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Algo que debería ser motivo de alegría, como es descubrir lo que nos hace humanos

(en este caso, si tenemos en cuenta que el concepto de trabajo engloba en buena


parte esta concepción), puede ser en realidad muy triste, si nos adentramos, por
ejemplo, en la situación laboral de los siglos XIX y el XX. Y es que el trabajo, algo
en teoría tan noble, puede esconder una realidad tan cruel como la explotación
laboral.

De este modo, podríamos hablar de una primera etapa supuestamente edénica,


caracterizada (en teoría) por una concepción plenamente lúdica del trabajo. Ello, sin
embargo, no puede ser menos cierto si tenemos en cuenta la situación de los
primeros pobladores humanos, los cuales podríamos afirmar que se jugaban la vida
cada vez que salían a buscar sustento. Aunque, en los últimos tiempos, el tópico que
de nuestros primeros antepasados tenemos como seres plenamente adaptados a la
actividad cinegética (cazadora), en dura lucha con las muy hostiles condiciones del
medio natural, se rompe si tenemos en cuenta los estudios de las últimas décadas, en
las cuales se descubre que la vida de los primeros humanos no era como nos la
contaron, sino que sus vidas eran tan, o más complejas que las de los individuos de
la era actual.

Con todo, considero que el punto de vista antropológico es crucial para analizar las
características de algo tan genuinamente humano como es el trabajo. Porque el
trabajo, y los medios del trabajo (después hablaremos de las condiciones del trabajo)
son cruciales para entender al ser humano en su globalidad histórica. De este modo,
podemos hablar de materialismo histórico con propiedad, si admitimos que la
naturaleza humana es mucho más material de lo que se creía hasta ahora, y
asumimos igualmente que el ser humano tiene (si es que tiene) necesidad y
aspiraciones de mejorar su situación en este mundo.

De la situación supuestamente idílica en que se vivía en la prehistoria, se pasa al


sistema de producción esclavista, y de éste, al sistema de trabajo del medioevo,
basados todos ellos en lo que se denomina habitualmente relación entre dueño-
esclavo y señor-vasallo respectivamente, o sea, la diferente condición de necesidad
entre las clases sociales de arriba y las de abajo, que reciben muy diversos nombres.

De la época contemporánea me gustaría destacar la entrada del modo de producción


capitalista a nivel más o menos generalizado (aunque podemos afirmar que en el
Renacimiento ya había capitalistas en algunas ciudades de Europa), el cual está
caracterizado, entre muchas otras cosas, por la desigual relación entre capital y
trabajo, y las clases sociales sobre las que ambos se sostienen conceptualmente:
burguesía y proletariado. Aunque hoy sabemos que estos términos tan sumamente
generalizantes tienen, en el mundo contemporáneo, una gran diversidad de
significados.

Sin duda, el autor más influyente a la hora de estudiar el tema de trabajo en la


historia es Marx (así como su amigo Engels), pero en realidad ya en el Renacimiento
existen teóricos que fijarán sus energías intelectuales en la mejora de las clases
menos favorecidas de la sociedad: Desde La Boetie, pasando por Tomás Moro, las
diversas sectas religiosas surgidas tras la irrupción de protestantismo sobre todo en
Europa (y que extendieron sus tentáculos por buena parte del mundo en forma de
migraciones) o los socialistas utópicos, sin entrar ya en los años posteriores a la
Ilustración, que son los del apogeo del pensamiento obrero –si bien, también del
pensamiento liberal, así como del imperialismo occidental-.

Las condiciones laborales en que la inmensa parte de la humanidad que se gana la


vida mediante el trabajo, son (siguen siendo) pésimas, en un mundo más polarizado
hoy que nunca entre ricos y pobres, con muchas compañías manejando más dinero
que otros tantos países del mundo, sea cual sea su tamaño (de manera que muchos
de los países más pobres del mundo son de tamaño territorial igual o mayor que
España o Francia) y cuyos efectos sobre la población pobre se acentúan si
estudiamos las tasas de natalidad por países.

Un buen ejemplo de todo ello es la realidad en que se sigue trabajando en países de


Europa del Este, América latina, el norte de África o el Sudeste asiático; un
amplísimo espacio geográfico en el que el vacío legislativo en materia laboral
fomenta que se sigan saltando los derechos más elementales a la torera por parte
(fundamentalmente) de grandes firmas fabricantes y comerciales que, para colmo,
suelen ser de origen y capital extranjero, lo cual empobrece aún más a unas
poblaciones ya de por si golpeadas por inclemencias como por ejemplo las del
cambio climático, cuyos efectos más nocivos suelen cebarse con los más pobres,
debido fundamentalmente a la falta no ya de las infraestructuras más elementales,
sino de un hábitat digno para la vida.

Los accidentes laborales, frecuentísimos debido entre otras cosas a la falta


de cobertura social, son la punta del iceberg de una situación que se torna
insostenible para la población más desfavorecida del planeta y sobre la que,
desgraciadamente, parece asentarse el actual crecimiento económico de las
multinacionales de las grandes potencias (y los gobiernos, a través de la venta de
múltiples manufacturas y avances).

Esto me hace preguntarme y valorar los efectos positivos, así como los negativos,
que el conocido como Crecimiento Económico implica, pues bien probado parece,
tras la brutal crisis económica sufrida en los últimos años, que las variaciones
económicas nacionales e internacionales no afectan por igual a todos/as, sino que
aquellos sobre los que descansa la economía de los países en materia productiva, es
aquella que sufre con mayor dureza los achaques de una economía globalizada que,
a la postre, depende casi exclusivamente de otras personas, a las cuales parece
importar poco el modo en que vive o deja de vivir la clase trabajadora.

Si, por desgracia, como vemos en nuestros días, las grandes decisiones que nos
atañen a todos, afectan en mucha mayor medida a las clases pobres y trabajadoras
del mundo, pero por el contrario se ven sesgadas en cuestión de decisiones sobre su
propio futuro, mucho me temo que la situación de los obreros del mundo no vaya a
mejor sino a peor.

En Occidente poseemos el valor añadido de disfrutar de democracias más o menos


maduras y desarrolladas, con mecanismos a través de los cuales el pueblo puede
hacerse oir en los parlamentos. Creo que Europa es una privilegiada en ese sentido.
¿Por qué no exportamos libertad, derechos humanos, calidad de vida, valores
democráticos, etc. en lugar de explotación laboral y muerte –hambre, armas, etc.-?
Tal vez porque hay que empezar por casa. Luego está el problema del respeto de las
diferentes tradiciones, en los casos en que estas existan, como pasa por ejemplo con
Oriente Medio.

En realidad el dilema es más grande y urgente, porque el planeta no puede seguir


creciendo de la misma manera que lo ha venido haciendo hasta ahora, lo cual me
lleva a pensar en una renovación de los sistemas productivos, basados en el
capitalismo, por otros en los que el conjunto de la población del planeta vean
protegidos sus derechos más elementales y sepan que, vivan en el lugar que vivan,
son reconocidos y protegidos como personas de pleno derecho, también en el ámbito
laboral.

5 JULIO, 2017ELOY A. GÓMEZ MOTOS

https://iberoamericasocial.com/breve-analisis-del-mundo-del-trabajo-lo-largo-la-historia/

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