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 Clase 4: ¿Qué es la salud para Nietzsche?

Intro: salud es cuestión de grados. La enfermedad interpela a la salud

Bueno, retomando la última sesión, espero sea evidente que la salud no puede ser exactamente lo
contrario de la enfermedad. Es decir, la salud no es un estado que simplemente implique la
ausencia de la enfermedad, sino que ésta última sería un grado distinto de la salud, como el rojo y
el azul son grados distintos de la luz. Por esta razón, si seguimos a Nietzsche se vuelve muy
importante hacer de la relación entre la salud y la enfermedad una interpelación, debido a que
deja de ser evidente u objetivo el estar o no enfermo. Y, claro, no les digo que ante el doctor que
informa que tenemos cáncer, nuestra respuesta pudiera ser “oiga yo soy el único capaz de
alcanzar esa verdad”.

Intimidad

Porque en una relación problemática como esta, el asunto no es simplemente desmentir a la


medicina, sino que plantearnos un entendimiento que vea en el hecho de enfermar una
instancia íntima, propia, personal, singular, único medio capaz de una nueva salud. Si recuerdan
el texto que iniciaba las lecturas para esta sesión. Es un texto muy famoso de la Gaya Ciencia (la
ciencia jovial, alegre que Nietzsche escribe luego de haber recuperado la salud y cuando se sentía
reencantado con el querer seguir viviendo, siendo que hace poco tiempo había deseado morir por
sus aflicciones):

“Lo que aquí importa es tu objetivo, tu horizonte, tus fuerzas, tus impulsos, tus errores y
principalmente los ideales y los fantasmas de tu alma, lo que constituye un estado de salud,
incluso para tu cuerpo. Así, hay incontables clases de salud del cuerpo; y cuanto más se permita al
individuo particular e incomparable levantar la cabeza, más se olvidará el dogma de la "igualdad
de los hombres", y más deberán desechar nuestros médicos la noción de salud normal, al igual
que la de dieta normal y la de proceso normal de la enfermedad. Entonces llegaría el momento de
reflexionar sobre la salud y la enfermedad del alma y de identificar la salud, propia de cada cual,
con su salud personal […]”.

Cada enfermedad es única, en eso la intimidad. Contra la medicina clasificatoria

Lo que nos propone Nietzsche es entrar en la intimidad a la que obliga la relación con la
enfermedad, pues si hay algo que nos establece y define como diferente de cada otro individuo, es
la multiplicidad de voluntades del cuerpo, la forma en que cada salud enferma o se recupera.
Dicho de otro modo, la forma en que enfermamos es resultado de combinaciones inauditas y
variables. Y esto realmente resuena mucho con su batalla con la historia de la filosofía y su afán
por establecer principios inmutables y universales, así también hace la medicina en nuestros días:
atrapar y encerrar al cuerpo conceptualmente, conquistarlo en el saber, clasificarlo por edad, por
sexo, por condiciones previas, etc.

Contrario a eso, Nietzsche, que propone una existencia trágica, es decir, en una especie de
libertad sufriente de quien se entrega a los acontecimientos del destino sin cálculo, sin
prevención, sin temor, sino que voluptuosamente, con un nervio frente al azar del siguiente
momento y en el conocimiento que llegará un momento en que sea nuestro turno de dejar de ser
lo que éramos, sea por transformación o por muerte, que como vimos la semana pasada, el
cuerpo muere cada vez que se transforma, al menos muere su constitución anterior.

Pensemos un momento cómo sería nuestro momento en el que nos enfrentemos, por ejemplo, a
una noticia de una enfermedad grave o crónica, me cuesta pensar que no haya ahí una obligación
más urgente que cualquier otro evento de nuestras vidas, una instancia que rompería con la
cotidianeidad, que nadie más podría entender por nosotros, incluso habiendo vivido algo similar.
Debo confesarles que preparando este curso me he puesto un poco hipocondríaco, quiero decir
que me he estado imaginando este acontecimiento más de lo habitual, y es chistoso que esto
también sea una enfermedad: El trastorno de ansiedad por enfermedad, a veces denominado
hipocondriasis o ansiedad por la salud, implica preocuparse excesivamente por tener o poder
contraer una enfermedad grave.

