controlar y que el temor que proyecta una simple mirada suya, no me
abruma.

Mónica es la primera en romperlo, aclarándose la garganta y aprovecha para


ponerse de pie. Su vestimenta se conforma por un uniforme de dos piezas,
negro, teniendo todo lo demás de un color blanco roto para que produzca un
perfecto contraste.

—Me sorprende que te hayas dignado a presentarte aquí después de lo que


te hice. —Puedo apreciar la intensidad que emana—. ¿Has dejado de
odiarme? ¿Has venido a decirme que me has perdonado? ¿Es eso?

—¿Piensas que podré llegar a perdonarte algún día? —Me siento en la silla
colocada delante de la celda de vidrio. Cruzo una pierna encima de la otra,
sin dejar que sus ojos me atormenten y no dudo en alzar levemente el
mentón—. ¿Después de lo que hiciste? Ni siquiera te muestras arrepentida
y, para perdonar, deberías empezar por eso.

Intento por todos los medios que el temblor no se note en mi voz pues, con
su sola presencia, hace que varias imágenes de aquellos días en el búnker
aparezcan de la nada, invadiendo mi mente. No puedo dejar que me domine
con el simple recuerdo, no quiero que lo haga.

—¿Me perdonarías si me mostrara arrepentida?

—Los monstruos no tienen corazón —le recuerdo—, así que dudo mucho
que os podáis arrepentir.

—Interesante conclusión —murmura sentándose sobre el colchón colocado


en el suelo—. ¿Quieres saber algo? No me arrepiento, me da igual lo que te
hice, sigue sin importarme que esa sobrinita tuya muriera, tampoco me
importó matar a tu hermano. Incluso pude haber matado a tus padres, pero
¿sabes por qué no lo hice? Porque tu adorado hermanito le suplicó de
rodillas a uno de mis hombres que no lo hiciera. Después comprendí que
había sido lo mejor porque verías el sufrimiento en los ojos de tus padres y
te recordarían que, por tu culpa, su hijo murió por nada.

—Cállate —murmuro, entre dientes, intentando que ninguna lágrima se


deslice por mis mejillas.

—No eres la primera a la que hago daño, no te creas la única.

—Que te calles —repito, un poco más dura.


—¿Por qué debería callarme? Has venido a hablar, es lo que estamos
haciendo, te estoy diciendo que no me arrepiento de absolutamente nada.

—¡No digas ni una sola palabra! —grito haciendo que el sonido retumbe
por toda la estancia. Me levanto con rapidez de la silla dejando que caiga y
que el ruido del metal contra el suelo ahogue mi voz rota—. Cállate... —Me
dejo caer de rodillas intentando por todos los medios no llorar frente a ella
—. ¿Quién te ha hecho tanto daño para mostrar esa indiferencia por la vida
humana?

—¿De verdad quieres saberlo?

—Lo que quiero saber es cómo te sentirías si a tu hijo le llega a pasar algo
parecido a lo que yo viví por tu culpa y la de Rodrigo.

—¿En serio me acabas de hacer esa pregunta? Te recuerdo que tú lo


mataste, le echaste gasolina encima, le prendiste fuego y no te importó que
tuviera un muerte lenta y dolo...

—¡Porque me secuestró y me violó! —vuelvo a gritar, poniéndome de pie y


doy un puño a la pared de vidrio sin ser consciente—. Me mantuvo días en
ese club suyo, drogándome cada vez que le daba la gana y que no pudiera
tener una percepción del tiempo. Me trató como a un trapo sucio y no dudó
en meterse entre mis piernas después de atarme de manos y pies. —Hago
una breve pausa y me doy cuenta del movimiento irregular en mis hombros
debido a la respiración acelerada—. Se supone que también eres mujer,
¿cómo permites que eso pase?

No contesta, mantiene los labios juntos dejando que el silencio nos


envuelva de nuevo, sin embargo, no lo permito, no he venido aquí para
quedarme callada.

»No he vuelto a ser la misma después de lo que viví en ese club —sigo
diciendo sin dejar de mirar esos ojos oscuros—. El recuerdo de Rodrigo
intentando doblegarme... entrando y saliendo con fuerza, desgarrándome...
Intento no pensar en ello, pero cada vez que entro en algún bar y siento las
miradas masculinas sobre mi cuerpo... Ya no es como antes, antes me
gustaba ser el centro de atención y que me miraran, pero ¿ahora? Ahora
siento miedo que vuelva a pasarme lo mismo. Ya no puedo quedarme a
solas con ningún hombre que acabe de conocer y no sé si algún día lo
lograré hacer, volver a ser la misma. —Me quedo en silencio durante un
instante—. Eso es lo que Rodrigo me hizo.

—Mi más sentido pésame por hacer que tu actividad sexual disminuyera.

Dejo escapar una risa incrédula negando con la cabeza.

—Nunca te darás cuenta, ¿no?

—¿De qué, exactamente?

—Abre lo ojos —digo—, llegará un punto que esa crueldad e indiferencia


te consumirá.

—Llevo años siendo así, ¿crees que ahora cambiaré o algo por el estilo
porque tú me lo digas?

—¿Por qué me secuestraste? Podrías haberme pegado un tiro en la frente y


tu problema se hubiera acabado, no te hubieran atrapado y no habrías
acabado encerrada bajo esta tonelada de hormigón.

—Fue más divertido torturarte —se aclara la garganta y puedo observar que
ha intentado esconder la tos—. Piénsalo, mientras sigas con vida, seguirás
con la amenaza sobre tu cabeza, no podrás sentir ningún tipo de paz, tu
querido novio tampoco, así que Renata seguirá con el corazón apretado
porque no soporta que su hijito viva angustiado. Toda causa tiene su
consecuencia y tú eres una pieza clave en toda esta historia.

—¿A qué te refieres?

—Renata mató a mi marido, él era el único capaz de mantenerme a raya, no


obstante, con Héctor muerto, desató a la bestia, sin embargo... nunca pude
matar al suyo y el muy imbécil acabó muriendo en el hospital. Ella tocó a
mi gran amor, entonces le juré que me convertiría en su peor pesadilla.

—¿Y eso implica que, personas que no tienen nada que ver, acaben
pagando por los problemas que viviste en el pasado? ¿Incluida una pequeña
niña de cuatro años?

—¿Preferirías que hubiera ordenado que mataran a tu cuñada? ¿A tus


padres? No hubiera sido tan divertido.

—¡Joder! —Me vuelvo a levantar sintiendo el corazón bombear con fuerza


—. ¡Era una niña! ¡Una niña! —La voz se me quiebra al pensar que todavía
tenía una larga vida por delante—. Tan solo tenía cuatro años... ¿Qué culpa
tuvo ella? Dejaste a una mujer sin su hija y le arrebataste a su marido, ¿qué
te hizo ella? Ni siquiera la conocías... ¡Date cuenta de una puta vez! No
puedes decidir a quién quitarle la vida, ¡no puedes! Eres una simple mujer
que no ha sabido arreglar sus problemas del pasado y decidió que la mejor
opción fuera comportarse como una inmadura buscando una venganza
innecesaria. ¡Renata no fue quien mató a tu marido!

—¡Tú qué vas a decir si eras una cría cuando aquello pasó! —grita Mónica
y puedo observar la rabia en su rostro.

—Ella no lo mató, fue tu sobrino —murmuro sintiendo las piernas débiles


—. Fue Rodrigo... —logro decir casi en un susurro.

Siento la respiración irregular y, de un momento a otro, empiezo a ver


manchas negras en el aire. Tan solo necesito sentarme, cerrar los ojos por
un momento y estaré bien. Solo... solo... cerrar los ojos. Me siento sobre el
frío cemento buscando apoyar la cabeza, sin embargo, sus manos no me lo
permiten, pues me acunan dejando que la apoye sobre su pecho. Cierro los
ojos al instante, dejando que su calor me envuelva y es lo último que
recuerdo antes de perder la consciencia.

No habrá extra de SV, en su lugar, el lunes 14 subiré el capítulo 31 :)

Besitos
Capítulo 31

OLOR A MAR

Iván

Dejo que su cabeza se apoye suavemente sobre el colchón del sofá situado
en el despacho de Renata. En el momento que vi que le costaba mantener el
equilibrio, supe que la conversación la estaba afectando más de lo que ella
hubiera imaginado. Entré sin pensármelo dos veces y pude cogerla en
brazos para sacarla de ahí. No por nada dije que no estaba de acuerdo con
que tuviera este encuentro, la conozco, sabía que se alteraría al punto de que
le bajaría la tensión y acabaría desmayada.

—¿Cuándo dejarás de ser tan terca? —murmuro sin dejar de apreciar su


rostro dormido.

Me permito acariciar su mejilla con el dorso de la mano y dejo que el


silencio nos abrace de nuevo. Segundos, tal vez minutos... Me quedo
callado sin apartar la mirada hasta que veo que empieza a fruncir la frente,
tratando de despertarse. Se lleva una mano al rostro y no tardo en ayudarla
al ver que quiere erguir la espalda.

—Dios, ¿qué ha pasado? —Apoya tanto la espalda como la cabeza sobre el


sofá y puedo suponer que todavía sigue mareada.

—Te has desmayado mientras estabas hablando con Maldonado —susurro


sin alzar mucho la voz. Aprovecho para pasarle una pequeña botella de
agua que acepta sin dudar—. En unos minutos estarás bien, después nos
iremos a casa. ¿O prefieres ir al hospital? Hay un policía con ella que me
mantiene informado sobre cualquier cosa, por el momento, no se sabe nada,
sigue en el quirófano.

—No he acabado —responde y me quedo en silencio tratando de entender


qué es lo que le falta por terminar—. Tengo que volver con Mónica, decirle
que...

—No —interrumpo—. No estás bien, además, nada cambiará por hablar


con ella, entiendo que te quieras desahogar, pero te estás haciendo más daño
sin darte cuenta. Lo que no acabo de entender es por qué le has dicho que
Rodrigo fue quien mató a su marido cuando no fue así.

—¿No te lo ha contado? —pregunto sentándome delante de ella y veo que


me mira asombrada—. Pensaba que lo sabías.

—¿Saber el qué?

—No sé si deba decírtelo, a lo mejor tendría que hacerlo tu madre.


—Dime qué está pasando, después hablaré con Renata si hace falta —
respondo encontrándome ansioso de repente—. Las veces que le pregunté
qué había pasado con Héctor, me dijo que ella fue quien apretó el gatillo
mientras lo apuntaba —digo, sin entrar en detalles pues el motivo detrás de
eso todavía sigue afectando a mi madre a día de hoy.

—No quise venir —empieza a decir y dejo que continúe hablando—: Me


arrepentí mientras me estaba duchando cuando vi la sangre siendo
arrastrada por el agua hasta desaparecer. No tenía sentido, nada habría
cambiado si me presentaba delante de Mónica y le hacía ver que todavía
continuaba dolida, eso tan solo aumentaría su deseo por querer seguir
jodiéndome ya que, a pesar de los meses, aún me sigue afectando todo lo
que pasó.

—¿Entonces? ¿Por qué no has dicho nada?

—Renata entró a mi habitación después de que hubiera salido de la ducha.


Se sentó en mi cama mientras esperaba a que me cambiara de ropa —me
dice—. El caso es que le empecé a decir que era mala idea, que lo dije por
un impulso, por todo lo que acababa de hacer Ester, no obstante, ella me
pidió tener esa conversación con Mónica.

Sin querer, rememoro la respuesta de mi madre cuando dije que no estaba


de acuerdo con esto y ella aceptó sin mostrar ningún tipo de emoción en su
rostro. La misma expresión cuando Adèle pidió que nos fuéramos para
dejarlas hablar a solas. Siento un extraño sentimiento recorrerme por dentro
y me pregunto si me lo habría dicho en algún punto, además, por haber
dejado a la francesa participar en esto cuando dijo que no quería tener
ningún contacto con Mónica. Cruzo los brazos sobre mi pecho sin darme
cuenta de la mirada perdida hacia ningún punto en particular.

—¿Qué te pidió mi madre? —pregunto, segundos más tarde. No puedo


ignorar la molestia por estar enterándome ahora.

—Me dijo que tenía que encaminar la conversación de tal manera para que
le acabara diciendo que fue Rodrigo quien mató a Héctor y no Renata.

—¿Por qué?
Adèle se queda callada, sin dejar de mirarme.

—Se lo pregunté, pero negó con la cabeza, me dijo que se trataba de un


favor personal —explica—. No te enfades con ella, yo acepté, me dijo que,
si no quería, no pasaba nada, que lo entendía. Acepté porque quise, porque
Renata ha hecho mucho por mí y no podía decirle que no. Además, no me
ha pasado nada, estoy bien.

Algo en su rostro me dice que no la crea.

—No tenías por qué aceptar si no querías hablar con Mónica, has acabado
desmayada.

—Estoy bien —insiste—. He aceptado porque tu madre necesitaba que se


lo dijera, no tienes por qué molestarte.

Dejo escapar un suspiro mientras me levanto de la silla. Ni siquiera sé cómo


sentirme al respecto.

—Lo que más me molesta es que haya tenido que enterarme ahora. ¿Por
qué te ha pedido que le dijeras eso a Mónica?

—Háblalo con Renata, pero ni se te ocurra enfadarte por esto. No me ha


obligado, he aceptado porque quería ayudarla, podría haber dicho que no —
repite una vez más dejándome apreciar el color de sus ojos carentes de
brillo—. Quiero ir al hospital —murmura al cabo de unos segundos y, de
inmediato, suavizo la mirada mientras me acerco a ella tendiéndole la
mano.

***

Inspiro profundamente mientras dejo escapar el aire de manera lenta,


tomándome mi tiempo. Después de que la enfermera nos hubiera dicho
dónde se encontraba Susana dejé que Adèle se adentrara en su habitación
para verla y estar con ella. A pesar de que mantiene los ojos cerrados
debido a los efectos de la anestesia, ha querido entrar pidiendo a los demás
que la dejaran a solas.
El médico nos informó de que habían podido extraer la bala del muslo con
éxito y que, a pesar de que había perdido mucha sangre, se recuperaría con
ejercicios de rehabilitación, mucho descanso y paciencia para poder
caminar de nuevo y hacer vida normal. Adèle se alegró en cuanto lo oyó y
yo me sentí un poco más aliviado por dentro al ver que no tendría que
afrontar otra muerte.

No ha vuelto a mencionar a Félix desde que salimos del cuartel y su rostro


se muestra pasivo. Me pregunto si ha querido dejar de hablar del tema hasta
que se sienta lo suficientemente preparada para afrontarlo de nuevo pues,
esta nueva situación trae nuevas consecuencias las cuales se tendrán que
superar otra vez.

Sin dejar de mirar a Adèle sentada en el borde de la cama de Susana,


aprovecho para sacar el móvil y llamar a Renata quien decidió quedarse en
el cuartel para tener unas palabras con Mónica. Todavía no sé qué ha
pretendido conseguir con lo que le pidió a la francesa, pero no me voy a
quedar sin averiguarlo.

Contesta a los pocos segundos.

—Estoy ocupada. —Es lo primero que dice en un tono bastante serio lo que
hace que enarque las cejas, sorprendido. Supongo que ya sabrá que estoy
enterado de la situación.

—¿No tienes unos minutos?

—¿Qué ocurre?

—¿Por qué le has pedido a Adèle que hable con Mónica? —pregunto
dejándome de rodeos—. Te dijo que ya no quería hacerlo, ¿por qué has
tenido que insistir? Además, ¿qué es eso de que Rodrigo fue quien disparó?

Escucho que deja escapar un suspiro pesado.

—No tengo tiempo ahora para contestar a tus preguntas, ¿podemos hablarlo
más tarde?
Me quedo en silencio durante unos segundos intentando entender qué coño
está pasando y por qué mi madre se está comportando de una manera tan
distante, no obstante, no vuelvo a insistir y cuelgo la llamada asegurándome
de que no dudará en llamarme en cuanto tuviera un momento.

No dejo de mirarla preguntándome qué tan fuerte debe ser su corazón para
seguir soportando golpe tras golpe. A pesar de la fuerte tormenta intentando
tumbarla, se sigue levantando una y otra vez tratando de no quedarse
anclada a la tristeza y esa es una de las muchas cosas que admiro de ella.

Todavía sigo pensando en las palabras de la francesa: «Fue Rodrigo


Maldonado quien disparó». Ella no quería enfrentarse a Mónica, pero lo
hizo únicamente porque mi madre se lo pidió y no pudo decirle que no.
Dejó de lado el temor y se plantó delante de ella mostrándose vulnerable
para abrir de nuevo las heridas que no habían cicatrizado aún, tan solo para
decirle al final lo que le había pedido Renata que dijera.

No sé qué tipo de estrategia haya sido esa, pero no pienso quedarme de


brazos cruzados hasta que la respuesta caiga del cielo, tampoco me voy a
quedar quieto viendo cómo le siguen tirando piedras, una más grande que la
otra. Voy a hablar con mi madre y luego me voy a ocupar de Ester y Álvaro
porque estoy hasta los cojones de que no nos dejen respirar un poco de paz
ni un puto segundo del día.

Adentro las manos en los bolsillos del pantalón e intento dejar de pensar en
lo que ha pasado esta mañana, sin embargo, no puedo evitar recordarme de
la conversación entre Adèle y Mónica.

Minutos más tarde, llega una enfermera y empieza a toquetear los tubos
mirando hacia las dos pantallas mientras veo que Adèle se levanta de la
cama para darle espacio. Mantiene una corta conversación con ella y, al
cabo de unos momentos, abandona la habitación para dirigirse hacia mí.

Me mantengo en silencio, analizando sus ojos grisáceos que siempre me


han permitido hacerme una idea de lo que esté pensando en cualquier
momento, sin embargo, ahora mismo no hay nada. Mantiene la mirada sin
ningún tipo de brillo y eso me hace pensar que, tal vez, no quiera
preocuparme diciéndome que, la conversación de hace unas horas, sí le ha
afectado.

—No quiero ir a casa —murmura y gira la cabeza hacia Susana durante


algunos segundos.

—¿Quieres quedarte aquí?

—No lo sé —responde—. Han dicho que han llamado a su padre y que no


va a tardar en venir pues no vive en Barcelona. No sé si quiero decirle que
la causante de que su hija esté así es debido a mí. A pesar de que la
operación haya salido bien... No creo que olvide fácilmente que ha tenido
un arma apuntándola en la cabeza.

—No es necesario que hables tú, Ester es mi prima. Le explicaré a su padre


lo que ha pasado. —Ella no responde y vuelve a girarse para mirarme. Me
puedo hacer una idea de la negativa que está a punto de hacerme, no
obstante, me adelanto a ella—. No te preocupes, hablaré yo con él, trata de
no pensar en lo que ha pasado esta tarde.

—No me pidas eso, tan solo... no quiero hablar del tema —murmura
mientras se dirige hacia la sala de espera para sentarse en uno de los
sillones. Hago lo mismo, colocándome a su lado. Nos quedamos en silencio
durante unos segundos hasta que vuelve a hablar—: Quiero que me
mantengas informada respecto a Ester y todo el asunto de los Maldonado y,
si puedo ayudar en algo, también quiero que me lo digas. No me mantengas
al margen. —Me mira—. No lo hagas con la idea de querer protegerme,
quiero estar al corriente.

Me mantengo con los brazos cruzados a la altura del pecho sin dejar de
mirarla. Hay algo diferente en su expresión, en el tono de sus palabras,
como si lo que hubiera pasado no hubiera producido ningún corte profundo
en su herida. Cuando vi a Ester por primera vez en su apartamento
apuntando a Susana, lo primero que pensé fue que Adèle se volvería a
romper para encerrarse de nuevo durante un buen tiempo, sin embargo,
tengo la sensación de que no está siendo así.

—Está bien —acepto—. Si es lo que quieres, te mantendré informada.


—Gracias —se limita a contestar y adopta una postura más relajada,
cruzando una pierna encima de la otra—. Podemos quedarnos aquí hasta
que su padre venga y después... —se queda callada fijando la mirada en el
suelo.

—¿Por qué no quieres ir a casa? —me atrevo a preguntar, no obstante, ella


no sabe que decir, tan solo se encoge de hombros, por lo que me quedo
pensando durante unos segundos—. Podemos ir a pasear, ¿cuántas veces
has paseado de noche por la playa?

Alza su cabeza de nuevo buscando mis ojos y deja que una tímida sonrisa le
acaricie el rostro.

—Es relajante escuchar las olas del mar al romperse.

—Lo es.

***

Mantengo su mano envuelta en la mía mientras vamos avanzando por la


arena a un ritmo muy lento. Es de noche y ya no se puede distinguir el
horizonte debido a la profunda oscuridad del mar. Las olas chocan entre
ellas haciendo que la arena se empape de su sabor salado permitiéndome
apreciar la fría sensación en mis pies. Fría, aunque agradable.

Adèle lleva a Phénix a su lado sin soltar la correa de la mano y no puedo


evitar darme cuenta de la tranquilidad que proporciona el sonido del mar. Ni
siquiera me he atrevido a romper el silencio latente a nuestro alrededor
hasta que lo hace la francesa segundos más tarde.

—Me he afectado abrir la puerta de mi apartamento y encontrarme a Ester


en medio del salón —empieza a decir—. Félix... muerto en el suelo, no se
me quita de la cabeza. No dejo de pensar en sus ojos abiertos y en el charco
de sangre a su alrededor. La mirada aterrorizada de Susana no deja de
aparecer en mi cabeza —hace una breve pausa—. No quiero volver a casa
porque no me gustaría encontrarme algo peor cuando las puertas del
ascensor se abran.
Seguimos avanzando lentamente por la arena dejando que el agua juegue
entre nuestros pies y me quedo pensando en sus palabras.

—Lo siento —digo en un murmullo débil. Ni siquiera sé a qué me estoy


disculpando, pero recordar ese brillo opaco en su mirada...—. No quería
que nada de esto pasara.

—No te disculpes —responde en el mismo tono de voz—. No podías


saberlo, tan solo... No quiero volver a casa, de momento no.

Me quedo en silencio, asintiendo con la cabeza dándome cuenta de que ella


no puede verme debido a la oscuridad de la noche que nos rodea, así que le
doy un leve apretón a su mano, acariciando su piel con mi pulgar de manera
delicada.

—Me gusta cuando dices eso —murmuro.

—¿El qué?

—«A casa». —Desde que hemos empezado a vivir juntos, han sido pocas
veces las que lo ha dicho lo que ha permitido darme cuenta del detalle
generándome una interesante calidez dentro del pecho—. Suena a que
tendremos un futuro.

Esta vez, siento su leve apretón alrededor de mi mano. Giro la cabeza para
intentar apreciar su mirada teñida de sombras más que de luces y me
percato del intento de una sonrisa.

—¿Cómo te imaginas dentro de diez años?

Miro al cielo durante unos segundos buscando la respuesta. De repente, me


acuerdo de las palabras de mi madre: «¿Por qué te quieres casar con ella?».
También del sueño que tuve con mi padre, cuando me ofrecía que aceptara
el anillo para dárselo a Adèle, únicamente a ella.

—Dirigiendo la empresa, tal vez manteniendo el éxito de las ventas o


incluso haber superado ese número. Me imagino viviendo en Barcelona, no
puedo imaginarme otra ciudad que no sea esta —sonrío—. Tal vez no
continuaría en el penthouse, tal vez estaría en una casa, a las afueras de la
ciudad, con un gran piano en el rincón de la sala, contigo tocándolo en una
de mis camisas y con las piernas desnudas después de haber tenido nuestra
sesión de sexo matutino. Me imagino a mí, a unos metros, viéndote
encerrada en tu burbuja mientras permites expresarte a través de la pieza
musical.

Me quedo callado, esperando cualquier tipo de reacción de su parte.

—Tu turno —murmuro, intentando mantener el toque de diversión en mi


voz.

—Me imagino también viviendo en una casa y que estuviera rodeada de


árboles, lejos del ruido de la ciudad. Me imagino ese piano de cara a ese
paisaje verde y a ti viéndome, con el hombro apoyado en el marco de la
puerta. Con los pies desnudos, con una de tus camisas, una negra, tal vez.
Me imagino a Phénix todavía con nosotros, no con la misma energía, pero
me lo imagino acostado cerca del sofá, sobre la alfombra, mirándonos y
deseando que nos vayamos para que pueda recobrar la fuerza perdida del
día anterior por culpa de nuestro hijo.

Con aquellas dos simples palabras, detengo mi andar dirigiendo mi cuerpo


hacia el de ella. Phénix también se detiene, acercándose a mí.

—¿Qué acabas de decir?

—Me acuerdo del viaje a Montecarlo, en realidad, me acuerdo de todo lo


que hice cuando estuve con la memoria perdida —empieza a decir—. Me
acuerdo estar en la terraza del hotel, conmigo encima de ti. Me preguntaste
respecto si los hijos seguían siendo un no para mí. ¿Te acuerdas de lo que te
respondí? —Me quedo callado, dejando que ella lo diga—: Sigo pensando
lo mismo, que no me importaría formar una familia contigo, en un futuro,
en el momento adecuado, cuando ambos estemos preparados y con toda
esta mierda solucionada.

—¿A pesar de todo lo que ha pasado? —me atrevo a preguntar mientras


siento la caricia de su pulgar sobre la piel de mi mano.
—A pesar de todo eso —responde y se queda callada durante un breve
instante—. Hubo un tiempo donde el tema de los hijos, casarme, crear una
familia... no estaba en mis planes y tampoco me arrepiento de ello, es decir,
sabía que algún día llegaría y yo me sentiría lista para eso, tan solo... no
quería forzarlo, no quería quedarme embarazada cuando yo sentía que ese
niño no recibiría todo de mí. Mi carrera sigue siendo importante para mí,
además de que quiero llegar a hacer más cosas antes de tener un bebé.

—No es necesario que me debas ningún tipo de explicación sobre el...

—¿Aborto? —acaba la frase por mí—. Sé que no lo es, pero quiero


decírtelo igual. Quiero que sepas que no es un no rotundo para mí, que me
gustaría estar preparada, hablarlo antes. No me gustan las sorpresas.

—No hace falta que me lo jures —respondo dejando escapar una tímida
sonrisa—. Me parece bien, cuando estés lista, cuando lo estemos, sin prisa.

—Sin prisa —repite dejando que el mar ahogue el silencio entre ambos—.
Quería dejarlo claro porque no me gustaría que después empezaran los
malentendidos o discusiones que se podrían haber evitado. Muchas parejas
rompen por eso, porque uno de los dos quiere tener niños y el otro no y lo
entiendo, es decir, no puedes obligar a nadie a tener un hijo.

—Yo no hubiera roto contigo por eso.

—¿Aunque no hubiera querido tenerlos nunca?

—¿Cómo te tengo que explicar que estoy jodidamente enamorado de ti? —


dejo escapar en un murmullo, pasando un brazo por encima de sus hombros
—. No te hubiera dicho nada, tampoco reclamado, hubiera sido mi decisión
de quedarme a tu lado a pesar de saber que no querías niños.

—Me acaba usted de confirmar que le tengo comiendo de la palma de mi


mano, señor Otálora.

Aquello me hace reír, reír de verdad y me permite olvidarme por un


segundo de lo que ha pasado hoy.
—Que siga siendo así, señorita Leblanc, no tengo queja alguna —sonrío
dejando que ella me rodeé la cintura.

Seguimos caminando por la playa con extrema lentitud, dejando que el olor
a mar me tranquilice y no puedo quitarme de la cabeza las palabras que
acaba de decir: «No me importaría formar una familia contigo». A pesar de
ya haberlas oído, no puedo quitarme la pequeña sonrisa del rostro.
Recuerdo a la Adèle que conocí un año atrás cuando respondió con un
rotundo «no» a la idea de ser madre, cuando decidió abortar por ese mismo
motivo: que no se sentía preparada, que no quería traer un niño al mundo si
no le iba a dar toda la atención que se merecía, sin embargo, después llegó
Mónica y todo se fue a la mierda.

Después de rescatarla de ese búnker, recuerdo decirle al médico que se lo


practicara. No iba a dejar que lo tuviera cuando ella me había dicho
claramente que no lo quería. Lo entendí, lo entendí y la apoyé y, hasta hoy,
sigo pensando que fue la mejor decisión, por ella y por ese niño.

Transcurrida una media hora, decidimos finalizar el paseo y regresar a casa.


Una vez que llegamos al parking, antes de subirnos por el ascensor que
conduce directamente al penthouse, no hace falta que diga nada cuando me
informan que la zona está segura y que no ha entrado nadie. Me dicen que
lo han comprobado a través de las cámaras de seguridad y asiento con la
cabeza.

Las puertas se cierran y Phénix se muestra cansado a mi lado ya que no


duda en tumbarse en cada oportunidad que puede. El brazo de Adèle sigue
envuelto alrededor del mío y no tardamos en adentrarnos hacia la sala.

—Me apetece darme un baño —murmura ella, perezosa—. Un baño largo,


con burbujas y todo.

—Del uno al diez, ¿qué me dices de un masaje en la cabeza contigo


recostada sobre mi pecho mientras te esté lavando el pelo?

—Mil.

Le dedico una sonrisa.


—Ve a llenar la bañera, entonces, tengo que hacer una llamada.

—Vale, no tardes —responde y desaparece por el pasillo para dirigirse a


nuestra habitación.

«Nuestra». Niego lentamente con la cabeza intentando quitarme la


expresión de cursi romanticón de la cara y me llevo el móvil a la oreja
después de haber marcado el número de Renata. Me dirijo hacia la terraza,
sentándome en uno de los sillones y dejó que Phénix se suba para acostarse
a mi lado.

La comandante no tarda en responder.

—¿Estás ocupada ahora? —Es lo primero que digo. Ni siquiera me limito a


saludar. De hecho, pocas veces he empezado la conversación con un «hola,
mamá».

—Acabo de llegar a casa —responde y puedo percibir el ruido al dejarse


caer sobre el sillón—. ¿Cómo se encuentra Adèle?

—Aparentemente bien, aunque no descarto que esta noche no tenga alguna


pesadilla —murmuro y espero que mi madre diga algo más, pero no lo hace
—. Respecto a lo de Mónica... Pensaba que me habías contado la historia
completa.

—Después de que sacarás a Adèle de ahí —empieza a decir, ignorándome


—, me quedé hablando con Maldonado. Jamás en su vida se hubiera
esperado esa respuesta, la desequilibró por completo, durante unos
segundos, se mostró vulnerable y pude hacer que hablara. Manteniendo esa
tensión, pude obtener la respuesta que estaba buscando.

—¿El qué?

—No te incumbe, es algo relacionado con el cuartel.

—¿Necesitabas que precisamente fuera Adèle quien soltara la bomba? ¿Por


qué no se lo dijiste tú?
—No hubiera conseguido el mismo resultado —explica—. Tampoco voy a
entrar en detalles, el caso es que he podido obtener lo que buscaba. —Dejo
escapar un suspiro—. Siento no habértelo dicho, tampoco era mi intención
meter a Adèle en todo esto, pero cuando propuso verla... lo vi claro, por eso
le pedí que dijera eso.

—¿Es cierto? ¿Fue Rodrigo quien mató a Héctor?

—Sí —murmura y, antes de que sea capaz de decir algo más, continúa
hablando—: No lo supe en aquel momento, siempre creí que lo había
matado yo, apreté el gatillo, estaba delante de él, vi como se caía de
rodillas, pero mi bala tan solo le hizo un rasguño en el lado derecho del
abdomen. Fue Rodrigo quien apuntó al corazón, pero Mónica no lo vio a él
ya que se encontraba alejado por unos cuantos metros.

—¿Por qué lo hizo?

—No lo sé —confiesa—. Yo lo descubrí porque me dio por sacar de nuevo


su expediente, vi de nuevo la cinta de seguridad, pregunté al forense que
había llevado el caso. Volví a ver todas las cintas de la interrogación de
Rodrigo. Llegué a la conclusión de que, a pesar de que se trataran de dos
balas diferentes, la mía no lo mató, apenas lo rozó.

—¿Cuál es el siguiente paso? —pregunto al cabo de unos segundos.

—Preocúpate por tus asuntos. —Mi madre siempre ha sido una mujer
directa—. Con Ester encerrada y con Álvaro siendo interrogado por la
Policía, tan solo es cuestión de tiempo hasta que su red criminal caiga por
completo. No creo que Álvaro estuviera al mando, es un crío todavía.
Seguiremos investigando, por el momento, limitaos a manteros lejos de
todo esto.

—Tan solo te pido que me mantengas informado, no quiero que lo de hoy


se repita.

—Está bien —responde en un murmullo—. Buenas noches, Iván, que


descanséis. —Cuelga sin darme tiempo a responder nada más.
Me quedo mirando la luna en lo alto del cielo mientras paso una mano por
detrás de las orejas del dóberman cuando llega la notificación de un
mensaje.

Francesa: «¿Vienes o tengo que ir a buscarte envuelta en la toalla?

Sonrío imaginando su mano a la altura de su pecho, sujetándola para que no


se deslice por su cuerpo. Cierto, el baño, no entiendo cómo se me ha podido
olvidar.

Iván: «Puedes venir desnuda si quieres. ¿Quién necesita la toalla?».

Francesa: «Cerdo».

Iván: «Tú has preguntado».

Francesa: «Estoy metita en el agua, no quieras que se me caiga el móvil


dentro por estar hablando contigo».

Iván: «Me gusta tu lado mandón, ¿alguna vez te lo he dicho?».

Francesa: «El agua se está enfriando».

Iván: «Ahora voy a calentarte».

Me levanto del sillón dejando a Phénix ahí, pues ya se ha dormido y, sin


cerrar la puerta de la terraza, me dirijo hacia el interior en dirección a
nuestra habitación. Puedo percibir cómo juega con el agua, así que no tardo
en desvestirme para entrar sin ningún tipo de pudor hacia el baño viendo
que me ha dejado hueco dentro de la bañera.

Apoyo una mano en su abdomen tirando de ella y dejo que su espalda


tatuada se recueste sobre mi pecho. Noto el suspiro de alivio y no tardo en
cerrar los ojos durante unos segundos para aliviar la tensión acumulada
durante el día.

—Hoy tan solo quiero bañarme e irme a dormir —susurra y empiezo a


notar la caricia de sus yemas sobre mi brazo.
Me queda claro a lo que se refiere y tan solo me limito a imitar su gesto.
Tan solo espero que esta noche no tenga pesadillas, ni esta ni las próximas.

Perdón por no haber actualizado el 14 :( Tuve cosas que hacer

Bueno, ¿qué pensáis del capítulo?

Nos vemos en el siguiente, besitos (no prometo nada, cuando lo tenga


escrito, lo publico)
Capítulo 32

DE CAMINO AL ALTAR

Tres semanas después

Adèle
Me siento delante del espejo asegurando el nudo de la toalla y me fijo en el
vestido perfectamente colocado sobre la cama, ese vestido rojo que elegí
expresamente para la boda de Marco y Bianca. Desvío la mirada hacia mi
reflejo observando la melena mojada que hace que sienta las gotas
recorriéndome la piel.

Tan solo han pasado tres semanas desde que Ester se presentó en mi casa
con el arma apuntando hacia Susana. Tan solo dos desde que incineramos a
Félix dejando que su familia se llevara las cenizas con ellos para poder
esparcirlas en uno de los sitios favoritos que tenía. Ese acantilado que me
había enseñado una vez con la luz del faro dando vueltas en lo alto del
cielo. No pude llorar, ni siquiera fui capaz de decir unas últimas palabras,
me quedé en silencio mientras observaba a sus padres lamentar la pérdida
de su hijo, desconocedores por completo de la causa que había acabado con
su vida.

Susana, después de que le dieran el alta del hospital, expresó que necesitaba
un tiempo lejos de la ciudad, por lo que optó irse al pueblo donde vivían sus
padres para quedarse una temporada con ellos. La entendí, no intenté
detenerla, no después de lo que había pasado debido únicamente a que me
conocía. Si Susana nunca se hubiera cruzado en mi camino, no hubiera
acabado en manos de Ester.

Con una última sonrisa, dejé que se marchara y me prometió que, algún día,
no sabía cuándo, nos volveríamos a poner en contacto.

Esa noche, cuando volvimos del paseo por la playa después de haber estado
en el hospital, le susurré a Iván que no me sentía con las fuerzas suficientes
para asistir a la boda de Marco. Mi cabeza, en aquel momento apoyada
sobre su pecho, no daba para más. No quería llegar ahí y dejar que los
demás se impregnaran del aura negra que me acompañaba. Iván se quedó
callado ante mis palabras y no dejó que su caricia sobre mi brazo se
acabara.

—Marco lo entenderá —respondió—. Esta semana ha sido... difícil. Nadie


te obliga a ir.
Empecé a acariciar la espuma con las yemas de mis dedos mientras
intentaba relajarme por completo. No quería hacer el mínimo esfuerzo, no
podía, dejé que mi cuerpo se acostara por completo sobre su pecho.

—Me quedaré en casa con Phénix —murmuré.

No era mi intención que el poeta se quedara a mi lado cuando su mejor


amigo se iba a casar, no obstante, sentí la tensión en sus brazos cuando
pronuncié aquellas palabras.

—Le llamaré y le diré que no vamos, ni pienses que me voy a ir a divertir


mientras tú te quedas sola en casa.

—Iván... —intenté decir, haciéndole ver que no tenía por qué preocuparse
por mí.

—¿Crees que podré pasármelo bien? —planteó—. No puedo sacarte de la


cabeza, ¿de verdad piensas que podré desconectar sabiendo que tú lo estás
pasando mal?

—Es tu mejor amigo, además del padrino de la boda.

—En realidad, soy el segundo.

Recordé que Dante me había dicho que él se encargaría de llevar los anillos
para dárselos a su hermano. No obstante, no me parecía bien que Iván no
estuviera ahí presente.

Una hora más tarde, después de que me hubiera puesto el pijama y estuviera
envuelta entre las sábanas, Iván llamó a Marco para decirle que, al final, no
podríamos ir. Le empezó a explicar las razones y hubo un momentáneo
silencio que duró relativamente poco hasta que el italiano empezó a alzar la
voz. Le pedí que activara el altavoz.

—¿Cómo que no vais a venir? —preguntó intentando que las palabras no se


le enredaran—. Y una mierda, no podéis dejarme plantado, me niego, se
supone que eres mi mejor amigo, no me puedes dejar a la derriba. Es mi
gran día, no me hagas venir para rogártelo porque no lo voy a hacer, antes
prefiero arrastrarte de las pelotas hasta dejarte a mi lado en el altar.

—Marco —intentó decir, pero él continuó hablando.

—Llevo meses planificando este día y vosotros estáis en la lista VIP, es


decir, os considero parte de mi círculo íntimo, tenéis que venir, no me
toquéis los cojones. —Dejé escapar un suspiro profundo ante la insistencia.
Iván me lanzó una corta mirada.

—Esta semana ha sido difícil, tampoco quiero entrar en detalles, pero no


queremos arruinarte la fiesta, eso es todo.

—Calla un momento —pronunció, algo agresivo.

—A mí no me mandas a callar.

—Espera, estoy pensando. —Se quedó callado durante unos largos


segundos—. Y si... ¿retrasara la fecha? Tres semanas, ¿os parece bien?

—¿Estás cambiando la fecha de tu boda por nosotros?

—Para que veas lo mucho que te quiero.

—¿Estás seguro?

—Que sí. ¿Podéis o no? Aunque... tampoco es mi idea recibir un «no»


como respuesta. ¿Sabes cuánto trabajo tengo ahora? Es decir, tengo que
cambiar todo. —Soltó el aire—. No os culpo, entiendo que queráis tomaros
un descanso, pero a mi boda tenéis que venir y estoy dispuesto a cambiar la
fecha a no ser que Bianca me corte las pelotas antes, pero ya lo arreglaré
con ella.

—¿De verdad puedes hacerlo? —intervine. Entendía que cambiar la fecha


de una boda no era tarea fácil y menos cuando faltaban pocos días para su
ceremonia.

—Amore, puedo hacer lo que me salga de los cojones —murmuró en un


tono relajado—. No pasa nada, de verdad, tan solo tengo que empezar a
hacer llamadas, pero puedo hacerlo —reiteró—. Cinco de junio. Como no
os vea en primera fila, habrá consecuencias, ya os podréis considerar
incluidos los primeros en mi lista negra.

—Ahí estaremos —aseguré, rápidamente.

A los pocos segundos, Iván cortó la llamada.

—Ha cambiado la fecha —murmuré, sin poder creérmelo aún.

—Lo ha hecho —dijo él en el mismo tono mientras pasaba un brazo por


debajo de su cabeza después de dejar el móvil en la mesita de noche—. Si
no quieres... —intentó decir, pero le frené.

—Iremos —aseguré—. A no ser que quieras que nos ponga en su lista


negra.

—Es mejor no tener a Marco como enemigo, se vuelve un poco... agresivo


—pronunció con una diminuta sonrisa en su labio.

Durante estas tres semanas, me he limitado a seguir arreglando los pedazos


rotos en mi interior, además de los problemas ocasionados por los
Maldonado. Lentamente, la presión en mi pecho está volviendo a disminuir,
sin embargo, la protección se ha reforzado. El penthouse se ha convertido
en una fortaleza, como si se hubiera añadido otro muro al que ya había
alrededor de nosotros. Nadie entra ni sale sin que Iván esté al corriente y los
hombres de seguridad se han convertido en unas sombras que no dudarían
en interponerse en la trayectoria de una bala si eso significa salvarme.

Observo de nuevo mi reflejo en el espejo apreciando las leves ojeras por


debajo de mis ojos. Ahora la sensación ya no es tan fuerte como antes, pero
llegó un momento donde me abrumé. Me sentía como si fuera una princesa
indefensa encerrada en lo alto de la torre, sin poder hacer nada, sin poder
decidir lo que yo pensaba que era lo mejor para mí.

De un momento a otro, noto que entra en la habitación en sigilosos pasos.


Todavía mantiene la toalla sujeta alrededor de su cadera. No puedo evitar
fijarme en su abdomen marcado junto a los músculos tensos de la espalda.
Había vuelto a hacer ejercicio, una vez que el médico le indicó que ya podía
hacer vida normal, se despertaba, no todos los días, un poco más temprano
para ir a levantar pesas. Dijo que, después del sexo, hacer ejercicio era lo
único que le permitía dejar la mente en blanco por unos minutos.

Pensé que, a lo mejor, a mí también me serviría, desahogarme con algo,


aunque fuera dar unos cuantos golpes a un saco de boxeo y hacer algún que
otro ejercicio. Todavía no me he animado a ello.

—Tenemos que estar ahí en tres horas —murmura él, sacándome de mis
pensamientos—. Marco ha insistido en llegar antes para las fotos, ya sabes,
soy su segundo padrino en la lista, resulta que yo también tengo que entrar
en el cuadro de la cámara.

—No te gusta que te hagan fotos. —Recuerdo una vez, tiempo atrás, que
me dijo que no se le daba bien posar ante las cámaras, que siempre salía
muy serio en la imagen.

—Qué buena suerte la mía que mi novia sí sepa posar —pronuncia con
diversión aparente en su rostro mientras se va acercando hasta mí. Su
mirada encuentra la mía en el espejo y noto que ha colocado una mano
sobre la mesa dejando la otra descansando sobre el borde de mi silla.

—¿Estás pidiéndome consejos para posar?

—Lo que estoy diciendo —hace una pausa con la intención de darle más
dramatismo al asunto— es que tengo suerte de que seas mi pareja. —
Observo el recorrido de sus ojos, bajando con una lentitud abrasadora hasta
llegar a mi clavícula, fijándose en las pocas gotas todavía en mi piel—. Esta
noche seré yo quien te quite el vestido o ¿prefieres que te acueste sobre la
isla de la cocina y me meta entre tus piernas con él todavía puesto? —Me
doy cuenta de la mirada hambrienta detrás de sus palabras y puedo sentir la
inmediata calidez obligándome a juntar los muslos.

—Ha costado una fortuna —imito su mismo tono de voz—, no querrás que
se arruine.
—Tendría mucho cuidado, aunque... también podría comprarte otro en este
mismo color —susurra haciendo que la tensión se vuelva palpable—.
¿Sabías que el rojo es mi color favorito?

—Me he podido dar cuenta —murmuro dejando que su caricia empiece a


jugar alrededor de mi cuello. Dejo de respirar sin percatarme de ello
mientras noto el deseo de su toque al querer arrancarme la toalla sin
pensárselo dos veces—. No me dará tiempo a prepararme —advierto en una
voz tan baja, que dudo que haya podido oírme, no obstante, él niega con la
cabeza.

—Podríamos desafiar al tiempo —sigue diciendo sin detener el contacto de


sus yemas en mi piel. Cada vez más cerca, más cerca de deshacer el nudo
de mi toalla—. Solo tú consigues encenderme como un puto horno en
cuestión de segundos, ¿quieres que te demuestre lo rápido que podrías
correrte conmigo en tu interior?

«Respira —me regaño—. Haz que tus pulmones empiecen a funcionar de


nuevo».

Me quedo en silencio viendo su mano traviesa acercarse hacia el centro de


mi pecho y, con un rápido movimiento, hace que la toalla quede floja a mi
alrededor. Veo mi torso desnudo y trato de seguir respirando de manera
pausada, inspirando y soltando lentamente el aire mientras noto la suavidad
de su tacto bajar por mi abdomen.

—¿Adèle? —pregunta en un susurro muy cerca de mi oído. Tengo sus


labios rozando la piel de mi cuello y tengo que contener las ganas de
levantarme de la silla para ir contra él—. ¿Cómo quieres que te folle? —
sigue diciendo y abro levemente las piernas notando la insistente caricia
querer adueñarse de todo. Dejo escapar un jadeo cuando noto uno de sus
dedos tantear la zona—. Lo fácil que sería ahora meterme dentro de ti...
Estás empapada, amor.

Tengo los labios levemente abiertos y dejo escapar sin querer esos ruiditos
que parecen encenderlo todavía más. Mi lado racional no está funcionando
en este momento, no con sus dedos trazando círculos alrededor de mi
clítoris. Muevo las caderas para suplicarle en silencio que no se detenga,
que no me deje con las ganas.

—No me has contestado —sigue diciendo en mi oído. Su aliento chocando


contra mi piel—. ¿Cómo quieres que te folle?

—Contra la pared —respondo en un hilo de voz y, es en ese instante,


cuando introduce un dedo en mi interior, que apoyo la cabeza en el hueco
de su hombro cerrando los ojos en el proceso—. Quiero sexo salvaje contra
la pared.

Suelto varios gemidos entrecortados ante la lentitud de su caricia. Su otra


mano viaja por encima de mis hombros hasta encontrar uno de mis pechos
para empezar a jugar con él. Abro más las piernas para darle mayor acceso.
Quiero más, necesito más. Necesito que entre lo más profundo que pueda y
que se quede ahí para que me adapte a su tamaño.

No me lo pienso dos veces cuando me levanto de la silla con su mano


todavía jugando en mi intimidad. Busco sus labios ansiosa y le obligo a que
abra la boca mientras dejo que mis manos viajen por su ancha espalda. Ni
siquiera mido la fuerza de mis uñas en su piel, no cuando su dedo corazón
todavía se encuentra en mi interior en movimientos circulares, divirtiéndose
ante mi súplica, presionando como solo él sabe hacerlo.

Iván levanta mi pierna con su mano libre para que le rodeé la cadera y, sin
dejar de besarme, puedo sentir la toalla todavía a su alrededor. Dejo escapar
un pequeño gruñido y se la arranco para dejarla caer al suelo. Noto su
sonrisa contra mis labios mientras me deja sentir la dureza de su miembro.
Su mano todavía sigue ahí, torturándome.

—No dejes que llegue al orgasmo, no así —pronuncio sobre sus labios
mientras trato de mover las caderas, sin embargo, me mantiene sujeta con
su mano aprisionando la parte baja de mi espalda—. Iván... —Cierro los
ojos ante la entrada de su índice y la presión que hace con su pulgar no me
ayuda a pensar con claridad.

—¿Entonces? Dime qué es lo que quieres de mí —jadea sobre mi piel


dejando varios besos a lo largo de mi cuello. Respondo con una fuerte
caricia en su espalda al sentir los dientes jugando con el lóbulo de mi oreja
—. Dime qué quieres que haga —sigue susurrando, incrementando la
velocidad de su mano.

Aprovecho para bajar una mano entre ambos y noto su inmediata reacción
ante la caricia que le ofrezco a su miembro. Está a punto de explotar, sin
embargo, sigue queriendo contenerse. No quiere dejar el juego a medias.

—No me obligues a metérmela —suelto mientras intento controlar la


claridad en mi voz—. Porque si lo hago yo... —ahogo el jadeo al notar la
cercanía del orgasmo—. Si lo hago yo, acabaré follándote en el suelo y la
partida contra la pared tendrá que esperar.

—No pude haber elegido a mejor compañera para jugar —murmulla con
voz ronca y tengo que tragar saliva ante la intensidad que está resultando
tener esta partida.

Ni siquiera lo veo venir cuando sus dedos han desaparecido de mi interior y


mi espalda ha chocado levemente contra la pared. Mis piernas se mantienen
sujetas alrededor de su cuerpo y noto la respiración descontrolada de Iván
mientras cuela su mano derecha entre nosotros para guiarse hacia mi
entrada. Ahogo un grito ante la profundidad de la invasión y ni siquiera me
permite unos segundos para acostumbrarme a su tamaño cuando ha
empezado a moverse haciendo que mi interior le envuelva en cada
embestida. Sus dos manos me mantienen sujeta y noto su pelvis chocar con
fuerza contra la mía. Entra y sale casi en su totalidad, arrancándome varios
jadeos ante la potencia que emana.

Su lengua se mantiene en mi cuello, besándome con exquisito placer


mientras mis manos viajan por toda su espalda.

—Míranos, Adèle —pronuncia entre jadeos—. Mira cómo entro y salgo de


ti... Mira lo perfecto que encajamos —logra decir sin ralentizar el
movimiento.

Aparta levemente su cuerpo para permitirme bajar la mirada y admirar la


sincronía de sus caderas contra el leve movimiento de las mías, buscando la
ansiada liberación. Vuelvo a alzar la cabeza para contemplar sus ojos que se
encuentran fijos en los míos.

—Ni se te ocurra cerrar los ojos —ordena—. Hasta que no me corra dentro
de ti... no los cierres.

Ni siquiera puedo mantener los labios juntos debido a los jadeos que me
provoca. Aprieto las manos alrededor de sus brazos y dejo que siga
golpeando contra mi interior mientras hago el esfuerzo de mantener los ojos
abiertos, sin romper la intensidad de su mirada que no deja de envolverme.

Pocas veces muestra su faceta dominante, pero cuando lo hace, me quedo


en silencio para seguir esas órdenes hechizadas con su voz ronca. Me gusta
que me diga este tipo de cosas, me gusta cuando, sobre todo, está
moviéndose en mi interior, cuando logra que alcance el orgasmo y que me
tiemblen las piernas del puro frenesí. Él logra que cada partida se vuelva
memorable, que sienta la calidez inmediata en mi entrepierna cada vez que
recuerdo el deseo insaciable en su mirada.

No tardo en sentir el torrente de sensaciones en la parte baja de mi vientre el


cual se vuelve más intenso cuando su mano derecha se cuela para acariciar
ese punto suplicante de más. Quiero cerrar los ojos, quiero cerrarlos y
dejarme llevar, pero recuerdo su demanda. «Hasta que no me corra dentro
de ti...». Sus ojos siguen clavados en los míos y puedo percibir las perlas de
sudor en su frente, además de la tensión en su cuerpo. Dejo escapar otro
jadeo al sentir que... tan solo... unos segundos más y siento haber alcanzado
el punto de máximo placer.

—No los cierres —me advierte, una vez más, en tan solo un hilo de voz. Él
sigue moviéndose y puedo notar mi interior envolviéndole con fuerza
mientras no abandono su mirada. No dejo de mirar esos ojos mientras su
cuerpo sigue arremetiendo contra el mío mientras sigo con la espalda contra
la pared—. Háblame en francés —pide intentando retener el gemido, no
obstante, no lo consigue.

—Je t'aime —pronuncio mientras sigo moviendo las caderas siguiendo la


sincronía de su movimiento.
Todavía sigo sintiendo el temblor en mis piernas y con él... sin ralentizar el
ritmo de su pelvis, hace que no deje de ver estrellas a mi alrededor.

Dos segundos más y, al instante, noto su cabeza escondida en el hueco de


mi cuello, respirando con dificultad debido a la intensidad del orgasmo que
acaba de sentir. Ni siquiera puede mantenerse de pie, menos
manteniéndome en sus brazos, por lo que, se da la vuelta dejando que su
espalda toque la pared y empieza a deslizarse hasta acabar en suelo unido
todavía a mí. Me muerdo el labio al sentirle adentrarse un poco más debido
a la posición y a la relajación de mi cuerpo.

—¿Satisfecha, señorita Leblanc? —susurra mientras esboza una sonrisa


torcida. Noto que empieza a trazar suaves caricias por mi espalda desnuda
—. Siempre será un placer para mí sostenerla mientras me entierro en su
interior, una y otra vez.

Coloco una mano en su mejilla y no tardo en acercarme para darle un beso


en los labios, aprovechando para morderle el labio inferior. Todavía
recuerdo la partida sobre mi coche debido a que, de nuevo, perdí la apuesta.
Me sostuvo de una manera similar mientras dejaba que mi espalda se
apoyara contra el vidrio de la puerta.

—Por el momento —respondo rozando mi nariz con la suya—. Ahora


tenemos una boda a la que asistir.

***

Cada detalle se encuentra en su lugar, no hay nada que sobre, tampoco que
falte. Las rosas blancas que han escogido adornan cada banco de madera y
el altar, donde se encuentra Marco pacientemente esperando junto al cura,
es una fantasía envuelta de flores blancas pequeñas hojas verdes. Nos
encontramos en plena naturaleza, en la propiedad de los padres de Bianca
pues, al haber cambiado la fecha a tan solo unos días de la boda, tuvieron
que improvisar y trasladar la ceremonia al jardín que han decorado
perfectamente para la ocasión.

Observo a Dante feliz, con una sonrisa que dudo mucho que hoy se le borre
del rostro, y a Marco a su lado, aunque con un atisbo de nerviosismo en su
mirada. Faltan tan solo unos minutos para que la novia haga su camino
hacia el altar y que murmuren sus votos para pronto convertirse en marido y
mujer. El italiano me lanza una dichosa mirada mientras trata de mantenerse
serio, pero no lo consigue, pues el hecho de ser el padrino número uno y
saber que será el encargado de entregar los anillos, lo mantiene ardiente en
alegría.

Iván se encuentra al lado de mi amigo con las manos juntas por detrás de su
espalda y con una leve sonrisa en su rostro. En el momento que se da cuenta
de mi mirada en él, no tarda en devolvérmela para mantenerla puesta en mí
durante largos segundos. Me permito fijarme en él y en lo bien que le queda
el traje negro, el único toque de color lo tiene la corbata que combina en la
misma tonalidad que mi vestido rojo.

Todavía recuerdo nuestro encuentro de esta mañana, tan solo han pasado
unas pocas horas, pero aún soy capaz de sentir la calidez entre mis piernas
cada vez que pienso cuando se deslizó al suelo, con la espalda apoyada en
la pared mientras seguía unido a mí. Trago saliva de manera disimulada y
tengo que romper el contacto visual ante la intensidad que su sola mirada
consigue provocarme.

Me fijo en los demás invitados, ambas familias nerviosas por la llegada de


la novia, muchas caras que me resultan desconocidas y algunos rostros que
me suena de haberlos visto en algún momento en otras celebraciones.

—¿Qué miras? —me pregunta Arabella a mi lado, casi en un susurro.

Giro la cabeza hacia ella y no tardo en fijarme en sus labios rojos. Dante ha
invitado tanto a la violoncelista como a Rebecca que se encuentra a su
derecha. También intentó contactar con Laura, pero ella desde el principio
dijo que no podría venir. No pidió más explicaciones y ella no volvió a
llamar. Todavía recuerdo la llamada que tuvimos hará más de un mes y
medio, un día después del cumpleaños de Iván. Dije de volverla a llamar,
todavía sigo con esa idea en mi cabeza, pero por algún motivo u otro,
siempre acabo aplazando la llamada, no sé si sea por miedo a enfrentarme a
lo que me tenga que decir o por otra cosa.
—Quiero ver cuándo llegará Bianca —susurro. La multitud se encuentra
sentada a la espera de que la música empiece a sonar para que la novia haga
su entrada triunfal.

—Estoy nerviosa y eso que ni siquiera me estoy casando yo —murmura la


pelirroja—. No me imagino cuándo sea yo quien tenga que caminar hacia el
altar.

—¿Estás con alguien?

—¿Qué? No, no, para nada, estoy disfrutando de mi soltería, después de lo


de Enrique... ya sabes, no me quiero apresurar, pero sí que me gustaría
casarme algún día —pronuncia con una tímida sonrisa en sus labios.

Ella no sabe lo que pasó en aquel búnker y sigue creyendo que Enrique la
trató mal sin razón aparente cuando la realidad fue que él quería alejarla de
él para que no acabara entre las garras de Mónica. No le he dicho nada y
tampoco planeo hacerlo pues, al igual que él, prefiero saber que se
encuentra lo suficientemente alejada de toda esta mierda.

—Serías una novia muy bonita —murmuro.

—¿Qué me estoy perdiendo? —interviene Rebecca acercándose a la italiana


—. Yo también formo parte del grupo, no me excluyáis, pequeñas zorras.

—Arabella se quiere casar —murmuro en voz baja—. Imagínatela con el


vestido de novia y con su melena pelirroja formando una cascada en su
espalda.

—Hasta yo me casaría contigo —pronuncia Rebecca ganándose un pequeño


rubor por parte de la violoncelista—. ¿Quién, en su sano juicio, no se
casaría contigo?

—No estoy buscando ninguna relación, Rebecca, y ni se te ocurra hacerme


de casamentera, no estoy interesada en nadie.

—Todo a su tiempo. —Le guiña un ojo y se vuelve a fijar en Marco—. Qué


bonitas son las bodas, ojalá asistir a más. —Me lanza una mirada alzando
ambas cejas y no tardo en fruncir el ceño—. Sí, me estoy refiriendo a ti, no
sé qué está esperando el sexy de tu novio en pedírtelo.

—No lo hará —me limito a decir.

—¿Por qué?

Antes de que sea capaz de contestar, la música empieza a sonar y, con ella,
los invitados no tardan en ponerse de pie para recibir a la novia que viene
acompañada del brazo de su padre por detrás de las damas de honor.

Todas las miradas se centran en ella mientras que sus ojos están fijos en
Marco. La sonrisa en su rostro delata la felicidad que debe estar sintiendo
por dentro y puedo apreciar la impaciencia en su caminar, pues el brazo de
su padre hace que no se adelante a él ni tampoco a la melodía de los
violines.

Pocos segundos más tarde, Bianca llega a Marco después de que su padre se
la haya entregado a él. Las sonrisas no desaparecen y, después de los
violines hayan acabado la pieza, el cura empieza a pronunciar las palabras
del discurso. Todos los ojos están fijos en cada uno de sus movimientos y
no tardo en darme cuenta de la intención del italiano de querer agarrar la
mano de su futura mujer, ella acepta encantada regalándole una fugaz
mirada.

—Creo que voy a llorar —susurra Rebecca abanicándose los ojos con las
manos—, y no quiero arruinar el maquillaje.

—Cállate y no llores —ordena Arabella a su lado en el mismo tono bajo—.


Mírales, están felices, por fin se están casando.

Suelto el aire de manera disimulada y mi mirada se pasea hasta encontrar la


de Iván. Él me la corresponde de inmediato y el comentario de Rebecca
vuelve a aparecer en mi cabeza: «No sé qué está esperando a pedírtelo». No
lo hará, no sabiendo que le dije que no estaba en mis planes casarme,
aunque tampoco estaba la idea de quedarme embarazada, pero me lo acabé
planteando semanas atrás.
• ────── ✾ ────── •

Iván

No estoy prestando atención a lo que está diciendo el cura. Sé que sigue


diciendo cosas pues todos los invitados se mantienen concentrados en él y
en la feliz pareja, pero yo no soy capaz, no teniendo a Adèle a tan solo unos
pocos metros de mí enfundada en ese vestido rojo que, además, tampoco
deja que mi mirada rompa el contacto. No sé en qué estará pensando, ni
siquiera puedo hacerme una idea, no obstante, no puedo dejar de notar la
cajita de terciopelo en el bolsillo interior de la chaqueta. Desde que mi
madre me entregó el anillo, no he dejado de llevarlo conmigo a todas partes.
No quería arriesgarme a dejarlo en casa y que la francesa, por casualidad, lo
acabara encontrando.

¿Estará pensando en la posibilidad de...? Intento aclararme la garganta sin


emitir ningún sonido, ¿por qué estaría pensando en algo que ha dicho que
no quiere hacer? Aunque... si no se lo pregunto, nunca lo sabré. Incluso
puedo oír las palabras de mi padre en mi cabeza, regañándome: «Deja de
pensar tanto y hazlo». Tal vez debería hacer eso, llevármela lejos de todos y
decirle que quiero que se convierta en mi mujer y verla caminar hacia el
altar, hacia mí.

Nunca pensé que llegaría este momento donde me encontraría pensando en


cómo pedirle a la francesa que se case conmigo.

Los aplausos hacen que vuelva a la realidad y giro levemente la cabeza para
ver que Marco y Bianca se están comiendo la boca delante de todo el
mundo y sin ningún tipo de poder. Es ella quien retrocede mínimamente
para dar cierre al primer beso de recién casados y no tardo en unirme a la
conmoción de los aquí presentes.

Las voces empiezan a hacerse presentes y la pareja, cogidos de la mano, no


tarda en avanzar hacia sus familias para que les den la enhorabuena. Yo
permanezco todavía en mi posición al sentir la emoción de su hermano a mi
lado.
—Mi hermano acaba de sentar la cabeza. Se acabó la diversión y ligar en
fiestas —murmura, triste. Me mira un segundo después—. Tú tampoco
estás disponible, ¿cómo te va con Adèle? ¿También os vais a casar?

—Nos va bien —respondo ignorando la otra pregunta.

—Estoy feliz por mi hermano, pero ¿entiendes que lo acabamos de perder?

—Búscate amigos que estén solteros. Conmigo no cuentes.

—Cuando uno tiene pareja, ¿se olvida de la diversión que supone conocer a
otras personas?

Me quedo pensando en sus palabras. Desde que conocí a Adèle, no me


interesé por ninguna otra mujer. Incluso sigo pensando que nadie podría
superar mis expectativas, no teniéndola a ella conmigo y llenándome en
todos los sentidos.

—Eso te lo responderás solito cuando encuentres a alguien y empieces a


sentir cosas.

Doy por finalizada la conversación dando un par de pasos hacia adelante


para encontrarme, precisamente, con la mujer que no deja de encenderme
con una simple mirada suya envuelta en esa tormenta que me atrapa. Sus
amigas han ido detrás de los recién casados dejándola a ella a mi total
alcance.

—Señorita Leblanc —murmuro acercándome lo suficiente para que tenga


que levantar la cabeza para mirarme.

—Señor Otálora —responde en el mismo tono—. ¿Qué le ha parecido la


ceremonia?

—Preciosa, un poco más y me hacen llorar.

—Mentira —sonríe y no tardo en imitar su gesto.

—Me conoces bien.


—Vivimos juntos —murmura en respuesta como si estuviera tratando de
convencerme de ello.

—Compartimos la misma cama —sigo su juego.

—Y la ducha.

—Tal vez podríamos llegar a compartir otra cosa —susurro, aguantándome


las ganas de pasar la mano por su espalda para atraerla un poco más a mí.

—¿Cómo qué?

—No lo sé, dímelo tú. —Me fijo en la pequeña arruga en su frente que
acaba de aparecer. Siempre la misma reacción cuando no comprende algo.
Niego con la cabeza mientras acerco mis labios a su sien para depositar un
pequeño beso—. Estoy jugando —intento aclarar—. Vamos, no creo que
Marco haya escatimado en presupuesto para montar la fiesta.

• ────── ✾ ────── •

Adèle

Tal como había dicho Iván, el italiano ha conseguido que esta fiesta sea
propia de la realeza. En el mismo terreno donde ha acontecido la
ceremonia, a tan solo unos metros, ha hecho que, tanto las mesas como la
pista de baile, queden envueltas con decoración propia de un cuento de
hadas. Flores blancas de diferentes tamaños ornamentan cada mesa, luz
amarilla proporcionando calidez a todo el espacio, la pista de baile la
conforma una gran plataforma negra ubicada en el centro manteniendo a
todas las mesas circulares alrededor. Cada detalle ha sido pensado y ha
conseguido que la celebración se vuelva digna de recordar hasta dentro de
unos años.

En nuestra mesa se encuentran mis dos amigas, Iván a mi lado y Dante a su


derecha, además de dos personas más y Daniel Duarte, el chef que conocí
en Madrid y quien ha sido invitado por Marco al saber que se trataba de un
conocido mío. Dijo que quería al mejor chef para su boda y no dudó en
contratar a uno con tres estrellas Michelin en su bolsillo.
No asistió a la ceremonia, pero desde el momento que puso un pie en la
fiesta, no tardé en darme cuenta de que no podía apartar la mirada de
Arabella. Desde ese momento, no ha dejado de perseguirla con la mirada
acercándose a ella cada vez que se le presentaba la ocasión. Incluso se las
apañó para sentarse a su lado dejando a Dante en medio de él y de Iván.

—Quiero la tarta, ¿cuándo se supone que van a cortar la tarta? —se queja
Rebecca llevándose la copa de champagne a los labios.

—Ni siquiera han tenido el primer baile como pareja —responde Arabella a
su lado.

—No puedo, quiero comer algo dulce. ¿Sabéis dónde la esconden?

—Tranquila, fiera —interviene Daniel con una sonrisa torcida clavada en el


rostro, despreocupado—. La tarta está siendo vigilada de personas como tú,
precisamente. He tardado días en hacerla.

—Cocinero y pastelero, lo tienes todo, hijo —responde ella en medio de


risas.

—Y restaurantes a su nombre —murmuro y percibo la mirada de Arabella


hacia él que no tarda en apartarla al darse cuenta de que Daniel se la
devolvía.

—Mi ego te lo agradece.

En ese instante, el presentador se planta en medio de la pista de baile


llamando la atención de los invitados.

—Señores y señoras —empieza a decir ganándose el silencio de los demás


—. Con todos ustedes, Marco y Bianca Messina abriendo el primer baile.
Un fuerte aplauso, por favor.

El ruido de las palmadas no tarda en apreciarse y, segundos más tarde, los


recién casados llegan de la mano manteniendo la misma sonrisa desde que
se dieron el «sí, quiero». La suave música no tarda en llenar el espacio y,
con ella, su primer baile. Nos quedamos un momento viendo la ternura de
sus movimientos y las demás parejas no tardan en acompañarlos.

Daniel es el primero quien se levanta y no duda en alargar una mano hacia


la violoncelista, quien lo mira tímida.

—¿Me concedes el honor? —pregunta sin importarle las miradas puestas en


ellos.

Arabella tarda un par de segundos en contestar, pero finalmente lo hace


aceptando su mano. No tardan en llegar a la pista y me puedo fijar en la
cercanía del chef envolviéndola. Dejo escapar una leve sonrisa ante la
palpable química entre ellos.

Más parejas se unen e Iván no tarda en acariciar mi muslo. Giro la cabeza


hacia él para observarle con una sonrisa en los labios mientras se levanta de
la silla.

—Genial —comenta Rebecca—, voy a morir sola.

—No digas tonterías. —Dante también se pone de pie para arrastrarla a


bailar esa melodía lenta envuelta en violines.

La otra pareja también se levanta dejándonos los últimos. Observo la palma


de su mano y no tardo en unirla a la mía para acompañar a las demás
parejas alrededor de la pista.

Al instante, siento su caricia en la parte baja de mi espalda mientras paso un


brazo por sus hombros. Contengo la respiración sin querer cuando su
mirada se vuelve a posar en la mía sin la intención de dejarme escapar. Nos
quedamos en silencio durante varios segundos para encerrarnos en nuestra
propia burbuja. No puedo evitar bajar la mirada a sus labios para volverla a
subir a sus ojos chocolates.

—Nunca dejes de mirarme así —susurra y soy capaz de sentir su aliento.


Siente la interrogación en mi mirada, por lo que sigue hablando—: No sé
cómo explicarlo, tan solo... no dejes de hacerlo. Quiero seguir
despertándome cada mañana con esa mirada. Tu mirada —recalca.
Aprieto levemente su piel cubierta por el traje negro mientras intento
calmar el latir de mi corazón. La melodía sigue sonando y, con ella, no
dejamos de movernos en pequeños movimientos. Siento la caricia de su
mano y como, cada vez, intenta que nuestros cuerpos estén lo más cerca
posible el uno del otro.

Las palabras de Rebecca vuelven a aparecer y no tardo en imaginarme


caminando hacia el altar, hacia él mientras espera paciente mi llegada con
una de sus sonrisas manchándole el labio. Desde que formalizamos la
relación, no he podido imaginarme al lado de nadie más porque Iván
seguirá siendo único para mí.

Ni siquiera me doy cuenta cuando la melodía ha finalizado hasta que vuelvo


a escuchar sus palabras.

—Vámonos de aquí —susurra—. Déjame robarte de la fiesta, aunque sea


por unos minutos.

—Te olvidas de que no es mi fiesta —respondo en el mismo tono de voz.

—Más fácil me lo pones, entonces. —Vuelto a sentir la caricia de su mano


diciéndome en silencio que acepte.

—¿Dónde quieres que vayamos? No hay muchas opciones.

—Lejos de todos —pronuncia y puedo observar algo diferente en su


mirada. Un brillo acabo de ser instalado en su iris—. ¿Qué me dices,
muñeca? ¿Tienes miedo?

Sonrío en respuesta ante el reto.

—Nunca.

Uy, UY
¿Estoy oyendo campanas de boda?

Nos vemos en el siguiente capítulo, un besazo.


Capítulo 33

EUFONÍA Y DISONANCIA
Adèle

A pesar de la lejanía, aún puedo percibir la música y el ambiente de la


celebración. Con su mano alrededor de la mía, se movió con seguridad por
la propiedad de los padres de Bianca como si conociera el terreno a la
perfección y me trajo hasta la fuente dejando la enorme ciudad a nuestros
pies. Observo una vez más el escenario que nos rodea: El atardecer a punto
de tocar el límite del horizonte para dar paso a la noche tranquila, junto al
sonido del agua, creando una tranquilidad difícil de ignorar. Me permito
cerrar los ojos durante, al menos, unos segundos, para concentrarme en el
aroma de las rosas rojas resguardadas en las enredaderas llenas de espinas.
La imagen del tatuaje que tengo en la espalda, y que Iván una vez tituló
como Una enredadera de rosas y espinas, me impacta de lleno.

Giro la cabeza hacia él para verle sentado en el banco ubicado a un metro


de la fuente. Mantiene su pie izquierdo sobre la rodilla con su brazo
extendido en la madera como si me estuviera invitando en silencio para que
me siente a su lado.

Esbozo una pequeña sonrisa haciendo caso a su petición y cruzo una pierna
encima de la otra mientras dejo que mi espalada toque la fría madera. Al
instante, siento la caricia de sus dedos sobre mi hombro desnudo mientras
dejamos que el silencio nos siga acompañando. Su mirada busca adentrarse
en la mía y no tarda en conseguirlo mientras permanecemos encerrados en
una burbuja que se acaba de levantar a nuestro alrededor.

Me fijo en el recorrido que hace por mi rostro hasta llegar a mis labios y
permanece ahí durante largos segundos, ni siquiera me doy cuenta de su
mano apoyada en mi brazo queriendo romper la distancia existente entre
nosotros.

—No muerdo —murmura instándome a que me acerque. Mi rodilla choca


con su pierna y, de inmediato, siento el impacto de su aroma mezclado con
el perfume que usualmente se suele poner—. No para provocarte dolor, al
menos —sonríe dándome a entender a lo que se está refiriendo.

Suelto el aire lentamente.


—Estamos en la boda de tu amigo.

—Sí, ¿qué pasa?

—Al aire libre —digo y se queda mirándome—. Podría acercarse alguien


en cualquier momento.

—Ya —sigue diciendo sin entender al punto al cual quiero llegar—. ¿Cuál
es el problema?

—No me digas esas cosas —advierto sin dejar de sentir su caricia por mi
piel.

—Oh —se limita a decir—. ¿Estás descartando tener sexo justo aquí?

—¿Te lo habías planteado? —Intento disfrazar la sorpresa de mi rostro.

—¿Qué parte de «me enciendes como un puto horno en menos de dos


segundos» no has entendido? —Alza las cejas—. Siempre estoy pensando
dónde y cómo follar contigo para que acabes con las piernas temblando y
gritando mi nombre del puro placer.

—Eres un pervertido.

—Tu pervertido favorito, dirás. —La risa del poeta se deja escuchar en el
momento que recibe un golpe en su hombro de mi parte—. Me ha dolido,
ahora tendrás que recompensarme, menos mal que tengo una mente
creativa.

—No vamos a tener sexo aquí.

—Nunca he dicho que lo fuéramos a tener —murmura.

—Entonces ¿por qué nos hemos escapado de la fiesta?

—Quería pasar un minuto contigo, en silencio —dice mirando al paisaje


que nos rodea durante un instante para luego volver a concentrarse en mis
ojos—. Me gusta tu compañía, Adèle, ¿es malo que quiera disfrutar de ella
durante el resto de mi vida?
«Durante el resto de mi vida». Una sola frase con tantos significados bajo
sus letras.

—¿Quieres pasar el resto de tu vida a mi lado? —me atrevo a preguntar sin


dejar de mirarle. Sus ojos no cambian de expresión, sigue mostrándose
tranquilo.

—Te encontré cuando ni siquiera estaba buscándote —empieza a decir— y


te convertiste en mi complemento sin que me diera cuenta. Te entregué mi
corazón y no pretendo pedirte que me lo devuelvas, ¿por qué no querría
compartir mi vida contigo? —pregunta en un susurro sin dejar de alternar la
mirada entre mis labios y mis ojos grises—. A no ser que... que tú no lo
quisieras.

Me quedo en silencio intentando mentalizarme del impacto de sus palabras.


Por más que lo supiera o ya lo tuviera asumido, nunca hemos hablado temas
tan abiertos el uno con el otro.

—¿Me quieres, Adèle? —pregunta en un tono tranquilo—. ¿Tengo tu


corazón en mis manos?

—Una parte de él —murmuro acercándome un poco más para pasar la


mano por su nuca, resguardándome ahí—. La que sigue rota... tiene que
permanecer conmigo para que acabe de juntar las piezas.

Las yemas de sus dedos empiezan a pasearse por mi mejilla en una


candente lentitud.

—No dudo que no consigas arreglar tu disonante corazón hasta resurgir de


las cenizas —murmura mientras abarca mi mejilla con la totalidad de su
mano.

«Disonante», repito esa palabra en mi cabeza. Todavía sigo sin creerme que
hayan pasado tantas cosas desde la primera vez que nos vimos. Tan solo ha
sido un año y pocos meses, sin embargo, pasé de ser esa eufonía, que
escuchó en medio de Plaza Cataluña, hasta convertirme en una perfecta
disonancia cuando destruí el piano en mi apartamento. Todo empezó y
acabó con ese instrumento, con mis manos en el teclado, desahogándome a
través de la melodía.

—La disonancia siempre se puede arreglar y convertirla en una dulce


eufonía —susurro—. Tan solo basta ir hacia atrás para tocar las notas
adecuadas y corregir ese sonido desagradable.

—Con el suficiente tiempo... —empieza a decir, pero no acaba la frase.

—Con el suficiente tiempo y la ayuda de tus seres queridos, además de la


voluntad de uno mismo —respondo, tomándome una pausa—. Tienes mi
corazón en tu poder, aunque este todavía se encuentre envuelto en una
profunda disonancia. No me equivoqué al entregártelo y supe, en el
momento en que lo hice, que serías el único en mi vida.

Iván se queda callado sin dejar de mirarme, aunque no tarda mucho en


decir:

—Cuando sacas tu lado tierno y romántico, me dejas realmente


impresionado.

Se me escapa una leve risa y él no tarda en acompañarme.

—Acabas de estropearlo todo.

—Yo creo que no —sigue riéndose mientras niega con la cabeza—. Incluso
podría decir que esta cita acaba de entrar en el ranking de las mejores que
hemos tenido.

—¿Estás considerando este momento como una cita? —Enarco una ceja.

—Míranos —exclama—. Vestidos en nuestras mejores galas y con la bella


ciudad a nuestros pies. Por supuesto que la estoy considerando como una de
nuestras mejores citas, por no decir la mejor.

—¿Por qué está siendo la mejor? —me atrevo a preguntar y observo el leve
movimiento de su mano hacia el interior de su chaqueta.
—Creo que la respuesta dependerá de ti —susurra y no puedo quitar la
mirada de lo que sea que está escondiendo.

Segundos más tarde, pendiente de mi reacción, observo que se levanta del


banco para arrodillarse frente a mí. No tardo en darme cuenta de la
intención detrás del gesto sintiendo que el simple hecho de respirar ha
empezado a costarme. Me pide con la mirada que extienda la palma de la
mano y, en el momento en que lo hago, siento el suave terciopelo
acariciarme la piel.

Bajo la cabeza y consigo apreciar la pequeña caja envuelta en un potente


ébano. Empiezo a sentir el corazón latirme con fuerza al darme cuenta de
que de verdad está sucediendo. Iván Otálora se encuentra arrodillado ante
mí con nuestras dos manos sosteniendo la cajita de terciopelo negro.

—He estado semanas con esta idea en mi cabeza —empieza a susurrar sin
dejar de mirarme a los ojos—. Semanas guardando esta caja en el bolsillo
de mis chaquetas. Cada vez que te miraba, me preguntaba cuándo sería el
momento idóneo para preguntártelo o qué palabras utilizar, pero... —hace
una pequeña pausa—. Iba a esperar más, no sé cuántos días, tal vez algunas
semanas más, pero ahora en la boda... No he podido dejar de imaginarme
que eras tú quien cruzaba ese pasillo para llegar hasta a mí.

—Iván... —trato de decir.

—Ahora te pediré yo a ti que no lo estropees, amor. Déjame terminar —


susurra esbozando una pequeña curvatura en sus labios—. Creo que oí la
voz de mi padre en aquel momento regañándome por aún no habértelo
pedido —sigue diciendo y observo su otra mano llegar hasta la cajita con la
intención de abrirla—. ¿Qué importa el lugar o las palabras cuando lo único
que quiero es casarme contigo y tener ese futuro que nos hemos imaginado?
—Abre la tapa dejando al descubierto un anillo de diamante negro cuyo
brillo lo conforma las pequeñas piedras a su alrededor—. Un futuro lleno de
conversaciones profundas donde sigamos tratándonos de usted, de
desayunos en la terraza, de despertar en la misma cama y compartir la
ducha cada mañana, de tener sexo en todas las posiciones y lugares
posibles, de recitarte más poemas y que tú me concedas más piezas de
piano, de reír, llorar y de permitirnos sentir. ¿Por qué no una vida donde tú
seas mi mujer, mi complemento, pero también mi amante y mi mejor
amiga? —Saca el anillo de su caja sujetándolo con dos dedos—. Señorita
Leblanc, ¿quiere usted compartir esa vida conmigo?

No puedo dejar de observar el anillo teniendo como protagonista ese


diamante negro inquebrantable, ese diamante negro que define nuestra
relación en su totalidad. Sigo observando el nerviosismo en su mirada que
parece desaparecer ante la sonrisa que le estoy dedicando.

—Un futuro lleno de paseos de medianoche, de seguir enseñándome a


cocinar, aunque fracase en el intento, de seguir jugando, volviendo la
partida interminable. Un futuro donde no dejes de pedirme que te hable en
francés, de tener alguna que otra discusión tonta para que venga esa
reconciliación que me deje con las piernas temblando —sigo diciendo al
contemplar el brillo en sus ojos—. Por supuesto que me gustaría tener ese
futuro con usted, señor Otálora, al igual que también me gustaría ser su
mujer, su complemento, su amante y su mejor amiga.

Ni siquiera me permite extender la mano cuando ya se ha levantado para


rodear mi cintura con sus brazos y levantarme dando un par de vueltas
sobre su eje.

—Has dicho que sí —repite, como si no se lo pudiera creer. Me deja en el


suelo para buscar mi mano y deslizar el anillo en mi dedo anular. No tarda
en juntar nuestras frentes después de haber colocado las manos en mis
mejillas, ahuecando mi rostro—. Mi mujer, solamente mía.

—Cuidado que no te deje sin descendencia como vuelva a escuchar esa


mierda de la posesividad.

—Siempre tan tierna, señorita Leblanc —murmura divertido dándome un


casto beso en los labios.

—Lo digo en serio, puede que tengas mi corazón en tus manos, pero yo
sigo siendo mía.

—Entendido, pero me acabas de poner cachondo, que lo sepas —suelta—.


Esta noche quiero follarte con el anillo puesto —pronuncia demasiado cerca
de mi oído y aprovecha para besarme la piel del cuello—. Solo con el anillo
—aclara.

Esas palabras envueltas con esa voz ronca suya no hacen más que
provocarme un escalofrío que me recorre entera y, al instante, noto la
conocida calidez entre mis muslos al imaginármelo en mi interior, entrando
con una lentitud abrasadora.

***

Nadie nos había echado de menos cuando volvimos a la pista de baile, ni


siquiera Dante, que lo encontramos en la mesa con un plato de croquetas de
pollo delante de él. Empezó a decirnos varias cosas mientras tomábamos
asiento a su lado, no podía dejar de mirar a Rebecca que, hasta ahora, sigue
bailando con la música en su máximo esplendor. Abandonó la mesa a los
pocos minutos, dejándonos solos y el camarero no tardó en llenarnos la
copa con champagne caro. Sí que era verdad que Marco no había
escatimado en detalles.

—Ahora puedo decir que eres mi prometida y no será mentira —murmura


Iván dejándose reclinar sobre el asiento. Me acuerdo del par de veces que lo
dijo en el hospital para que pudiera entrar a verme. No dudo en sonreír
mientras observo de nuevo el anillo—. Se lo regaló mi padre a Renata y
cuando le pedí que me lo entregara me dijo que únicamente te lo podía dar a
ti, a ninguna otra mujer —dice, sonriéndome—. Se lo diremos cuando
llegue el momento, tampoco hay prisa.

—También quiero contárselo a mis padres —murmuro—. Podríamos


programar el viaje a París, quiero enseñarte la casa donde crecí y que
también los conozcas un poco más. —Cruzo una pierna encima de la otra y
él no tarda en apoyar su mano en mi muslo—. También me gustaría hablar
con Élise, tenemos una conversación pendiente.

—Podemos irnos el fin de semana siguiente. —Le dedico una pequeña


sonrisa—. Y también podemos irnos de la fiesta en cuanto me digas, ya
tengo el coche preparado.

Aquello me hace reír.


—No sea impaciente, señor Otálora, la noche no ha hecho más que
empezar.

Durante las próximas horas la música no deja de escucharse por todo el


espacio haciendo que todos los invitados no dejen de divertirse. Marco y
Bianca acaban de convertir la noche en una inolvidable haciendo que todo
el mundo siga pasándoselo bien en medio de risas, bailes, muchísimas
fotografías y alcohol en sus manos.

Iván no se ha despegado de mí ni un solo segundo y no ha dudado en


apretarme contra su cuerpo y empezar a bailar ante el ritmo de cualquier
canción cargada de sensualidad que sonara. Espié por encima de su hombro
qué estaban haciendo los demás, mientras que Dante no dejaba de ir detrás
de Rebecca cual perrito enamorado, Arabella y Daniel no han dejado de
lanzarse miradas cada vez más largas y llenas de intensidad.

—Necesito una tarde de chicas —susurro en su oído mientras no dejamos


de movernos—. Daniel ha estado detrás de Arabella desde que puso un pie
en la fiesta y Rebecca le está haciendo ojitos a una pareja sentada en la
barra. Dante creo que tan solo está borracho y quiere divertirse un rato.

—Tus amigos son muy divertidos —murmura él haciéndome cosquillas en


el cuello—. No dudo que Rebecca no consiga hacerse con un trío después
de la boda.

—Por eso quiero la tarde de chicas, para que me cuente los detalles.

—¿Estás insinuando que quieres tener un trío? —murmura esbozando una


sonrisa torcida—. Prometidos y exclusivos uno del otro, señorita Leblanc,
le ruego que no lo olvide.

—No quiero compartirte, gran idiota —respondo—. Creo que tuvimos una
conversación similar cuando estuvimos en Mónaco.

—Y qué conversación porque acabé dándote una doble penetración. —Esos


recuerdos no hacen más que impactarme directamente en el centro de mi
cuerpo. Intento controlarme y no mover las piernas para que no se note la
calidez que me están provocando unas simples palabras—. ¿Tienes ganas
de irte y repetir la experiencia? —Puedo sentir su aliento chocando con mi
rostro pues tengo su boca a centímetros de la mía.

En ese instante, la canción finaliza y me obligo a separarme en busca de


aire. Iván tan solo se limita a reír mientras empezamos a caminar de nuevo
hacia la mesa, no obstante, el hombre en esmoquin que se ha encargado de
dirigir toda la celebración aparece una vez más anunciando que van a traer
la tarta.

—Joder, por fin —exclama Rebecca pasando por nuestro lado, sin embargo,
en cuanto nos ve, se coloca a mi derecha—. Espero que ese amigo tuyo con
dotes de chef haya hecho una tarta digna para hacerle una foto y
enmarcarla. Por cierto, ¿qué con Arabella? —Me codea el brazo mientras
levanta las cejas varias veces—. No se han comido la boca, pero ganas no
les faltan. Creo que él se lanzará primero, no tengo pruebas, pero tampoco
dudas.

—Os invito mañana a mi casa, tenemos que ponernos al día.

—Domingo de comida basura y chismes, muy buen plan —murmura


enrollando su brazo en el mío—. Espera, ¿qué casa te estás refiriendo
exactamente?

—A la nuestra —pronuncia Iván a mis espaldas haciendo que Rebecca le


mire con las cejas alzadas—. Yo no estaré, así que podéis hacer lo que
queráis, pero, intentad no destrozarme nada.

—Querido, qué poca fe nos tienes, somos unos angelitos, no te preocupes


—responde colocándose en medio de ambos mientras enrolla sus brazos
entorno a los nuestros—. Solo nos pondremos al día, además, tengo
entendido que tenéis un perrito muy bonito.

—Un perrito con dientes —murmura él en un tono divertido. Yo me limito


a observarlos.

—Soy una de las mejores amigas de tu novia, prácticamente somos


hermanas de diferente madre, cuidado con las amenazas. —Rebecca
también mantiene una amplia sonrisa en el rostro, aunque la advertencia
esté presente en su tono.

—Están trayendo la tarta.

—Le dije a Bianca que la segunda porción sería mía, me voy, no vaya a ser
que me la quiten.

La violinista empieza a caminar apresurada sin regalarnos ni una última


mirada. No puedo evitar reír ante la conversación que acaban de tener.

—Tu amiga da un poco de miedo, no te voy a engañar.

—Es un amor. Te lo pasas genial con ella.

—Permíteme dudarlo. —Siento la caricia de su mano en mi espalda para


acercarnos hacia el centro de la pista donde han colocado una mesa redonda
para admirar la tarta de seis pisos, elegante, con mucho detalle, pero sin
caer en lo extravagante—. No le has dicho que nos acabamos de prometer.

Nos detenemos a unos metros de la multitud.

—Hoy es el día de Bianca y de Marco —me limito a responder mientras


observo a la pareja hacer el primer corte y a los demás silbando y
aplaudiendo ante el acontecimiento. Aprovecho para girarme y encontrar su
mirada castaña—. Llegará el momento donde les diga que van a asistir a
otra boda y que probablemente serán las damas de honor.

—Nuestro gran día —susurra acercando su nariz a la mía en una tímida


caricia—. Yo tampoco pienso escatimar en gastos, a no ser que tú elijas algo
sencillo.

—Ni sencilla, pero tampoco quiero caer en lo excéntrico.

—Me pido organizar la noche de bodas.

—¿Me quitarás el vestido y luego...?

—No voy a desvelar mis planes, tendrás que ser paciente y esperar.
—Odio las sorpresas —murmuro con una sonrisa.

—A mí eso me importa una mierda —responde de igual manera y se queda


callado durante unos segundos para dirigir la mirada hacia su mejor amigo
y su mujer—. ¿Sigues siendo celosa con la comida?

—Y más cuando se trata de los postres.

—Entonces tendré que pedir dos platos.

—Supones bien.

***

Observo la hora en la pantalla del móvil mientras apoyo la cabeza en su


brazo. Después de la tarta nupcial, Marco amenazó a todo aquel que se le
ocurriera abandonar la fiesta que pasaría a formar parte de su lista negra. Él
quería seguir divirtiéndose mientras animaba a todo el mundo a no dejar de
bailar. Rebecca se unió a la causa e hizo que la música no parara en todo
momento. Sin duda, fue la boda del año pues dieron igual las amenazas del
italiano, nadie tenía la intención de abandonar la celebración.

Iván tampoco se atrevió a decir nada, no sabiendo que su amigo había


cambiado la fecha de su propia boda para que nosotros pudiéramos asistir.
Se limitó a bailar a mi lado, de vez en cuando se iba con Marco para hacer
el idiota y, otras tantas veces, se iba para buscarme otra porción de tarta.

El tiempo transcurrió sin que nos diéramos cuenta hasta que sentí que ya no
podía más. En cuanto le dije a Iván que ya había tenido suficiente, nos
despedimos de los recién casados y nos subimos a su Ferrari negro para
irnos a casa.

—¿Qué tan cansada estás del uno al diez? —me pregunta mientras el
ascensor sigue subiendo.

—Siete, tal vez. Lo único que sé es que quiero quitarme el vestido, los
zapatos y el maquillaje.

—Te ayudaré a quitarte el vestido.


—Siempre tan dispuesto a desnudarme —sonrío.

—Por supuesto.

Las puertas se abren dejándonos paso hacia el interior y me extraña no


escuchar los ladridos de Phénix recibiéndonos pues le pedimos a David que
lo cuidara en su casa. No queríamos dejarlo solo durante toda la noche y no
había sido opción a que viniera con nosotros.

Tengo la intención de irme hacia la habitación, pero su voz me detiene.


Cuando me doy la vuelta, observo que se encuentra cerca del piano de cola
del mismo color que la piedra que adorna mi anillo.

Me acerco a él y observo que se apoya levemente sobre el instrumento, con


cuidado de no tocar ninguna tecla. Se mantiene de pie, mirándome
fijamente. Es como si me estuviera recordando, sin pronunciar ninguna
palabra, que el gran instrumento fue el inicio de todo.  

Abre ligeramente las piernas para crearme un espacio delante de él. No


dudo en aproximarme y, al instante, siento el roce de su mano en mi espalda
para apretarme contra su pecho. Apoyo la palma de mi mano justo a la
altura de su corazón mientras que su otra mano viaja hasta mi mejilla,
besándola tan solo con las yemas de sus dedos.

—¿Qué ocurre? —logro decir, pero niega con la cabeza esbozando una sutil
sonrisa.

—Un minuto —susurra muy cerca de mis labios sin dejar de mirarme a los
ojos—. Concédeme un minuto mientras vuelvo a imaginarme ese futuro que
nos espera.

Asiento con la cabeza mientras dejo que la burbuja nos rodeé para
encerrarnos en ese futuro cada vez más próximo. El silencio nos abraza con
fuerza permitiéndome sentir su tranquilo corazón y no puedo evitar pensar
que me pertenece, que lo tengo en mis manos, que estoy enamorada de él y
que pronto se convertirá en todo lo que nunca me imaginé que sucedería.
Dejo que ese minuto nos deleite con su serenidad mientras vuelvo a repetir
las palabras en mi cabeza: «Mi mujer, mi complemento, pero también mi
amante y mi mejor amiga». Me acaba de convertir en su todo y el anillo que
reluce en mi mano no para de confirmarme lo evidente.

Nunca pensé que llegaría a este punto, nunca imaginé que dejaría que
alguien entrara. No lo busqué, pero una vez que nuestras miradas se
encontraron, a partir de ese momento, supe que ya nada sería igual. Poco a
poco, dejé que su presencia me envolviera, dejé que su aroma me
embriagara mientras iba ganándose mi corazón hasta apoderarse de él. Me
ha asegurado en varias ocasiones que yo le quemé, pero él también lo hizo
conmigo. Lo que empezó como un juego, se convirtió, lentamente, en una
relación llena de fuego, comunicación, intensidad y amor.

O sea, ya podemos morirnos de amor por tremenda propuesta. QUIERO


VUESTRAS OPINIONES

Ahora solo falta que llegue la boda y que durante el camino no muera nadie
jsjsjs

Os dejo esta ilustración de la escena que acabáis de leer ❤


Capítulo 34

UNA ROSA, YA NO NEGRA, SINO ROJA

Adèle

Siento el roce de su aliento haciéndome cosquillas en la piel mientras


mantiene sus brazos alrededor de mi cuerpo y sus piernas entrelazadas en
las mías, creando una candente prisión. Ni siquiera sé qué hora es, pero los
potentes rayos del sol colándose furiosos por los pequeños huecos de las
cortinas, me indican que posiblemente sean pasadas las doce del mediodía.

No hago el amago de alarmarme, no sabiendo que la última vez que vi el


reloj, después de que me hubiera quitado el maquillaje, estuviera en pijama
y con la cabeza de Iván escondida en el hueco de mi cuello, indicaba las
seis y media de la mañana. Caí en un sueño profundo a los pocos minutos
acompañada de su caricia perezosa en mi costado.

Su respiración tranquila apunta que él todavía no se ha despertado, por lo


que no me atrevo a moverme, al menos, no lo suficiente para perturbar su
sueño tranquilo. Alargo una mano para acercarla al rayo del sol y dejo que
el diamante intensifique su brillo debido a la luz cegadora. Ni siquiera ha
pasado un día desde que nos prometimos. Supongo que por eso me sigue
pareciendo irreal, el que todavía no me crea que, dentro de unos meses,
estaré casada con el hombre que se encuentra detrás de mí, pegado a mi
espalda y con sus brazos envolviéndome como si temiera que desapareciera
de un momento a otro.

Suelto el aire lentamente asegurando que eso no pasará, que ya no puede


haber nada que me separe de él. Que todo lo malo ha pasado, que estamos
sanando de esas consecuencias para centrarnos en ese futuro que nos
acabamos de prometer.

—Buenos días, señorita Leblanc —ronronea en mi cuello sintiendo la


caricia de sus dedos por mi abdomen—. ¿Qué tal ha dormido? —Su nariz
se mantiene clavada en mi piel sin intención de escapar de ahí y no puedo
evitar sonreír ante su reacción después de haber arqueado levemente la
espalda buscando su roce más íntimo—. Te has despertado traviesa, por lo
que veo.

—¿Me estás diciendo que no quieres jugar? —susurro sintiendo la


incipiente dureza en la parte baja de mi espalda—. Tendré que ir a aliviarme
sola, entonces.

—No digas disparates —murmura con la voz ronca apretándose contra mí.
Sonrío ante la provocación y se me escapa un leve jadeo al sentir el roce de
sus yemas muy cerca del límite de mis pantalones cortos para dormir—.
Estoy aquí, dispuesto a ofrecerte el mundo, un polvo mañanero no me
supone ningún tipo de problema si con eso consigo dejarte satisfecha.

Aprieto la sábana en un puño sin dejar de sentir la dureza de su miembro,


no obstante, algo me impide avanzar y dejarme llevar.

—No te enfades, pero... —intento decir, pero la caricia en mi centro me lo


impide. Junto un poco más las piernas mientras trato de separarme lo que
genera el desconcierto en Iván, quien detiene la caricia al instante. Me giro
rápidamente para mirarle—. Vamos a lavarnos los dientes y después
seguimos.

—Ah, era eso. —Su cara se relaja al instante—. ¿Por qué no lo has dicho
antes?
Siento una vergüenza difícil de explicar instalada en mi interior mientras
observo que se baja de la cama. Mis ojos se pasean hambrientos ante su
potente erección, escondida en su bóxer, queriendo salir. Iván se queda
mirándome con una sonrisa torcida clavada en el rostro.

—Vamos al baño a no ser que quieras que me cuele entre tus piernas
dándome igual el aliento mañanero. —Aquello me hace espabilar
poniéndome de pie al instante mientras dejo escapar una pequeña risa.

No tardamos en iniciar con la labor mientras observo su trabajado cuerpo a


través del espejo. Se mantiene detrás de mí sin dejar de mirarme y no duda
en acercarse de manera peligrosa para apretarse contra mí. Hago fuerza
sobre el borde del lavamanos. No me toca. Mantiene su mano al lado de la
mía mientras continúa con la tortuosa caricia en mis nalgas. En su mirada
no logro ver otra cosa que un deseo salvaje queriendo ser apagado cuanto
antes. Supongo que mi primera caricia bastó para que se encendiera.

Después de que él termina de lavarse los dientes y de que yo haya dejado el


cepillo en su lugar, no duda en girarme para dejar que sienta su jadeante
dureza. Mantengo las dos manos apretadas contra el borde de la mesa,
dejando el espejo por detrás de mí. Sus ojos no se separan de los míos
mientras siento la caricia de su mano subir por uno de mis muslos para
apretarme levemente la piel. Hace que levante la pierna para rodearle la
cintura.

—¿Quieres que te recite lo que me haces sentir? —susurra cerca de mis


labios mientras busca la otra pierna. No tarda en subirme después de que
me haya pedido con la mirada que me sujete por sus hombros—. ¿Lo que
una simple mirada tuya consigue?

Empieza a caminar hacia la cama sin apartar su mirada de la mía. Arqueo


sutilmente la espalda al sentir la presión de su entrepierna clavada
directamente en la mía y no tardo en morderme el labio inferior ante la
sensación que me proporciona.

Me deja en el centro de esta con mis piernas todavía en su cintura y no duda


en separarlas un poco más para acabar de encajarse del todo, aprisionando
su pecho contra el mío.
—Mi prometida —susurra implorando de nuevo el roce en mi intimidad
cubierta aún por el pijama. No dudo en acariciarle su ancha espalda, los
músculos tensos, mientras siento sus labios pasearse por mi cuello de
nuevo, convirtiéndose en su lugar favorito—. Mi mujer —murmura en mi
oído produciéndome un escalofrío que me obliga a moverme ante la
intensidad en su tono—. Una rosa negra. Mi rosa negra.

Me doy cuenta de que es el título de un nuevo poema, uno que no había


escuchado nunca y que tampoco viene en el poemario que me regaló.

—Recítamelo —pido en un murmullo mientras coloco la mano sobre una


de sus mejillas. La caricia se intensifica y, aún con las prendas intactas,
continua restregándose sin compasión. Cada vez más fuerte, más intenso,
sin permitir que llegue más allá.

—Espinas que habitan en tu disonante corazón —empieza a decir con la


voz ronca, muy cerca de mis labios. Intento concentrarme en sus versos—
de una rosa marchita que te infringe dolor. —No tiene la intensión de subir
de nivel, tan solo se limita a mover sus caderas contra las mías en
movimientos muy sutiles, aunque determinantes—. Una rosa envuelta en
diamantes apagados, hasta que se convierta en un carmín destructor. —
Vuelve a moverse robándome un gemido—. Una rosa, ya no negra, sino
roja, con sus espinas intactas buscando su paz interior.

Su mano se pasea codiciosa por mi muslo apretándose de nuevo contra mí y


soy capaz de sentir su respiración irregular mientras conduce su nariz por
mi clavícula con la intención de llegar a mis pechos.

Llevo las manos por su espalda hasta llegar al elástico de su bóxer. No


puedo más, no puedo aguantar que siga con esa caricia tentadora que no
deja de incendiarme por dentro. Trato de bajar una mano por su costado en
busca de su miembro, en busca de acabar con la agonía y que me folle
como solo él sabe hacerlo. Al instante, siento la sonrisa sobre mis labios al
darse cuenta de mis intenciones.

—Tan impaciente... —murmura mientras vuelve a mover la pelvis,


torturándome—. Te estás muriendo por dentro y yo que quería tomarme las
cosas con calma.
—Déjate de tonterías —mascullo e intento, lo que mi fuerza me permite,
quedar a horcajadas sobre él quien no duda en facilitarme la maniobra—.
Estoy mojada, ¿no lo sientes? ¿Por qué me sigues torturando? —Me
abalanzo sobre su cuello después de haberme quitado el pijama, quedando
con el pecho descubierto y con las bragas de encaje aún puestas—. No me
gusta el sexo suave, tú y yo somos fuego en todos los sentidos, compórtate
como tal.

Dejo su miembro al descubierto y no tardo en incorporarme para ubicar mi


entrada sobre él después de haber apartado las bragas hacia un lado. Iván se
mantiene quieto dejando que haga el trabajo, sin embargo, deja escapar un
jadeo cuando me deslizo lentamente, dejando que su tamaño me llene. No
tarda en erguirse colocando sus manos en mis caderas para obligarme a que
me mueva.

—Tienes el control, fóllame como te dé la puta gana —ronronea


mirándome fijamente. Tiene que levantar levemente la cabeza para hacerlo,
no obstante, no tarda en ir en busca de uno de mis pezones para plantar una
suave mordida.

Aquello me hace reaccionar haciendo que empiece a mover las caderas, en


círculos, entrando y saliendo. Sus manos abarcan toda mi espalda mientras
sus labios siguen jugando en mi piel la cual se encuentra ardiendo en deseo.
Me gusta tener el control, me gusta estar encima de él y que no deje de
acariciarme con sus manos mientras me convierto en la protagonista de la
noche buscando la tan ansiada liberación que no tarda en llegar debido a la
intensidad de la partida.

—«Una rosa, ya no negra, sino roja —susurro uno de los versos después de
juntar nuestras frentes cubiertas por una fina capa de sudor mientras
permanezco unida a él. Como el fuego que resurge de las cenizas, de negro
a rojo—. ¿Eso es lo que sientes al mirarme?

Nuestros cuerpos se mantienen unidos, sus brazos rodeándome con fuerza


mientras que los míos se encuentran por encima de sus hombros. Mantengo
la espalda levemente arqueada mientras trato de permanecer quieta pues sé
que, de moverme, volvería a encenderme en cuestión de segundos y ahora
necesito recuperar las fuerzas que él me ha arrebatado.
—Siento muchas cosas al mirarte, esta es una de ellas —responde casi en
un susurro. Su caricia no desaparece de mi piel—. Ahora estoy sintiendo
otras cosas. —Mueve sutilmente las caderas dejándome claro a lo que se
está refiriendo y tengo que morderme el labio para frenar el gemido—.
Nunca me cansaré de esto, ¿sabes? Me da igual lo cansado que esté o dónde
nos encontremos, nunca me cansaré de enterrarme en ti mientras tus manos
se pasean por mi cuerpo.

Inclino la cabeza para buscar sus labios y empezar a besarle con fervor, no
obstante, no dudo en levantar mi cuerpo para abandonar la unión haciendo
que se me escape un sonido de la garganta.

—¿Usted también se ha vuelto insaciable, señor Otálora? Pensaba que


únicamente lo era yo.

—Se equivoca, señorita Leblanc, cuando se trata de usted, uno no puede


quedarse satisfecho del todo —murmura—. Siempre querré más, más allá
de lo que estés dispuesta a ofrecerme, nunca me cansaré.

—Entonces, ¿me estás diciendo que todavía te quedan fuerzas para la


siguiente ronda? —Mis manos empiezan de nuevo con la caricia en su piel.
De su parte recibo una larga exhalación, como si se estuviera controlando
para no ir contra mí.

—Podríamos repetir una de las tantas partidas en Ibiza —propone y, al


instante, siento sus manos en mis nalgas, moldeándolas a su antojo—. Hace
tiempo que no siento esa lengua traviesa tuya alrededor de mi polla, ¿qué
me dices de un 69, muñeca?

No tardo en sonreírle mientras apoyo una mano en su pecho, instándole a


que se recueste sobre el colchón. Aunque seamos exclusivos uno del otro,
no dejo de pensar que nunca dejaremos de ser insaciables dando igual los
años que pasen.

***

No pude llegar al orgasmo y no porque Iván no hubiera querido que llegara,


de hecho, sus manos hambrientas no dejaron de venerarme mientras su
lengua experta se movía en círculos alrededor de mi intimidad. El motivo
fue la llegada de David al penthouse quien venía a dejar al dóberman pues
él tenía trabajo del que ocuparse. No solamente era el chófer o su
guardaespaldas, también era su mano derecha en algunos asuntos que no
podían ser desatendidos.

Iván dejó escapar un suspiro largo mientras me dejaba en la cama con


cuidado y se ponía sus pantalones negros intentando camuflar su abultado
problema, no obstante, había poco que se pudiera hacer a no ser que
acabáramos el trabajo.

—Te voy a recompensar —me dijo mientras se acercaba a mí para darme


un casto beso en los míos—. A lo mejor esta noche, aunque no estaría mal
que se convirtiera en mis dulces sueños antes de ir a dormir.

—Cuidado no se te vaya a quedar inservible.

—No con tus labios siendo mi curación.

Esas palabras me hicieron sentir cosas. No me dio tiempo a decir nada más
cuando abandonó la habitación y, a los pocos segundos, los ladridos de
Phénix empezaron a resonar por toda la casa robándome una sonrisa.
Minutos más tarde, ambos se tuvieron que marchar y entonces recordé las
palabras de Iván a Rebecca: «Yo no estaré, así que podéis hacer lo que
queráis, pero, intentad no destrozarme nada». Ni siquiera le había
preguntado dónde estaría porque me extrañaba que tuviera que hacer algo
durante un domingo, así que supuse que me lo diría él cuando volviera.

Con la casa vacía y con Phénix a mi cargo, llamé a Arabella y a Rebecca


para ver cuándo pensaban venir. Contestaron a los pocos minutos
diciéndome que ya estaban llegando.

El ladrido del dóberman hace que parpadee un par de veces, volviendo a la


realidad. Se encuentra a mi lado con la cabeza apoyada en mi regazo,
mirándome con ojitos tiernos y no dudo en alargar la mano para empezar a
acariciarle la cabeza.
Antes de que se fuera, le pregunté si era buena idea de que me dejara a solas
con él. Si bien al perro le resultaba familiar, no me conocía lo suficiente
para que me hiciera caso a cualquier orden que le diera. Lo quisiera admitir
o no, nunca había tratado antes y menos con uno tan grande. Iván me
aseguró que no habría problema, que Phénix estaba entrenado ni más ni
menos que por él. No dudé en rodar los ojos ante su arrogancia mientras me
explicaba que él ya me conocía, que tal vez no me haría caso en alguna
orden que me diera, pero que nunca iría contra mí ni me enseñaría los
dientes. Desde los primeros días después de que nos reencontráramos en
Madrid, le hizo entender que yo era parte de su familia.

«Familia», pienso de nuevo mientras me levanto del sofá para acercarme


hacia las puertas del ascensor. Tuve que confirmar que eran mis amigas
antes de que las dejaran pasar.

En el momento que las puertas se abren, la primera en hablar es Rebecca


con la mirada puesta directamente en el dóberman que se encuentra a mi
lado, sentado y jadeando con la lengua a fuera.

—Dios, es más grande de lo que me imaginé —murmura sin atreverse a


acercarse del todo—. Prométeme que no muerde. ¿Iván está aquí? Que no
se le ocurra ordenarle que me ataque.

—No digas tonterías —respondo invitándolas con la mirada a que nos


sentemos en el largo sofá—. No está y tampoco sé cuándo volverá. El caso
es, ¿queréis algo para beber? ¿Comer, tal vez?

—¿Qué es eso? —pregunta Arabella y me fijo en su mirada en dirección a


mi mano, justamente donde se encuentra el anillo de diamante negro—.
Ayer no lo tenías —asegura—. Dios mío, Adèle, ¿es lo que creo que es?

Rebecca nos mira confundidas y no tarda ni dos segundos en acercarse para


levantarme la mano y admirar la piedra sumergida en ébano del anillo de
compromiso.

—El sexy multimillonario te pide la mano y ¡¿nos enteramos ahora?! —No


duda en exclamar a la vez que me envuelve con sus brazos para empezar a
dar pequeños saltos. Arabella también se acerca, uniéndose—. La que dijo
que nunca se iba a casar y mírala ahora.

—Cállate —la regaño sin dejar de reír.

—Me alegro un montón por vosotros, muchísimas felicidades —susurra la


pelirroja a mi lado mientras observa el anillo con más detalle—. ¿Por qué
un diamante negro?

—Es una larga historia.

—Pues ya puedes empezar a contarnos.

Nos acabamos de acomodar en el sofá y, al instante, siento un extraño


pinchazo en el corazón al darme cuenta de que falta Laura, de que el
cuarteto no está completo.

—¿Qué sabéis de Laura?

Se instala un silencio denso alrededor de nosotras. Rebecca ha cruzado las


piernas, recostándose sobre el sofá y Arabella no ha dejado de mirar al
dóberman tumbado a mis pies. La violinista es la primera en hablar.

—Ya no hablamos, por lo menos, yo no. —Mira a la italiana—. ¿Tú sabes


algo?

—He intentado llamarla, varias veces, pero de las pocas veces que me
respondió, me decía que tenía que salir o que estaba ocupada. Así que, no,
tampoco sé gran cosa. Solamente eso, que vive en Berlín y parece que le
está yendo bien.

—No quería que las cosas hubieran acabado así y no sé si hablar con ella
arreglaría algo, la última vez... —Me quedo en silencio al recordar que, la
última vez que la llamé, tenía la memoria trastocada y esa conversación
tampoco había acabado bien. Se sintió traicionada, aparté a todo el mundo
sin razón aparente. A lo mejor, si me hubiera abierto con ellas... estaríamos
las cuatro juntas—. Quiero hablar con ella, pero no quiero hacerlo con un
móvil de por medio.
—Vete a Berlín unos días y le haces una visita. Podrá ignorar tus llamadas,
pero no si te presentas delante de su puerta —murmura Rebecca, alzando
ambas cejas—. No te preocupes por la dirección, déjamelo a mí.

Arabella se queda mirándome mientras hace una mueca, como si estuviera


considerándolo.

—No es mal plan, incluso podríamos ir las tres —propone—. Dejamos que
habléis a solas, porque necesitáis vuestro momento, y luego volvemos a
unir el cuarteto. Me sabe mal que no estemos al completo, aunque más lo
hace sabiendo que Laura está enfadada.

—Sabemos que le va bien —continúa la violinista— y que está triunfando,


pero no me gusta estar en tensión.

—Pues intentemos arreglarlo, entonces —concluyo—. No sé si le gustará


que nos presentemos en su casa por sorpresa, pero es mejor eso que nada.

Empiezo a acariciar a Phénix quien permanece tranquilo sin emitir ningún


sonido.

—Lo entenderá —interviene la pelirroja—. Me da la sensación de que ella


también quiere estar bien, pero es demasiado orgullosa porque... —Se
queda callada al darse cuenta de lo que iba a decir.

—Dilo, no te preocupes —la animo—. Soy la causante de que ahora


estemos así, no me voy a esconder y lo cierto es que me alegro de que estéis
aquí conmigo sin haberme hecho ninguna pregunta porque os pedí que no
mencionarais el tema, pero sé que os debo una explicación, por lo menos,
porqué decidí hacer esa gira de la noche a la mañana y no os dije nada.

—Adèle, de verdad que no hace falta... —intenta decir, pero niego con la
cabeza.

—Quiero hacerlo, sois mis amigas, siempre habéis estado en las buenas y
en las malas y merecéis conocer el por qué de mi actitud.
Dejo escapar el aire lentamente mientras viajo a través del tiempo
recordando el momento exacto donde inicié la gira y no les dije que me iba.
Retrocedo un poco más y empiezo a contarles a rasgos generales lo que viví
en los meses anteriores, todo lo que pasó después de encontrarme con
Rodrigo Maldonado la primera vez, cuando caí en su trampa y me metí en
la boca del lobo, las consecuencias de eso, tanto las físicas como las
psicológicas y de las cuales todavía no me he recuperado.

Arabella me mira con lágrimas en los ojos mientras que Rebecca se


mantiene con la mano en la boca, mostrándose atenta a mis palabras. Sin
dejar que el nudo en la garganta se agrande más y con la mirada fija hacia
ningún punto en particular, les cuento que Rodrigo pagó por ello, que Iván,
con la ayuda de la comandante, lograron encontrar ese club poniéndole fin,
no obstante, aquello no evitó que aparecieran más consecuencias cuando
Mónica Maldonado, la tía de Rodrigo, hizo acto de presencia para abrirme
la herida un poco más y acabar con todo lo bueno que tenía.

Me quedo en silencio durante unos segundos mientras siento el pecho


comprimido, como si me costara hacer que pasara el aire con normalidad.
Trato de calmarme, intento seguir con la historia y llego al desenlace
contándoles esos últimos capítulos cuyo dolor todavía permanece intacto. A
pesar de haber conseguido vendar la herida, todavía sigue sangrando.

Llego a la muerte de Jolie, les explico cómo me sentí cuando la tuve en mis
brazos mientras su alma abandonaba su pequeño cuerpo. No puedo evitar
las lágrimas, dejo que se deslicen por mis mejillas mientras les explico lo
que sucedió al día siguiente, cuando me desperté en mi cama y Élise, mi
cuñada, me culpó por la muerte de su familia.

Cuando yo también me culpé a mí misma, pero también lo hice con Iván,


con Renata y con Mónica, cuando ni siquiera pude mantenerme en pie al
sentir la sangre brotar de mi corazón sin poder frenarla. Cuando las heridas
en mi espalda todavía seguían en carne viva, vendadas, pero ahí se
encontraban, para que me siguieran recordando por toda la vida lo que
había vivido y lo que me habían hecho. Aunque ahora se encuentren
tapadas por el tatuaje, siempre las noto, están ahí, manchándome la piel.
—Por eso decidí irme, por eso quise apartarme de todo el mundo, os alejé a
vosotras, a mi familia y también lo hice con Iván —termino por decir casi
en un susurro mientras me froto una mejilla con la mano—. Mi corazón
roto rompió también rompió el suyo, a pesar de todo lo que hizo por mí, y
ni siquiera me importó en su momento.

—Joder, Adèle... —Rebecca se acerca hasta a mí, sentándose a mi lado para


abrazarme. Arabella hace lo mismo y es en aquel instante donde me permito
llorar, no son lágrimas silenciosas, me permito llorar haciendo que el sonido
quebradizo se impregne por toda la estancia—. Tranquila, ni se te ocurra
pedirnos perdón, es que ni se te pase por la cabeza —susurra mientras
siento su caricia en mi hombro.

—Me hubiera gustado que las cosas hubieran sido diferentes —pronuncio
al cabo de unos minutos, después de haberme tranquilizado. Arabella me
ofrece un pañuelo y se lo agradezco con la mirada—. Tal vez no debería
haberme ido, tal vez debería haberme apoyado en vosotras, en mis padres...
No haberme alejado de él.

—Sh... No puedes pretender que todo el mundo reaccione al dolor de igual


manera, tú necesitabas escapar, alejarte, y no podemos culparte por ello —
sigue diciendo—. ¿Nos dolió? Sí. No entendíamos por qué decidiste irte sin
dar ningún tipo de explicación, tal vez ahora Laura lo entienda, pero no
pienses que estamos enfadadas contigo. Viviste un infierno, joder, y todavía
sigues en pie, todavía te queda mucho camino por delante, pero quiero que
sepas que estaremos contigo en todo lo que necesites, ¿de acuerdo? —
Acerca una mano para limpiarme las lágrimas de la mejilla.

Arabella no duda en acercarse para darme un beso en la mejilla.

—Hubiéramos estado contigo entonces y lo vamos a estar ahora —


murmura Arabella.

Nos quedamos en esta posición más tiempo del que puedo contar. En
silencio, abrazadas y con caricias perezosas en mis brazos. Phénix continúa
tumbado a mis pies, como si me dijera que él tampoco se va a ir de mi lado.

—Ni siquiera tenía en mente contároslo —confieso—, pero...


—Has hecho bien —responde la castaña—, y lo has hecho cuando te has
sentido preparada. Ahora se trata de seguir adelante, no encerrarte de nuevo
y no dudes que no estaremos a tu lado.

—Gracias —me limito a contestar con una débil sonrisa—. Ahora


contadme, ¿qué tal después de la boda?

—Uy, yo he descubierto que el sexo con las mujeres es una maravilla —


dice, separándose de mí para dejar que la vea a los ojos los cuales
mantienen un brillo característico, seguramente recordando la noche de ayer
—. Pero cuando somos tres en la cama... —suelta una pequeña risa—.
Acabé con cuatro orgasmos y quedé agotada.

—¿Con la pareja esa de la barra? —pregunto, alzando una ceja.

—¿Qué pareja? —pregunta la pelirroja.

—No los conoces, bueno, yo tampoco los conocía, me senté junto a ellos y
empezamos a hablar. Una cosa llevó a la otra y... bueno, dijeron que querían
probar algo diferente en la cama. Sexo sin compromiso, tal vez repitamos
algún día.

Ambas miramos las mejillas encendidas de la italiana y no dudamos en reír.

—Tú también deberías probarlo algún día, es que ha sido maravilloso.

—Me lo voy a pensar.

—¿Qué pensar ni qué coño? Eso no se piensa, surge. —Le guiña un ojo y,
al instante, se escandaliza—. ¿Qué tal con el chef? No me digas que ahí no
hubo miradas porque las hubo.

—Bueno... bien, no sé qué queréis que os cuente.

—Todo —decimos al unísono.

—¿Y no vamos a hablar del anillo en tu mano? —contrataca ella,


mirándome fijamente.
—¡El anillo! —exclama Rebecca haciendo que Phénix se levante de
inmediato dejando escapar un ladrido—. Coño, qué susto. —Mi primera
reacción es reírme consiguiendo la rápida mirada de la violinista,
entrecerrando los ojos—. No te rías, vuestro perro da miedo, ¿no podrías
haber adoptado a un chihuahua?

—Esos dan más miedo —responde Arabella—. No nos desviemos. Adèle


Leblanc, ¿qué significa ese anillo?

—Que posiblemente seréis las damas de honor de una boda que no sé


cuándo se celebrará.

Al instante, observo la felicidad en la cara de ambas mientras no tardan en


pedirme que les cuente más detalles. Así que, lo hago, les explico cómo
Iván se arrodilló ante mí envueltos en un escenario de rosas y espinas
mientras me decía cómo se imaginaba el futuro que nos esperaba, cómo me
pidió continuar siendo su mejor amiga, además de su mujer. Que no planeó
la propuesta, surgió, que mantuvo guardado el anillo en los bolsillos de sus
chaquetas pensando cuándo preguntármelo, hasta que lo hizo con el sonido
de la fuente de fondo y con la ciudad a nuestros pies.

Ellas me miran con cara de embelesadas mientras se imaginan el escenario.

—Ya era hora, ay, Dios mío, otra boda, con lo que me gustan a mí —
comenta Rebecca.

—¿Quién más lo sabe? —pregunta la pelirroja.

—De momento, tan solo vosotras, recién nos comprometimos ayer.

—¿Has oído? —me codea la primera—. Comprometidos, pronto marido y


mujer —suelta una risita—. ¿Quién lo iba a decir?

—Tampoco es tan raro —me defiendo, sonriendo de igual manera—. Ni


siquiera tenemos una fecha, lo tenemos que pensar y empezar a organizarla.

—Díselo a Marco, ese hombre ha demostrado ser un experto organizador de


bodas.
Aquello me hace pensar.

—No dudo que Iván no se lo diga —pronuncio—. Y si a él le apetece


organizarla... yo no tengo problema. Obviamente yo también quiero
participar, pero ni siquiera sé por dónde empezar.

—El vestido, la tarta, las flores, los votos, el banquete, la música... —


enumera la pelirroja.

—Que Daniel se encargue del catering, ha demostrado ser un buen chef —


suelta Rebecca y me puedo fijar en la reacción de Arabella, no obstante, no
digo nada—. El hombre tiene sus estrellas Michelin, además de lo bueno
que está, todo un partidazo.

—¿Se lo has contado a tus padres? —Me vuelvo a fijar en la pelirroja y no


tardo en esbozar una pequeña sonrisa.

—Tenemos planeado ir a París el siguiente fin de semana. No quiero


decírselos por teléfono —respondo—. El siguiente paso será ir a Berlín.

Aquí tenéis el poema, nos vemos en el siguiente capítulo 😊 Recordad que


cada vez falta menos para el final, Disonancia tendrá la misma cantidad de
capítulos que Eufonía, aproximadamente, entre 55 o 60 con su epílogo y
algún extra.
Capítulo 35

LA NIÑA DEL VESTIDO ROJO

Iván

Observo a la bella durmiente con la cabeza apoyada en mi hombro y


empiezo a acariciarle el muslo de manera suave para tratar de despertarla
pues falta poco más de quince minutos para aterrizar en París.
Tan solo ha pasado una semana desde la boda de Marco. Una semana desde
que nos prometimos y deslicé el anillo de diamante negro por su dedo
anular el cual tan solo se lo quita cuando tiene que irse a bañar. Bajo la
mirada buscando su mano derecha y no tardo en visualizar el brillo que
desprende. No me canso de verla con el anillo. Siempre que puedo, desvío
la mirada hacia su mano mientras se encuentra distraída haciendo cualquier
cosa, sin poder esconder la sonrisa de estúpido que aparece.

Adèle ya me ha atrapado un par de veces observando esa piedra brillante


aun envuelta en la más absoluta oscuridad y no ha dudado en apoyar su
palma en mi pecho, muy cerca de mi corazón mientras me susurraba en
francés, a pocos centímetros de mis labios, que mi corazón le pertenecía.
Esa simple mención hizo que me encendiera de nuevo sin poder resistirme a
enterrarme en ella.

Desde que le pedí matrimonio, no hemos podido controlar el deseo,


tampoco era nuestra intención limitarnos, así que, nos dejamos llevar, en
cada rincón, a cada hora, a la mínima que sentía que el fuego volvía a
encenderse me metía entre sus piernas y hacía que gimiera mi nombre
mientras se dejaba llevar por el placer.

«La mejor compañera que pude haber elegido», repito en mi mente las
palabras que le dije dándome cuenta de que no hay mayor verdad que esa.

Me fijo un poco más abajo, a sus pies, y compruebo que Phénix también se
encuentra con los ojos cerrados. Últimamente lo he encontrado varias veces
cerca de Adèle, volviéndose su nuevo lugar favorito para dormir.

—Despierta —susurro con voz suave y empiezo a notar el leve movimiento


de su cuerpo—. No hagas que tenga que llevarte al hotel en brazos —
sonrío, sabiendo que ella no puede verme.

—¿No lo harías? —pregunta somnolienta y empieza a desperezarse,


estirando la espalda. No tarda en mirarme a los ojos—. Todos los príncipes
azules cargan a sus princesas —murmura mientras se le escapa un bostezo.

—El problema es que tú no eres una princesa. —Eleva las cejas, esperando
a que diga lo que en realidad es—. Eres la reina de la ironía y, como tal, no
creo que te guste que te traten como a un ser indefenso necesitado de la
ayuda de un príncipe corriente.

De su parte, recibo el susurro de una sonrisa manteniendo la unión de


nuestras miradas.

—Su labia no hace más que sorprenderme, señor Otálora. —Es lo único que
dice antes de que el capitán anuncie de que acabamos de llegar a la capital
francesa.

***

Adèle abre la puerta de la habitación con la suave pasada de la tarjeta. No


tarda en encender las luces para descubrir la gran cama en el centro con
varios espejos de cuerpo completo enfrente de ella, aquello me hace esbozar
una sutil sonrisa al imaginarme lo que podríamos hacer con esos espejos
delante. El pensamiento desaparece cuando noto a Phénix colarse entre
nosotros para investigar la habitación él primero.

—¿Siempre te hospedas en el mismo? —pregunto mientras dejo las dos


maletas pequeñas al lado del armario, no obstante, antes de dejar que la
francesa conteste, me giro hacia David que se encuentra esperando en el
pasillo con su característica postura erguida, intimidante—. Tu habitación
es la 408, la que está a dos puertas de la nuestra. Te llamaré cuando
necesitemos salir.

—No se preocupe, señor. —Ni siquiera hace falta que entre en detalle pues
conoce el protocolo que tiene que seguir cuando tengo que hacer cualquier
viaje—. ¿Que el dóberman permanezca en mi habitación?

—No —respondo—, ya te diré cuando necesite que te lo quedes.

—Sin problema. —Asiente levemente con la cabeza y avanza por el pasillo


hasta esconderse en la suya.

Cierro la puerta un segundo más tarde para girarme de nuevo hacia la


pianista. Se encuentra en la terraza con Phénix moviendo la cola a su lado
intentando observar el paisaje que se cierne delante de nosotros. La Torre
Eiffel envuelta en un interesante atardecer con los colores cálidos creando
una imagen digna de enmarcar.

—La última vez que estuve en París me hospedé en este mismo hotel en
una de las habitaciones donde de este pasillo —explica sin dejar de mirar la
estructura de hierro—. De hecho, tú y yo apenas estábamos iniciando
nuestro juego y me acuerdo de que, después del concierto que tuve, volví a
la habitación, eché las cortinas, me acosté en la cama y me toqué pensando
en ti. —Gira levemente la cabeza para mirarme. Sus manos se encuentran
apoyadas sobre la barandilla.

Me lo dijo y me acuerdo perfectamente de aquel momento donde recibí un


correo electrónico de su parte diciéndome que nuestro próximo reencuentro
sería con el atardecer de fondo. Entró en mi despacho con esa mirada suya
plagada de lujuria y tormenta y no dudó en decirme esas simples palabras
que me desconcertaron por completo: «Me he tocado pensando en usted,
señor Otálora». Minutos más tarde, ya estaba sobre mi regazo, deslizándose
lentamente hasta lograr que nuestras pieles se tocaran.

Durante aquel tiempo, tan solo se trataba de un simple juego, un juego


cargado de seducción y miradas explosivas mientras ella no hacía más que
enloquecerme.

—¿Te tocaste con estos mismos espejos delante de ti? —murmuro cerca de
su rostro.

—Sí.

—¿Sabes lo que he pensado nada más entrar en la habitación? —Enarco


una ceja y, ante su silencio, continúo diciendo—: En lo maravilloso que
sería verte a través del reflejo mientras follamos.

—Qué cosas dice —susurra con una ligera sonrisa en su rostro.

—¿No le gustaría, señorita Leblanc? ¿Disfrutar del espectáculo?