La enfermedad íntima como momento bisagra

Me cuesta imaginar que no sea un momento bisagra e ineludible de extrema individualidad, de


extrema soledad en el sentido de que en más de un sentido estamos de cara a nuestra propia
existencia. El encuentro radical con la existencia y su fragilidad es un mensaje que nos trae el
cuerpo y la salud, entonces, es poder vivir en la fragilidad, como instancia de mayor importancia y
fuente de enriquecimiento de la existencia.

No transformar eso en optimismo. Los enfermos lo saben mejor que nadie

Pero quiero recalcar la importancia de aproblemarse en este punto, porque vivimos en un


momento en el que es demasiado fácil transformar esto en un eslogan y un cliché, resumir la
cita de la Gaya ciencia en la frase “lo que importa es tu objetivo” o “cada cuerpo es distinto, lo
que es enfermedad para uno es salud para otro”, porque si bien creo que son conclusiones que
podríamos sacar de leer a Nietzsche, lo simplifican a tal punto que queda neutralizado. Buscan
restituir una fuerza impostada que termina por negar la enfermedad, como si dijéramos que
“enfermar es decisión de uno”. Nietzsche dice lo contrario:

“En última instancia, quedaría la gran cuestión de saber si podemos prescindir totalmente de la
enfermedad, incluso para el desarrollo de nuestra virtud, y si en especial nuestra sed de
conocimiento y de autoconocimiento no necesita tanto del alma enferma como del alma sana; en
definitiva, si la voluntad de salud exclusivamente no es un prejuicio, una cobardía y quizás un resto
de la barbarie y del estado retrógrado más sutiles” (GC, “La salud del alma” 120).

La enfermedad no es una decisión

La enfermedad no depende de nosotros, estar enfermos no es una decisión que podemos tomar,
de hecho, para Nietzsche no podemos prescindir de ella. Hay que notar con qué fuerza ataca a la
valorización de la consciencia y su supuesta capacidad de decisión. Porque, como el proceso de
decadencia de la semana pasada, querer eliminar lo enfermo, es decir, entender lo sano como
ajeno a lo enfermo, sería, como el mismo Nietzsche lo dice, una cobardía. Por esto, frente al
diagnóstico del doctor, la forma cobarde de leer a Nietzsche sería negar que hemos enfermado,
que es lo que yo creo que pasa con ciertos discursos hippies, estos nuevos sincretismos
espirituales que dicen que la salud es un estado del alma, por ejemplo, que el cuerpo es el templo
del espíritu o a veces, mucho peor, la cárcel del espíritu, entonces que si mantenemos una actitud
positiva nos sanaremos o, quizás, no enfermaremos (por eso no es casualidad que cuando
Nietzsche habla de la salud del alma, en realidad habla mucho de cuerpo y enfermedad).

Si fuera decisión, sería un proceso mental y no corporal

Esta concepción descarta al cuerpo, hace de la salud un estado de la mente y como vimos la vez
pasada, a Nietzsche fue el cuerpo el que le reveló el conocimiento necesario que ensanchó su
existencia. Por lo tanto, de haber combatido su dolor, si hubiera querido apartar de sí el
sufrimiento, no habría “estado a la altura” de lo que su existencia le ofrecía. ¡Esto no es nada
grave! No todos tienen que hacer lo mismo, precisamente porque es una relación singular, y sin
embargo como lo dice en uno de los recortes para hoy, no estar a la altura de la experiencia es un
signo de decadencia y toda una cultura que no está a la altura de la experiencia (toda una cultura
que niega al cuerpo y teme su sufrimiento), es una cultura que se vuelve decadente, es decir, que
no es capaz de vivir todo lo que tiene para vivir:

Estar a la altura

“No estar a la altura de una experiencia es ya un signo de decadencia. Este volver a abrir viejas
heridas, este mecerse en el autodesprecio y en la contrición constituye una enfermedad más…”

Extraigo lo que me interesa de la cita. Porque él está atacando a la religión, en cuanto ésta tiene
un entendimiento de la salud y la enfermedad. La enfermedad es un castigo y la salud es
arrepentirse de lo hecho, pero no sólo arrepentirse, que eso será el resultado del proceso. El
proceso consiste en mantener el hecho en el pensamiento, revivirlo mentalmente con el fin de
repararlo en el psiquismo. Dicho así ya no suena de forma tan anticuada como hablando de la
Iglesia, comienza a sonar a algo más actual como la terapia psicológica:

“…hay que intentar contrapesarlo con nuevos tratamientos, para huir, lo más rápidamente
posible, de la debilidad de la autotortura... Se deberían desprestigiar las prácticas puramente
psicológicas de la Iglesia y de las sectas... como peligrosas para la salud…”

Pero entonces, ¿qué es estar a la altura?

“Se está sano cuando se ríe uno de la seriedad y el ardor con que alguna singularidad de nuestra
vida nos hipnotiza de esa forma, cuando en el remordimiento de conciencia se siente algo así
como el mordisco de un perro contra una roca, cuando se avergüenza uno de su arrepentimiento”
(VP; 233).

Es difícil responder, espero que cada cual se atreva a ir encontrando sus propias respuestas. Les
ofrezco la mía para que la tomen y la puedan modificar también. Para que la transformen en
singular y propia, para no caer en fórmulas. Porque es fácil desear fórmulas, privarnos de
encontrar nuestras respuestas. Estar a la altura no es un concepto nietzscheano, que yo sepa. Es
una expresión en español de libros escritos en alemán, así que vaya a saber uno si la traducción es
fiel en esto. Pero a mí me sirve, así que me la apropio.

Estar a la altura es un término relativo


Estar a la atura me gusta porque es un término relativo, uno tiene que encontrarse con la altura
de la experiencia. No siempre es subir, quizás estar a la altura sea bajar, precipitarse, deprimirse,
incluso, siempre y cuando podamos suspender la comprensión psicopatologizada del concepto
porque ahí ya no podríamos deprimirnos a la altura de la experiencia (porque sería moralmente
indeseable), no podríamos reírnos de la seriedad. Ojo, no es reírnos de la experiencia, es reírnos
de la seriedad, de la gravedad en cuanto valoración. Para que sea grave o seria, tiene que haber
un aparato cultural y moral aprendido, entonces reírnos significa una libertad (en forma de burla)
hacia ese aparato moral, y no tanto una risa en nuestra cara, no tanto el estar ¡alegres! No es
“ante el mal tiempo buena cara”, no es optimismo, eso sería no estar a la altura porque no
podemos decidir de antemano cómo nos golpean los acontecimientos.

Salud es estar a la altura de lo que la enfermedad plantea

Entonces la salud será este estar a la altura de lo que la enfermedad trae consigo, este sufrir que
profundice el sentir, que cree nuevas valoraciones. Esto marca una dirección, espero se perciba:
“estar a la altura” tiene una tonalidad de espera y expectación, porque uno no sabe cuál es la
altura, no sabemos hasta dónde tendremos que elevarnos o deprimirnos para estar a la altura.

Lectura Así habló Zaratustra; De la superación de sí mismo

Seguir una voluntad ajena

Entonces, ¿cuál es la dirección? Hacia adelante, nos volvemos seguidores de voluntades ajenas a
la conciencia (como las del cuerpo). Esto es muy importante para Nietzsche, de hecho, es lo que le
da nombre al libro que estamos usando: “Voluntad de poder”. A qué les suena la frase La
voluntad de poder, ¿qué pareciera que significa?