—¿Un espectáculo ofrecido por usted? —No creo habérselo dicho nunca,
pero me encanta cuando es capaz de seguirme el juego sin avergonzarse en
lo más mínimo.

—Por supuesto, por nadie más.

—Me encantaría —responde y nos quedamos en silencio durante unos


segundos, hasta que dice—: ¿Sabes lo que yo he pensado al ver este
atardecer?

—¿Qué?

—Que me gustaría casarme con este mismo atardecer de fondo, ¿a ti no te


gustaría?

Mi mente empieza a crear la imagen de Adèle caminando hacia el altar


envuelta en su vestido de color blanco deslumbrando a los demás debido a
la cálida luz que se cierne sobre ella. Una luz impregnada con los colores
del atardecer; amarillos, naranjas y rojizos, simbolizando los últimos rayos
del sol. Tal vez no sería mala idea casarnos en una playa con el horizonte
detrás de nosotros.

—Me encantaría —me limito a responder sin dejar de mirarla—. ¿Nunca


has pensado en cómo sería la boda de tus sueños?

Me dedica una sutil sonrisa y niega levemente con la cabeza.

—No es que no me lo hubiese imaginado —empieza a decir—, pero nunca


lo vi como algo que acabaría pasándome, siempre deseché la idea del
matrimonio o de empezar una relación seria. Hace años me imaginé en un
vestido blanco y con un gran velo detrás, también soñé el lugar donde me
gustaría que fuera: al aire libre, no me gustan los espacios cerrados, que
tanto la ceremonia como la fiesta se celebre en el exterior, pero nunca...
pensé que sucedería, siempre descarté la idea de tener una pareja porque
prioricé demasiado mi carrera, pensaba que una relación me apagaría y me
quedaría encerrada sin poder dedicarme al piano.

—Yo nunca dejaría que te marchitaras —murmuro.


—Lo sé. —Su mirada me lo confirma—. Es una de las razones por las que
me enamoré de ti —susurra y siento algo cálido en mi pecho—. ¿Cuántas
veces tengo que decirle que lo amo, señor Otálora? Que, si no es con usted,
no será con nadie.

—Al parecer, nunca será suficiente —respondo y acaricio su mejilla con el


dorso de mi mano. No duda en apoyar la cabeza ante el contacto.

De no haberla visto tocar en aquella plaza hace más de un año atrás, no me


hubiera importado seguir esperándola, aunque eso hubiera significado
esperar a lo desconocido. Tal vez el destino hubiera jugado a mi favor más
tarde, tal vez nos hubiéramos encontrado en otras circunstancias, pero algo
me dice que nos habríamos conocido de cualquier manera. Ni siquiera supe
que la estaba buscando, tampoco tenía idea de que se convertiría en mi
complemento después de aquella primera conversación, sin embargo, lo
hizo. Se acaba de convertir en mi prometida y pronto se volverá mi mujer
porque, si no es con ella, no será con nadie.

***

Tengo sus dedos entrelazados entorno a los míos mientras vamos paseando
por una de las calles de la capital francesa con Phénix a nuestro lado. Adèle
insistió en que diéramos un paseo romántico por las calles de la ciudad y al
día siguiente hacer la visita a sus padres, una comida, pues ya estaban
enterados de que vendríamos.

—Creo que nunca te pregunté cómo acabaste en España —dejo caer sin
acelerar el paso—. Lo asumí por tu carrera de pianista, pero nunca me lo
has contado.

—En realidad, tampoco hay mucho qué contar —responde—. Seis años
atrás, tal vez un poco más, conseguí trabajo en un crucero como pianista de
sala, ahí conocí a Dante, por cierto, era ayudante de chef. Estuve un par de
meses ahí hasta que apareció Rafael y me ofreció un contrato que no pude
rechazar. Me convertí en su pianista estrella y siempre le estaré agradecida
por haber confiado en mí. Desde entonces, no he dejado de esforzarme para
convertirme en la mejor.
—¿Crees que la ambición es mala?

—Si sabes controlar el deseo, no —responde—. La ambición sin límites es


mala cuando no te importa hacer lo que sea para cumplir con tu objetivo,
pero cuando te sabes medir, no debería por qué serlo. Cualquier persona
debería tener un propósito de vida, algo por lo que luchar, no veo mal que
se tenga ambición para lograrlo. —Hace una pausa y, al instante, siento la
caricia de su pulgar—. ¿Tú has tenido que luchar para conseguir algo?

Sus palabras hacen que retroceda en el tiempo y piense en mis primeros


años en la empresa y lo que tuve que hacer para ganarme el respeto que
tengo ahora.

—Siempre me fue difícil que separaran a mi padre de mí —explico—.


Tanto a los accionistas como a los trabajadores les costó entender que yo
podría hacer que la empresa siguiera en constante crecimiento o, incluso,
conseguir que tuviera un mayor beneficio y reputación. No me veían capaz,
aseguraban que no me tomaba las cosas en serio, que me aburriría y dejaría
que se fuera a pique. Tuve que trabajármelo mucho porque nadie entendía
que me gustaba ese mundo.

—¿Qué hizo tu padre?

Sonrío recordando la única vez que me dijo que tenía que apañármelas yo
solo, que él no interferiría porque de hacerlo, me tomarían menos en serio.

—Nada —respondo—. Era algo que tenía que ocuparme yo. Les demostré
mis capacidades y mi mente estratégica para los negocios. Cuando les callé
la boca, empezaron a verme como lo que era, no el hijo mimado del
presidente de la junta, sino como a un potencial trabajador que sabía lo que
hacía y que era el heredero de toda la fortuna Otálora. Me gané su respeto
porque me lo trabajé, hice que me vieran como a un líder que sabía lo que
hacía y, desde entonces, se ha mantenido así. Nadie se ha atrevido a
levantarme la voz, aunque saben que pueden compartirme cualquier opinión
que tengan. Siempre he sido abierto a escuchar las sugerencias.

—¿Nunca pasó nada grave? —se interesa.


—Tal vez con Ester y Olivia —digo, recordando que a ambas las despedí
por asuntos personales—. Admito que no debí haberlas despedido, pero me
tocaron mucho los cojones.

Seguimos caminando por la calle empedrada mientras Adèle mantiene a


Phénix sujeto por la correa. La Torre Eiffel se sigue apreciando desde
nuestra posición con las últimas luces del día recreando su silueta.

—Sí que estuviste mal, más que nada porque los motivos eran fuera del
trabajo, pero tampoco me voy a meter, al fin y al cabo, es tu familia y tu
empresa —contesta—. ¿Qué se sabe de Ester?

Estoy haciendo justamente lo que mi madre me pidió que hiciera: quedarme


al margen, dejar que ella se encargue para mantener controlado el problema.
Lo último que supe de Ester fue que la trasladaron a un centro psiquiátrico
penitenciario situado fuera de Barcelona. Ni siquiera me dijo qué parte de
España la habían mandado, sin embargo, ni siquiera me interesó saberlo.
Álvaro también se encontraba encerrado pues su error fue salir a buscar a
una Ester descontrolada mientras se encontraba totalmente ebrio.

No quería pensar que todo aquel circo podría formar parte de un plan. No
quería pensar que Álvaro se había dejado atrapar para poder entrar en las
instalaciones de las Fuerzas Aéreas y estar más cerca de Mónica. No quería
pensar nada de eso, por lo que, la única vez que le compartí esa
preocupación a Renata, hace casi una semana atrás, me dijo que ya había
previsto ese factor y me repitió que no tenía que preocuparme por nada.

La creí, de hecho, sigo confiando en ella ciegamente. No me gustaría que


esta paz momentánea tan solo significara una alusión de una broma cruel.

Quisiera tener un respiro, uno que durara lo suficiente para poder planificar
mi boda y llevarla a cabo. Uno donde Adèle consiguiera cerrar las heridas
todavía abiertas de su interior y dejar de aferrarse a lo que vivió, que
avance, permitiéndole a su corazón sanar.

Un poco de paz, tampoco creo estar pidiendo mucho.


—¿Puedo serte sincero? —pregunto aun sabiendo la respuesta. Ella tan solo
se limita a girar la cabeza hacia mí, diciéndome en silencio que hable—.
Ester está encerrada y está siendo vigilada las veinticuatro horas del día.
Ante los demás, sigue siendo mi prima y posiblemente me esté
comportando como un insensible de mierda, pero no quiero saber nada de
ella, no me importa lo que le pase, no sabiendo que ya no puede hacerte
daño —digo cruzando miradas fugaces con la francesa—, sin embargo, sé
que me pediste que te mantuviera informada, así que podemos hablar con
mi madre y preguntárselo directamente.

—¿Nada? —pregunta, refiriéndose a Ester. Dejo escapar el aire por la nariz.

—Sé que no ha actuado con su mente lúcida, reconozco que tiene un


problema, la están tratando, han reforzado su vigilancia y sus cuidados,
pero... ahora mismo... no quiero saber nada ni de ella ni de los Maldonado
—respondo—. Quiero concentrarme en ti, en nuestro compromiso, en mi
trabajo... Quiero concentrarme en nuestra vida, en nuestro día a día. Estoy
harto de no tener ni un puto respiro.

Le doy un apretón en la mano sin darme cuenta y me detengo en medio de


la vía con el anochecer próximo a tocar el horizonte. Las farolas de las
calles junto con la luz de los restaurantes no tardan en cobrar vida.

—Han pasado muchas cosas en muy poco tiempo —murmura,


entendiéndolo.

No han pasado ni tres meses desde que nos volvimos a ver en Madrid, en
aquella fiesta de máscaras. Tres meses en los cuales no me daba tiempo a
afrontar algo cuando ya estaba metido en otra mierda. A veces pienso que
me gustaría que todos los problemas desaparecieran o que nunca hubieran
existido. ¿Adèle y yo estaríamos juntos si no hubiera pasado nada en todo
este año? Me hago esa misma pregunta antes de cerrar los ojos sin obtener
respuesta alguna.

«Como la última ficha del dominó». Las palabras de Adèle aparecen de


repente, adentrándome en el recuerdo de meses atrás. La vida se permite
avanzar gracias al efecto dominó teniendo en cuenta que toda causa tiene su
consecuencia. Tal vez hemos llegado a este punto debido a todo lo que
pasó, no obstante, ¿qué justifica el sufrimiento de Adèle, sus cicatrices?
¿Qué justica la muerte de su sobrina y de su hermano?

Nada.

La vida a veces puede ser una completa hija de puta.

—Sí —susurro y volvemos a emprender la marcha. Pasos lentos, sin prisa,


mientras disfrutamos del ambiente de la noche—. Por eso no quiero saber
nada de nadie porque quiero que dejen de pasar cosas.

—Deberíamos pensar una fecha para la boda.

Dejo escapar una tímida sonrisa.

—Por mí, nos casamos mañana, pero entiendo que quieras hacer las cosas
bien —respondo—. ¿Qué tienes en mente?

—Por supuesto que quiero hacer las cosas bien. ¿Ya se lo has dicho a
Marco? Necesitaremos su ayuda.

A él se lo conté a la mañana siguiente, cuando dejé que Adèle se pusiera al


día con sus amigas. La reacción que tuvo cuando se lo dije no la voy a
olvidar nunca. Se abalanzó sobre mí para darme un abrazo y no dudó en
abrir una de sus mejores botellas, «esto hay que celebrarlo como Dios
manda», dijo. Le pregunté si estaría dispuesto a echarnos una mano y
Marco, lo único que hizo, fue mostrarse ofendido por siquiera preguntárselo
ya que él lo daba por hecho.

Mi madre se enteró después, de hecho, me llamó para confirmarlo y, de


igual manera, también se mostró ofendida ya que lo supo por las noticias.
Aun sin haber aparecido en las redes ni haber confirmado nada, ya estaban
circulando varios rumores sobre nuestro compromiso. «La boda del año»,
aseguraron. Todavía no he hablado de ello con Adèle, sin embargo, supongo
que, tarde o temprano, tendremos que salir a decir algo.

Aún recuerdo cuando les dijo a los medios que yo era su pareja. Ese
término proveniente de sus labios no deja de ponerme cachondo y lo cierto
es que me encanta cuando marca territorio, cuando le hace saber el mundo
que soy suyo. Su prometido.

A partir de ese momento, dejaron de relacionarme con los clubes y mi vida


anterior y empezaron a concentrarse en mi trabajo y en la relación que tenía
con la francesa. Recuerdo que ese fue el objetivo cuando hice que Verónica
fuera mi prometida, engañando a los medios.

—Nos ayudará encantado —respondo, volviendo a la realidad y me doy


cuenta de que nos vamos acercando al hotel.

—Septiembre —propone e ignoro el pensamiento de que todavía falta


bastante para llegar ahí pues tan solo nos encontramos a mediados de junio.
Eso me hace caer en el detalle de que no falta mucho para el cumpleaños de
Adèle—. No sé qué día, pero la idea de casarnos en septiembre me gusta,
no se me va de la cabeza.

—Septiembre, entonces. —Sonrío y no tardo en desbloquear el móvil para


consultar el calendario—. Sábado, 18 de septiembre —digo un par de
segundos más tarde—. Nuestro día.

La francesa vuelve a admirar el anillo de compromiso y no tarda en


dedicarme una sonrisa, mostrándome los dientes.

—Estás a tiempo de arrepentirte —murmura divertida y apoya su cabeza


sobre mi hombro, apenas un instante, pero su simple toque me provoca
sensaciones que no sería capaz de explicar. No tardo en reírme, reírme de
verdad.

—Estuve semanas planteándome cuándo y cómo darte el anillo, ¿crees que


me voy a arrepentir de casarme contigo?

—Tendrás que decirle adiós a tu vida de soltero.

—Dejé de estarlo a partir del momento en el que te conocí.

—Eso ha sido muy tierno de tu parte —reconoce.

—Para que veas lo que me provocas.


—¿Quieres saber lo que me provocas tú a mí? —deja caer y, al instante,
noto la doble intención en su tono de voz.

—Cuénteme, señorita Leblanc, soy todo oídos.

Adèle tan solo se limita a esbozar una sonrisa torcida, sutil, dejando
entrever el siguiente paso. No tardamos en llegar a las puertas del hotel. No
dice nada más y con su mano alrededor de la mía, me guía hasta los
ascensores para dirigirnos a nuestra habitación, no sin antes haber dejado a
Phénix en la de David.

Supongo que no querrá tener ninguna distracción y, sin poder evitarlo, me


inquieto con la sola idea de Adèle iniciando una nueva partida delante de
esos espejos.

***

Mantengo a Phénix pegado a mí mientras la madre de Adèle nos abre la


puerta esbozando una amplia sonrisa. La francesa no tarda en ir a abrazarla
y, en el momento que posa su mirada en mí, de inmediato se fija en el
dóberman de pelaje oscuro cuyos ojos se muestran curiosos y desconfiados
hacia ese rostro nuevo. Le dije que podíamos dejarlo con David, pero ella
insistió que nos acompañara, que a su padre le gustaban demasiado los
perros y que no tardaría en ganarse a Phénix con una rapidez asombrosa.

No pude dejar de pensar que yo conocía a mi perro y que a este no es que se


le diera particularmente bien conocer gente nueva, no obstante, no haría
ningún sonido mientras yo me mantuviera cerca de él para hacerle bien que
no pasaba nada.

—Adèle, mon amour! —exclama en un perfecto francés después de haberse


asegurado de que mantengo al perro sujeto por la correa—. La table est
servie. Entrez, entrez. —Esbozo una pequeña sonrisa ante ese tono familiar,
pues el de Adèle es muy parecido. Después de dejar pasar a la francesa
hacia el interior, no duda en abrazarme permitiéndose apoyar la cabeza
sobre mi pecho durante un instante ya que es más baja que mi prometida—.
Qué alto estás. ¿Cómo va todo? ¿Bien? —pregunta con su acento marcado.
Sigo desconociendo la razón por la que ambos padres sepan español y me
hago una nota mental para preguntárselo directamente a la francesa más
tarde.

Léonore da un paso hacia atrás indicándonos con la mirada que pasemos al


comedor donde se encuentra su padre, Vincent.

—Estamos bien, ya sabe, mucho trabajo, pero tampoco me puedo quejar —


respondo.

—Cuánta formalidad, querido, llámame Léonore —habla ella acercándose a


su marido quien no duda en darle un abrazo a su hija—. Aún recuerdo la
primera vez que te vimos, cuando Adèle estaba siendo atendida por los
doctores, y te negaste en rotundo a abandonar el hospital.

Después del evento de la princesa, cuando se inyectó esa mierda en la mano


para poder tocar el piano.

—Ha pasado mucho tiempo, sí. —Ni siquiera me da tiempo a decir nada
más cuando observo a su padre viniendo hacia mí para darme un apretón de
manos. No dudo en corresponderle el gesto.

—¿Cómo estás, muchacho? Mucho tiempo sin verte —sonríe mientras baja
los ojos hacia Phénix—. Uy, ¿a quién tenemos por aquí? —Se agacha para
verlo, no obstante, no intenta tocarlo. Observo la situación dándome cuenta
de que posiblemente sepa tratar con ellos.

—Ya te lo dije —interviene Adèle—. Le gustan los perros.

—Sentaos —canturrea su madre—. La comida ya está lista, tan solo tengo


que sacarla del horno.

—Voy contigo.

Antes de que Adèle se marche del comedor, siendo su caricia en mi hombro


y a su padre no se le pasa desapercibido el gesto. Se vuelve a poner de pie,
mirándome, y ni siquiera sé por qué estoy sintiendo este momentáneo
nerviosismo. ¿Qué pasaría si no quisieran aceptarme como su yerno?
—Está muy bien entrenado, de lo contrario, ya me hubiera saltado encima
—se ríe—. ¿Lo tienes desde cachorro?

—Sí. Lo adopté hace nueve meses casi.

—Una de las mejores razas que pueden existir, estos perros son muy leales,
a pesar de tener su carácter. Oye, ¿por qué estás tan tenso? —pregunta, de
repente—. ¿Quieres pedirle la mano a mi hija y no sabes cómo hacerlo? —
bromea, pero al ver que no me estoy riendo, cambia la cara a una más seria,
inexpresiva—. ¿Se lo has pedido? ¿A ti nadie te ha enseñado modales?
Deberías haber venido hasta aquí para preguntármelo a mí. Ni pienses que...

—Papá —interrumpe Adèle dirigiéndose hacia la mesa para depositar la


fuente en el centro de esta—. No lo asustes.

—No estoy asustado —me defiendo.

—¿Lo ves? Nada de lo que preocuparse, ma petite. —Pasa su brazo por


encima de mis hombros—. Era broma, me gusta bromear con la gente, pero,
ahora dime, ¿se lo has pedido de verdad? Las noticias están con muchos
rumores, la pianista internacional con el magnate de la industria militar. Por
lo menos, me gustaría saber si mi niña se va a casar o no.

—¡Vincent! —exclama su mujer entrando con otro recipiente—. Ve a la


cocina y trae lo demás.

El hombre deja escapar un largo suspiro.

—Oui, mon amour —responde—. Por cierto, ¿cómo se llama el perro? —


pregunta alejándose, aunque no tarda en irrumpir de nuevo en el comedor.

—Phénix.

—Me gusta, un nombre de pájaro para un perro. Es original. —No puede


evitar reírse y tanto Léonore como su hija se les unen, incluso yo también
dejo escapar un leve sonido.

—Tiene un trasfondo detrás —murmuro sin querer entrar mucho en detalle.


Léonore indica que ya nos podemos sentar en la mesa y no tardamos en
rodearla dejando que Vincent se siente en la cabeza de esta mientras que
Adèle permanece a mi lado derecho. Ordeno a Phénix que se mantenga
quieto a unos metros alejados de la mesa, sentado.

—Mmm... ¿Phénix qué come?

—Nada de la mesa —respondo, negando con la cabeza—. No te preocupes,


ya ha comido, además de que sigue una alimentación especial.

Léonore se acaba sentando después de haber asentido con la cabeza y, en


ese preciso instante, cuando logro ver lo que hay detrás de ella, me fijo en la
fotografía enmarcada en la pared: Una niña con su melena castaña en un
dulce recogido llevando un vestido rojo.

«La niña del vestido rojo». Como aquella que vi muchísimos años atrás,
cuando tan solo era un niño de nueve años justamente... en París. Me giro
hacia Adèle abriendo levemente los ojos, desconcertado. La niña tocó el
piano, lo tocó en aquel recital de Navidad y no pude apartar la mirada de
ella desde que puso un pie en el escenario. Aquel recuerdo quedó clavado
en mi memoria y nunca volví a saber de ella, hasta hoy.

—¿Qué pasa? —pregunta.

—¿Eres tú? En ese cuadro, ¿tú eres esa niña?

El contexto de "la niña del vestido rojo" se encuentra en el Extra de


Navidad publicado en este mismo libro :)

Por otro lado...

YA TENEMOS FECHA DE BODA. 

Ahora a esperar a que lleguen jeje


Nos vemos en el siguiente que os adelanto que la narración será en 3ª
persona, veremos los pensamientos tanto de Adèle, de Iván y algún
personaje más. 

Un beso.
Capítulo 36

MÁSCARA DE FUEGO

Narración omnisciente
Se puede apreciar el desconcierto en el rostro de la pianista después de que
su prometido le hubiera hecho esa pregunta respecto a esa imagen
enmarcada. Lo poco que recuerda, es a ella dirigiéndose hacia ese piano en
mitad del escenario para interpretar una de las piezas que habían elegido sus
profesores para el recital de Navidad. Incluso sus padres, en la mesa
presentes, se han quedado callados para dejar que su hija responda. Habían
colgado esa fotografía para preservar ese día pues su pequeña pianista, con
tal solo cinco años, había hecho magia arriba de aquel escenario.
Decidieron inmortalizar el momento con una imagen de ella al lado del
instrumento y con su vestido de color rojo. Se podía apreciar su sonrisa con
esos dientes pequeñitos y el brillo en sus ojos.

—Sí —responde ella aún con la confusión en su mirada—. Fue para un


recital de Navidad, me acuerdo de muy poco, en realidad, no sé si tenía
cuatro o cinco años.

—Fue en 1997 —interviene la madre mientras apoya el codo sobre la mesa


y, a su vez, la barbilla en la palma de su mano—. Tenías cinco años y, antes
de salir al escenario, me pediste un helado de chocolate —recuerda,
sonriendo.

—Posiblemente ahí empezó tu obsesión por el dulce —comenta su padre


mirando la comida en la mesa—. Vamos, servíos, que se enfriará.

—¿Qué ocurre? —pregunta Adèle ante el momentáneo silencio de su pareja


pues se ha quedado mirando aquella imagen durante largos segundos.
Todavía sigue sorprendido mientras se da cuenta de que presenció a aquella
niña sin saber que, años más tarde, la encontraría en una plaza en la bella
Barcelona tocando el mismo instrumento.

—Estuve ahí —responde, reclinándose sobre el asiento—, te vi tocar, yo


tenía nueve años y me acuerdo de que alcé la vista cuando vi una mancha
roja aparecer, entonces, me concentré en esa niña, en ti, y admiré tu
interpretación en el piano.

«¿Sabías que el rojo es mi color favorito?». Esas palabras se cuelan de


repente en la mente de Adèle, preguntándose si, el motivo detrás de aquello
hubiera nacido debido al rojo de su vestido durante esa noche de invierno.
No puede evitar sorprenderse ante las palabras dichas por Iván y en lo
astuto que ha sido el destino para juntarlos de nuevo. Tampoco se detiene a
pensar si ha sido la suerte quien ha interferido para que se encontraran años
más tarde, volviéndolos pareja.

—Qué bonita casualidad, ¿no te parece, querido? —murmura Léonore


mientras se sirve un poco de puré de patata en el plato—. Esto no hace más
que reafirmar mi teoría de que las jugadas del destino son impredecibles.

El magnate no deja de mirar a su prometida y esta no ha dudado en esbozar


una pequeña sonrisa, negando levemente con la cabeza, sin podérselo creer
del todo.

—¿Fuiste con tus padres? —pregunta Vincent aprovechando para tomar un


pequeño sorbo de su copa.

—Sí —responde él—. Recuerdo que no quería ir, pensaba que me aburriría,
prefería quedarme en el hotel, pero mis padres no me dejaron. Me llevé un
cubo de rubik para entretenerme, no dejé de girarlo durante todo el
concierto hasta que... —sonríe de nuevo sintiendo de pronto la calidez en
sus mejillas. Nunca se había sentido tan cohibido, tal vez porque las
miradas de sus padres siguen sobre él, atentos—. Después no supe nada,
nos fuimos del auditorio y yo seguí en mi mundo. Pasaron los años y no
volví a pensar en esa noche —explica volviendo a admirar el cuadro
mientras no deja de sentir la explosión de sensaciones en su interior.

Todavía no se podía creer que realmente vio a Adèle aquel veinticuatro de


diciembre, tan pequeñita y con su cabello teñido de miel envuelto en suaves
tirabuzones. No puede evitar morderse la mejilla interior mientras se
recuesta sobre la silla, cruzando los brazos sobre su pecho. ¿Quién lo iba a
decir? Veinticuatro años después y aquella niña es ahora su prometida.

—Qué bonito —murmura de nuevo Léonore sin dejar de observar el rostro


enamorado de su hija. Puede apreciar la mejoría que ha experimentado.
Tiene conocimiento sobre sus sesiones con el psicólogo y que, día a día,
intenta encontrar la manera de poder pasar aquella página de su vida que la
marcó para siempre, por lo menos, llegar a cerrar el capítulo sin lágrimas en
los ojos.
Deja escapar el aire sin querer mientras la sutil sonrisa se mantiene en la
comisura de su boca. De repente, nota la caricia en su hombro proveniente
de su marido y no tarda en girar la cabeza hacia él pensando,
probablemente, en lo mismo que ella. Que están viendo a una Adèle feliz,
enamorada de un hombre que la quiere con la misma intensidad, planeando
un futuro juntos. Vincent, sobre todo, se alegra de que el piano, su carrera
como pianista, la haya mantenido serena en la medida de lo posible, que el
instrumento haya significado su salvación. Saben que esa conversación
llegará, que su hija les preguntará respecto a Élise, que también les
preguntará cómo están ellos, que la casa se siente demasiado vacía sin la
alegría que provenía de su nieta y de las ocurrencias de su hijo, Marcel.

Por el momento, van a disfrutar de la comida hasta que esa conversación


vuelva a llenar el aire y esperarán que nadie se derrumbe.

—Hablando de fechas —suelta Léonore, cambiando de tema—, ¿algo que


decirnos? —Alza ambas cejas esperando los detalles de la boda.

Vio, junto a su marido, algunos rumores por las redes sociales y no se


sorprendió al ver semejante noticia, de hecho, se preguntaba cuándo darían
el paso.

—¿Fechas? —murmura la pianista haciéndose la que no sabe.

—De vuestra boda.

La mesa estalla en risas suaves mientras Adèle clava su mirada hacia sus
padres, sintiendo la responsabilidad de ser ella quien dé la gran noticia.

—Se supone que iba a ser algo así como una sorpresa. Ni siquiera sé por
qué han empezado los rumores cuando nosotros no hemos dicho nada. —La
pianista se gira hacia su prometido, clavando su mirada grisácea en la suya
mientras arquea las cejas esperando alguna posible explicación.

—Se lo dije a Marco —responde como si eso significara la respuesta a


todas las interrogantes—. Posiblemente se le haya escapado en la empresa,
quién sabe.
—¿Qué se hace en estos casos? —pregunta su madre algo perdida. Todavía
le abruma saber que su hija se ha convertido en un referente en la música
clásica, que ya tenga composiciones propias que sirven de inspiración para
los demás.

—Para callar los rumores basta con salir a hablar —responde el empresario
—. Una imagen en las redes sociales confirmándolo debería ser suficiente,
no pienso grabar ningún vídeo —advierte esto último mirando a su mujer.

«Su mujer». La expresión todavía le parece extraña, aunque llena de


calidez. Una familia, Adèle ya era parte de su familia, una que estaba
creando junto a ella.

—Tampoco te lo iba a pedir, dramático.

—¿Y bien? ¿Cuándo es la boda? —Se impacienta Vincent—. Tengo que


ensayar para cuando vaya a entregarte en el altar, no vaya a ser que tropiece
con tu vestido. ¿Ya te lo has comprado?

—Todavía no —contesta después de haberse llevado a la boca un poco de


comida—. El vestido es lo que menos me preocupa, no quiero llevar nada
extravagante. —A la pianista le suelen gustar las prendas delicadas, clásicas
y marcando el estilo que suele llevar ella, por lo que, el vestido de novia no
iba a ser muy diferente a eso. No se reconocería en el espejo si llevara una
cola kilométrica detrás con la falda llena de vuelo debido a las toneladas de
tela encima. Tiene en mente algo más sencillo, sutil, seguramente brillante,
algo que remarque su figura, pero que tampoco le apriete demasiado—. En
cuanto a la fecha... será en septiembre, el 18, de hecho, es algo que
acabamos de decidir —sonríe.

La sorpresa en el rostro de Léonore no tarda en aparecer mientras se levanta


para ir a abrazarla. A él también, por supuesto, desde el primer instante que
lo vio, ahí sentado en la sala de espera del hospital sin querer dejarla sola...
vio el amor en sus ojos, la preocupación. Lo supo en aquel momento y se lo
confirmó más tarde cuando movió cielo y tierra con tal de encontrarla.

Su padre también se levanta, de hecho, ellos dos también, mientras reciben


las múltiples felicitaciones. Phénix no tarda en acercarse a su dueño sin
entender con exactitud qué está pasando, pero al no ver ningún indicio de
amenaza, sigue en una postura relajada, volviéndose a sentar.

Las felicitaciones cesan, no obstante, las preguntas continúan, sobre todo


por parte de Léonore, quien se muestra emocionada por conocer hasta el
más mínimo detalle.

***

La comandante Abellán mantiene la espalda totalmente apoyada sobre su


sillón negro de cuero mientras alza la mirada hacia arriba esperando a que
Mónica Maldonado responda a su último golpe. Sabe que no debió pedirle a
la pianista que mantuviera aquella conversación con ella, que la enfrentara
cara a cara después de todo lo que le hizo, pero no tuvo más opción, pues
Mónica mantenía su máscara de frialdad intacta, sin opción a que nada o
nadie se la quitase. Ni siquiera ella misma.

Quería quitársela, arrancársela sin contar hasta tres para poder llevarla al
límite de una vez. Quería que confesara todo cuanto sabía, todo lo que su
memoria se había empeñado a guardar bajo llave. Una llave cuyo candado
era impenetrable.

Cuando Adèle pronunció esas palabras, cuando dijo que quería verse con
Mónica para decirle todo lo que le había quitado, pensó que era una idea
espantosa, que no tenía sentido alguno pues aquello tan solo lograría que
Mónica se divirtiera con ese sufrimiento. Un sufrimiento que ella misma le
había ocasionado. Iba a responder en aquel preciso instante, que no se lo
aconsejaba, no obstante, algo se encendió dentro de ella. Podía hacer que
Adèle le dijera lo que necesitaba para producir una mínima grieta en
Mónica, aunque para ello tuviera que conseguir que la conversación
alcanzara cierto nivel de tensión. A partir de ahí, sería todo más fácil,
torturarla mentalmente hasta dejarla en la más absoluta oscuridad. La
misma que habita en su interior, aunque esta oscuridad sea mucho más
profunda.

Le indicó a la novia de su hijo cómo tenía que encaminar esa conversación,


después de que ella hubiera aceptado, pues de no haberlo hecho, no le
habría vuelto a insistir nunca más. Sabía que estaba metiendo la mano en el
fuego al utilizarla de esta manera, sobre todo, a escondidas de Iván, no
obstante, esa conversación tenía que ser lo más real posible, por lo que el
rostro de su hijo debía mostrar una real preocupación. Como un animal
salvaje cuidando de su hembra, cerca, a una distancia prudencial, pero con
las garras a la vista por si tuviera que atacar. Eso mostró Iván al otro lado de
la puerta, después de que Adèle hubiera querido estar a solas con Mónica, la
amenaza y la inquietud se podía reflejar claramente en su rostro.

Una vez que la pianista pronunció aquellas palabras, que fue Rodrigo quien
mató a su marido, observó que algo se rompía en el rostro de la mujer que
le había quitado tanto en el pasado, una grieta minúscula dentro de ella al
darse cuenta de que el culpable de su muerte fue alguien de su propia
familia, no de Renata, como creyó durante todos estos años.

«Años». Una palabra que esconde la vida misma, que puede atesorar los
momentos más bellos, así como los más trágicos. Ha pasado mucho tiempo
desde que la comandante juró que la atraparía, sobre todo cuando modificó
aquel informe para que el mundo creyera que Mónica había muerto pues
quería encargarse personalmente de ella. Quería atraparla para encerrarla en
el pozo más oscuro para que pasara ahí el resto de su existencia. Hizo que
esa habitación, cuyas paredes de hormigón camuflaban cualquier tipo de
sonido, se convirtiera en una suite presidencial destinada a la mayor
criminal jamás conocida, quien arrebataba cualquier rastro de felicidad y
pureza por donde pasara.

La comandante cierra los ojos de nuevo intentando que esas imágenes


desaparezcan de su mente o, por lo menos, dejar de pensar en todo lo que
pasó hace más de treinta años, cuando apareció por primera vez en su vida
con la apariencia de un ángel caído del cielo, aunque por dentro encubara la
maldad absoluta. Nunca se podrá perdonar no haberse dado cuenta antes, no
haberse fijado en los detalles, no haber dudado más.

Se lleva una mano en la frente para masajearse levemente la sien. Hace dos
días tuvo una conversación con Mónica donde intentó despojarla de la poca
cordura que le queda. Sus palabras se convirtieron en cuchillos afilados que
fueron directamente a su corazón. No deseaba que las heridas que ella
misma le había provocado se curaran, tampoco que se cicatrizaran. Quería
que la sangre continuara deslizándose por su cuerpo para poder seguir
regodeándose con su sufrimiento.

«Venganza». Una cruda y real venganza. Por todo lo que hizo, todo lo que
le quitó, por las muertes que provocó. Renata Abellán, la actual comandante
de las Fuerzas Aéreas Españolas, se encontraba esbozando una pequeña
sonrisa torcida que sabía a una victoria amarga. Se prometió que la
encerraría y la haría sufrir y, después de tanto tiempo, está finalmente
degustando esa oscuridad que dejó que creciera en su interior. La oscuridad,
por fin libre, que está jugando alrededor de Mónica Maldonado, apretándola
para acabar de asfixiarla por completo.

Niveles más abajo, en esa suite presidencial, encerrada en esa prisión hecha
de cristal, la muerte se encuentra bailando delante de los ojos de Mónica
tentándola a aceptar su mano y, de esta manera, acabar con la tortura. ¿De
qué sirve seguir respirando esta monotonía mezclada con el dolor? Lo que
está haciendo es elevarle el ego a Renata sabiendo que se encuentra a su
merced. Tan solo queda ella, no hay nadie más. Su marido murió trece años
atrás, Rodrigo pronto cumplirá el año, Álvaro ha fracasado en su misión de
sacarla de este infierno. No hay nadie más a quien poder recurrir.

Al otro lado de esa puerta inquebrantable, la espera solamente Renata con


un enfrentamiento cara a cara para ver quien de las dos quedará en pie. Una
guerra del bien y el mal, una última batalla entre dos titanes cuyo resultado
ya está escrito. No puede vencer contra ella, haga lo que haga, está
demasiado cansada para pelear, su cuerpo no podrá resistirlo. Y lo está
notando, ese lugar, encerrada entre esas cuatro paredes, cuya privación de
luz se hace cada vez más constante, está acabando lentamente con Mónica,
esa mujer que, al parecer, lo tenía todo. Ha perdido, desde que los soldados
de la comandante la encontraron meses atrás, desde que la encerraron bajo
tierra, asumió su perdición.

¿Se arrepiente? ¿Lamenta todo lo que hizo desde que se puso, por primera
vez, esa máscara envuelta en llamas ardientes? Desde que sus padres fueron
asesinados, vio rojo, el fuego la cubrió, vistiéndola con sus mejores galas y
dejó que la sed de venganza le nublara el juicio. Hoy, ese rojo se está
apagando, volviéndose casi negro, algo sin vida, en penumbra.
Mantiene los ojos cerrados mientras su cuerpo permanece acostado sobre
ese colchón duro, totalmente en silencio, siempre en silencio, un silencio
que intenta que no la acabe por enloquecer del todo. Durante estos meses,
ese silencio la ha acompañado hasta el punto haber podido pensar en
muchas cosas. Una de ellas, en no dejar que Renata saboree el triunfo de su
muerte. No le daría el gusto a que la comandante, a quien conoció primero
como sargento, bailara sobre su tumba.

Su única opción, después de haber meditado todos los escenarios, es que


ella acabe con su propia vida, no dejar que el tiempo siga su curso, no
quería permanecer bajo las garras de Renata. Había perdido, lo reconocía,
pero eso no quería decir que se rendiría y se inclinaría ante ella. Mónica era
una mujer que no bajaba la cabeza ante nadie, su carácter se lo impedía, sus
crueles hazañas la obligaban a que esa máscara no abandonara su rostro.

Quiere aceptar la invitación de la muerte para bailar con ella hasta dejar que
sus pies sangren. Para ello, debe ocuparse antes de unos asuntos, dejar todo
en regla. Dejar que Álvaro salga de este cuartel de pacotilla y pueda hacer
su vida.

***

Un día más tarde, en el avión con destino a Berlín, la pianista mantiene la


cabeza apoyada sobre el hombro de su prometido mientras piensa en el fin
de semana que han pasado en la capital francesa. Recuerda las risas y el
buen ambiente durante la comida que compartieron cuando llegaron, sus
ideas para la boda, los detalles que tiene en mente para hacer que el día se
haga memorable.

De hecho, días atrás, acordaron reunirse con Marco para comentar todos
estos detalles y empezar con la planificación del gran día. El italiano les
comentó que tenía muy buenos contactos y no sería problema cumplir con
todos sus deseos.

Durante la comida, el magnate no podía dejar de imaginar cuando llegara el


gran día, ¿qué tipo de vestido elegiría su bella prometida? Podía hacerse
una idea, pero Adèle siempre conseguía sorprenderlo con lo que se pusiera
al punto de apretar la mandíbula. Todo le sentaba bien, ese cuerpo
curvilíneo hacía que cualquier prenda le favoreciera destacando sus
atributos, además de que esa melena bañada en miel lo enloquecía con el
mínimo soplo de aire.

—Quiero que la tarta sea grande —murmuró la francesa—, de cuatro o


cinco pisos, tal vez, y que sea de chocolate. Todavía estoy pensando en el
tipo de decoración, pero nada muy extravagante —seguía diciendo.

La conversación sobre sus ideas y planes continuó hasta que Adèle


aprovechó el momentáneo silencio para preguntar cómo se encontraba
Élise. No había vuelto a saber nada y se sintió mal por ello, por no haber
preguntado, no haberse interesado lo suficiente. Dejó que la invadiera el
egoísmo, pensando que ella era la única con el derecho de desaparecer de la
vida de los demás. Se sintió mal, no obstante, ahora era tarde, además de
imposible, intentar arreglarlo y hacer como si nada hubiera pasado cuando
la realidad era que nadie podía retroceder en el tiempo y evitar esas dos
muertes que los habían marcado tanto.

Su hijo y su nieta.

Su hermano y su sobrina.

Su marido, quien era el amor de su vida y su hija.

Dos personas que representaban diferentes emociones para cada uno de


ellos y que habían sido arrebatados de sus vidas de la manera más cruel.
Los único que les restaba era juntar las cenizas de esa página que había sido
quemada con ferocidad para encerrar el recuerdo y poder continuar con su
vida en la siguiente hoja en blanco.

La pianista lo estaba consiguiendo lentamente, las sesiones con Marquina


funcionaban, estaba encerrando ese dolor, apresándolo muy dentro de ella
pues no podía deshacerse de él, eliminarlo, además, tampoco quería. Su
terapeuta le explicó que no olvidaría lo que vivió, era realmente difícil
llegar a ese punto, sino lo que tenía que lograr era encerrar ese sentimiento
y vivir con él, dejar de pensarlo con frecuencia, hacer que las espinas se
mantengan escondidas para que no se haga más daño.
—¿En qué piensas? —pregunta Iván a su lado. Su mano se coloca encima
de su muslo y se permite trazar una lenta caricia, hundiendo los dedos de
vez en cuando.

—En Élise —responde ella fijándose en su toque mientras suelta el aire de


manera disimulada, acurrucándose a su lado.

Iván nota el movimiento y no tarda en invitarla a sentarse en su regazo para


dejar que se esconda entre sus brazos. Presenció la conversación que tuvo
respecto a su cuñada y no hablaron sobre ello. La pianista acepta la
invitación y no demora en apoyar la cabeza sobre su pecho, muy cerca de su
cuello, mientras los brazos de su pareja la rodean, como si estuviera
dispuesto a protegerla del mundo mismo.

—¿Quieres hablar? —Las palabras salen segundos más tarde, una vez sus
cuerpos se han encajado como si se trataran de dos piezas de puzle
definiendo a la perfección lo que uno simboliza para el otro.

—No lo sé, quiero hablar, pero... —se queda callada durante un instante,
buscando las palabras que mejor definan cómo se está sintiendo por dentro
—. Siento algo en la garganta, un nudo. Me ha dolido saber que Élise no
quiere verme, lo entiendo, sin embargo... no sé si debería insistir, pero
también pienso que es una mala idea, que cuando la persona no quiere
hablar, es mejor no forzar el encuentro.

—Es cierto —responde él—, pero también es verdad que necesitáis hablar.
Dale tiempo, el que necesite, nadie tiene el mismo proceso de superación,
tal vez ella requiera más, no puedes forzarla.

Los padres de Adèle le dijeron que Élise también se había apartado, de


hecho, ni siquiera estaba viviendo en la capital, sino que se había mudado a
una ciudad más al sur, a un de horas en coche. No podía permanecer más
tiempo en la casa donde había convivido con su marido por tantos años,
tampoco donde su hija había nacido. La francesa lo entendió y también
cuando dijeron que se había encerrado, que no aceptaba ningún tipo de
visita por parte de los Leblanc, por más que Léonore hubiera ido a verla en
un par de ocasiones y, en ambas, Élise le había cerrado la puerta en la cara.
—Llegará ese día —comenta ella dejando que el toque de sus dedos roce la
mandíbula perfilada de su prometido—. De todas maneras, no creo que sea
buena idea que se recluya dentro y se esconda, yo lo intenté y no funcionó,
todo el mundo necesita la ayuda de alguien, por más que no quieras
aceptarla.

—Tú la aceptaste a regañadientes.

—De lo contrario, me hubiera marchitado —replica—. No es malo mostrar


debilidad, aceptar que necesitamos ayuda. Pedirla. —La suave caricia sigue
recorriendo su piel en apenas un susurro, como si estuviera tocando algo
frágil. Un diamante.

—No lo hubiera permitido. —El recuerdo de una conversación similar lo


golpea con vigor.

Él nunca dejaría que su mujer, cuya rosa roja ahora habitaba en su interior,
se marchitara, que sus pétalos se volvieran negros de nuevo. Ya había
pasado por eso y no soportaba la idea de verla sufrir otra vez, no mientras él
pudiera evitarlo. Sabe el tipo de mujer que tiene a su lado, una mujer cuyo
carácter fuerte e indomable resulta intimidante para los demás, sin olvidar
que su personalidad arrogante y egocéntrica puede producir discordia en
una primera impresión, sin embargo, él, como su igual, quiso adentrarse
hasta que conoció su parte tierna, romántica algunas veces, vulnerable, esa
parte insaciable y cargada de pasión.

También conoció la ferocidad con la que defendía a sus seres queridos,


arriesgándose con tal de protegerlos de cualquier mal. Presenció cuando su
corazón se rompió y de ella estalló el desconsuelo y la oscuridad,
volviéndola arisca, a pesar de eso, nunca quiso apartarse de su lado, pero lo
hizo ya que ella se lo pidió, le dio el tiempo que necesitaba hasta que ese
destino travieso volvió a juntarlos meses después.

Se había enamorado de ella por cómo era, sin disfraces de por medio. Adèle
Leblanc era una mujer que no le importaba mostrar su innegable carácter
mientras reservaba su sensibilidad para quienes podían traspasar esa
barrera. Y él lo hizo encantado. Porque vio que ella valía la pena, encontró
a su complemento, alguien que no lo opacaba, pero tampoco lo hacía
sentirse inferior. Alguien con el mismo carácter que Iván, su igual, que
podía agarrarlo de la mano y decir con seguridad que era su pareja, no por
lo que poseía, sino porque sentía orgullo de tener a alguien como él a su
lado, por lo que era.

La amaba como nunca amó a nadie, con esos defectos que la hacían
humana y sus virtudes, que representaban un complemento para él.

Volvimos con todo, amigas 😎 ¿Qué tal el capítulo? Contadme, ¿qué os ha


parecido la narración en 3ª? Teníamos que adentrarnos en la mente de
varios personajes y esta era la única manera de hacerlo jsjs

Siento la desaparición, ha sido un poco más de dos semanas, pero, mucho


trabajo y poco tiempo Mañana tempranito me pondré a escribir el
siguiente y espero tenerlo esta semana.

POR CIERTO 🪖 🎖 Noticias sobre Bellator: La semana que viene


arrancan las actualizaciones, así que ¡no queda nada para empezar a leer a
Renata y Sebastián en los años 80! Antes os tengo que enseñar la portada,
así que estad pendientes a mis redes.

Muchos besitos

Anastasia
Capítulo 37

UN BIZCOCHO DE NARANJA CON CHOCOLATE

Adèle

Tengo el corazón levemente acelerado. Estoy sentada en el interior de una


cafetería en el centro de Berlín, observando a la distancia el bloque donde
vive Laura. Ni siquiera sabe que me encuentro aquí, cerca de ella, con la
intención de mantener una conversación lo más calmada posible para
explicarle mi repentina desaparición durante los meses en los que estuve de
gira.

Rodeo el borde del vaso, haciendo círculos con el dedo, mientras mantengo
la cabeza apoyada en la palma de mi mano intentando que los nervios
desaparezcan. Me repetí, durante el vuelo después de abandonar París, que
no tenía por qué ser complicado, que Laura lo acabaría entendiendo, pero al
estar aquí, sin dejar de darle vueltas a las dos conversaciones que tuvimos
por teléfono, me genera inseguridad pensar que existe una posibilidad de
que me cierre la puerta en la cara después de decirme que no quiere saber
nada de mí.

Lo entendería. Si llegara a decirme que no quiere hablar no insistiría,


porque conozco el sentimiento de cuando uno quiere entrelazarse con la
soledad y olvidar el pasado. «Una última oportunidad», me digo. Si no
funciona, no habrá más remedio que regresar a Barcelona y dejar que la
vida continúe su curso.

—¿En qué piensas? —pregunta Arabella sin dejar de mirarme, queriendo


llamar mi atención.

Arabella y Rebecca llegaron a Berlín unas horas después de mí, por lo que
acordamos dormir en un hotel e ir a hablar con Laura al día siguiente, pues
según la investigación previa de la violinista, sus contactos le dijeron que
hoy no saldría de casa, pues se tenía que quedar ensayando en casa para el
próximo concierto que daría en uno de los principales auditorios de la
ciudad.

Iván y Phénix se han quedado en el hotel, tal vez hayan salido a dar un
paseo, le dije que le llamaría en cuanto terminara.

—No sé si es una buena idea —digo llevándome el vaso a los labios.

—¿Te estás arrepintiendo?

—Tal vez —me sincero—. No lo sé, la verdad. Quiero hablar con ella,
pero... ¿y si no me perdona?
—Laura no tiene nada de lo que perdonarte.

—Eso no es verdad. —Frunzo levemente el ceño—. Yo también me


molestaría si dejaras de hablarme de repente, sin yo haberte hecho nada.

—No le sigas dando más vueltas —murmura mirándome con cierta tristeza,
tal vez siga enfadada conmigo y no me lo quiera decir. Echa hacia atrás su
melena pelirroja mientras estira un brazo sobre la mesa, buscando mi mano
—. Laura lo entenderá, estoy segura de ello, ya sabes como es ella, no le
gusta quedarse al margen. Sí, deberías habérselo contado y ella hubiera
puesto el mundo patas arriba para defenderte, pero nadie es perfecto, Adèle.
Necesitáis esta conversación —esboza una pequeña sonrisa—, echo de
menos estar las cuatro juntas.

—Y yo —no tardo en responder.

Segundos más tarde, un conocido aroma inunda la cafetería y nos damos


cuenta al instante de que se trata de Rebecca, marcando una entrada triunfal
para robarse varias miradas.

—Por lo menos, podrías esperarme, pequeñas zorras. ¿Qué es esto de estar


comentando el plan sin mí? —Se sienta al lado de la violoncelista después
de haberle dado un beso en la mejilla—.Un café con leche, gracias, ah, y
también un donut de chocolate, que desde aquí tiene muy buena pinta —le
responde a la camarera en inglés después de haberse acercado—. ¿De qué
estabais hablando?

—Adèle tiene dudas —responde Arabella sin mirarme y yo me llevo la


mano en la mejilla para apoyar la cabeza en ella.

—¿Qué tipo de dudas? Ah, no, no, nada de dudas, hemos venido aquí para
hacer las paces las cuatro y volver a ser el Cuarteto de Divas, nada de
echarse para atrás, ¿entendido?

—Es fácil decirlo —respondo.

—Eres Adèle Leblanc —sigue Rebecca como si estuviera dándome la


solución a todos mis problemas—. Sabes qué decir y cuándo decirlo, muy
pocas veces, por no decir ninguna, te he visto con duda. ¿Qué es lo que te
preocupa exactamente?

Continuamos conversando durante la siguiente hora donde le intento


explicar a la violinista qué es lo que me preocupa exactamente, no obstante,
ella no tarda en subirme los ánimos, además de decirme que no acaba de
viajar hasta Alemania para hacer ir a hacer turismo, que quiere regresar a
Barcelona sabiendo que estamos todas bien y que volveremos a hablar en el
grupo que tenemos las cuatro, pues echa de menos los mensajes de buenos
días que Laura nos daba cada mañana.

—Todo saldrá bien —asegura Arabella. Me limito a inspirar y a soltar el


aire lentamente mientras observo la taza vacía de Rebecca—. Yo sigo
pensando que sería mejor llamarla, más que nada para asegurarnos que se
encuentra en casa.

—Hace meses que no hablo con ella —murmura la castaña, distraída, pero
se gira hacia Arabella—. ¿Y tú?

—La última vez que intenté llamarla fue para felicitarle el Año Nuevo, pero
no me respondió, así que... dudo que ahora conteste al móvil. Podríamos
intentarlo, no perderemos nada. —Coloca el móvil encima de la mesa
después de haberlo desbloqueado y busca su contacto. No tarda en
llevárselo al oído y yo me limito a quedarme callada mientras me doy
cuenta de que, si no fuera por mí, no estaríamos en esta situación.

—¿Está llamando? Es decir, ¿funciona la línea? No vaya a ser que te haya


bloqueado.

—Sí, espera un momento. —Las tres nos quedamos en silencio esperando a


que Laura conteste la llamada. Una parte de mí no para de repetirme, una y
otra vez, que no servirá de nada, que no lo cogerá, sin embargo, la otra... esa
se mantiene aferrada a la pequeña esperanza de creer que todo irá bien.

Pasan largos segundos en los cuales me pregunto si... ni siquiera sé en lo


que pensar. Tal vez se esté duchando y por eso no lo esté oyendo, tal vez lo
tenga en silencio, lejos de su alcance. A lo mejor, lo está oyendo y ha
decidido ignorarla, podría ser perfectamente capaz. Intento pensar que no,
que todavía le queda un poco estima hacia Arabella como para hacerle eso.
Me fijo en su rostro lleno de pecas, pequeñas manchitas que se aprecian de
cerca y que combinan con el tono de su cabello.

De un momento a otro, Arabella habla con la mirada puesta a lo lejos,


concentrada en la llamada.

—Laura, sí, soy yo, ¿qué tal estás? —murmura la italiana. Casi no se le
nota el acento al hablar—. No, no quería nada en particular, simplemente
saber qué tal te va todo. —Se mantiene callada durante pocos segundos
escuchando su respuesta y sé, por la expresión en su mirada, que quiere
decirle que nos encontramos aquí, cerca de ella, y que la queremos ver.

Desbloqueo el móvil rápidamente y abro el bloc de notas para escribir el


siguiente mensaje mientras Arabella continúa hablando con Laura, aunque
se encuentra pendiente de mis movimientos. «Dile que estamos aquí, las
tres, y que nos encantaría verla y que necesitamos hablar».

La pelirroja asiente con la cabeza después de haberlo leído y observo la


reacción de Rebecca, atenta a las palabras de su amiga quien se encuentra a
su lado.

—Por cierto, espero que no te resulte extraño... —empieza a decir—, pero...


verás... Dios, qué complicado. —Cuando Arabella está nerviosa, al instante
se le nota pues sus mejillas adquieren un bonito color rosado, como si el
mismo sol le hubiera dado un pequeño beso en ambos lados de la cara—.
Estamos en Berlín, en una cafetería, las tres. —Pequeña pausa—. Sí, Adèle
y Rebecca están conmigo, sí, en Berlín, no te engaño. ¿Qué por qué?
Bueno, podríamos vernos y así contártela, ¿te gustaría? Hemos venido
expresamente para verte, ponernos al día, ver cómo te va... A Adèle
también le gustaría hablar contigo.

Otra pausa, esta vez un poco más larga.

—Tan solo... no digas que no. —Recuesta la espalada sobre el asiento


mientras cruza un brazo sobre su abdomen, manteniendo el móvil todavía
en la oreja—. Han pasado muchas cosas y vendría bien que hablarais, que
todas lo hiciéramos y volver a estar cómo estábamos antes, unidas, la una
para la otra. Laura... tan solo... escucha, no te cierres, no te permitas seguir
enfadada, no vale la pena, no cuando estamos aquí. ¿Sabes lo complicado
que ha sido cuadrar horarios? —sonríe, restándole importancia y noto como
una especie de alivio por dentro—. Pásame la dirección y en quince
minutos estamos ahí.

Cuelga instantes más tarde y deja el aparato encima de la mesa, soltando un


suspiro en el proceso.

—Ya tenemos su dirección —habla Rebecca al instante.

—No quería decirle eso, después se pensará que somos unas acosadoras por
haber averiguado donde vive cuando se lo podríamos haber preguntado.

—Verdad. —Asiente con la cabeza—. ¿Qué ha dicho?

—Que vamos a tener una conversación y que nos espera con un bizcocho
de naranja con chocolate.

—¿Bizcocho? —se sorprende la violinista—. Bueno, empezamos bien. ¿Lo


ves? —Se dirige hacia mí—. Todo irá bien.

Eso quería pensar.

***

Un silencio incómodo se despliega alrededor de las cuatro mientras


rodeamos la mesa con el bizcocho de chocolate en el centro, esperando a
ser cortado. Laura me ha lanzado algunas miradas desde que crucé su
puerta, unas bastante tensas, sin saber muy bien cómo comenzar la
conversación.

Rebecca suelta un suspiro bastante profundo asegurándose de que la hemos


oído y procede a inclinarse hacia adelante para cortar el primer trozo y
servírselo.

—¿Qué? —suelta segundos más tarde, cruzando miradas unas con otras.
Arabella parece querer decir algo, pero mantiene los labios juntos, sin la
intención de soltar palabra alguna—. Alguien tiene que romper el hielo.
Bueno, Laura, cuéntanos, ¿cómo te va la vida en Berlín? ¿Alguna novedad?
—No duda en recostar la espalda de nuevo mientras se lleva el trozo a la
boca, saboreando el propio dulzor del chocolate acompañado de la
pincelada del aroma a naranja—. Joder, qué rico está, tendrás que pasarme
la receta.

Puedo apreciar la sonrisa de la otra violinista, la que se encuentra sentada,


con su taza humeante en las manos, delante de mí. Me fijo en su reacción:
algo despreocupada, como si quisiera que la tensión palpable en el ambiente
desapareciera de una vez.

—¿A esto hemos acabado? —suelta, divertida—. ¿A compartirnos recetas?

—Es verdad, es una mala idea —responde Rebecca—. Tú puedes seguir


cocinando y yo me lo como —propone, arqueando una ceja—. Vamos,
pelirroja, ¿quieres un trozo? Deja de pensar en el gym y permítete
desconectar un rato.

Y así ha sido como hemos acabado con una porción en cada uno de
nuestros platos mientras Rebecca ya está yendo por la segunda ración.

Observo de nuevo a Laura y mantiene la mirada clavada en el movimiento


del cuchillo seguramente, pensando. Decido ser yo quien dé el primer paso,
al fin y al cabo, fui yo quien me aparté independientemente del motivo que
hubo detrás. Hice mal, no pensé con claridad e hice que los demás también
lo sufrieran cuando no debería haber sido así.

—Echaba de menos estar así, las cuatro —empiezo a decir y puedo apreciar
su rápida reacción, tal vez para soltar algún comentario, sin embargo, no
tengo tiempo para eso, he venido aquí para solucionar las grietas existentes
en nuestra amistad, no para crear más. Me apresuro a hablar—: Antes de
que digas nada, quiero pedirte perdón. —La miro. Una mirada sincera,
cargada con todo lo que viví durante este último año—. No debí haber
desaparecido, debería haberme explicado, despedirme de vosotras si tanto
ansiaba un tiempo para mí sola, debí haber cogido las llamadas, los miles de
mensajes... —Junto los labios mientras intento buscar las palabras
adecuadas para seguir.
Arabella coloca su mano, pequeña y delicada, sobre una de mis rodillas a la
vez que me dedica una pequeña sonrisa en señal de apoyo.

—Estuviste mal —responde dirigiéndose a mí por primera vez desde que


entramos— y me dolió el hecho de que decidiste no confiar en nosotras
para contarnos lo que sea que te ha pasado —hace una breve pausa—.
Habría ido a matar dragones por ti en caso de que me lo hubieras pedido,
por cualquiera de vosotras —confiesa, mirándonos—. Pero tan solo recibí
silencio, uno que no me merecía, se supone que éramos amigas, que nos
teníamos confianza unas con otras.

—Y lo somos, Laura, no digas eso —contesta Arabella, pero niego con la


cabeza, incorporándome un poco hacia adelante.

—Tienes razón, me equivoqué, no te merecías mi silencio, ninguna de


vosotras lo merecía, simplemente... la situación me sobrepasó. —Dejo
escapar un disimulado suspiro esperando que el nudo que se ha empezado a
formar en mi garganta no me impida seguir hablando—. No trato de
justificarme, tan solo espero que lo entendáis y seas capaz de perdonarme.
—Clavo los ojos en los suyos, sosteniéndole la mirada el tiempo que sea
necesario, pero se trata de tan solo unos segundos cuando se levanta de su
sillón para dirigirse a mi lado y rodearme con sus brazos.

Siento como si el tiempo se hubiera detenido en el instante en el que cierro


los ojos y dejo que su calidez me envuelva, esa calidez que había extrañado
desde hacía tiempo atrás y que ahora acabo de recuperar.

—Abrazo grupal, sí, señoras. —La voz de Rebecca es inconfundible.

No tardan en acercarse para abrazarnos las cuatro y nos mantenemos en esta


posición durante unos segundos largos, como si hubieran pasado años desde
la última vez que estuvimos así, tan cerca una de la otra. Laura iría a matar
dragones por nosotras, pero yo sacaría las garras por ellas, porque las quiero
y las aprecio, porque nos conocimos por casualidades de la vida
compartiendo el talento que tenemos: la música, y no quiero que ese
vínculo se rompa.
Tan solo dejando las migas en el plato donde estuvo el bizcocho, hemos
podido ponernos al día en las siguientes horas después de haber arreglado lo
que se había roto entre nosotras. A Laura le va bien aquí, en la capital
alemana, y no planea irse hasta dentro de un tiempo largo pues, incluso, nos
ha dicho que está conociendo a alguien y se está planteando iniciar como
una especie de relación.

—¿Especie? ¿Ahora las relaciones van condimentadas o qué? —pregunta


Rebecca. No ha tardado en quitarse los zapatos para ponerse cómoda sobre
el sofá. Yo estoy junto a ella, con una pierna encima de la otra—. Dilo sin
miedo, relación sana, larga y estable.

—Todavía no estoy segura y no me metas prisa que te conozco —advierte


—. Quiero tomarme las cosas con calma y no montarme películas, si tiene
que pasar algo, que pase, no lo quiero forzar.

—Es mejor así, que fluya porque después te llevas disgustos —interviene
Arabella y giro la cabeza hacia ella, mirándola. De hecho, las tres lo
hacemos—. ¿Qué?

—¿Me he perdido algo? —cuestiona Laura y Rebecca rápidamente la pone


en contexto respecto a Daniel, el chef, y al que conoció en la boda de Marco
—. Ah, bueno, ¿y cuál es la situación ahora? ¿En qué punto estáis?

—¿Tenemos que estar en un punto? Simplemente bailamos un poco en la


fiesta y ya, tampoco fue para tanto. No hemos vuelto a hablar, además, ni
siquiera tengo su número.

—Yo lo tengo —digo pensativa—. Te lo podría pasar.

—No, quédatelo. —Puedo apreciar un leve color en sus mejillas, muy leve
—. Es guapo, llama la atención, es chef y todo lo que quieras, pero no estoy
interesada en él.

—¿Ni un poquito? —insiste Rebecca juntando el índice y el pulgar,


demostrándole lo poquito que sería.
—Que no, Reb, y no digas nada más. No soy la única pelirroja en el mundo,
puede ir y buscarse a otra. —Frunce el ceño—. Mejor hablemos de la boda
de Adèle, ¿cuándo os casáis? —pregunta, mirándome y me asusto ante el
grito que Laura acaba de soltar.

—¡¿Te vas a casar?! —exclama buscando rápidamente el anillo en mi mano


izquierda—. Sabía que más pronto que tarde sucedería, pero no tan pronto,
¿dónde está el anillo? Quiero verlo. Se vuelve a sentar junto a mí haciendo
a un lado a Rebecca y esta no tarda en demostrar su queja. Me agarra de la
mano antes de que pueda enseñárselo y se lo acerca, apreciándolo con
detalle—. Qué bonito, me encanta y, joder, menudo pedrusco, aunque no
entiendo por qué es negro, ¿algún significado?

—Es un diamante negro —empiezo a decir, mirándolo— y, sí, tiene un


significado detrás, algo de los dos.

Les empiezo a contar muy por encima el motivo que esconde detrás y que
el anillo perteneció a Renata Abellán, su madre. Las tres me miran curiosas
y Laura no tarda en felicitarme sin poderse creer del todo que, justamente
yo, haya decidido casarme después de haber nadado en dirección contraria
al matrimonio durante tanto tiempo.

—Cuando encuentras a tu complemento, a la persona que no solo es tu


pareja, sino también tu compañero y un amigo con el que salir a divertirte y
hacer las mil locuras, el matrimonio ya no parece algo tan espantoso —digo
y la mirada de Iván vuelve a aparecer en mi mente—. Le quiero y no tenía
sentido decirle que no cuando me lo propuso.

—Qué bonito, me podéis adoptar si queréis, os puedo cuidar al perro —


suelta Rebecca y las risas no tardan en aparecer.