Voluntad de poder

Es un concepto difícil en Nietzsche, aquí voy a darles mi interpretación. La voluntad de poder


nunca es la voluntad del Yo individual, de nuestra consciencia. Ante todo, nuestra consciencia le
teme a la voluntad de poder, porque esta voluntad no es humana, es casi una fuerza física (o
completamente) una fuerza física) que puebla el universo:

“… todo cuerpo específico se esfuerza por hacerse dueño de todo el espacio y por extender su
propia fuerza (su voluntad de poder) y por rechazar todo lo que se opone a su expansión. Pero
choca continuamente con esfuerzos iguales de otros cuerpos, y termina ajustándose
(«unificándose») con aquellos que le son suficientemente afines, y entonces conspiran juntos por
el poder. Y el proceso continúa...” (VP; 629)

La realidad como resultado de la voluntad

Es lo que hace que todo cambie segundo a segundo y la consciencia tiene como objetivo
permanecer, ser sí misma, no olvidarse de quién es, es decir, tiene una voluntad de
conservación. Por eso, la voluntad de poder nunca es solamente la voluntad del Yo (nótese cómo
dice en la cita extender su propia fuerza, pero choca con otros esfuerzos y con ellos, con algunos
se unifica, ya no es sólo su esfuerzo), como podríamos apreciar en ciertos otros discursos muy
habituales en nuestro mundo, del estilo de que cumplir los sueños depende de la perseverancia y
que el que trabaja duro será recompensado (recompensado, completamente la moral cristiana
que promete frutos en el futuro y así condena al presente).

El poder marca una dirección

Pero, demos vuelta la página, estar a la altura está implicado a que la fatalidad de nuestra
individualidad es inevitable y estar a la altura, se vuelve esta capacidad de seguir queriendo
ensanchar la existencia incluso en la fatalidad, sobretodo en la fatalidad, pues es ahí donde nos
enteramos de la dirección del poder.

Quiere una cosa de múltiples maneras

Porque la Voluntad de poder quiere solo una cosa, aunque la puede querer de infinitas maneras:
quiere poder más. Ojo, no más poder, sino poder más. Porque es lo contrario de un principio
egoísta, busca expandirse, contagiarse, enredarse con otras cosas, no acaparar para sí el poder,
sino poder más cosas:

“Todos los «fines» y las «metas», los «sentidos», son solamente modos de expresión y
metamorfosis de la única voluntad que es inherente a todo lo que ocurre: de la voluntad de poder.
Tener fines, metas, intenciones, «querer» en líneas generales, es un tratar de devenir más fuerte,
un querer crecer y querer también los medios necesarios para ello (VP; 668)”.

Percibamos lo que dice: Todos los fines son expresión de la única voluntad. Es decir, mi fin de ser
el mejor choca con tú fin de ser el mejor y eso no afecta ni disminuye la única voluntad general a
todo. Porque la voluntad de poder no se merma no consiguiendo lo que una voluntad individual
desea, porque es como una capacidad, es decir, no el querer algo en específico, sino el querer en
sí: vivir queriendo que las cosas existan enteras:

“[Para la crítica del ideal]… Esta crítica hay que comenzarla, suprimiendo la palabra «ideal» [Por lo
que vimos la clase dos sobre el mundo ideal como mundo más real que este en Platón y Sócrates]
por lo pronto: convirtiéndola en crítica de lo deseable. Quizá son los menos quienes comprenden
que el punto de vista de lo deseable, es decir, el «así debía de ser, pero no es» o el «así debiera
haber sido», implica una censura de la marcha general de las cosas. Pues en esta no hay nada
aislado, y lo más pequeño sirve de base a lo más grande; en tu pequeño entuerto está edificado
todo el futuro; por consiguiente, la crítica que condena lo pequeño también condena lo grande”
(VP; 328).