Ni siquiera me doy cuenta de que las horas van desapareciendo hasta que se
puede apreciar la noche colándose por la ventana. Incluso hemos tenido
tiempo de preparar otro bizcocho mientras dejábamos que la conversación
siguiera fluyendo y no sabía lo mucho que necesitaba tener una tarde así
hasta que llegó el momento de la despedida. La violinista tiene que
madrugar mañana para un ensayo que tiene programado y no queremos
quitarle mucho más tiempo.
Además, Iván me llamó veinte minutos atrás diciéndome que iría a
buscarme y que ya se encontraba fuera, esperándome.

—¿Hasta cuándo os quedaréis en Berlín? —pregunta Laura una vez nos


encontramos en el ascensor.

—Tenemos el vuelo mañana por la noche —responde Arabella.

—Ha sido un viaje exprés —dice segundos más tarde—. Podemos vernos
mañana para enseñaros un par de cosas. Acabo el ensayo después de comer
o, incluso, podrías venir. Os puedo presentar a mis amigos. —El ascensor
no tarda en llegar hasta la planta de abajo y puedo apreciar la sombra de
Iván a unos metros de la entrada, con Phénix a su lado—. ¿Es ese el perro?
Me lo imaginaba más pequeño.

—No muerde —contesto a la vez que salimos al exterior y noto el deseo del
dóberman de acercarse a mí, pero Iván lo mantiene sujeto a su lado. No
tarda en dar unos cuantos pasos hacia nosotras, posicionándose a mi lado y,
al instante, siento su mano alrededor de la mía.

—Buenas noches, señoritas —saluda él esbozando una sutil sonrisa.

—Creo que acabo de tener un dejavú —comenta Rebecca—. Cuando


tuvimos el acto benéfico en el conversatorio de Barcelona, ¿os acordáis?
Parece que no haya pasado tanto tiempo y ahora estos dos se van a casar,
qué cosas —sonríe y lo toma desprevenido cuando le da un abrazo rápido
—. Felicidades, me hacen mucha ilusión las bodas.

Laura y Arabella no se quedan atrás y mantenemos una pequeña


conversación, antes de marcharnos, en la cual nos ponemos de acuerdo para
ver dónde encontrarnos mañana.

Sonrío al apreciar que todo ha vuelto a la normalidad y que, a pesar de que


Laura se quede durante una temporada más en Berlín, no dudo que no
mantendremos el contacto. Sobretodo porque todavía no le he contado
exactamente lo que pasó con los Maldonado. No quise sacarlo a la luz esta
tarde, no era el momento, no cuando nos acabamos de reconciliar.
Además, quiero hacerlo a solas, tal como lo hice con Arabella y Rebecca.
No quería que esta tarde se llenara de tensión, que me sintiera ahogada aun
encontrándome vacía.

Bueno gente, ¿qué decís de una aceleradita en el tiempo? La boda Ivèle


cada vez más cerca, veremos si al final consiguen dar el sí, quiero

Nos vemos en el próximo que ya lo ando escribiendo.


Capítulo 38

FELIZ CUMPLEAÑOS, SEÑORITA LEBLANC

IVÁN

«Tres meses para la boda».

El regreso a Barcelona no tuvo complicación alguna, de hecho, ha pasado


poco más de una semana desde que volvimos a la rutina y, ahora,
aprovechando que Adèle no está en casa, pues me aseguré de que así fuera
instándole, además, que se llevara a Phénix con ella, me encuentro en la
cocina preparándole una cena romántica.

Recuerdo la fiesta que organizó el año pasado en una casa rural donde
invitó a, por lo menos, sesenta personas. Sonrío ante el recuerdo y lo que
sucedió después, cuando se escapó conmigo para que cumpliéramos una de
sus fantasías. Nadie la echó de menos aun tratándose de su propia
celebración. Ha pasado un año desde aquel momento y del poemario que
todavía sigue guardando en su poder, a pesar de lo que pasó y de los meses
en los que estuvimos separados.

No sabía muy bien qué regalarle este año, descarté al instante otra
recopilación de poemas pues hubiera sido poco original y repetitivo. Había
pensado en alguna joya, tal vez un accesorio, pero después recordé que se
trata de Adèle y a ella no le gusta este tipo de cosas tan superficiales y
fácilmente olvidables cuando ella misma podría ir comprarse lo que y
cuando quisiera. Además, recuerdo lo que le dije aquella misma noche: que,
si alguna vez llegaba a regalarse una joya a alguien, sería el anillo de
compromiso. Sonrío como un idiota al visualizar el diamante negro en su
mano.

Adèle es una persona «sencilla», por decirlo de alguna manera, dentro del
lujo en el cual vive, por lo que, el regalo tendría que ser algo más íntimo,
más especial teniendo en cuenta de que se trata de su vigésimo noveno
cumpleaños. Hace unos días, después de regresar de Berlín, le pregunté si
quería montar otra gran fiesta y me dijo que no, que ya lo hizo el año
pasado y que no le apetecía hacer nada, que tampoco había pensado en
organizar algo especial.

Me quedé mirándola durante unos segundos mientras descartaba la fiesta


sorpresa que tenía en mente, incluso contacté con sus amigas para
advertirlas de que dieran marcha atrás a cualquier tipo de fiesta que
quisieran hacer. Para mi sorpresa, ni siquiera se tomaron la molestia de
pensarlo.

—Desde que la conocemos, nunca le hemos preparado ninguna fiesta


sorpresa, no le gustan. Es Adèle quien la organiza y este año no quiere
hacer nada —respondió Rebecca a través del altavoz—. Comprenderás mi
decepción, pero si ha dicho que no, es mejor quedarnos quietos porque
luego no lo disfruta, aunque, con una sonrisa, finja hacerlo.

—No se me dan bien estas cosas. Me gusta hacer regalos cuando surgen y
no porque me obligue una ocasión especial.
—Ya, querido, no se puede ser bueno en todo en esta vida, algún defecto
debías tener —hizo una breve pausa—. No pasa nada, a Adèle no le
importará. Cuando organiza sus fiestas es porque le apetece pasárselo bien,
no es por los regalos, así que no te calientes mucho la cabeza, cualquier
cosa estará bien, incluso llevándola al cine o a un restaurante cualquiera.

—Sé que ella es más simple en ese aspecto.

—Por eso mismo —respondió—. Hay quien disfruta abrir los regalos y
quiere que todo salga perfecto, con la francesa no es así, en realidad, es
mucho más fácil porque no tienes que estar pensando qué regalarle. ¿Ves?
Todo tiene su parte buena.

Desde entonces, a pesar de que Rebecca me hubiera aconsejado no darle


tantas vueltas, no pude evitarlo pensando qué podría preparar. Algo simple,
que no fuera muy extravagante, nada superficial. Con una copa en la mano,
me senté en la terraza pensando que, a veces, las cosas más simples
resultaban ser las más complicadas.

Observando la medialuna envuelta en la oscuridad de la noche, pensé en


ella y en lo que le gustaba hacer y no tardé en darme cuenta de que, en el
tiempo que la conocía, era amante de la buena comida. Nunca la vi quejarse
o rechazar ningún plato, disfrutaba como nunca probar todo aquello que le
fuera desconocido.

Recordé mis habilidades en la cocina y que era perfectamente capaz de


seguir una receta para obtener un resultado comestible y medianamente
rico. Entonces pensé, dándome igual que pareciera extremadamente cursi,
que podría prepararle un tour gastronómico: pensar diferentes platillos y
dárselos en un orden en concreto para que degustara la explosión de
sabores.

Me tomé el tiempo necesario para investigar y apuntar todos los


ingredientes que necesitaba y ayer, de camino al supermercado, me
encontré con el coche de mi madre, después de haberme parado en el
semáforo en rojo. Al final, me obligó a decirle qué era lo que estaba
planeando y no dudó en acompañarme para hacer la compra: algo tan
rutinario como ir al supermercado una tarde cualquiera de verano.
Su grupo de matones se quedó a fuera y tan solo entró uno para
acompañarla conservando una distancia prudencial.

—Esto le aportará sabor. —Colocó la salsa de soja junto con los demás
ingredientes—. Y no te olvides de bajar el fuego en cuanto la añadas, no
querrás que después sepa amargo.

—¿No confías en mí? —Mantenía el cuerpo levemente inclinado hacia


adelante con los brazos apoyados en la barra del carrito e iba siguiéndola ya
que le había dado la lista con todo lo que necesitaba. Era la comandante de
uno de los tres ejércitos, era evidente que no me dejaría a mí al mando—.
Puede que no sea el mejor cocinero, pero me sé defender.

De hecho, aprovechando que tenía el contacto de un chef de estrella


Michelin, llamé a Daniel Duarte, aquel tipo que conocí en Madrid en el
baile de máscaras, y le pedí un par de consejos que no dudó en darme.
Mantuvimos una interesante conversación sobre especies, ingredientes y
técnicas culinarias la cual no tenía por qué enterarse nadie, al fin y al cabo,
lo que cuenta es la intención y no pretendo que venga a cocinarle su regalo.

—Nunca he dicho lo contrario. —Sus ojos iban vagando por las estanterías
de la comida asiática—. Tenemos que comprar velas también si quieres ese
toque romántico, aromatizadas, a poder ser. ¿Qué aroma te recuerda a ella?

Siempre que lo pienso se me viene a la mente un sabor dulce, pero


imponente a la vez. Por eso, el perfume que utiliza la caracteriza bastante
bien y puede envolver a cualquier persona que pase por su lado. Se trata de
una mezcla curiosa donde las rosas son las protagonistas de la esencia.

Observo a mi alrededor las velas perfectamente colocadas y la mesa


preparada en el centro. Tan solo me faltan los últimos detalles y todo
quedará listo ante su llegada. También he preparado una pequeña tarta de
cumpleaños para que sople las velas mientras nos tomamos una copa de
champagne. Tal vez haya sospechado algo pues me miró con una ceja
arqueada mientras se despedía de mí esta mañana, lo más probable es que
haya adivinado que tengo algo en mente, pero espero que, por lo menos, le
guste todo lo que le he preparado.
Al cabo de una hora, más o menos, siento la vibración de un nuevo mensaje
y lo miro rápidamente para comprobar que se trata del recepcionista, pues le
dije que me avisara en cuanto Adèle pusiera un pie dentro del ascensor. Me
levanto rápidamente y me escondo en el pasillo para contemplar su reacción
a escondidas en cuanto se encuentre con la mesa montada en el centro del
salón, las velas creando un juego de luces y sombras y algunos pétalos de
rosa esparcidos por el suelo.

Nunca había hecho algo así, que me hubiera tomado tanta molestia para
preparar una cena con pétalos, velas y postre incluido. Siempre he sido
mucho más simple buscando el camino más fácil para ahorrarme el tiempo
y el trabajo invertido, pero en este caso, con Adèle... Desde el primer
instante, siempre fue la excepción a la regla. Para ella, sería capaz de mover
el mundo de ser necesario.

Las puertas del ascensor no tardan en abrirse y la veo entrando con delicada
lentitud manteniendo a Phénix a su lado. Durante los primeros días, después
de que nos reencontramos, pensé que el dóberman no sería capaz de
adaptarse a ella, pero lo ha acabado haciendo con bastante rapidez. Acata
sus órdenes sin gruñir y se coloca junto a ella como si quisiera protegerla de
cualquier mal.

—¿Iván? —No tarda en llamarme, sin embargo, decido mantenerme


escondido, tan solo un poco más. Quiero capturar el brillo en sus ojos para
encerrarlo en un nuevo recuerdo—. Sabes que si suelto a Phénix no tardará
en encontrarte.

Esbozo una sonrisa torcida al haber olvidado ese factor por completo.
Decido enviarle un mensaje: «Podrías buscarme tú sin hacer trampa.
Encuéntrame, muñeca, no debe ser muy complicado». Vuelvo a mirarla
fijándome que mantiene el móvil en una mano mientras sujeta a Phénix con
la otra por la correa. Puedo apreciar la sutil sonrisa en su rostro a la vez que
está tecleando algo. No tardo en recibirlo: «La comida se enfriará, ¿de
verdad quieres jugar?».

Sonrío de nuevo y contesto: «Nunca hemos dejado de jugar, desde


aquella noche en Ibiza».
Sé que lo ha leído pues lo ha dejado encima de la mesa después de haber
dejado el bolso en la silla. Lo más probable es que empiece a mirar por
nuestra habitación, por lo que empiezo a caminar haciendo el menor ruido
posible. Lo mejor que tiene este apartamento es que todos los pasillos se
conectan entre sí, por lo que no me hace falta cruzar el salón principal si
quiero llegar hacia el otro extremo.

Los minutos van transcurriendo y siento una leve emoción instalándose en


mi pecho. Estamos jugando al escondite, como lo hacía de niño en el
colegio,

Decido esconderme en el único sitio en el cual no miraría. Siento sus pasos


algo lejanos y me sorprende que Phénix tampoco esté haciendo ningún tipo
de sonido. No planeé este momento, pero me pareció divertido hacerlo
desde el momento en el cual me llamó, buscándome. Me quedo totalmente
quieto mientras intento escuchar algo y, en el momento que la veo aparecer
de nuevo, de espaldas, no dudo en aparecer por detrás, sorprendiéndola al
pegar su cuerpo contra mi pecho y rodearla con mis brazos.

Busco su cuello, plantando los labios ahí sin importarme que Phénix haya
empezado a soltar varios ladridos.

—Se supone que debería haberte encontrado yo.

—Ya te estaba echando de menos —murmuro sobre su piel y noto su vello


erizado al instante, pues me he asegurado de mantenerla bien pegada a mí
—. Feliz cumpleaños, señorita Leblanc —ronroneo cerca de su oído.

Nos quedamos en esta posición durante largos segundos hasta que la siento
girarse para quedar cara a cara. No tarda en rodearme por los hombros para
buscar mis labios de manera desesperada y siento, de inmediato, la reacción
que me produce, como si hubieran explotado fuegos artificiales a nuestro
alrededor. Cientos de ellos. Abarco su espalda con mis manos y me tomo el
tiempo de volver a acariciar su piel por encima del material. El beso se
intensifica de tal manera que tengo que separarme de ella para no pasar al
siguiente nivel. Coloco mi frente sobre la suya cerrando los ojos en el
proceso.
—No tendrías que haberte molestado —responde segundos más tarde y
niego levemente con la cabeza.

—¿De verdad piensas eso? —Se queda callada—. Me dijiste que no querías
organizar nada, pero eso no incluía que no pudiéramos celebrar tu
cumpleaños como es debido de una manera más... íntima.

—¿Íntima? —pregunta mirándome a los ojos. Puedo apreciar la diversión


en su sonrisa.

—No te precipites, doña impaciente, iremos paso por paso. Por el momento,
tome usted asiento. —Doy un paso hacia adelante dirigiéndome hacia su
silla y le hago un gesto a la mesa. Un par de minutos más tarde, me acerco,
después de haberme ido a la cocina, aparezco de nuevo con unos cuantos
platos y los coloco delante de ella—. Bien, mademoiselle, empezaremos el
tour gastronómico por Francia.

Aprecio cierto brillo en su mirada mientras contempla todo lo que le he


preparado y no tardamos en empezar a comer. Pequeñas porciones de los
platos más tradicionales de cada país. Adèle me va haciendo preguntas a la
vez que le voy explicando cómo tiene que combinar según qué preparación
y no tardo en hacer otro viaje a la cocina para traer la siguiente ronda de
platillos: Alemania, Italia y Grecia.

—¿Cuándo te ha dado tiempo para preparar todo esto? —pregunta


sorprendida sin dejar de comer.

—Es tu cumpleaños, hubiera sacado tiempo debajo de las piedras de ser


necesario. —Me recuesto en el asiento con la copa de vino en la mano—.
¿Puedes más? Todavía quedan unos cuantos países y luego viene el postre.
—La reacción en su mirada me hace reír—. Me concederás el honor de
soplar las velas y pedir un deseo mientras te canto el «cumpleaños feliz» en
francés y me da igual que no quieras, me darás ese capricho.

—¿Cómo le voy a decir que no a mi prometido después de esta cena? —Se


limpia la comisura de la boca con el dedo anular, justamente aquel que lleva
el anillo.
—Dilo otra vez.

Adèle no responde de inmediato, sabiendo el efecto que me produce.

—Mi prometido. —Coloco la mano sobre mi muslo intentando que la


tentación no empiece a hablar por mí y acaricio la mandíbula con la otra sin
dejar de mirarla—. En menos de tres meses, mi marido. —Sostiene su copa
en alto mientras apoya el codo sobre la mesa. No ha dejado que esa sonrisa
torcida suya desaparezca de su rostro.

«Su marido». Un año atrás, en su misma noche de cumpleaños, me


preguntó qué pensaba sobre el matrimonio y le respondí que todavía no era
mi meta en la vida, que tenía que estar enamorado y pensármelo bien para
dar el paso sin saber que, en aquel momento, empezaba a tener sentimientos
por ella, unos que no se podían comparar con nada parecido que hubiera
vivido por alguien.

—¿Por qué te has quedado tan callado? —pregunta de manera


despreocupada—. ¿En qué estás pensando?

No respondo al instante, pero tampoco dejo de mirarla.

—Estoy pensando que el amor no debería doler, pero duele, que es tan
imperfecto que puede llegar a romperte, sobre todo cuando te miro y pienso
que ya no sería capaz de vivir sin ti, Adèle.

En silencio y, dejando la copa en la mesa, no tarda en levantarse para venir


hacia mí y sentarse en mi regazo. Rodeo su cintura hasta colocar la mano en
su pierna. A pesar de la poca iluminación debido al ambiente de las velas,
logro apreciar el color claro de sus ojos. Un gris que la envuelve y que me
recuerda tanto a una tormenta en plena primavera. Observo que intenta
decir algo, pero no la dejo.

—No quiero ser egoísta, no contigo, pero... —Hago una breve pausa al
sentir la caricia de sus yemas en mi rostro. Apoya su dedo índice sobre mis
labios, callándome.

—¿Por qué me estás diciendo esto? —susurra.


—Nunca he sentido por nadie lo que estoy sintiendo ahora mismo por ti y
eso me hace tener miedo —confieso—. Miedo de que algún día encuentres
a otra persona —me quedo de nuevo en silencio para encontrar las palabras
adecuadas—, pero encontraría la manera de seguir con una vida sin ti si
porque, a pesar de que el amor duela, me dolería más verte infeliz a mi
lado.

—Tú me haces feliz —responde, arqueando levemente las cejas—. ¿Por


qué piensas que te voy a dejar, que querré a otra persona? Único, Iván, ¿por
qué no entiendes que seguirás siendo único para mí dando igual los años
que pasen?

—Porque te quiero lo suficiente para priorizar tu felicidad por encima de la


mía. —Acaricio su mejilla y noto que apoya la cabeza sobre mi palma—.
No me malentiendas, Adèle, no estoy dudando de lo que sientes por mí, tan
solo quiero que sepas que me lo podrás decir, que siempre me podrás contar
todo, porque estaré para ti tanto en las buenas como en las malas, desde
siempre ha sido así.

—Está bien —responde, finalmente y no dejo de sentir la suave caricia por


mi rostro—. ¿Cuándo pasamos al postre? —pregunta, sonriente.

—Pronto y no me seas impaciente —contesto en el mismo tono instándola a


que se levante.

«Dos meses y una semana para la boda».

Apilo los documentos dejándolos encima de mi escritorio mientras observo


la hora en la pantalla del ordenador. Ya es entrada la noche y falta poco para
que venga Adèle e irnos directamente al cine, un plan improvisado que
sugirió la francesa anoche mientras se encontraba acurrucada a mi lado,
buscando qué película podríamos ver. Al final, desistió de la misión porque
no encontraba nada.

Han pasado tres semanas desde su cumpleaños en las cuales hemos tratado
de seguir con la rutina sin desatender los preparativos para la boda. Marco
se ha tomado muy en serio la tarea de ayudarnos que, prácticamente, se está
encargando de cualquier mínimo detalle.

«Una boda al aire libre, flores por aquí y por allá, con vistas a un castillo en
ruinas», había dicho mientras nos iba enseñando imágenes y, en aquel
instante, me pregunté si debía subirle el sueldo por todo el trabajo que
estaba realizando. De hecho, me comentó en una ocasión que le gustaba el
mundo de los eventos y la organización de festividades.

Guardo el portátil y no tardan en avisarme de que mi prometida ya se


encuentra en la planta de abajo, esperándome. Cierro el despacho con llave,
asegurándome de haber dejado nada a la vista y me encamino hacia el
ascensor, el cual también me trae un par de recuerdos.

Adèle Leblanc y su divertida lista de fantasías. Me pregunto por qué no


hemos seguido cumpliéndolas. Un par de minutos más tarde, me la
encuentro sentada en uno de los sillones de recepción hablando por
teléfono. Varios trabajadores se despiden de mí con la mirada, pero no
apartan los ojos cuando me siento a su lado, mientras me dejo apoyar en
uno de los reposabrazos, y le doy un beso en la mejilla.

Todo el mundo sabe que nos vamos a casar, ya no es un secreto para nadie
pues con una simple publicación en la cuenta de Adèle mostrando el anillo,
las notificaciones explotaron y se viralizó la noticia enseguida. Hubo
muchísimas felicitaciones, como también alguna que otra mención a
Verónica preguntándose qué había sucedido con ella. Yo no salí a dar
ningún tipo de explicación y tampoco estuve muy al pendiente de las
reacciones de la multitud.

—Dentro de dos semanas, entonces —murmura ella lo que hace que le


preste atención al instante—. Te pasaré el número de Rafael para acordar
una hora, él me lleva la agenda. —Su mano viaja hasta mi pierna y no tarda
en trazar círculos asimétricos por encima del material—. Sí, no tengo
problema, mientras no sea muy extravagante, todo bien, eso sí, el brillo que
sea sutil —continúa diciendo y empiezo a hacerme una idea de lo que se
trata—. Vale, adiós, sí, y muchísimas gracias.
Cuelga la llamada y espero paciente a que me diga qué es lo que se hará
dentro de dos semanas.

—¿Qué pasa? —pregunta segundos más tardes al ver que no he apartado


los ojos de ella.

—¿Es un evento muy importante que Rafael tiene que organizarlo?

—¿Te lo parece la primera prueba del vestido? —Se levanta y puedo


contemplar esa sonrisilla que esboza cada vez que quiere pasarse de lista.
Respondo con el mismo gesto mientras busco su mano para dirigirnos al
parking y salir de ARSAQ.

—¿Puedo venir?

—Definitivamente no.

—¿Por qué?

—¿De verdad te lo tengo que explicar? —Se abrocha el cinturón y, después


de arrancar el motor, salimos hacia las calles nocturnas de Barcelona—. Da
mala suerte.

—¿Quién lo dice?

—Todo el mundo, al parecer.

—¿Y desde cuándo nosotros seguimos las reglas? —pregunto mientras le


lanzo una rápida mirada.

—No quiero que me veas hasta que no camine hacia el altar y no quiero oír
ninguna queja al respecto.

Me limito a sonreír preguntándome cómo será el vestido que habrá


mandado a hacer, pues es uno hecho a medida y personalizado según los
deseos de la francesa. Normalmente, no soy una persona impaciente, pero
no veo la hora de que llegue el día para verla entrar caminando hacia mí
acompañada del brazo de su padre.
—Ese vestido no te durará mucho puesto —murmuro mientras apoyo una
mano en su muslo, apretando levemente la piel. Un gesto que ya se ha
vuelto costumbre.

De lo único que no se ha encargado Marco ha sido de la luna de miel y tan


solo me faltan arreglar unos pocos detalles para dejarla totalmente
preparada para irnos al día siguiente, pues Adèle me comentó que no
querría irse en mitad de la fiesta.

No sabe qué haremos o a dónde iremos y no sé si sentirme más emocionado


por la luna de miel en sí o por su reacción al ver lo que le tengo preparado.

—Yo creo que sí.

—¿Apostamos? —propongo y veo que niega con la cabeza—. ¿Tiene


miedo, señorita Leblanc? No la recordaba tan mal perdedora.

—Cállate —responde—. Además, ¿quién dice que vas a ser tú quien me lo


quite? ¿No prefieres sentarte y dejarme a mí todo el trabajo?

Trago saliva de manera disimulada al imaginar esa escena en mi cabeza y


asiento sin darme cuenta de ello. Adèle ríe ante mi reacción. No tardamos
mucho en llegar al cine y, después de haber pagado las entradas, nos
sentamos en una de las últimas filas de la sala.

No recuerdo la última vez que fui. Tal vez hayan pasado años pues tampoco
he sido una persona muy cinematográfica, siempre he preferido verlas en la
comodidad de mi casa ya que se trataba de una simple excusa para pasar a
lo importante. Cruzo una pierna encima de la otra desechando el recuerdo e
intento concentrarme a la película elegida por Adèle, pero la perezosa
caricia de su mano sobre mi muslo me distrae al instante.

—¿Qué haces? —susurro girando la cabeza para verla.

No tenemos mucha gente alrededor, la sala está prácticamente vacía pues el


estreno fue hace semanas.
—Romper las reglas, ¿no quieres? —contesta en el mismo tono y observo
el peligroso recorrido que hace hacia la cremallera de mi pantalón. Sonrío
ante su atrevimiento y disimulo, pues sigue mirando hacia la pantalla como
si no estuviera pasando nada.

Muerdo la parte interna de la mejilla al notar el roce de sus dedos sobre mi


entrepierna y trato de permanecer lo más relajado posible para que a nadie
se le ocurra mirar hacia atrás ante el mínimo ruido que hagamos.

—Déjame adivinar —sigo diciendo en voz baja—. ¿Es una de tus fantasías?
¿Follar en el cine?

—Algo parecido —responde y contengo la respiración cuando introduce la


mano por debajo de la ropa, encontrándome—. ¿Quieres que pare?

—¿Por qué querría que hicieras eso? —Descruzo las piernas y me pongo de
tal manera para que le resulte más cómodo hacer lo que sea que tenga en
mente.

—Es una simple pregunta.

Su tono de voz envuelve emoción y deseo pues, a pesar de que la sala esté
prácticamente vacía, sigue tratándose de un sitio público donde alguien
podría percatarse de lo que estamos haciendo, y eso no deja de sumarle ese
punto de adrenalina al asunto.

Noto su firme agarre a mi alrededor y empieza a trazar movimientos lentos,


tan lentos que me incitan a querer pedirle que aumente la intensidad. Adèle
parece ser que lo ha entendido, pues aumenta la velocidad asegurándose de
que no emita ningún ruido. Lo que más me enciende es que sus ojos estén
fijos en la pantalla, como si de verdad estuviera prestándole atención a la
película cuando, en realidad, debe de estar pensando en todo menos en la
serie de imágenes unidas una detrás de otra.

Me muerdo la lengua mientras trato de soltar lentamente el aire y tal es mi


sorpresa al verla agachada delante de mí con su boca buscando continuar la
misma explosión de sensaciones.
A la mierda la película, dejo que su lengua siga haciendo maravillas
alrededor de mi pene y no tardo en juntar todo su cabello con una mano
para mantenerlo en su sitio y que no la moleste. Trato de no emitir ningún
sonido apretando la mandíbula con más fuerza a medida que siento que el
orgasmo se va acercando. Segundos más tarde, noto una placentera
relajación que me recorre entero y ni siquiera me doy cuenta cuando Adèle
me ha vuelto a subir la cremallera. Se ha vuelto a sentar en su sitio después
de dedicarme una sonrisa, como si no hubiera acabado de chupármela en
mitad de la película, la cual dejé de prestar atención desde que noté su
caricia traviesa.

—La fantasía era hacerle un oral a mi pareja en una sala de cine —confiesa
y observo que se limpia la comisura del labio con el dedo corazón.

Trago saliva ante lo irresistiblemente sexy que se acaba de ver.

«Un mes y medio para la boda».

La pantalla del móvil se acaba de encender indicándome que acabo de


recibir un mensaje de Adèle. No tardo en leerlo mientras recuerdo que hoy
tiene la prueba del vestido de novia. «Tengo puesto el vestido, te lo
enseñaría, pero... tendrás que esperar», me dice como si no supiera el
efecto que esas simples palabras causan en mí.

«¿Dejándome con las ganas, muñeca?». Contesto de vuelta y no tardo en


recibir su respuesta: «Sí, ¿qué harás al respecto?».

No respondo de inmediato, dejo que pasen algunos minutos pensando en


algún posible castigo para ella. «Puede que tenga algunas ideas en
mente», le envío y lo ve al instante, pues sigue mostrándose en línea. Tarda
en contestarme y no puedo contener la pícara sonrisa que aparece en mi
rostro. Mantengo el móvil todavía en la mano, esperándola. Su respuesta
llega segundos más tarde: «Has despertado mi curiosidad, señor Otálora,
¿cuándo piensa compartir esas ideas conmigo?».

«Esta misma noche, señorita Leblanc, no es mi deseo hacerla esperar».


Salgo de la aplicación y bloqueo de nuevo el móvil para continuar
trabajando pues, por lo visto, tenemos un nuevo plan para esta noche.

«Un mes para la boda».

Mi madre se encuentra sentada en mi despacho, delante de mí y con una


copa de algún licor fuerte en la mano, saboreándolo lentamente. Sus ojos no
han abandonado los míos en el tiempo que ha estado contándome las
novedades de Mónica y su intento de suicidio.

Sucedió hace una semana y se ve que lo estuvo planeando durante un


tiempo, pero que, al final, no lo consiguió pues un soldado se dio cuenta al
instante y se lo impidió.

—Hemos reforzado la seguridad —dice—. No pienso permitir que vaya a


por lo fácil y se quite la vida. Permanecerá encerrada hasta que yo diga lo
contrario.

—No pienso contradecirte —respondo—. ¿Has hablado con ella?

Niega con la cabeza.

—Lo he intentado, pero no suelta palabra. Ya hablará cuando quiera


hacerlo.

Me mantengo en silencio pensando en lo que me acaba de decir y no puedo


evitar acordarme de Ester que se encuentra internada en el hospital
psiquiátrico, siendo tratada por un equipo de profesionales. No he tenido
noticias de ella en todos estos meses y no sé si debería ir a verla para
comprobar cómo se encuentra. Según tengo entendido, Adrián y Olivia, sus
padres adoptivos, no han dejado de visitarla cosa que ha significado un
impacto positivo para su recuperación.

—¿Sabes algo más de Ester a parte de lo último que me dijiste? —pregunto.

—No he vuelto a hablar con Adrián, así que no, pero he ordenado que se
me mantenga informada por si pasara cualquier cosa grave.
A Ester no se le permite recibir ninguna visita sin previa autorización de la
comandante.

—¿Qué harás con Mónica?

Se bebe el contenido de un trago y se levanta para dejar el vaso encima de


la mesa. Contrario a lo que pienso, da un par de pasos hasta que se acerca
hacia el gran ventanal y fija su mirada hacia la ciudad que se expande ante
ella.

—Intentar que hable. Quiero entender por qué lo ha hecho —se limita a
decir y añade—: Quiero que siga encerrada, tan solo ha pasado un año,
¿piensas que es suficiente después de todo lo que ha hecho? ¿Tanto ahora
como hace más de treinta años? La quiero ver en la completa ruina,
totalmente destrozada, no permitiré que acabe con su vida, que se crea que
tenga el derecho para hacerlo.

—No entres en una obsesión, mamá.

Se queda callada durante varios segundos, como si se hubiera dado cuenta


de algo.

—No estoy obsesionada. Tan solo quiero que pague.

—Muy pocos conocen que Mónica sigue viva y fue por el acuerdo que
hiciste con los otros dos comandantes. Ante el resto del mundo, Mónica
Maldonado ni siquiera existe.

—¿Y qué tiene que ver eso?

—Que puedes hacer lo que quieras, pero que no te consuma —respondo—.


No dejes que la sed de venganza se apodere de ti, ya sabes lo que ocurrió la
última vez.

No quiero decirlo en voz alta, pero ya debe saber a lo que me estoy


refiriendo: cuando descubrió quién fue la persona que le había hecho tanto
daño en el pasado, pagando unas consecuencias que Renata no debió haber
pagado.
.

«Dos semanas para la boda».

Principios de septiembre. Cada vez falta menos para el gran día y todos los
preparativos están prácticamente listos, tan solo falta tener paciencia para
que llegue ese sábado 18 y poder dar el «sí, quiero» delante de nuestros
amigos y familiares.

Las invitaciones, que en total han sido alrededor de trescientas, ya están


todas enviadas y faltan muy pocos para que confirmen su asistencia. Incluso
hay quienes tendrán que viajar en avión hasta aquí para poder asistir a la
boda, entre ellos se encuentran los padres de Adèle, quienes han querido
venir mucho antes para poder ayudar a su hija en todo cuanto necesitara,
además de sus abuelos que, a pesar de la edad, se muestran bastante
ilusionados, al igual que los míos, que ya desean conocer a la hermosa
mujer de larga melena que formará parte de nuestra familia.

El único familiar que no ha recibido invitación ha sido Ester, de hecho, ni


siquiera sabe que me casaré. Según el médico, es preferible que no se la
altere con este tipo de noticias cuando yo soy su problema principal, por el
contrario, ha insistido en que venga a verla y ahora me encuentro delante de
ella, en su habitación.

Me fijo en sus manos atadas a la cama y su rostro completamente


impasible.

Espero que hayáis disfrutado de este capítulo, jeje

Para el día 23 de abril subiré un extra aquí en este libro titulado: Medialuna
en el cielo francés. Quiero contar la historia de los padres de Adèle para que
veáis cómo se conocieron, cómo se enamoraron, por qué le pusieron Adèle,
cómo fue ella de pequeñita, etc. 
Se tratará de un paseo rápido por su historia convertido en un capítulo extra
😊 Me dio la idea una lectora en Twitter y me pareció bien hacerla. ¿Qué os
parece? ¿Os entusiasma?

Por otro lado, la invitación de la boda Ivèle Todo el mundo está invitado 
Capítulo 39

FRESAS, ROSAS Y MUCHO CHOCOLATE

ADÈLE

—Mañana es el gran día, así que hoy quiero verte con una gran sonrisa y no
pienso aceptar un no como respuesta —murmura Dante a mi lado después
de haberme entregado la bebida—. Además, no sé quien está más
emocionado, si tú o yo. Por tu cara, diría que yo lo estoy más, pero claro, no
seré yo quien camine mañana hacia el altar. ¿Qué te pasa? Cuéntame, hoy
puedo ser tu hombro hasta esta noche. Espero que no te hayas olvidado de
tu propia despedida de soltera.

Esbozo una sonrisa en respuesta mientras recuesto la espalda en la silla de


la cafetería. Se presentó en mi casa cual cachorrillo abandonado quejándose
de que no había recibido la suficiente atención por mi parte y que
necesitaba desahogarse. Iván solamente le dirigió una mirada mientras se
levantaba hacia mí para darme un beso en los labios y decirme que me lo
pasara bien.

Desde que fue a ver a Ester, hará dos semanas atrás, ha estado un poco más
ausente. No me ha querido contar en detalle, yo tampoco le insistí, así que
dejamos que los días siguieran transcurriendo con normalidad mientras
esperábamos a que el día de la boda llegara.

Todavía sigo sin creerme que ya hayan pasado tres meses desde que Iván se
arrodilló ante mí, envueltos en aquel paisaje lleno de rosas rojas, y me haya
pedido que me casara con él. Confieso que, a partir de aquella noche,
teniendo en cuenta que había tenido un encuentro con Mónica Maldonado,
deseé que la tranquilidad en la que nos habíamos sumido no se viera
alterada. Sigo esperando que nada nos interrumpa, sobre todo mañana
cuando nos encontremos tan cerca de dar el «sí, quiero».

No quiero que ninguna otra gota de sangre manche mi vida otra vez, no me
gustaría volver a caer en otro abismo sin la posibilidad de poder
recuperarme. Me asusta que Mónica escape, me genera temor que sea capaz
de hacer algo justamente mañana. Por eso hablé con Renata días atrás y le
conté cómo me sentía.

—No quiero que te preocupes, querida, ¿de acuerdo? —dijo y apoyó una
mano sobre mi pierna—. Lo tengo en cuenta y te puedo asegurar que no se
escapará.

Me preguntó si quería saber lo que sucedió con Mónica, así que al final me
acabó contando el intento de suicidio. Me quedé callada, no supe qué decir
ante lo que estaba escuchando. Intenté pensar en una razón por la que
hubiera decidido llegar a ese punto, pero tampoco se me ocurrió salvo que
escondiera un motivo para así poder escapar.

—Hice que reforzaran la vigilancia —me dijo—. Ester sigue internada y


con Álvaro ya nos hemos ocupado, además de que me encargué
personalmente de verificar que los contactos de Mónica no tuvieran opción
de dar con ella. Para el mundo, ni siquiera existe.
Aquello me tranquilizó, aunque fuera una mínima parte.

Pestañeo varias veces cuando noto el chasquido de dedos de Dante muy


cerca de mi rostro.

—¿Qué haces? —pregunto.

—Llamar tu atención. ¿En qué nube andas perdida? Te estaba diciendo que
mañana es tu gran día y tú ni caso, ¿qué ocurre?

—Nada, cosas mías —respondo, tratando de restarle importancia—. Sí,


Dante, estoy nerviosa, ansiosa y emocionada. Todo en uno, ¿contento?

—Mucho —sonríe y se toma un sorbo de su café—. ¿Estás más ansiosa por


la boda o por la luna de miel? Iván no te ha dicho nada, ¿verdad? Me parece
que tampoco le ha contado nada a Marco porque, conociéndole, me lo
contaría a mí. Ese hombre no sabe quedarse callado.

—No, para nada, yo tampoco le he preguntado. Lo ha mantenido bastante


en secreto.

—¿Tienes alguna idea?

Entrecierro los ojos al notar la insistencia en su tono de voz.

—¿Qué pasa?

—¿Debería pasar algo, amore? Para nada, simple curiosidad. —Vuelve a


tomar otro sorbo—. Tu vida es mucho más interesante que la mía, por eso,
además, esta es la única vez que tendremos esta conversación, ¿o planeas
casarte cada año? Aunque... pensándolo... sois asquerosamente ricos,
podrías iros de luna de miel una vez al mes —suelta—. Podríais llevarme
con vosotros, quepo en la maleta.

—No digas tonterías.

—Ninguna tontería, lo digo totalmente en serio. —Ninguno de los dos dice


nada en los próximos segundos—. ¿Te acordarás de mandarnos fotos?
—Tal vez tengamos que hacer un viaje nosotros, ¿os gustaría? Las chicas,
Marco y Bianca, tú, Iván, sus amigos... Últimamente me apetece salir de
Barcelona.

—¿Qué tal te fue en París? No me has contado nada sobre eso.

Me quedo en silencio sin querer al recordar la casa donde crecí junto a mi


hermano. Ya no duele como antes, poco a poco, he aprendido a vivir con el
susurro de su recuerdo. Jolie también aparece en la imagen, pero ya no
siento que se forme ninguna más grieta en mi corazón. Estoy haciendo lo
que me dijo Marquina que hiciera: aprender a vivir sin ellos a mi alrededor,
a superar ese dolor que me consumió, a aceptar que ya no volverán y que
tengo que continuar con mi vida.

—Fue bien —respondo y le empiezo a explicar la reacción que tuvieron mis


padres cuando se enteraron de mi compromiso—. Me hubiera gustado
hablar con Élise, pero no pude dar con ella. No he vuelto a tener noticias,
aunque tampoco...

—Deja de pensar que tienes que ir siempre detrás de la gente —me


interrumpe—. Y no te confundas, hay que solucionar las cosas, hablar, a
nadie le gusta estar enfadado, pero si tu cuñada no quiere por más que lo
hayas intentado... ¿Qué más puedes hacer?

—No minimices su dolor. Ella también los ha perdido, no solamente yo.

—No estoy haciendo eso, no le deseo a nadie lo que sintió, enterarse que
has perdido a la vez tanto a tu pareja como a tu hija debe ser muy duro,
pero... No puede seguir culpándote por el resto de su vida —dice—. No
quiero sonar cruel, de verdad que no, pero no me gustaría que pensara que
únicamente ella tiene el derecho a pasarlo mal.

Suelto el aire lentamente mientras me quedo pensando en sus palabras.


Trato de decir algo, pero no soy capaz, no cuando la escena de mi cuñada
echándome la culpa aparece de repente. No creo que pueda olvidar nunca
cuando me levanté aquella mañana en mi habitación y Élise entró mientras
me gritaba con lágrimas en los ojos.
Sentí como el mundo se iba sumiendo en una nada absoluta, donde nada
tenía sentido.

—Tal vez nunca quiera volver a verme —murmuro.

—Y lo tendrás que aceptar —responde el italiano—. Aunque duela, aunque


pienses que no es justo, será su decisión.

Asiento levemente con la cabeza y decido cambiar el tema de conversación.


Me duele hablar de Élise, pero más me duele pensar que se ha sumido en un
pozo del que le costará salir si no es con ayuda. «No puedes ayudar a
alguien que te está negando esa ayuda continuamente —me dijo una vez
Marquina—. ¿Qué hay de ti? ¿Serías capaz de volver a caer en la oscuridad
después de todo lo que te ha costado salir?».

No respondí al instante, de hecho, no volví a abrir la boca durante esa


sesión mientras pensaba que yo seguía perteneciendo a esa oscuridad que
no dejaba de llamarme cada vez que cerraba los ojos por la noche. Esa
oscuridad que me acarició y me limpió las lágrimas. Yo también negué la
ayuda que me brindaron y dejé que las pastillas me hicieran compañía cada
vez que las necesitaba. Si no hubiera sido por Iván, tal vez... no estaríamos
en este punto. Tal vez estaría vagando por el mundo buscando cualquier
tipo de estímulo que me hiciera olvidar.

—No creo que se le tenga que negar la ayuda —respondo—. ¿Serías capaz
de olvidarte de tu hermano sabiendo que no se encuentra en su mejor
momento? —No contesta, por lo que añado—: Élise está mal y entiendo
que necesite tiempo, pero yo seguiré yendo detrás de ella el tiempo que sea
necesario hasta que hablemos y sepa cómo se encuentra. Es lo mínimo que
puedo hacer.

—Y lo entiendo —susurra y deja escapar el aire—, tan solo... no quiero que


esto te siga afectando.

—He aprendido a vivir con ello.

***
Tenía instrucciones específicas sobre qué ropa debía ponerme en mi
despedida de soltera, de hecho, el conjunto se encuentra preparado en la
cama desde hace horas por cortesía de mis amigas, quienes se han
encargado de absolutamente todo. «No queremos que te preocupes por
nada, ¿de acuerdo? Lo tenemos todo bajo control», me dijeron una semana
atrás, cuando me advirtieron que no hiciera planes para esta noche pues
teníamos que despedir mi estado de soltería por todo lo alto.

Me encuentro delante del espejo terminándome de maquillar. No sé con


exactitud a dónde iremos ni cuáles son los planes, pero viendo el sexy
conjunto que me han dicho que me ponga, no dudo que no se trate de un
club o algo por el estilo. Conociéndolas, habrán invitado a toda una
multitud y preparado algo extravagante.

«Una vez en la vida, Adèle. Esta será la única vez que lo podrás celebrar,
calla y disfruta». La voz de Rebecca no ha dejado de acompañarme durante
toda la mañana repitiendo esas mismas palabras una y otra vez. Dejo
escapar una leve sonrisa mientras niego con la cabeza.

—¿Qué haces que aún no estás vestida? —se escandaliza esa misma voz
después de haber entrado en mi habitación sin haber llamado siquiera—.
Vamos, date prisa o llegaremos tarde.

—Se supone que yo soy la protagonista de la noche —digo, levantándome


del tocador—, puedo llegar a la hora que quiera.

Observo a la pelirroja sentarse en la cama de Iván, en la nuestra. No puedo


evitar la extraña sensación que me produce toda esta situación, que esté
compartiendo su cama conmigo, que mis amigas estén aquí, en la
habitación que fue de él y que ahora compartimos. «Mañana estaremos
casados», me recuerda mi subconsciente y le tengo que dar las gracias
porque es algo que pensé que tenía asimilado, pero al saber que es
mañana...

Los pasos de Phénix hacen que vuelva a la realidad. Se acerca con lentitud
hasta mí para tumbarse en el suelo con la única intención de que me agache
para que le acaricie el pelaje. No tardo en cumplirle el capricho mientras me
preguntó por dónde andará su dueño.
—¿Qué habéis hecho con Iván?

—Qué exagerada —contesta Laura—, como si lo hubiéramos echado de su


propia casa. —Las tres se quedan en silencio y no dudo en arquear una ceja
—. Vale, sí, le hemos dicho que se busque algo por hacer y que se vaya, que
ya te verá mañana en el altar.

—Es mucho tiempo —me quejo.

—Tonterías, ponle un poco más de un día, no os vais a morir por estar


separados durante veinticuatro horas, dramáticos.

—Ni siquiera nos hemos despedido, además, ¿cómo habéis podido echarlo
de su propia casa?

—Para que veas —se limita a contestar mientras me entrega el conjunto, sin
embargo, un carraspeo de garganta inunda la estancia y no tardo en dirigir
la mirada hacia ese sonido que no puede provenir de nadie más que de él.

En el momento que ha puesto un pie en la habitación, Laura y Rebecca se


han levantado para impedirle que dé un paso más. Incluso Phénix se ha
levantado para ponerse en contra de su dueño. Se oye la risa de Arabella al
contemplar la situación.

—¿Qué haces aquí? Largo, ya la verás mañana y os podréis comer la boca


delante de todos.

—Se supone que es mañana cuando tenéis que impedirme el paso, no hoy.

—A ver, técnicamente es así, pero...

Ni siquiera deja que acabe la frase cuando ya tengo sus labios sobre los
míos para besarme como solo él sabe hacerlo. Se separa a los pocos
segundos y no tarda en juntar ambas frentes.

—Siempre puedes llamarme si te llegas a aburrir de tu despedida de soltera.

—Qué poca fe nos tienes, ¡que no se va a aburrir! —exclama Rebecca, pero


tal parece que Iván tan solo tiene ojos para mí.
—Seguramente Marco te habrá preparado algo, no creo que le haga mucha
gracia que desaparezcas. No hagas que envíe una partida a buscarte —
sonrío mientras siento la caricia de su mano por mis brazos desnudos.

—La veré mañana en el altar, señorita Leblanc, procure no llegar tarde —


murmura para darme luego un beso en la frente.

Un poco más de veinticuatro horas y la espera habrá acabado.

***

No me gusta que me organicen sorpresas pues no suelo dejar que los demás
se encarguen de mis propias fiestas, pero con la despedida de soltera no
tuve más remedio que bajar la cabeza y no decir nada, de hecho, me
obligaron a no involucrarme. Por eso, cuando me quitaron la venda de los
ojos y vi lo que habían preparado, me quedé sin palabras, pues fue todo lo
contrario a lo que yo hubiera pensado que harían.

La sala está totalmente desierta, tan solo nos encontramos nosotras cuatro
delante de una cantidad infinita de almohadas y una pantalla gigante. «Un
cine casero», pienso mientras dejo que mis ojos recorran la mesa llena de
aperitivos y dulces. Después de varios minutos, me giro encontrándome con
tres pares de ojos ansiosos por conocer mi reacción.

—¿Y bien? —Rebecca es la primera en preguntar mientras me hace entrega


de una bolsa de papel. De ella saco una diadema rosa, con plumas y dos
penes pequeños colgando, como si fueran las antenas de una mariposa. Lo
miro curiosa sin dejar de sonreír—. No queríamos hacer la típica fiesta de
despedida, pensamos en algo más íntimo, además, las cuatro nos bastamos
para divertirnos durante toda la noche, ¿o no? —pregunta mirando a las
otras dos.

—Por supuesto —asegura Laura y la pelirroja asiente con la cabeza—.


Vamos, Adèle, no te quedes callada, ¿te gusta o no? Siempre podemos ir a
un club si lo que te apetece es bailar hasta que te sangren los pies.

—¿Por qué me habéis hecho ponerme esta ropa? —indago mientras me doy
un rápido vistazo. El conjunto es extremadamente bonito, pero no para una
sesión de cine.

—Para despistar. —Me codea—. Nunca te lo hubieras imaginado, ¿a que


no? Queríamos sorprenderte teniendo en cuenta de que no te gustan las
sorpresas.

—Me siguen sin gustar.

—Ya, bueno, pero esta sí te ha gustado, ¿eh?

Me quedo en silencio con la intención de generar cierto misterio, sin


embargo, al final, dejo que la sonrisa se ensanche mientras me acerco para
darles un abrazo.

—No habéis contratado o llamado a nadie, ¿no?

—¿A qué te refieres? —pregunta una Arabella confusa. Me quedo


mirándola fijamente para ver si de verdad no sabe de lo que estoy hablando
o, por el contrario, quiere despistarme.

—¿De verdad no lo sabes?

—¿Qué tendría que saber? —Se puede reflejar la incredulidad en su mirada


mientras Rebecca y Laura se miran intentando no sonreír.

—Strippers, querida —contesta la primera—. Adèle quiere saber si hemos


invitado a gente que nos anime la fiesta.

—Ah —responde la violoncelista sin saber qué otra cosa decir y no puedo
esconder la risa que eso me provoca.

—¿Sabes lo que vamos a hacer? —continúa Rebecca—. No te lo vamos a


decir, ¿vale? Que sea una sorpresa: tal vez venga alguien para hacernos un
bailecito o, a lo mejor, no viene nadie. Lo dejaremos en manos del destino.

Entrecierro levemente la mirada mientras pienso en esa palabra: «destino».


Desde el principio, cuando Iván y yo nos vimos por primera vez, pensé que
el destino se estaba riendo de mí llevándome a Ibiza con él. ¿Qué habría
pasado si me hubiera negado rotundamente a ir? Que Dante no me hubiera
convencido para acompañarlo... Me pregunto si nuestra historia habría
tenido un rumbo diferente, otra realidad en la cual no nos hubiéramos
enamorado, donde tan solo se hubiera limitado a un sexo casual y pasajero.
«Sexo sin amor», no puedo evitar pensar.

—Mientras esperamos —empiezo a decir dejando que esos pensamientos se


vayan—, quiero fresas con chocolate. No he podido dejar de pensar en eso
desde que las he visto en la mesa.

—A sus órdenes.

***

La primera película que proyectaron fue Cincuenta sombras de Grey,


dijeron que era la más apropiada teniendo en cuenta el tipo de celebración
en la cual nos encontrábamos. Durante esas dos horas, me fijé varias veces
en las reacciones de Arabella, pues nos había confesado que nunca la había
visto porque jamás le llamó la atención. Rebecca no dudó en sacar a relucir
algunos de sus comentarios graciosos mientras le daba al play.

Ahora, casi en la mitad de la segunda, la pelirroja se encuentra totalmente


sumergida en la historia de Christian y Anastasia y nos ha amenazado de
que esta noche también veremos la tercera, que ella no podrá irse a dormir
hasta no llegar al punto final de la historia.

Laura le va explicando ciertos detalles que pasó por alto la primera vez que
la vio y, con las tres concentradas, ni siquiera se han dado cuenta de que
Iván ha empezado a mandarme unos cuantos mensajes.

«Sácame de aquí», me dice y, segundos más tarde, estoy viendo la


fotografía que me acaba de mandar. Él rodeado de mucha gente, luces led y
alcohol por doquier.

Le envío una respuesta mientras intento prestar atención a la película.


«Marco ha hecho un buen trabajo, entonces».

«¿Te estás riendo de mí?», contesta de vuelta y no puedo esconder la


sonrisa que me provoca. Decido jugar un poco con él: «Tal vez, pero más
me está haciendo reír el guapo bailarín que tengo delante».

La respuesta tarda en llegar. Cinco, diez, treinta segundos. Tengo la


intención de abandonar la aplicación, pero siento la vibración de un nuevo
mensaje: «Stripper, Adèle, dilo sin miedo». Mantengo los pulgares sin
tocar el teclado de la pantalla leyendo otro que acaba de enviar: «Si te lo
estuvieras pasando tan bien, no estarías hablando conmigo».

Observo el movimiento de cabeza de Rebecca y bloqueo el móvil a la


velocidad de la luz. Se supone que tengo que disfrutar de mi despedida de
soltera y no estar hablando con mi prometido por mensaje de texto.

Admito que ese último mensaje me ha dejado sin palabras, que por querer
jugar un poco con él no haya tenido en cuenta la posible burla. No sé qué
decirle, no quiero abrir de nuevo el chat y que me vea conectada, pero, por
lo visto, él no tarda en escribirme de nuevo. Lo leo desde la barra de
notificaciones sintiendo, de repente, unos nervios repentinos.

«Si yo te bailara, tan solo tendrías ojos para mí». No puedo dejar de leer
esas simples palabras que se acaban de envolver en un fuego prometedor y,
sin evitarlo, cruzo una pierna encima de la otra. Desde el principio, desde
ese primer correo electrónico, tuvo un efecto de deseo en mí.

—¿Se puede saber con quién estás hablando? —me regaña Rebecca
haciendo que suelte el móvil, pero sin la posibilidad de bloquearlo. En
menos de dos segundos ya lo tiene en sus manos con la intención de leer el
mensaje. Intento quitárselo, pero me lo impide—. Por «Poeta» entiendo que
es Iván, alias el prometido. —Se aclara la garganta—: «Si yo te bailara, tan
solo tendrías ojos para mí».

—¿Cómo? —salta Laura pausando la película—. ¿Qué nos hemos perdido?

—En realidad, de nada —respondo y les explico la pequeña conversación


que hemos mantenido.

—¿Quieres que venga? —pregunta Arabella segundos más tarde y, al


instante, las dos cabezas castañas se giran hacia ella. Ese gesto me hace
sospechar, pero no digo nada.
—Se supone que estamos en mi despedida, quiero, pero no es propio que
venga el prometido de la novia.

—¿Desde cuándo hacemos caso a las reglas? —Esta vez, las palabras de
Rebecca hicieron elevar esa sospecha al doble—. ¿Qué hora es?

—¿Por qué necesitas saber la hora?

—Para la sorpresa —suelta la pelirroja y no dudo en acercarme a ella para


que me confiese qué están tramando—. No, Adèle, no me hagas esto que no
puedo decirte nada.

—Bueno, querida —empieza Laura—, siéntate aquí, ten paciencia y nos


vemos mañana para vestirnos. No importa cuántas veces sea una dama de
honor, siempre es emocionante.

—Esperad, ¿a dónde vais? ¿No se supone que iba a ser noche de películas
medio indecentes?

—Y lo sigue siendo —responde Rebecca recogiendo sus cosas después de


enrollar su brazo en el de las otras dos—, solo que ahora te acabas de
convertir en el main character. Disfrútalo.

Las chicas no tardan en irse cerrando la puerta detrás de ellas y me quedo


quieta en la silla ubicada en el centro de la habitación. Las luces led se
pasen por una gama cálida de colores donde predomina el rojo y el violeta.
Observo a mi alrededor y el pensamiento de quedarme a solas con un
hombre que no conozco, me invade.

No, ellas lo saben, se lo conté. No me hubieran dejado sola, mucho menos


hubieran permitido que un desconocido entrara por esas puertas. Toco la
piel de mis brazos. Frías. Tengo las manos frías y voy notando un nudo en
la garganta que me impide respirar con normalidad. No quiero estar aquí, no
quiero que se repita, que...

Me detengo cuando empiezo a escuchar una música lenta, sensual, que se


va apropiando de cualquier rincón de la habitación, pero lo que acaba de
tranquilizarme por completo es sentir sus manos por mis brazos. Se trata de
una caricia, sutil, delicada, que apenas me ha rozado, pero que reconozco de
inmediato.

—¿Qué haces aquí? —pregunto al sentir sus labios en mi cabeza.

—Esta mañana me levanté con la idea de bailarle a mi prometida —susurra


cerca de mis labios y contengo la reacción que me produce. No tarda en
cogerme de las manos para levantarme y dar un par de pasos hacia adelante
—. Antes de que te conviertas en mi mujer, mañana.

No tardo en sentir una emoción adueñarse de mi cuerpo mientras dejo que


la sensualidad de la música nos encierre escondiéndonos del mundo. Dejo
que mi mirada se pasee por su cuerpo. Su camisa negra se encuentra
totalmente desabotonada permitiendo que contemple su torso tonificado y
no puedo evitar plantar la caricia de mi mano sobre su abdomen.

Iván empieza a mover las caderas, despacio, mientras sus manos me


recorren el cuerpo. Para esto era el conjunto negro de dos piezas que me
han hecho poner, para lucirlo delante de él. Al instante, mientras siento sus
labios cerca de la base de mi cuello, pienso que, tal vez, Iván ha sido quien
se haya encargado de todo, incluso de elegirme la ropa para esta noche.

—Lo has elegido tú. —Ni siquiera permito que el tono de pregunta manche
esas palabras. Sus manos siguen recorriéndome las caderas al ritmo de la
canción y, lentamente, voy notando la reacción que le causo en su cuerpo.

—No pude resistirme a vértelo puesto desde que lo vi en el escaparate —


susurra para, después, depositar unos cuantos besos por mi clavícula. Giro
la cabeza proporcionándole más acceso y ahogo el jadeo que casi se me
escapa—. No vuelvas a hacer eso —me dice dejando que mi cintura
acompañe a la suya en un baile cargado de deseo—. Quiero oírte, Adèle,
quiero ir la eufonía de tus gemidos por el resto de la noche.

El estribillo se vuelve a repetir e Iván lo aprovecha para dar un paso hacia


atrás y quitarse lentamente la camisa. Ni siquiera me fijo dónde la deja
tirada pues mis ojos no se pueden apartar del baile que me está dedicando.
Se mueve de tal manera que me hace desear arrancarle la ropa y
abalanzarme sobre él, pero me contengo. Reúno las pocas fuerzas que me
quedan para no moverme, dejar las manos quietas y seguir mirando todos
sus movimientos.

De un momento a otro, ya con otra canción sonando, se acerca hacia la


mesa y veo que sostiene entre sus dedos una fresa bañada en chocolate.
Vuelvo a sentir su perfume envolverme y me la acerca a los labios
instándome a que le dé una mordida.

—Si quieres oírme gemir por el resto de la noche... —dejo caer mientras
muerdo la fresa sin dejar de mirarle—, tendrás que esforzarte.

Al instante, siento su brazo alrededor de mi cintura, apretándome contra él


y dejando apenas unos centímetros de distancia entre nuestros rostros.

—¿Esforzarme? —pregunta y se come el resto de la fresa. También siento


el leve movimiento de sus caderas y no tardo en dedicarle una sonrisa
torcida, apenas elevando la comisura de los labios—. Una caricia mía y ya
te tengo jadeando entre mis brazos, muñeca —susurra y no duda en
hacerme una demostración.

Pasea sus labios por mi cuello, cerca del oído, mientras me mantiene sujeta
a él. Sigue moviendo la cintura al ritmo sensual de la canción que
reconozco que es Don't play de Ozzie, y no tardo en sentir el incipiente
juego de sus dientes. Intento retorcerme, quiero que siga besándome de esa
manera, también trato de mantener la boca cerrada, pero la caricia seductora
de sus manos, la canción, su torso desnudo, todo él... Mantengo las manos
en sus hombros apretándole la piel.

—¿Por qué te resistes? —me susurra y siento su mano bajar hasta que
empieza a jugar con uno de mis glúteos, subiéndome la pierna para rodearle
la cintura. Con ese simple gesto dejo escapar el tan ansiado jadeo al sentir
su erección golpearme con fuerza—. Me acabas de quemar, Adèle, con ese
simple sonido... Joder.

Dirijo las manos hacia el cinturón y se lo quito sin pensármelo dos veces.
Su lengua se entrelaza traviesa con la mía y noto mi interior explotar
cuando siento sus dedos fríos tanteando mi intimidad. La música sigue
sonando, no se detiene, y la habitación queda sumida en una lujuria que nos
ha empezado a dominar, lentamente.

Sin disminuir la intensidad que nos abraza, bastan unos pocos segundos
para que Iván acabe sentado, en la silla en la cual me encontró, y conmigo
sobre su regazo con ambas piernas a cada lado de su cuerpo.

Le ayudo a bajarse la cremallera para dejar su erección al descubierto y me


elevo levemente para conducirlo hacia mi entrada. Sus manos no han
dejado de acariciarme la espalda desnuda y siento cómo traza el tatuaje con
sus yemas ya no tan frías. Puedo notar cierta desesperación consumirlo pues
el ligero movimiento de su pelvis me incita a querer jugar un poco con su
paciencia, solamente un poco.

Recorro su longitud con la humedad que me ha provocado mientras intento


dominar el beso y llevármelo a mi terreno. La desesperación aumenta y soy
capaz de percibir los latidos de su corazón, inquietos, agitados,
desesperados por sentirme, por llenarse.

Decido seguir jugando durante unos segundos más, tal vez minutos. Ni
siquiera me doy cuenta de las manecillas del reloj, pero me las apaño para
detener el tiempo y que sienta un fuego lento recorrerlo.

—Adèle... —intenta decir, pero acaricio su boca con el índice, callándolo


—. Quiero... —Opone resistencia, pero vuelvo a interrumpirlo sin dejar de
saborear la dureza con mis labios.

—No —pronuncio, negando con la cabeza—. «Mon amour»... Ahora


mismo soy tu amor —susurro y recorro su mandíbula con las yemas de los
dedos—. Dime qué es lo que quieres.

Me quedo quieta sobre su miembro, dejo que pasen unos segundos para
volver a moverme y puedo sentir su impaciencia a flor de piel, exigiéndome
que acabe con el juego absurdo.

—Quiero que te dejes de tonterías y me hagas correrme dentro de ti, mi


amor —ronronea mirándome fijamente y no puedo evitar morderme el labio
ante la intensidad de sus palabras.
Adentro una mano en su pelo, agarrándole varios mechones, y encuentro su
cabeza suplicante. Sin vacilar, me dejo caer hasta que consigo alcanzar una
profundidad que me hace soltar varios gemidos, echando, incluso, la cabeza
hacia atrás. Iván aprovecha para encontrar uno de mis pezones y empezar a
torturarlo con los dientes. Sus manos no pierden el tiempo y me incitan a
moverme, por lo que, le cumplo el deseo y empiezo el juego de caderas que
sé que tanto le gusta.

—Mi amor —repite entre aceleradas respiraciones—. Mi mujer.

Sin esconder el ansía, busco de nuevo sus labios y, sin abandonar el ritmo
constante, empiezo a sentir la acumulación del tan ansiado placer.

—Mañana —digo, minutos más tarde.

—Mañana —asegura al notar mis piernas temblar a su alrededor.

Leed la notita:

Tenía escrito este capítulo desde hace un par de días, pero no lo quería subir
porque ando hasta arriba (exámenes, fin de máster y más cositas) y andaba
acumulando para empezar a actualizar cuando estuviera más libre.

Sin embargo, para agradeceros todas vuestras felicitaciones por mi


cumpleaños, aquí lo tenéis ❤

No sé cuándo estará el capítulo 40 (y los siguientes), yo voy escribiendo y


cuando me libere de la vida adulta y de estudiante, vuelvo con todo para
poner fin a esta historia.

Un beso enorme,

Anastasia
Capítulo 40

Lo real es irreal
.

ADÈLE

Nunca me había imaginado que llegaría el día donde me vería caminando


hacia el altar, tal vez porque siempre tuve la idea de que el matrimonio no
entraba en mis planes. Lo asociaba como a una condena de la que no podría
escapar en un futuro lejano, sin embargo, ¿quién hubiera imaginado que
ahora, en este mismo instante, estaría mirando embobada mi vestido de
novia?

Un vestido que ha sido diseñado a mi gusto, hecho a medida y con todos los
detalles que hubiera podido imaginarme. Será el único que lleve durante la
ceremonia y la fiesta que se celebrará en el mismo recinto, al fin y al cabo,
será la única boda que viva y no me imagino verme en otro vestido que no
sea este.

Miro a mi alrededor observando el perfecto silencio que me rodea, pues mis


damas de honor han tenido la consideración de encerrarme en la habitación
más apartada del hotel. «En la más apartada de él», pienso mientras esbozo
una sonrisa. Me lo han dejado claro: no dejarán que Iván se acerque a mí
hasta que mi padre no me lleve hacia el altar, donde él se encontrará
esperándome a la vez que sus ojos buscan los míos con urgencia.

Vuelvo a observar mi reflejo: perfectamente peinada y maquillada, tan solo


faltaría adentrarme en ese vestido que ahora viste el maniquí, pero para ello
tengo que esperar a mis tres locas amigas que no deben tardar en llegar.

En el momento que desbloqueo el móvil, la suave vibración me notifica de


un nuevo correo electrónico y, al instante, el recuerdo me invade cuando
veo que se trata de Iván. No es la dirección del seudónimo, está usando su
correo personal.

Vuelvo a leerlo y no puedo impedir la sonrisa de  enamorada que aparece en


mi rostro y de la que no soy del todo consciente, pues me nubla el juicio
pensar que se encuentra en este mismo hotel, tan lejos, pero, a la vez, tan
cerca de mí.
Estoy a punto de contestarle, pero las dos puertas se abren de repente
haciendo que me sobresalte. Se trata de Laura que viene acompañada por
Rebecca y Arabella.

—¿Cómo se encuentra hoy la novia? ¿Nos has echado de menos? —


pregunta efusiva y admiro el idéntico color de sus vestidos, un pálido coral
adornado con un brillante degradado desde el escote hasta que va
desapareciendo a lo largo de la falda—. Vamos, el tiempo apremia, es hora
de ponerse de ponerse el vestido.

—Tengo que contestar un correo antes —respondo mientras le pulso a


enviar.

—¿No puedes dejar el trabajo ni un solo momento? —pregunta Rebecca


acercándose al maniquí—. Además, ¿no tienes un representante que se
ocupa de esas cosas?

—No cuando se trata de mi prometido —contesto sin poder despegar los


ojos de la pantalla—. Solo será un momento.

—Uy, ¿qué te ha escrito? —Puedo apreciar la curiosidad en sus ojos, en los


de las tres.

Le entrego directamente el móvil para que lea el mensaje:

Asunto: Mi fuego
De: Iván Otálora
Fecha: Sábado, 18 de septiembre de 2021 (10:24 h)
Para: Adèle Leblanc

Señorita Leblanc:

Se estará preguntando el motivo de este correo electrónico cuando


perfectamente podría mandarle un mensaje, pero ¿no lo encuentra más
fascinante? Nostálgico también, pues así empezó nuestra historia. Con un
correo por mi parte invitándola a un café que usted rechazó firmemente, sin
titubeos. Nunca le conté mi reacción cuando leí su respuesta, al principio
me sorprendió, pues entenderá que no estoy acostumbrado al «no», pero
precisamente fue lo que acabó por encenderme.

Incluso le tengo que confesar que me divertía, así, tratándonos de usted,


formales, aunque lanzándonos a veces veneno y otras... dejando que el
deseo hablara por nosotros. Un deseo cargado de pasión, hambre y fuego.
Un fuego que se encuentra ardiendo en su máximo esplendor porque usted
ha conseguido resurgir de esas cenizas que la consumieron.

Tan solo le mandaba este correo para decirle que estaré encantado de
presenciar cuando quiera volver a poner el mundo a arder porque usted
sigue siendo fuego, mi fuego, uno que solamente yo soy capaz de encender.

Atentamente, su sexy prometido


Iván Otálora

—Conque, sexy prometido, eh —murmura la violinista en medio de una


risita—. Se lo tiene muy creído.

—Me gusta cuando os tratáis de «usted» —comenta Arabella casi al mismo


tiempo y las otras dos asienten con la cabeza—. Sobretodo cuando os seguís
llamando por el apellido.

—¿Cómo era? —Rebecca alza las cejas—. Señor Otálora y señorita


Leblanc.

—Ahora pasará a ser señora.

—Una mujer casada, ¿quién lo diría? —continua diciendo dándome un leve


codazo—. Señor Otálora y señora Leblanc.

—¿Las mujeres francesas se cambian el apellido cuando se casan? —se


interesa la pelirroja y niego con la cabeza.

—Antes sí, pero ahora tienen la opción de elegir —explico—: si


cambiárselo o seguir usando el suyo.

—Tú no te lo cambiarás —asegura.


Le doy la razón y me piden que les explique el por qué detrás de esa
decisión, pero me limito a encogerme de hombros mientras les digo que me
gusta mi nombre tal y como está, además de que no me hace falta
cambiarme el apellido para decirle al mundo que estoy casada con el
hombre de quien estoy enamorada.

Minutos más tarde, después de haberle enviado mi respuesta, me ayudan a


vestirme teniendo extremo cuidado con el velo. Observo el pronunciado
escote en la parte delantera dejando la espalda totalmente cubierta, además
del corte en vertical en la pierna derecha.

Quería algo simple, pero, a su vez, envuelto en una suma elegancia colmada
de pequeñas piedras preciosas. Quería un vestido en el cual pudiera
sentirme cómoda durante el resto de la celebración, pero que me permitiera
convertirme en la reina durante el resto de la noche.

Los halagos de las chicas no tardan en llegar y me sorprende cuando se


unen dos voces masculinas a lo lejos.

—¿Nadie os ha enseñado modales? —se queja Rebecca con sus dos manos
en las caderas, girándose al instante hacia los italianos vestidos en sus trajes
de Armani—. ¿Qué hacéis aquí?

—Venimos a ver a la novia —responde Marco y sus ojos divertidos


encuentran los míos—. Creo que a Iván se le desencajará la mandíbula
cuando te vea caminando hacia el altar —dice, acercándose—. Estás
preciosa, Adèle.

Dante empieza a silvar mientras procede a dar una vuelta a mi alrededor


cerciorándose de captar cualquier detalle, pues lo cierto es que es la primera
vez que me ven con él puesto.

—Me gusta, es muy tú —dice.

—A lo mejor le podríamos dar envidia a Iván, no ha parado quieto


pensando en el momento que te verá caminando hacia el altar.

—Ni se os ocurra decirle nada —advierte Laura.


—No, mujer, solamente decirle que la acabamos de ver y que está preciosa,
ya sabes, me gusta tocarle los cojones cada vez que se me presenta la
oportunidad.

—No serías tú si no lo hicieras —digo.

—Esattamente, amore —responde guiñándome el ojo—. Voy con él, ¿tú te


quedas aquí? —se dirige hacia su hermano y este asiente con la cabeza—.
Me arriesgo a que después me mande a su perro para enseñarme los dientes,
pero qué aburrida sería la vida si no lo hiciera, ¿no?

Marco ya se encuentra en la puerta con la mano en el pomo, despidiéndose.

—Nos cuentas los detalles después —habla Rebecca—. No, mejor grábalo.

—Hecho.

IVÁN

Compruebo por última vez las notificaciones esperando que la respuesta a


mi correo aparezca en la bandeja de entrada. Han pasado unos pocos
minutos, tal vez segundos desde la última vez que miré el reloj, pero no
puedo evitar la sensación que se ha instalado en mi pecho y que, al parecer,
no tiene la intención de desaparecer.

«Han pasado tres meses desde que le pedí que se casara conmigo —me digo
—. ¿Qué son unos pocos minutos?». Tal vez la eternidad envuelta en una
dulce agonía.

Chasqueo la lengua mientras niego con la cabeza y miro al dóberman que se


encuentra a mi lado, atento a cualquier cosa que le ordene. Se acerca hasta a
mí moviendo la cola y acaricio su cabeza. En aquel instante, sin embargo, el
sonido de una nueva notificación inunda la habitación y abro el nuevo
mensaje de Adèle.

Asunto: Mi complemento
De: Adèle Leblanc
Fecha: Sábado, 18 de septiembre de 2021 (10:47 h)
Para: Iván Otálora

Señor Otálora:

¿Cuándo fue la última que nos enviamos un correo? Me alegra que la


nostalgia lo haya golpeado y haya decidido enviarme uno para dejarme
claro que sigo siendo su fuego, al igual que usted siempre será mi
complemento.

Me acuerdo de ese primer rechazo y debo confesarle que, durante la


primera leída, pensé que se trataba de un fanático obsesionado que no había
encontrado mejor manera para ponerse en contacto conmigo. Casualidades
del destino que esa misma noche haya tocado el piano en su empresa. ¿Se
acuerda de las primeras miradas? Le confieso que mi mente se volvió más
perversa de lo habitual y no dudé en imaginármelo desnudo delante de mí,
encima de su mesa, mientras dejaba que se guiara hacia mi intimidad.

Usted es y seguirá siendo único para mí, pues no por nada le dí el «sí» en
ese escenario lleno de rosas y espinas. Quiero que siga quemando el mundo
conmigo, quemándome a mí, incluso, porque adivine qué, usted es el único
que tiene mi corazón en sus manos. Estoy segura de que lo cuidará como si
fuera el suyo propio.

Un corazón que ahora mismo se encuentra envuelto en un vestido blanco y


un largo velo detrás, brillante, como si me hubieran bañado en mil
diamantes.

Atentamente, su complemento
Adèle Leblanc

«Su complemento», vuelvo a leer y trato de esconder la risa de estúpido que


aparece en mi rostro. Pensar que se encuentra en el mismo hotel, un par de
plantas más arriba o más abajo, lo cierto es que no tengo idea, pues las
arpías de sus amigas se han encargado de mantenerme completamente en
las sombras para asegurarse de que no mande todo a la mierda y vaya a
buscarla.
Me dejo caer sobre el sofá volviendo a leer el último párrafo: «Un vestido
blanco y un largo velo detrás». La francesa no ha querido contarme nada
respecto a como es su vestido, ningún tipo de detalle y cada vez que
intentaba sonsacarle información, acababa cambiando de tema o,
directamente, se subía a mi regazo para empezar a besarme con frenesi. Yo
le seguía el juego por supuesto, mandaba a la mierda el orgullo y me dejaba
acariciar por todas partes, pues nunca le he podido decir que no y menos
cuando de sexo se trata: nuestro juego favorito, además de las apuestas.

Vuelvo a sonreír al recordar las clases de apuestas surgen entre nosotros. Tal
vez debería proponerle otra, tensar todavía más la cuerda que nos envuelve
o subir de nivel, que el riesgo se intensifique. Sería divertido, al fin y al
cabo, pierda o no, siempre acabamos follando dando igual el sitio donde
nos encontremos.

Tengo en mente responderle al correo, proponerle una carrera y que gane el


mejor, pero en el instante que he desbloqueado el móvil, la puerta se abre
dejando pasar a Marco con una sonrisa triunfante y vestido en uno de sus
mejores trajes.

—¿Preparado para dejar oficialmente la soltería? Estás a tiempo de


arrepentirte —murmura, sentándose a mi lado. Tiene la intención de
acariciar a Phénix, pero este da un paso hacia atrás, de hecho, se aleja,
desapareciendo hacia la otra habitación—. ¿Se puede saber qué le he
hecho?

—Le caen bien pocas personas. Muy pocas, en realidad.

—¿Y yo no estoy en esa lista?

—Al parecer, no.

El italiano me mira, indignado, y yo me limito a hacer un movimiento de


hombres, restándole importancia.

—He visto a Adèle. —Enarca las cejas, cambiando de tema—. Está


preciosa, que lo sepas. Como consejo: mantén la boca cerrada cuando la
veas entrar hacia el altar, no querrás que todo el mundo te vea babeando, no
es bonito.

—No exageres.

—De verdad te digo que está preciosa. Un vestido de infarto, un velo


quilométrico y brillos por aquí y por allá. Te vas a morir.

—¿Quieres dejar de provocarme que vaya ahora mismo a buscarla?

Se nota la impaciencia en mi tono de voz, pero tal parece que Marco no lo


quiere entender. De hecho, lo está disfrutando.

—No te dejarían entrar —responde—. Ya sabes, sus amigas se han puesto


modo vigilancia extrema y no dejan pasar nadie sin autorización previa. —
Me quedo en silencio sin dejarle de mirarle y él tan solo mueve la cabeza de
manera afirmativa—. Aguanta, hombre, faltan unas cuantas horas para que
os veias, que sois unos exagerados.

—¿Te recuerdo lo insoportable que estuviste el día de tu boda? No dejabas


de repetir cada cinco segundos que querías que el tiempo pasara más rápido.

—Verdad, casi se me olvida. —Chasquea la lengua—. Fue divertido, en


realidad. Me gustaba ver como intentabas que la paciencia no se te agotara.

—Para que veas lo que a veces tengo que hacer por ti.

—Gracias, supongo. —Se encoge de hombros—. Acabas de definir el valor


de una verdadera amistad, no sé lo que haría sin ti, espera que voy a llorar.
—Alza la mano y se tapa la mirada de una manera un tanto dramática.
Espero unos segundos para que acabe el numerito—. Qué aburrido que eres,
de verdad. Vamos, he venido a ayudarte para que te vistas.

Lo que empezó con la intención de «ayudarme» a ponerme el traje, acabó


con Marco en el sofá, dándome conversación, mientras yo me entretenía
con la corbata delante del espejo.

—Por lo menos, ten la decencia de ayudarme para colocarme los gemelos


—digo, mirándole por el reflejo.
—Pareces un niño pequeño —murmura y tarda media vida para levantarse
del sofá para venir hasta donde me encuentro—. A ver, ya está, tampoco ha
sido para tanto —dice, minutos más tarde.

—Te voy a dejar sin postre.

—Teniendo en cuenta que he organizado el 95 % de la boda, yo creo que


me merezco tener mi porción de tarta, ¿no te parece?

—Entonces no te comportes como un gilipollas.

—Lo siento, no puedo evitarlo, es mi naturaleza.

Quiero decirle algo más, incluso se me cruza por la cabeza ordenarle a


Phénix que le muerda el culo, pero me abstengo al notar mi móvil vibrar
correspondiente a una llamada entrante.

Mamá.

Frunzo el ceño y no me puedo sacar de la cabeza cualquier trágico


escenario que acabe en muerte, lágrimas y destrucción, porque Renata no
suele llamarme para preguntarme por mi vida; lo hace cuando tiene algo
importante que decirme o para reunirme con ella para tratar un asunto que
nos concierna a los dos. Le indico a Marco que mantenga la boca cerrada y
me llevo al móvil a la oreja.

—¿Qué ocurre? —Esta vez, soy el primero en hablar, tomándola por


sorpresa.

—Que te casas —dice y puedo imaginarme perfectamente su cara—.


Tranquilízate. —Dejo escapar lentamente el aire, uno que no sabía que
estaba conteniendo.

—Perdón, es que... estoy nervioso.

—Lo entiendo —responde—. No tienes nada de lo que preocuparte, todo


está bien, ¿de acuerdo?

—¿Por qué me has llamado?


—No lo sé, es la boda de mi único hijo a quien voy a acompañar hacia el
altar, ¿por qué crees que te estoy llamando?

Esbozo una sonrisa mientras me aliso unos pliegues invisibles del traje que
se encuentra perfectamente planchado. Renata Abellán puede llegar a ser
graciosa sin proponérselo.

—Nunca pensaste que llegaría este momento, ¿verdad?

—Sí lo pensé —confiesa, pero se queda callada, dejándome con las ganas,
por lo que me obliga a preguntárselo.

—¿De verdad?

—Vi algo en Adèle, desde el primer momento. No me preguntes


exactamente el qué, pero me di cuenta de las primeras miradas que le
dedicaste.

—En la fiesta de la empresa —añado.

—Sí, mientras tocaba el piano —contesta y hace que me transporte hasta


aquel momento.

Después de que la viera por primera vez en aquella plaza, recordé que
tocaría una pianista muy reconocida en la empresa. Hice que lo averiguaran
y no tardaron en enseñarme una imagen de la mujer en cuestión. Recuerdo
que sonreí como un idiota al darme cuenta de que se trataba de la misma.
Nunca supe si se trató de una casualidad, pero gracias a ella, conseguí que
esa mujer de larga melena y ojos grises, accediera a compartir su vida a mi
lado.

—Han pasado muchas cosas desde entonces —dejo caer y escucho el


suspiro de Renata, afirmándolo—. No quiero que pase nada más. —Estoy
seguro de que la comandante me ha entendido.

No pienso permitir que Mónica cometa cualquier estupidez justo el día de


nuestra boda, porque ya me tocaría los cojones tener un equipo de seguridad
altamente cualificado para que venga ella a crear caos.
—No pienses en eso —dice y me recuerda toda la protección que rodeará
tanto la iglesia como el recinto. Como comandante de las Fuerzas Aéreas,
dispone de su anillo de seguridad, además del que está puesto a mi servicio,
por lo que, esa iglesia se va a convertir en una fortaleza inquebrantable que
nadie podrá penetrar.

—Es inevitable.

—Habéis esperado mucho tiempo para este día, disfrutadlo como os


merecéis, ¿está bien? Al fin y al cabo, te vas a casar con tu complemento,
no te frustres pensando en cosas de las que me estoy ya encargando. —Mi
madre tiene esa habilidad para tranquilizarme siempre con las palabras
adecuadas—. Nos veremos directamente en la entrada de la iglesia, tengo
que ocuparme de un asunto, pero no tardaré.

—¿Qué asunto?

—Un asunto.

—Mamá —advierto—. Me acabas de decir que no me tengo que preocupar


por nada.

—Y es así.

—¿Entonces?

—Nos vemos ahí —dice—. Te quiero.

Cuelga la llamada y me deja con el móvil todavía en la oreja.

—¿La comandante mamá te ha dejado con la palabra en la boca? —


pregunta Marco segundos más tarde al ver que no digo nada.

Me guardo el aparato en el bolsillo interior de la chaqueta y me giro para


mirarle.

—Cállate —le digo—. No ha sucedido tal cosa, simplemente me ha avisado


que nos encontraríamos ahí, eso es todo.
—¿Desde cuándo me das explicaciones? —pregunta y ambos nos miramos
durante un instante mientras analizo lo que acabo de decir—. No me lo
digas, estás nervioso, ¿no?

—¿Te importaría dejar la burla para otro momento? Hoy no es el día —


advierto.

—Te equivocas, hoy es el mejor día. —Tengo la intención de responder, de


decirle que, si va a seguir en ese plan, puede dar media vuelta e irse por
donde ha venido, pero un par de golpes en la puerta nos interrumpen y le
indico al italiano con la mirada que vaya a ver de quien se trata—. Daniel se
nos une a la fiesta.

—Acabo de ver a Adèle. —Es lo primero que dice y entrecierro los ojos sin
querer, harto de escuchar lo que no puedo ver—. ¿Qué? Ah, ya, no me
mires así, pero está preciosa, que lo sepas. En realidad, todas lo están,
¿quién ha elegido los vestidos de las damas de honor?

Marco y yo nos volvemos a mirar durante un segundo cayendo en la cuenta


que, lo más probable, es que se esté refiriendo a cierta pelirroja que toca el
violoncelo. Sonreímos a la vez lo que hace que el chef nos mire con mala
cara.

—¿He dicho algo que...? —deja caer la pregunta, pero es interrumpido por
Marco, quien se acerca a él para pasarle un brazo sobre sus hombros.

—Cuéntanos la verdad, hombre, que estamos en confianza. —Se aclara la


garganta—. Admite que solo tenías ojos para Arabella. Es que, ¿quien se
puede resistir a esos ojazos verdes que combinan a la perfección con su
rojiza melena? —Ni siquiera le da tiempo a Daniel para que conteste, pues
ya ha soltado la respuesta al aire—. Exacto, nadie.

—No quiere saber nada de mí. —Se deja caer en el sofá, a mi lado,
mientras se frota el rostro con la mano en una vaga intención de reflejar esa
melancolía que lo atormenta.

—No lo has intentado lo suficiente —sigue articulando el italiano y posa


sus ojos en los míos, pidiéndome en silencio que abra la boca y le diga algo.
—Depende de como te hayas comportando con ella las veces que os hayáis
visto —improviso algo—. Si has sido muy brusco o has dicho algo que no
le haya gustado, te será más difícil. Ten en cuenta también que, tal vez, a
ella de verdad no le intereses.

—Imposible —refuta él, bastante seguro—. Esas miradas tienen que


significar algo, sino, no me lo explico.

—Hay que tener paciencia —respondo—. Mucha. Y dejar fluir las cosas,
no lo apresures. Si tiene que pasar algo, pasará.

Daniel se queda mirándome como si estuviera sopesando la mayor de las


decisiones y vuelve a mirar hacia el techo, totalmente en silencio. Se
mantiene unos segundos en esta posición hasta que se vuelve a centrar en
nosotros, asintiendo con la cabeza.

Continuamos hablando de Arabella durante la siguiente media hora hasta


que llega el momento de ir hacia la iglesia, la cual se encuentra ubicada a
un par de kilometros de donde se celebrará el banquete y la posterior fiesta
que vete a saber cuánto durará. Tan solo espero que mi entrepierna se
mantenga quieta y no me dé problemas.

Una vez en el coche, estando totalmente solo, intento no volver a mirar el


móvil, pero fracaso en el intento al comprobar de nuevo la bandeja de
entrada. Tengo la genial idea de apretar su contacto y llamarla, pero no
quiero que la furia de sus amigas recaiga sobre mí. Me lo dejaron claro
cuando, la noche anterior, me separé de mi prometida, que no dejarían que
tuviera algún contacto físico o verbal con ella.

Me dejo caer sobre el respaldo, cruzando una pierna encima de la otra, y me


distraigo mirando el paisaje que va desapareciendo a medida que
avanzamos por la carretera. David se encuentra conduciendo mi coche,
mientras que a Adèle la llevará otro miembro del equipo de seguridad quien
me indicará en todo momento cualquier movimiento que haga.

Los minutos siguen transcurriendo y, con ellos, mi nerviosismo va


aumentando de manera gradual. David se detiene en el terreno ubicado
cerca de la iglesia donde ya se encuentran varios coches aparcados. Hay
muchos rostros conocidos y, a lo lejos, se encuentran algunos periodistas
entrometidos con el deseo de capturar cualquier mínimo detalle para
convertirlo en un titular.

«La boda del año: Adèle Leblanc e Iván Otálora, a punto de ser marido y
mujer». Niego con la cabeza mientras abro la puerta y salgo del interior del
vehículo. Marco no tarda en acercarse, junto con su hermano y Daniel
quien, aparentemente, se acaba de integrar en nuestro círculo.

—¿Qué? ¿Nervioso? Procura mantenerte seco, el traje es caro —aconseja y


Dante se empieza a reír. Los miro a los dos sin mostrar ningún tipo de
emoción—. No se puede bromear contigo hoy, eh.

—Ni hoy ni ninguno.

—Es normal, son los nervios de la boda —comenta Daniel—. Se te pasará


cuando pruebes la tarta, muy buena, por cierto. Tal cual como lo pidió tu
prometida, ha quedado a su gusto.

—Eso espero, podría echármelo en cara durante el resto de su vida si le


llega a parecer espantosa.

—Estás hablando con el chef y repostero más importante del país, te pediría
un poquito de respeto.

Esbozo una sonrisa y le palmeo el hombro, aunque en el fondo sabe que a


Adèle le encantará cuando la vea y tenga que cortar la primera porción.

—¿No hay posibilidad de probarla antes? —pregunta Dante—. Digo, para


evitar un posible desastre. No querrás tener a la novia de enemiga durante el
resto de la fiesta.

—Que le va a gustar, joder, dejad de decir tonterías —se queja Daniel y


empiezan una divertida conversación a al cual le presto el mínimo de
atención, pues estoy viendo si el coche de la comandante está llegando.

—¿Habéis visto el coche de mi madre, de casualidad? —pregunto mirando


a lo lejos.
Los invitados ya van entrando para buscar su correspondiente sitio. Observo
el reloj de mi muñeca y faltan unos minutos para que la ceremonia dé
inicio. Se suponía que había dicho que estaría aquí, que todo iría bien, que
nada se había torcido.

—Llámala, a lo mejor ha salido más tarde —sugiere Marco.

—Mi madre no suele llegar tarde y menos hoy. —Me llevo el móvil al oído
después de haber marcado su número. Espero pacientemente hasta que
conteste, pero no da ningún tipo de señal.

Frunzo el ceño mientras empiezo a sentir como mi corazón empieza a


bombear a más velocidad. Vuelvo a marcar su número sin dejar de mirar la
entrada, pero cuelgo en el momento que visualizo el Range Rover negro
entrar imponente, captando la atención de las cámaras.

—¿Lo ves? No te preocupes tanto, todo saldrá bien —me anima el italiano
—. Nosotros nos vamos colocando, ¿de acuerdo? Recuerda, que no te
tiemblen las piernas, las tienes que utilizar para llegar al altar.

—Idiota —me limito a decir y me gano otro insulto de su parte.

Los tres no tardan en marcharse hacia el interior de la iglesia y me quedo de


pie, a unos metros de la entrada, al ver la presencia de Renata Abellán
inundando el lugar. Sonrío al contemplar la belleza de mi madre, tan
inalcanzable para cualquiera, aunque no lo fue para Sebastián, que la
capturó sin esfuerzo y la potenció todavía más. Le entrego el brazo para que
enrolle el suyo alrededor y bajo la cabeza para darle un beso en la frente.

—Pensaba que había pasado algo —murmuro—. No sueles llegar tarde.

Las puertas se abren y empezamos a caminar por el largo pasillo. Todos los
invitados se levantan y puedo apreciar las caras de mis amigos a lo lejos,
silbando como si no hubiera un mañana.

—Todo está bien ahora —dice sin mirarme, pues sus ojos están fijos hacia
adelante, y continuamos caminando hasta que llegamos al altar. Se acerca
para darme un beso en la mejilla y, a continuación, me susurra en el oído—:
Que la felicidad no te escape de la manos, ¿de acuerdo? Vivid para
disfrutarla.

Quiero decirle algo, responder a lo que me acaba de decir, pero da un paso


hacia atrás para situarse en su asiento, aunque manteniéndose de pie, pues
una versión a piano se empieza a escuchar reclamando la atención de cada
uno de nosotros.

Otra sonrisa se apodera de mi rostro mientras junto las manos y espero al


momento que las puertas se vuelven a abrir para dejar paso a la novia
seguida de las damas de honor. Arabella, Rebecca y Laura caminan al ritmo
de la delicada canción y Adèle no tarda en aparecer del brazo de su padre.
Siento como si el corazón se me fuera a salir del pecho, pero lo mantengo
en su sitio a la vez que la contemplo en su vestido de novia. Tan ella, tan
preciosa, la auténtica reina de la noche caminando en una lentitud
majestuosa haciéndola brillar en la oscuridad.

Sin embargo, las sonrisas se apagan en el momento que alguien grita:


«¡Fuego!».

De un momento a otro, el caos se forma al presenciar el humo querer


apoderarse de la iglesia. La gente empieza a levantarse asustada con la
intención de llegar hasta la única salida de la capilla, pero yo me mantengo
todavía ahí, en una posición que me permita encontrar a Adèle.

—Joder —pronuncio al no verla ni a ella ni a mi madre.

Iniciamos potente la maratón, eh jsjs

Publiqué el calendario de las actualizaciones en mi Instagram hace un par


de semanas, pero también os lo dejo por aquí:
Nos vemos el miércoles con el capítulo 41 :)
Capítulo 41

Pesadilla envuelta en llamas

ADÈLE

—Prométeme que no dejarás caer —le pido en un susurro, envolviendo mi


brazo alrededor del suyo, mientras sostengo el ramo de rosas rojas con la
otra mano. No quería ninguno otro que no fuera este, pues no me imaginaba
caminando hacia el altar con unas flores que no me representaran.

—No te caerás —responde después de dejar su palma por encima de la mía


y regalarme su mirada grisácea envuelta en nostalgia—. Sabes que no
podría permitir que una Leblanc hiciera semejante ridículo.
Sus palabras me hacen reír y me doy cuenta de que se trata de una
verdadera, relajada, sin la carga de toda esta tensión.

—No te engañes, papá, harías el ridículo conmigo con tal de evitar que lo
hiciera sola.

—En eso tienes razón.

Nos quedamos en silencio delante de las grandes puertas esperando a que se


abran.

—Me hubiera gustado que estuviera aquí —murmuro sin atreverme a


mirarlo, pues sabe a quien me estoy refiriendo. No dice nada, no obstante,
continuo hablando dándome cuenta de que ya no se trata del mismo dolor
de hace unos meses, el cual hacía que sangrara a la mínima mención—.
Sosteniéndola para evitar que manche su vestido de princesa.

—Una parte de ellos siguen contigo, a tu lado —murmura—. A veces


también lo siento, ¿no te sucede lo mismo? Como si estuvieran a tu lado,
aunque no puedas verlos.

No respondo al instante, permanezco en silencio pensando en lo que acaba


de decir y no tardo en asentir con la cabeza.

La suave melodía de piano inunda la sala y las puertas dobles no tardan en


abrirse para permitir que observe a la gran multitud en pie, mirándome,
pues me acabo de convertir en el centro de atención. Una genuina sonrisa
aparece en mi rostro y mi padre me insta a que empiece a caminar, dejando
que la larga cola se expanda por el pasillo. Sujeto el ramo con fuerza
mientras busco sus ojos, los de mi prometido, los cuales se muestran
brillantes y deseosos de destruir de una vez la distancia que nos separa.

Aunque esa distancia se ve interrumpida por los gritos desesperados de


varias personas anunciando el origen de un fuego que se apodera del caos
absoluto. El humo no tarda en aparecer, dificultando la visión, y no puedo
apreciar otra cosa que el fuerte bombeo de mi corazón, pues lo que parecía
que iba a ser nuestro gran día, se acaba de convertir en una pesadilla
envuelta en cenizas.
—Adèle, hay que salir —grita mi padre por encima de las demás voces que
intentan llegar hacia la única salida que tiene la iglesia.

No pierde otro segundo más al quitarme una parte del vestido y dejarme
únicamente con el mono lleno de pedrería. Observo el blanco material
siendo pisoteado y empiezo a sentir la escasez de aire.

—¿Dónde está mamá? ¡¿Dónde está?! —Trato de buscarla con la mirada,


pero no logro encontrarla debido al humo que se expande con rapidez.

Miro hacia arriba por unos segundos al darme cuenta de que la estructura de
madera pronto caerá. Quiero decir algo, intento ver la salida y exigir que no
se pierda la calma, pero la voz autoritaria de la comandante resuena por
toda la sala.

—¡Todo el mundo en fila manteniendo el orden! Hay que salir con rapidez
evitando los empujones y las pisadas.

Mis ojos, llenos de angustia, se mueven rápidos tratando de ubicarla, pero


mi padre sigue tirando de mí hacia el exterior.

—No veo a Iván —susurro, en medio del desconcierto—. No lo veo.

De un momento a otro, la multitud vuelve a gritar cuando la madera


empieza a caer con fuerza contra el suelo y yo no soy capaz de ver dónde se
encuentra mamá. Siento varios empujones a mi alrededor de rostros
conocidos que intentan llegar hasta la salida y puedo apreciar la confusión
en sus miradas desoladas.

El fuego se expande cada vez más con la clara intención de apropiarse de


todo y puedo notar la furia que se esconde entre las llamas vivas.

—¿Ves a mamá? —vuelvo a decir sin poder dejar de mirar atrás lo que hace
que tropiece debido a la altura de los zapatos, sin embargo, mi padre, tal
cual me prometió, ha evitado que acabe debajo de las pisadas de los
invitados—. ¿Dónde está?
—Déjame sacarte a ti, ¿de acuerdo? No puedo perderte, no lo soportaría. —
Su brazo alrededor de mi cintura me sujeta firme elevándome cada pocos
centímetros para seguir avanzando hacia la salida.

Segundos más tarde, visualizo bomberos y ambulancias a lo lejos que están


ayudando a los heridos. Entrecierro los ojos cuando impacto de lleno con el
atardecer al horizonte y me dejo caer de rodillas contra el suelo terroso
debido al humo que todavía permanece en mis pulmones.

—Hay que buscar a mamá, sacarla de ahí —imploro sin poder evitar las
lágrimas—. Por favor... —Quiero ponerme en pie, pero mi padre me lo
impide al darse cuenta del mareo que todavía me acompaña.

Un médico se acerca rápidamente y comprueba que no tenga heridas o


quemaduras visibles. Me ayuda a levantarme para dejarme en el banco que
se encuentra a pocos metros.

—¿Te duele algo? ¿Alguna zona en específico? —empieza a preguntar


mientras sigue comprobando mis signos.

Niego con la cabeza mientras observo a mi alrededor. Rostros y cuerpos


manchados debido al humo y varias personas tendidas en el suelo mientras
dejan que los médicos se ocupen de sus heridas, algunas más graves que
otras. Tan solo espero que no haya ninguna muerte, que este día no se acabe
de volver una tragedia. No puedo dejar de sentir el frenéticos bombeo de mi
corazón que es incapaz de calmarse y no lo hará hasta que no compruebe
que todo el mundo se encuentra bien.

—Iré a buscar a tu madre —murmura papá y no me da tiempo a responderle


cuando ha emprendido el rumbo hacia la iglesia.

Más personas continuan saliendo y logro diferenciar a Rebecca cuyos


brazos, manchados de ceniza, sujetan a una Laura herida. Su voz, sin su
característica alegría, pide desesperada la ayuda de alguien, de quien sea.
No me lo pienso dos veces cuando, descalza, voy a su encuentro.

—¿Qué le ha pasado? —pregunto mientras intento ubicar a un médico que


no tarda en llegar con una camilla al ver el estado de gravedad de la
violinista.

—Se ha caído. —Es lo único que dice y observo su brazo ensangrentado.


Laura intenta abrir los ojos, aunque con cierta dificultad ya que no tarda en
perder la consciencia por completo.

—¿Dónde está Arabella? —pregunto mirando a través de la multitud con la


esperanza de encontrarla fuera de la iglesia, pero no aparece. Y mis padres,
al igual que Iván, tampoco.

—No lo sé, no lo sé —responde Rebecca buscándola también con la mirada


—. Estaba con nosotras y te veíamos llegar al altar, pero... de repente...
nada.

Cierro los ojos mientras trato de mantener el equilibrio, buscando dónde


sentarme, pero el sonido de las sirenas acaban de despertarme por completo.
«Es una pesadilla, solo es una pesadilla. Una pesadilla antes de la boda»,
imploro en silencio, pero nada cambia. Sigo oyendo los quejidos de los
demás. Más personas continúan saliendo de la capilla y, entre ellos, logro
ver a Daniel.

Me encamino hacia él para preguntarle por la pelirroja.

—¿La has visto? No está fuera.

—Joder —contesta, alterado—. Voy a buscarla —dice, pero un bombero le


impide el paso, aunque Daniel logra zafarse de su agarre—. ¡Déjame ir a
buscarla!

—¡Estése quieto! ¡¿No ve que es peligroso?!

El chef no escucha sus reclamos e ingresa nuevamente hacia el interior. Me


llevo las manos a la cabeza y no puedo detener las lágrimas que empiezan a
humedecerme las mejillas. De manera inconsciente, empiezo a caminar
también con la intención de meterme entre las llamas y buscar a Iván, a mis
padres, a Arabella... Pero el bombero me detiene agarrándome por los
hombros. Trato de poner resistencia, empiezo a gritar, pero mis súplicas no
funcionan pues no me suelta.
—El fuego se está avivando, por favor, no entre, es peligroso, por favor. —
No soy capaz de escucharlo, pues lo único que puedo ver ahora mismo son
sus cuerpos tirados por el suelo, quemándose.

Sin embargo, el alma parece que vuelve a formar parte de mí cuando veo
saliendo a Iván con su madre en brazos, inconsciente.

—¡Suéltame, suéltame! —Voy hacia ellos y no puedo evitar esconderme en


su cuello, abrazándole, para asegurarme de que se encuentra aquí conmigo
—. ¿Cómo está?

Observo que un grupo de bomberos acaba de entrar con tal de apagar el


fuego y poder sacar a las últimas personas todavía atrapadas entre los
escombros.

—Es por el humo, no está herida —murmura y puedo notar el dolor en su


voz—. ¿Qué cojones acaba de pasar? —susurra—. ¿Cómo coño ha
ocurrido? Se suponía que todo el perímetro estaba vigilado, que el equipo
de seguridad estaba atento.

—Lo resolveremos luego —respondo—. Ahora tenemos que ver que todo
el mundo está bien. ¿Dónde están mis padres? ¿Los has visto? —pregunto
de manera atropellada sin poder detener las lágrimas. Iván deja a la
comandante en una camilla para que la puedan atender y no tarda en
limpiarme ambas mejillas.

Acerca sus labios a mi frente y cierro los ojos ante el contacto.

—Es complicado ver algo ahí dentro y la el espacio es muy amplio. Todo se
ha vuelto cenizas, hay trozos de madera cayendo, el fuego extendiéndose
cada vez más...

—¿Qué quieres decir? —Él no responde—. ¿Qué estás tratando de


decirme? —No puedo controlar la exigencia que muestro, pero no puedo
evitar alterarme mientras me giro de nuevo hacia esas puertas de madera,
cada vez más oscuras—. Tienen que estar vivos, papá ha entrado para
buscarla, saldrá, tienen que salir.
—Adèle...

—¡He dicho que no! —grito y doy un paso hacia atrás—. ¿Cómo te atreves
a insinuar que mis padres están muertos? ¿Por qué lo planteas siquiera?

No dice nada y yo no puedo permanecer de brazos cruzados sin intentar, al


menos, entrar. Asegurarme de que están bien, de que podrían estar apunto
de salir, tal vez heridos, por eso están tardando tanto. Empiezo a caminar
hacia el fuego sin importarme estar pisando trozos de vidrio, pero la mano
de Iván me detiene y acerca mi cuerpo al suyo para envolverme en sus
brazos.

—No lo hagas —murmura e intento zafarme de su agarre, pero me


mantiene sujeta contra él—. Saldrán, ¿de acuerdo? Acaban de entrar más
bomberos, están apagando el fuego. Tus padres van a salir...

—Arabella tampoco está aquí —digo en medio de un sollozo—. Daniel


acaba de entrar para buscarla.

—Joder.

—¿Por qué hoy? ¿Por qué esto? ¿Crees que haya sido Mónica?

—La voy a matar —declara—. Me da igual que sea la causante, me voy a


cargar a esa hija de puta.

Me quedo en silencio sin ser capaz de despegar la mirada de la entrada,


hasta que, de repente, Daniel aparece con Arabella en brazos. Mis padres
les siguen por detrás y no puedo contener el alivio que aquello me produce.
Iván me lleva hasta ellos y no me importa nada cuando los abrazo con
fuerza, sin poder detener las lágrimas.

—Pensaba que os perdía, que no os volvería a ver...

—Te dije que no saldría de aquí sin tu madre —murmura buscando algo
donde poder sentarse.

—Hay que llevaros al hospital, a todos... Tal vez pueda conducir. —Vuelvo
a mirar alrededor y me doy cuenta de que han llegado más ambulancias
para poder transportar al resto de los heridos. Iván tampoco se encuentra a
mi lado, sino que ha ido junto a Renata quien ha abierto los ojos e insiste en
ponerse de pie—. Perdone. —Me dirijo a uno de los bomberos—. ¿Ha
salido todo el mundo? ¿Quedan más personas dentro?

El bombero me examina, mirándome extrañado y tal vez sea porque no


pueda concederme esa información. Sin embargo, me acaba respondiendo
cuando la comandante se acerca a él quien la reconoce al instante.

—Estado de gravedad —ordena ella e Iván se coloca a mi lado,


apartándome sutilmente.

—No me trates como si no pudiera manejarlo —le digo y no tarda en


cogerme en brazos para colocarme en una camilla—. ¿Qué haces? Puedo
caminar, hay heridos más graves, déjame en el suelo.

—¿Quieres dejar de ser tan testaruda? ¿Te has visto los pies? Están
sangrando —dice, serio—. Déjame cuidar de ti, sacarte de toda esta mierda.

—Estoy bien...

—No lo estás —pronuncia y no tarda en buscar un médico que pueda


examinarme—. Irás al hospital.

—Iremos.

—No —contesta después de pasarse la mano por la cara—. Iré con mi


madre al cuartel después de dejarte en el hospital rodeada de, por lo menos,
veinte hombres. Luego volveré, ¿de acuerdo?

No respondo, no sé qué decirle, porque no me gusta que me trate como a


una niña indefensa, pero también soy consciente de que no puedo
permanecer de pie, no viendo ahora la sangre que ha empezado a surgir de
los pequeños cortes.

—Has inhalado mucho humo, Renata también... Lo solucionaremos luego,


por favor, no te vayas, no me dejes sola —le pido mientras busco su mano,
pero él tan solo se limita a darme otro beso en la frente para, después,
juntarlas.

—Tengo que ir, no me pasará nada, te lo prometo, estoy bien.

—No hagas promesas.

—Adèle...

—No, no lo hagas. —Niego ligeramente con la cabeza—. Podemos


solucionarlo mañana.

—Mañana será demasiado tarde —susurra—. Hay problemas con Mónica,


acaban de comunicárselo a Renata y ha exigido verla.

—Iván —pronuncio su nombre una vez más, pero no sirve de nada pues
rompe la unión de nuestras manos.

—Volveré, ¿de acuerdo? Quédate con tus padres —me pide, así que no
puedo evitar girar la cabeza para no verle marcharse de mi lado.

IVÁN

Me encuentro en el interior del vehículo con la comandante a mi lado con el


silencio danzando a nuestro alrededor. Ninguno de los parece querer decir
nada y tampoco es mi intención hacerlo, pues lo que acaba de pasar...
haberla visto envuelta en llamas y con la piel manchada en ceniza, me ha
acabado de descolocar por completo. El mismo fuego que se ha encargado
de destruir la iglesia, es el que estoy sintiendo yo por dentro, pero
multiplicado por diez.

Nos estamos dirigiendo al cuartel, aunque la comandante, al principio, no


estuvo muy de acuerdo con que la acompañara, no ha tenido más remedio
que aceptar al ver mi insistencia en plantarme delante de Mónica y... Me
paso la mano por la cara con un movimiento frustrado, ya que ni siquiera sé
lo que haré una vez que la tenga enfrente de mí.
Se suponía que iba a ser nuestro gran día, que todo estaba bajo control, se
suponía que Renata había dicho que todo se había solucionado. Frunzo el
ceño al recordar ese momento, cuando estábamos caminando hacia el altar.
¿Qué, exactamente, es lo que está bien?

—¿Te han explicado el motivo del incendio? —pregunto sin dejar de mirar
hacia la carretera.

—Han descubierto que había una persona infiltrada entre el equipo de


seguridad quien ha provocado el incendio —responde y sigo en silencio
mientras aprieto, sin darme cuenta, el volante con fuerza—. Justamente para
cuando entrara Adèle y, de esta manera, reinar el caos.

—Ha provocado heridos, unos más graves que otros, menos mal que no han
habido muertos porque no sé el impacto que le hubiera ocasionado a ella,
pero, joder, heridos, mamá, inocentes que habían asistido a nuestra boda.

—Lo sé.

Tenso la mandíbula mientras dejo escapar un profundo suspiro.

—Se suponía que estaba controlado, ¿cómo se ha dejado que ese gilipollas
se introduzca tan fácilmente? Dime que lo habéis capturado.

—Mis hombres están en ello, además de la Policía. Se escapó aprovechando


la desesperación de la gente por salir de la iglesia. Nadie lo ha visto, pero
teniendo en cuenta de a dónde nos estamos dirigiendo ahora, es evidente
para quien trabaja.

—Le voy a pegar un tiro en la frente —concluyo—. La ha herido, ahora


mismo mi prometida se encuentra en el hospital junto con los demás
heridos. Me ha cabreado a unos niveles que nunca había sentido, así que no
me impidas que la mate porque le voy a estar haciendo un favor al mundo.

No responde, por lo que doy por concluida la conversación. El resto del


trayecto se desenvuelve en un silencio algo incómodo hasta que llegamos al
territorio de Renata: el Cuartel de las Fuerzas Aéreas Españolas. No
tardamos mucho en ingresar hasta que detengo el coche cerca del edificio
donde Maldonado se encuentra bajo tierra y, según parece, con un rehén
como su prisionero, pues la hija de puta se las ha ingeniado para amenazar,
por última vez, a otra persona inocente.

Una última vez antes de que la arrebate su miserable vida.

Renata empieza a caminar con varios soldados a su alrededor, además de


otra persona cuyo cargo también parece ser importante, hasta que llegamos
frente a la celda abierta de Mónica. Hay un grupo apuntándola en diferentes
partes del cuerpo, pero tal parece que eso a ella no le importa, pues se
mantiene estática sin el afán de soltar a la persona que la tiene amenazada
por el cuello.

—Mi querida Mónica —pronuncia mamá dirigiéndose a ella y se puede


apreciar las miradas cargadas de odio y veneno que se están lanzando—.
¿No podrías haberte quedado tranquilita en tu cama durmiendo? Tenía que
ser justamente hoy.

Una ironía cargada de burla cubierta de un evidente desprecio.

—¿Qué te puedo decir? Me levanté de buen humor.

Segundos de silencio en los que quiero intervenir y mandarla a la mierda de


una vez, pero la voz de Renata vuelve a resonar.

—Suelta a mi hombre, no te lo diré dos veces.

—¿Qué me harás si no?

—Matarte. —Se encoge de hombros mostrando una absoluta indiferencia


—. Ya me has causado los suficientes problemas como para que te deje
seguir con vida. Pero antes, dime, ¿cómo has provocado ese incendio?

—Para que veas que aun encerrada, puedo conseguir cualquier cosa que
quiera. —Se puede oír la queja del soldado cuando Mónica presiona un
poco más ese arma improvisada en su cuello—. Desde que me enteré de
que los señoritos se casaban, no iba a desaprovechar la posibilidad de
arruinarles la boda. ¿Ha salido bien o no?
—Perfectamente —responde—. Lo único que no entiendo, sin embargo, por
qué sigues manteniendo a mi hombre bajo tus garras. Si querías verme para
negociar, me lo hubieras dicho, simplemente. No tenías por qué haber
montado todo este espectáculo.

—Ha pasado un año desde que estoy encerrada en esta pocilga. ¿Pensabas
que iba a aguantar por mucho más tiempo? ¿No te ha parecido suficiente?

—¿Teniendo en cuenta todo lo que me hiciste? Nunca me será suficiente.


—La mirada oscura y almendrada de la comandante no ha abandonado la
de Mónica—. Te lo dije una vez, de hecho, te lo prometí.

—Si me pudieras refrescar la memoria...

Pero la habitación se tensa todavía más en el momento que Renata


desenfunda el arma para apuntarla directamente entre ceja y ceja. Nadie
dice nada, los soldados que se encuentran a nuestro alrededor ni siquiera
han pestañeado. Incluso la criminal más perseguida del país se ha quedado
en silencio ante el ágil y rápido movimiento de mi madre.

Decido que es mi momento para hablar.

—Debería haberme deshecho de ti en el momento que tuve la oportunidad


—murmuro y capto su atención—. ¿Qué ganabas exponiéndote de esta
manera? Más que ganar... lo acabas de perder todo.

—¿No te das cuenta? —dice sin soltar al soldado a quien mantiene todavía
prisionero—. Ya he perdido todo lo que me quedaba, pero si existe la
mínima posibilidad de...

—¿Después de lo que has hecho? —interrumpe Renata—. Si no tenías


posibilidades antes, menos ahora. Suelta a mi hombre, no te lo diré otra vez.
—Afianza el agarre de la pistola—. De lo contrario, no me importará
apretar este gatillo y créeme cuando te digo que sigo teniendo muy buena
puntería.

—¿Arriesgándote a disparar a uno de los tuyos?


—¿Quién te dice que me estoy arriesgando? Te estoy apuntando a ti, no a
él.

Puedo sentir la seguridad que desprende estando en esa posición. No ha


dejado de mirar a Mónica ni un solo momento y tampoco le está temblando
el pulso. Vuelvo a mirar al soldado que lo tiene agarrado por el cuello y
frunzo el ceño al darme cuenta de que perfectamente podría derribarla de un
solo movimiento.

A lo mejor...

Vuelvo a fijarme en Renata y no descarto la opción de que le haya mandado


alguna pista para que, a su señal, pueda quitarse a Maldonado de encima y
así poder atraparla.

Sin embargo, eso no sucede, los segundos van transcurriendo y la


comandante se mantiene en su posición con el arma en la mano esperando a
vete a saber el qué. Ni siquiera parece ser ella misma, pues, de lo contrario,
ya hubiera intentado algo.

—¿Quieres que desaparezca? —pregunta Mónica en un murmuro—.


Vuelve a convertirme en un fastasma, déjame ir y no me volveré a meter en
vuestras vidas.

—No —intervengo, dando un paso hacia adelante—. ¿Estás loca?

—Llevabas semanas ignorándome —dice todavía mirándola a ella—.


Ahora te tengo aquí, ¿no ha sido una buena estrategia?

—¿Qué quieres?

—¿Estás aceptando? —pregunto girando la cabeza hacia mi madre, pero no


tarda en mandarme a callar.

—Dime qué es lo que quieres —insiste ella.

—Mamá.
—A callar —exige y percibo la sutil risa de Mónica. Me giro hacia ella al
instante, sin embargo, no me atrevo a dar un paso con el rehén tan expuesto
—. ¿Querías negociar? Negociemos.

—Tan solo necesito un coche y que no intentes atraparme de nuevo. Ya no


me queda nada, ¿no lo ves? Conviérteme de nuevo en un fantasma, olvidaos
de mí y yo lo haré de vosotros.

Lo que no me espero es el silencio de la comandante, como si se lo


estuviera planteando.

—Sabes que en cuanto pongas un pie en la calle, iré de nuevo a por ti, ¿por
qué te dejaría escapar?

—Acabas de ver lo que he hecho. Aun estando aquí, encerrada, he podido


quemar una iglesia entera, ¿quieres que continue?

—Podría matarte, eso solucionaría muchas cosas.

—Entonces, ¿por qué no lo has hecho?

—Porque sería demasiado fácil para ti —responde ella.

Esta conversación sin rumbo me está cansando ya que no están llegando a


nada en concreto y lo que está intentando hacer Mónica es ganar un tiempo
que no le hace falta.

—Diez minutos de ventaja —propone la criminal—. Y luego podrás


empezar a correr detrás de mí.

Empiezo a negar levemente con la cabeza porque no pienso aceptar que se


escape de este cuartel, que suponga una nueva amenza para Adèle y su
familia.

—Cinco.

Al instante, siento como si una daga me hubiera atravesado el pecho, pues


con esa simple respuesta, acaba de cerrar el trato más peligroso del mundo.
Pista: Los pequeños detalles cuentan.

¡Nos vemos en el siguiente capítulo!


Capítulo 42

Lluvia de ceniza

IVÁN

Vuelvo a negar con la cabeza sin dejar de observarla. Se está ajustando el


traje militar, completamente negro, imponente, y no ha dudado en colocarse
todas las armas que tenía a su disposición, incluido el fusil BL-310 que pasa
por su espalda y refuerza la correa para mantenerlo sujeto. Se trata del arma
que diseñó mi padre treinta y cinco años atrás después de la reunión que
tuvieron cuando, por primera vez, sus miradas se encontraron.

Desde ahí todo cambió sin ellos darse cuenta y bastó unas pocas
conversaciones para que Sebastián decidiera atribuirle ese nombre al fusil
que Renata empezaría a utilizar. Las letras por bellator, esa palabra que
surgió por primera vez entre ellos un 3 de octubre.

—No me parece buena idea —digo, rompiendo el silencio en el que nos


habíamos sumergido—. Dejarla escapar... Empezar una persecución
innecesaria... Piensas que ahora mismo está sola, que no tiene a nadie, pero
¿y si no es así? ¿Y si tiene escondido un as bajo la manga?

—¿Por qué asumes que yo no tengo otro escondido? —contraataca—. No


voy a dejar que se escape, lo que voy a hacer será acabar con ella, como
debí haber hecho hace mucho.

—¿Entonces? ¿Por qué la sueltas? ¿Por qué le sigues el juego?

—Porque es Mónica Maldonado de la que estamos hablando —responde en


un tono más serio que de costumbre, por lo que guardo silencio
contemplándola en su uniforme—. No le estoy siguiendo el juego, soy yo la
que estoy jugando con ella sin que se dé cuenta. ¿Todavía no lo has
entendido? Mónica se piensa que lo tendrá todo bajo control una vez que
escape de este cuartel, incluso piensa que va a tener una oportunidad.
¿Sabes lo ridículo que suena eso? La estoy soltando justamente para eso,
para aumentarle esas ansias de confianza y después romperla. Además, te
estás olvidando de que todavía tiene a mi soldado en su poder.

—Pensaba que haría algo contra ella —murmuro recordando sus miradas.

—Le ordené que no, porque corría con una alta probabilidad de que le
rajara el cuello.

No digo nada mientras intento no imaginarme el desastre que hubiera


causado aquello.
—No quiero que salga mal, que tú acabes peor.

—No sucederá nada de eso.

—¿Me lo prometes? —me arriesgo a preguntar.

—No te voy a prometer nada porque estaré bien. Acuérdate quien


perseguirá a quien —responde y veo su intención de llegar hasta la puerta,
pero cuando observa la mía también, me detiene—: ¿Qué haces? Tú te vas
con Adèle, de Mónica me encargo yo.

—No te voy a dejar sola en esto.

—Iván, no me lo discutas, ahora mismo no tengo el ánimo suficiente para


pelear contigo, ¿de acuerdo? Déjamelo a mí, Maldonado no tiene ninguna
posibilidad para salir con vida después de lo que tengo pensado hacerle. Tú
encárgate de tu prometida y dile que esa boda se llevará a cabo.

Paseo la mirada por su uniforme. No tiene nada en el pecho, ninguna


estrella, tampoco la insignia que la acredita como comandante de este
cuartel. Esta vez no solo dará las ordenes, se pondrá al frente de la
operación con el fusil en mano para dar caza a Maldonado. Lo único que
espero de todo este disparate, es que sea cual fuere el plan que tenga en
mente, funcione. Necesito que funcione, que acabe esta pesadilla para que
nuestras vidas puedan continuar con calma.

—Está bien —digo, dando por finalizada la conversación—. Tampoco te


podría haber convencido.

—No —afirma recolocándose el arma.

—Ten cuidado —le digo, pero de su parte tan solo recibo un arqueamiento
de cejas, como si me hubiera dicho que no necesita que le diga
absolutamente nada—. Lo digo en serio, mamá, como te pase algo...

—¿Qué me va a pasar? No me subestimes, querido, si antes no pudo


conmigo, menos ahora.

—¿Por qué?
Segundos de silencio.

—Ve con Adèle, después te contaré.

Eso es lo único que me dice antes de que me haga abandonar el despacho y


salir del cuartel para ir en busca de mi prometida. Ni siquiera me doy cuenta
cuando arranco el motor para salir disparado del territorio militar, tampoco
de la solitaria carretera que se expande delante de mí. Vacía, silenciosa, sin
ningún otro coche a la vista. O, tal vez, yo sea el problema, pues no me
puedo sacar de la cabeza el incendio, el fuego extendiéndose con rapidez,
las personas heridas, algunos con severas quemaduras...

Dejo escapar un suspiro sin reducir la velocidad, una velocidad que, por
segundos, va aumentando.

«Adèle de blanco, entrando a la iglesia del brazo de su padre, el fuego


apareciendo segundos más tarde». No puedo quitarme esa imagen de la
cabeza y tampoco la espina que se me ha clavado en el corazón, la que me
impide pensar con claridad.

Intento concentrarme una vez que me adentro en la ciudad y no tardo en


llegar hasta el hospital, donde se encuentra Adèle junto al resto de los
invitados. Minutos más tarde, mi mirada se encuentra con la suya más
apagada, también asustada. Ya no tiene el largo vestido con el que entró
hacia el altar, en su lugar, le han dado una bata de hospital y, encima, una
manta para cubrirla del frío.

—Iván —susurra mi nombre y me siento rápidamente a su lado con la


intención de colocar una mano en la mejilla para acunar su rostro. Ella
cierra los ojos al instante que inclina levemente la cabeza—. ¿Cómo está
Renata? ¿Por qué no has venido con ella?

Tardo en contestar.

—No está herida —respondo—. Pero se ha quedado en el cuartel.

—¿Por qué? ¿Por qué no quiere que un médico la vea?


—Deja que los médicos se ocupen de los que sí necesiten atención, ¿de
acuerdo? —trato de esbozar una pequeña sonrisa con tal de tranquilizarla—.
¿Dónde están tus padres?

Empieza a contarme lo que sucedió desde que llegaron al hospital. A


Léonore la han tenido que trasladar a una habitación para hacerle una serie
de pruebas. Marco y Dante se encuentran bien, Daniel tan solo tiene una
leve quemadura en el brazo que se produjo cuando entró a por Arabella.

—Lo único que sé es que Laura sigue insconsciente, pero no está grave.
Rebecca está con ella y Arabella se encuentra en otra habitación también.
—Paseo la mirada por su cuerpo hasta que llego a sus pies vendados—. No
me duelen —contesta a la pregunta que le iba a hacer ahora, como si lo
hubiera presentido—. No tanto como antes, al menos, me han dado unos
calmantes.

Acerco los labios hasta su frente para darle un delicado beso y luego junto
ambas, quedándome ahí unos largos segundos. Cierro los ojos durante un
instante con mi mano todavía en su mejilla mientras me permito imaginar
cómo habría acabado el día si la boda hubiera seguido su curso, que no
Mónica no hubiera interferido.

—Dime qué ha pasado —pide ella en un susurro poniendo cierta distancia.

—Había alguien infiltrado en el equipo de seguridad que tenía órdenes de


propagar el fuego cuando estuvieras caminando hacia el altar —explico—.
Órdenes de Mónica —especifico, segundos más tarde al ver que sus ojos no
abandonan los míos—. Renata se está encargando.

Más silencio. Respiraciones lentas, pausadas. Su mirada aún clavada en la


mía sin la intención de dejarla ir e incluso puedo distinguir la emoción que
se esconde detrás de la tormenta grisácea: cansancio, enfado también, pero
sobre todo cansancio.

—¿Cuándo acabará? —pregunta y aprecio su tono de voz a punto de


romperse, pero trata de que no se le note, sin embargo, atraigo su cuerpo al
mío para pasar los brazos alrededor. No tardo en sentir el impacto de la
lágrima sobre mi hombro, cargada de ira, de rencor, del conjunto de todas
las emociones retenidas hasta ahora—. Parecía que todo se había calmado,
que nada malo pasaría... ¿Por qué nadie se ha dado cuenta de esa persona
infiltrada? ¿Por qué...?

Ni siquiera sé qué decirle, no puedo encontrar las palabras para calmarla,


tampoco para frenar las lágrimas que siguen resbalándose silenciosas. Me
mantengo con los brazos alrededor de su cuerpo, abrazándola, haciéndole
ver que no me iré de su lado.

RENATA

Observo a Iván salir del despacho y me mantengo todavía con las manos
juntas tras mi espalda cuando el silencio se adueña del lugar. Segundos más
tarde, me dirijo hacia la zona donde todavía se encuentra Mónica sujetando
a mi soldado.

En cuanto los demás me ven, no tardan en erguir la espalda manteniendo la


mirada al frente y con el debido saludo militar. Sin embargo, mis ojos se
dirigen directamente a la mujer que tanto ha trastocado mi vida durante los
últimos treinta años, la que la ha destrozado poco a poco y de manera
intencionada. No tuvo un ápice de piedad cuando me arrodillé ante ella y le
supliqué entre lágrimas que no lo hiciera. Durante un instante, durante un
solo segundo, pensé que no apretaría el gatillo, pero lo hizo acabando con la
persona que más me importaba, la única quien, con su sonrisa, arrojaba un
rayo de luz a mi vida llena de oscuridad.

Sigo mirándola y la tensión entre ambas es palpable.

—Suéltalo —ordeno y lo único que recibo es una sonrisa cargada de


sarcasmo.

—Ya sabes lo que quiero a cambio. —Su mirada no tarda en recorrerme—.


Vaya, te has vestido para la ocasión.

—La situación lo amerita, ¿no te parece? —contesto—. Suéltalo.


—Quiero el coche a un metro de mí y cuando tenga la certeza de que poder
acelerar y largarme de aquí, lo tendrás de vuelta. Ese el trato, no hay más; o
lo aceptas o le rajo la garganta aquí mismo.

El soldado se mantiene impasible a su lado y con las manos muy quietas a


ambos lados de su cuerpo. No me iba a arriesgar a ordenarle que se moviera
para que se la quitara de encima porque, en este instante, Mónica está
actuando de manera impulsiva. No está pensando las cosas con claridad y se
está dejando guiar por la libertad que está anhelando tener. Durante muchos
años ha estado vagando por el mundo como un fantasma, inalcanzable,
poderosa desde su trono de acero y espinas, por lo que, ahora que se
encuentra a mi merced, ha buscado una salida desesperada que sabe que no
le funcionará, pero que se está aferrando a ella.

—Un coche blindado, no me pienso arriesgar a que me llenéis de balas nada


más salga de aquí —añade y aprovecha para poner un poco de fuerza sobre
el cuello de mi hombre—. Ahora, Renata, no tengo todo el día.

—Como desees —respondo.

Compruebo, una vez más, que no se ha dado cuenta del microchip que tiene
implantado en la parte de atrás del cuello. Un dispositivo localizador que
ordené que se lo colocaran en el instante que aterrizó en el cuartel.

Lleva meses con él puesto, no me iba a arriesgar a que se escapara sin tener
ese as bajo la manga. Quiera o no, no tiene escapatoria, tampoco ninguna
posibilidad de sobrevivir. Está perdida y lo único que ha conseguido ha sido
cabrearme a niveles inimaginables.

Ordeno que se le prepare el coche blindado que ha pedido y, minutos más


tarde, ya lo tiene a unos metros de ella. En ningún momento he apartado los
ojos de lo suyos y mi mano todavía se encuentra en el mango del fusil, pero
Mónica parece darse cuenta de ese detalle y no duda en exigirme que
bajemos las armas. Todos.

—Ya sabes cómo funciona esto, bajad las armas, no lo pienso repetir —pide
y, con un movimiento de cabeza, las armas ya están tocando el suelo—. Ha
llegado la hora de la despedida, querida. Ha sido un placer que me hayas
permitido hospedarme en tu casa, pero, como comprenderás, ya estoy harta.

Esas son sus últimas palabras antes de que haya empezado a caminar con
extrema lentitud hacia la puerta del conductor.

—Quieto todo el mundo —ordeno una vez más sin dejar de apreciar cada
uno de sus movimientos.

Pero en el momento que Maldonado ha soltado al que tenía como rehén, los
armas han vuelto a las manos de mis soldados en menos de dos segundos,
justo en el instante que Mónica ha arrancado el motor para salir disparada
del cuartel. Giro la cabeza con rapidez para verla marchar y no tardo en
observar el punto blanco en la pantalla que se mueve a gran velocidad para
ir lo más lejos posible.

—Cinco minutos —anuncio, pues es el tiempo que le dije que le daría como
ventaja.

—Pero, mi comandante... —intenta quejarse el capitán de la primera


brigada, pero le mando a callar sin abrir siquiera la boca—. Como ordene.