Crítica a lo deseable (cherry picking)

Esta es una cita que me gusta muchísimo ¿por qué la crítica de lo deseable? Porque en lo deseable
hay un signo de décadence moral en nosotros, un no estar a la altura que dice yo quería esto, pero
no así o no con esto, o hubiera sido perfecto si no tuviera esto. Aquí lo deseable es un recorte a la
realidad que deja afuera lo malo (lo enfermo). Y para Nietzsche nada se puede separar, uno no
puede escoger de la realidad lo que le gusta y lo que no, porque lo que nos gusta existe enredado
con lo que no nos gusta: “lo más pequeño sirve de base a lo más grande;

En tu pequeño entuerto está edificado todo el futuro


Genial, a mí me encanta como lo dice, porque mi pequeño entuerto puede ser terrible, puede ser
que se me murió toda la familia de la manera más absurda o por el egoísmo más malvado de un
asesino; y sin embargo en el orden del todo es un pequeño entuerto, pero al mismo tiempo, por
pequeño que sea, hace posible todos los futuros acontecimientos. Cada evento está apoyado en
cada otro evento, haciendo que el todo necesite cada pequeñez para ser lo que es. Lo repite en
otro de los textos de hoy:

“todas las cosas están tan indisolublemente unidas que, si tratásemos de excluir alguna,
excluiríamos al mismo tiempo el resto. Un acto reprensible sería, en general, un mundo
reprobado...” (VP; 291)

Entonces, la crítica de lo deseable es poder tener otra forma de desear, una que se proponga estar
a la altura de la fatalidad, una más vigorosa, más contagiosa y que no esté separando las pasas del
maní, sino que agarre un puñado grande de todo junto. Voluptuosidad.

No hay reglas de conducta. El caos está a la base lo sepamos o no

No sé si lo perciben, creer en eso echa por borda todo nuestro mundo, porque se borran las reglas
generales, las guías de conducta. No tenemos derecho a preguntarle a otro qué hay que hacer. Es
evidente que se entra en un caos. Pero no es que Nietzsche desee el caos, es que para él éste
existe lo deseemos o no, aquí nuestra elección da lo mismo. Y yo creo que es cosa de vivir una
catástrofe para darnos cuenta de esta verdad, el asunto es que parece que ya nada nos lo puede
enseñar que no sea una catástrofe, porque todo nuestro querer se empeña en evitarlas, en no
vivirlas.

La enfermedad da las claves del sentido

Y, sin embargo, para Nietzsche en ellas encontramos las claves del sentido, del sentido que sólo
podemos darle individualmente (individuos en cuanto solitarios ante la finitud, no individualmente
como consumidores del mercado con Rut y carnet de identidad) a vivir. Es de cara al destino como
fatalidad que es posible valorar la vida, y este valor es manufacturable por cada uno de nosotros,
no se puede generar en masa y que siga siendo valioso:

“¿Qué es lo bueno? Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder,
el poder mismo.

¿Qué es lo malo? Todo lo que proviene de la debilidad.

¿Qué es la felicidad? El sentimiento de lo que acrece el poder; el sentimiento de haber superado


una resistencia.

No contento, sino mayor poderío; no paz en general, sino guerra: no virtud, sino habilidad (virtud
en el estilo del Renacimiento, virtud libre de moralina).

Los débiles y los fracasados deben perecer; ésta es la primera proposición de nuestro amor a los
hombres. Y hay que ayudarlos a perecer.

¿Qué es lo más perjudicial que cualquier vicio? La acción compasiva hacia todos los fracasados y
los débiles: el cristianismo” (El anticristo; prólogo, 2).
Creo que esta es una cita difícil, puede tener miles de interpretaciones y muchas de ellas terribles
para nuestros valores. Es de esos textos de Nietzsche que lo pueden alejar a uno, descartarlo,
funarlo. Pero mi comprensión de la cita es que tiene gran belleza y valor. Creo que me entregó una
clave para poder pensar que fue muy importante para entender el “estar a la altura”. Y con esto
terminamos hoy.