Acaricio con el pulgar la pantalla que, además de mostrarme su ubicación,


también me enseña la cuenta atrás que ha iniciado desde el momento que el
vehículo ha sido arrancado. Tampoco la iba a dejar marchar sin asegurarme
que ese vehículo tuviera la bomba que había ordenado instalar desde hacía
un tiempo. Un vehículo especialmente hecho para ella, pues durante los
meses en los cuales estuvo bajo mi vigilancia, pensé en cada una de las
posibilidades que tendría para escapar.

De las quince que me había imaginado, acabé acertado una y, ahora, en


veinte minutos, no va a quedar nada de Mónica Maldonado, pues me voy a
asegurar de que siga en el coche durante los últimos segundos de su
miserable vida. Voy a ver el fuego explotando con furia para acabar con
todo.

—En los vehículos. Ahora —ordeno y todo el mundo empieza a moverse.


Solo ha faltado que deseara sacar los tanques, pues no me pienso limitar en
cuanto a la captura de la criminal más escurridiza de la historia, no obstante,
ahora lo que necesito es velocidad, rapidez y eficiencia.

Me subo en el primer vehículo que irá al frente de la persecución y los


motores no tardan en llenarse de vida.

—Muy bien, señores, vayámonos de caza —murmuro una vez nos hemos
empezado a mover.

Todo el mundo permanece en un inescrutable silencio mientras les indico


por dónde ir, pues según la señal que está transmitiendo el chip localizador
nos guía hacia las afueras de la ciudad. Con los cinco minutos de ventaja, si
los ha sabido utilizar bien, se puede llegar lo suficientemente lejos para
despistar a la Policía y escapar, sin embargo, ni yo soy policía ni Mónica
cuenta con esa ventaja, pues aun teniendo unos kilometros por delante, no
se escapará de mí, ni tampoco de la bomba instalada en el interior del coche
blindado donde los minutos siguen transcurriendo sin detenerse.

—Estoy viendo el coche —anuncia un soldado y entrecierro la mirada para


verificar que se trata de ella. Observo la pantalla de nuevo y la localización
es verídica. No se ha dado cuenta de que la estamos siguiendo y tampoco lo
hará, pues ahora se encuentra concentrada en escapar que no se permitirá
pensar que tiene un dispositivo en su interior.

«Todo está yendo demasiado fácil», no puedo evitar pensar mientras


visualizo el vehículo a la distancia, pero rechazo al instante ese
pensamiento. «¿Dónde está su as bajo la manga?», me pregunto sin dejar de
alternar la mirada entre el punto en la pantalla y el vehículo que no duda en
acelerar, pisar el pedal hasta el fondo con la esperanza de ir más rápido, de
perdernos de vista, pero no puede y tampoco lo conseguirá.

—Hay que conducirla hacia las afueras, que se encuentre lo suficientemente


alejada para que la explosión no afecte a ningún edificio.

—Sí, mi comandante.

Giro la cabeza hacia el capitán que tengo detrás de mí.


—Que el soldado en el blindado cuatro tome la desviación que habrá dentro
de cien metros. Tenemos que encerrar a Maldonado. —No tarda en
encender la radio para pasar mi instrucción. Es la única manera para llegar a
atraparla y que solo tenga la opción de ir en círculos.

Observo la cuenta atrás en la pantalla. Faltan menos de ocho minutos para


que se detone la bomba y todavía nos encontramos cerca de la civilización,
sin embargo, ahora que la mente de Mónica se encuentra en su punto de
máxima inestabilidad, ni siquiera se le pasará por la cabeza pensar que se
trata de una trampa, que se está dirigiendo justamente hacia donde yo
quiero que se dirija y que ella sigue creyendo que tiene una ventaja que está
aprovechando.

—¿Quiere que nos sigamos acercando o mantenemos la distancia?

—Mantenla, que no se percate de que la estamos alcanzando.

Siento el corazón bombearme con fuerza y es la primera vez, en todos los


años que llevo en el ejército, que noto un inexplicable nerviosismo
recorrerme entera, como si se estuviera apropiando de cada músculo de mi
cuerpo. La pierna no ha dejado de temblarme y no puedo dejar de moverla
mientras la sequedad en mi garganta va aumentando a medida que van
desapareciendo los segundos. El tiempo está corriendo sin poderlo frenar y,
con él, mi inquietud está tratando de agarrarle la mano.

—Manteniendo una distancia de 120 metros entre Maldonado y el blindado


número uno —anuncia el conductor por la radio para que las demás
unidades queden enteradas.

—El grupo cuatro acaba de tomar la desviación, mi comandante —


murmura el capitán a mis espaldas y asiento con la cabeza.

—Ya es hora de acabar con esa mal nacida —susurro más para mí que para
los demás, no obstante, sé que lo han escuchado con claridad, pues la
tensión existente en el interior del vehículo nos mantiene a todos en vilo, en
alerta máxima.
Los pocos coches que se encuentran en la carretera nos abren paso con
rapidez y no tardamos en avanzar hacia la periferia. Enciendo de nuevo la
radio.

—Atención al blindado cuatro, al habla la comandante —anuncio, captando


su inmediata atención—: Acelerad hasta colocaros por delante de ella; que
se vea obligada a girar hacia la izquierda. Sacad las armas si hiciera falta,
que se vea amenazada. A los demás, mantened las distancias a mi señal.

Observo de nuevo la cuenta atrás: cuatro minutos con treinta segundos.

Veintinueve.

Veintiocho.

Veintisiete...

Una respiración por cada segundo. Un latido de mi inquieto corazón por la


mitad de uno. Vuelvo a mirar: cuatro minutos.

—Cuatro minutos —aviso por la radio.

—El blindado cuatro se encuentra en el lateral, detrás del bosque, está


yendo a la par que Maldonado, aunque ella no los puede ver.

—Bien. Duración para el abordaje —exijo.

—Treinta segundos.

—Que sea en tres minutos exactos a partir de ya.

—Como ordene.

Me percato, como si se tratara de un sutil aviso, que Maldonado está


tramando algo, pues el giro de volante que acaba de dar de manera brusca
me indica que está intentando buscar una escapatoria o, tal vez,
confundirnos, no obstante, el grupo cuatro se mantiene cerca, escondidos, y
no dudarán en actuar como a Mónica se le ocurra hacer cualquier estupidez.
Como se percate de la bomba o de algún sonido procedente, no dudará en
saltar.

—Acércate más —ordeno—. Deja cincuenta metros entre vehículos.

No puedo dejar que se escape, que huya de nuevo. No después de todo lo


que ha hecho, de todo lo que nos ha hecho. Apareció, después de muchos
años, para atacar a su nuevo objetivo y encerrarla en un enfermizo juego
donde ella siempre tuvo la ventaja, que impuso unas reglas para que se
proclamara vencedora en todas las batallas. Destruyó Adèle tal como lo
hizo conmigo, incluso encerrada, después de meses en los que se mantuvo
quieta, decidió mover una última pieza para marcar jaque sin tener en
cuenta que, detrás de la pianista, yo no dudaría en contraatacar con un
perfecto jaque mate, destrozando al rey sin miramiento.

Lo único que ha conseguido hoy ha sido llamar a su propia muerte y ahora


la oscura entidad se encuentra persiguiéndola sin cansancio, pues su fin
acaba de llegar.

—Empieza a frenar, suave, que no lo note, y que el vehículo cuatro


mantenga las distancias para intervenir en caso de ser necesario —murmuro
—. Treinta segundos para la explosión.

El capitán empieza la cuenta atrás mientras yo no dejo de mirar el coche.

—Veinte segundos —continúa él. Todo el mundo se mantiene en silencio—.


Diez, nueve, ocho, siete...

Cuando antes el tiempo me pareció que corría, que iba demasiado rápido,
ahora no puedo dejar de exigirle que se acabe ya, que esos pocos segundos
que quedan se mezclen con el viento para que todo llegue a su fin, sin
embargo, parece como si hubiéramos entrado en una especie de cámara
lenta, donde los movimientos de todo el mundo hacen que desees gritarles
para que despierten. Giro la cabeza hacia el conductor: mantiene la mirada
fija hacia la carreteras y aprecio la lentitud en el pestañeo.

Los pájaros baten las alas con extrema suavidad y las hojas de los árboles se
están tomando su tiempo para encontrarse con el suelo. Es como si el
tiempo se estuviera deteniendo, incluso la Muerte ha ralentizado su
persecución, al igual que nosotros.

Todos menos yo.

Y en ese preciso instante, cuando la cuenta atrás ha llegado a su fin después


de implorarle que continuara, un sonido estridente hace que el tiempo
recupere de nuevo la normalidad y, con su vuelta, le ha regalado al cielo un
nube oscura envuelta en un rojo llameante. La bomba se ha detonado y lo
que tendría que haber sido el fin de Mónica Maldonado, no lo ha sido, pues
le ha dado tiempo a saltar del vehículo todavía en movimiento.

—¡Detente! ¡Ahora! —alzo la voz y no tarda en frenar de manera brusca.


Me bajo del coche en cuestión de segundos y, con el arma apuntándola, me
acerco hasta ella, que se encuentra en el suelo tosiendo sin control. Digo,
tras unos segundos—: Supongo que es verdad lo que dicen, yerba mala
nunca muere.

Los soldados se acumulan a nuestro alrededor apuntando con sus


respectivos fusiles.

—¿Pensabas que no me daría cuenta?

—Y no te has dado cuenta, de lo contrario, hubieras saltado antes.

Deja escapar una pequeña sonrisa mientras intenta ponerse de pie.

—No te muevas —ordeno.

—Ni siquiera me has dado una mísera ventaja.

—Te la he dado, que tú no la hayas aprovechado no es mi problema —


respondo—. Rodillas contra el suelo y manos por detrás de la cabeza.

—¿Para qué? ¿Para que me vuelvas a encerrar en esa ratonera? Por lo


menos he conseguido respirar algo de aire y ver la luz del sol.

—Has vivido como una reina durante estos meses, no dramatices.


Me regala una mirada que podría haber matado a cualquiera y aprecio el
enfado burbujeante en ellos, en ese color oscuro que no hace más que lanzar
amenazas.

—Como una reina, ¿dices? —Acaba por ponerse en pie y, a pesar de las
órdenes que le exigen no moverse, ella no parece hacer caso. Ni siquiera los
está escuchando—. Deberías haberme matado cuando tuviste oportunidad.
—Con esas palabras, saca una pistola que tenía escondida y me apunta
directamente con ella—. Baja el arma, Renata, a no ser que quieras que
acabe contigo. —No respondo, sigo mirándola y eso hace que su enfado
crezca cada vez más—. No te lo volveré a decir.

—Tendrás que venir a quitármela.

Envueltas todavía en el humo del vehículo, no dudo en disparar el gatillo


cuando percibo el mínimo movimiento de sus pies. Lo peor de todo es que
ella también ha disparado.

No una; dos veces. Dos balas.

Y ambas caemos de rodillas contra el suelo y, en aquel instante, me doy


cuenta de las cenizas cayendo a nuestro alrededor como si se tratara de una
lluvia de verano.

Cada vez más cerca del final. Nos vemos el domingo con el capítulo 43 😊
Capítulo 43

Extraña sensación
.

ADÈLE

Tengo la sensación de haber retrocedido veinte pasos, que todos estos meses
en los que he tratado de recuperarme no hayan servido de nada. No he
podido dormir desde que regresamos del hospital, Laura todavía sigue ahí
con algunos invitados más, yo también quise quedarme, no separarme de su
lado, de hecho, me enfadé con uno de los enfermeros que me insistía que
debía descansar, que tratara de moverme lo menos posible por el vendaje
que todavía tengo en los pies. Fue Iván quien, al final, me levantó en brazos
para llevarme a casa y que pudiera descansar en nuestra cama.

No funcionó, no pude cerrar los ojos, tampoco quise, pues no podía dejar de
recordar el fuego expandiéndose con rapidez, arrasando con todo lo que
encontraba. Todavía me lo sigo imaginando, a pesar de encontrarnos casi a
oscuras, todavía puedo apreciar las chispas saltando furiosas dejando a su
paso una lluvia de cenizas. Mónica destrozó aquella iglesia sin importarle
que hubiera centenares de inocentes en el interior, no le importó los niños,
tampoco las personas mayores, hubiera dejado que todo el mundo ardiera si
con eso conseguía quitarme a mí de en medio.

O a Renata.

Hubiera dejado que doscientas personas se quemaran. Tal como yo dejé que
Rodrigo muriera entre las llamas. No habría tenido piedad y su falta de
empatía se hubiera convertido en la protagonista de la escena, de la obra
entera.

Me acurruco un poco más mientras dejo que se ponga a mi lado pues es


como si notara la tristeza y el desconcierto a nuestro alrededor, como si
quisiera tratar de buscar una solución para dejar que las risas vuelvan a
inundar el espacio. Me quedo mirándole, a esas dos perlas negras que me
observan con melancolía, intentando entender qué es lo que me ocurre
exactamente. De hecho, ni yo misma sabría definir con precisión el
sentimiento que me recorre ahora mismo, pues lo que ha conseguido
Mónica es abrir la caja fuerte donde había estado guardando —superando—
todo lo que he vivido durante este año y medio.
Iván también se encuentra aquí, aunque con la mirada perdida hacia la
ciudad mientras se toma, a pequeños sorbos, el café que tiene la mano.
Hemos hablado relativamente poco desde que regresamos del hospital y la
sensación de inquietud todavía permanece intacta. Todavía no ha recibido
noticias de su madre y lo último que le dijo fue que se encargaría de
Mónica. Han transcurrido horas desde aquella conversación, desde que Iván
vino al hospital. Horas en las que nos hemos mantenido en la sombra, como
le dijo la comandante a su hijo: que no hiciera nada, que ella se encargaría
de todo.

Con suaves caricias, Phénix cierra los ojos con el contacto de mi mano y no
dejo de admirar la paz que lo rodea y que, sin él pretenderlo, me va
traspasando a mí, sin embargo, las llamas vuelven a aparecer en mi mente.
Celosas, exigiendo que no deje de prestarles atención para consumir la poca
tranquilidad que me quedaba.

Vuelvo a soltar un suspiro mientras trato de pensar que nadie ha muerto,


que han habido heridos, pero ninguno fallecido. Con eso en mente, espero
que sea capaz de calmar el fuego que no deja de aparecer en mi memoria,
junto a los gritos, a los llantos de desesperación por querer salir de la
iglesia, al desconcierto por no saber qué lo había provocado.

El movimiento de Iván me pone en alerta y alzo la cabeza para encontrarme


con sus ojos. Él niega levemente para quitarme la preocupación que,
seguramente, habrá visto en mí. Busca sentarse a mi lado y no tardo en
crearle un hueco. Cruza una pierna encima de la otra mientras pasa un brazo
a mi alrededor con la intención de acercarme un poco más, hasta que
nuestros cuerpos digan basta. Cierro de nuevo los ojos cuando apoyo la
cabeza en su hombro, muy cerca de su cuello, tanto, que soy capaz de
acariciar su piel con la punta de mi nariz.

Nos quedamos en esta posición durante varios minutos, ni siquiera me tomo


la molestia de contar cuántos. Con Phénix a nuestros pies y la sutil caricia
de las yemas de sus dedos por mi brazo, trato de cerrar los ojos para poder
dormir, aunque sea por un rato. Estoy cansada, incluso puedo sentir el
agotamiento paseándose por mi cuerpo con la intención de darme la mano y
lanzarme en un profundo sueño. «No lo hagas», me regaña mi
subconsciente y vuelvo a abrir los ojos.
Pero estoy tan cansada...

«No lo hagas», repite y me acurruco un poco más entre los brazos de Iván.
Me pierdo en el aroma de su perfume, al perfume de su piel. Lo tengo tan
memorizado que podría reconocerlo en cualquier lugar, incluso estando
dormida.

—¿Qué piensas? —suelto en un débil susurro, pero que él ha entendido


perfectamente.

—¿Ahora mismo?

—Sí.

Su mano se detiene y siento un leve apretón. No puedo evitar fruncir el


ceño, apenas unos segundos.

—En lo preciosa que te veías vestida de novia —empieza a decir—.


También pienso que, ahora mismo, si nada de esto hubiera pasado,
estaríamos en plena luna de miel disfrutando uno del otro ya con unos
orgasmos acumulados —murmura y hace una pausa para soltar un profundo
suspiro—. No puedo quitarme a Maldonado de la cabeza, tampoco a mi
madre yendo detrás de ella, en que todavía no tenemos noticias suyas.

—Te hubieran avisado —me apresuro al decir—. Si algo hubiera pasado...


te habrían avisado.

—Tal vez.

—Lo habrían hecho —repito—. No pienses en eso, estamos hablando de tu


madre, de Renata, de la mujer más fuerte que he conocido en mi vida,
estamos hablando de la comandante de las Fuerzas Aéreas, no le ha pasado
nada.

—Me habría llamado, enviado un mensaje, por lo menos.

—Iván...
—No quiero pensar que acaba de morir y que ni siquiera me he podido
despedir de ella, que me acaba de dejar solo, que voy a experimentar la
misma sensación cuando me enteré de la muerte de mi padre.

—No digas eso.

—Me has pedido que te cuente lo que estoy pensando —murmura mientras
trata de buscar mi mirada. Mis ojos grisáceos impactan directamente con
los suyos oscuros, más oscuros de lo habitual. Suelta el aire de nuevo, como
si no hubiera querido decir lo que acaba de soltar—. Lo siento, es que...

—No, está bien. —Niego con la cabeza—. Todo estará bien —murmuro,
volviendo a apoyar la cabeza sobre su hombro. Él no tarda en cogerme de la
mano y empezar a jugar con el anillo de diamante negro que se encuentra
en mi dedo anular—. Si tuviéramos un hijo, ¿le entregarías el anillo para
que se lo diera a su pareja?

Pensaba que esa pregunta me descolocaría, que haría que frunciera la frente
mientras interponía cierta distancia entre ambos, pero nada de eso sucede y
tan solo me limito a buscar de nuevo su mirada mientras le regalo una sutil
sonrisa.

—¿Te gustaría tener un hijo ahora?

—Ahora no —responde, casi al instante, como si estuviera temiendo mi


reacción—. Tal vez más adelante, tú misma lo dijiste cuando lo hablamos
meses atrás.

Le dije que ya no me espantaba tanto la idea y que, tal vez, en un futuro no


muy lejano, lo podríamos intentar.

—Cierto, lo dije.

Él esboza una sonrisa torcida.

—Todavía no ha contestado a mi pregunta, señorita Leblanc.

«Señorita Leblanc», porque todavía no nos hemos casado.


—Se lo daría sin dudarlo —respondo y vuelvo a bajar la mirada para
observarlo; la piedra brillante y oscura que capta cualquier mirada—.
También le hablaría de lo que supone ser un complemento para tu pareja.

—La primera vez que te mencioné lo del complemento, no me podía sacar


las palabras de mi madre de la cabeza y en la relación de mis padres.

Acaricio su pecho cubierto por la camiseta mientras recuerdo la historia que


protagonizaron Sebastián y Renata, en las complicaciones que hubieron,
pero que, juntos, consiguieron salir adelante.

Justo en aquel instante y antes de que pueda responderle, el sonido de una


llamada inunda la estancia. Phénix se ha levantando con rapidez e Iván ha
vuelto a comprobar el móvil por enésima vez. Se pone de pie para dirigirse
hacia el intercomunicador y tan solo se limita a asentir.

Vuelve segundos más tarde, diciendo:

—Es mi madre, está subiendo. —Parece aliviado, aunque la expresión en su


rostro diga lo contrario.

—¿Ha pasado algo?

—Ahora nos lo dirá.

Las puertas del ascensor se abren y aparece Renata con dos de sus soldados,
aunque no tarda en ordenarles que ya se pueden retirar y que esperen abajo,
en la recepción. Sus miradas se encuentran, al principio tensas, pero cuando
Iván se acerca para darle un abrazo, siento mi corazón hacerse un poco más
pequeño al observar la imagen que tengo delante de mí: Renata todavía en
su uniforme, manchada de tierra y sangre, como si hubiera estado luchando
en primera linea de batalla.

Ni siquiera me atrevo a interrumpirles, me mantengo un par de metros


alejada mientras dejo que el silencio hable por ellos, ya que, seguramente,
con ese simple contacto Iván le esté diciendo la preocupación que ha
sentido durante todo el tiempo que no ha tenido noticias de ella.
—¿Estás bien? —le pregunta él segundos más tarde, separándose.

—¿Por qué no debería estarlo?

Iván dejar escapar un suspiro y con eso me doy cuenta de que acaba de
soltar toda la angustia que había estado acumulando durante las anteriores
horas.

—Por una vez en tu vida, podrías dejar de lado tus comentarios, ¿no te
parece?

—¿Por qué lo haría? —contraataca ella con una sonrisa. Por lo menos, si las
cosas no hubieran salido bien, no estaría regalándonos esa sonrisa.

—Mamá, joder, deja de responderme con más preguntas.

—Esa boca.

—No soy un niño pequeño.

—Lo sigues siendo para mí —responde, dictando su punto final, y no puedo


evitar acercarme a ella para darle también un abrazo—. Me alegra que estés
mejor, querida, pero siéntate, no querrás que se te abran las heridas de los
pies.

—Estoy bien, Renata, de verdad —respondo, separándome—. ¿Qué ha


pasado con Mónica?

De repente, su mirada se ha transformado, sutilmente más sombría, aunque


dejando claro que no se trata de su tema favorito de conversación. Avanza
unos pasos hasta sentarse en el sillón colocado delante del sofá y cruza una
pierna encima de la otra. Phénix se ha sentado a su lado, aunque no
tumbado, por lo que la mano de la comandante ha empezado a acariciarle
cabeza.

—Antes de explicaros qué ha sucedido, me gustaría pediros perdón —dice


y ambos nos sentamos delante de ella. Iván trata de decir algo, pero su
madre levanta la mano, deteniéndole—. Déjame terminar. Nada de este
debería haber pasado y tuve que encargarme de Mónica cuando tuve la
oportunidad. Había una mínima posibilidad de que escapara y la ha
aprovechado, no obstante, tampoco le ha servido de mucho pues acaba de
fallecer.

No sé qué decir, tampoco cómo reaccionar. De todas las posibilidades que


me había imaginado que nos diría, la muerte de Mónica no era la primera de
la lista. Todavía no lo puedo asimilar, pensar que ya se ha acabado todo y
que esa mujer no volverá a jodernos la vida. Empiezo a negar levemente
con la cabeza sin poder creérmelo aún.

—¿Cómo fue? —pregunta Iván.

—Creo que no importan los detalles.

—Quiero saberlo.

Renata suelta un suspiro, profundo, largo, cargado de cansancio.

—Le di cinco minutos de ventaja y un coche que tenía una bomba


programada en el interior. Mónica no se dio cuenta de nada, la perseguimos
con el objetivo de sacarla de la civilización. La bomba explotó, pero ella
logró saltar, aunque tampoco tenía escapatoria pues mis hombres la
rodearon al instante —explica y nos quedamos atentos a sus palabras—.
Intentó resistir, hasta el último segundo, pero no lo consiguió. Apreté el
gatillo, disparé y caímos de rodillas al suelo.

—¿Tú por qué?

—No lo sé —confiesa—. No logró darme, pues Mónica disparó también,


pero... No lo sé —repite, algo consternada—. Tal vez fue la impresión.
Llevo en este caso desde hace años, he perseguido la sombra de su fantasma
durante mucho tiempo. Pensar que ahora ya no está...

—¿Lo has comprobado? —pregunta su hijo y me giro hacia él


imaginándome qué es lo que ha querido decir—. Que está muerta, ¿lo has
verificado por ti misma? ¿Su corazón ha dejado de latir?
—Por supuesto que sí —contesta la comandante—. Cuesta creerlo, pero
Mónica Maldonado acaba de desaparecer de esta vida.

—¿Qué se sabe del tipo que provocó el incendio?

—Se está haciendo cargo la Policía y, según mis contactos, ya lo han


atrapado.

—Entonces, todo ha acabado —intervengo—. Ya no habrán más incendios,


tampoco más muertes, todo ha acabado.

—Sí —asegura Renata y su mirada se encuentra con la mía, aunque lejos de


tranquilizarme, lo que me genera es una extraña sensación que no logro
explicarme, no obstante, trato de no darle más importancia. Mónica ya no
está, quien provocó el incendio está en manos de la Policía y todo acaba de
volver a la normalidad—. ¿Se encuentran bien todos los que asistieron a la
boda?

—Más o menos —contesta Iván—. Unos más graves que otros, pero
ninguno fallecido.

La comandante asiente con la cabeza y se levanta del sillón segundos más


tarde. Phénix no tarda en seguirla.

—Me iré a casa, necesito una ducha y algo de descanso —murmura—.


¿Qué haréis con la boda?

—Marco ya se está encargando —respondo y me acuerdo de la tristeza que


apareció en sus ojos—. Tenemos que hablar con él, ver cuándo sería posible
hacer la ceremonia, pues con el incendio en la iglesia, habrá que buscar
otra.

—Estamos bien —acaba por decir Iván—. Eso es lo que cuenta, ya nos
ocuparemos del resto más tarde.

Renata vuelve a asentir y las puertas del ascensor no tardan en abrirse para
que, segundos más tarde, la imponente presencia de la comandante
desaparezca del penthouse. Nos volvemos a quedar en silencio y apoyo de
nuevo la cabeza sobre su pecho, quedándonos en esta posición durante
varios minutos.

—Te toca —murmura y frunzo el ceño—. ¿Qué es lo que estás pensando?

—¿Después de lo que acaba de decirnos tu madre? —Iván asiente con la


cabeza y noto, casi al instante, la suave caricia en mi pierna—. No logro
asimilarlo. Ha sido mucho tiempo... Pensar que ahora ya no está, que ya no
nos tendremos que preocupar de ella... Es como si me hubiera quitado un
peso de encima, uno que me consumía, que me mantenía en constante
alerta.

—Creo que tengo la misma sensación.

El doberman se acomoda entre nosotros y nos volvemos a quedar en


silencio. De repente, voy sintiendo, cada vez más, la pesadez en mis
párpados. Me encojo un poco más pasando un brazo por encima de su
abdomen y me quedo ahí, sintiendo la tranquila respiración de mi
prometido. Cierro los ojos segundos más tarde, después de haber soltado
todo el aire que estuve conteniendo, y con el tranquilo latir de su corazón,
me quedo dormida.

***

—Adèle, ¿estás bien? —Parpadeo rápidamente al darme cuenta de que es la


voz de Laura, que está tratando llamar mi atención. Asiento la cabeza sin
dejar de mirarla y observo, una vez más, lo bien que le favorece ese vestido.

—Tengo que llamar a Renata —murmuro, más para mí que para ellas—.
Tengo un mal presentimiento.

—Son los nervios de la boda, es algo normal —interviene Rebecca.

—No, no es eso, hay algo más —respondo mientras busco su contacto para
llevarme el móvil a la oreja.

No se lo quiero contar, pues no quiero preocuparlas más de lo que las acabo


de alterar, pero no puedo dejar de repetir esas imágenes en mi cabeza, las
que me acabo de imaginar. Un incendio arrasando con todo, la iglesia a la
cual nos estamos dirigiendo ahora. Esa persecución sin sentido y la
explosión que por poco mata a Mónica.  Los disparos, Renata cayendo de
rodillas... Acabo de visualizar un desastre fruto de este mal presentimiento
y quiero asegurarme que me estoy equivocando, que Laura no acabará con
el brazo ensangrentado y Arabella no se quedará atrapada en el interior. Que
mi padre podrá llevarme hacia el altar y que podremos dar el «sí, quiero».

—¿Qué es lo que te preocupa? —pregunta la pelirroja, que se encuentra a


mi lado.

Niego con la cabeza mientras espero que Renata conteste, pero tarda en
hacerlo. Vuelvo a intentarlo, necesito que me responda y que me asegure
que no hay nadie infiltrado en el equipo de seguridad.

Cuento los segundos, uno por cada tono de la llamada.

—Renata —digo una vez me ha cogido el teléfono.

—¿Qué ocurre? ¿Todo está bien? Todavía no he entrado en la iglesia, estoy


apunto de llegar.

Entonces, le empiezo a contar con detalle todo lo que he visto, lo que he


sentido y que, desde que me he subido al coche, este mal presentimiento no
ha dejado de alarmarme, exigiéndome que haga algo, que me asegure que
todo está bien. La comandante me escucha con atención, sin decir una
palabra. Incluso me doy cuenta que su coche acaba de detenerse.

—A lo mejor no es nada —empiezo a decir—. Tal vez solo sean los nervios
de la boda, pero es que no se va, no me puedo quitar estas imágenes de la
cabeza.

Renata se aclara la garganta.

—Lo vamos a comprobar, ¿de acuerdo? Cuando entres a la iglesia, quiero


que lo hagas tranquila, sin que te coma esta preocupación.

—¿Se lo contarás Iván?


—Lo querrá saber.

—No quiero preocuparlo —murmuro y soy consciente de las miradas de


mis amigas, quienes están esperando a que finalice la conversación para que
les diga lo que está pasando.

—Más se preocupará si no se lo digo. Lo vamos a solucionar, sea lo que sea


—asegura—. A lo mejor no es nada, pero prefiero que la ceremonia
empiece un poco más tarde para comprobar que todo está bien.

—Gracias.

—No me las des, querida. Voy a verificar el equipo de seguridad y descartar


sospechosos. Tú quédate con tus amigas y con David, te avisaré cuando
todo esté resuelto, ¿está bien?

—No quiero que Iván me vea —añado y percibo la sonrisa de la


comandante.

—No lo hará. Querrá ir a por ti para ver que estás bien, pero ya me
encargaré de que no lo haga.

—Típico de él —sonrío.

—Porque te quiere y se preocupa por ti —responde—. No soportaría la idea


de que algo malo te pasara.

—Lo sé.

—Todo saldrá bien —asegura y cuelga la llamada.

«Eso espero», es lo único que pienso mientras observo el coche detenerse


en el terreno cerca de la iglesia, donde se encuentran los demás coches,
incluido el de Iván.
Uy, qué ha pasado aquí? La boda sigue en pie, amigas, seguimos estando
a 18 de septiembre.

Para quien no lo haya entendido, desde el incendio de la iglesia hasta ahora,


fue todo imaginación de Adèle, como un mal presentimiento que tienes y
empiezas a imaginar mil escenarios diferentes. Vuelvan a respirar que, a lo
mejor, sí tenemos boda Ivèle en el próximo capítulo

Un besito y nos vemos la semana que viene con tres capítulos más (mirad el
calendario colgado en mi perfil de Ig).
Capítulo 44

Lo real es real

IVÁN

—Pensaba que había pasado algo —murmuro al contemplar a mi madre


acercarse hasta a mí. Le entrego el brazo sin dudar, sin embargo, al ver que
no lo acepta, la preocupación me invade—. No sueles llegar tarde —añado.

Las puertas se abren, pero lejos de empezar a caminar hacia el altar, me


conduce hacia la parte trasera de la iglesia. Aprecio que los invitados ya
están sentados en sus correspondientes asientos, esperando a nuestra
llegada.

—Hay que comprobar el equipo de seguridad —murmura y frunzo el ceño


al instante.
—¿Por qué? Hice que lo comprobaran esta mañana, todo está en orden —
respondo—. Mamá, ¿qué está pasando?

—Me acaba de llamar Adèle para contarme un presentimiento que acaba de


tener. Se trata de Mónica y un posible guardaespaldas infiltrado con la
intención de incendiar la iglesia. —Mis ojos se desvían hacia las puertas
con la intención de encontrarme con ella, pero la mano de mi madre en mi
brazo me detiene—. No vas a ir a buscarla.

—¿Por qué no?

—Porque está bien.

—¿Cómo lo sabes?

Su respuesta es levantar las cejas para mirarme con desconcierto.

—Porque acabo de hablar con ella, además, está vestida de novia, no


puedes verla hasta que no entre del brazo de su padre hacia el altar. No
rechistas, que te conozco. —Me señala con el dedo y aprovecha para llamar
a alguien—. Quiero un registro de todos los miembros del equipo de
seguridad que estén en el interior de este edificio —dice—. Comprueba que
no haya nadie sospechoso y mantenme informada de todo. Si resulta que
hay alguien infiltrado, ni se te ocurra dejarlo escapar, lo querré delante de
mí en cuanto acabe la ceremonia.

Me mantengo inamovible al escuchar la clara amenaza en su tono de voz,


pues si resulta ser verdad, que el mal presentimiento de Adèle sea cierto, me
encargaré yo mismo de ese gilipollas.

—Iré a avisar a los invitados, que tardaremos en empezar.

—De acuerdo.

—Avísame en cuanto se solucione.

Renata se limita a asentir con la cabeza y  no tardo en empezar a caminar


hasta colocarme delante de los invitados cuyos murmullos se han dejado de
escuchar para prestarme atención. Trato de encontrar las palabras correctas
para no llegarlos a preocupar. Observo la mirada de Marco puesta en mí y
me acuerdo al instante de cómo le molesta que le cambien los planes a
última hora, ver que las cosas se están saliendo de su perfecto control.

En unos pocos segundos, después de que haya acabado de informar a la


multitud, se coloca a mi lado con la interrogación pegada en su frente.

—¿Qué está pasando?

—Unas comprobaciones de última hora.

—¿Comprobaciones? ¿Qué clase de comprobaciones? Todo está perfecto,


lo comprobé yo mismo para que nada saliera mal y ahora me entero, de
repente, que quieres hacer no sé qué. —Se puede notar la molestia en su
tono de voz—. Haz el favor de contestarme.

—La boda está perfecta, no es eso, se trata de un asunto con el equipo de


seguridad. No tardaremos, ¿vale? Pero prefiero que mi novia entre tranquila
a la iglesia sin el pensamiento que, en cualquier momento, le caiga un trozo
de madera quemada en la cabeza.

—¿Madera quemada? ¿Qué estás diciendo?

—Ha tenido un mal presentimiento sobre que alguien provocaba un


incendio, entonces lo estamos verificando. No te preocupes.

—¿Crees que pueda ser verdad? —pregunta—. Que, justo en este instante,
¿haya alguien infiltrado con la idea de joderos el día?

—No me voy a quedar de brazos cruzados ignorando su preocupación —


respondo, guardándome las manos en los bolsillos—. Renata ya se está
encargando y espero que todo quede solucionado. Pronto.

—Ni yo estuve tan ansioso en mi boda como tú lo estás ahora —contesta


con una sonrisa burlona.

En esa misma boda donde le pedí matrimonio a Adèle, donde me arrodillé


delante de ella, envueltos en ese escenario de rosas y espinas, mientras
colocaba la cajita de terciopelo negro entre los dos y dejaba que el anillo del
diamante negro se apreciara con el brillo de la luna.

—Porque no quiero que nada salga mal, ya ha sido suficiente, ¿no te


parece? Lo único que quiero ahora es seguir disfrutando de esta paz que nos
ha acompañado estos últimos meses. Tampoco creo que sea mucho pedir.

—Desde luego que no —responde él dando un rápido vistazo a los


invitados que se han sumido en un disimulado cuchicheo—. ¿Cuánto va a
tardar Renata?

—El tiempo que necesite.

Con esas palabras doy por finalizada la conversación mientras me


mantengo en mi posición, con las manos en los bolsillos, a unos metros del
altar. Paseo la mirada por cada uno de los rostros que hoy nos acompañan,
preguntándome si, tal vez, la persona infiltrada esté escondiéndose de
Renata, pues si bien Adèle ha dicho que es uno de los guardaespaldas, yo
no descartaría a los invitados. Sin embargo, nadie ha entrado a la iglesia sin
la invitación y la lista de los asistentes se ha controlado varias veces.

De un momento a otro, se percibe movimiento en la parte de atrás de la


iglesia, movimiento del cual la mayoría se percata y empiezan a preguntarse
qué es lo que está pasando. Trato de calmar el ambiente y que la
preocupación desaparezca, pero no lo hace. Menos aún cuando aparece un
hombre tratando de escapar y varios  más detrás de él, persiguiéndole. Me
alarmo al instante y empiezo a caminar hacia el revuelo. Varios de los
invitados tienen la intención de levantarse, pero intento que no lo hagan y
que mantengan la calma.

Segundos más tarde, aparece Renata con una pistola en la mano y con eso
solo consigue aumentar los cuchicheos. Llego hasta con la intención de que
esconda el arma, pero varios empiezan a preguntar, levantarse de los
asientos, entrando en pánico.

—Calma todo el mundo —murmura ella en un tono grave, más alto, para
que se la escuche. El mismo que emplea cuando habla con sus soldados—.
Todo está controlado, así que les pido por favor que no entren en
desesperación. Nadie va a salir herido, ya nos estamos ocupando.

Las únicas palabras que se están repitiendo dentro de mi cabeza son:


«Adèle acaba de salvar a todo el mundo. ¿Qué habría pasado si todo
hubiera seguido adelante?».

Ignoro el desconcierto de la multitud, también las voces de Marco y Daniel,


que no han tardado en acercarse para colocarse a mi lado y pedir unas
explicaciones que ni siquiera tengo ahora mismo. Empiezo a caminar con el
propósito de llegar hasta mi madre, pero el brazo del italiano me lo impide
haciendo que me gire hacia él, no obstante, me deshago rápido de su agarre.

—Iván, joder, ¿qué coño está pasando? —me exige saber.

Me giro de nuevo hacia él, aproximándome un par de pasos, y no puedo


controlar la desesperación que brota de mí. La angustia en mi rostro por
saber que hay un imbécil correteando por la iglesia donde, se supone, que
ya me tendría que estar casando, donde se encuentran familiares y amigos
con el desconcierto tintado en sus rostros. Estoy harto de que esta pesadilla
no haya finalizado aún, de tener a Adèle preocupada, deseando que se
solucione.

—No lo sé, ¿de acuerdo? No lo sé. Déjame ir a averiguarlo, mientras trata


de calmar a los demás.

Es lo último que le digo antes de abandonar el pasillo para ir en busca de mi


madre, quien no dudó en ir detrás del tipo que ha ocasionado todo este
espectáculo. Noto cada latido de mi corazón, cada bombeo frenético que me
pide con insistencia que encuentre algún sitio donde sentarme, pero no le
hago caso, tampoco a las pequeñas manchas oscuras que estoy viendo
delante de mí. Muevo rápidamente la cabeza con tal de disiparlas, consigo
que se vayan durante unos pocos segundos, pero vuelven a molestarme de
nuevo, sin embargo, yo ya ha alcanzado a la comandante y tan solo pido
que no vuelvan a aparecer.

—¿Quién es? —pregunto al observar que intentan noquearlo. Renata se


encuentra apuntándole con el arma, pero la baja en el momento que se da
cuenta que uno de sus hombres lo mantiene bien sujeto.

—No lo sé, es lo que le voy a preguntar ahora mismo —dice—. Lo único


que sabemos es que ha atado a González y lo ha escondido en lo alto del
campanario para hacerse pasar por él. Llevaba una careta de silicona hecha
para que pasa inadvertido.

—¿Qué pretendías hacer? —le pregunto directamente al hombre que se


encuentra con el rostro pegado al suelo, totalmente sometido al
guardaespaldas que lo mantiene a su merced—. Contesta, joder.

Gira la cara hacia mí y me doy cuenta de que es la misma persona que


envió a Adèle hacia el infierno que le tenía preparado Mónica. El mismo
que hizo que se subiera a un coche para llevarla a ese hotel, que logramos
ubicar, y se encontrara con ella.

—¿No es obvio? Acabar lo que una vez empezamos —responde.

—Estaba escondido en la parte de arriba de la catedral con un fusil para


francotiradores —explica el guardaespaldas.

Oír eso tan solo hace que me empiece a hervir la sangre.

—¿A quién querías disparar? —No contesta, pero lo que más me enfurece
es la sonrisa cargada de burla que le sale—. ¡¿A quién coño querías
disparar?!

—A la pianista —responde—. A la comandante también y a ti. Mónica


quería deshacerse de los tres a la vez, precisamente el día de vuestra boda.

—Llevároslo —interviene Renata—. Directamente al cuartel, en una de las


celdas de máxima seguridad —ordena a uno de sus soldados y no duda en
dirigirse a él—. Tú y yo tendremos una charla más tarde.

No permite que diga nada más cuando se lo llevan a la fuerza intentando


que no lo vean.

—Iba a hacer algo peor —murmuro en un tono muy bajo con el temor de
que se haga realidad si lo digo más alto. Empiezo a reírme sin saber qué
otra cosa más hacer—. Iba a matarnos —dejo escapar en mitad de una risa
—. A los tres. Iba a matarnos a los tres.

—Cálmate. Se ha solucionado. De todas maneras, he ordenado que


comprueben si había alguien más o si trabajaba solo.

—Iba a matarnos a los tres —repito en un susurro mientras me froto la


mirada manteniendo la otra mano a la altura de la cadera—. Era más
efectivo que quemarnos vivos.

—Iván —pronuncia mi nombre con la intención de que la mire—. Se


acabó, tienes que tranquilizarte, ¿de acuerdo? Da gracias a que no ha
pasado nada y lo hemos podido evitar.

Me abstengo de decir la crueldad que he estado a punto de soltar.

—¿Qué se hace ahora?

—¿Ahora? —pregunta ella, levantando una ceja—. Casarte.

***

Una hora más tarde, con la amenaza resuelta y todo el mundo en sus
respectivos asientos, la música empieza a sonar. Una suave melodía que va
llenando cualquier espacio del interior, que va adueñándose de cada uno
para adentrarles en una agradable tranquilidad. Segundos más tarde, las
puertas se abren y todas las cabezas —absolutamente todas— se giran para
esperar a la única persona que va vestida de blanco, aunque portando un
anillo negro en su mano.

Junto las manos, aunque sin poder frenar el nerviosismo que cada vez se
hace más presente cuando la novia hace acto de presencia, robándose todas
y cada una de las miradas. Los fotógrafos no quieren perderse ni un solo
instante, los invitados tampoco, pues observo como varios tratan de estirar
el cuello para admirar la belleza de la novia envuelta en ese vestido
brillante, como si tuviera mil piedras pequeñas que tan solo se pueden
apreciar con la luz.
Sus damas de honor mantienen una pequeña sonrisa mientras van dejando
caer pétalos de rosa. El mismo tipo de flor que adorna su ramo. Un ramo de
un intenso color rojo haciendo juego con sus labios. No puedo dejar de
verla, dejar de recorrer su cuerpo y no puedo esperar a quitarle el vestido
con tal de seguir apreciando cada detalle, cada lunar, cada curvatura. Sin
que la distancia resulte un impedimento, sus ojos, cargados de brillo,
encuentran los míos con facilidad y no los suelta hasta que no se acerca al
altar del brazo de su padre, quien me la entrega con una sonrisa en el rostro.

—Cuídala bien —dice, aunque puedo leer implícita una clara amenaza
advirtiéndome que, si no lo hago, me dejará sin descendencia. Asiento con
la cabeza mientras le ofrezco la mano a mi todavía prometida y da un par de
pasos hasta que se coloca a mi lado.

Los murmullos no se dejan de escuchar y el padre no tarda en restaurar el


silencio que había reinado escasos minutos atrás, cuando Adèle se dejó ver
en su vestido blanco.

—Queridos hermanos y hermanas —empieza él, sin embargo, he dejado de


escuchar y tan solo tengo ojos para la belleza de larga melena que se
encuentra a mi lado, con su mano alrededor de la mía sintiendo el levo
apretón que me proporciona.

—Presta atención —me regaña ella y no puedo evitar que se me escape una
pequeña risa mientras vuelvo a mirar al frente, observando al hombre de
avanzada edad seguir hablando.

—No puedo —respondo en otro susurro mientras trato de contener la risa


—. Eres una tentación fácil.

—¿Y lo dices tú?

La observo de reojo y aprecio su sonrisa llena de ese rojo que me está


enloqueciendo todavía más, a cada segundo que pasa, a cada minuto. No
puedo contener la idea de besarla y saborear esos labios que me reclaman,
que me incitan a relucir mi lado primitivo, ese que me está diciendo en el
oído que la cargue en brazos y me la lleve lejos, lo suficiente para
encerrarnos en nuestra burbuja.
De un momento a otro, Adèle se gira para quedar frente a mí y tardo apenas
un segundo en darme cuenta de que ha llegado la hora de decirnos los votos
matrimoniales, esas promesas que no me he preparado, pero que las tengo
atesoradas dentro de mi cabeza para dejar que mi lado poético tome el
control. Trago saliva cuando da un paso hacia adelante para quedar más
cerca y no puedo evitar respirar hondo para atrapar ese perfume que la
envuelve y que conozco tan bien, porque huele a ella, a Adèle, a mi
prometida. Aprecio su sonrisa cargada de sinceridad y amor y sus palabras
se empiezan a adueñar de todo el espacio.

—Si supieras la cantidad de veces que he empezado un párrafo para


después borrarlo y volver a empezar... te reirías de mí —murmura y yo solo
soy capaz de sonreír en respuesta, porque no puedo dejar de apreciar la
belleza de su mirada—. ¿Qué se le dice a la persona que ha marcado un
antes y un después en mi vida? Porque eso es lo que has hecho, enseñarme
que dos personas con un carácter cargado de fuego pueden quererse,
amarse... Pueden ser un complemento para el otro, la estabilidad que
necesitan —hace una breve pausa y aprovecha para colocarme una mano en
la mejilla mientras sus ojos grises no dejan de intentar adentrarse en los
míos—. ¿Qué se le promete a la persona a la que he entregado mi corazón?
El disonante y roto corazón que has aceptado y que, poco a poco, has
sabido hacer que vuelva a latir. ¿Qué se le dice a quien me ha tratado como
a su todo? Siempre, sin importarle las consecuencias. —Siento la suave
caricia de sus yemas por mi rostro lo que me hace cerrar los ojos ante el
contacto, su contacto—. Te quiero y te prometo seguir siendo la misma
Adèle de la que te enamoraste tiempo atrás. Te prometo despertar a tu lado
cada mañana y pasear cada noche de luna llena con el sonido de las olas de
fondo. Te prometo una vida llena de emociones y darte todo el apoyo que
necesites, impulsarte en aquello que desees y alentarte en todo lo que te
propongas —dice y quita la mano de mi cara, sintiendo, de repente, la falta
de su contacto—. Me quiero casar contigo porque te quiero y siempre lo
haré, así que, señor Otálora, piénselo bien antes de dar el sí porque me
tendrá que soportar por el resto de su vida.

Suelto otra pequeña risa mientras intento hacer desaparecer la lágrima


rebelde que quería escapar y deslizarse por mi mejilla, aunque es Adèle
quien lo hace por mí, mirándome con amor, con deseo también, con una
pequeña sonrisa manchando su rostro.

—Si hubiera sabido que me mostrarías tu lado cariñoso por más de cinco
minutos, te habría pedido matrimonio antes —murmuro y obtengo varias
risas de los invitados.

—Me quieres así, no digas tonterías —responde ella en un tono divertido y


asiento con la cabeza.

—Más de lo que usted se imagina, señorita Leblanc, aunque... ¿tengo que


empezar a llamarla «señora»? —Enarco una ceja aprovechando para
aclararme la garganta y decir—: ¿Por qué piensas que no quiero esa vida a
tu lado? Una en la que te prometo que sería capaz de ayudarte a que
quemaras el mundo cada vez que lo desearas, en la que me despertaría
media hora antes todas las mañanas por el simple placer de verte dormir o
de sentir el calmado latir de tu corazón. ¿Por qué piensas que no quiero esa
vida a tu lado? Porque recuerda que no solo eres mi prometida, también
eres esa mejor amiga con la que deseo hacer todas las locuras posibles, mi
confidente para lo bueno y lo malo, mi compañera de vida, mi amante para
todas las noches que nos resten —hago una pausa, respirando hondo—.
Eres mi mujer, Adèle, y no me puedo imaginar una vida con nadie más que
no sea contigo porque te convertiste en mi complemento sin yo saberlo aún,
porque no te importó cuando rompí nuestra segunda regla y me aceptaste
como a tu igual. Eres la mujer a la que amo, a quien voy a respetar,
enaltecer y cuidar, a quien le voy a dar esa felicidad que nos merecemos —
sonrío una vez más y me acerco a su oído—. Así que, señorita Leblanc,
¿qué más quiere que me piense cuando estoy deseando dar el «sí, quiero»
para llevármela bien lejos y sentir ese fuego que tanto me gusta?

Echo la cabeza hacia atrás para poner la distancia que antes había y no
puedo dejar de contemplar la tormenta de su mirada. Antes de que el cura
proceda con lo que iba a decir, las palabras de Marco no tardan en
escucharse por toda la iglesia provocando la risa de la mayoría.

—¡Pero no nos dejes así, hombre! —grita con las dos manos a cada lado de
su boca—. Queremos saber el chisme completo.
Giro la cabeza para enfrentarle con la mirada sin esconder la divertida
sonrisa de mi rostro. No puedo evitar negar levemente.

—¿Quieres dejar que me case tranquilo? —pregunto sin esperar respuesta y


vuelvo a encontrarme con los ojos de Adèle, quien nos mira divertida—.
Puede continuar, padre.

Asiente con la cabeza sin dejar de esbozar una sonrisa y pide que nos hagan
entrega de los anillos. Me percato del movimiento en la sala y todo el
mundo parece darse cuenta de que Phénix acaba de entrar agarrando una
pequeña cesta con los dientes donde se encuentran los anillos. No sé a quien
se le ocurrió de que sea el dóberman el encargado de esta tarea, pero no
puedo evitar mirarlo con cierta ternura.

Una vez que se coloca delante de nosotros, ambos nos agachamos para
recogerlos, no sin antes acariciarle la cabeza.

—Iván Otálora Abellán —pronuncia el cura, aclarándose la garganta y


espero impaciente que me haga la pregunta—. ¿Aceptas a Adèle Leblanc-
Abbadie como tu legítima esposa y prometes serle fiel en lo próspero y en
lo adverso, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad,
amarla y respetarla todos los días de tu vida hasta que la muerte os separe?

—Acepto —respondo sin dejar de mirarla mientras agarro su mano con


extrema delicadeza buscando su dedo anular, donde también se encuentra el
diamante negro.

En ese instante, dejo de escuchar, dejo de pensar en las doscientas personas


que nos están viendo, olvidándome de ellas. Solo soy capaz de observar los
labios de Adèle, moviéndose al dulce compás de la melodía de piano que ha
empezado a sonar, llenando de nuevo la estancia. Sus labios rojos me
distraen completamente y cuando dice esa palabra que he esperado escuchar
por tanto tiempo, es encantes cuando vuelvo a la realidad, cerciorándome de
que lo real es real.

—Acepto —dice ella robándome una amplia sonrisa y alzo yo mismo la


mano para que deslice el anillo en mi dedo.
Y sin esperar las palabras del padre, es Adèle, ahora convertida
oficialmente en mi mujer, quien se acerca para buscar con desesperación
mis labios enseñándome, una vez más, que ella siempre me demostrará a su
manera lo que siente por mí.

Coloco una mano en su mejilla, atrayéndola un poco más hacia mí, y dejo
que los aplausos y las exclamaciones nos envuelvan.

Ni siquiera sé cuántos segundos pasan, pues todavía sigo asimilando que


nos acabamos de casar, que escasos instantes atrás estábamos dándonos el
«sí, quiero» y que acabamos de enlazar dos futuros en un solo, porque
Adèle Leblanc se acaba de convertir en mi futuro.

¿Qué os han parecido los votos? Mis niños se han casado, por fin

Si se han casado significa que... hay noche de bodas Atentas al siguiente


capítulo jsjs

Un besito
Capítulo 45

Noche de bodas
.

ADÈLE

Me duelen los pies y esta sensación de cansancio tan solo se podrá


solucionar si dejo que mi cuerpo descanse, por lo menos, durante unas
cuantas horas. No obstante, sé que no será así, no después de que Iván me
haya dicho con la mirada, antes de abandonar nuestra fiesta en plena
madrugada, que ninguno de los dos dormiría, no en la noche de bodas.

No consigo quitarme la sonrisa de enamorada al ver a mi marido sentarse


delante de mí en el pequeño avión que tiene a su nombre, «a nuestro
nombre», me corrigió una vez. Cruzo una pierna encima de la otra mientras
me dejo caer contra el respaldo y las dos copas de champán no tardan en
aparecer de parte de la azafata, quien se retira segundos más tarde.

—¿Un brindis? —propone inclinándose hacia adelante, para estar un poco


más cerca de mí. Todavía lleva puesto el traje, ni siquiera se ha quitado la
corbata, al igual que yo, que todavía voy en el vestido, pues la condición
que puso fue que él me lo quitaría en el momento que nos encontráramos
solos y de camino a nuestro viaje para la luna de miel.

Un viaje del cual no he recibido ni un solo detalle. No sé a dónde vamos,


tampoco por cuánto tiempo, desconozco si hará frío o calor. Iván se ha
ocupado de todo, incluso de mi equipaje.

—¿Por qué brindamos? —pregunto con la intención de entrar en la clase de


juego que sé que le gusta.

—Le gusta hacer que pierda la paciencia, ¿verdad, señora Leblanc?

Me quedo callada durante un instante, analizando esas dos palabras.

—Señora —repito y esbozo otra sonrisa, dejando que aprecie el color rojo
de mis labios.

—Mi señora —responde y tengo que tragar saliva con tal de controlarme
para no levantarme ahora mismo e ir en busca de sus labios—. Mi mujer,
también, mi amante, mi compañera... Mi complemento.

Con las copas aún en la mano, sus ojos siguen puestos en los míos mientras
acaricio el cristal con el pulgar contemplando el anillo en su mano
izquierda, el cual yo misma le he colocado.

—Me ha gustado lo que has dicho —murmuro—. Tus votos.

—Gracias, porque he improvisado sobre la marcha —confiesa—. Ya sabes,


se me da bien la lengua.

—Ah, ¿sí? —Enarco las cejas y observo la sorpresa en sus ojos al ver mi
intención de levantarme. Me cuesta un poco maniobrar con el vestido, sin
embargo, logro retroceder unos pasos con la idea de llegar hasta la
habitación—. Creo que deberías volver a recordármelo, no estuve muy
atenta.

—Me ofendes —murmura con una sonrisa y no tarda en ponerse de pie—.


Aunque... creo que está usted mintiendo y debe saber que las mentiras no
son bien recibidas.

—¿Quién lo dice? —sonrío sabiendo perfectamente la respuesta que me va


a dar.

—Tu marido.

Retrocedo otro paso, pero él avanza uno hacia mí.

—¿Qué es lo que pretendes hacer? —pregunta.

—Te lo diré si me dices a dónde vamos.

—Eso es hacer trampas.

—No, es una simple condición —contesto sin dejar de mirarle, pues sé lo


que esas palabras junto a la seducción que acompaña mi voz, pueden crear
en él. Una combinación de deseo, fervor y desesperación por ya pasar al
siguiente nivel.
—No te lo pienso decir —asegura segundos más tarde y tengo que arquear
una ceja—. Lo verás por ti misma cuando lleguemos ahí.

—¿Dónde es ahí?

Suelta una pequeña risita y da otro paso más. La cola del vestido se ha
extendido por casi todo el pasillo del avión que ya se encuentra
sobrevolando el mar mediterráneo, sin embargo, intenta no pisar el material.

—No me toques los cojones —dice, divertido.

—¿De verdad no quieres? —pregunto, arqueando una ceja—. ¿No te


gustaría?

—Adèle... —advierte.

—Dime —respondo con seguridad mientras sigo avanzando lentamente


hacia la habitación y no puedo dejar de sentir el leve bombeo de mi
corazón, haciéndose cada vez más notable, pues es como si me estuviera
escapando de mi depredador.

—¿Te divierte?

Pienso antes de responder, pero cuando me doy cuenta, ya he llegado al


dormitorio. Giro la cabeza durante un instante para que queden claras
cuáles son mis intenciones, pero justo en ese momento se abalanza sobre mí
para cogerme de la cintura e impedirme lo que fuera que estuviera a punto
de hacer: encerrarme en la habitación.

—Está siendo usted muy traviesa y no estoy para perder el tiempo con sus
juegos encantadores.

Me giro hacia él para quedar cara a cara. Observo la sonrisa en sus labios, la
que no ha desaparecido desde que nos hemos subido al avión.

—No es ningún juego querer ir a la cama —murmuro muy cerca de sus


labios. Mi voz envuelta en un dulce susurro.
—Claro que no. —Su mirada no puede apartarse de mi boca, tampoco de
mis ojos.

Me quedo callada y tan solo basta la caricia de mi mano en su hombro para


que Iván nos conduzca en el interior del dormitorio cerrando la puerta
detrás de él.

—¿Crees que sea necesario echar la llave? —pregunta arqueando una ceja.
Aprovecho para acostarme sobre la cama dejando que la mitad del vestido
caiga hacia los bordes. Apoyo la cabeza sobre una de las almohadas.

—Ven aquí —le digo sin dejar de mirarle—. Quítate los zapatos.

Iván me hace caso, ni siquiera ha refutado lo que le acabo de pedir. Se


descalza en cuestión de segundos y no tarda en acostarse a mi lado: un
brazo por debajo de su cabeza y el otro pegado a su cuerpo con su mano
buscando encontrarse con la mía. Acaricia el dorso con extrema suavidad
hasta que localiza mi anillo con el que empieza a jugar.

—Todo ha salido bien —murmuro, mirándole.

—Gracias a ti —responde y deja que pasen unos pocos segundos—. Se


infiltró después de que se hubiera hecho la comprobación de seguridad,
entonces iba confiado con que no sería descubierto —explica y no tarda en
girar el cuerpo para que nuestros rostros permanezcan a pocos centímetros
de distancia—. Si no hubieras llamado a Renata...

—La llamé y ahora estamos bien.

—Debería haber hecho que se volviera a comprobar.

Niego con la cabeza colocando una mano en su rostro con la intención de


darle una suave caricia.

—No te atormentes, ¿de acuerdo? Fue un mal presentimiento y empecé a


imaginarme el peor de los escenarios mientras venía hacia aquí, incluso a
Renata persiguiendo a Mónica, ella saltando de un coche que tenía una
bomba, tú preocupado, distante... Me puse en lo peor —hago una breve
pausa—. Todo ha salido bien —repito para que no le siga dando más
vueltas—. No vale la pena que lo sigas recordando.

Ambos nos encontramos estirados en la cama, todavía vestidos en nuestros


respectivos trajes. Nos quedamos unos segundos en silencio, hasta que Iván
vuelve a hablar cambiando totalmente el tema y siento un agradable alivio
recorrerme.

—Recuerdo la noche de tu cumpleaños cuando todavía no éramos pareja —


murmura, mirándome—. Después de nuestra partida sobre el Ferrari —dice
con una sonrisa tan solo para dejarme claro que él no lo ha olvidado. Y ni lo
hará.

—Lo recuerdo. ¿Qué pasa con eso?

—Me dijiste que el matrimonio no estaba en tus planes y... ahora...

—¿Ahora? —le animo a continuar.

—Ahora estás casada conmigo.

—Contigo —recalco—. Estoy casada contigo, además, las personas


también tienen derecho a cambiar de opinión, ¿no? ¿Por qué no iba a
aceptar a casarme contigo si eres la persona con quien quiero pasar el resto
de mi vida? Mi compañero de vida —vuelvo a sonreír—. No me digas que
se te ha pasado por la cabeza dudar de mí.

—No, no es eso —responde—. Simplemente... lo veía como algo muy


lejano, esos primeros meses siempre traías puesta tu máscara.

—¿Qué máscara?

—La que lleva una persona inalcanzable —contesta y aprovecha para


quedar encima de mí, aunque sin apoyar su cuerpo sobre el mío. Quedo con
la espalda tocando completamente el colchón. El vestido me empieza a
molestar, pero no se lo digo ya que quiero que termine la oración—.
Alguien a quien le teme al compromiso, que se muestra cerrada ante los
demás.
Roza su nariz contra la mía en una caricia delicada, apenas existente. Cierro
los ojos durante un momento mientras pienso en sus palabras y me remonto
más de un año atrás.

—¿Estás tratando de decirme algo...?

—Que te quiero —dice al instante y puedo notar su mano en mi mejilla,


aunque no tarda en bajar por mi pecho, llegando también a mi cintura. Noto
el leve agarre y no puedo evitar morderme la lengua—. Y que me alegra
que me hayas dejado entrar. —Sus labios cada vez están más cerca de los
míos—. Es nuestra primera noche de bodas.

—Madrugada —corrijo.

—Noche —insiste y noto que intenta hallar el cierre de mi vestido que se


encuentra en la parte baja de mi espalda—. Hay que respetar cada momento
y dedicarle la debida atención que se merece —murmura mientras puedo
notar su frustración al no entender cómo funciona—. Joder —se queja y no
puedo hacer otra cosa más que sonreír mientras trato de levantarme para
ayudarle—. Te dije que solamente yo te quitaría el vestido, pero no pensaba
que sería tan fácil.

—Los vestidos de novia no suelen ser fáciles.

—El tuyo no, desde luego.

Pero en el momento que logro llegar al cierre con tal de bajar la cremallera
interna, la parte de arriba se desencaja dejando que mi clavícula se aprecie
un poco mejor. Iván no tarda en acariciar mi piel con las yemas de sus
dedos y tengo que cerrar los ojos cuando se acerca peligrosamente hacia
uno de mis pezones, provocando que arquee levemente la espalda.

—¿Quieres que te prometa que nunca olvidarás esta noche? —susurra cerca
de mi cuello haciendo que mueva las caderas buscando la ansiada fricción,
pero con tanta tela no me es posible—. Contesta, muñeca.

—Te responderé cuando me quites el vestido —demando y observo su


sonrisa divertida.
—Tan exigente.

—Ahora —insisto dándole la espalda para que le sea más fácil.

Noto sus manos hábiles alrededor de mi cuerpo y la falda no tarda en caer.


Segundos más tarde me alza para dejar el vestido en un rincón de la
habitación y puedo sentir su desesperación pues lo único que llevo ahora
mismo es la lencería de encaje. Totalmente blanca y provocadora.

—La elegí pensando en ti —murmuro cuando vuelvo a encontrarme con su


mirada—. ¿Te gusta?

—¿Qué clase de pregunta es esa?

Lo único que me demuestra su tono es esa impaciencia combinada con


desesperación, aunque con una ligera advertencia a que, en lo que resta de
la noche, ninguno de los dos dormirá.

—Una muy curiosa —susurro al ver que él todavía tiene demasiada ropa
encima. Acaricio sus hombros manifestando mi siguiente paso—. Dime si
te gusta —digo muy cerca de su ropa mientras le quito la chaqueta
dejándola a un lado. Sigo con su corbata, deshaciéndola lentamente, tan
despacio que puedo sentir la picazón en las palmas de sus manos,
ordenándome en silencio que vaya más rápido—. Dímelo —sigo diciendo,
aunque él mantiene los labios juntos, sin ser capaz de abrir la boca por todas
las sensaciones que le estoy haciendo sentir, pues mi cuerpo se encuentra
muy cerca del suyo, provocándolo al máximo—. Iván...

Lanzo la corbata, aunque a su sorpresa, no me tomo el tiempo para


desabrochar todos los botones. Le arranco la camisa con un solo
movimiento para después encontrarme con sus labios en un beso cargado de
fervor y deseo.

Sus manos no tardan en alzarme para que le rodee la cintura y pueda sentir
la potente erección que no ha hecho más que reclamar nuestro encuentro.

—Este juego previo no hace más que enloquecerme y complacerme a partes


iguales —murmura de manera atropellada para volver a encontrar mi
lengua, iniciando otro juego travieso. Le acaricio la espalda desnuda
notando sus músculos definidos y no tardo en sentir un fuego empezar a
quemarme, a provocarme unas cosquillas que hacía mucho tiempo que no
sentía.

Tal vez sea por estar veinticinco mil pies de altura en nuestra noche de
bodas provoque que lo viva de una manera más intensa.

Dirijo las manos hacia su cinturón y no tardo en quitárselo.

—¿Ahora quien es la impaciente? —se burla y, en respuesta, envuelvo su


erección en un agarre algo más firme que el usual. Deja de sonreír en ese
mismo instante causando que yo lo haga.

—¿Te estás burlando de mí? —pregunto mientras sigo con mi tarea.


Desabrocho sus pantalones, pero ni siquiera me molesto en bajárselos del
todo, pues no tardo en adentrar la mano en su ropa interior para tocar su
tensa piel—. Cuidado no te deje sin descendencia —vuelvo a sonreír
mientras aumento la velocidad de la caricia. Sus jadeos no tardan en
aparecer y tiene que apoyar una mano en la pared para no perder el
equilibrio.

—Siempre ha dependido de ti —se limita a decir.

Una respuesta con tantos significados que no se atreven a ser dichos en alto.
Esbozo una pequeña sonrisa mientras busco su labio inferior para morderlo
de manera delicada. Cada vez, voy notando como aumenta la presión a mi
alrededor, pero no le permito acabar, no dejo que llegue hasta el final y
rompo cualquier tipo de contacto. Aprovecho su aturdimiento para
empujarlo a la cama y sentarme a ahorcajadas sobre su regazo. Busco sus
labios rápidamente y trato de remplazar la caricia de antes por la fricción de
mi entrepierna en la suya.

Intenta quejarse con sus manos en mis glúteos, apretándolos con firmeza,
para demostrarme su descontento con no haberlo dejado acabar, pero no
hago más que besarlo mientras recorro su longitud lentamente, variando la
presión en cada uno de mis movimientos.
Noto su mano traviesa querer llegar hasta su miembro para dirigirlo hacia
mi entrada, pero se lo impido al instante rompiendo el beso.

—Me enloqueces —susurra y yo no dejo de crear esa fricción que tanto le


gusta, que nos gusta—. Haces conmigo lo que quieres.

—Dime que no te gusta —pronuncio en el mismo tono de voz y enderezo la


espalda con la intención de apreciar su abdomen marcado—. Niégame que
no estás deseando entrar en mí, despacio, profundamente... Dejarías que
siguiera haciendo contigo lo que quisiera por el simple placer de tenerme
encima de ti.

Coloca sus manos en mis muslos apretándome la piel en caricias suaves,


lentas y, bajo su atenta mirada, cargada de un deseo que pocas veces he
visto, levanto una pierna para apartar el tanga hacia un lado. No digo nada,
nos mantenemos en silencio mientras su mirada se pasea por todo mi
cuerpo para no perderse el mínimo detalle. Agarro su erección con
delicadeza y la conduzco hacia mi entrada, no sin antes dejar que se empape
con la humedad que solo él me provoca.

—Joder... —vuelve a susurrar sin querer cerrar los ojos. Decido jugar un
poco más.

—¿Muy lento? —Niega con la cabeza—. ¿Quieres que vaya más rápido?
—Vuelve a negar y chasquea la lengua para dejar escapar un profundo
suspiro. Intenta mover las caderas, trata de tomar el control, pero impongo
fuerza dándole a entender que ahora se encuentra bajo mi voluntad—. ¿Qué
es lo que quieres, mi amor? —Esta pregunta no hace más que despertarme
un recuerdo de una partida similar que tuvimos tiempo atrás.

Al oír esas dos palabras, que sabía que lo iban a enloquecer un poco más,
agarra mi cintura con fuerza queriendo crear más fricción.

—Entra ya —me pide en un tono muy bajo, como si lo estuviera rogando.


Eso no ha hecho más que provocarme una sensación difícil de explicar—.
Por favor.
Su mirada se ha vuelto una súplica hambrienta que ya no sabe lo que hacer
para saciarse. Acaricio su mejilla con suavidad y me acerco a sus labios
mientras bajo lentamente encontrándome de lleno con su longitud. Suelta
un suspiro de alivio y yo no puedo esconder el jadeo que se me escapa
cuando vuelvo a subir para acariciar de nuevo la punta erguida.

Dirige mis caderas hacia un nuevo encuentro y me permito bajar un poco


más buscando complacernos a ambos. Y sin hacer esperar más al ansiado
momento, aumento la velocidad del vaivén de mi cintura. Su boca vuelve a
encontrar la mía y puedo oír cómo intenta esconder los jadeos a cada
embestida que acontece. Segundos más tarde, nuestras pieles se encuentran
y permanezco totalmente enterrada en él sin dejar de moverme en círculos.

Aprovecha mi aturdimiento para darnos la vuelta y quedar entre mis piernas


con la intención de cambiar los turnos. No tarda en acelerar las embestidas,
entrando y saliendo con fuerza, y yo no hago otra cosa que morderme los
labios para evitar gritar más de la cuenta. Lo tengo completamente desatado
con el único propósito de llegar a un orgasmo que no le he permitido tener
media hora atrás. Un animal hambriento de mí y que sé que no se va a
saciar en toda la luna de miel que nos queda por delante.

***

Le sigue pareciendo divertido negarse a decirme a dónde vamos, incluso me


ha enseñado un antifaz, que estoy llevando justamente ahora, para evitar
que le arruine las sorpresa.

—Deberías saber que no me gustan —le digo mientras intento caminar con
su brazo pegado a mi cuerpo, pues me apetece poco caerme y acabar en el
hospital. Lo único que sé es que hace un sol abrasador y no puedo dejar de
oler el agua del mar, incluso puedo escuchar el sonido de las olas al
romperse en la orilla.

—Sé que no te gustan —responde demostrándome su indiferencia divertida


—. No te quejes tanto, muñeca, estamos muy cerca, unos pocos minutos.

—Iván, no veo nada, y estamos caminando muy despacio.


—Porque no confías en mí, es un camino plano, camina normal.

—¡Te estoy diciendo que no veo nada!

Segundos más tarde, he dejado de tocar el suelo y sus manos me han alzado
cual princesa.

—Solucionado.

—Déjame quitarme la venda —ruego.

—Te la quitaré yo.

—Eres insufrible.

—Me amas así —responde totalmente seguro de la respuesta y no puedo


evitar esbozar una diminuta sonrisa, dándole a entender que sí—. Ves como
tengo razón.

—Engreído.

—Quejica —responde con el único propósito de molestarme un poco más.

—Pesado.

—¿Vamos a seguir así mucho más? —pregunta.

—Depende de cuánto más tiempo siga sin ver.

Un segundo más tarde, vuelvo a pisar tierra firme y me quita el antifaz


delicadamente. Entrecierro los ojos por la diferencia de luz y no tardo en
apreciar un paisaje blanco extendiéndose a lo lejos con el mar de fondo.
Muchas casitas de paredes blancas y ventanas azules inundan el lugar, con
todo tipo de flores proporcionando un color vibrante.

«Grecia», pienso al instante y aprecio la casa que se encuentra delante de


nosotros. Una puerta azul cerrada que nos da la bienvenida.
—Bienvenida a Santorini, amor —susurra cerca de mi oído—. Tenemos por
delante tres semanas para follar en todos los rincones en los que te apetezca.

Una promesa tentadora.

Nos vemos en el siguiente, amores


Capítulo 46

Cicatrices
.

IVÁN

Sé que estoy despierto, sé que los rayos del sol intentan colarse por los
pequeños huecos de las cortinas, hambrientos de combatir esa oscuridad
que nos envuelve, que nos mantiene acunados entre sus brazos. También sé
que no estamos en Barcelona, pero que nos encontramos a miles de
kilómetros de distancia, rozando la costa greciana. Tan cerca del mar que, si
me llegara a apetecer, podría tirarme de cabeza al agua para darme un baño
de buena mañana.

«Un baño al desnudo», no tardo en pensar y giro la cabeza para


encontrarme con su espalda descubierta, aunque llena de tinta por el tatuaje
que decidió hacerse meses atrás para ocultar sus cicatrices. De un momento
a otro, la inspiración ha decidido tocar a mi puerta y no tardo en
imaginarme el título de un nuevo poema: Cicatrices.

Sigo recorriendo su cuerpo, su larga melena bañada en miel esparcida por la


almohada, con algunos mechones enredados. Sonrío al recordar el motivo
que ha provocado que mi mujer termine así, que ni siquiera sea capaz de
abrir los ojos por lo cansada que debió terminar.

Voy bajando la mirada hasta encontrarme con la sábana blanca envuelta


entre sus piernas que tapa centímetros de su piel, aunque permitiéndome
apreciar su culo definido, respingón, que me invita a acariciarlo a todas
horas, incluso a imaginarme entrando en ella y poder oír sus jadeos
pidiendo más, siempre queriendo más, tan insaciable y tan única.

Me aclaro la garganta con tal de borrar esos pensamientos ya que, de


continuar imaginándome mis caricias por su cuerpo, incitándola a que se dé
la vuelta y que pase una pierna por encima de mi cuerpo, la acabaría
despertando y no quiero interrumpir su sueño, pues apenas la dejé dormir.

Lo único que hago es posar mis labios de manera delicada sobre su espalda,
sobre su piel suave, para levantarme de la cama segundos más tarde y
vestirme con lo primero que encuentro. Después de pasar por el baño y,
evitando hacer mucho ruido, me siento en el sillón que se encuentra en un
rincón de la habitación y que me permite seguir apreciando a una francesa
totalmente dormida, desnuda y con su melena esparcida por ambas
almohadas. Abro la aplicación de notas del móvil e introduzco el título del
poema número he perdido la cuenta. No sé cuántos hay, tampoco me
importa, lo único que sé es que todos son de ella y para ella. Que no hay ni
uno solo que no le pertenezca.

Tengo el título claro, pero lo que más trabajo me genera es pensar en ese
primer verso que permitirá que el resto del poema fluya como deba. Voy
mirando la página en blanco y, de nuevo, recorro su cuerpo con la mirada,
ninguna otra, sola la mía. Pienso en ese detalle y una pequeña idea aparece
de repente. Empiezo a teclear: «Solo bastó una mirada». Vuelvo a leerla,
pues algo no acaba de funcionar. No basta una mirada, tiene que ser la mía,
pues ninguna otra tendrá el privilegio de admirarla tal como la estoy
observando yo en este instante.

Me fijo en su mano izquierda y veo los dos anillos, uno al lado del otro, en
el dedo anular. Anillos que yo mismo le puse. Me concentro de nuevo en la
pantalla.

«Solo bastó mi mirada,


para memorizar tu piel desnuda».

Esbozo una pequeña sonrisa, pues me gusta lo que estoy leyendo, cómo ha
iniciado el poema. Vuelvo a mirarla, a apreciar sus ojos cerrados con esas
pestañas largas que tiene. Algunos mechones de su cabello descansan sobre
su rostro, dejando que los rayos del solo ilumine lo necesario para permitir
que memorice la obra de arte que tengo delante de mí.

Niego levemente con la cabeza mientras vuelvo a escribir otro verso.

«Solo bastó mi mirada


para memorizar tu piel desnuda.
Unos pocos segundos
para apreciar la tormenta dormida.
Tan serena, tan tranquila, tan calmada.
¿Qué pasaría si le dedicara una vida completa?».
Dejo escapar el aire despacio mientras pienso en el siguiente verso, pues
este poema no lo pienso dividir, será una sola estrofa de varios que darán
lugar a una sola idea: Adèle viviendo una calma que se merece después de
todo lo que ha pasado.

Un poema que no le pienso recitar mientras estemos follando, sino que


quiero un momento mucho más íntimo para ambos. Quiero susurrárselo en
el oído mientras se mantiene acostada boca abajo y con su espalda al
desnudo para permitirme trazar sus cicatrices, besar la suavidad de su piel
mientras cierra los ojos para concentrarse en mi caricia.

Quiero eso y más con ella. Lo quiero todo.

Vuelvo a leer lo que acabo de escribir y trato de jugar con los elementos que
tengo hasta ahora y utilizo lo que le dije cuando le propuse matrimonio: que
me concediera un minuto para que me pudiera imaginar esta vida que nos
espera.

«Un minuto cada día para admirar tu tez rosada,


para imaginar tu risa acaramelada.
¿Y si le dedicara la noche entera?
Perderme entre la tinta oscura
que esconde una historia desalmada».

Leo los dos últimos versos y no puedo evitar que el recuerdo me invada,
cuando me enseñó su tatuaje por primera vez y me contó por qué lo había
hecho. No dejo de pensar que ha pasado muchas cosas y que, si aún se
mantiene en pie, es debido a su fortaleza, porque se ha levantado después de
cada golpe. Releo el poema desde el principio dándome cuenta de que
todavía le falta algo, unas últimas palabras para poder darle un cierre y lo
único que se me ocurre es incluirle el título, que el último verso acaba con
él.

«Bastaría otro minuto más


para trazar el recuerdo de tu espalda.
Un lugar que no dudaría
que mis labios se posaran
para besar las cicatrices marcadas».
Esbozo una sonrisa mientras le pongo el punto final y lo vuelvo a leer
entero para ver si le falta algo o si tengo que cambiar una palabra por otra.
Hay veces que puedo tardar días en escribirlo, depende de cuando la
inspiración decida venir. No es algo que fuerce, por el contrario, dejo que
fluya, no obstante, desde que apareció Adèle en mi vida esa inspiración ha
aparecido con más frecuencia.

—Buenos días. —Su voz adormilada se hace presente por toda la


habitación y no tardo en sonreírle bloqueando, a la misma vez, la pantalla
del móvil—. ¿Qué hacías? —murmura en medio de un bostezo, frotándose
los ojos.

—Verte dormir.

—No puede haber cosa más aburrida —responde siendo evidente la


diversión en su voz y alzo las cejas mostrando indignación—. Es aburrido
—insiste.

—No lo creo, ¿tú nunca te has quedado para verme dormir?

Niega con la cabeza.

—No me puedo resistir a ti —dice, tranquilamente—. Si me despertara


antes que tú, que pocas veces pasa, te empezaría a acariciar lentamente
mientras dejaría que mis labios se dirigieran a tu cuello. —Esas palabras no
tardan en crear un efecto en mí y sé que ella es plenamente consciente de
ello—. Esa caricia, la de mi mano, haría que descendería por tu abdomen
hasta llegar...

Se queda callada en cuanto me ha visto cruzar una pierna encima de la otra.

—¿Llegar...? —la animo a que continue, pero lo único que recibo es una
picarona sonrisa de su parte mientras se levanta de la cama, con la sábana a
un lado, dejándome admirar su cuerpo.

—Tengo hambre, ¿qué desayunamos? —cambia totalmente de tema


dirigiéndose al baño con la intención de lavarse los dientes.
Me despabilo en un par de segundos y me levanto del sillón para ir a su
encuentro. Pego mi pecho, cubierto por una camiseta, a su espalda desnuda
dejando que mis manos le recorran la cintura. No tardo en esconderme en
su cuello para empezar a besarle la piel.

—¿Cómo me puedes decir eso y esperar a que no haga nada? —Aprieto la


piel de su cintura de manera delicada y la tiento cuando desciendo una
mano hacia su intimidad. Apenas un roce, algo pequeño con lo que tengo en
mente.

Nuestras miradas se encuentran en el espejo y no puedo evitar apreciar sus


pezones apenas cubiertos por algunos mechones de su melena. Acaba de
dejar el cepillo de dientes a su sitio y no ha dudado en apoyar ambas manos
sobre la mesa de madera lo que hace que frunza el ceño. Niego con la
cabeza y, sin decirle nada, hago que se mueva un par de pasos a su derecha,
donde hay colocado un espejo de cuerpo entero que me permitirá tener un
primer plano de todo lo que le esté haciendo.

—Apóyate en mí —le indico y recuesta la espalda un poco más sobre mi


cuerpo, dejando escapar el aire de manera disimulada. Sigo besándole el
cuello mientras observo de reojo nuestra imagen: Adèle desnuda, con su
espalda pegada a mi torso, varios mechones cayendo por su abdomen, una
de mis manos tanteando la zona sin pretender llegar a más, de momento,
mientras que la otra la dirijo hacia uno de sus senos. Deja escapar un jadeo
cuando pellizco el pezón y noto su relajación al instante—. Pon el pie ahí.
—Ni siquiera me espero a que haya comprendido mi deseo cuando yo
mismo le subo la rodilla para que lo coloque encima de la tapa del inodoro
—. ¿Quieres ver las estrellas, muñeca? —Asiente con la cabeza, apenas
abriendo la boca, pero yo no busco eso. Quiero que me responda—. No
haré nada hasta que no me lo digas.

—Si lo consigues, después puedo hacer que las veas tú —propone y me


parece una propuesta tentadora. Acaricio su lóbulo de la oreja con los
dientes.

—Respóndeme. ¿Quieres? —Noto que abre un poco más las piernas con la
intención de buscar el roce que ligeramente le estoy ofreciendo. Es una
respuesta sencilla, un simple «sí» que me dará luz verde para hacer que se
corra aquí mismo.

—Sí.

Era todo lo que necesitaba.

Acaricio su clítoris, ejerciendo un poco más de presión, mientras mis labios


no han dejado de prestarle atención a la suavidad de su cuello para
provocarle una serie de sensaciones difíciles de explicar. Paralelamente, no
he dejado de manosearle ambos pechos, jugando con sus pezones para que
me siga regalando esos pequeños soniditos que se le escapan de la boca.

Trazo caricias circulares sobre ese punto tan sensible y puedo notar la
humedad de su entrada, llamándome, queriendo que la sacie cuanto antes,
sin embargo, esta vez me voy a tomar todo el tiempo del mundo hasta
provocarle ese orgasmo que tanto está ansiando.

—Siempre tan lista —susurro muy cerca de su oído y no tardo en plantar


mis labios ahí. Adèle busca desesperada unir mis labios a los suyos, pero no
permito que se dé la vuelta, no cuando ese espejo que tenemos delante nos
está ofreciendo el mejor de los espectáculos.

Sus manos no han dejado de acariciarme los brazos y puedo notar como ha
apoyado su palma sobre el dorso de mi mano, aquella que se encuentra
encima de su intimidad buscando a que le hunda los dedos de una vez.

—Tan impaciente —vuelvo a susurrar y no tardo en atentar el dedo corazón


por su cavidad, apreciando la calidez y la humedad que emana. La francesa
deja escapar un suave jadeo que me invita a meterle otro más, pero que, en
lugar de eso, lo saco completamente provocando que se queje—. Míranos
—le pido buscando sus labios para darle un simple beso. Curvo la espalda
tanto como puedo para adentrar su pezón en mi boca, succionándolo un
poco, después de comprobar que estaba mirando nuestra imagen—.
Siempre me han gustado los espejos —murmuro metiéndole, esta vez, dos
dedos y empiezo a penetrarla lentamente, pues quiero que se muera del
placer antes de darle el orgasmo que me está pidiendo con la mirada.
—¿Por qué? —logra preguntar en un susurro, pues he dejado de jugar con
su pecho y ahora esa mano se encuentra en su clítoris mientras mantengo la
velocidad de mis dedos en su interior.

Trato de ignorar que su culo respingón se encuentra rozando la erección que


ha aparecido leves minutos atrás y sigo concentrado en tocarla, en
proporcionarle el placer que quiero que sienta.

—Porque me excita verte mientras te toco —respondo e incremento la


velocidad de mis dos manos. Sus gemidos no tardan en hacerse más
notorios lo que provoca que deje escapar un jadeo por el puro deleite de
oírla.

Siento como su cuerpo quiere moverse, sus caderas no dejan de hacerlo


buscando más fricción. Los segundos pasan cada vez más rápido y la
tensión de su cavidad se vuelve más palpable. Adentro un tercero y recibo
un pequeño grito como respuesta porque sé que está a punto. No dejo de
acariciar su clítoris, variando la presión que ejerzo, y el que nuestros ojos se
encuentren en el espejo mientras está a nada de correrse, hace que quiera
darle la vuelta, liberar la erección y poder adentrarme en ella de una sola
estocada para acabar lo empezado.

Pero no lo hago, me muerdo la lengua para no sucumbir ante esa tentación y


sonrío satisfecho cuando siento sus piernas temblar dejando que pequeñas
gotas le recorran el muslo. Deja caer su cabeza contra mi hombro mientras
trata de recuperar la respiración mientras yo todavía tengo mi mano entre
sus piernas, presionando delicadamente su clítoris algo inflamado.

—¿Estás viendo las estrellas? —susurro cerca de su oído mientras retiro la


mano y aprecio la felicidad en su mirada.

—La galaxia entera —responde apoyando el pie en el suelo.

—Iré a hacer el desayuno. Puedes ducharte, si quieres, o esperar para ir


directamente a la playa y comerme ahí.

No dejo que responda, cierro la puerta para darle privacidad y me dirijo a la


cocina sin poder sacarme la sonrisa de estúpido mientras observo el anillo
en mi mano.

***

Van a ser tres semanas divertidas llenas de sexo, alcohol, fiestas, películas,
paseos por la playa bajo la luz de la luna, experimentos en la cocina, horas
en el mar y un largo etcétera de actividades que vamos a ir ideando sobre la
marcha porque lo único que quiero ahora mismo es dejarme llevar y no
pensar en nada. Encerrarnos en una burbuja y disfrutar de nuestra luna de
miel. Quiero deshacerme de cualquier tipo de responsabilidad, ya sea
familiar o laboral y, ahora mismo, lo estoy consiguiendo, pues la mujer de
larga melena que tengo delante lo está haciendo sin mucho esfuerzo.

Nos encontramos en medio del agua, en un pequeño yate que he alquilado


para todo el tiempo que nos quedamos por aquí y Adèle ha activado su
curiosidad porque ha visto no sé qué tipo de pez y quiere verlo más de
cerca.

—¿Y si muerde? —pregunto. Me encuentro acostado sobre los colchones


blancos y con un brazo por debajo de mi cabeza.

—¿Un pez? —Gira su cabeza hacia mí y eso me permite admirar mejor su


traje de baño. Un conjunto de dos piezas cuyo color le hace un perfecto
contrasten su bronceado. Vuelvo a posar su atención en el agua.

—Los peces muerden —aseguro—. No querrás que te muerda ese al que no


estás dejando de acosar. Tal vez salte dentro del barco.

—No digas tonterías.

—Te estoy avisando. —No puedo evitar sonreír debido a la diversión que
me está generando la propia situación—. Lo que podrías hacer es venir aquí
y echarme crema en el abdomen, que me estoy quemando.

—¿No tienes manos para echártela? —Ha dejado de perseguir al pez y


ahora se encuentra caminando hacia mí, pero no tan rápido como me
gustaría.
—Las he utilizado para tocarte y ahora están cogiendo fuerzas para la
próxima vez —murmuro y me relamo el labio inferior, pues ese bikini no
hace más que provocarme.

—Todavía te tengo que devolver el favor —murmura, acercándose cada vez


más. Observo el bote de crema en su mano. No tardo en abrir las piernas
para ella, para que se coloque entre ellas—. Hacerte ver las estrellas
también, ¿recuerdas?

—¿Cómo olvidarlo?

¿Tener sexo en un barco en medio del mar? No me parece tan descabellado,


incluso podría considerarse una nueva fantasía.

Se echa un poco de crema en la mano y no tarda en esparcírmela por el


abdomen, el cual contraigo ante su toque, pues no lo está haciendo como
cualquier persona normal haría, no, Adèle lo hace con otras intenciones con
el único propósito de encenderme cada vez más ya que sabe lo que una
única caricia suya puede provocar en mí.

Me quedo callado mientras dejo que siga acariciándome. Está utilizando


ambas manos y estoy a nada de decirle que, si quiere, podría adentrar la
mano en mi bañador para continuar con la tarea, pero, en lugar de eso, hace
que me quede sin respiración cuando inclina su cuerpo hacia adelante con
su pecho acabando muy cerca de mi rostro. Hubiera pensado que lo había
hecho a propósito, pero no, ya que se ha resbalado simplemente dejando
que su cuerpo cayera sobre el mío. Echo a reír al encontrarme con todo su
pelo en mi cara el cual trato de apartar.

—Has cortado toda la magia, nena —digo todavía sonriendo y trato de


acomodarme mejor para que se quede en esta posición.

—Lo siento, ¿vale? Me he resbalado.

—No me estoy quejando —respondo y levanto mínimamente la pelvis para


que se dé cuenta de que no me molesta en absoluto tenerla encima de mí—.
Por mí, podemos quedarnos así todo el día. —No tardo en empezar a
acariciar su espalda y, de repente, la idea de recitarle ahora mismo el poema
no me parece tan lejana.

—¿Todo el día así?

—Ajá.

—¿Y no hacer nada más? —murmura mientras mantiene su cabeza


levantada. Mueve la cintura y yo me limito a sonreírle en respuesta.

—Tal vez podríamos hacer algo, sin movernos, así, tú encima de mí


mientras te recito algo.

Aprecio la sonrisa de Adèle, pues sé cuánto le gusta que le recite cosa que
haya escrito.

—¿Un poema nuevo?

—Recién sacado del horno —confieso—. Lo escribí esta mañana mientras


te veía dormir.

—Entonces eso era lo que estabas haciendo en el móvil. —Acuesta su


cabeza sobre mi pecho y continuo acariciándole la espalda, trazando su
tatuaje con las yemas de mis dedos después de apartarle la melena hacia un
lado—. Recítamelo —pide y puedo sentir el delicado tacto de sus dedos
sobre mi brazo. Cierro los ojos durante un instante mientras me aclaro la
garganta.

—Solo bastó mi mirada para memorizar tu piel desnuda —empiezo a decir


haciendo énfasis en esa forma posesiva—. Unos pocos segundos para
apreciar la tormenta dormida. Tan serena, tan tranquila, tan calmada. —Sigo
recitando dándole el ritmo adecuado a cada verso—. ¿Qué pasaría si le
dedicara una vida completa? Un minuto cada día para admirar tu tez rosada,
para imaginar tu risa acaramelada. ¿Y si le dedicara la noche entera?

Hago una breve pausa para seguir con el poema, pues sé que, ahora, con lo
que vaya a escuchar a continuación, hará que levante de nuevo la cabeza
para mirarme.
—Perderme entre la tinta oscura que esconde una historia desalmada —
susurro y, cómo había previsto, su mirada grisácea se topa directamente con
la mía más oscura. Continuo hasta llegar al punto final—. Bastaría otro
minuto más para trazar el recuerdo de tu espalda. Un lugar que no dudaría
que mis labios se posaran para besar las cicatrices marcadas.

Adèle no ha dejado de mirarme durante estos últimos versos y temo que


haya despertado en ella algún tipo de recuerdo que no quería que
apareciera, no obstante, su semblante sigue mostrándose relajado.

—Se titula Cicatrices —digo, segundos más tarde—. Te vi en la cama,


durmiendo, con la espalda desnuda y estabas tan tranquila... Simplemente,
me inspiré.

—Me ha gustado —sonríe—. Gracias.

Niego con la cabeza.

—Gracias a ti —murmuro y le beso la punta de la nariz—. Soy feliz, Adèle.

Vuelve a apoyar la cabeza sobre mi pecho y no tarda en reanudar la caricia


por mis brazos.

—Yo también lo soy.

¿Qué tal ese poema? Ya echaba de menos enseñaros más creaciones de Iván
Capítulo 47

Haz que tu corazón siga latiendo

RENATA

Me mantengo con una pierna encima de la otra y con las manos juntas sobre
mi regazo, mirándola. No he dejado de mirarla desde que me senté en la
silla colocada delante de su celda, manteniéndome en silencio y sin decir
una sola palabra esperando a que responda la única pregunta que le he
hecho, pero la cual ha ignorado deliberadamente. Tampoco se ha atrevido a
girar la cabeza. Se mantiene acostada, dándome la espalda.

Hasta que, bajo mi sorpresa, percibo un sonido brotar de su garganta, como


si se la estuviera aclarando, preparándose para hablar.

—Puedo quedarme aquí durante todo el día, no tengo ningún tipo de


problema. Siempre te ha molestado eso, que se te queden mirando —
murmuro tratando de obtener alguna reacción.

Percibo un leve movimiento y no tarda en girarse para mirarme


directamente a los ojos. Tiene unas ojeras pronunciadas y los pómulos algo
marcados. Decido empezar a hablar para contarle lo que tengo planeado
hacer con ella.

—Supongo que te preguntarás por qué sigo viva —empiezo a decir—.


Dado que has intentado matarme, otra vez. Lo que pasa, Mónica, es que
esta vez no ha sido solamente contra mí, sino que has querido matar a mi
hijo y a mi nuera en el día de su boda y ¿sabes en qué posición te deja eso?
—pregunto sin esperar respuesta—. En una muy mala y lo único que has
hecho ha sido condenarte. ¿Valía la pena?

A pesar de que todavía se mantenga en silencio, su rostro no deja de gritar


pidiendo clemencia para que alguien la ayude. Una pobre alma implorando
misericordia y, tal vez, una segunda oportunidad para empezar de nuevo. Lo
triste de toda esta historia es que ya no existe algo semejante para ella,
porque Mónica Maldonado acaba de dictar su propia sentencia.

—Lo hemos atrapado —sigo contando—. A tu mano derecha que te seguía


como perrito faldero, ese que amenazó a Adèle antes de que te la llevarás
bajo tierra. La boda continuó en completa normalidad, entonces me
pregunto, ¿valía la pena?

—¿Qué quieres que te diga? —murmura y no tarda en levantarse para


mantenerse en una posición sentada—. Soy una persona persistente, me
gusta perseguir mis objetivos hasta cumplirlos.

—Déjame decepcionarte, querida, has perdido el tiempo y lo único que has


conseguido es que haya pedido tu traslado a un agujero mucho más negro
que este.

—¿Te lo tengo que agradecer? —La ironía es algo que nunca se le quitará.
Dejo escapar el aire de manera disimulada mientras me levanto para
acercarme. El sonido de mis zapatos inunda el lugar por el eco que hay.

Me limito a sonreír.
—Lo cierto es que no —respondo y hago una breve pausa—. Deberías
haberlo pensado mejor.

En ese instante, pido por la radio que entre el grupo de soldados asignado
que se encargará del traslado de Mónica Maldonado. Un traslado que me
tendrá a mí al frente, pues no pienso perderla de vista ni un solo segundo.

El centro al que la vamos a trasladar es un uno de máxima seguridad cuya


ubicación es totalmente desconocida para los presos. No es una cárcel como
tal, sino un lugar cuyas paredes de hormigón se han vuelto impenetrables
para todo aquel que entre imposibilitando cualquier plan de escape. Una vez
que entras, ya no se podrá salir y no quiero que Mónica siga estando en
Barcelona, que siga reinando un temor que se puede evitar.

Los soldados no tardan en aparecer, colocándose a mi alrededor, y con las


armas apuntándola. No pienso permitirle que haga un solo movimiento, no
después de todo lo que me ha contado Adèle. La celda es abierta y le
ordeno a uno de ellos que verifique que no tenga ningún objeto con el que
pueda amenazar, acuchillar o rajar alguna garganta.

—Está limpia, mi comandante —dice y asiento con la cabeza.

—Encadenadla —ordeno.

No tardan en obedecer y la mujer cuya mirada luce demacrada es esposada


de pies y manos. La colocan delante de mí y nuestras miradas se vuelven a
encontrar. La mía se encuentra hirviendo en una furia contenida mientras
que la de ella se muestra pasiva, como si estuviera muerta en vida.

—¿Cómo era la tarta? —pregunta tomándome por sorpresa, pero es algo


que no le hago saber.

—Cinco pisos —murmuro—. De chocolate, muy rica y con una decoración


preciosa. ¿Algo más que quieras saber?

Esboza una pequeña sonrisa.


—Que tendrían que haber muerto —dice y yo empiezo a ver rojo a mi
alrededor. Me mantengo de sacar el arma y apuntarla a la cabeza.

—Metedla en el avión. —Es lo único que digo.

—Tienes miedo —empieza a decir al mismo instante que los soldados han
empezado a caminar llevándola casi a rastras—. No tienes el suficiente
valor para matarme y la única solución que se te ha ocurrido es llevarme
vete a saber a dónde. Eres patética, Renata.

Empiezo a caminar para posicionarme delante de ella y lejos de mirarla con


rabia, pues sé lo que está haciendo, me limito a regalarle una mirada
cargada de compasión. Un sentimiento que aborrece, pues nunca le ha
gustado que nadie sintiera lástima por ella, su egocentrismo nunca se lo ha
permitido.

—Podrías haber sido feliz, pero seguiste los mismos pasos que tus padres
—murmuro y sé que acabo de abrir la herida—. Podrías haber hecho tantas
cosas... Héctor no estaría muerto, vuestro hijo no habría acabado así, en la
cárcel, a punto de ser juzgado por todo lo que ha hecho. Tú sola has hecho
que tu vida se vaya a la mierda. ¿Quién de las dos es aquí la patética? —Por
primera vez en mucho tiempo, observo una lágrima deslizarse por su
mejilla—. Das lástima y vas a morir sola y no te pienses que seré yo quien
acabe con tu vida, no te pienso hacer ese favor, te seguirás pudriendo hasta
que tu mismo cuerpo no resista tanta oscuridad y amargura —acabo por
decir—. Lleváosla.

Ni siquiera le permito que diga algo más, así que me quedo viendo cómo se
la llevan de la celda que hice que construyeran exclusivamente para ella.

***

El avión en el cual será transportada está lo debidamente equipado para que


yo me siente delante de ella para mantenerla vigilada, además del grupo de
soldados que se encontrará también en el interior de la cabina para no
perderla de vista porque una de las cosas que he aprendido en todo el
tiempo que conozco a Mónica, es que nunca hay que subestimarla. Da igual
que se encuentre esposada y con diez pares de ojos mirándola, siempre
intentará hacer algo. Un último aliento para que su corazón siga latiendo,
pues muchas veces se ha descrito a ella misma como una superviviente que
hará lo que sea necesario para no morir en la cárcel.

Sin embargo, los planes a veces fallan. Y esa ambición y la excesiva


confianza que siempre ha tenido, han acabado con ella.

—Tenemos muchas horas por delante. Ponte cómoda —murmuro sin


esperar respuesta. Mónica tampoco abre la boca, por lo que me cruzo de
brazos y me quedo observándola.

Cara a cara. Dos miradas del mismo color intentando combatir para ver
quién vencerá primero, aunque una de ellas dé la sensación de ya haberse
rendido. Ni siquiera me molesto en intentar mantener una conversación
porque sé que no servirá de nada, me mantengo en la misma posición
dejando que las horas sigan su curso, pues tenemos un largo trayecto hasta
llegar el destino.

He tomado esta decisión porque no pensaba permitir que Mónica, aun


estando encerrada, siguiera suponiendo un peligro para mi hijo y su mujer,
tampoco me da la gana seguir tolerando sus llamadas de atención o sus
intentos de matarme cada vez que se le presente una oportunidad. No quiero
acabar con ella, es demasiado pronto para que se vaya de este mundo,
además de que le estaría haciendo un favor si decidiera matarla con una
bala en la frente, le dejaría la opción más fácil. Yo necesito que siga
sufriendo, que acabe su miserable existencia encerrada en el peor de los
agujeros y que me permita olvidarme de ella, que ya no me provoque más
pesadillas, más dolores de cabeza.

—¿Por qué has organizado este traslado? —pregunta de un momento a otro


después de habernos pasado más de tres horas sin hablar.

Enarco ambas cejas cambiando la posición de las piernas.

—¿Me lo hubieras impedido?

—Podrías dejar de lado la ironía. Te estoy hablando en serio —murmura en


un tono bajo, apagado, incluso me atrevería a decir que triste.
Tardo unos segundos en pensar la respuesta antes de responder:

—¿Para que sigas amenazando a mi familia? —vuelvo a utilizar el mismo


tono de antes—. Te quiero lejos, pero encerrada para que no vuelvas a salir
en lo que te resta de vida. No pienso dejarte escapar, no cuando me pasé
muchísimo tiempo, años detrás de ti.

—Ese es tu problema —empieza a decir—, que nunca entendiste que todo


lo que pasó lo iniciaste tú, y que, si te hubieras quedado tranquila, nada de
esto estaría pasando.

—¿Me lo estás diciendo en serio? —respondo, pero ni siquiera me doy


cuenta de que eso es lo que quiere, que le siga el juego—. Pertenezco a la
fuerza militar y tú siempre fuiste una criminal, ¿quién de las dos está
actuando mal? No me hagas reír, Mónica, porque todo lo que me digas será
en vano. Sé lo que intentas y déjame advertirte que no te servirá de nada
porque te conozco y sé cómo piensas, cómo actúas. Ya no puedes
sorprenderme, así que te sugiero que te mantengas con la boca callada a no
ser que quieras que te amordace como a un animal.

No me responde, tampoco hace el amago de abrir la boca. Observo que


traga saliva y no duda en erguir la espalda, como si estuviera tratando de
mantener el orgullo para que no le acabe pisoteando lo poco que le ha
quedado. Ya no puede vencerme, no tiene nada con lo que contraatacar
porque si sigue pensando que le queda alguna posibilidad para salir invicta
de toda esta situación, está muy equivocada.

Horas más tarde, el avión aterriza en la pista la cual tiene asignada cerca del
centro penitenciario de máxima seguridad. Al instante, mis hombres no
tardan en rodearla una vez que las puertas se abren para dejar que la luz del
sol nos golpee de lleno. Mónica entrecierra la mirada pues es la primera vez
en mucho tiempo que su piel se expone a la calidez del día.

El director del centro me recibe minutos más tarde, con quien había hablado
anteriormente para ponerlo al tanto de la situación de Mónica Maldonado.
Le han preparado una de las celdas para los criminales más peligrosos cuyo
sistema de seguridad es inquebrantable y me ha asegurado que, todo aquel
que haga el mínimo intento para escapar, muere electrocutado por los rayos
infrarrojos que lo mantienen rodeado.

—Entenderá que no quiero irme de aquí preocupada de que se le ocurra


escapar —le digo mientras observo que la van trasladando hacia el interior.

—Lo tenemos todo bajo control, comandante, puede irse tranquila —


contesta—. Si quiere, acompáñeme para ver las condiciones en las que
Maldonado vivirá a partir de ahora sin ninguna posibilidad que pueda salir
de este centro con vida como se le ocurra intentar algo. —Es lo que me
aseguró por teléfono: todo aquel que entra, ya no podrá salir.

Le sigo por detrás hasta que llegamos a la celda de Mónica donde la meten
con no demasiada delicadeza. Ella intenta quejarse, pero tampoco le sirve
de nada. Su mirada se vuelve a encontrar con la mía, una que ha pasado de
la tristeza a la completa ira. No dice nada, se mantiene callada sin dejar de
mirarme.

Aprecio con detenimiento dónde se encuentra, es algo parecido a cómo la


tenía yo encerrada en el cuartel con la diferencia que, si llega a tocar la
celda con la presión requerida para romper el vidrio o incluso, hacerle un
agujero, se activará el sistema de seguridad en ese preciso segundo.

El director cierra la puerta de esa habitación donde tiene la celda en el


centro y me permite seguir viéndola a través de los barrotes de metal
reforzado. No me pienso ir sin antes decirle unas últimas palabras, pero me
muerdo la lengua, sorprendiéndome, cuando Mónica ha empezado a golpear
el vidrio con los puños, así como con la cabeza, con la única intención de
romperlo para que los rayos infrarrojos se activen.

Empiezo a gritar, a decirle que se detenga, pues observo en su mirada la


intención detrás de todo esto. Le dije que no quería que muriera, que
siguiera con vida, aunque encerrada, aislada completamente del mundo. Le
dije que quería que siguiera sufriendo hasta que se quedara totalmente vacía
hasta que llegara su último día.

—Desactívelo —le ordeno al director, pero él niega con la cabeza—.


¡Vamos! ¡¿No ve que lo está haciendo de manera intencional?!
—El sistema está pensando para que nadie pueda desactivarlo, no podemos
hacer nada —murmura mientras observa a través de los espacios que hay
entre los barrotes. No está quedando nada de Mónica, pues sigue tratando
de resistirse, quiere que la electricidad le llegue hasta el corazón, que la
aniquile por completo. Quiere morir únicamente porque le dije que yo no
deseaba que eso pasara—. El sistema se desactivará una vez se haya
comprobado la seguridad de la celda y que la presa no supone un peligro.
Tiene que dejar de moverse.

—¡Mónica! Joder, ¡haz que tu corazón siga latiendo! Deja que siga latiendo
—repito entre gritos, pero lo único que recibo es una última mirada de su
parte acompañada de una sutil sonrisa, como si me estuviera diciendo que
acaba de ganar.

***

Después de que Mónica me hiciera presenciar su muerte y que se


comprobara que ya no suponía ningún peligro para mí, el director del centro
me permitió dejarme entrar para que verificara por mí misma que la
criminal más buscada de todos los tiempos acababa de abandonar esta vida.
Le palpé el cuello con el índice y el corazón y cerré los ojos para sentir que
su corazón ya no estaba latiendo. Le había dejado que escogiera el camino
fácil y, ahora, Mónica ya no sería más que una sombra para el resto del
mundo. Una sombra sin vida.

No quise permanecer ese lugar ni un segundo más y dejé que fueran ellos
quienes se encargaran del cuerpo, que yo no quería saber nada más. Me subí
de vuelta al avión y me senté en el asiento del piloto. Volé hasta Barcelona
dejando que las nubes me hicieran compañía mientras permitía que la cálida
luz del sol me golpeara en la cara.

—Se acabó —murmuro en voz baja, un dulce susurro para la persona que
ha supuesto ser mi otra mitad, mi complemento—. Mónica acaba de morir.
—No lo he dicho en voz alta hasta ahora, incluso me cuesta creerlo, que de
verdad sea cierto. «Comprobaste que ya no tenía pulso», me recuerda mi
subconsciente. Y lo hice, me aseguré hasta tres veces.
Observo la lápida donde el nombre de mi amor está escrito y contengo la
lágrima que está deseando salir con todas sus fuerzas. Cierro los ojos
durante un par de segundos y dejo de resistir.

—Hace mucho tiempo que no vengo a visitarte —empiezo a decir y hago


una breve pausa—. No sabes lo que te echo de menos, pero ya no hay tanto
dolor, supongo que ya he aprendido a no tenerte a mi lado, a no sentirte en
la cama, tu mano alrededor de la mía... No quiero superarte —confieso—,
tampoco quiero pasar página, a olvidarte. He aprendido a vivir sin ti, pero
siempre estás presente en mi cabeza, en mi corazón...

Vuelvo a cerrar los ojos mientras apoyo la palma de la mano sobre la


piedra.

—Se acabó —repito—. Decidió morir y no pude hacer que su corazón


siguiera latiendo hasta el final.

Vuelvo a mirar su nombre grabado y otra lágrima viaja por mi mejilla.


Ahora lo que queda es continuar con nuestras vidas y dejar de pensar en lo
que no pudo ser. 

Ahora sí ha muerto de verdad.

Amores, acabamos de entrar en la última semana de actualizaciones. Este


domingo le decimos adiós a la historia
Capítulo 48

Disfruta de la luna de miel

ADÈLE

Lo que tiene Iván y que no muestra ante los demás, salvo conmigo, es su
capacidad para encontrarle un doble sentido a cualquier tipo de situación,
incluso para hacerme reír a cualquier momento del día. De aquel tipo de
personas que se esconden tras su máscara de frialdad, pero que, en realidad,
son las personas más divertidas con las que te podrías llegar a encontrar.

—¿No te cabe en la mano? —pregunta. Niego con la cabeza mientras me


giro hacia él—. Vamos, tampoco es tan grande, deberías poder tocarte los
dedos. —Cualquier persona que nos estuviera simplemente oyendo, estaría
pensando en otro tipo de cosas.

—¿Quieres dejar de presionarme? Te voy a hacer daño como sigas


escudriñándome con los ojos.
—Solo quiero enseñarte —me riñe—. Cógelo bien, así. —Coloca la palma
de su mano sobre la mía, abarcándola toda, y no tardo en sentir su pecho
contra mi espalda. Cierro los ojos durante unos segundos cuando su aroma
me impacta de lleno—. ¿Estás prestando atención?

—¿Me culpas? Eres tú quien se me ha pegado a la espalda y piensa que no


voy a reaccionar.

—Corta el calabacín —dice, ignorándome completamente—. Rodajas, no


muy finas. Antes de follar querrás cenar, ¿no? —Incluso estando de
espaldas, soy capaz de sentir su sonrisa torcida, la que usa normalmente
cuando aparece su tema favorito de conversación.

—Qué sutil —señalo.

—Podría llevarte a la cama mientras te susurro en el oído utilizando mis


dotes de poeta, pero, ahora mismo, no puedo pensar en otra cosa que no sea
follarte sobre esta isla de mármol, así que me perdonarás si estoy siendo
directo.

Dejo el cuchillo sobre la tabla de cortar y me giro para quedar cara a cara.
Me encuentro prisionera entre sus brazos, pues ha apoyado ambas manos
sobre el borde de la encimera a cada lado de mi cuerpo.

—¿Quién te ha dicho que no me gusta cuando eres directo?

Su sonrisa no ha desaparecido, incluso puedo notar que está acercando su


rostro al mío muy lentamente con la única intención de juntar nuestros
labios en un beso que, probablemente, desencadenará todo un huracán de
candente sensaciones.

—¿Qué más te gusta de mí? —pregunta acercándose un poco más. Si sigue


arrimándose de esta manera, seré yo la que no se lo piense dos veces antes
de besarlo y empezar ese provocador juego de lenguas.

Sin dejar de mirarle, me mantengo callada durante unos segundos antes de


contestar:
—Si seguimos, sabes que no podremos parar —advierto en voz muy baja,
como si le estuviera invitando a que no me hiciera caso y que no detenga
esa caricia que ha empezado a trazar por mi espalda.

—No quiero parar —confiesa—. ¿Por qué piensas que me quiero contener?
—Su mano empieza a descender hasta que llega a una de mis piernas para
levantarla y hacer que lo rodee por la cintura. Me muerdo la lengua al sentir
de lleno el impacto—. Lo único que haría que me detuviese al instante sería
escuchar un no de tu parte.

—No es eso —le digo—. No quiero parar, no ahora.

—¿Entonces? —Aprovecha para acercarse hasta mi cuello y plantar sus


besos ahí. De manera instintiva, echo la cabeza levemente hacia atrás para
facilitarle la tarea y no puedo evitar escapar un jadeo al notar sus dientes
trazar la piel—. ¿Cuál es el problema?

—Imagínate cuando estemos en público y te entren ganas de tener sexo,


¿nos esconderíamos ahí mismo para saciar nuestras ganas?

—¿Qué es lo que te preocupa? —Sus besos se han detenido—. ¿Que nos


pillen?

Niego con la cabeza.

—No poder detenernos —confieso en un susurro—. No me gustaría estar


pensando siempre en sexo, dependiente a tu llegada.

—Eso no pasará —asegura y vuelvo a sentir sus labios sobre mi piel, el


agarre en mi pierna un poco más fuerte, más cerca. Empiezo a respirar con
cierta dificultad al empezar a notar su erección pronunciarse—. Estamos de
luna de miel, Adèle. Nos queda todavía una semana para volver a la
realidad y a nuestra rutina, ¿por qué, simplemente, no te dejas llevar?

—Es que... —Ni siquiera puedo acabar la frase, pues su otra mano se ha
colado en el interior de mis bragas para acariciar justamente ese punto que
hace que me vuelva loca.
—No estamos siendo sexualmente dependientes el uno del otro —empieza
a decir sin dejar de dibujar círculos alrededor del clítoris—. Somos unos
recién casados que están disfrutando de su luna de miel y, ahora, lo que
quiero hacer es que te olvides de esa preocupación para que pueda hacerte
el amor como es debido.

Esa última frase me ha despertado unas sensaciones que hasta ahora no


había experimentado.

Su dedo empieza a recorrer mi humedad que no ha tardado en darle la


bienvenida y no duda en adentrarlo por mi cavidad, robándome un par de
jadeos. Intento decir algo, abrir la boca para responderle, pero sus labios me
lo impiden cuando chocan con los míos, besándome.

No puedo quitarme sus palabras de la cabeza, las que han empezado a


danzar a mi alrededor. «Para que pueda hacerte el amor como es debido».
Siento una calidez en mi interior que nunca antes había sentido, pues es la
primera vez que me lo dice. Hacerte el amor, algo mucho más íntimo,
cálido, dos almas fundiéndose en una sola.

Siento como adentra el dedo corazón para empezar un bombeo intenso que
no hace más que le quiera debajo de mí, en este instante. No deja de
besarme mientras mantiene mi pierna todavía a su alrededor y con su mano
en el interior de mis bragas produciéndome fuegos artificiales. Acaba con el
beso segundos más tarde para dirigirse a mi pecho y darle la atención que se
merece. Echo la cabeza hacia atrás, mientras trato de mantenerme sujeta al
borde la encimera, y cierro los ojos al sentir la infinidad de sensaciones que
me genera.

—Iván... —susurro tratando de mover las caderas. De su garganta brota un


sonido difícil de descifrar—. Para, deja de tocarme. —Sus dedos se
detienen al instante y alza su cabeza para mirarme, confundido—. Quiero
llegar al orgasmo contigo dentro de mí —aclaro rápidamente y puedo notar
el alivio en su mirada.

No dice nada, tampoco sus ojos me permiten adivinar lo que hay dentro de
su cabeza. Vuelve a besarme el pecho, adentrándose cada vez más en mi
camiseta y no es hasta que empieza a descender por mi cuerpo, que me
permito cerrar los ojos de nuevo. Mi pie ahora ha pasado a posarse sobre su
hombro y puedo notar sus besos recorrer mi abdomen hasta que se detiene
delante de mi intimidad. Alza su cabeza con el único propósito de
encontrarse con mi mirada para que vea lo que va a hacer a continuación.
Baja sin mucha dificultad mis pantalones cortos, aprovechando para dejar
un recorrido de besos por mi muslo, y tira la prenda a unos metros junto con
mis bragas para dejarme totalmente expuesta a él.

—Voy a hacer lo que me has pedido, pero antes déjame seguir tocándote —
murmura, mirándome de nuevo, y no tardo en sentir su boca sobre mi
vulva, besándome con exquisito placer.

Sigo agarrando el borde con fuerza mientras me dejo llevar ante las
sensaciones que me está haciendo vivir. Su lengua se desplaza por toda la
zona sin dejar que sus manos se queden quietas, no obstante, solo estoy
notando una de ellas, pues la otra la está llevando hacia el interior de sus
pantalones de lino. Dejo escapar el aire con dificultad y no puedo evitar
seguir moviendo las caderas ante la sensación que está creciendo en mi
interior.

Se está masturbando al mismo tiempo que está intentando que vea de nuevo
las estrellas o, por lo menos, una parte de ellas, pues transcurren otros pocos
segundos más cuando noto que separa los labios de mi intimidad para
alzarse de nuevo, esta vez, con su miembro erguido acercándose a mi
humedad, impregnándose de ella.

—Este es mi momento favorito —confiesa con la voz ronca y con un brillo


en los ojos que pocas veces he visto. No tarda en pasear la punta por toda la
zona haciendo que mi deseo aumente de una manera indescriptible, pues el
hecho de no acabar lo empezado hace que el orgasmo se multiplique por
mil—. El juego previo es importante, ¿lo sabías? —pregunta sin dejar de
crear fricción, abriéndome los labios para seguir empapándose, incluso hace
el amago de meterla, apenas medio centímetro, pero se detiene cuando se da
cuenta de la desesperación en mi mirada—. Entrar a la primera y muy
lentamente, no detenerme hasta que no haya llegado hasta el final —sigue
diciendo, pero en este punto ya he dejado de pensar y lo único que quiero es
que lo haga yo—. ¿Te gusta que te la meta profundamente, Adèle?
La sonrisa en su rostro demuestra el claro juego existente en sus ojos
marrones y sé que no va a hacer nada hasta que yo no le responda.

—También me gusta cuando estoy encima de ti y me dejo caer con la


misma lentitud —respondo utilizando el mismo tono que él. Lo único que
recibo de su parte es un chasqueo de la lengua acompañada de otra sonrisa
traviesa.

—Siempre tan tú —murmura y es, en este instante, cuando me agarra por


las nalgas para alzarme del suelo. Me aguanto por sus hombros mientras
hago que mis piernas le rodeen la cintura—. Quiero oírte, ¿de acuerdo? —
Sus labios me acarician la base del cuello y ha empezado a dejar pequeños
besos sobre mi clavícula. Trato de mover las caderas, pero su agarre se
mantiene firme y sé que él ha tomado el control de la partida y que así
seguirá hasta el final.

Sonrío ante esa pregunta y asiento con la cabeza mientras no dejo de sentir
su miembro seguir paseándose. Dejo escapar un jadeo cuando empieza a
hundirse tomándose todo el tiempo para hacerlo. «Entrar a la primera y muy
lentamente», recuerdo sus palabras de escasos minutos atrás y es
exactamente lo que está haciendo. Lucho contra el deseo de pedirle que se
acabe de hundir del todo, pero eso le quitaría la diversión al juego que
surgió por primera vez entre ambos. Un juego lleno de miradas, tensión y
placer, donde cada partida se ha vuelto única y cargada de fuego.

Sus ojos buscan los míos, impacientes, hambrientos, mientras controla la


rapidez con la que me hace deslizarme sobre él.

—Te quiero —murmura sobre mis labios cuando ha acabado por entrar
completamente, deteniéndose ahí, piel con piel. Me muerdo el labio cuando
trato de hacer el mínimo movimiento para sentirle.

—Je l'aime aussi, monsieur Otálora —le respondo en el mismo susurro y


no duda en empezar a moverse en mi interior, saliendo para volver a entrar.

Me traslada con agilidad hacia la isla de la cocina dejando que apoye la


espalda y, con sus manos en mis caderas, me mantiene sujeta mientras
arremete contra mi cavidad una y otra vez. Sin pausa, pero variando la
fuerza de las embestidas. Cierro los ojos ante el placer que me proporciona
que me impide también mantener la boca cerrada.

Nunca me cansaré de él, de nuestro juego, de los encuentros espontáneos,


de sus besos... Incluso, a veces, he sentido la sensación de que Iván y yo
estábamos destinados a encontrarnos en alguna parte del mundo, algún día.

***

Siempre me han gustado los paseos de medianoche, caminar bajo la luz de


la luna me produce una tranquilidad que no había tenido en mucho tiempo.
Observo de reojo a Iván que está mirando el juego del agua, pues nos
encontramos en la playa paseando cerca de la orilla. No hizo mucha falta
que le convenciera, él mismo me tendió la mano para que saliéramos y
acabamos tocando el mar en el último día de nuestra luna de miel.

—¿En qué piensas? —pregunto, despreocupada.

—En alargar las vacaciones. —Su tono es divertido y me regala una mirada
pícara—. Me estoy planteando comprarnos una casita aquí, ¿te gustaría?

—¿Cuántas propiedades tienes?

—Tenemos —me corrige—. Unas cuantas. Si la ciudad me ha enamorado


lo suficiente normalmente al final acabo comprándome algo —dice,
observándome el pueblo que se encuentra en lo alto—. Podríamos repetir
esta experiencia dentro de unos meses.

—No estaría mal —digo y, sin darnos cuenta, empezamos a caminar hacia
el pueblo—. Nos los hemos pasado bien.

—Define «bien» —me pide en ese tono que conozco a la perfección—. Yo


diría que nos lo hemos pasado fantásticamente, he amado cada sitio. —Las
mejillas se me encienden al entender a lo que ese está refiriendo, pues no
perdíamos la oportunidad de saciar el deseo que surgía entre ambos—.
¿Sabes qué fantasía me gustaría tachar? —pregunta sin esperar a que
responda, pero conociéndole, será algo difícil de satisfacer—. La de tener
sexo en público, tal vez al aire libre, pero lo ideal sería sentir esa adrenalina
de que nos puedan atrapar en cualquier momento.

—¿Quieres llevarte una multa por exhibicionismo? No quiero acabar en la


cárcel.

—Tendrías que llevar una falda, tal vez un vestido un poco más largo para
taparnos —sigue diciendo, ignorándome—. Hacerlo en un parque o...
tendríamos que pensarlo, pero sin duda quiero hacerlo. —Me mira y puedo
notar la cara emoción en su rostro—. Sería divertido e imagínate lo intenso
que sería el orgasmo.

—Entonces debería llevar vestido siempre.

—Para mí no supone un problema. Me gustan los vestidos.

Sonrío y seguimos caminando con su mano alrededor de la mía, jugando


con el anillo, hasta que llegamos a una de las plazas principales y que se
encuentra algo aborratada de gente. No tardamos en averiguar por qué y es
que, además de la melodía que se extiende por todo el espacio, hay un piano
de madera colocado cerca de la fuente.

—Tienes que sentarte y tocar algo —me anima Iván—. No me hagas tener
que rogártelo, al fin y al cabo, ya se ha hecho costumbre que te vea tocando
el piano en sitios públicos.

No me lo pienso mucho cuando veo que el asiento se ha liberado y me


dirijo hacia el instrumento que no ha dejado de llamarme desde que puse un
pie en la plaza. Iván me observa desde la distancia y, con una última
mirada, dejo que mis manos empiecen a bailar sobre el teclado para volver
a sumergirme en mi burbuja y recordar los viejos tiempos.

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Capítulo 49

Lo siento, por todo

ADÈLE

Un día después de llegar a Barcelona, nos encontramos con nuestra vida


rutinaria intacta. No había pasado nada en nuestra ausencia o, por lo menos,
nadie nos dijo nada al respecto. Iván ha vuelto al mando de la empresa,
pues habían ciertos asuntos que requerían de su presencia, mientras que yo
tuve una reunión con Rafael, mi representante, para poder organizar los
conciertos de invierno. Sin embargo, lo que más me sorprendió al finalizar
esa reunión, fue la llamada de mi cuñada pidiendo encontrarnos.

No le dije nada durante los primeros segundos mientras intentaba asimilar


que, después de tanto tiempo, había decidido llamarme. Me pidió, rogó más
bien, poder vernos en persona, nada de conversaciones por teléfono, así que
acepté y le dije que en unos días aterrizaría en París.
Cuando le conté a Iván de esta conversación que tuve con Élise diciéndole
que iba a ir, simplemente asintió con la cabeza, entendiéndolo, y me dijo
que David iría conmigo, al igual que Phénix. Me sorprendió aquello, así que
no dudé en preguntarle el por qué. Él no podría acompañarme, tenía
demasiado trabajo en la empresa como para poder escaparse.

—Estaré fuera el fin de semana, ¿estás seguro de que quieres que Phénix
venga conmigo? Nunca ha pasado tanto tiempo a solas conmigo.

—Te conoce —se limitó a decir—. Él te cuidará, ¿de acuerdo? Sé que


estarás bien y que no te pasará nada, pero prefiero saber que ambos irán
contigo.

—De acuerdo —sonreí mientras dejaba que mi cabeza se apoyara sobre su


hombro.

—Y nada de ir con los pasajeros, iréis en el avión privado.

No me negué, tampoco le iba a llevar la contraria sabiendo que, de esta


manera, él se sentía más seguro, además de que a mí tampoco me importaba
en qué avión ir.

Y ahora, con Phénix a mi lado y David en una cafetería cercana sin


perderme de vista, me encuentro en un parque del centro de París, en la
zona dónde Élise reside, esperándola. La última vez que la vi fue dos años
atrás, cuando me levanté en mi habitación después de que Iván me hubiera
rescatado. Debo confesar que estoy algo nerviosa, pues no me ha dicho el
motivo de este encuentro, pero dudo que no sea algo relacionado a lo que
pasó entonces y, seguramente, abriremos viejas heridas. Heridas que he
intentado cerrar y que no sé si aguantarán según lo que me diga Élise.

Pero tampoco iba a quedarme sin saberlo, por eso acepté vernos, pues, a
pesar de todo, quiero que ambas estemos bien, sin este enfado o rencor de
por medio.

Observo a Phénix delante de mí, pues yo me encuentro sentada, y no puedo


evitar esbozar una pequeña sonrisa. Phénix, en francés, un nombre que le
puso Iván pensando en mí.
Segundos más tarde, noto su presencia a mi lado, por lo que no tardo en
girar la cabeza para observar a la mujer a la que quiso mi hermano, de quien
se enamoró perdidamente y que, de ese amor, nació Jolie, el pequeño
terremoto de ojos azules.

—Élise —murmuro poniéndome de pie y, al observar su deseo de


abrazarme, no tardo en ir para rodear su delgado cuerpo con mis manos
para atraerla en un fuerte abrazo.

Nos quedamos en esta posición durante unos segundos, tal vez minutos, y
no puedo evitar sentir cierto picor en mi mirada, pues por el simple hecho
de tenerla delante de mí, está abriendo un sin fin de recuerdos.

Lo que nos acaba de separar son los ladridos de Phénix, pero no se tratan de
unos de advertencia, sino de saber si él puede confiar en la persona
desconocida que acaba de aparecer. Me agacho para acariciarle la cabeza y
le hago entender que no pasa nada, que no me hará daño y que no tiene
nada de lo que preocuparse, tal como me enseñó Iván que le dijera.

—No sabía que te gustaran los perros —murmura—. ¿Damos un paseo?

Asiento con la cabeza mientras agarro la correa del dóberman.

—Yo tampoco lo sabía —contesto—. En realidad, el perro es de Iván,


aunque... lo estamos cuidando los dos. Es una larga historia.

—¿Seguís juntos?

Con esa pregunta me doy cuenta de que Élise se ha mantenido alejada de


todo el mundo, incluido de mis padres. Aunque tampoco es algo que me
extrañe, pues ella misma se alejó de ellos.

—Nos hemos casado —confieso y no recibo ninguna respuesta de su parte


—. ¿Estás molesta...?

—No, no, para nada. —Niega con la cabeza, mirándome, con la intención
de quitarme esa preocupación—. Me alegro por vosotros, de verdad, de
hecho me preocupaba que no lo estuvierais. Ya sabes... —intenta buscar las
palabras—. Lo que te dije aquel día, creo que te influenció para que
rompieras la relación con él.

Me quedo callada rememorando esa escena, cuando culpé a Iván de todo lo


que pasó, diciéndole que, desde que nos conocimos la única que había
sufrido había sido yo. Las consecuencias de las fichas de dominó.

—Rompí con él, pero después nos reencontramos sin querer y hablamos,
nunca me culpó por lo que le dije y yo me disculpé por ello —respondo y al
ver que no contesta, sigo hablando—: Vine a París hace unos meses,
pregunté a mis padres por ti y me dijeron que te habías distanciado.

—Lo necesitaba. —Su mirada está perdida hacia adelante y no dudo que no
se esté adentrando en el pasado—. Perder a Marcel, a mi hija... me ha
destruido y no encontré la manera de salir adelante.

Trago saliva, sintiendo de repente un nudo rasparme la garganta, lo que


hace que ni siquiera me dé cuenta hacia dónde nos dirigimos.

—¿Quieres contármelo? —pregunto con cierta cautela, pues no quiero decir


algo que acabe por romperla del todo. Élise se gira hacia mí y puedo
observar sus ojos llorosos. Intenta secárselos con la mano, pero vuelvo a
abrazarla—. Llora, si quieres, si lo necesitas, no te preocupes por las
lágrimas, tú también has sufrido —murmuro y pienso bien antes de
preguntar—: ¿Lo estás hablando con alguien? ¿Un psicólogo?