Poder querer

¿Por qué lo bueno es el poder mismo? Voluntad de poder significa poder querer y no tener el
poder. Entonces el poder eleva al hombre, como el viento a un volantín, lo lleva a una nueva altura
en el que puede querer más, ser más deseante, o sea, estar más vitalizado.

El querer relativo a la situación

De nuevo me parece que arribamos a una clave relativista, porque subir se hace siempre respecto
a una referencia: si estoy en 10 y la altura me llevo a 6, bajé, el sentimiento de poder lo vamos a
tener cuando estando en 6 podamos llegar a 7. Da lo mismo el que en una ecuación, que no toma
en consideración el tiempo, digamos 7 es menos que 10. Ese es un punto de vista económico, acá
el punto de vista es del devenir. Conquistamos la altura del 6 cuando pudimos ser un 7. El asunto
va a ser poder estar a la altura de la nueva situación, no siempre estar subiendo (de nuevo esa es
la lógica economicista que no puede decrecer). Aquí el asunto es conquistar algo de la situación
actual, del presente.

La situación son las resistencias

Por eso, la felicidad para Nietzsche es el superar resistencias. Eso a mí me voló la cabeza,
resistencias hay en todos los números, ninguno es mejor que otro, todos son singulares: uno tiene
que intentar ponerse en contacto con sus resistencias. Aquí otra cita de La Voluntad de Poder:

“La causa del placer no es la satisfacción de la voluntad (me interesa combatir especialmente esta
superficial teoría, la absurda moneda falsa psicológica de las cosas cercanas), sino el hecho de que
la voluntad quiere avanzar y es siempre nuevamente dueña de lo que se encuentra a su paso. El
sentimiento gozoso se encuentra precisamente en la insatisfacción de la voluntad, en el hecho de
que la voluntad no vive satisfecha si no tiene enfrente un adversario y una resistencia.

El «hombre feliz»: ideal del rebaño” (VP; 689).

Enseñorearse, poder querer las resistencias

Entonces, estar a la altura es entrar en contacto con resistencias, poder adueñarnos de las
nuestras. Y la enfermedad ¿será una resistencia? Sinceramente no estoy seguro, pero me parece
que hay motivos para pensar que una enfermedad plantea resistencia, es decir, obliga a
reencausar la fuerza, es decir, conquistar una nueva situación.

El poder sólo es posible cuando hay resistencias

Porque el poder sólo es posible cuando hay resistencias. Aquí creo que es muy útil una metáfora
con el agua, como en Zaratustra, el poder de un río está en siempre en contacto con la tierra que
arrasa; no puede ser fuerte en el vacío. Y todo es una resistencia de otra cosa, sino no habría
cosas, las resistencias las constituyen, como si dibujaran sus contornos. Yo mismo puedo ser
resistencia para alguien más, pero en ese caso le doy a alguien más la posibilidad de ser virtuoso,
de crearse un sentido. En cambio, si lo ayudo, si soy compasivo le quito resistencia, pero por,
sobre todo, me adueño de su sentido, de su posibilidad de pensamiento. Este es el sentido que le
doy a que diga en la anterior cita de El Anticristo:

“Los débiles y los fracasados deben perecer; ésta es la primera proposición de nuestro amor a los
hombres. Y hay que ayudarlos a perecer.

¿Qué es lo más perjudicial que cualquier vicio? La acción compasiva hacia todos los fracasados y
los débiles: el cristianismo”

Los débiles no son los enfermos

Porque los débiles no son los enfermos, no es un principio eugenésico en el sentido de matar a los
desviados, como lo hicieran los nazis. Al revés, los únicos fuertes son los que se acercan a la
enfermedad y sus posibilidades, los débiles son los que no quieren pensar ni vivir el caos y la
posibilidad de múltiples sentidos que habilita el cuerpo.

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