No me contesta al instante, así que dejo que se tranquilice antes de que lo


haga.

—Busqué ayuda cuando sentí que había tocado fondo —responde—. Había
veces que no podía soportar el silencio y no dejaba de pensar en mi hija, su
risa, los momentos de diversión que compartía con su padre. Llegué a que
el propio silencio me molestara y no podía soportarlo, incluso pensé en...

No puede acabar la frase y yo no tardo en imaginarme a qué se está


refiriendo exactamente.
—No es necesario que lo digas si no quieres —murmuro con tal de
tranquilizarla. Seguimos caminando por el parque a un paso lento y me
contengo de tocarla, de apoyar la mano sobre su hombro.

—Pensé en el suicidio —confiesa, segundos más tarde, y me quedo


momentáneamente en silencio—. Pensé que sería lo mejor porque, al fin y
al cabo, aquí ya no me queda nada, porque no logro encontrar ese motivo
que haga que tenga ganas de levantarme cada mañana. —No sé qué decir,
cómo aconsejarla, porque ahora mismo no me encuentro en la mejor
posición para intentar que una persona no se hunda más en ese abismo que
la acompaña—. No hace falta que digas nada, Adèle, de verdad, no te estoy
contando esto para que me digas qué es lo que tengo que hacer.

—No me gusta verte así —confieso—. Y me gustaría poder ayudarte.

—Has hecho ya mucho aceptando venir a verme. Pensaba que no lo harías.

—¿De verdad? —me sorprendo.

—Te dije muchas cosas. —Gira su cabeza para mirarme y puedo observa la
tristeza teñida en sus ojos—. O el hecho de haberte ignorado hasta ahora.
Me porté mal, lo confieso, y te pido perdón por ello.

—No es necesario, Élise, de verdad.

—Claro que sí —susurra y continuamos caminando—. Quería hablar


contigo para pedirte perdón, explicarte cómo me sentí, me siento —se
corrige— y preguntarte si quieres acompañarme para visitarlos.

Sé a lo que se refiere y no puedo evitar esbozar una ligera sonrisa en señal


de comprensión, de apoyo, de que entienda que jamás la he culpado y no
me encuentro enfadada con ella.

—Me gustaría —respondo y soy consciente de que será la primera vez que
los visite, que me plante delante de ellos y vea su nombre grabado en la
lápida.
Seguimos caminando dejando que el silencio nos acompañe durante
algunos instantes y no tardamos mucho en llegar hasta las puertas metálicas
llenas de enredaderas de flores algo descuidadas. Trago saliva con tal de
quitarme el nudo que se acaba de instalar en mi garganta, pues la realidad
me golpea en el instante en el cual me doy cuenta de que están cerca, de que
puedo sentirlos a pesar de encontrarse en otra inexistencia.

—¿Los has visitado antes? —pregunto.

—Siempre que puedo. Por extraño que parezca, detenerme delante de su


lápida, hablar con ellos... me da fuerzas, es como si los sintiera a mi lado —
responde—. No siempre es así, las primeras veces evitaba venir porque me
recordaba de que ya no volverían. Nunca.

Intento que la culpabilidad que se genera con esas palabras no me afecte,


pero no puedo evitarlo, pues vuelvo a recordar que, si no fuera por mí, Jolie
y Marcel todavía seguirían vivos.

—No te estoy culpando —murmura y de nuevo tengo que girar la cabeza


hacia ella.

—¿Cómo sabías que lo estaba pensando?

—Porque somos familia —se limita a decir—. Porque te conozco, porque


sé lo que unas palabras pueden provocar.

Y, justo en aquel instante, nos detenemos delante de las dos lápidas, una al
lado de la otra. «Padre e hija». Trato de contener a mi corazón, de que no se
vuelva a romper en otros mil pedazos. Pedazos que ya pegué en su
momento después de unir todas las piezas.

—Lo siento por todo, Adèle —murmura Élise sin dejar de mirar los dos
nombres grabados en las piedras y puedo notar su mano entrelazarse con la
mía.

—Yo también lo siento —respondo—. Tal vez debí insistir un poco más, no
dejarte sola, no haberme separado de ti a pesar de tus negativas. Perdón por
no haber estado ahí cuando más me necesitabas.
—Estás ahora —susurra.

Vuelvo a tensar la mandíbula para evitar derrumbarme ahí mismo, para no


dejar que esas lágrimas traicioneras empiecen a recorrer mis mejillas sin
cansancio. Aprieto un poco más la mano de mi cuñada y acaricio su piel
con mi pulgar.

Tampoco puedo evitar cerrar los ojos por un instante e imaginarme que mi
hermano se encuentra a mi lado, diciéndome que todo estará bien, que he
conseguido —hemos— pasar página y dejar de recordarles con dolor. Que
no puedo hacer nada para recuperarlos, salvo vivir la vida que nos queda e
intentar que nuestro corazón siga adelante.

Sin decir una sola palabra, me acerco un poco más a Élise y rodeo un brazo
alrededor de su pequeño cuerpo, delgado. Ella apoya la cabeza contra mi
hombro mientras nos mantenemos en silencio delante de ellos.

Era necesaria esta conversación, pedirnos disculpas y sentir ese apoyo que,
desde el principio, no nos dimos.

Hola gente bonita ❤ Quiero pediros perdón por no haber seguido el


calendario, se me dificultó. Todo está bien, yo también, gracias por la
preocupación

El capítulo final y el epílogo también están publicados. Disfrutadlos!


Capítulo 50

Capítulo final

"Porsche vs. Ferrari"

IVÁN

Dejé que Adèle apoyara su cabeza sobre mi pecho mientras la habitación se


inundaba con el sonido de su voz, contándome lo que había sucedido en
París con su cuñada. Me mantuve en silencio durante los minutos en los
cuales ella aprovechó para desahogarse, para quitarse ese nudo en la
garganta que la aprisionaba.

Se habían reconciliado. Habían tenido esa conversación pendiente y, ahora


que ha pasado una semana desde aquello, se han llamado alguna que otra
vez, incluso Adèle la ha invitado a pasar unos días en Barcelona, a estar
juntas y poder ponerse al día.

Me hubiera gustado ir, estar a su lado, pero después de regresar de la luna


de miel, ni siquiera pude respirar de todo el trabajo acumulado que tenía en
la empresa, así que por eso le propuse la idea de que Phénix la acompañara,
además de David, pues me sentía más seguro así. Sin poderle encontrar una
explicación lógica, me sentía menos preocupado si tenía la certeza de que el
dóberman estaría con ella, ya que ese perro ha desarrollado un vínculo
especial con la francesa. Y eso lo noté desde el principio, como Adèle se lo
estaba ganando poco a poco.

Los días han pasado en extrema calma, desde que volvimos, además de la
fiesta de bienvenida que nuestros amigos nos hicieron al volver, nos hemos
centrado en la rutina y seguir con la convivencia como hasta ahora.
Compañeros de piso, aunque con un anillo de matrimonio en el dedo anular.

Le doy un vistazo rápido al anillo que tengo en la mano la cual se encuentra


entrelazada con la de mi mujer, pues nos encontramos en el ascensor de
camino al despacho de mi madre, en el cuartel.

—¿Qué pasa? —pregunta, pues se ha fijado en el gesto.

Sonrío ante su tono suave y niego con la cabeza, no obstante, no


desaprovecho la oportunidad de levantar su mano —todavía envuelta en la
mía— y besarle el dorso.

—Me apetecía —me limito a responder.

—¿Qué crees que nos tenga que decir tu madre?

Renata me llamó esta mañana, un par de horas atrás, pidiéndome si nos


podíamos acercar al cuartel. Los dos. No obstante, le dije que yo me
encontraba en la empresa, sin Adèle, así que no hemos tenido más remedio
que llegar por separado en dos coches diferentes.

—Tiene que ser importante para que nos haya pedido venir hasta aquí —
respondo y es en ese instante en el cual las puertas se abren, dándonos paso.

Desde que volvimos de Grecia, no he sabido absolutamente nada de


ninguno de los Maldonado y no he podido sentirme más tranquilo. Como si
me hubiera quitado un peso de encima.

Minutos más tarde, después de que su secretaria nos haya permitido pasar a
su despacho, observo a Renata en su porte de comandante de ejército,
sentada en el sillón de cuero y con una mirada implacable en el rostro, no
obstante, se le suaviza mínimamente cuando nos ve entrar.

—Hola, mamá —murmuro acercándome a ella para darle un beso en la


mejilla. Renata no tarda en levantarse para recibirnos. Aprovecha también
para darle un abrazo a la francesa.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué es eso tan importante?

—Mónica Maldonado ha muerto —dice un minuto más tarde y eso nos


toma completamente desprevenidos.

—¿Qué?

De las noticias que me he imaginado que nos diría, la muerte de Mónica ni


siquiera se me había pasado por la cabeza.

No reacciono, me mantengo quieto en mi posición mientras dejo que


Renata nos explique exactamente qué ha pasado.

—Después de lo que pasó en la iglesia, mientras vosotros estabais en


vuestra luna de miel, tomé la decisión de trasladarla a una cárcel de máxima
seguridad —empieza a decir—. Porque no quería que ella estuviera en la
misma ciudad y que pudiera seguir haciendo lo que le diera la gana.

Entonces, nos empieza a contar con detalle cómo fue que Mónica acabó
quitándose la vida después de que Renata le dijera que no quería morir. Al
fin y al cabo, tampoco tenía ninguna posibilidad de escapar. Maldonado
había perdido la partida después de que la comandante le hiciera un jaque
mate. ¿Cómo se podía seguir viviendo después de eso?

Adèle se mantiene sentada en uno de los sillones con una pierna encima de
la otra, mirando fijamente a Renata. Tampoco se había esperado esa noticia,
aunque, en el fondo, sabía que se había quitado un peso de encima porque
derrumbada toda la organización criminal que dirigía Mónica, nuestras
vidas acababan de volver a la normalidad.

Aunque las consecuencias siguieran intactas, porque no se podía revertir lo


que ya estaba hecho.

—¿Adèle? —susurro, mirándola, y tarda unos segundos en volver a la


realidad—. ¿Qué piensas?

Niega levemente con la cabeza, como si no se lo acabara de creer del todo.

—Que se ha acabado —murmura, finalmente—. ¿Qué pasa con Ester? ¿Y


con Álvaro?

—Ester sigue internada en un centro psiquiátrico y los médicos no tienen


previsto darle el alta en un tiempo largo —responde la comandante—. De
todas maneras, cuando llegara el momento, Ester no supondría peligro
alguno, así que os podéis quedar tranquilos.

—Además, si Mónica no está y Álvaro está encerrado... Ester sola tampoco


sería capaz de hacer nada —murmuro.

—Era Mónica quien suponía la mayor amenaza y os puedo asegurar de que


toda su organización ha caído. Incluida la persona quien se encontraba en la
iglesia.

Durante las tres semanas en las cuales estuvimos fuera, Renata se ha


encargado de poner orden y de neutralizar absolutamente todas las
amenazas, por lo tanto, el caso de Maldonado se encuentra en la carpeta de
«Resueltos».
—¿Y si Álvaro quisiera intentar algo? —pregunta la francesa.

—No lo hará —asegura mi madre—. Álvaro era una hormiguita comparada


con Mónica, además, no nos olvidemos de que se trata de su madre.

—Por eso, precisamente porque se trata de su madre, ¿no va a querer


vengarse?

—Aunque quisiera, no podría. Está en la cárcel, una lo suficientemente


vigilada para que no nos moleste por unos cuantos años. Se acabó.

Adèle se mantiene en silencio mientras se lleva una mano en el rostro, los


dedos masajeándose la sien.

—Entonces, todo ha acabado. —No es una pregunta, pero quiere volver a


asegurarse.

—Sí. Ya está. Ahora lo que procede es continuar con nuestras vidas, superar
el pasado y seguir adelante —murmura Renata.

Salimos del despacho de la comandante una hora más tarde en la cual


habíamos aprovechado para que nos acabara de contar todas las novedades,
que tampoco habían sido muchas, pues con esta amenaza diluida, es como
si todo el mundo hubiera vuelto a su rutina, como si no hubiera pasado nada
cuando, en realidad, han transcurrido más de dos años desde la primera vez
que apareció Rodrigo en nuestras vidas.

—Sigo sin poder creerme que todo haya acabado, de que ya no... esté —
murmura la francesa a mi lado mientras nos dirigimos al parking.

—Ya no pienses más en ella, ¿de acuerdo? —murmuro deteniendo nuestro


andar—. Ha pasado y, como ha dicho mi madre, ahora es cuestión de seguir
adelante, de continuar con nuestras vidas.

Esboza una sonrisa triste y no tardo en comprender el por qué, pues esa
mujer, desde que apareció, no hizo más que destrozarle todo lo que tenía y
le arrebató a sus seres queridos, a su familia.
Atraigo su cuerpo en un abrazo cálido y dejo que apoye su mejilla contra mi
pecho, incluso me la imagino cerrando los ojos mientras dejamos que ese
minuto de silencio nos envuelva.

—Se acaba de cerrar un capítulo —murmura deshaciendo el abrazo para


que sus ojos grises se encuentren con los míos.

—De un libro infinito —acabo por decir regalándole una pequeña sonrisa
—. Sabes que siempre estaré para ti, ¿no?

—No hace falta que me lo jure, señor Otálora.

Esas dos palabras no hacen más proporcionarme cierta calidez en el interior


del pecho, pues, desde el principio, su primer saludo fue ese.

Observo los dos coches aparcados, uno al lado del otro, y una idea se me
cruza por la mente. Una idea un tanto peligrosa, que incluso podríamos
acabar multados, pero que sigue manteniendo ese toque de diversión que
tanto me gusta compartir con ella.

—Acabo de tener una idea —murmuro, mirándola, y no tardo en observar


sus ojos curiosos inspeccionándome.

—¿Qué idea?

—Quien llegue a casa primero, gana.

Una competitividad cargada de diversión le inunda el rostro completamente


y sé que, sin que haya tenido que decírmelo, acaba de aceptar la apuesta.

—¿Y qué gana? —se interesa por saber con una ceja alzada, como si
estuviera segura de que lo hará ella.

—Eso queda a su elección, señora Leblanc.

No transcurre mucho tiempo en el cual Adèle ya ha tomado la decisión.

—A ver qué te parece —empieza a decir y cruzo los brazos sobre mi pecho,
esperando—: Si gano yo, llamarás a tu editor y le propondrás que publique
el libro de la historia de tus padres.

—No —respondo al instante, sin pensar.

—Sin el pseudónimo, que la portada lleve tu nombre

—Sigue siendo un no.

—¿Por qué no?

—Porque no.

—Eso es porque tienes miedo —murmura ella—. Sabes que voy a ganar y
por eso lo rechazas, pero créeme cuando te digo que ese libro tiene el
suficiente potencial para que tu editor lo publique y lo venda como pan
caliente.

—No tengo miedo —confieso mientras sigo pensándome su proposición,


dándome cuenta de que, en realidad, tampoco me supondría mucho
problema en publicarlo—. Tendría que hablarlo con Renata.

—A Renata le parece bien.

—¿Cómo?

Eso me ha pillado totalmente por sorpresa.

—Hablé con ella hace unos días cuando tuve esa idea y no le pareció mal
que te lo plantearas, lo único que pidió es que cambiaras los nombres de los
personajes, pero que, con lo demás, tienes bandera verde.

—No me puedo creer que hables con mi madre a mis espaldas —murmuro
con el único propósito de molestarla.

—Es mi suegra. —Se encoge de hombros—. Asúmelo.

—Asumido lo tengo, no te preocupes.


—¿Entonces? —inquiere con la mirada mientras se dirige hacia su coche—.
¿Aceptas o no aceptas?

Me quedo en silencio durante apenas unos segundos con el propósito de


darle más dramatismo al asunto. La francesa se mantiene con la mano
apoyada en la puerta abierta, esperando. Pero cuando dejo escapar una
sonrisa torcida, negando sutilmente con la cabeza, sabe que acabo de
aceptar.

—Hagamos la carrera —respondo.

—Prométeme que lo llamaras.

—Prometido.

—En cuanto lleguemos a casa —insiste.

—Solo si ganas —le recuerdo.

—Ganaré.

—Eso ya lo veremos —respondo adentrándome en mi coche.

Dos vehículos bañados en un negro reluciente y metalizado que no tardan


en producir ese sonido que me encanta: el del motor.

Avanzamos fuera del cuartel y, colocados de manera paralela, Adèle baja su


ventanilla . Yo hago lo mismo, girando la cabeza hacia ella.

—A la de tres —indica y asiento con la cabeza.

—Hasta la puerta del parking —le recuerdo.

—Uno —empieza a contar y agarro el volante con un poco más de fuerza


—. Dos...

—Tres.
En menos de medio segundo, ambos hemos arrancado, adentrándonos en la
recta carretera que tenemos delante hasta llegar a la ciudad.

Mantenemos la misma velocidad durante unos cuantos segundos y no


puedo evitar girar la cabeza durante un instante para verla concentrada,
apoyando una sola mano en el volante. A veces se me olvida lo buena que
es conduciendo y... haciendo trampas, pues cuando me quiero dar cuenta,
nada más entrar en la ciudad, acaba de tomar un desvío.

Suelto varias palabrotas en la misma frase mientras me concentro en


esquivar a los demás coches y no puedo evitar sonreír. Era quién llegaba
primero a casa, en ningún momento hemos delimitado el camino a seguir.

No obstante, no tardo mucho tiempo en alcanzarla, situándome en el carril


contiguo a los pies del semáforo, el cual se encuentra en rojo. Gira la
cabeza hacia la izquierda, encontrando mi mirada, y no duda en esbozar una
sutil sonrisa demostrando la seguridad en sus movimientos.

El semáforo se acaba de poner en verde y tan solo faltan unos minutos para
llegar a la puerta del aparcamiento.

***

En el instante en el que las puertas del ascensor se abren, Phénix nos recibe
emocionado y moviendo la cola. No puedo evitar sonreír a su encuentro y
me agacho para acariciarle con efusividad.

—¿Qué se siente al haber perdido?

Vuelvo a sonreír.

—¿Me preguntas a mí? —Me giro hacia ella, rodeándolo con los brazos.

—¿A quién si no? Un trato es un trato y tú acabas de perder.

—Por dos segundos.

—Me da igual —contesta, jovial—. Me lo has asegurado y ahora tienes que


llamar a Fran. Sabes que también te apetece publicar el libro, no te hagas de
rodar.

Me entrega el móvil después de haber localizado su contacto.

—Está bien.

—No te olvides de dedicármelo —susurra mientras lo sostengo en mi oído


—. A mi mujer, sin ella este libro no existiría porque, básicamente, me ganó
en una carrera. ¿Qué te parece?

—Original.

—¿Lo ves? También soy creativa con la lengua.

—No me digas. —Alzo una ceja esperando a que conteste, quien no tarda
en hacerlo—. Fran, hola, verás, acabo de tener una idea.

—No le hagas caso, Fran, que la idea ha sido mía —alza la voz con la
intención de llevarse el mérito.

—Tengo una propuesta para hacerte, ¿cómo tienes la agenda? —Me


mantengo atento escuchando su respuesta—. Nos vemos esta noche, sí, y lo
comentamos con calma. Que se venga también Almudena, no la dejes fuera
que ya sabes cómo se pone. Perfecto, sí, adiós.

—¿Y bien? —pregunta Adèle con cierto brillo en los ojos—. ¿Nos vemos
esta noche?

—Sí.

—¿Has visto para qué me necesitas en tu vida? Precisamente para estas


cosas. —Sus brazos se enrollan alrededor de mis hombros, sus dedos
acariciando la parte baja de mi pelo.

—Te necesito en mi vida porque te quiero en ella —susurro sin dejar de


mirarla mientras contemplo ese color de sus ojos, un poco más claro desde
ese reencuentro en Madrid que tuvimos—. Y espero que sea así durante
mucho tiempo.
—Hasta que la muerte nos separe —responde acercando sus labios a mi
rostro, me acaricia sutilmente la barbilla.

—Veo que recuerdas los votos —digo.

—Tengo buena memoria.

—Para lo que te interesa.

—Hoy quieres dormir en el sofá, ¿verdad?

—Empieza a hacer frío —detallo, pues acabamos de entrar en octubre—. A


lo mejor quieres venirte conmigo para que te pongas encima.

—¿Y dormir los dos juntos abrazados hasta que el sol despierte?

—No me parece mal plan.

—Ningún plan te parece mal si eso significa tener que ponerme encima de
ti —dice, aprovechando para darme un beso en la mejilla. Sigue recorriendo
sus labios por mi rostro y tengo que cerrar los ojos ante su contacto.

—Empieza un nuevo capítulo —susurro, segundos más tarde.

—Definitivamente.

Sus labios buscan los míos y puedo sentir la desesperación en ellos. Su


lengua empieza a moverse a la par con la mía y nos fundimos en un dulce
beso, el cual no tarda en aumentar de intensidad.

Porque, aunque empiece un nuevo capítulo de nuestra vida, siempre


seguiremos siendo fuego. Adèle todavía seguirá siendo esa eufonía que
escuché por primera vez hace dos años, pues a pesar de haberse agrietado
con todo lo que ha pasado, hemos podido superarlo para recomponer ese
sonido que se volvió desagradable.

Esa disonancia en la cual la francesa se vio sumergida, pero que,


lentamente, consiguió volver a la superficie.
La muerte de Mónica, el derrumbe de su organización han puesto punto
final a ese capítulo para poder empezar uno nuevo en el cual, tal vez,
vengan más melodías, más piezas de piano, más poesías reunidos en
poemarios.

Y, a lo mejor, una familia más grande, con nuestras amistades a nuestro


lado, disfrutando de la paz y la felicidad que nos hemos ganado, que nos
merecíamos.

Ahora empieza nuestra vida.

Todavía no acaba, falta el epílogo


Epílogo

ADÈLE

Cinco meses más tarde

—Me gusta —murmuro, son poder dejar de verlo—. Es una auténtica


maravilla.

—¿Quién lo ha escrito? —pregunta Iván a mi lado. Me giro hacia él y


aprecio la sonrisa en su rostro, pues nos encontramos admirando, por
primera vez, el libro recién sacado de la imprenta.

Vuelvo a apreciar la portada y leo el nombre, su nombre, en voz alta,


manteniéndose en lo alto del diseño.

—Iván Otálora —respondo, orgullosa—. Pero que sepas que todavía sigo
enfadada por no habérmelo dedicado.

—Estás en los agradecimientos.

—Oh, mi señor, no sabe lo que aprecio ese gesto —ironizo—. Te di una


muy buena idea para la dedicatoria y la has desaprovechado.

—Se lo he dedicado a Renata, ya lo hemos hablado, dramática. —La


sonrisa no desaparece de su rostro y se vuelve a acostar sobre la cama.

Fran, su editor, ha tenido el detalle de enviarnos la caja con varios


ejemplares.

—Lo sé. —Es lo único que digo mientras me coloco en su regazo, una
pierna a cada lado de su cuerpo—. ¿Estás preparado para mañana?

Mañana será el día de la presentación del libro y ya se encuentra todo


organizado, sobre todo si Almudena ha estado al mando de casi todo el
proyecto, pendiente del más mínimo detalle. Asistirán muchas personas,
incluso se han tenido que hacer invitaciones para controlar el aforo y, según
tengo entendido, también se transmitirá de manera online.

—No es la primera vez que hablo delante de una multitud.

Empiezo a acariciar su pecho de manera inconsciente mientras sus manos se


guían hacia mis muslos.

—Ya, pero es la primera vez cuando esa multitud quiere conocer al autor
detrás del libro.

—Todo saldrá bien —me asegura.

—Ya lo sé —respondo y las caricias empiezan a subir de nivel debido a la


calidez que estoy empezando a sentir en mi interior.

Desde hace unas semanas, tengo las hormonas descontroladas.

—En esta posición no —susurra con cierto temor en los ojos, pero me
limito a negar con la cabeza.

—Ya hemos tenido esta conversación —respondo mientras mis caderas


empiezan a trazar suaves círculos, conmigo todavía encima de él—. Sabes
que tiene el tamaño de un guisante, ¿no? No me harás daño.

Un pequeño guisante de dos meses.

—No me fío.

—No le niegues a una embarazada tener sexo, mi vida, es lo peor que


podría hacer. —Alzo una ceja, con la clara advertencia en mi mirada—. A
no ser que quieras que me encierre en el baño y me complazca a mí misma,
sabes que siempre encuentro la manera.

—No digas eso —susurra y procede a erguirse para que nuestros rostros
queden a centímetros de distancia, no obstante, ese simple gesto ha hecho
que note lo que le acabo de provocar—. Sabes que me tenéis a vuestros
pies.
Y, sin saber por qué, ese plural que acaba de utilizar me ha generado una
emoción difícil de explicar.

—En la palma de mi mano —sonrío.

—Eso, tú sigue restregándomelo —responde y aprovecha para darme un


casto beso en los labios. Se queda en silencio durante un instante, sin dejar
de mirarme. Mi corazón empieza a acelerarse cuando noto su mano en mi
vientre—. Nuestro hijo.

Esta vez, un embarazo deseado, buscado, donde ambos nos sentimos


seguros de la decisión que habíamos tomado. Y cuando nos enteramos de la
noticia, en la misma consulta del médico, sentí varias lágrimas deslizarse
sobre mis mejillas.

Todavía no sabemos qué será, pero lo que sí tendrá, sin lugar a dudas, es el
amor de unos padres que se quieren, que han luchado juntos, siempre, y que
lo cuidaremos por encima de todo.

En ese instante, la puerta de la habitación se abre y aparece Phénix


moviendo la cola y con la lengua afuera. No tarda en saltar a la cama para
colocarse a nuestro lado.

—Nuestra familia —acabo por decir.

Fin

Acabamos de cerrar el libro. Estoy asimilándolo aún

Muchas gracias por haber llegado hasta aquí, de verdad, no os olvidéis de


leer la nota de autora (ya publicada) donde diré cositas importantes.
Un beso enorme, amores ❤
NOTA DE AUTORA

Y, después de dos años, tras ese 5 de julio del 2020 cuando publiqué
Eufonía, acabamos de cerrar la segunda parte, Disonancia.

Acabo de poner el punto final, justo en este instante, y os puedo decir que
me recorre una sensación extraña en el pecho, entre felicidad y nostalgia.

Agradezco quienes hayan seguido la historia hasta aquí, actualización tras


actualización. Muchas gracias por vuestro apoyo y mensajes, por estar ahí,
esperando pacientemente. Sigo sin creerme que hayan pasado dos años.
Dos. Os amo ❤

Toda la historia tiene muchos fallos, muchísimos, tanto de coherencia,


como de trama y personajes. Se trata de una historia con potencial que
merece ser corregida desde el principio. Este seguirá siendo un primer
borrador con el que he aprendido cómo escribir una historia, cómo crearla
desde cero. Me ha permitido ver mis fallos como escritora, de los cuales
pienso aprender, porque no nací sabiendo y pienso que la experiencia es
muy importante para cualquier escritor. Escribir mucho y saber hacerse
autocrítica 😊

Pienso corregir toda la historia en un futuro próximo, no sé cuándo, ni


tampoco tengo planes con empezar a corregirla ahora. Mi idea es centrarme
en otros proyectos y cuando llegue el momento, mejorar a Adèle y a Iván
para que tengan su mejor versión. Pulir el diamante en bruto y quedarme
totalmente satisfecha con la historia.

Por si no me queréis perder la pista, porque se vienen cositas (2023,


prepárate), me podéis seguir por mis redes sociales:

Instagram: anauntila

Twitter: anauntila_
Procuraré estar muy activa por ambas redes y no perder el contacto. Una
vez más, gracias por estar aquí, por quienes van a continuar en este camino
con mis nuevas historias.

Nos leemos pronto ❤

Besos,

Anastasia
EXTRA NAVIDAD

Este contenido extra se encuentra en la línea de la historia. Entonces, sí ha


pasado.

Espero que lo disfrutéis ❤

24 de diciembre de 1997

Narrador omnisciente

A la pequeña pianista siempre le gustó la Navidad, no había un solo año que


no quisiera levantarse para encontrar sus regalos bajo el árbol, aunque
tuviera un carácter algo peculiar a sus cinco años, disfrutaba como nunca
cuando se acercaban las fechas navideñas.
Este año esperaba encontrarse con el piano que llevó pidiendo desde hacía
meses. Tenía la esperanza de que, cuando se levantara al día siguiente, verlo
en su habitación con un gran lazo rojo encima. Ella sabía que el piano
formaría parte de ella para toda la vida que tenía por delante, que sería una
gran pianista lo suficientemente reconocida para llenar auditorios y recibir
innumerables premios. Con cinco años, ya tenía en mente volverse la mejor
pianista de todos los tiempos.

—Adèle Leblanc-Abbadie! —pronunció su madre algo enfadada, en un


perfecto francés, pues tenían que sentarse a comer y la pequeña revoltosa no
dejaba de dar vueltas por la casa, histérica. Dentro de unas horas tenían que
estar presentes en Le Trianon para que ella pudiera dar su concierto—. Te
doy tres segundos para verte en la mesa u olvídate mañana de ver los
regalos bajo el árbol, recuerda que Papá Noel te está observando.

Adèle se detuvo enseguida al oír su nombre, ella no quería quedarse sin sus
regalos, había esperado mucho tiempo para que llegara el 25 de diciembre.
De un momento a otro, dejó escapar un pequeño grito cuando sintió que sus
pies ya no estaban tocando el suelo, pues su hermano mayor, Marcel, se las
arregló para cargarla y dejarla en la silla donde ya tenía delante su plato de
comida.

—Aquí la tienes, mamá —pronunció Marcel con una sonrisa de chico


bueno mientras tomaba lugar a su lado.

—Eres malo —se quejó la más pequeña de la casa y no dudó en mostrarle


la lengua a lo que Marcel ignoró completamente.

—A comer, niños, no tenemos mucho tiempo —intervino su padre mientras


les servía agua a sus hijos.

A Adèle se le pasó el enfado en el momento que empezó a comer pues ella


¡adoraba la comida! Desde que era un bebé y le empezaron a darle más
variedad a medida que iba creciendo, nunca se negó a probar nada. En
menos de dos segundos ya estaba sonriendo, feliz, mientras se llevaba ese
trozo de pechuga de pollo a la boca a la vez que no dejaba de pensar en el
concierto que tendría lugar a las siete de la tarde durante esta noche de
Navidad.
Cada año, el grupo infantil organizaba un concierto con diferentes piezas
musicales tocadas en varios instrumentos. Como el padre de Adèle, Vincent
Leblanc, era el director de orquesta de la compañía, además de que su hija
asistía a las clases, la pequeña pianista cerraría el concierto con Für Elise
versionada específicamente para ella, ya que se padre se había encargado de
hacer los correspondientes arreglos teniendo en cuenta su nivel para que no
le resultara difícil.

Desde los tres años era que Adèle había empezado con el instrumento y no
se podía negar el talento que reflejaba en cada clase y en cada pieza que
tocaba, sin duda, si se seguía esforzando y, con el tiempo, llegaría a ser una
gran pianista. Muchos de sus profesores pensaban de esta manera y lo cierto
fue que no se equivocaron en lo absoluto.

Luego de la comida, llegó la hora de vestir a la pequeña pianista, por lo que


su madre se había encerrado con ella en su habitación para prepararla y
dejarla como toda una princesa.

—Muy bien, cielo, ¿lista? —Léonore estaba muy emocionada por ver
pronto a su niña subida en el escenario. Desde la primera vez que la vio
sentarse al lado de su padre delante del teclado, supo que algo había
despertado en ella y que el piano se volvería su compañero de aventuras—.
Vamos a ponerte el vestido rojo.

Adèle empezó a saltar sobre la cama dejando que sus tirabuzones se


movieran alocados con ella. Había heredado el color miel de su madre,
incluso algunos de sus mechones tiraban al claro proporcionando ese toque
dorado que brillaba bajo el sol. Sus ojos, de un gris profundo, al igual que
su padre y, con el paso del tiempo, ese gris hizo que su mirada se volviera
más imponente, llena de fuerza.

—Quiero un lazo dorado, mami —pidió la pequeña mientras dejaba de


saltar para que su madre la desvistiera.

—¿El lazo del vestido?

—Sí, lo quiero dorado y que brille mucho.


—Me parece súper bien —sonrió Léonore aprovechando para acariciarle la
mejilla en un suave pellizco lo que hizo que Adèle empezara a reír—.
¿Estás emocionada? —empezó a hablar con ella mientras dejaba las
prendas encima de la cama.

Poco días atrás, aprovechó para comprar el vestido rojo que usaría su hija
en el concierto. El material era muy agradable al tacto a pesar del tul que
llevaba la falda y que hacía que tuviera cierto vuelo. Una vez vestida, la
peinó recogiendo todo su pelo en un moño alto dejando que algunos
mechones cayeran suaves aprovechando sus tirabuzones. Parecía una
verdadera muñequita de porcelana y no puedo evitar querer hacerle una foto
y que quedara guardada para la eternidad.

—Estás preciosa, mi vida —murmuró su madre mientras hacia que diera


una vuelta. Adèle no podía dejar de mirarse en el espejo para seguir
contemplando el brillo dorado del lazo.

—Me gusta que brille, mami —dijo ella mientras sonreía a la vez,
tocándose el vestido.

Se la notaba feliz, de hecho, lo era, al igual que toda su familia. Léonore


nunca se llegó a imaginar que, veintitrés años más tarde, Adèle albergaría
tanto sufrimiento y que Marcel ya no se encontraría con ellos.

***

Por otro lado, faltaban pocas horas para que el avión despegara y la familia
Otálora Abellán todavía no había salido de casa. No era costumbre en ellos
llegar tarde, pero el pequeño de la familia se había puesto taciturno porque
decía que ya no le apetecía viajar hasta París y asistir a ese concierto
aburrido. Su mentalidad de nueve años le pedía quedarse en casa y seguir
haciendo el puzle de dos mil piezas que había pedido que le compraran.

Era un niño que necesitaba mantener la mente ocupada, por lo que, sus
padres siempre tenían que buscarle alguna ocupación con la que poder
entretenerse, ya sea mediante la lectura, el aprendizaje de nuevas lenguas o
diferentes juegos de mesa para seguir desarrollando su capacidad cerebral.
—Vale, podemos ir a París, pero ¿hace falta que vayamos a ese concierto?
—seguía preguntando Iván mientras dejaba escapar un suspiro. Lo cierto
era que no quería malgastar ese par de horas cuando podría estar haciendo
otra cosa—. Además, van a tocar niños, incluso más pequeños que yo, ni
siquiera será un concierto de verdad.

—Iván —pronunció su madre a modo de advertencia—. Vamos a ir, ahora


ponte la chaqueta, no tenemos todo el día.

—Déjame quedarme en el hotel, me portaré bien, te lo prometo.

—Tú siempre te portas bien —recordó ella mientras bajaba por las escaleras
cargando con un par de maletas para dárselas a su marido—. Tenemos que
salir —le dijo.

Sebastián Otálora la miró con cierto brillo en los ojos, pues ese conjunto de
invierno que llevaba la hacía lucir demasiado bien. También se fijó en su
hijo quien iba detrás de ella, cabizbajo. Había oído por encima que ya no le
apetecía ir a la capital francesa y podía imaginarse el motivo pues los
encuentros sociales nunca fueron de su agrado, lo mismo que le ocurría a él.

Lo cierto era que les habían invitado a asistir a ese concierto pues su mejor
amigo, Matías Vila, tenía unos amigos cuyo hijo también tocaría en ese
festival y ya no podían decir que no, además, aprovecharían para celebrar
Nochebuena en la ciudad con ellos y no había manera de que Iván se
quedara solo en el hotel.

—Vamos, hijo —sonrío su padre, agachándose a su altura mientras dejaba


que Renata terminara por comprobar que no les faltara nada—, tampoco te
voy a prometer que te lo pasarás como nunca, pero no creo que te vayas a
aburrir, tocarán diferentes instrumentos y no durará más de una hora y
cuarto, ¿de acuerdo? Además, tengo un par de cubos de Rubik que creo que
te van a gustar.

—¿De verdad?

—Sí, pero no se lo digas a tu madre —guiñó el ojo mientras volvía a


enderezar la espalda y hacía que su hijo empezara a caminar hacia la salida
—. Tengo uno de 4x4 y otro de 5x5.

—Quiero el de cinco —murmuró y se le notaba más animado.

—Cuando hagas el de cuatro.

—Hecho.

—Muy bien —concluyó y dejó que entrara en el coche, cerrando la puerta.

Renata no tardó en cerrar la puerta de la casa para encaminarse hacia el


vehículo.

—¿Le has dicho algo...?

—Que nos lo pasaremos bien —murmuró mientras la acercaba hasta él


ganándose la mirada reprobatoria de su mujer—. ¿Qué ocurre?

—Tenemos a nuestro hijo detrás, vigila dónde colocas las manos, además,
tenemos prisa.

—Sí sabes que, en este caso, es el avión quien nos tiene que esperar y no al
revés, ¿verdad? Además, usted es mi mujer, teniente, ¿no me quiere dejar
tocarla?

—No delante del niño.

—No estoy haciendo nada. —Enarcó una ceja, algo picarón y Renata no
dudó en mostrarle una sonrisa torcida mientras sentía su mano en la parte
baja de su espalda.

—Te sigo vigilando, ¿hace falta que le recuerde que sigo siendo una
soldado, señor Otálora? Sé utilizar un arma.

—Lo tengo más que sabido, señora Otálora —respondió—, además, las
armas que utiliza las diseño yo. —No dudó en sonreír al ver a su mujer
relamerse el labio inferior. Acababa de ganar esta batalla y nadie se lo podía
negar—. Vamos, el avión aguarda.
***

—¿Me compras un helado de chocolate? —preguntó la pequeña pianista


algo impaciente. De repente, había empezado a sentir la necesidad de
saborear el dulzor del chocolate.

Tenía muchísimas ganas de salir a escena y tocar el piano, pero cuando vio
a todas las personas... ¿Todas ellas habían ido para verla tocar? Le generaba
cierto nerviosismo, pues no quería equivocarse en alguna nota y que sus
compañeros se rieran de ella.

—Cielo, es invierno, hace frío, además, no queda nada para que el concierto
empiece. —Se agachó su madre junto a ella, pues Marcel y su padre ya se
encontraban entre el público—. ¿Estás nerviosa?

—Pues sí... —Léonore no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa ante el
pucherito que estaba mostrando su pequeña. Era una niña preciosa y verla
con esos mofletes la derretía de ternura, no obstante, sabía que tenía que
decirle algo para calmar sus nervios.

—¿Qué sientes cuándo tocas el piano?

—Me siento feliz —sonrió.

—Pues concéntrate en ese sentimiento, ¿de acuerdo? Olvídate de todas esas


personas que te estarán viendo. Cada vez que lo vayas a tocar, enciérrate en
tu burbuja y haz como si nadie más existiera, ¿podrás hacerlo? —Adèle
empezó a asentir con la cabeza, ya más contenta ante las palabras de su
madre—. Concéntrate en la melodía y deja que tus manos vuelen.

—Sí, mami —respondió ella mientras rodeaba sus bracitos alrededor de su


cuello.

—Estoy muy orgullosa de ti, mi pequeña pianista, y lo harás genial —


pronunció mientras la mantenía abrazada a ella—. Después iremos a por un
postre de chocolate, ¿sí?

—¡Sí! —se alegró al saber que pronto comería de su dulce favorito.


***

Después de que Renata y Sebastián se encontraran con sus amigos y Matías,


Iván mantuvo una cara de pocos amigos al saber que estaba echando a
perder su tarde, por lo que, con un poco de esfuerzo, intentaba no mostrarse
antipático cuando alguien se acercaba para hablar con él, pues resulta que
sus amigos eran lo suficientemente curiosos para preguntarle sobre sus
estudios y no dudaban en hacerle cualquier tipo de pregunta.

—¿Tienes alguna noviecita en el colegio? —preguntó el hombre en medio


de risas.

Iván no tardó en fruncir el ceño y no dudó en pensar en la respuesta, no


obstante, su padre se adelantó primero. Sebastián no dejaba que nadie se
metiera con su hijo, por lo que, no iba a tolerar que le hicieran este tipo de
preguntas, a simple vista, inofensivas.

—Dejemos que los niños disfruten de su infancia, ya tendrá tiempo para las
relaciones —respondió el empresario, haciendo que el hombre centrara su
atención de nuevo en él.

Las puertas del teatro se abrieron y la sala no tardó en llenarse, cosa que le
sorprendió porque pensaba que, al ser un concierto dado por niños de cinco
a siete años, no interesaría lo suficiente como para llenar el auditorio entero,
sin embargo, se había equivocado pues, además de las interpretaciones de
los niños, también habrá de los mayores.

No dudó en resoplar y, una vez que las luces se apagaron dejando intactas
las del escenario, aprovechó para ponerse cómodo en el asiento. Tenía a su
padre a la izquierda y a su madre a la derecha, no obstante, ambos estaban
concentrados en seguir susurrando con la persona que tenían al lado.
Faltaban escasos minutos para que empezara y no sabía cómo hacer para
que el tiempo transcurriera más rápido.

Buscó el cubo de Rubik que Sebastián había colocado en el bolso de Renata


y se volvió a acomodar. Con la poca luz que tenía, memorizó los colores
desordenados de las seis caras y empezó a maniobrar con la mirada puesta
en el escenario mientras el violín, acompañado de la orquesta, empezaba a
sonar.

Entre los bastidores del escenario, Adèle se encontraba expectante de que


ya llegara su turno. Le gustaba mucho sentarse delante del instrumento y
más ahora con lo que le acababa de decir su madre.

—Dentro de unos minutos te tocará a ti —susurró Léonore en su oído


después de haberse agachado de nuevo para quedar a su altura.

—Sí, mami.

Los esperados minutos transcurrieron con más lentitud, pues se les hizo
eternos, no obstante, la pequeña Adèle, quien lucía contenta su vestido rojo,
empezó a escuchar los aplausos al dar los primeros pasos hacia el centro del
escenario. Se sentó delante del gran piano de cola y, pasados unos
segundos, empezó a tocar la pieza que cerraría la primera parte del
concierto, que pertenecía al grupo infantil.

Entre el público, se encontraba el niño de ojos chocolates quien no había


dejado de desmontar y volver a hacer el cubo de Rubik, no obstante, con la
llegada de la pequeña pianista de vestido rojo, había detenido el
movimiento de sus manos para admirar la pieza musical y a esa niña cuyo
cabello castaño brillaba bajo las luces navideñas.

Desde entonces, aquel rojo se había convertido en su color favorito. Lo más


sorprendente fue que nunca pensó que se la volvería a encontrar años más
tarde tocando en aquella plaza del centro de Barcelona, pues su nombre
siempre fue desconocido para él, de hecho, hoy en día sigue sin saber que
esa niña de vestido rojo ahora es su complemento, su amor y su todo.

¿Qué os ha parecido? A mí me ha encantado hacerlo y meterme en las


cabecitas de ellos cuando eran pequeños.
Lo mejor de todo es que este suceso ha pasado y ellos se vieron por primera
vez en el 97, aunque ninguno de los dos lo sepa 😂 Veremos si en el
transcurso de Disonancia lo averiguarán.

¡Feliz Nochebuena y felices fiestas!


EXTRA: DÍA DEL LIBRO

Ayer fue 23 de abril y, con el motivo del día del libro, os traigo este extra
muy especial ❤

Nos trasladamos de nuevo al pasado y daremos un paseo por la historia de


los padres de Adèle: cómo se conocieron, se enamoraron, tuvieron a sus
hijos...

Espero que os guste, os leeré en los comentarios:

NARRACIÓN OMNISCIENTE
Vincent Leblanc no perdía la oportunidad de admirarla a la distancia cada
vez que se la encontraba en los pasillos después de clases. Nunca se atrevió
a acercarse a ella ya que, de repente, se volvía tímido y patoso cuando se
encontraba con sus ojos de ese color caramelo tan bonito, como si dos gotas
de miel hubieran caído sobre ellos, a diferencia de los suyos grisáceos,
opacos y sin vida.

Lo intentó alguna que otra vez, pero no conseguía pasar del primer saludo y
cuando Léonore, con esa ternura que la acompañaba, se quedaba callada
para esperar su respuesta, él no sabía qué más decirle, por lo que daba
media vuelta para seguir con su camino y esperar a que otro día llegara al
anochecer para volver a empezar la rutina al día siguiente.

Además de las clases del instituto, también asistía a las del Conservatorio
Nacional de Música donde intentaba perseguir su sueño de convertirse en
un gran pianista. Aquel instrumento era su vida, podía encerrarse durante
horas en su habitación para deleitarse con el sonido que llenaba el espacio.

Esa pasión quedó demostrada cuando, durante las Navidades de 1983, él


había sido el encargado de la parte musical de la obra de teatro que
protagonizarían los más pequeños. Había compuesto todas y cada una de las
melodías que dieron vida a esa función de teatro. Se olvidó totalmente del
público y dejó que sus manos siguieran bailando sobre aquellas ochenta y
ocho teclas. Ni siquiera sabía que, entre aquel público, se encontraba
Léonore observando la actuación de su hermano pequeño, pero sus ojos no
podían dejar de admirar al chico vestido de traje y sentado en la banqueta,
delante del gran instrumento.

Le generó intriga la dedicación y entrega que se respiraba a su alrededor y


su fascinación fue tanta, que no dudó en ir y saludarle. Lo reconocía de
haberlo visto por los pasillos, pero no entendía por qué nunca le pidió una
cita. Pensó que, tal vez, su timidez no le había dejado que las palabras
fluyeran, por lo que decidió que le ayudaría, que ella sería quien diera el
primer paso y lo invitaría a salir alguna tarde.

—Hola. —Se acercó después de que la función hubiera terminado. Él se


encontraba recogiendo las partituras—. Me gusta mucho cómo has tocado
el piano —murmuró sin dejar que su sonrisa abandonara su rostro.
Vincent se giró al instante al escuchar su voz, esa encantadora melodía que
conocía tan bien y que había escuchado tantas veces sin que ella se
percatara. Ahora estaba ahí, hablándole directamente e intentó, por todos
los medios, no ponerse nervioso.

—¿De verdad? —respondió y observó el suave movimiento de cabeza que


hizo sin dejar de sonreír.

Guardó esa sonrisa bajo llave, su entera imagen en su memoria para


recordar que, a partir de aquel momento, surgió una bonita historia de amor.
Una en la que no faltaron conversaciones hasta la medianoche, cientos de
notas que se intercambiaron diciéndose cualquier cosa, hasta lo mucho que
se gustaban o que, Léonore, una mañana, se había puesto la camisa del
revés sin darse cuenta. Se trataban con cariño, con diversión, sin importar lo
que dijeran los demás.

Vincent la conocía lo suficiente hasta el punto de poner la mano en el fuego


por ella. La quería, a pesar de lo joven que podía parecer, estaba seguro de
que ella formaría parte de su vida. Se lo dijo unos meses más tarde, el
verano estaba a punto de llegar a su fin y aprovechó la mejor puesta de sol
que había visto en su vida para expresarle lo que le hacía sentir.

—Quiero que sepas algo —empezó a decir, nervioso. Quería pensar que
Léonore sentía lo mismo, que conocía lo que escondía su mirada, que el
brillo que descansaba en sus ojos lo estaba provocando él y nadie más. Giró
la cabeza hacia ella y se atrevió a adentrarse de nuevo en ese dulce color,
sin embargo, se quedó callado, no había encontrado las palabras adecuadas
por dónde podía empezar.

Léonore se dio cuenta y no hizo más que dedicarle una sonrisa


tranquilizadora.

—Dime que no tengo nada entre los dientes —dijo ella buscando aligerar la
tensión. Por lo visto, lo consiguió pues su compañero dejó escapar una
pequeña sonrisa mientras negaba con la cabeza.

—Estás perfecta —murmuró y, de pronto, todo pareció quedarse en


silencio. Ni siquiera fue capaz de apreciar el sonido del viento danzando
con la larga cabellera de Léonore, es como si el tiempo se hubiera
congelado mientras esas dos palabras se mantenían revoloteando a su
alrededor—. Eres perfecta.

—No lo soy... —susurró la mujer cuya mirada no parecía querer abandonar


la grisácea de él.

—Lo eres para mí.

Vincent pudo apreciar la tensión que no paraba de crecer entre ellos y se


preguntó si ella también podía notarlo: el deseo que ansiaba que sus cuerpos
destruyeran la distancia que los separaba, el calor que había empezado a
surgir, sobre todo en las mejillas de Léonore, ahora ya con ese tono rosado
que adoraba.

No se lo pensó dos veces cuando acercó sus labios y dejó que el cúmulo de
emociones explotara por fin. Meses guardando esas ganas que no dejaban
de consumirlo y, por fin, podía permitirse saborearla, adentrar su lengua
para que empezara a jugar con la de ella.

Y, ahí, con aquel cálido atardecer de fondo, se dieron el primer beso que
pronto se convirtió en un segundo, también en un tercero, continuaron hasta
que ellos mismos se obligaron a parar.

Se querían, nadie podía ponerlo en duda y aquel amor inocente pronto se


transformó en uno más pasional y cargado de intensidad hasta el punto de
que, cuatro años más tarde, en la primavera de 1987, unieron sus vidas en
una bonita celebración acompañada por sus familiares y amigos.

Se podía apreciar la felicidad en el rostro de Léonore, la emoción no


desapareció desde el momento que le dijo que sí, que se casaría con el amor
de su vida. No se esperó, meses atrás, cuando Vincent se arrodilló ante ella
y le enseñó el bonito anillo de compromiso que había adquirido de manera
exclusiva, de hecho, lo planeó durante semanas, quería que todo saliera
perfecto y lo consiguió bajo aquella medialuna que resplandecía en lo alto
del cielo francés.
—Je t'aime —susurró, muy cerca de sus labios. Hizo que sus frentes se
juntaran mientras intentaba aspirar de nuevo su aroma. Le había dicho que
sí, la mujer de la cual estaba enamorado había accedido a casarse con él y
volvió a decírselo aquel día de primavera, en su boda.

El amor que habitaba entre Léonore y Vincent era puro, tierno. Un par de
adolescentes que se enamoraron de la forma más cariñosa posible e hicieron
que sus vidas se unieran hasta llegar a formar una familia. Una familia que,
en 1988, se amplió con un pequeño miembro al cual llamaron Marcel y
cuatro años más tarde, en la madrugada del 29 de junio, llegó la pequeña
Adèle.

Marcel y Adèle: los hermanos Leblanc-Abaddie.

Lo más curioso de todo era que, con el segundo embarazo, le dijeron que
iba a ser otro niño, que Marcel iba a tener un hermanito. La sorpresa que se
llevó la madre cuando colocaron al pequeño bebé sobre su pecho y
descubrió que se trataba de una dulce niña cuya voz se oyó desde el primer
instante. La muy traviesa se escondió de tal manera que el médico no logró
identificar su sexo.

Más tarde, después de que la hubieran limpiado y mimado como a una


princesa, Léonore se encargó de darle el pecho mientras no podía dejar de
admirar la perfección de ojos grandes que yacía tranquila amamantando. Le
pareció un sueño, algo irreal. Eso fue lo que pensó Vincent al admirar a las
dos mujeres de su vida.

—Hay que pensar en un nombre —murmuró él sin dejar de contemplarla.


No podía parar de admirar la perfección que emanaba. Tan pequeña e
indefensa ante el mundo, pero, a su vez, tan protegida y amada por su
familia.

—Adèle —respondió Léonore sin dudar y aprovechó para acariciarle la


mejilla con el reverso del dedo—. Quiero que lleve el nombre de mi abuela.

—Adèle Leblanc-Abaddie —pronunció su marido, orgulloso.


La niña tan solo dejó escapar un sonido mientras mantenía los ojos
cerrados. No era su intención abandonar el pecho de su madre pues había
nacido con la intención de comerse el mundo y así fue cuando se convirtió
en la mejor pianista de todos los tiempos. Una artista de los pies a la cabeza.

Al día siguiente, ya por la mañana, Vincent se fue en busca de Marcel ya


que lo habían dejado con unos amigos cercanos para que cuidaran de él. El
pequeño hombrecito de cuatro años se mostraba ilusionado por conocer a su
nuevo hermano, no podía dejar de pensar que había conseguido un nuevo
compañero para jugar, por eso se decepcionó un poco cuando su padre le
había preguntado que si estaba emocionado por conocer a su «hermana».
Marcel frunció el ceño, algo confundido.

—¿Y mi hermanito? —no se escondió en preguntar mientras se dirigían en


coche al hospital.

—Verás, hijo, ha habido una confusión. —No sabía qué palabras utilizar
para que lo entendiera—. ¿Te acuerdas cuándo veías a mamá con la barriga
grande? —Vio como asentía con la cabeza—. Se estaba escondiendo y
pensábamos que era un niño, pero ahora, que tu madre ya tiene a tu
hermana en tus brazos, hemos visto que es una dulce niña a quien vas a
querer mucho, ¿verdad?

Marcel no respondió al instante, quería entenderlo, pero no lograba


comprender por qué se había escondido. ¿De quién se estaba escondiendo,
exactamente? Volvió a mover la cabeza de manera afirmativa mientras su
padre le seguía explicando cómo era ella y que debía tener cuidado cuando
se acercara.

—¿Cómo se llama mi hermana? —preguntó inocente, sintiendo de repente


unas ganas enormes de llegar ya al hospital.

—Adèle —contestó Vincent todavía con la sonrisa incrustada en su rostro


—. Es una cosita muy pequeña y delicada y la querrás desde el primer
momento en que la veas. Serás su hermano mayor, ¿de acuerdo?

Marcel se quedó pensando en sus palabras preguntándose cómo era posible


amar a alguien de manera incondicional desde el primer instante, pero... lo
hizo. Sintió su corazón encogerse cuando su madre la acercó a él. Dejó que
se sentara en la cama junto a ella mientras la colocaba sobre su regazo
teniendo cuidado con la cabeza.

—Saluda a tu hermanita, Marcel —lo animó Leónore sosteniendo parte del


cuerpo de la bebé. Observaba como sus ojos la recorrían llenos de
curiosidad y pudo apreciar la sonrisa que esbozó cuando los labios de Adèle
se curvaron, abriendo su pequeña boca. Buscaba a su madre, quería comer.

—Hola, Adèle —murmuró el niño cuyos ojos eran iguales a los de su


hermana—. Yo soy tu hermano mayor —repitió las palabras que le dijo su
padre en el coche—. Mamá, ¿por qué tienes lo ojos cerrados? Yo los quiero
ver.

—Todavía es muy pequeña, cielo. —Léonore no podía esconder la emoción


al ver a sus dos hijos juntos—. Hay que dejar que pase un tiempo.

Marcel asintió de nuevo con la cabeza mientras asimilaba que estaba


cargando a su hermana en brazos y, como había dicho su padre, la quiso
desde el primer instante. Ese amor incrementó con el pasar de los años y, a
medida que los hermanos Leblanc iban creciendo, se volvieron
inseparables. Estaban dispuestos a hacer lo que hiciera falta por el otro,
corrían cuando necesitaban ayuda y se brindaban apoyo mutuo cuando lo
requerían.

Adèle veía en Marcel un compañero de juegos, de aventuras, más tarde, su


apoyo incondicional, sobre todo cuando nació su pasión por el piano desde
muy pequeña. Él la ayudaba a subirse en la banqueta para que pudiera
llegar a las teclas, también le indicaba si estaba haciendo algo mal ya que,
siendo su padre el director de orquesta, había nacido con la música en sus
venas.

Él se había convertido en aquel hermano protector que no dudaba en


defenderla de quien fuera. La quería muchísimo y no se imaginaba un
futuro donde, su pequeña pianista, no triunfara.
¿Qué os ha parecido? Como veis, su historia fue de amor de instituto,
empezaron a sentir desde la primera mirada y se enamoraron con cada
conversación y momento que compartieron.

Feliz día del libro ❤📚


EXTRA: DAMIÁN Y ODETTE

Es verdad lo que dicen que, cuando se te clava una historia, es imposible


poder olvidarse de ella. Así que... aquí me tenéis, con este extra en
Nochebuena. Feliz Navidad, amores ❤

Abajito os he dejado una información importante, así que por favor


leedla.

NARRACIÓN OMNISCIENTE

Cuando Adèle Leblanc descubrió —meses después de su boda— que en su


vientre no estaba creciendo una vida, sino dos, sintió como el mundo a su
alrededor se paralizaba para que, junto a ella, asimilara la noticia.

—¿Queréis saber el sexo de los mellizos? —preguntó la ginecóloga


mientras seguía acariciando el vientre de la pianista con el aparato que les
permitiría también, a los padres primerizos, escuchar el latido de sus
corazones—. A ver, dejadme un momento... Sí, aquí está, escuchad —
sonrió, sin dejar de presionar, mientras observaba ambos rostros.

Tanto Adèle como Iván, quien sujetaba la mano de su mujer sin perder
ningún detalle, dejaron escapar una sonrisa incrédula a la vez que sentían
sus cuerpos hincharse de alegría. Jamás se imaginaron que vivirían aquel
momento, rodeados de felicidad, al darse cuenta de que formarían, en unos
meses, una bonita familia de cuatro integrantes.

Cinco, si contaban a Phénix, el dóberman de pelaje negro que esperaba


pacientemente a que sus dueños salieran de la consulta. Una familia que en
menos de cinco meses se encontraría reunida en la habitación de este
mismo hospital. La pareja pensó que la espera se volvería eterna, pero en el
momento más repentino —durante aquel veintisiete de octubre de 2022—
la pianista rompió aguas cuando se levantó de la banqueta del piano de cola,
el gran instrumento que se ubicaba en un rincón del salón de aquella casa
que habían adquirido tiempo atrás. Una casa en medio de la naturaleza, tal
como se imaginaron una vez.

El poeta trató de conservar la calma. Había estudiado el plan decenas de


veces, sabía lo que tenía que hacer, pero cuando observó el suelo inundado
y el rostro asustado de Adèle, se vio a sí mismo atrapado en una habitación
de paredes blancas que le impidió pensar con claridad. No obstante, tan solo
bastaron unos pocos segundos —además del grito de su mujer— para que
volviera a la realidad.

En otras circunstancias, habría iniciado una divertida discusión con tal de


molestarla, pero en aquel momento, su prioridad había cambiado. Los
mellizos Otálora Leblanc estaban pidiendo llegar al mundo.

Y lo hicieron en la madrugada del día siguiente. Un parto natural que había


durado un aproximado de trece horas donde la joven pianista, con sus
treinta años ya cumplidos, había aguantado como nadie. Iván no se movió
de su lado y soportó todo lo que su mujer necesitara. Acabó con las dos
manos moradas, pero nada de ese importó cuando escuchó el llanto del
primer bebé. El pequeño hombrecito que inundó toda la sala de aquel
sonido que jamás en la vida olvidaría. Minutos más tarde, su hermana
exigió la restante atención convirtiéndose, de esta manera, en la pequeña de
la casa. La princesa a quien Iván no dudaría en consentir y protegerla de
quien fuera necesario.

Con los recién nacidos en los brazos de cada uno de sus padres decidieron
que había llegado el momento de darles el nombre que, durante meses,
habían estado hablando.

—Damián —pronunció Iván sin dejar de mirar la carita dormida de su hijo,


un rostro que parecía que había caído del cielo, y no tardó en admirar la
imagen que Adèle le estaba ofreciendo—. Y Odette.

La francesa no podía despegar la mirada de la niña que dormía plácida entre


los brazos de su madre. ¿Quién les hubiera dicho, años atrás cuando se
conocieron, que ahora estarían cargando a sus mellizos entre sus brazos?
Iván aún no se lo acababa de creer, pues se trataba de una realidad que le
costó imaginarse, pero que ahora, ni siquiera le permitía asimilar lo rápido
que podía llegar el tiempo a pasar.

Los mellizos ya contaban con dos años de edad y el mayor, Damián, estaba
tratando de dar sus primeros pasos para llegar hasta los brazos de su padre,
quien los iba retrocediendo poco a poco.

Adèle observaba la escena divertida mientras instaba a que su pequeña


siguiera a su hermano, pero no había manera de que la niña se moviera.
Odette se mantenía absorta en las chispas que el fuego soltaba, a unos
metros de la chimenea. Al tratarse de una época navideña, no podía faltar
los calcetines que colgaban en ella, tampoco el árbol de navidad en la
esquina, cerca del piano de cola, el ambiente cálido de toda la estancia...

Adèle e Iván disfrutaban de las fiestas, de lo que significaba la Navidad. Por


ello, después de asegurarse de que sus pequeños ya se encontraban
dormidos, volvieron a sentarse en el sofá, delante del fuego.

—Pensaba que nunca se dormirían —murmuró Iván muy cerca del cuello
de su mujer, después de que hubiera colocado sus piernas sobre su regazo
—. Daría mi vida por ellos, pero ¿la tranquilidad que se respira cuando se
duermen?

La pianista cerró los ojos al sentir la caricia de sus labios sobre su piel y no
pudo resistirse a acurrucarse un poquito más cerca de él.

—Ten cuidado con cómo te refieres de mis hijos.

—Nuestros, dirás —respondió dejando que su mano se colara debajo del


jersey navideño que se había comprado días atrás—. No me quites mérito.

—Jamás se me ocurriría.

—Más te vale —siguió diciendo mientras entraban en el juego que ambos


disfrutaban jugar—. Por más navidades a tu lado —susurró segundos más
tarde, mirándola.
Entonces, unieron sus labios en un delicado beso, uno que no tardó en subir
de nivel a la luz de aquel fuego cuya madera continuaba crepitando.

No era mi intención hacerlo largo, así que espero que os haya gustado

Quiero aprovechar que he actualizado en Wattpad para deciros una serie de


cosas:

• Voy a publicar la historia de Aurora, una ladrona de joyas, con Penguin


Random House Ladrona de guante negro verá la luz en mayo 2023.
Tendremos un potente enemies to lovers (ladrona x detective) y un misterio
a resolver.

• En cuanto a Disonancia, sé que muchas de vosotras me preguntáis sobre


la publicación en físico, pero... he decidido no seguir trabajando con Nova
Casa Editorial. Creedme, ahora no os puedo contar, pero aunque haya sido
una decisión difícil (desde hace meses que le voy dando vueltas), ha sido la
más acertada.

¿Qué pasará entonces con Disonancia? Me gustaría publicarla algún día,


por supuesto, pero eso lo tengo que ver con calma. Incluso... no sabéis
cuánto me gustaría poder reescribir todo el mundo Cenizas. Planificar la
trama desde el principio, que veáis lo mucho que mi narración ha mejorado,
centrarme en desarrollar mejor a los personajes... La historia de Adèle e
Iván tiene un potencial inmenso que me gustaría poder trabajar bien con los
conocimientos y la experiencia que ahora tengo.

Lo único que os puedo decir es que os mantengáis atentas a mis redes


sociales para cualquier novedad que vaya publicando porque no es mi
intención dejar de lado la historia que tantas puertas me ha abierto.

• Sobre Bellator, siento muchísimo las vueltas que estoy dando con esta
historia, pero al tratarse de una precuela y ahora que no estoy conforme con
la versión actual de Eufonía y Disonancia... Bellator seguirá en pausa hasta
que ordene mi cabeza de nuevo.
Para cualquier novedad, os dejo mi Instagram: anauntila, porque 2023 se
viene cargadito y Aurora no pasará desapercibida.

Gracias por apoyarme siempre ❤

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